etica de la historia

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U N I V E R S I D A D N A C I O N A L D E C O L O M B I A 102 F RANCISCO A. O RTEGA I. R ECUERDO COLECTIVO, OLVIDO Y PODER E n este ensayo me ocuparé de dos de los cuatro términos que nos convocan: el recuerdo y el olvido. Para mí, los dos términos son de especial importancia, pues como historiador de la cultura gran parte de mi trabajo consiste en desci- frar qué y cómo una sociedad recuerda, qué y cómo olvida. Sin embargo, más allá de las preocupaciones particulares de cada historiador, estos dos conceptos ocupan un lugar fundamental en el encuentro profesional con el pasado, pues el mismo ejerci- cio de la historia constituye un cierto modo colectivo de recordar y olvidar, modo que en tanto hace parte de las convenciones y protocolos académicos, se ejecuta desde el poder. Esos procesos de rememoración y olvido –propios tanto de la sociedad como de la profesión– siempre tienen un carácter político, carácter que se intensifica cuando los acontecimientos adquieren una dimensión traumática. Quiero articular esa compleja relación social entre recuerdo, olvido y poder a partir de cuatro supuestos. En primer lugar, me gustaría precisar una diferencia entre memoria, recuerdo y reviviscencia. En “Nota sobre la ‘pizarra mágica’” (1924) Freud explora la aparentemente ilimitada capacidad de la mente humana para acumular per- cepciones en sistemas mnemónicos permanentes, de tal manera que el olvido es sólo una ocurrencia aparente 1 . Me quiero adherir a ese presupuesto y reservo, por lo tanto, el término de memoria, y en especial el de “memoria de lo que olvida”, para aquello que toca lo real y designa lo eficaz del olvido, “lo desconocido temible”, que insiste y se mantiene “más allá de la raya…”, en suma, el inconsciente 2 . Por otra parte, reservo el término recuerdo para designar el proceso por medio del cual el evento que quedó “registrado en la cadena significante y dependiente de su existencia” es actualizado en el presente 3 . La presencia de la memoria en el recuerdo jamás es plena y siempre está La ética de la historia: Una imposible memoria de lo que olvida El desastre no da tregua. Eslogan de la Cruz Roja 1 Sigmund Freud, “Nota sobre la ‘pizarra mágica’”, en Obras com- pletas, ed. James Strachey, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1990. 2 Jacques Lacan, Seminario VII. La ética del psicoanálisis, 1959-60, ed. Jacques-Alain Miller, trad. Diana Rabinovich, Buenos Aires: Edi- ciones Paidós, 1995, pág. 279. 3 Ibid., pág. 257. Por cadena significante o de significación, Lacan se refiere a la estructura simbólica que acoge e inscribe al sujeto “even before his birth and after his death, and which influences his destiny unconsciously”, en Jacques Lacan, Ecrits: A Selection, trad. Alan Sheridan, Nueva York: W.W. Norton, 1977, pág. 468.

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En este ensayo me ocuparé de dos de los cuatro términos que nos convocan: elrecuerdo y el olvido. Para mí, los dos términos son de especial importancia,pues como historiador de la cultura gran parte de mi trabajo consiste en descifrarqué y cómo una sociedad recuerda, qué y cómo olvida

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  • U N I V E R S I D A D N A C I O N A L D E C O L O M B I A102

    F R A N C I S C O A . O R T E G A

    I. RECUERDO COLECTIVO, OLVIDO Y PODEREn este ensayo me ocupar de dos de los cuatro trminos que nos convocan: elrecuerdo y el olvido. Para m, los dos trminos son de especial importancia,pues como historiador de la cultura gran parte de mi trabajo consiste en desci-frar qu y cmo una sociedad recuerda, qu y cmo olvida. Sin embargo, msall de las preocupaciones particulares de cada historiador, estos dos conceptos ocupanun lugar fundamental en el encuentro profesional con el pasado, pues el mismo ejerci-cio de la historia constituye un cierto modo colectivo de recordar y olvidar, modo queen tanto hace parte de las convenciones y protocolos acadmicos, se ejecuta desde elpoder. Esos procesos de rememoracin y olvido propios tanto de la sociedad como dela profesin siempre tienen un carcter poltico, carcter que se intensifica cuando losacontecimientos adquieren una dimensin traumtica.

    Quiero articular esa compleja relacin social entre recuerdo, olvido y poder apartir de cuatro supuestos. En primer lugar, me gustara precisar una diferencia entrememoria, recuerdo y reviviscencia. En Nota sobre la pizarra mgica (1924) Freudexplora la aparentemente ilimitada capacidad de la mente humana para acumular per-cepciones en sistemas mnemnicos permanentes, de tal manera que el olvido es slouna ocurrencia aparente1. Me quiero adherir a ese presupuesto y reservo, por lo tanto,el trmino de memoria, y en especial el de memoria de lo que olvida, para aquelloque toca lo real y designa lo eficaz del olvido, lo desconocido temible, que insiste yse mantiene ms all de la raya, en suma, el inconsciente2. Por otra parte, reservoel trmino recuerdo para designar el proceso por medio del cual el evento que quedregistrado en la cadena significante y dependiente de su existencia es actualizado enel presente3. La presencia de la memoria en el recuerdo jams es plena y siempre est

    La tica de la historia:Una imposible memoria de lo que olvidaEl desastre no da tregua.Eslogan de la Cruz Roja

    1 Sigmund Freud, Nota sobre la pizarra mgica, en Obras com-pletas, ed. James Strachey, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1990.

    2 Jacques Lacan, Seminario VII. La tica del psicoanlisis, 1959-60,ed. Jacques-Alain Miller, trad. Diana Rabinovich, Buenos Aires: Edi-ciones Paids, 1995, pg. 279.

    3 Ibid., pg. 257. Por cadena significante o de significacin, Lacan serefiere a la estructura simblica que acoge e inscribe al sujeto evenbefore his birth and after his death, and which influences his destinyunconsciously, en Jacques Lacan, Ecrits: A Selection, trad. AlanSheridan, Nueva York: W.W. Norton, 1977, pg. 468.

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    atravesada por el velo fantasmal. Desde ese punto de vista, el olvido no es ni ausenciani negacin de memoria, sino una elisin en la cadena significante que resulta en elrecuerdo. La elisin da cuenta de la dificultad que tiene el sujeto de elaborar el recuer-do en cuestin y en todos los casos nos remite a una insistencia4. Esa insistencia,resistencia y sntoma a su vez, produce reviviscencias, es decir memorias parciales,ancladas en las redes emotivas del imaginario social.

    La diferenciacin entre tres trminos que generalmente se aceptan comosinnimos me lleva al segundo punto que quiero formular: as como el olvido estlleno de memoria, el recuerdo est constituido por el olvido. En efecto, la cadenasignificante, constitutiva y constituyente del recuerdo, slo es posible por la inevita-ble, diramos sistemtica separacin del pasado en funcin de un presente que vive5.El recuerdo, por lo tanto, es siempre tambin y en alguna medida una reviviscencia.En tercer lugar, el recuerdo y en especial el recuerdo traumtico est siemprevinculado a un infructuoso esfuerzo por olvidar. All donde se necesita olvidar msvehementemente y donde el poder o la complacencia demanda de manera msinsistente el olvido, all donde el sujeto, fracturado, traumatizado, quiere encontrarun alivio en el olvido, all acaece de manera ms patente la memoria, aun cuando seade manera disimulada. Barnor Hese, crtico afro-norteamericano especialista en ellegado de la esclavitud en las Amricas, escribe que [] el recuerdo ocurre msinsidiosamente en aquellos lugares en que es intensamente disputado eineludiblemente traumtico, y donde un tremendo deseo de olvidar se enfrenta a laimposibilidad de hacerlo6. En contraposicin, en donde se rememora con ms certe-za y en donde la intensidad afectiva es ms evidente y la narrativa social se acerca alestatuto de verdad irrebatible, all es donde la representacin del pasado resultaaltamente sospechosa.

    En cuarto lugar, la insistencia de lo olvidado no proviene de una exterioridadque habla objetivamente, lugar desde donde se capta el evento y se le enuncia ms alldel recuerdo o las resistencias personales. Al contrario, como ya lo seal en un trabajoanterior, las memorias definen, inscriben y re-inscriben la experiencia del pasado7. Lodefinen porque no slo son vehculos para la experiencia sino que de hecho la consti-tuyen; lo inscriben al establecer protocolos para los procedimientos mnemnicos; y lore-inscriben al actualizar el significado de los eventos de acuerdo con las necesidadesdel presente. En el caso especfico de pasados desastrados, las memorias adems desealar el lugar de los eventos, adelantan el trabajo de duelo y/o actan (act-out) supropia incapacidad para enfrentar las demandas de la catstrofe. De ambas formas, sondeterminantes en el proceso de re-estructuracin simblica y de construccin de unamemoria histrica.

