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FRAGMENTOS

DE LA MEMORIA

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© Julio César Peña GamboaFRAGMENTOS DE LA MEMORIA

Terremoto 1960 Corral

Portada: Plaza de Corral.

Fotografía donada por don Sergio Campos Valezze, a la Biblioteca Pública Municipal de Corral

Diseño: Andoni MartijaImpresión: Grafikakolor

Impreso en Chile, 2020

ProgramaFortalecimiento de laIdentidad CulturalRegional

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Julio Decroly

2020

FRAGMENTOS DE LA MEMORIA

Terremoto 1960 Corral

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Indice

Prólogo 5

Corral pintó sus colores 7

Balada triste de trompeta 9

El hombre de la chaqueta de cuero 11

La última vez 13

Tripulante eventual 15

Lo vimos desaparecer 17

Nosotros vivimos el infierno 19

Muéstrame el camino 21

Lo que esconde el río 23

De tal profe tal alumno 25

Corazón de Quiltro 27

Siempre dama 29

La cuchara 31

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PRÓLOGO

Es imposible describir la magnitud, desarrollo y consecuen-cias finales, de la peor catástrofe telúrica, ocurrida en el sur de nuestro país.

Cómo se hace para recuperar la confianza y tranquilidad de tu hábitat, cuando has pasado por la terrible experiencia del más cruento desastre natural, que el ser humano pueda resistir. No es solo una cuestión de pérdidas económicas, o de lamentar el fallecimiento de familiares, amigos o vecinos, es un trauma emocional constante, que difícilmente se logra estabilizar en el tiempo.

Han pasado ya, más de 60 años desde el día en que la tierra del sur de Chile, tembló estrepitosamente y las aguas del mar se enfurecieron sin tregua. Más de 21.900 días, en que muchos no olvidan y el temor convive con ellos, como el humo de sus hogueras.

En las próximas páginas, leeremos fragmentos rescatados por la memoria colectiva, de aquellos sobrevivientes que aún luchan por reconstruir sus vidas.

Aproximadamente dos mil fallecidos y millones de damni-ficados, además de daños incalculables en caminos, edificacio-nes e infraestructura en general, fue el resultado del maremoto o tsunami más grande en la historia sísmica de Chile, el cual fue precedido justamente, por el mayor sismo que se tenga re-

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gistro en el mundo. Siendo este de una intensidad de 9,5 gra-dos en la escala de Richter. Ambos fenómenos, aún son el triste corolario en cada conversación o análisis acerca de nuestra ciu-dad. Especialmente de la comuna de Corral, la que sufrió los mayores embates, quedando totalmente destruida y perdiendo a cientos de sus habitantes; mientras que la población restante, lloró la pérdida de familiares, enseres y casa habitación. La de-solación fue total, terminando por hacer de Corral, un puerto que espera su futuro.

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CORRAL PINTÓ SUS COLORES

Muchas historias se cuentan en torno a lo que pasó, Valdivia vis-tió de luto y Corral desapareció el domingo a las tres de la tarde y algunos minutos más, de aquel 22 de mayo cuando la tierra tembló. Muchos fueron los avisos, Concepción lo advirtió, pero quien lo imaginaría y la desgracia llegó. Catorce minutos de ho-rror, de pánico y destrucción, de violencia incomparable, hasta hoy sin igual. El mar no pudo esperar y furioso arremetió, no quizo mirar de lejos, y en el cuadro se pintó: infame, maldito, insano, tus colores terroríficos, se te fueron de las manos.

Tú, el tranquilo bonachón, el que de peces provees te olvi-daste que hasta Cristo bendijo un día tus aguas y desbordastes mi pueblo reduciéndolo a la nada. Mas como todo en la vida se puede volver a pintar, Corral pintó sus colores, aunque tenues, más pasteles, porque es difícil volver con un amor del pasado, cuando el pasado olvidado, lo tienes siempre a tu lado.

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BALADA TRISTE DE TROMPETA

Denis García, el Densi para los corraleños, músico percusionis-ta y conversador consuetudinario, joven bohemio en la época de oro de Corral, cuya gran pasión hasta las últimas horas de su vida fue el comentario adornado con los matices propios de un experto en cháchara. Él es la figura de quien abordaré una desconocida pero, no menos interesante anécdota, en relación al sismo y maremoto de la tarde del 22 de mayo del año 1960. En torno a sus relatos, se han publicado decenas de artículos y entrevistas en los medios escritos y audiovisuales, como tam-bién reportajes, cortometrajes y obras de teatro, donde Densi aparece como la figura principal del contenido.

