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CALIFATO EN CRISIS EL SIGLO X (971-980) Francisco Suárez Salguero

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CALIFATO EN CRISIS EL SIGLO X (971-980)

Francisco Suárez Salguero

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Este libro lo ha escrito el Dr. D. Francisco Suárez Salguero, presbítero de la

Archidiócesis de Sevilla, el cual, con su elaboración propia y esmerada, lo pre-

senta teniendo en cuenta que por algunos de los textos que aquí se ofrecen, no

siendo muchos, cabría también considerarse como a modo de editor.

Agradeciendo a cuantas personas documentan al respecto por diversas fuentes

bibliográficas o informáticas.

Por todo ello y para no causar ningún perjuicio, ni propio ni ajeno, queda

prohibida la reproducción total o parcial de este libro, así como su tratamiento o

transmisión informática, no debiendo utilizarse ni manipularse su contenido por

ningún registro o medio que no sea legal, ni se reproduzcan indebidamente di-

chos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia, etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

En esta década del siglo X (971-980), entre otros varios hechos históricos, veremos la

sucesión de Alhakén II, al morir (año 976), por su hijo Hisham II, todavía un niño.

Surgirán dos problemas: Desde el punto de vista jurídico, la cuestión de la legalidad del

gobierno de un menor de edad, que en las sociedades islámicas clásicas no era lo nor-

mal. Por otro lado, la crisis política que la proclamación de Hisham II desencadenó, de-

bido a las resistencias que generaban en ciertos medios palatinos y jurídicos su minoría

e incluso su endeblez política. En este contexto, Muhammad ibn Abi Ami (el futuro Al-

mazor, cuando, en el año 994, adopte este nombre), ya muy poderoso desde el reinado

de Alhakén II, logrará usurpar completamente el ejercicio del poder, marginando del to-

do al joven califa y provocando el descrédito califal. Por todo ello, la proclamación de

Hisham II como califa constituyó el primer eslabón de la crisis del califato de Córdoba

hasta desmembrarse y quedar abolido después, como se irá viendo en los años sucesi-

vos, cuando surjan los reinos de Taifa.

La Península Ibérica en el año 980

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Año 971

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~ 6 ~

SEVILLA

Transcurrieron cerca del litoral andalusí flotas de vikingos daneses, bastantes drak-

kars,1 aunque no llegaron a recalar en ninguna costa. No obstante, en prevención de po-

1 Las drakkars eran embarcaciones largas, estrechas, livianas y con poco calado, con remos en casi toda

la longitud del casco. Versiones posteriores incluían un único mástil con una vela rectangular que facili-

taba el trabajo de los remeros, especialmente durante las largas travesías. En combate, la variabilidad del

viento y la rudimentaria vela convertían a los remeros en el principal medio de propulsión de la nave.

Casi todos los barcos drakkars eran construidos sin utilizar cuadernas. Utilizaban el método de casco

trincado, superponiendo planchas de madera unas a otras y para tapar las juntas de unión entre las plan-

chas se utilizaba musgo impregnado con brea. El reducido peso del drakkar y su poco calado hacían po-

sible que navegara por aguas de sólo un metro de profundidad, lo que posibilitaba un rápido desembarco e

incluso el transportar la embarcación por tierra.

En su origen estas embarcaciones no tenían quilla, que no se impuso hasta el siglo VII para ofrecer ma-

yor estabilidad durante la navegación. También inventaron un ingenioso timón que estaba fijado a estri-

bor.

La embarcación drakkar fue utilizada por los escandinavos, sajones, daneses y vikingos en sus incur-

siones guerreras, tanto costeras como interiores, durante los años que van sobre todo del 700 al 1000. Los

drakkars fueron los barcos más representativos del poderío militar e invasor de los escandinavos y los

consideraban como sus mejores reliquias. En las islas Lofoten de Noruega, algunos barcos de pesca se si-

guen aún fabricando según aquellas técnicas.

La palabra "drakkar" es una transformación de un antiguo término islandés usado para designar a los

dragones. A la embarcación conocida como drakkar se la ha llamado así debido a que a menudo el mas-

carón de proa que llevaba era la representación de la cabeza de un dragón o bestia fabulosa. Se llamó por

tanto drakkar a estas embarcaciones por metonimia de una de las partes que las constituían. "Dragón", en

singular, era "dreki"; en plural, "drekkar", de manera que "drakkar" (sin necesidad de que sea drakkars)

es deformación de lo que significaba "dragones", "mascarones", o bien "barcos".

Las mejores pistas sobre las técnicas de construcción de los drakkars provienen de los barcos fúnebres.

En la sociedad vikinga era común que los reyes fuesen incinerados junto con su drakkar y sus más valio-

sas posesiones. El barco funerario de Oseberg en Noruega (Museo de barcos vikingos de Oslo) y el

drakkar anglosajón de Sutton Hoo en Inglaterra son buenos ejemplos.

Los drakars eran extraordinariamente estrechos en relación a su longitud, sobre todo si los comparamos

con los estándares actuales. El mayor drakkar descubierto (en el puerto de Roskilde) tiene 35 metros de

eslora. Embarcaciones más recientes, optimizadas para la navegación, tenían ratios de 1 a 7 o incluso de 1

a 5.

En contraste, los barcos escandinavos dedicados al comercio, llamados knarrs, tenían mayor calado y

eran más anchos para acomodar la carga; para navegar dependían mucho más de las velas. Es posible es-

tablecer una relación similar entre las galeras mediterráneas y los barcos mercantes, más redondeados.

Más tarde se empezaron a utilizar velas rectangulares hechas de lana y reforzadas con cuero. Los drak-

kars eran muy rápidos y veloces, alcanzando velocidades de 14 nudos. Eran naves con una excelente na-

vegabilidad, pero, al ser esencialmente embarcaciones abiertas, no eran muy habitables. Sin embargo, es-

to no impidió a los primeros exploradores escandinavos descubrir y asentarse en Islandia, Groenlandia e

incluso llegar hasta Terranova (Vinland, en la actual Canadá).

Hubo varios tipos de drakkars, según sus características, dimensiones, funciones o detalles constructi-

vos:

El snekke era el barco de guerra por excelencia. Un snekke típico podía tener unos 17 metros de eslora,

una manga de 2,5 metros y un calado de sólo 0,5 metros. Su tripulación se compondría de unos 25 hom-

bres.

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sibles ataques, el califa Alhakén II ordenó al almirante de su flota mediterránea, Abde-

rramán ibn Rumahis, que se concentrara en algunos puntos defensivos, sobre todo en el

puerto de Sevilla.2

Los mayores barcos dragón eran de prestigio y tan grandes como les permitía su quilla. Sus dimen-

siones eran variadas y no fue un tipo de barco demasiado frecuente. Podía llevar entre 61 y 121 hombres,

según se utilizara uno o dos por cada remo.

El knarr era la versión comercial del drakkar, especialmente construido para todo tipo de carga, inclu-

yendo la de tropas, si era necesario, así como ganado y esclavos (thrallas).

2 Existen numerosos textos griegos y latinos que resaltan la importancia del puerto de la antigua ciudad

de Híspalis, la actual Sevilla. Siendo navegable el Guadalquivir de Córdoba a Sevilla y viceversa, además

por supuesto de ser navegable hacia la desembocadura.

Durante la Edad Media, el puerto de Sevilla siguió teniendo importancia, siendo su período de mayor

esplendor desde principios del siglo XVI, a raíz del descubrimiento de América y por establecerse en

Sevilla la Casa de la Contratación (año 1503), que centralizaba todo el tráfico marítimo con las llamadas

Indias. De la rica área agrícola que rodea la ciudad se exportaron aceite de oliva, vino y muchas mer-

cancías hacia América. De Sevilla partieron también casi todas las expediciones españolas destinadas a

América al menos durante la primera mitad del siglo XVI.

En esos tiempos, el puerto se encontraba situado en el Arenal, una explanada que se extendía entre las

murallas y la orilla izquierda del Guadalquivir, entre la Puerta de Triana y la Torre del Oro. Hubo también

unos pequeños astilleros donde se construían barcos de máximo 200 toneladas.

El declive del puerto sevillano empezó en el siglo XVII, cuando los galeones, cada vez más pesados a

causa de las guerras navales entre España y Holanda, se volvieron incapaces de navegar por el río Gua-

dalquivir. La escuadra de guerra que protegía al convoy comercial pasó a arribar a Cádiz y ya sólo los

barcos mercantes, pequeños y de poco calado, continuaron subiendo hasta Sevilla. En 1680 se trasladaron

definitivamente los despachos a Cádiz. Empezó entonces un período de decadencia para el puerto de

Sevilla, que ya nunca recuperó su esplendor anterior.

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CATALUÑA

Miró III, conde de Cerdaña y de Besalú, tercero de los hijos de Miró II3 y de Ava, que

sucedió a su hermano Sunifredo II de Cerdaña,4 clérigo arcediano desde el año 957,

pasó recientemente a ser designado obispo de Gerona. Tiene ahora 51 años de edad. Es

muy erudito.5 Mantiene gran amistad con Gerberto de Aurillac.

6

La vida eclesiástica catalana está siendo muy movida en estos tiempos. Mediante Bula

del Papa Juan XIII, los derechos de la Iglesia (Sede) Metropolitana de Tarragona pasa-

ron al obispado de Vich (Osona), todo ello bajo el pretexto de haber en Tarragona mu-

cho dominio musulmán aún. Siendo esto así, independizadas las diócesis de Cataluña de

la metropolitana Narbona, el obispo Ató de Vich pasó a ser arzobispo, siendo sufragá-

neas diócesis importantes como Barcelona, Urgel y Elna,7 quedando suprimido el obis-

pado de Gerona, al ser considerado anticanónico el nombramiento como obispo de Miró

III, siendo Ató quien administra esa diócesis.

Pero el 22 de agosto, en extrañas circunstancias, tras su viaje a Roma, Ató murió ase-

sinado. Le sucede Fruia y pugna por la sede de Vich el clérigo Guadall.

De otra parte, el conde Borrell II de Barcelona, que lleva también 10 años ostentando

el título de marqués y usa igualmente el título de duque de Gotia, envió, por cuarta vez,

una embajada a la califal capital Córdoba, siendo la segunda embajada catalana que

comparece ante Alhakén II. Dicha embajada la encabezó el vizconde Guitard de Bar-

celona. Partieron hacia Córdoba, el 10 de agosto, Guitard y el alcaide (jefe policial de

Tortosa y Valencia) Hisham ibn Mohamed ibn Utman,8 que es sobrino del hayib (pri-

mer ministro) del califato Yahya ibn Utzman Al-Mushafi. Un grupo de 5 distinguidos

3 Hijo de Wifredo el Velloso y de Guinidilda de Ampurias, condes de Barcelona. Miró II heredó el con-

dado de Cerdaña de su padre, su hermano Sunifredo recibía el condado de Urgel, mientras Wifredo II Bo-

rrell y Suñer (o Sunyer) I recibían el condado de Barcelona. Tras la muerte de su tío Rodolfo de Besalú

(año 920) heredó el condado de Besalú, del todo unido al de Cerdaña.

4 Hijo de Miró II de Cerdaña, heredó de su padre el condado de Cerdaña y de su hermano Wifredo II el

condado de Besalú. Hasta el año 941 dominó también sobre los territorios de la viuda condesa Ava.

5 Sus escritos de carácter histórico se dedican a recordar y exaltar los personajes de las familias condales

catalanas.

6 Futuro Papa Silvestre II.

7 Actualmente en territorio francés.

8 O Ibn Hisham, según algunas fuentes.

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mozárabes cordobeses, entre ellos el obispo Asbag de Córdoba, hicieron de intérpretes

en esta embajada de catalanes ante el califa.9

Campanario de la catedral de Vich

9 Continuaron escribiéndose en Córdoba los Anales Palatinos correspondientes al califato de Alhakén II.

Cf. Antonio Arjona Castro (1982): Anales de Córdoba musulmana (711-1008), Córdoba, Monte de Pie-

dad de Córdoba.

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~ 10 ~

NORTE DE ÁFRICA

El bereber Zawi ibn Manad (o Ziri Manad), fiel a los fatimíes, atacó al bereber Yafar

ibn Alí, que de servir a éstos se pasó al bando de los maghrawas y omeyas, siendo Zawi

derrotado y muerto decapitado. Su cabeza se la llevaron al califa Alhakén II. Le sucede

su hijo Buluggin ibn Ziri.

En la parte noroccidental de África, Al-Garb, combatieron el emir del lugar, Hasan

ibn Qannum Asan (Ibn Guennun), señor de la capital emiral, Arcila,10

y el idrisí Hassan

II, rebelado contra los omeyas con apoyo de los fatimíes. En esta guerra del Magreb,

muy recrudecida en octubre, tuvieron que hacerse presentes los oficiales de Alhakén

II.11

10

Esta ciudad, a orillas del Atlántico, está situada a 110 kilómetros de Ceuta.

11

En otro terreno (Imperio Bizantino), podemos notificar también en estos tiempos la guerra que tiene

desatada el emperador Juan I Tzimisces contra el Rus de Kiev.

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CÓRDOBA

Murió en Córdoba, el historiador andalusí Muhammad al-Jusaní.12

Escribió una Histo-

ria de los jueces (cadíes) de Córdoba (Kitáb al-qudá bi-Qurtuba), donde recoge una

importante recopilación documental y biográfica, utilizando magistralmente, con objeti-

vidad, muy variadas fuentes.

12

Conocido también como Al-Jusanî de Qayrawân o Aljoxaní, que había nacido en Qayrawân (Kairuán),

en fecha de la que no tenemos constancia histórica.

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~ 12 ~

IONA (ESCOCIA)

En Iona13

recibió sepultura el rey Culen de Escocia, muerto en este año, cuarto de su

reinado, siendo hijo de Indulf. Fue implicado en la muerte de su antecesor el rey Dubh

(962-966) y no fue capaz de acabar con la anarquía de estas tierras. Culen murió lu-

chando contra el rey de Strathclyde.14

También murió combatiendo junto a él su herma-

no Eochaid. A Culen le sucede Kenneth II, hermano de Dubh.15

13

Iona es una pequeña isla a occidente de Escocia (islas Hébridas, separada de la isla de Mull por el es-

trecho de Iona). Podemos recordar que aquí, en el año 563, San Columba, exiliado de Irlanda, fundó un

monasterio, que llegó a ser la célebre abadía de Iona, desde donde se cristianizó Escocia. Se cree también

que el célebre Libro de Kells (año 800) fue redactado en Iona. El monasterio existió hasta la Reforma an-

glicana. En 1938 se fundó en el lugar una comunidad cristiana ecuménica.

14

Reino británico al sur de Escocia.

15

Constantino III de Escocia, hijo de Culen, reinará posteriormente.

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Año 972

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~ 14 ~

NORTE DE ÁFRICA

Y PORTIMAO

Alhakén II, que sigue enfrentándose con sus oficiales a la caótica situación en el norte

de África, logrando controlar la situación,16

tuvo que enviar también en este año una flo-

ta a las costas del Algarve portugués, zona toda ella de Al-Ándalus, al mando de Galib,

para atajar a los atacantes vikingos, los cuales fueron derrotados en Portimao, en la

desembocadura del río Arade. Resultaron destruidas 28 naves (drakkars) vikingas da-

nesas.

16

El califa fatimí Al-Muizz trasladó su Corte desde Mahdia (Tunicia) a Al-Fustat (El Campamento),

donde fundó Al-Qahira (La Triunfante), ciudad que hoy es El Cairo, la capital de Egipto. Ifriqiya es go-

bernada por el emir Buluggin ibn Ziri.

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~ 15 ~

RUS DE KIEV

En marzo, murió asesinado Sviatoslav I, a los 30 años de edad y en casi una década de

reinado (en expansión por el Volga y el Danubio), hijo y sucesor de Igor y Olga de

Kiev, la cual habiéndolo querido convertido en cristiano no lo consiguió. A su muerte

hay guerra civil por la sucesión, pero su sucesor es su hijo Yaropolk, muy joven aún.17

Acerca de la infancia y juventud de Sviatoslav, no ha trascendido mucho que se sepa.

Sí es conocido que su padre, Igor de Kiev, murió asesinado a manos de los dreulianos18

(año 942) y que Olga vengó luego su muerte, convirtiéndose en regente hasta que Svia-

toslav fue mayor de edad (año 963).19

Poco después de acceder al trono, Sviatoslav comenzó a guerrear para expandir la

Rus hacia el valle del Volga y la estepa del Caspio. Su gran logro fue la conquista de la

gran Jazaria o dominio de las jázaros en la Europa oriental.20

Mantuvo Sviatoslav una

política de alianzas a conveniencia según los propios intereses, destacando al respecto

cuando se alió con los pechenegos contra Bizancio. Valiéndose también de muchos sol-

dados mercenarios, realizó muchas campañas militares y guerreras, destacando entre

ellas las de los Balcanes.

La aniquilación de Jazaria debilitó mucho la alianza entre la Rus y Bizancio, lo cual

puso fin al enfrentamiento entre ambas potencias durante la guerra del año 941. Gracias

17

De unos 12 ó 14 años de edad, sin que esta edad pueda precisarse más.

Tras la muerte de Sviatoslav, se crearon fuertes tensiones entre sus hijos, lo que generó una guerra entre

los legítimos Yaropolk y Oleg, que acabarán asesinados. En el año 977, Vladimir (San Vladimiro I) es-

capará huyendo desde Nóvgorod a Escandinavia, pero volverá al mando de un gran ejército y (no siendo

aún cristiano) matará a su hermano Yaropolk (año 980), entronizándose en la Rus de Kiev (territorios de

la actual Ucrania).

18

Ucranianos.

19

Cuanto sabemos de Sviatoslav I se debe a la denominada Crónica de Néstor (de un monje que así se

llamaba), que narra la historia del primer Estado eslavo oriental o Rus de Kiev entre los años 850-1110.

Esta Crónica está datada hacia el año 1113.

Sviatoslav tuvo una numerosa descendencia, pero el origen de sus esposas no está especificado en

la Crónica de Néstor. De sus esposas tuvo a Yaropolk y a Oleg (los cuales no se sabe si son hermanos o

medio hermanos). De su amante Malusha, una mujer de la que no se sabe casi nada, tuvo a Vladimir (San

Vladimir o Vladimiro I, que sucederá a Yaropolk), que convertiría definitivamente a los rusos de Kiev al

cristianismo. El cronista bizantino Juan Skylitzes cuenta que Vladimir I de Kiev tuvo un hermano llama-

do Sfengus, pero no se sabe si era hijo de Sviatoslav o de un segundo marido de Malusha, o si era sim-

plemente un noble de Kiev.

20

Se barajan diversas posibilidades sobre las causas del conflicto entre la Rus y los jázaros; la primera es

el interés de Sviatoslav sobre la ruta comercial del Volga (que reportaba muchos beneficios a Jazaria) y la

segunda postula que el emperador Romano I de Bizancio azuzó a la Rus contra los jázaros (con los que se

habían enfrentado los bizantinos al darse éstos a la persecución de los judíos, muy numerosos en Jazaria).

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~ 16 ~

a aquella alianza la Rus y el Imperio Bizantino habían colaborado en campañas milita-

res, como la expedición a Creta del Emperador Nicéforo II.

En los años 967-968, el emperador bizantino envió a su agente Kalokyoros a la Rus,

para que convenciese a Svatioslav de que le asistiese en la guerra contra los búlgaros. Se

le pagaron 15000 monedas de oro a Sviatoslav para que hiciese frente a los gastos del

viaje y la organización de un ejército de 6.000 hombres, la mayoría mercenarios peche-

negos.

Svatioslav venció a Boris II de Bulgaria en la batalla de Silistra y ocupó entonces todo

el norte de Bulgaria. Mientras tanto, los bizantinos azuzaron a los pechenegos contra la

Rus y sitiaron la ciudad de Kiev (donde se encontraban Olga y su hijo Vladimir) en el

año 968. Inmediatamente, Sviatoslav regresó con su ejército (druzhina) y liberó la ciu-

dad del asedio, pero ésta siguió estando bajo la amenaza de los pechenegos. Boris II fue

hecho prisionero y como tal fue llevado a Constantinopla (año 971).

Sviatoslav se negó a dar sus conquistas balcánicas al Imperio Bizantino, por lo que

comenzó un conflicto abierto. A pesar de la oposición de los boyardos (nobles terrate-

nientes eslavos) y de su madre, Sviatoslav decidió trasladar la capital de Kiev a Pere-

yaslavets, cerca de las bocas o desembocaduras del Danubio, ricas y fértiles, debido a su

posición estratégica y a la amenaza continua de los pechenegos a la antigua capital.

En el verano del año 969, Svatioslav abandonó la Rus de nuevo, dividiendo sus domi-

nios en tres regiones, dejando cada cual bajo la regencia de sus hijos. Y comandó un

ejército que incluía mercenarios pechenegos y magiares, con los cuales invadió de nue-

vo Bulgaria, devastando Tracia y capturando la ciudad de Filipópolis.21

Nicéforo II se

puso entonces a fortalecer las defensas de Constantinopla y preparó nuevos y entrena-

dos regimientos de caballería para atacar a Sviatoslav. Pero Nicéforo murió asesinado y

destronado por Juan I Tzimisces,22

entronizándose como nuevo emperador.

Juan I Tzimisces intentó en primera instancia persuadir a Sviatoslav de que abando-

nase Bulgaria, pero Sviatoslav respondió retando a Juan y asediando la ciudad de Adria-

nópolis23

(año 970). Ese mismo año, el emperador Juan I preparó la contraofensiva,

poniendo al mando de la misma a su paladín Bardas (cuya familia posee grandes pro-

piedades en la Anatolia oriental, donde Juan tuvo que aplacar serias revueltas). La coali-

ción de la Rus con pechenegos, magiares y búlgaros fue derrotada por los bizantinos en

la batalla de Arcadiópolis (año 970).24

Cuando el emperador logró aplacar la revuelta de

Anatolia, se puso a la cabeza de una armada que le arrebató Bulgaria a Sviatoslav, con-

21

Actual Plovdiv (Bulgaria).

22

Tzimisces significa “bota roja”.

23

Actual Edirne, en la Turquía europea.

24

Esta batalla se resolvió favorablemente a los bizantinos que solamente perdieron unos 550 hom-

bres. Pero los rusos y pechenegos sufrieron miles de bajas, y sucedió también que se rompió la alianza en-

tre pechenegos y rusos. Al parecer, los primeros creían tomar parte de una expedición de saqueo, y no

estuvieron dispuestos a una guerra abierta contra el ejército bizantino.

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~ 17 ~

quistando la ciudad balcánica de Marcianópolis, donde la Rus tenía cautivos a numero-

sos príncipes búlgaros.

Sviatoslav se retiró de Silistra, que las tropas bizantinas habían sitiado durante 65

días. Vencido y rodeado, el príncipe ruso tuvo que firmar un acuerdo con el emperador,

comprometiéndose a abandonar los Balcanes, renunciar a sus pretendidos derechos so-

bre Crimea y volverse a las tierras occidentales del Dniéper. Para su regreso, Juan I Tzi-

misces le proporcionó víveres y un pasaje seguro de vuelta, desembarcando en la ucra-

niana isla de Berezan, en las fuentes del Dniéper. El ejército ruso acampó allí durante

todo el invierno y algunos meses después la hambruna lo devastó.25

Temiendo que la paz con Sviatoslav no durase mucho, el emperador Juan indujo al

kan (o jan) Kurya, pechenego, a que lo matase antes de que regresara a Kiev. Esta ac-

ción sigue la política descrita por Constantino VII en su libro De Administrando Im-

perio, que fomenta el enfrentamiento entre la Rus y los pechenegos. Sviatoslav fue avi-

sado del complot, pero él no hizo caso. Cuando atravesó las tierras de los pechenegos,

fue asesinado, tal como se había planeado y previsto.26

Sviatoslav I

25

Para la Rus, la campaña de Sviatoslav no trajo ningún resultado tangible, pero dejó a Bulgaria a merced

de los ataques del emperador bizantino Basilio II (976-1025).

26

Así lo cuentan las crónicas eslavas del momento. La calavera de Sviatoslav fue colocada en el cetro de

Kurya.

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~ 18 ~

ROMA

El 6 de septiembre murió asesinado en Roma el Papa Juan XIII, en el séptimo año de

su pontificado. Tenía 62 años de edad.27

Le sucede Benedicto VI,28

con todo el apoyo

de Otón I, sin ser aceptado sin embargo por el prefecto romano Crescencio, hermano del

Papa difunto.

27

Como podemos recordar, Juan XIII fue elegido Papa a pesar de no ser aceptado por el pueblo romano,

que hubiera preferido a Benedicto V, exiliado en Hamburgo. Ese rechazo produjo que el Papa Juan XIII

huyera de Roma, tras lo cual, Otón I decidió presentarse en la ciudad para poner orden (lográndolo con

implacable justicia). Temerosos los romanos, acabaron por aceptar a Juan XIII. Benedicto V murió des-

pués en su exilio de Hamburgo. A Juan XIII se le reconoce su empeño pastoral y misionero por extender

la Iglesia por las tierras de Hungría y Polonia. Se le recuerda mucho también por la costumbre de mandar

bendecir las campanas, nombrándolas con diversas advocaciones.

Juan XIII también favoreció las negociaciones hechas en Constantinopla en torno a concertar matrimo-

nio de la princesa Teófano (Teofanía, hija de Romano II) con Otón II, en vistas a la siempre pretendida

unión entre Oriente y Occidente. La boda se celebró en Roma (14 de abril de este año 972).

Después de la muerte del arzobispo Guillermo de Mainz y del obispo Bernardo de Halberstadt (año

968), la nueva sede metropolitana de Magdeburgo, en territorio eslavo, de mucho interés imperial, fue

confirmada por el Papa. El día de Navidad de ese año, el abad Adalberto fue ordenado como primer ar-

zobispo de Magdeburgo, el cual ordenó pronto a los primeros obispos de Merseburg, Meissen, y Zeitz. El

Papa promovió otros muchos nombramientos episcopales. Al principio de su pontificado convirtió Capua

en metropolitana, en gratitud por el apoyo y refugio que el príncipe Pandulf le había concedido cuando tu-

vo que irse de Roma. Benevento también subió a la misma dignidad metropolitana (año 969). Juan XIII

confirmó también varios sínodos celebrados en Inglaterra y en Francia. Concedió igualmente numerosos

privilegios y bulas a iglesias y monasterios, impulsando en ellos la benedictina reforma cluniacense.

Atendió muchas embajadas regulando muchos asuntos eclesiásticos, como pudimos ver en el caso de Ca-

taluña, así como también en muchos asuntos relacionados con la diócesis de Praga.

28

De noble familia romana. Su padre se llamaba Hildebrando. No sabemos su edad, pues se desconoce el

año de su nacimiento, siendo también muy escasos los datos biográficos con que se cuenta.

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~ 19 ~

CONSTANTINOPLA

Murió Liutprando (obispo) de Cremona, todo un personaje, una vez terminada su em-

bajada al servicio de Otón I, en Constantinopla.29

Era de edad avanzada, tal vez de me-

nos años de los que representaba, siendo enjuto y como desgastado.30

Nacido en Pavía,31

era de familia de comerciantes. Su padre (que murió siendo Liut-

prando muy niño) y posteriormente su padrastro se dedicaron también a la diplomacia,

particularmente en Constantinopla, al servicio de los intereses italianos. El primero hizo

un viaje al respecto a la capital bizantina en el año 927 y en segundo en el 942.32

El pa-

dre, poco después de regresar a Italia, enfermó y murió. La misión de su padrastro en

Constantinopla tuvo como objeto concertar el matrimonio entre un hijo de Constantino

VII Porfirogéneta y la hija de Hugo de Arlés, rey de Italia (926-948).

La relación entre comercio y diplomacia no es cosa extraña en estos tiempos. La rea-

leza aprovechó los contactos y conocimientos que de Oriente tenía la familia de Liut-

prando para fines políticos, tan unidos siempre a fines comerciales y económicos. Con-

secuentemente, la influencia del padre y del padrastro en la corte real fueron decisivas

para que el joven Liutprando ingresara pronto en aquel círculo, para lo cual se formó

esmeradamente en la Corte de Pavía. Hugo de Arlés, impresionado por la sonora voz del

joven al cantar y por lo adelantado de sus conocimientos, introdujo a Liutprando en el

ambiente cortesano.

Allí Liutprando adquirió su formación clásica y religiosa, la que aflora en distintos

momentos a través de toda su obra histórica y literaria, de mucho contenido humanístico

a su manera, citando a muy numerosos autores y con mucha erudición (clásicos sobre

todo romanos y de la Patrística, no menos que de la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo

como del Nuevo Testamento). No sólo recibió Liutprando una sólida formación intelec-

tual, sino que también supo aprovecharla.33

29

Puede sostenerse también que murió en alta mar, en algún lugar del Mediterráneo, mientras regresaba

de aquella misión. Según la novela histórica El mozárabe, de Jesús Sánchez Adalid, fue cargado difunto

en el barco de regreso y luego echado por la borda en medio de una tempestad.

Para el relato que ofrezco a continuación me valgo de José Marín Riveros, profesor de la Universidad

Católica de Valparaíso (Chile), Facultad de Filosofía y Humanidades.

30

En todo caso, no parece que hubiera cumplido los 60 años de edad.

31

Probablemente.

32

En su obra Antapodosis (III, 22), Liutprando recuerda el viaje de su padre ante los "aqueos" (griegos),

cuando "reinaba el emperador Romano, digno de memoria y alabanza, generoso, humano, prudente y

piadoso, al cual, sea por la honestidad de las costumbres como por la urbanidad de su lengua, fue en-

viado mi padre como embajador".

33

Liutprando de Cremona pasa a la historia como uno de los intelectuales más destacados de la cultura

europea altomedieval.

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~ 20 ~

Habiendo comenzado su carrera eclesiástica como protegido de Hugo de Arlés y sien-

do pronto ordenado como diácono en Pavía, Liutprando la continuó en tiempos de Be-

rengario II (900-966), que seguía siendo influyente en el entorno regio. Liutprando estu-

vo un tiempo no exento de sinsabores en la burocracia cortesana.

En el año 949, Berengario tuvo que responder a una embajada bizantina. Con el pre-

texto de enviar a Liutprando a Constantinopla para que dominara el griego, Liutprando

recaló en la Corte bizantina de Constantino VII. Observador inteligente, fino y sagaz, no

pudo menos que impresionarse con el ambiente allí reinante, un ambiente que antes sólo

conocía de oídas.

De regreso a Italia, Liutprando cayó en desgracia ante Berengario, por lo cual fue a

buscar apoyo en Otón I.34

En Frankfurt (año 956), Liutprando conoció a Recemundo de Ilíberis en calidad de

embajador de Abderramán III. Fue Recemundo quien le instó a componer por escrito la

historia de su tiempo, ya que la conocía de muy primera mano y como testigo muy pri-

vilegiado y cualificado. Así fue como Liutprando se puso a redactar su Antapodosis

(año 958).

En el año 961 fue nombrado obispo de Cremona por designación de Otón I, y al año

siguiente asistió a la coronación imperial del mismo, en Roma. Entre los años 963 y 967

encontramos a Liutprando participando en diversos acontecimientos de la época, rela-

cionados con Otón I, los Papas y todo lo relacionado sobre todo con Italia y sus cir-

cunstancias. De toda esa experiencia –y con el fin de exaltar a Otón I, a la vez que justi-

ficando la política del mismo en Italia–, escribió también su Gesta del Emperador Otón

el Grande, un pequeño tratado que podemos calificar de propagandístico.

Interesado Otón I en casar a su hijo, Otón II, con una princesa bizantina, decidió en-

viar a Constantinopla, habida cuenta de su experiencia, al obispo de Cremona, quien

llegó a la capital imperial el 4 de junio del año 968, según él mismo relata en sus es-

critos. La misión del embajador consistía en limar asperezas entre el Sacro Imperio Ro-

mano Germánico y el Imperio Bizantino, cuyas relaciones se habían deteriorado por las

incursiones de Otón en Italia, y con el fin de aunar esfuerzos en la lucha contra los mu-

sulmanes en el sur de la Península Italiana. La paz quedaría sellada, idealmente, con la

alianza matrimonial.35

En el año 969 encontramos al obispo Liutprando en Roma, con ocasión de la firma del

acta de creación del obispado de Benevento, y después (en un sínodo en Milán), repre-

sentando a Otón I. Al año siguiente (970) se encuentra en Cremona y en el siguiente

(971) parte de nuevo hacia Constantinopla a fin de finiquitar de una vez el asunto del

matrimonio imperial y restablecer la paz, ya que el cambio de emperador en Bizancio

34

No se sabe por qué Liutprando se indispuso ante Berengario, pero por sus relatos se puede deducir que

la causa fue un tema de deudas que el rey no le pagaba.

35

En la Relatio de Legatione Constantinopolitana, una larga carta-informe dirigida a los Otones, Liut-

prando da cuenta de las peripecias vividas en Constantinopla, pintando un cuadro vívido –aunque des-

proporcionado por su resentimiento– y dando rienda suelta a su encono contra los griegos por el trato

recibido, en un relato cargado de subjetividad que contiene ridiculizaciones grotescas –algunas muy sa-

brosas, por cierto– del emperador bizantino y de su entorno. La Relatio es, así, un documento notable al

momento de ponderar las relaciones entre el Occidente latino y el Oriente griego.

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~ 21 ~

(Nicéforo Focas) favorecía entonces las negociaciones que habían fracasado la vez ante-

rior.

Podemos analizar ahora sus obras, que son dos en cuanto viajero: la Antapodosis y la

Relatio de Legatione Constantinopolitana.

Antapodosis fue escrita a partir del encuentro crucial de Liutprando con Recemundo.

El resultado fue una obra singular, cuyo título explica su autor: "Si este libro trata de

las acciones de los hombres ilustres, ¿por qué el título de Antapodosis? A tal pregunta

respondo así. He aquí el fin de esta obra: que señale, muestre y proclame las acciones

de Berengario, que no es ya rey en Italia, sino tirano, y de Willa, su mujer, que a justo

titulo es llamada segunda Jezabel a causa de su insufrible tiranía, y Lamia, por el ca-

rácter insaciable de sus rapiñas. En efecto, nos han arrojado gratuitamente tantos en-

gaños, nos han causado tantos daños con su rapacidad, cometieron tantas maquina-

ciones impías contra mí, mi casa, mi parentela y mi familia, que la lengua no lo puede

proferir ni la pluma escribir. Que esta obra sea para ellos, pues, una antapodosis, esto

es, una retribución, puesto que a cambio de las calamidades que soporté, mostraré su

asebeia, es decir, su impiedad, a los hombres presentes y futuros. Asimismo, será igual-

mente una antapodosis para los hombres santísimos y afortunados que me hicieron al-

gún bien".36

El autor es bastante claro en su intención moralista, que tiñe toda la obra y marca su

"tono". Así, no escribe un relato "neutro" de los hechos, sino que presenta a sus prota-

gonistas según un "egocentrismo histórico".37

El "yo" del autor comparece permanente-

mente, desde una posición, por así decir, de narrador omnisciente, que denosta o alaba

según su propio rol en el drama que escribe.

Se compone la Antapodosis de seis libros de diferente extensión cada uno, y abarcan

cronológicamente desde fines del siglo IX hasta el año 949, cuando el primer viaje de

Liutprando a Constantinopla. Evidentemente, en los primeros libros, de "tono" más his-

tórico-narrativo, recoge testimonios de terceros, mientras que en los últimos habla de su

propia experiencia. A lo largo de buena parte de la obra comparece el relato del viajero:

ya sean palabras que toma de otros,38

o bien la narración de su propia visita como emba-

jador que, en el Libro VI, le permite hablar de las motivaciones del intercambio diplo-

mático entre Berengario II y Constantino VII, así como de sus sentimientos e impresio-

nes. El embajador aprovecha la ocasión y, junto con describir y comentar, por ejemplo,

los banquetes, se deleita (y nos deleita) con interesantes observaciones de edificios, co-

mo es el caso del Palacio de la Magnaura o la Dekanea,39

transmitiendo al lector su

36

La cita es de Antapodosis III, 1. La palabra antapodosis se traduce por "recompensa, castigo, retribu-

ción".

37

Según Edmond Pognon, escritor medievalista francés (1911-2007).

38

En el Libro I se refiere al emperador bizantino, deteniéndose en datos legendarios o pintorescos; en el

Libro III alude a la misión diplomática de su padre, su recibimiento en Constantinopla y algunos acon-

tecimientos de la historia del Imperio Bizantino; en el Libro V describe el Palacio de Constantinopla, aun-

que bien podría responder esto a su primera visita.

39

Ant. VI, 5 y 8.

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asombro ante las maravillas que allí vio. Son estas características las que nos permiten

aproximarnos a la Antapodosis como a un relato de viaje –aunque no lo sea en forma ín-

tegra– y clasifica la obra en el conjunto de las medievales "relaciones de embajadas".

La Relatio de Legatione Constantinopolitana se puede clasificar también dentro del

mismo género de relatos, y es, en la práctica, una larga carta-informe dirigida al empe-

rador para explicarle las peripecias del viaje y la causa de su retraso para volver a Occi-

dente (Liutprando cuenta que tuvo que permanecer forzosamente en Constantinopla du-

rante cuatro meses). La Relatio tiene 65 capítulos de desigual extensión, en los cuales el

autor, en orden cronológico, refiere su llegada a la capital bizantina, su recibimiento y

sus discusiones –políticas, sobre todo, pero también religiosas– con sus interlocutores.

El "yo" del narrador tiene una fuerte presencia, otorgando al relato, a menudo, un tono

dramático. Tal como en la Antapodosis –y de forma aún más acentuada–, no estamos

frente a un frío informe político-diplomático, sino ante una exposición sabrosa e irónica,

a veces grotesca y otras de aguda fineza, escrita por un testigo culto y sensible, aunque a

veces también arrogante. A menudo el relato destila amargura, y lo que asombraba a

Liutprando en su primer viaje, ahora lo fastidia. Y es que en el año 949 él era un diáco-

no legado de un rey ante el emperador, pero en el año 968 es ya obispo, y ha sido en-

viado por el emperador, y quiere, pues, que se le trate con la dignidad que su cargo, mi-

sión y emisario merecen. Por cierto es su situación o posición la que ha mutado, y no la

del Imperio Bizantino, que con justicia propia considera que no puede existir otro Im-

perio (legítimamente derivado del Romano), por lo que considera al embajador como un

enviado real y nada más. El contraste entre la pretensión de cada parte lleva a largas dis-

cusiones de carácter político entre el emperador bizantino y Liutprando.

La personalidad del autor (que tiene mucho peso para que ponderemos el valor de los

testimonios) resulta decisiva. Ya hemos dicho bastante sobre la vida y obra del obispo

de Cremona, por lo que sólo reiteraremos que tuvo una excelente formación intelectual,

fue testigo privilegiado de su tiempo y, aún más, protagonista. Por otro lado, la expe-

riencia política y diplomática del autor también es una garantía de credibilidad; no obs-

tante, su carácter vehemente y su estilo literario, donde abundan la ironía y el sarcasmo,

así como su actitud "ingenua" del primer viaje frente a la "arrogante" del segundo, de-

ben llevarnos a leer con prudencia ciertos pasajes en que se tiende a la exageración.40

Tal vez una de las claves retóricas del discurso sea ésta: mientras en la Antapodosis de-

nosta al rey exaltando al emperador bizantino (que recibió bien a sus parientes, es decir,

hizo un bien a Liutprando frente al mal que le ocasionó Berengario) y admirándose de

todo cuanto ve desde su pequeñez de enviado real, en la Relatio denosta al emperador

bizantino (que lo recibe mal y lo trata, según él, indignamente) para exaltar a los Oto-

nes. Por ejemplo, describe la fealdad del emperador griego para luego exclamar: "Siem-

pre me parecisteis hermosos, señores augustos emperadores míos, ¡cuánto más hermo-

sos desde entonces!" (Rel. 3). En otro pasaje, después de mofarse de las vestiduras de

los bizantinos, dice: "¡Un solo precioso traje de uno de vuestros nobles es más precioso

que cien de éstos, y aun más!" (Rel. 9). La comparación entre los gobernantes de Orien-

40

Probablemente no sea éste un recurso retórico muy fino, pero es efectivo.

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te y Occidente, presentando al primero como compendio de todos los vicios y al se-

gundo de las virtudes, es elocuente: "El rey de los griegos lleva cabellos largos, túnica

con amplias mangas, teristro;41

es mendaz, fraudulento, despiadado, astuto como un zo-

rro, soberbio, falsamente humilde, avaro, codicioso, vive comiendo ajo, cebolla y pue-

rros y bebiendo aguas termales; el rey de los francos, por el contrario, está pulcra-

mente rasurado, usa ropaje distinto del femenino, lleva píleo, es veraz, sin dolo alguno,

muy misericorde cuando corresponde, severo cuando conviene, siempre sinceramente

humilde, nunca avaro, no se alimenta de ajo, cebollas ni puerros para poder prescindir

de los animales en su mesa de modo que, no comiéndolos sino vendiéndolos, acumule

dinero" (Rel. 40).

En cuanto a las modalidades de redacción, en la Relatio Liutprando es protagonista, es

decir, escribe acerca de lo que él hizo, vio y escuchó. A diferencia de lo que ocurre con

la Antapodosis, donde el autor escribe varios años después de los hechos, apelando a su

memoria (en el caso de su propio viaje) o al testimonio de terceros, la Relatio parece es-

crita durante el viaje, o apenas éste finalizó. Es muy probable que Liutprando haya lle-

vado un registro a modo de bitácora o libro de notas, que luego le sirvió para la re-

dacción final, como podría desprenderse del episodio de los versos que, dice, dejó es-

critos42

en la pared de su alojamiento constantinopolitano, y que reproduce íntegros

(Rel. 57). Si el texto fue escrito durante el viaje, es muy probable que lo haya retocado a

su regreso, dada la cantidad de citas eruditas que aparecen.

Liutprando –ya lo hemos dicho– es un clérigo, cosa corriente en la cultura literaria de

la época, de amplia formación, y escribe en latín. El conocimiento que tiene del griego,

a pesar de sus viajes y de las buenas intenciones de su padrastro, no parece ser muy pro-

fundo, y es difícil establecer hasta dónde podía mantener una conversación en dicha len-

gua. No deja de ser sintomático, al respecto, que frecuentemente habla de intérpretes

que lo acompañan a él o al emperador bizantino.43

Es capaz, eso sí, de intercalar frases o

palabras en lengua griega en la obra –un ejercicio que a veces resulta un poco pedante–,

explicando siempre a continuación su significado. Algunas palabras aparecen en carac-

teres griegos en el original, mientras que otras las translitera del propio autor al que re-

curre.44

41

Velo o manto delgado que usaban las mujeres de Palestina para el verano.

42

A modo de graffiti.

43

Ant. 6, 9; Rel. 2, 37, 54.

44

Como señalan prestigiosos medievalistas, Liutprando era un espléndido latinista, y conocía de tal ma-

nera el griego que podía escribir en ambas lenguas, siendo el primer occidental en dominar la minúscula

griega, pero su griego era el del habla cotidiana y cancilleresca. Los datos al respecto son fundamentales a

para valorar los testimonios que aporta, pues dicen mucho de la capacidad del autor a la hora de recoger

información de primera mano en tierras extrañas.

Con todo, y a pesar del subjetivismo imperante en la obra y de aquella retórica, presta para adular o para

condenar, dicha obra puede ser considerada como una de las más relevantes para conocer la realidad polí-

tica de su época y, en relación con aquellos viajes, mostrándonos una descripción –ciertamente caricatu-

resca a veces– bastante interesante de la Constantinopla del siglo X, y de los sentimientos de un latino

frente a ella, su gente y sus costumbres, que a veces le causan admiración, y otras las encuentra chocan-

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En el caso de la Antapodosis, y remitiéndonos al Libro VI que se refiere a la embajada

del año 949, el Itinerario es pobre, y apenas nos entrega Liutprando algunos datos rele-

vantes. Así, sabemos que él dejó Pavía el 1 de agosto de 949 y, siguiendo el curso del

río Po, llegó a Venecia después de tres días. El 25 de agosto partió desde allí rumbo a

Constantinopla, donde llegó el día 17 de septiembre. Nada nos dice de los medios utili-

zados en el viaje, ni de sus etapas y detenciones; podemos suponer, con bastantes funda-

mentos, que de Pavía a Venecia avanzó por tierra, mientras que el viaje a Constanti-

nopla lo hizo por vía marítima, siguiendo una ruta tradicional: mar Adriático, circunna-

vegación de los Balcanes, mar Egeo, estrecho de los Dardanelos, mar de Mármara,

Constantinopla; o bien pudo haber desembarcado en Tesalónica y continuar por la vía

Egnatia hasta la capital; o tal vez pudo haber desembarcado en Patras o algún puerto

cercano, y desde allí seguir por tierra la mencionada vía Egnatia. Como veremos, la Re-

latio nos da información más relevante para reconstruir el itinerario. Volviendo a éste,

el autor nos informa que, ya en la ciudad, estuvo en el Palacio de la Magnaura, el Hipó-

dromo, la Casa Dekanea, y otras dependencias del Palacio Imperial, pero sin precisar fe-

chas, salvo cuando se refiere a una ceremonia que tuvo lugar poco antes de la celebra-

ción de la Pascua, en la semana de Domingo de Ramos (la Semana Santa, en los días

24-30 marzo del año 950). Es usual en estos tiempos datar los acontecimientos según el

calendario litúrgico.

La Relatio, por su parte, es bastante más precisa, pues nos informa de lugares, ciuda-

des, edificios, fechas y, a veces, hasta la hora. Del viaje hacia Constantinopla no nos di-

ce casi nada, sólo que hizo una detención en Patras (Rel. 59) y que llegó "la víspera de

las nonas de junio"45

a una de las más de diez puertas del Muro de Teodosio, al oeste de

la ciudad, a la puerta Carea (Rel. 2). Este dato nos lleva a concluir que tiene que haber

seguido la vía Egnatia. El medio de transporte, caballos, lo da a conocer en el mismo ca-

pítulo, y agrega un dato único en el relato: ese día caía una "no moderada lluvia" (Rel.

2). Excepto por algunas referencias generales a tormentas, el autor no nos da mayores

informaciones acerca del clima.

El itinerario, hasta que el obispo emprenda el regreso, se refiere a su estancia en Cons-

tantinopla, constituyéndose, así, en una suerte de "diario" que nos informa de sus activi-

dades. Las fechas se indican según el calendario romano las más de las veces, y otras se-

gún las fechas del calendario litúrgico, o bien se recurre a ambas modalidades de cóm-

puto temporal. Los detalles de su itinerario en Constantinopla son los siguientes:

"El octavo día antes de los idus" (víspera de Pentecostés, 6 de junio) Liutprando fue

recibido por el emperador Juan I Tzimisces (Rel. 2).

