escondidos entre aulas-diana al azem

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“Ama hasta que te duela. Si teduele es buena señal”

Madre Teresa de Calcuta.

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Lunes, 16 de Septiembre

Abrí los ojos y miré hacia laventana. Por la luz que entraba através de los cristales debían seralrededor de las siete de la mañana,siempre me había gustado dormircon la persiana abierta, y calcularla hora que era por la luminosidaddel día. Hacía bastante tiempo quedejé de utilizar el despertador paralevantarme y no llegar tarde al

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trabajo.Con la mirada perdida sobre

los primeros tonos azules del cielo,agradecí que el verano hubiesellegado a su fin. Al contrario quemucha gente, los meses estivales mesuponían una de las épocas del añomás aburridas. No tenía mucho quehacer en la ciudad durante esosmeses, así que solía marcharme alapartamento que mis padres teníanjunto a la playa. Allí lo pasaba muy biencuando era una niña, jugaba con mis

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amigos junto al portal del edificiotodas las noches, y como no estabapermitido corretear por la callepasadas las doce, siempre habíaalgún vecino, poco amigo de losniños, que se quejaba delescándalo. Desafortunadamente, eltiempo había pasado, y todos losamigos de la infancia habían idoconstruyendo sus vidas en otrasciudades. Dejaron de pasar losveranos en casa de sus padres, lamayoría de ellos se habían casado,o tenían hijos o se marchaban de

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viaje con sus parejas. Yo, sinembargo, era la única del grupo quecontinuaba veraneando allí todoslos años.

Siempre había sido una chicabastante prudente. A lo largo de mipaso por la Universidad dediqué lamayor parte del tiempo buscandoinformación en la biblioteca. Veíacomo muchas de mis compañeras lopasaban genial saliendo por lasnoches, bebiendo, fumando ybailando, quizás guiadas por lafalsa felicidad del alcohol. Yo, sin

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embargo, solía regresar a midiminuto apartamento de estudiantesantes de las doce. No me apetecíalevantarme al día siguiente condolor de cabeza e ir a la facultadhecha un zombi.

Incluso en aquella épocaconsideraba que tener pareja noserviría más que para distraerme demis objetivos, por lo que lasrelaciones sentimentales no solíandurarme más de dos o tres meses.Mis padres nunca daban su opinióncada vez que les comunicaba que

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había cortado con algún chico, ymis amigas, sin embargo, me decíanque en la vida había algo más quelibros. Tal vez tenían razón, tal vezestaba demasiado concentrada enmis estudios, o quizás aún no habíaconocido al chico que me hicieracambiar de opinión.

Por fin había finalizado elverano, y me disponía a comenzarun nuevo curso escolar con granentusiasmo. Lo había esperado conmuchísima ilusión, ya que al menospodría mantener la cabeza ocupada

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con los alumnos y las clases, y noestaría auto compadeciéndome demi patética y solitaria situaciónsentimental.

Acababa de cumplirveintiséis años y ese sería misegundo año trabajando comoprofesora de matemáticas. El cursoanterior había trabajado en formade prácticas en un instituto deCartagena, pero ese año medestinaron a un centro nuevo enAlgezares.

Aquella mañana no tardé ni

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dos segundos en levantarme de lacama y meterme en la ducha, en miprimer día de clase quería estarmás que presentable para misalumnos. Frente al armario dudéqué ponerme. Según me habíancomentado el centro era un tantoespecial, al parecer los alumnostenían cierta tendencia a arreglarlas cosas a base de gritos e insultos.No sería nada sencillo tratar conadolescentes de ese perfil, así queme planteé dos opciones: ir vestidacomo la Señorita Rotenmeyer e

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imponer seriedad, o ir en planfashion total y ser la “profe” guaypara así ganarme su confianza.Finalmente consideré que en ningúncaso sería yo misma, y me decantépor un clásico: vaqueros y unacamisa blanca de manga corta.

“Sencilla pero eficaz” pensémientras me observaba en elespejo. Yo era una chica más biendelgada y mi piel era tan blancacomo el marfil. Al contrario quemuchas de mis amigas, jamás meplanteé cambiar el color de mi pelo

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por un rubio ceniza; mucha gentedecía que mi larga melena oscura yrizada era la parte más llamativa demi constitución y estaba orgullosade ella. No es que cuidara mi pelocon especial mimo, pero lo lavabatodos los días con un champú paraniños y lo dejaba secar al aire, sinsecadores ni planchas para alisarlo.

