fabián o’neill: extracto de su libro autobiográfico

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TALENTO e INDISCIPLINA. Esa con la que aquel joven oriundo de Paso de los Toros supo llegar a lo más alto, pero condicionó su carrera a su adicción. Su vida, desde su infancia en los clubes con adultos tomando alcohol desde los nueve años, de la crianza de su abuela Mecha, los trabajos como el de vendedor chorizos fuera del prostíbulo hasta su la relación con las mujeres y con los más reconocidos futbolistas del mundo están plasmados en el libro Hasta la última gota. Vida de Fabián O’ Neill, escrito por los periodistas Federico Castillo y Horacio Varoli, que se saldrá a la venta este lunes 16 de setiembre a través de la editorial Sudamericana. “Jugó en Nacional, en la Selección Uruguaya, en la Juventus y sin embargo en el hincha quedó ese sabor amargo de que podría haber llegado más lejos”, cuenta Castillo. “Por su carácter, por su personalidad, por el respeto hacia la esencia de sus valores, por su generosidad, por lo crack y lo talentoso”. Raúl “Cotorra” Martínez, el primer director técnico que tuvo Fabián O’Neill en su vida, llegó al enorme caserón donde vivían “amontonados” el ex jugador con su abuela Mecha y algunos de sus tíos y primos. Estaba desesperado. Faltaba una hora y media para la final del campeonato juvenil y no había ni rastros de su jugador estrella. INFORMATE MÁS, formate mejor, en La Academia programas oficiales, además, para completar tus estudios en Secundaria, Inefop, Cecap, Plan Rescate a ni-nis y Uruguay Estudia, todo presencial o a distancia. EDUCACIÓN TÉCNICA A DISTANCIA: los DVD que preparamos son de nivel técnico profesional, superintensivos con fines de salida laboral inmediata, editados de modo accesible a quienes no han estudiado. Están editados para ser visualizados desde un DVD común, ideal para quien no cuenta con PC. PROGRAMAS OFICIALES: Y si querés terminar tus estudios, a distancia podés con nuestros videotutoriales, cualquiera sea tu edad o nivel alcanzado. Diseñados para mantener un progreso PERMANENTE sostenido con calibraciones periódicas. EDUCACIÒN CONTINUA, elemento clave en la formación profesional superior PREPÁRATE… desde tu TV en DVD, cómodamente a tu ritmo, llamanos ya – tel 4664 2047 Puedes colaborar apadrinando o donando al Nº12587206 de Abitab. SUSCRIBITE a nuestros boletines de: 1º TRABAJO: http://wp.me/3diS2 2º ENSEÑANZA: http://wp.me/2fnL3 3º CIENCIA: http://wp.me/3cLe9 Comunicate: tel. 4664 2047 [email protected] o en la red cliqueando aquí. https://www.facebook.com/pages/Academia-Paso-de-los-Toros-Prof-Slekis/179837692039031

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Paso de los Toros, 1987

Raúl “Cotorra” Martínez, el primer director técnico que

tuvo Fabián O’Neill en su vida, llegó al enorme caserón donde

vivían “amontonados” el ex jugador con su abuela Mecha y

algunos de sus tíos y primos. Estaba desesperado. Faltaba una

hora y media para la final del campeonato juvenil y no había ni

rastros de su jugador estrella. Lo había visto en el club la noche

anterior durante esas largas partidas de truco y monte con sa-

bor a whisky y humo de tabaco. A Fabián, que tenía 13 años en

esa época, le gustaba mezclarse con los adultos que timbeaban

hasta bien entrada la madrugada. Siempre tenía algunos pesos

amorralados para echar a suerte en las cartas. Pero aquella no-

che el cantinero no quiso que se quedara más y el chiquilín se

fue con sus pesos y sus ganas de tomar el penúltimo trago a otro

lado. Ahí fue cuando Cotorra le perdió la pista.