    4 Ver el seminario sobre La carta robada en Jacques Lacan, Semi-nario II. El yo en la teora de Freud y en la tcnica psicoanaltica, trad.Irene Agoff, Barcelona: Ediciones Paids, 1984, pgs. 287-307. Enotro lado, Lacan escribe Qu es lo que escapa del campo en esteolvido? A qu se llama olvido? Desde los primeros pasos, ustedesven bien que aqullo a lo cual debe siempre prestarse atencin es ala significacin, pues seguramente, eso no es un olvido. El olvido freu-diano es una forma de la memoria, su forma misma, la ms precisa.El mejor desconfiar de palabras como olvido. Esto es un agujero.Seminario XII: Problemas cruciales para el psicoanlisis, indito,Clase 4 (6 de enero de 1965). Traduccin de A. M. Gmez. Versinelectrnica disponible en http://www.con-versiones.com/nota0279.htm

    5 Paul Ricoeur desarrolla la idea del olvido como parte dialctica delrecuerdo en La memoria, la historia, el olvido, trad. Agustn Neira,Madrid: Editorial Trotta, 2003. En especial, vase la parte 3, El ol-vido de la seccin titulada La condicin histrica.

    6 Mi traduccin de: Remembering occurs most profoundly where itis intensely contested and inescapably traumatic, and where acompelling desire to forget confronts the impossibility of doing so.Barnor Hesse, Forgotten Like a Bad Dream: Atlantic Slavery and theEthics of Postcolonial Memory, en Relocating Postcolonialism, ed. Da-vid Theo Goldberg y Ato Quayson, Londres: Blackwell, 2002, pg.143. Precisamente ese es el modo en que el pasado labora, auncuando no lo percibimos, con un estado de eficiencia que podemosmedir en la historia. Lacan, tica del psicoanlisis, ed. cit., pg. 212.

    7 Vase Francisco A. Ortega Martnez, Crisis social y trauma: pers-pectivas desde la historiografa cultural colonial, Anuario colombia-no de historia social y de la cultura 30 (2003). Teresa de Lauretiscuestiona la separacin tradicional que se hace de experiencia y dis-curso y propone que la primera es constituida por los gnerosdiscursivos disponibles en una sociedad. Semiotics andExperience, en Alice Doesnt: Feminism, Semiotics, Cinema,Bloomington: Indiana University Press, 1984. En el caso de los pro-cesos de memorializacin, esto quiere decir que el evento no dotade significado al monumento, sino que los procesos colectivos quevan dando paso al monumento proponen en primer lugar un signifi-cado del evento. Ernst van Alphen desarrolla esa relacin entre dis-

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    Igualmente es necesario hacer algunas precisiones adicionales con relacin alrecuerdo colectivo. En primer lugar, aun cuando el recuerdo colectivo mantiene unarelacin simbitica con la memoria privada, la primera tiene procedimientos y dinmi-cas diferentes a los de la segunda y no se puede entender como la simple suma dememorias individuales. La memoria colectiva ocurre en un contexto grupal (ya seaformal o informal), se elabora a travs de las instituciones propias de la colectividad yresponde a las necesidades propias del grupo. En todos los casos la memoria colectivase gesta desde los mismos mecanismos que gobiernan el funcionamiento del pasadoen esa sociedad, con los recursos discursivos y retricos a su disposicin, a travs de lasinstituciones y los circuitos de comunicacin establecidos, e impulsados y legitimadospor aquellas figuras pblicas que son especialmente respetadas.

    En segundo lugar, la memoria social funciona como un espacio de doble nego-ciacin entre 1) las demandas del pasado y las exigencias del presente por medio delcual se constituye la tradicin, y 2) los diversos intereses que hacen parte de unasociedad determinada y por medio de la cual se instituye la hegemona8. En ese senti-do, la memoria cultural, como ya lo remarc Halbwachs, tiende a ser polticamenteconservadora y privilegia la unidad sobre el conflicto o la disgregacin9. Precisamentepor eso, el tipo de memoria colectiva que va a predominar en una sociedad en undeterminado momento tiene que ver con factores tan variados y aparentemente aje-nos a los eventos como las relaciones de poder existentes en la sociedad, la disponi-bilidad de los recursos institucionales y de difusin, el capital simblico y la dimensinpotica del relato. Esa funcin mediadora nos permite entender mejor la magnitudpoltica de la memoria colectiva.

    Por ltimo, el relato pblico cristaliza la memoria social, pero en los resquiciosde estos relatos se hallan otros tipos de recuerdos recuerdos alternos, muchas vecesrecuerdos disidentes que aun cuando no logran el estatuto de memoria explcita,permanecen inscritos en leyendas, chismes, hbitos, rituales, instituciones, y en elmismo cuerpo humano10. Una comprensin crtica de la memoria colectiva nos obligaa tomar en cuenta tanto los relatos socialmente aceptados del pasado como estosfragmentos que permanecen y operan desde el mismo seno de la sociedad, a veces sinque ella misma lo sepa.

    II. TRAUMA CULTURALComo ya lo dijimos, esa dinmica del recuerdo y el olvido cobra especial importanciadurante perodos de crisis social. Para facilitar la discusin me enfocar en el contextode un tipo de crisis social aguda, la cual designar con el trmino de traumtica. Elconcepto de trauma cultural o social designa la dimensin colectiva de vivencias par-

    curso y experiencia en el contexto de experiencias lmite enSymptoms of Discursivity: Experience, Memory, and Trauma, enActs of Memory: Cultural Recall in the Present, eds. Mieke Bal,Jonathan Crewe y Leo Spitzer, Hanover, NH: University Press of NewEngland, 1999.

    8 Uso el concepto de hegemona en el sentido gramsciano de nego-ciacin. Hegemona, por lo tanto, no se refiere a un proceso por me-dio del cual un grupo social poderoso impone de manera unilateraly forzada su voluntad sobre el resto de la sociedad. Al contrario, taly como nos recuerda William Roseberry, el valor del concepto [dehegemona] resida en que iluminaba las lneas de debilidad y divi-sin, de las alianzas amorfas y de las fracciones de clases incapa-ces de hacer que sus intereses particulares se presentaran como losintereses de una colectividad ms amplia. Hegemona y lenguajecontencioso, en Aspectos cotidianos de la formacin del Estado. Larevolucin y la negociacin del mando en el Mxico moderno, ed.Gilbert Joseph y Daniel Nugent, Coleccin Problemas de Mxico,Mxico: Ediciones Era, 1995, pg. 225. En resumen, se refiere noal proceso habilitador de una imposicin sino al proceso des-habilitador por medio del cual ciertas formas mentales aparecencarentes de legitimidad.

    9 Vase Maurice Halbwachs, The Collective Memory, Nueva York:Harper and Row, 1980, captulos 2 Individual and CollectiveMemory, y 3 Collective Memory and Historical Memory.

    10 Vase Paul Connerton, How Societies Remember, Cambridge:Cambridge University Press, 1989, en particular el captulo 3,Bodily Practices (72-104).

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    ticularmente amenazantes, intensas y desconcertantes11. Aunque parecera fcil re-conocer eventos traumticos por dar un ejemplo, los campos de concentracinnazis (Auschwitz, Dachau, Treblinka, nombres que designan el lugar de donde no seregresa12), la historiografa cultural y las ciencias sociales carecen de conceptos cla-ros, sistemticos y unificados sobre la naturaleza y los criterios mnimos que identifi-can una experiencia traumtica social. Por eso, aunque el tipo de destruccin que sellev a cabo en los campos de concentracin, la indeleble marca que qued en lasvctimas, el legado que an perturba a sus protagonistas y a los descendientes destos, y la centralidad que lugares como Auschwitz ocupan en el imaginario contem-porneo constituyen ndices importantes de su dimensin traumtica, la ausencia deuna nocin clara de trauma social da pie a una gran confusin y al uso indiscriminadodel trmino para designar multitud de convulsiones sociales13. Por eso es absoluta-mente necesario precisar con mayor rigor qu quiero decir cuando hablo del recuer-do y el olvido en el contexto del trauma social.

    Para comenzar, ningn evento, en s y por s, es traumtico. Lo que determinasi un grupo desarrolla sntomas de trauma social no es la estructura de los eventos laviolencia ssmica, las estrategias usadas por el agresor, los daos materiales de la infra-estructura, sino la estructura de la experiencia social de ciertos eventos, eventos quese viven de cierto modo y en cierto momento. El socilogo Neil Smelser resume esterequisito al afirmar que el concepto de trauma supone el de sistema14. El siguienteejemplo nos puede ayudar a entender mejor lo que quiero decir. Estudios recientessugieren que las tasas de PTSD (trastorno de estrs post-traumtico, por sus siglas eningls) son muy bajas para las catstrofes naturales (terremotos, huracanes, etc.), una

    labor crtica historiogrfica. Vase Francisco A. Ortega Martnez, TheAnxieties of Trauma: Representations of Disaster in Colonial andContemporary Latin America. An Essay in Catastrophic Readings,Ph.D Dissertation, The University of Chicago, 2001 y el ya citado Cri-sis social y trauma.

