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Jorge Urrutia ESTRUCTURA, SIGNIFICACIÓN Y SENTIDO DE LA VOLUNTAD [Para José Carlos Mainer; una vieja promesa] Al comienzo de las páginas introductorias a su justa edición de La voluntad, E. Inman Fox opina que la historia del personaje "se convierte en la crónica de toda una generación española, cuyos paladines espirituales sentían la contradicción entre su propia vida y los acontecimientos históricos que les tocó vivir" (1). Hay, indudablemente, un valor de crónica y testimonio en esta novela, ayudado por el hecho de que bastantes de sus capítulos se hu- bieran escrito como artículos de prensa o, al menos, se utilizaran como colaboración perio- dística, con el sentido de inmediatez real que ello pudiera tener. Sin embargo, más que por esa significación de presente o de pasado, y además de por sus valores estrictamente litera- rios, creo que La voluntad nos importa porque resultó ser una metáfora profètica y éste pu- diera ser el sentido que los actuales lectores le damos. Cuando, en 1902, José Martínez Ruiz publicara su primera novela propiamente dicha, había ya dado a conocer dieciséis libros, de mayor o menor entidad, desde La crítica litera- ria en España (1893) a La fuerza del amor (1901), y varias docenas de artículos en la prensa. La voluntad vino a ser el cierre de una etapa combativa que había ido paulatinamente apaci- guándose y que quedó, toda ella, reflejada en la biografía del personaje novelesco que, aho- ra, entendemos como biografía moral e intelectual de un escritor. Dicho valor autobiográfico es tan fuerte que Martínez Ruiz se verá impelido a desaparecer como tal para reencarnarse en su personaje Antonio Azorín, utilizando en adelante este nombre como seudónimo. No es, sin embargo, La voluntad una novela totalmente singular. "En 1902 aparecen, si- multáneamente, unas cuantas novelas que reflejan, con acusadas aristas, una nueva forma de concebir la novelística. Esas novelas son: Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno; Ca- mino de perfección, de Pío Baroja; Sonata de otoño, de Ramón del Valle-Inclán y La volun- (1) José Martínez Ruiz, La voluntad (Edición de E. Inman Fox), Madrid Castalia, 1972. Cito por la cuarta edición, corregida, de 1982, pág.9. 41

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Jorge Urrutia

ESTRUCTURA, SIGNIFICACIÓN YSENTIDO DE LA VOLUNTAD

[Para José Carlos Mainer; una vieja promesa]

Al comienzo de las páginas introductorias a su justa edición de La voluntad, E. InmanFox opina que la historia del personaje "se convierte en la crónica de toda una generaciónespañola, cuyos paladines espirituales sentían la contradicción entre su propia vida y losacontecimientos históricos que les tocó vivir" (1). Hay, indudablemente, un valor de crónicay testimonio en esta novela, ayudado por el hecho de que bastantes de sus capítulos se hu-bieran escrito como artículos de prensa o, al menos, se utilizaran como colaboración perio-dística, con el sentido de inmediatez real que ello pudiera tener. Sin embargo, más que poresa significación de presente o de pasado, y además de por sus valores estrictamente litera-rios, creo que La voluntad nos importa porque resultó ser una metáfora profètica y éste pu-diera ser el sentido que los actuales lectores le damos.

Cuando, en 1902, José Martínez Ruiz publicara su primera novela propiamente dicha,había ya dado a conocer dieciséis libros, de mayor o menor entidad, desde La crítica litera-ria en España (1893) a La fuerza del amor (1901), y varias docenas de artículos en la prensa.La voluntad vino a ser el cierre de una etapa combativa que había ido paulatinamente apaci-guándose y que quedó, toda ella, reflejada en la biografía del personaje novelesco que, aho-ra, entendemos como biografía moral e intelectual de un escritor. Dicho valor autobiográficoes tan fuerte que Martínez Ruiz se verá impelido a desaparecer como tal para reencarnarse ensu personaje Antonio Azorín, utilizando en adelante este nombre como seudónimo.

No es, sin embargo, La voluntad una novela totalmente singular. "En 1902 aparecen, si-multáneamente, unas cuantas novelas que reflejan, con acusadas aristas, una nueva forma deconcebir la novelística. Esas novelas son: Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno; Ca-mino de perfección, de Pío Baroja; Sonata de otoño, de Ramón del Valle-Inclán y La volun-

(1) José Martínez Ruiz, La voluntad (Edición de E. Inman Fox), Madrid Castalia, 1972. Cito por la cuartaedición, corregida, de 1982, pág.9.

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tad [...]. Todas estas novelas -observa Alonso Zamora Vicente- están en franco desacuerdo,en abierta oposición diferenciadora con las novelas consagradas. 1902 es todavía un año designo realista. El lector medio lee novelas de Pereda, de la Pardo Bazán, de Alarcón. BlascoIbáñez y Palacio Valdés están alcanzando su fama y su círculo de lectores incondicionales.Estos últimos se arrastrarán lentamente mucho tiempo después (Palacio Valdés hasta la épo-ca de la guerra civil española). Pero el impulso realista estaba muerto. Circunstancias históri-cas de primera importancia habían anulado (o exigían la invalidez) el clima que las tolerabay producía. Artísticamente, ese año de 1902 es su partida de defunción, tajante, precisa. Unanueva forma de novela se inicia, empeñándose, desde sus primeros tanteos, en presentarsecomo radicalmente distinta" (2).

