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ESTRATEGIAS CAMPESINAS Y AGROPOLITICA: UN CASO EN LA MESETA TARASCA T hierry L inck El Colegio de Michoacán/ Universidad de Persignan y Aix- Marseille Prólogo ¿Habrá oído mencionar el concepto de agrosistema? En 1946 D. George lo definía como el “balance de los cul- tivos, de la cría de animales y de los medios involucrados”. Es inseparable de la noción de terruño que, en 1973, J. Bon- namour definía como el “nivel en el cual el diálogo entre el hombre y la tierra se traduce en el espacio por un modo específico de utilización del suelo". Es todo eso y a la vez mucho mas. Constituye un sistema vivo y contingente que se reproduce y evoluciona en acuerdo con un dinamismo propio y presiones exteriores múltiples. Es la expresión, por lo tanto, —en el plan de una simbiosis específica de asociaciones vegetales o animales de prácticas y técnicas agrícolas— de las modalidades históricamente cambiantes de la integración de las agricidturas en sus respectivos contextos globales. Es decir: constituye, desde un punto de vista meto- dológico, un nivel de análisis autónomo. Eso no implica que sea innecesario el análisis de la estructura política pro- pia de cada colectividad local; al contrario, un sistema agrí- cola contiene en filigrana el conjunto de relaciones sociales que se establecen en torno a cualquier agricultura y a sus modalidades específicas de inserción en su contexto global.

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ESTRATEGIAS CAMPESINAS Y AGROPOLITICA: U N CASO EN LA MESETA TARASCA

T h ier ry L inck

El Colegio de Michoacán/ Universidad de Persignan y

Aix- Marseille

P r ó l o g o

¿Habrá oído mencionar el concepto de agrosistema? En 1946 D. George lo definía como el “balance de los cul­tivos, de la cría de animales y de los medios involucrados”. Es inseparable de la noción de terruño que, en 1973, J. Bon- namour definía como el “nivel en el cual el diálogo entre el hombre y la tierra se traduce en el espacio por un modo específico de utilización del suelo". Es todo eso y a la vez mucho mas. Constituye un sistema vivo y contingente que se reproduce y evoluciona en acuerdo con un dinamismo propio y presiones exteriores múltiples. Es la expresión, por lo tanto, —en el plan de una simbiosis específica de asociaciones vegetales o animales de prácticas y técnicas agrícolas— de las modalidades históricamente cambiantes de la integración de las agricidturas en sus respectivos contextos globales.

Es decir: constituye, desde un punto de vista meto­dológico, un nivel de análisis autónomo. Eso no implica que sea innecesario el análisis de la estructura política pro­pia de cada colectividad local; al contrario, un sistema agrí­cola contiene en filigrana el conjunto de relaciones sociales que se establecen en torno a cualquier agricultura y a sus modalidades específicas de inserción en su contexto global.

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Presupone asimismo que la estructura 'política de una colectividad campesina y su situación de dependen­cia siempre podrán entenderse de manera más completa después de analizar el sistema agrícola que le corresponde.

Demostrarlo no es una tarea tan difícil y menos en el contexto actual. El Sistema Alimentario Mexicano promueve mecanismos de control de los campesinados tradicionales basados en la difusión de una cierta concep­ción del progreso técnico en la agricultura. En este sen­tido la oposición de la visión vertical y sectorial del Estado mexicano y de la complejidad de las estrategias campesinas permite prescindir no sólo de los resultados de la política agrícola sino también de su impacto sobre la organización social —y por lo tanto también política— campesina.

El concepto de sistema agrícola no es útil sólo para los estudios locales: puede jugar un papel insustituible en la política económica o en una visión sintética de la pro­blemática rural nacional. En este sentido, sugiero ver a San Felipe de los Herreros como microcosmos del agro mexicano. Claro está que la trilogía —cultivos, animales, bosque— que lo caracteriza le es propia. Sin embargo, más allá de los particularismos geográficos, parece eviden­te que la combinación de actividades múltiples e interde- pendientes es una característica propia de los campesina­dos tradicionales y que la complejidad de esos sistemas agrícolas siempre constituirá un reto para los proyectos homogenizadores y simplificadores de la política agrícola.

Esas ambiciones implican el abandono de los guiones- cajón (con un estudio exhaustivo, sucesivamente, del con­texto, de los recursos, de los hombres, de las actividades, etc...) que privilegian los inventarios a expensas de la investigación de las tendencias significativas. Hacer hinca­pié en las relaciones que unen orgánicamente los compo­nentes del sistema agrícola en detrimento de un análisis exhaustivo y detallado de cada uno de ellos tiene la doble ventaja de propiciar una exposición incontestablemente

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más homogénea y sohre todo de prestarse a comparaciones y de poder enmarcarse en una visión global del tema.

San Felipe de los Herreros

En lo geográfico por lo menos, nada parece diferen­ciar San Felipe de los Herreros de las demás comunidades de la Meseta Tarasca. El terruño de la colectividad, en una altitud que oscila alrededor de los 2200 metros, está enmarcado en un relieve quebrado y dominado por volca­nes cuyas cumbres pueden rebasar los 3 000 metros de altitud y una multitud de conos menores. Contrastan con ese panorama caótico las extensiones (unos 17 Km2) alar­gadas: orientación este-oeste y planos del llano en el cual se encuentran las tierras agrícolas de mayor relevancia de la comunidad y de las vecinas (Charapan, Corupo, Po- macuarán y Nurio).

El clima refleja las características geográficas: tem­plado, subhúmedo con amplitudes anuales de tempera­tura relativamente bajas: media anual de 12? C con 14? C para el mes más caliente y 8? C para el más frío. Las heladas son frecuentes aun durante la primavera y el oto­ño. Aquí también caen lluvias abundantes (1 265 mm de promedio anual) y muy mal repartidas: más de 90% de las precipitaciones se concentra entre mayo y octubre, principalmente en los tres meses del verano.1

La abundancia de lluvias y el origen volcánico (se­dimentos basálticos) de las tierras constituyen factores sumamente favorables al desenvolvimiento de las activi­dades agropecuarias. Tanto más cuanto que el suelo del llano es ligero y compuesto de aluviones homogéneos areno­sos con, al parecer, una significativa proporción de arci­llas, y una total ausencia de elementos mayores suscepti­bles de dificultar el trabajo agrícola o de estorbar el creci­miento de los vegetales.

Ningún río cruza el llano, pero sí son notables los arrollos y las barrancas que lo surcan unos metros debajo

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de su superficie y que alimentan, en forma a veces per­manente, las lluvias y el agua que transpira del suelo. Un elemento entre otros2 que evidencia la presencia a escasa profundidad de un manto freático, factor de hu- midificación permanente de las tierras. San Felipe se be­neficia de una rica tierra de humedad —clasificada como tal por la SARH— y que no deja de ser bien drenada co­mo lo evidencia la ausencia de terrenos pantanosos.

Si bien la agricultura es potencialmente la principal fuente de riqueza de la comunidad, esa actividad se ve en la actualidad suplantada por la explotación del bosque. Los cerros que rodean el llano siguen significativamente cubiertos de bosques espesos de los cuales la gran mayo­ría de la población obtiene su sustento mediante la reco­lección de resina, la tala, la carpintería o el trabajo en el aserradero comunal. El paisaje, sin embargo, da muestras de una explotación indiscriminada y anárquica que pone en tela de juicio el futuro de esas actividades. Muchas de las partes más accesibles del monte se ven desforesta­das o con una muy baja densidad de árboles. Desgracia­damente, el terreno que el bosque está perdiendo no se va recuperando ni con una reforestación sistemática, ni pa­ra la agricultura ya que su uso para los cultivos y la ga­nadería es parcial. No se plantean alternativas efectivas (terrazas, bordos) que permitirían compensar, aunque parcialmente, los daños ecológicos y edafológicos causados por la desforestación. En esas tierras livianas, la erosión ocasiona perjuicios muy graves: las faldas de los cerros y las orillas del llano están cruzadas de múltiples barrancas que se extienden año con año.

Aquí, como en muchas otras comunidades de la Me­seta Tarasca, el uso racional del bosque es sin duda el reto más urgente. De él depende el futuro de la co­lectividad así como la suerte de las demás actividades.

San Felipe puede considerarse como comunidad pu- répecha, por lo menos sus habitantes se definen como ta­

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les. Sin embargo se pueden introducir matices significa­tivos y evidenciar una influencia determinante de la so­ciedad nacional y una marcada inclinación al cambio.

De lo tradicional, San Felipe conserva viva su orga­nización en cuatro barrios y su nombre como recuerdo del rol que le fue asignado en la vieja división regional del trabajo. La organización comunitaria sigue afectando pro­fundamente la vida económica y social del pueblo: la dis­posición en su seno de altavoces —un signo de los tiem­pos— permite agilizarla, a la vez que se ve en alguna for­ma reforzada por el juego de las instituciones públicas que ven en ella un soporte eficaz de acción, aunque sea para desnaturalizarla. Si bien el sistema de mayordomía no sobrevivió, la preparación y el gasto de las fiestas son compartidos; a su vez, la organización de faenas, de asam­bleas generales y de comités, así como la parroquia, si­guen dando al pueblo una significativa cohesión.

En cambio, San Felipe está perdiendo paulatinamen­te su identidad lingüística y cultural: el tarasco sólo se habla en forma generalizada en uno de los cuatro barrios y un número importante de niños lo desconocen. No es el único elemento que evidencia la influecia de la so­ciedad nacional: además del bracerismo y del éxodo, es llamativo que las tasas de analfabetismo que apenas rebasen un 8% entre los hombres y un 16% entre las mujeres.3 También es significativo que, entre médicos, ingenieros y profesionistas, alrededor de 80 de los hijos del pueblo4 ocupen en diversas ciudades de la República elevadas po­siciones en la jerarquía social.

Esos aspectos que auguran un cierto dinamismo de la comunidad se ven fuertemente contrastados por su or­ganización económica tal como puede observarse a través de un análisis de la combinación de las actividades pro­ductivas. El estudio de la estructura socioeconómica de la colectividad nos permitirá evidenciar un uso extensivo, derrochador y destructivo de los recursos naturales difí­

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cilmente compatible con el mantenimiento de su estabi­lidad social y la preservación de su terruño.

La 'población económicamente activa

Punto de partida del análisis, la repartición de la población económicamente activa por ocupación princi­pal pudo reconstituirse en base a muestreos aleatorios re­presentativos de la población. Dos muestras de 71 per­sonas activas y 25 agricultores (respectivamente 17 y 6% de la P.E.A.)5 nos permitieron obtener los datos estadís­ticos que aparecen en el estudio y catalogar a la población activa según que haga uso principal de recursos proceden­tes del bosque o del llano.

Así, de una población económicamente activa de 428 individuos (26.3% de la población total), 96 (22.4% de la P.E.A.) ven en la agricultura (definida como combi­nación de producciones vegetales y animales) su activi­dad principal, mientras 163 (38.1% de la P.E.A.) entre talamontes, resineros y carpinteros, dependen directa o in­directamente de la explotación del monte. Los “jornaleros” —que participan en ambos tipos de actividades— confor­man un grupo de 102 individuos (23.8% de la P.E.A.). Los empleados, obreros de planta, trabajadores y patrones del sector del comercio y de los servicios no pasan de 67 (15.6% de la P.E.A.).

Es preciso recalcar que la encuesta fue diseñada bá­sicamente para identificar a los agricultores y que el cua­dro 1 pasa por alto las actividades “secundarias”, lo que tiende a subestimar considerablemente las actividades vin­culadas al bosque. En este aspecto, por significativos que sean los datos presentados son engañosos.