    12 Vase Primo Levi, Se questo un uomo, Turn, Einaudi, 1947; yGiorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz: el testigo y el archi-vo, trad. Antonio Gimeno Cuspinera, Col. Ensayo Pre-textos, 430, Bar-celona: Editorial Pre-Textos, 2002.

    13 Escojo un ejemplo, entre muchos posibles, de ese uso metafrico:Frances Berdan, Trauma and Transition in Sixteenth Century CentralMxico, en The Meeting of Two Worlds: Europe and the Americas1492-1650, ed. Warwick Bray, New York: Oxford University Press,1993. No pongo en duda que la conquista espaola de Mxico enel siglo XVI haya tenido y an tenga consecuencias traumticaspara las comunidades indgenas que la sufrieron. Lo que quiero des-tacar es que el uso intuitivo del concepto de trauma para designarde manera genrica las mltiples y diversas crisis sociales desata-das a partir de la llegada de los europeos nos remite obligatoria-mente a un nivel metafrico y no a uno analtico. Para un uso msriguroso del concepto de trauma social en el contexto de la con-quista americana, vase el trabajo de Nathan Wachtel, La vision desvaincus: Les indiens du Prou devant la conqute espagnole 1530-1570, Pars: Gallimard, 1971. Ya el libro de George Kubler, MexicanArchitecture of the Sixteenth Century, 2 vols., New Haven: YaleHistorical Publications, 1948, haba anticipado un uso sistemticodel concepto.

    14 La frase exacta es Trauma entails some conception of system (35).En la misma pgina, Smelser aclara que No discrete historical eventor situation automatically or necessarily qualifies in itself as a culturaltrauma, and the range of events or situations that may become cultu-ral traumas is enormous. Psychological and Cultural Trauma, enCultural Trauma and Collective Identity, ed. Jeffrey C. Alexander, etal., Berkeley, Ca: University of California Press, 2004. JeffreyAlexander llama falacia naturalista a la confusin que domina la li-teratura mdica y de las ciencias sociales por medio de la cual loseventos su magnitud, impacto, etc. se conciben inherentementetraumticos, sin consideracin del contexto social en el que ocurren.Vase Toward a Theory of Cultural Trauma, en Alexander et al., Cul-tural Trauma, 1-30; en especial, pgs. 8-10.

    11 Una bibliografa inicial del tema debe incluir los siguientes tex-tos: Freud, Moiss y la religin monotesta; AlexanderMitscherlich y Margarete Mitscherlich, Fundamentos del com-portamiento colectivo: La incapacidad del sentir duelo, Madrid:Alianza Editorial, 1973; Robert Jay Lifton, The BrokenConnection: On Death and the Continuity of Life, New York: BasicBooks, 1979; Nicolas Abraham y Maria Torok, The Wolf MansMagic Word: A Cryptonymy, trad. Nicholas Rand, Minneapolis:The University of Minnesota Press, 1986; Felman y Laub,Testimony; Kai Erikson, Notes on Trauma and Community, enTrauma: Explorations in Memory, ed. Cathy Caruth, Baltimore:The Johns Hopkins University Press, 1995; Cathy Caruth, ed.,Trauma: Explorations in Memory, Baltimore: The Johns HopkinsUniversity Press, 1995; Isabelle Sommier, La violence politiqueet son deuil: Lapres 68 en France et en Italie, Rennes: Presses

    Universitaires de Rennes, 1998; Jean Allouch, Ertica del due-lo en el tiempo de la muerte seca, trad. Silvio Mattoni, Mxico:Editorial Edelp, 1998; Arthur G. Neal, National Trauma andCollective Memory: Major Events in the American Century,Armonk, NY: M.E. Sharpe, 1998; Jay Winter, Sites of Memory,Sites of Mourning: the Great War in European Cultural History,Cambridge, UK: Cambridge University Press, 1998; DominickLaCapra, Writing History, Writing Trauma, Baltimore: The JohnsHopkins University Press, 2001; Deborah Jenson, Trauma andIts Representations: The Social Life of Mimesis in Post-Revolutionary France, Baltimore: Johns Hopkins UniversityPress, 2001; y Jeffrey C. Alexander et al., Cultural Trauma andCollective Identity, Berkeley, Ca: University of California Press,2004. Mi propio trabajo trata de hacer pensable la nocin detrauma cultural como herramienta analtica para re-fundar una

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    vez que las vctimas aceptan la dimensin arbitraria propia de estos eventos15. Noobstante, los mismos estudios sealan que la elaboracin del duelo se hace ms difcilsi las vctimas descubren que las autoridades o instituciones polticas no cumplen conlas expectativas colectivas. Igualmente ocurre si se encuentra evidencia de que laspenurias sufridas tienen como causa un error o negligencia humana (la corrupcin,explotacin, etc.) y, por consiguiente, se considera que el sufrimiento hubiera sidoevitable; o si se cree que terceros han sacado provecho de la destruccin. En todosestos casos, la percepcin de una responsabilidad moral es el factor determinante quepredispone al PTSD y, podramos decir, que en la medida en que esa percepcin segeneraliza de manera dramtica, es el factor saliente en el desarrollo de un traumasocial16. As, pues, podemos empezar por caracterizar la experiencia colectiva del trau-ma como el reconocimiento, en medio del sufrimiento social, de una profunda diso-nancia moral entre los discursos colectivos que actualizan y legitiman el ordenamientosocial y aquellos que inscriben y recuerdan los eventos asociados al sufrimiento social.En este contexto es preciso notar una vez ms que el recuerdo no precede al traumasino que lo constituye.

    Precisamente debido a que los recuerdos constituyen el trauma social y a queexiste una variedad de recuerdos posibles, segn la perspectiva con que se vive elevento, no slo los eventos similares son vividos de manera diferente en lugares diver-sos, sino que tambin los protagonistas de una misma experiencia traumtica la vivende manera dismil; en algunos casos, de manera radicalmente incomparable. En efecto,lo que algunas personas viven como un desastre por ejemplo la explosin de la bombaatmica en Hiroshima para otros es una victoria militar, mientras que un tercero lopercibe como una retribucin justa por las infracciones cometidas. Es decir, la nocinde trauma nos remite a un orden simblico mientras que conceptos como desastre,victoria o retribucin nos remiten al orden de lo imaginario. La discusin de estostrminos, por lo tanto, necesita llevarse a cabo por aparte.

    En primer lugar, tratemos de acercarnos un poco ms al concepto de traumacultural17. Dijimos que ste est ligado a una profunda disonancia moral entre lalegitimidad social y el sufrimiento social, disonancia que tambin cobra dimensionescognitivas, ideolgicas y emocionales y que propongo resumir como una profundacrisis de significacin. Agrego ahora que el concepto de trauma cultural, con todas lasimprecisiones que pueda tener, designa de manera efectiva el quiebre o la repentinafragilizacin que ocurre en uno o varios de los meta-relatos que hacen posible y ledan sentido al ordenamiento social18. No es extrao, entonces, que los miembros decomunidades que padecen un alto grado de sufrimiento social sin que logren encon-trarle una justificacin moral, articulen la vivencia del conflicto como la debacle de

    15 Beverley Raphael, When Disaster Strikes. How Individuals andCommunities Cope with Catastrophe, Nueva York: Basic Books, 1986,pgs. 70-98.

    16 Vase Stephen OBrien, Traumatic Events and Mental Health,Cambridge: Cambridge University Press, 1998, pgs. 83-117. Anearthquake was followed by a sevenfold rise [of PTSD symptoms]in one city [in Chile] while in another city [in California] a similar eventdid not produce any significant excess of PTSD (75). La evidenciasugiere que la principal diferencia est asociada al reconocimientoy legitimidad que el gobierno de la ciudad californiana disfrutaba, yla disponibilidad de servicios sociales y el apoyo institucional pres-tados a sus habitantes, condiciones todas que no se dieron en la ciu-dad chilena. Estos estudios sugieren que las comunidades queperciben una falta de proteccin y asistencia por parte de las institu-ciones establecidas para tales propsitos, son ms dadas a mani-festar su inconformidad a travs de patologas mentales (214).

    17 Neil Smelser propone una distincin polmica entre trauma social ytrauma cultural. Segn Smelser, el trauma social designa la destruc-cin de los sistemas econmicos, polticos, administrativos y/o le-gales. Smelser, Psychological and Cultural Trauma, pgs. 37-38.Si seguimos la lgica que gua la diferencia, es posible pensar enun trauma social que no implique trauma cultural y viceversa. Esesera el caso de una accin blica que destruyera la infraestructurasocial del enemigo sin afectar su integridad cultural (en el caso deque esto fuera posible). Sin embargo, esta distincin lleva aSmelser a caer en la falacia naturalista que tanto denunci al pre-suponer que la fractura de la infraestructura y no la crisis de signi-ficacin es la que constituye el trauma. No, como l proclama, queThe most important defining characteristics of social trauma is thatthe affected arenas are societys social structures (37). El traumaprivado slo deviene trauma grupal en el momento en que las es-tructuras simblicas que sustentan las estructuras sociales se res-quebrajan, es decir, en el momento en que los grandes relatos quegobiernan la vida colectiva entran en crisis radical de significacin.De esta manera, trauma social y trauma cultural slo pueden sertrminos equivalentes.