–Ni entre a buscarlo, no sabe cómo llegó anoche… ¡Ni me

reconoció! –le dijo la abuela Mecha al director técnico, que no

estaba dispuesto a jugar la final contra Huracán sin la figura

del cuadro y no escuchó advertencias. En Paso de los Toros, los

partidos entre Defensor y Huracán son tan clásicos como entre

Nacional y Peñarol. No era una final cualquiera.

Cotorra entró decidido a la casa. Caminó por los corre-

dores hasta llegar al cuarto donde dormía Fabián y lo llevó a

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cuestas desde la cama hasta la ducha. Mientras el agua fría le

refrescaba la cabeza al recién levantado, Cotorra escuchaba la

voz de la abuela que repetía que lo único que precisaba ese

muchacho era un cuarto oscuro y dormir dos días de corrido.

O’Neill todavía estaba empapado cuando el técnico terminó

de despabilarlo con dos aspirinas y una Coca Cola. Lo tomó

de un brazo e hizo el camino de vuelta por los corredores de

la casa. Pasó por al lado de la abuela, que seguía firme con sus

consejos.

–¡No lo ponga! ¡Va a pasar vergüenza!

Cotorra no detuvo sus pasos apurados, y mientras abando-

naba la casa arrastrando a la fuerza al mejor jugador del equipo,

le avisó a la abuela:

–Si no lo pongo pierdo el campeonato.

El partido final terminó 4 a 2. Ganó Defensor y Fabián

metió dos goles. “¡Y encima le pusieron marca personal!”. Con

su rostro ajado y su pelo blanco y abundante como si fuera de

algodón, el técnico de Defensor de Paso de los Toros, el pri-

mero que tuvo O’Neill como jugador, todavía hoy saborea la

victoria.

* * *

Paso de los Toros es una pequeña ciudad al borde del Río

Negro y exactamente en el centro de Uruguay. Se llama así en

homenaje a la fuerza de los baquianos que ayudaban a cruzar

carretas y tropas de ganado de un lado al otro del río. Eran co-

nocidos como los “hombres toros”. Paso de los Toros también

es celebre porque allí se inventó la famosa agua tónica y porque

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es la cuna del escritor Mario Benedetti. No es muy distinta a

cualquier ciudad del interior del país. Tiene 12.985 habitantes,

hay más mujeres que hombres y la mayoría de los trabajado-

res son funcionarios públicos o están vinculados a la actividad

agropecuaria. Un gigantesco monumento al toro, ubicado a la

entrada de la ciudad, asoma como referencia inequívoca del lu-

gar. La calle General Artigas, la principal, está partida al medio

por un cantero ancho y tupido de verde. Sobre esa calle está el

bar Carlitos y uno que se llama 18 de Julio, aunque no tenga

un cartel que lo identifique como tal sino dos que dicen “Venta

de Cigarrillos”; también hay una farmacia, un supermercado,

una estación de servicio, una empresa de transporte, una escue-

la, el Club Ámsterdam, tiendas de ropa, peluquerías y un local

donde imparten cursos de mozo y mucama. El punto más alto

de la ciudad es la torre de la Iglesia Santa Isabel, única en el

interior del país por su refinado estilo gótico. Por la baja altura

de sus construcciones parece una ciudad sin sombra, donde el

calor castiga sin piedad durante la primavera y el verano. En

Paso de los Toros los motociclistas usan casco y los ciclistas

todavía se ponen palillos de ropa a la altura de los tobillos para

no ensuciar sus pantalones con el aceite de la cadena.

En esta ciudad, en el año 1973, nació Fabián Alberto

O’Neill Domínguez, el primero de la séptima generación de

los O’Neill que llegaron a Uruguay desde Irlanda en 1837. Es

el mayor de cuatro hermanos varones pero es el único que no

se crió con sus padres. A los pocos meses de nacido, su abuela

se ocupó de él.

