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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN ESCUELA DE LETRAS LETRAS MENCIÓN LENGUA Y LITERATURA HISPANOAMERICANA Y VENEZOLANA - BUSCANDO A RENATO RODRÍGUEZ (LO AUTOBIOGRÁFICO EN AL SUR DEL EQUANIL) Trabajo especial de grado presentado ante la Universidad de Los Andes como requisito parcial para optar al grado de Licenciado en Letras: Mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana Autor: Br. José Javier Suárez Casanova Tutora: Prof. Cecilia Cuesta Mérida, Junio 2011

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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN

ESCUELA DE LETRAS LETRAS MENCIÓN LENGUA Y LITERATURA HISPANOAMERICANA Y

VENEZOLANA

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BUSCANDO A RENATO RODRÍGUEZ (LO AUTOBIOGRÁFICO EN AL SUR DEL

EQUANIL) Trabajo especial de grado presentado ante la Universidad de Los Andes como

requisito parcial para optar al grado de Licenciado en Letras: Mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana

Autor: Br. José Javier Suárez Casanova Tutora: Prof. Cecilia Cuesta

Mérida, Junio 2011

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DEDICATORIA

A mi madre María Magdalena Casanova de Suárez in memorian

A mi padre José Ramón Suárez

A Renato Rodríguez in memorian

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iii

AGRADECIMIENTO

Es extraño enumerar nombres para agradecer pero hay seres que merecen ser nombrados:

A Dios y a los Santos que mi madre siempre invocó para que me ayudaran

A mi madre quien en este plano de la realidad no las puede recibir, se las envío con todo mi amor, gracias sencillamente por todo

A la permanente sonrisa de mi padre y a su talento para la magia

A la paciencia de mi tutora

A la amistad de Enrique Colmenares

A cada regaño de Umma

Al apoyo de Nelly Sandoval

Al apoyo de Lilibeth

A cada chiste malo de Henry

A cada llamada de Katiuska

A la solidaridad de Carlos

Al escándalo de Ana Casanova

A toda la ayuda de Lutgardiz García

A Jesús Odremán por haberme llevado Al sur del equanil (Tasajera estado Aragua) paradero de mi objeto de estudio

A cada conversación que ayudó a dar forma a este trabajo

A cada cerveza derramada sobre el marco teórico

Finalmente y no menos importante a los que no nombro

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ÍNDICE

DEDICATORIA………………………………………………………………………ii

AGRADECIMIENTO………………………………………………………………..iii

ÍNDICE……………………………………………………………………………….iv

RESUMEN……………………………………………………………………………v

INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………….1

CAPÍTULO 1

CONSIDERACIONES TEÓRICAS SOBRE LA AUTOBIOGRAFÍA……………..6

1.1 Sobre la historia de la historia de la autobiografía…………………………......…6

1.2 La autobiografía………………………………………………………………....11

1.3 Las convenciones…………………………………………………………….......13

1.4 Un enfoque antropológico de la escritura……………………………………….16

1.5 La memoria y la autobiografía……………………………………………….......20

1.6 El yo y el texto…………………………………………………………………..21

CAPITULO 2

Renato Rodríguez (René Augusto Rodríguez Morales)…………………………..…24

2.1 Bios…….………………………………………………………………………...24

2.2 La crítica…………………………………………………………………………33

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v

2.3 Al sur del Equanil, su contexto sociocultural…………………………………...37

CAPÍTULO 3

Buscando a Renato………………………………………………………………….44

3.1 El narrador………………………………………………………………………45

3.2 El pacto…………………………………………………………………………..47

3.3 Sobre el autor……………………………………………………………….........51

3.4 La autorreflexividad……………………………………………………………..55

3.5.Subjetividad y escritura………………………………………………………….60

Conclusión…………………...………………………………………………………64

Bibliografía…………………………………………………………………………..69

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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN

ESCUELA DE LETRAS MENCIÓN LENGUA Y LITERATURA HISPANOAMERICANA Y

VENEZOLANA

BUSCANDO A RENATO RODRÍGUEZ (LO AUTOBIOGRÁFICO EN AL SUR DEL EQUANIL)

Autor: Br. José Javier Suárez Casanova Tutora: Prof. Cecilia Cuesta C.

RESUMEN

La novela del escritor venezolano Renato Rodríguez Al Sur del Equanil (2004), siempre ha despertado la sospecha de ser autobiográfica dentro de los estudios críticos. Muchas obras de la literatura universal levantan esta misma sospecha por su estilo narrativo y por el tipo de narrador que poseen. Bajo la lupa de ciertas teorías sobre la autobiografía específicamente las de Lejeunne (1991) esta obra no sería estrictamente autobiográfica. Pero ¿por qué persiste la sospecha? La poética de Rodríguez dentro de la novela Al sur del Equanil propone una escritura vivencial, en la cual el autor por diversas razones de carácter social, cuenta lo vivido. Es una poética que propone la vida vivida como tema principal en la literatura. Analizaremos esta obra para tratar de entender cómo se articulan entre sí dos géneros en apariencia distintos, como lo son la novela y la autobiografía. Desde la visión antropológica de Gusdorf (1991) revisaremos las cualidades autobiográficas de la novela Al Sur del Equanil y buscaremos al responsable de cada palabra escrita en esta obra, si es que lo hay.

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Introducción

El hombre siempre ha sentido curiosidad por su propia imagen, acerca su dedo para

poder tocarla, pero ésta no se deja. La imagen es esquiva, parece saber cuáles son los

movimientos de su perseguidor, los anticipa y huye.

La literatura es representación, es imagen hecha de verbo, el hombre escribe

para crear una imagen de algo irrecuperable que en la realidad, en el mundo físico no

puede darle vida. Busca en su interior, en su imaginación, en sus recuerdos y

reconstruye, coloca palabra por palabra, como buen constructor que es, para irle

dando forma a una estructura compleja e impalpable.

El género autobiográfico es una de las formas más autorreflexivas en la

literatura. Está emparentada con la historia y con la ficción pero le cuesta definir con

cuál de estas dos disciplinas tiene más afinidad. Intenta reconstruir lo que no existe,

lo que ya no es, a través de elementos tan contradictorios a la naturaleza de lo que

busca, como lo son la objetividad y la fidelidad. Es un género complejo de entender y

de definir. Sus fronteras están siempre en constante movimiento, dependiendo de los

factores que le constituyen como género y de cómo estos son vistos o interpretados en

un momento dado.

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Al sur del Equanil (2004), escrita por Rodríguez siempre ha causado la

sensación de ser una obra autobiográfica, posiblemente por poseer una narrador

autodiegético, como lo denominó Genette (1989), un estilo narrativo anecdótico y un

lenguaje coloquial, propio de la palabra hablada. Pero el tipo de narrador en una obra

no determina por sí solo si es o no autobiográfica, pues hay una serie de protocolos y

de convenciones de naturaleza social que determinan el género de una obra. Estas

formalidades organizan los elementos aparentes y superficiales, clasificándolos y

dándoles un nombre que ejerce una fuerza represora, forzando muchas veces a que

una verdad que parece mentira, no sea creída.

Cuando leemos sobre el autor de Al sur del equanil y, en casos afortunados, al

escucharlo, se despierta esa sensación de la que hablamos, sintiendo que el narrador

y personaje principal tienen vida más allá del texto que les contiene. Pero ¿cumple

esta obra con lo necesario para ser autobiográfica? ¿En qué consiste realmente una

autobiografía?

Esta obra es reconocida ampliamente como una novela. Su condición

metaficcional así lo reafirma, pero la sospecha continúa. Existen obras fronterizas, en

ellas conviven géneros en teoría adversos.

El crítico es un cazador, parte en busca de la realidad de un fenómeno, intenta

atraparlo en su red de palabras, pero estos son huidizos, generalmente más astutos que

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sus cazadores. La gran dificultad de esta búsqueda, es que la realidad, la verdad y la

objetividad se ven ante un espejo, instrumento de naturaleza indomable. Solo la

destrucción puede con él y aun así su imagen y la distorsión que causa no se borra

fácilmente de la memoria.

Esta investigación, como toda investigación, ha dado los más diversos giros,

empezando como una mera comprobación para saber si la obra que vamos a estudiar

pertenece o no al género autobiográfico y finalizando con la afirmación de un tipo de

escritura distinto.

Empezamos nuestro trabajo dando un vistazo a la historia de las teorías

autobiográficas, este vistazo lo hacemos con las teorías y no con la historia de la

autobiografía porque la definición que se tenga sobre el género cambia la historia del

mismo y las obras que se podrían o no incluir.

Luego, dentro del mismo capítulo veremos las teorías más importantes para

nuestro análisis. Entre ellas se encuentran las de Lejeune (1991) y las de Gusdorf

(1991). Lejeune se concentra en lo convencional, en aquella serie de reglas que se

establecen a nivel social, para el cumplimiento no solo de los requisitos de un género

literario, sino de la obra autobiográfica convertida en un documento legal. Esto le da

al lector la responsabilidad de juzgar y supervisar el cumplimiento de las

formalidades que Lejeune cree son infaltables para que un una obra sea considerada

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autobiográfica. Gusdorf nos da un análisis de carácter más antropológico, este acerca

el hombre al texto teniendo en cuenta la cultura a la que este pertenece. Esta teoría es

para nosotros el principal mirador desde el cual observaremos Al sur del equanil.

En el segundo capítulo conoceremos un poco al responsable de la novela,

Rodríguez, su vida, obra y el contexto sociocultural que rodea la novela.

Construiremos un pequeño esbozo autobiográfico partiendo de diversas entrevistas

realizadas al autor, bien sea escritas o audiovisuales. También tomamos en cuenta

varias cronologías escritas por el mismo autor, algunas de las cuales aparecen en sus

propias obras, también usaremos la cronología escrita por Araujo para la edición de

Monte Ávila de Al sur del equanil de 1972.

En el tercer capítulo buscaremos al autor dentro de la novela. Entre teorías e

interpretaciones trataremos de rescatar, no solo a la figura social llamada Rodríguez,

también iremos tras la búsqueda del hombre o lo que queda del hombre en la obra

escrita.

Revisaremos diversas nociones implicadas en el tema de la autobiografía sin

ser necesariamente teorías sobre la autobiografías, entre estas, la noción de autor

desde las teorías de Foucault (1999) y Sprinker (1991). También revisaremos algunas

nociones sobre la metaficcionalidad, ya que creemos que la presencia de este

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fenómeno nos puede dar una visión particular sobre un posible punto de convergencia

entre dos géneros como lo son la autobiografía y la novela.

Veremos bajo las ya mencionadas teorías de Lejeune, si Al sur del equanil es o

no autobiográfica y bajo las teorías de Gusdorf qué tan distante puede estar una obra

de quien la escribe. Finalmente veremos cómo es construido un texto bajo elementos

de uno y otro género, como lo son la autobiografía y la novela, analizaremos el

resultado de este interesante fenómeno.

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CAPÍTULO 1

CONSIDERACIONES TEÓRICAS SOBRE LA AUTOBIOGRAFÍA

1.1 Sobre la historia de la autobiografía

¡Qué pena que toda la metafísica haya resultado hasta la fecha tan inconcebiblemente improductiva! El secreto del ser humano sigue siendo como el secreto de la Esfinge: una adivinanza que no sabe desentrañar.

Thomas Carlyle, Sartor Resartus

Precisar la fecha o la obra que dio origen a la práctica autobiográfica es tarea

complicada, determinar su origen, depende del concepto e interpretación que se tenga

sobre la misma, aplicándose de alguna manera lo que nos dice Lejeunne (1991), “La

historia de la autobiografía sería entonces, más que nada, la de sus modos de

lectura…” (p. 59). Dentro de los estudios teóricos sobre la autobiografía existe cierto

consenso en creer que esta práctica tomó relevancia a partir del siglo XIX, por lo

menos bajo este nombre y que el término autobiografía en lengua inglesa fue

popularizado por el poeta y biógrafo inglés Southey. Dos de los teóricos que afirman

esto son Weintraub (1991) y Bruss (1991).