Había dejado los bongó; un nuevo instrumento musical acaparaba su atención, el cuero de cabra ya no vibraba bajo la palma de sus manos, su atención estaba puesta en su más reciente ilusión.

Mientras aquella tarde fatídica de domingo avanza, Den-si está aterrado por lo que está sucediendo. Sin embargo, su alma de artista no lo deja parar de tocar: las luces, el brillo, la atmósfera prolongada a lo ancho y largo del salón bailable, sus labios posados dulcemente en la boquilla dorada de su trompe-ta, preciado regalo recibido con tanto entusiasmo y, que ahora

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poseída, una tras otra arranca de los cilindros dorados, bellas melodías dando cuerpo a su figura.

¡No,… no es posible!... esto no puede estar sucediendo! ex-clama Densi cuando el mar hace lo suyo. No mientras su mente interpreta esa hermosa balada. Lo cierto es que, las viviendas de Corral bajo, flotan como flor de loto, y muchos de sus veci-nos viajan cual polizones, aferrados a las crujientes estructuras, que aún resisten heroicas los embates de la corriente marina. Ahora sí, su mente es un torbellino, cual ratón asustado, sus ojos giran de un lado a otro. Está a punto de ser arrastrado mar afuera, corre alejándose, no sin antes ver, como su preciada casa y almacén de pertrechos, pasan ante sus ojos en un viaje sin regreso.

Seguramente en el fondo marino de la bahía de Corral, se escucha desde entonces, su bella “Balada triste de Trompeta”.

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EL HOMBRE DE LA CHAQUETA DE CUERO

Subía con dificultad la estrecha escalerilla, que conduce hasta la gran campana. Esta alertará al pueblo entero y, podrán bus-car refugio, antes que los sorprenda el colapso.

Ahora el potente y multiplicador gong, se escucha lastime-ro, como premonitor de la gran catástrofe.

Poco a poco el tañido desesperado se fue ahogando entre el rugir destemplado de la mortal y sanguinaria masa oceánica, que todo destruía a su paso. Sin embargo, el hombre de la cha-queta de cuero, no dejaba de jalar la cuerda atada el péndulo.

Una y otra vez, de acuerdo a lo que sus fuerzas y las aguas le permitieron, se escuchaba sollozante el gong… gong… gong.

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LA ÚLTIMA VEZ

Corría cerro abajo, debía relevar a su compañero en la guardia de las abandonadas instalaciones. Estaba atrasado, eran ya casi las tres de la tarde y debía comenzar funciones a esa hora. El al-cohol ingerido en abundancia la noche recién pasada, parecía brotar por su frente ¡diablos!... quien me mandó a tomar tanto, pensó –mientras con la manguilla de su camisa, restregaba el sudor que ardía en sus ojos.

Corral, un pueblo eminentemente naval, no perdonaba la celebración de “Las Glorias Navales”, y esta no fue la excep-ción. La mayoría de sus habitantes participaron de las diversas actividades realizadas en honor de la Marina Chilena. Por su-puesto, que el gran invitado, siempre ha sido el mejor mosto. Obviamente, a este seguramente debían el letargo y ausentis-mo producido aquella mañana del 22 de mayo del año 1960, en las faenas portuarias.

–¡Al fin llegas! pensé que la curadera todavía te tenía en la cama.

–¡Chuta!... no digai na compañero, que se me parte la ca-beza. Parece, que estoy muriendo de a poco.

En el año 1958, paraliza definitivamente su producción,

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la gran usina de Corral “Altos Hornos”. Un último y potente pitazo, anuncia el ciclo cumplido. Múltiples factores, llevan a concluir la inconveniencia de la continuidad de labores. Para Corral, fue la muerte anunciada del gran gigante.

–Mire compañero; yo no tengo la culpa de que usted no controle su afición por el alcohol… me entiende? … así que métase bien en la cabeza “esta es la última vez que llega tarde” o, lo echo al agua. ¿Entendió?…La última vez.

Efectivamente, esa fue la última vez, que llegó.