En este punto de su vida hay zonas grises que ni el propio

O’Neill ni gente de su entorno aclaran del todo. De eso no se

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habla. Pocos quieren o saben explicar por qué el ex jugador fue

criado por su abuela. “La versión que tengo yo es que ellos no

me podían tener, en el sentido para mantenerme y darme de

comer”, dice Fabián. Rider O’Neill, uno de sus tres hermanos

menores, que también se dedicó al fútbol profesional, sostiene

el relato. “Fue por la pobreza”, dice. “Mi madre era más pu-

diente que mi padre, mi padre era pobre, pobre. Tuvieron a

Fabián y no lo podían mantener. Con decirte que mis padres

vivían debajo de un ombú antes de hacerse la casa…”.

La historia tiene ribetes de telenovela de la tarde. Mercedes

“Marita” Domínguez, la joven de familia acomodada de Paso

de los Toros, la menor de diez hermanos e hija de una estanciera

con carácter, se enamora de Luis Alberto O’Neill, el “Peludo”,

un hombre pobre y con fama de timbero. Su familia condena

el noviazgo pero nada de esto le importa a la muchacha que

se va a vivir sin lujos junto a su amado. “Yo tenía 17 años, era

una niña de mamá. Mi madre no lo quería ni ver en la puerta,

pero yo me enamoré de él”, cuenta Marita. En ese entonces,

antes de ser funcionario de UTE, él vivía del fútbol amateur,

fue jugador de los clubes América y Oriental, entre otros, y ha-

cía algunas changas a cambio de escaso dinero y materiales de

construcción. Cuando ella queda embarazada de Fabián, se dan

cuenta de que va a ser difícil mantenerlo. Para ilustrar la mala-

ria de aquellos tiempos, Rider, que es apenas dos años menor

que Fabián, se acuerda de que iba pedaleando en su bicicleta a

buscar el pan y la leche que cada día le daban a su padre como

pago en uno de los clubes donde jugaba.

A los pocos meses del nacimiento de Fabián, Marita y

Luis Alberto atraviesan su primera crisis de pareja. Cerca de

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aquel fin de año de 1973, se separan por unos días y la “niña de

mamá” vuelve a buscar refugio al hogar materno. Luego habrá

unas cuantas idas y vueltas, peleas y reconciliaciones, hasta que

la abuela Mecha dice basta y busca proteger a su nieto de tanta

crisis doméstica. “Cuando arregles las cosas con tu marido, vol-

vés a buscarlo”, cuenta Marita que le dijo su madre.

Marita cuenta que casi no tuvo alternativa. Lo dejó a su

cargo uno, dos, tres meses. Años. “Pero iba todos los días a

verlo, nunca dejé de estar con él, era todo para mí y sufrí mu-

cho”. Cuando su vida ya está más encaminada, cuando con su

esposo logran construir una casa –después de hacer a pulmón

un hogar donde vivir– busca recuperar a su hijo pero ya es tar-

de; este siente que su abuela ya es como su madre y la abuela,

demasiado encariñada, tampoco está dispuesta a dejar que su

nieto se vaya de su lado.

Hay más de una versión sobre el desenlace de esta trama.

En la propia familia hay voces discordantes. Rider dice que la

abuela y su familia pusieron a Fabián en contra de su madre.

“Mi madre lo quiso traer de vuelta con nosotros pero ya la

abuela se había encariñado, ya la había serruchado con eso de

que lo dejó tirado. Y Fabián era muy chico, hasta hoy no sabe

bien la historia. Nunca supo la verdadera historia porque nun-

ca quiso escuchar a mi madre”.

Julián Domínguez (más conocido como “Lalo”), tío ma-

terno de O’Neill, asegura que su sobrino nunca pudo regresar

con su madre porque ya estaba “acostumbrado” a vivir con su

abuela. “Iba un rato a pasar con ellos y sus hermanos, y volvía

enseguida porque se cagaban a trompadas. Iba con la mochila

a pasar un fin de semana y al rato daba vuelta para atrás por-

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que se habían peleado”. Eran peleas de niños, las clásicas entre

hermanos varones, matiza Rider. E insiste que, lejos de haber

un conflicto, a Fabián le “llenaron la cabeza” en contra de su

madre, alimentando la idea de que lo había abandonado.