Si La voluntad puede entenderse como autobiografía moral e intelectual, incluso comometáfora profètica, es debido, no sólo a la historia que narra, sino también a una estructura,a una forma discursiva innovadora ordenada de tal modo que encamina al lector hacia unsignificado preciso: el sentimiento de claudicación de un grupo de intelectuales que, jóve-nes combativos poco antes, habían creído en la posible regeneración cultural, económica ypolítica de España.

Ya desde el prólogo pueden verse dos de los rasgos de la novela que encaminarán ha-cia el significano final. En él, Yecla cobra el valor simbólico de una España que no es Ma-drid ni pertenece a las zonas industriales. Yecla será una referencia que, en Martínez Ruiz,representa algo similar a la Vetusta de Leopoldo Alas, a la posterior Oleza de Gabriel Miró,o al mucho más moderno Macondo de Gabriel García Márquez, entre otros ejemplos. EnYecla se manifiestan algunas virtudes pero, sobre todo, la pobreza espiritual de un puebloque ha ido perdiendo, a lo largo de los años, la fuerza de sus orígenes. Posiblemente, la opi-nión más dura que escribiera Martínez Ruiz sobre Yecla no figure en esta novela, sino enLas confesiones de un pequeño filósofo cuando dice que la tristeza, a través de los siglos ylos siglos, en un pueblo pobre, en que los inviernos son crueles, en que apenas se come, enque las casas son desabrigadas, ha ido formando como un sedimento milenario, como unrecio ambiente de dolor, de resignación, de mudo e impasible renunciamiento a las luchasvibrantes de la vida. Pero el juicio corresponde también a la imagen que de la ciudad se daen La voluntad. Naturalmente, la Yecla que José Martínez Ruiz y Pío Baroja describen noexiste, es una síntesis literaria de valor paradigmático (3). La descripción de Yecla en Lasconfesiones de un pequeño filósofo muestra cómo la ciudad se fue conformando anímica-mente en virtud de las condiciones ambientales. La influencia naturalista que se descubreno puede extrañar en los hombres modernistas comprometidos socialmente corno el Martí-nez Ruiz de la época (4), y recuerda algunas explicaciones sobre temas gaditanos de Federi-

(2) Alonso Zamora Vicente, Voz de la letra, Madrid, Espasa Calpe (col. Austral n° 1287), pág. 27.(3) Sin embargo, despertó las protestas de los yeclanos, sobre todo cuando un novelista posterior, José Luis

Castillo Puche, insistiera en los términos de la descripción. Véase Antonio de Hoyos: Yecla en la literatura del 98;en "Clavileño" n9 29, Madrid, 1954.

(4) Para la distinción entre Modernismo-naturalista y Modernismo-esteticista véase mi artículo Las dudasdel Modernista: compromiso social y esteticismo o el miedo a la joven América; en "Revista de Literatura" ns 100,Madrid, 1988.

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co Rubio y Gali (5). Así, el prólogo a La voluntad llama la atención por su minuciosidaddescriptiva de origen naturalista.

Se inicia destacando la fijeza del tempio de Yecla (6). Al igual que en las viejas edadeslas urbes construían sus grandes templos, así Yecla construye ahora el suyo, en el sigloXIX. Pero, además se utiliza la misma piedra con la que los antiguos habitantes iberos le-vantaron un antiguo templo. Desde la prehistoria, la ciudad ha sido siempre la misma. Loshiero/antes macilentos tenían -dice la novela- como nosotros, sus ayunos, sus procesiones,sus rosarios, sus letanías, sus melopeas llorosas; celebraban como nosotros, la consagra-ción del pan y el vino, la Navidad, en el nacimiento de Agni, la semana mayor, en la muertede Adonis. Y la multitud acongojada, eternamente ansiosa, acudía con sus ungüentos y susaceites olorosos, a implorar consuelo y piedad, como hoy, en esta iglesia por otra multitudlevantada, imploramos nosotros férvidamente (7). El pueblo fervoroso de la Edad Media,como había hecho el ibero, abre los cimientos de sus templos, talla las piedras, levanta losmuros, cierra los arcos, pinta las vidrieras, forja las rejas, estofa los retablos, palpita, vi-bra, gime en pía comunión con la obra magna.

Frente a esa enumeración del trabajo abstracto, repetido históricamente, Martínez Ruizdescribe la larga gestación de la moderna obra de Yecla. Se busca la autoridad, el cientifis-mo, el documento; se acumulan las referencias temporales: en 1769 el consejo decide fa-bricar otra iglesia; en 1775 la primera piedra es colocada. [...] Y en 1804 cesa el trabajo.En 1847 las obras recomienzan. [...] En 1857 las obras cobran impulso poderoso. [...] En1858 las obras continúan. [...] En 1859 el Ayuntamiento reclama fondos del gobierno... Si-guen datos sobre los trabajadores: un aperador, con 15 reales; tres canteros, con 10; doscarpinteros, con 10; cuatro albañiles, con 8; siete peones, con 5; siete muchachos, con 3.[...] El día 8 los muchachos quedan reducidos a tres. El último de los muchachos es llama-do el Mudico. A el Mudico le dan sólo dos reales. El día 7 el Mudico no figura ya en laslistas (8). En un momento el novelista nos advierte: el autor de un Diario inédito, de dondeyo tomo estas notas, escribe... (9). El afán científico es evidente, los datos son ciertos por-que existe el documento. Un artificio retórico conocido.