En San Felipe, como sucedería en cualquier otra co­munidad de la Meseta Tarasca y en la mayoría de las colectividades campesinas del país, un corte definitivo en­tre actividades no deja de ser impreciso y, sobre todo, ilusorio. Más que el análisis de las actividades en sí es

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REPARTICION DE LA P.E.A. SEGUN LA OCUPACION

PRINCIPAL DEL JEFE DE FAMILIA

Total %de laP.E.A.Población no activa 1198 280Niños y estudiantes 748 175Hogar 450 105Población económicamente activa 428 100Agricultores 96 22.4Talamontes 90 21Resineros 19 4.4Carpinteros 54 12.6Jornaleros 102 23.8Obreros y empleados 12 2.8Comerciantes 10 2.4Varios 45 10.5

TOTAL 1626 379

FUENTE: Estimación propia según un muestreo aleatorio reali­zado en base al censo escolar de 1977.

notable e instructivo el estudio de la forma en que se combinan. No sólo porque los san felipeños suelen de­dicarse a varias actividades, sino porque éstas, en su ar­ticulación, definen la organización socio-económica del pueblo y su estabilidad.

De una parte, difícilmente pueden separarse las acti­vidades vinculadas al monte y al llano puesto que am­bos participan de un mismo ecosistema y determinan si­multáneamente su equilibrio y estabilidad. La presencia del bosque es decisiva en la definición de los microclimas, tanto en lo que se refiere a higrometría y precipitaciones como a la amplitud de temperaturas. Afecta directamente la agricultura a través de la determinación del nivel de evapotranspiración potencial y constituye una defensa

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eficaz contra las heladas. Es asimismo probable que la comunidad biológica del bosque por su complejidad con­tribuya a una cierta estabilidad tanto en el monte como en el llano: protección contra los daños de la erosión pero también contra la propagación de plagas.

De otra parte, considerando que las estrategias cam­pesinas se organizan en torno al aprovechamiento global de recursos y alternativas múltiples,6 el monte, al igual que el llano, es parte integrante del terruño de la comu­nidad. Explotado “racionalmente” el bosque puede pro­porcionar leña y madera, agostaderos de calidad (aun en la estación seca), además de recursos monetarios, produc­tos de caza y recolección contribuyendo a diversificar —y por lo tanto a estabilizar— la economía doméstica local.

Bajo este doble punto de vista resulta evidente que a sue/te de una clase de recursos no puede dejar de afec­tar la forma en que se aprovechan los demás y por lo tanto cuestionar la estructura socioeconómica de la colec- tiv'dad.

En este contexto, sería bastante ingenuo esperar que cualquier campesino tradicional limite sus activida- ' - ; ’ t.cl so:a. Los san felipeños no hacen excepción a

¿sa egla: cerca del 85% de los campesinos interrogados declararon tener otras actividades: 2.4 actividades no agrícolas por grupo doméstico en promedio. Alrededor del 58% de los jefes de familia declararon ser al mismo tiem­po talamontes y 37% resineros. Vale recalcar que esos da­tos se basan en una definición amplia de la agricultura en la cual se integran actividades como la cría de anima­les o la apicultura lo que tiende a subestimar el peso de las actividades complementarias. En el mismo sentido só­lo parcialmente pudo recabarse información acerca de las actividades ocasionales o de los demás miembros de la comunidad doméstica.

La combinación de actividades múltiples no es un rasgo propio de los agricultores. La gran mayoría de los

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carpinteros suelen cortar ellos mismos la madera que ne­cesitan, muchos tienen un solar o una huerta familiar y acostumbran criar algunos puercos y, a veces, ganado mayor. Los comerciantes acostumbran criar puercos con el maíz que en muchas ocasiones sus clientes usan como medio de pago o simplemente ven en el negocio, que dejan a cargo de su esposa, una fuente de ingresos complemen­tarios, dedicándose a la agricultura, la tala del monte o la recolección de resina. Los resineros, por su parte, se verán tanto más impulsados a desempeñar otras labores cuanto que su actividad principal les deja tiempo libre.

Eso no significa que la combinación de actividades múltiples sólo responda a la necesidad de un “óptimo” aprovechamiento de los recursos naturales como si la constitución de un sistema agrícola fuese independiente de toda influencia social. Intervienen factores económicos, como la existencia de un mercado nacional para la made­ra y sus productos, culturales, aunque sean más difíciles de aislar, como los derivados de la definición de patrones y modos de vida. Por ejemplo, el hecho de poseer un so­lar propio con su casa tradicional, su pequeña huerta, su ecuaro o su corral con sus respectivas implicaciones eco­nómicas refuerza la membresía de cada grupo doméstico a la colectividad. En corolario, la combinación de múlti­ples actividades constituye un factor de homogeneización fundamental, tanto económica como cultural. La reparti­ción de la población económicamente activa de San Fe­lipe puede evidenciar ramas de actividades aparentemen­te diferenciadas. Eso no impide que todos mantengan una estrecha7 relación con el terruño y participen de una misma unidad social que éste define. En otros términos, el pueblo consta de agricultores, resineros, rapamontes, carpinteros y comerciantes sin que nadie deje de ser cam­pesino.8

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Las actividades económicas

Vistas en su conjunto, todas esas actividades no go­zan ni del mismo peso relativo, ni del mismo estatuto y muy fácilmente puede evidenciarse el papel nector de las actividades vinculadas al bosque. De hecho, todos los san felipeños participan en forma variable en su explotación y, más aún, es probable que esas actividades determinen las pautas del desenvolvimiento de las demás.

Medidas en relación al ritmo de formación de una agricultura campesina, la explotación desenfrenada del bosque resulta a todas luces una actividad reciente aun­que varias colectividades de la Meseta Tarasca tienen tiempo de haber agotado sus recursos forestales. Es una actividad importada, constituida en tomo al mercado na­cional, mal integrada en el sistema agrícola. Se inició con la necesidad de ampliar la superficie agrícola; se aceleró a fines del siglo pasado y principios de este, con la produc­ción de traviesas de ferrocarril mediante concesiones a empresas norteamericanas; se mantuvo con la explotación industrial de la madera; se aceleró nuevamente a raíz de la introducción de la energía eléctrica en la zona en el transcurso del decenio de los cincuenta. La Explotación —clandestina o legal—no sólo responde a las necesidades de los aserraderos9 sino también a la de los talleres de carpintería que han proliferado.

San Felipe sigue siendo bastante privilegiado en es­te sentido, puesto que todavía cuenta con unas 2100 hec­táreas de bosque que le permiten surtir madera a los ta­lleres de carpintería de las comunidades vecinas (Corupo, Pomocuarán, Copacuaro principalmente), además de a los 5410 talleres locales. No es de sorprender por lo tanto que la tala clandestina del monte sea una actividad relativamente lucrativa de la cual depende la gran mayo­ría de los campesinos del lugar que carecen de tierras y capitales. Con una sierra ancha, una hacha y un burro,

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cada talador puede bajar del monte dos cargas de madera al día que vende de 100 a 150 pesos cada una. Selecciona los árboles de tal manera que pueda obtener maderos cua­drados11 de un mínimo de ocho pulgadas de ancho. Saca en promedio de cada árbol ocho piezas de madera de uno a 1.50 metros de largo (4 cargas) que escuadra burdamente con su hacha y tardará en promedio dos días para llevar a cabo esas operaciones.12 Es de notar que el procedimiento es sumamente desperdiciador. No sólo porque la selección de los árboles no contempla las nece­sidades de reconstitución del bosque -se explotan con pre­ferencia las partes más accesibles- sino también porque las ramas y partes chuecas y delgadas del tronco, no se aprovechan.

De regreso al pueblo, el talamonte puede vender su madera -no faltan compradores- o bien, si es carpintero, transformarla él mismo. En tal caso, si bien pertenece a un estrato social relativamente privilegiado, su situación no deja de ser precaria. Desorganizados, desprovistos de medios de transporte y de comunicación, sin contactos di­rectos en las ciudades, los carpinteros están a merced de los coyotes, intermediarios que trabajan por la cuenta de fábricas y negocios de México y (en segundo término) de Uruapan. A diario se ven camionetas que cargan mue­bles y madera en la comunidad o se dirigen hacia otras si­tuadas más al oriente. Por cierto, muy bien puede tratar­se de una actividad más renumerativa que las demás, pero tiene costos indirectos elevadísimos. El carpintero, depen­de totalmente del coyote para realizar su producción y se ve imponer normas tan estrictas que su trabajo tiende a perder cualquier tipo de ingenio. Se encuentra en la obli­gación de producir en serie muebles (o elementos) de mediocre calidad que no tienen, muchas veces, el acaba­do (lijada, barnizada) que condiciona su acceso al merca­do urbano. Está involucrado en un proceso que limita es­trictamente sus posibilidades de desarrollar o hasta adqui-

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rir su propio oficio y por lo tanto de identificarse con su trabajo y sus productos.

En este sentido es asombrosa y significativa la poca invención e imaginación que incorporan en sus labores así como la poca variedad de diseños y tipos de muebles, fabricados siempre con las mismas técnicas rudimentarias (ensamblajes y maquinaria idénticos). Puede recalcarse también la importancia de la maquila -fabricación en serie de piezas (torneadas o no)- o de elementos encofrados pa­ra el concreto que no exigen ni destreza y mucho menos genio. También es significativo que los muebles hechos en San Felipe se vean poco en las casas de sus habitantes y a veces hasta en las de los carpinteros, lo que evidencia que la carpintería es una actividad reciente cuyo desarro­llo se halla sujeto a un mercado y normas exteriores a la colectividad. En otros términos, la estricta dependencia del carpintero frente al coyote se concreta en el hecho de que se ve despojado -enajenado- de su propio oficio de artesano. Las herramientas utilizadas proporcionan un es­pejo bastante fiel de esa situación. Se limitan fundamen­talmente a una sierra eléctrica de disco (cuyo diámetro no permite realizar el aserrado de las maderas de una sola operación)13 una broca para los ensamblajes, un torno eléctrico, un cepillo y un juego de formones. Ninguna he­rramienta permite los trabajos más delicados (ausencia de lijadoras por ejemplo) y la maquinaria existente, a par­te de ser fija, está diseñada para efectuar una sola opera­ción. Es notable la ausencia de herramientas portátiles o combinables (taladros, sierras y lijadores de mano) que podrían despertar la imaginación y suscitar ensayos e in­novaciones.14

San Felipe cuenta con 1645 hectáreas de especies re- sinables y pueden comercializarse a través de la Forestal -sin tomar en cuenta lo que reciben empresas particulares- hasta 577 500 kg. de resina anualmente.15 Otro indica­dor de la importancia de esa actividad es el hecho de que

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el lo. de marzo de 1981 se encontraban en producción unas 154000 caras (cubiletes de barro).16 Alrededor de 100 personas (25% de la P.E.A.), como evaluación con­servadora, se dedican a ese oficio. Cada resinero cuenta en promedio con una parcela que permite la explotación simultánea de unas 1 500 caras.17

Se trata de una actividad que sólo requiere un capi­tal limitado, en parte proporcionado por la Forestal. Pro­porciona ingresos relativamente altos del orden de $145.00 por día trabajado considerando como base la colocación de 100 cubiletes al día, una producción anual de 2.5 litros por cara y al precio vigente de $ 10.00 por litro,18 in­gresos que se comparan favorablemente con el salario mí­nimo de la zona y el jornal promedio (de $80.00 a $100.00). En términos de ingresos anuales brutos, la ex­plotación de 1500 caras (promedio) permite obtener unos $37,000.00. Esos datos tendrían sin embargo que ser matizados por el carácter cíclico y relativamente preca­rio de esa actividad. Los rendimientos varían de uno a dos según la estación y la forma y profundidad de las grietas limitan las posibilidades de explotación.