Después de colocar mipijama bajo la almohada, abrí eltocador de madera de pino dondeguardaba mis perfumes. Tenía unapequeña colección de ellos y

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ninguno estaba apurado. Me gustabaconservar una pequeña parte decada esencia porque cada una deellas me hacía rememorar instantesy circunstancias vividas en elpasado: Lou Lou por ejemplo merecordaba a mi época en elInstituto, todas las chicas lollevaban porque se puso de modaese año. Miracle conmemoraba miestancia en Inglaterra comoestudiante Erasmus en launiversidad. Cada vez quedestapaba la esencia de Hugo, me

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acordaba de mi primer novio…, yasí, con unas cinco fragancias más.

Ese día, sin embargo, iba aestrenar lo nuevo de Nina Ricci. Setrataba de un aroma suave y frescocon un toque de limón. Decían queNina era “una joven mujer que seencontraba bajo una buenaestrella”. Si eso era cierto, quizásese año tendría suerte y encontraríaalgún súper hombre con el queiniciar una relación estable yduradera.

Salí de casa, hacía un día

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espléndido y el sol brillaba comosolía hacerlo en esa época del año,una brisa suave anunciaba quepronto llegaría el otoño. A eso delas ocho subí a mi Renault Clio yme puse en marcha. El institutoestaba a unos quince kilómetros decasa, así que tenía tiempo suficientede escuchar un programa matutinode humor que había en una de lasprincipales emisoras de radio. Erami programa favorito, me hacía reíry ponían buena música, al menosestaba puesta al día con lo que

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sonaba en aquel momento. No megustaba escuchar noticias niprogramas de debates, todoshablaban de lo mismo: la crisiseconómica, el paro, el gobierno y laoposición todo el día protestandolos unos con los otros…. ¡quétristeza de país! Y los pobresciudadanos aguantando la ineptitudde los políticos.

Mejor cambiaba la emisora yescuchaba cómo San Bernardino legastaba una broma a una señora,haciéndole creer que iba a ir a la

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cárcel por robar unas manzanas enel supermercado. No tenía remedio,todo el mundo caía ante lasnovatadas del locutor. Me preguntési yo sería capaz de reconocer unabroma dirigida a mí. Quería creerque sí, pero viendo la eficacia delas inocentadas, llegué a laconclusión de que sería una víctimamás.

Llegué al instituto en veinteminutos. Observé cómo los alumnosse agolpaban en la puerta principalpara entrar los primeros.

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- Seguro que no tendrán tantaprisa por comenzar las clases encuanto lleven un par de semanasmadrugando – pensé en voz alta.

Se trataba de un edificio seminuevo, no debía tener más de cincoo seis años. Era una pena que yaestuviera rodeado de grafitis ypintadas rechazando el sistemaeducativo.

Teníamos un sistema basadoen las competencias comunicativas,fomentando una mayorparticipación y responsabilidad de

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los alumnos y los padres. Sinembargo, a la hora de la verdad,nada de esto se ponía en prácticamás que con unos pocos estudiantesafortunados por tener unos padresque se preocupaban por laeducación de sus hijos.

A mi parecer, este sería elmayor dilema con el que meenfrentaría a la hora de educar aunos alumnos que aún no conocía.La falta de atención por parte de susfamilias dificultaría el trato conesos jóvenes. Siempre había

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pensado que mi trabajo consistía enenseñar, y el papel de educar debíaestar representado por las familias,pero aún no había sido madre, asíque, quién sabe si no cambiaría deopinión el día que tuvieradescendencia.

Me dirigí al departamento dematemáticas. Allí me esperabanSalomé y Cristina, dos de las trescompañeras que tendría ese año. Latercera profesora se llamaba Sonia,pero nunca llegamos a trabajar conella porque se encontraba de baja

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por un embarazo de riesgo. Prontomandarían a un sustituto.

Me resultaba extraño tenercomo compañeras a tantas chicas enel departamento de matemáticas, yes que por lo general, solían serhombres los que impartían este tipode asignaturas.