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Weintraub cree que “Aunque puede que el instinto autobiográfico sea tan

antiguo como la escritura” (p. 18) sería el historicismo el responsable de que la

autobiografía se haya convertido en una manifestación propia del hombre de la

modernidad. Bruss, por su parte, señala que la autobiografía “no siempre ha existido”

(p. 64), dándole una gran importancia a la consolidación teórica y social de los

géneros. Para esta autora, muchas obras antiguas pueden parecer autobiografías,

pueden tener intenciones autobiográficas, pero a falta de una convención social que

las defina como tal y las distinga de otros tipos de discurso, no lo son. Establece que

lo que le da valor y existencia a un género, son las convenciones sociales y las

características que le distinguen de otros tipos de discurso, especialmente su

intencionalidad es decir, el para qué fue escrito.

Otros como Arfuch (2002), nos dice que es con Las Confesiones de Rousseau

(1766, citado en Arfuch, 2002) cuando empiezan a definirse los límites de la

autobiografía como género y a configurarse el espacio privado frente al espacio

público.

Sprinker (1991), cree que la dificultad de determinar el origen de la palabra, es

evidencia del problema del autor, cuestionando la importancia de éste como un ser

subjetivo que produce un texto. Comenta también, que es Southey a quien se le

atribuye el uso del término por lo menos en lengua inglesa (Autobiography), y que

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según Pierre Larousse la forma francesa deriva de la inglesa y en el alemán es Herder

a quien se le cree el creador de la Selbstbiographie.

Lejeune en su teoría El pacto autobiográfico (1991) se concentra sólo en la

literatura escrita desde 1770. Según él desde esa fecha los textos considerados

autobiográficos corresponden al concepto que hoy tenemos de autobiografía.

Gusdorf (1991) toma como referencia inicial Las Confesiones de San Agustín y

establece que su origen “Tiene lugar en el momento en que la aportación cristiana se

injerta en las tradiciones clásicas” (p.9). En cuanto a la cuestión del género, a

diferencia de Bruss (1991), Gusdorf no cree que haga falta que se reconozca la

existencia del mismo para que exista, nos dice con precisión:

La autobiografía existe de todas todas; está protegida por la regla que protege a las glorias consagradas, de modo que ponerla en cuestión parece ridículo. Diógenes demostró el movimiento andando, en su disputa con el filósofo eleata que pretendía por la autoridad de la razón, impedir a Aquiles que atrapase la tortuga. De manera similar, felizmente la autobiografía no ha esperado que los filósofos le otorguen el derecho a la existencia. (p. 9)

El enfoque de Gusdorf es de carácter antropológico. La verdad de la

autobiografía y su capacidad en darnos a conocer el mundo de quien escribe reside en

el hombre, en el sujeto que escribe, sus teorías parten del hombre y su cultura.

Determina que la autobiografía es una práctica desarrollada en la cultura occidental

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sólo posible por la conciencia individual que aquí se desarrolló. En contraste con

Occidente se encuentran las culturas orientales y descendientes de antiguas culturas

tribales del mundo; en donde el individuo solo existe en función de un colectivo y la

concepción del tiempo es circular y no lineal, por lo tanto, todo se repite; perdiendo

importancia la historia de una existencia en particular. En estas culturas que carecen

históricamente del concepto de individuo se han dado algunos casos de autobiografías

los mismos son producto de la influencia occidental en el proceso de colonización.

En cuanto a las Confesiones de San Agustín (1964), es una referencia

obligatoria de la práctica autobiográfica. Desde el título queda en evidencia la

intención del autor en contar sucesos vívidos por él. Aquí el hombre se manifiesta en

función de una fuerza superior a él, en función de Dios. En las Confesiones la

construcción de las experiencias, no están hechas en función de una individualidad,

sino de lograr la redención, la limpieza del alma, muchas de esas experiencias son en

realidad conclusiones a las cuales llega por referencia. Es decir, no a través de su

memoria sino de lo que llega a saber a través de los otros; “Esto me han dicho que

hacía yo, y lo creo, pues así vemos que lo hacen los otros niños; por que de mí no me

acuerdo” (Agustín, 1964 p. 15) San Agustín no va en busca de su propio ser, no está

buscando la vida en función de sí mismo, por ello no construye con base a su

memoria. Aunque de alguna manera Dios es la búsqueda del perdón de Dios a través

de sí mismo.

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En cuanto a los estudios sobre la autobiografía, según Loureiro (1991), uno de

sus principales y primeros teóricos fue el filósofo alemán Dilthey, quien dedicó su

trabajo principalmente al estudio de las ciencias del espíritu. Dentro de sus teorías

Dilthey le daba una gran importancia al mundo interior como medio para entender el

mundo exterior. Analizando la forma en que cada individuo construye sus vivencias,

para luego contarlas, podemos entender mejor una época histórica determinada.

Olney divide en tres etapas importantísimas el desarrollo de los estudios de la

autobiografía en la historia: la etapa del “autos”, del “Bios” y de la “Grafé”. (1980,

citado en Loureiro, 1991, p.3) Loureiro nos explica esta propuesta hecha por Olney al

decirnos que cada etapa pertenece a cada elemento de la palabra autobiografía, la cual

definiría y concentraría el poder de la autobiografía en darnos a conocer el mundo de

quien escribe. Iniciaría con la etapa de la bios siendo Dilthey uno de sus mayores

estudiosos. En esta etapa es la bios la que define la autobiografía, la verdad de la

autobiografía. Luego sigue la etapa del autos o del yo, iniciada por Gusdorf, con el

articulo Condiciones y límites de la autobiografía y, por último, nos quedaría la etapa

de la grafé, aquí el texto ya no es más una simple herramienta, es el que define la

verdad de la autobiografía, al sujeto y a la vida misma.

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1.2.-La autobiografía

La autobiografía es una práctica de difícil definición. Ha sido sometida a fuertes

escrutinios y aunque su conceptualización como género es tarea ardua, su práctica de

una u otra forma continúa jugando entre los límites de diversos géneros discursivos;

El tema de si se considera como género o no es motivo de diversas discrepancias.

Muchas teorías se centran en la autobiografía como género, otras van más allá

del término, más allá de la forma básica del texto y de cualquier restricción genérica.

Algunos especialistas en el tema tratan de definir cuál es la verdadera naturaleza de la

autobiografía, ¿qué constituye lo verdaderamente autobiográfico dentro de un texto?

Aquí habrá que tener en cuenta lo que nos dice Olney (1991), hay que distinguir entre

el sustantivo autobiografía y el adjetivo autobiográfico, es decir algunos hablan de la

autobiografía como un objeto, o sea un género discursivo con unas características

específicas, otros de lo autobiográfico, de la cualidad autobiográfica de un texto. Pero

aunque con esta aclaración parece que se estableciera una distinción clara, el

problema va más allá de un asunto terminológico. Así como un texto visto de forma

convencional como ficcional puede tener características autobiográficas, un texto

visto tradicionalmente como una autobiografía, puede ser más ficción que cualquier

novela.

Entonces cabría la pregunta ¿cuándo podemos considerar un texto como

autobiográfico? La respuesta a esta pregunta, nos atreveríamos afirmar, depende de

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la percepción que tenga el estudiosos o el lector de todos los elementos que entran en

juego en la autobiografía, estos elementos serían en principio los que componen la

palabra autobiografía: autos, bios y grafé (yo, vida y texto). Cada uno de ellos

constituye un problema teórico por sí solos. Loureiro (1991) lo resume de forma

sorprendente con las siguientes palabras:

Al pretender articular mundo, yo y texto, la autobiografía no puede ignorar el acoso creciente a que están siendo sometidos conceptos como historia, poder, sujeto, esencia, representación, referencialidad, expresividad. Debemos añadir además las complicaciones implícitas al medio del que se sirve el autobiógrafo para relatar su vida-es decir, el lenguaje-… (p. 3)

Esta es la principal razón de la existencia de tantas lecturas distintas sobre la

autobiografía. Cada elemento que interactúa en el acto de contar la propia vida, es por

sí solo un problema de naturaleza compleja, generando las más diversas

consideraciones e interpretaciones, llegando al punto de escuchar muchas veces a

especialistas y lectores. En general, hablar de obras que algunos consideran ficción

como autobiografías y viceversa.

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1.3 Las convenciones

Algunos autores buscaron la manera de solucionar estos dilemas interpretativos a

través de las convenciones de carácter social implícitas en un género literario. Según

Bruss (1991), “Fuera de las convenciones sociales y literarias que la crean y la

mantienen, la autobiografía no tiene características; de hecho, no tiene existencia en

absoluto” (p.62). Estas convenciones son difíciles de enumerar, ellas mutan con cada

sociedad y se ajustan a las normas jurídicas, al concepto de propiedad, al concepto de

individuo y a los valores morales e institucionales de una sociedad determinada.

También nos comenta sobre la necesidad de los géneros literarios como una vía

para el mejor entendimiento de una obra. La existencia de un estilo o categoría

particular de escritura depende de aquello que le diferencia de otras formas de

discurso, entonces la autobiografía y la ficción existen básicamente por sus

diferencias, ellas son las que delimitan su territorio y su significación. Un género le

indica al lector como debe ser leído un texto, de esta forma el lector se enfocará, por

ejemplo, en que un texto autobiográfico dice la verdad o no partiendo del

señalamiento que haga o no el autor de que ese texto fue escrito con esa intención.

Bruss, nos comenta sobre “los actos elocuciorarios” (1991, p.64), Es decir, una obra

está definida por los papeles que juegan los elementos que participan en el texto, el

autor y el lector principalmente; la intención de un discurso, por parte del autor, debe

ser clara para que éste sea entendido por el lector.

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Bruss, insiste también en una serie de reglas para que un texto sea una

autobiografía, entre estas se encuentran la veracidad y la identidad; cuando un

individuo escribe sobre sí mismo, la información suministrada debe ser verídica y su

identidad no debe ser motivo de discusión, quedando claro que el protagonista y el

autor son la misma persona.

Otro de los teóricos que nos habla de la convenciones es Lejeune (1991), quien

plantea el denominado “pacto autobiográfico”. Para este teórico francés lo importante

además de la veracidades es la coincidencia entre la identidad del autor, narrador y

personaje principal.

Un texto se puede considerar autobiografía, solo si la identidad del sujeto,

personaje principal y narrador, coinciden. Además, el autor debe establecer de forma

clara que el texto es la historia de su vida y que lo narrado está apegado a la verdad,

es una forma de compromiso legal entre el autor y el lector.

Las teorías de Lejeune son profundamente taxonómicas. Clasifica y crea un

inventario de todos los posibles casos y situaciones que se pueden presentar con

respecto a la identidad en una obra, tratando de evitar cualquier vacilación o hueco en

el contrato que pueda ocasionar que una obra sea considerada como algo que no es.

El texto debe dar la garantía y aclarar cuál es su función y propósito, de acuerdo a los

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“contratos de lectura” (p. 48) como “el pacto autobiográfico” para así evitar

confusiones.

Se aleja de planteamientos transcendentales que dejan a la autobiografía como

algo dado a la interpretación. Como bien señala Lejeune, “Una identidad es o no es.

No existe gradación posible, y cualquier duda implica una conclusión negativa” (p.

48). Pero si bien Lejeunne parece darnos orden en medio de un caos interpretativo,

siempre nos quedan dudas sobre aspectos como el lenguaje, el autor, el nombre

propio y la firma.

Las convenciones nos llevan a creer en algo, depositar nuestra fe en un objeto,

en un ser, en una institución. El ejemplo más claro lo podemos encontrar fuera de la

literatura, en el ámbito económico, el papel moneda de cualquier país tiene un valor

mientras exista un estado, una firma del presidente de un banco central, etc. que lo

respalde, así funciona la autobiografía, la firma del autor, la coincidencia de identidad

basta para otorgarle una carga de veracidad a un texto que puede carecer de ésta, pero

le otorga a la sociedad la facilidad para juzgarlo en caso de que cumpla, o no, con la

veracidad del contenido.

Pero aunque las convenciones sociales son las que definen la mayoría de los

hechos de nuestra existencia, no podemos evitar pensar en la naturaleza de cada

objeto que nos rodea y de cada actividad que realizamos, más allá de

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convencionalismos y reglas. Es más, son esas reflexiones que tratan de ver más allá

de lo aparente, las que ayudan a establecer mejores lineamientos y reglas en la

sociedad.

La autobiografía no es una excepción, si bien el cumplimiento de ciertas

condiciones por parte del autor nos da una sensación de claridad y de orden. No

deberíamos restringir la naturaleza de todos los elementos que intervienen en el acto

autobiográfico a la rúbrica de quien escribe.