El desarrollo tan rápido y tan ajeno a la comunidad de esas actividades no podían dejar ele tener un efecto desestabilizador sumamente fuerte sobre el sistema agríco­la en su conjunto. A pesar de su relativa precariedad, las actividades vinculadas al bosque tienden a proporcionar ingresos mayores y más seguros que los obtenibles de la explotación tradicional de pequeños predios: no es de sorprender que la agricultura sea paulatinamente despla­zada. Después de todo, el trabajo de la tierra es mucho más penoso y menos renumerativo: una hectárea de maíz19 cuyo rendimiento medio se establece en unos 870 Kgs.20 da un ingreso bruto21 de unos $3,740.00 de los cuales hay que deducir el costo de la maquinaria ($800.00) y los gastos en semilh, tracc.’.'n animal, fuerza de trabajo y fertilizantes. Es más, el campesino no puede

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tener la certeza de obtenerlo: el cultivo puede ser afecta­do por aironazos y heladas tardías o tempranas (en 1980 se perdió un 40% de la cosecha por ese motivo y en 1981 condujo a los campesinos a reiniciar las siembras tres ve­ces o a desanimarse). Aunque el futuro de San Felipe pueda verse con toda seguridad en su llano -las 2300 hec­táreas de tierras de cultivo que permiten mucho más que el simple sustento de la población, no es de sorprender que las actividades agropecuarias estén relegadas por lo gene­ral al autoabasto (maíz) y a la constitución de fondos de reserva (animales).

Esa interpretación se apoya, primero, en la poca im­portancia relativa de la Población Agrícola Activa (22.4%)22 sobre todo si se contemplan las potencialidades del medio. El fenómeno está acentuado por el carácter polari­zado de la estructura agraria y el hecho de que solamen­te 15% de los agricultores se dediquen por completo a las labores agropecuarias. Pudo esbozarse una estimación de la repartición de los predios por clase de superficie en ba­se a una muestra aleatoria de 25 casos:

CUADRO II

REPARTICION DE LOS PREDIOS AGRICOLAS

POR CLASE DE SUPERFICIE

San Felipe, marzo de 1981 (hectáreas y porcentajes)

Calse de superficie superficie %de predios, %de la super­fìcie de labor

Menos de 5 has. 2.3 27.3 5.4de 5 has. a 10 has. 6.1 45.5 23.7de 10 has. a 20 has. 12.8 9.1 10.0más de 20 has. 39.3 18.1 60.9

Mediana—26.9 Modo=5.3

Media=11.7FUENTES: Observación directa.

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De hecho, el tamaño de la muestra es tan reducido y la distribución tan asimétrica que los valores sólo pueden usarse como evaluaciones indicativas. Sin embargo, es fá­cil comprobar una concentración de estos en las clases ex­tremas, tanto en lo que se refiere a número de explotacio­nes como a superficies.23 Es tanto más significativo cuan­to que los agricultores “puros” se encuentran en la última clase. Esta no pudo desglosarse con más precisión pero, de hacerse, aparecerían en ese renglón algunos predios exten­sos cuya superficie agrícola útil rebasaría las 100 hectáreas.

Por otra parte, las entrevistas efectuadas en la comu­nidad tienden a evidenciar una disminución marcada de la atención que los agricultores dedican a sus labores. Así entre 15 y 20%24 de las tierras, además de las que es­tán normalmente en descanso, no se trabajan; los rendi­mientos por hectárea del cultivo del maíz marcan una franca dispersión (lo que relativiza la estimación ante­rior); los ecuaros son más raros y no tan bien atendidos como una generación atrás y los frutales sólo reciben un cuidado mínimo. Las gallinas han enrarecido a tal punto que dos tercios de las familias de agricultores tienen que comprar huevo. Algo similar ocurrió con la ganadería: de los quesos que se fabricaban en abundancia sólo queda hcy el recuerdo; la leche ni siquiera alcanza a satisfacer las necesidades locales.

El auge del bosque constituye una buena explica­ción parcial de este proceso. La valorización de productos y actividades fuera de una estructura socioeconómica rela­tivamente autónoma no podía dejar de desestabilizarla. In­tervienen también otros factores que a su vez marcan las pautas de la integración de este campesinado en la socie­dad nacional como serían el peso de la historia agraria re­ciente del pueblo y el papel de la usura rural.

Son relativamente escasos v algo inciertos los datos sobre la historia agraria de San Felipe, :sro no hace fal­ta remontarse muy lejos en el pasado pava encontrar una

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explicación de la polarización que caracteriza la reparti­ción de las tierras agrícolas. Puede verse en ésta un refle­jo de los procesos de acumulación de las tierras de labor por parte de foráneos a fines del siglo pasado y principios de éste. No hace mucho, dos familias de Paracho25 compartían la totalidad del llano. Las estrategias de acapa­ramiento no se diferenciaban de las vigentes en el con­junto de la Meseta o en la cañada: se basaban en prácticas usureras. Al pedir prestado, el dueño empeñaba y deja­ba el usufructo de su parcela al prestamista. Una vez ven­cido el plazo, éste podía quedarse con ella. La historia cuenta y es perfectamente verosímil, que los usureros so­lían cerrar sus casas o irse el día establecido para que los campesinos no estuvieran en condición de respetar el con­trato.

En San Felipe, el miedo al agrarismo tuvo mayores efectos que la reforma agraria: los acaparadores tomaron la precaución de devolver las tierras acumuladas a la comuni­dad para no ser expropiadas, lo que puede explicar la po­larización que se observa hoy en día. Sin embargo, ésta se vio todavía reforzada por la emergencia de procesos de concentración en el seno mismo de la comunidad.

Hoy en día el empeño de tierras procede tanto de la usura como de la compra-venta. De una parte constituye, con la mediería, un mecanismo frecuente de circulación de las parcelas y el único que pueda tener un carácter de­finitivo ya que San Felipe, como comunidad, tiene un ré­gimen de tenencia de la tiera que no integra la propiedad pri­vada del suelo. De otra parte, se emparenta directamente con la usura por la referencia obligatoria a un préstamo, sea éste ficticio o real: formalmente, la tierra empeñada no es más que la garantía del préstamo, y su uso la fuente de los réditos. Da la usura tiene también el carácter informal e interpersonal: ningún acta notarial hace falta para lega­lizar una transacción que se realiza en su totalidad según normas establecidas en la comunidad; las fluctuaciones

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importantes del monto de los “préstamos” por hectárea ilustran el carácter personalizado de la transacción: la en­cuesta levantada entre los agricultores evidencia amplitu­des de uno a tres26 entre los casos extremos, lo que su­giere que el trato descansa mucho más en un conocimien­to de las necesidades monetarias del deudor y de su ur­gencia en la aplicación de alguna norma prestablecida. Es difícil medir exactamente cual ha sido la influencia de esa práctica en la conformación de la estructura agraria vigente pero es probable que fue bastante importante. Una estimación sumamente conservadora nos permite evaluar en un 30% los agricultores que trabajan tierras empeña­das recientemente.

Esta no es la única forma de usura practicada en San Felipe. Destacan también las ventas de maíz al tiempo, a la dobla: forma de usura a la que recurre directamente un 15% de los agricultores. Estos dos tipos de usura tienen en común los motivos de endeudamiento27 y ambos recalcan la precariedad de las condiciones de existencia de los comuneros involucrados, en especial la imposibilidad de constituir fondos de reserva sufrientes. Fsa rrecarie- dad pudo evidenciarse parcialmente a Pr oo6s’f-o de las ac­tividades extra-agrícolas y de su impacto sob^e h organi­zación socioeconómica global. Queda todavía por m atizar

y profundizar esa interpretación mediante un estudio más detallado del sistema agrícola. Podremos vev así en su es­casa rusticidad28 un rasgo característico tanto de las actividades agropecuarias como del conjunto de las que desempeñan los san felipeños.

El carácter exógeno de los cambios (carácter homo- geneizador y simplificador) experimentados puede oponer­se a la complejidad propia de la agricultura tradicional contribuyendo así a explicar la escasa rusticidad del sis­tema agrícola. El decaimiento de la agricultura admite co­mo corolario una patente falta de precaución por la pre­servación de los recursos naturales y un relativo desinte-

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rés por el desenvolvimiento de esa actividad que tiende a cuestionar su futuro mismo. Obviamente este es un rasgo que puede sorprender tratándose de una agricultura que sigue siendo en su esencia tradicional. En realidad es pre­ciso recalcar que resulta profundamente desvirtuada en la medida en que su modernización parcial no ha podido -ni puede en el contexto vigente- ser integrada en las es­trategias campesinas.

De lo tradicional, la agricultura felipeña conserva su organización general: una asociación específica de activi­dades, la mayoría de las prácticas y lo esencial de los ape­ros y herramientas. De lo moderno, ha ido agarrando al­gunos insumos (fertilizantes) y maquinaria para las labo­res más pesadas (renta de tractores para el barbecho y la cruza). Hasta aquí, nada puede decirse en contra del pro­cedimiento puesto que se trata exclusivamente de insumos fraccionables que pueden adaptarse a la escala de las ne­cesidades campesinas. Pero, viendo las cosas más de cer­ca, resulta que los agricultores no están en condición de ejercer el más remoto control sobre ellos: su acceso depen­de directamente de instituciones públicas, tanto en !o eco­nómico (condición y concecuencia del crédito) como en lo técnico (modalidades de uso impuestas por la SARH e ingenieros cuya opinión, buena o mala, por definición no se cuestiona). En otras palabras, las condiciones de di­fusión del progreso técnico son tales que el agricultor se ve al frente de una explotación que no tiene oportunidad de administrar. Si se añaden a ese rasgo las dificultades que encuentra en la relación de su producción no es de sorprender que la identificación del agricultor con su pro­pio oficio se vuelva cada día más difícil. Esa relación, ade­más de fomentar un cierto desinterés de los agricultores, afecta la dinámica propia del sistema agrícola agudizando su carácter extensivo. Se trata de un rasgo notable bajo cualquier criterio, ya sea que se consideren las modalida­des de uso de los recursos naturales o la intensidad del

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trabajo, ya sea que se contemple una producción aislada o el conjunto.

Al igual que numerosos sistemas agrícolas tradiciona­les, el de San Felipe se caracteriza por ser sumamente ex­tensivo y basarse en una estricta complementariedad en­tre producciones animales y vegetales. Aquí se verifica ampliamente esa complejidad propia de la agricultura tra­dicional que más allá de la etimología impide identificar estrictamente agricultura y producciones vegetales. El sistema agrícola de San Felipe se organiza alrededor del monocultivo de año en vez de maíz blanco criollo de ciclo largo y queda abierto al ejercicio de amplios derechos co­munales de los cuales en parte depende la estabilidad so­cial de la comunidad y la sobrevivencia de los comuneros menos favorecidos. El paisaje puede proporcionar una pri­mera evidencia tanto del carácter comunitario de las acti­vidades agropecuarias como de la complementariedad entre producciones vegetales y animales: el llano que domina el centro de población en su parte central y más estrecha está dividido en dos partes de superficie comparable, los planes, que se cultivan y se usan como agostaderos alter­nativamente cada dos años.