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TRIPULANTE EVENTUAL

Entre la variedad de fragmentos recogidos, mediante conversa-torios e investigación de los hechos ocurridos el 22 de Mayo del año 1960, destaca la fatídica decisión de un tripulante eventual, del Carlos Haverbeck, barco que luego de horas de zozobras, fi-nalmente termina siniestrado frente a la bahía de Corral.

El ayer y hoy del tripulante no reconocido, Alfredo Fuentes Saavedra, se nos presenta en el relato de su sobrino, don Juan Montaña Fuentes, quien nos dice:

–Para su desgracia, aquella aciaga tarde de otoño, el tío Al-fredo se encontraba realizando labores de estibo en la embar-cación mayor, cuando comenzaron los reales avisos de lo que prontamente se vendría, pero sin duda, que nadie pensó en como derivaría.

–No sé cuánto resista este viejo cascarón, dijo el capitán a su gente. –Aquellos que crean firmemente en el desembarco…Dios los guíe. Cinco hombres recogieron la sugerencia, e inten-taron la proeza de descender por la escalerilla de soga, con la intención de abordar el bote previamente desembarcado. Las corrientes y la furia de las aguas, hacían peligrosísimo el inten-to. Sin embargo, luchaban por sobrevivir. Lamentablemente, la escalerilla conocida como gato, no resistió el peso de los cinco

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hombres, precipitándose estos al vacío, agrega nuestro entre-vistado.

Jamás se encontraron restos atribuibles a esos hombres, por lo que se dice, que aún figuran como desaparecidos.

El día 25 de noviembre del año 2017, fallece en Corral, don Alfredo Segundo Fuentes Ruiz, hijo del desaparecido es-tibador. Sus restos fueron cremados a petición expresa del di-funto, y esparcidos en las aguas de la bahía de Corral, a fin de reencontrarse con su padre, terminó diciendo, Juan Montaña Fuentes.

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LO VIMOS DESAPARECER

Los desastres naturales no avisan, no dan hora ni día. Solo ocu-rren. Por mucho que existan pistas, indicios, estudios o elucu-braciones al respecto, ocurren.

Nadie imaginaba lo que vendría, luego de tan reciente te-rremoto en la zona de Concepción. Los sismos antes y después, fueron achacados a este terremoto, por lo que no estaba en el inventario de nadie, el gran sismo con tsunami incluido.

Aquella apacible tarde invitaba al descanso, o al esparci-miento ligero que ofrecían las soleadas arenas de Corral. Los hombres en su mayoría reposaban el cansancio acumulado en una semana intensa de trabajo, al cual habían agregado ade-más, una noche apasionada de jolgorio pletórico, luego del gran desfile naval, realizado en la plaza de armas de Corral.

Las mujeres, como era costumbre en el lugar, daban los últimos retoques al ejército de platos y utensilios de cocina, acumulados luego del humeante almuerzo familiar. Los jó-venes buscan la complicidad del descanso, para encontrar la oportunidad del beso. Ese beso furtivo que escapa a los ojos de la madre y que aprovecha la resaca somnolienta del padre, hipnotizado con el relato del fútbol, transmitido por la radio regional.

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Las hermanitas Medel, juegan sin sobresaltos, no pueden imaginar lo que vendría luego de esa seguidilla de pequeños sismos en los últimos días, incluyendo el más reciente ocurrido en la madrugada del 21 de Mayo, en la ciudad de Concepción, a eso de las 6.02 horas, dejando gravísimas consecuencias en la región. De pronto, no entienden como, saltan en rebote, mien-tras todo cae a su lado.

No hubo tiempo de plegarias ni llanto, solo vieron a su hermano correr desde Corral bajo, mientras la gran masa de agua, caía tras su espalda. Nadó…nadó, todo lo que más pudo, –contaba Marta, tras 60 años del día de terror. –Un ta-blón lo golpeó… no lo vimos más. Desde las 15 horas y once minutos, de aquel fatídico domingo 22 de mayo del año 1960, no hubo partido de fútbol en aquella radio, y los dulces besos púber, no germinaron. El sonido de lozas y utensilios de co-cina, se confundieron en el lamento crónico, de un terrible maremoto.

