etnografía villa rosita

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Andrés Felipe Sandoval Pinilla Antropología IX Etnografía de la experiencia en Villa Rosita La ciudad es el lugar donde se entremezcla gente de todo tipo y condición, incluso contra su voluntad o con intereses opuestos, compartiendo una vida en común, por efímera y cambiante que sea. (Harvey,2012) Las ciudades son espacios amplios y diversos de muchas experiencias de vida y futuros posibles, algunos de ellos escondidos entre nubes y montañas. Diferentes modelos de ciudad se han propuesto a la luz de proyectos de expansión de las áreas urbanas dejando de lado la biodiversidad de entornos que rodean los límites de las ciudades; históricamente el río Bogotá, las lagunas y humedales del occidente sur y norte de la ciudad y por supuesto, los cerros tutelares del oriente de la ciudad han sufrido fuertes incursiones por el majestuoso gris de las ciudades, donde proyectos privados, en su mayoría, son quienes han relegado el cuidado de las reservas ambientales de la ciudad. Las ciudades son espacios de construcción para ellas mismas, donde las comunidades que viven alrededor de ellas tienen dos opciones: adjudicarse a las ciudades, o irse de esas zonas pues ponen “en riesgo” los proyectos expansivos de los fenómenos urbanos. Las ciudades son un crecimiento que

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sobre un eco-barrio metido entre las montañas de Usme

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Page 1: Etnografía Villa Rosita

Andrés Felipe Sandoval Pinilla

Antropología IX

Etnografía de la experiencia en Villa Rosita

La ciudad es el lugar donde se entremezcla gente de todo tipo y condición, incluso contra su voluntad o con intereses opuestos, compartiendo una vida en común, por efímera y cambiante que sea. (Harvey,2012)

Las ciudades son espacios amplios y diversos de muchas experiencias de vida y futuros

posibles, algunos de ellos escondidos entre nubes y montañas. Diferentes modelos de

ciudad se han propuesto a la luz de proyectos de expansión de las áreas urbanas dejando de

lado la biodiversidad de entornos que rodean los límites de las ciudades; históricamente el

río Bogotá, las lagunas y humedales del occidente sur y norte de la ciudad y por supuesto,

los cerros tutelares del oriente de la ciudad han sufrido fuertes incursiones por el

majestuoso gris de las ciudades, donde proyectos privados, en su mayoría, son quienes han

relegado el cuidado de las reservas ambientales de la ciudad.

Las ciudades son espacios de construcción para ellas mismas, donde las comunidades que

viven alrededor de ellas tienen dos opciones: adjudicarse a las ciudades, o irse de esas

zonas pues ponen “en riesgo” los proyectos expansivos de los fenómenos urbanos. Las

ciudades son un crecimiento que mientras va acoplando personas y espacio, igualmente va

segregando y desplazando.

Como se ha visto en Bogotá, durante tantos años, se volvió un espacio de llegada de las

múltiples migraciones de Colombia, unas por violencias otras porque la ciudad se convierte

procesualmente en un lugar de concentración de riqueza y trabajo, y muchas de las

personas que llegaron a la ciudad tuvieron que acoplarse a las periferias de la ciudad;

porque las condiciones de vida y la renta del suelo no le permitían a muchas personas

ubicarse en mejores lugares.

Este es el caso de una urbanización conocida como Villa Rosita, hoy ya denominada como

ECObarrio, donde en su momento la renta del suelo era accesible para las personas que

entre finales de los ochenta y mediados de los noventa deciden empezar a poblar una de

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tantas lomas de Bogotá que hoy está localizada en lo que se conoce como la localidad de

Usme, al borde de los cerros orientales.

Un barrio que, para efectos del crecimiento de la ciudad, representa un hito para pensar-nos

como habitantes responsables; allá oculto entre montañas y nieves sale un ECO de diferente

modelo de crecimiento de la ciudad, responsable con el medio ambiente y por sobre todo,

con el agua que es de todos. A la luz de modelos de expansión de ciudad preocupados sólo

por la existencia de la misma, vienen dando pasos de gigante nuevas experiencias de vida

que responden de manera rebelde en los cerros orientales de la ciudad. Donde la

preocupación principal es que la vida de las ciudades desconoce su relación e impacto con

el campo y debe cambiar eso.

Por esas preocupaciones, por esa duda sobre nuevos, o diferentes modelos de habitar la

ciudad es que me encuentro, después de un recorrido en alimentador de más de media hora

desde el 20 de Julio, pasando por Juan Rey y otros pequeños barrios, hasta llegar a lo que

antes se conocía como el municipio de Tihuaque, hoy parte de ese municipio se conoce

como Villa Rosita. En la última parada, en uno de los estaderos de la antigua vía al Llano,

frente a una empinada vía que al frente tiene un verde frondoso y un gris opaco que revela

lo cerca que nos encontramos a los cerros orientales, muy poco nos separa, una cantidad de

nubes que bajan y acarician el suelo y entre ellas un barrio con casas diferentes unas de

otras.