Las labores agrícolas se inician en agosto con el bar- becho de las tierras en descanso con el cuel se incorporan en la tierra los tallos de maíz del cultivo anterior y el zaca­te que creció durante la estación de lluvias. ¿Podría verse en esa operación un primer signo de la poca intensidad de los cultivos, de su relativo descuido? En esas tierras des­provistas de calcio, la mineralización de la matera orgá­nica es lenta: los tallos se incorporan demasiado tarde pa­ra servir de abono y demasiado temprano como para no estorbar el crecimiento del maíz nuevo.

Después del despunte y de la cosecha de las parcelas en producción (septiembre-diciembre) las labores se rea­nudan con la cruza de las tierras barbechadas (enero-fe­brero). Tanto la escasez de animales de tiro como presio­

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nes de las instituciones de apoyo a la agricultura han re­legado los arados de madera, las yuntas y tiros a las lade­ras cuyas pendientes no son compatibles con la mecaniza­ción. Rentados primero por el INI, luego por la SARH y un particular del pueblo, los tractores son ahora dueños del llano. Barbechan o cruzan en cuatro horas una hec­tárea cuyo trabajo con implementos tradicionales exigiría dos días en promedio. La sustitución no es, sin embargo, del todo beneficiosa puesto que el uso de maquinaria in­duce costos monetarios que no justifican ni el subempleo relativo de los agricultores ni el calendario agrícola -ya que no se acompañó de una diversificación de los culti­vos- ni tampoco la calidad de los suelos: estos son ligeros y logran removerse bastante profundamente con el arado tradicional.

A pesar de todo, la energía animal no pudo ser des­plazada en las tareas más delicadas, tales como la siembra y las escardas. Con la siembra que se realiza en marzo se puede observar casi intactas las técnicas que se impusieron a raíz de la conquista española o que prevalecían tiempo atrás en el sur de Europa. Es una operación delicada que en su forma más elaborada -y frecuente- requiere de la participación de tres individuos y dos yuntas o tiros (dos arados). El maíz se siembra en hilera en el eje de los sur­cos que abre un primer arado jalado por dos animales. Le sigue el sembrador que deposita a intervalos regulares (40 a 50 cm.), dos semillas por mata antes de recubrirlas su­perficialmente con un pie. Es seguido por un segundo arado y un animal que cubre definitivamente las semillas.

El decaimiento de las actividades agropecuarias y la escasez de animales mencionada anteriormente, tiende a fomentar cambios en este esquema. En ocasiones, la siem­bra se realiza con un sólo arado y agricultor: el labrador una vez abiertos los surcos procede a la siembra enterran­do las semillas y recubriendo los granos con los pies. Más se trate de éste o del primero, el procedimiento no deja de

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ser lento y trabajoso aunque presenta la ventaja de ser su­mamente flexible y de permitir un uso óptimo de los re­cursos locales. Según la fertilidad de su parcela, el campe­sino puede aumentar o disminuir el intervalo entre cada mata y lo ancho (70 a 90 cm.) de los surcos. Fabrica sus arados y sus yugos él mismo, aprovechando las tempora­das de menor intensidad de trabajo y los recursos que le proporciona el monte. Puede usar animales propios, cria­dos con un costo reducido o nulo en las tierras en descan­so y en tal caso sólo tiene que emprender gastos moneta­rios sumamente limitados.

Se usan en promedio, quince litros -10 kg.- de semi­llas por hectárea tomadas de la cosecha anterior. Es de no­tar -otro elemento que evidencia la poca intensidad del cultivo- que se seleccionan los granos más sanos de las más bellas mazorcas después de la cosecha y no entre las matas más sanas (lo que permitiría tomar en cuenta la calidad de la planta y no sólo la del grano y de la mazor­ca).

Como lo vimos a propósito de la mecanización, el sis­tema agrícola tradicional no es del todo incompatible con una cierta modernización, aunque sea a costa de un des- virtuamiento de sus fundamentos y de un uso extensivo de los implementos modernos. Esa misma observación puede repetirse a propósito de los fertilizantes químicos que usan aproximadamente dos tercios de los agricultores felipeños entre pequeños y grandes.29 Se aplican las normas de fertilización definidas por la SARH (100-80- 00) y se incorporan los fertilizantes en dos operaciones: sulfato de amonio y superfosfato simple durante el surca­do, y superfosfato solo durante la primera escarda, dos me­ses después. Esta integración sorprendente y aparantemen- te amplia del progreso en un sistema tradicional tiene lí­mites estrictos que no escapan al examen.

En primer lugar se trata de una integración parcial y artificial, ya que el uso de fertilizantes se sobrepone a

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las estrategias campesinas sin integrarse plenamente a ellas. Así, está siempre vinculado a un crédito del Banco Rural: en 1980 el banco se negó a otorgar crédito por lo que ningún campesino,30 a pesar de que muchos hu­bieran tenido recursos, usó fertilizantes. En el mismo sen­tido correspondería subrayar que los agricultores aplican año con año y sin discriminación las normas definidas por la SARH en tierras que han descansado un año y han si­do abandonadas parcialmente por los animales: no se rea­lizan, ni se intentan balances de fertilización.

Sólo se aprovechan parcialmente en la medida en que su uso no va acompañado de cambios significativos en las prácticas de cultivo. Como es sabido el mayor be­neficio de los fertilizantes radica menos en el aumento de los rendimientos de cada cultivo que en la posibilidad de multiplicarlos y usar las tierras en forma continua. En San Felipe, dado que la tierra es de humedad, permiti­rían multiplicar por dos, y quizá cuatro o más veces la su­perficie de las tierras en producción.

En realidad, el cultivo de las tierras en descanso re­presenta mucho más que un simple cambio en las cos­tumbres y en las prácticas de cultivo. Con la supresión de los agostaderos afectaría directamente la ganadería e im­plicaría un cuestionamiento tan profundo del sistema agrí­cola -y por lo tanto de la organización social de la colec­tividad en su conjunto- que puede afirmarse sin ningún riesgo que no es ni deseado ni siquiera previsible a corto plazo. Por otra parte, y sin indagar mucho en este sentido, es preciso recalcar que el uso de fertilizantes, por lo me­nos tal como se plantea, no es, en términos de producción, forzosamente beneficioso, y que la decisión sólo parcial o formalmente recae sobre los campesinos.

Las operaciones de cultivo propiamente dichas sue­len ser algo más intensivas de lo que ocurre en términos generales en la agricultura de temporal mexicana. Cons­tan de dos escardas (mayo y julio), de una o varias lim-

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pías, seguidas por el despunte del maíz (septiembre-octu­bre). En esas labores son exclusivas las técnicas tradiciona­les, el uso de fuerza animal o humana y de herramientas rudimentarias.

Las escardas (con arado de madera) se realizan antes de la estación lluviosa en una época en que la planta, de unos 20 cm. de alto, está en pleno crecimiento. Se efec­túan abriendo un nuevo surco entre cada hilera de matas, proyectando la tierra alrededor de los tallos. Esa opera­ción permite oxigenar la tierra, aprovechar plenamente la humedad del suelo y sus elementos nutritivos y eliminar la maleza que creció entre las matas. Beneficia a los cul­tivos al proporcionar un asentamiento más firme de la planta y al colocarlas en las cretas de los surcos, previene los daños que pueden causar las lluvias.

Las escardas son seguidas de limpias sucesivas que ocupan en forma continua y superficial la atención de los agricultores hasta la maduración de las plantas. Usando una rozadera, un machete, los agricultores eliminan a lo largo de la estación de lluvias la maleza que crece entre las matas. Es de notar -índice a la vez de la complementa- riedad entre cultivos y ganadería y de la atención decre­ciente que reciben esas operaciones- que el zacate no utili­zado como forraje se abandona en el lugar. Eso por supues­to tiende a favorecer su proliferación así como la de las plagas que constituyen una importante causa de pérdida de los cultivos.31

En septiembre, los agricultores ven sus esfuerzos par­cialmente recompensados con la cosecha de los elotes que se extiende a lo largo del mes según las necesidades de consumo familiar y de las fiestas. Pueden verificarse en esa ocasión algunas muestras de las implicaciones sociales de las actividades agropecuarias. En esa temporada se rea­lizan varias fiestas caseras o del pueblo que constituyen ocasiones de compartir elotes, antojitos, atole y tamales, elaborados con el producto de esa primera cosecha, refor­

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zando así los lazos de convivencia que unen a los habitan­tes de cada barrio.

Una vez terminada la temporada de los elotes, de fi­nes de septiembre en adelante, cuando empiezan a rese­carse las plantas, se inicia el despunte del maíz, operación que evidencia una vez más la complementariedad entre cultivos y ganadería. Desde un punto de vista agronómico la operación tiene el único propósito de aumentar la resis­tencia de las plantas al viento, quitándoles hojas y puntas. Desde el punto de vista de las producciones animales, per­mite obtener un rastrojo abundante que se almacena y se usa como complemento en la alimentación de los animales durante la estación seca o para la engorda.32

La cosecha propiamente dicha que se realiza entre fines de noviembre y diciembre33 permite verificar los dos aspectos que se acaban de mencionar. Las fechas y el orden en que se efectúan, se eligen en una asamblea ge­neral de los comuneros. El procedimiento constituye un factor de cohesión social sumamente fuerte que subraya su dimensión comunitaria.

En primer lugar, una vez levantada la cosecha, o ter­minado el plazo fijado para ello, su dueño pierde todo de­recho real sobre su parcela hasta que se vuelva a cultivar el plan: es utilizada como agostadero por los animales de los comuneros. Las relaciones comunitarias en este aspec­to son a tal punto fuerte que difícilmente podría hallarse una correlación significativa entre número de animales y superficie de las tierras agrícolas en posesión de cada agri­cultor: existen campesinos sin tierra que poseen ganado mayor.

Por otra parte, los plazos acordados son tan cortos que los agricultores difícilmente pueden prescindir de peones. A esas presiones económicas se suman presiones sociales, culturales, que hacen de la cosecha un aconteci­miento que interesa a todos los felipeños, sean o no agri­cultores. Constituye un acto a través del cual se afianza y

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fortalecen los lazos de convivencia: pobres o ricos, los agri­cultores pueden emplear una cantidad impresionante de vecinos a quienes pagan a destajo antes de emplearse con otro agricultor una vez cosechada su parcela. La observa­ción de un orden estricto en el desenvolvimiento de la co­secha de las distintas parcelas permite extender en el tiem­po y entre los campesinos esta forma de cooperación sim­ple. Por esas mismas razones el procedimiento constitu­ye un factor de cohesión social apreciable, un mecanismo redistributivo del maíz (se suele pagar a los peones en es­pecie) a través del cual todos, agricultores o no, tienen la posibilidad de constituir reservas de grano.34

La cosecha es la última tarea del ciclo agrícola: una vez terminada se abandonan las milpas a su suerte y a los animales. Constituye el punto de articulación con la otra actividad fundamental del sistema agrícola: la ganadería. A pesar de que no esté experimentado ningún proceso de modernización, pueden repetirse en el caso observaciones semejantes a las que recibieron las producciones vegeta­les: aprovechamiento extensivo de los recursos y atención decreciente a la adopción de estrategias que tienden a evadir los costos monetarios. A las consecuencias de la evolución negativa de las producciones vegetales, añade sus efectos el desaliento que resulta del abigeato.