“Lo enredaron. ¿Por qué lo tiraron en contra de la madre?

Si no lo dejó tirado, al revés, quería lo mejor para él en esa si-

tuación que no tenían ni para comer. ¿Por qué te van a llevar

para abajo de un árbol?, ¿para pasar mal? Al revés, lo dejaron

con la abuela. Pero mi madre iba todos los días, no era que no

fue nunca más”. Según el hermano de Fabián, la familia le re-

prochó siempre lo mismo a la madre: “¿Teniendo todo te vas a

vivir debajo de un árbol?”, fue la pregunta que siempre quedó

aguijoneando.

Tantos reproches y rencores dejaron secuelas en la familia

O’Neill Domínguez. Por un lado estaba Fabián, su abuela y sus

tíos. Por el otro, sus padres y sus tres hermanos, todos varones y

con dos años de diferencia entre sí. Vivían a ocho cuadras pero

se veían más bien poco y la relación era fría.

Mientras que para Fabián su abuela era “todo, la vida”, Ri-

der, su hermano, se refiere a ella como “la madre de mi madre”.

Fabián O’Neill prefiere hablar poco de aquellos años. Los

comentarios que hace sobre su madre son escasos pero contun-

dentes. Dice que no la quiere. “No tengo sentimiento… no voy

a mentir. Es una cosa que ¡ta!, te parió ahí… pero, ¡yo qué sé!, yo

tengo el ejemplo de muchísima gente que la madre es la que te

parió, la que te cría, la que te enseña y esto, y esto y lo otro”.

“No voy a hablar de mi madre porque me parió y soy Fa-

bián O’Neill hoy por ella también porque me tuvo pero…”. El

ex jugador no completa la frase.

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Con el paso de los años, la relación de Fabián con sus

padres mutó varias veces; transitó momentos buenos y malos.

Pese a las duras sentencias que hoy hace sobre su madre, en su

mejor época de jugador la llevó a vivir con él a Italia. También

llevó a su padre, con quien reconoce haber mantenido una

mejor relación. Rider dice que hubo un “clic” en el vínculo de

O’Neill con su madre que no lo sabe explicar. No tiene idea

de la razón. Pudo haber sido en una tormenta de la adolescen-

cia cuando ya estaba en Montevideo jugando en Nacional y la

soledad en la capital lo empujaba a revolver en sus orígenes.

Lo cierto es que cuando sus padres se separaron, a mediados

de la década de 2000, Fabián afianzó más que nunca la rela-

ción con su padre y dejó a un lado cualquier acercamiento

con su madre.

En una entrevista que dio para el programa de televisión

Cámara Testigo en el año 2011, el ex jugador hace unas lacó-

nicas referencias al tema. Dice que al padre lo recuerda y lo

quiere mucho. Pero no parece poder perdonarle a la madre el

supuesto abandono. “Me lo han contado varias veces pero igual

no me convencen a mí. Me dicen que me dio. Pero a mi dame

de comer, como le doy yo a mi hijo. ¿Si no te dan de comer,

boludo?”5. Y dejó claro una vez más que lo más importante en

su vida fue su abuela. Andrea Ramírez, la tercera y actual esposa

de Fabián, dice que una vez lo vio llorando por su madre. “Un

día en la estancia estaba él en la cocina de los peones y lo en-

contré llorando. Se preguntaba ‘¿por qué mi madre me dejó a

mí y crió a otros tres varones?’ ”. Esa misma pregunta es la que,

según Marita, nunca escuchó de la boca de su hijo. “Jamás me

5. Cámara Testigo, Canal 12, julio 2011.

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preguntó nada, nunca. Se guió por el entorno, por lo que decía

el pueblo, por rumores. A mí me dolió mucho eso”.