Sucede, sin embargo, que en la casa de Azorín en Monóvar se conserva un manuscritoanónimo titulado: Apuntes para la Historia de las obras de la iglesia Nueva de la Villa deYecla, 1857. Manuscrito subrayado de vez en cuando con lápiz de color, con toda seguridadpor el propio Martínez Ruiz. En la anotación número 81 del manuscrito (cada anotación vanumerada), el autor anónimo escribe: "El día 16 de Marzo vino el Señor Arquitecto y semarchó el 3 de abril estando en ésta tanto tiempo por circunstancias ajenas a la obra. La

(5) Federico Rubio y Gali, La mujer gaditana, Madrid, 1902.(6) El prólogo ha sido estudiado en dos ocasiones por Andrés Amorós: El prólogo de La voluntad (lectura)

(en "Cuadernos Hispanoamericanos" nQ 226-227, Madrid, 1968) y El prólogo de La voluntad, de Azorín (en Aa.Vv., El comentario de textos, Madrid, Castalia, 1973).

(7) Pág. 60.(8) ídem, pág. 57.(9) ídem, pág. 58.

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obra sigue en el mayor abandono: no parece sino que todos se han propuesto seguir la con-ducta hasta reprensible y descarada del aparejador que absolutamente cumple en nada consu obligación: Marcha la obra con tanta lentitud que da indignación el ir por ella". Exacta-mente esas últimas palabras las copia el novelista: Y el autor de un Diario inédito, de dondeyo tomo estas notas, escribe sordamente irritado: "Marcha la obra con tanta lentitud, queda indignación el ir por ella".

Pero hay más. Junto a dicho Diario, titulado realmente Apuntes para la historia..., se-gún he dicho antes, y que no es exactamente un diario, se conservan las nóminas de lasobras del templo. El 5 de junio de 1847 trabajan, efectivamente, un maestro y tres canteros,cuatro albañiles, dos carpinteros, siete peones y siete muchachos. Las cantidades que co-bran casi coinciden con las que proporciona el novelista. Éste suprime algunos matices; porejemplo, uno de los albañiles cobra dos reales menos que sus compañeros, uno de los peo-nes, por algún motivo cobra cuatro y no cinco, etc..

No debemos confundirnos, sin embargo, y pensar que Martínez Ruiz se limita a copiarlos datos. Él sabe que la realidad hay que construirla, que lo importante es producir unasensación precisa en el lector. Como dirá al final del prólogo, el templo dominaba la ciudadentera, y esa frase puede alcanzar también valor simbólico que se relacione con el dominiode espíritus, haciendas y vidas. Aquel muchacho al que llamaban el Mudico y que sólo co-braba dos reales, no figura, dice el novelista, el día 7 en las listas. Y comenta: yo pienso eneste pobre niño despreciado, que durante una semana trae humildemente la ofrenda de susfuerzas a la gran obra y luego desaparece, acaso muere.

Es posible que así fuera, pero, consultando los documentos, comprobamos que entre eldía 7 de junio y el 8 desaparecen de nómina cinco trabajadores: un peón y cuatro mucha-chos. El último de ellos, que el día 5 era denominado el Mudico, el día 7 tenía nombre: Ni-colás Juan. La posible muerte es invención literaria (10) que insiste en la idea de que todose entrega a la Iglesia y a su templo.

La religión pesa sobre el pueblo desde los tiempos prehistóricos, cualesquiera que ha-yan sido las creencias. He aquí el segundo rasgo caracterizador de la novela: la insistenciaen lo religioso. Obligado por el prólogo, la entrada en la novela la hará el lector dirigido ha-cia las isotopías semánticas pertenecientes al campo de lo eclesiástico. De ahí la aparición,una y otra vez, de las campanas, de las torres de las iglesias que destacan desde lejos yorientan, de las imágenes, de los cuadros y de las cruces en las calles, de los curas y de lasbeatas. Si en el primer capítulo se nos describe ("en una aproximación habitual del autor, ala manera de un travelling cinematográfico, siempre de fuera a dentro, desde la contempla-

ci 0) José Martínez Ruiz utiliza en diversas ocasiones textos anteriores para la redacción de su novela. Enunos casos se trata de artículos propios de prensa, en otros de distintos "documentos". Así, además de los ya cita-dos, emplea una carta del abogado y notario de Yecla José Martínez, familiar suyo, que le escribe el 24 de febrerode 1902. Se conserva con varias frases subrayadas con lápiz de color y que luego se incluyen en la novela. VéaseMaría Martínez del Portal: En torno a La voluntad. Una carta de 1902; en "Monteagudo" ns 81, Murcia, 1983.