Alrededor de la mitad de los agricultores (entre ellos todos los “grandes”) tienen ganado mayor; cerca de 16 ca­bezas entre vacas, toros, bueyes y becerros por familia que serían muchos más si la frecuencia del abigeato no impli­cara riesgos elevados. Se trata de especies mestizas de engorda criadas en forma sumamente extensiva en un contexto que ya no se presta para eso. Los animales tienen por único agostadero las tierras en descanso que, por la forma en que se usan, no logran proporcionar su sustento a una población animal excesiva: las 120035 unidades de ganado mayor comparten con un millar de ovi­nos las aproximadamente 1150 hectáreas36 que están sin

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cultivar. Aspecto que evidencia el decaimiento de la aten­ción que recibe esa actividad y la implicación del robo de animales; las ricas praderas naturales del monte ya no se aprovechan por la dificultad que supone el cuidado perma­nente de los animales.

El carácter comunitario de las actividades agropecua rias que se destacó a propósito de las cosechas, tiene lími­tes estrictos que disminuyen le eficiencia de los sistemas agrícolas. Por una parte el cuidado de los animales es in­dividual y no colectivo a pesar de que esa podría consti­tuir una alternativa eficiente para enfrentar el problema del abigeato y la falta de agostaderos en el llano. No se realiza ninguna clase de administración colectiva de los agostaderos37 que, en base a una parcelación de cada plan, permitiría una cierta reconstitución de los mismos. Este aspecto y el hecho de que no existan limitantes definidos colectivamente en el crecimiento de los rebaños, constitu­yen los rasgos que comparten el conjunto de las comunida­des de la Meseta Tarasca y limitan considerablemente las ventajas que podían esperarse de la complementariedad que existe entre ganadería y cultivo.

La falta de establos constituye otro limitante de im­portancia. El abigeo indujo a los campesinos a encerrar los animales en un corral para sacarlos después de la orde­ña a las ocho o nueve de la mañana. Es de sorprender que el cambio no se haya prolongado mediante la construcción de establos. Estos permitirían separar las vacas de sus crías facilitando una segunda ordeña diaria. Proporciona­rían las condiciones indispensables para una atención38 más adecuada a los animales con lo cual podría incremen­tarse sensiblemente la produción. En la actualidad, la pro­ducción de leche es en promedio de unos tres litros diarios por vaca, reducida prácticamente a la estación húmeda.

Sin embargo, la poca eficiencia de las prácticas gana­deras no es incompatible con una estrecha integración de esa actividad en el sistema agrícola. Por extensiva y rudi-

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mentaría que sea, la ganadería permite una ocupación per­manente Jel suelo, además de integrarse en forma insusti­tuible (en la coyuntura actual) en las estrategias campesi­nas.

No hay tierras ociosas en San Felipe de los Herre­ros. Además de proporcionar energía para las labores agrí­colas, los animales aportan un magro abono a las tierras en descanso. (Por raquíticas y ralas que sean, la maleza y el zacate Ies proporcionan un alimento suficiente para su crecimiento). Una vez adultos, se engordan con el rastro­jo del maíz y algo de avena o janamargo comprados o cul­tivado éste en los ecuaros por lo que la ganadería permite a su vez un aprovechamiento óptimo de los cultivos exis­tentes.

La ganadería cobra su máxima relevancia desde un punto de vista de la economía doméstica. De una parte, permite un uso de las fuerza de trabajo marginal, la de los niños o del propio jefe de la familia, en períodos u ho­ras de menos intensidad de las labores agrícolas. Además, permite constituir con costos sumamente reducidos y una ba­ja inversión en trabajo -y por lo tanto riesgos limitados- fondos de garantía o de reserva de los cuales depende prin­cipalmente la estabilidad económica del grupo doméstico, e ingreso monetarios que rebasan en la gran mayoría de los casos los que proporcionan las producciones vegetales. En este aspecto es tan fuerte la complementariedad entre agricultura y ganadería e implica a tal grado al conjunto de la comunidad que cualquier intento de imponer el cul­tivo sistemático de las tierras en descanso con toda seguri­dad conllevarían un rechazo por parte de los campesinos e implicaría un elevado riesgo de que sean invadidas por los animales. Los pobres resultados que tuvieron el SAM y PRONAGRA en 1980 en la mayoría de las comu­nidades tarascas ilustran claramente este juicio.

En su conjunto, estas mismas observaciones pueden repetirse a propósito de otra producción animal de impor-

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tanda: la porcicultura39. Se integra en las estrategias fa­miliares en forma semejante a la ganadería. En este caso, los animales (especies criollas) son dejados a su suerte en las calles del pueblo y se alimentan con la basura y los des­perdicios que logran conseguir hasta que sean adultos, práctica que permite evadir los riesgos económicos, al no implicar costo alguno. Entonces, y puede verse en eso has­ta qué grado están también asociados con las producciones vegetales, se engordan con el excedente de maíz y a ve­ces con un complemento de janamargo. En unos dos me­ses, dando a cada puerco de 5 a 10 litros de granos, los ani­males engordan hasta pesar unos 90 Kgs. Sobre esta ba­se, tomando como referencia el precio local de maíz en el momento de la encuesta ($3,00 litro), un precio del kilo de puerco vivo de $30.00 y adoptando la hipótesis más des­favorable de una alimentación exclusiva con maíz, el cam­pesino puede esperar obtener unos 2,700.00 pesos por ani­mal, suma a la cual una vez descontados los costos (1,800 pesos) corresponde un valor agregado de $900.00 pesos. Un negocio aparentemente redondo, pero no del todo se­guro dado el carácter rudimentario de las prácticas de en­gorda. Bastaría que los animales no rebasaran los 80 Kg. para que el precio unitario de venta baje a un nivel de $25.00 pesos o que el precio del maíz aumente más rápi­damente que el de la carne40 para que se eche a perder el negocio. Puede lamentarse este desperdicio del maíz en la situación que vive el país, puede lamentarse todavía más que se pierda en esa forma un maíz blanco de alta calidad. Pero ¿cómo criticar a los campesinos puesto que no tienen otra forma de realizar sus excedentes?.

Después de todo la CONASUPO se negó a recibir en el pueblo mismo el maíz que se produce y son los aca­paradores los que por su movilidad y su integración fijan el nivel de precio vigente41.

La complementan edad entre producciones animales y vegetales, modalidad socialmente definida del aprove­

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chamiento global de los recursos disponibles localmente, constituye un elemento fundamental del sistema agrícola. Forma a la vez un elemento imprescindible para caracte­rizar las estrategias campesinas. Estas se analizan a conti­nuación haciendo una constante referencia a la noción de lógica de autoabasto: las actividades en su conjunto se or­ganizan en torno al cultivo del maíz —base del régimen alimenticio y garantía de la sobrevivencia de las familias— y en tal forma que implique costos y riesgos monetarios mí­nimos o nulos.

Caracterizar las estrategias campesinas hablando de lógica de autoabasto conlleva a su vez una referencia im­plícita a un tipo ideal de organización notoria por su alta rusticidad. Sugiere la imagen de un campesinado organizado en el seno de la colectividad que logra mantener un alto grado de autonomía mediante el aprovechamiento global de recursos y oportunidades múltiples. Sugiere asimismo que esas estrategias —necesariamente complejas— se defi­nan en tal forma que permitan simultáneamente garanti­zar la preservación del agro-sistema42 y la satisfacción en lo posible de necesidades socialmente —y por lo tanto tam­bién histórica y culturalmente— definidas. En un plan analítico, esas referencias implican una definitiva ruptura con los procedimientos adoptados por la economía agrí­cola y su expresión en la política agrícola nacional. Su vi­sión sectorial y vertical se contradice con el hecho de que el conjunto de las actividades campesinas se organiza en torno a la adopción de estrategias exclusivas que las en­globan todas de acuerdo con el aprovechamiento global de un medio espacial —el terruño— y social —la colectividad local— único.

Ahora bien, la mención de “estrategias de auto-abas- to”, la referencia a “grados de rusticidad” rebasan con mu­cho los fines estrictamente taxor' nicos. Las discrepancias entre la organización ideal que sugieren esos conceptos y los sistemas agrícolas reales proporcionar, criterios adecua­

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dos para caracterizar estos y percibir el sentido de su evo­lución. En este sentido, el carácter positivo de las combi­naciones de actividades es tan significativo como sus ca­rencias. Es posible, a condición de que no nos apartemos del abanico de recursos naturales, técnicos y sociales dispo­nibles, proyectar sobre San Felipe el tipo ideal de organi­zación referido y dar así un nuevo impulso a nuestro es­tudio. Este nos permitirá corroborar las conclusiones an­teriores y, en una visión dinámica, evidenciar el descenso tendencialmente creciente de las actividades agropecuarias y, desde luego, el desvirtuamiento de la organización econó­mica y social tradicional.

Por cierto, como lo ilustró la mención de los aspectos positivos de la asociación entre ganadería mayor, porcicul- tura y producción de maíz la complejidad propia de la agricultura tradicional en gran medida puede verificarse a propósito de San Felipe. Así, todos los agricultores com­binan el cultivo de maíz con otras actividades agropecua­rias o extra-agrícolas. Además de la explotación del mon­te y de las artesanías que involucran una proporción sig­nificativa de campesinos no puede pasarse por alto la exis­tencia de huertos familiarse y solares en los cuales se pro­ducen frutas, verdura, maíz prieto y forraje, la avicultura y la apicultura. Además de constituir una fuente de in­gresos monetarios nada desdeñable, esa actividad permite una distribución más homogénea del trabajo en el tiem­po, contribuyen a reforzar la estabilidad económica del grupo doméstico y a disminuir su dependencia frente a los azares bioclimáticos. Se integran estrictamente en las estrategias campesinas ya que aportan elementos (proteí­nas y vitaminas) que al introducirse en la ración alimen­ticia permiten diversificarla y mejorarla sin costos mone­tarios significativos.

Esas actividades evidencian por lo tanto la verosimi- lidad, la alta potencialidad, de sistemas agrícolas comple­jos que reflejarían un elevado grado de rusticidad. Dan

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pie, sin embargo, a una interpretación opuesta ya que destacan por ser relativamente raras entre los agricultores y por experimentar un marcado proceso de decaimiento.

En primer lugar es muy significativo que sólo un 37% de los agricultores tengan gallinas (9 aves en prome­dio por agricultor) ya que la avicultura doméstica, por su alta complementariedad potencial con otras actividades y por hecho de proporcionar alimentos casi insustituibles, puede considerarse como típicamente campesina. La escasez de granjas familiares sólo puede considerarse como una ex­presión más de la decreciente atención que reciben las ac­tividades agropecuarias y, más precisamente, de un des- virtuamiento de la organización tradicional que sólo pue­de explicar factores exteriores a ésta. De acuerdo con la información obtenida en San Felipe esa producción era mucho más significativa una o dos generaciones atrás: existían granjas de regular tamaño pobladas con aves crio­llas muy resistentes. Las explicaciones que proporcionan los campesinos interrogados al respecto no contradicen en nada esa interpretación. Se evoca invariablemente el frío que mata las aves jóvenes, argumento de poco peso si se considera que la construcción de gallineros susceptibles de protegerlas de los rigores del tiempo no están fuera del alcance ni de sus conocimientos, ni de sus recursos.

Llama la atención que los animales vivan en semili- bertad en los corrales o, más frecuentemente, en los patios de las casas. Sólo reciben una atención mínima —más bien nula— y tienen como alimento los desperdicios domésti­cos que en ocasiones viene a complementar algo de grano sacado de las reservas familiares. A todas luces esas son prácticas muy similares a las de la ganadería mayor y de la porcicultura: fácilmente puede evidenciarse una defi­nitiva preocupación por limitar o excluir tanto esfuerzos como costos y riesgos monetarios. En ca .bio la congruen­cia que fácilmente puede evidenciarse zn aquellos casos

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no aparece a propósito de la avicultura ya que la alta mor­talidad de aves la hace insostenible.