Pero existen otros autores quienes se concentran más en la naturaleza de cada

elemento que interviene en la autobiografía y su mutua interacción, tratando de

entender si el sujeto que escribe su propia historia puede verse a sí mismo y narrar su

vida, su mundo interior, si el lenguaje es capaz de manifestar ese yo; y si ese yo al

intentar contar su historia es definitivamente quien habla.

1.4 Un enfoque antropológico de la escritura

La mayoría de las teorías sobre la autobiografía y sobre la literatura en general

someten al texto a una serie de exámenes que requieren como condición principal

apartarlo del hombre, eliminar al sujeto real, de cualquier explicación sobre el texto, e

ignorar su interacción con el mismo. Uno de los estudiosos que escudriñan dentro de

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la esencia de quien la escribe, es Gusdorf (1991), quien va más allá de la apariencia

superficial del texto, de las convenciones o de los requisitos legales.

Busca al hombre y desde él propone una teoría que no lo elimine del mundo,

sino que le de participación activa en aquello que él crea. Desecha la objetividad en la

autobiografía, es decir, buscar al protagonista del relato en la narración aparentemente

fiel de unos hechos. Contar la propia historia es una tarea de introspección, el autor

mira dentro de sí para encontrar lo que va a contar, el héroe de su historia yace en sus

recuerdos y los anhelos de lo que hubiese querido vivir. La recuperación fiel e

íntegra del pasado, solo es posible mediante una reconstrucción a partir de lo que se

es y no de lo que se fue. El autor se autocrea, se construye a sí mismo con lo poco o

mucho que su memoria le permita, pero su imagen no corresponde a su memoria,

corresponde a lo que él cree desde el presente, desde su conciencia de creador que es.

Para Gusdorf, la verdad y el verdadero conocimiento a transmitir en una

autobiografía, reside en el interior de su autor. Por lo tanto la crítica debe tener en

cuenta esto para analizar con mayor eficacia la autobiografía, nos dice con exactitud:

Toda obra de arte es proyección del domino interior sobre el espacio exterior, donde, al encarnarse, toma conciencia de sí. De ahí la necesidad de un segundo tipo de crítica, que, en lugar de verificar la corrección material de la narración o de mostrar su valor artístico, se esfuerce en entresacar la significación íntima y personal, considerándola como el símbolo de alguna manera, o la parábola de una conciencia en busca de su verdad personal propia (p.16).

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Por ello Gusdorf no excluye la obra del artista como posible autobiografía o

parte de una autobiografía que aún no se escribe “Habría, entonces dos versiones, o

dos casos, de autobiografías: por una parte, la confesión propiamente dicha, y por

otra, toda la obra del artista, que se ocupa del mismo material pero con toda libertad y

trabajando de incognito” (p.17). Puede que la obra del artista a pesar de no reflejar

las experiencias vitales de forma directa, proporcione la misma información que la

autobiografía, al ser sus procesos de creación y origen casi los mismos. Es decir, el

mundo interior de quien escribe, solo que cada uno corresponde a determinadas

convenciones sociales que los determina y separa, como si sus naturalezas fueran

completamente distintas. La ficción correspondería entonces a un mundo interior que

cuenta con mayor libertad para ser narrado. La autobiografía a un mundo interior

reconstruido, acomodado a las necesidades del presente y de los requisitos legales.

Jay (1984), en El ser y el texto, evita las complicaciones de tratar de definir y

establecer los límites de la autobiografía como género autobiográfico. Por lo tanto se

concentra en la autorreflexividad y la autorrepresentación que puede estar en diversas

obras literarias. Analiza el problema en la que el autor se tiene por objeto. A través de

Freud nos comenta sobre el problema de la memoria, la veracidad, la representación y

el lenguaje:

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Freud incide aquí sobre el hecho de que el pasado que se representa en el análisis es discursivo a la par que simbólico. El material que se rememora no es tanto el pasado “puro” sino más bien una narración creada en el presente, a medida que el sujeto reelabora materiales conscientes y subconscientes. La perspectiva presente del sujeto contiene la clave de los “síntomas”, por lo que puede autorizar y llevar a cabo la cura. (p.31)

Esto nos lleva a pensar en que cualquier discurso creado por una persona con la

intención de expresar su propia vida, sea verídico o no, proporciona una información

válida sobre el autor de dicho discurso, tan válida que puede conseguir la sanación

por medio de éste.

También nos hace reflexionar en los procesos de representación, como algo

creado por alguien puede tener tanto valor para el psicoanálisis a pesar de su falsedad.

Las creaciones literarias son un modo de autorrepresentación a través de la fantasía o

de otras realidades, no se trata de crear una cacería de brujas en busca de las

perturbaciones del escritor o de buscar cada coincidencia entre la vida de los autores

y su obra. Se trata de entender que todo proceso de creación inicia y finaliza en el

mundo interior, es ordenado allí y proviene de la experiencia y la memoria, aunque

no corresponda de forma directa a una realidad exterior.

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20

1.5.- La memoria y la autobiografía.

Olney (1991), se ocupa de la capacidad de la memoria de recuperar lo vivido.

Aborda la autobiografía desde un punto de vista ontológico. El ser de la autobiografía

está en el bios, elemento que compone la palabra autobiografía, proveniente del

griego y cuyo significado es vida. La representación de la vida es una de las grandes

dificultades en la autobiografía. Para Olney la vida es lo que es en el presente y no lo

que fue, concentrándose en las distintas formas en que la vida puede llegar a ser

representada y el papel que la memoria juega en esta representación. Basándose en

Erickson, al cual cita en su trabajo “los recuerdos… son una parte intrínseca de la

realidad en la que surgen” (1991, p. 37) ¿Es posible traer el pasado tal como fue? ya

que nuestros recuerdos corresponden a nuestra idea que en el presente tenemos de las

cosas que fueron, su sentido y significación se encuentra respaldado en nuestro

presente, no es lo que fue sino lo que creemos que fue.

Olney, considera que pueden darse muchas y muy distintas representaciones de

uno mismo, esto de acuerdo a la persona que las escribe. Hay muchas formas de ver

la vida y de vivirla por lo tanto habrá muchas formas de representarla. La vida solo se

da una vez y su recuperación a través del lenguaje está limitada por la naturaleza del

mismo.

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21

El yo y el texto

Eakin (1991) establece que es necesario que el autor establezca y deje en claro su

identidad a la hora de escribir una autobiografía, para evitar confusiones y distinguirla

de otros tipos de textos. Eakin sigue persistiendo en la preocupación por la forma del

texto, en el cumplimiento de requisitos que mantenga cierto orden interpretativo.

Aunque no se queda solo en las convenciones y analiza el poder del discurso de forjar

el yo y la vida, cuestionando la autonomía del yo, debido a la relación indisoluble que

existe entre este y el lenguaje, dice claramente Eakin que:

Si el discurso autobiográfico nos alienta a situar el yo antes que el lenguaje, el carro antes que el caballo, el hecho de que nuestra resolución a hacerlo así sugiere que el poder del lenguaje para forjar el yo no solo es eficaz, sino que incluso sustenta la vida, y es necesario para desarrollar la vida humana tal como la conocemos (1991, p. 83).

Esta relación, entre el lenguaje y el yo, no solo existe en el acto autobiográfico

sino también en la formación misma del concepto sobre el yo. Desde la infancia el

desarrollo de la conciencia está relacionado al desarrollo del lenguaje, y el acto de

nombrar, se encuentra relacionado a un proceso de concientización de que los objetos

y en general todas las cosas existen independientes unas de otras. Por ello, el yo, su

existencia y narración, en el caso de la autobiografía, dependen irremediablemente

del lenguaje y de su capacidad para nombrar y definir.

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Otro autor como De Man (1991), reflexiona sobre el papel que juega el

lenguaje en la autobiografía. Así comenta:

Pero ¿estamos tan seguros de que la autobiografía depende de un referente, como una fotografía depende de su tema o un cuadro (realista) depende de su modelo? Asumimos que la vida produce la autobiografía como un acto produce sus consecuencias, pero ¿no podemos sugerir, con igual justicia, que tal vez el proyecto autobiográfico determina la vida, y lo que el escritor hace está, de hecho, gobernado por lo requisitos técnicos del autorretrato, y está en todo momento determinado en todos sus aspectos por los recursos técnicos de su medio? Y, puesto que la mimesis que se asume como operante en la autobiografía es un modo de figuración entre otros, ¿es el referente quien determina la figura o al revés?. (p.113)

A pesar de las limitaciones del lenguaje para crear, el escritor recrea y esas

recreaciones están determinadas por las condiciones del lenguaje en sí, es el lenguaje

el que redefine el nuevo mundo creado. La vida como fue ya no es más y solo queda

el lenguaje.

De Man se interroga acerca de la capacidad que tiene el lenguaje para crear, o

mejor dicho para sustituir objetos reales y seres vivientes de revivir el pasado a través

de los tropos del lenguaje, sustituyendo la realidad por palabras, aunque parece

plantear la imposibilidad de la autobiografía ¿si el lenguaje no puede recrear el

pasado entonces es posible el acto autobiográfico? De Man dice:

En cuanto entendemos que la función retórica de la prosopopeya consiste en dar voz y rostro por medio del lenguaje, comprendemos también que

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de lo que estamos privados no es de vida, sino de la forma y del sentido de un mundo que solo nos es accesible a través de la vía despojadora del entendimiento. La muerte es un nombre que damos a un apuro lingüístico, y la restauración de la vida mortal por medio de la autobiografía (la prosopopeya del nombre y de la voz) desposee y desfigura en la misma medida en que restaura. La autobiografía vela una desfiguración de la mente por ella misma causada (1991, p.118).

El cree en una especie de toma y dame entre el lenguaje y la vida. El lenguaje

toma ciertos elementos de la vida, los reconfigura, representa y hasta cierto punto,

crea una nueva forma de vida.

Hemos visto diversos planteamientos desde los principales elementos que

constituyen el fenómeno autobiográfico, los cuales pretenden explicar y dar una luz

sobre este fenómeno para procurar su entendimiento. Tomaremos dichos elementos y

analizaremos las cualidades autobiográficas en Al sur del equanil (Rodríguez, 2004).

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Capítulo 2

Renato Rodríguez

(René Augusto Rodríguez Morales)

2.1 Bios

Si definir, conceptualizar y representar la propia personalidad, como en el caso de la

autobiografía, es complicado, consideramos que lo es mucho más definirla por un

otro cualquiera. La primera forma tiene que combatir el propio reflejo, el ego y su

debilidad por la grandeza; la última tiene que combatir los mismos problemas de

representación que la autobiografía, además de la distancia, las formalidades, el

lenguaje rígido, los estereotipos o calificativos apresurados y en algunos casos hasta

la indiferencia por parte del autor.

Para nosotros hablar de la vida de Rodríguez es hablar de su obra, no solo por

la carga autobiográfica de esta, sino porque Rodríguez ejerció el oficio de escritor

como una forma de vida. Su vida fue vivida con un gran sentido de aventura y en

esencia podríamos decir de forma muy literaria, tal vez para él no solo se trataba de

simples acontecimientos cotidianos, sino de los nuevos argumentos y la vitalidad de

su próxima obra. Por ello, cuando leemos o escuchamos a Rodríguez en alguna de sus

entrevistas es oír a muchos de sus personajes. Tal vez será que ellos se inspiraron en

su creador para tener algo interesante que contar.

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Pero hemos hecho el esfuerzo por sacar algunos datos biográficos, guiados por

sus libros, por las crónicas en sus contratapas y algunas entrevistas obtenidas en

formato audiovisual. Teniendo preferencia en resaltar sus anécdotas más conocidas.

Por ello, este extracto de la Bios de Rodríguez tiene la precisión y la veracidad de la

anécdota y está sujeto a la fragilidad de la memoria. También hay muchos hechos que

no podemos explicar como se explica un concepto teórico. La ausencia de alguna

explicación se debe no solo a la ausencia del dato con precisión, sino al olvido por

parte del mismo Rodríguez. Le hemos dado relevancia a aquellos datos que nos

suministró por una u otra vía el mismo autor. Creemos que someter a una autopsia

biográfica a Rodríguez, es investigar su cadáver y no su persona, no el personaje que

se hace llamar autor, aquel que vivió para tener algo que escribir, o mejor dicho

escribió porque tenía algo que contar.

René Augusto Rodríguez Morales, es el nombre legal o de nacimiento de

Renato Rodríguez, nombre legal del autor, a quien llaman René desde sus estudios en

el bachillerato para diferenciarlo de otro alumno que estudiaba con Rodríguez, quien

también se llamaba René y según nuestro autor, tenía más derecho en llamarse René

que él por ser de origen francés.