"Siete días antes de los idus" (día de Pentecostés, 7 de junio), lo encontramos en el

Palacio, en la sala llamada Stephana (Rel. 3).

tes. La Antapodosis y la Relatio muestran un vívido retablo, no exento de sarcasmo, de sus peripecias en

la capital imperial, constituyendo un documento extraordinario sobre la percepción occidental, más bien

hostil, del oriente griego del siglo X, amén de suministrar una cantera de información de todo tipo sobre

la cultura, la vida cotidiana y la lengua de Bizancio. 45

Concretando el 4 de junio del año 968 (Rel. 1).

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El mismo día, después de la hora segunda (Rel. 8) se dispone a presenciar la proé-

leusis o procesión de Pentecostés, avanzando desde el Palacio hacia la catedral de Santa

Sofía (Rel. 9-10).

Siempre el 7 de junio, asiste a un banquete, y posteriormente regresa a su lugar de alo-

jamiento.

"Después de dos días" (Rel. 13), el obispo Liutprando cayó enfermo el obispo. "A los

cuatro días" se reunió con León, el responsable palatino y de las audiencias (curóplata:

Rel. 15). Hablamos, pues, de los días 9-10 y 14-15 de junio.

El 29 de junio, fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, lo encontramos en la

iglesia de los Santos Apóstoles, tras lo cual (las celebraciones litúrgicas son muy pro-

longadas) participa en un banquete.46

"Pasados pues ocho días" (6 de julio), Liutprando es de nuevo comensal en un ban-

quete imperial (Rel. 21). Más tarde acudió a Palacio, para regresar después a su hospe-

daje (Rel. 23-24).

"Durante esas tres semanas" (fecha incierta), el embajador Liutprando se reúne con el

emperador en Eis Pégas, junto al Cuerno de Oro (Rel. 24). Después, asiste a una cena

imperial (Rel. 28-29).

"El décimo tercer día de las calendas de agosto” (20 de julio: Rel. 29), vuelve a en-

contrarse con el gobernante bizantino (también Rel. 31). Es la fiesta de San Elías.

A veces Liutprando es bastante preciso: "Esto se hacía [...] trece días antes de las ca-

lendas de agosto, en la segunda feria, y desde ese día hasta el noveno [...]. En la cuarta

feria de la misma semana..." (Rel. 34). Al comenzar el siguiente capítulo simplemente

anota: "en la quinta feria" (Rel. 35). Se refiere a los días lunes 20, miércoles 22, jueves

23 y viernes 24 de julio.

"Dos días después” (el sábado 25 de julio), Liutprando viaja hasta Byras, "distante

dieciocho millas de Constantinopla". Allí está todavía "el sexto día antes de las calen-

das de agosto" cuando emprende el regreso a la capital (Rel. 36).

"El día de la Asunción de la Santa Madre de Dios” (15 de agosto: Rel. 47) llegaron de

Roma unos embajadores enviados por el Papa (Juan XIII).

"El décimo octavo de las calendas de octubre –dice– logré adorar el madero viviente

y salutífero" (Rel. 49). Se trata del 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa

Cruz.

En el décimo quinto día antes de las calendas de octubre (17 de septiembre: Rel. 50),

el embajador Liutprando es recibido nuevamente en el Palacio.

El detallado itinerario de la estancia en Constantinopla confirma la idea de que el em-

bajador debió llevar consigo un "diario" o cuaderno de notas. Por otra parte, la casi au-

sencia de datos acerca del viaje desde Italia a Constantinopla, excepto por el pasaje en

que relata su llegada a esta ciudad, tiene que ver con el objetivo general del relato: jus-

tificarse ante Otón I por su tardanza en regresar (y por el fracaso de su misión). En total,

Liutprando estuvo "retenido" en Constantinopla "desde el segundo día antes de las no-

46

Tipo de banquete que podemos denominar banquetazo, como era lo habitual en las grandes celebracio-

nes bizantinas.

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nas de junio hasta el sexto antes de las nonas de octubre, es decir, durante ciento veinte

días" (Rel. 46), es decir, desde el 4 de junio hasta el 2 de octubre del año 968.

Eso fue todo en cuanto al itinerario hacia y en la ciudad imperial. Pero también nos in-

forma de su ruta desde ella, es decir, su regreso:

"En el sexto día antes de las nonas de octubre, a la hora décima, salí con mi guía, en

una barca, de aquella ciudad", y "al cabo de cuarenta y nueve días [...] llegué a Nau-

pacto" (20 de noviembre: Rel. 58). En cuanto a los medios de transporte, el embajador

dice: "andando ya a lomo de burro, ya a pie, ya a caballo". Naupacto está ubicada en la

entrada del Golfo de Corinto y, desde allí, "en dos días" llegó al río Ofidario, siguiendo

una ruta de cabotaje y sus compañeros lo seguían desde la costa (Rel. 59). "Ubicados

así en el Ofidario, vimos la ciudad de Patras, distante dieciocho millas, en la orilla

opuesta del mar" (Rel. 59).

En "la víspera de las calendas de diciembre” (30 de noviembre: Rel. 60), Liutprando

navega en medio de un mar tormentoso que no se aquietará hasta "después de dos días”

(2 de diciembre: Rel. 61). Así, pudo el viajero llegar "hasta Capo Ducato, es decir, en

un recorrido de ciento cuarenta millas" (Rel. 61). Tal lugar se encuentra en la isla Léu-

cada, entre Ítaca y Corfú.

"El octavo día antes de los idus de diciembre llegamos a Léucada" (6 de diciembre:

Rel. 63), ciudad que abandona "el décimo noveno día antes de las calendas de enero"

(Rel. 64), para encaminarse a la isla de Corfú, adonde llegó el 18 de diciembre, encon-

trándose allí todavía el día 22 del mismo mes. En esos cuatro días, según nos informa

Liutprando, la tierra tembló tres veces y hubo un eclipse de sol. Y aquí se interrumpe su

relato.

También ha notificado o descrito Liutprando acerca las costumbres, los vestidos, las

comidas y otros aspectos de lo visto y experimentado en su transitar por Oriente. Efecti-

vamente, las características “etnográficas” de las que nos habla Liutprando, con sus in-

formaciones didácticas, no dejan de ser interesantes, resultándonos al menos curiosas

(también incluso chocantes o grotescas), como igualmente le resultaron así al autor.

Liutprando, en sus respectivas embajadas, asistió en varias oportunidades a banquetes

que ofrecía el emperador. Sin embargo, sólo de la última ocasión (año 968), nos dejó un

relato más pormenorizado. En general manifiesta desagrado frente a las costumbres cu-

linarias bizantinas, actitud que está en consonancia, por cierto, con el "tono" del resto

del relato y su manifiesta intencionalidad anti-griega. A veces uno se llega a preguntar

cómo es posible que el embajador no encontrara nada bueno en Constantinopla; una vez

más hay que entender su repulsión por las costumbres griegas en relación a su fogoso

carácter, y al fracaso de su misión: es parte del dramatismo general de la obra, y de su

retórica ad hoc: sólo podía tolerar tan insoportables costumbres por el recuerdo de su

tierra y de sus señores, los Otones.

El vino, elemento básico de la dieta medieval, le resultó a Liutprando "imposible de

beber, como que lo mezclan con pez, resina y yeso" (Rel. 1). Efectivamente, así es la

costumbre entre los bizantinos.47

47

Incluso actualmente se suele ofrecer en Grecia un vino llamado retsina, que contiene mezclas de diver-

sos elementos aromatizantes y para preservarlo (para que no se pique). Para un comensal inadvertido, este

vino puede resultar un mal brebaje.

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~ 27 ~

Después de la Proéleusis (procesión) de Pentecostés, el embajador fue invitado a una

cena que califica de "vergonzosa e indecente", para agregar que la comida estaba "im-

pregnada en aceite, según la costumbre de los ebrios, bañada además con un cierto lí-

quido de pescados de la peor calidad" (Rel. 11), esto es, el garum (o garo), una salsa

confeccionada según una antigua receta de época romana, en base a la salazón y mace-

ración –por muchos días– de pescado. Podemos coincidir con Liutprando en que la sola

lectura de la receta del garum hace pensar en un brebaje vomitivo.48

En otro banquete –leemos–, el emperador "alivió mi dolor con un importante obse-

quio, enviándome, de sus exquisitas comidas, un pingüe cabrito –del cual él mismo ha-

bía comido– generosamente adobado con ajo, cebolla, puerros, y empapado en garo",

plato que Liutprando califica muy bien: "las delicias del santo emperador son excelen-

tes" (Rel. 20). Es uno de los pocos pasajes en que el autor se manifiesta contento, aun-

que entre las desgracias de los capítulos anteriores y de los siguientes, usando Liut-

prando mucha monotonía en sus palabras.

En relación con la vestimenta, no son muchas las noticias que Liutprando nos propor-

ciona, y cuando lo hace, es para mofarse de los bizantinos, como cuando, a propósito de

la Procesión de Pentecostés observa a unos nobles que se hallan entre la multitud "ple-

beya y descalza", y que se han vestido con sus galas de seda, ropajes que seguramente

se guardaban como herencia dentro de la familia (pues la buena seda dura mucho). Co-

mo siempre, la ocasión permite al embajador pintar un cuadro grotesco: "...estaban ves-

tidos con túnicas amplias, desgarradas por la extremada vejez. Vestidos con su traje

cotidiano se habrían presentado mucho más decorosamente. Ninguno había cuyo bisa-

buelo hubiera poseído nueva esa túnica. Nadie allí estaba adornado con oro, nadie con

piedras preciosas, excepto el mismo Nicéforo, a quien habían vuelto más desagradable

los atavíos imperiales adquiridos y confeccionados para el físico de sus antecesores"

(Rel. 9). El autor incorpora aquí una gota de humor que no hace sino más ridícula la

descripción; respecto de la retórica de este pasaje, ya hemos dicho algo líneas atrás res-

pecto de esta dicotomía descriptiva de denostar para exaltar.

En otro pasaje, poco antes de emprender el regreso, Liutprando vuelve a destilar re-

sentimiento contra los bizantinos. Sucedió que había comprado unas piezas de seda púr-

pura, que le fueron confiscadas, pues la púrpura se consideraba un atributo exclusivo del

basiléus. En Bizancio, el comercio de la seda es un monopolio imperial, y existen res-

tricciones para su comercialización. El gobierno fija no sólo los precios, sino también

qué cantidades se pueden vender, y a quiénes. Todo esto se le explicó a un Liutprando

que no entiende justificaciones: "Poniendo esto en práctica, me quitaron cinco púrpu-

ras muy preciosas, por considerar que vosotros [...] sois indignos de presentaros con

una vestidura semejante. ¡Cuán deshonroso y cuán ultrajante es que hombres blandos,

48

Desde el Satiricón de Petronio, se sabe de esta fórmula o receta: se preparaba en una vasija de sobre

treinta litros de capacidad, poniendo en el fondo una capa de hierbas olorosas: anís, hinojo, ruda, menta,

orégano, albahaca, tomillo, etc.; luego seguía otra capa de pescado troceado: salmones, anguilas sardas,

sardinas, etc. (incluyendo las vísceras, o sólo con éstas); finalmente una capa espesa de sal, y así alter-

nativamente. Se deja reposar siete días y durante veinte más se remueve todo. El jugo clarificado que sale

del recipiente es el garum.

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afeminados, que usan mangas largas, tiaras y teristros, falsos, sin sexo definido, indo-

lentes, anden vestidos de púrpura...!" (Rel. 54). El obispo es realmente incorregible, ya

que del más nimio malentendido se aprovecha para denigrar, ofender, insultar y ridicu-

lizar a los griegos. Incluso, después de explicársele que la púrpura es exclusiva del ám-

bito imperial, Liutprando dice que "entre nosotros la usan mujerzuelas de un céntimo"

(Rel. 58).

Es evidente que el viajero no tiene interés estrictamente didáctico –aunque sí infor-

mativo–, puesto que no se detiene en la vestimenta de los bizantinos por curiosidad o

extrañeza, o por afán de ilustrar al lector, sino siempre dentro de su discurso autocom-

placiente que rebaja al griego para exaltar las costumbres latinas. Como hemos dicho,

no es un recurso fino pero sí efectivo, aunque nos resulte un tanto tedioso por lo reitera-

tivo y repetitivo que es.

También nos aportan los relatos de Liutprando las polémicas religiosas y políticas ti-

picas en el ámbito bizantino. Esas típicas discusiones, que el autor reproduce al detalle,

nos muestran las diferentes maneras de entender el poder o la fe en Oriente y en Occi-

dente. Como siempre, a Liutprando le interesa demostrar la perfidia de los bizantinos,

sus errores, en contraste con las bondades y los aciertos de los latinos.

En el plano político deben recordarse dos cosas: primero, que Otón I, en 962, fue co-

ronado como Emperador de los Romanos en la ciudad de Roma, lo que a ojos de los bi-

zantinos constituía una usurpación de un título que ellos legítimamente habían recibido

como legado de la antigua Roma, tal como se expresaba en el título imperial: Basiléus

ton Roméon, esto es, Emperador de los Romanos. Tal denominación data de la época de

Heraclio (610-641), quien la adopta después de derrotar a los persas sasánidas (año

629). Para Bizancio se trata de un título único y exclusivo; al resto de los soberanos sólo

les puede corresponder el título de rex. Y lo segundo es el problema italiano y el re-

ciente asedio de Otón a la ciudad de Bari, posesión de los griegos. Debemos reconocer,

pues, que con justa razón el emperador Nicéforo Focas estaba molesto, pero Liutprando

no acepta justificación alguna a su enojo, mostrándose como un narrador muy parcial de

los hechos.

Nunca Liutprando llama al basiléus "emperador de los romanos", sino "emperador de

los griegos", o se refiere al "Imperio de Constantinopla" o al "Imperio de los griegos".

Asimismo, a éstos, que se llaman a sí mismos "romanos", los califica de "aqueos" o

"griegos". Por cierto, Liutprando sabía perfectamente que la denominación de "empe-

rador de los griegos" era para los bizantinos altamente ofensiva (Rel. 47), pero de ello

no se deduce, necesariamente, que la use para molestar a los bizantinos, ya que aquella

forma de expresión era común en Occidente y, por tanto, significativa para su público.

No parece hablar en los dichos términos cuando se dirige al emperador, aunque llega a

decirle –según él– que la palabra "romano" se usa en su tierra como insulto: "Rómulo,

dije, de quien los romanos tomaron su nombre, fue un fratricida, un porniogéneta (es

decir un hijo del adulterio): la historia lo prueba; ella dice también que abrió un asilo

donde recibió a los deudores insolventes, los esclavos fugitivos, los asesinos, los con-

denados a muerte; rodeándose así de una muchedumbre de gente de esa calaña que él

llamó romanos; y es de una nobleza semejante que han nacido esos que vos llamáis

kosmocratores (es decir, emperadores); las gentes de allá, nosotros, lombardos, sajo-

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nes, francos, loreneses, bávaros, suevos, burgundos, los despreciamos de tal manera

que, cuando nos encolerizamos, no tenemos otro insulto para los enemigos que esta pa-

labra „¡Romano!‟, comprendiendo en ese solo nombre de romano toda bajeza, toda co-

bardía, toda avaricia, toda corrupción, toda mentira, peor aún , un compendio de todos

los vicios..." (Rel. 12).49

También la Relatio nos describe una disputa teológica entre Liutprando de Cremona y

una "comisión" formada por el emperador, Nicéforo, el patriarca Polyeucto, y muchos

obispos. Una vez más el relato no tiene como fin ilustrar a su público, sino más bien, en

un discurso que destaca la alteridad, exponer la superioridad del Occidente Romano en

materia religiosa, acusando a los bizantinos de promotores de la herejía, cosa gravísima

en la época: "Todas las herejías han derivado de vosotros, entre vosotros han tomado

fuerza; por nosotros, es decir, por los occidentales, han sido degolladas, por nosotros

exterminadas" (Rel. 22).

No encontramos en Liutprando la preocupación de otros viajeros, peregrinos o emba-

jadores, que se detienen en las creencias de un pueblo para enseñar a su público, como

también por una clara atracción por lo exótico, marca de la alteridad. En Liutprando está

ausente el afán científico o el interés por lo exótico; todo se reduce a la intencionalidad

política de buena parte del relato.

Dentro de los aspectos religiosos, es preciso hacer alguna referencia al problema de

las reliquias. Constantinopla es famosa50

por la gran cantidad de reliquias que atesora,

siendo la ciudad misma como un verdadero relicario y un depósito infinito de los más

preciados tesoros de Cristiandad: la Santa Vera Cruz, la corona de espinas, la columna

de la flagelación, el mandylion y restos de diversos Santos (San Juan el Bautista, entre

otros). Es por ello, seguramente, que Beda el Venerable (siglo VIII), en su De Locis

Sanctis incluyó a la ciudad entre los Lugares Santos. Sin embargo, Liutprando no dice

prácticamente nada de todo ello, limitándose a decirnos que "mediante ruegos y obse-

quios logré adorar el madero vivificante y salutífero, y entonces, en medio del tumulto

popular..." (Rel. 49). Es un silencio difícil de ponderar en un cristiano devoto de esta

época.

De un embajador pueden esperarse noticias directamente relacionadas con el objetivo

de la embajada en cuestión, que en el caso de Liutprando es bastante claro: "...mi señor

me envió hacia ti para que, si quieres unir en matrimonio a la hija del emperador Ro-

mano y de la emperatriz Teófano con mi señor, su hijo, el augusto emperador Otón..."

(Rel. 7). No obstante, no es raro que un embajador se preocupe de otras cosas, exten-

diendo su esfera de curiosidad a los más diversos aspectos –ya hemos mencionado tó-

picos relacionados con la comida, los vestidos, la religión–, ya sea acicateado por su

propio interés, o por lo que pueden ser las preocupaciones del emisario de la embajada.

En tal sentido, la información que pueda el viajero recabar acerca de la potencia militar

49

No parecen éstas las palabras propias de un diplomático, y se llega a dudar de que efectivamente las

haya pronunciado; además, Otón era, justamente, Emperador de los Romanos, del Sacro Imperio Romano

Germánico.

50

En toda la Edad Media.

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~ 30 ~

de la tierra que visita –número de efectivos del ejército, composición del mismo, tipo de

armas, fortalezas y debilidades, hasta datos más subjetivos como nociones acerca de la

valentía de los soldados–, puede constituirse en un conjunto de datos de carácter es-

tratégico al momento de negociar o, incluso, puede ser decisivo para hacerlo o no. Así,

la información puede llegar a constituirse en una verdadera disgressio, recurso muy re-

currente, ciertamente, en la literatura medieval.

En el caso de Liutprando, habla de la composición de la armada imperial (veinticuatro

chelandia, dos naves rusas, dos gálicas, Rel. 29), juzga que los soldados griegos –en

comparación, obviamente, con la valentía de los soldados occidentales– son débiles.

"todo este ejército –dice el embajador a Otón– podría caer por obra de cuatrocientos de

los vuestros" (Rel. 29). Ocho mil hombres, dice el obispo, estaban dispuestos a seguir al

emperador Nicéforo al campo de batalla.

Según parece, los bizantinos mostraron parte de su poderío militar a Liutprando, pro-

bablemente como una manera de persuadirlo, cuando no de asustarlo; pero el embaja-

dor, como siempre, sólo tiene ojos para ver lo que él quiere, sin dejarse impresionar fá-

cilmente, criticando ácidamente a los griegos. Se confunde así la información estratégi-

ca que pueda estar proporcionando, con su retórica enfocada al sarcasmo o la ironía,

cuando no al desprecio. Así, nos refiere que el bizantino era un "ejército improvisado y

mercenario", pero no para contarnos sólo una verdad –efectivamente en Bizancio es

costumbre reclutar mercenarios–, sino para enfatizar su poca calidad, al calificarlo de

"improvisado", aparentando desconocer que en Bizancio existen instituciones perma-

nentes y fuertes de carácter militar (Rel. 30).

Debe considerarse también que el resentimiento de Liutprando es comprensible si se

piensa que el emperador bizantino, días antes, había hablado en términos duros y ofen-

sivos del ejército de Otón I, cuyo prestigio militar era indiscutible después de haber ven-

cido a los húngaros en la batalla de Lechfeld (año 955), lo que le valió ser honrado con

el título imperial en 962. "Los soldados de tu señor –dice Nicéforo– no saben ca-

balgar, son inexpertos en el combate a pie y, además, el tamaño de sus escudos, la pe-

sadez de las corazas, la longitud de las espadas y el peso de los yelmos no les permite

luchar [...]. Les estorba también la „gastrimargia‟ (la avidez de vientre o glotonería),

pues su dios es el vientre, su audacia el hartazgo, su coraje la ebriedad, el ayuno su

destrucción, la sobriedad la fuente de su pavor" (Rel. 11). La respuesta del embajador,

y con razón, encolerizó al emperador: "... las próximas guerras demostrarán quiénes

sois vosotros y cuán guerreros somos nosotros" (Rel. 12).

En otro pasaje, Liutprando afirma que las tropas de Nicéforo están formadas por co-

bardes, ineptos, y que el emperador "no tiene en cuenta la calidad sino tan sólo la canti-

dad", para agregar luego que esa gran cantidad de malos soldados será "destrozada por

unos pocos de los nuestros, expertos en la guerra" (Rel. 41).

Es éste, tal vez, uno de los aspectos más interesantes de la obra de Liutprando, pues

representa nítidamente la alteridad en el discurso, por una parte, y el cambio de situa-

ción del autor, por otra. Así mismo, la ironía, el sarcasmo y el humor se hacen presen-

tes dando a los retratos un singular atractivo. También debe considerarse la fuerza del

"yo" y el subjetivismo que asoma irreverentemente en el escrito, ya que sabemos que

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algunos retratos, a veces grotescos, no dicen relación con la realidad, o se contradicen

con otros testimonios de estos tiempos.

Nuevamente debe considerarse el recurso retórico de exaltar a uno para denigrar a otro

(Antapodosis), y viceversa (Relatio). En esta última obra, normalmente, después de du-

ras y jocosas palabras, se pasa a la exaltación de los latinos, especialmente de los Oto-

nes: "Siempre me parecisteis hermosos, señores augustos, emperadores míos, ¡cuánto

más hermosos desde entonces! Siempre distinguidos, ¡cuánto más desde entonces!

Siempre poderosos, ¡cuánto más poderosos desde entonces! Siempre benignos, ¡cuánto

más benignos desde entonces! Siempre colmados de virtudes, ¡cuánto más colmados

desde entonces!" (Rel. 3).

Tales palabras las escribe el obispo después de retratar al emperador Nicéforo II, un

hombre de gran religiosidad y conocido por su ardor bélico, como que emprendió nu-

merosas y exitosas campañas militares contra búlgaros y musulmanes. Pero Liutprando,

ese Liutprando que no puede ver nada positivo, y cuyo viaje ha sido un fracaso político

(no se llegó a sellar la paz ni la alianza matrimonial deseada sino otra), ese Liutprando

resentido por el trato que se le ha dado, no está interesado en resaltar las virtudes de Ni-

céforo, como se ve en sus palabras que, dado su interés, reproducimos a continuación:

"Nicéforo [es] un hombre enteramente monstruoso, pigmeo, de cabeza gruesa y un topo

por la pequeñez de los ojos, afeado por una barba corta, extendida, espesa y semicana,

deformado por un cuello del grosor de un dedo, realmente cariporcino por lo largo y

denso de la cabellera, un etíope por el color, con el cual no querrías encontrarte en

medio de la noche, dilatado de vientre, enjuto de nalgas, larguísimo de muslos para su

pequeña talla, corto de piernas, otro tanto de talones y pies, vestido con un ropaje de

vellón, pero muy viejo y maloliente y descolorido por el mismo largo uso, calzado con

zapatos sicionios,51

atrevido por su lengua, un zorro por la astucia, un Ulises por el

perjurio y la mentira" (Rel. 3).

Como si ello fuera poco, más adelante Liutprando se mofa de sus vestidos imperiales

(Rel.9), como ya hemos visto. Con ocasión de la Proéleusis de Pentecostés, el obispo

dice que "aquel monstruo avanzaba casi reptando" (Rel. 10), mientras los músicos en-

tonaban alabanzas, las que en Bizancio eran verdaderas letanías honrando al emperador.

Pero Liutprando sólo ve una ridícula adoración, y señala: "¡Cuánto más verazmente hu-

bieran cantado entonces: „Ven, carbón apagado, miserable, con tu andar de vieja, con

tu rostro de Silvano, rústico, salvaje, errante, caprípedo, cornudo, hombre-bestia, cer-

doso, bruto, villano, bárbaro, grosero, rebelde, capadocio!‟" (Rel. 10), expresión esta

última proverbial para señalar la rusticidad de una persona. Y no contento con todo eso,

agrega luego: "...me movió no poco a risa él, sentado como iba, sobre un caballo arisco

y brioso, demasiado pequeño para tamaña cabalgadura. Mi mente lo imaginó como esa

muñeca que vuestros vasallos eslavos atan sobre un potrillo al que dejan luego correr

51

De Sición, ciudad del Peloponeso, en Grecia. En Sición como en Corinto, la tradición griega situó el

origen de la pintura, y lo relacionaba con nombres como Cratón, inventor del dibujo coloreado, o Telé-

fanes, que habría añadido particulares interiores de las figuras a los nombres de los personajes represen-

tados.

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sin freno detrás de su madre" (Rel. 23). Finalmente, lo compara con un asno salvaje

(Rel. 41).

Con otros personajes, el obispo es un poco más indulgente, pero siempre tiene alguna

expresión ingeniosa, a veces hilarante, en sus retratos. Por ejemplo, del guardia que cus-

todiaba su hospedaje, en el cual Liutprando se sentía como un preso, dice que para en-

contrar otro sujeto de la misma calaña habría que buscar en el Infierno (Rel. 1). De

León, curóplata y logotheta, informa que "era un hombre, en lo físico, de gran talla y

falsamente humilde, a tal punto que perforaría la mano de quien sobre él se apoyara"

(Rel. 2). Del césar Bardas, a quien conoció en un banquete, dice que parecía de ciento

cincuenta años, un "cadáver viviente", para contarnos enseguida que los griegos, que lo

alababan deseándole larga vida, eran unos necios, pues pedían a Dios aquello "que la

propia naturaleza no permite" (Rel. 28).

En la Relatio los retratos ocultan la realidad tras una máscara retórica mal intenciona-

da, de modo que, prácticamente, no vemos en escena a personas sino, en una ridícula

comedia, una galería de caricaturas grotescas que sólo son comprensibles en la mirada

de Liutprando. En los retratos, claramente, irrumpe con toda su fuerza la subjetividad

del viajero, desencadenando desenfrenadamente la ironía, el sarcasmo y el humor, como

notas distintivas.

En claro contraste, pero demostrando una vez más cómo el discurso de Liutprando se

ajusta al "yo" y sus muy personales circunstancias, en la Antapodosis, escrita con ante-

rioridad, el emperador bizantino es un personaje digno de elogios, tanto cuando el autor

habla de lo que sabe por terceros, como cuando apela a sus recuerdos. Así, León VI

(887-912), llamado El Sabio, le parece al autor que reinaba con santidad y justicia (Ant.

I, 6); otro emperador es calificado como santísimo y temeroso de Dios (Ant. II, 52); para

el emperador Romano I no tiene sino elogios, calificándolo como digno de alabanza,

piadoso, humano y generoso (Ant. III, 22); de Constantino VII dice que éste reinaba

felizmente (Ant. III, 26).

No se trata de que uno u otro texto sean más realistas en los retratos que nos entrega:

tal vez ambas son, finalmente, semblanzas estereotipadas en directa relación con el dis-

curso del viajero. No se trata tan sólo de una subjetividad que va in crescendo desde la

Antapodosis hasta la redacción de la Relatio, sino también de una curva ascendente en

el tono dramático del relato, y en la alteridad que se manifiesta a través de él.

Liutprando, en las ocasiones que tuvo como visitante embajador en Constantinopla

(años 949 y 968), pudo percatarse del esplendor del Imperio de Oriente, sobre cuyo au-

ge sólo se interpone con ventaja el Califato de Córdoba. Constantinopla, como Córdoba,

es una urbe de riqueza y cultura incomparables, de soberbios edificios y palacios.

En el caso de Constantinopla, no hay más que pensar en su catedral de Santa Sofía,

causando asombro a los viajeros occidentales por su belleza y monumentalidad inaudi-

tas. En el Mediterráneo de estos tiempos, basta a cualquiera decir que va "a la Polis",

con la expresión “eis tin pólin”,52

para que se entienda perfectamente que se dirige a

Constantinopla, la polis por antonomasia, la “Basilévusa Pólis”, esto es, la "Ciudad

52

De donde derivan los nombres modernos de Istanbul y Estambul.

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~ 33 ~

Emperatriz o Imperial", o la “Basilévusa ton Póleon”, es decir, la "Emperatriz de las

Ciudades".

Curiosa o sintomáticamente, en la embajada de 968 y recogida en la Relatio, Liut-

prando apenas si se refiere a la ciudad o a los edificios, a pesar de que sabemos que, en

varias ocasiones, estuvo en la magnificencia del Palacio Imperial, en la magnífica igle-

sia de los Santos Apóstoles (Rel. 19),53

o en la catedral de Santa Sofía (Rel. 10), tan ala-

bada por tantos viajeros.54

Apenas si se refiere con algún detalle a su hospedaje, y sólo

para contarnos que era una morada enteramente odiosa: no protegía ni del frío ni del ca-

lor, y carecía de agua (Rel. 1, 2). Y cuando se refiere a la urbe como un todo, califica a

Constantinopla de ciudad "ahora famélica, perjura, mendaz, traicionera, rapaz, codi-

ciosa, avara, fatua" (Rel. 58).

Contrasta dicha visión con la que el autor nos entrega anteriormente, deleitándonos,

en la Antapodosis. En efecto, allí la ciudad es exaltada por su riqueza y por la sabiduría

de sus habitantes (Ant. I, 11), ilustrando al lector con datos acerca de los edificios, nom-

bres y anécdotas (Ant. I, 5-12); como testigo ocular, se admira ante el Palacio y sus de-

pendencias: "El Palacio de Constantinopla destaca no sólo por su belleza, sino también

por la solidez entre todas las fortalezas que yo había visto, ya que está custodiado por

un gran número de soldados continuamente" (Ant. V, 21). Del Chrisotriklinos, lujoso

salón donde tenían lugar las recepciones solemnes, dice que era la parte más noble del

Palacio.55

Es en el libro VI de la Antapodosis donde encontramos los más conocidos y citados

pasajes de la obra de Liutprando, cuando describe el Palacio de la Magnaura o la De-

kanea. Los términos que emplea –maravilla, belleza, grandeza, o el tópico de lo inefa-

ble– se constituyen en la "marca textual" que nos indica que nos encontramos frente a

los mirabilia.56

El exotismo se traduce entre los viajeros de todos los tiempos al destacar

aquellos elementos que, estiman, impresionarán a sus lectores.

53

Esta iglesia no existe actualmente, pero la catedral de San Marcos, en Venecia, se construyó siguiendo

su modelo, lo que nos permite hacernos una idea de la grandiosidad del templo en cuestión.

54

Podemos destacar, a modo de ejemplo, el relato de los embajadores del Príncipe Vladimir I de Kiev

(año 988): "...llegamos donde los griegos que nos llevaron al lugar donde adoran a su Dios, y no sa-

bíamos ya si nos encontrábamos en el cielo o en la tierra, pues en la tierra no hay un espectáculo

comparable, ni de tal belleza. No somos capaces de describirlo; lo único que sabemos es que Dios habita

allí en medio de los hombres; y su oficio es más admirable que el de otros países. No olvidaremos jamás

su belleza, ya que cuando uno ha probado algo dulce, difícilmente soportará lo amargo" (1884: Chro-

nique de Nestor, traducción de Louis Léger, París, Laroux, 90).

55

Los datos que Liutprando proporciona acerca del Palacio y del ceremonial que allí tenía lugar son de

gran interés, ya que no se conservan ahora sino algunos mosaicos del piso del otrora magnífico Palacio

que, justamente, ya en el siglo X comenzó a arruinarse producto del abandono, pues los emperadores pre-

firieron el Palacio de Blaquernas, en el ángulo noroeste de la ciudad.

56

Las cosas que maravillan, elemento más o menos común y recurrente en los relatos medievales de via-

jes.

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~ 34 ~

Dos son los pasajes que merecen recordarse ahora in extenso.57

El primero, referido al

Palacio de la Magnaura, y el segundo, a la casa llamada Dekanea:

Hay en Constantinopla una casa, contigua al palacio, de maravillosa grandeza

y belleza, que por los griegos es llamada Magnaura, casi gran aura, con la "v"

puesta en el lugar de la "digamma". Constantino hacía así preparar esta casa ya

para los emisarios de los españoles, que entonces habían recién llegado, o para

mí y Liutifredo. Delante del trono del emperador había un árbol de bronce, pero

dorado, cuyas ramas estaban llenas de aves igualmente de bronce y doradas de

diverso género, que según su especie emitían el canto del más variado tipo. El

trono del emperador estaba dispuesto con tal arte, que en un momento parecía en

el suelo, luego más alto, y repentinamente sublime, y lo custodiaban, por así de-

cir, leones de inmensa grandeza, no se sabe si de bronce o madera, pero recu-

biertos de oro, los que golpeando la tierra con la cola, abierta las fauces, emitían

rugidos con las móviles lenguas. Es a esta casa a la que fui llevado ante el em-

perador sobre las espaldas de dos eunucos. Y si bien a mi llegada los leones

emitieron un rugido, y las aves cantaron según su especie, no fui conmovido ni

por temor, ni por admiración, porque de todas estas cosas había sido informado

por quien bien las conocía. Inclinándome hacia adelante por tres veces adorando

al emperador alcé la cabeza y aquel que antes había visto sentado, elevado por

sobre la tierra de manera mesurada, lo vi luego revestido de otras vestimentas y

sentado cerca del cielo de la casa; cómo ello sucedió no lo puedo pensar, sino

porque tal vez haya sido elevado hasta allí por un ergálion (árgano),58

con el

cual se levantan los árboles de las prensas. Entonces, su boca no pronunció nin-

guna palabra, ya que, aunque lo quisiese, la grandísima distancia lo hacía in-

conveniente, sino que mediante el logotheta me preguntó acerca de la vida y sa-

lud de Berengario. Habiéndole consecuentemente respondido, a la señal del in-

térprete salí y me retiré rápidamente al hospedaje que me había sido concedido.

Hay allí una casa junto al hipódromo orientada al norte, de maravillosa altura y

belleza, que se llama Dekaenneakubita, nombre que ha tomado no de la realidad,

sino por causas aparentes; deka en griego equivale a diez en latín, ennéa es nue-

ve, kubita se refiere a las cosas inclinadas o curvadas, viene del verbo cubare. Y

es, por tanto, porque en la Navidad según la carne de Nuestro Señor Jesucristo

(25 de diciembre) se preparan diecinueve mesas. En ellas cenan el emperador,

los paramentos y los invitados, pero no sentados como en los otros días, sino

recostados; en aquellos días se sirve no en vajillas de plata, sino sólo en las de

oro. Después de la comida fueron traídos los pomos en tres vasos de oro que, por

su enorme peso, no son portados por manos humanas, sino en vehículos cu-

biertos de púrpura. Dos son colocados sobre la mesa de este modo. A través de

57

Ant. VI, 5 y 8 (ó bien 6, 5 y 8).

58

Palabra en desuso: máquina a modo de grúa para subir piedras o cosas de mucho peso.

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~ 35 ~

unos orificios abiertos en el techo, tres cuerdas cubiertas con pieles doradas son

intercaladas con anillos de oro que, puestos en las asas que sobresalen de los va-

sos, con la ayuda de tres, cuatro o más hombres, son levantados sobre la mesa

por medio de un ergalion giratorio, que está sobre el techo, y del mismo modo

son retirados.

En los dichos recintos se despliega todo aquello que podemos denominar como la di-

mensión sacrosanta del poder y, verdaderamente, el Palacio aparece ante todos los ojos

como un santuario de la religión imperial.59

Las salas del trono se destacan de todas las

demás por el lujo y la opulencia. Allí, como lo dice el obispo Liutprando, el emperador

hace su aparición como si se tratara de una verdadera hierofanía. Liutprando añade que

no sintió ningún temor ni admiración porque estaba advertido de los trucos, pero mu-

chos otros embajadores deben haber reaccionado de manera diferente. El ceremonial

imperial de Constantinopla, justamente, tenía como objetivo resaltar la dimensión so-

brenatural del poder del emperador, pero también impresionar a los extranjeros con los

artificios mecánicos que describe el obispo de Cremona.

Ciertamente, Liutprando manifiesta una especial sensibilidad para la descripción del

espacio. Por eso puede parecer aún más extraño que en la Relatio el autor no haya dedi-

cado tiempo a ella; pero la explicación la da de algún modo el mismo Liutprando, cuan-

do señala que "en los tiempos del emperador Constantino de feliz memoria [...], vine

aquí no como obispo, sino como diácono, y enviado no por un emperador ni por un rey,

sino por el marqués Berengario [...]. Ahora, siendo obispo por la misericordia de Dios

y enviado por los magníficos emperadores Otón, el padre, y Otón, el hijo, se me des-

honra a tal punto [...]. ¿No os pesan mis ultrajes, más aún, los de mis señores, quienes

son despreciados en mi persona?" (Rel. 55). Es la retórica del desquite.

59

Se trataba de un conjunto de edificios que incluía salas de recepción, las habitaciones imperiales, igle-

sias, capillas, cuarteles, bodegas, talleres, jardines, etc., una verdadera "ciudadela" de 400.000 m2.

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Año 973

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~ 38 ~

ABADÍA DE SAN GALO

(SUIZA)

El 14 de enero, a los 63 años de edad, falleció en la abadía suiza de San Galo el monje

Ekkehardo, autor de una epopeya: Waltharius.60

El poema tiene este argumento:

Walter era el hijo de Alfere, gobernador de Aquitania, que en el siglo V, cuando se

desarrolló la leyenda, era el centro del reino visigodo. Cuando Atila invadió Occidente,

los príncipes de la región están representados como que no presentaron ninguna resis-

tencia. Buscaron la paz ofreciendo tributo y rehenes. El rey Gebica, descrito aquí como

un rey franco, entregó a Hagen como rehén en lugar de su hijo menor Gunther;61

el rey

burgundio Heririh, a su hija Hiltegunda; y Alfere, a su hijo Walter.

Hagen y Walter se convirtieron en hermanos de armas, luchando a la cabeza de los

ejércitos de Atila, mientras Hiltegunda se encargaba del tesoro de la reina. Poco des-

pués, Gunther sucedió a su padre y rechazó pagar tributo a los hunos, con lo cual Hagen

huyó de la Corte de Atila. Walter e Hiltegunda, que habían sido prometidos en la infan-

cia, también consiguieron escapar durante una celebración con borrachera de los hunos,

llevándose consigo un gran tesoro. La historia de su huida forma una de las escenas más

encantadoras de la antigua historia alemana. Fueron reconocidos en Worms, donde el te-

soro excitó la avaricia de Gunther. Llevando con él doce caballeros, entre ellos al reacio

Hagen, los persiguió, y los cogió en Wasgenstein, en los Vosgos. Walter luchó con los

caballeros nibelungos uno cada vez, hasta que todos ellos fueron muertos, salvo Hagen,

el cual se había mantenido ajeno a la batalla, y sólo fue persuadido por Gunther para

atacar a su camarada en las armas el segundo día. Atrajo a Walter lejos de su posición

fuerte del día anterior, y tanto Gunther como Hagen atacaron a la vez. Los tres quedaron

incapacitados, pero sus heridas fueron curadas por Hiltegunda y se separaron como ami-

gos.

60

Es un poema latino que se basa en una tradición popular alemana, relacionada con las hazañas del hé-

roe gótico Walter de Aquitania, el cual no es un rey histórico, pero el núcleo del relato poético sí lo es,

tratándose de acontecimientos acaecidos en el siglo V, en torno a la dinastía baltinga (la visigótica que

gobernó Hispania y parte de la Galia), después de que el rey Walia (415-418) estableciera un reino visi-

gótico en Aquitania (año 417) en choque con los vándalos del rey Gunderico (407-428). Eran los tiempos

de mucho protagonismo de los generales conocidos como magister militum. Sucedió que los burgundios

se convirtieron en vecinos de los visigodos después de ser reasentados en Saboya por Flavio Aecio (año

443), durante el reinado de Gondioc de Burgundia, que accedió al trono tras la destrucción de Worms por

los hunos (año 436), sucediendo a su padre Gundahario, muerto en esa batalla. Gondioc se casó con la

hermana de Ricimero, magister militum del Imperio Romano de Occidente.

61

Rey ficticio de Borgoña, cuyo castillo legendario se supuso a orillas del Rin, en Worms. Gunther apare-

cerá en el poema épico del siglo XIII El Cantar de los Nibelungos.

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~ 39 ~

La parte esencial de esta historia es la serie de combates singulares. Las ocasionales

incoherencias del relato hacen probable que hubiese muchos cambios introducidos en la

leyenda, con versiones diversamente interpretables. Hay razones para creer que Hagen

era originalmente el padre de Hiltegunda, y que el cuento era una variación de la saga

de Hild (de la mitología nórdica escandinava), tal como se narra en la poesía nórdica del

Skáldskaparmál. Hildr, hija del rey Hogni, fue raptada por Hedinn, hijo de Hjarrandi en

la mitología nórdica. La lucha entre las fuerzas del padre y las del amante sólo cesaron

en el ocaso, para renovarse a la mañana siguiente, pues cada tarde Hild alzaba a los

muertos por sus encantamientos. Esto ha sido interpretado como una forma del viejo

mito de la lucha diaria recurrente entre la luz y la oscuridad. Las canciones que canta

Hiltegunda en el Waltharius durante sus guardias nocturnas probablemente eran encan-

tamientos, un punto de vista fortalecido por el hecho de que hay versiones en las que se

cuenta que la mirada de Helgunda inspiraba a los combatientes con fuerzas renovadas.62

El monje Ekkehardo

62

Hiltegunda no retiene nada de la fiereza de Hild, pero el fragmento del poema épico anglosajón cono-

cido como Waldere se muestra más acorde con el espíritu original. En Waltharius, Hiltegunda aconseja a

Walter la huida; en el Waldere ella le insta al combate.

Waldere es el nombre por el que se conocen convencionalmente a dos fragmentos de un poema épi-

co perdido, escrito en inglés antiguo, descubiertos en 1860 por E. C. Werlauff, un bibliotecario de la Bi-

blioteca Real de Dinamarca en Copenhague, donde se conservaban, probablemente vendidos como conse-

cuencia de la disolución de los monasterios en las islas británicas.

Los fragmentos parecen pertenecer a una historia mucho más amplia. Por lo que se deduce, la obra se

divide en dos partes, escritas en tiempos diferentes, cuyas fechas se desconocen. Fue publicada con el

título de Waldere en 1860 por George Stephens, y posteriormente por R. Wulker en 1881, formando parte

del primer volumen de Bibliothek der angelsächsischen Poesie. Otras primeras ediciones fueron el quinto

volumen de Göteborgs högskolas årsskrift (por Peter Holthausen en 1899), y dos traducciones importan-

tes al inglés actual, comentadas: la de F. Norman en 1933 y la de Arné Zettersten en 1979.

Los fragmentos narran las aventuras de Walter de Aquitania, el mismo personaje ficticio que aparece en

otros textos noruegos, germanos y polacos, entre los siglos X-XIII. Waldere es la única versión anglosa-

jona que se conoce del héroe. Es la historia de Waldere (en inglés moderno, Walter) y Hildegyth, quienes

ambicionan el tesoro de acero de la Corte de Atila. Se encuentran con otros dos hombres que andan tras el

tesoro: Hagena y Guthhere, rey de los burgundios. El poema narra la confrontación entre ambas parejas.

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~ 40 ~

EGIPTO

Abdakassim Mohamed ibn Hani, también conocido como Ibn Hani, poeta lírico e

historiador andalusí, de Ishbiliya (Sevilla), exiliado en Egipto, murió a la edad de 36

años. Fue autor de la colección de poemas titulados Diwan, catalogada como una de las

mejores muestras de la poesía árabe. Fue también panegirista oficial del califa fatimí

norteafricano63

y predicador o propulsor del chiísmo islámico,64

sobre todo en la cora de

Elvira o Illíberis.

Ibn Hani fue educado por su padre, recibiendo una sólida formación literaria del mis-

mo y del maestro Mohamed Ibn Masarrah.65

Más tarde estudió Filología y Filosofía en

Sevilla, en la renombrada Casa de la Ciencia (dār al-ˁilm).

Fue muy atrevida su poesía, con mucho recurso a elogiarse a sí mismo y a la jactancia

(fajr), mostrándose siempre muy orgulloso de su homosexualidad. Por todo ello y por su

afiliación al chiísmo, los alfaquíes (jueces) de Al-Ándalus mostraron siempre su ani-

madversión contra él.

Pero además de ser conocido por su osadía, su poesía contiene una gran calidad intrín-

seca, pues conjugó las corrientes clásicas de la tradición beduina –siguiendo fundamen-

talmente a Al-Mutanabbi (915-965),66

de quien heredó una dicción trascendente, de

gran brillantez léxica y arraigada en la tradición– con las corrientes modernistas del si-

rio Abu Tamman (805-895), del abasí Ibn Al-Rumi (836-896) y del sefardí Al-Buhturi,

quienes influyeron decisivamente en su estilo.

Debido a que en el califato de Córdoba era temido el poderoso califato chií-fatimí de

Ifriqiya (que ocupa a la sazón todo el norte de África y ha conquistado Egipto, fundando

como capital la ciudad de El Cairo), considerando a los chiítas una seria amenaza, mu-

chos de ellos, incluido Ibn Hani, acabaron exiliados.

Sus versos fueron muy apreciados en el califato fatimí, teniendo en cuenta que satirizó

cuanto quiso tanto a los omeyas como a los abasíes.

Ofrecemos a continuación su Qasida de las estrellas (el comienzo):

63

Maad al-Muizz (952-975), en cuyo reinado los fatimíes conquistaron Egipto y fundaron El Cairo islá-

mico.

64

Rechazado por la dinastía omeya de Al-Ándalus.

65

Ver Epílogo I.

66

Poeta iraquí considerado como el mejor en lengua árabe de todos los tiempos.

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~ 41 ~

¡Qué bella aquella noche! Desde que nos envió de prisa a su mensajero,

la pasamos contemplando a los Gemelos del Zodíaco en sus orejas,

como pendientes.

Y la pasó también con nosotros un copero que se rebelaba

contra la oscuridad con su rostro, candela de aurora,

a la que no hay que despabilar y que no se apaga.

Había en su voz un dejo nasal como el runrún de la gacela;

era fragante; la molicie hacía ligero su talle, mientras el licor hacía

pesados sus párpados, de abundantes pestañas.

El temblor del vino no le dejó mano, ni la vejación del curvarse

para llenar los vasos, cintura.

Diríase que sus caderas eran un montón de arena sobre el

que se cimbreaba la caña del talle:

¿Es que no conocéis la caña y el montón de arena?

Nuestros lechos sirvieron de vestido para nuestro vino, y para cubrirnos,

la tiniebla rasgó sábanas de su piel.

De corazón a corazón se acercaba el amor;

de labio a labio volaba el beso.