En otro aspecto, los ecuaros suelen constituir un nú­cleo de importancia tanto cultural como económica. En primer lugar, la tradición hace de su posesión y explota­ción la consagración de la membresía de uno a la comu­nidad, es símbolo de status, que valora ante la colectivi­dad la atención que recibe. En segundo lugar, su proximi­dad de la casa, su extensión reducida tienden a conver­tirlo en citadela de la agricultura campesina. Reciben ma­yor atención; se cultivan año con año, dándose casos de ro­tación maíz corto de verano, leguminosas de invierno. En San Felipe, es el único lugar donde los campesinos usan el abono de corral o arriesgan innovaciones y ensayos.

En comparación con las milpas, la explotación de los ecuaros parece bastante intensiva pero esa apariencia no deja por tanto de ser engañosa y de aproximarse más a la excepción que a la regla. De una parte, no se encuentra en los solares —ni en variedad y menos en cantidad— un abanico de cultivos que permita garantizar la asociación esperada con las necesidades alimenticias y los requerimien­tos de otras actividades. Esos se limitan —en orden de impor­tancia— al maíz prieto (o negro, de ciclo corto), frijol, jana- margo, (forraje y leguminosa), avena y trigo. En toda justicia cabría mencionar los de papa, repollo y una que otra hortaliza, pero no son realmente significativos y más bien en regresión. De otra parte, lo aparente de la inten­sidad del cultivo de los ecuaros es recalcado por el decre­ciente interés que reciben: son frecuentes los solares aban­donados temporal o permanentemente o dedicados a fines diferentes. Este proceso que puede explicar parcialmente el ausentismo de sus dueños y la competencia de las acti­vidades vinculadas al bosque se aceleró con el rápido cre­cimiento demográfico del pueblo y el incremento del ro­bo de animales. La presión sobre las tierras agrícolas ubi­cadas en el núcleo de población, su parcelación eventual y

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su uso frecuente para la contrucción de casas han reduci­do el número y la superficie de los ecuaros. Más que na­da, el agudizamiento del abigeato en decenios pasados, in­dujo a muchos campesinos a transformarlos en corrales.

El papel de reforzamiento de la economía doméstica que ya no cumplen los solares podría suplirse parcialmen­te por los huertos de frutales. El medio es pródigo y se dan frutos que, por las condiciones ecológicas medias de la zona, tienen una buena aceptación en el mercado: man­zanas, peras, duraznos, ciruelas y cerezas (capulines). Si bien las tres cuartas partes de los campesinos poseen fru­tales cerca de su casa, puede hablarse de huertos ya que cada grupo doméstico, en promedio sólo tiene cuatro ár­boles43. Estos no suelen cultivarse: no se abonan, no se podan y sólo en contadas ocasiones se injertan a pesar de ser una práctica corriente una generación atrás.

En pocas palabras, puede comprobarse que el con­junto de las actividades cuya existencia podría reflejar una cierta rusticidad de los sistemas agrícolas son más que to­do caracterizables por su descenso tendencial y su carácter extensivo —tanto en relación al uso de los recursos disponi­bles como a los esfuerzos y a la atención que reciben. El mismo juicio puede repetirse a propósito de la articula­ción de las dos actividades fundamentales: la agricultura del plan y la ganadería mayor. Se habló en páginas ante­riores de sus aspectos positivos para evidenciar el hecho de que la combinación de esas dos actividades constituye la base más elemental del sistema agrícola. De manera com­plementaria hacía falta ver en qué grado los aspectos ne­gativos, las carencias, de esa asociación afectaban la agri­cultura en su conjunto. Veremos así que la ausencia de establos no sólo perjudica a la ganadería, sino también a los cultivos además de excluir una base de desarrollo de la agricultura campesina.

En primer lugar, la ausencia de establos condiciona en gran parte la producción de abono orgánico cuyo va­

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lor nutritivo es en muchos aspectos único. El estiércol es un abono completo que además de nitrógeno, fosfato, po­tasio, calcio y azufre, libera numerosos oligoelementos que no puede proporcionar ninguna combinación de fer­tilizantes químicos al alcance de los campesinos. Se dife­rencia además por su acción lenta (tiene efectos a lo lar­go del ciclo agrícola y más allá) e indirecta ya que se re­siente en los cultivos después de haber sido transformado en el suelo, mejorándolo (mineralización). Juega así un papel importantísimo en la dinámica de los suelos: aumen­ta su capacidad de retención del agua y de los elementos nutritivos, mejora su estructura al facilitar la agregación de sus partículas. Facilita su recalentamiento (oscureci­miento) y al incrementar su capacidad de intercambio de cationes (C.E.C.) mejora su capacidad nutritiva. Tiene efectos indirectos importantes: su alto contenido en car­bono le permite tener una acción positiva sobre la fotosín­tesis. Constituye asimismo un estimulante eficaz al desa­rrollo de la vida en el subsuelo e interviene por lo tanto como agente estabilizador y obstáculo relativo a la propa- gación de plagas.

Las mejoras orgánicas tendrían efectos mucho más notables en el llano de San Felipe que en muchas tierras agrícolas del país. Sus suelos carecen en forma alarmante de materia orgánica: son muy ligeros, casi no forman te­rrones. Ofrecen muy poca resistencia a la erosión, como lo atestigua la presencia de barrancas que surcan el llano o los remolinos de polvo que levanta el menor soplo de viento, y son muy sensibles a la acción directa de las llu­vias ( battance]).

Mas, en la medida en que se produce44 permite un aprovechamiento óptimo de los cultivos en beneficio si­multáneo de las producciones vegetales y pecuarias. En primer lugar tiene que mezclarse con las camas de paja animales que proporcionan los desperdicios de los culti vos de granos. Usada en el establo, la cama de paja con­

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tribuye a mantener buenas condiciones de higiene, lue­go mezclada con el estiércol, facilita su oxigenización y su fermentación e impide la proliferación de hongos. Es de sorprender que —cuando no se vende por una suma módica a aguacateros de Peribán o Uruapan, o simple­mente se tira— el estiércol sólo se usa ocasionalmente en los ecuaros. La incorporación de las camas de paja en el estiércol permite reincorporar en el suelo la casi totalidad de los elementos nutritivos que tomaron las plantas du­rante su crecimiento. Sólo tiene que compensarse median­te una fertilización química de apoyo —si es que se re­quiere un cultivo continuo— lo que se usó para el consu­mo humano y lo que las lluvias se llevaron en el subsue­lo. En otro aspecto, el aprovechamiento de los establos al­canza su máxima expresión mediante la práctica de rota­ción de cultivos. El uso de abono de corral y el cultivo alternado de plantas regeneradoras y consumidoras de ni­trógeno permite reducir a un mínimo el descanso de las tierras. En San Felipe el procedimiento permitiría una más óptima integración en el medio y beneficiaría tanto a las producciones vegetales como animales. Una mayor cobertura vegetal tendría forzosamente efectos positivos sobre la estructura de los suelos y ofrecería una protección contra vientos y lluvias. La introducción de cultivos forra­jeros permitiría a su vez una estabulación completa o par­cial lo que podría a la vez constituir una protección efi­caz contra el abigeato.

El monocultivo de año en vez, la ganadería extensi­va sobre las tierras en descanso, con sus aspectos negativos sobre la dinámica de los suelos y la frecuencia de las pla­gas, dista mucho de esa imagen algo idealizada. Pero los casos aislados de uso de abono y de rotación de maíz corto-ja- namargo, evidencian que es posible en San Felipe.

La poca rusticidad del sistema agrícola no sólo es evidenciable con criterios agronómicos. Corresponde men­cionar la esencia de agroindustrias caseras y el “olvido” de

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las técnicas más elementales de conservación de los pro­ductos alimenticio. Ello permitiría un importante mejo­ramiento de las producciones familiares tanto en volumen como en variedad y calidad y su más íntima adaptación al régimen alimenticio. En este sentido es significativa la ausencia de producción de queso, de salchichonería y de conservas de fruta y verdura.

También importa recordar que, en relación a la es­pecificidad de los sistemas agrícolas, cualquier forma de producción campesina tiene una dimensión colectiva, útil para recalcar la escasa rusticidad del sistema agrícola de San Felipe. En este sentido puede recordarse la no ad­ministración colectiva de los bosques y de los agostaderos; puede mencionarse asimismo la ausencia de acomodamien­to y equipamiento del terruño: rareza de bordos, ausencia de terrazas y de protección contra el viento, falta de or­ganización de faenas para combatir o prevenir los daños de la erosión, trazar caminos o plantar árboles45. En un mar­co que rebasa los límites de la comunidad pero no el de la unidad etnoeconómica que constituye la Meseta Tarasca, el auge del abigeato evidencia la debilidad de los lazos co­munitarios que unen a los pueblos de la Meseta. Es un viejo problema que surge a raíz de la conquista, al aumentar las rivalidades eintre comunidades, y se agudizó poste­riormente a propósito de problemas de límites y que nun­ca pudo —o quiso— solucionar el poder central. La falta de solidaridad campesina e indígena es un tema de inte­rés tanto para el etnólogo como para el economista. No sólo evidencia un profundo desquiciamiento de una vieja unidad cultural, sino también, en gran escala, el de una organización económica compleja y secular. No volvere­mos a mencionar los problemas que plantea el abigeato tanto sobre las producciones animales como vegetales46.

Las implicaciones de esos hechos son más graves que sus efectos inmediatos: evidencian una profunda falta de preocupación colectiva hacia el porvenir de la comuni­

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dad y de su organización tradicional que confirma las conclusiones de los estudios de las distintas actividades consideradas en sí o en su articulación. No es más que un último reflejo de la falta de identificación entre el campe­sino y su terruño, entre el agricultor y su oficio que se mencionó en múltiples ocasiones.

Es posible resumir esta situación en una fórmula sim­ple diciendo que San Felipe es un pueblo de campesinos que dejan de ser agricultores y, donde los agricultores de­jan de ser campesinos. El decaimiento de la agricultura y el desvirtuamiento de la organización tradicional es un proceso relativamente reciente que, como tal, sólo se ex­plicó parcialmente. La usura, la historia del pueblo, los conflictos intercomunales y el abigeato, el escaso grado de desarrollo de la organización socio-económica tradicional en la medida en que no permitió la creación de defensa contra la influencia creciente de la sociedad global, el sa­queo de los bosques, el desinterés del poder central hacia las producciones de subsistencia durante más de un dece­nio y la orientación de las políticas agrícolas son todas causas notables que combinan sus efectos. No hay expli­cación única; sin embargo, todas las que se acaban de mencionar tienen en común su estrecha relación con la in­tegración campesina en la sociedad nacional y el expresar en forma variable su carácter asimétrico. En una mirada hacia el futuro, la implementación de políticas expresa­mente dirigidas hacia el reforzamiento de este proceso y la magnitud de los recursos involucrados en éstas explican que nos centremos en un estudio pragmático y global de las estrategias de desarrollo agrícola.

Un funcionario del Banrural opina con razón que el mayor obstáculo al desarrollo agropecuario de la Meseta Tarasca radica fundamentalmente en el patemalismo de las autoridades: éste es notable tanto en la desposesión real de los agricultores como en el discurso que justifica la intervención del Estado. Es un problema que rebasa

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las fronteras de Michoacán puesto que la definición de estrategias de desarrollo agrícola es más que nunca una prerrogativa del Gobierno Federal o, cuando mucho, un tema de debate político formal en el cual, por supuesto, los campesinos no tienen voz. Más que todo es un asunto técnico que no admite injerencia alguna de no especialistas. Al parecer en México, sólo puede existir un modelo úni­co de desarrollo de las fuerzas productivas neutro e inde­pendiente de las contingencias sociales nacionales. Así, el conjunto formado por el SAM, la Ley de Fomento Agropecuario y las últimas leyes de crédito y de Reforma Agraria ha sido criticado mucho más desde el punto de vista ideológico —su incongruencia con el ideal de la Re­volución— que bajo el ángulo más pragmático de sus efec­tos a largo plazo sobre la producción campesina.