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VIVIMOS EL INFIERNO

Era un hermoso día de mayo, muchas embarcaciones parecían flotar como hojas de otoño. De pronto, el invierno llegó, y las hojas se estremecieron con pavor. Las aguas se abrieron y una gran boca succionaba todo lo que flotara a su alrededor. El in-fierno abrió sus puertas, por más que se luchara, era imposible no aceptar la invitación. Nosotros nos resistíamos, El Santiago no se rinde –dijo el primer piloto Manuel Marcoleta. Luego el Carlos Haverbeck, se nos vino encima. –Toda fuerza atrás– orde-nó el capitán, –y el barco pasó como sobre nosotros.

Horas de tensión, terror absoluto. Miles de voces pidiendo socorro. ¡Qué podíamos hacer nosotros, no controlábamos la nave! Las sombras caían y se tragaban Corral y Niebla. Nada se veía, solo gritos. Gritos desgarradores que nos aturdían. Al fin algo maravilloso, una balsa del Carlos Haverbeck se enredaba entre las rocas, saltando todos sus tripulantes.

–Yo estuve en el infierno, –dijo el capitán de la nave San-tiago, don Rodolfo Pierce Rivera, y vi la tripulación del barco Carlos Haverbeck saltar a tierra, por sus vidas.

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MUÉSTRAME EL CAMINO

Aquella mañana del Domingo 22 de Mayo del año 1960, sería tristemente recordada en su vida, pensaba la mujer. Al abando-no de su esposo y padre de sus dos hijas, sumaba pobreza, ham-bre e indefensión. No quedaba qué vender, no hubo suerte. Don Luis, dueño del más grande, y completo negocio de aba-rrotes y pertrechos de Corral, se negó a continuar con el crédi-to, único sustento alimenticio de las mujeres. En esa casa, hasta las ratas pasaban hambre. La mañana era luminosa, aunque para ella, todo era negrura. El pueblo parecía no despertar, tal vez por los resabios de la celebración de las glorias navales.

¡Cómo es posible mi Señor, permitas nos suceda esto! ¡Oh Señor ilumina nuestro camino!!

Eran las 15.00 horas de aquella fatídica tarde, cuando deci-dieron dejar su casa y encaminar sus pasos cerro arriba, con la esperanza de recoger algún excedente de frutos silvestres, que les ayudara a calmar el incómodo momento.

Aquella noche, don Luis el almacenero, dormiría acurruca-do entre el follaje, dos pasos más allá de ellas.

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LO QUE ESCONDE EL RÍO

No podía creer, era imposible, estaban demasiado lejos del sec-tor donde se ubicaba la casa de sus padres… el lugar donde él nació. Es cierto que el terremoto y posterior maremoto, causó hundimientos de terrenos y que también afloró en otras partes, mas, aun así, era improbable según él, lo que estaban viendo sus ojos. –Ya bueno, se dijo- hay cosas en este universo, que aún a más de dos mil años, no les encontramos explicación, y si alguien creyó hacerlo, no ha sido cien por ciento creíble.

El hombre cogió su hacha y la mochila que portaba, enca-minándose hacia una pequeña embarcación que se encontraba amarrada en un improvisado embarcadero, el cual era utiliza-do por los lugareños cuando debían cruzar el río en busca de sus pertrechos. En esta parte, el rio Chaihuín, muestra toda su majestuosidad y, nada indicaba algún resabio de la bestial crecida del año 1960, producto del gran terremoto y posterior tsunami, el cual destruyó la ciudad de Valdivia y específicamen-te la comuna de Corral.

La diminuta lancha, dejaba una preciosa estela en su avan-ce. El día era luminoso, el rugido del motor fuera de borda apagaba cualquier canto o graznido de aves. No se explicaba cómo fue a parar tan lejos del sitio inicial, aquello tan preciado y significativo para él.

No había dudas, su padre lo había comentado muchas ve-ces antes de perder la noción del tiempo por su avanzada edad. –Lo trajeron de Alemania, cuando llegaron los jutres por es-

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tos laos. –Yo era chiquichicho, mi paire le trabajaba al gringo. Siempre miraba como cortaba con tanta facilidad las maderas. Era enterito de acero, del gueno– decía mi viejo, –y tenía las letras del patrón en la hoja, por los dos laos.