    18 Llamo meta-relatos al sentido de orden social fundamental que sur-ge en funcin de las cadenas significantes y que se expresan a tra-vs de jerarquas como las expresadas por el rgimen de la Ley (yno por la autoridad de un padre, de un dios, de un rey o del mando

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    las jerarquas sociales, visin que resumen con la conocida frase de que el mundoest al revs19. En la frmula elegante de Lacan, el trauma corresponde a la irrupcinde lo real en el orden de lo simblico20.

    Haba ya anotado que la experiencia aterradora se manifiesta ms notablemen-te a travs de la insistencia, la cual produce una vivencia pasiva y retroactiva que esrevivida y elaborada continua y parcialmente21 . En efecto, la estructura traumtica exhi-be una temporalidad particular en la que el pasado coexiste e incluso agobia efectiva-mente al presente de tal manera que su inscripcin en el registro de la memoria y lahistoria es a la vez solicitado y frustrado. El trauma se presenta

    como algo que ha de ser taponado por la homeostasis subjetivante que orientatodo el funcionamiento definido por el principio del placer. Nuestra experiencia nosplantea entonces un problema, y es que, en el seno mismo de los procesos primarios,se conserva la insistencia del trauma en no dejarse olvidar por nosotros. El traumareaparece en ellos, en efecto, y muchas veces a cara descubierta22.

    Reaparece, s, pero el acontecimiento no se ubica en un pasado original y yavivido, sino que emerge nuevamente en cada recuerdo y determinado por las condicio-nes del presente. Tal como Cathy Caruth escribe, la estructura histrica del trauma noes solamente que una experiencia se repite luego de su olvido, sino que es slo en y atravs del olvido inherente que se experimenta por primera vez23. De esta manera, laveracidad y el valor del recuerdo no residen en el conocimiento evidenciable, sino ensu dimensin enigmtica. Segn Dori Laub, el sujeto narrativo da fe de algo msradical, ms crucial: la realidad de una ocurrencia inimaginable24.

    La fractura de los meta-relatos se manifiesta en la vida colectiva de tal maneraque nos permite precisar la nocin de trauma social como ethos o cultura grupalque es diferente a la suma de las heridas [traumas] personales que lo constituyen, y esms que stas25. De ese modo, mientras la experiencia traumtica deja en el individuo... acusados indicios de padecimiento subjetivo as como la evidencia de un debili-tamiento y una destruccin generales mucho ms vastos de las operaciones anmicas26,la vivencia colectiva del evento traumtico trastorna las redes simblicas (especialmen-

    inscribir, por negacin, el orden del mundo. Ernst Curtius rastrea lahistoria de este tropo potico hasta la antigedad tarda. Sostiene queella estaba originalmente conectada con los ciclos de renovacin, peroque gradualmente se convirti en otra cosa. Segn l, sta se encon-traba asociada a la crtica social durante el Medioevo y con la tradi-cin cmica durante el Renacimiento. Vase Ernst Robert Curtius,European Literatures and the Middle Ages, trad. Willard R. Trask,Nueva York: Pantheon Books, 1976, pgs. 94-98. A comienzos delsiglo XVI, Erasmo utiliza el topos en su Elogio de la locura (1509)para describir la crisis del mundo cristiano.

    20 Para Jacques Lacan el trauma es la forma privilegiada del tyche. Enel Seminario XI escribe que el tyche, en tanto forma de lo real comoencuentro el encuentro en tanto que puede ser fallido, en tanto quees, esencialmente, el encuentro fallido se present primero en la his-toria del psicoanlisis bajo una forma que ya basta por s sola paradespertar la atencin la del trauma. Jacques Lacan, Seminario XI.Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanlisis, ed. Jacques-Alain Miller, trad. Juan Luis Delmont-Mauri y Julieta Sucre, Barcelo-na: Editorial Paids, 1987, pg. 63.

    21 Sigmund Freud, Ms all del principio del placer, en Obras com-pletas, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1984, pgs. 21-23.

    22 Lacan, Los cuatro conceptos, ed. cit., pg. 64.23 Traduccin de the historical structure of trauma is not just that the

    experience is repeated after its forgetting, but that it is only in andthrough its inherent forgetting that it is first experienced. En CathyCaruth, Unclaimed Experience: Trauma, Narrative, and History,Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1996, pgs. 14-15.Vase tambin, Sigmund Freud, Moiss y la religin monotesta yotros escritos sobre judasmo y antisemitismo, trad. Ramn Rey Ar-did, Madrid: Alianza Editorial, 1984, pgs. 180-198.

    24 Traduccin de to something else more radical, more crucial: thereality of an unimaginable occurrence. En Shoshana Felman y DoriLaub, Testimony: Crises of Witnessing in Literature, Psychoanalysis,and History, Nueva York: Routledge, 1992, pg. 60.

    25 Erikson, Notes on Trauma and Community, ed. cit., pg. 185.26 Freud, Ms all del principio del placer, ed. cit., pg. 12.

    civil), del Otro (y no por las diferencias de gnero, de raza ode clase), del Grupo (y no por la pertenencia a colectivos tnicoso sociales, a una nacin, ciudad, etc.), del placer (y no por lanormatividad propia de un rgimen social determinado). En esesentido, mi uso del concepto difiere marcadamente del deLyotard, para quien las metanarrativas son los relatos

    totalizantes de la historia y los fines de la humanidad que auto-rizan y legitiman el saber y las prcticas culturales. Vase JeanFranois Lyotard, La condicin postmoderna: informe sobre elsaber, Madrid: Planeta, 1992.

    19 La figura del mundo al revs registra un mundo desarticula-do. Por ello, sta sintetiza la economa moral del relato social al

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    te aquellas asociadas con la ley, el colectivo y la espiritualidad) e imaginarias (autoridad,nacin, religin) que le dan sustento a la vida social27.

    III. CRISIS Y RELATO: LA ECONOMA MORAL DEL RECUERDOLa crisis de significacin se manifiesta en el imaginario social al perturbar la anheladanormalidad de la hegemona y sus formas polticas, y al enervar el sentido personal ycolectivo de pertenencia e identidad28. Recordar un evento traumtico es responder aesa amenazante perturbacin y enervacin; desastre, victoria, escarnio son los nom-bres que reservamos para aquellos recuerdos que responden rpida y decisivamente.Precisamente por eso el recuerdo ser simultneamente el lugar discursivo donde lacrisis se vive con mayor profundidad y donde se reafirma de manera energtica la ley,en donde gracias al efecto de la ansiedad, el deseo, el temor y la compasin elpoder se enfrenta a sus peores pesadillas y a sus fantasas favoritas29. Su funcin socialfundamental no es la de inscribir objetivamente el evento sino la de responder a ladisgregacin vivenciada y producir un re-agenciamiento en el sufriente30. Por eso,precisamente, aunque la crisis de significacin se da en relacin con un aconteci-miento conflictivo, los relatos jams son reducibles a una objetivacin de los hechos.El trauma es una ocurrencia en la que el aspecto fantasmal es infinitamente msimportante que su aspecto fctico31.

    Sobra decir que estos relatos se convierten en receptores de una tremendainversin emocional, espacios en los que el discurso hegemnico subsiste en estado desobre-excitacin continua o donde se le obliga a reconstituirse repetidamente. Sonnarrativas agobiadas por la ansiedad de los espectros colectivos. En el afn de inteligibi-lidad por medio de la cual busca reimponer el sujeto de la ley la narracin conviertela crisis en espectculo. Una parte del tal espectculo consiste en que este sujetoinsistentemente se represente ante s mismo y ante los otros mediante el lenguajepoltico, el sentimiento religioso, la devocin a la ley y a la nacin, etc. para regresaral dominio colectivo de la ley y la moralidad. Por eso, en su rpida accin restauradora,estos recuerdos nos permiten observar de manera privilegiada la naturaleza ideolgicade las formaciones sociales, es decir, de los modos mediante los cuales estas diversasprcticas y discursos hegemnicos se afirman como fenmenos naturales. Siguiendo elprovocativo argumento de Homi Bhabha, podramos decir que el recuerdo traumticonos remite ... a la vez al sitio de la fantasa y el deseo, y a la vista de la subjetivaciny el poder32.