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ción del paisaje a la identificación del espacio con el personaje") (11) el entorno del pueblo,el pueblo, las calles principales y las calles menores con sus casas, podemos decir que ladescripción del entorno empieza con el sonido de la campana y termina con la cúpula de laiglesia; la del pueblo se inicia con la campana de arriba y concluye con la lejana campanade las Monjas; las calles principales se orientan desde la iglesia vieja para cerrarse sobre uncuadro religioso y, por último, el laberinto de las calles menores nace bajo el campanario dela iglesia vieja y termina, como el capítulo, simbólicamente, en las jaulas que encierran alos pájaros.

El pueblo, por lo tanto, se describe en virtud de sus numerosas iglesias y distintos ora-torios; pesa sobre él el constante tañer de las campanas. En las Confesiones de un pequeñofilósofo aún se deja más claro: En la ciudad hay diez o doce iglesias; las campanas tocan atodas horas; pasan labriegos con capas pardas; van y vienen devotas con mantillas negras.Y de cuando en cuando discurre por las calles un hombre triste que hace tintinear unacampanilla, y nos anuncia que un convecino nuestro acaba de morirse [...] ¿Por qué tocanlas campanas a todas horas llamando a misas, a sufragios, a novenas, a rosarios, a proce-siones, de tal modo que los viajantes de comercio llaman a Yecla "la ciudad de las campa-nas"?

Determinismo naturalista e insistencia en lo religioso se unen porque la presencia cons-tante de lo eclesiástico condicionará la vida y el espíritu de los habitantes del pueblo, hasta elpunto de que será imposible escapar de su dominio (y la vida del propio Azorin vendrá a ser,a la postre, la prueba). Para demostrarlo será necesario enfrentar lo religioso con lo civil yeso es lo que hará inmediatamente el novelista.

En el pueblo la novela se detiene en dos viviendas. La primera se distingue en que ex-plícita su terminación el día de la Cruz de Mayo, ostenta una cruz en la fachada, hay diversasestampas en sus paredes interiores (San Juan, con un cáliz con serpiente, San Mateo con unlibro, San Bartolomé con una cuchilla, además, San Pedro, San Pablo, San Simón, San Fran-cisco de Paula). Cada estampa lleva los nombres en latín: cultismo, seriedad, alejamiento delo cotidiano. Es la casa de Puche, un clérigo de voz dulce y susurrante, que pronuncia frasesuntuosas, benignas, enervadoras, sugestivas, que insinúa la beatitud de la vida perfecta. Esun ser convincente, dueño de todos los recursos precisos para arrastrar el pensamiento de suoyente. Ésta es Justina, una joven fina, blanca, con ojeras, candida, ardorosa, pronta a la ab-negación y al desconsuelo, que recoge piamente las palabras del maestro. Es un ser inocente,facilmente impresionable, que aparece entregada a la voluntad de Puche quien le trasmite sumensaje: la vida es triste, es un continuo dolor; los hombres deben ser buenos, pobres y sen-cillos; los grandes serán humillados y los humildes ensalzados. El novelista termina el capí-tulo describiendo, irónicamente, un sacerdote engrandecido por una imagen casi mística: Depie, Puche, nimbada su cabeza de apóstol por el tibio rayo de sol, permanece inmóvil unmomento con los ojos en el cielo.

(11) Carmen Hernández Valcárcel y Carmen Escudero Martínez, La narrativa lírica de Azorin y Miró, Ali-cante, Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, 1986, pág. 32.

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En la segunda vivienda lo importante es el despacho. Y en el despacho la existencia delos libros de Schopenhauer. Y entre ellos la de su obra más importante, El mundo como vo-luntad y representación. Sabemos que este filósofo alemán lo es del pesimismo y de la vo-luntad. Para él, el mundo no es sino una representación subjetiva, aunque lo conocemos y lovivimos. Para vivirlo es preciso la voluntad, que no es sino eterno desear y, por ello, un per-manente estado de inquietud e insatisfacción. La voluntad del hombre es, pues, voluntadatormentada y, como es la voluntad del mundo (de nuestro mundo) éste es un mundo irre-suelto, carente de sentido. No queda otra salida, si se quiere la liberación del dolor, que lanegación de la voluntad, del desear, de la insatisfacción. Y esto sólo se consigue huyendodel mundo (lo subjetivo) para pasar a un estado contemplativo (lo objetivo).

En esta vivienda, la del intelectual Yuste, hay también un cuadro, pero ya no es unaimagen de santos, sino de figuras serenas bajo la inflexible verdad del nacer para la muerte.Yuste traza ante los ojos del discípulo un panorama terrible de todas las miserias, las insa-nias y las cobardías de la humanidad. Se presenta como un rebelde frente a la mediocridady a la tontería. Insiste en el paso del tiempo, subrayado por el reloj que suena. Y suenantambién las campanas del santuario y luego las de la iglesia nueva. Azorín, el discípulo, co-mo hacía Justina, habla poco y escucha. El capítulo, de modo paralelo al anterior, terminadescribiendo a Yuste, que va y viene en la sombra haciendo gemir dulcemente la estera.