Nace en 1927, el día 8 de Julio, en Porlamar, Isla de Margarita, según la

cronología escrita por el mismo Rodríguez en la edición de Al sur del equanil (2004).

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Y el 3 de Julio, según Araujo, en la cronología que realizó para la cuarta edición de la

novela publicada por Monte Ávila Editores (1972). Según esta última fecha celebraría

el cumpleaños el mismo día que Kafka y que el protagonista de Al Sur del Equanil,

solo que Kafka nacería en 1883, cuarentaicuatro años antes; y del protagonista de la

novela, no tenemos fecha de nacimiento ni nombre, solo que se le empezó a escribir

aproximadamente en 1949. Con Kafka no solo compartiría fecha de nacimiento y

oficio, sino la peculiar relación con, como lo llamaba Rodríguez, Mein Vater (mi

padre). Con el protagonista de Al sur del equanil compartiría el oficio de la escritura

y tal vez un poco de su experiencia vital.

Su madre se llamaba Blanca Morales y su padre Renato Rodríguez. Desde su

infancia Rodríguez estaría en un constante desplazamiento, algunos de sus primeros

años transcurren entre la Isla de Margarita y Caracas. Desde su infancia empieza la

inquietud por la lectura, o mejor dicho por aquello que le leían, gracias a la madrina

de Rodríguez, a quien él llama su abuela. Ella le leía con mucha frecuencia y también

le llevaba a un cine de Porlamar el cual pertenecía a unos hermanos de apellido

Rosario, siendo el cine otra de las grandes inquietudes de nuestro autor. Luego la

familia de Rodríguez se muda a las Trincheras, por ello su abuela no le puede leer

más, el primo de Rodríguez, Rodríguez Cuello es quien le continúa leyendo, pero

también este después de un tiempo no le lee más. Rodríguez decide aprender a leer,

lográndolo en una semana, para poder leer por su cuenta todo aquello que ya le

habían leído.

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Estudia en diversas escuelas y colegios de Carúpano, Porlamar, Caracas y Los

Teques. En Margarita estudió hasta el sexto grado ya que no había bachillerato en la

Isla y se traslada a Carúpano para cursar el primer año, luego se moviliza a Los

Teques al Liceo San José, el cual es un colegio Salesiano. En noveno grado

aproximadamente, experimenta una crisis espiritual, la cual lo lleva a rezar el rosario

y a comulgar todos los días. Piensa entrar al seminario y lo consulta con el padre

Isaías Ojeda, quien le aconseja que no lo haga “Chico tú tas loco, tú no sirves para

cura, si te metes al seminario no terminas la carrera, si terminas la carrera ahorcas los

hábitos y si no ahorcas los hábitos lo más seguro es que seas un cura sin vergüenza, lo

cual es peor” (Rodríguez, en Coelho, 2009*) Frustrado sin saber a que dedicarse en el

futuro le consulta al padre Ojeda, quien le aconseja dedicarse a la escritura.

En el liceo San José compone un soneto a la virgen para un concurso, en el

cual obtiene el tercer lugar:

Siempre de cuerpo, sangre y alma pura fuiste y nunca las manchas del pecado, de ti que al mundo salvador has dado mancharon la prístina hermosura. Madre de dios o fuente de dulzura preserva al hombre del mortal pecado no lo dejes jamás desamparado de la vida en esta senda dura Cuando tu imagen evocar quería, siempre evoqué al cielo azul y hermoso, pero ni el cielo azul satisfacía mi aspiración ni el acto esplendoroso. Aunque grande el sol y el cielo bello de tu belleza son solo un destello.

(Rodríguez, en Coelho, 2009) (1)

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Rodríguez se graduó de Bachiller en ciencias físicas y matemáticas en el

Liceo San José. Decide estudiar Ingeniería en la Universidad Central de Venezuela,

cuando esta facultad quedaba en el Trapiche de la hacienda Ibarra, siendo el decano

Santiago Vera Izquierdo. Esta decisión de estudiar ingeniería tal vez estuvo influida

por el padre de Rodríguez, quien decretó, cuando Rodríguez nació que debía ser

ingeniero, posiblemente porque era la profesión a la cual el padre de Rodríguez se

quiso dedicar y no lo pudo llevar a cabo. Convencido de que la ingeniería no era lo

suyo, cansado y aburrido de la universidad, abandona sus estudios y se va para

Colombia. Allí decide entrar en la Escuela Militar de Ramírez donde obtiene otro

título de bachiller.

En la década de los cuarenta se interesa por el mundo de la política, sin saber

muy bien por qué. Se inscribe en el recién fundado Partido Social Cristiano Copei, le

asignan el carnet número cuarentaisiete. Pero en 1959 decide distanciarse de la

política por experiencias negativas, ya que dentro del partido se manifiesta contrario a

las ideas de Caldera, por ello lo acusan de conspirador dictándole en un par de

ocasiones órdenes de detención en su contra por la Digepol. Por estos hechos

abandona el cargo de secretario general de Copei de Sabana Grande.

A finales de la década del cuarenta, conoce a un agente teatral y a un cantante

valenciano llamado Gustavo Sosa, quien lo contrató como su representante en

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Suramérica, este trabajo lo lleva a viajar por varias regiones del continente. Estando

en Lima, Perú, establece amistad con toreros y llega a torear como aficionado. En

Santiago de Chile, se encuentra a Ramón Reina, un cubano que conoció en Lima,

quien venía con una compañía de Zarzuela. Gracias a él se relaciona con muchas

personalidades en Santiago, entre esos se encuentra Mario quien es escritor y le

profetiza a Rodríguez “tú eres David, David es un personaje de un libro mío, es el

retrato tuyo y David es escritor y tú debes ponerte a escribir” (Rodríguez, en Coelho,

2009). Es en Santiago de Chile, tal vez motivado por la profecía de Mario y por los

consejos del padre Ojeda, donde inicia sus prácticas de escritura. Uno de sus primeros

escritos es un relato sobre el asesinato en un burdel.

Alrededor de los años sesenta se va a Francia. Estando allá trabaja en los

puertos del Rhin y como recepcionista nocturno en un hotel, entre otros muchos

trabajos. Estudia en la Sorbona, por la necesidad de justificar ante el gobierno francés

su estadía en ese país. Estudia Letras pero no culmina. En Francia conoce en un lugar

nocturno a “Batamba” un personaje de origen aragüeño, su nombre real era Héctor

Hernández. El nombre de Batamba lo usa en La noche escuece (1984). Es en esta

novela donde se cuenta la historia de Pedrito el artista, inspirado en un ladrón que

robó a la madre de Rodríguez cuando este era un niño. Por ello, Rodríguez en algún

momento de su infancia piensa en ser ladrón cuando sea adulto.

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Durante mucho tiempo intenta escribir y acumula en 11 años un lote de

papeles. Por el año de 1962 regresa a Venezuela. Estando en Caracas conoce a un

librero de nombre Félix Alvarado, dueño de la famosa librería Ulises, en donde se

reunían y algunas veces redactaban sus publicaciones los miembros de El Techo de la

Ballena, esta librería quedaba en la calle El colegio de Sabana Grande y su dueño es

quien distribuye la primera edición de Al sur del equanil, pero éste y algunos de sus

empleados fueron apresados por la Digepol, la librería quiebra. El nombre de la

novela surge de una confusión en la cual se ve involucrado Salvador Garmendia. Le

preguntan un día a Rodríguez sobre qué estaba escribiendo, Rodríguez, bajo los

efectos del alcohol se confunde y en vez de responder al sur del Ecuador responde, Al

sur del equanil, Garmendia lo oye, quien aparentemente también se encontraba bajo

los efectos del alcohol y le dice “oye chico esa vaina es muy buena” (Rodríguez, en

Suárez, 2010) (2), refiriéndose a la pastilla, corriéndose la voz de que Rodríguez

había escrito un libro llamado Al sur del equanil y Salvador Garmendia había dicho

que era muy bueno. Esta primera edición de Al sur del Equanil se realiza en el año de

1963, la cual es pagada por un amigo de Rodríguez llamado Mauricio Odremán

Nieto, escritor, artista plástico y cineasta; autor de la que se cree es la primera

película de ciencia ficción venezolana llamada Efpeum (Estructura funcional para

conocerse a uno mismo, 1965). “Ese libro si llevó leña” confiesa Rodríguez (Coelho,

2009).

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A mediados de los sesenta, se va a los Estados Unidos, vive en varias ciudades,

principalmente en Nueva York. Uno de sus primeros trabajos allí fue en el hotel

YCMA donde se encargaba de freír huevos desde las seis y treinta minutos de la

mañana. El olor a huevos fritos lo perseguía a todos lados, y según Rodríguez

producía un efecto narcótico, empezando a pensar cosas de las que nacería otro libro

que terminaría veintitrés años después, El embrujo del olor a huevos fritos publicado

solo hasta el año 2008. Su estilo narrativo en este texto está inspirado en el

contrapunteo de los cantos de campesinos del estado Miranda, en donde la frase

siguiente empieza con la anterior. Estando en Nueva York es asaltado, le procuran

seis cortadas en la mano, dicho suceso quedaría plasmado en otros de sus libros El

Bonche (1976). Lo denominado así, porque ese asalto ocurrió cuando Rodríguez salía

de un Bonche o fiesta. En Nueva York gracias a su continua asistencia a bonches y a

su habilidad para el baile le llaman piernas de goma (rubber legs).

Regresa a Venezuela en 1967 y ese mismo año parte nuevamente a Nueva

York. En esta segunda estadía se amputa un dedo con una cepilladora, a este

incidente Rodríguez lo llama “Mi diploma” (2009) por que estaba haciendo un

trabajo para la Universidad de Nueva York. El trabajo de carpintero se convierte en

uno de sus trabajos favoritos.

Otro de sus muchos trabajos fue como modelo para comerciales de televisión,

su sesión de trabajo más recordada fue cuando modeló para la propaganda de

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cigarrillos Royal. Trabajó en cine, 11 películas aproximadamente; como actor,

escenógrafo y contabilista. Entre esas películas se encuentran Manoa (1981) de

Solveig Hoogesteijn, Compañero de Viaje (1979) de Clemente de la Cerda, Se

solicita muchacha de buena presencia y motorizado con moto propia, de Alfredo

Anzola (1977) y El Huerco de Mario Robles, entre muchas más.

También vive en Alemania. Allí trabaja sesenta horas semanales en una línea

de montaje de una fábrica automotriz. Otra actividad desarrollada por Rodríguez ha

sido la de fotógrafo aficionado a lo largo de su vida, trabaja como free lance para el

diario El Nacional, muchas de sus fotos se encuentran aun en negativo.

En total Rodríguez publica ocho libros entre los que se encuentran algunos que

ya mencionamos Al sur del equanil (1963), De otra demora (1972), El bonche

(1976), La noche escuece (1985), Viva la pasta / las enseñanzas de don Giuseppe

(1985) Ínsulas (1996), Quanos (1997), El Embrujo del Olor a Huevos Fritos (2008)

y, sin publicar, Tropicamentos

En el aspecto amoroso tiene diversos romances en su vida, la mayoría con

mujeres de diversas ciudadanías, extrajeras en su mayoría, entre esas esta una de

origen italiano, con la cual estuvo casado y tuvo tres hijos.

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Gana el Premio Nacional de Literatura en el año 2006. En parte por problemas

en la vista y negándose a escribir a juro, con conciencia de que como dice él “ya se le

acabó la provisión” (Rodríguez, en Coelho, 2009), se alejó de la escritura. Vivió en

Santa Rosalía de Tasajera en el estado Aragua, hasta el momento de su muerte, el día

21 de Junio de 2011.

2.2.- La crítica

La relación de Rodríguez con la crítica ha sido de amor y odio, de abandono y

rescate. Al sur del equanil (2004) y, en general, toda la obra de Rodríguez, ha tenido

los más diversos comentarios los cuales mencionamos más no citamos porque se han

repetido largamente en todos los trabajos críticos sobre el escritor, haciéndose un

poco difícil determinar quien fue el primero en llamarlo de una u otra forma, su obra

ha sido calificada como: “literatura del margen”, su lenguaje como “escatológico”, y

él, ostenta los más diversos calificativos: “outsider”, “irónico”, “rebelde”,

“desenfadado”, “narrador clandestino”, “Henry Miller margariteño”.