- Hola chicas, ¿qué tal estáisel primer día de clase?

- ¡Puf! Ni me hables. Tengounos nervios en el estómago, no hepodido ni desayunar esta mañana –contestó Cristina sin parar de

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moverse de un lado a otro mientrascogía libros y hojas de todos lados.

Para Cristina, que tenía unaño menos que yo, aquel era suprimer trabajo como profesora enun instituto de secundaria. Ese díaestaba algo inquieta porque lehabían llegado varios comentariosacerca de agresiones por parte delos alumnos a los profesores de esecentro, y es que Cristina era unamujer bastante menudita, con uncarácter no demasiado fuerte diríayo. Por otro lado era una chica muy

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inteligente, no sólo habíaconseguido terminar la carrera encuatro años, sino que además estabapreparando su tesis doctoral. Habíaparticipado en diversasconferencias sobre el desarrollo dela educación matemática comocampo científico de lainvestigación; una teoría quepermitía comprender lasinteracciones sociales que sedesarrollaban en la clase entreestudiantes, profesor y el saber, yque condicionaban lo que aprendían

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los estudiantes y cómo podía seraprendido.

- No te preocupes, mujer. Yaverás que cuando lleves unos díasaquí conocerás bien a tus alumnos yno te parecerán tan malos – Saloméintentaba relajarla.

- Además, seguro que a finalde curso hasta te has encariñadocon alguno de ellos – continuémientras observaba como dejabacaer sus cosas sobre la mesa.

- Tal vez tengáis razón, perono me negaréis que comenzar el

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curso con un segundo de Bachillerel primer día…. no sé vosotras,pero yo tengo pánico de quedar enridículo; que me pregunten algo yno sepa qué contestar, o que se merompan las medias mientras escriboen la pizarra y no me dé cuenta.Seguro que se reirán de mí nadamás verme aparecer por la puerta.

- Vamos Cristina, creo que teinfravaloras. Tú sólo dedícate a darla clase y a memorizar el nombre decada uno de tus alumnos lo antesposible – le aconsejó Salomé.

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En cierto modo Cristina teníarazón. No era fácil enfrentarse porprimera vez a una jauría de alumnosque estudiaban todos tusmovimientos para echarse encimade ti a la más mínima ocasión. Paraello era necesario tener ciertoautocontrol, y sobretodo muchapaciencia, y no dejar que el trabajoafectara o provocara ansiedad en elprofesor.

Del poco tiempo que conocíaa Salomé, consideraba que ellareunía esas cualidades. Salomé era

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la jefa de departamento, teníatreinta y cinco años, y llevaba trestrabajando en ese mismo centro,quizás por eso tenía másexperiencia en tratar con aquellosalumnos conflictivos. Era una mujerbastante seria en su trabajo, no legustaba que le dijeran lo que teníaque hacer y sobre todo no soportabaa los hombres prepotentes. Sedescribía a sí misma como unamujer libre e independiente. Notenía ni quería una pareja estable,creía que más valía estar sola que

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mal acompañada. Mientras estábamos las tres

de parloteo, llamaron a la puerta: - Raquel, la directora quiere

hablar contigo – me anunció Loli,la conserje del centro.

- Claro, estoy con ella en dosminutos.

En cuanto Loli cerró la puertamis compañeras dirigieron susmiradas hacia mí.

- ¿Y qué quiere ahora esaamargada? – preguntó Cristina concierto hastío.

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- Será por lo del cambio dehorario que solicité. La verdad esque no creo que me lo conceda.Según me dijo, los horarios eraninamovibles; pero fue tal miinsistencia que al final tuvo quedecirme que lo estudiaría. - leexpliqué - Yo creo que lo dijo paraque me marchara y le dejara en paz.