Luis Alberto O’Neill murió en el 2009. En el pueblo mu-

chos lo recuerdan por gestos solidarios iguales a los que hoy

tiene su hijo. Cuando era operario de UTE tenía la ingrata

tarea de cortar la luz a quienes no pagaban, algo que trataba

de postergar todo lo que podía, conversando con los vecinos,

buscando la manera de que se pusieran al día. Mercedes Do-

mínguez vive aún en Paso de los Toros. Cultiva un perfil muy

bajo, dice que le gusta la tranquilidad del campo y de hecho

siempre estuvo ligada a tareas rurales. Aún hoy sigue haciendo

lo mismo. Fabián llegó a decir que si la ve por la calle, no la

saluda. “No es algo que me llame la atención”.

* * *

A los 9 años Fabián O’Neill le hacía los mandados a las

prostitutas del pueblo, vivía casi todo el tiempo en la calle y

jugaba al fútbol hasta las 3 de la mañana. Eran “picados” de

“veinte contra veinte” en la calle Zorrilla de San Martín, frente

a la casona de la abuela Mecha.

O’Neill anduvo desde muy chico mezclado entre los adul-

tos y sus vicios, algo que no solo lo enorgullece sino que tam-

bién señala como escuela de vida. Dice que empezó a tomar

alcohol a los 9 años y no se olvida más de cuál fue la primera

bebida que probó y le alteró el espíritu: una caña con Coca

Cola. “Aprendí todo en la calle. De lo que saco fruto es que

me junté con esas personas mayores y eso me enseñaba cosas:

el respeto con la gente. Si estaban jugando cuatro o cinco a la

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conga y yo estaba afuera y tenía que salir a hacer un mandado,

iba. Ahora mandás a un botija a hacer un mandado y capaz

que ni va. El respeto a los mayores es fundamental”. El Cotorra

Martínez le dijo una vez una frase que lo marcó a fuego: “El

respeto es como el dólar, tiene valor en todos lados”.

El submundo de la noche. Las apuestas, el truco, el tute, la

mesa de un casín, el mostrador de estaño, el vaso de vino servi-

do con precisión hasta el borde y las piedras de hielo flotando

en un whisky formaban parte de su ambiente. Una escenografía

inusual para un niño de 9 años, que siempre disfrutó más la

compañía de los adultos que de los de su edad.

O’Neill se jacta de haber sido en esos años mandadero de

las prostitutas de un quilombo que quedaba a pocas cuadras de

su casa. Dice que a las 11 de la mañana ya empezaba con esas

tareas que le servían para hacerse unos pesos y también para

introducirse en un universo que por supuesto estaba vedado

para el resto de sus compañeros del colegio de monjas. Tam-

bién tenía una apariencia que lo hacía atractivo para las chicas

más grandes. “Yo era de ojos celestes, pelo bien rubio, larguito,

medio pintón y encima bandido”. Cotorra Martínez, el hom-

bre con pelo de algodón, dice que Fabián usaba “una melenita”

al estilo del jugador argentino Claudio Caniggia.

Su primera vez fue a los 11 años. Debutó con una joven de

Cerro Largo veinte años mayor.

Además de hacerle los mandados a las prostitutas, en las

noches vendía chorizos en la puerta del prostíbulo. En realidad

acompañaba a Ariel Jaques, “El Jaquecito”, un veterano que

ponía un medio tanque y se hacía unos pesos con los caballeros

que salían hambrientos después de tanto esfuerzo físico. “Era

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un viejito pobre, yo andaba con él y lo ayudaba”. “Una vez llegó

un gaucho grandísimo y pidió uno, pidió dos, pidió hasta siete

chorizos y dejó 300 pesos, que era un platal”, recuerda O’Neill

y la apunta como una de las primeras anécdotas vinculadas al

submundo nocturno.