La postura intelectual de ambos maestros no deja de tener algo en común. Para Puche,el sacerdote, el presente carece de sentido, es un tránsito. Para Yuste, todo es pasar. Sin em-bargo son dos modos distintos de encarar la realidad y la vida.

El capítulo siguiente enlaza con la descripción interior de Yecla. Entramos en la igle-sia, que aparece como un muro sanguinolento. El interior se describe de modo tremendista:está oscuro, un predicador da destempladas voces, de una capilla parte un lastimoso gemi-do, las lámparas mortecinas brillan en los decalvados cráneos de los labriegos, un relámpagorasga las profundas tinieblas, el viento brama, el predicador implora el auxilio divino, losfieles contestan con un tímido susurro dolorido, los cantores entonan una estrofa lánguida,angustiosa y suplicante, los fieles contestan de nuevo, con caras anhelosas, en larga de-precación acongojada, el viento ruge desenfrenadamente y el armonium girne tenue, apaci-ble y lloroso. Mientras, en la sacristía, tiene lugar una absurda conversación en medio de lacual se comenta que Puche no permite que su discípula Justina se case con Azorín.

He aquí una materia novelesca que, esperamos, pudiera centrar la novela. Pero no esasí. Martínez Ruiz la desprecia. Tan sólo algunos capítulos se referirán a ella. En lugar deeso, se nos ofrecen otros en los que Yuste va aleccionando a Azorín sobre la propiedad, elregeneracionismo y el caciquismo, la metafísica y la sociología, la fugacidad del artista o lavulgaridad religiosa y política. Tras ese aprendizaje, Azorín entiende que el único modo decambiar la sociedad es la fuerza y acude al maestro para significarle su incondicional adhe-sión. Pero, hoy da la casualidad de que hace un día espléndido, y de que además una revis-ta extranjera ha dedicado unos párrafos al maestro, y que sobre todo lo dicho, esta mismamañana Yuste ha recibido una carta de uno de los más brillantes escritores de la gente nue-va, que principia así: "Maestro"... De modo que Yuste que estaba en el mejor de los mun-

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dos posibles predica, de la mano de Tolstoi, la pasividad. Se produce aquí, por vez primera,la rebelión del discípulo: Y Azorín, de pronto se ha puesto en pie, nervioso, iracundo, y haexclamado trémulo de indignación: ¡No, no! ¡Eso es indigno, eso es inhumano, eso es bo-chornoso!... .[...] ¡El reinado de la Justicia no puede venir por una inercia y una pasividadsuicidas! Este capítulo decimoprimero es inverso a uno anterior, el quinto, en el que elmaestro declaraba que es de toda necesidad destruir radicalmente lo que constituye el me-dio y la función actuales. Pero la ironía del narrador es evidente cuando explica: Esta ma-ñana, Yuste ha recibido una revista. En la revista figura un estudio farfullado por un anti-guo compañero suyo, hoy encaramado en una gran posición política. Y en ese estudio, quees una crónica en que desfilan todos los amigos de ambos, los antiguos cantaradas, Yusteha visto omitido su nombre, maliciosamente, envidiosamente...

La renovación narrativa que inaugura en España el Modernismo se manifiesta, en unade sus líneas, por medio de una novela construida normalmente con capítulos breves, inclu-so muy breves, que no despliegan una historia, sino que seleccionan de ella determinadosmomentos. Es, pues, una novela selectiva en la que priva la elipsis. Pensemos en Sonata deotoño (12) pero, también, como máximo ejemplo, en La voluntad. Más que ante capítulosnos hallamos ante cortas impresiones de momentos de especial intensidad. Martínez Ruiz,en el capítulo decimocuarto de la primera parte dedica unas líneas al problema de la novelay teoriza sobre la práctica fragmentaria de los hermanos Goncourt, que Antonio Risco yotros críticos entienden como manifiestación impresionista (13). Dice el novelista: Ante to-do, no debe haber fábula... la vida no tiene fábula: es diversa, multiforme, ondulante, con-tradictoria... todo menos simétrica, geométrica, rígida, como aparece en las novelas... Ypor eso, los Goncourt, que son los que, a mi entender, se han acercado más al desiderátum,no dan una vida, sino fragmentos, sensaciones separadas... Y así el personaje, entre dos deesos fragmentos, hará su vida habitual, que no importa al artista, y éste no se verá forza-do, como en la novela del antiguo régimen, a contarnos tilde por tilde, desde por la maña-na hasta la noche, las obras y milagros de su protagonista... cosa absurda, puesto que todala vida no puede encajar en un volumen y bastante haremos si damos diez, veinte, cuarentasensaciones... (14). Cité Sonata de otoño; su técnica narrativa cuadra bien con esta explica-ción. Pero Martínez Ruiz, en La voluntad, va más lejos, porque no nos presenta necesaria-mente fragmentos intensos. Casi podemos decir que sucede lo contrario. Así, la relación en-tre Justina y Azorín hemos dicho que no se narra. Tan sólo algunos capítulos la mencionan,despreciándose una importante materia narrable. El capítulo decimoquinto une a los jóve-nes, para que rompan el noviazgo. Ya está. A ella, ingresada en un convento, se le dedicanlos capítulos decimoséptimo, decimonoveno, vigesimoprimero y vigesimotercero, en el que

(12) Jorge Urrutia, Estructura, significación y sentido de Sonata de otoño; en Aa. Vv., Philologica Hispa-niensia in honorem Manuel Alvar, Madrid, Gredos, Tomo IV. Véase, para la relación con otra novela de 1902:Myrna Solotorevsky, Notas para el estudio intrínseco comparativo de Camino de perfección y La voluntad; en"Boletín de filología" n9 XV, Universidad de Chile, 1963.