    La experiencia traumtica social requiere ser colectivizada, generalmente a tra-vs de un relato verbal (aunque hoy en da cobran importancia los modos visuales), demodo que el sufrimiento social se vuelva culturalmente relevante, tanto en el sentido

    27 Sobra decir que este trastorno se hace visible en el entorpecimientodel funcionamiento de las estructuras sociales e institucionales. Porotra parte, varios estudios revelan que individuos de comunidadestraumatizadas exhiben la preponderancia de algunas de las siguien-tes conductas y actitudes: confusin, perplejidad, desorientacin; aco-so de memorias a veces visuales que llevan a una intensarevivificacin de los eventos; estado general de apata, cinismo anteel futuro, escepticismo ante las autoridades; sentimientos de furia,culpa, rechazo o vergenza. Sin duda, el estudio clsico al respectoes el de Kai Erikson, Everything in its Path. Destruction of Communityin the Buffalo Creek Flood, Nueva York: Simon and Schuster, 1976.

    28 Mientras que el meta-relato se refiere a las estructuras designificantes fundamentales para ordenar el espacio social, por he-gemona me refiero a aquellas narrativas sociales, prcticas y saberesque legitiman y naturalizan una disposicin concreta de ese ordena-miento social. Si la primera provee el guin simblico para nuestrasacciones, la segunda provee resoluciones imaginarias a los conflic-tos sociales.

    29 Antonio Gramsci ya haba notado la relacin entre trauma, narrativay poltica: Studies of [utopian] writings neglect the deep marks thatmust have been left, often for generations, by the great famines andplagues that decimated and exhausted generations of the popularmasses. These elementary disasters also aroused elementarycritical feelings and hence pressures toward a certain activity,pressures which were expressed precisely in this utopian literature,even several generations after the disaster occurred. En AntonioGramsci, Selections from Cultural Writings, ed. David Forgacs yGeoffrey Nowell-Smith, trad. Lawrence y Wishart, Cambridge (MA):Harvard University Press, 1991, pg. 237.

    30 Slo podemos concebir lo que ocurre en los sueos de neurosistraumtica a nivel del funcionamiento ms primario el funcionamien-to en el cual lo que est en juego es la obtencin de la ligazn de laenerga. Lacan, Los cuatro conceptos, ed. cit., pg. 59.

    31 Jacques Lacan, Seminario I. Los escritos tcnicos de Freud, 1953-1954, ed. Jacques-Alain Miller, trad. Rithee Cevasco y Vicente MiraPascual, Buenos Aires: Ediciones Paids, 1996, pg. 34.

    32 Homi Bhabha, La otra pregunta. El estereotipo, la discriminacin yel discurso del colonialismo, en El lugar de la cultura, trad. CsarAira, Buenos Aires: Manantial, 2002, pg. 101.

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    de que responde oportunamente a la crisis de significacin como en el sentido de queencuentra los canales de difusin que le garantizan un papel en la definicin de memo-rias colectivas33. El tipo de narrativa social que surge, es decir el tipo de recuerdo que vaa predominar en una sociedad y en un determinado momento, depende de cincofactores diferentes: 1) el consenso hegemnico que configura las relaciones de poderpropias de una sociedad (y que inciden en, por ejemplo, la relacin de las autoridadesconstituidas y del pblico ms amplio con las vctimas, el tipo de versiones de loseventos que logran algn tipo de resonancia social, etc.); 2) el acceso de los agentesportadores de memorias a los recursos institucionales (entidades del Estado o del sectorprivado) y de difusin pblicos (medios de comunicacin, de representacin, etc.); 3)el acceso que stos tienen a los recursos simblicos (gneros discursivos, tipos delenguajes, etc.); 4) las potencialidades y resonancias mito-poticas de la versin encuestin; y 5) la economa moral del recuerdo. Segn la relacin entre estas variablessurgen narrativas de los eventos tan diversas como las que hemos mencionado: derro-tas, escarnios, victorias, castigos providenciales o catstrofes.

    En lo que sigue me enfocar exclusivamente en la economa moral del recuer-do por ser ste un campo prcticamente inexplorado y absolutamente esencial paraentender las razones que determinan que un tipo de recuerdo emerja y se consolideen un momento particular34. An ms, la comprensin de esta economa moral nospermite intervenir en tanto crticos e historiadores el recuerdo para restituirle supotencialidad utpica, es decir su capacidad de hablar desde el no-lugar de la memoria,desde la exclusin, all donde reside lo abyecto.

    Ya hemos afirmado cmo la victoria, el castigo providencial, la derrota y eldesastre son respuestas a un universo moral resquebrajado. Sealamos tambin cmola disonancia moral ligada a la experiencia traumtica exige una compensacin y cmoel relato social apacigua y restablece el equilibrio moral de la polis. A menudo estosrelatos sociales sealan un culpable pecadores, chusma, terroristas de quebrantar elinviolable mandato que rige la existencia social. El recuerdo, desde esta perspectiva,prepara el terreno para el arrepentimiento de los pecados, castigar a los culpables,reconstituirse como sujeto activo y reordenar el espacio social de acuerdo al tipo deautoridad establecida. Las filiaciones sociales e ideolgicas del recuerdo se hacen evi-dentes en el momento que seala un culpable y prescribe el procedimiento a travsdel cual el mundo volver a estar al derecho.

    34 El historiador ingls E. P. Thompson y el antroplogo norteamericanoJames Scott usan y desarrollan el concepto de economa moral ensus respectivas obras, particularmente para designar los arreglossociales de sociedades pre-capitalista o pre-industriales y no occi-dentales. En estas sociedades la inglesa rural del siglo XVIII y laspequeas aldeas en Malasia las relaciones sociales entre diferen-tes grupos estn guiadas por consideraciones ms amplias que lasinicialmente contempladas por la economa poltica. Vase EdwardPalmer Thompson, The Moral Economy of the English Crowd in theEighteenth Century, en The Essential E. P. Thompson, ed. DorothyThompson, Londres: Merlin Press, 2001; y James Scott, MoralEconomy of the Peasant: Rebellion and Subsistence in South EastAsia, New Haven: Yale University Press, 1976. Mi uso del conceptoparte del reconocimiento que hacen Thompson y Scott de la preemi-nencia de la dimensin moral en la vida social, pero tiene una perti-nencia ms localizada en tanto designa el modo en que el recuerdoo relato social actualiza y responde a las relaciones sociales realese imaginadas a travs del modo en que interpela y responde a sureceptor. De esa manera, el concepto de economa moral nos per-mite examinar los relatos sociales como modelos de intercambio queson moralmente aceptables, relatos que en tanto accin tipifican unarespuesta moral a un orden moral. El concepto de economa moralcomprende adems de los principios ticos conscientes y/o expl-citos que gobiernan la focalizacin del mundo socializado (es decir,narrativizado) los presupuestos implcitos y a menudo inconscien-tes acerca del orden apropiado de ese mundo; la actualizacindiscursiva de esos principios y presupuestos en el momento de darcuenta de ese mundo; los aspectos performativos que producen yproyectan esa visin de mundo de manera normativa; y las dinmi-cas de compensacin y restauracin que se ponen en marcha paravoltear el mundo al revs de nuevo al derecho. Por ltimo, unaconsideracin completa de la economa moral de un relato social debeincluir tambin elementos extra discursivos, tales como su materia-lidad (aun cuando sea de carcter oral, compuesta por imgenes, oest apoyada en la escritura), el proceso de composicin que ha vi-vido, la infraestructura institucional que lo sustenta, sus circuitos derecepcin, etc. La mutua y simultnea relacin de estos elementos enun todo que d cuenta del universo de sociabilidad que el relatoconstruye y habita constituye la economa moral de un relato.

    33 En caso contrario la experiencia permanece latente, sus trazasinquietantes tras los pliegues de narrativas que restauran el or-den moral a travs de la represin, la denegacin o el chivo ex-piatorio. Estas narrativas logran el aislamiento y proscriben la

    memoria al terreno de lo privado, donde como dice MichaelTaussig se alimenta del miedo y paraliza. Michael Taussig, TheNervous System, Nueva York: Routledge, 1992, pg. 48.

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    La variedad de recuerdos posibles hace evidente una de las tensiones bsicasde todo relato social que d cuenta de la experiencia traumtica. Esta tensin la pode-mos entender mejor si examinamos la relacin del modo narrativo con el aconteci-miento traumtico. El filsofo Arthur Danto sugiere que la narratividad es uno de losmodos fundamentales para aprehender y darle sentido a nuestro entorno35. En tantoforma discursiva, el modo narrativo integra diversos elementos de la trama, potencia sucapacidad significativa, produce coherencia social, y conduce o sugiere una resolucinde los conflictos elaborados. En breve, la narrativa es la forma discursiva primordial conla cual moralizamos la realidad, lo que explica por qu frecuentemente se le atribuyenfacultades teraputicas36. Si aceptamos esta facultad moralizante e integradora, enton-ces las narrativas que responden a la crisis traumtica constituyen el paradjico intentopor hacer inteligible un evento que, tal como seala Kristeva, elude la representacin,desestabiliza la estructura de significacin y amenaza con hacer estallar la forma narra-tiva37. En ese caso, la experiencia que anuncia el comienzo del discurso (es decir, eltrauma) es realmente su fin, pues no es factible ninguna declaracin del sujeto y sobreel sujeto. Lyotard sintetiz esta impresin al decir que todo testimonio posible siemprees falso38. No estaramos muy lejos de la verdad si concluyramos que toda narracinpost-traumtica fracasa tanto como relato como memoria39.