Yo vi cuando on Müller le dijo a mi paire que lo guardara, que ahora era suyo pa que lo recordara. Y se fue el gringo, se volvió a su patria. Y mi paire se quedó al cuidado de lo que tenía, pero ligerito apareció otro jutre, que dijo ser dueño de lo que allí había. Mi viejo fue leso y entregó en bandeja. No tenía letra, tampoco escrebía, así que agarró el tranco y los juimos pa bajo. Allá naciste vo, porque yo me casé y te hice la cuna, que después se perdió cuando el agua y el cerro sepultaron el rancho.

–Tu maire bendita, Q. E. P. D jue la salvadora de tu herma-no y vo. Yo andaba lejasos arriando animales y, cuando volví, todo esto eran lodazales. No estaba mi rancho, no estaba mi vieja, ni estaban ustedes. Me encomendé a mi paire y mi maire, que de seguro miraban desde el cielo. Ellos me dieron la juerza pa’ buscar en los albergues, que se habían levantado. Lo más triste de todo, es que a los días, se murió mi vieja, por too lo que había pasao. –Si yo hubiera estao, seguro que aún taría a mi lao. De pronto un golpe estremeció la embarcación, el hombre volvió en su juicio, aferrando el timón. No se percató entre sus recuerdos, del pequeño embarcadero. Ahora, debería reparar su historia y el agujero.

–Veo que llegas contento a pesar del contrapié, dijo la esposa sin prisa, caminando de revés- ¡Venga… venga don Prudencio, su hijo ha llegado ya, después se lavan las manos, que el almuerzo listo está. –El hombre abrazó a su padre y le muestra con amor, lo que había en su mochila, que le causaba un temblor. El anciano balbuceó con claridad las palabras, mientras dos lágrimas gruesas, se arrugaban por su faz. –Bendito sea mi Dios, si lo recuerdo clari-to, el SERRUCHO de mi paire, que se tragó el arroyito.

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DE TAL PROFE, TAL ALUMNO

El hombre acaricia con ternura, el pequeño cofre de madera. Sus manos tiemblan, quizás por la emoción o los años pasa-dos. Muchos chiquillos le rodean, la expectación es siempre un buen ingrediente; nadie lo puede creer, son 60 años acumula-dos, 60 años que se han ido como en un abrir y cerrar de ojos. En esa diminuta caja, caben miles de recuerdos, cientos de do-lores pasados, cantidad de nombres olvidados, el primer amor del niño taimado, ese que se enojaba cuando ella jugaba y no le nombraba. -En fin, esta no es una caja cualquiera, ni tampoco de Pandora, no hay sorpresas; en ella solo hay vida, dijo una vez el abuelo, con una copa en la mano, –siempre la atención familiar, ha estado centrada en la caja.

Los hijos nunca preguntan, y aunque son adultos, saben que un día la abrirá. Hoy es algo diferente, todos están en casa, el abuelo, la abuela, los cinco hijos, doce nietos y sus madres. Doce adultos, doce niños, pareciera un encuentro de fútbol. El bullicio es terrible, todos van, todos vienen. Las mujeres ponen la mesa y los hombres la conversa. El asador tapizado y dos hijos a su lado. La carne viaja de tenedor en tenedor, y el visto bueno del patrón. Esa casa es alegría, es confianza, es amor. El patriar-ca cumple años y hay que celebrarlo. Allí está frente a la gran mesa, la inmensa mesa, que aun así, no da para todos.

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La mesita ratona, se volvió indispensable; cuatro niños co-miendo no dejan de ver el cable. Hubo un desfile de vasos, de ensaladas y de pollo; mucha carne colorante que se quedó entre los dientes, y la sopa del abuelo, para nublarle los lentes.

Ha llegado el momento, la abuela cariñosa, que se aferra de su esposo, como en un abrazo de osos. Él la mira y sonríe, sabe que ella le ama, y cómo no ha de saberlo si es la misma que le daba parte de su merienda, porque él no llevaba. También fue la que soplaba, los verbos en castellano, para luego en el recreo, con rubor coger su mano.

Luego de los regalos, de la torta y los abrazos, el viejo emo-cionado, trajo recuerdos pasados. –Yo sé que siempre han querido saber qué contiene esta caja. –Nunca he dicho lo que encierra este tesoro, porque para mí es oro, oro que un día en-contré, caminando por la playa, meses después de aquel día, en que la furia del mar, nos hizo a todos temblar y clamar a Dios nos diera, por Fe la oportunidad, de volver a comenzar.