Lo relacionan con los más variados escritores venezolanos y extranjeros,

muchos de los cuales él confiesa ni siquiera haber leído cuando empezó a escribir.

Rodríguez admite tener influencias de Juan Rulfo y de venezolanos como García,

Arráiz y Núñez.

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Cuando se publica Al sur del equanil provoca las más duras críticas dentro de

la literatura venezolana. Tanto críticos como escritores le sugieren en línea generales

que la escritura no es la profesión ideal para Rodríguez y su obra un insulto para la

literatura nacional, Silva llegó a calificar su obra como “un improperio literario una

burla sangrienta a la literatura” (Citado en Guzmán, 1986, p.4). Aliso lo llama “no

escritor“(p. 4) y Garmendia lo califica de “loco y embustero” (p.4). Es elogiado

públicamente por diversos escritores como Sábato, Onetti, Rulfo. Otras críticas no

son tan negativas, algunas son más neutrales, hechas como por no dejar pasar

desapercibido, como la escrita por Meneses aparecida en la revista CAL.

Al sur del Equanil es una obra que se lee con cierto desacomodo que obliga a insistir sobre la circunstancia divertida de ese solidario individuo que rueda por los caminos de la tierra y del mar, guiado y sostenido por el milagro de San Cayetanito- para poder dominar siempre las poco gratas circunstancias de la existencia (1983, p. 3)

El cambio propuesto en la obra de Rodríguez no fue bien visto, tal vez ni

siquiera entendido, porque primero que nada no proponía cambio alguno de forma

intencional, pero desde su médula era una literatura diferente. Llevaba dentro de sí

cambios que otros buscaban. No solo pensaba una literatura diferente, sino que la

hacía, la ejercía y sobre todo la vivía de otra manera. Y era una carrera que empezaba

de una forma magistral con Al sur del equanil, una novela que desde cualquier punto

de vista es autorreflexiva, donde la obra se ve en la obra y el escritor en el escritor.

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Rodríguez provocó cierto estupor en el mundo literario por salirse del canon

del cambio, es decir, aquellas reglas y prejuicios que se establecen muchas veces

dentro de las revoluciones, las cuales buscan transformar la forma más no la esencia

repitiendo patrones de aquello que refutan. Revoluciones reaccionarias, que aunque

suene contradictorio, el combatiente se convierte en lo combatido y el grito

revolucionario puede llegar a convertirse con el tiempo en algo predecible y

monótono. El espíritu inquisidor del hombre se manifiesta en los más diversos

ámbitos del acontecer humano como en inquisición política, artística o incluso

científica. El fuego de la hoguera se transformó en fuego de palabras y de

indiferencia. Aunque Rodríguez siempre tuvo contacto con los círculos literarios,

jamás perteneció a ninguno, ejerció la escritura escribiendo, distante de círculos o

movimientos literarios.

Pasaran varios años después de la publicación de Al sur del equanil, para obtener

de la critica la atención que merece. En un artículo de El Nacional se le reivindica con

un comentario que pensamos es muy acertado, publicado en el Papel Literario

suplemento dedicado especialmente a la literatura de El Nacional, allí definen a

Rodríguez como “Un hombre crítico, de gran solidez, dueño de una obra que, además

de reservarse las mencionadas cualidades, es producto de una vocación honesta y

apasionada si es que dichas categorías valen en el campo literario” (Guzmán, p. 4).

Lo cierto es que al leer o escuchar las entrevistas realizadas a Rodríguez, cuando le

preguntan por qué escribió esta o aquella obra, sus respuestas están rodeadas de una

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simpleza extraordinaria,” me senté escribir y ya” (Coelho, 2009), develando una de

las razones más bellas y sinceras para realizar el acto de escritura y es escribir por el

simple placer de escribir, sin mayores pretensiones que el de contar algo que tal vez

pueda interesar, algo vivido, tal vez no en la realidad exterior pero si en el interior, en

la mente, en los sueños o en la vigilia. Rodríguez no se considera escritor porque ser

escritor es un rol social que se ejerce sin necesidad de escribir, él prefiere quedarse

con el oficio aunque irónicamente por ello pierda el titulo de escritor.

La relación de Rodríguez con la crítica en los últimos años fue más óptima,

algunos entusiastas en su obra, entre ellos críticos, escritores o simplemente un

público lector interesado en su rescate, para evitar que la consuma el olvido, el cual es

una peligrosa enfermedad en nuestro país. Es reconocido como un importante escritor

dentro de la literatura Venezolana, aun bajo los adjetivos de outsider y escritor

marginal, pero sabemos que no se encuentra afuera sino dentro, dando esa sensación

porque tal vez su estilo crítico lo ubica así, fue un papel que se le asigno dentro del

mundo literario o tal vez fue un papel que decidió interpretar, tal vez era el que

consideraba más honesto o el que se adecuaba mejor a su escritura. Su importancia y

referencia ha ido adquiriendo poco a poco más fuerza dentro y fuera de los ambientes

académicos. Su nombre aparece en la obra de Araujo Narrativa venezolana

contemporánea (1972), en donde Araujo lo cataloga como uno de los mejores

exponentes de la nueva literatura venezolana, así se refiere a su estilo: “Humor

cáustico, irreverencia, anti academicismo son algunos ingredientes de un estilo que

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consiste en escribir como se habla, sin pretensiones ni coturnos” (p, 342) Así se

refiere a su libro “sonriente y feroz” (p, 342). Rodríguez también está registrado en el

Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina (1995), Dicha referencia

es escrita por Zambrano, lo considera como “una voz muy peculiar de la narrativa

venezolana contemporánea” (p. 4158). También aparece en el Diccionario General de

la Literatura Venezolana (1987) del Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo

Picón Febres” de la Universidad de Los Andes. Es incluido en la Biblioteca Básica de

Autores Venezolanos editada por Monte Ávila 2004 y galardonado con el Premio

Nacional de Literatura 2006.

2.3 Al sur del equanil y su contexto sociocultural

Al sur del equanil se publicó en 1963, pero su proceso de creación data desde 1949.

Los años en los cuales se gesta esta obra, son años convulsivos y de cambios

radicales en Latinoamérica y en el mundo, producto del desgaste de los valores

conservadores occidentales en general. En Venezuela en esos pocos años se producen

muchas transformaciones en el ámbito político. El país viene de una larga y triste

tradición de gobiernos militares. Finalmente, en el año 1948, se produce la asunción a

la presidencia por parte de Gallegos, el cual es electo en 1947 en elecciones libres, las

primeras realizadas en el país de forma directa y secreta. Aunque ese aire de libertad

duró poco y la tradición militar vuelve a imperar, Gallegos es derrocado ese mismo

año por una junta militar encabezada por Chalbaud, quien era su ministro de defensa.

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En 1952 el país intenta nuevamente retomar el orden democrático, pero el gobierno

desconoce las elecciones que dan como ganador a Villalba del partido URD. El dos

de diciembre el coronel Pérez Jiménez asume la presidencia gracias a una asamblea

nacional constituyente que lo designa como presidente constitucional. Pérez Jiménez

durará en el poder hasta 1958, cuando el 1º de enero se sublevan algunas guarniciones

militares en el país y la junta patriótica declara huelga general produciéndose los

sucesos del 23 de enero, los cuales provocan la huida de Pérez Jiménez del país,

asumiendo la presidencia Larrazábal. Durante el gobierno de Pérez Jiménez se

profundizó en el país un proceso de modernización, sobre todo en el ámbito

estructural, que se venía gestando de forma muy tímida en gobiernos anteriores. Este

proceso cambia radicalmente el paisaje de las principales ciudades venezolanas,

consolidándose un rostro urbano en las ciudades más grandes del país,

principalmente, Caracas. También se ejerce un proceso de aniquilación de las pocas

libertades políticas: persecuciones, torturas, se hace tristemente célebre la Seguridad

Nacional policía política del régimen perejimenista, se censuran los medios de

comunicación y se implanta un control absoluto de todos los poderes por parte de

Pérez Jiménez.

El mismo año que es derrocado Pérez Jiménez, es electo presidente Rómulo

Betancourt el siete de Diciembre, en 1958. También se produce el llamado pacto de

Punto Fijo, el cual fue un pacto de gobernabilidad para facilitar la formación de una

nueva gestión de gobierno y garantizar la democracia. En 1959 Rómulo Betancourt

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asume la presidencia el 13 de Febrero, año en que también se produciría en

Venezuela la visita de Fidel Castro. Esta visita serviría de gran inspiración a los

sectores de izquierda, quienes estarían por empezar una cruenta lucha contra el recién

iniciado gobierno.

En 1961, el Partido Comunista de Venezuela decreta la lucha armada contra el

gobierno de Betancourt. Junto a ellos actuaron otros partidos políticos y agrupaciones

como el MIR, una división del partido Acción Democrática. Ya desde 1960 existían

focos de guerrilla en La Azulita estado Mérida. Pero es hasta 1962 cuando nacen las

FALN (fuerzas armadas de liberación nacional) provenientes del mismo partido

comunista, con la intención de organizar todas las agrupaciones y focos guerrilleros

que se venían formando. Junto a estos grupos rurales nacen los grupos de guerrilla

urbana, conocidas como las UTC (unidades tácticas de combate).

En 1961, se sanciona una nueva Constitución Nacional, en un marco de

enfrentamientos y protestas. El nuevo gobierno tiene una nueva policía política, la

Digepol, durante esta década se harán muy famosos los carteles de “asesinado por la

Digepol”.

El plano cultural se convierte en una extensión de toda esta pugna política

reinante en Venezuela. La violencia alcanza las letras y la imagen. Se producen

nuevas propuestas, que contrastan la escritura tradicional de carácter folklorista y

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moralmente pacata. Las ideologías políticas y los cambios sociales se convierten en

un elemento primordial de las nuevas propuestas estéticas. La aparente indiferencia a

la problemática política del momento era castigada precisamente con indiferencia.

Al principio de la década de los sesenta nace El Techo de la Ballena. En este

conglomerado de activistas culturales se concentra y manifiesta el principio estético

fundamental que preocupaba y unía a los artistas de la época. Esos principios

estéticos fundamentales eran principalmente la transgresión y la ruptura con lo

establecido, lo abyecto, la estética de lo feo, etc. Esto lleva a que se considere que los

balleneros:

(…) más allá de haber sido un grupo, era un movimiento polémico, y justamente fue de la polémica de donde mayormente se nutrió la desafección al sistema que impulso a sus miembros a lograr objetivos superiores que al traducirse a la literatura y el arte produjeron obra innovadora y, eso creemos subversivas. (Oropeza, p. xxv).

Este ambiente subversivo era el que reinaba en la época en la que se decidió

Rodríguez en publicar su obra. Rodríguez a pesar de mantener cercana la relación con

los miembros de El Techo de la Ballena, jamás militó dentro del mismo, su obra no se

acoplaba a ideología alguna a pesar de ser enormemente subversiva, Al sur del

equanil estaba cargada de un lenguaje iracundo. Su protagonista se rebela contra las

pretensiones del mundo literario y contra su propia naturaleza de escritor.

Lo de Eduardo era gracioso de verdad; él iba diciéndole a todo el mundo “Eres escritor” “Eres pintor” “Eres un grabador nato” El mundo lleno de

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escritores, pintores, poetas, grabadores y telegrafistas y a mí que me divertía más ordeñar las vacas y andar por los montes en un buen caballo haciéndome de cuenta que nunca había estado en esa aplastante ciudad de Caracas, ni en esa universidad del coño, de aire opresivamente repleto de sexo y política (Rodríguez, p.22)

Pero aún así su obra no calificó dentro de esta estética militante y activista. Fue

vista como una obra diferente, sin carga política y ciertamente la novela no es

panfletaria, no incita a nada, pero es provocativa y llena de contenido político, en el

sentido más universal de la palabra, sin hacerse vocero de ideología alguna.