    Con todo, esa tensin (o paradoja) se puede plantear de otro modo: En vez depensar que todo recuerdo es irrevocablemente falso por vivir apresado en las redesdel imaginario social, por la inevitable formalizacin ejercida a travs de sus modos deproduccin propongo pensar que todo relato social que responde a la experienciatraumtica se constituye sobre la tensa dinmica de dos polos posibles: la disgregacin

    35 Arthur C. Danto, Narration and Knowledge, Nueva York: ColumbiaUniversity Press, 1985, pgs. xiii; 143-181. Tambin, vanse LouisMink, Narrative Form as a Cognitive Instrument, en The Writing ofHistory: Literary Form and Historical Understanding, ed. RobertCanary y Henry Kozicki, Madison: The University of Wisconsin Press,1978; y David Carr, Time, Narrative and History, Bloomington: In-diana University Press, 1986.

    36 Desde los principios del psicoanlisis la experiencia del trauma hagirado en torno a un relato subjetivo que busca captar la vivencia deuna experiencia originalmente intensa. Vase, por ejemplo, La co-municacin preliminar de Josef Breuer y Sigmund Freud (1893),en James Strachey, ed., The Standard Edition of the CompletePsychological Works of Sigmund Freud, 24 vols., Londres: HogarthPress and the Institute of Psycho-Analysis, 1952-1974, vol. II, pg.6. El gremio mdico contemporneo slo reconoce la condicintraumtica despus de que sta haya sido exitosamente incorpora-da en una narracin personal que haga evidente el cuadro clnico pre-viamente establecido. Vase American Psychiatric Association,Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders: DSM-IV-TR,4 ed., Washington, DC: American Psychiatric Association, 2000; yOBrien, Traumatic Events and Mental Health, pg. 100. Lo cierto esque las narrativas que responden a eventos traumticos tienen unafuncin social muy especfica. La mdica antroploga Gay Beckerescribe que narrative is the primary expressive form for themediation of disruption [because through it] we gain access toembodied distress. Gay Becker, Disrupted Lives. How PeopleCreate Meaning in a Chaotic World, Berkeley: Univerity of CaliforniaPress, 1998, pg. 14. La narrativa sobrelleva el proceso de duelo, a process of elaborating and interpreting the reality of loss ortraumatic shock by remembering and repeating it in symbolically anddialogically mediated doses; it is a process of translating, troping,and figuring loss [] and [it] encompasses a relation betweenlanguage and silence that is in so me sense ritualized. Eric Santner,History Beyond the Pleasure Principle: Some Thoughts on theRepresentation of Trauma, en Probing the Limits of Representation:Nazism and the Final Solution, ed. Saul Friedlander, Cambridge:Harvard University Press, 1992, pg. 144 (para fines de concordan-cia modifiqu ligeramente los tiempos verbales de la cita). Esta di-mensin ritual explica la necesidad de dar testimonio queexperimentan los sobrevivientes. En tanto respuesta, las narrativas... may have the task of poiesis, that is, of remaking the cultural sense

    that can no longer redress our dramas of living (87).Victor Turner, Social Dramas and Stories About Them, enFrom Ritual to Theater, Nueva York: PAJ Publications, 1992,pgs. 61-88, para una elaboracin del tema de las discon-tinuidades biogrficas y la narracin. Sin embargo, la prcticaanaltica contempornea parte del presupuesto de que tanto larecuperacin del suceso original como la sanacin entendien-do esta ltima como la re-integracin total del ser a la socie-dad no es posible.

    37 Kristeva escribe For when narrated identity is unbearable,when the boundary between subject and object is shaken, andwhen even the limit between inside and outside becomesuncertain, the narrative is what is challenged first. Powers ofHorror. An Essay on Abjection, trad. Leon S. Roudiez, Nueva York:Columbia University Press, 1982, pgs. 140-141. Para Bersani

    y Dutoit esta tensin del modo narrativo lo vuelve inadecuado ypeligroso. Por un lado, crea la ilusin de poder manejar ps-quicamente una situacin imposible y, por otra, convierte la vio-lencia en espectculo, situacin que nos acerca al disfrutesadomasoquista. Vase The Forms of Violence: Narrative inAssyrian Art and Modern Culture, Nueva York: Schocken Books,1985.

    38 Jean-Franois Lyotard, The Differend: Phrases in Dispute, trad.Georges Van Den Abbeele, Minneapolis: The University ofMinnesota Press, 1988, pgs. 3-5.

    39 Vase Arthur Kleinman, The Illness Narratives. Suffering,Healing, and the Human Condition, Nueva York: Basic Books,1988, especialmente los captulos The Pain of Living e Illnessunto Death.

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    y sus melanclicas inscripciones y la reconstitucin y el duelo por las prdidas sufridas.Estos dos polos, diferenciados pero profundamente vinculados, nos remiten a dos mo-dos narrativos importantes: uno improductivo (marcado por la pulsin de muerte) y elotro productivo (marcado por la inversin narcisista en el ego para reparar la imagenespecular)40. Si el primero atestigua, impugna y retrae una y otra vez a la memoriahistrica la sin-razn del sufrimiento social, el segundo adelanta el proceso de re-cons-titucin del sentido colectivo de pertenencia. El estudio de la dimensin moral delrecuerdo traumtico necesita tomar en cuenta esta doble dimensin para entender suexacta funcin social. Por un lado, es una reminiscencia de las violencias, abusos yarbitrariedades sufridas; por otro, es un intento por adaptarse a las nuevas condicionesde supervivencia.

    IV. EL RECUERDO ES UNA VICTORIA, UN ESCARNIO O UN DESASTRETodo recuerdo est atravesado por los polos productivo e improductivo. Ambos sonabsolutamente necesarios, pero cada uno propone un tipo de narrativa diferente. Si elprimero tiende a producir relatos teleolgicos, el segundo tiende a fomentar relatos no-teleolgicos. En los primeros, la percibida razn de los hechos se incorpora y contribuyeal fortalecimiento de un mundo moral organizado (el terremoto que es resultado delos pecados colectivos, el genocidio que resulta de la naturaleza criminal del opositor,etc.). En los segundos, la naturaleza de los hechos se vuelve misteriosa y no sevislumbra una manera de dotarlos de sentido. Los primeros se vierten en relatos variosescarnios y gestas picas, especialmente mientras que los segundos tienden aaglutinarse en torno al tipo de relato que llamar desastre.

    Empecemos por aquellos recuerdos que tienden a privilegiar el polo teleol-gico, los escarnios y las gestas picas. Uno de los relatos ms tpicos de este modonarrativo es el que surge en torno a los desastres naturales, en particular durante losperodos previos a la modernidad secular contempornea (es decir, hasta mediadosdel siglo XVIII). En estos casos, el evento era inscrito como una advertencia de ladivina providencia para que la comunidad creyente se arrepintiera y modificara suconducta. El recuerdo social del evento se consolidaba en torno a procesiones, ser-mones y prcticas penitentes que se llevaban a cabo con la participacin de todos losestamentos sociales y de manera colectiva en los das inmediatos al terremoto. Estosrelatos se gestaban generalmente durante estos ritos en el mismo centro de la ciu-dad, a veces en catedrales derruidas, y con la firme esperanza de que la nueva feexhibida bastara para prevenir futuros castigos. En trminos estrictamente contempo-rneos esos eventos no eran entendidos como desastres, sino como escarnios de ladivina providencia.

    40 Lacan define la pulsin de muerte como la tendencia fundamental delo simblico para producir repeticin, las mscaras del registro sim-blico. Vase Seminario II. El yo en la teora de Freud y en la tcnicapsicoanaltica, Barcelona, Ediciones Paids, 1984.

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    Tomemos ahora el caso de un gran levantamiento social por parte de un gruposubalterno que culmina con una represin masiva de las autoridades. Si la perspectivade la narracin participa del consenso hegemnico establecido con anterioridad a lacrisis (y se distancia as de la del grupo subalterno), es posible slo posible, nada deesto es mecnico que el recuerdo social intente explicar las acciones del subalternocomo transgresiones injustificadas del pacto colectivo y legitimar como moralmentecorrectas las acciones represivas, en tanto constituan el nico modo de restaurar laviabilidad del colectivo. An ms, con bastante frecuencia el relato se empecinar enrestarle capacidad deliberativa (y por lo tanto agencial) al subalterno, al explicar susacciones como influidas por agentes exgenos (extranjeros, comunistas, etc.) o debidoa su carcter degenerado (intrnsicamente viciosos, poco civilizados, etc.). En conse-cuencia, estos relatos tienden a articular la exigencia de un mayor control sobre elgrupo subalterno y sobre aquellos otros grupos asociados al grupo subalterno. En casosextremos, se llega a articular la necesidad de expulsarlos o incluso eliminarlos de mane-ra tajante.