Dejé a mis compañerasriendo por mi sutil comentario, yme dirigí al despacho de ladirectora, advertí desde el pasilloque estaba esperándome de pie

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junto a la puerta. ¡Qué impaciente era esa

señora! Doña Maruja era una mujer

de unos sesenta años, debía estar apunto de jubilarse. Había dedicadola mayor parte de su vida a impartirla asignatura de Historia pero hacíacuatro años que consiguió el puestode directora en el centro. No sabíamucho de su vida personal, peropor lo que Salomé me habíacontado, se trataba de una mujerque no había llegado nunca a formar

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una familia. No se le habíaconocido pareja alguna a lo largode su vida de docente, y era unaseñora muy poco sociable. No teníaamigos entre los compañeros detrabajo, ni siquiera aparecía por lasreuniones o celebraciones que sehacían fuera del centro. La verdades que me daba pena, seguramentehabría tenido algún desengaño en lavida que le hacía ser tan pocoaccesible. ¿Acabaría yo tan solacomo ella?

- Buenos días Doña Maruja,

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¿quería verme? - Sí señorita Montero. Quería

comentarle que he intentadopermutar sus horas lectivas con lashoras de atención a padres, y metemo que no puedo hacer nada porcambiarlas – sin darme másexplicaciones me extendió la hojacon el horario.

Hacía dos semanas que losprofesores comenzamos a trabajaren el centro para planificar elcurso, los horarios y los grupos.Desde el primer día le comenté a la

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directora que quería intercambiardos de las horas de trabajo,simplemente porque considerabaque era más útil tener la atención apadres a primera hora de lamañana, y así, aquellas familias quetrabajaran no tendrían excusas paravenir al centro y comentar conmigola evolución de sus hijos. Peroestaba claro que la directora noestaba por la labor de hacer ningúnfavor a nadie, así que ya aburridade insistir, decidí claudicar yvolver por donde había venido.

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- Pues nada, le agradezco suesfuerzo – solté en un tono irónicoque jamás pensé que usaría frente aun superior.

- No hay de qué. Ya sabesdónde estoy para cualquier otracosa que se te ofrezca.

«Sí, claro. No hay más queverlo.»

Salí de su despacho y fuidirecta a la primera clase del día:Primero A.

Todos los alumnos estabanesperándome en el aula, y no

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precisamente sentados y calladitos.Había un escándalo monumental.Aquel era el primer año para esosalumnos en un centro de secundaria,así que podía entender su inquietud.En cuanto me vieron aparecer, sesentaron en sus pupitres y guardaronsilencio.

Me presenté: - Buenos días a todos. Mi

nombre es Raquel y voy a servuestra profesora de matemáticas alo largo de este curso.

Nadie decía nada.

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- Todos deberíais tener yavuestro libro de matemáticascomprado porque mañana mismocomenzaremos con el temario. Hoylo dedicaremos a conocernos todosun poco mejor.

Se miraron entre ellossuponiendo que era una buena idea.

- ¿Alguien quiere comenzarpor presentarse? – consulté sinobtener ninguna respuesta.

- Está bien, en ese casocomenzaremos por el primero de lalista… ¿Elena Albaladejo?

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- Sí, aquí estoy – levantó lamano tímidamente una chica de laprimera fila.

- Bien, Elena, cuéntanos, ¿dequé colegio vienes y cuáles son tusasignaturas preferidas?

El resto de la jornadaconcluyó sin ningún percance. Esedía había tenido la oportunidad deconocer, además, a los grupos desegundo A y B, y tercero A. Enaquel momento no me parecieronmalos chavales, aunque eso no lopodría afirmar hasta pasadas unas

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semanas, cuando los alumnoshubiesen cogido confianza.

A las dos y media di porconcluida la mañana, y me despedíde mis compañeras.

Pasé la tarde de compras, yaque el frío llegaría pronto, queríarenovar mi armario. Lo hacía todoslos años, me gustaba empezar elcurso escolar con buen pie, ypensaba que llevar ropa nueva meayudaría a hacerlo, al fin y al cabo,no tenía otra cosa en qué gastar eldinero. Otras personas salían con

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sus parejas a cenar a un buenrestaurante, o pagaban sushipotecas, o mantenían a sus hijos,sin embargo yo no tenía ninguna deesas obligaciones, por lo quegastaba el dinero en mí misma.

Por la noche me preparé unabuena ensalada. Me encantabacenar en el sofá en pijama mientrasveía la televisión, aunque a vecesme desesperaba, porque no habíamás que programas de cotilleos opelículas que ya habían emitido enrepetidas ocasiones. Esa noche

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estrenaban una nueva serieespañola y para variar, quise darleuna oportunidad.