Pasando por el lado del salón comunal y de la casa cultural que dicen que –sí, aún estamos

en Bogotá, pese a que parezca que no- porque finalmente estas son de las zonas de la

ciudad que los mismos ciudadanos no se molestan en conocer, más que por un azar, o por

una cadena de eventos. Como dice Carlos Fuentes (1958) ‘esta es la región más

transparente del mundo’, pero sigo caminando con mis compañer*s a través de ella, viendo

antejardines con muchas plantas, ventanas abiertas que sueltan la música de muchas partes,

gente que sube y baja con tal facilidad de sus casas y finalmente un grupo de personas

reunidas en un pequeño lote en venta que tiene unos leños y piedras puestos, sobre ellos

una olla gigante y un aguadepanela calentándose mientras doña Marina está revisando que

no se queme y que quede se buen sabor.

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Alrededor de esa olla un grupo de mujeres sonrientes y hablando de lo que va a suceder,

nos acercamos a saludar a doña Elizabeth la lideresa de muchas acciones que han hecho en

el barrio y una de las responsables del reconocimiento a los cerros que se está llevando a

cabo en los últimos años.

Nos saluda con alegría diciéndonos, “bienvenidos al barrio Villa Rosita, esta es su casa y

pueden venir cuando quieran”, está muy contenta pues llevará a un grupo de estudiantes,

representantes de fundaciones, amigos y vecinos y otras personas a conocer parte

importante de la ciudad, la que no es gris, la que desde 1977 quedó protegida por la figura

de reserva forestal; a conocer el páramo que está justo detrás de la ciudad, pero no sólo a

mirar por mirar, a participar de un evento de siembra de árboles. Como dice doña Elizabeth,

“aquí vinimos a conocer, pero también a colaborar con la causa”, una causa que lleva más

de dos años y es la de repoblar con especies vegetales autóctonas parte de los cerros, como

un acto responsable y respetuoso con el medio ambiente, la de cuidar porque es de todos y

cuidar porque hemos descuidado.

Con entusiasmo por comenzar la ruta y el trabajo, después de tomar aguadepanela con

hierbas, nos dice Elizabeth que es bueno que se presente cada uno para irnos conociendo y

familiarizando, y mientras va presentándose persona en persona vamos oyendo que hay

gente de muchos espacios, de muchos lugares diferentes, de regiones apartadas o cercanas,

que se congregan aquí en la ciudad, en este barrio para compartir sus experiencias y para

construir modelos nuevos de habitar con recortes, recuerdos, sentidos y formas de vida de

sus diferentes sitios que van tejiendo poco a poco unas personas con otras, unas regiones

con otras, unas experiencias con otras, unos saberes con otros.

Esa serie de tejidos de diversos lados que tienen a Armenia, a Ventaquemada, a La Peña, a

Yacopí, Bahia Solano y entre otros componen también una diversidad de formas de

comprender y habitar el espacio, que interpelado también por un discurso del cuidado

ambiental y la preocupación de la alcaldía por los cerros orientales, se convierten en una

forma particular de conocer el espacio y cuidarlo.

Nos dirigimos ya a través de una calle que termina en un tanque hacia lo alto de los cerros,

ya prima el color verde y caminos de piedra que parecen ser antiguas rutas de transporte a

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través de los cerros, mediante vamos caminando hacia arriba y más arriba, doña Elizabeth y

Lucena, otra importante lideresa del barrio, nos van comentando como ha sido la

experiencia de vida aquí, como se convirtió reforestar en algo importante para la

comunidad y por supuesto, las dificultades de eso mismo en las ciudades.

Mientras el camino sube la vegetación se vuelve más pequeña, se nota que estamos

cambiando aceleradamente de piso térmico y de bosque andino vamos pasando lentamente

a los sub-páramos y los páramos, de los grandes árboles llegamos a los bosques enanos. En

el camino nos topamos con una vía ancha de recebo que conduce a una planta que cuida la

seguridad privada, ahí nos detenemos y realizamos un pequeño rito al cerro para pedir

permiso para entrar y dar gracias, un rito que con tiene oraciones a Dios y permisos a la

montaña para que nos permita entrar y trabajar en ella.

Pareciera que ahora sí estamos a punto de ingresar a la verdadera montaña, o a la que aun

pertenece a ella misma, la que la jurisdicción pertenece a la madre tierra, o eso nos parece

mostrar el rito de permiso y agradecimiento; es curioso, pues ya hemos subido un poco a

través de una loma sin pedir permiso y nos enfrentamos a otra a la que sí hay que pedir

permiso, es casi la misma vegetación, lo único que cambia es que de ahí en adelante el

crecimiento de la ciudad no parece impactar tanto, que la onda expansiva de la humanidad

urbana no compete con esos cerros; no más que pequeños caminos de la vías campesinas de

quienes antes habitaban allí y unos pozos artificiales son los grandes rasgos marcados de

una huella que se oculta dentro de los cerros.