(13) María Embeita, El impresionismo como visión filosófica de La voluntad de Martínez Ruiz, en "Boletínde la A.E.P.E." n° 9, Madrid, 1973. Antonio Risco, Azorín y la ruptura con la novela tradicional, Madrid, Alham-bra, 1980.

(14) Pp. 133/134.

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se anuncia su muerte. Frente a dichos capítulos, los decimocuarto, decimosexto, vigésimo,vigesimosegundo y vigesimocuarto continúan exponiendo el aprendizaje azoriniano (la crí-tica literaria, la pequenez del hombre, la necesaria reforma campesina), mezclado todo ellocon la escasa dialéctica de Yuste frente a la del Padre Lasalde (capítulos decimosexto y vi-gesimosegundo). Cuando Azorín vaya a Madrid, la técnica selectiva actuará de modo drás-tico, al reducir diez u once años, según Eduardo Alonso (15), a un puñado de reflexionesenfermizas.

Echemos una mirada hacia atrás. La primera parte de la novela, tras el prólogo, se hainiciado con cuatro capítulos introductorios que corresponden a cuatro descripciones, la deYecla, las de los domicilios de Puche y de Yuste y la del interior de la iglesia.

—> II —>P—>I—>l I—>IV

—> III —>

Los siete capítulos siguientes, lineales, corresponden a la primera etapa de aprendizajede Azorín y culminan con el enfrentamiento entre el maestro y el discípulo a cuenta de laresistencia pacífica. Sergio Beser observó que muchos de estos capítulos podrían cambiarsede lugar sin que el argumento o la personalidad del protagonista sufriesen variación (16).Siguen dos capítulos sobre el invento de Quijano y otro dedicado a la teoría literaria. Laruptura de los novios y la vida conventual de Justina se describen, más que se narran, encinco capítulos alternos del decimoquinto al vigesimotercero, serie que van interrumpiendolos cuatro capítulos de la segunda etapa de aprendizaje de Azorín. Sorprende el capítulo de-cimooctavo, que se refiere al invento de un torpedo eléctrico por Val, y que resulta reiterati-vo con respecto a los dos que antes se dedicaron al invento del toxpiro de Quijano. Sin em-bargo, su función es clara desde el punto de vista estructural: el novelista pretende mantenerla alternancia, distanciando entre sí los capítulos de cada tema.

15 —> 17 —> 19 —> 21 —> 23

16 > 20 —> 22 —> 24[18]

La última explicación del maestro Yuste muestra la influencia del evolucionismo en lacrítica literaria de los jóvenes del fin de siglo. El maestro está en decadencia desde queAzorín se enfrentara con él en el capítulo decimoprimero. Los diálogos con el Padre Lasal-de no pueden conducirlo más que a la muerte. Las reflexiones sobre los insectos y los arác-nidos la anuncian. Yuste, decididamente, se ha creído inferior a uno de estos girinos quecorren frivolamente sobre el agua (17). Muere porque ya no es narrativamente preciso que

(15) Eduardo Alonso, Sobre los tiempos y la estructura de La voluntad; en "Anales azorinianos" n° 1,Monóvar, Alicante, 1983/84, pág. 110.

(16) Sergio Beser, Notas sobre la estructura de La voluntad; en "Boletín de la Sociedad Castellonense deCultura", tomo XXXVI, cuaderno III, 1960.

(17) Pág. 163.

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viva. Ha enseñado lo que sabía. Al terminar la alternancia se dedican dos capítulos a la en-fermedad y muerte de Yuste, se anuncia el interés de Azorín por Iluminada y se termina laprimera parte con el éxtasis místico y la muerte de Justina. Azorín se enfrenta con la soledaddel pueblo. Le quedan tres posibilidades: entregarse, morir o huir. La huida emprende. Ve-mos, por lo tanto, que la estructura de la novela está perfectamente pensada y que constituyeuna organización férrea destinada a orientar la lectura. No es La voluntad, como se ha suge-rido en ocasiones, una obra en la que los capítulos se siguen por aluvión, sin plan previo.