Con la plata que hacía en esas noches, O’Neill se jugaba

una conga, se compraba algún trago y pasaba el tiempo en los

boliches de Paso de los Toros. “Andaba todo el tiempo en la

calle, no como pichi, sino buscándola. Y con respeto. Hoy hay

muchos botijas que me piden plata a mí para una milanesa,

para esto o lo otro y a veces no es pedir, hay que ganársela.

Cuando era botija, no sé si era inteligente o me hacía querer”.

Antes de su agitada vida en la ciudad, el ex jugador vivió

sus primeros seis años en el campo de su abuela, en una es-

tancia que quedaba a unos 20 kilómetros de Paso de los Toros

por un camino rural. Tenía 200 hectáreas, una casa antigua,

grande, rodeada de muros, que daba a las costas del río Sal-

sipuedes, donde O’Neill solía pescar junto a los peones de la

estancia. En el campo había actividad ganadera aunque no de

gran volumen. Lo que recuerda Fabián de esos años es que an-

daba todo el tiempo arriba de dos potrancas y jugaba al fútbol

con un capataz que lo hacía enojar porque se demoraba horas

para decidirse a pelotear con él. El “Cholo” Domínguez, otro

de sus tíos, le regaló la primera pelota de cuero, una que estuvo

ahí camuflada entre los pastos de la estancia hasta que O’Neill

se fue a jugar a Italia. Fabián siempre andaba con los peones y

le gustaba corretear atrás de los chanchos jabalíes. Ahí aprendió

a cazar y forjó un vínculo con la vida campestre que mantiene

hasta el día de hoy. Dice que en su adolescencia no había torca-

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za o aperiá que se le escapara. Con una honda tenía tan buena

puntería como con un rifle.

Cuando cumplió seis años, su abuela lo llevó a la ciudad

para que empezara la escuela en el colegio María Auxiliadora,

a una cuadra y media del caserón de la calle Zorrilla de San

Martín, una construcción antigua, de techos altos y grandes

ventanas donde vivía con sus primos y tíos.

En su familia dicen que Fabián era el niño mimado de las

monjas, un cariño que se reflejaba con un encargo que encerra-

ba una gran responsabilidad: izar la bandera uruguaya todos los

días. Tarea en los papeles sencilla pero que no era cumplida con

total eficiencia. “A veces iba mamado y la ponía con el sol para

abajo”. En la mayoría de las ocasiones era porque se acostaba

tarde después de tanto trajín en los prostíbulos y boliches. “Lle-

gaba a las 6 o 7 de la mañana y a las 8 tenía que ir a estudiar”. A

veces iba solamente a poner la bandera y volvía a su casa a dor-

mir un rato y seguía de largo. Las monjas llamaban a la abuela

para avisarle que había puesto la bandera al revés.

O’Neill también fue monaguillo en la iglesia del pueblo.

Los domingos de misa tenía que estar una hora antes para pre-

parar la eucaristía. “Comíamos las ostias que no tienen gusto

a nada, tienen gusto a Dios nomás… Y todavía se te pega en

el paladar”, recuerda con una carcajada. Hoy asegura que hace

mucho tiempo ya que no pisa una iglesia.

Fabián dice que iba a la escuela “obligado”, que era el me-

jor de todos en Matemática (“me decías 4 por 3 y en un ratito

te lo sacaba”) y que era “un desastre” en Historia y Geografía.

Cuando terminó la primaria se inscribió en la UTU y en dos

años se recibió de herrero. Su mejor trabajo fue hacerle las

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rejas de la casa al Cotorra Martínez, el técnico que tenía en

Defensor.

En esos años de la UTU, Fabián iba y venía a todos la-

dos en una bicicleta Graciela. Y el fútbol empezaba a dominar

su vida. Su calidad llamaba la atención de todos, no pasaba

desapercibida para nadie. Su primer técnico lo describe. “Ju-

gaba muy bien. Jugaba adelante, como entreala derecho, como

nueve a veces, en donde se lo necesitara él jugaba. A veces hasta

de cinco lo ponía. Jugaba con los dos rebenques, enroscaba con

una y enroscaba con la otra, no sabías con cuál le iba a pegar. Yo

le decía al tío que le veía condiciones, que había que ayudarlo

porque iba a llegar lejos”.