La abuela ya sabía lo que ahora se venía, tomó la caja en sus manos, y mirando a sus hijos, les dijo fuerte y golpeado: –Lo que hay en este cofre, no es oro ni piedras preciosas, es mucho más que esas cosas, es lo que a su padre y madre, les enseñó a ver la vida; sin rencor y sin temor, a pesar de aquella furia, que nada discriminaba. Es en definitiva hijos, la línea del buen camino, la llave para el amor y las manos del amasijo. –El viejo abrazó a su esposa y sus lágrimas secó, luego recordó el mo-mento de aquel 22 de Mayo, cuando llorando espantado, vio como su padre y madre, lo alzaban sobre aquel risco, poniendo a salvo la vida, de quien adoraban re tanto.

–No he tenido que decirles como criar a sus hijos, porque lo que ustedes han visto a través de nuestra historia, me lo reflejan ahora, y eso me hace feliz. Ahora que he jubilado y que gano

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una miseria, no piensen que lo transformo en pena, porque este profesor de Primarias, no gane lo que otros ganan, sin ni siquiera ver, como nace la mañana. Ustedes son mi pasado, mi presente y mi futuro y, les tocará muy duro si quieren cambiar el mundo, yo les dejo mi lugar, continúen el mandato, en este cofre están los datos. La escritura, el saber. Cuando encontré lo que hay en él, enterrado en la arena, con quince años apenas, entendí bien la señal. Limpio, seco, pulcro y sano, desde enton-ces en mis manos, para enseñar con ternura, lo que hablan sus figuras. El viejo cogió la llave, y abrió con delicadeza. Muy bien guardado entre sedas, en cubículo de vidrio, apareció aquel tesoro, que ahora el viejo mostraba. Rodeaban todos al profe, que con orgullo enseñaba, la fuente de inspiración, que a sus hijos heredaba. “Silabario Hispanoamericano”.

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CORAZÓN DE QUILTRO

Solo corría y corría, no sabía qué hacer, no entendía lo que sucedía, ese sonido no era habitual, lo descompensaba, lloraba sin parar, miraba con grandes ojos hacia el mar. ¿Qué hacer, dónde ir? ¡No veo mi casa! ¿Quién se la llevó?

Él no dimensionaba la gravedad del momento, su hermano no estaba, no lo veía entre tanta gente ¡Ay… ay.! ¡Dios santo! Me han golpeado fuerte… nadie me ve… me ignoran… ¿Dón-de está René? ¡René… René… René! No volveré a esconder-me. ¡Ven, sigamos jugando! La desesperación cundía, las aguas embravecidas, arrastraban todo a su paso. Enormes maderos parecían aletear como aves caídas.

Todo era un caos. Ya todo vestigio de resistencia, era inútil. Casas, animales y personas, eran consumidas por el socavón del infierno, que dejaba el retiro de las aguas. ¡Al fin!.. allí estaba René… El niño había sido rescatado por su padre, y se negaba a ser retirado hacia el cerro, mientras no supiera de su amigo del alma, eran inseparables. Solo un padre entiende de eso. ¡René… René! parecía gritar en su ladrido el pequeño quiltro.

Mojado, herido, sangrante y con una pata a la miseria, el perro y su amo, ahora se abrazaban.

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SIEMPRE DAMA

Corral… tarde soleada de otoño creciente.

Concepción… otoño, lamentos, luto y destrucción. Quién podría comparar una ciudad con la otra. En una lloran, en la otra retozan.

Las damas eran atendidas cortésmente, por el capitán del Carlos Haverbeck, en cubierta. Era un momento protocolar, el capitán de Puerto, junto a su hija, visitaban las dependencias del barco. El sol parecía benévolo, quizás no lo era tanto en la ciudad que lloraban. El mar, calmo y proveedor, asila-ba algunas embarcaciones mayores, y un sinfín de pequeñas naves pesqueras, que seguramente descansaban de la inten-sa actividad mantenida el día anterior, cuando celebraron con gran regocijo, “Las glorias Navales”. Todo cambió en un abrir y cerrar de ojos. El reloj con figura de timón, que man-tenía el capitán sobre el puente de mando, se desplomó tras un potente sacudón, cuando marcaba las 15 hrs. y 11 minu-tos. Mantener la calma–, fue la orden. Solo es un temblor… ya pasará –dijo el capitán, – lo que no sabía, es que el sismo se extendería en el tiempo, por 14 interminables minutos, lo que obviamente, traería destrucción y consecuencias fatales. –Todo el mundo a las balsas, –ordenó luego el marino. Fue imposible gobernarlas, las fuertes corrientes, el levantamien-

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to de grandes montañas de agua y el socavamiento luego de estas, lo impedían. Debieron volver apresuradamente, subien-do por las escalerillas de soga, que colgaban desde cubierta. Para los hombres, la misión fue exitosa, no así, para las dos únicas mujeres del grupo.