Son varias las causas que colaboran para que Azorín se marche, emprenda su camino(la segunda parte de su travesía iniciática). Primero la muerte de Yuste (¿de quién va aaprender ya?; su aprendizaje había concluido cuando se negó a admitir una opinión delmaestro, pero era necesario permanecer algún tiempo más en Yecla). Segundo, la marchadel Padre Lasalde, persona que se ofrecía como otro posible maestro (intermedio entre lasposiciones de Yuste y de Puche). Tercero, la muerte de Justina, que no estaba destinada a él.Cuando Azorín gana su libertad (fin del aprendizaje, muerte de Yuste), la ciudad le ofreceun premio: Iluminada (con todo el simbolismo de su nombre). Pero los premios, como su-cede en la literatura folklórica, hay que ganarlos. Por ejemplo, el rey tiene un problema yofrece la mano de su hija a aquél que lo resuelva. El héroe acepta el contrato y marcha a lalucha. El héroe, tras diversas vicisitudes, vence y regresa a recoger su premio. Este esque-ma tradicional que describiera Vladimir Propp y, más tarde, Claude Bremond, existe en Lavoluntad aunque, de algún modo, invertido.

Azorín, pues, marcha a Madrid donde trabaja como periodista de izquierda y de dere-cha: todo es igual. Ha sido periodista revolucionario, y ha visto a los revolucionarios en se-creta y provechosa concordia con los explotadores. Ha tenido luego la humorada de escribiren periódicos reaccionarios, y ha visto que estos pobres reaccionarios tienen un horror in-vencible al arte y a la vida (18). El periodismo, al fin y al cabo, atonta. Pasea por los alrede-dores de Madrid. Parece hacerse una descripción realista, pero el narrador insiste, con míni-mas variaciones, en una observación peculiar: coches fúnebres, negros, blancos [...], apareceun coche blanco, con una cajita blanca [...], otro coche, negro, con una caja negra [...], pasaotro coche blanco [...], pasa un coche fúnebre blanco, pasa un coche fúnebre negro [...], pa-sa un coche fúnebre negro, pasa un coche fúnebre blanco [...], los féretros casi pasan rozan-do las mesas [...] van lentamente coches negros, coches blancos; vuelven precipitados co-ches negros, coches blancos [...], por la carretera pasan coches y coches; los cocheros gri-tan: ¡ya! ¡ya! (19). Todo ese ir y venir de muerte no puede conducir a Azorín más a un tipode reflexión: piensa un momento en la dolorosa, inútil y estúpida evolución de los mundoshacia la Nada... Azorín buscará el consejo del Padre Lasalde que no le ofrecerá solución al-guna, sólo la imagen es realidad.

Este esquema de tres capítulos, dos descriptivos y reflexivos y un tercero en que elpersonaje busca consejo, se repite dos veces más.

(18) Pág. 195.(19) Capítulo II de la Segunda parte.

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Jorge Urrutia

1 5 >7[3] I [6] I [9] ===> 10===> 11

2 > 4 8

En el segundo grupo, el protagonista encuentra en Toledo la España tradicional y sucultura sobre las que emite unos juicios demoledores que influirán años más tarde en Rei-vindicación del conde Don Julián, de Juan Goytisolo: Lope da fin a la dramaturgia en pro-sa, sencilla, jugosa, espontánea, de Timoneda y Rueda; su teatro inaugura el período bár-baro de la dramaturgia artificiosa, palabrería, sin observación, sin verdad, sin poesía, delos Calderón, Rojas, Téllez, Moreto. No hay en ninguna literatura un ejemplo de teatro másenfático e insoportable. Es un teatro sin madres y sin niños, de caracteres monofórmicos,de temperamentos abstractos, resueltos en damiselas parladoras, en espadachines grotes-cos, en graciosos estúpidos, en gentes que hablan de su honor a cada paso, y a cada pasocometen mil villanías...[...] Estos pueblos tétricos y católicos no pueden producir más quehombres que hacen cada hora del día la misma cosa, y mujeres vestidas de negro y que nose lavan. [...] La austeridad castellana y católica agobia a esta pobre raza paralítica (20).De vuelta a Madrid nos ofrece un monólogo sobre la energía espiritual y el eterno retornoNietzschiano motivado porque no se le citaba en una reseña. En vista de todo ello decide vi-sitar a Pi y Margall, el político modélico e intachable, al que encuentra hecho un ancianoacabado.

En el tercer grupo de capítulos, Azorín vive la vida como la acumulación de cosas vie-jas del rastro. Los años de vida madrileña sólo le han conducido al nihilismo. Es verdad quealgunos jóvenes como Olaiz (Baroja) parecen demostrar cierta vitalidad. Con ellos va a vi-sitar en su tumba al tercer modelo: Larra, que vio todo claro y acabó suicidándose. La sen-sación de fracaso ya es absoluta. El novelista declara a su personaje símbolo generacional:Azorín es casi un símbolo; sus perplejidades, sus ansias, sus desconsuelos bien pueden re-presentar toda una generación sin voluntad, sin energía, indecisa, irresoluta, una genera-ción que no tiene ni la audacia de la generación romántica, ni la fe de afirmar de la gene-ración naturalista (21).