La concepción misma del desarrollo agropecuario no se cuestiona en lo más mínimo. Tanto la formación de los agrónomos como la extensión agrícola y la intervención del Estado admiten como referencia exclusiva el modelo de desarrollo de la agricultura capitalista norteamericana. Los aspectos más característicos de éste —separación estric­ta entre producciones animales y vegetales, mecaniza­ción y uso creciente de insumos de origen industrial —constituyen la base de las estrategias de desarrollo agro­pecuario actuales. El modelo puede defenderse a propósi­to del occidente y de las llanuras del centro de los Estados Unidos donde abundan las tierras pero no los hombres y donde la agricultura se desarrolló ex-nihilo. En cambio, en un contexto caracterizado por una elevada presión so­bre la tierra y una organización social compleja, esas orientaciones pueden garantizar un desquiciamiento de los sistemas agrícolas existentes no un éxito económico.

No es una opción deseable, ni siquiera para la socie­dad global. La agricultura occidental es altamente consu- irdora de energía en la medida en que concibe la intensi­ficación como uso creciente de insumos de origen indus­

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trial lo que implica una baja constante de sus rendimien­tos energéticos.47 La simplificación que implica tiene efec­tos desestabilizadores graves de los agrosistemas, dificulta su preservación sin que existan las condiciones de un control efectivo, se desarrolla en contradicción con una ley ecológica básica que enseña que la estabilidad de un ecosistemas es una función directa de su complejidad —es decir de la cantidad de eslabones de sus cadenas alimenti­cias—. La intervención simplificadora y discriminatoria del hombre implica una homogeneización de la cobertura vegetal mediante la supresión del descanso del suelo y la sustitución de las asociaciones (en el tiempo y espacio) vegetales por el monocultivo. Implica asimismo una diso­ciación estricta entre producciones animales y vegetales a expensas de los cultivos para el consumo humano. En ta­les condiciones, el animal se impone necesariamente co­mo competidor directo del hombre para su subsistencia.

Se trata por tanto de una agricultura frágil tanto bio­lógica como económicamente, sumamente desperdiciadora ya que se desaprovechan las economías que implican las asociaciones vegetales o animales y los recursos naturales dispersos. Estos son sustituidos parcialmente por fertili­zantes, insecticidas y productos fitosanitarios que se usan en función de su acción directa sobre los vegetales y sólo accesoriamente de acuerdo con sus efectos sobre el entor­no. En un país tan contrastado como lo es México, esta orientación arriesga graves daños ecológicos, notables des­de hace tiempo en los enclaves de agricultura comercial (agotamiento de los suelos a raíz del monocultivo, incre­mento del uso de insecticidas y fungicidas debido a la proliferación de plagas cada vez más resistentes); sin ol­vidar el incremento inevitable de la dependencia del país respecto a los proveedores de insumos y tecnología.

No es de sorprender por lo tanto que la implementa- ción de este tipo de desarrollo agropecuario no sea de ío más evidente en la Meseta Tarasca y que sobresalgan sus

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efectos negativos. Las instituciones públicas, al disociar estrictamente producciones animales y vegetales promovien­do un modelo de desarrollo agrícola basado en el uso de maquinaria e insumos industriales, contradice en sus ba­ses más profundas el sistema agrícola tradicional cuya fuer­za descansa en una íntima integración del campesino en su medio y en la combinación de actividades múltiples. La contradicción entre la visión sectorial del Estado y la concepción sintetizadora propia del campesino implica a su vez una doble contradicción en cuanto a magnitud y formas de cooperación. El modelo de tecnificación infe­rido requiere de la constitución de grandes unidades su- ceptibles de permitir un uso adecuado de los recursos mo­dernos no fraccionables. Ello equivale por supuesto a un cambio de escala de operaciones e implica que la comu­nidad doméstica no pueda seguir siendo el núcleo funda­mental de la economía campesina. Presupone en otro ni­vel un cambio drástico de las formas de organización del trabajo. La promoción de la cooperación en la agricultu­ra campesina constituye así un aspecto fundamental de las estrategias de desarrollo agrícola. Además suena muy bonito y da una oportuna imagen izquierdista a los pro­motores del cambio. No deja sin embargo de ser un tanto demagógica y de ocultar propósitos menos confesables. No porque tienda a permitir un mayor grado de operatividad: contradice directamente el carácter familiar de la produc­ción e impide el libre juego de las relaciones preferencia- les. Sobre todo cuestiona la autonomía campesina en la medida en que se erige en medio de control económico y político. La simplificación de los sistemas agrícolas y sus corolarios, la disminución en variedad de las actividades campesinas con el empobrecimiento que implica, refuerza la necesidad de este control e impone más que nunca al Estado como rector exclusivo del desarrollo agrícola. En otros términos la implementación de estrategias tan con­tradictorias con los intereses de los campesinos implica que és"

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tos sean todavía más disociados de su oficio y que las institu­ciones públicas se interpongan forzosamente entre ellos y su propio saber y trabajo. En este contexto, el patemalis- mo no es más que un reflejo de esta exigencia y un recur­so privilegiado para satisfacerla.

Con sus tierras de humedad y su llano rico en pota­sio, San Felipe, lo mismo que la Meseta Tarasca en su conjunto, tiene una innegable vocación agrícola y no es de sorprender que sea oficialmente clasificada como zona cerealera. Pero eso no justifica que sólo se aliente la pro­ducción de granos y que las instituciones oficiales se nie­guen a dar el más mínimo apoyo a la cría de animales48. La ganadería mayor no recibe crédito ni asesoramiento y no se beneficia de los programas de sanidad animal y me­joramiento de las especies. Se han abandonado —o no se promueven— los programas de venta a precio módico de paquetes de gallinas por miedo que las aves se alimenten con los excedentes de maíz o que sirvan prematuramente de alimento a los campesinos. Razones similares justifican, a expensas de la porcicultura rústica, el abandono de los programas de mejoramiento de las especies (canje o ven­ta a bajo precio de reproductores).

Interponerse entre el campesino y su oficio siempre es más fácil cuando se detenta (o se pretende detentar) el monopolio del saber. En San Felipe, igual que en el par­lamento, la agricultura resulta ser del dominio exclusivo de técnicos, de especialistas. Es significativa en este as­pecto la intervención de un empleado de Banrural en una asamblea del pueblo que explicaba a los campesinos cómo seleccionar las semillas del maíz y terminó diciendo que el asunto resulta tan complejo que es imprescindible con­tar con los consejos de un agrónomo. Actitud reveladora del desprecio hacia los campesinos: paradójicamente se inspiraba en un ejemplar de la revista ¿Cómo hacer me­jor? (SEP, Año I, No. 44) dedicado al cultivo del maíz y cuyo propósito es despertar la confianza en uno mismo y

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la imaginación entre sus lectores. Tampoco es un caso aislado ya que lo desconocido, la complejidad relativa de las nuevas técnicas agrícolas y el hecho de que el Estado tenga el monopolio de su difusión en las zonas de tempo­ral, refuerza esa clase de comportamiento.

Lo mismo puede notarse a propósito del suministro de insumos y de las modalidades de difusión de la meca­nización. Cerca de 10 comunidades de la Meseta han so­licitado un conjunto de 16 tractores que Banrural se dis­pone a proporcionar a condición de que se constituyan gru­pos de trabajo y se explote un mínimo de 100 has. por unidad. Nadie entre los campesinos y los funcionarios in­volucrados parece preocuparse por la oportunidad agronó­mica de esa inversión: en esas tierras ligeras y dado el pa­trón de cultivo y el subempleo de la fuerza de trabajo el desplazamiento de los arados y animales de tiro no parece ser algo urgente. Nadie, en ese nivel, tiene que preo­cuparse del tipo de máquina más adecuado: el Banco pro­pone por una suma de $ 460,000.00 un tractor de 60 ca­ballos sin que los campesinos tengan la posibilidad de opi­nar.49 Se trata de hecho de una concepción estrecha de la mecanización: su fomento no se efectúa en relación a las necesidades agronómicas y sociales de la agricultura y pue­de ocasionar profundos cambios no siempre positivos. El precio de cada unidad es elevado, el préstamo es de 5 años e implica un interés del 16%. En tales condiciones es de temer que varios campesinos salgan endeudados y que quiebre cada grupo de trabajo en provecho de los campe­sinos más afortunados. Los primeros pueden no tener otra alternativa que empeñar sus tierras y abandonar la agricul­tura mientras los últimos se verían forzados a ampliarse y dejar definitivamente el cultivo de año y vez del maíz pa­ra tener un uso más continuo de su maquinaria ¿Pero no podría ser ese el fin implícito de las políticas cre­diticias adoptadas por Banrural? En todo caso, la organización socioeconómica campesina se vería

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doblemente afectada por el agudizamiento de la diferen­ciación entre campesinos y el empobrecimiento de la ma­yoría de ellos a consecuencia del endeudamiento y del re­troceso de la ganadería. En lo tocante a crédito para ferti­lizantes, es notable no sólo que se solicite tal vez más por sí mismo que para responder a una necesidad real —los campesinos que disponen de recursos solicitan créditos y de no obtenerlos no usan fertilizantes— sino también que los campesinos acepten un trato que les deja poca inicia tiva y garantía: no tienen la posibilidad de conservar nin­guno de los doce ejemplares de las formas de solicitud que firman. Es un problema general, en San Felipe como en la mayoría de las comunidades no se tiene ninguna clase de archivo.

Estas estrategias tienen límites muy estrechos. En primer lugar son sumamente costosas, a tal punto que la falta de recursos —sobre todo humanos— no da a las insti­tuciones la posibilidad de asumir sus ambiciones más inme­diatas. En este sentido la persistencia del sistema de año y vez, la conformación de sistemas agrícolas híbridos y chuecos, muy bien puede aparecer como una expresión de esas carencias además de ser un reflejo de la reticencia campesina. Incapaces de dirigir plenamente un ciclo agrí­cola, las dependencias públicas se ven imposibilitadas de asumir una verdadera administración agrícola más allá de acciones coyunturales a corto plazo. La imposible sustitu­ción de los campesinos por dependencias del Estado permi­te evidenciar los riesgos más graves de las estrategias de desarrollo agrícola actuales. En su expresión extrema se re­sumen en la asociación con el capital privado o público que pretende generalizar la ley de Fomento Agropecuario. Es­ta se ensayó en 1980 con la intervención de PRONAGRA y resultó ser un fracaso unánimamente reconocido. No va­le la pena recordar de esa experiencia ni las pérdidas, ni las malversaciones de fondos, ni el incumplimiento de la em­presa, ni las invasiones de trigales por el ganado, ni los

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retrasos en el desenvolvimiento de las labores, ni siquiera el profundo descontento y engaño de los campesinos sino hacer hincapié en el hecho de que éstos, cuando mucho empleados como simples peones, no tuvieron la posibili­dad de participar en las decisiones y que^una vez levanta­da la cosecha, la empresa quedó libre de todo compromi­so.