En Rodríguez, se da un cambio profundo con respecto a todo lo que se venía

haciendo en Venezuela, un cambio de contenido y de forma, una ruptura contra lo

tradicional, fuera de movimientos y militancias. Fue una protesta silenciosa, pero

muchas veces el silencio aturde y es más difícil de entender que cualquier grito de

protesta. Es una narrativa producto de lo cotidiano, no hay grandes pretensiones a la

hora de narrar, eso lo lleva a proponer algo nuevo. La única pretensión de Rodríguez

era sentarse a escribir aquello que veía y no aquello que debía ver y así nos lo hace

saber el protagonista de Al sur del equanil: “Pero otra vez lo que se me ocurrían eran

puras tonterías. Sin embargo - pensé - mejor así, vamos a escribir sobre tonterías

(p.26). Representándose así uno de los temas más importantes de la novela la

desmitificación del escritor, o mejor dicho, la autodesmitificación del escritor, de la

literatura y del arte. La dificultad más grande en la carrera de Rodríguez fue lograr

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algo que no se propuso, al menos conscientemente, plantear una nueva literatura y ser

un outsider legalmente constituido.

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NOTAS (1) R. Rodríguez, entrevista facilitada por Coelho, Fabián, realizada en el año 2009,

facilitada en formato audio visual, por un grupo de estudiantes de diversas

universidades del país: Católica Andrés Bello, Universidad Central de Venezuela,

Universidad de Los Andes .

(2) R. Rodriguez, entrevista realizada Suárez J y Odremán J, en septiembre de 2010.

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CAPITULO 3

BUSCANDO A RENATO

Como el lector comprobará, cada autor me va indicando con su propia obra la manera o el punto de vista para su estudio: parto de ellos hacia ellos mismos y, sin embargo, este libro soy yo: el lector, única instancia critica que me parece auténtica y creadora, aunque otras puedan ser más eficaces desde un punto de vista ideológico o didáctico.

Orlando Araujo

Contamos Historias porque, al fin y al cabo, las vidas humanas necesitan y merecen contarse. Esta observación adquiere toda su fuerza cuando evocamos la necesidad de salvar la historia de los vencidos y de los perdedores. Toda la historia del sufrimiento humano clama venganza y pide narración.

Paul Ricoeur

En el primer capítulo de este trabajo, se analizaron algunas de las teorías que

consideramos las más importantes dentro de los estudios autobiográficos, tratando de

entender cómo interactúan cada uno de los elementos principales que componen la

autobiografía (auto, bios y grafé). Pero ¿cómo se pueden analizar los elementos de la

autobiografía en una obra como Al sur del equanil (2004) y ¿por qué?, siendo esta

obra considerada por la mayoría de sus estudiosos y por su mismo autor como una

obra de ficción, específicamente una novela.

Al sur del equanil (2004), cuenta con una serie de características que nos

despierta la sensación de estar leyendo hechos que de una u otra forma sucedieron.

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Esta novela relata un proceso de búsqueda interior y exterior, en la voz de algo más

que un narrador ficticio, y más allá de la figura formal de autor; dejándonos con la

impresión de escuchar a quien ejecuta cada palabra escrita. Esta sensación se

incrementa al investigar sobre Rodríguez, al leer sus entrevistas y en algunos casos

afortunados, al escucharlo.

Son muchas las preguntas que vienen a nuestra mente cuando nos planteamos

un problema como este ¿pueden convivir en una obra dos géneros que se consideran

diferentes como lo son la autobiografía y la novela? Siendo concebida esta obra como

una novela ¿es imposible que el escritor hable de sí mismo?, ¿qué se debería contar

en una autobiografía? Si cualquiera sin necesidad de ser una personalidad o un

personaje famoso escribe una autobiografía ¿ésta sería considerada como tal, sería

bien recibida y leída? Por lo tanto veremos por lo tanto las cualidades autobiográficas

de este texto y cómo el autor construye una narración con base a estas cualidades

autobiográficas

3.1 El narrador

Al sur del equanil (2004) es una historia, que según las clasificaciones de Genette

(1989) posee un narrador autodiegético. Es decir, la historia es narrada por el

protagonista. Pero esta novela tiene una serie de relatos incrustados dentro de la

historia principal cambiando el tipo de narrador en cada uno de ellos.

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En el violín de Tacho, cuento dentro de la novela escrito por el protagonista de

Al Sur del Equanil, el narrador es testigo o, para seguir con la terminología de

Genette, es un narrador homodiegético. Cuando el protagonista de la novela imagina

el argumento de cine llamado “La muerte de un vergante o de un bergante”, hay

cambios de narrador, ya que la historia la imagina contada por un narrador

heterodiegético. Cuando se cuenta el argumento de cine lo hace un narrador

heterodiegético, con constantes irrupciones del narrador autodiegético de la historia

principal de Al sur del equanil, quien irrumpe de forma constante en el proceso

creativo del argumento de cine. Y, finalmente, en el cuento sin título ninguno - ¿para

qué? - escrito por el protagonista de Al sur del equanil, el narrador es autodiegético.

El cambio de los pronombres personales es una constante en toda la obra, algunas

veces parece tener razón de ser otras no, veamos:

No entiendo nada de lo que dice la gente, ni con mis tres cursos de francés en el colegio podría haberme quedado soñando con su viaja acá… Y la verdad es que nada le importaba estar en Francia, no era así como yo había soñado siempre con mi viaje a Francia. (Rodríguez, 2004, pp. 46-47)

Estos cambios y las irrupciones del narrador de una historia en otra, son

producto de la autorreflexividad de la obra, que muestra cómo se germina en la mente

del escritor una obra literaria basada en la vida de quien la escribe, pero este punto lo

retomaremos más adelante, cuando hablemos de la autorreflexividad.

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En casos como el de Al sur del equanil donde el narrador es autodiegético, puede

causarnos como lectores la sensación de que quien habla es el autor y no un narrador,

pero ¿qué es un narrador? La Real Academia (2001), lo define como “el que narra”

(p. 1566); este concepto tan básico y simple establece de forma contundente la

diferencia. El narrador es quien narra y no necesariamente quien narra escribe, pero

quien escribe ¿no puede narrar? ¿No puede el escritor violentar esa barrera que le

distancia de la ficción y desde la realidad narrar su realidad o su propia ficción? El

narrador dentro de un texto es una figura prediseñada y planificada, un artificio que le

da la mayor libertad posible al autor de contar su historia, es casi un punto medio

entre la realidad y la ficción, un nexo, su voz cuenta de forma independiente la

historia y libera al autor de los designios caprichosos de sí mismo. Como estudiosos

de la literatura sabemos que no se debe confundir jamás la primera persona

gramatical con el autor, pero no todo autor tiene clara esta regla y marca al narrador

de su obra de ficción al punto que resulta muy difícil diferenciarlos en sus anónimas

funciones.

3.2 El pacto

En Al sur del equanil, como ya dijimos, es el protagonista quien narra, aunque su

identidad es confusa, así vemos:

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Me acordaré de mis cuatro horas diarias haciendo paquetes en la rue Brocca con libros y revistas que luego el correo transportaba a la isla de la reunión “il faut leur mettre en papier gundronné” a Tahíti, a Orán, a Cayena; y todos esos seres que recibían después los libros y revistas no sabían que éramos nosotros: Nadie, Manuel, Augusto, David, Cirilo, quienes lo hacíamos llegar a sus manos (p. 148).

En principio, para que el texto sea una autobiografía debe cumplir con el

primer elemento que compone la palabra autobiografía: el autos. La narración debe

estar contada y ser escrita por el sujeto principal de la historia. Además, se debe

establecer dentro del texto la identidad del protagonista, narrador y autor la cual debe

ser la misma, cumpliéndose lo que Lejeune (1991) llama “el pacto autobiográfico”.

Según el pacto autobiográfico de Lejeune (1991) el hecho de que un texto sea o

no autobiográfico está determinado por la identidad: “Una identidad es o no es, no

hay gradación posible y cualquier duda implica una conclusión negativa” (p.48). La

identidad del autor en una obra de cualquier clase se encuentra garantizada por una

serie de formalidades, la principal se da en la portada, incluso si el nombre Renato

Rodríguez fuera seudónimo. Este al igual que el nombre propio, es asumido como

una forma de diferenciarse de los demás, otorgándole una identidad al igual que el

nombre, aunque esta sea autoimpuesta. En Al sur del Equanil no se cumple este

pacto. Como ya dijimos el narrador es autodiegético de esta forma solo se garantiza la

igualdad de identidad entre el narrador y el protagonista.

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En cuanto a la identidad del autor, la obra aparece firmada en portada por

Renato Rodríguez cuyo nombre legal es René Augusto Rodríguez. La identidad del

personaje como ya dijimos es indeterminada: Nadie, Augusto, David, Manuel, Cirilo.

Pero siendo Augusto, segundo nombre legal del autor, el mismo no figura como parte

del nombre del autor en portada. El nombre Augusto puede ser producto de una

coincidencia del proceso de mímesis, no necesariamente tiene relación con el autor

pero vendría la pregunta ¿por qué la indeterminación de la identidad? Y de forma

maliciosa ¿por qué esta coincidencia? Tal y como se puede objetar el por qué alguien

negaría su identidad si escribe una autobiografía ¿por qué la insinuaría al escribir una

novela? Este elemento nos hace pensar para establecer que existe un pacto novelesco

de forma absoluta, al haber una pequeña relación o sospecha de relación entre el autor

y el personaje principal, ya que el pacto novelesco está garantizado por la diferencia

total de nombre entre el autor y el narrador.

Una pregunta importante para verificar el pacto autobiográfico es ¿a quién

remite el nombre del protagonista en el texto? La respuesta en este caso es obvia, al

ser la identidad indeterminada, la relación protagonista - narrador - autor también lo

es. En este caso no hay pacto autobiográfico, además de no figurar por ninguna parte

física de la obra que la narración cuenta la vida de la figura jurídicamente legal

llamada Renato Rodríguez.

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Lejeune establece una serie de categorías para determinar en qué casos hay

autobiografía. Cuando la identidad es indeterminada y no se indica qué clase de pacto

hay, si autobiográfico o novelesco, esta obra se puede leer en cualquier registro como

novela o como autobiografía. Para que exista el pacto novelesco debe existir una

diferencia absoluta entre el nombre del autor y el del personaje principal, pero así

como la indeterminación de identidad nos dice que no hay pacto autobiográfico, no

nos afirma el novelesco.

Pero a pesar de no haber pacto autobiográfico y ser dudoso el novelesco,

insistimos en la pregunta ¿hay o no hay autobiografía? ¿Un pacto o una formalidad

legal nos impiden que la vida allí contada sea la del autor? El gran problema de esta

obra lo constituye el hecho, no de ausencia de indicios hacia lo autobiográfico y

tampoco hacia lo novelesco, sino todo lo contrario, hay huellas de ambos. Aunque

estas suposiciones parezcan simples especulaciones que nos alejan de conocer si es

real o no lo que se cuenta en un texto, el conformismo con los datos evidentes y con

formalidades o convenciones sociales, nos aleja de la verdad.

Ciertamente las reglas, normativas y convenciones sociales mantienen el orden,

las categorías y los géneros. Pero también debemos reconocer que son de carácter

arbitrario y no corresponden a la naturaleza del fenómeno autobiográfico, sino a una

serie de circunstancias y conveniencias de la sociedad; manteniéndonos de esta forma

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alejados de un mejor entendimiento y del establecimiento de normativas que

correspondan más a la naturaleza del fenómeno en cuestión.

Otro punto importante dentro de las convenciones es que Al sur del Equanil es

la “opera prima” de René Augusto Rodríguez, mejor conocido como Renato

Rodríguez.

Al momento de publicarse la obra. El autor era un desconocido. Así lo

podemos constatar al investigar sobre la vida de Rodríguez. Además, no encontramos

indicios de haber figurado como personalidad pública en ninguna otra área además de

la literatura, por lo menos antes de iniciar su carrera como escritor. A pesar de que la

obra cumpliera con todas las convenciones y reglas para figurar como autobiografía

es probable que no hubiera sido leída como tal, al no tener el nombre de Renato

Rodríguez una existencia previa que le otorgase el derecho social de contar su vida y,

al no conocer el lector el referente de la misma.

3.3 Sobre el Autor

Pero si bien sabemos cuál es esa figura encargada de contar la historia y cómo debe

ser para que se cumpla con el convencionalismo legal que Lejeune (1991) llama “el

pacto autobiográfico”, ¿quién es ese que está detrás del narrador?, ¿quién susurra

detrás de su oído? Aquí vendría muy oportuna la pregunta de Foucault ¿Qué es un

autor? ¿En qué consiste esa figura incomprensible, casi invisible que acompaña

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siempre al texto y, al parecer, según muchos, no tiene mucha importancia dentro del

mismo?