A eso de las once y media mefui a la cama, y no tardé ni diezminutos en dejarme llevar por elsueño.

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Lunes, 23 de Septiembre

Había pasado una semanadesde que comenzaron las clases.Como predije, los estudiantes seiban avispando y empezábamos aoír las primeras quejas por parte delos profesores: alumnos que notraían el material didáctico paratrabajar, otros que hablaban

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demasiado e interrumpían el ritmode la lección, o se dedicaban apintarrajear en los pupitres…, encualquier caso, nada que no hubieraoído sobre otros institutos antes.

Acudí al aula de primero A.Sorprendentemente los alumnosesperaban mi llegada sentados ensus respectivos asientos, y aquellaquietud me extrañó. Siempre losencontraba de pie, hablando losunos con los otros o escribiendo enla pizarra; sin embargo, esa mañanaestaban todos en silencio,

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mirándome fijamente. Enseguida medi cuenta de que tres chicossobresalían entre los demás por suestatura, no pertenecían al grupo.Antes de que pudiera preguntarlesnada, comenzaron a reírse, y elresto de los alumnos les siguieronel juego y se carcajearon. No leencontré gracia alguna a la broma;¿acaso pretendían colarse en miclase sin que me diera cuenta? Losadolescentes de primero noalcanzaban más de trece o catorceaños, y éstos debían de tener ya los

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diecisiete o dieciocho.Rápidamente se levantaron de susasientos y se dirigieron a la puerta,salieron del aula entre risas ybromas y no les dije nada,simplemente opté por dejarlesmarchar y no darle importancia alasunto. Seguramente ya se habríandado cuenta por mi expresión que lapayasada no me había hechoninguna gracia. Cerré la puerta, ycomencé la clase sin másdilaciones.

- Abrid vuestro libro por la

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página catorce.Pronto se olvidaron de lo

sucedido y se centraron en laactividad. Tenía la firmeconvicción de que la mejorrespuesta a una broma, eraignorarla, y aparentemente dioresultado.

A la hora del recreo me reunícon mis compañeras dedepartamento en la cantina, Cristinase pidió un café sólo y Salomédecidió añadir un trozo de bizcochoal desayuno. Yo opté por lo de

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siempre: un zumo de naranja naturaly media tostada con aceite y tomate.Me encantaba saborear algo frescoy natural a media mañana, y medaba energía suficiente hasta lahora de comer. Tomamos asiento enla mesa del fondo, donde habíamenos follón. Advertí que Cristinaestaba un tanto inquieta aquellamañana.

- ¿Habéis visto al nuevosustituto? Es guapísimo – dijoderramando la mitad del café alagitar la cucharilla.

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- Sí, bueno, no es para tanto –le respondió Salomé desde su silla.

- Yo me he cruzado con élesta mañana, pero llevaba tantaprisa que ni me ha dado tiempo apresentarme – le conté.

- Pues ahora puedes hacerlo.Está ahí, junto a la barra – dijoSalomé señalándo al único adulto.

Se trataba de un hombre depelo castaño, de unos 35 años.Llevaba puesto unos vaqueros ajustados y una camiseta azulmarino que dejaba ver unos brazos

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fuertes y musculosos. No era muydelgado, daba la impresión de queiba al gimnasio con frecuencia ypor eso tenía un cuerpo bienproporcionado.

- Si quieres te acompaño –añadió Cristina animada.

La vi tan ilusionada con laidea, que no me quedó más remedioque aceptar.

- Está bien – declaré – total,tarde o temprano tendremos quepresentarnos.

Nos dirigimos a la barra

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mientras Cristina me agarraba de lamano, parecíamos unasadolescentes a punto de conocer auna estrella de cine.

- ¡Hola Rodrigo!- saludóCristina muy efusivamente.

El hombre casi se tiró el caféencima del sobresalto, empezó atoser y soltó la taza sobre el plato.

- Perdona, soy un poco brusca– se disculpó Cristina mientrasintentaba limpiarle unas gotas quele habían caído sobre la camiseta.

- No te preocupes, no ha sido

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nada- contestó arrebatándole elpañuelo de las manos.

- Si es que estoy tonta.- De verdad que no es nada.

Deja, ya me lo limpio yo – parecíaagobiado.