La tercera parte, escrita en primera persona, conduce paulatinamente a Azorín hacia Ilu-minada, mientras su ánimo va tranquilizándose por el apagamiento de la voluntad. El intelec-to y la voluntad están enfrentados. La inteligencia se ve forzada a actuar en un medio que noofrece salida. El individuo se siente incapaz de transformar la idea en acción. Surge la abulia(22). Habría varias posibilidades de actuación: rendir culto al superhombre vitalista; enfren-tar la conciencia consigo mismo; fabricar un mundo imaginativo o rehabilitar el intelecto ha-cia la inacción y las posturas contemplativas. Azorín decide anular su voluntad y entregarsea Inmaculada, que lo recibe del modo más natural, como si lo esperase. Ella se apodera de él:

(20) Páginas 213 y 215.(21) Pág. 255.(22) Doris King Arjona, La voluntad and Abulia in contemporary Spanish ideology; en "Revue Hispani-

que", tomo LXXIV, n9 166, New York/París, 1928.

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Estructura, significación y sentido de La voluntad

Iluminada guarda en el bolsillo de mi americana su libro de oraciones, con la mayor natu-ralidad, sin decirme nada (23). Yecla y la religión vencieron, pudieron con él.

Tres cartas finales sirven de epílogo. Están escritas por José Martínez Ruiz y dirigidasa Pío Baroja. En ellas se describe la degradación de Azorín, totalmente vencido. Acabar conla voluntad, provocó también liquidar la inteligencia en una sordidez sin vida alguna inte-lectual.

Azorín se había visto, en el inicio de la novela en un mundo que se organizaba segúnunos ejes de contrariedades. Así, el mundo religioso que representaban la Yecla tradicional yPuche le resultaba insatisfactorio (aunque se calificase en el pueblo como correcto); el pen-samiento laico de Yuste y, en el horizonte, su desarrollo en Madrid, le parecía, en cambio, sa-tisfactorio. En comparación, Lasalde y el colegio religioso constituyen el mundo de lo no lai-co y lo no satisfactorio. Topográficamente, esas contrariedades se sustentan sobre cuatro lu-gares: la iglesia como símbolo dominador de Yecla, Madrid, espacio de la inteligencia, el co-legio-monasterio, como lugar de educación y el despacho de Yuste como lugar de aprendi-zaje. Es normal que Azorín tienda hacia el espacio que le parece sustentar lo satisfactorio, esdecir: Madrid. Las tres partes de la novela, dentro de la lejana tradición folklórica a la quealudí, corresponden al contrato (establecido en Yecla), la prueba (que se desarrolla en Ma-drid) y el regreso. La prueba se divide, a su vez, en tres ejercicios.

El primero enfrenta al personaje con la afirmación de que la vida es una falsedad, sóloun tránsito hacia la muerte. Azorín intenta negarla y busca la ayuda del Padre Lasalde queno puede dársela. Resulta vencido. El segundo ejercicio es que la vida no es sino una repeti-ción indefinida. Acude Azorín a Pi y Margall pero tampoco encuentra ayuda y es derrotado.Por último, Olaiz le hace entender que, oponiéndose a lo establecido, sólo se puede resolverla vida con la muerte. La visita a la tumba de Larra se lo reafirma y se siente derrotado defi-nitivamente. Madrid es ahora lo no satisfactorio y se deja ir hacia un Madrid degradado, loúnico que puede buscar, el casino de pueblo. Lo no insatisfactorio será lo estético puro, lavida monacal y el abandono de cualquier inquietud de perfeccionamiento mundano: Y laprimera consecuencia de esta indiferencia es mi descuido del estilo y mi desdén por los li-bros, dice (24). Pero llegado a dicha situación, comprende que puede merecer el premio:Iluminada. La victoria en la prueba consistía en su propia derrota, en dar un paso más paraintegrarse, del todo, en aquella vida que antes odiaba, para hundirse más en la pérdida de lavoluntad, en la abulia y la contemplación.

Azorín, que en el monasterio donde se había refugiado ya ha ido organizando su vida apartir de los toques de campana, como aquellos otros toques cuya presencia obsesiva mar-caba la vida yeclana en la primera parte de la novela (Al llegar aquí oigo tocar la campanaque llama a coro. Voy un rato a oir las tristes salmodias de estos buenos frailes (25)), deci-

(23) Pág. 283.(24)Pág.261.(25) Pág. 268.

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Jorge Urrutia

de voluntariamente integrarse en la generalidad, acallar sus antiguos deseos de mejora y de-fensa de la regeneración.

Martínez Ruiz nos había advertido de que su personaje era como un símbolo, pero Lavoluntad es todavía una novela crítica, una novela en la que las cartas finales dejan la espe-ranza de una vida nueva. El Martínez Ruiz firmante de dichas cartas a Baroja se resiste acreer que Azorín se haya dejado vencer definitivamente. Confía en un retorno a la lucha.Nosotros, lectores de hoy, sabemos cuál fue la evolución de la obra literaria de MartínezRuiz posterior a esta novela, sabemos cómo Azorín se apoderó de Martínez Ruiz y sabemosde la claudicación de los escritores críticos del modernismo-naturalista a partir de 1905 o1908. Y así otorgamos a La voluntad el sentido de ser metáfora de la biografía intelectualde unos escritores que pasaron de la crítica y la protesta, de la denuncia y la oposición, a lacontemplación, a la literatura descriptiva o creadora de paisajes y al encierro en su propio yo.

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