Una vez, a fines de los años ochenta, Cotorra y Fabián

estaban mirando un partido de Brasil en un bar y Bebeto, que

recién asomaba como crack en la selección norteña, hizo una

jugada que sorprendió a todos. Cotorra desafío a O’Neill para

que la repitiera. “¡Y la hizo!”. Por esa misma época, en un par-

tido entre las divisiones juveniles de Defensor de Paso de los

Toros y Colón O’Neill hizo 13 goles en un solo tiempo. El ta-

lento de Fabián ya empezaba a incomodar a técnicos contrarios

que no estaban muy acostumbrados a tener enfrente a alguien

que les complicara de esta manera los previsibles esquemas del

fútbol infantil. En uno de tantos partidos, un entrenador rival

le pidió, casi encarecidamente, a uno de sus jugadores que no

se despegara de Fabián, que lo siguiera en cada uno de sus mo-

vimientos, que fuera su sombra. Tan a pecho se lo tomó que en

el entretiempo, cuando O’Neill estaba refrescándose con agua

a un costado de la cancha, su marcador estaba atrás como un

guardaespaldas.

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Los días de Fabián transcurrían entre idas al campo los

fines de semana, las prácticas y las clases en la UTU. Roberto

Silva, compañero de equipo en aquella época y actual vicepresi-

dente de Defensor, lo pasaba a buscar para ir a los entrenamien-

tos. A la vuelta paraban en la casa de la abuela para descansar

y tomar la merienda. Roberto recuerda que la primera vez que

tomó agua mineral fue ahí. “Era una agua mineral Vitel, aque-

lla que había antes. Y Fabián me dijo: ‘tomala rápido’. Y seguro,

yo acostumbrado a tomar agua de la canilla nomás, entonces

empecé a llorar por la efervescencia. Fabián se reía y yo me pre-

guntaba ¿pah, qué me está haciendo esta agua?”. Acaso Silva es

uno de los pocos que tiene una imagen de O’Neill invitando a

alguien a tomar agua.

Había pocos momentos en el día en que Fabián no estu-

viera corriendo atrás de una pelota. El fútbol lo dominaba todo

en su vida pero no tenía una plena identificación con ningún

cuadro. Aunque hoy se sienta hincha de Nacional, dice que el

primer club por el que simpatizó fue Danubio (del que pue-

de recitar de memoria el plantel completo que salió campeón

del Uruguayo en el año 1988), que también llegó a salir en

los festejos del Peñarol campeón de América en 1987 y que al

año siguiente hizo lo mismo cuando Nacional obtuvo la Copa

Libertadores y la Copa Intercontinental. Una ensalada de equi-

pos, sin fanatismo por ninguno, quizá atribuible a alguien que

pone por encima la diversión de un festejo multitudinario so-

bre la identificación deportiva. O’Neill, típico exponente del

muchacho con afán de jolgorio del interior, era así.

En los recreos en la UTU siempre se armaban picados y

todos volvían descamisados, sudados y sin sus corbatas. Un día

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O’Neill entró transpirado y exhausto a clase, y una profeso-

ra, Estela Romano, lo encaró. “Fabián, ¿qué pensás vos de la

vida?”. “Yo pienso que voy a jugar al fútbol y voy a ir a España

algún día”, le contestó. Eran tiempos en los que Europa no era

vista todavía como la gran meca de los futbolistas uruguayos

o como la salvación económica para la familia de un chiquilín

que apostaba fuerte a la pelota.

* * *

Fabián O’Neill dice que durmió en la misma cama que su

abuela hasta los 14 años. Mecha era una mujer sencilla y fami-

liera, hincha de Nacional y “blanca como hueso de bagual”.