- Quería presentarte a Raquel,la otra compañera deldepartamento- dijo señalándome.

Dirigió su mirada hacia mí yme ofreció su mano para estrecharlaacompañada de una agradablesonrisa.

- Encantado de conocerte.

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Perdona por el desastre, es que mehe sobresaltado.

- Ya veo. No te preocupes,las manchas casi no se notan sobreel color oscuro- intenté quitarleimportancia.

Sonreía sin dejar deobservarme. Por un segundoninguno de los tres dijo nada,suficiente tiempo paraincomodarme. Miré hacia la mesadonde estaba Salomé y distinguí unaleve sonrisa en su cara mientras nosespiaba. Eso me incomodó aún

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más. Al final Cristina dijo algo:- Bueno, pues ya nos

conocemos los cuatro profesores dematemáticas. Cualquier cosa quequieras saber del instituto o de losalumnos, no dudes en consultarnos.

- Gracias, así lo haré-contestó Rodrigo.

- Bueno, pues volvemos anuestra mesa a seguir con eldesayuno. Nos vemos luego- medespedí.

- De acuerdo – me contestósin borrar la sonrisa de su cara.

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Le despedí con la mano yjunto con Cristina, nos dirigimos denuevo a nuestro rincón.

- ¿Qué te ha parecido? –preguntó Salomé con ese tonosarcástico que le caracterizaba.

- Bien, parece agradable –contesté.

- ¿Agradable? Vamos Raquel,pero si está buenísimo –interrumpió Cristina.

- No sé, no me he fijado.Tampoco le he hecho unaradiografía. ¿A ti te parece guapo?

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– intenté sonsacarle.- ¿A mí? – advertimos como

Cristina se ruborizaba – Pues...pues… sí, la verdad es que es muyatractivo.

No necesité preguntar más,enseguida nos dimos cuenta de quea Cristina se le iban los ojos detrásde Rodrigo. Las tres nospercatamos de lo ridículo de laconversación y nos echamos a reír.

Las siguientes tres horas declase se me pasaron rapidísimas.Les mostré a los alumnos un vídeo

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sobre el sistema de ecuaciones, yparecían estar más atentos quecuando daba las explicacionessobre la pizarra. Estaba claro queel uso de las nuevas tecnologías erael futuro de la enseñanza.

Nada más llegar a casa soltéel bolso sobre la mesa y me dispusea preparar algo para comer.Entonces sonó el teléfono:

- Hola mamá, ¿qué tal estás?-sabía que era ella porque siempreme llamaba a la misma hora.

- Hola hija, espero no

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interrumpirte la comida.- ¡Qué va!, si ni siquiera he

empezado a preparármela.- Bueno, sólo era para

recordarte que este fin de semana esel cumpleaños de tu padre yesperamos que vengas a lacelebración en el restaurante.

- Pues claro mamá, ¿cómovoy a olvidarlo? No te preocupesque el domingo estaré allí, puntual.

- Gracias hija, sé que andasmuy liada con el trabajo, por esoquería recordártelo.

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- De acuerdo mamá. Porcierto ¿no sabrás qué puedoregalarle a papá? Es que no se meocurre nada, como ya tiene casi detodo.

- Bueno, ya sabes que a papálo que más ilusión le hace es queestemos todos juntos. No tienes quecomprarle nada, él está feliz sólocon veros a ti y a tu hermano.

- Vale mamá, pues hasta eldomingo entonces.

- Adiós hija, ¡y aliméntatebien!

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Tras colgar el teléfono mepreparé algo de pasta junto con unaensalada. Un alimento sano yrápido, pues en ese momento meentró prisa por salir a comprarlealgo a mi padre. A pesar de lo queme había dicho mi madre, no teníaintención de presentarme en elrestaurante sin un buen regalo.Sabía que no iba a ser tarea fácil.¿Qué le podría comprar a un señora punto de cumplir sesenta y cincoaños, y que ya tenía de todo en lavida?

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Desde que tenía uso de razón,recordaba a mis padres como unapareja unida y estable. Eradivertido rememorar cómo secompenetraban incluso a la hora dereprendernos a mí o a mi hermano.Cuando alguno de los dos nosregañaba, solíamos acudir al otropara que nos levantara el castigo osuavizara la rabieta, pero al finalacababan diciendo:

- Si estáis castigados seráporque habéis hecho algo.