Veamos en primer lugar a Sprinker (1991), él se plantea este problema al igual

que Foucault. En su trabajo Ficciones del “yo”: el final de la autobiografía, analiza

los límites y posibilidades del género autobiográfico. Sprinker plantea que el autor no

es del todo indispensable para el texto, cumpliendo así con su función de forma

independiente de quien lo produce. Esta poca importancia, según él, se debe a la

naturaleza cambiante de la personalidad, una persona no es algo inmutable y por lo

tanto un texto escrito por un individuo sobre sí mismo carece de garantía. Además

nos plantea la imposibilidad que tiene un discurso de expresar la subjetividad, con

exactitud el investigador piensa que:

En síntesis, el yo no puede llegar a ser autor de su propio discurso en mayor medida de lo que cada productor de un texto puede ser llamado autor, esto es, originador de su propia obra… Todo texto es consecuencia de la articulación de relaciones entre textos, el producto de la intertextualidad, un tejido formado por lo que ha sido producido de forma discontinua en otros lugares. Cada sujeto, cada autor, cada yo, es la articulación de la intersubjetividad estructurada en y alrededor de los discursos disponibles en cualquier momento del tiempo. (p.120)

Sprinker niega la posibilidad de que alguien pueda escribir sobre sí mismo. La

articulación de un discurso está compuesta por otros discursos y lecturas previas

entramadas entre sí, formando un discurso carente de subjetividad.

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Esta es una visión un tanto puritana y un tanto pesimista sobre las capacidades

del discurso, sobre su poder cognoscitivo. Por más que busquemos la pureza absoluta

dentro de un texto no la encontraremos. Cada vida es vivida solo por una persona, no

existe la respiración compartida y cada herida física solo le duele a su víctima. No

existen discursos diseñados para cada uno de nuestros actos individuales, en principio

por que serían infinitos y, segundo, porque serían inútiles a la hora de comunicar el

mensaje. Aun así, el texto se impregna de una u otra forma de estas huellas personales

y arrastra consigo un poco de cada subjetividad. Sprinker nos dice lo siguiente:

El origen y el final de la autobiografía convergen en el mismo acto de escribir […] puesto que ningún texto autobiográfico puede llegar a ser excepto dentro de los límites de la escritura donde los conceptos del sujeto, yo y autor se confunden en el acto de producción de un texto (p. 127)

Y es, dentro de esos límites de la escritura que señala Sprinker, donde nosotros

hacemos la observación, de que allí podemos encontrar la riqueza de un texto y su

capacidad de expresar el mundo interior de quien escribe. Consideremos directamente

lo que nos dice Foucault (1999) en su ensayo “¿Qué es un autor?” El investigador

analiza la figura del autor como una función en relación al texto, el cual no se debe

confundir nunca con quien narra la historia ni con la figura real del escritor. Es una

función que se ejerce dependiendo del tipo de discurso literario, científico, histórico

etc. y de la época en la que se encuentra. Foucault cuestiona la importancia real de

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quien figura como responsable de la obra, ¿hasta dónde interfiere en el contenido y

en lo que expresa éste? Veamos:

En la escritura, no se trata de la manifestación o de la exaltación del gesto de escribir; no se trata de la sujeción de un sujeto a un lenguaje: se trata de la apertura de un espacio en donde el sujeto que escribe no deja de desaparecer. (pp. 101 - 102)

Un texto es la huella de la escritura, lo que queda de la acción de escribir, es la

marca de la ausencia, el que escribe ya no está presente. Un texto es evidencia de que

algo pasó y ya no es. Pero no es ausencia absoluta o inexistencia, es una presencia

transformada y algo deforme, casi imperceptible de lo que fue. Pero está presente y es

visible, a merced de nuestra interpretación, capacidad de imaginación y recreación;

podríamos decir que es expresión vital de un mundo interior que ya no es, convertida

en punto de vista o pensamiento vital que es y existe.

La naturaleza de la escritura exige el desdoblamiento de la personalidad y la

aparición de más de un yo para Foucault; es como un juego donde se conjugan las

más diversas personalidades que cumplen una función específica, adoptando un

lenguaje adecuado a su posición y a la función que ejercen dentro del texto. Veamos:

La función –autor está ligada al sistema jurídico institucional que encierra, determina, articula el universo de los discursos; no se ejerce de manera uniforme ni del mismo modo sobre todos los discursos, en todas las épocas y en todas las formas de civilización; no se remite pura y simplemente a un individuo real y puede dar lugar a varios ego de manera simultánea, a varias posiciones–sujeto, que puedan ocupar diferentes clases de individuos (p.114).

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Bien, tenemos por ejemplo un ego que firma el libro como Renato Rodríguez,

otro indeterminado “…nadie Manuel Augusto, David, Cirilo…” (2004, p. 148),

prefiere no adoptar ninguna identidad sino varias, es el protagonista de la acción

principal y otro ego que está más allá del libro, que respira. De nacimiento se le llamó

René Augusto Rodríguez Morales, quien en algún momento de su vida tuvo el

curioso impulso de sentarse a escribir, tal vez por la misma razón profética que su

alter ego dentro de la narración.

Sabemos que cada uno de estos egos que intervienen en el texto cumple una

función distinta y es probable que solo tengan una relación lejana de parentesco.

Dichas funciones además variarán a lo largo del tiempo. El sujeto, el narrador, el

autor y el escritor real en el pasado fueron consideradas de una forma, hoy de otra y

mañana seguro cambiará la forma en que ejercen sus funciones e inclusive su

existencia. Nosotros nos esforzamos por entender no tanto lo que distancia a cada uno

de estos egos, que acabamos de nombrar, sino aquello que los une y en esa unión de

alguna manera crean una expresión única.

3.4 La Autorreflexividad

Existen obras que parecen buscar y entender los mecanismos generadores de la

ficción, se miran a sí mismas, sienten curiosidad por el enigma de ver la imagen en el

espejo. Este es el caso de Al sur del equanil, obra autorreflexiva o metaficcional,

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como también se le conoce, la cual retrata el proceso mediante el cual se gesta la

ficción, exponiendo dentro de sí misma los mecanismos que generan su propio

mundo. Esta suposición parece dar al traste con la teoría de que Al Sur del Equanil es

autobiográfica, ya que si la obra reflexiona sobre la ficción lo tiene que hacer desde la

ficción, no sobre un documento verídico. Pero la autorreflexividad en esta novela

parece ir más allá de ver solo los mecanismos que la producen. La figura del escritor

y su función dentro del proceso creador, es uno de sus temas principales.

Si una obra de ficción, que habla de la ficción, lo hace desde su propia

condición, ahora ¿un escritor que escribe sobre la condición de escritor no lo hace de

la misma forma?, ¿no lo hace desde la condición de escritor?

Sabemos, que si un escritor crea una historia sobre un escritor, ésta puede ser

ficcional, no tiene que ser necesariamente real, ni tener el mismo nombre de quien

escribe el texto, ni parecido alguno, pero en una obra que parece volcarse sobre sí

misma, donde se reflexiona sobre la obra y sobre el escritor ¿qué tanto puede el

escritor desprenderse de sí mismo y no dejar huella? Bustillos (1995) define la

metaficcionalidad como “escisión, diálogo con el mundo refractado que es el Otro y

el sí mismo: espejo del autor y del lector”. Ciertamente al haber un diálogo existe un

desdoblamiento, una ruptura.

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El protagonista de la novela Al sur del equanil es un escritor que busca a su

amigo Eduardo, el cual le ha profetizado será un gran escritor: “Y ese deseo que a lo

mejor era parte de la cosa, como que comenzó cuando Eduardo me dijo puede que

con la misma mala intención de su descacharrante pregunta: - Tú eres escritor” (p.20)

Relatándonos una serie de anécdotas, entre ellas todo aquello que le acontece

mientras escribe y las vicisitudes del oficio:

¡Qué tedioso es sentarse delante del papel en blanco y tener la cabeza también en blanco y un hormigueo en los cojones, pararse, dar vueltas por el cuarto encender un cigarrillo, ponerlo en el cenicero y olvidarse de fumarlo y sentarse otra vez y cuando parece que te va a llegar una ideíta, zas, la cigarra que rompe a cantar sus taladrantes estridencias que uno no puede aguantar, y al baño a orinar (Rodríguez, 1991, p. 9).

En esta novela, la ficción se especula a sí misma, también lo hace la figura del

escritor representada en el protagonista. Son tres los relatos que se encuentran

insertos dentro de la novela, o tres en principio, es una novela risomática, está

compuesta por varias capas o planos, pero nos concentraremos en cuatro planos

principales. El primero, es la historia principal denominada Al sur del equanil, la cual

se inicia con la llegada del protagonista a París. El segundo relato es el “Violín de

Tacho” (p.30). El tercero es la “La muerte de un bergante o de un bergante” (p.44). Y

la cuarta “Sin título ninguno ¿para qué?” (p. 130). Cada texto, en cierto modo, parece

ser el referente del texto siguiente y estar de alguna manera contenido en él. “El

violín de Tacho”, narra la historia de un violinista, cuyo nombre es Tacho, el

narrador nos cuenta la profunda admiración que él le tiene a Tacho y sobre todo la

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enorme atracción que siente hacia su violín, Tacho es un ermitaño y bebedor, quien se

suicida y el violín se rompe. “La muerte de un vergante ó de un bergante”, es el relato

más rico en metaficcionalidad. No solo cuenta como se gesta la ficción, como es

pensada por quien la escribe, sino que además este argumento está basado en la vida

del protagonista de la historia principal de Al Sur del Equanil. Este relato es un

espejo que se nos coloca frente a otro espejo, la historia principal.

El protagonista de Al sur del equanil decide escribir un argumento de cine,

crea un protagonista cuyo nombre es Cirilo, éste a su vez crea una historia llamada la

guitarra de Miguel. Mientras se narra la historia de Cirilo, una voz se introduce, no es

la voz del narrador, es la voz de David, de quien escribe, explicando o reflexionando

sobre el relato que escribe:

Una vez de ésas se encontraron a Eduardo solo y se sentaron con él. Vengan diálogos, una película no puede ser un larguísimo monólogo. -¿Qué estudia usted?_-le preguntó Eduardo a Cirilo. ¡Qué buena broma que no se me ocurra un nombre para Eduardo!

- Leyes – contestó (p.79).

David se desdobla y se convierte en el narrador y personaje de este relato, pero

su voz como David se inmiscuye en un relato que no es el suyo, ya no narra, no versa

sobre él, en teoría ya no le pertenece. El protagonista de Al sur del equanil está

parado frente el espejo, no sabemos su nombre, no asume identidad alguna. Pero no

se queda callado, frente al espejo habla y escucha solo que no sabe si es el reflejo o él

quien mueve los labios, “El espejo es la materialidad de la alteridad. El espejo realiza

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“materialmente”, una violencia sobre el yo al ofrecerle, de manera contundente, una

imagen de sí mismo, una escisión de sí, una representación del otro” (Bravo, 2003, p.

208).

Pero ante el espejo no solo se reproduce el yo y marca el nacimiento del otro,

también se genera en principio el reconocimiento de uno mismo, es un proceso que

nace en el interior, desde la misma curiosidad por vernos desde afuera, por

reconocernos como reconocemos a otros y finaliza en la multiplicación; solo con el

acto de tomar la iniciativa y observarse frente al espejo, el sujeto realiza un

reconocimiento de su existencia, la cual se multiplica por, como ya lo reconocía

Borges, ese monstruoso artefacto llamado espejo: “Entonces Bioy Cáceres recordó

que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son

abominables, por que multiplican el número de los hombres” (Borges, 1954, p. 22)

En Al sur del equanil, el texto se observa en el texto, el autor (René Augusto

Rodríguez Morales) en el autor David Manuel Cirilo, nadie, y éste a su vez en Cirilo

protagonista del argumento de cine y Cirilo en Manuel. No nos extraña entonces

saber que el protagonista de la historia principal no tiene una identidad definida, ante

tal multiplicidad de sujetos Pero ¿y el escritor real? ¿No entra en el juego?, René

Augusto Rodríguez a quien llamaron Renato Rodríguez, para diferenciarlo de un

compañero en el colegio. No es él quien inicia el juego quien se levanta ante el

peligroso espejo que constituye una hoja en blanco y empezó a dibujar su imagen a

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cada palabra escrita, viendo su yo, y el proceso de convertirse en su otro y éste otro

en otro o probablemente en nada.