Mas, por tu vida, despierta de nuevo al vaso y a los párpados del copero;

que de nuevo está despierto el porrón después de lo que dormitó.

La tiniebla ha comenzado a desanudar sus trabas,

y el ejército de la noche

se apresta y se alinea para dar la batalla a la aurora.

Los luceros huyen para dejar paso a las Pléyades, que son como sortijas

que brillan en los dedos de una mano escondida.

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Noé borracho (oleo de Guido Cagnacci, 1601-1681/2)

Copas artesanales árabe-egipcias

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~ 43 ~

CÓRDOBA

El 9 de marzo –todo de manera como muy tribal– llegaron a Córdoba 70 masmudíes,

viejos seguidores de Hasan ibn Qannun, dispuestos a rendirle pleitesía a Alhakén II y

para darle muestras de sometimiento. Y se sucedieron también embajadas por el estilo

de Hannun ibn Idris, jefe del barrio andalusí de Fez, y de un enviado de Abdalkarim,

jefe del barrio qayrawani de la misma ciudad. Resultó que el caíd Galib recibió órdenes

de que se distribuyeran 10.000 dinares a los partidarios de Hasan ibn Qannun que estén

dispuestos a someterse al califa Alhakén II.67

Más adelante, en septiembre, Alhakén II recibió en Medina Al-Zahra a los hasaníes

Abderramán ibn Mohamed ibn Abilays, Husayn ibn Yahya ibn Hassan ibn Ibrahim y

Hasan ibn Guenun, que acudieron a Córdoba con una nutrida representación de sus

hombres.

Después, Mohamed ibn Abi Amir68

fue enviado al norte de África en comisión de ser-

vicio sobre todo con el fin de controlar los excesivos gastos de Galib en sobornos.

Ya a primeros de octubre, Galib ibn Abderramán al-Siklabi desembarcó en Tánger y

Ceuta, conquistando Al-Basrah.69

En noviembre, el día 17, fueron recibidos en audiencia por Alhakén II embajadas de

los reinos cristianos hispanos: Sancho II de Navarra, Elvira de León, Ruy Velázquez de

Galicia y los condes Beni Gómez de Carrión. Cabe destacar que todo fue bien resuelto

menos un incidente grave acaecido cuando Elvira Ramírez de León pronunció unas in-

jurias que sentaron mal al califa.

67

Ver Epílogo II.

68

El futuro (ya pronto) Almanzor.

69

De la que actualmente no quedan más que unas ruinas junto a Moulay-Bousselham, a unos 20 kilóme-

tros de la marroquí Alcazarquivir, que era entonces la capital de verano del emir idrisí Hasan II.

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~ 44 ~

FRAXINETUM

Los musulmanes (andalusíes) de Fraxinetum70

(piratas de mucha extorsión), que ya no

cuentan con apoyo omeya, dadas las relaciones de Córdoba con Otón I, estando muy ra-

biosamente como desesperados, pero en sus mismas andanzas, capturaron al abad de

Cluny, Maïeul,71

siendo liberado después mediante un sustancioso pago de rescate. Este

hecho, sin embargo, provocó una fuerte campaña contra los sarracenos piratas al mando

del conde Guillermo I de Provenza. Fraxinetum quedó destruida, siendo muchos los

moros muertos y siendo esclavizados los que sobrevivieron al huir y tratar de esconder-

se.72

70

Actual la Garde-Freinet, en la Provenza francesa.

71

San Mayolo (906-994). Con el abad Mayolo (o Maïeul) fue cuando la abadía de Cluny resplandeció

más, siendo muy destacada su rectitud, orden, disciplina y espíritu de reforma, volviéndose hacia ella los

ojos del Papa así como de príncipes y emperadores. La reforma cluniacense pasó a los monasterios de

Alemania a petición del emperador Otón I y de la emperatriz Adelaida.

72

Fueron varias las batallas habidas hasta derrotar a estos moros piratas de procedencia andalusí, pero

sobre todo hay que destacar la batalla definitiva conocida como del Tarteror o Tourtour en este año 973.

Fue una gran victoria de las fuerzas cristianas mandadas por Guillermo I de Provenza.

Durante décadas, los sarracenos habían venido introduciéndose en Provenza. Durante estas expedicio-

nes construyeron varias fortalezas, la mayor de ellas la de Fraxinetum (el castillo de La Garde-Freinet).

Desde estas bases realizaban razias con el fin de capturar mercancías y personas para venderlas en di-

versos puertos, sobre todo entre musulmanes.

Puede verse muy bien descrito todo ello en la novela histórica El mozárabe, de Jesús Sánchez Adalid.

Aunque en un principio sufrieron una fuerte resistencia, pronto el ánimo de la gente de Provenza se

había ido tornando en una oposición cada vez más pasiva.

A principios de este año 973, como queda contado, los sarracenos capturaron a Maïeul, el abad de

Cluny, y demandaron un rescate. Debido a la gran veneración que le profesaban sus monjes el rescate fue

pronto pagado y el abad liberado. Una vez libre, el abad alentó la venganza contra la amenaza sarracena.

La antipatía hacia los piratas sarracenos unía tanto a nobles como a plebeyos, y juntos pidieron al conde

Guillermo I de Provenza que actuara contra los musulmanes. Guillermo reclutó un ejército, no sólo for-

mado por gentes de Provenza, sino también de la zona del Delfinado y de Niza, pasando a la ofensiva.

La estrategia del conde fue la de atacar con sus fuerzas el corazón de la Provenza sarracena. Los mu-

sulmanes, conocedores de esta amenaza, se enfrentaron a los provenzales en los Alpes, siendo derrotados

por éstos en cinco batallas sucesivas (Embrun, Gap, Riez, Ampus y Cabasse). Prácticamente vencidos, los

sarracenos plantaron batalla final en una planicie, cerca de Fraxinetum, llamada Tarteror. Nuevamente

Guillermo venció y persiguió a los sarracenos hasta Fraxinetum donde se refugiaron.

Después de un descanso o tregua en la campaña, Guillermo asaltó finalmente Fraxinetum. Este ataque

fue dirigido por los señores de Levens, Aspremont, Gilette, Bauil y Sospel. Después de la toma de La

Garde-Freinet, los sarracenos fueron aislados en la fortaleza de Fraxinetum que pronto fue capturada.

La Garde-Freinet fue destruida hasta los cimientos y los restos del ejército pirata-musulmán huyeron a

un bosque cercano, donde fueron capturados o muertos. Los cautivos sarracenos fueron bautizados y se

les hizo trabajar como esclavos, mientras el resto de musulmanes de Provenza evacuó la región por barco

sin esperar futuras represalias.

Por el éxito de la campaña en la expulsión de los moros de Provenza, Guillermo I fue llamado en ade-

lante el Libertador y el Pater Patriae.

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~ 45 ~

MEMLEBEN

El 7 de mayo, en Memleben, murió el emperador Otón I, con 61 años de edad y 11 de

reinado.73

Enrique I, su padre, procuró buscar con quién casar a Otón dirigiendo su mirada a la

realeza inglesa, para vincular así su linaje con dinastías reinantes provenientes de allí.

Además de pretender una legitimación de su trono, quería fortalecer el común senti-

miento sajón con los monarcas ingleses, cuyos ancestros habían emigrado de Sajonia a

las islas en el siglo V. Por otra parte, la novia buscada traía el prestigio de proceder de la

familia de Oswaldo.74

Las dos medio hermanas del rey inglés Athelstan (924-939), Ed-

githa y Edgiva, se trasladaron a la Corte de Enrique I, resultando que fue Edgitha la

elegida como novia de Otón. Fue su primera esposa, recibiendo ella Magdeburgo como

Morgengabe.75

Edgitha murió en Magdeburgo el 29 de enero del año 946.

Al morir Enrique I, Otón fue ungido y coronado rey en Aquisgrán (año 936), con la

pretensión de que fuera restaurado el desaparecido Imperio Carolingio, debiendo con-

vertirse éste en el Sacro Imperio Romano Germánico. Con el apoyo firme de los más

altos dignatarios eclesiásticos, miembros de la familia o muy cercanos, Otón I logró

afianzar su poder, también con el apoyo de los grandes duques de Franconia, Suabia,

Lorena y Baviera.

73

Fue rey de Germania (Alemania) desde el año 936 y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico

desde el año 962. Hijo de Enrique I el Pajarero (919-936), duque de Sajonia y rey de Germania, a quien

tenía que suceder desde que en el año 929 fue asociado al trono paterno. Su madre fue Matilde de Rin-

gelheim (Santa Matilde).

74

San Oswaldo (primera mitad del siglo VII). Fue rey cristiano de Northumbria, cuando las tierras ingle-

sas estaban divididas en pequeños reinos regidos por linajes de origen germánico.

Oswaldo era sobrino materno del rey Edwin, también Santo, de Northumbria, que en el año 633 había

unificado su reino. Al morir Edwin, Oswaldo llegó a ser el monarca inglés más poderoso de su tiempo.

Oswaldo murió en Maserfield, luchando contra el rey pagano Penda, el mismo enemigo que había eli-

minado a Edwin unos años antes.

75

El Morgengabe (don o regalo en la terminología germánica) era la prestación matrimonial que tenía

por objeto la parte de los bienes que el marido destinaba a su esposa para el caso de que él muriera antes

que ella. Era una institución diferente de la dote y no sólo consistía en una remuneración pecuniaria, sino

también en la ofrenda de bestias o armas. Era una antigua ley germánica que consistía en una ofrenda del

hombre a la esposa en la mañana después de la noche de bodas y servía como compensación a la vir-

ginidad perdida. En Sarre, había también un regalo de la mañana antes del día de la boda.

Podemos encontrar vestigios de esta institución germánica en el derecho visigodo, concretamente en

una colección de 46 fórmulas de estilo romano, que son las más destacables de las que se conservan y en

concreto en la fórmula 20, donde se hace referencia a esta institución.

La mujer (de clase social inferior) debía renunciar a todos los derechos de herencia para ella y para

los hijos que tuviera. Si no hubiera descendencia en el matrimonio y quedara viuda, el Morgengabe podía

servir para asegurarle una pensión (con su certificado correspondiente) o remuneración.

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~ 46 ~

Su política exterior se dirigió inicialmente hacia Italia, donde reforzó los derechos de

Adelaida76

frente a Berengario II. Tras entrar victorioso en Pavía (año 951), consiguió

imponerse como rey de los francos y de los lombardos, casándose entonces con Adelai-

da. Ante todo esto, Berengario cesó en su resistencia y aceptó rendirle vasallaje, por lo

que fue acomodado como rey de Italia.77

Sonora fue, hacia el este, la victoria de Otón I sobre los húngaros o magiares (batalla

de Lechfeld, en el año 955), alejando así el peligro magiar que se cernía sobre sus terri-

torios germánicos por esa zona.78

Ese mismo año dirigió sus armas contra los eslavos en

la zona del Elba, a los que venció en la batalla de Recknitz, con lo cual se impulsó la

expansión germánica hacia el este.

En el año 961, Otón I vinculó a su hijo Otón II al poder, tal como había hecho ante-

riormente con él su padre Enrique I, quedando así pretendidamente garantizada la su-

cesión. Poco después atendió la petición de ayuda que le hizo llegar el Papa Juan XII,

marchando hacia Italia para defender los derechos del pontífice frente a las intromisio-

nes de Berengario. A raíz de esto, Otón I fue coronado en Roma como emperador (2 de

febrero del año 962).79

El Papa, sin embargo, no le fue leal a Otón, por lo que el empe- 76

Santa Adelaida.

77

Para acudir tan rápidamente en socorro de Adelaida, Otón aprovechó el ejército de su hijo mayor Liu-

dolfo, que acababa de invadir Lombardía habiendo inestabilidad en la zona. Al apropiarse de este ejército

y después casándose con Adelaida, Otón estaba destrozando todas las ambiciones de su hijo en Italia.

Liudolfo se sintió muy molesto por este motivo, y poco después (año 953), se rebeló contra su padre

contando con el apoyo de su cuñado Conrado el Rojo. Pero Otón aplastó la rebelión de su hijo un año más

tarde con la ayuda del duque Enrique I de Baviera.

78

Esta victoria fue de capital importancia para el poderoso reagrupamiento de la legitimidad jerárquica

en una superestructura política que estaba disgregándose a la manera feudal desde el siglo anterior.

79

Tras enfrentarse a sus ambiciosos hermanos y vencer a los húngaros, Otón I de Sajonia recibió del Papa

Juan XII la corona imperial, siendo emperador de un Imperio que perduró casi un milenio.

En Aquisgrán (año 936, el 7 de agosto), aclamado por un gentío que, con la mano derecha alzada, gri-

tando “Sieg und Heil” (“Victoria y Salvación”), Otón I fue coronado rey de la Francia Oriental. Su padre

había muerto el mes anterior, pero antes le había nombrado heredero y sucesor. Todos los elementos que

acompañaron en la coronación de Otón I tenían una fuerte carga simbólica. La aclamación con la mano

alzada había sido una costumbre romana.

El aceite sagrado y la corona, a las que las crónicas llaman diadema, se utilizaron siguiendo el mismo

ritual que el que se empleaba para ungir a los reyes del Antiguo Testamento. Tras la ceremonia se celebró

un banquete en el que le sirvieron los cuatro duques germanos, simbolizando su sumisión. Por último, y

quizá lo más importante, la elección de Aquisgrán para celebrar la ceremonia pretendía vincular a Otón

con el primer emperador coronado en Occidente tras la caída de Roma en el siglo V: Carlomagno, cuyos

dominios se habían disgregado en el año 843, cuando fueron divididos entre sus tres nietos.

Antes de morir, Enrique I el Pajarero hizo saber que nombraba a Otón su único heredero, lo que con-

tradecía las costumbres sajonas, pues se esperaba que dividiese sus posesiones entre todos sus vástagos.

Además, la decisión parecía arbitraria, dado que no había elegido al vástago de mayor edad y tampoco al

primero nacido tras la coronación del rey, su homónimo Enrique. Otón tuvo, por ello, que enfrentarse a

sus hermanos. Otón solía mostrar clemencia con sus adversarios, consciente de que ello podía ser una

muestra mayor de poderío que la crueldad. Resolvió algunas revueltas aristocráticas evitando las penas

físicas y sometiendo a los nobles a algo que temían mucho más: la humillación pública. Atajar estos pro-

blemas internos le entretuvo durante las dos primeras décadas de su reinado.

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rador lo depuso y colocó en el pontificado a León VIII, todo como en su momento lo

contábamos. Los romanos no aceptaron al nuevo Papa, impuesto por Otón.80

Al morir

Juan XII, eligieron a Benedicto V. Pero en el año 966 Otón I logró que su poder es-

tuviera ya del todo consolidado y consiguió la coronación imperial de su hijo Otón II.81

Cuando murió uno de sus mayores opositores, el duque Eberhard de Franconia, se nombró a sí mismo

su sucesor; de este modo unió Franconia con Sajonia (el territorio que Otón había heredado de su padre).

Cuando su propio hijo, Liudolfo, comenzó a organizar una revuelta en Baviera, le acusó de haberse aliado

con los húngaros. En el verano de 955, Otón decidió encaminarse a la frontera oriental para frenar lo que

parecía ser el comienzo de una invasión húngara en toda regla. La seguridad que mostraba Otón a la hora

de dirigirse al combate tenía mucho que ver con la confianza que el monarca depositaba en su fortaleza y

en su destino. La batalla de Lechfeld –en la que los jefes húngaros capturados fueron llevados a Regens-

burgo y ahorcados en público– supuso para Otón un triunfo definitivo. Acabada la contienda, los hombres

que le acompañaban le proclamaron Imperator, un título que en la Antigüedad había servido para aclamar

a los generales victoriosos, pero que en la propia Roma había pasado a significar mucho más.

Desde el año 924 no había ningún emperador, y a Otón no se le escapaba este dato, pues su propio pa-

dre había querido reclamar para sí la diadema imperial. Así se centró en ganar la dignidad imperial, y para

lograrlo tuvo que intervenir en Roma. Otón consiguió que, en adelante, los Papas deberían ser elegidos

con la aprobación imperial. Desde entonces, y hasta Carlos V (1520-1558), todos los emperadores ale-

manes recibieron su dignidad del Papado. Esta alianza, que hacía del Papa el dirigente espiritual de la

Cristiandad y del Emperador su brazo defensivo, se mantuvo durante toda la Edad Media.

80

A raíz de la restauración del Imperio, Otón I afirmó el derecho de los emperadores a intervenir en la

elección de los Papas, pero tal facultad desaparecerá cuando el Papa Nicolás II (año 1059) establezca que

la elección de un nuevo Papa recaiga según cónclave de cardenales. El antagonismo entre Papas y Em-

pradores, no obstante, subsistirá debido a las pretensiones imperiales y a sus intromisiones en Italia. Las

relaciones entre emperadores y pontífices, jefes éstos absolutos de la Iglesia de Occidente, traerán con-

flictos que debilitarán ambos poderes y sobre todo la relación entre ambos. La dinastía sajona, después de

Otón I, sólo duró dos generaciones. A principios del siglo XI (año 1024), accederá al trono imperial la fa-

milia ducal de Franconia, perpetuándose esta familia durante un siglo. De esta familia será el emperador

Enrique IV (1084-1105), el que será humillado en Canossa (al norte de Italia) por el Papa Gregorio VII,

firmándose a partir de entonces el Concordato de Worms. Ya lo iremos viendo en su momento.

81

Con Otón I y sus inmediatos sucesores se produjo el llamado “Renacimiento otoniano”, representado

en un cierto auge artístico sobre todo en el ámbito de la arquitectura. Se afianzaron con relevancia algunas

escuelas catedralicias, sobre todo las potenciadas por el arzobispo Bruno de Colonia (San Bruno de Colo-

nia, hermano de Otón I). Hubo buena producción de manuscritos iluminados, como era propio en esta

época. Tuvo su importancia el scriptorium de Quedlinburg (fundado por Otón I en el año 936). Las aba-

días imperiales y la corte imperial se convirtieron en centros de la vida religiosa y espiritual, guiados por

el ejemplo de mujeres de la familia real, santas y buenas patrocinadoras de la cultura y de la vida cris-

tiana. Otón quedó escandalizado por el lamentable estado de la liturgia en Roma, así que encargó el pri-

mer Libro Pontifical, un libro litúrgico que contenía tanto oraciones como instrucciones sobre el rito. La

compilación del Pontifical romano-germánico, como se le llama actualmente, fue supervisada por el ar-

zobispo Guillermo de Maguncia (954-968), que era un hijo ilegítimo de Otón I.

Con todo, el ejercicio del poder imperial fue problemático, por las circunstancias del feudalismo y por-

que el Derecho Romano (Digesto, del emperador bizantino Justiniano I, año 533) estaba muy venido a

menos en Centroeuropa. Los grandes señores feudales, y la diversidad territorial, mantendrán celosamente

el principio de la elección imperial, impidiendo mucho que la sucesión hereditaria afirmara la autoridad

imperial.

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ROMA

Aprovechando la muerte de Otón I, el patricio prefecto Crescencio de Roma encabezó

un motín por el que, en el castillo de Sant’Angelo, encarceló al Papa Benedicto VI, al

que no había aceptado en ningún momento, y nombró Papa a su candidato preferido,

Francone Ferruchi, que tomó el nombre de Bonifacio VII.82

El emperador Otón I

82

Este antipapa ocupó la Santa Sede en dos ocasiones, en 973-974 y en 984-985. Sus contemporáneos

los consideraron un “monstruo”. Lo iremos viendo.

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~ 49 ~

AUGSBURGO

El 4 de julio murió en la suiza Augsburgo su obispo Ulrico.83

Tenía 83 años de edad.84

Fue chambelán del obispo Adalbero de Augsburgo, a cuya muerte (28 de abril del año

910) retornó a su casa, siendo presbítero y siguiendo la vida monacal de San Galo. En

esa situación permaneció hasta que murió el obispo sucesor de Adalbero, Hiltine (28 de

noviembre del año 923). Entonces, por la influencia de su tío el duque Buchard y de

otros parientes, Enrique I el Pajarero nombró a Ulrico obispo de Augsburgo, tomando

posesión de esta sede el 28 de diciembre del año 923.85

Supo ser igualmente riguroso y apacible, procurando siempre mejorar en todo a su

clero, en lo moral y en lo social y cultural, teniéndolo siempre muy bien atendido. Re-

forzó siempre los vínculos con la Santa Sede, visitando Roma con mucha frecuencia

(consiguiendo de allí muchas reliquias). Construyó todas las iglesias que pudo y atrajo

siempre al pueblo en todo. Consiguió ser un obispo ejemplar con un clero ejemplar.86

Al amanecer del 4 de julio de este año 973, Ulrico, sabiendo cercana su muerte, es-

parció cenizas en el suelo formando una cruz; roció la cruz con agua bendita, y se co-

locó sobre ella. Su sobrino Richwin llegó al amanecer con un mensaje y un saludo del

emperador Otón II, e inmediatamente después, mientras el clero entonaba las letanías,

83

San Ulrico de Augsburgo. Fue canonizado en el año 993 por el Papa Juan XV.

84

Parece ser que nació en Kyburg, un poblado cercano a Zúrich (Suiza), o tal ven en alguna aldea cerca

de Augsburgo. Descendiente de suevos y alamanes, hijo del Conde Hupaldo y Thetbirga, estuvo siempre

muy relacionado con los duques germanos y con la familia imperial. Fue un niño de poca salud, pero salió

adelante y fue enviado a la escuela monástica de San Galo, donde prosperó muhco y se formó muy bien.

85

Ulrico apoyó siempre de manera muy leal a los Otones. Asistió constantemente a las cortes judiciales

convocadas por el rey y a las dietas. Incluso tomó parte en la del 20 de septiembre del año 972, cuando él

mismo se defendió del cargo de nepotismo relacionado con su sobrino Adalbero, al que había nombrado

su coadjutor a causa de su propia enfermedad y su deseo de retirarse a una abadía benedictina. Durante la

pugna entre Otón I y su hijo el duque Liudolfo, Ulrico sufrió mucho por parte de Ludolfo y de sus

partidarios. Cuando en el verano del año 954, padre e hijo estaban dispuestos a atacarse mutuamente (en

Illertissen, Suabia), en el último momento Ulrico y el obispo Hartbert de Chur fueron capaces de mediar

entre Otón I y Liudolfo. Ulrico tuvo éxito al persuadir a Liudolfo y a Conrado, yerno de Otón I, para que

pidieran perdón al Otón (diciembre del año 954). Poco después fue cuando los magiares entraron en

Alemania, saqueando e incendiando por todas partes, avanzando hasta llegar a Augsburgo, que fue sitiado

con mucha furia bárbara. Gracias a la habilidad y coraje de Ulrico, Augsburgo resistió a los sitiadores

hasta que llegó Otón I. En agosto del año 955, se libró la batalla de Lechfeld y los húngaros fueron

definitivamente vencidos. La afirmación posterior de la participación de Ulrico en la batalla es incorrecta,

ya que Ulrico no pudo romper el cerco de los magiares, que estaban al sur suyo, y al norte del emperador.

86

Exigió siempre un alto nivel moral de sí mismo y de los demás. Y a un siglo de su muerte, se sostiene

que dejó escrita una carta (que se descubrió) en la que se oponía al celibato sacerdotal obligatorio, apo-

yando más bien que los sacerdotes se casaran. La carta no recogía sino la opinión más generalizada del

pueblo que no veía justo el celibato.

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falleció Ulrico. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa Afra, que él mismo había

reconstruido. El funeral de Ulrico lo presidió el obispo Wolfgango de Ratisbona.87

San Ulrico de Augsburgo

87

Enseguida se le atribuyeron muchos milagros.

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Año 974

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~ 52 ~

ROMA

Sus enemigos, por órdenes de Crescencio y del mismo antipapa Bonifacio VII, en un

día de verano, dieron muerte al el Papa Benedicto VI, estrangulándolo en el castillo de

Sant’Angelo, donde lo habían encarcelado. Su pontificado, muy breve, había comen-

zado el año pasado.88

Sólo tuvo tiempo para confirmar algunos privilegios de iglesias y

monasterios. Así es como Crescencio impidió que el Papa pudiera haber sido liberado

por el conde Sicco de Spoleto, enviado a Roma con ese fin por el emperador Otón II.

Durante 6 semanas ocupó el solio pontificio el antipapa Bonifacio VII, hasta que el

conde Sicco lo expulsó de Roma,89

imponiendo (o nombrando como mejor pudo) al

nuevo Papa, Benedicto VII (obispo de Sutri), en nombre del emperador, siendo el nuevo

pontífice de la familia condal de Túsculo, relacionado con la familia del tirano Alberico

II y con la de los Crescencio.90

Lo primero que hizo Benedicto VII fue excomulgar a

Bonifacio VII.

El Papa Benedicto VI

88

Desconocemos su edad, al no saber el año de su nacimiento.

89

Yéndose, a lo que parece, a Constantinopla.

90

No sabemos su edad, pues se desconoce el año de su nacimiento, aunque sí consta que su padre se lla-

maba David. Hace el número 135 en la sucesión de San Pedro.

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SIMANCAS

Quedó suprimida en este año la diócesis de Simancas, reintegrándose en la de León.

Esta diócesis lo ha sido por breve tiempo. Fue creada por iniciativa del rey Ordoño III

de León en el año 953, motivado por los avances territoriales de su padre Ramiro II y de

él mismo hacia las fronteras de Al-Ándalus.

La diócesis de Simancas estuvo formada por tierras leonesas, perteneciéndole la mitad

de las iglesias de Toro que antes eran de la diócesis de Astorga. Los obispos de Siman-

cas fueron Ilderedo (que antes lo había sido de Segovia) y Teodisclo.

Al morir Teodisclo, en este año 974, reinando Ramiro III, aún menor de edad (tiene

ahora 13 años), bajo la tutela regente de su tía Elvira Ramírez, los obispos de Astorga y

de León solicitaron la abrogación del obispado de Simancas, alegando su inconvenien-

cia, sobre todo por hallarse esta sede demasiado fronteriza con Al-Ándalus. Se reunie-

ron al efecto los obispos Rosendo de Iria Flavia-Santiago de Compostela, Hermenegildo

de Lugo, Diego de Orense, Teodomiro de Dumio, Gonzalo de Astorga y Sisnando de

León y unánimemente acordaron la supresión de la diócesis de Simancas.

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~ 54 ~

BURGOS

El conde de Castilla García Fernández otorgó el primer fuero de su condado a la villa

burgalesa de Castrojeriz, dando así origen a la caballería villana, en la que cualquier

campesino propietario de un caballo se puede considerar infanzón, especificándose en el

fuero los deberes y los derechos de tales caballeros, quedando decretado que están en

igualdad jurídica tanto los cristianos como los judíos de la zona, todos con el deber de

defender las tierras de Castilla de los moros. He aquí el texto del fuero firmado en Cas-

trojeriz:

En el nombre de la santa e indivisa Trinidad, esto es, Padre, e Hijo y Espíritu

Santo, un solo Señor omnipresente, Creador de todas las criaturas del que pro-

ceden todas las cosas, en el que están todos, por el cual han sido hechos todos. A

Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Yo García Fernández. Conde por la gracia de Dios, y Emperador de Castilla, a

una con mi esposa Ava, Condesa, para remedio de mi alma, de las almas de mis

padres y de todos los fieles difuntos, dicto esta escritura de libertad e ingenuidad

para vosotros, mis fidelísimos varones de Castrojeriz, que es del tenor siguiente:

Damos buenos fueros a aquellos que fueron caballeros y los elevamos a infan-

zones,91

anteponiéndoles a los infanzones que sean de fuera de Castrojeriz, y les

autorizamos a poblar sus heredades con forasteros y hombres libres y respétenlos

éstos como infanzones, pudiendo ser desheredados los colonos si resultan traido-

res.

Y gozarán los caballeros de Castrojeriz el mismo fuero en sus heredades que

en sus casas de la villa, si alguien matase a un caballero de Castrojeriz peche 500

sueldos y espúrguese del homicidio con doce testigos y no paguen (los de Cas-

trojeriz) ni abunda ni mañería.92

El caballero de Castrojeriz que no tenga prestimonio [préstamo] que no acuda

al fonsado [ejército], si el merino93

no le asigna soldada, y tengan (los caballe-

ros) señor que les señale un beneficio.

91

Hijosdalgo de potestad y señorío limitados, eran de nobleza menor y sin privilegios nobiliarios.

92

Derecho que tenían los reyes y señores de suceder en los bienes a los que morían sin sucesión legítima.

93

El merino era un cargo administrativo existente en los reinos de Castilla, Aragón y Navarra desde la

Edad Media y después. El merino era la figura encargada de resolver conflictos en sus territorios, cum-

pliendo funciones que en la actualidad son asignadas a los jueces. Además administraba el patrimonio

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~ 55 ~

Y si ocurre un homicidio en Castrojeriz, causado por caballero, pague el cul-

pable 100 sueldos, tantos por un caballero como por uno de a pie o peón.

Y los clérigos tengan el mismo fuero que los caballeros.

Y a los peones concedemos fuero y los anteponemos a los caballeros villanos

de fuera de Castrojeriz y otorgamos que no se les pueda imponer ninguna serna94

ni vereda, excepto un solo día en el barbecho y otro en el sembrado, otro en po-

dar y en acarrear cada uno un carro de mies.

Y a los vecinos de Castrojeriz no paguen portazgo,95

ni montazgo96

en nuestros

dominios y no se les exija mañería, fonsadera, ni ninguna vereda.

Si el Conde llamare a fonsado, de cada tres peones vaya uno y de los otros dos

uno preste su asno, quedando libres los dos.

Y si los vecinos de Castrojeriz matasen a un judío pechen como por un cristia-

no y las afrentas se compensarán como entre hombres de las villas.

Se hizo esta carta el señalado día octavo de los idus de marzo,97

en la Era mil

doce [8 de marzo del año 974], imperando en Castilla el Conde García y Ava, la

real y tenía alguna función militar. Se encargaba de las cosechas, arrendamientos del suelo y caloñas

(multas que se imponían por ciertos delitos o faltas).

Los merinos podían ser nombrados directamente por el rey (merino mayor, con amplia jurisdicción en

su territorio), o por otro merino (merino menor, con jurisdicción limitada a territorios más pequeños).

El nombramiento de merinos mayores fue muy habitual entre los diferentes reyes de España a partir del

siglo XIV. Este cargo también se conoce con el nombre de adelantado mayor, usándose más corriente-

mente el de merino mayor para los territorios del norte, mientras que en los del sur (Andalucía y Murcia)

se empleaba el de adelantado.

94

Porción de tierra de sembradura.

95

Derechos que se pagaban por pasar por algún sitio.

96

Tributo que se pagaba por pasar ganado por un monte.

97

En el calendario romano, los idus de marzo correspondían al decimoquinto día del mes de Martius.

Los idus eran días de buenos augurios que tenían lugar los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre, ade-

más del decimotercer día el resto de los meses del año.

La fecha es famosa porque Julio César fue asesinado en el idus de marzo del año 44 a. de C. Según el

escritor griego Plutarco, César había sido advertido del peligro, pero había desestimado la advertencia.

Aunque el calendario romano fue sustituido por los días de la semana modernos hacia el siglo III, los

idus se siguieron usando coloquialmente como referencia durante los siguientes siglos. Shakespeare en su

obra Julio César (1599) los cita al escribir la famosa frase: “¡Cuídate de los idus de marzo!”. Y sigue ha-

biendo más testimonios del uso de esta terminología en la literatura y en otras manifestaciones del arte y

de la cultura también en la actualidad.

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Condesa, su mujer. La oímos con nuestros oídos y la firmamos con nuestras ma-

nos juntamente con otros testigos. Sancho nuestro hijo, testigo. Pelayo, obispo,

testigo. Urraca, nuestra hija, testigo. Diego, testigo. Anaya Sonaz, testigo.

Y ninguno de los gobernantes, hijos o nietos nuestros, se atreva a romper este

pacto, sino que la escritura permanezca firme. Y si alguno quisiere romper o vio-

lar esta escritura sea separado de Dios y vaya al infierno más hondo con Datán y

con Judas, el traidor que entregó a Cristo Redentor. Y decimos y confirmamos,

yo el Conde García y Ava la Condesa, que si entre nosotros y los de Castrojeriz

hubiese alguna caloña,98

la compondremos entre nosotros y ellos. Y si algún

hombre dijese algún falso testimonio y le fuese probado sea castigado con el

concejo de Castrojeriz y cuando hubiese investigación júzguese por el propio

fuero.

También concedió García Fernández fueron y heredades a Gonzalo Gustioz99

para po-

blar Salas de la Hoz de Lara.100

Después de esto, García Fernández envió una embajada castellana al califa Alhakén

II, pero habiéndose percatado de la ausencia de Galib en la Península, pues se hallaba en

África,101

con la ayuda de los infantes de Lara, García Fernández atacó Gómara,102

de-

98

Querella y multa.

99

Padre de los famosos siete infantes de Lara (que produjeron una leyenda, compuesta en romance hacia

el año 1000).

Según el romance, los infantes de Lara eran hijos de Gonzalo Gustioz (o Gustios) y Sancha Velázquez.

La historia gira en torno a una disputa familiar entre la familia de Lara y la familia de Ruy Velázquez y su

hermana doña Sancha. El motivo más destacable es el de la venganza, principal motor de la acción. Al-

manzor entra en escena de un modo forzadamente anacrónico.

El Señor de la ciudad (Salas de los Infantes), Gonzalo Gustioz, tuvo siete hijos. Durante la boda de un

familiar, uno de los siete infantes mata, accidentalmente, a un primo de la novia. La novia, exige vengan-

za a su marido (Ruy Velázquez). Éste, para complacer a su esposa, trama la siguiente venganza: pide al

señor Gonzalo Gustioz que mande un mensajero al famoso general árabe Almanzor (que se encontraba en

Córdoba) con una nota en árabe, en la que pide que se mate al portador e indica dónde puede encontrar a

los hijos del Señor Gonzalo, ofreciéndole la vida de éstos en señal de amistad.

Almanzor hace preso al ingenuo señor Gonzalo Gustioz y manda a sus tropas a emboscar a los siete

infantes, que engañados por el vengativo marido, son asesinados y cortadas sus cabezas. Las cabezas son

enviadas a Gonzalo Gustioz, preso de Almanzor, que al verlas sufre tal dolor, que Almanzor, muy con-

movido, lo libera. Durante su cautiverio, Gonzalo Gustioz tiene un hijo con la hermana de Almanzor.

Pasados los años, aquel hijo, llamado Mudarra González, vuelve a Castilla junto a su padre y, cono-

ciendo la historia de sus siete hermanos, los vengará y matará a Ruy Velázquez.

Las cabezas de los siete infantes están hoy en la iglesia parroquial (Santa María) de Salas de los In-

fantes. Los cuerpos (supuestamente) reposan en el monasterio riojano de San Millán de Suso, cerca de

San Millán de la Cogolla.

100

Actual Salas de los Infantes (Burgos). Esta población, por carretera se encuentra a la misma distancia

de Barcelona que de Santiago de Compostela (530 kilómetros).

101

Hasan ibn Gannun al-Idrisi se somete al califato de Córdoba en la ciudad de Hayar al-Nasr (hoy ruinas

en la zona de Sumata, al norte de Marruecos) y asiste con Galib a la oración del viernes (27 de marzo) en

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~ 57 ~

rrotando en sus campos al capitán Zarwal ibn Amril ibn Timlit,103

en la batalla de Fahs

Al-Baraca (Albareca, que significa “el campo de las bendiciones”) Esto fue el 2 de sep-

tiembre, atacando después el castillo de Deza104

(12 de septiembre). Así que por una

parte, García Fernández había enviado una embajada pacífica al califa mientras en sus

fronteras le hacía la guerra. De este modo, cuando el califa se percató de tan gran inco-

herencia, expulsó de Córdoba a los enviados por el conde castellano (el 22 de septiem-

bre), pero después se lo pensó mejor y mandó que fueran detenidos, retenidos y encar-

celados.

Imagen de Santa María en Castrojeriz

la mezquita local, nombrándose a Alhakén II en la jutba (la predicación del imán en cada viernes). Tam-

bién llevó a cabo Galib importantes acciones en la ciudad de Al-Basra.

102

Provincia de Soria. Gómara era uno de tantos castillos de defensa que los musulmanes establecieron a

lo largo de río Rituerto.

103

Hijo de Amril, el valí del campo de Gómara, que defiende el limes.

104

En la provincia de Soria.

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~ 58 ~

CATALUÑA

En Cataluña sigue cuidándose la actividad diplomática, tanto en lo político como en lo

eclesiástico (del Papa Benedicto VI se consiguieron bulas y privilegios para el Alto

Ampurdán). En este año 974, el conde de Barcelona, Borrell II, envió su quinta emba-

jada al califato cordobés.

El nuevo obispo de Barcelona, Vives, que ha sucedido a Pere, suscribió un pacto con

la gente de su amplio territorio, con gran patrimonio, castillos, etc., por el que se con-

vierte en señor feudal.

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~ 59 ~

CÓRDOBA

Hubo embajada (muy correcta y positiva) de Otón II en Medina Al-Zahra. Fue en el

mes de julio. Más tarde, el 26 de septiembre, hizo su entrada triunfal en Córdoba el ge-

neral Galib, de regreso de África, trayendo prisioneros a Hasan ibn Qannun105

y a los

Banu Idris, príncipes de Al-Garb, tras haber vencido al idirsí Ibn Feruin en Mauritania.

Alhakén II, el 27 de septiembre, proporcionó casas en Córdoba a dichos prisioneros,

siendo tratados de manera clemente y en atención a sus rangos, aunque tengan que vivir

de manera controladamente libres.

En definitiva, la guerra en el Magreb terminó ya gracias a las cuantiosas sumas de di-

nero cordobés (de cuya ceca es director y máximo responsable Abi Ami).106

La pacifi-

cación de África y las buenas circunstancias en Al-Ándalus están generando también

mucha emigración de bereberes africanos hacia la Península.

105

También conocido como Al-Hassan ibn Gannun o Hassan II, décimo tercero y último soberano idrisí

de Marruecos, cuyos territorios fueron anexionados al califato de Córdoba.

106

El que será conocido como Almanzor. De la estancia y gestiones del mismo en el norte de África se

presentan buenas páginas en la novela histórica El mozárabe, de Jesús Sánchez Adalid.

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~ 60 ~

NAMUR

En Namur,107

el 25 de abril, murió el obispo e intelectual célebre Raterio de Verona, a

los 86 años de edad. Fue un excelente escritor y polemista, muy digno de tenerse en

cuenta en los controvertidos temas sobre las relaciones entre los pontífices y los empe-

radores.

Raterio nació de familia noble, de Lieja. Siendo muy joven ingresó como oblato en la

abadía de Lobbes, una fundación benedictina en Henao (o Hainaut).108

Allí recibió una

sólida formación intelectual, estudiando a los autores antiguos y del momento. Acabó

siendo monje, destacando siempre por su carácter inquieto y extraño, poco amigable,

ambicioso y riguroso. En consecuencia, a pesar de su estricta ortodoxia, gran saber y

conducta sobria, se encontró con grandes dificultades en todas las posiciones que asu-

mió, y nunca logró alcanzar un éxito permanente sobre todo por sus dificultades en rela-

cionarse.

Cuando murió el obispo Esteban de Lieja (año 920), Raterio apoyó a su abad, el lore-

nés Hilduino, para que accediera a aquella sede episcopal. Sin embargo, Hilduino fra-

casó en sus aspiraciones y tuvo que marchar al exilio, un exilio al que Raterio le acom-

pañó, pasando entonces a formar parte de la Corte de su primo Hugo de Provenza (o de

Arlés), el rey de Italia (926-948).

Cuando Hugo fue entronizado en Italia, Hilduino fue nombrado obispo de Milán y Ra-

terio obispo de Verona (año 931). Pero implicado en conspiraciones y luchas de poder,

perdió su sede (año 934), pasando dos años en la cárcel y luego otros tres en arresto do-

miciliario, en Pavía. Fue durante este retiro forzoso cuando compuso su obra más fa-

mosa, las Praeloquia, un tratado en seis libros sobre la vida santa y profana, siendo una

obra en la que critica todos los órdenes sociales del momento, muy especialmente a los

obispos italianos contemporáneos. Exhorta mucho a la penitencia y al arrepentimiento.

En el año 939, Raterio huyó a Provenza, donde fue tutor de una familia noble. Luego

volvió a Lieja y pasó dos años en la abadía de Lobbes. Sin embargo, cuando Hugo de

Provenza fue derrocado (año 945), regresó a Italia. Tras ser encarcelado algún tiempo

por Berengario II (de Ivrea), el rival de Hugo por el trono italiano, Raterio fue rehabi-

litado y recuperó su diócesis de Verona (año 946). Dos años más tarde (948), tuvo que

huir de nuevo, perseguido por el clero local al que intentaba reformar, sin que acertara

bien al respecto. Marchó a Alemania. Participó allí en la expedición de Liudolfo de Sua-

bia, hijo de Otón I, contra Italia, siendo incapaz de recuperar su diócesis (tal como pre-

tendía). En el año 952 volvió a la abadía de Lobbes.

107

Ciudad belga. Namur llegó a la prominencia durante la Alta Edad Media, cuando los merovingios

construyeron un castillo o ciudadela en el espolón rocoso con vistas a la ciudad, en la confluencia de los

ríos que la circundan. En el siglo X se convirtió en un país con su propio derecho.

108

En la Región Valona de Bélgica.

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~ 61 ~

Por su talento como escritor y dado su gran conocimiento teológico, estuvo a punto de

ser elegido obispo de Lieja, pero la oligarquía local se opuso, favoreciéndose a sí misma

en sus propios intereses, y Raterio tuvo que abandonar Lieja. Se retiró a la abadía de

Aulne, fundación de Lobbes. Pero con el ascenso al poder de Otón II, el Imperio alemán

apareció de nuevo en el norte de Italia y Raterio, por tercera vez, fue restaurado en su

sede de Verona (año 962). A pesar de sus esfuerzos, no pudo lograr avenirse con su

clero ni fue capaz de reconciliarse con sus hermanos y vecinos obispos, cada vez más

refractarios a sus propuestas de reforma. Pasaron siete años de querellas, controversias y

muchas dificultades. Siendo tan problemático a la hora de producir disturbios, bien de

manera culpable o bien muy a su pesar, el caso es que Otón II le retiró todo su apoyo.

Se andaba ya por el año 968. Se acercaba a los 80 años de edad y fue exiliado de nuevo.

Retornó a Aulne y visitó con frecuencia Lobbes. Se las arregló para generar tal oposi-

ción hacia el abad Folcwino que el obispo de Lieja, Notger, tuvo que intervenir en todo

aquello recurriendo a la fuerza de las armas. Raterio volvió a Aulne. Y murió en Namur,

como dijimos antes.

Verona

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Año 975

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~ 64 ~

FRONTERAS DEL DUERO

Hay por las fronteras del Duero bastante actividad de todo tipo, tanto cultural y ar-

tística109

como guerrera y defensiva. Por iniciativa de García Fernández, castellanos, ga-

llegos y vascos, los reinos de León y de Navarra, con las gentes de los condados del

norte hispano, asediaron el castillo de Gormaz, durante los meses de abril a junio. A raíz

de ello, Galib, que se encontraba en Medinaceli, partió de allí con sus tropas y causó

una severa derrota a los cristianos. Ocurrió el 28 de junio.110

Galib contó después con la

ayuda del señor de Zaragoza Abderramán ibn Yahya al-Tyyibi y del señor de Lérida

Rashid al-Bargawati persiguiendo y derrotando de nuevo a García Fernández en Lan-

ga.111

Luego, el 6 de julio, el zaragozano Abderramán ibn Yahya al-Tuyibi derrotó en

109

En el monasterio de San Salvador de Tábara (Zamora), por ejemplo, el monje Emeterio y la monja

Ende trabajaban en estos momentos el conocido como Beato de Gerona (llamado así porque se conserva

en la catedral de Gerona).

110

El castillo de Gormaz es una fortaleza de origen musulmán situada junto al pueblo soriano de Gor-

maz, habiendo comenzado su construcción en el siglo IX, sobre los restos de otro castillo anterior, que

pudo ser de origen cristiano o tal vez musulmán también. La construcción comenzó en el lado noroeste

del cerro. La fortaleza resultante fue conquistada por los cristianos en el año 912 y volvió a manos musul-

manas en tiempos de Alhakén II, el cual ordenó a Galib que lo ampliara. Galib lo hizo entre los años 955-

966.

El castillo de Gormaz consta de dos partes diferenciadas, separadas por un foso. Al este se encuentra el

alcázar, la torre del homenaje, la "torre de Almanzor", el aljibe y los aposentos califales. En la parte oeste

se encuentra una alberca para dar de beber a los animales y una gran explanada donde acampaban las

tropas. Cuenta con una gran puerta que denota su origen islámico, la Puerta Califal. En la cara oeste de la

muralla hay tres estelas, una de origen romano y otra claramente islámica, que se colocaron allí por mo-

tivos supersticiosos, para espantar los malos espíritus.

El castillo de Gormaz fue una plaza clave de la defensa musulmana contra los reinos cristianos del norte

y contribuyó a mantenerlos alejados de Medinaceli. El castillo llegó a ser una de las mayores fortalezas en

la Europa del momento, con un perímetro amurallado de 1.200 metros, siendo 446 los metros de su lon-

gitud, con 28 torres, con muralla muy alargada en dirección este-oeste. Su situación y sus excelentes

condiciones de visibilidad permitían controlar una de las rutas de acceso hacia el norte por el Duero,

siendo una de las posiciones estratégicas más codiciadas por musulmanes y cristianos durante los siglos

IX y X.

En el año 975 –como estamos contando– el conde castellano García Fernández, aliado con Sancho Gar-

cés II de Pamplona y con Ramiro III de León, asedió el castillo, siendo atacado mientras tanto por Galib,

quien causó una humillante derrota a los cristianos. García Fernández volverá a intentar el asedio en el

año 978, conquistándolo con éxito y manteniéndolo en su poder hasta el año 983, año en que lo recuperó

Almanzor. En poder de los musulmanes permanecerá hasta su reconquista definitiva por los cristianos

(año 1060), reinando Fernando I de León. Desde el año 1087, lo dominará Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid

Campeador, señor de Gormaz, siendo éstos los momentos fundacionales del pueblo de Gormaz exten-

diéndose a los pies del castillo. La importancia estratégica de esta fortificación irá disminuyendo con el

tiempo y llegó a ser utilizado como prisión.

Actualmente (desde el año 1931), el castillo de Gormaz es Monumento Nacional. Se conserva bien,

habiendo sido restaurado, y se puede visitar gratis.

111

Provincia de Soria.

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~ 65 ~

Estercuel, muy cerca de Tudela, a tropas navarras al mando de Ramiro Garcés, hermano

del rey Sancho II Garcés, persiguiéndolas por todas las Bárdenas.112

Habiendo resultado

derrotados los partidarios de la regente leonesa Elvira Ramírez, dominante en León has-

ta estos momentos, desde ahora dominan los partidarios de la otra regente, Teresa An-

súrez. Finalmente, podemos contar que Galib se apoderó también del castillo de Ber-

langa de Duero.113

Resumiendo y recopilando, podemos decir que en el reino de Navarra el rey García

Sánchez II fallecía en febrero del año 970, sucediéndole su hijo Sancho II Garcés, ca-

sado con Urraca, hija de Fernán González. De esta forma, los vínculos del condado cas-

tellano y el reino navarro se correspondieron muy vinculantes.