    Si, por el contrario, la perspectiva de la narracin se genera desde el lugar de lossubalternos insurrectos y luego reprimidos (aunque no reducidos), la perspectiva narra-tiva tender a representar el levantamiento como la nica respuesta posible a unasituacin moralmente injustificable (concebible slo despus de haber agotado cual-quier otro camino para la resolucin de las diferencias), y denuncia las acciones repre-sivas de la autoridad como la ltima en una cadena interminable de transgresiones alpacto social. Una manera efectiva, y por lo tanto muy frecuente, en que esto se lograes a travs de la relacin detallada de numerosas escenas dolorosas que metonmica ymetafricamente producen lazos de identificacin con la vctima. En la medida en queeste recuerdo invoca un orden pre-hegemnico, una resistencia continua y un eventualfuturo en el que se logre derrotar al enemigo, el relato incorpora y asimila el sufrimien-to social a una narrativa redentora. Lo que me interesa recalcar en este momento esque tanto en el caso del grupo social hegemnico como en el de los grupos subalternosinsubordinados, el relato social, en tanto prctica discursiva, corrige el desorden moralque dio pie a los hechos e incorpora el sufrimiento a una narrativa social pre-existente.

    Un relato como La Araucana (1569-1589), narracin pica de Alonso de Ercillaacerca de la conquista de Chile, en el que los araucanos que experimentan el ataqueespaol son textualmente construidos como el adversario militar del lector ideal, esprecisamente lo opuesto a la narracin del desastre araucano. La ambivalencia quecaracteriza esta pica, como bien lo anot David Quint, puede resultar de la naturalezacatastrfica de los eventos, pero el uso de la forma potica heroica garantiza que lanarrativa se ocupe de las fortunas e infortunios del imperio espaol41. Podemos apreciarla nobleza y el valor del lder araucano Caupolicn, pero en ltimas nuestra apreciacin

    41 Vase David Quint, Epic and Empire, Princeton: Princeton UniversityPress, 1993, pgs. 131-209. Dos tipos de desastre, algo diferen-ciados, estn en juego en este texto. En primer lugar, el colapso finaldel ya para entonces obsoleto cdigo heroico de hidalgua feudal amanos de una nueva tica conquistatorial guiada por un imperio cadavez ms centralizado y burocratizado. Alonso de Ercilla, cortesano,viejo hidalgo guerrero y poeta, encuentra la guerra de Arauco pro-fundamente anti-heroica. El segundo desastre corresponde a lo queel narrador ve como la oportunidad perdida de grabar por siempreel nombre de Espaa en el panten de las glorias heroicas, pues laambicin desmesurada y el comportamiento poco virtuoso de sussoldados mancilla y condena la conquista de Arauco.

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    del sufrimiento araucano est mediada por la ideologa de la voz narrativa y su lealtadhacia el imperio, la nacin y el rey42. De hecho, Roberto Castillo Sandoval habla de lasmaniobras de destitucin moral que Ercilla realiza con respecto a los araucanos de supoema43. Dichas maniobras fracturan el lazo social que se gesta en otros momentosentre el sufrimiento araucano y el lector. Como resultado, el narrador de La Araucanaconstruye a los araucanos como blancos apropiados para la externalizacin una vezque se encuentran en la posicin ideolgica perfecta para satisfacer lo que Vamik Volkanha llamado nuestra necesidad psicolgica de tener enemigos44.

    Ya hemos examinado brevemente el escarnio en el caso de un terremoto y lagesta pica (tanto de los represores como de los subalternos) en un levantamientosocial. Me interesa ahora explorar otro de los posibles relatos que puede emerger entorno a la experiencia traumtica: el desastre. Si trauma se refiere a una crisis de signi-ficacin, el desastre es la atrevida y deliberada poetizacin de la crisis en tanto ensayauna trama narrativa que se resiste a la resolucin45.

    Imaginemos, ahora s, un recuerdo desastrado de la conquista europea. El do-liente cntico podra fcilmente enunciar las siguientes lneas:

    Qu arco iris es este negro arco irisque se alza?Para el enemigo del Cuzco horrible flechaque amanece.Por doquier granizada siniestragolpea.[]La tierra se niega a sepultara su Seor,Como si se avergonzara del cadverde quien la am,Como si temiera su adaliddevorar.[]Gime, sufre, camina, vuela enloquecidatu alma, paloma amada;delirante, delirante, llora, padecetu corazn amado.Con el martirio de la separacin infinitael corazn se rompe.[]

    42 Vase Francisco Javier Cevallos, Don Alonso de Ercilla and theAmerican Indian: History and Myth, Revista de Estudios Hispni-cos 23, no. 3 (1989).

    43 Roberto Castillo Sandoval, Una misma cosa con la vuestra?:Ercilla, Pedro de Oa y la apropiacin post-colonial de la patriaaraucana, Revista Iberoamericana 61, no. 170-71 (1995), pg.238.

    44 Vamik D. Volkan, The Need to Have Enemies and Allies. From ClinicalPractice to International Relationships, Northvale (NJ): Jason AronsonInc., 1988, pgs. 219-225.

    45 Los trminos catstrofe y desastre se confunden en el uso contempo-rneo. Sin embargo, estos trminos tienen una historia ligeramentediferenciada que en algunas instancias repercute en el uso contem-porneo. Desastre, por ejemplo, designa ms directamente un fen-meno que no est adscrito a una agencia humana. (Por ello,frecuentemente est asociado a fenmenos naturales.) Su etimologa(astrum) nos remite al reino de lo astral, ms all de los poderes hu-manos. Vase Joan Corominas, Diccionario crtico etimolgico(1983). Sebastin de Covarrubias, el lexicgrafo espaol del siglodiecisiete, defini desastre como una desgracia lamentable atri-buida a los astros. Catstrofe, por otra parte, tiende a designar demanera ms consistente la textura de los conflictos humanos. As,Covarrubias escribe de la catstrofe que en la comedia, tragediao maraa, es aquella ltima parte della, donde vienen a estar en supunto todos los enredos y la suspensin en que nos ha tenido hastaall, dando fin y remate. Vase Sebastin de Covarrubias, Tesoro dela lengua Castellana o Espaola, ed. Martn de Riquer, Barcelona: AltaFulla, 1998.

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    Tus ojos que como flechas de ventura heran,brelos;tus magnnimas manosextindelas;y con esa visin fortalecidosdespdenos46.

    Este recuerdo nos permite, desde una perspectiva narratolgica, destacar cincoaspectos importantes en el desastre. Primero, la crisis de significacin es potenciada detal manera que la perspectiva narrativa es interna a la experiencia traumtica. Aun encaso de observadores externos al conflicto, la perspectiva narrativa se conmueve detal manera que resulta imposible establecer distancias cognitivas, emocionales, mora-les o ideolgicas entre el sujeto y los eventos. En el relato, dar cuenta de la experien-cia equivale a perder agencia, a ser posedo por los eventos. En segundo lugar, entanto el desastre es el relato de un colapso la perspectiva tiende a ser disfrica (enoposicin a eufrica) y distpica (en oposicin a utpica): Gime, sufre, camina,vuela enloquecida, tu alma, paloma amada; delirante, delirante, llora, padece tucorazn amado. Esto quiere decir que aquellos relatos del conflicto que celebran lacada del sujeto hegemnico no participan de la economa moral del desastre. Estasotras narrativas podrn ser revolucionarias (en caso de que visualicen el colapso deese sujeto como un momento de redencin social) o apocalpticas (en caso de queasuman el derrumbe de ese sujeto como la consecuencia natural del devenir histri-co), pero no comparten el ethos de la catstrofe47.

    En tercer lugar, el sufrimiento de estos relatos se define por su capacidad arbi-traria para abrumar y doblegar completamente a sus vctimas (por doquier granizadasiniestra golpea). Tal como George Steiner define al personaje de la tragedia absoluta,la vctima del desastre es quebrantada por fuerzas que no pueden ser completamentecomprendidas, ni superadas por la prudencia racional48. Y, al igual que la tragedia, eldesastre se vive como algo irreparable, deja una marca tan profunda que difcilmentepuede ser asimilada. Sin embargo, a pesar de compartir la metafsica de la desespera-cin que pulsa en la tragedia absoluta, la perspectiva del desastre no participa delltimo valor redentor que Steiner le asigna al gnero dramtico49. El desastre se presen-ta siempre como un sufrimiento sin posible valor moral.