“Yo ni sé ni cómo es la política pero mi abuela al ser blanca,

yo era blanco también. Y hoy soy blanco y de Wilson Ferreira

como era ella”, afirma Fabián, que sin embargo nunca votó en

las elecciones nacionales.

La abuela Mecha siempre estaba pendiente de todo lo que

pasaba a su alrededor. A la tarde, después de encargarse de la

cocina, tomaba mate dulce recostada en el perezoso en el patio

lateral de la casa. Era la matriarca. “Una mujer de antes”, define

el tío Lalo. Esa fue la mujer que crió al ex jugador, que siempre

se encargó de subrayar ese lazo indestructible. “Me enseñó a ser

gente; si tengo que jurar por algo lo hago por ella”, confesó en

una entrevista con La Diaria.6

A los 14 años debutó en la primera división de Defensor de

Paso de los Toros y su nombre empezó a retumbar en el mun-

dillo futbolero de la ciudad. Flaquito, por lo menos dos o tres

6. La Diaria, 9 de enero de 2012.

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años menor que el resto de los jugadores, O’Neill se destacaba

por sus pases largos y por estar siempre bien posicionado en la

cancha. “No debe haber jugado más de cuatro o cinco partidos

que ya vinieron de Nacional y se lo llevaron”, contó Giovanni

Domínguez, un ex compañero en Defensor, en un artículo pu-

blicado en la revista Posdata en noviembre de 1995.7

Todos los que seguían el fútbol en Paso de los Toros sabían

que ese rubio callejero y carismático tenía los días contados en

las canchas locales. Era vox populi que su habilidad desbordaba

los límites del fútbol de cabotaje y era cuestión de tiempo para

que los ojos de la capital se fijaran en él. Su talento era tema

de conversación en cada boliche. El Cotorra lo comentaba con

los padres de los otros muchachos que aprendían fútbol con él,

durante las meriendas de chocolate y pan con manteca después

de los partidos. Algún día iba a llegar a la ciudad uno de esos

caza talentos que trillan los rincones del Uruguay profundo. O

alguien se iba a encargar de anunciarle al fútbol grande que un

tal O’Neill existía. Y ese alguien avisó.

Eduardo “Lalo” Olivera era un funcionario del Banco de

Previsión Social de Paso de los Toros. Carlos Di Carlo, su jefe

en Montevideo, era además dirigente del Club Nacional de

Football. En uno de sus encuentros laborales, durante una tí-

pica charla de rutina, de esas que se inician para romper un

silencio, Di Carlo le preguntó a Olivera:

–¡Che, Lalo!, ¿no hay nadie que la rompa en Paso de los

Toros?

Di Carlo no esperaba otra respuesta de las que ya estaba

acostumbrado a oír cuando preguntaba casi por compromiso

7. Posdata, 24 de noviembre de 1995, pág. 97.

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por algún talento oculto en el interior del país. Y por más sen-

cilla que le pareció la contestación de Olivera, hubo algo, quizá

en el entusiasmo de su interlocutor, que le quedó picando en

su cabeza.

–Sí, hay un chiquilín en Paso de los Toros, cómo no.

Olivera había visto jugar a O’Neill apenas un par de veces.

Las suficientes como para darse cuenta de que era un jugador

con pasta, diferente. Otros amigos le habían comentado sus

habilidades y el Cotorra también le había insistido que Fabián,

su jugador estrella, al que iba a buscar hasta la cama de la abuela

para despertarlo para jugar, podía llegar lejos.

–Bueno, me tenés que dar el nombre y hay que hablar con

él –le dijo Di Carlo.

Esa misma tarde el nombre de Fabián O’Neill llegó a los

oídos de Roberto Recalt, el entonces presidente del Club Na-

cional de Football. Era el año 1990.

“Y ahí empezó todo”, cuenta hoy Lalo Olivera con indisi-

mulable orgullo.

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