3.5 Subjetividad y escritura

Uno de los grandes problemas del género autobiográfico es el de la escritura y su

capacidad de representación. Aunque una obra cumpla con todos las convenciones

sociales impuestas al género ¿el sujeto que escribe se puede llegar a representar a sí

mismo a través del lenguaje? Esta preocupación nos la comenta Jay (1984) al hacer

una comparación de la autobiografía de Franklin con el poema El Preludio de

Wordsworth, la cual es más ordenada y en apariencia más objetiva:

Pero como se trata de una narración y no de una “vida”, sigue siendo una creación literaria; es decir una construcción estética análoga a la de Wordsworth. Semejante nexo, por si fuera poco, relaciona claramente ambos textos con cualquier narración artísticamente concebida, sin que importe quien pueda ser el sujeto de la misma. Por esto carece a la postre de sentido cualquier intento por diferenciar autobiografía y autobiografía ficticia. Si por “ficticio” entendemos “construido”, “creado” o “imaginado”- es decir algo literario y no “ real”-, lisa y llanamente habremos definido el estatus ontológico de cualquier texto, autobiográfico o no […] (p. 21)

Al analizar la naturaleza del lenguaje como artificio y su cualidad desposeedora

vuelve a surgir la interrogante sobre si el género autobiográfico es posible, cumpla o

no cumpla con todas la convenciones sociales que se le imponen. El lenguaje

funciona como material y herramienta para crear una representación, que trata de

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transmitir una esencia que le es ajena, como lo es la del ser; buscando evocar algo que

ya no existe con las pretensiones adicionales de la autobiografía como género, es

decir narrar de forma objetiva y fidedigna.

Realmente el lenguaje no puede ser moldeado al final él moldea, él deforma y

desconstruye, nos trasmite lo que está en sus posibilidades. Pero nos explicaremos

mejor a través de De Man (1991):

Pero ¿estamos tan seguros que la autobiografía depende de un referente, como una fotografía depende de su tema o un cuadro (realista) depende de su modelo? Asumimos que la vida produce la autobiografía como un acto sus consecuencias, pero ¿no podemos sugerir, con igual justicia, que tal vez el proyecto autobiográfico determina la vida, y que lo que el escritor hace está, por lo tanto, determinado, en todos sus aspectos, por los recursos de su medio? Y, puesto que la mímesis que se asume como operante en la autobiografía es un modo de figuración entre otros, ¿es el referente quien determina la figura o al revés? (p. 113)

El lenguaje despoja y el acto autobiográfico solo logrará transmitir una ilusión

de referencialidad. Puede que una novela con las características de Al sur del equanil,

alejada de compromisos con la verdad y convenciones arbitrarias, logre un cometido

que no se ha planteado, el de mostrarnos una subjetividad que se encuentra debajo de

la forma, en su estilo, escrita entre líneas.

En una entrevista realizada a Rodríguez (Suárez, 2010), nos dice “Como decía

alguien por ahí, el hombre solo puede hablar de lo que en la sangre le pasó por el

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hígado”. Es decir, la escritura parte de un movimiento que inicia en el interior de su

responsable y se exterioriza alejándose de su creador, sin perder nunca la esencia que

éste le ha transmitido.

Reconocemos que Al sur del equanil es formalmente una obra de ficción, allí

Rodríguez nos propone una estética cargada de vitalidad y cotidianidad, una historia

contada en primera persona donde el protagonista ficcional nos dice yo hice y estuve,

pero entre líneas el escritor real nos dice yo pienso y soy. Es una escritura cargada de

vida, de vivencias y de realidad. El acto creador de Renato empieza en la vida:

“N del E”. Usted no puede escribir un relato que contenga algo de vida sentándose en un escritorio y pensando. Tiene que salir a la calle, meterse en medio de la multitud, conversar con la gente, y sentir el fluir y el palpitar de la vida real, ese es el estimulante de un narrador (Rodríguez, 1985, p. 178)

Ese estimulante que Rodríguez llama vida define Al sur del equanil. La lucha

de David, en la escritura y contra la escritura, empieza desde niño cuando ésta lo

amenaza de alejarlo de lo que para él en ese momento, era la vida “esos eran riñones

yo con 12 años, ¿iba a dedicarme a escribir? ¿Con tanta hermosa playa y tantas

diversiones que había allá? [...] (p. 20)

La poética en esta novela es una poética vital, se enfoca en la rivalidad entre un

concepto de vida y un concepto de escritura. La escritura parecía ser un mundo de

tormentos, con pocas recompensas para quien se dedicara a ella de forma exclusiva,

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alejado un tanto de la realidad, de lo cotidiano. La vida pasa a cada instante y sentarse

frente a la máquina de escribir solo le aleja de ella. Por ello, su escritura busca de

alguna forma compensar esto. Cualquier anécdota es digna de ser contada y en su

defecto habría que vivir anécdotas más interesantes para tener algo interesante que

contar. Convirtiendo su vida de algún modo en algo digno de ser contado pero no

como autobiografía, tal vez todas las vidas merecen ser contadas, pero como nos dice

el alter ego de David, Rodríguez “Uno miente mucho en las autobiografías, la

autobiografía nunca dice la verdad completa, siempre inventa cosas, uno se glorifica

mucho en la autobiografía” (Coelho, 2009). O en palabras del mismo protagonista de

Al sur del equanil (2004): “- Nada pues, hombre, Cirilo (No, él no sabe que soy Cirilo

también, detesto las autobiografías.)- Nada pues, hombre, Augusto (o David o

Manuel, como le dé la gana pero no Cirilo) ¿Y tú qué tal?” (p. 100).

No sabemos a quién le pertenece esta poética vital de la que hablamos si a

Rodríguez o al protagonista de la obra. Esta propuesta estética tiene como objetivo y

materia la vida. En una novela espejo, donde hay más de un escritor que se ve al

rostro, es difícil precisar quién habla, en principio tenemos casi la completa

seguridad, que tanto David como su alter ego Rodríguez comparten una visión muy

similar de escritura y de vida.

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Conclusión

La naturaleza de la escritura es compleja. Por un lado nos da la posibilidad de crear,

de construir mundos, y por otro, nos limita, nos mantiene en una ausencia implacable

de lo que construimos. Eso lo constatamos al analizar el fenómeno autobiográfico. La

creación autobiográfica está condicionada, como la ficción, a ser una simple

representación de lo real, una construcción, mimesis. En el caso de la ficción esto no

causa ningún problema pero en el caso de la Autobiografía sí. El género

autobiográfico viene con una pretensión al mundo mayor que la ficción, y es trasmitir

fiel y objetivamente los datos sobre una vida, escrita por quien la vivió. El parecido

de la autobiografía con la realidad puede lograrse de distintas formas. Una de ellas es

resumir de forma precisa los hechos de una vida, organizarlos, encajarlos y

adjetivarlos de tal forma que ni en la vida misma hubiesen tenido tanta coherencia. Y

otra consistirá en narrar la vida sin que necesariamente parezca que se está narrando

real, es decir fuera del género, que de una u otra forma ejerce.

Al sur del equanil, bajo la lupa de las teorías autobiográficas, ha dado negativo

en autobiografía. Es decir, según las convenciones que rigen al género, la novela de

Rodríguez es eso una novela y nada más. Aunque si muchos textos aceptados como

autobiográficos fueran examinados por las teorías sobre la autobiografía también

serían solo eso, una novela y nada más.

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Las convenciones sociales determinan la vida y condicionan la naturaleza de

nuestros actos. Pero lo social es algo creado por el hombre no es algo dado de

antemano, producto de la naturaleza, inquebrantable y universal.

Una obra pertenece a un género precisamente por estas convenciones. Tenemos

claro que hay obras que son indudablemente pertenecientes a un género, son

diseñadas exclusivamente con una función. Hay otras que no, viven en un estado

fronterizo entre la realidad y la ficción, su función no está muy clara, nos

ficcionalizan el mundo y nos transmiten información verídica sobre este y sobre

quien escribe. El cumplimento de lo que Lejeune llama el pacto autobiográfico

(1991), es completamente válido en el plano legal y jurídico, ordena, clasifica pero

también restringe la capacidad de entender. Parecer no es ser. Pero si nuestra

intención es entender, el cumplimiento de esta formalidad no nos va a satisfacer.

Esta convención llamada el pacto autobiográfico, incluso puede ser aplicada

por una necesidad de que la forma del texto encaje con lo que se cree debe ser. Es

decir, entre la convenciones sociales existentes para que se cuente una autobiografía

está el de que la persona que habla sobre sí misma ha adquirido el derecho social de

hacerlo, representa un clase especial de persona en cualquier ámbito de la sociedad,

reconocida dentro de su comunidad. No tiene que tener necesariamente algo

interesante que contar, solo figurar por encima de los otros de alguna forma.

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Muchas vidas merecen ser narradas, poseen un valor incalculable en

experiencias y en enseñanzas pero no han adquirido socialmente el derecho a ser

narradas. También ocurre que una narración anecdótica puede resultar interesante

como eso, como literatura. Otro planteamiento que nos parece importante, es sobre lo

que se busca en un texto cuando leemos la vida de alguien. Las fechas, los hechos no

definen a la persona, no definen quién es, la autobiografía no nos da a conocer quién

hizo, solo lo que hizo y de allí concluimos quien es. Pero existe un tipo de texto como

Al sur del equanil, el cual no nos dice lo que hizo el protagonista nos dice quien es.

La anécdota como propuesta estética atrae, como realidad no, y menos si esta se

cuenta en la primera obra de un desconocido.

Al sur del equanil (2004), fue una obra que en su momento no fue entendida y

fue duramente criticada, se cuestionó su lenguaje y su estilo. Como nos dice

Rodríguez en una de sus entrevistas “Yo estaba escribiendo sobre un tipo que estaba

arrecho y alguien que está arrecho no lo va a hacer con una gramática en la mano”

(Coelho, 2009)

Al analizar la novela y la vida del autor encontraremos grandes semejanzas e

indudablemente vamos a sentir que el protagonista es Rodríguez, aunque según

sabemos por boca del mismo autor, el protagonista de Al sur del equanil, es una

fusión de muchas personas.

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La carga autobiográfica se convierte entonces en Al sur del equanil, en su

poética, es la propuesta estética de Rodríguez sobre la literatura y tal vez sobre la vida

misma, vivir para tener algo que narrar. Esta novela se convierte así en una escritura

llena de vida, cuya materia prima es el recuerdo, es una escritura vivida a cada

momento, mientras se vive como argumento y mientras se vive como escritura. Esta

obra sería a fin de cuentas autobiográfica más no autobiografía. Autobiográfica

porque cuenta lo vivido, pero es ficción porque no asume el compromiso social ante

el lector de que lo allí escrito es su vida. Rodríguez asume el compromiso de

contarnos una ficción cargada de vitalidad, en donde el olvido y la invención son

ejercidas libremente y no de forma clandestina.

La autobiografía no trata de contar lo vivido, trata de compromisos, de

regulaciones que permiten juzgar la formalidad de lo escrito y la veracidad desde esa

formalidad. En cambio, lo autobiográfico está en todo lo que hacemos, en nuestras

verdades y mentiras, en quien se refleja y en nuestro reflejo. Si tomamos en cuenta las

formalidades solo nos quedaría decir sobre la obra de Rodríguez, que cualquier

parecido con la realidad es pura coincidencia.

Emprendemos un análisis como una forma de búsqueda de la verdad, así como

una persona emprende la narración de su vida en búsqueda de sí mismo, tal vez para

justificarse como persona, como lo que creen que fueron. Citaremos a Piglia (2000)

para buscar entender esto que acabamos de afirmar “La crítica es la forma moderna

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de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas. (…) El

crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de sus lecturas (Formas Breves,

p.141).

Rodríguez emprendió su escritura desde sí mismo para terminar siendo otro,

nosotros emprendimos desde otro, no sé si para llegar a ser nosotros mismos, el

problema de la escritura autorreflexiva, es la dificultad de reconocerse a sí mismo, la

imagen suele ser borrosa, a veces atemorizante. La escritura es un fenómeno curioso,

exige distancia y al mismo tiempo cercanía, la presencia total es imposible y la

ausencia absoluta impediría su existencia. Esperamos que esta búsqueda de nosotros

mismos sirva como inicio de nuevas búsquedas que refuten o continúen lo escrito en

este deforme espejo.

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BIBLIOGRAFÍA

DIRECTA

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