En León gobierna un menor de edad, Ramiro III, tutelado por su tía, la monja Elvira

Ramírez. Ésta, con trabajosa negociación, había logrado firmar una paz con el califa de

Córdoba, Alhakén II, haciendo extensible esa paz a Castilla y a Navarra. Pero debido a

la minoría de edad de Ramiro III de León, el reino leonés se encuentra expuesto a las

intrigas e intereses de los grandes magnates de Galicia, León y Castilla.

En este momento, el califato de Córdoba vive con mucho esplendor y ejerce la supre-

macía sobre el resto de entidades políticas de la Península Ibérica. Muestra de ello es la

continua actividad diplomática en Medina Al-Zahra. Los distintos reinos, así como con-

dados y magnates envían año tras año embajadas ante el califa para mostrar su sumisión

y ganarse su favor.114

112

Son un paraje natural semidesértico de unas 42.000 hectáreas que se extiende por el sureste de Na-

varra. Sus suelos son de arcillas, yesos y areniscas y han sido erosionados por el agua y el viento creando

formas sorprendentes en las que destacan los barrancos o mesetas, siendo estas mesetas de estructura ta-

bular, y los cerros solitarios, llamados cabezos. Las Bárdenas carecen de núcleos urbanos, su vegetación

es muy escasa y las múltiples corrientes de agua que surcan el territorio tienen un caudal marcadamente

irregular, permaneciendo secos la mayor parte del año. La altitud oscila entre los 280 y los 659 mm. Las

Bárdenas (conocidas como Bárdenas Reales) se sitúan en un punto equidistante entre las cordilleras Pire-

naica e Ibérica. No forman parte de ningún término municipal y son propiedad de la Comunidad Foral de

Navarra. Veintidós municipios y entidades (los "congozantes") forman la Comunidad de Bárdenas Rea-

les, una entidad de Derecho Público encargada del aprovechamiento del paraje. En la actualidad, la mayor

parte de las Bárdenas Reales se encuentran protegidas como parque natural, de 39.274 hectáreas desde el

año 1999. Anteriormente, en 1986, dos parajes de las Bárdenas, el Rincón del Bú y la Caídas de la Negra,

habían sido declaradas reservas naturales. Desde el 7 de noviembre del año 2000 el conjunto fue decla-

rado Reserva de la Biosfera.

113

Provincia de Soria.

114

La historiografía musulmana relata con todo lujo de detalles estas embajadas. Vamos a ver aquéllas en

las que participaron navarros, leoneses y castellanos hasta el año 975: Al-Muqtabis nos relata una emba-

jada en agosto del 971 en la que Alhakén II recibió al abad Bassal y al juez de Nájera, Velasco, de parte

de Sancho II Garcés de Navarra; al embajador Al-Layt, de parte de Elvira Ramírez, regente de León; a

Habib Tawila y a Saada, embajadores de Fernando de Flaín, hijo del conde de Salamanca; a García, de

parte del conde García Fernández de Castilla y Álava; a Esimeno y un tal Elgas, embajadores de Fer-

nando Ansúrez, conde de Monzón y Peñafiel; por último, a Sulayman y a Jalaf ibn Sad, embajadores del

conde Gonzalo (un conde portugués, de Coímbra o de Braga).

Un mes después llega otra embajada, estando representados de nuevo Elvira de León, Sancho de Nava-

rra, el condado de Castilla (representado por Jamis ibn Abi Salit) y el condado de Monzón.

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García Fernández, a finales del año 974, ya había roto la tregua de paz con el califato.

Atacó el castillo de Deza, arrasó campos y cultivos, robó ganado y venció a los musul-

manes en mucho territorio, tras lo cual Alhakén II mandó ir a capturar a los últimos em-

bajadores que habían estado en Córdoba. Fueron apresados cerca de Caracuel115

y, lle-

vados a Córdoba, fueron encarcelados.

El conde castellano se aprovechaba de que el grueso de las tropas califales, y los gene-

rales más capaces, como Galib, estaban en el norte del Magreb, donde Córdoba trataba

de extender los dominios de su protectorado. Ante esta situación, Alhakén II ordenó

(marzo de este año 975) reclutar soldados a caballo por todo el territorio de Al-Ándalus.

Se avecinaba un nuevo enfrentamiento entre el califato y los gobernantes cristianos, que

en masa habían roto la tregua con Córdoba.

En este primer enfrentamiento, tras cuatro años de paz, se adelantaron los cristianos.

El 17 de abril de este año 975, tropas de León, Navarra y Castilla sitiaron la fortaleza

más importante del califato en la frontera del Duero: Gormaz. Alhakén II ordenó enviar

refuerzos bajo las órdenes de Galib, el cual partió de Córdoba el 24 de abril de este año

975. El 7 de mayo se encontraba ya en el castillo de Barahona.116

Luego avanzó por

Berlanga de Duero hasta llegar al flanco sur de Gormaz. Al ver que no puede vadear el

río Duero y que las tropas cristianas estaban en la otra orilla, acampó frente a ellas.

La primera escaramuza tuvo lugar el 21 de mayo, sin un resultado claro, haciendo de-

cidir a Galib retroceder su campamento hasta Barahona, quizás para lograr un lugar más

seguro. Durante todo este tiempo no dejaron de partir de Córdoba nuevos refuerzos de

soldados, más cantidades de dinero y más provisiones. No se podía perder la fortaleza

de Gormaz, costara lo que costara.

También los cristianos continuaron recibiendo refuerzos, acudiendo incluso el rey Ra-

miro III y su tía Elvira al frente. Antes del enfrentamiento definitivo éstas fueron las

fuerzas concentradas: Por parte de los cristianos había soldados de Sancho II Garcés de

Navarra, García Fernández, conde de Castilla, Fernando Ansúrez, conde de Monzón, los

condes de Saldaña, y el rey de León con algo más de 60.000 hombres en total. El 18 de

junio decidieron realizar una acometida definitiva contra Gormaz, pero ya había llegado

también Galib con su poderoso y cuantioso ejército. Los defensores de Gormaz supieron

La siguiente embajada de la que se tiene noticia es del año 973 por parte de los reinos de León y Na-

varra y de los condes de Saldaña, Monzón y Galicia. La siguiente embajada castellana es del 1 de agosto

del año 974. Junto a representantes del condado de Monzón llega una embajada castellana con Esteban

ibn Abibak, embajador eclesiástico o representante episcopal, con Nuño González al frente. Ésta fue la

última embajada castellana de paz, repentinamente rota cuando llegó a Córdoba un correo urgente noti-

ficando que García Fernández rompía la tregua al respecto.

El primer hecho constatable de estas embajadas es la fragilidad y desunión del reino leones. Los

condados más poderosos: Portugal, Galicia, Saldaña, Monzón y Castilla se representan solos, aparte del

rey de León, y tratan de conseguir beneficios propios.

115

Provincia de Ciudad Real.

116

Provincia de Soria. Este castillo tuvo gran importancia estratégica en Al-Ándalus, a medio camino en-

tre Medinaceli y Berlanga de Duero.

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~ 67 ~

parar la acometida e incluso salieron al campo de batalla. La coalición cristiana decidió

entonces retirarse.

A continuación, Galib realizó aceifas de castigo, arrasando campos y cultivos, talando

bosques y causando estragos en la ganadería y por doquier (en el mes de julio), dis-

frutando luego del dominio en Gormaz.

García Fernández vigilaba en la cercanía los movimientos de Galib y trató de cerrarle

el cruce del río Duero cerca de Langa, pero fue de nuevo derrotado.

Como queda dicho, el fracaso de Gormaz tuvo consecuencias en los reinos cristianos:

el gobernador de Zaragoza atacó a las tropas navarras que regresaban del combate; y

Ramiro III se deshizo de la tutela de su tía Elvira, siendo favorecida en adelante su ma-

dre Teresa Ansúrez.

Los musulmanes construyeron también en este año el castillo de Peña Feliciana, al

norte de Sos.117

Castillo de Gormaz

117

El castillo de Peña Feliciana se asienta sobre el promontorio más septentrional de la localidad de Sos

del Rey Católico, en la provincia de Zaragoza. Desde su ubicación se ve un amplio panorama hasta las

montañas pirenaicas y la navarra Sangüesa. El castillo original fue construido por los musulmanes en este

año 975, siendo reformado en el siglo XI y reconstruido en el siglo XII por Ramiro II el Monje. Está for-

mado por un recinto amurallado de pequeñas dimensiones y planta irregular, en cuyo ángulo más agudo

presenta un torreón circular provisto de saeteras. En el centro está la gran torre del homenaje, de planta

cuadrada y rematada por almenas. Su puerta de ingreso está situada en la cara que da al patio, abriéndose

en arco de medio punto.

Sos fue uno de los lugares fortificados más importantes de las Cinco Villas durante los siglos X y XI

como atestiguan sus abundantes casas solariegas. Su espléndido asentamiento sobre un elevado espolón,

estribación de la sierra de la Peña, convierte a toda la villa en una auténtica fortaleza natural. Sos fue

declarada Conjunto Histórico Artístico el 6 de junio de 1986.

Este castillo se encuentra actualmente en estado ruinoso, pero consolidado, según restauración del año

1941. Es propiedad del Ayuntamiento de Sos del Rey Católico y se puede acceder a él libre y gratuita-

mente.

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~ 68 ~

CÓRDOBA

El califa Alhakén II nombró gobernador del Magreb a Yafar ibn Alí ibn Hamdun,

muy vinculado como aliado en la zona al zenata Yaddu ibn Yala.

El califa fatimí de Ifriqiya (y conquistador de Egipto), Al-Muizz,118

falleció en este

año, duodécimo de su califato. Tenía 43 años de edad. Le sucede su hijo Al-Azid, con

29 años de edad.

Y casi a finales del año, el 26 de diciembre, Alhakén sufrió un fuerte ataque de hemi-

plejia, quedando bastante postrado y dejando de aparecer en público. Se sabe que no

duerme bien y sufre de terribles pesadillas.

118

Fue el cuarto califa fatimí en el norte de África. Después que los fatimíes, bajo Ismail al-Man-

sur (946-953), hubieran derrotado la rebelión de Abu Yazid, comenzaron bajo el reinado de su hijo al-

Muizz a consolidar su califato, poniendo sus distancias y teniendo sus guerras tanto con abasíes como

con omeyas, así como contra los bereberes marroquíes. Al-Muizz pasa a la historia como tolerante

frente a culturas y creencias, siendo muy popular y reconocido entre judíos y cristianos.

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MAGUNCIA

En Maguncia se comenzó la construcción de su catedral, a cargo del obispo Willi-

gis.119

La construcción está planteada con pretensiones de grandiosidad.

119

San Willigis (940-1011). Se conmemora en el santoral el 23 de febrero (ó el 18 de abril, según luga-

res). Aunque provenía de familia y condición humilde, recibió una esmerada formación, y por la in-

fluencia del obispo Volkold de Meissen entró al servicio de Otón I, llegando a ser después (año 971)

canciller de Alemania. En el año 975 fue elegido arzobispo de Maguncia por nombramiento de Otón II,

siendo también archicanciller inperial. Fue un excelente político, lo mismo que también muy bien obispo.

Exigió a su clero una esmerada formación y que, como él, se expresara bien.

En marzo de este año 975 le entregó el palio de arzobispo y primado de Alemania el Papa Benedicto

VII. Como tal, el día de Navidad del año 983 (lo adelantamos), coronó en Aquisgrán a Otón III, y en

junio del año 1002, coronó a Enrique II en Maguncia. En el año 1007 presidió el sínodo de Frankfurt, en

el que 25 obispos firmaron la Bula del Papa Juan XVIII por la que se constituía la diócesis de Bamberg.

En el año 996 estará en la comitiva de Otón III en su viaje a Italia, asistiendo al comienzo del ponti-

ficado del Papa Gregorio V y al sínodo que se celebró enseguida. En este sínodo San Willigis insistirá en

que retornara a Praga su obispo Adalberto (San Adalberto, que tuvo no pocas dificultades), siendo la

diócesis de Praga sufragánea de la (metropolitana) de Maguncia. Probablemente Willigis había ordenado

al primer obispo Thietmar, en Brumath (Alsacia, en enero del año 976), igual que a San Adalberto.

En el año 997, el Papa Gregorio V, envió los decretos de un sínodo de Pavia a Willigis, “su vicario”,

para que los publicara. Estas amistosas relaciones fueron sin embargo bastante perturbadas por una dis-

puta entre Willigis y el obispo de Hildesheim a causa de la jurisdicción monástica de Gundersheim. El

monasterio en cuestión estaba originalmente situado en Brunshausen (diócesis de Hildesheim), pero fue

transferido a Gundersheim, dentro de los límites de Maguncia. Ambos obispos reclamaron la jurisdicción.

Luego de mucha correspondencia y varios sínodos, el Papa Silvestre II se declaró a favor de Hildesheim.

Cuando esta sentencia iba a ser publicada en un sínodo en Pohlde (22 de junio de 1001), Willigis, que

estaba allí, se marchó muy excitado a pesar de los reproches del delegado, el cual le impuso una sentencia

de suspensión como arzobispo. Willigis no intentaba oponerse formalmente a Roma, pero si cometió

alguna falta en el asunto, rectificó todo públicamente con la declaración de Gundersheim (5 de enero del

año 1007), cuando renunció a todas las reclamaciones al obispo de Hildesheim.

Willigis fue un gran promotor de construcciones en su diócesis (puentes, carreteras…, la catedral, varias

iglesias, monasterios, etc.). La catedral, de San Martín, fue consagrada por Willigis el 29 de agosto del

año 1009, el mismo día que fue destruida por un incendio. Tuvo que ser reconstruida de nuevo, siendo

muy incrementada en su edificación hasta el día de hoy y siendo una de las mejores catedrales románicas

del mundo.

San Willigis salvó el Imperio de su desintegración durante la minoría de edad de Otón II.

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San Willigis

Detalle en la actual catedral de Maguncia

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WINCHESTER

En Winchester (Wessex), el 8 de julio, murió el rey Edgar, conocido con el sobre-

nombre de “el Pacífico”.120

Tenía 32 años de edad, habiendo reinado durante 16.

Recibió sepultura en la abadía de Glastombury, en Somerset.121

A pesar de su sobrenombre (el Pacífico), fue un rey fuerte y decidido, llegando a to-

mar los reinos de Northumbria y Mercia (año 958), arrebatándoselos a su hermano ma-

yor, Edwy, todo como contábamos en su momento.122

A Edgar le sucede su hijo mayor (y de Ethelfleda) Eduardo,123

que tiene ahora 13 años

de edad. La sucesión se ve apoyada por la mayoría de los nobles (por no decir todos),

pese a la oposición de Elfrida, la reina viuda de Edgar (madrastra de Eduardo), alegando

que ella tiene derecho a que la sucesión recaiga sobre su hijo Etelredo. Pero se impuso

la voluntad del arzobispo Dunstan, que acabó coronando a Eduardo,124

el cual da so-

120

San Edgar (o Edgaro). Se conmemora el 8 de julio.

121

Edgar el Pacífico nació en el año 943, siendo el menor de los 3 hijos de Edmundo I (el Magnífico) y de

su primera esposa, Santa Elgiva.

122

Las alegaciones de que (San) Dunstan se negó en un primer momento coronar a Edgar como rey (lo

que tuvo lugar el 11 de mayo del año 973) a causa de su poco edificante vida privada se referían discre-

tamente a que el impetuoso monarca había raptado del convento de Winton a su abadesa, la mon-

ja Wulfrida (que está anonizada como Santa Wulfrida), y la hizo su amante, naciendo de esta unión una

hija: Edith (961-984), monja, abadesa de Barking y Nunnanminster (también canonizada como Santa

Edith de Barking).

No obstante, (San) Dunstan apoyó incondicionalmente a Edgar durante todo su reinado, en el cual se

mostró como firme defensor de la Iglesia y sobre todo de la Orden benedictina, a la que protegió, mien-

tras consolidaba la unidad de Inglaterra como reino.

Edgar se casó con la bellísima Ethelfleda (año 961), hija del caballero Ordmaer. Ethelfleda murió al dar

a luz a su hijo único: Eduardo (nacido en el año 962 y asesinado en el castillo de Corfe en el año 978,

como tendremos ocasión de considerar, pero que podemos adelantar diciendo que se trata de San Eduar-

do el Mártir).

En el año 964, Edgar contrajo segundas nupcias con Elfrida, hija del conde Ordgar; para poseerla, el rey

asesinó a su esposo Ethelbaldo, en complicidad con la propia Elfrida. De este matrimonio nacieron dos

hijos: Edmundo (965-972) y Etelredo II, que sucederá a su hermano San Eduardo, pasará a la historia con

el sobrenombre de “el Indeciso” y reinará entre los años 978-1016.

Tal como indicábamos, el 11 de mayo del año 973, en la abadía de Bath, Edgar y Elfrida fueron coro-

nados como rey y reina de Inglaterra por San Dunstan, en una elaborada y soberbia ceremonia imperial,

que, tal como está descrita en la Crónica Anglosajona, será la base para las coronaciones de los reyes in-

gleses hasta nuestros días.

123

San Eduardo el Mártir, rey de Inglaterra.

124

Con el apoyo de la asamblea inglesa conocida como Witenagemot.

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bradas muestras de defender los derechos de la Iglesia Católica, protegiéndola e impul-

sándola en todo.

San Edgar el Pacífico (catedral de Lichfield, Inglaterra)

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REINO DE SUECIA

En el quinto año de su reinado en la vikinga Suecia, murió Olof Björnsson, conside-

rado como Olof II de Suecia. La muerte le sobrevino por envenenamiento en un ban-

quete.125

Olof II, padre de Styrbjörn, gobernó juntamente con su hermano Erico (o Erik)

el Victorioso, el cual, contra los derechos sucesorios de StyrbJörn, proclamó a su hijo

(suponiéndolo varón), que no había nacido todavía, co-gobernante en lugar de designar

a Styrbjörn, que vio usurpado su derecho al trono.126

125

Olof II de Suecia fue un rey o caudillo vikingo con bastante de mítico o legendario, según las sagas

tradicionales de estas tierras.

126

No obstante, todo esto está envuelto en mitos y leyendas nórdicas.

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Año 976

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CONSTANTINOPLA

El 10 de enero murió en Constantinopla el emperador Juan I Tzimisces, a los 51 años

de edad y 7 de reinado. Su muerte fue repentina, mientras regresaba de su última cam-

paña militar contra los abasíes a oriente de Bizancio.

Como podemos recordar, era de la familia Curcuas por parte de padre y de la familia

Focas por parte de madre, siendo ambas familias muy distinguidas e influyentes en Ca-

padocia, originarias de Armenia. Algunos miembros de estas familias destacaron como

insignes militares, de entre los que podemos evocar a Nicéforo II Focas, tío materno de

Juan y su predecesor en el reinado de Bizancio.

Juan era una persona de no mucha estatura física pero fuerte, de ojos azules, pelirrojo

y siempre con barba, resultando ser muy atractivo, militar desde joven, desde que entró

en el ejército bizantino bajo el mando e instrucción de Nicéforo. En parte debido a sus

conexiones familiares y en parte gracias a sus habilidades personales, Juan ascendió rá-

pidamente en el ejército. Obtuvo el mando político y militar de la provincia de Armenia

a los 20 años de edad.

En la época en que el Imperio Bizantino estaba en guerra con su vecino oriental el ca-

lifato abasí de Bagdad, Armenia era la frontera entre ambas potencias, y Juan logró de-

fender con éxito esta provincia, luchando contra los musulmanes bajo el mando de Ni-

céforo. Llegó a conquistar 60 ciudades fronterizas, entre ellas Alepo. En el año 962, los

abasíes tuvieron que solicitar un tratado de paz que resultaba beneficioso para Bizancio,

lo cual aseguró la estabilidad en las fronteras orientales de este Imperio en adelante.

Juan I contó con el apoyo y las intrigas a su favor de la inteligente y ambiciosa Teó-

fano,127

viuda de Romano II y asesina de Constantino VII, una mujer sin escrúpulos

cuando se marcaba la posibilidad de lograr lo que se propusiera.128

Teófano, en calidad de regente, no gobernó mucho por su cuenta sino sometida al con-

trol del eunuco y alto funcionario José Bringas, que había sido consejero principal de

Romano II y se mantenía en su cargo, imponiéndose incluso a Nicéforo Focas.

Tras apoyar a su tío materno para que éste ascendiese al trono como Nicéforo II y para

recuperar las provincias orientales del Imperio, Juan perdió su poder a causa de una in-

triga, por lo cual se alió con Teófano, la esposa de Nicéforo, para asesinarle. Tras apo-

derarse del trono en su lugar, para justificar su usurpación, Juan concentró todas sus

fuerzas en la lucha contra los invasores extranjeros del Imperio. En una serie de cam-

pañas contra la recientemente establecida potencia rusa de Kiev (año 970-973), expulsó

a los rusos de Tracia, atravesó el monte Hemo y asedió la fortaleza de Dorystolon, a ori-

127

Intrigas entre ella y Nicéforo, estando de por medio el eunuco José Bringas, al que se propusieron li-

mitar cuanto pudieron.

128

Podemos recordar que Teófano actuó como regente, ya que eran muy pequeños entonces los futuros

Basilio II y Constantino VIII, herederos de Romano.

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llas del Danubio. Tras varias batallas derrotó a los rusos, sabiendo éstos que Juan estaba

con los búlgaros en su contra.

Juan reforzó además la frontera norte de Bizancio, llevando a Tracia algunas colonias

de bogomilos deportados desde Capadocia, pues sospechaba demasiada cercanía, posi-

blemente aliada de éstos, con los musulmanes del este. En el año 974, se volvió en con-

tra de los abasíes y recuperó fácilmente algunos territorios sirios y hacia el Éufrates.

A Juan I le sucede Basilio II,129

hijo de Romano II y de Teófano Anastaso, que tiene

ahora 18 años de edad, habiendo sido asociado al trono su padre cuando tenía tan sólo 5

años de edad (año 960). La administración del Imperio está ahora en manos del eunuco

Basilio Lecapeno, un hijo bastardo de Romano I (870-948), alto funcionario, astuto y

competente, muy movido por que los jóvenes emperadores sea fáciles de manejar por él,

algo que a Basilio II, el ahora emperador, muy observador, no se le escapó nunca para

tenerlo en cuenta.

Aunque Nicéforo II había destacado en lo militar, tanto él como su sucesor Juan I no

sobresalieron en lo político ni como administradores. Aunque Juan había intentado fre-

nar el poder de los grandes terratenientes, no pudo controlarlos ni satisfacerlos. Por todo

ello, circularon también rumores acerca de que la causa de la muerte de Juan I fue el en-

venenamiento por parte de Basilio Lecapeno, que era gran propietario de tierras y temía

la intervención del emperador sobre las mismas y el correspondiente castigo que le so-

brevendría a él. Todo esto nos indica que Basilio II no lo tiene nada fácil al comienzo de

su reinado. Los grandes terratenientes de Asia Menor (Bardas Skleros y Bardas Focas),

que proporcionan habitualmente muchos hombres al ejército bizantino, están abierta-

mente en contra del nuevo emperador, a la espera de cómo administre.

129

Que será conocido como el Bulgaróctono ("matador de búlgaros"), cuando lleve a cabo su sangrienta

conquista de Bulgaria, tal como contaremos en su momento.

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CARTAVIO (ASTURIAS)

El conde Froila Velaz (casado con Gislabora), legó a la catedral de Oviedo el monas-

terio de Santa María de Cartavio, herencia de sus antepasados.130

130

Concejo asturiano de Coaña. Esta noticia aparece recogida en la epigrafía conservada en la iglesia, y

por las referencias documentales de la época. El monasterio de Santa María de Cartavio, del que no se

conserva nada de su construcción original, aparece por primera vez mencionado en el testamento del con-

de Froila Velaz, de este año 976. Bajo la ventana de la actual iglesia hay dos lápidas empotradas, una de

ellas con la fecha 976 (en números romanos); la segunda parece corresponder al siglo XII. Queda también

como vestigio de edificación románica (junto con el ábside de Miudes, la única muestra de este estilo en

la zona costera occidental), una ventana de forma circular.

La iglesia actual es un sencillo edificio de cruz latina, con presbiterio ochavado, capillas en el primer

tramo de la nave y pórtico a los pies sobre el que se eleva una torre campanario. Construcción de gruesos

muros, con bóvedas de cañón y arcos fajones de medio punto, presenta refuerzos exteriores mediante

contrafuertes. Sólo el crucero y las capillas laterales tienen un ligero apuntamiento de la bóveda de arista

y el crucero se cubre con bóveda nervada. A los pies, flanqueando el pórtico, se ubican la biblioteca y el

salón parroquial, y en la cabecera, a ambos lados del presbiterio, se disponen simétricamente las estancias

de trastero y sacristía.

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MONASTERIO DE SAN

MARTÍN DE ALBELDA

En el monasterio riojano de San Martín de Albelda, benedictino, sigue muy laborioso

en su sriptorium el monje copista Vigila, realizando un excelente trabajo.131

131

La primera versión de la famosa Crónica Albeldense, en latín, finalizó en el año 881, y se añadieron

párrafos en los años 882 y 883. Vigila, al copiar la Crónica Albeldense, hizo que la misma sea también

conocida desde ahora como Codex Vigilanus, siendo éste el primer documento en el que aparecen las ci-

fras numéricas que denominamos “arábigas” (provenientes de la India), incluyendo el cero, con una gra-

fía casi idéntica a la que usamos actualmente. El Codex Vigilanus se conserva en la Biblioteca de El Es-

corial.

La Crónica Albeldense (Chronicon Albeldense) es un manuscrito anónimo que relata pasajes históricos

de la Antigüedad y de Hispania, importante porque es una de las escasas fuentes conservadas de estudio

sobre el período final de la monarquía hispanovisigoda, la invasión musulmana y el advenimiento de los

omeyas a la Península Ibérica, teniendo en cuenta el origen del reino de Asturias.

El famoso monasterio de Albelda tiene su origen remoto en la vida eremítica que tanto floreció en La

Rioja en tiempos de los visigodos. El rey Sancho I Abarca de Navarra, en agradecimiento por varias vic-

torias obtenidas en estas tierras contra los moros, dotó satisfactoriamente al monasterio en el año 924,

destacando pronto en todo su esplendor. Una comunidad de más o menos 200 monjes, bajo la autoridad

de un abad, vivían allí y en las grutas que hay junto al río Iregua. Pronto se instaló un taller de monjes

copistas para transcribir y conservar las principales obras teológicas y literarias de la antigüedad. El

monje Gomesano, en el año 950, con tinta verde y letra visigótica, escribió (copió) el tratado de la per-

petua virginidad de María, de San Ildefonso de Toledo (607-667), por encargo del abad Dulquito y a

ruegos del obispo y príncipe de Aquitania, Godescalco, que pasó por Albelda camino de Compostela (año

950); es el primer peregrino a Santiago del que tenemos noticia documentada. El precioso Códice de Go-

mesano se conserva con todo cuidado y esmero en la Biblioteca Nacional de París.

Gomesano fue el maestro del monje Vigila, que ilustró la abadía de Albelda y España entera con sus

conocimientos enciclopédicos. Vigila escribió su Codex y lo ilustró a la perfección. Lo comenzó en el año

974 y lo concluyó en mayo de 976. Contiene muy destacadamente la colección los Concilios Hispanos y

el Fuero Juzgo o Lex Visigotorum. Abundan las miniaturas, entre las que sobresalen los retratos de los

reyes Chindasvinto, Recesvinto y Égica, en el folio 428, y de los tres reinantes en su tiempo, la reina Do-

ña Urraca, el rey Sancho y su hermano Ramiro, y de sus colaboradores en la confección del manuscrito, el

propio Vigila, su socio Sarracino y su discípulo García. Además, varias páginas llevan mosaico, y otras,

orlas con temas vegetales estilizados. El conjunto forma un grueso volumen que ha hecho famoso en todo

el mundo al monasterio riojano de Albelda y a su autor el monte Vigila.

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Crónica de Albelda o Códex Vigilanus

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CÓRDOBA

El 5 de enero, un tanto restablecido, apareció en público Alhakén II, firmando un do-

cumento público por el que concedió la libertad a todos sus esclavos y esclavas (6 de

enero).

A muchos de sus esclavos los había empleado Alhakén en la ampliación de la gran

mezquita de Córdoba, sobre todo en la creación de las cúpulas. Debido a dicha amplia-

ción, ya no había demasiada entrada de luz al interior. Por eso, Alhakén planteó cons-

truir, a modo de lucernario, la cúpula que domina el mihrab,132

una cúpula nervada, so-

bre la macsura133

ampliada, ricamenta decorada con recubrimiento de mosaicos.134

Las crónicas andalusíes (de Ibn Idari) recogen que en el año 965 se terminó la cúpula

que domina el mihrab, dentro de los trabajos de ampliación de la mezquita. Fue en el

mes de junio. Es ese mismo año se llevó a cabo la instalación del mosaico que había en-

viado como regalo el emperador bizantino (Nicéforo Focas). Alhakén II le había escrito

pidiéndole que le mandase un artesano, como había hecho en su momento el califa Al-

Walid ibn Abdalmalik para la construcción de la gran mezquita de Damasco. Alhakén

fue bien correspondido por Constantinopla, recibiendo un maestro artesano y 320 quin-

tales de teselas de mosaico de regalo. Alhakén II ordenó hospedar bien al artesano y

tratarlo con toda generosidad, poniendo a su servicio a numerosos esclavos para que

aprendieran el oficio y trabajaran; se pusieron manos a la obra y aprendieron tanto que

se cuenta que superaron al maestro. Cuando éste regresó a su tierra, colmado de regalos

del califa, los esclavos trabajaron solos, demostrando mucha habilidad.

El 5 de febrero se celebró en Medina Al-Zahra135

la ceremonia del juramento de fide-

lidad ante el heredero de Alhakén II, su hijo Hisham II (11 años de edad), por parte de

132

Símbolo del poder divino cuyo representante en la tierra es cada califa.

133

El recinto reservado al califa o al imán en los cultos (oraciones públicas), reservado también para en-

terramiento de personas distinguidas por su ejempliaridad o santidad de vida.

134

Las teselas que recubren la cúpula son de forma cuadrangular y apenas superan un centímetro en cada

uno de sus lados. Están realizadas en pasta de vidrio, en caliza, en cerámica e incluso en mármol, y se han

llegado a identificar diecinueve colores, entre los que destaca el oro, el rojo, el verde y el azul.

135

Alhakén II la dio ya por terminada. Y hay que destacar que precisamente a partir de ahora dejará de

ser Medina Al-Zahra el lugar de recepción de embajadas que hasta el momento, tan brillantemente, había

sido.

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~ 82 ~

todos los notables del califato, y en presencia de su madre Subh.136

Como regalo recibe

Hisham una preciosa arqueta.137

Alhakén II murió en un ataque de hemiplejia, el 16 de octubre, cayendo sobre los bra-

zos de sus dos eunucos principales, Al-Nazami y Yawdhar,138

los cuales tienen la res-

ponsabilidad de la gran biblioteca que deja el califa (400.000 volúmenes)139

y el mando

de la guardia de eslavos acuartelada a las puertas del alcázar. Hisham II fue proclamado

califa, sucediendo así a Alhakén II, con el apoyo de Muhammad ibn Abi Ami (o Abu

Ami),140

y siendo regente Subh. El nuevo califa adoptó el título de Al-Muayyad bi-llah

(“el que recibe la asistencia victoriosa de Alá”). Alhaken II tenía 61 años de edad y

reinó durante 15 años.

A los pocos días como califa, Hisham II, hizo su primera aparición pública y oficial,

en baño de multitud, por las calles de Córdoba, haciendo gala de medidas populares,

anulando la contribución sobre el aceite. Ya había nombrado a Yafar ibn Utzman Al-

Mushafi como hayib y a Muhammad ibn Abi Amir como visir adjunto al gobierno.141

Al-Mushafi no tardó en dar la orden de detención y muerte de Al-Mughira.

136

Todos saben que Hisham II es un niño endeble y falto de voluntad en todos los sentidos, también en lo

concerniente a saber gobernar.

137

Se conoce como la arqueta de Hisham II, que se conserva actualmente en el Tesoro de la catedral de

Gerona. Es una caja de madera y plata con tapa abovedada. El recubrimiento es de plata repujada y

nielada (ennegrecida a base de sulfuro de plata y plomo, mediante fundición con azufre). Está formada

por una base rectangular, cuatro rectángulos verticales, cuatro trapecios inclinados y un rectángulo hori-

zontal en el que se sujeta el asa. En la zona de la unión de la tapa y la caja encontramos una inscripción

donde se solicita la bendición de Dios y prosperidad para Hixam II.

Roleos de palmas dobles ahorquilladas terminados en hojas en forma de corazón y rosas forman la de-

coración. En el dorso de la charnela que hace de cierre está grabada la inscripción: obra de Badr y Tarif,

sus siervos.

Posiblemente la arqueta pasó a manos cristianas cuando, en tiempos de Hisham II, los mercenarios del

gobernador de la Marca Superior llegaron a Córdoba para apoyar a un enemigo del califa, llevándose la

pieza como botín.

138

Dos personajes muy poderosos en Medina Al-Zahra: Al-Nizami, gran orfebre, era el jefe de las manu-

facturas del tiraz cordobés (el taller de todas las vestimentas de lujo), y Yawdhar Fa era gran halconero.

Nunca tuvo Alhakén buena salud, ni tampoco gran belleza ni fortaleza. Era rubio, tirando a pelirrojo (lo

habitual en los omeyas), con grandes ojos negros, nariz aguileña, paticorto y endeble. En lo religioso, fue

de mucha piedad (aunque su verdadera religión, si puede decirse, eran los libros, y su templo era su gran

bilioteca, más que la mezquita). Fue muy amigo del obispo Asbag de Córdoba. Era abstemio. Tanto se

preocupó en lo referente al vino (y a los licores) que hasta llegó a querer implantar, a modo de ley seca, la

prohibición de la bebida, con la decisión previa de mandar arrancar los viñedos. Pero fue aconsejado de

que no lo hiciera, por dos motivos: porque el aguardiente de higos emborracha más y porque las uvas eran

necesarias como pasas y derivados en la alimentación de las tropas. Así es que no hubo ley seca ni se

arrancaron las viñas.

139

Según las crónicas.

140

Muy pronto Almanzor.

141

Este nombramiento se hizo por instigación de Subh, la madre del califa, en calidad de regente. No hay

que perder de vista que Subh y Muhammad ibn Abi Ami se entendían como amantes y que ambos sabían

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Podemos resumir diciendo que Alhakén II cometió el gran error de nombrar su suce-

sor a Hisham II (o tal vez no tuvo más remedio que tener que hacerlo, seguramente mo-

tivado por su propio afecto y por la importancia decisiva de Subh en todo ello).

Hisham II no parece capacitado ni eficaz como califa. Ibn Abi Ami, con Subh, es de-

masiado poderoso (y astuto) en Al-Ándalus.

Como político, Alhakén II fue pacífico y tolerante. Le costaba emprender acciones

militares. Los cristianos del norte, que lo sabían, se aprovecharon de ello, por ejemplo

inclumpliendo tratos y dejando de pagar tributos. Menos mal que el caíd Galib (para el

califato) brilló al respecto. Fue tan exitoso Galib contra los cristianos del norte que éstos

tuvieron que pensar como mejor medida estarse más tranquilos y no arremeter contra

Al-Ándalus.

Viviendo en paz con sus enemigos, Alhakén II, medio paralítico por la hemiplejia, se

dedicó a preparar el traspaso de poder emancipando a un buen número de esclavos y es-

clavas, rebajando una sexta parte de los impuestos y garantizando la cultura, sobre todo

mnteniendo las 25 escuelas públicas y asistenciales en Córdoba, con sus buenos maes-

tros dedicados a la población más empobrecida.

En su gran biblioteca cordobesa, muy nutrida de excelentes copistas, se trabajaba mu-

cho, provechosamente. Había encuadernadores y miniaturistas. Tenía agentes para ojear

y comprar libros en El Cairo, Bagdad, Damasco, Alejandría… Y Subh lo dirigía todo.142

Desde la gran bilioteca de Córdoba se subvencionaba a los intelectuales y poetas de Al-

Ándalus y de todo el mundo, invirtiendo mucho dinero en ello. El mismo Alhakén, ade-

más de haber leído todo cuanto pudo, anotó y escribió mucho, destacando sobre todo

como gran genealogista.

estar compinchados con Al-Mushafi. Entre los tres urdirán la muerte por estrangulamiento de Al-Mughi-

ra, hijo de Abderramán III y hermano de Alhakén II (aunque de distinta madre), que no dejó de apetecer

la usurpación califal.

El entorno del difunto califa Alhakén II apareció en toda su fragmentada división. Sobre todo se mos-

traron más o menos quiénes eran partidarios de designar como regente a Al-Mushafi, mientras que otros

optaban más bien por darle el título de califa a Al-Mughira. Sintiendo que esta designación entrañaría el

final de su carrera política, Al-Mushafi, con la colaboración de Muhammad ibn Abi Ami (Almanzor),

decidió asesinar a Al-Mughira.

El palacete de Al-Mughira fue rodeado por un destacamento de 100 soldados de origen eslavo, irrum-

piendo en él Muhammad y Al-Mushafi. Al-Mughira fue entonces informado de la muerte de su hermano

el califa y de la entronización que ya se había llevado a cabo de Hisham II. Al-Mughira, aterrado por la

noticia, manifestó muy asustado que sería leal y sumiso a su sobrino. Ante las dudas de Muhammad (Al-

manzor), Al-Mushafi, exigente, le instó a culminar lo acordado, matar a Al-Mughira. Lo estrangularon

allí mismo, en su harén. Enseguida lo colgaron de una viga, como si se hubiera suicidado. Como Al-

manzor era jefe de la policía, se apresuró a oscurecer todo lo referente a las circunstancias del crimen y

ordenó dar sepultura al difunto Al-Mughira.

Todo esto está magistralmente relatado en la novela histórica El mozárabe, de Jesús Sánchez Adalid.

Precisamente con Ibn Abi Ami en el poder se incrementó la llegada a Al-Ándalus de muchos bereberes

zanatas (o zenatas) birzalíes, de la táriqa nakirí jariyí o confederación del norte de África.

142

Esta audacia es digna de ser destacada, pues en esos tiempos y en esa mentalidad, era impensable el

rol tan destacado y tan libre en todo de una mujer, que en este caso fue Subh.

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Monumento a Alhakén II en Córdoba.

Se encuentra en el Campo Santo de los Mártires.

Fue inaugurado el 1 de octubre de 1976.

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Año 977

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CELANOVA

El 1 de marzo, en el monasterio de San Salvador de Celanova,143

después de la ora-

ción de completas, murió el noble y obispo gallego (de Mondoñedo) Rosendo Gutié-

rrez.144

Tenía 70 años de edad. Rosendo, hijo del conde Don Gutierre Menéndez y de

Doña Induaria (o Ilduara), nació el 26 de noviembre del año 907, en un lugar llamado

Cela.

La vida de Rosendo se ha desenvuelto en estos años de constantes inquietudes por las

amenazas y daños que ocasionan las incursiones de moros y de vikingos en Galicia,

tiempos de guerra e inseguidad, sin pueblos estabilizados, donde las gentes buscan re-

fugios aislados sin tratar de permanecer en un solar fijo. Son las fundaciones monacales

las que resuelven tantas dificultades, al reunir a su alrededor la base de los pueblos y las

villas emergentes. Los monasterios impulsan el trabajo de roturación de tierras sin culti-

var, tranformándolas en productivas bajo la dirección de los monjes, sacando la gente

para alimentarse con los productos que cultivan.

143

Provincia de Orense. Durante la Alta Edad Media, la villa de Celanova fue cabecera de un condado,

propiedad del conde Gutierre, padre de San Rosendo e hijo y vasallo del dux Hermeneguildo Gutiérrez

(conquistador de Coímbra, año 876).

El monasterio de San Salvador, fundado por San Rosendo, fue incrementándose con el paso del tiempo,

siendo de mucho esplendor. Actualmente, tras haber sido desamortizado en el siglo XIX, es propiedad del

Ayuntamiento de Celanova y es utilizado como Instituto de Secundaria. Fue declarado Monumento Na-

cional en 1923.

De sus tiempos fundacionales podemos destacar la capilla de San Miguel, muestra arquitectónica que

pervive desde entonces, situada tras el ábside de la iglesia monástica, en la parte que en otros tiempos se

llamaba “huerta del noviciado”.

Finalizado (lo más original del monasterio) en el año 942, resulta ser uno de los edificios religiosos más

singulares de España. La capilla de San Miguel se levantó con perfectos sillares de granito de medidas

muy diversas y asentados a hueso, mide 8,5 metros de largo por 6 de alto, ocupando en planta no más de

22 metros cuadrados. Tanto desde el exterior como interiormente, se distinguen tres volúmenes o cuerpos

identificativos de la denominada arquitectura mozárabe de repoblación. El primero de ellos es la nave,

desde la que se accede al interior, y que está cubierta con bóveda de cañón. Un cuerpo central de mayor

altura que los demás, se superpone en el centro con bóveda interior de aristas de ladrillo, y un voladizo al

exterior muy salido y dotado de las características ménsulas de rollos. El tercer cuerpo es el ábside, al que

se accede por un arco de herradura con alfiz. En su interior presenta una bóveda gallonada. La serena

belleza de San Miguel es ya un buen regalo para quien visite Celanova. Sus pequeñas dimensiones llevan

a hacer dudosa cualquiera teoría que se realice sobre su función original. Ya fuera capilla para la de-

voción privada, ya edificio funerario, lo cierto es que está dedicada a San Miguel, siendo ordenada su

construcción por Froila, hermano de San Rosendo, tal como revela una inscripción de la época grabada

sobre el dintel de la puerta y que constituye una plegaria, de “Froila, pecador e indigno siervo de Dios”,

para que el visitante lo encomiende en sus oraciones.

144

San Rosendo. Se conmemora el 1 de marzo. Fue fundador y abad del monasterio de San Salvador de

Celanova (año 936), entre otros. Fue virrey de Fruela II (874-925), rey de Asturias subordinado al de

León y luego también rey de León.

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Rosendo creció y se educó en ese ambiente familiar y gallego, en casa noble y pu-

diente, bajo la tutela de su tío Albarico, obispo de Mondoñedo, a quien sucedió y en la

diócesis rigiéndola durante años, alternando con retiros monásticos y con mucha activi-

dad en la vida política.

En el año 955, el rey Ordoño III le ordenó que gobernara las tierras de Celanova y de

las jurisdiccionales de la comarca (desde Riocaldo, en la frontera meridional de Galicia,

hasta Santa María de Ortigueira, en la costa cantábrica). Más tarde y a petición de Doña

Elvira, tía de Ramiro III, tuvo que encargarse del gobierno y pacificación de Galicia,

desde la primavera del año 968 hasta los primeros meses de 969.

Tuvo que encargarse también de Santiago de Compostela y de la diócesis de Iria Fla-

via, sobre todo después de la muerte (en guerra frente a los vikingos) del obispo Sis-

nando. En el año 970 se encarga de la diócesis irense prolongándose esta misión hasta

poco después del concilio leonés del año 974. Después se retiró al monasterio de Cela-

nova, ocupando la sede compostelana un monje (Pelayo Rodríguez), también de Cela-

nova. Y en Celanova murió Rosendo, como queda dicho.145

Quiso hacer de Celanova, lográndolo, un faro de renovación religiosa en Galicia. Pre-

tendió recuperar el impulso monástico que en Galicia habían iniciado San Martín de

Braga en época sueva y San Fructuoso en época visigoda. Para ello, intrudujo en Galicia

la reforma benedictina, con mucha influencia mozárabe en todo.

San Rosendo

145

Fue sepultado, en una urna de plata, en el lateral derecho del altar mayor de la iglesia monástica de

San Salvador, lugar en el que aún permanecen sus restos.

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BULGARIA

En medio de una terrible confusión fronteriza, por disparos de flechas, murió el zar

(emperador) búlgaro Boris II, en el octavo año de su reinado.146

Tenía 46 años de edad.

Era el hijo mayor y sucesor de Pedro I de Bulgaria (zar entre los años 927-970).147

En el año 968, reinando aún su padre, Boris II fue a Constantinopla para negociar

acuerdos de paz con Nicéforo II,148

de modo que se pudieran poner fin a las guerras en-

tre Bulgaria y Bizancio, Imperio que había conseguido como aliado contra Bulgaria al

príncipe Sviatoslav de Kiev.

En el año 969, una nueva invasión de Kiev derrotó a los búlgaros de nuevo y Pedro

abdicó para convertirse en monje. En circunstancias que no conocemos con precisión,

Boris sucedió a su padre Pedro I.

Hay que decir que Boris II no fue capaz de contener el avance del principado ruso de

Kiev, y se vio obligado a aceptar a Sviatoslav como su aliado, convirtiéndose en su rey

títere, teniendo que guerrear contra los bizantinos.

Una campaña de Kiev en la Tracia bizantina fue derrotada por los bizantinos en Arca-

diópolis (año 970)149

y Juan I Tzimisces avanzó entonces hacia el norte. A falta de ase-

146

En cautiverio bizantino desde el año 971.

147

Su reinado fue bastante pacífico, e hizo importantes avances contra los bizantinos, recibiendo de ellos

el título imperial, consolidando la independencia de la Iglesia búlgara. Se casó con una nieta del empera-

dor bizantino Romano I Lecapeno (María, rebautizada como Irene). De todos modos, en el año 965 se de-

sató la guerra entre Bulgaria y el Imperio Bizantino. Pedro I, habiendo sufrido un derrame cerebral, se re-

tiró a un monsterio, donde murió (30 de enero del año 970).

El primogénito de Pedro I, que murió, fue Plenimir. El tercer hijo fue Romano, quien sucede a Boris II.

148

Aparentemente sirviéndole como rehén de honor.

149

La batalla de Arcadiópolis enfrentó a un ejército bizantino, al mando de Bardas Skleros, contra un

ejército ruso, al mando de Sviatoslav I. Resultó victorioso el ejército bizantino.

Ya desde una década antes, Nicéforo II se propuso frenar la amenaza búlgara en sus fronteras

occidentales poniéndose en contacto con los rusos de Kiev, aliándoselos y convenciéndoles para que

atacaran Bulgaria por la retaguardia. Los rusos, dirigidos por Sviatoslav, atacaron a los búlgaros (en el

año 966). Su ofensiva fue un éxito total y Boris II fue depuesto, siendo su ejército completmente

derrotado. Con todo ello no resultó sino que la amenaza rusa fue peor para Bizancio que la búlgara.