Queremos subrayar con este ejemplo que por el he­cho de no ser compatible con una verdadera administra­ción agrícola y de excluir por lo tanto cualquier preocupa­ción para la preservación de los agrosistemas, las modalida­des de implementación de las políticas agrícolas multipli­can los riesgos propios de la agricultura occidental. La ad­ministración ¿el tiempo y la preservación de los agrosiste­mas son funciones esenciales que sólo el agricultor puede asumir: nadie más que él puede pretender organizar las actividades agropecuarias distribuyéndolas en el tiempo e intensificarlas cumpliendo con esas obligaciones. Son fun­ciones tanto más importantes cuanto que de ellas depende a mediano y largo plazo el abastecimiento de la nación en productos básicos y que se ven cuestionadas sin alternati­vas mediante el despojo progresivo del campesino de sus responsabilidades de agricultor. El proceso en el cual el campesino está involucrado no constituye sino un movi­miento de descampenización y de proletarización parciales ya que es simultáneamente despojado de su saber y de su oficio. Como tal, sin embargo, el proceso se ve doblemen­te limitado:

1.-Por el costo sumamente elevado que implica el desplazamiento del campesino como agricultor y,

2.-Por los riesgos ecológicos elevados que implican la implementación en el país de agricultura occidental y la imposibilidad de realizar simultáneamente una verdadera administración agrícola.

Resulta probable que las estrategias de desarrollo agrí­colas desemboquen en un fracaso. Lejos de asegurar

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un incremento de los ingresos campesinos y una reabsor­ción del subempleo, los eventuales aumentos de la produc­ción no permiten siquiera asegurar a mediano plazo la au­tosuficiencia alimentaria del país. En efecto los obstáculos que se acaban de mencionar sólo parecen superables me­diante la constitución de empresas agrícolas públicas sobre las ruinas de la economía campesina. Ello implicaría: asu­mir previamente el empobrecimiento resultante del aban­dono de la ganadería y de los cultivos complementarios, la agudización de la diferenciación social entre campesinos, el éxodo agrícola (con su corolario en San Felipe, el sa­queo del bosque), la emigración y la desorganización so­cial de las colectividades con sus respectivas implicaciones sociales y políticas.

No puede concluirse, sin embargo, que no es preciso reformar los sistemas agrícolas tradicionales o que hay cue renunciar a cualquier integración campesina en el con­texto nacional. Sin negar la necesidad del desarrollo de la agricultura tradicional es preciso reflexionar sobre la con­cepción misma del cambio: Ja cuestión de las modalidades y de la esencia del desarrollo tiene que enmarcarse en el centro de un debate político urgente. Sin esperar tal acon­tecimiento señalemos que puede verse una alternativa via­ble, y más barata, menos en la destrucción de los sistemas agrícolas existentes que en su reforzamiento e intensifica­ción. Estos pueden proporcionar una base estratégica para el desarrollo agrícola susceptible de permitir un uso amplio de los recursos naturales y humanos disponibles: la obten­ción de rendimientos elevados y el cultivo permanente no son incompatibles con asociaciones vegetales complejas y su combinación con producciones animales.

Por cierto, esa alternativa también tiene límites. En particular al ser una estrategia a mediano o largo plazo puede ocasionar una baja momentánea del volumen de producción agrícola socialmente dispon ble: el reforza­miento de la autonomía campesina puede ‘nducir un incre­

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mentó del autoconsumo. Sus efectos sobre la economía na­cional serían menos importantes y más lentos que los espe­rados del modelo de modernización vigente ya que plantea una necesidad menor de insumos de origen industrial y constituye un débil impulso a las agroindustrias urbanas.

Lo cierto es que el porvenir de San Felipe —y de mu­chas otras comunidades tradicionales— se encuentra me­nos en las tierras de su llano, por buenas que sean, que en las manos de sus campesinos. Una vez agotados los bos­ques o reglamentada estrictamente su explotación, no ha­brá otra alternativa que el desquiciamiento completo de la organización socio-económica de la comunidad o la inten­sificación del sistema agrícola vigente en base a un con­trol libre y responsable de los campesinos sobre los recur­sos que utilizan.

N O T A S

1 Instituto de geografía, UNAM y Secretaría de >'a Presidencia: CLIMAS, Michoacán, Colima, México 1975,

2 Podría añadirse que excabando unos 5 ó 10 cnis, ses observan sig­nos dé humedad permanente: El pozo de la comunidad es poco profundo y las mujeres qu,¿’ necesitan agua limpia para la ropa suelen cavar en los vértices d*a Jfas arroyos hoyos de unos 50 era: de profundidad que no tardan en llenarse,

3 Censo de población de 1980: San Felipa, tendría 2 221 habitan­tes (1 079 varones y 1 142 mujeres) y 267 analfabetos: Tasa na­cional según censo 1980: 16%.

4 De 3 a 4% de IJ¡a población dfe San Felipe. Información directa.5 Realizados a partir de un censo efectuado por la SEP en 1977.6 Que por supuesto no soló se limitan a los recursos naturales.7 Lo que no implica que, esa relación sea eficiente o intensiva como

lio evidenciaría el análish de cada actividad aislada, ni tampoco estable como lo demuestra, por ejemplo, el carácter anárqui­co de la explotación de;l bosque.

8 Definición parcial que, sólb vale de acuerdo con los fines del aná­lisis.

9 San Felipe tiene un aserradero comunal desde hace unos 25 aíios.10 Estimación.11 Cuartones.12 Lo que corresponde) a un ingreso aproximativo de $200 a $300,

por día trabajado.

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13 La Forestal prohibió e¡l uso de sierra-ointa en el pueblo para im- p- . un límite a la explotación clandestina d¡ql bosque.

■ ¡ Tc.i drí:, que; añadirse el uso poco frecuente de pegamento, torni-u.

- P. im/ i semestre: 192,500 Kgs; segundo semestre: 385,000 Kgs..16 Forestal.17 Hasta 3 por árbol de gran diámetro: Información directa.18 Má de $3.15 pagados a la comunidad por concepto de derecho Je

cpcplotación.19 Producción exclusiva en elf valle.20 Por razones coyunturales nadie, usó fertilizantes en el ciclo 80-80.21 Sin tomar en cuenta e¡l autoconsumo, en base al precio medio lo­

cal! de $3.00 litro vigente en el momento de la cosecha, los costos corresponden al ciclo 80-80.

22 Es tanto más cierto cuanto que la evaluación que se presentó al inicio de este trabajo sei diseñó para identificar a los agricultores,lo que a diferencia de Has demás actividades disminuye considera- blemente¡ los riesgos de sub-evaluación.

23 Como lo sugiere ej carácter bimodal de l!a distribución.24 23%, según una estimación propia.25 Entre las cuales la familia Gómez, hoy en día abarrotero de Pa­

radlo que surten Iba puestos dt-, las comunidades.26 De $ 1,000:00 a $3 000.00 por hectárea en 1979.27 Predominan los gastos para salud, seguidos especialmente para

el empeño de parcelas, por el abigeato: Correspondería mencio­nar todavía la usura estricta con prestamistas de Pomocuarán v Corupo con ¡réditos de, 10 a 20% mensuales y los préstamos en es­pecie (maíz) en el seno1 cüej pueblo.

28 Se mencionaron ya las estrechas relaciones qu^ mantienen los ha­bitantes de la comunidad con el terruño, pero quoda todavía por expresarse un juicio sobre Jto. naturaleza de éstas: El término rus­ticidad en su aceptación científica (Ciencias Aerícolas, Francia 1870-Díccionario Le Petit Robert. ed, Littré, París, 1970, p. 1587) permite hacerlo: Tie.ne como sinónimos robustez y insisten­cia que sugieren en el caso una imagen ó!e¡ estabilidad, de simbio­sis e,ntre campesinos y medio cambíente y, por lo tanto, potencial- mente, un alto grado de autonomía de las formas de producción campesina referida.

29 Para 1981 según las solicitudes de crédito a Banrural.30 A decir verdad, hubo una excepción entre los 25 agricultores en­

trevistados.31 Gusanos, gallina ciega o desoortizador: El uso de insecticida es in-

sigini ficante..32 Se estima que cada hectárea proporciona el sustento de un ani­

mal adulto durante tres meses.33 Del 20 de noviembre a Navidad.34 Cerca dej tres cuartos de los capesinos emplean peones*.35 Estimación.36 Promedio.37 Con la excepción notabDei de los ovinos:38 Habría que añadir a este cuadro q¡ c los ani ¡ales toman la mis­

ma agua que usan lias mujeres para lavar la i upa y que no se be­nefician de ninguna clase de atención veterinaria sistemática.

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39 El 45% de los agricultores y un número significativo de, no agri­cultores poseen en promedio 4:4 animales.

40 Ambos fijados por lo menos en parte fu^ra de, la colectividad. Si­tuación que no deja de recordar el desenvolvimiento de las acti­vidades vincula das al bo?qu<e¡: Mucho hace falta decir acerca de las modificaciones1 de los sistemas de precios relativos en las colec­tividades locales a consecuencia de, la integración campesina en la sociedad local: A través de modificaciones de la valoración de !a fuerza de trabajo, e,llo ptsrmddría evidenciar y especificar el ca­rácter contingente de los sistmas agrícolas.

41 Es frecuente ver camionetas de¡ acaparadores que vienen a reco­lectar eí} grano.

42 ;Ecosístc¡ma artificial izado.43 De hecho, la arbolicul tura en me.diana qscala se está ensayando

e iniciado con éxito, algunos agricultores acomodados tienen huer­tas de 2 a 300 árboles.

44 Lo que no sucede en San Felipe, puesto que en ql caso se usa puro y seco.

45 La reforestación, tanto en su iniciativa como en su organización, es del dominio exclusivo de la Forestal, igual que; e¡l trazamiento de bordo® por parte de Ha SARH.

46 Además de las numerosas miiqrtqs que causó entre los comuneros:14 en un sólo enfrentamiento en 1977; los habitantes de las dos comunidades rivales (San Felipe y Nurío) poseen numerosas y potentes armas. Pude ob^rvar a un joven cabrero que cuidaba sus anímale# cargando un rifí^ de repetición. En otro aspecto se pue­de mencionar que San Felipe perdió cerca de una cuarta parte de, sus tierras entre bostque» y llano ahora invadidas por comune­ros de Nurío. Para subrayar la importancia del abigeato, baste mencionar que la encuesta indicó quq un 90% de Ik>s campesinos han sido víctimas de robos de; animales a veces en su totalidad —en los tres últimos años y quej en un 10% de los casos tuvieron que empeñar sus tierras y renunciar a la agricultura (robo de, ti­ros y yuntas entre campesinos pobre•*.

47 Relación calorías alimenticias / insumes energéticos directos e in­directos.

48 Este es también un problema nacional, un reflejo de una visión estrechamente sectorial. Es la expresión de una clara opción es­tratégica que pretende limitar a los cultivos los recursos destina­dos a las zonas temporaleras y que sólo puede contemplar e(l de­sarrollo de las producciones animales mediante el fomento de tina ganadería intensiva sumamente integrada en las cadenas agroa* limenticias.Véase Presidencia, Notas analíticas y lincamientos metodológicos para el proyecto Sistema Alimentario Mexicano, México agosto (íe 1979, cap. I y II).

49 ¿No valdría la pena recordar que la mecanización de la agricul­tura japonesa se logró exitosamente mediante la difusión de mo- tocultores 100 veces menos potentes? Véase P: Barral, Les societés rurales du-XXe siecley A. Collín, París, 1978.

REFERENCIASBONNAMOUR, Y: (1973 Geographie Rurales Methodes et Pers- pective, Pairísi: ed: Masson.