    Por su parte, en el desastre las razones de los eventos resultan inesperadas yenigmticas (Qu arco iris es este negro arco iris que se alza?) y, por tanto, se resistena ser integradas en una narrativa que d cuenta de los hechos. En ese sentido eldesastre potencia la crisis de significacin con que defin el trauma social. Segn ShoshanaFelman, la perspectiva trastocada por el trauma constituye

    46 Poema annimo Apu Inca Atawallpaman, traduccin de Jos Ma-ra Arguedas. Reproducido en Miguel Len-Portilla, El reverso de laconquista: relaciones aztecas, mayas e incas, Mxico: Editorial Joa-qun Mortiz, 1993, pgs. 179-184.

    47 Aunque en la prctica el hroe tiene un lugar en los relatos de cats-trofes, en el sentido estricto de la palabra, la historia del desastre ja-ms es heroica, porque el herosmo siempre habla desde el podery la auto-posesin. La imposibilidad del herosmo est inscrita en laexperiencia del trauma. Desde el comienzo, los investigadores nota-ron que la neurosis de guerra se manifiesta como un lenguaje cor-poral de impotencia. Se trata de un escape a la enfermedad (a flightonto illnes, como decan los oficiales frustrados al ver cmo sus sol-dados ms capaces caan presos del shell shock). En consecuen-cia, la misma posibilidad del herosmo es cuestionada una vez quela neurosis traumtica hace evidente que el comportamiento heroicoest ms all de la conciencia humana.

    48 Traduccin de: ... personage is broken by forces which can neitherbe fully understood nor overcome by rational prudence. GeorgeSteiner, The Death of Tragedy, Nueva York: Oxford University Press,1980, pg. 8.

    49 Steiner escribe que la tragedia constituye a terrible, stark insight intohuman life. Yet in the very excess of the suffering lies mans claim todignity. Powerless and broken, a blind beggar hounded out of the city,he assumes a new grandeur. Ibid., pgs. 9-10. No obstante, en laspostrimeras del desastre ninguna nueva grandeza puede otorgardignidad.

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    ... un prisma conceptual no habitual y enrarecido, mediante el cual intentamos apre-hender (y hacer tangible a la imaginacin) las maneras en que nuestros marcos dereferencia culturales y las categoras pre-existentes que delimitan y determinan nues-tra percepcin de la realidad han fracasado, para contener y dar cuenta de la magni-tud de lo sucedido50.

    En cuarto lugar, una de las maneras en que la crisis de significacin se manifiestaen el recuerdo es en la dislocacin que se vive entre la percepcin (focalizacin) y laenunciacin (voz), brecha que se expresa en trminos cognitivos, emocionales y mora-les. Mientras que en el enunciado no traumatizado la focalizacin remite al lector haciael objeto del discurso y la voz hacia el sujeto del mismo, el desastre despliega franca-mente la brecha existente entre la experiencia del evento y sus posibles significados51.

    En quinto y ltimo lugar, el desastre es siempre y ante todo la historia de unsujeto colectivo en desintegracin, aun cuando el protagonista del recuerdo sea unindividuo particular: Tus ojos brelos; y con esa visin fortalecidos despdenos. Laexperiencia del evento slo tiene importancia para la vctima en tanto sta significade manera metonmica el sufrimiento comunal, es decir que el evento funcionasimultneamente en el tiempo... y como metfora que produce significado fueradel marco temporal52.

    V. LA HISTORIA: ENTRE LA MELANCOLA Y EL DUELOA pesar de la obvia simpata que despierta este ltimo recuerdo, es forzoso reconocerque tanto los relatos teleolgicos como los no teleolgicos sobreviven atrapados enlas redes imaginarias de la reminiscencia. Por eso y de manera radical la vivenciatraumtica reafirma y cuestiona simultneamente la idea de verdad. La historia, entanto discurso unificado de lo que tuvo lugar, se hace imposible. En su lugar emergenhistorias polmicas y sujetos cuestionables y cuestionantes. En efecto, el terreno quesurge en la interioridad del trauma social es el de una lucha de posiciones en elsentido gramsciano que busca darle sentido concreto y particular a la crisis social.Qu hacer en tanto historiador, acadmico, intelectual ante este problema polti-co? Existe un terreno que vaya ms all de lo poltico sin que lo abandone, unterreno como, por ejemplo, lo tico, que pueda fundar y orientar una posible inter-vencin desde la prctica acadmica?

    Mi propuesta es que s lo hay, aunque ste ha sido apenas pensado y hoy en daes apenas pensable. El dilema es grave y se presenta como una doble exigencia. Por unlado, existe la demanda tica que nos obliga a reconocer en el testimonio del sufrientela verdad que lo habita. Por otro, el historiador reconoce en el recuerdo las identifica-

    50 Traduccin de: a non-habitual, estranged conceptual prismthrough which we attempt to apprehend and to make tangible to theimagination the ways in which our cultural frames of reference andour preexisting categories which delimit and determine ourperception of reality have failed, essentially, both to contain, and toaccount for, the scale of what has happened. Felman y Laub,Testimony.

    51 Es importante recalcar que esta brecha existe en muchos otros re-cuerdos que surgen en torno al sufrimiento social. Lo que quiero se-alar en este momento es que el desastre en tanto un cierto tipo derelato social la exhibe franca y abiertamente, hace de ella su mayorvirtud retrica.

    52 Shahid Amin, Event, Metaphor, Memory: Chauri Chaura 1922-1992,Berkeley: University of California Press, 1995, pg. 3.

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    ciones propias del imaginario y advierte que si bien el recuerdo tambin inscribe lamemoria simblica el relato del ausente y la comprensin crtica del pasado deman-dan una labor reconstructiva, no una simple reminiscencia (la evocacin mediada porlas emociones asociadas con el pasado); el nfasis recae menos [en] recordar que[en] reconstruir53.

    Por otra parte, la historia, en tanto ejerce un cierto tipo de memoria social,ocupa un lugar y cumple con un papel en la produccin del relato colectivo en torno altrauma. Su propio ejercicio est atravesado por los dos polos productivo e improduc-tivo que trazan la ruta del recuerdo. En el siglo XVI la historia se proclama como elmodo de memoria colectiva propio de la modernidad cientfica y por lo tanto su laborprivilegia decisivamente el polo productivo. En efecto, como nos recuerda Michel deCerteau, la historia nace como aparato escriturario que produce homogeneidad, produ-ce exclusin y produce diferencia social54. En esa misma condicin la historia ha servidoen infinidad de ocasiones como obsequioso cmplice de las ansiedades sociales.

    Sin embargo, siempre cabe imaginarse otro ejercicio del saber: uno que sepaapreciar la singularidad que se instala en la repeticin a la vez que indaga dolorosamentela imposible memoria de lo que olvida; un ejercicio que apoye, propicie y adelante elduelo e intervenga como rival de las satisfacciones que [la compulsin a la repeti-cin] est encargada de asegurar55, una prctica del saber heterolgica que rescate elpotencial utpico de la ruina del recuerdo, mientras propicia la perturbadora irrupcinde lo Otro en el dominio de lo mismo; una prctica que fije en la memoria colectiva elNunca ms sin que re-instale la promesa historicista de las narrativas teleolgicas. Es, enbreve, un ejercicio que conciba lo poltico en los dominios del horror, lo asertivo dentrode lo deconstructivo.

    De ese modo, duelo y melancola, los modos dialcticos a travs de los cualesreconocemos la prdida constitutiva de todo sujeto, se erigen hoy en da en los pilaresde una nueva prctica del saber. En yunta, permiten una parcial contemplacin delobjeto perdido y un re-arreglo de la energa libidinal para encontrarle nuevos rumbos aldeseo. Ms importante an, la melancola y el duelo, considerados simultneamente,proponen una nueva relacin con lo que se pierde, generan [de esa manera] unapoltica del duelo que puede ser activa en vez de nostlgica, abundante en vez decarente, social en vez de solipsista, militante en vez de reaccionaria56. El duelo y lamelancola, en tanto modo operacional del recuerdo histrico, nos envan a unabalbuceante utopa que renace en el modo de escuchar de otra forma, bajo los murmu-llos de las vctimas, las palabras que anuncian otro tipo de verdad.

    Una tarea urgente porque, como dice el eslogan de la Cruz Roja, el desastre noda tregua.

    53 Lacan, Seminario I. Los escritos tcnicos de Freud, 1953-1954, ed.cit., pgs. 27-29.

    54 Michel de Certeau, La escritura de la historia, trad. Jorge LpezMoctezuma, 2 ed. rev., Mxico: Universidad Iberoamericana, 1993,Escrituras e historias, pgs. 15-28.

    55 Lacan, tica del psicoanlisis, ed. cit., pg. 269.56 Mi traduccin de generate a politics of mourning that might be acti-

    ve rather than nostalgic, abundant rather than lacking, social ratherthan solipsistic, militant rather than reactionary. David L. Eng y Da-vid Kazanjian, Mourning Remains, en Loss. The Politics ofMourning, ed. David L. Eng y David Kazanjian, Berkeley: Universityof California Press, 2003, pg. 2. En esta misma lnea sugerente secoloca la obra de Allouch, Ertica del duelo.

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