Nicéforo murió asesinado (año 969). Su asesino y sucesor, Juan I Tzimisces, tuvo que comprobar cómo

los rusos (primavera del año 970) se lanzaron contra el Imperio invadiendo Tracia. Filipópolis (actual

Plovdiv), una fortaleza de la región, fue saqueada tras un corto asedio. Ahora bloqueaban la Vía Egnatia

que comunicaba Constantinopla con el resto de provincias europeas.

El nuevo emperador ordenó a sus generales, Bardas Skleros y Pedro el Patricio, reunir una pequeña

fuerza de reconocimiento sobre el terreno. Cuando Sviatoslav se enteró de la presencia militar bizantina,

mandó contra ellos a 20.000 soldados para aniquilarlos. En el campamento ruso hubo un espía bizantino

que avisó pronto a su ejército sobre la guerra que se avecinaba.

Bardas consideró entonces que no podía retirarse de manera ordenada, pues el enemigo estaba

demasiado cerca, y porque su misión era defender Tracia, siendo así que una retirada dejaría toda la

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~ 89 ~

gurarse la defensa de los pasos balcánicos, Sviatoslav permitió a los bizantinos penetrar

en Moesia y poner sitio a Preslav, la fortificada capital búlgara. Aunque los búlgaros y

los rusos se unieron en la defensa de la ciudad, los bizantinos lograron incendiar las es-

tructuras de madera y techos de los arqueros, y tomaron la fortaleza. Boris II se con-

virtió entonces en cautivo de Juan, que continuó persiguiendo al ejército de Kiev, ase-

diando a Sviatoslav en Drăstăr (Silistra), dando muestras de que actuaba como aliado de

Boris II y como protector respetuoso de la monarquía búlgara. Después de que Sviatos-

lav había llegado a un acuerdo con Juan y se dirigió a Kiev, el emperador bizantino

volvió a Constantinopla con gran triunfo. Lejos de liberar a Bulgaria como afirmaba,

Juan se llevó a Constantinopla a Boris II y a su familia, juntamente con el tesoro im-

perial búlgaro (año 971). En una ceremonia pública en Constantinopla, Boris II fue

ritualmente despojado de su insignia imperial y se le dio el título bizantino, meramente

cortesano y compensatorio, de magistros. Las tierras búlgaras en Tracia y la baja Moe-

sia quedaron convertidas en parte del Imperio bizantino, siendo gobernadas por mandos

y autoridades de Bizancio.

Aunque la ceremonia del año 971 había sido concebida como una resolución simbó-

lica de cuanto concernía al Imperio Búlgaro, los bizantinos siguieron incapaces de con-

trolar las provincias occidentales de Bulgaria. Éstas permanecieron bajo el dominio de

sus propios gobernantes, y especialmente de una familia noble con el gobierno de cuatro

hermanos denominados Cometopuli ("los hijos del conde"): David, Moisés, Aarón

y Samuel. El resistente movimiento de estos hermanos (véanse sus nombres judíos) fue

considerado por Juan I de Bizancio como una "revuelta" que en realidad no era sino una

regencia de Boris II, dadas las circunstancias de cautiverio del zar. Cuando los Come-

topuli empezaron a invadir territorios vecinos bajo control bizantino, el gobierno bizan-

tino recurrió a una estratagema destinada a poner en peligro la dirección de esta re-

vuelta. Bizancio permitió que participaran en ella Boris II y su hermano Romano (quien

le sucede a su muerte), dejándoles escapar de su cautiverio de honor en Constantinopla,

esperando que al llegar a Bulgaria se dividieran y pelearan entre sí y con más nobles

región a merced de los rusos. Para hacer frente al ejército ruso reunió como pudo un ejército de entre

10.000 y 15.000 hombres.

Bardas dividió sus fuerzas en tres batallones. Dos de ellos fueron emboscados a ambos lados del camino

y el tercer grupo, que estaba formado por la caballería, tenía la misión de asaltar el campamento ruso para

atraerlos a la emboscada. Los rusos habían acampado a cierta distancia de la ciudad tracia de Arcadió-

polis, con tropas compuestas, además de por rusos, también por búlgaros y pechenegos.

La caballería bizantina cayó sobre los pechenegos y tras un duro y disputado combate los desalojaron

del campamento. Cuando Bardas creía que ya había pasado un tiempo prudencial ordenó la retirada. Los

pechenegos, seguidos por rusos y búlgaros, seguros de su victoria persiguieron al ejército bizantino.

Cuando las tropas pechenegas llegaron a la zona donde se encontraban las tropas emboscadas, éstas sa-

lieron y atacaron de flanco. Atacados, las tropas pechenegas, de frente y por los flancos, se desbandaron.

En ese momento llegaron las tropas rusas y búlgaras que fueron desorganizadas por las tropas pechenegas

en fuga por lo que al ser atacados por los bizantinos no pudieron reaccionar.

El combate de Arcadiópolis, en resumen, se resolvió favorablemente a los bizantinos que solamente

perdieron unos 550 hombres. Pero los rusos y pechenegos sufrieron miles de bajas, resultando también

que entre ellos dejaron de ser aliados. Parece ser que los pechenegos creyeron tomar parte en una expedi-

ción de saqueo, no en estar abiertamente en guerra contra Bizancio.

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búlgaros los Cometopuli. Boris y Romano llegaron a las tierras búlgaras no controladas

por los bizantinos en este año 977. Boris desmontó y se adelantó a su hermano. Con-

fundido como un noble bizantino por su atuendo, una patrulla búlgara fronteriza (que

estaba compuesta por sordomudos) disparó sus flechas que alcanzaron a Boris II, resul-

tando muerto. Romano logró identificar a los otros guardias, más representativos y aje-

nos al homicidio de Boris (que no eran sordomudos) y éstos le aceptaron enseguida

como nuevo zar de Bulgaria.

Boris II

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~ 91 ~

OVRUCH

En Ovruch,150

murió asesinado Oleg de Drelinia,151

a manos de su hermano Yaropolk,

siendo ambos hijos de Sviatoslav I de Kiev y estando enfrentados desde la muerte de

éste.152

Oleg gobernó en Drelinia durante los últimos 8 años (desde 969). Era el segundo de

los hijos de Sviatoslav.153

El monje cronista Néstor

150

Localidad ucraniana.

151

Una región de la actual Ucrania occidental.

152

Según la Crónica de Néstor, Oleg mató a Lyut, el hijo de Sveneld, el principal consejero y coman-

dante militar de Yaropolk. En venganza y ante la insistencia de Sveneld, Yaropolk emprendió la guerra

contra su hermano y lo mató. Entonces, Yaropolk envió a sus hombres a la ciudad rusa de Nóvgorod, de

la que había huido el otro hermano (también hijo de Sviatoslav), Vladimiro (San Vladimiro I de Kiev), al

enterarse de la muerte de Oleg. Yaropolk se apoderó de Nóvgorod y se convirtió en el único gobernante

de la Rus de Kiev. Vladimiro podrá recuperar después Nóvgorod (año 978), con la ayuda que le prestarán

los numerosos guerreros vikingos de Noruega que reclutó.

153

No se sabe con certeza su edad, pero se estima que sería de veintitantos años.

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~ 92 ~

RIBAT DE MAGERIT

En el ribat o rábida de Magerit,154

punto de reunión perfecto para concentrarse y pre-

parar una expedición guerrera, Muhammad ibn Abi Amir155

dio comienzo a unas expe-

diciones militares que todo indica que desea continuar de manera imparable y a modo

de saqueo destructivo.156

Del 24 de febrero al 17 de abril157

atacó la fortaleza de Al-

Hamma.158

Arrasó mucho la zona, pero sin conquistar el castillo, aunque sí se llevó bas-

tantes cautivos y cautivas. Del 23 de mayo al 26 de junio,159

lanzándose contra Cué-

llar,160

entabló fuerte amistad con Galib, involucrándolo mucho en sus intenciones.161

Del 18 de septiembre al 20 de octubre,162

con Galib muy de su parte, sitió duramente la

ciudad de Salamanca, aunque sin lograr tomarla.

154

Madrid.

155

El famoso Almanzor dentro de poco.

156

Serán famosas expediciones conocidas como algazúas amiríes (saqueos de Almanzor). Realizará 56,

temidas y en el fondo fracasadas, aunque sólo 53 contra los cristianos y, si se agrupan la 50ª y 51ª como

parece lógico, resultan ser 52. Ya se irá viendo.

157

Primera algazúa.

158

La palabra árabe Al-Hamma se traduce como Baños. En este caso, parece ser que la algazúa de que se

trata puede ser sobre Baños de Ledesma (Salamanca) o sobre Baños de Montemayor (Cáceres).

159

Segunda algazúa.

160

Provincia de Segovia.

161

Uno de los resultados de esta fuerte amistad fue el casamiento de Almanzor con Asma, hija de Galib.

La boda se celebró en Córdoba de manera espléndida, el 1 de enero de 978.

162

Tercera algazúa.

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~ 94 ~

MONASTERIO DE SANTA

MARÍA DE SERRATEIX

Bajo la protección de los condes de Cerdaña y de los de Basalú, con un grupo de

monjes benedictinos, quedó consagrado en este año el monasterio de Santa María de

Serrateix.163

Los orígenes de este monasterio se sitúan en el año 940, cuando un grupo de monjes

se instalaron en la zona con las reliquias de San Urbicio (del siglo VIII), poniéndose a

salvo de los ataques musulmanes de entonces.164

163

En la comarca catalana de Berguedá.

164

Irá recibiendo donaciones de Oliba Cabreta, conde de Cerdaña y Basalú, como de otros nobles de la

zona, que hará que se amplíen sus posesiones y se incrementen los monjes.

Hay que contar también que los condados catalanes están ya prácticamente autónomos e independientes

de los francos, actuando muy resueltamente en relación a la Santa Sede y con mucho poderío.

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Año 978

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~ 96 ~

CÓRDOBA

El 1 de enero se celebró espléndidamente en Córdoba la boda de Muhammad ibn Abi

Ami con Asma, hija de Galib, siendo muy festejada en su suntuoso palacio de Al-Rusa-

fa. Después, el 26 de marzo, con la ayuda de su suegro, Muhammad dio un golpe de

mano en la capital califal y quedó todo trastocado a su favor. Destituyó a Yafar ibn Utz-

mam Al-Mushafi, autoproclamándose hayib o primer ministro único (chambelán abso-

luto). Todo esto teniendo en cuenta la connivencia de Subh y la endeblez política del in-

fantil Hisham II.

Muhammad prosiguió con sus algazúas. Del 31 de mayo al 6 de agosto165

atacó des-

tructivamente Pamplona, devastó la Conca de Barberá y el Alt Camp de Cataluña, pa-

sando por el puerto tarraconense de Lilla y llegando a los llanos de Barcelona, donde

derrotó seriamente al conde Borrell II, causándole muchos estragos en la zona.

Habiendo regresado a Córdoba, el 9 de agosto, comienza la construcción de Madinat

Al-Zahira, nueva y principesca ciudad al este de la capital, en la orilla derecha del Gua-

dalquivir.166

Entre los meses de octubre y noviembre,167

las tropas de Muhammad ibn Abi Ami,

con él al frente muy embravecido, atacaron Ledesma,168

arrasando cuanto pudieron, has-

ta que se volvieron a Córdoba, sobre todo porque se dejó venir un anticipado y muy frío

invierno.

165

Cuarta algazúa.

166

Medina Al-Zahira, castellanización del nombre árabe Al-Madīnat al-Zāhira, que significa "la ciudad

resplandeciente", fue ciudad palatina mandada construir por Almanzor, el cual abandonó Medina Al-

Zahra y se instaló en su Medina Al-Zahira, construida entre los año 978-987. Esta ciudad palatina y cen-

tro administrativo de Almanzor, acabó saqueada y destruida en el mes de abril del año 1009. Actualmente

sólo quedan algunos restos no muy destacados.

Hay que destacar también que durante las algazúas de Almanzor hubo un vacío de actividad en la ceca

cordobesa en cuanto a emisión monetaria se refiere.

167

Quinta algazúa.

168

Provincia de Salamanca.

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~ 97 ~

DORSET (INGLATERRA)

CASTILLO DE CORFE

En el castillo de Corfe, del condado de Dorset,169

18 de marzo, murió mártir, violenta-

mente, el rey Eduardo,170

en el año tercero de su reinado, teniendo a su muerte 16 años

de edad. Le sucede su hermanastro Etelredo II, que tiene ahora 10 años de edad.171

Eduardo se encontraba de cacería en los campos de Wareham y decidió hacerle una

visita a su hermanastro Etelredo, en el castillo de Corfe, morada habitual también de su

madre Elfrida. Se separó del grupo que le acompañaba y se acercó él solo hasta el cas-

tillo. Aún montado en su caballo, su madrastra Elfrida le ofreció una copa de vino desde

lo alto del castillo y, cuando Eduardo la estaba alcanzando, un servidor de Elfrida le

apuñaló por la espalda, tal como ella se lo había ordenado.

Se cuenta que entonces el caballo salió corriendo y arrastró al jinete Eduardo por el

suelo, dejándolo destrozado y viniendo a caer su cuerpo muerto, ya suelto su pie del es-

tribo, hacia abajo de la colina sobre la que se levanta el castillo de Corfe.

Elfrida mandó inmediatamente que ocultaran el cadáver del rey en una choza que por

allí se encontraba. Dentro de esa choza había una mujer ciega de nacimiento que la solía

habitar, siendo esta mujer mendiga de Elfrida. Cuando llegó la noche, la choza se ilu-

minó y la mujer ciega recobró la vista milagrosamente mientras, sorprendida y temblo-

rosa, gritaba “¡Señor, ten misericordia de mí!”, descubriendo el cuerpo difunto del rey

Eduardo allí mismo.172

Cuando se hizo de día, sabiéndose ya todo lo ocurrido, Elfrida, muy asustada y clan-

destinamente, dispuso el funeral de alto rango del rey Eduardo en las cercanías de Wa-

reham.173

169

Suroeste de Inglaterra, costero con el Canal de la Mancha.

170

San Eduardo mártir, cuya fiesta se celebra en el santoral el 18 de marzo.

171

Eduardo era el hijo primogénito del Santo Edgar el Pacífico y de su primera esposa Ethelfreda. A la

muerte de su padre (8 de julio del año 975) le sucedió en el trono pese a la oposición de su madrastra El-

frida, la cual defendía los derechos de su hijo Etelredo alegando que había nacido de una reina ungida,

mientras que la madre de Eduardo nunca fue coronada. Pero gracias al apoyo del noble y obispo San

Dunstan, Eduardo logró finalmente ser proclamado rey por beneplácito concorde de la Witenagemot, co-

mo ya contábamos en su momento.

Etelredo, débil de carácter, reinará pasando a la historia con el sobrenombre de “el Indeciso”.

172

En ese mismo lugar está construida la iglesia del San Eduardo mártir.

173

Y al año siguiente de este horrendo crimen (979), una columna de fuego luminoso y ardiente surgía

durante la noche de aquella sepultura y los habitantes de Wareham exhumaron el cadáver del rey mártir,

pues como tal lo reconocieron todos. Según la leyenda, un manantial surgió entonces de aquel lugar, sien-

do fuente de aguas milgrosas y curativas. Finalmente, cuando se dipuso de un digno sepulcro, en la iglesia

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~ 98 ~

San Eduardo rey mártir

de la Santa Madre de Dios, de Wareham, San Eduardo fue enterrado allí, siendo rodeado el traslado del

Santo difunto de mucho acompañamiento de campesinos y devotos. Fue el 13 de febrero del año 980.

Al año siguiente (13 de febrero de 981), el cuerpo fue trasladado a la abadía de Shaftesbury, en Dorset,

resultando que durante el trayecto se curaron milagrosamente dos hombres muy jorobados que formaban

parte de cortejo.

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~ 99 ~

COVARRUBIAS

En la castellana localidad de Covarrubias, los condes de Castilla, García Fernández y

su mujer Ava, fundaron para su hija Urraca un Infantado (o Infantazgo), con muchas do-

naciones y territorios, todo vinculado al monasterio de los Santos Cosme y Damián de

dicho lugar. La dote condal asegura el futuro y la protección de infantas e hijas de con-

des que no contraigan matrimonio.

El 7 de septiembre del año 972, los condes García y Ava habían tomado la decisión de

convertir Covarrubias en gran señorío eclesiástico. Ahora, la hija de los condes, Urraca,

se convierte en la primera abadesa de la entidad fundada como Infantado.

El gran calígrafo Florencio de Valeránica escribió la Carta fundacional en bellas le-

tras cursivo-mayúsculas negras y rojas. De dicha Carta se hicieron dos copias: una para

el archivo condal y otra para la nueva fundación. Entresacamos lo esencial de texto:

A la infanta Urraca se hace dueña del lugar de Covarrubias, con todos sus

términos, y a él se añade un número inacabable de propiedades con prerrogativas

de orden eclesiástico, derechos civiles, pozos de sal, dehesas de pasto, derechos

de mercado, vasallos y tierras derramadas por toda la extensión del condado; se-

senta villas, con jurisdicción civil y potestad señorial; otras tantas iglesias, con

sus rentas y emolumentos eclesiásticos; veinte monasterios, situados en tierras

de Burgos, Palencia, Santander y Álava: en Lerma, en Tabladillo, en Lara, en la

misma ciudad de Burgos, en Ubierna, en Oca, en Villadiego, en Cabuérniga, en

Reinosa, en Aguilar de Campoó; en Añana, en Losa y en lo que entonces se lla-

maba Castilla la Vieja, es decir la región de Villarcayo y Valdivielso, Todo esto

se lo da García a su hija con toda suerte de derechos señoriales, con su sayón

propio, para que pueda reivindicarlo y poblarlo y poseerlo libre de pechos fisca-

les por cualquier clase de crimen, conforme lo poseyó hasta entonces la sede

real.

La fundación del Infantado de Covarrubias tuvo lugar el día 24 de noviembre de este

año 978, con la entrega y profesión religiosa de la infanta condal Urraca, siéndole do-

nada la villa y todo su término, suscribiendo y firmando el Diploma o Carta fundacional

los reyes de Navarra y los condes de Castilla, un obispo, treinta y dos magnates, once

abades, cinco presbíteros y veintiún eremitas.174

174

Que debieron ser los monjes benedictinos del monasterio de los Santos Cosme y Damián del lugar.

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~ 100 ~

Torre de Fernán González en Covarrubias

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~ 101 ~

Año 979

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~ 102 ~

FRONTERAS DEL DUERO

En este año (que el 1 de enero fue miércoles), Muhammad ibn Abi Ami llevó a cabo

la sexta de sus algazúas hasta el momento, en primavera, atacando por segunda vez

Ledesma,175

una localidad esencial para poder llegar con panorama despejado a la an-

siada Zamora, donde acabó la algazúa. Prosiguió, ya en verano, la séptima algazúa, so-

bre Sepulveda, sin que Muhammad pudiera conquistarla, aunque hizo sus estragos en el

entorno.

Ledesma. Puente medieval sobre el río Tormes

175

Provincia de Salamanca. Habiendo arrasado Almanzor por esta segunda vez Ledesma, la localidad

quedó prácticamente deshabitada hasta que se repobló de nuevo en la segunda mitad del siglo XII.

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~ 103 ~

Año 980

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~ 104 ~

ALGECIRAS

Recién comenzado el año se reunieron en Algeciras176

Yafar ibn Hamdun177

y Mu-

hammad ibn Abi Ami, designando éste jefe de la flota andalusí del lugar a su pariente

por línea materna Jald ibn Muhammad ibn Bartal y envenenando al almirante Abderra-

mán ibn Rumahis durante un banquete.178

176

Provincia de Cádiz.

177

General bereber al servicio del califato cordobés.

178

Las crónicas sobre Almanzor suponen aquí la octava de sus algazúas (y posteriormente otras más que

serán respectivamente la vigésima cuarta y la cuadragésima nona), no siendo estas algazúas ataques con-

tra los cristianos.

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~ 105 ~

ASTURIAS

Don Rodrigo Álvarez, señor de Noreña, Aguilar, Llanes y otros territorios asturianos,

fue designado por Ramiro III,179

primer conde de Asturias, no siendo miembro de la

realeza, para que gobierne la zona. Tiene Don Rodrigo, en su casa palaciega de Llanes,

dos hijos (Munio y Nuño), y una hija (Teresa).180

Iglesia de Santa María de Noreña

179

El cual, con 19 años de edad, se casó en este año con Sancha Gómez, hija de Gómez Díaz, conde de

Saldaña y de su esposa Muniadona Fernández (a su vez hija de Fernán González).

180

La cual, que también podría llamarse María o Sancha, en el año 1048, será la madre de Rodrigo Díaz

de Vivar, el Cid Campeador.

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~ 106 ~

FRONTERAS DEL DUERO

Hubo algazúas de Muhammad ibn Abi Ami contra Atienza,181

en los meses de abril y

mayo,182

y avanzando sobre otros territorios,183

del 30 de septiembre al 20 de octubre.

Atienza

181

Provincia de Guadalajara.

182

Novena algazúa de Almanzor.

183

Probablemente de la actual provincia de Segovia, siendo ésta la décima algazúa.

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~ 107 ~

SIJILMASA

La ciudad-oasis de Sijilmasa,184

por donde se controlan las rutas del oro transahariano,

fue conquistada por el bereber maghrawa Jarum ibn Falful, quedado así bajo el control y

dominio de Córdoba. Jarum decapitó a Abu Muhammad al-Mutazz y envió su cabeza a

Córdoba.

184

Sijilmasa, actualmente en estado ruinoso, estuvo situada a diez días de camino de la ciudad de Fez,

cruzando la cordillera marriquí del Atlas. Era una importante escala de las caravanas que conectaban las

rutas del Mediterráneo con las tierras africanas transaharianas. Su emplazamiento y ubicación obedecían a

las ventajas estratégicas que aportaban el río Ziz y el oasis regio de Tafilalt.

Su historia se caracterizó por sucesivas invasiones de las dinastías bereberes y el desarrollo del men-

cionado oasis. Convertida en un ciudad estado independiente en el siglo VIII (bajo la dinastía midrarí), en

el siglo X fue conquistada, como estamos contando, por los maghrawas (dependientes del califato de Cór-

doba, que se erigieron en dinastía independiente). En los siglos venideros (XI y XII) la conquistarán res-

pectivamente los almorávides y los almohades. Por último quedará en poder de los benimerines. Su des-

trucción tuvo lugar a principios del siglo XV.

Según el Libro de rutas y lugares, de Al-Bakri, un bereber zenata miknasí, procedente de Al-Ándalus,

llamado Abu al-Qasim Samgu ibn Wasul al-Miknasi, a mediados del siglo VIII, fue el primero en esta-

blecerse en el lugar. Al-Bakri relata que otros, probablemente también bereberes, se le unieron para fijar

allí su residencia, hasta llegar al número de cuarenta, momento en el que establecieron los fundamentos

de la ciudad. Eligieron como gobernador del lugar a Isa ibn Mazid ("el negro"), el cual duró poco tiempo,

pues fue acusado de corrupción y ejecutado, proclamándose entonces gobernador jefe el propio Abu al-

Qasim, siendo desde entonces bastante próspera y estratégica la ciudad.

El poder económico de la Sijilmasa le permitió muy pronto independizarse del califato abasí, estable-

ciéndose allí la dinastía conocida como midrarí. Las cambiantes alianzas con el califato de Córdoba y con

los fatimíes de Ifriqiya, desestabilizaron la ciudad y propiciaron las tensiones frente a ella.

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~ 108 ~

RUS DE KIEV

En el mes de junio murió asesinado el príncipe de la Rus de Kiev Yaropolk I, hijo de

Sviatoslav I. Tenía 22 años de edad y gobernó durante 8 años, desde 972. Como catecú-

meno, se estaba preparando para recibir el bautismo.

Poco después de la muerte de su padre, hubo guerra civil entre Yaropolk y sus her-

manos (Oleg y Vladimir), como hemos venido contando. Y en este año 980, Vladimir (o

Vladimiro),185

con su ejército, que tenía en su composición a muchos mercenarios vare-

gos, encaminándose a Kiev, atacó a Yaropolk. Conquistó la ciudad bielorrusa de Po-

lotsk, donde Rogneda, hija del príncipe de esa ciudad, Ragvolod, había preferido a Ya-

ropolk y le había rechazado a él.186

Después, Vladimir, con la ayuda de un boyardo187

llamado Blud,188

conquistó Kiev.

Blud traicionó a Yaropolk, aconsejándole que huyera de Kiev y se fuera a la ciudad

de Rodnya, en la desembocadura del Ros. Vladimir asedió Rodnya y forzó, en asedio de

hambre, a Yaropolk a emprender negociaciones. Yaropolk confió en Blud y en las pro-

mesas de su hermano, poniéndose en marcha hacia los cuarteles de Vladimir en busca

de la paz ofrecida, pero fue interceptado por los varegos en una emboscada, resultando

muerto.

185

San Vladimiro.

186

Vladimir contraerá matrimonio con la princesa Ana Porfirogéneta de Constantinopla, después de ha-

ber estado casado con Rogneda de Polatsk.

187

Boyardo es (también en la actualidad) el título de los nobles terratenientes eslavos, aunque se emplea

sobre todo en el ámbito ruso, serbio, búlgaro y rumano (incluyendo Moldavia), tratándose de una nobleza

rural que usa una indumentaria peculiar: abrigos largos de brocado y terciopelo, forrados de pieles, lle-

gando hasta los pies, altos gorros de marta cibelina y largas barbas.

Desde los tiempos del principado ucraniano de Kiev (Rus de Kiev), los boyardos eran los jefes de gran-

des clanes familiares, que podían movilizar bajo su liderazgo a grandes masas de hombres para prestar

servicios militares a los príncipes de Kiev. Pese a la decadencia de Kiev, los boyardos consiguieron man-

tener su influencia, gracias a la conquista y explotación de las tierras fértiles de sus vecinos más débiles.

188

Aunque Blud había sido anteriormente el principal consejero de Yaropolk.

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Asesinato de Yaropolk

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~ 110 ~

CONSTANTINOPLA

Murió en Constantinopla la emperatriz Teófano Anastaso, a la edad de 49 años, man-

teniéndose aún bella, pero tras haber llevado una vida de crueldad y crímenes, habiendo

sido promiscua tabernera en su juventud, cuando sólo se llamaba Anastaso.189

Sedujo con su belleza al que sería pronto su primer esposo, el que sería emperador

(basileos) bizantino Romano II. Se casaron en el año 956. Compelió enseguida a su es-

poso para cometer el asesinato de su padre Constantino VII. Ella misma preparó el ve-

neno. El emperador murió el 9 de noviembre del año 959. Así llegó Teófano Anastaso a

ser emperatriz de Bizancio.

Romano II murió súbitamente, parece ser que por causas naturales, el 15 de marzo del

año 963, cuarto de su reinado, convirtiéndose Teófano en regente, ya que sus hijos, Ba-

silio y Constantino, eran aún niños, aunque llevó el control imperial el eunuco José

Bringas.

Teófano y Bringas se desembarazaron de la burocracia establecida e imperó la intriga

en la Corte bizantina. La propia suegra de Teófano, Elena, con sus hijas, fue relegada,

arrinconada, muriendo prácticamente desatendida.

Teófano Anastaso, para estabilizar su poder y desprenderse de Bringas, se alió en se-

creto con el prestigioso general Nicéforo Focas (Nicéforo II), el cual dio un golpe de es-

tado y se apoderó del poder en Constantinopla (15 de agosto del año 963), matando a

Bringas y a cuantos consideró de su oposición. Al día siguiente, 16 de agosto, se hizo

coronoar emperador en Santa Sofía y relegó a Teófano exiliándola a Petrion, en el co-

nocido como Cuerno de Oro. Sin embargo, ambos acabaron casándose (20 de diciembre

del mismo año 963). Teófano volvió así a ser poderosa y Nicéforo se reforzaba en su

autoridad imperial por este matrimonio con visos de dinástico.

Sin embargo, Teófano Anastaso se cansó de Nicéforo, considerándolo viejo guerrero y

poco refinado para ella, muy religioso además, casi asceta. Teófano se satisfacía como

amante con el joven general Juan Tzimisces, el cual, con nocturnidad, acabó asesinando

a Nicéforo, entre el 10 y el 11 de diciembre del año 969.

Teófano Anastaso calculó la posibilidad de casarse con Juan I Tzimisces, pero éste la

rechazó, tal como le aconsejaba el patriarca Polyeuktos, que le exigió arrepentimiento

por sus pecados amenazándole con la excomunión. El patriarca le exigió también que se

deshiciera de Teófano y la expulsara de palacio, alegando que, a tenor de la canonicidad

vigente en Constantinopla, ya se había casado dos veces y estaba impedida de hacerlo

por tercera vez. Consecuentemente, Teófano acabó exiliada en la isla de Prinkipo (o

Proti), en el mar de Mármara. Aunque Polyeuktos murió pronto, Juan I Tzimisces no li-

bró de su exilio a Teófano.

189

Fue madre de los emperadores bizantinos Basilio II y Constantino VIII, así como de la princesa Ana

Porfirogéneta, que fue casada con Vladimir de Kiev.

Se desconocen las circunstancias de su muerte, acaecida en el mes de junio.

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~ 111 ~

No obstante, desde su exilio, que no fue sino una cárcel áurea, el 9 de diciembre del

año 971, Teófano aún tuvo la influencia de hacer concretar con éxito el proyecto matri-

monial de casar a una joven amiga suya, Teófano Skleraina, con el emperador del Sacro

Imperio Romano Germánico Otón II.

Tras la muerte de Juan I Tzimisces (año 976), los hijos de Teófano (Basilio y Cons-

tantino) la libraron de su exilio. Teófano Anastaso regresó triunfalmente a Constanti-

nopla y llevó otra vez la fastuosa e influyente vida cortesana en la capital bizantina,

donde finalmente, en este año 980, le sobrevino su muerte.

Figuras cortesanas y eclesiásticas bizantinas

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~ 113 ~

EPÍLOGO I

IBN MUSSARRA

El cordobés Ibn Massarra (883-931) fue uno de los primeros maestros del pensa-

miento y la filosofía del islamismo en Al-Ándalus, partiendo de presupuestos gnósticos

y unitarios.

Su padre, un comerciante, fue quien le inició en los estudios filosóficos y teológicos.

Fue acusado de hereje por exaltar la libertad humana como causa de todas las actuacio-

nes del hombre, por negar la existencia del infierno y por otros motivos que le involu-

craron en las revueltas y circunstancias conflictivas del emirato cordobés de su tiempo.

Tuvo que huir de Al-Ándalus, lo que le fue fácil al alegar una peregrinación a La Meca.

Le acompañaron dos de sus más fieles discípulos.

De regreso a Córdoba, se aisló con sus discípulos en las cercanas sierras, consoli-

dando allí su escuela. La obra de Ibn Massarra no sólo fue polémica en Al-Ándalus sino

que trascendió a todo el mundo árabe.

De acuerdo con el pensamiento de Ibn Massarra, sus fundamentos filosóficos forma-

rían escuela a partir de Empédocles, y sus teorías acerca del origen de la materia y de

cuanto existe. Se apoyaría, de igual forma, para su punto de partida e intento de explica-

ción comprensiva de la existencia como problema filosófico, en Plotino y Aristóteles, a

los que siguió con gran conocimiento.

En su teoría acerca de la existencia, mantiene Ibn Massarra que en todo lo creado (a

partir del axioma de la creación) existe algo paciente o receptor que se hallaría frente al

actor creador en sí. Ese algo paciente puede ser comparado, de forma simbólica, con

una materia a partir de la cual estaría hecho el mundo. O con otras palabras, y para

evitar el gravísimo error teológico de pensar la posibilidad de que un dios o demiurgo

creara el mundo a partir de algo existente fuera de él, afirma que la realidad es el acto

puro y la recepción pura, inseparables dentro de la esencia divina, enfrentándose en la

existencia finita. Todo ello caracterizaría a las criaturas, es decir, a lo finito o creado.

Acto y recepción, acción y pasividad, etc., se diferencian como polos extremos entre los

cuales se desarrollan las criaturas.

De todo ello se deduce que el acto puro estaría siempre del lado de la unidad. Como

una luz que parte de una fuente, mantiene una acción el polo receptor comparado a un

espejo que refleja dicha luz, o como un medio que la refracta. Todo ello sería la raíz de

la pluralidad. A esta materia originaria, o fuente original, se la conoce en griego con el

término hyle, y hayûla en árabe, que entre otras cosas viene a significar la conocida dis-

tinción griega antigua entre forma y materia (que a su vez sería plásticamente formulada

a modo de ejemplo artístico), donde una forma existente en la mente es posible impri-

mirla en una materia moldeable (por ejemplo, la estatua).

En cuanto a la materia, Ibn Massarra sigue de cerca a Aristóteles, el cual manifestó

que la materia original en sí, antes de tomar una forma, no es ni visible ni imaginable.

Es su teoría acerca de los polos activo y receptivo, los cuales en sus diferentes relacio-

nes van creando todo un universo y jerarquía de grados de existencia, que resultaría de

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~ 114 ~

la determinación mutua entre estos polos: de las nupcias del polo puramente activo con

el puramente receptivo nace, como primer grado, una realidad relativamente activa,

frente a la cual se halla, como segundo grado, otra realidad relativamente receptiva; las

nupcias de los polos se van repitiendo de forma gradual hasta llegar a la materia, aunque

de una forma relativamente receptiva, que daría lugar –según esta teoría– a la base del

mundo físico, y que fue llamada por los filósofos latinos materia signata quantitate.

Con todo ello, los dos polos primeros, el acto puro y la materia original, permanecerían

siempre iguales a ellos mismos: la materia original, pues, sería, hablando en términos

esotéricos, la madre fecunda y siempre virgen del universo.

En su intento de explicar el origen del mundo y las cosas a partir de la materia origi-

nal, Ibn Massarra haría uso de la conocida parábola de los polvitos solares, que se re-

montan a Alí, yerno de Mahoma, que haría precipitar en el Islam gran parte de las fór-

mulas filosóficas y sufíes. Esta parábola dice que sin la irradiación del sol, que cae so-

bre las partículas de polvo suspendidas en el aire, éstas no podrían aparecer visibles, y

sin las partículas de polvo los propios rayos solares no se distinguirían en el aire; éstas

se corresponden a la materia original que, en sí, sin el reflejo de los rayos del sol, a ima-

gen de la luz divina, carecerían de entidad.

Gracias a esta parábola, la doctrina de la materia original recibe un sentido que va mu-

cho más allá del horizonte exclusivo de la filosofía, en cuanto ésta se halla ligada al

pensamiento deductivo. En última instancia, la parábola de las partículas de polvo ilu-

minadas por el sol se refieren al concepto del conocimiento de la unidad e indivisibili-

dad de Alá (Dios). Importante cuestión ideológica que conllevaría las sucesivas trans-

formaciones políticas y culturales que darían como logro la revolución de los andalu-

síes en Al-Ándalus.

A nivel ideológico, era la pugna entre la concepción unitaria de Alá y de la visión

cristiana de la Trinidad Divina. Así pues, en el pensamiento de Ibn Massarra vemos la

imagen de un andaluz unitario inserto en la vorágine de los acontecimientos revolucio-

narios islámicos que, por su nombre, ya es un fiel reflejo de la arabización y la islami-

zación de la Bética, y que en su pensamiento deductivo ha traspasado el simple campo

del gnosticismo hacia una comprensión intelectual del Islam.

Podremos comparar, haciendo referencia a Dante Alighieri, cómo la doctrina de los

grados de existencia y su representación figurativa, serían posteriormente utilizadas

también por los cristianos del Renacimiento, siendo fieles seguidores de las enseñanzas

del andaluz Ibn Massarra. Como eslabón espiritual intermedio aparece un escrito latino,

de autor cristiano desconocido, cuyo único ejemplar conservado se encuentra hoy en

París, pero, según todos los indicios, fue compuesto en Al-Ándalus y copiado en Bolo-

nia hacia finales del siglo XII. Describe éste la ascensión del alma a través de las esferas

celestes, dando al mismo tiempo un panorama esquemático del universo, donde los di-

ferentes elementos de la cosmología árabe y andalusí aparecen en su justo lugar. A

simple vista, la obra parece describir el viaje del alma a la otra vida, al más allá; pero en

realidad, de lo que se trata, al igual que en la Divina Comedia de Dante, es de la ascen-

sión del espíritu contemplativo a través de todos los estados del ser y de la conciencia

hasta llegar al origen divino.

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~ 115 ~

Lo que ha confundido a los investigadores modernos del manuscrito es la circuns-

tancia de que la jerarquía de los cielos astronómicos, que –como en los cosmólogos ára-

bes– son diez, se interpreta de tres modos distintos, aparentemente contradictorios: una

primera vez como grados de la perfección humana o de la virtud contemplativa, la se-

gunda vez como grados del puro conocimiento del Creador y la tercera vez –con sen-

tido negativo y por un orden invertido– como precipitación gradual del alma en estados

de esclavitud y desgarramiento.

Esta triple interpretación se explica desde la filosofía musulmana del modo siguiente:

según Avicena (980-1037), corresponde a cada uno de los cielos astronómicos tanto un

grado del alma universal como un modo de conocer el intelecto universal; al mismo

tiempo los cielos astronómicos son expresión de fuerzas naturales que dominan este

mundo terrenal y que tiene para el alma que les es entregada necesariamente un carácter

fatal y tiránico.

Existe un esquema que ilustra el manuscrito, donde los estados del mundo físico, psí-

quico y espiritual se representan todos de un modo continuo y en un mismo nivel for-

mando círculos concéntricos. El círculo exterior de esta jerarquía lleva el título: El pri-

mer efecto, el primer ser creado, el origen de todas las criaturas, en el cual están conte-

nidas las criaturas. Ello no significa otra cosa que el espíritu universal o la primera fa-

cultad cognoscitiva, el intelectus primus latino de los cosmólogos musulmanes.

De alguna forma, el criterio cristiano también quedaría señalado aquí, y se trataría del

reflejo inmediato del Logos en la Creación. En el exterior de este círculo encontramos

dos círculos más, estando marcado el interior de éstos con la denominación de forma

original (la forma in potentia de los latinos), que se refiere al polo activo o generador

del universo. Ello recuerda particularmente la doctrina de Ibn Gabirol (1021-1058) y

también el hecho de que por encima de todos los círculos se encuentre la leyen-

da: Voluntad del Creador como señalando la última razón de la existencia.

Por encima del sistema geométrico de los grados de existencia, encontramos la ima-

gen del Cristo entronizado, cuyos pies son tocados por los círculos más altos y las fi-

guras humanas que ascienden hacia ellos. Es la posición sui generis que ocupa la obra,

su papel como eslabón que une al mundo cristiano-unitario y gnóstico, con la revolu-

ción andalusí musulmana en Al-Ándalus.

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~ 117 ~

EPÍLOGO II

LOS IDRISÍES (789-974)

La historia de la dinastía idrisí comenzó con la llegada a Marruecos de su fundador

epónimo Idris I, en su huida de la persecución abasí. Descendiente de Alí (primo de

Mahoma), Idris I tomó parte en las rebeliones contra los abasíes protagonizadas por los

miembros del clan de Alí, en particular su hermano Muhammad al-Nafs al-Zakiyya y su

primo Husayn. Los rebeldes, que proclamaban el derecho de los alíes al califato, eran de

obediencia zaidí, una de las principales ramas chiíes. A raíz de la masacre de Fakh (año

786), Idris partió hacia el Magreb, precedido de islamitas zaidíes. En el Magreb central

y en Volubilis, fue apoyado por bereberes mutazilíes. A su llegada a Volubilis (año

788), fue recibido por los bereberes awaraba y proclamado imán. Inició la consolidación

de su poder expandiendo su territorio por el Magreb hasta Tremecén. Pero su asesinato

(año 791), organizado por los abasíes, puso fin a su proyecto. Idris II, nacido tras la

muerte de su padre, heredó el poder en el año 803, después de una regencia asegurada

por los compañeros de Idris. El nuevo soberano prosiguió con la obra de su padre, man-

dó ejecutar al jefe de los awraba y se dotó de una guardia árabe.

El hecho histórico más destacado del reinado de Idris II fue sin duda la finalización de

la fundación de Fez. Una tradición historiográfica, transmitida desde la Edad Media, le

atribuye a él solo la fundación de la ciudad, pero las investigaciones históricas y numis-

máticas, han demostrado que Fez fue fundada en dos etapas. Primeramente, bajo Idris I

se creó un primer núcleo a partir del año 789, en la orilla este del oued Fez,190

que se

denominó Madinat Fas, nombre que aparece en monedas acuñadas en los años 801 y

805. En el año 808, Idris fundó en la orilla opuesta un segundo centro, denominado Al-

Aliyya, que se estuvo contruyendo hasta mediados del siglo IX. El poblamiento de los

dos núcleos se reforzó con la llegada, en el año 814, de refugiados andaluces que huían

de la represión subsiguiente a la Revuelta del Arrabal (Rabad) de Córdoba, así como de

poblaciones originarias de Kairuán. Esta aportación demográfica fue la que dio nombre

a las dos orillas: Al-Ándalus (orilla de los andaluces) y Al-Qarawiyyin (orilla de los kai-

ruaneses). Fez sería una ciudad doble, con dos núcleos separados dotados de sendas mu-

rallas, hasta su unificación por los almorávides en el siglo XI.

A la muerte de Idris II (año 828), sus hijos se repartieron el territorio de la dinastía y

el mayor, Muhammad, heredó Fez. El poder idrisí, dividido a partir de entonces, no vol-

vería a reunificarse jamás. Los territorios gobernados por los descendientes de Idris II

estaban esencialmente concentrados en el norte de Marruecos, con algunas posesiones

en la región de Tadla o en el extremo sur del país. Los idrisíes siguieron cohabitando

con otras dinastías locales: los salihíes de Nakkur, los barguatas de las llanuras atlánti-

190

Oued es un curso de agua, en regiones semidesérticas, que se ocasiona cuando llueve, pero que se seca

cuando faltan las lluvias.

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~ 118 ~

cas y los midraríes de Sijilmasa. Otros poderes efímeros, mutazilíes y jariyíes, fueron

igualmente conocidos por la acuñación de sus monedas.

Debido a la fragilidad de su poder, los idrisíes no lograron constituir un aparato estatal

e institucional elaborado. El principal atributo de soberanía que nos legaron fue su abun-

dante acuñación de monedas de plata. Las leyendas de los dírhams o dirhemes idrisíes

revelan claramente la obediencia zaidí de la dinastía y contribuyen a la legitimación de

su poder insistiendo en su ascendencia desde Alí. Las monedas acuñadas en una veinte-

na de talleres conocieron una gran difusión en Oriente y fueron descubiertas hasta en

tesoros monetarios de Rusia y de los países bálticos.

La urbanización del Magreb extremo también conoció un desarrollo notable durante la

época idrisí. Primeramente, se ocuparon las ciudades donde difícilmente se mantenía

una vida urbana desde finales de la Antigüedad. Volubilis, la ciudad que acogió a Idris,

es la que mejor conocemos: la ocupación islámica se concentró en el tercio oeste del lu-

gar. Se han excavado dos sectores: de una parte, se han hallado casas monocelulares de

tradición bereber, que datan probablemente del siglo VIII. Por otro lado, en el exterior

del recinto romano, se han descubierto unas termas de época islámica asociadas a uni-

dades residenciales, probablemente organizadas en torno a patios centrales; parece que

este último sector fue abandonado durante el siglo IX. Otras ciudades antiguas, Sala

(Chellah) y Tánger por ejemplo, siguen ocupadas.

En época idrisí, nacieron nuevos centros urbanos. Basra, cuyo nombre recuerda el de

la famosa ciudad iraquí, y Asila, construida sobre el Atlántico, fueron talleres de acuña-

ción de monedas a partir de principios del siglo IX. Cerca de las minas de plata, surgie-

ron nuevas fundaciones, como Wazaqqur, que controlaba la mina de Jebel Awwam, o

Tamdult, al sur de Marruecos, que fue fundada por Abd Allah, hijo de Idris II. La exten-

sión de la urbanización del Marruecos idrisí fue frenada en el siglo X debido al conflicto

entre omeyas y fatimíes. En este contexto, Al-Qasim ibn Ibrahim, llamado Gannun, se

estableció en Hajar Al-Nasr, lugar defendido naturalmente donde mandó construir una

fortificación inexpugnable.

Se conoce poca cosa acerca del arte idrisí. Los idrisíes, constructores de ciudades, nos

dejaron algunos monumentos de importancia, sobre todo en Fez, como la mezquita Al-

Qarawiyyin, cuyo estado inicial fue totalmente transformado por las sucesivas restaura-

ciones.

La mezquita de Al-Qarawiyyin fue fundada por Fátima, hija de Muhammad ibn Abd

Allah al-Fihri, un inmigrante originario de Kairuán. El oratorio original, formado por

cuatro tramos paralelos al muro de la qibla, se construyó a partir del año 857. La mez-

quita debió de ser restaurada bajo Dawud ibn Idris en el año 877, como da a entender

una inscripción esculpida sobre una viga de madera. Esta pieza única es el primer ejem-

plo del arte de la madera de Fez. Contiene caracteres angulosos en cúfico arcaico, cer-

cano al estilo aglabí.

En época idrisí, la mezquita de Al-Qarawiyyin fue un simple oratorio donde no se ce-

lebraba la oración semanal del viernes. Sólo adquirió esta función durante la presencia

fatimí en la ciudad.

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~ 119 ~

Según la tradición, la mezquita de Al-Ándalus, en la otra orilla de Fez, se la debemos

a la hermana de Fátima, que encargó su construcción a partir de 859-860. La planta ini-

cial del edificio se desconoce debido a las sucesivas modificaciones y restauraciones.

El fin de la dinastía idrisí fue muy agitado. Tras el advenimiento del califato fatimí,

Marruecos se convirtió en un terreno de enfrentamiento, directo o por aliados inter-

puestos, entre los fatimíes y los omeyas de Córdoba. Los linajes idrisíes, expulsados de-

finitivamente de Fez en el año 926, siguieron reinando en algunas ciudades del nor-

oeste de Marruecos, como Basra o Hajar Al-Nasr. Atrapados en el conflicto que oponía

entre sí a los fatimíes y a los omeyas, sus territorios acabaron cayendo en manos de los

poderes zenetas y la victoria omeya sobre el último idrisí, Al-Hasan ibn Gannun, aliado

de los fatimíes, marcó el fin definitivo de la dinastía en el año 974.

El lugar de los idrisíes en la historia de Marruecos es sobrevalorado por la historio-

grafía tradicional, sin duda en razón de la fundación de Fez. Su papel fue magnificado a

partir de la época meriní, paralelamente a la emergencia de los linajes de shorfa, que

reivindicaban un origen idrisí.

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~ 121 ~

EPÍLOGO III

RECOPILACIÓN HISTÓRICA DEL CALIFATO CORDOBÉS

EN SU ÉPOCA DE ESPLENDOR

Como hemos podido observar,191

sólo es parcialmente cierta, y siempre que no se

exprese con rigidez, la vieja tesis, según la cual los árabes ocuparon las llanuras litorales

y fluviales, mientras los bereberes se asentaron en las zonas montañosas. Este último ca-

so, sin embargo, es evidente y fácilmente comprensible: en las regiones montañosas los

bereberes podían reproducir el entorno ecológico que les era propio en el norte de Áfri-

ca, así como escapar con más facilidad al control estatal.