Ya una vez realizado el rito nos disponemos a seguir nuestro camino, donde nos van

contando que esta preocupación por reforestar no es sólo de ellas, que hay varios grupos

por los cerros que también lo están haciendo y que debería ser una labor de todos y todas,

no sólo de las personas que viven cerca de los cerros.

Asi caminando y subiendo más y más nos encontramos con los primeros grandes habitantes

de lo alto de los cerros, los grandes frailejones, contenedores de agua y calor en medio del

frío que evoca la altura y la neblina, a su lado grandes pinos que vienen de un plan mal

hecho de reforestación, pues son ellos los que dañan los suelos y consumen mucha agua, y

más al ladito una cantidad de pequeños palos con cintos marcando que allí es la obra que

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llevan a lo largo de más de dos años los habitantes de Villa Rosita, no sólo para decir que

anunciar que cuidan al ambiente, sino para mostrar los alcances que tiene una comunidad

reunida alrededor de la biodiversidad y se preocupa por ella, que el barrio no es más que

una marcación legal y la habitabilidad de la gente va más allá de los verdes árboles, que

sube incluso más alto que Monserrate para decir que allí hay experiencias de vida donde el

campo no pelea con la ciudad, que la humanidad no viene a destruir a la vegetación y

donde nos muestra la dependencia de la ciudad hacia estos espacios, pues quebradas como

la de Yomasa y otras nacen desde el agua que baja de las piedras, que recogen los

frailejones que se emplaza en pequeños espejos de agua y que descienden hacia las

ciudades cristalinos.

Nuestra labor empieza allí, ya dejamos sólo de escuchar ahora, nos tomamos el trabajo de

colaborar en la siembra de árboles en el páramo, con esa lluvia paramosa que baja lo

suficiente como para regar todas las plantas, mientras vamos de a uno en uno a abrir el

hueco con palas y barretones, otras personas van cargando pequeños arboles sembrados en

materas que ahora van a hacer parte de la diversidad del cerro, muy cuidadosamente

seleccionados, especies de allá, que van a permitir su existencia sin afectar otras especies

como lo hacen los pinos y eucaliptos.

Mediante van pasando los minutos y las horas oímos, de lo ardua que es esta labor, pero

que no la van a dejar de lado y nos viven recalcando que no, no lo hacen por ellas, lo hacen

por la madre tierra, por los cerros y pos supuesto por la ciudad. Mientras vamos poniendo

los arbolitos y marcándolos con cintos vamos oyendo de que habrá un sancocho de

almuerzo, de esos sopones que contienen una fuerte cantidad de tubérculos y vegetales

acompañados de carnes, en el “sancochadero”, y hacia las tres de la tarde nos dicen que ya

acabamos la labor por hoy y es hora de bajar.

Por los mismos caminos, con un sol pronunciado descendemos, salimos de la montaña y

agradecemos nuevamente por medio de un rito seguimos bajando hasta el tanque de agua y

finalmente donde hay nuevamente un camino que nos lleva al barrio, donde el olor de la

olla y del fogón nos reúnen en ese mismo lote donde habían hecho la aguadepanela. ¡Ese es

el sancochadero! Dice doña Elizabeth nuestro sitio de reunión, que ellas esperan construir

una maloca alrededor de él. Ese es el sitio predilecto de estas reuniones y me llevan a

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pensar una cosa, tienen al lado el salón comunal y no lo usan, y no es precisamente porque

no haya fogón, y mientras vamos pensando suena la palabra lucha y resistencia, al

crecimiento de las ciudades, mientras Elizabeth me dice que este se volvió un espacio de

resistencia a las ciudades, habla una y otra vez de la ciudad como si fuera lo que está allá

abajo. Aquí arriba es otra cosa, más que franja de adecuación o no es un espacio de lucha y

resistencia, por lo gris de los edificios, por el gasto de agua y destrucción del ambiente, es

tal la resistencia a la ciudad que prefieren un sancochadero que usar el salón comunal,

porque finalmente, barrio o no, son comunidad preocupada por el medio ambiente, que

espera congregar a más y más gente para que participe, para demostrarles que esto es una

experiencia de vida diferente, atravesada por las condiciones sociales y económicas que han

golpeado esta localidad toda la vida, pero que eso no implica que puedan habitar diferente

la ciudad.

Más que franja de adecuación, barrio, localidad, reserva, es un espacio de cuidado, donde la

comunidad de Villa Rosita, de otras zonas y regiones se reúne para proteger a los cerros y

la vitalidad de la gente. Para mostrarnos que ECObariro es la figura legal con la que

defienden sus saberes tradicionales y también defienden a los cerros de un crecimiento que

no se preocupa por ellos. Es un mundo posible que se levanta en contra de quienes están

dispuestos a arrasar con sus cerros orientales, tu territorio que versa entre la vida de ciudad

y de campo, convirtiéndose en algo diferente, o en las dos cosas al tiempo.