Las fuerzas eran escasas, la hija del capitán de Puerto, como buena hija de marino, trepaba sin olvidar a su compañe-ra de destino, jalándola con habilidad, mientras los tripulantes alzaban la escalerilla con las dos mujeres. En el esfuerzo reali-zado, una de las mujeres pierde un tacón de su zapato, lo que obliga su rescate. No importó el segundo de vida o muerte para la dama, solo la necesidad de ser rescatada, integra, incluyendo su calzado. Las horas de terror en el Carlos Haverbeck continua-ron, hasta que finalmente antes de zozobrar definitivamente, la tripulación saltó a tierra, en los roqueríos de San Carlos. Las fuerzas de la naturaleza, no discriminan, ahora todo el sur de Chile, lloraba. Sin embargo, en Corral, una mujer nos ense-ñó, que no importa el peligro, la adversidad o el miedo, “Una dama, es siempre, dama” .

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UNA CUCHARA

No es extraño encontrarse con personas mayores, sobre todo aquellas que por diversas razones, permanecen solas, o con muy poca o nada de compañía familiar, que mantengan cos-tumbres, manías o hábitos, que para los demás resulten ex-traños, poco usual, o derechamente inadecuados. Muchos de estos casos caen en la resultante del mal del síndrome de Dió-genes, que son aquellas personas dedicadas a la acumulación de basuras y desperdicios domésticos. Por lo general, los mayo-res mantienen un apego increíble con sus pertenencias y, son capaces de conservarlas en perfecto estado. También son asi-duos a coleccionar objetos, muebles, o cualquier tipo de cosas, que haya sido su preocupación siempre.

En mis esporádicas visitas a contar del año 1989, a la comu-na de Corral, para compartir con la tía abuela de mi esposa, pude apreciar la diversidad de objetos de índole coleccionable, que mantenía en casa. Entre lo más peculiar, que llamaba mu-cho mi atención, era una especie de muestrario con muchas piezas diferentes, de cubiertos para comer. Los había de dis-tinta calidad: plaqué, bronce, plata y otros. Las cucharas pa-recían ser sus predilectas. En una oportunidad, no pudiendo mantener mi curiosidad, le pregunté: –¿A qué se debe tanto

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servicio y especialmente tanta cuchara tía? –Mira Nicasio, (así me decía ella) cada objeto de los que tú ves aquí, pertenece a una historia, historia que difícilmente podamos compartir al-gún día, ellas permanecen sepultadas, enterradas en la arena, o en cualquier parte de nuestra comuna, incluso en el fondo del mar. Mi primera cuchara, la encontré a los días siguientes del terremoto del año 1960. Estaba observando las ruinas y escom-bros de nuestra casa, pensando en lo terrible que puede llegar a ser la naturaleza, cuando entre el lodo, brilló de manera ins-tantánea, como avisando que allí se encontraba… así lo creí yo al menos… esta pequeña cuchara que tú observas. Tal vez para ti no represente nada, pero para quienes perdieron todo lo que tenían, una cuchara puede llegar a ser de gran valor en su vida, continuó la tía. Desde ese preciso momento, sentí que debía buscar incansablemente esos pequeños objetos, que claman ser encontrados y devueltos a la vida. Te diré, que aún hoy, después de más de treinta años de la catástrofe, sigo encontrando piezas en los sitios más inesperados. Puede que más de alguna, haya pertenecido a la cocina de mi hermana. Ve tú a saber.

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Trabajadores de los Altos Hornos de Corral, una de las primeras industrias side-rúgicas de Chile. Junto a los obreros de la empresa aparece un niño viandero, en-cargado de llevar alimentos a los trabajadores. Corral 1956. Fotografía donada por Sergio Campos Valezze

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