La distribución geográfica que someramente hemos diseñado nos confirma en la exis-

tencia de un verdadero mosaico étnico (P. Guichard) y nos aparta de la tentación de con-

siderar Al-Ándalus como un Estado firmemente centralizado, lo que no ocurriría –y sólo

de manera efímera– hasta el siglo X. Antes del primer tercio de dicha centuria, amplias

zonas del país escapaban al control omeya, permaneciendo casi siempre en una periferia

autónoma respecto al Estado cordobés. Sería ininteligible la dinámica política de Al-

Ándalus durante los siglos VIII y IX, e incluso la peculiar repartición geográfica de los

reinos de taifas sin tener en cuenta la existencia y las características específicas de dicho

mosaico étnico.

Las etapas de la crisis.

En la crisis de mediados del siglo VIII se imbrican, pues, dos fenómenos fundamen-

tales: el conflicto por las tierras y los enfrentamientos étnicos entre árabes y bereberes,

así como de grupos árabes entre sí.

Al final de la década de los años 30 de ese siglo se cerró un ciclo en las expediciones

de conquista (Poitiers, año 732). Ello trajo hondas repercusiones en la estructura interna

de Al-Ándalus: supuso el repliegue de los contingentes bereberes al interior de la Pe-

nínsula, el recrudecimiento de las rivalidades étnicas y, sobre todo, el final de los cuan-

tiosos botines, lo cual agudizaba el conflicto de la ocupación de las tierras. Se intentó

paliar el problema reduciendo las ocupadas por los primeros conquistadores o expro-

191

Manuel Sánchez (1980, Octubre), en Historia 16. Extra XV.

Bibliografía: BONASIE, P (1975-1976): La Catalogne du milieu du Xème. siecle-Ia fin du Xlème siecle,

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piando a los bereberes. Fueron éstos los primeros en dar la señal de la crisis cuando, al

secundar la revuelta de los jariyíes del Magreb, se rebelaron como reacción al predo-

minio de la oligarquía árabe y a los mencionados intentos de expropiación. Según los

Ajbar Maymua, los bereberes, sublevados al norte del Guadarrama, descendieron hacia

el sur y vencieron a los contingentes árabes del wali Ibn Qatan. El cariz que tomó la

gran revuelta jariyí del Occidente musulmán movió al califa de Damasco a enviar

10.000 soldados, pertenecientes a las circunscripciones militares de Siria, al norte de

África. Derrotados por los bereberes junto al río Sebú (año 741), un contingente de es-

tos soldados sirios, en número de 7.000, fueron bloqueados por aquéllos en Ceuta. Ven-

ciendo su repugnancia hacia los árabes qaysíes de Baly, el gobernador de Al-Ándalus

Ibn Qatan solicitó su ayuda y los sirios desembarcaron en la Península. Consiguieron,

efectivamente, vencer a los bereberes andalusíes, pero también depusieron al wali Ibn

Qatan e instalaron en Córdoba a su jefe Baly. La política pro-qaysí de Baly motivó el

levantamiento de los primeros inmigrantes (llamados baladíes), quienes, tras ser derro-

tados en Aqua Portora, fueron desposeídos de sus tierras. La situación, al borde del con-

flicto civil, sólo se resolvió con la llegada del wali Abul Jattar. El gobernador procedió a

una doble reforma: por un lado, y ante la imposibilidad de expulsar a los sirios, les asen-

tó en unas circunscripciones administrativas determinadas (Jaén, Granada o Elvira, Se-

villa, Tudmir, etc.), mediante un nuevo tipo de concesión territorial, de soldada o iqta

istiglaf (que no se debe traducir por feudo), retribuida con una parte de los impuestos

pagados por los protegidos (dimmíes), es decir, los cristianos (mozárabes) que perma-

necieron en territorio islámico; por otro lado, Abul Jattar compensó a los baladíes por

las incautaciones sufridas anteriormente por parte de los sirios, refrendando y ratifican-

do la incierta y semilegal propiedad de que disfrutaban desde la época de Musa o Muza.

El gran perdedor de la doble reforma sería, una vez más, el Estado omeya.

La llegada de los sirios reforzó, aún más, las estructuras tribales mantenidas en el seno

del ejército, consolidó la aristocracia militar árabe e inició el proceso de “sirianización”

de Al-Ándalus en espera del empuje definitivo que experimentaría a raíz de la forma-

ción del Estado omeya por Abderramán I (756-788).

Hacia la construcción de un Estado andalusí.

Los acontecimientos ocurridos entre las reformas de Abul Jattar y el desembarco de

Abderamán I hay que entenderlos en el marco de las estructuras tribales andalusíes, bien

estudiadas por P. Guichard. Al gobierno pro-yemení de Abul Jattar se opuso una coali-

ción dirigida por el jefe qaysí Al-Sumayl, quien logró vencer al wali en Guadalete (año

745) y poner al frente del gobierno de Córdoba al último wali dependiente. Yusuf al-

Fihri (año 747). Ello motivó, a su vez, la formación de una coalición yemení que se alzó

frente a los qaysíes, los cuales, sin embargo, les vencieron en Saqunda, cerca de Cór-

doba Tras estos acontecimientos, el predominio qaysí, ejercido por Yusuf al-Fihri desde

Córdoba y por Al-Sumayl desde Zaragoza, era absoluto en Al-Ándalus.

En el gobierno de Yusuf al-Fihri se ha visto el primer intento de construcción de un

Estado andalusí que, sin embargo, no sería una realidad hasta Abderramán I. Veamos al-

gunas razones que expliquen el fracaso del uno y el éxito del otro, basadas en la decisi-

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va importancia que desempeña en la formación del Estado aquel rasgo característico del

medio tribal llamado asabiyya (= espíritu de cuerpo o solidaridad socio-agnática),

analizado por Ibn Jaldun en el siglo XIV. Simplificando mucho, el análisis del histo-

riador magrebí se desarrolla en los términos siguientes: sólo aquellas tribus donde el

igualitarismo primitivo está en vías de liquidación, a causa de la aparición de una dife-

renciación social clara entre sus miembros, pueden proceder a la construcción del Es-

tado; el jefe o el grupo familiar dirigente puede confiscar en su propio beneficio el asa-

biyya y, con su apoyo, edificar el Estado. Pero si este poder político quiere mantenerse

acabará encontrando la resistencia del espíritu igualitario que aún permanece en el gru-

po tribal y que le ha servido para hacerse con el poder. El jefe ha de recurrir entonces a

mercenarios y a elementos extratribales para consolidar y hacer duradera la construc-

ción estatal. Por tanto, la asabiyya es un concepto eminentemente dialéctico: motor de

la formación del Estado, la asabiyya se arruina con la realización del Estado.

La dinámica política de Al-Ándalus hasta bien avanzado el siglo IX puede, en parte,

ser aclarada a la luz de este concepto. En efecto, Yusuf al-Fihri contó con suficientes

medios de prestigio (entre ellos, su adscripción quraysi y el hecho de ser descendiente

de Uqba, conquistador del Magreb) como para ser aceptado por los andalusíes en el año

747. Sin embargo, la resistencia del medio tribal –en este caso la asabiyya yemení– le

privó de su apoyo inicial y hubo de confiscar en su beneficio la asabiyya qaysí de Al-

Sumayl. Debió imponerse por la fuerza en la batalla de Saqunda y, después, recurrir a

una serie de apoyos que no pasaban ya por las adscripciones tribales (ejército de clientes

bereberes, profundización de la organización administrativa, intento de imponer la vía

hereditaria, etc.). Es decir, tuvo que acudir a una nueva fórmula. Los mismos elementos

de esta nueva fórmula los encontraremos en el caso de Abderramán I; si éste obtuvo fi-

nalmente el poder y procedió a la edificación del Estado fue, en definitiva, porque esos

elementos eran de superior calidad y fueron pulsados más hábilmente (P. Guichard).

El Estado Omeya Cordobés.

Del exterminio de los omeyas en Oriente, a consecuencia de la revolución abasí (año

750), escapó un príncipe marwaní, Abderramán, refugiándose entre los bereberes nafza

de la región de Nakur. Desde allí estableció contacto con los clientes omeyas andalusíes

para preparar su llegada a la Península. Tras el fracaso de éstos en sus negociaciones

con Al-Sumayl y el wali Yusuf al-Fihri, Abderramán hubo de recurrir a la asabiyya ye-

mení, factor tribal que, como hemos dicho, fue manipulado magistralmente por el ome-

ya. Desembarcado en Almuñécar (año 755), inició un recorrido por Andalucía occiden-

tal buscando alianzas que le permitieron, finalmente, enfrentarse con éxito a Al-Sumayl

y Al-Fihri en la batalla de Al-Musara, cerca de Córdoba. Fue también una victoria ye-

mení frente a la política proqaysí del gobernador; y en tal sentido, pudo muy bien ser

considerada como una réplica a la derrota de Saqunda.

Ahora bien, nada más ocupar la residencia de los emires en Córdoba, la propia asa-

biyya yemení, que le había permitido hacerse con el poder, reaccionó contra Abderra-

mán, obligándole a echar mano de todos los resortes que le permitía la nueva fórmula.

No vamos a detallar las revueltas a las que debió hacer frente el nuevo emir (yemeníes

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fihríes y bereberes); nos parece, en cambio, más interesante conocer los métodos utiliza-

dos por Abderamán I para afirmarse en el trono. En primer lugar, se rodeó de un sólido

(y cada vez más numeroso) grupo de clientes omeyas; a partir de aquel momento, los

marwaníes fueron uno de los más firmes soportes de la dinastía. En segundo lugar, reor-

ganizó el ejército andalusí, formado en gran parte por mercenarios bereberes y esclavos

del occidente europeo; si hemos de dar crédito al autor del Fath Al-Ándalus,192

el nú-

mero de soldados del emir ascendió a 40.000. Si todos estos elementos fueron decisivos

para afianzar el poder y reprimir las revueltas, cabe preguntarse de dónde obtuvo Abde-

rramán los cuantiosos recursos para gratificar a los clientes omeyas y pagar a los sol-

dados. P. Chalmeta señala algunas de las medidas tomadas a tal fin: aumento de la pre-

sión fiscal sobre los cristianos protegidos (por ejemplo, el tributo impuesto a los mozá-

rabes de Qastilya, en la región granadina), incautación del territorio de Tudmir, retiro de

las posesiones de que venían disfrutando, desde la época de la conquista, los descen-

dientes de Witiza, confiscaciones de los bienes públicos de aquellos funcionarios caídos

en desgracia, etc.

Sabemos poco de los cambios introducidos en el aparato de Estado por Abderramán I.

No obstante, es posible aventurar que, durante su gobierno, Al-Ándalus no imitaría en

lo más mínimo las modalidades bagdadíes, sino que se acoplaría en lo posible a las tra-

diciones sirio-omeyas. Fenómeno que se incrementaría al ritmo de las frecuentes llega-

das a la Península de nuevos inmigrantes marwaníes. La actividad constructora fue in-

tensa en los últimos años de Abderramán I: edificación de la primera mezquita de Cór-

doba (año 785) y otros oratorios; traslado de la residencia del emir desde Al-Rusafa

(edificada por el emir como recuerdo del palacio homónimo levantado por los omeyas

en Damasco) hasta el reconstruido Alcázar, situado entre la mezquita y el Guadalquivir,

etc.

El breve emirato de Hisham I (788-796) supuso un paréntesis entre la época del fun-

dador del Estado omeya y los serios intentos de afianzamiento de la soberanía empren-

didos por Alhakén I. Los hábiles resortes movidos por Abderramán I para neutralizar las

resistencias tribales hicieron posible, en parte, el tranquilo emirato de Hisham I, sólo

salpicado por las revueltas de sus hermanos y ciertos movimientos de disidencia en la

serranía de Ronda. En cambio, todos sus esfuerzos se dirigieron hacia la yihad (guerra

santa) contra el norte peninsular. En el año 791, dos generales de Hisham I vencieron a

los cristianos en Álava y al propio Bermudo I en El Bierzo; dos años después, Gerona

fue asediada y Narbona incenciada, y, aunque en el año 794 Oviedo fue saqueada por

los cordobeses, los astures derrotaron al ejército del emir en Lutos. Un año antes de la

muerte de Hisham I (795), los musulmanes lograron apoderarse de Astorga.

¿Hemos de ver en este importante relanzamiento de la yihad que canalizó un impor-

tante botín (sobre todo a raíz del saqueo de Narbona) hacia Córdoba un factor de esta-

bilización interna de Al-Ándalus en la época de Hisam I? Es de todas formas signifi-

cativo que, tanto Ibn Al-Quti como los Ajbar Maymua, ponderen en ocasiones la mo-

deración fiscal ejercida por el emir sobre sus súbditos.

192

Colección de tradiciones sobre la conquista de Al-Ándalus.

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~ 125 ~

Parece que en la época de Hisham I se introdujo en Al-Ándalus el derecho malikí (una

de las cuatro escuelas ortodoxas jurídicas del Islam). La característica esencial de esta

escuela fue su extremado rigorismo que, como frecuentemente se ha dicho, cortaba el

vuelo a todo pensamiento puramente especulativo. Los alfaquíes de Al-Ándalus se ca-

racterizaron por su intransigencia a ultranza frente a cualquier intento de romper el blo-

que monolítico de la ortodoxia malikí. Su inoperancia y su estéril casuística serían du-

ramente fustigadas por Ibn Hazm a comienzos del siglo XI. Como dice M. Asín Pala-

cios, el Estado, sobre todo en los primeros tiempos, apoyó con su autoridad moral y

con medidas represivas esta política del clero ortodoxo.

El emirato de Alhakén I (796-822) y el motín del Arrabal.

En el paso del siglo VIII al IX se observan ya ciertos rasgos que anuncian la gran mu-

tación del Estado y de la sociedad andalusíes, evidentes a mediados del siglo IX. Los fo-

cos de disidencia en la época del emir Alhakén I se trasladan a las zonas fronterizas o

Marcas de Al-Ándalus: la Marca Superior (Zaragoza), la Marca Media (Toledo) y la

Marca Inferior (Mérida). Son territorios, como habíamos subrayado más arriba al hablar

del mosaico étnico andalusí, donde el control de Córdoba se hacía sentir de forma rela-

tivamente débil. Un rasgo también nuevo salta a la vista en esas revueltas: el papel cre-

ciente del elemento indígena (muladíes y mozárabes), casi absolutamente ausente de las

fuentes durante el siglo VIII. Es muy probable que haya que poner en relación estos mo-

vimientos de disidencia con el peso creciente de las estructuras estatales y de la fiscali-

dad. En efecto, uno de los aspectos más notables del emirato de Alhakén I fue el afian-

zamiento de los puntos de apoyo de la dinastía, cuyas bases había fijado Abderramán I,

y que se plasmaron en nuevas inmigraciones de clientes marwaníes a Al-Ándalus y, so-

bre todo, en el papel creciente en los organismos del Estado de elementos extratribales,

fieles, ante todo, a la dinastía. Muladíes, mozárabes, bereberes y eslavos ocuparon car-

gos destacados en la administración civil y en el ejército andalusíes; destaquemos el pa-

pel de la guardia mercenaria de los jurs (= mudos, porque no hablaban árabe), formada

por 2.000 personas mandadas, significativamente, por el comes mozárabe Rabi. Ello de-

bió repercutir, sin duda, en un sustancial aumento de la fiscalidad.

En la Marca Superior se sublevó el señor indígena Bahlul ibn Marzuq y, en Mérida, el

bereber Asbag ibn Wansus. Pero, sin duda, el más importante de los movimientos de di-

sidencia fronterizos fue el de Toledo, capital de la Marca Media, en un medio social casi

exclusivamente formado por muladíes y mozárabes. Como subraya P. Guichard, esta re-

vuelta no se puede interpretar exclusivamente desde el punto de vista religioso (en el

caso de los mozárabes), sino, más bien, como una respuesta hostil a los árabes y bere-

beres que rodean el islote indígena de la ciudad del Tajo. Toledo se sublevó bajo la di-

rección de Ubayd Allah, pero, en el año 797, el general Amrus realizó una matanza de

notables toledanos, conocida en los anales andalusíes como la jornada del foso. El pro-

pio Amrus logró acabar también con la disidencia de Ibn Marzuq en Zaragoza y ocupar

su territorio.

En otro frente, Alhakén I tuvo asimismo que repeler los ataques de Carlomagno, aun-

que ello no impidió que Barcelona capitulase ante Ludovico Pío (año 801), y, poco des-

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pués, Tarragona. No obstante, los avances cristianos fueron por fin detenidos en Tortosa

y Huesca.

Con todo, el más grave y significativo de los acontecimientos ocurridos en la época de

Alhakén I fue el levantamiento del Arrabal cordobés. Era un barrio populoso, situado

entre la aldea de Saqunda y el río Guadalquivir, donde vivía una masa importante de

mercaderes y artesanos, así como gran número de alfaquíes, teniendo en cuenta su pro-

ximidad a la mezquita aljama. Las medidas fiscales del monarca sobre esta población

artesana y mercantil, la represión ejercida sobre algunos notables del Arrabal sin olvidar

el aliento prestado por los alfaquíes a la revuelta, provocaron el sobresalto final. Dice el

cronista Ibn Al-Atir: “Enseguida [Alhakén] estableció el impuesto del diezmo sobre las

mercaderías, impuesto que habría de cobrarse cada año sin remisión, lo que fue mal

visto por el pueblo. Alhakén se apoderó de diez de los principales exaltados y les hizo

ejecutar y crucificar, con lo que dio ocasión de cólera a las gentes del Arrabal”. Estalló

la revuelta y, una vez dominada, la represión no se hizo esperar: “Se sacó de todas las

viviendas a quienes las habitaban y se les hizo prisioneros, luego se detuvo a treinta de

los más notables de entre ellos, se les ejecutó y se les crucificó cabeza abajo. Y, durante

tres días, los arrabales de Córdoba sufrieron muertes, incendios, pillajes y destruccio-

nes”. Parte de los emigrantes del Arrabal se refugiaron en Fez y otros en la isla de

Creta, donde formarían un gobierno autónomo hasta el año 961.

La islamización del Estado andalusí en la época de Abderramán II (822-852).

En los años centrales del siglo IX se sitúa la primera etapa de esplendor del Estado an-

dalusí, sin demasiadas revueltas, si exceptuamos el complejo movimiento de los márti-

res voluntarios entre la mozarabía cordobesa (precisamente la gran perdedora desde el

punto de vista fiscal) y los casi endémicos levantamientos de las diversas Marcas. Entre

estos últimos hemos de destacar el protagonizado por Musa ibn Fortun ibn Qasi, miem-

bro del poderoso linaje emparentado con Íñigo Arista; aunque en el año 843, el emir

consiguió derrotar a ambos, el ambiente de revuelta continuaría en la Marca Superior

hasta el comienzo del califato (año 929).

La época de Abderramán II supuso un viraje importante respecto a todo el período an-

terior, desde el punto de vista de la organización interna del Estado omeya. Si es in-

dudable que, entre los años 822-852, Al-Ándalus nos parece como una indiscutible po-

tencia mediterránea y como una sólida construcción estatal, nuestro desconocimiento de

las estructuras sociales y económicas, tanto rurales como urbanas, de los flujos del gran

comercio, de los problemas fiscales, etc., nos impiden articular coherentemente las cau-

sas de este despegue. Sin embargo, coinciden una serie de síntomas: reorganización del

aparato estatal, según los moldes iraníes adoptados por la dinastía abasí (puesta a punto

de los servicios de cancillería y administración cordobeses, creación de la ceca de Cór-

doba y de las manufacturas textiles palatinas –tiraz–, reforma y ampliación del ejército,

etc.), junto a un evidente impulso en el proceso de urbanización de Al-Ándalus, mar-

cado tanto por el crecimiento de las ciudades antiguas como por la fundación de nuevas

(Madrid, Murcia, Úbeda, étc.); por otro lado, las fuentes hablan de una auténtica fiebre

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de construcciones tanto en Córdoba (ampliación de la mezquita aljama) como en otras

ciudades.

Evidentemente, todo lo anterior sería inconcebible sin un intenso control fiscal del te-

rritorio. Según Ibn Hayyan, la renta anual del Estado en la época de Alhakén I era de

600.000 dinares para pasar a un millón bajo Abderramán II. Si esto fue así, no cabe du-

da de que debió traducirse en un aumento de las punciones fiscales que, probablemen-

te, estaría en la base, no sólo del levantamiento mozárabe de Córdoba, sino de gran par-

te de las revueltas indígenas de finales de siglo.

El prestigio del Estado omeya irradió por la cuenca mediterránea y se manifestó en las

relaciones diplomáticas con Bizancio (el emperador Teófilo envió al emir una embajada

para solicitar su ayuda contra los abasíes) y con el Estado rustumí de Tahart (o Tahert),

emporio comercial ligado con las rutas saharianas de Sijilmasa y posible proveedor de

cereal de Al-Ándalus.

No han sido suficientemente investigadas las razones que provocaron el levantamiento

de los mozárabes cordobeses a mediados del siglo IX. Como ya hemos sugerido, es muy

posible que el aumento de los tributos en la época de Alhakén I y Abderramán II, in-

cidiese muy directamente sobre los dimmíes. Cuando Ludovico Pío prometió ayuda a

los mozárabes andalusíes –y muy particularmente a los emeritenses– sabía que Alha-

kén I “había aumentando injustamente los tributos de que no erais deudores y exigién-

dolos por fuerza, os hacía de amigos enemigos... intentando quitaros la libertad y opri-

miros con pesados e injustos tributos”.193

Y el propio Eulogio, uno de los futuros már-

tires, se hacía eco del “pesado tributo que, con gran angustia y fatiga, pagamos todos

los meses”.

Es difícil descubrir las causas profundas del levantamiento, tras la retórica de los tex-

tos redactados por sus protagonistas. He aquí otro fragmento de Eulogio: “Ya no nos

permiten ejercer nuestra religión sino a medida de su capricho; ya nos agobian con

una servidumbre tan dura como la de Faraón; ya nos sacan a pura fuerza un tributo

insufrible [...]. Llenos están los calabozos de catervas de clérigos; las iglesias se miran

privadas del sagrado oficio de sus prelados y sacerdotes […]; la araña extiende sus te-

las por el templo, reina en su recinto el silencio más profundo [...] ya no se entonan los

cánticos divinos en la pública reunión de los fieles [...] ni el diácono evangeliza al pue-

blo, ni el sacerdote echa el incienso en los altares”. El hecho cierto es que, alentados

por las exhortaciones del clérigo Eulogio y del seglar Álvaro, se produjo en Córdoba

una considerable ola de martirios voluntarios a partir del año 850. Los cristianos se pre-

sentaban ante el gobernador o el qadi y blasfemaban el nombre del profeta Mahoma,

esperando obtener así la palma del martirio. El monasterio cordobés de Tábanos fue

pronto el reducto principal de aquel movimiento. Muchos cristianos consiguieron, en

efecto, el martirio, pero la mayoría fueron sólo azotados o encerrados en prisión. Al-Ju-

sani nos ha transmitido el estupor de un qadi ante el aspirante a mártir: “Desdichado,

¿quién te ha metido en la cabeza el que tú mismo pidas tu propia muerte sin haber de-

linquido en nada?”. El propio Abderramán II intentó la vía conciliatoria, reuniendo en

193

Puede leerse la novela histórica Alcazaba, de Jesús Sánchez Adalid.

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Córdoba un concilio presidido por Recafredo, metropolitano de Sevilla. En esta asam-

blea se pusieron de manifiesto las dos tendencias de la mozarabía: la que rechazaba, co-

mo un suicidio, el martirio voluntario y la que lo animaba. Los partidarios de esta úl-

tima alternativa fueron encarcelados, entre ellos, el propio Eulogio, quien escribió en

prisión el Memoriale Sanctorum, auténtica crónica del levantamiento mozárabe. Una

vez fuera de la prisión, predicó en Pamplona y en Toledo, antes de su propio martirio,

ocurrido en el año 859, cuando ya había muerto Abderramán II.

La crisis del emirato cordobés: la primera “fitna”.194

Tres emires cierran una primera etapa de la historia de Al-Ándalus: Muhammad (852-

886), Al-Mundir (886-888) y Abd Allah (888-912). Por encima de las incidencias de

cada uno de sus emiratos, que no vamos a detallar con prolijidad, una serie de graves

acontecimientos unifican la segunda mitad del siglo IX hasta convertir Al-Ándalus, al

final de la centuria, en un mosaico de señoríos independientes que preludia lo que, siglo

y medio después, serían los reinos de taifas. Tampoco en este caso la investigación ha

avanzado mucho a nivel de interpretación de los acontecimientos: poco ha añadido la

historiografía a la tediosa lista de rebeldes que nos proporcionan los textos oficiales del

Estado omeya. En lugar de buscar las causas profundas de la generalizada rebelión con-

tra el Estado cordobés, se ha escogido la oscura senda de las especificidades hispánicas,

con lo cual, los brotes rebeldes no serían sino la expresión de la vehementia cordis de

los españoles. ¿No sería bueno y acertado estudiar el fenómeno comparativamente con

otras rebeliones en otros lugares del extenso mundo islámico?

Por su parte, P. Guichard utiliza una hipótesis de trabajo diferente al percibir en Al-

Ándalus, durante los siglos IX y X, la existencia de dos sociedades yuxtapuestas y cla-

ramente diferenciadas: la sociedad indígena y la sociedad árabe-bereber con estructuras

y comportamientos diferentes. Dicho de otra manera, los violentos antagonismos que se

ponen de manifiesto a finales del siglo IX no abonan, precisamente, la idea tradicional

de una rápida fusión entre la población indígena y la de los árabe-bereberes: Si, “a co-

mienzos del siglo X, cabe aún considerar a los árabes y a los bereberes… como grupos

a la vez claramente diferenciados de la masa indígena y antagonistas, ello se debe a

que la hispanización de estos elementos sólo se había llevado a cabo de forma muy im-

perfecta”. Hipótesis de trabajo, efectivamente, porque el propio Guichard afirma la ca-

rencia de estudios concretos que permitan avanzar por este camino. Sin embargo, la

coincidencia de los focos rebeldes con las piezas del mosaico étnico al que varias veces

hemos hecho referencia, permiten al menos hacer medianamente inteligible el proceso.

Por otra parte, P. Chalmeta ha hablado de una casi feudalización política de Al-Án-

dalus a finales del siglo IX, al destacar la importancia de las concesiones de señorío

(tasyil), a través de las cuales, el emir de Córdoba registraba mediante concesión el po-

der que, de facto, detentaban ciertos señores autónomos. Este tipo de concesiones proli-

feraron en el momento culminante de la crisis (emirato de Abd Allah), caracterizado por

194

Fitna es discordia o guerra civil.

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~ 129 ~

la gran debilidad del poder central, cuyo papel se limitaba (¿no puede más o no aspira

a más?) al de una oficina de registro de los cambios de amos políticos de determinadas

regiones.

En la época del emir Muhammad, se registraron nuevos movimientos de disidencia en

las tres Marcas fronterizas. Mientras la alianza de Toledo con los astur-leoneses pudo

ser desbaratada en la jornada de Guadacelete, la Marca Superior continuaba ocupada

por el linaje muladí de los Banu Qasi (Musa ibn Fortun, llamado el tercer rey de Es-

paña), al que vino después a añadirse el de los árabes tuyibíes, que disputaron a los pri-

meros la posesión de Zaragoza. En Mérida, capital de la Marca Inferior, el muladí Ibn

Marwan al-Yalliqi alzó la bandera de la rebelión contra el emir (año 868), contando

después con la ayuda de Alfonso III.

Sin embargo, en el año 880, comenzó la rebelión más grave de los últimos años del

emirato, que habría de prolongarse hasta bien entrado el siglo X: el muladí Umar ibn

Hafsun (natural de la Turruchilla, cerca del actual cortijo de Auta) se alzó contra el Es-

tado cordobés desde el castillo de Bobastro (cualquier cerro del término de Colmenar,

según localización propuesta por J. Vallvé). Ibn Idari pone en boca del rebelde las si-

guientes palabras dirigidas a los muladíes: “Desde hace demasiado tiempo habéis teni-

do que soportar el yugo de este sultán que os toma vuestros bienes y os impone cargas

aplastantes, mientras los árabes os oprimen con sus humillaciones y os tratan como es-

clavos. No aspiro sino a que os hagan justicia y a sacaros de la esclavitud”. Otra vez la

presión fiscal vuelve a pasar a un primer plano entre los posibles móviles de la re-

vuelta.

Tras el fugaz emirato del Al-Mundir, durante el cual Ibn Hafsun amplió el radio de ac-

ción de la revuelta muladí, mientras Toledo se hacía de nuevo independiente, ahora bajo

el control del bereber Ibn Zennun, el punto álgido de la fitna se alcanzó durante el emi-

rato de Abd Allah. El año 890 fue particularmente crítico: el emir sólo controlaba la ciu-

dad de Córdoba y sus proximidades, mientras el resto del territorio se atomizaba en una

multitud de señoríos autónomos. En la región de la futura Granada luchaban los mula-

díes contra los árabes qaysíes de Sawwar ibn Hamdun; Sevilla permanecía indepen-

diente bajo dos poderosos linajes árabes yemeníes: los Banu Hayyay y los Banu Jaldun;

Toledo lo hacia bajo los bereberes; la Marca Superior, bajo los Banu Tuyib y los Banu

Qasi; la Marca Inferior, bajo Ibn Marwan, etc. Como telón de fondo, Ibn Hafsun, desde

las serranías andaluzas (de Algeciras a Jaén) aglutinaba los movimientos del sur de Al-

Ándalus. Pero en el año 899, Ibn Hafsun abandonaba el Islam y se hacia bautizar con el

nombre de Samuel; según todos los síntomas, fue el principio del fin para su revuelta,

ya que significó la defección de muchos jefes muladíes, y parte de los castillos en su po-

der pasaron a control de Córdoba (Jaén, Baeza, Iznájar, etc.). La revuelta generalizada

de Al-Ándalus empezó a remitir a partir del año 900, pero su total represión no tendría

lugar hasta el primer tercio del siglo X.

El Califato de Córdoba.

Entre el año 912 y el 929, el nuevo emir Abderramán III emprendió la tarea de reducir

los focos rebeldes de Al-Ándalus. Tampoco estamos muy informados sobre las causas

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profundas de este cambio de situación: prevalecen las explicaciones que hacen recaer en

las condiciones personales del emir su éxito a la hora de acabar con los focos de disi-

dencia. Se han apuntado también otras posibles razones: el hecho de que la rebelión ge-

neral hubiese remitido un tanto, ya desde los años finales del emir Abd Allah, habría

facilitado considerablemente la actuación de Abderramán III; es también probable que

la táctica especial del futuro califa con los rebeldes influyese en su éxito. Sería preciso

aún resolver muchas cuestiones para acabar de hacer inteligible el proceso de recupera-

ción de la autoridad omeya en Al-Ándalus.

No vamos a detallar todas las expediciones emprendidas por Abderramán III contra

los rebeldes de Al-Ándalus, especialmente contra Umar Ibn Hafsun. Digamos sólo que

su emirato se inició con la llamada Campaña de Monteleón (año 913), que acabó con la

rebelión de los andalusíes orientales y en la que, según la Crónica Anónima, Abderra-

mán III recuperó 70 castillos; en los años 913-914 le tocó el turno a Sevilla, que entró

en la órbita del Estado cordobés; poco a poco, otros señores fueron desalojados de sus

castillos y privados de sus concesiones territoriales. Por lo que respecta a Umar Ibn

Hafsun, una serie de campañas realizadas a ritmo casi anual, a partir del año 917 (año de

la muerte del rebelde) y dirigidas contra sus hijos, permitieron ocupar finalmente la for-

taleza de Bobastro (año 928).

Simultáneamente, Abdderramán III llevó a cabo sus primeras aceifas contra territorio

cristiano y, si en el año 917 el ejército cordobés fue derrotado junto a los muros de Gor-

maz, tres años después el emir condujo la Campaña de Muez, durante la cual derrotó a

leoneses y navarros en Valdejunquera (año 920); cuatro años más tarde, la propia Pam-

plona sufría saqueo e incendio, mientras los Banu Qasi eran reducidos y llevados a Cór-

doba (año 924).

Abderramán III se proclamó califa en el año 929, fecha en absoluto fortuita. Ocurrió

al año siguiente de acabar con la rebelión de Bobastro (y con ella el último y más sig-

nificativo foco de rebeldía de Al-Ándalus) y obtener las primeras victorias contra los

reinos cristianos. La proclamación del califato era, de esta manera, un signo de la supe-

rioridad militar del Estado omeya en Al-Ándalus y fuera de él. Pero hemos de tener en

cuenta también, a la hora de valorar las causas de la proclamación, lo sucedido en el

Magreb por estos años. Desde principios del siglo X, la difusión de la secta fatimí en el

norte de Africa culminó en el año 910, cuando el Mahdi Ubayd Allah tomó el título de

Emir de los Creyentes, rompiendo así, por primera vez, la unidad –puramente teórica–

representada por el califato de Bagdad. Ahora bien, la relativa unificación del Magreb

por el califato fatimí amenazaba muy seriamente las rutas del comercio andalusí, espe-

cialmente el aprovisionamiento del oro, vía Sijilmasa. Todo ello estaría en la base de la

activísima política omeya en el Magreb. Lo que interesa por el momento –dejando para

después lo del Magreb– es observar hasta qué punto la proclamación del califato cor-

dobés –segunda ruptura histórica de la unidad islámica– era un arma ideológica eficaz

frente al califato hereje del Magreb. Como es sabido, la adopción del título califal supo-

nía la invocación personal del soberano omeya en las mezquitas de Al-Ándalus y la uti-

lización de un sobrenombre honorífico que, en el caso de Abderramán III, fue el de Al-

Nasir li-din Allah.

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La consolidación del califato de Córdoba (929-976).

Las épocas de Al-Nasir (929-961) y de su hijo Alhakén II (961-976) constituyen el pe-

ríodo de apogeo del califato omeya de Córdoba; a partir de Hisham II y, sobre todo, de

la suplantación amirí (según Lévi-Provençal) surgen las primeras contradicciones in-

ternas (¿ya advertidas en los últimos años de Alhakén II?), aunque momentáneamente

anestesiadas por la política espectacular de Almanzor. Carecemos todavía de investiga-

ciones concretas que permitan elaborar una periodización que no pase por criterios úni-

camente dinásticos.

Un primer rasgo a destacar en este período de apogeo andalusí es la consolidación del

aparato estatal cordobés. Como ya hemos visto en la época del emirato (especialmente,

bajo Abderramán I, Alhakén I y Abderramán I, para culminar en el siglo X, los sobera-

nos hubieron de recurrir cada vez con más intensidad a un cuerpo de oficiales palatinos

fieles a la dinastía y proceder a una progresiva destribalización de los contingentes mili-

tares. El reclutamiento de domésticos para cubrir los puestos de una administración cada

vez más burocratizada acabó configurando una aristocracia palatina de fata´ls (esclavos

y libertos de origen europeo, muchos de ellos eunucos y predominantemente eslavos).

Ya desde el principio, y con tendencia a ir aumentando a lo largo del siglo, esta aristo-

cracia de eslavos palatinos tuvo en sus manos los resortes civiles y militares del Estado,

suplantando en esta misión a los príncipes de sangre y a los representantes de la aristo-

cracia árabe. Lo mismo ocurrió en el ejército; el autor árabe de los Ajbar Maymua re-

procha a Al-Nasir que comenzase a nombrar gobernadores más por favor que por méri-

to, tomando por ministros a personas incapaces e irritando a los nobles con los favores

que otorgaba a los villanos. P. Chalmeta, en su análisis de las batallas de Simancas y

Alhándega, afirma con razón que aquellos eran los pretextos oficiales y recuerda los in-

tereses económicos de una aristocracia árabe que, desde la época de Baly, lo era todo

menos incondicional al soberano. Es más, aquellos notables árabes del yund (ejército),

junto con los fronterizos fueron los responsables de la desbandada que provocó el des-

calabro de Alhándega. Es altamente significativo que, al año siguiente a Alhándega, el

califa enviase una expedición formada casi exclusivamente por tropas profesionales,

prescindiendo del yund árabe. Se incrementó entonces la presencia de contingentes no

árabes en el ejército, especialmente bereberes, que en los años finales del califato de Al-

hakén II poblaron las filas de las tropas omeyas, al compás de la intensa política del ca-

lifa en el Magreb. Las últimas consecuencias de este proceso se producirían en la época

de Almanzor, a raíz de su decisiva reforma militar.

Hemos de aludir también a un fenómeno indicativo del cambio de correlación de fuer-

zas con respecto a la época anterior, y que, desde otro punto de vista, señalará el fortale-

cimiento del Estado omeya. Nos referimos al sustancial cambio de carácter de aquellas

concesiones de señorío que habían conducido a una casi feudalización política de Al-

Ándalus a finales del siglo IX. En la época de Abderramán III asistimos a un proceso

inverso: los antiguos rebeldes solicitaban al califa el titulo de la concesión, comprome-

tiéndose a pagar, efectivamente, los tributos o bien, vencidos por el soberano, eran lle-

vados a Córdoba, inscritos en el ejército y obligados a cumplir los deberes militares.

Con todo, no debemos exagerar los resultados de esta política sobre los rebeldes ven-

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cidos: algunos de ellos no fueron quizá especialmente fieles al califa, como se demostró

en Alhándega; y además gozaron en Córdoba de una situación de casi privilegio. Sin

embargo, el hecho de que todas las concesiones tipo tasyl de esta época estuviesen di-

rectamente controladas por el califa debió contribuir a profundizar el control fiscal del

Estado.

Las empresas militares durante el califato –particularmente en la época de Al-Nasir–

consolidaron el prestigio del Estado omeya fuera de Al-Ándalus, tendieron a garantizar

la seguridad de las rutas comerciales y procuraron importante botín al califa y a los par-

ticipantes en las aceifas. Esta política exterior se canalizó en tres direcciones fundamen-

tales: los reinos cristianos del norte peninsular, el Magreb y el Mediterráneo occidental.

Por lo que respecta a los reinos cristianos, la llegada al trono leonés de Ramiro II es-

tabilizó un tanto la situación con respecto a Córdoba; la alianza del rey de León, la reina

Tota de Navarra y el conde Fernán González ocasionaron el llamado desastre del ejér-

cito califal en Simancas-Alhándega (año 939). Pero, como ha mostrado Chalmeta, las

informaciones contenidas en el volumen V del Muqtabis (anales de los emires) de Ibn

Hayyan permiten corregir un tanto la versión tradicional de la aplastante victoria cris-

tiana: Simancas quedaría en tablas o sería, en todo caso, una victoria pírrica que incluso

podía haber permitido una repoblación musulmana de la zona. La derrota de Al-Jandaq

(Alhándega = La Hoz, junto al río Tielmes) fue provocada, como ya hemos dicho, por la

desbandada de Ibn Fortun, sus fronterizos y los notables del yund, con lo que tendría

que buscarse antes en el propio ejército musulmán que en el de sus contrincantes la cau-

sa del desastre. Es significativo que, a partir de aquel momento, Al-Nasir no volviese a

encabezar ninguna aceifa por temor a sus propios contingentes armados. Por otra parte,

la muerte de Ramiro II permitiría a Córdoba intervenir en las querellas internas de leo-

neses, castellanos y navarros, lo que se reflejó en un continuo ir y venir de embajadas y

en el envío intermitente de contingentes armados en actitud de hostigamiento más que

de provocar grandes choques armados. De las relaciones de Córdoba con los reinos cris-

tianos destaquemos las establecidas entre el califa y el conde de Barcelona Sunyer, sólo

conocidas por el texto de Ibn Hayyan más arriba mencionado. En el verano del año 940

se firmó una paz por dos años entre Al-Nasir y el conde catalán, por medio del judío

Hasday ibn Saprut y con el apoyo de la flota omeya que, desde Almería, había llegado

hasta la playa de Barcelona. Además de las cláusulas puramente políticas del tratado

(que obligan a replantear un tanto las relaciones entre los condados catalanes y Córdo-

ba) se contienen otros datos de sumo interés, referentes al comercio del Mediterráneo

noroccidental con Al-Ándalus.

Esta política de arbitraje y de intervención en los reinos cristianos prosiguió en la

época de Alhakén II y se manifestó en las embajadas que se sucedieron a ritmo trepi-

dante en los últimos años del califa, bien conocidos a través de los llamados Anales Pa-

latinos de Ibn Hayyan. A Córdoba llegó Bonfill, enviado por el conde de Barcelona Bo-

rrell, embajadores de Sancho II Garcés de Navarra, de la regente Elvira de León, de

García Fernández de Castilla, de los condes Fernando Ansúrez, Ferrán Laínez, Gonzalo

Menéndez, etc. Esta política sólo fue interrumpida por los sucesos del año 975, cuando

el cerco de Gormaz por castellanos, gallegos y vascones, que al final levantó el general

Galib.

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La política norteafricana fue igualmente intensa, particularmente en la época de Alha-

kén II. Hemos visto más arriba la difusión del ismailismo en el Magreb y la instauración

del califato fatimí (año 910). Muy pronto estos acontecimientos provocaron en el propio

territorio norteafricano una serie de reacciones, encabezadas por los malikíes ortodoxos,

pero conducidas por los que se beneficiaban del comercio caravanero antes del dominio

fatimí. En efecto, desde el principio, los fatimíes controlaron ciudades como Tahart o

Sijilmasa, puntos fundamentales en las redes comerciales que enlazaban las vías transa-

harianas con el Mediterráneo, y en las cuales estaba igualmente interesado el califato

cordobés. En última instancia, el conflicto entre los dos califatos occidentales que se di-

rimió en el Magreb tuvo su razón de ser en el control por las rutas comerciales. Se ad-

vierte en la forma de desarrollarse dicha rivalidad y en el carácter que tuvo toda la con-

tienda; puesto que los verdaderos protagonistas, fatimíes y omeyas, tenían objetivos más

económicos que territoriales y preferían actuar a través de personas interpuestas, la lu-

cha fue larga e indecisa. En efecto, los omeyas buscarían la alianza de los zanatas y de

los idrisíes y el califato fatimí de los ziríes sinhaya. Por ello, ver en todo el conflicto so-

lamente un eco de la pugna racial entre zanatas nómadas y sinhyas sedentarios es,

cuando menos, un reduccionismo.

Episodios destacados de esta penetración omeya en el Magreb fueron la ocupación de

Melilla (año 927) y, sobre todo, de Ceuta, punto desde el cual se podría neutralizar un

presunto desembarco fatimí y garantizar el tráfico de productos norteafricanos. Después,

los omeya alentarían la grave revuelta jariyí de Abu Yazid Majlad, quien logró asediar

Al-Mahdiyya (año 944) y estuvo a punto de dar al traste con el califato fatimí, a no ser

por el apoyo del sinhaya Ziri ibn Manad. Mientras esto ocurría en el Magreb oriental, el

triángulo comprendido entre Argel, Sijilmasa y el Atlántico reconocía más o menos no-

minalmente la autoridad del califa de Córdoba, sancionada con la ocupación de Tánger

(año 951). Años después, la situación dio un vuelco, coincidiendo con el acceso al cali-

fato fatimí de Al-Muizz: Almería fue saqueada y el antiguo protectorado omeya pasó a

ser controlado por los fatimíes; al califato cordobés sólo le quedaba Tánger y Ceuta.

Si los primeros diez años del califato de Alhakén II prolongaron la política de Al-Na-

sir en el Magreb de no intervención directa o sólo cuando fuera necesario, la partida del

califa fatimí a Egipto y la entrada del gobierno de Ifriqiya al sinhaya Ziri ibn Manad,

cambió la situación. A partir del año 971, los acontecimientos del Magreb pueden ser

perfectamente seguidos a través de los Anales Palatinos. Conocemos así el cambio de

bando de Yafar ibn Alí (el Andalusí), quien ofreció sus servicios al califa omeya y logró

derrotar a Ziri ibn Manad. La feroz expedición de castigo enviada por el califa Al-

Muizz no tuvo más consecuencias porque, evidentemente, el Magreb occidental había

dejado de interesar a los fatimíes. Sin embargo, en el año 972, la guerra se encendió de

nuevo en el norte de Africa, provocada en esta ocasión por Ibn Guennun, señor de Ar-

cila, que pensaba reconstruir el principado de los idrisíes y fue vencido finalmente por

el propio general Galib. El texto de Ibn Hayyan se hace eco, sobre todo, de los gran-

diosos envíos de dinero y tropas al Magreb y de la continua inmigración de contingentes

bereberes a Al-Ándalus. Ambos hechos estarían preñados de futuras consecuencias, co-

mo veremos más adelante.

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Un tercer objetivo de la actividad bélica y diplomática del califato se dirigía al Occi-

dente europeo y Mediterráneo septentrional. Es quizá el menos conocido por la parque-

dad de las fuentes y el carácter discontinuo de la información, aunque los nuevos datos

del volumen V del Muqtabis de Ibn Hayyan permiten añadir nuevos datos.

Respecto a Bizancio, hay informaciones suficientes como para pensar que se reanudó

la actividad diplomática existente en la época de Abderramán III. Así, conocemos de-

talles de la embajada enviada por Constantino VII a Córdoba (año 949) y de la presen-

cia de emisarios cordobeses en Constantinopla por la misma fecha. En la época de

Alhakén II, los Anales Palatinos nos informan de la llegada a Córdoba de un embajador

de Juan I Tzimisces, sin añadir más detalles.

Las relaciones entabladas con el Sacro Imperio Romano Germánico hay que vincular-

las con las protestas de Otón I por la piratería musulmana (¿andalusí?) practicada desde

el reducto de Fraxinetum (La Garde-Freinet), cuya vinculación oficial con Córdoba se

discute, aunque el nuevo texto de Ibn Hayyan permitiría avanzar ciertas hipótesis sobre

el particular. De las relaciones con el Imperio Germánico –relativamente intensas a me-

diados del siglo X– conocemos la embajada conducida por el monje lorenés Juan de

Gorze ante Abderramán III y la enviada por éste a Otón I encabezada por el mozárabe

Rabi ibn Zayd (Recemundo).

Hemos de resaltar, además de algunas expediciones bélicas contra el sur de Francia,

como la de los años 935 ó 943, ciertas embajadas de carácter predominantemente co-

mercial como la enviada por Hugo de Arlés a Córdoba para solicitar un salvoconducto,

con el fin de que los mercaderes de su país se viesen libres de los ataques de piratas per-

petrados desde Fraxinetum y Baleares. En el año 942 llegaron a Córdoba mercaderes

amalfitanos trayendo consigo tejidos de Amalfi e iniciando unas relaciones comerciales

que habrían de proseguir en lo sucesivo; en el mismo año se recibió una embajada de

Cerdeña acompañada de nuevo por mercaderes de aquella ciudad del Tirreno.

Gracias al texto del geógrafo-historiador Al-Udri hemos sabido recientemente de un

proyecto de embajada que ignoramos si se efectuó: del Papa Juan XII, en el año 960 ó

961, por la que el Papa tenía el propósito de enviar a Córdoba a un comes y solicitaba

las reliquias de un mártir.

El apogeo del califato cordobés queda perfectamente de manifiesto en su enorme ca-

pacidad de centralización fiscal, tal y como se puede apreciar por algunas referencias

que proporcionan las fuentes sobre el nivel de ingresos allí. Dice Ibn Idari que las rentas

del califato andalusí, en tiempos de Abderramán III (Al-Nasir), se elevaban a 5.480.000

dinares, mientras el califa obtenía de sus dominios y de los mercados la cifra de 765.000

dinares. Mucho más explícito es Ibn Hawqal, quien visitó personalmente Al-Ándalus a

mediados del siglo X:

...Uno de los detalles que dan idea de esta enorme opulencia es que los dere-

chos de acuñación en la ceca, para los dinares y los dirhemes, ascendían anual-

mente a 200.000 dinares, lo que, al cambio de 17 dirhemes por cada dinar, su-

pone un total de 3.400.000 dirhemes. Añadamos a ello las contribuciones y ren-

tas del país, los impuestos territoriales, los diezmos, los arrendamientos, los pea-

jes, los impuestos de capitación, las tasas aduaneras sobre las numerosas mer-

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cancías que entran y salen a bordo de los navíos, así como los derechos perci-

bidos en las tiendas de los mercados urbanos [...]. He oído contar a más de un re-

caudador digno de confianza [...] que el total de los ingresos hasta el año 340

[951-952] no era inferior a 20.000.000 de dinares aproximadamente, sin contar

las mercancías, las joyas trabajadas, los aparejos de navíos, así como las piezas

de orfebrería de las que los príncipes no pueden prescindir. Después de la muerte

de Abderramán III, la autoridad recayó en su hijo Alhakén II. Sometió a confis-

caciones a los cortesanos de su padre, apropiándose de las riquezas de sus servi-

dores y ministros [...]. El resultado de esta operación se elevó a veinte millones

de dinares [...]. Esta enorme fortuna no ha sido igualada en su época, dentro del

Islam...195

Desgraciadamente, el tema de la fiscalidad andalusí es otra de las cuestiones por in-

vestigar, pero creemos que los detalles proporcionados por el geógrafo oriental son bas-

tante expresivos de aquella capacidad de centralización fiscal a que hacíamos referencia.

Pero hay otro fragmento del mismo Ibn Hawqal no menos interesante. Dice así: “La

abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida; el disfrute de los bie-

nes y los medios para adquirir la opulencia son comunes a los grandes y a los peque-

ños, pues estos beneficios llegan incluso hasta los obreros y los artesanos, gracias a las

imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano; ade-

más, este príncipe no hace sentir lo gravoso de las prestaciones y de los tributos”.

¿Quiere decir con ello que el Estado omeya, debido a su capacidad centralizadora (con-

trol político del país, beneficios del gran comercio…) puede hacer frente a los gastos de

una burocracia desarrollada y de un numeroso ejército profesional sin tener que proce-

der a nuevas y gravosas punciones fiscales sobre sus súbditos? ¿Es ésta la clave de

aquel consenso y de aquella adhesión de los andalusíes al Estado omeya, al que aluden

con frecuencia aunque muy vagamente los historiadores?

La crisis del califato (976-1031).

También en este caso existe un neto desfase entre la abundante información mera-

mente factual y la escasez de datos que permitan descubrir el sentido profundo de la cri-

sis y de las fuerzas sociales en ella implicadas. Una vez más, por tanto, se ha de recurrir

a un relato puntual de los acontecimientos eligiendo una dinámica coyuntural puramente

dinástica. Todos los datos, sin embargo, apuntan a la época de Almanzor como un jalón

importante en el desarrollo de la crisis, ligada a la entrada masiva de bereberes en el

ejército y a los cambios sustanciales relacionados con su famosa reforma militar.

La carrera política de Muhammad ibn Abi Amir (el futuro Almanzor), ya iniciada du-

rante el califato de Alhakén II, fue ciertamente espectacular: en muy pocos años le ve-

mos ascender desde un modesto cargo en la curia del qadi de Córdoba a magistrado de

la surta (policía), uno de los grandes cargos palatinos del califato. No obstante, su as-

censo definitivo se produjo tras la muerte de Alhakén II, cuando ayudado por el hayib

195

Traducido por G. Wiet y J. H. Kramers.

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Al-Mushafi alejó del entorno del joven califa Hisham II al peligroso grupo de los fatàls

(eunucos) eslavos y dio comienzo a sus campañas (algazúas) contra los territorios cris-

tianos (a partir del año 977). Desde ese momento, Muhammad ibn Abi Amir utilizó to-

dos los resortes posibles para acceder a la cumbre del poder máximo: eliminación de sus

presuntos enemigos políticos (primero a Al-Mushafi y después al prestigioso general

Galib, su suegro, y al almirante de la flota califal Ibn Al-Rumahis, entre otros); cons-

truyó la nueva ciudad palatina de Madinat Al-Zahira como réplica a la ciudad califal de

Madinat Al-Zahra, donde trasladó todos los organismos de la burocracia estatal, ten-

diendo a dejar vacíos de poder la función y dignidad califales: fue a partir del año 981

cuando fue adoptando el título de al-Masur bil Allah y otras denominaciones anterior-

mente sólo reservadas a la dignidad califal. Como se ha dicho en repetidas ocasiones,

Al-Mansur logró ejercer su dictadura apoyándose en firmes soportes. El principal de

ellos consistió en la formación de una milicia bereber –continuando y amplificando la

política seguida al respecto por Alhakén II– ligada a su trascendental reforma militar.

Las milicias bereberes afluyeron masivamente a Córdoba, mientras Almanzor tendía a

prescindir de los servicios del antiguo yund (retribuido mediante concesiones de solda-

da desde la época de Abul Jattar), por un impuesto en metálico sobre la población des-

tinado a pagar los contingentes mercenarios bereberes. Más adelante veremos las conse-

cuencias fiscales de esta reforma. Pero lo que podemos recordar ahora es que la reforma

de Almanzor no fue sino el último paso de aquel proceso de debilitación de los vínculos

tribales árabes en el ejército que tan caro había costado a Abderramán III en Alhándega.

Ibn Hayyan juzga así aquellas medidas de Almanzor: “Muhammad ibn Abi Amir los si-

guió colmando de bienes [a los beréberes], pues se sirvió de ellos en provecho propio al

apoderarse del mando, los elevó sobre las restantes categorías de sus ejércitos, los con-

virtió en fuerza personal suya, y se hundió con ellos en las tinieblas mientras vivió”.196

Además de la formación de aquellos contingentes bereberes, para consolidar su poder,

Almanzor reconstruyó el grupo social de los fatàls eslavos, ahora convertidos en clien-

tes de la dinastía (llamados por ello amiríes) y que desempeñarán un papel de primer or-

den cuando llegue la crisis final del califato. Por otra parte, la pública exhibición de una

religiosidad estricta para conseguir el favor de los círculos malikíes hay que ponerlo en

la misma línea de afianzamiento del poder personal; algunos gestos iban dirigidos a este

fin: expurgo en la gran biblioteca de Alhakén II y la desmesurada ampliación de la mez-

quita aljama de Córdoba (año 988). Pero, sobre todo, fue la yihad o guerra santa el ins-

trumento más eficaz, tanto para encubrir su poder ilegítimo como para obtener cuantio-

so botín que aumentase el fisco estatal. No vamos a detallar cada una de estas expedi-

ciones; baste con decir, por ejemplo, que en 11 años (976-987) emprendió 25 campañas

o algazúas contra los cristianos, que solían realizarse dos por año (de primavera a oto-

ño), pero esta cifra podía elevarse a cinco expediciones en un solo año (caso del año

981). Entre las más importantes, destaquemos la de Cataluña (año 985), durante la cual

fueron saqueados Barcelona y los monasterios de Sant Cugat del Vallés y Sant Pere de

les Puelles; y, sobre todo, la de Santiago de Compostela (año 997). La actividad gue-

196

Traducción de E. García Gómez.

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rrera de Almanzor supuso un cambio en la actitud tradicional de Abderramán III y de

Alhakén II: a la política de intervención indirecta y de arbitraje sucedió la acción directa

y las expediciones de castigo contra los reinos cristianos.

La época de Almanzor supuso un reforzamiento considerable de la presencia andalusí

en el Magreb occidental. Ello viene perfectamente marcado por una intensificación de la

acuñación de oro en Al-Ándalus, que alcanza su etapa culminante entre los años 990 y

1000, siendo el control andalusí del tráfico de oro por las rutas transaharianas más o me-

nos absoluto: Sijilmasa pasó a ser protectorado omeya en el año 980. Por eso, no es po-

sible considerar, como a veces se ha hecho, el pretendido desvío de las rutas del oro ha-

cia El Cairo y el califato fatimí, como responsable de la crisis monetaria andalusí. La

política de Almanzor consistirá en atraerse a los zanatas, que afluyeron a Al-Ándalus y

fueron inscritos en el ejército; fue especialmente favorecido el jefe de la confederación

Magrawa, Zirí ibn Atiya, el cual, con muchas tropas, pasó a Córdoba y fue nombrado

visir. Más tarde, un notable sinhayí de Ifriqiya abandonó la causa fatimí y se adhirió a

Córdoba, con lo que tuvo lugar una nueva oleada inmigratoria de guerreros –ahora

sinhayíes– a Al-Ándalus. Tras diversos acontecimientos producidos por las rivalidades

entre zanatas y sinhayas, el sucesor de Zirí ibn Atiya gobernaría el Magreb occidental

hasta el momento en que Al-Ándalus ya no fuese capaz de seguir imponiendo su control

sobre este territorio.

En líneas generales, la trayectoria política de Almanzor (muerto en los campos de Me-

dinaceli, en el año 1002) fue continuada por su hijo Abdalmalik, quien también fue re-

conocido por el califa nominal Hisham II, concediéndole el título de al-Muzaffar; se

apoyó en el grupo de los fatàls amiríes y obtuvo algunas victorias contra los reinos cris-

tianos. Sucedió a Abdalmalik su hermano Abderramán (Sanyul o Sanchuelo, de paren-

tela cristiana), a quien las fuentes atribuyen una política desacertada y poco hábil. Apro-

vechando su ausencia en una expedición contra los cristianos, una conjura legitimista

colocó en el califato a Muhammad II (al-Mahdi), en febrero del año 1009, siendo en es-

te año cuando, según todos los cronistas andalusíes, comenzó la segunda fitna o fitna

barbariyya (guerra civil provocada por los bereberes).

Efectivamente, en los años 1009-1010 ocurren una serie de acontecimientos que sim-

bolizan muy bien el cambio de situación: entre ellos el hecho de que por primera vez en

la historia del califato las fuerzas en litigio (bereberes expulsados de Córdoba por Al-

Mahdi, fatàls amiríes desterrados a las regiones levantinas, el propio Al-Mahdi amena-

zado en Córdoba) pidieron ayuda a los soberanos cristianos, invirtiendo la tendencia tra-

dicional desde un siglo antes. Así, la ayuda prestada por Sancho Garcés a los bereberes

condujo a la deposición de Al-Mahdi y a la proclamación como califa de Sulayman Al-

Musta'in (entre noviembre de 1009 y mayo de 1010). Y, poco más tarde, la gravosa

colaboración, fiscalmente hablando, de Ramón Borrell de Barcelona y Ermengol de Ur-

gell permitió a Al-Mahdi volver a recuperar el califato. Había empezado la agresión feu-

dal contra Al-Ándalus.

El nuevo gobierno de Al-Mahdi apenas duró tres meses, pues los fatàls eslavos –lo

que denota la fuerza de este grupo social– le depusieron, eligiendo en su lugar a His-

ham II (1010-1013), quien de nuevo volvía a revestir la dignidad califal. Los bereberes,

perdida su influencia, ocuparon Madinat Al-Zahra, sometieron Córdoba a un largo ase-

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dio y, pasados dos años, a un dramático saqueo. En su inimitable estilo, Ibn Hazm, tes-

tigo de excepción, narra así sus impresiones: “La ruina lo ha trastocado todo. La pros-

peridad se ha cambiado en estéril desierto; la sociedad, en soledad espantosa; la be-

lleza, en escombros dispersos; la tranquilidad, en encrucijadas aterradoras. Ahora son

asilo de los lobos, juguete de los ogros, diversión de los genios, y escondite de las fieras

los parajes que habitaron hombres como leones y vírgenes como estatuas de marfil, cu-

yas manos derramaban innumerables favores...”.197

Sulayman Al-Musta'in gobernó por segunda vez (1013-1016) firmemente apoyado por

los bereberes. Lo más trascendente de su califato fue, quizá, la confirmación oficial que

hizo, mediante concesión de señorío, de los lugares ocupados por los bereberes, dando

así carta de naturaleza a la fragmentadón política de Al-Ándalus. Según Ibn Idari, los

Sinhaya recibieron Ilbira y su región; los Magrawa, los distritos situados al norte de

Córdoba; los Banu Birzal y los Banu Uran, Jaén y sus alrededores; los Banu Dammar y

los Azdaya, Sidonia y Morón, mientras Zaragoza era confirmada al árabe tuyibí Mundir

ibn Yahya. Por otra parte, el idrisí Alí ibn Hammud ocupó Ceuta, mientras su hermano

Al-Quasim se aposentó en Algeciras, Tánger y Arcila. Ibn Hayyan juzga las conse-

cuencias de esta medida: “Así, todos le juraron odio [a Al-Musta'in] y se afiliaron a

cualquiera, siervo u hombre libre, que le hiciera frente y resistiera su autoridad, por el

terror que le tomaron y por desesperar de que pudiera venirles algo bueno de los bere-

beres. Y esta fue la causa de que se fragmentara el país y de que los señores de las tai-

fas se convirtiesen en reyes”.198

La instalación de cada grupo bereber en sus concesiones privó de apoyo a la causa de

Sulayman, quien no pudo hacer frente a Alí ibn Hammud ni impedirle el acceso al ca-

lifato (1016-1018). Por primera vez, un califa no marwaní ocupaba el Alcázar de Cór-

doba. Si los primeros meses de su gobierno se revelaron de una cierta eficacia, el descu-

brimiento de un complot para derrocarle (encabezado por un omeya) le condujo a ins-

taurar en Córdoba un clima de auténtico terror. Asesinado por los fatàls eslavos, su her-

mano Al-Qasim ibn Hammud le sucedió en el califato (1018-1021) y después su sobrino

Yahya (1021-1023), en medio de un nuevo complot de los fatàls eslavos, con la cola-

boración, una vez más, de los señores feudales catalanes, Pese a los intentos de con-

cordia manifestados por Al-Qasim y sus deseos de atraerse a los fatàls confirmándoles

en sus posesiones (el fatà Jayran en Almería y Zuhayr en Jaén, Baeza y Calatrava), los

cordobeses se levantaron de nuevo contra los bereberes.

Entre los años 1023 y 1031 se sucedieron tres califas marwaníes, en la crisis total de

un califato sin ingresos fiscales y que no controlaba mucho más que los alrededores de

Córdoba. En noviembre del año 1031, el notable cordobés Ibn' Yahwar organizó un mo-

tín que asaltó el Alcázar y expulsó al último califa, Hisham III, al-Mu'tadd. Había co-

menzado la era de la llamada república oligárquica de los Banu Yahwar en Córdoba,

mientras Al-Ándalus se remodelaba en torno a unas nuevas estructuras políticas, los rei-

nos de taifas (muluk al-tawa'if).

197

Traducción de E. García Gómez.

198

Traducción de E. García Gómez.

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¿Es posible ver más allá de esta vertiginosa sucesión de califas y de esta sangrienta se-

rie de intrigas de gineceo? El estado de la investigación no lo permite: desde la caracte-

rización exacta de algunos agentes de la revuelta hasta los motivos profundos de la disi-

dencia (fuera del general odio a los bereberes del que se hacen eco los textos cronís-

ticos), poco se sabe de los elementos que conducen al estallido de la crisis, así como las

etapas y el desarrollo de la misma.

Sólo podemos recoger un hecho inequívoco en que coinciden todas las fuentes: el au-

mento de la presión fiscal como raíz o síntoma de la crisis. La considerable reducción de

la capacidad centralizadora del Estado vendría a coincidir con un aumento masivo de

los gastos generales, debido a los pagos al ejército andalusí y a las milicias cristianas.

Las repercusiones de ello sobre la sociedad están atestiguadas por unos textos de Ibn

Házm y de Al-Turtusi, recientemente vueltos a analizar por Chalmeta.

Dice Ibn Hazm: ...Porque los tributos que cobraran los diversos Gobiernos (anterio-

res a Al-Mansur) cargaban exclusivamente sobre las tierras... En cambio, hoy, esos tri-

butos son los siguientes: uno de capitación, impuesto sobre las cabezas de los musul-

manes...: otro, impuesto sobre los bienes... y, además, ciertas alcabalas que se pagan

por todo lo que se vende en los mercados... Todo esto es lo que hoy recaudan los tira-

nos y ello es un escándalo infame, contrario a todas las leyes del Islam […]. Vosotros

veis en vuestra región al ejército, cuyos soldados no cobran sus haberes sino de ese im-

puesto que los tiranos exigen a los musulmanes, y, luego, con esas mismas monedas de

plata malditas hacen sus transacciones los mercaderes y los artesanos...

Acerca de las repercusiones de la imposición del tributo para pagar al ejército, Al-

Turtusi es aún más explícito: ...Dichas tropas esquilmaron al pueblo, devastaron sus

haciendas y lo debilitaron. Huyó la población y la agricultura quedó depauperada, te-

niendo como consecuencia la disminución de los tributos cobrados por el Estado, el de-

bilitamiento del ejército...

Sin embargo, en el estado actual de la investigación es imposible medir con exactitud

el impacto de tales medidas sobre la estructura social y económica de Al-Ándalus, y li-

garlo con la crisis política del califato omeya de Córdoba.

Aspectos económicos.

La história económica y social se escribe, ante todo, con la ayuda de documentos de

archivo; para el mundo musulmán, con la excepción, de Egipto, no disponemos de

ellos. Con tan rotundas palabras, Claude Cahen hacía referencia al imperfecto conoci-

miento de las estructuras sociales y económicas del mundo islámico, máxime si lo pone-

mos en relación con los relativamente abundantes datos de que disponemos para re-

construir la historia factual o de acontecimientos. Todo ello está lógicamente ligado al

tipo de fuentes que segrega la sociedad musulmana, muy diferentes a las que está acos-

tumbrado el historiador de las sociedades feudales occidentales, cuestiones que no va-

mos a abordar aquí. Digamos sólo que, en el caso de Al-Ándalus, la escasez y las rela-

tivas limitaciones de las fuentes vienen acompañadas de una seria carencia de la inves-

tigación que, salvo excepciones notables, rara vez se ha dirigido al análisis de las estruc-

turas sociales y económicas del mundo andalusí, en clara desproporción con el puntual

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relato, a veces detalladísimo, de los acontecimientos. Hace casi una década, P. Chalmeta

enumeraba los temas por investigar en la historia de Al-Ándalus: sistemas de impuestos,

dominio y formas de propiedad sobre la tierra, el reclutamiento y papel del ejército, eco-

nomía agraria y ganadera, economía urbana, agrupaciones profesionales, capitalismo

comercial, población y estructura social, grupos sociales libres, colonos y esclavos, la

administración de justicia y la administración local, las divisiones reales del territorio,

etc. En estas condiciones, y a pesar de la aparición de recientes trabajos que abren nue-

vas vías al análisis, hablar de aspectos económicos de Al-Ándalus, a nivel de síntesis,

apenas puede superar la simple confección de un catálogo de los diferentes productos

agrarios y manufacturados detectados en los textos geográficos o en los tratados de his-

ba.199

Por lo mismo, aún estamos lejos de poder realizar una historia social andalusí que

se aleje de la presentación compartimentada de los distintos grupos sociales, y que per-

mita descubrir sus interrelaciones.

A mayor abundamiento, el período comprendido entre los siglos VIII y X, está menos

provisto de cierto tipo de fuentes, particularmente interesantes, para analizar aspectos

sociales y económicos, que la etapa que se inicia en el primer tercio del siglo XI. Nos

referimos, por ejemplo, a los tratados de agronomía, a los más locuaces libros de hisba

(de Ibn Abdum y Al-Saqati) y a ciertos textos geográficos como el de Idrisi, todos ellos

muy posteriores a la época que aquí consideramos. Hay que tener en cuenta, por lo

menos en lo que respecta al mundo agrario, que la ruptura o fragmentación del califato

de Córdoba supuso un estímulo positivo al crecimiento y a la innovación agrícola, como

respuesta a una reorganización de la vida económica, a escala regional, en cada uno de

los reinos de taifas. Como es muy probable que dicha reorganización afectase también a

otros campos económicos, la prudencia se hace absolutamente necesaria a la hora de

extrapolar ciertos datos de las fuentes citadas anteriormente a la época califal.

El campo.

Todo lo dicho se acrecienta hasta niveles dramáticos, cuando nos enfrentamos a las

estructuras agrarias. Aquí, la literatura geográfica (una literatura siempre dirigida a los

administradores, a los comerciantes y a todo hombre preocupado por la cultura) no

atiende en exceso los problemas del mundo agrícola, aunque sus descripciones sean al-

tamente sugerentes. Como ha observado un autor moderno, estamos mucho mejor infor-

mados, por ejemplo, de las plantas industriales y de los cultivos especulativos que de los

artículos básicos para la subsistencia. En muchas ocasiones, la producción agraria es

mencionada en los textos geográficos sólo en función de su capacidad de exportación a

la ciudad o a los mercados lejanos. No hay que subrayar que, también aquí, se pone de

199

Que regula en el mundo islámico todo lo moralmente relacionado con la vida laboral y comercial.

Hisba es el término que designa el conjunto de normas de ordenación social que velaban por la moralidad

pública. En Al-Ándalus, el funcionario encargado de la hisba era el sahib al-hisba, también llamado sahib

as-suq ("señor del zoco"), siendo el encargado de mantener el orden público y la supervisión de las acti-

vidades económicas de las ciudades.

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manifiesto la tradicional subordinación del campo a la ciudad, característica esencial de

las sociedades islámicas.

Al-Ándalus supone un evidente salto adelante en lo que respecta a la producción agrí-

cola precedente y T. Glick lo ha resumido con claridad: “La introducción de nuevos

cultivos, junto con la extensión e intensificación del regadío, dio lugar a un complejo y

variado sistema agrícola, por el cual diferentes tipos de suelos fueron objeto de un efi-

caz uso: campos que sólo eran capaces de proporcionar una sola cosecha anual como

máximo, antes de la conquista islámica, eran ahora capaces de dar tres o más cosechas

en rotación. La producción agrícola respondía a la demanda de una población urbana,

cada vez más sofisticada y cosmopolita, llevando a las ciudades una gran variedad de

productos desconocidos en la Europa septentrional”. Autores como T. Watson han po-

dido hablar así, recientemente, de la revolución agrícola árabe.

Uno de los rasgos más característicos de la agricultura andalusí fue la difusión de los

regadíos, sin que esto nos induzca al feroz determinismo (por ende, erróneo) de consi-

derar Al-Ándalus como una sociedad genuinamente hidráulica, regida despóticamente,

en la línea de los antiguos imperios burocráticos.

Al-Ándalus conoció tres sistemas principales de irrigación, homologables a los que

existían en otros lugares de dar al~Islam (el mundo islámico): a) el uso de acequias (al-

saqiya); b) el empleo de máquinas elevadoras para extraer el agua del río o de un pozo,

desde sus formas más rudimentarias hasta las más complejas norias (alna 'ura) (con

abundantes huellas en la toponimia, Las Anorias, Añora, Las Noras, La Ñora, según

Torres Balbás), pasando por las ruedas elevadoras movidas por un animal, o aceñas (al-

saniya); y e) el uso del qanato técnica iraní consistente en una canalización subterránea

de agua, conectada a un conjunto de pozos de succión. La primera referencia localiza-

ble de este método de irrigación corresponde a Madrid (Magerit), topónimo que desig-

naría el lugar donde abundan los canales subterráneos. La toponimia puede, igual-

mente, mostrar las huellas de qanat, hoy desaparecidos, como Canarrosa, en Mallorca,

posiblemente derivado de Qanat al-arusa.

La compleja distribución del regadío en las regiones valencianas presenta netas cone-

xiones con el sistema de irrigación utilizado en la Guta de Damasco. Dado el neto pre-

dominio del poblamiento bereber en Valencia, cabría hablar de una imposición del mo-

delo sirio de regadío a las comunidades bereberes, ocurrida a principios del siglo IX,

cuando gobernó Valencia, de forma casi autónoma, el príncipe omeya Abd Allah al-Ba-

lansí. Un funcionario específico, llamado zabacequia (sahib al-saqiya), probablemente

dependiente del qadi, administraba el sistema de riegos. La importancia de esta función

queda de manifiesto si tenemos en cuenta que, en el año 1010, comenzando la fitna, dos

clientes amiríes, encargados de la inspección de los riegos, se construyeron un princi-

pado independiente en Valencia y Játiva.

En cuanto a la producción agrícola de Al-Ándalus, comencemos por aquellos pro-

ductos que constituyen la llamada trilogía mediterránea, esto es, el cereal, el olivo y el

viñedo.

Aunque algunos textos geográficos hablan con frecuencia (no demasiada, para lo que

desearíamos) de algunas importantes zonas trigueras (Sangonera, Toledo, Úbeda, Bae-

za, Écija, Fahs Qamara, al norte de Málaga, etc.), Al-Ándalus, al parecer, fue deficita-

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rio en cereal y tuvo que recurrir (no sabemos con qué regularidad) a las importaciones.

Se podrían traer a colación las, relativamente, abundantes referencias a crisis de subsis-

tencias ocurridas, sobre todo, en Córdoba a lo largo del siglo X (915, 926-927, 929-930,

935-936, 941-942, 944, 946, 964, 973…) y a sus repercusiones demográficas y econó-

micas, someramente apuntadas, pero en el estado actual de la investigación es difícil in-

terpretarlas correctamente mientras no se posean más informaciones sobre el sistema de

producción, incidencias de la fiscalidad, etc. Sea como sea, existen referencias a impor-

taciones de cereal norteafricano, atestiguadas, entre otros, por Ibn Hawqal a mediados

del siglo X. Habría que pensar, por tanto, que uno de los aspectos de la política de Ab-

derramán II, respecto al principado rustumí de Tahart, iría encaminada a garantizar este

suministro de cereal. A nivel de hipótesis, T. Glick plantea la posibilidad de poner en

relación este déficit, con el abandono de tierras productoras de cereal a raíz de la con-

quista islámica; con la emigración posterior de mozárabes cultivadores de cereal al norte

de la Península y de muladíes a las ciudades, al compás de los progresos de la urbani-

zación, y con un proceso de aculturación que orientaría a la población indígena, tradi-

cionalmente cultivadora de cereal, hacia la agricultura intensiva de regadío.

El cultivo del olivo muestra una clara continuidad con el mundo romano. Las zonas

más productivas se situaban en la antigua Bética, destacando, en las épocas emiral y ca-

lifal, el aceite del Aljarafe, al oeste de Sevilla, cuyas excelentes propiedades ponderan

los geógrafos; se producía también en las regiones de Jaén, Córdoba y Málaga, así como

en las zonas de Lérida y Mequinenza. La producción aceitera de Al-Ándalus era tan im-

portante, que se exportaba a Oriente y al norte de África; todavía en el siglo XII, época

en que escribe el geógrafo Al-Zuhri, Sevilla era el centro exportador de aceite más im-

portante de Occidente. El sistema empleado para el prensado de las aceitunas (almazara,

del árabe al-ma 'sara) no difería mucho del practicado hasta hace muy poco en Anda-

lucía.

Es de sobra conocido que, pese a la prohibición islámica, se consumía vino en Al-

Ándalus, a imitación de lo que hacían judíos y cristianos. Ello, sin contar el amplio con-

sumo de uvas frescas y sobre todo de pasas, siendo especialmente famosas las de Ibiza y

Málaga. Asimismo, existían viñedos en la campiña cordobesa, como lo atestigua el lla-

mado Calendario de Córdoba, del año 961, compuesto por Arib ibn Sad y el mozárabe

Recemundo, texto que contiene valiosísimas informaciones sobre la vida agraria en la

época califal.

Entre los cultivos de huerta (Lévi-Provençal habla de una periferia hortícola entre Lis-

boa y Valencia) y los productos de la arboricultura, destaquemos la higuera (especial-

mente abundante en las regiones de Sevilla y Málaga), las manzanas y las peras de Sil-

ves y del valle del Ebro, los almendros de Málaga y de las tierras granadinas, el alba-

ricoque, el azafrán, la berenjena, el limón, la naranja, el arroz, etc. En zonas particular-

mente bien favorecidas por el clima, se cultivó la caña de azúcar (en el bajo valle del

Guadalquivir y en la costa granadina) y el plátano. Destaquemos el hecho de que gran

parte de dichos cultivos fueron introducidos por los árabes (su propio nombre lo atesti-

gua en muchas ocasiones) y que se deben poner en relación con la difusión del regadío,

con los progresos de la urbanización y con el auge de una clase mercantil árabe, respon-

sable del cinturón de huertas que rodeaban la ciudad.

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Así mismo, característica de una sociedad predominantemente urbana y mercantil, fue

la difusión de plantas textiles y materias colorantes. Como afirma M. Lombard, el lino

mantuvo su cultivo, ya importante en la antigüedad, aunque con tendencia a replegarse

desde las zonas levantinas hacia el sur, ante la difusión de una nueva planta textil: el al-

godón. En efecto, durante la época que consideramos, el lino se cultivaba, ante todo, en

las regiones de Málaga y Granada, más concretamente en las laderas de Sierra Nevada;

parte de él se exportaba incluso a Egipto, según testimonio de Ibn Hawqal. En cuanto al

algodón, está documentada su presencia en Al-Ándalus desde principios del siglo X, lo

que permite afirmar que su introducción en la Península se produciría en la segunda mi-

tad del siglo IX, a través del Magreb; a partir de aquella fecha, las referencias al algodón

son constantes en los textos geográficos. Su zona de mayor producción vendría a coin-

cidir grosso modo con la del lino (Sevilla y Aljarafe, Málaga, Guadix, Mallorca, etc.),

aunque con una cierta tendencia a suplantarlo, como ya hemos dicho. Al parecer, la cría

del gusano de seda fue introducida por los sirios de Baly a mediados del siglo VIII,

parte de los cuales se establecieron, como es sabido, en la región de Ilbira (Granada);

allí, concretamente en las Alpujarras y regiones próximas (Baza, Guadix, Fiñana), así

como en ciertas zonas de Jaén, se daban las más altas cotas de producción sedera. Re-

cordemos que, según testimonio de Al-Udri, la región de Ilbira proporcionaba al fisco

500 kilogramos de seda, a mediados del siglo IX.

En relación con ello, Al-Ándalus fue importante productor de productos tintóreos. Los

colores rojos se obtenían del insecto llamado quermés (árabe, kirmiz), recogido en las

encinas y arbustos del Aljarafe y en algunas zonas de Córdoba; de la raíz de la rubia

(atestiguado también en el campo cordobés); de la alheña (recordemos los molinos de

alheña, en la cordobesa almunia de Nasr); o del alazor, recogido en Niebla, Sevilla e

lbzra (de donde el califato omeya obtenía 500 kilogramos, a mediados del siglo IX). El

color amarillo se obtenía, fundamentalmente, del azafrán, producido en Sevilla, Úbeda,

Baeza, Priego, alrededores de Toledo, etc., y se exportaba fuera de Al-Ándalus. El añil,

con el que se lograba el color azul, sabemos que era requisado por el Estado, en los alre-

dedores de Córdoba, durante el mes de agosto (Calendario de Córdoba).

Debido a las escasísimas referencias que poseemos, es dificil saber el grado de impor-

tancia de la ganadería en la economía agraria andalusí. Parece que, en las zonas monta-

ñosas del Sistema Central (sierra de Guadarrama) y otras regiones, los grupos bereberes

practicaban la trashumancia, aunque no sea posible establecer sus ciclos ni las cañadas

utilizadas. Existían grandes reservas de ganado, como en las marismas sevillanas de las

que dice el geógrafo Al-Udri que “aunque todos los pastizales de Al-Ándalus se redu-

jesen a éstos, habría suficiente alimento para todo su ganado”. Sabemos que Almanzor

había instalado una yeguada en esta región; así mismo, el Calendario de Córdoba nos

proporciona detalles sobre los caballos de esta amplia región. Ibn Hawqal, por su parte,

dedica una extensa nota a la riqueza ganadera de Mallorca (especialmente, sus mulos),

ponderando la abundancia de sus pastizales. Un posible dato para conocer la repartición

de las zonas, predominantemente ganaderas de Al-Ándalus, sería la división administra-

tiva del territorio (en iqlims y en yuzs), si llegara a demostrarse, efectivamente, que el

iqlim alude a una zona agrícola de poblamiento intensivo y yuz a una región donde pre-

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dominaban los pastos. Pero, como decimos, es otra cuestión a investigar en profundi-

dad.

Tampoco estamos muy informados sobre la densidad e importancia de los bosques an-

dalusíes. Sabemos de la existencia de pinos en el Algarve, Murcia, Cuenca, Tortosa, Ibi-

za, etc., y de encinas y robles en la zona cordobesa llamada expresamente Fahs al-Ba-

llut o Campo de las encinas, en el Algarve y en Extremadura. Habría que pensar que el

progreso de la urbanización (demanda de madera para la construcción y consumo urba-

no), la intensificación agrícola (proliferación de máquinas elevadoras) y el peso del cali-

fato omeya en el Mediterráneo (señalado por la fundación de las atarazanas de Almería

y de Tortosa), provocarían una activa explotación de los bosques, el crecimiento de in-

dustrias relacionadas con la madera y, finalmente, el recurso a la importación de made-

ras magrebíes.

Con todo, el punto menos investigado y el que, sin duda, nos proporcionaría una de

las claves principales de la historia andalusí es el referente a las relaciones de los hom-

bres en torno a la tierra. Se ha dado un paso importante al conocer la existencia de con-

cesiones territoriales, el ritmo en que se producían y sus distintas modalidades. Pero

sabemos muy poco de las relaciones concretas entre el cultivador directo y el detentor o

propietario –más o menos legal– de las tierras. Las fuentes investigadas al respecto son

escasísimas, sus datos fragmentarios y, por tanto, resultan inciertas y ambiguas –cuando

no contradictorias– las afirmaciones de los historiadores en las síntesis generales de Al-

Ándalus.

Las conclusiones provisionales de P. Chalmeta, en sus análisis sobre la posible in-

clusión de Al-Ándalus en una sociedad de tipo feudal, son negativas: en la España mu-

sulmana no habría habido feudalismo (salvo quizá un esbozo en la época zirí, pronto

ahogado por la marea almorávide). El estudio dedicado por P. Guichard al medio tribal

en Al-Ándalus y su más que posible capacidad de integración de la sociedad indígena,

apunta en la misma dirección. El propio Guichard, apoyándose en este caso en datos ar-

queológicos, se refiere a la sociedad rural valenciana (algunos de cuyos “hábitats” han

sido excavados), como una sociedad sin señores: había obviamente una clase aristocrá-

tica, pero su poder está limitado por la existencia de un sector de economía urbana y

mercantil importante, que segrega sus propias clases dirigentes, de mercaderes e inte-

lectuales, necesarios para el funcionamiento de la sociedad musulmana. Así, por ejem-

plo, el poder del alcaide valenciano vendría obstaculizado, en la cúspide, por su sólido

aparato estatal y un control efectivo del poder central y, en la base, por la existencia de

firmes comunidades rurales. A conclusiones parecidas llega R. Soto en su análisis de la

sociedad islámica mallorquina, formada, en el ámbito rural, por una red dispersa de al-

querías de tipo clásico; el autor subraya expresamente los rasgos no feudales de este tipo

de sociedad, lo que resultaría evidente tras las transformaciones impuestas por la con-

quista catalana. Por todo ello, y reconociendo la necesidad de investigaciones más pro-

fundas respecto a esta cuestión capital, parecen cuanto menos apresuradas las conclu-

siones a que llegan A. Barbero y M. Vigil, cuando consideran que la islamización... sir-

vió para consolidar un proceso de feudalización iniciado en la Península con anterio-

ridad; según ambos autores, los musulmanes lograron mantener su hegemonía política

en la Península al estar basada en la continuidad de los rasgos feudales existentes en el

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reino de Toledo. Para afirmar esto con tal rotundidad habría que hacer tabla rasa pre-

viamente de los innumerables y evidentes fenómenos que, por lo menos desde el siglo

IX, configuran una sociedad nueva en Al-Ándalus, insertándolo de lleno en las caracte-

rísticas más genuinas de las sociedades islámicas.

La ciudad y el urbanismo andalusíes.

Los temas relativos a las ciudades de Al-Ándalus, también se resienten por la carencia

de monografías que aborden el tema urbano desde sus diferentes perspectivas y puntos

de análisis: aspectos urbanísticos (naturalmente, Torres Balbás es una excepción), eco-

nomía y sociedad urbanas, cuestiones institucionales, etc.

No es preciso insistir más en un hecho de sobra conocido y varias veces insinuado

más arriba: el peso inequívoco de la ciudad en una sociedad como la árabe islámica, de

la que Al-Ándalus no es ninguna excepción. Veamos, por ejemplo, la visión general que

nos proporciona Ibn Hawqal sobre las ciudades andalusíes: Todas las ciudades que

acabo de mencionar son reputadas por sus cereales, sus artículos de comercio, sus vi-

ñedos, sus edificios, sus mercados, sus tiendas, sus baños y sus caravanserrallos [po-

sadas para las caravanas comerciales]… Las ciudades rivalizan entre ellas por su em-

plazamiento, sus impuestos, sus rentas, sus funcionarios y sus jueces… La ciudad, en

efecto, es el gran centro consumidor donde confluyen los productos agrarios, bien en

forma de tributos, o como pago de aparcerías para los propietarios agrícolas que en ella

residen. La ciudad es también el centro administrativo, religioso e intelectual, en torno

al cual pululan los alfaquíes y los funcionarios, y donde radican los centros de ense-

ñanza. Pero la ciudad es, sobre todo, el gran pulmón económico donde se produce todo

lo necesario para la vida de sus habitantes (y, en parte, de los campesinos) y donde con-

vergen las redes de los intercambios regionales y de larga distancia.

El corazón de la ciudad es la madina, donde se alzan la mezquita aljama, los centros

administrativos, los zocos, las alhóndigas y la alcaicería. M. I. Lapidus ha descrito el ca-

rácter plurifuncional de este centro neurálgico de la ciudad: todas las instituciones, tien-

das, mezquitas, escuelas y cargos administrativos estaban completamente entremezcla-

dos para acomodarse a la demanda de un fácil acceso y responder a la mutación con-

tinua de actividades intercambiables, como el comercio, la oración, la enseñanza, etc; no

existía una neta diferenciación de entidades físicas, porque todo ello respondía a la flui-

dez del intercambio social y de la vida cotidiana. La madina solía estar amurallada y a

ella se adosaban los arrabales, en ocasiones también rodeados de una cerca. Este era el

caso, entre muchos, de la ciudad de Almería que, a principios del siglo XI, estaba for-

mada por tres núcleos: la madina amurallada en el centro; el arrabal oriental (al-Mu-

sallà) y el arrabal occidental (al-Hawd), ambos también amurallados.

Tanto la madina como los arrabales estaban integrados por barrios más pequeños (ha-

rats), a veces de una sola calle y provistos de puertas que solían cerrarse de noche. Los

arrabales y los barrios (cuando estos últimos eran más extensos que el simple harat) for-

maban, a su vez, una pequeña unidad, con su mezquita propia, sus zocos y sus baños,

reproduciendo a menor escala la estructura de la gran madina. He aquí, por ejemplo, lo

que nos cuenta Al-Maqqari respecto a Córdoba: “Se dice que los arrabales eran 21 en

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total, cada uno de los cuales estaba provisto de mezquita, mercados y baños para el uso

de sus habitantes, de modo que los de un suburbio no tenían necesidad de recurrir a

otros ni para sus asuntos religiosos ni para comprar lo más necesario para vivir”.200

A

veces, el agrupamiento en arrabales y barrios se realizaba según criterios religiosos,

dando lugar a las numerosas mozarabías y juderías de las ciudades andalusíes; en otras

ocasiones, denotaba un agrupamiento de origen étnico; pero, con mucha mayor frecuen-

cia, designaba el tipo de actividad económica, predominante entre sus moradores (por

ejemplo, halconeros, curtidores, alfareros, etc.).

Extramuros de la ciudad, se instalaban los cementerios, a veces, en número muy ele-

vado, como los 13 computados en la Córdoba de los siglos XI y XII. No lejos de los ce-

menterios y, por tanto, también a extramuros, se abría el oratorio al aire libre (al-mu-

salla) donde tenían lugar las oraciones en común durante las dos fiestas canónicas del

calendario islámico, así como las frecuentes rogativas para pedir la lluvia. Hubo dos

musallàs en la Córdoba califal, una a cada lado del río. Otro espacio al aire libre, lla-

mado al-musara, servía para la realización de ejercicios ecuestres o simplemente como

esparcimiento público. En la Musara de Córdoba, se celebraron los más variados acon-

tecimientos, desde la batalla que dio el poder a Abderramán I hasta la crucifixión de

algunos de los sublevados en el Arrabal, pasando por los frecuentes alardes y revistas de

tropas.

De algunas calles principales que enlazaban el centro de la madina con sus puertas y

que se prolongaban por los arrabales, partían otras secundarias, de trazado sinuoso, de

las que, a su vez, nacían unos callejones ciegos o adarves (del árabe al-darb), que daban

acceso a las viviendas. La densidad del caserío urbano dentro de la muralla explicaba,

en parte, el abigarramiento de callejas y callejones y justificaba la frecuencia de salien-

tes o voladizos que ampliaban el tamaño de las casas sobre la calle sin obstaculizarla,

así como los pisos altos o algorfas que, en ocasiones, cubrían la calle de lado a lado.

Como subraya Torres Balbás, a quien seguimos en esta somera descripción de la fisono-

mía urbana de Al-Ándalus, la particular estructura del trazado urbano habría que poner-

la en relación con el concepto islámico de la calle.

En efecto, a diferencia de algunas zonas del mundo occidental, donde las calles eran

como una prolongación de la vivienda y donde las casas abrían sus amplios huecos al

exterior, en el mundo islámico la vida pública se realizaba en el corazón de la madina,

donde acudían los habitantes para cumplir sus obligaciones religiosas, desempeñar sus

funciones comerciales o artesanas y resolver los asuntos administrativos; pero, frente a

la extraordinaria animación multiforme del centro urbano, las viviendas quedaban confi-

nadas en el fondo de los silenciosos adarves, deliberadamente alejadas del bullicio de

los zocos. Se buscaba así salvaguardar la vida privada, conseguir un cierto aislamiento y

procurarse protección. De ahí que las casas se cierren con muros altos y lisos, abriendo

al exterior sólo estrechas celosías o ajimeces. Sólo desde los terrenos o desde las algor-

fas, la vista podía recrearse, más que en la contemplación de espectáculos callejeros,

200

Traducción de C. Sánchez Albornoz, La España musulmana.

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~ 147 ~

en la visión de las montañas lejanas, sirviendo de fondo a la vega, y de los alminares

próximos (Torres Balbás).

Estamos muy mal informados de las etapas del proceso de urbanización de Al-Ánda-

lus. Sin embargo, ateniéndonos sólo a las 23 ciudades fundadas o reconstruidas en épo-

ca andalusí, el período de mayor número de fundaciones abarca desde Abderramán II

hasta Abderramán III, es decir, desde el año 822 al 961, lo cual, por otra parte, coincide

con otros signos de islamización que confluirían en el gran apogeo de la época califal.

Durante el llamado emirato dependiente (711-755) fueron fundadas Calatayud, Calatra-

va la Vieja (hoy yerma y arqueológica) y Qanat Amir (al oeste de Córdoba); en la época

califal se fundaron Ilbira (propiamente Granada), Uclés, Tudela, Murcia, Úbeda, Tala-

manca, Madrid, Lérida (reconstruida entre los años 883-884) y Badajoz; por fin, en el

período califal más pleno, se fundaron Madinat al-Fath (ciudad militar, cerca de Tole-

do), Madinat Al-Zahra, Sektan, Medinaceli (reconstruida en 946), Almería y Madinat

Al-Zahira, la ciudad de Almanzor. Pero, más que estos datos puntuales, referidos sólo a

una mínima porción de ciudades y utilizados únicamente para descubrir los progresos

de la urbanización en una época concreta, son las descripciones de los geógrafos que vi-

sitaron Al-Ándalus, en los siglo IX y X, las que más nos informan sobre la densa red

urbana de la Península en la primera época musulmana.

Como fácilmente se puede suponer, es muy dificil conocer la demografía de las ciu-

dades andalusíes y absolutamente imposible medir su evolución a lo largo de las distin-

tas etapas. L. Torres Balbás, utilizando como criterios el tamaño de la vivienda media,

el número de habitantes por vivienda y el perímetro urbano, ha proporcionado algunas

cifras, de las que citaremos sólo las más próximas a la época que consideramos: Córdo-

ba, la gran ciudad y capital de Al-Ándalus, contaría a finales del siglo X con unos

100.000 habitantes; Almería, 27.000 (a comienzos del siglo XI); Granada, 26.000 (a

mediados del XI); a finales de esta centuria, Málaga tendría unos 15.000 habitantes;

Toledo, unos 37.000; Mallorca, unos 25.000, y Valencia, unos 15.000. Como conclu-

sión, afirma Torres Balbás que, a finales del siglo XI y principios del XII, habría nueve

ciudades en Al-Ándalus con más de 15.000 habitantes. Los restantes datos proporcio-

nados por el citado arqueólogo son considerablemente más tardíos.

Las ciudades y el comercio.

Como ha subrayado P. Chalmeta, la densidad de la red urbana andalusí y la propia im-

portancia de las ciudades hacían innecesaria la celebración de zocos rurales. Hemos de

pensar, por tanto, que la parte comercializable de la producción campesina –una vez

descontado lo absorbido por el fisco estatal o lo pagado en concepto de aparcerías a los

propietarios rurales– era llevada por el propio campesino a la ciudad más próxima, sin

necesidad de realizar periódicos encuentros mercantiles en campo abierto. A ello parece

aludir Ibn Hawqal, cuando dice que “no hay una ciudad [en Al-Ándalus] que no esté

bien poblada y que no esté rodeada de un amplio distrito rural o, más bien, de toda una

provincia, con numerosas aldeas y campesinos”. Queda de relieve en este texto, el peso

específico de cada gran ciudad sobre su campiña circundante. En efecto, conocemos la

existencia de zocos, con una periodicidad semanal, en las afueras de las ciudades (por

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ejemplo, en Jódar se celebraba mercado semanal en martes; el de Carmona tenía lugar el

jueves; también los había en Cabra, Adra, Alcaudete, así como en la zona intensamente

berberizada de Los Pedroches). Es probable que topónimos como Larva o Talatel pue-

dan designar, respectivamente, un mercado del miércoles (al-arbaa) o del martes (al-

talata). A diferencia de los zocos rurales, donde se compra y vende en el mismo lugar,

en este tipo de mercados extramuros, generalmente junto a una de las puertas de la ciu-

dad, el campesino vende sus productos a los consumidores urbanos y, después, entra en

la ciudad para realizar sus compras. Es evidente que, en este tipo de intercambios, los

ciudadanos jugaban con toda clase de ventajas –como se comprueba al analizar el pro-

ceso de la formación de los precios–, siendo, según Chalmeta, uno de los típicos meca-

nismos de explotación del campo por la ciudad. Además del zoco celebrado extramu-

ros, donde se ofrecían esencialmente productos comestibles, existían otros mercados es-

pecializados en artículos campesinos en el interior de la ciudad, con independencia del

zoco semanal. La existencia de estos zocos se puede rastrear a partir de la toponimia ur-

bana (Puerta de los Aceiteros en la Almería del siglo XlI), o el propio Zocodover (suq

aldawwab: mercado de caballos) de Toledo y, sobre todo, a través de los tratados de

hisba (mercados de carbón, leña, forraje, conejos, leche, lino, ganado, etc., atestiguados

en la Sevilla del siglo XII).

Ahora bien, los zocos plenamente urbanos, así como los típicos edificios de comercio

(alcaicería y alhóndigas) adquieren pleno sentido en aquella dirección del comercio des-

tinada, no a suministrar a la ciudad los productos agrarios como acabamos de ver, sino a

abastecerse a sí misma y abastecer –aunque en pequeñísima medida– a la clientela rural.

Sólo teniendo en cuenta las múltiples necesidades de las grandes, ciudades andalusíes

puede comprenderse el elevado número de oficios y actividades que nos mencionan los

tratados de hisba: hiladores, lineros, tejedores, tintoreros, curtidores, ropavejeros, fabri-

cantes de ladrillos y tejas, torneros, carpinteros, herreros, alfareros, especieros, panade-

ros, cocineros, freidores de pescado, buñoleros, vendedores de queso, etc. Todas estas

innumerables actividades se desarrollaban en los zocos urbanos, que podían celebrarse

en una sola calle, o en varias calles y plazas. Frecuentemente, los que desempeñaban

una misma actividad se agrupaban en los mismos zocos, con la finalidad de ser mejor

controlados por el sahib al-suq o zabazoque. En estos zocos se abrían las tiendas o janes

que, en muchas ocasiones, servían al mismo tiempo de taller. Junto a estas tiendas per-

manentes se instalaban, así mismo, tenderetes y se practicaba la venta ambulante. Ade-

más de los zocos, existían unas edificaciones específicamente vinculadas al comercio

urbano. Una de ellas era la alcaicería (alqaysariyya), que podía consistir, bien en un

gran patio con pórticos y galerías cubiertas con tiendas, talleres y almacenes, bien en

una simple calle, cubierta o no, con pórticos y tiendas abiertas a ella. Según Torres

Balbás, eran características propias de las alcaicerías su pertenencia al soberano, su

magnitud (podían incluir varios zocos) y el hecho de ser un edificio cerrado y, por tanto,

destinado al almacenamiento y venta de los productos de lujo. Aunque no es siempre

fácil su distinción con la alcaicería, parece que la alhóndiga (al-funduq) se destinaba a

simple depósito de mercancías, sin que en ella hubiese talleres ni se procediese a la ven-

ta directa a los clientes; en torno a un patio central se alineaban las habitaciones para los

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mercaderes en la planta alta, mientras la planta baja se dedicaba a las acémilas y al al-

macenaje de los productos.

Nuestro escaso conocimiento del zoco cordobés en época califal se ha visto enrique-

cido con las informaciones recogidas por Ibn Hayyan en los volúmenes del Muqtabis

correspondientes a aquellos años. Sabemos así que, en julio del año 936, se declaró un

violento incendio en el zoco de Córdoba que destruyó parte de su calle principal y que-

mó las tiendas de los laneros, la mezquita de Abu Harun, el zoco de los perfumistas, las

tiendas de los sederos y la Casa de Correos. Parte de ello fue reconstruido por el califa

Abderramán III, pero fue Alhakén II quien desalojó la Casa de Correos (año 971), colo-

cando en su lugar las tiendas de los ropavejeros. Un año después, la calle principal del

zoco cordobés era ensanchada “por ser incapaz para el paso de las gentes y para las

aglomeraciones que se producían en ella, mediante el derribo de las tiendas que la ro-

deaban y estrechaban, con objeto de dar holgura a la calzada y de que no se obstruyera

con los que por ella iban y venían”.201

El gobierno del zoco era desempeñado por el sahib al-suq o zabazoque, cuya primera

referencia data de la época de Hisham I. Su jurisdicción tenía un carácter económico-

policial, pues se encargaba de fijar los precios, prohibir el acaparamiento, evitar los

fraudes y los trabajos artesanales, registrar las pesas y medidas; tenía, asimismo, otras

obligaciones de tipo urbanístico, como vigilar la limpieza de las calles o de la mezquita;

finalmente, era el encargado de cobrar los derechos de mercado a los vendedores.

El gran comercio a larga distancia era practicado por los mercaderes tipo tayir (con-

viene distinguirlos nítidamente del simple tendero o del pequeño comerciante del zoco

urbano), es decir, aquellos comerciantes que se adecuaban perfectamente a los criterios

weberianos de la actividad capitalística, buscando toda oportunidad de beneficio y cal-

culando sus gastos, ingresos y beneficios en términos monetarios. En una palabra, los

típicos representantes del capitalismo comercial islámico. No vamos a insistir aquí en el

papel, de sobra conocido, desempeñado por el mundo islámico como intermediario co-

mercial entre tres grandes zonas de civilizaciones agrarias: Europa, África negra y Asia

monzónica. Recordemos sólo que el mercado mundial islámico alcanzó unos niveles

tales que únicamente serían superados por la burguesía occidental, bien entrado ya el

siglo XVI.

Al-Ándalus ocupó indudablemente un lugar importante en este mundo mercantil islá-

mico, al poner en relación el norte de África, el Occidente feudal europeo y la fachada

mediterránea hacia Oriente. Ya hemos visto la importancia del comercio norteafricano,

presente en la política magrebí de emires y califas. Algo también hemos dicho en rela-

ción con el comercio del Mediterráneo occidental. Por lo que respecta a Levante, los

geógrafos orientales proporcionan algunos datos, aunque dispersos, referentes a las rela-

ciones comerciales con aquellas regiones. Todo parece indicar que fue en la época de

Abderamán II cuando comenzaron a ser intensos los contactos mercantiles con Iraq, li-

gados a la apertura de la aristocracia palatina omeya a las modas bagdadíes (llegada de

Ziryab, esclavas cantoras, objetos procedentes de los palacios abasíes de Al-Amin, a

201

Traducción de E. García Gómez.

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raíz de su destrucción, etc.). Ello viene complementado con las referencias del geógrafo

persa Ibn Jurdadbin (muerto hacia el año 885), quien atestigua la exportación a Oriente

de esclavos, pieles, sedas, resina, drogas, coral, telas y espadas, como mercancías trans-

portadas desde Al-Ándalus por los famosos mercaderes judíos llamados radaniyya. No

cabe duda de que la época califal supuso un aumento considerable de los intercambios

mercantiles con Oriente, como lo atestigua, entre otros, el médico judío Hasday ibn Sa-

prut: “Nosotros vemos aquí multitudes de comerciantes, que acuden en masa y que vie-

nen desde las naciones extranjeras más lejanas y en particular de Egipto, trayendo per-

fumes, piedras preciosas y otros objetos de valor para uso de príncipes y magnates y

demás productos egipcios que nosotros necesitamos”. El contrapunto exportador se

puede encontrar en las referencias proporcionadas por Ibn Hawqal, según el cual se

exportaban productos textiles (muchos de ellos tal vez procedentes del tiraz cordobés) a

Egipto y Jurasan, entre los que destacaron brocados, lana, alfombras y tejidos teñidos

con los productos tintóreos tan abundantes en Al-Ándalus, según ya vimos; el lino se

exportaba a Egipto y los mantos desde Pechina a este mismo país, a La Meca y al Ye-

men. A ello habría que añadir la exportación de oro, miel, aceite y cueros, productos de

los que nos informa Al-Istajri.

El comercio de esclavos alcanzaría, sin duda, cotas importantes en la época califal.

Ibn Hawqal dice que “un artículo de exportación muy conocido consiste en los escla-

vos, muchachos y muchachas, que han sido tomados en Francia y en Galicia,202

así

como los eunucos eslavos. Todos los eunucos eslavos que se encuentran en la superficie

de la tierra proceden de Al-Ándalus. Se les practicaba la castración en este país, ope-

ración que era realizada por comerciantes judíos”. En efecto, sabemos por Al-Maqdisi

la existencia en la ciudad de Lucena –donde habitaba una muy numerosa comunidad

judía– de una auténtica manufactura de hacer eunucos. Las frecuentes aceifas contra los

reinos cristianos en la época califal debieron ser fuente importante de aprovisionamiento

de esclavos. Ibn Idari explica que tras el relativo poco éxito de las primeras expedi-

ciones de Abdalmalik Al-Muzaffar,203

cuando éste murió, los comerciantes exclamaron:

“Murió el que nos proporcionaba esclavos”.

Los mercaderes encargados de este comercio de importación y exportación gozaban

de un gran prestigio social, junto a su considerable poder económico. Pero constituían,

como subraya Chalmeta, un mundo aparte respecto a las restantes esferas económicas.

Lo era en muchos sentidos: para el tipo de comercio que practicaban no había más pe-

riodicidad en sus intercambios que la impuesta por las llegadas de barcos o de cara-

vanas; tampoco su función daba lugar a un específico centro de mercado, ya que la loca-

202

Por lo general, cuando los árabes de Al-Ándalus hablan de Galicia se refieren a todo el norte (o nor-

oeste) peninsular.

203

Abd al-Malik ibn Abi Amir al-Muzaffar (975-1008) fue el hijo y sucesor de Almanzor como jefe polí-

tico y militar de Al-Ándalus (1002 -1008), durante el califato de Hisham II.

Mantuvo la hegemonía militar del califato sobre los reinos cristianos, a cuyos soberanos obligó a respe-

tar las treguas y a aceptarle como árbitro en sus disputas. Murió cerca de Córdoba, quizá envenenado por

su hermano Abderramán Sanchuelo. Su muerte provocó la ruina de la dinastía amirí y el estallido de la

fitna o guerra civil en Al-Ándalus, con el consiguiente desmembramiento del Califato de Córdoba.

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lización de sus negocios no era fija y, además, solían ejercerla a través de comisionistas.

Pero su carácter externo se manifestaba, sobre todo, en la absoluta libertad que regía la

formación de los precios de sus artículos, sólo afectados por el peso del fisco o la exis-

tencia de ciertos monopolios estatales; y en el hecho de escapar a la jurisdicción del

zabazoque. Lo más interesante a tener en cuenta es que el objetivo esencial de aquellos

mercaderes de larga distancia estriba en que se les garantizase la seguridad de los ca-

minos y de las fronteras; de aquí su íntima vinculación al Estado, al que servían como

proveedores o como funcionarios y del que obtenían aquella protección política, pero

cuyo control nunca lograron. En efecto, si el origen externo del excedente puede expli-

car la permanencia de esta clase dirigente islámica por encima de las crisis del poder

político (I. M. Hapidus lo ha mostrado muy bien en el caso del estado mamluk, mame-

luco), también puede dar cuenta de su incapacidad para lograr el control político del

Estado. Pero éste es un tema que tampoco se ha investigado en el caso de Al-Ándalus.

Aspectos sociales, en primer lugar acerca del medio tribal árabe-bereber.

Ya vimos al principio ciertas cuestiones en torno al número de árabes y bereberes, así

como su ubicación geográfica en Al-Ándalus. Corresponde ahora examinar somera-

mente algunas características de este medio tribal, siguiendo los análisis de P. Guichard.

Ante todo, subrayemos un hecho que parece evidente: la abundante toponimia de índole

tribal y clánica, las numerosas informaciones contenidas en las fuentes literarias y la

conservación de una memoria genealógica, expresada en la ciencia de los genealogistas,

muy divulgada entre los andalusíes, permiten deducir que, a pesar de la influencia ne-

gativa del poder estatal y de la vida urbana, los lazos tribales se mantuvieron vivos en

Al-Ándalus, en el medio social árabe-bereber, hasta una época relativamente avanzada.

La base de cohesión de aquellos grupos étnicos era el parentesco patrilineal, es decir,

todos se consideraban descendientes de un epónimo o antepasado común. Por un vigo-

roso proceso de segmentación se producía una división del grupo principal en subgru-

pos de forma que, en cada etapa de dicho proceso, existía una tribu madre de la que se

separan tribus hijas en una sucesión que, en teoría, podía reproducirse hasta el infinito.

El grupo tribal, por tanto, era un organismo vivo y vigoroso, una realidad en perpetuo

devenir y en continua evolución. El propio ideal que perseguía el grupo tenía también

algo de biológico: era la proliferación y el crecimiento indefinido, tanto en la familia,

donde se tendía a multiplicar el número de hijos, lo que podía conducir a una posición

hegemónica, como en el clan o la tribu, donde, junto al incremento biológico, se pre-

tendía aumentar la fuerza del grupo con la incorporación de clientes o mawalíes. Esta

facultad de expansión demográfica del grupo se basaba en la tendencia a la endogamia

de linaje, en cierta medida, consecuencia del agnatismo.

Existían unas relaciones de rivalidad a un mismo nivel genealógico, contrarrestadas

por una firme solidaridad frente a los ataques de otros grupos. Estas relaciones se expre-

san perfectamente en el concepto de asabiyya, cuyo papel en la formación del Estado

analizamos más arriba. En efecto, debemos insistir en el hecho de que la esencia del

grupo y su cohesión se definían en la rivalidad, latente o abierta, frente a otros grupos;

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o, como dice Chelhod, “la tribu toma conciencia de sí misma en tanto que individuali-

dad, como resultado de una sorda rivalidad con otros grupos similares”.

La instalación de los contingentes árabes y bereberes en Al-Ándalus no supuso, en

absoluto, la pérdida de estos vínculos étnicos. Por una parte, hay indicios de que los es-

tablecimientos de aquellos grupos se hicieron según criterios tribales, como lo muestra

la propia toponimia clánica en Beni. Por otra parte, la organización tribal del ejército de

ocupación fue, no sólo un factor de preservación, sino elemento de nueva cohesión del

grupo tribal. En efecto, hasta que el fenómeno de destribalización paulatina del ejército

no fue utilizado por emires y califas (hasta culminar en la reforma militar de Alman-

zor) como medio para asentar su poder político, los contingentes militares árabes y bere-

beres tuvieron al grupo étnico por base.

Como recapitulación, digamos que el medio tribal árabe-bereber nos presenta unas es-

tructuras que P. Guichard llama orientales y que resume así:

a) se trata de una sociedad de tipo segmentario donde el equilibrio social se realiza

por medio del antagonismo de los grupos de parentesco;

b) el principio que rige el sistema de parentesco es un agnatismo riguroso; el que este

parentesco con un epónimo común fuese o no ficticio no afecta en nada a la fuerza

del sentimiento de cohesión, basado precisamente en la creencia en un lazo de

consanguinidad;

c) existe una vigorosa tendencia a la endogamia de linaje; el hombre se casa prefe-

rentemente con su pariente más próxima, es decir, con su prima hermana por línea

paterna, y

d) esta tendencia a la endogamia reposa, en última instancia, en una concepción par-

ticular del honor del grupo patrilineal; debido a esta concepción, las mujeres están

normalmente apartadas de toda vida pública (especialmente aquellas que viven en

un medio urbano).

La sociedad indígena.

Eran llamados muladíes aquellos indígenas que habían aceptado el Islam. Según un

autor andalusí, tardío, cuyas informaciones recoge E. Lévi-Provençal, dentro del con-

junto muladí se distinguirían tres grupos diferentes: los descendientes de los indígenas

sometidos mediante pacto (sulham) a los árabe-bereberes, quienes, al aceptar el Islam,

permanecieron residiendo en los lugares que ocupaban; los descendientes de los indíge-

nas sometidos por la fuerza de las armas (anwatan) que, al convertirse al Islam, queda-

ron en sus tierras, aunque en situación más precaria que los anteriores; y los descen-

dientes de aquellos cautivos cristianos, apresados por las expediciones contra la franja

norteña, que posteriormente abrazaron el Islam. Esta clasificación tiene bastante sentido

en los dos primeros casos. En efecto, según la normativa tradicional empleada por los

árabes musulmanes en sus conquistas, el estatuto fiscal de las tierras ocupadas dependía

de la forma concreta en que habían pasado a los conquistadores. Las que lo habían he-

cho por la fuerza de las armas quedaban bajo la suprema propiedad de la comunidad

musulmana, en concepto de botín, permaneciendo como un bien indiviso administrado

por el tesoro de la comunidad; sus primitivos ocupantes podían permanecer en ellas,

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pero pagando al Estado un jaray que se consideraba como alquiler por el disfrute de las

tierras; en el caso de no abonarlo podían ser expulsados de las tierras sobre las que, por

tanto, no tenían ningún derecho real. En cambio, en aquellos territorios sometidos me-

diante capitulación, los ocupantes de las tierras conservaron sus derechos, aunque pa-

garían a los conquistadores el tributo o jaray estipulado en las condiciones concretas del

tratado. De hecho, tanto unas como otras, eran tierras sometidas a jaray; la única dife-

rencia –muy importante, sin embargo– era que mientras los sometidos mediante pacto

conservaban sus derechos sobre la tierra, los simplemente alquilados en ella podían ser

expulsados al carecer de derechos reales sobre la misma, además de pagar probable-

mente un tributo más elevado. Añadamos a ello (algo que confirma la clasificación cita-

da al principio) que la conversión al Islam no suponía, de entrada, la plena igualdad de

derechos entre los dos grupos.

Sin embargo, el tema más polémico en torno a los indígenas (muladíes y mozárabes)

es el que hace referencia a la rápida fusión de la minoría de conquistadores con la masa

de la población indígena, en beneficio de ésta. Así lo expresa, entre otros, C. Sánchez-

Albornoz: “Sí. Quede dicho de una vez para siempre, los musulmanes de España o eran

españoles por los cuatro costados, nietos de conversos a la religión de los conquista-

dores, o primaba en sus venas la vieja sangre hispana por ser fruto de repetidos mesti-

zajes”.

Es cierto que no parece fácil resolver la cuestión. Sin embargo, recientemente P. Gui-

chard ha analizado a fondo el problema, eligiendo como ejemplo un importante linaje

(precisamente descendiente de Sara la Goda, nieta de Witiza), el de los poderosos Banu

Hayyay de Sevilla, quienes tuvieron en jaque al emirato durante la primera fitna hasta

ser reducidos por Abderramán III. Pues bien, después de seguir directamente sus activi-

dades a finales del siglo IX, P. Guichard concluye observando que nada hay en la histo-

ria de los Banu Hayyay (caudillos turbulentos, aficionados a la poesía beduina y a can-

toras orientales, asesinos de muladíes, diestros en beneficiarse tanto de la fasabiyya de

los lajmíes como de la debilidad del poder central para hacerse reconocer como seño-

res de su región) que permita pensar en una occidentalización de sus conductas y su

cultura, cinco o seis generaciones después del establecimiento de los árabes bereberes

en Al-Ándalus.

Por otra parte, al analizar ciertas particularidades y comportamientos que los escasísi-

mos datos que poseemos nos proporcionan de las familias mozárabes y muladíes (Banu

Qasi, Bahlul ibn Marzuq, ibn Hafsun, etc.), se nos muestra la importancia del parentes-

co cognático y de prácticas matrimoniales más acordes con el modelo occidental. Ello

vendría confirmado también por la relativa importancia de las mujeres en la comunidad

mozárabe de Córdoba, hecho que se puso espectacularmente de manifiesto a raíz del

movimiento de los mártires voluntarios. Son pocos datos, en efecto, pero suficientes

para mostrar la neta diferencia de aquellos comportamientos con los que se detectan en

el medio tribal árabe bereber.

Se podría concluir de forma provisional afirmando que:

a) todavía a principios del siglo X existían en Al-Ándalus dos sociedades claramente

diferenciadas. La árabe-bereber y la indígena;

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b) las estructuras sociales no eran las mismas: los árabe-bereberes se organizaban en

grupos clánicos dotados de una gran permanencia, cohesión y capacidad de expan-

sión;

c) frente a ellos, la sociedad indígena se organizaba según los moldes occidentales

(sistema de parentesco bilateral, papel más importante de la mujer; sistema matri-

monial exogánico, etc.);

d) hay que poner un tanto en cuestión el tema, obsesivamente presente, de la rápida

fusión de las sociedades, con lo cual tendría poco sentido, entre otros aconteci-

mientos, la fitna de los años finales del emirato, y

e) incluso podría hablarse de la posibilidad de que la asimilación no se hiciese tanto

en beneficio de la sociedad indígena, sino a la inversa; se ha observado, por ejem-

plo, la afirmación precoz en la sociedad indígena de Al-Ándalus de los linajes pa-

trilineales (Banu Qasi, Banu Angelino, Banu Sabarico, ejemplos de agnatismo en-

tre los mozárabes) como probable influencia de la sociedad árabe-bereber.

Son, ya dijimos, hipótesis de trabajo diferentes; en todo caso, según observa el propio

Guichard, después de haberse afirmado como dogma intocable la creencia de una rápida

occidentalización de Al-Ándalus, “qu'il soit permis d 'apporter quelques pieces et celui

de son orientalité”. De todas formas, la discusión y los problemas siguen abiertos, co-

mo muestra el reciente trabajo de M. J. Rubiera Mata, que subraya la importancia del

vínculo cognático entre linajes nasaríes.

Por lo que respecta a los mozárabes (cristianos que vivían en Al-Ándalus, como pro-

pone R. Hitchcock, para distinguirlos netamente de los cristianos mozárabes de los rei-

nos cristianos peninsulares, que representan, según este autor, un fenómeno radical-

mente diferente), su estudio está un tanto ligado a toda la problemática anterior desde la

época de F. J. Simonet. Sabemos que los cristianos que vivían en Córdoba estaban or-

ganizados bajo la jefatura de un comes, algunos tan conocidos como Rabi (que tuvo

tanta importancia en la política represiva de Alhakén I) o Muawilla ibn Lubb (comes en

la Córdoba del año 971). El encargado de recaudar los impuestos de capitación debidos

en su calidad de protegidos (dimmíes) era el llamado exceptor, mientras las funciones

jurídicas, que se resolvían según el Liber Iudiciorum) recaían en el censor o qadi al-

nasara (juez de los cristianos).

Como acabamos de decir, muchos de estos cristianos desempeñaron funciones im-

portantes en la burocracia del emirato y del califato. A mediados del siglo IX, el propio

hermano de San Eulogio ocupaba un cargo de gobierno, aunque coincidiendo con el

movimiento de los mártires voluntarios, Mohamed I privó a estos mozárabes de algu-

nas funciones palatinas, que volvieron a ejercer pasada la tormenta, como fue el caso del

intérprete Sansón. Los Anales Palatinos, entre otros textos, nos permiten observar la in-

tervención de los cristianos en la Corte califal; por ejemplo, en el año 973, Alhakén II

“recibió a los embajadores de Elvira…, los cuales hablaron por su poderante en tér-

minos que delataban insolencia, tal como los iba traduciendo literalmente Asbag ibn

Abd Allan ibn Nabil, cadí de los cristianos de Córdoba, encargado de esta misión por

los extranjeros. El califa... cargó el grueso de la culpa sobre el intérprete Asbag, al que

ordenó tener alejado, destituirlo del cadiazgo de los cristianos y vejarlo, a más de in-

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formar a los embajadores de las malas palabras que había transmitido en su nom-

bre”.204

Conocemos también el caso de Rabi ibn Zaid (Recemundo), como embajador

de Abderramán III ante Otón I y redactor de una parte del Calendario de Córdoba.

Estamos relativamente bien informados de las comunidades cristianas de Toledo, Se-

villa y, sobre todo, Córdoba, gracias a los propios escritos de Álvaro, Sansón o Eulogio.

Sabemos, por ejemplo, que, a comienzos del siglo X, podían seguir utilizando las igle-

sias construidas dentro de la aglomeración cordobesa (como la basílica sita en el vicus

tiraceorum o barrio del airaz) la iglesia de San Asciclo, la de los Tres Santos, etc., to-

das ellas en el arrabal occidental de Córdoba, pero no construir nuevas, sino extramuros.

Así, en la campiña cordobesa existían las iglesias de San Martín y Santa Eulalia, entre

otras, y los monasterios de San Salvador de Peña Melaria, Tábanos y Armilat (Guadal-

mellato), situados en la falda de la sierra. Que la comunidad cristiana cordobesa contaba

con miembros de cierta riqueza parece fuera de duda: Jeremías era lo suficientemente ri-

co como para fundar y dotar Tábanos y lo mismo los padres de Pomposa, fundadores de

Peña Melaria. Si hemos de creer a Sansón, éste afirma que Servando, cadí de los cris-

tianos, quería comprar los tributos de los dimmíes por 100.000 solidi, cifra realmente

considerable; si reparamos en que los tributos pagados por los cristianos cordobeses

eran tasas de capitación y no impuestos sobre la tierra, hemos de pensar en una comu-

nidad de considerable fortuna.

Mucho menos informados estamos de las comunidades cristianas rurales, abundantes,

por ejemplo, en la Axarquía malagueña. Ibn Hayyan describe los viñedos, el arbolado y

los prados que rodeaban el enclave de Jotrón, “habitado por cristianos desde la más

remota antigüedad” y donde sabemos, por una lápida, que existía un monasterio a fi-

nales del siglo X. Sin embargo, en los últimos años, ciertas prospecciones y excavacio-

nes arqueológicas permiten abrigar fundadas esperanzas de conocer mejor en un futuro

próximo el hábitat rural de la población cristiana andalusí. Estas prospecciones se han

dirigido hacia los eremitorios, cementerios, basílicas y, más recientemente, hacia los po-

blados; el del cerro de Marmuyas, cerca de donde debió estar Bobastro, se han excavado

ya dos necrópolis (cementerios), un santuario rupestre, un aljibe subterráneo y una al-

berca.

Los grupos sociales.

Los contemporáneos consideraban a la sociedad dividida en ciertos grupos o clases.

La posición social de cada grupo venía marcada, entre otros factores, por su grado de

proximidad al poder. Así, en la cumbre de la escala se situaba la jassa, formada, en pri-

mer lugar, por los parientes más o menos próximos a la dinastía marwaní gobernante; se

les conocía generalmente como la gente de Qurays (ahl al-Qurays) y eran un importante

grupo social en Córdoba, donde disfrutaban de sólidas pensiones y de exención fiscal.

Junto a ellos, formaban la clase de la jassa, algunos marwaníes no ligados por lazos di-

rectos de parentesco con el soberano, los cuales constituían en el siglo X dos grandes

grupos: uno que, ya en la época de Alhakén I, había recibido concesiones en el barrio

204

Traducción de E. García Gómez.

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cordobés de Al-Raqqaqin y otro que había pasado a Al-Ándalus en tiempos de Abde-

rramán III (según E. Lévi-Provençal). Por último, dentro todavía de la jassa, se incluía

la aristocracia palatina, es decir, los altos funcionarios del califato: visires, magistrados

judiciales y titulares de cargos más o menos honoríficos. Conocemos algunas dinastías

árabes de grandes funcionarios (los Banu Abi Abda, Banu Hudayr, Banu Suhayd, Banu

Abd al-Rauf, Banu Futays, etc.) a los que deben añadirse, a partir de la época de Abde-

rramán III, libertos como Badr y, sobre todo, los grandes fatas y eunucos eslavos, como

Durri, Atlah o Tarafa.

Seguía a la jassa el grupo intermedio de los notables (al-ayan), colocado entre aquélla

y la amma o, como dice Lapidus, constituyendo el nexo entre el gobierno desempeñado

por la jassa y las masas gobernadas. Estaba formado este grupo por los grandes comer-

ciantes (ya vimos la razón de su proximidad al poder) y los alfaquíes (fuqaha), medio

social de enorme prestigio e influencia en la estructura social islámica. Se ha subrayado,

con razón, la homogeneidad de esta clase media islámica, mezcla íntima de intereses

comerciales e intelectuales.

Para hacernos una idea de esta estructura social jerarquizada, veamos el fragmento de

una descripción de una de las solemnes recepciones oficiales celebradas durante la épo-

ca califal. Con ocasión de la fiesta de la ruptura del ayuno del año 971, Alhakén II se

dispuso a recibir las felicitaciones en el salón oriental de Madinat Al-Zahra: “Asistieron

a ella las diferentes clases sociales. Ocuparon la cabecera los hermanos; los lados del

salón, los visires; la parte central, los funcionarios de las diversas clases de servicios, y

el resto, los clientes importantes y los habituales distinguidos de Córdoba… Estuvieron

también presentes el cadí mayor…, los descendientes de los Omeyas, los principales y

más distinguidos Quaraysíes y los „mawlas‟ de las familias nobles…”.205

El escalón más bajo de esta jerarquía social estaba formado por la amma, es decir, las

clases trabajadoras de las ciudades, pero sin ocupar ningún lugar destacado en ellas. Pa-

ra la jassa, eran contribuyentes; para los comerciantes, simple gentuza. Tenderos, rega-

tones y artesanos que, como se ha visto, llegarían a jugar un importante papel en la his-

toria de Al-Ándalus.

205

Anales Palatinos. Traducción de E. García Gómez.

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GLOSARIO DE TÉRMINOS PARA UNA MEJOR COMPRENSIÓN

SOBRE LA HISTORIA DE AL-ÁNDALUS

Adarve: Paseo de ronda o camino que recorre la parte superior de la muralla de una

fortaleza militar; también designa, en urbanismo, a una calle sin salida, en el entorno de

las murallas, que puede ser cerrada con una puerta.

Al-Ándalus: el término designa los territorios de la Península Ibérica que se hallaban

bajo gobierno islámico, fuera cual fuera su extensión geográfica. No se conoce con

exactitud su origen aunque se ha apuntado la posibilidad de que venga de la denomi-

nación al-andališ, "los vándalos", pueblo que habitó en la Península Ibérica durante la

Alta Edad Media; o bien, de la identificación de la Península según la geografía de la

mítica Atlántida.

Andalusí: Relativo a Al-Ándalus.

Albarrana: Torre de defensa adelantada, construida destacando del muro y unida al

recinto amurallado por un lienzo de muralla continuo, con un arco o con un puente leva-

dizo de madera.

Alcaicería (al-qaysariyya): Mercado, barrio de tiendas.

Alcazaba (al-qasbah): Ciudadela, recinto fortificado, de carácter militar. Por motivos

estratégicos, puede estar construida en la parte alta de una ciudad, en uno de sus extre-

mos o adyacente a ella según las distintas tipologías urbanas. En su interior se encuentra

un pequeño barrio y el palacio o alcázar.

Alcázar (al-qasr): Palacio real.

Alfaquí (al-faqih): Doctor, sabio, especialista en legislación religiosa, en jurispruden-

cia (fiqh), jurista.

Alhóndiga (al-funduq): Edificio público con habitaciones, establos y almacenes. En

ellos se hospedaban los comerciantes forasteros que llegaban a la ciudad, se almacena-

ban sus mercancías, y se realizaban las transacciones comerciales de compra, venta y

distribución a los zocos.

Aljama (al-yami): Adjetivo que califica a la mezquita principal de la ciudad, la ma-

yor, en la que se congregan los fieles para la oración comunitaria de los viernes (ya que

ésta ha de tener lugar en una sola mezquita de la ciudad).

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Almimbar (al-minbar): especie de púlpito, en las mezquitas aljamas, situado a la iz-

quierda del mihrab de cara a los fieles, desde donde el jatib pronuncia el sermón (jutba)

durante la oración comunitaria de los viernes.

Alminar (al-manar): Torre de la mezquita desde donde se convoca a la oración a los

fieles musulmanes.

Almogávar (al-mugawir): El que hacía incursiones o algaras en tierras enemigas, a

fin de obtener botín, y generalmente perteneciente a las milicias de uno u otro lado de la

frontera de Al-Ándalus.

Almotacén (al-muhtasib): Funcionario encargado de la vigilancia y comprobación del

cumplimiento de la ley en lo que a pesos y medidas se refiere, así como de otras cues-

tiones relativas al buen funcionamiento del mercado (producción artesanal, higiene, jus-

ticia, etc.).

Almuédano (al-mu'adhdhin): También “muecín”. Encargado de convocar a los fieles

a la oración desde lo alto del alminar de la mezquita.

Almunia (al-munya): Finca, hacienda, casa de recreo.

Alquería (al-qarya): casa de labranza en el campo o conjunto de dichas casas. Aldea,

lugar rural, cortijo.

Alquibla (al-quibla): La dirección hacia la Meca. Por su valor ritual, es la orientación

que adopta el musulmán durante la oración, así como en otros acontecimientos de la vi-

da cotidiana. En la mezquita, el muro qibli es aquél en el que se sitúa el mihrab.

Ataifor: Tipo de fuente ancha (de 20 a 25 cm) y de poca profudidad (de 5 a 10 cm).

Atalaya: Torre vigía.

Ataurique (at-tauriq): tipo ornamental en el que se entrelazan estilizados motivos ve-

getales.

Baraka: Bendición, carisma, fuerza benéfica.

Basmala: Se llama así a la expresión bi-smi-llahi (r-rahmani r-rahimi) "en nombre de

Dios (el Clemente, el Misericordioso)" que es la invocación religiosa con la que los mu-

sulmanes inician todo tipo de acto religioso o de la vida cotidiana susceptible de un

buen fin, que sea para bien (escritos, antes de empezar a comer, al rezar, etc.)

Califa (jalifa): Máximo gobernante en la sociedad islámica, cuya misión es la defensa

de la fe y la administración política del Estado, lo que le otorga atributos de liderato re-

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ligioso y político. El término, que literalmente significa "sucesor", se aplicó original-

mente para designar a los primeros sucesores de Mahoma en el liderazgo o dirección de

la comunidad islámica. Su equivalente técnico es Imam, y su equivalente honorífico

Amir al-mu'minin ("Príncipe de los creyentes").

Climas (Iqlim): Cada uno de los distritos menores en que estaban divididas las coras

(siendo cora la división territorial de Al-Ándalus equivalente a comarca o distrito admi-

nistrativo de régimen civil, a modo de provincia). Constituían unidades administrativas

y financieras de tipo agrícola. Contaban con una población importante, con fortaleza y

varias alquerías (casas de labranza alejadas de los centros urbanos), así como territorios

comunales llamados ayza'.

Cora (kura): Tipo de división territorial de Al-Ándalus equivalente a comarca o dis-

trito administrativo de régimen civil, a modo de provincia. Tenía como capital una ciu-

dad importante y era regida por un gobernador. En términos generales, las coras se co-

rrespondían geográficamente con las antiguas diócesis y condados visigodos.

Emir (amir): Cargo político equivalente a príncipe o jefe (literalmente designa al que

tiene amr, "poder, autoridad"); en época omeya designaba a los gobernadores de las

provincias (por ello en Al-Ándalus, fue el título de los primeros gobernadores depen-

dientes del califa de Damasco y, posteriormente, de algunos de los reyes de taifas.). El

título honorífico de Amir al-mu'minin ("Príncipe de los creyentes") llegará a equivaler

al de Califa.

Fitna: Literalmente, desorden, levantamiento, disgregación; este término designa los

períodos de guerra civil con connotaciones políticas y religiosas (suponen cismas en la

fe islámica). Referido a Al-Ándalus, la fitna es el período de guerra civil que desembocó

en la desaparición del Califato Omeya de Córdoba y la desmembración de Al-Ándalus

en distintas Taifas.

Hadit: "Narración", "noticia". En el Islam sunní u ortodoxo, es el relato que recoge la

tradición profética, los dichos y hechos del Profeta Mahoma narrados por sus contem-

poráneos y transmitidos en los primeros tiempos por vía oral y posteriormente recopila-

dos en diversas colecciones.

Haram: Literalmente significa “sagrado, inviolable…”. Es la estancia sagrada del

santuario de La Meca. En las mezquitas, la sala de oración principal. Harén.

Hayib: Chambelán o jefe representante del emir o califa, primer ministro. En Al-Án-

dalus, el título de hayib llegó a ser superior al de visir, de entre los que era designado.

Tenía gran poder, llegando a sustituir al califa en funciones de gobierno si éste estaba

ausente o lo demandaba. Este título gozó de tal prestigio que fue preferido (en lugar de

otros como el de malik o sultán) por algunos de los gobernantes de las Taifas en el in-

tento de legitimarse en el poder.

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Hégira (hiyra): Emigración o traslado del Profeta Mahoma (Muhammad) de La Meca

a Medina en el año 622 de nuestra era. Da nombre al calendario islámico, que comienza

dicho año como año 1.

Hisba: Término que designa el conjunto de normas de ordenación social que velaban

por la moralidad pública. En Al-Ándalus, el funcionario encargado de la hisba era el

sahib al-hisba –también llamado sahib as-suq ("señor del zoco")–, era el encargado de

mantener el orden público y la supervisión de las actividades económicas de las ciu-

dades.

Imán (imam): Guía espiritual de la comunidad islámica. Como título, fue adoptado

por los califas (los imanes por excelencia), como jefes de la comunidad. En otro de sus

sentidos designa a la persona que dirige la oración ritual comunitaria, mientras se está

realizando.

Iwan: Sala abovedada.

Jatib (jatib): El que predica, el que pronuncia el sermón (jutba) durante la oración

comunitaria del viernes al mediodía. Lo hace desde el almimbar, de pie y portando una

vara o bastón en su mano (o un arco o espada si tiene lugar el sermón en un territorio o

país que ha sido conquistado por las armas) mientras los fieles le escuchan sentados en

silencio.

Jutba: sermón pronunciado por el jatib desde el almimbar en la oración solemne de

los viernes. Precede a la oración propiamente dicha y a diferencia de ésta que se recita

en árabe, la jutba se pronuncia en la lengua o dialecto del lugar dónde se reza. Tanto la

jutba como el resto del acto religioso del viernes tiene lugar en una sola mezquita de la

ciudad, la mezquita aljama (según algunas escuelas islámicas) y el hecho de mencionar

el nombre del gobernante en dicho acto le confiere una importancia singular ya que su-

pone la sumisión, lealtad y reconocimiento del poder político del soberano; no mencio-

nar al gobernante en la jutba es expresión de rebeldía o independencia.

Macsura (maqsura): Lugar cerrado dentro de la sala de oración de las mezquitas alja-

mas, reservado para el emir o el califa.

Madraza (al-madrasa): Colegio o escuela coránica, especializada en el estudio de la

ciencia religiosa especialmente jurisprudencia y derecho canónico. Esta institución, que

podía ser de fundación pública o privada, cubría las necesidades de maestros y alumnos.

Algunas madrazas llegaron a ser centros intelectuales de primer orden. Desde el punto

de vista arquitectónico, las madrazas, estuvieron asociadas en una primera época a una

mezquita, y posteriormente fueron edificios independientes; eran de planta cuadrada y

contaban con aulas, dormitorios y otras dependencias dispuestas en torno a un patio

central.

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Magreb: Semánticamente indica el lugar por dónde se pone el sol, el Occidente. Se

trata por tanto del noroeste de África, es decir, lo que se corresponde actualmente con

los países norteafricanos de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia (la antigua Tripolitania).

Algunos autores árabes llegaron a englobar en este término geográfico a Al-Ándalus.

Marca: División geográfico-administrativa de carácter fronterizo al frente de las cua-

les estaba un jefe militar o qa'id. Se diferencia de las coras, que no eran territorios fron-

terizos y estaban regidos por un gobernador civil o valí. De marca viene marqués.

Maristan (bimaristan): Hospital (termino de origen persa compuesto por bimar "en-

fermo" e istan "lugar"). Fundados por gobernantes y grandes hombres, eran mantenidos

por donaciones pías.

Medersa: Véase Madraza.

Mihrab: hueco, nicho o arco situado en el muro de la quibla (orientado hacia La Me-

ca) en todas las mezquitas; indica el lugar hacia donde se debe orar y es donde se sitúa

el imán para dirigir la oración. Su valor simbólico hace que este elemento arquitectónico

sea el lugar más ricamente decorado de la mezquita.

Mocárabes (al-muqarbas): Elemento arquitectónico ornamental formado por la yux-

taposición tridimensional de secciones de prismas cónicos, produciendo un efecto simi-

lar al de las estalactitas.

Moriscos: Denominación dada en los reinos cristianos peninsulares a los musulmanes

convertidos al cristianismo tras la Reconquista y posteriormente a sus descendientes

("cristianos nuevos"). Muchos fueron criptomusulmanes y, expulsados definitivamente

de la Península a principios del siglo XVII, pasaron mayoritariamente al norte de Áfri-

ca, donde se les conoció como "andalusíes" (andalusiyyun) o "gentes de Al-Ándalus"

(ahl Al-Andalus).

Moros: (Del latín maurus = natural de la Mauritania, de mauri se deriva moro). Es el

término con el que en los reinos cristianos de la Península Ibérica se denominaba a los

andalusíes, y por extensión a los magrebíes (tanto árabes como bereberes). En sí no es

un término peyorativo, pero hay que ser prudentes en su uso por la connotación despec-

tiva que en ocasiones tiene en la actualidad.

Mozárabes (musta„rab): Cristianos que vivían en Al-Ándalus. Pagaban tributo espe-

cial como dimmíes (categoría social que englobaba a las "gentes del Libro" es decir,

cristianos y judíos) y conservaban su organización eclesiástica y judicial. Las comuni-

dades mozárabes de Al-Ándalus desaparecerían (salvo la de Toledo) a raíz de las inva-

siones norteafricanas de almorávides y almohades, muy rigurosos y poco tolerantes en

materia religiosa. Los mozárabes se marcharon sobre todo a Cataluña.

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Mucarnas: Véase Mocárabes.

Mudéjares (mudayyan): Literalmente "al que se le ha permitido quedarse". Musul-

mán que se quedaba, mediante pacto, en los reinos cristianos peninsulares al ser con-

quistada su tierra. Como en el caso inverso, tenían un estatuto especial, pagaban tributo

y conservaban su religión y propiedades bajo ciertas condiciones. Empiezan a ser un

grupo social importante a partir del año 1085 (toma de Toledo por Alfonso VI) apare-

ciendo en la documentación cristiana como "mauri" (moros) o "sarracenii", sin que se

les denomine con el término "mudéjar" hasta la guerra de Granada (siglo XV), en medio

de una política hostil. A partir del año 1501 fueron expulsados de la Península Ibérica, y

los que se quedaron tuvieron que convertirse al cristianismo pasando a ser conocidos

como "moriscos".

Muecín: Véase Almuédano.

Muladíes (muwalladun): Descendientes de cristianos hispanos conversos al Islam

(musalima) o de matrimonios mixtos entre musulmanes y cristianos en Al-Ándalus. Se

fueron integrando en la sociedad islámica desde el siglo VIII.

Muyahidun: Los que participan en la yihad o guerra santa (singular muyahid).

Qubba: Cúpula. El término también designa por extensión a un tipo especial de mau-

soleo, el "morabito"; son edificaciones de planta cuadrada coronada por una cúpula –de

la que toma el nombre– que dan sepultura a musulmanes piadosos considerados como

"santos". Se trata de un fenómeno típicamente magrebí.

Rábida (ribat): Fortaleza fronteriza de carácter eremita vinculada con la guerra santa,

es decir, una institución conventual destinada al retiro, la oración y la defensa militar del

dominio del Islam. El recinto amurallado albergaba en su interior viviendas, almacenes

y una mezquita.

Riwaq: Pórtico.

Sahn: Patio de la mezquita.

Sufí: Místico musulmán. Toma su nombre del suf o sayo de lana con el que se vestían.

El sufí lleva a cabo una búsqueda mística de la unicidad divina a través del dhikr ("re-

cuerdo, invocación del nombre de Dios") que es la repetición constante de una jacula-

toria de loor o alabanza divina, acompañada o no de danzas o ritmos y música, que con-

duce al éxtasis.

Taifa: Literalmente significa "partido" y es el término con el que se denomina a los

distintos estados locales en que se dividió Al-Ándalus tras la desaparición del Califato

de Córdoba (siglo XI). Es comúnmente aceptada la clasificación étnico-social de estos

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reinos de Taifas (muluk al-tawa'if) según la cual se dividirían en taifas eslavas, taifas de

bereberes "nuevos" y taifas andalusíes. La llegada de los almorávides a la Península pu-

so fin a la las "primeras Taifas" (postcalifales). Posteriormente volvería a fragmentarse

políticamente Al-Ándalus en las denominadas "segundas Taifas" (postalmorávides) y

"terceras Taifas " (postalmohades).

Tareacea (trasi„): "Incrustación", técnica decorativa consistente en el embutido o in-

crustación en madera de pequeños trozos de marfil, nácar u otras maderas, naturales o

teñidas, de distinto color.

Tiraz: Tejido lujosamente bordado –oro, sedas y brocados– con bandas de inscripcio-

nes, confeccionado fundamentalmente para la indumentaria ceremonial del califa. Se

producía solamente en los talleres textiles de Palacio (dar al-tiraz). El tiraz era símbolo

de soberanía, prerrogativa del califa (junto con la acuñación de moneda y la mención de

su nombre en la jutba), quien podía otorgar, como gran distinción, el honor a vestir a al-

guien este tipo de indumentaria de lujo.

Ulemas („ulama'): Sabios, doctores eruditos, especialista en el Corán y la sunna y,

fundamentalmente, dedicados a la ley islámica (shari'a) [frente a los alfaquíes más es-

pecializados en el fiqh o jurisprudencia].

Umma: la comunidad de los creyentes musulmanes (umm = "madre").

Valí (wali): Gobernador de una provincia o un distrito. Tenía atribuciones políticas y

militares y, en algunos casos –como en Al-Ándalus– también financieras.

Visir (wazir): Ministro, alto funcionario. Eran elegidos por el soberano y aconsejaban

y ayudaban en funciones administrativas y de gobierno. De entre ellos se designaba al

hayib.

Yahmur: Remate del alminar (o minarete) formado por esferas metálicas de tamaño

decreciente.

Yihaz: Guerra justa. En su sentido semántico es el "esfuerzo" físico y moral del hom-

bre por mantener y extender los preceptos coránicos; en su sentido místico es la lucha

contra el mal; y jurídicamente, un deber de la comunidad creyente.

Zakat: Azaque o limosna legal. Durante la Edad Media llegó a transformarse en el tri-

buto más importante, y se destinaba al socorro de los pobres, al rescate de esclavos y

cautivos, a la ayuda a los viajeros y a sufragar la guerra santa.

Page 170: franciscosuarezsalguero.esfranciscosuarezsalguero.es/wp-content/uploads/2017/11/Siglo X/Sigl… · ~ 1 ~ Este libro lo ha escrito el Dr. D. Francisco Suárez Salguero, presbítero

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