Era inútil, los dos se

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compenetraban a la perfección, ypara más colmo, jamás los habíavisto discutir entre ellos, ni siquierapor quién hacía las tareas de lacasa. Todo estaba bien organizado,cada uno conocía lasresponsabilidades que tenía en elhogar; mi hermano y yo nosencargábamos de nuestra habitacióny además ayudábamos a poner y aquitar la mesa a la hora de comer.Mi padre solía hacer la compra ybarrer la casa, decía que pasar laescoba y ver la suciedad acumulada

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sobre el recogedor en lugar de estaresparcida por todo el suelo, lereconfortaba. Mi madre por otraparte, se concentraba en su papel decocinera, le encantaba descubrirnuevas recetas, y a nosotros noscomplacía probar diferentessabores cada día. La mujer habíasido ama de casa prácticamentetoda su vida, por eso la cocina se ledaba tan bien. Nunca habíanecesitado trabajar fuera, aunque lopodría haber hecho si hubiesequerido, sin embargo, prefería

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quedarse en casa para cuidar yeducar a sus hijos.

Mi padre, por otro lado,había trabajado desde muy jovencomo profesor de Física y Química,de ahí venía mi vocación comodocente. A mi hermano y a mí nosechaba una mano con algunasasignaturas, y se enfadaba cuandotraíamos malas notas a casa. Decíaque si queríamos labrarnos un buenfuturo, tendríamos que esforzarnosmás por sacar los estudios adelante.Igualmente nos premiaba con algún

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tipo de golosina cuando lascalificaciones eran excelentes.

Ahora él estaba a punto dejubilarse. Había dedicado granparte de su vida a enseñar a otrosestudiantes y por fin iba a ocuparsede sí mismo y de su mujer. Por esopensé que algo que le recordara asus años como profesor, sería unbuen regalo de cumpleaños.

Terminé la comida y salí decasa suponiendo que en el centrocomercial encontraría lo queandaba buscando, pero me

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equivoqué; después de recorrerdurante dos horas todos losestablecimientos, decidí que allí nohabía nada interesante, así que fui ala parte antigua de la ciudad. Losescaparates de las tiendas eranmenos llamativos, pero al entrar enellas descubrías una gran variedadde detalles y objetos. Me fijé en uncuadro que había colgado en elrincón de uno de los locales, setrataba del esbozo de una simplepizarra de aula. En ella habíadibujado con tizas de colores un

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enorme corazón partido en dos,daba la sensación de que el pintorde aquel cuadro habría tenido algúntipo de desengaño amoroso o algopor el estilo. Decidí que en el casode mi padre podría representar latristeza de un profesor por tener queabandonar las aulas, o incluso eldesconsuelo de un alumno por laausencia de su maestro favorito. Encualquier caso, me pareció elregalo perfecto para el cumpleañosde mi padre, así que le pedí altendero que me lo envolviera. Salí

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de la tienda con una preocupaciónmenos y satisfecha por la compra.

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Viernes, 27 de Septiembre

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Por fin era viernes, estabadeseando que llegara el domingopara ver la cara de mi padre cuandosoplara sus sesenta y cinco velas,quería que el día terminara lo antesposible, sin embargo, esa mañanaen el instituto las cosas secomplicaron a cuarta hora. Tenía clase con los alumnosde segundo A. De los cuatro gruposque me habían asignado, éste eraquizás el más alborotador. Estabaformado por veinticinco alumnos,

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seis de los cuales eran repetidores.De todos ellos, llamabaespecialmente la atención una chicacon apariencia de veinteañera, apesar de tener sólo quince años. Sellamaba Rebeca y era una muchachamuy avispada, demasiado diría yo.Solía vestir con grandes escotes yminifaldas, y daba la sensación deque se pasaba horas delante delespejo, porque su cara parecía unaobra de arte con tanto maquillaje.Era una joven muy lista, perodesafortunadamente, muy gandula y

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maleducada a la vez, jamásterminaba los trabajos y para máscolmo, exigía a los compañeros demuy malas maneras que se losresolvieran. Por suerte no había tenidoningún enfrentamiento con ella hastaaquel momento, y es quesimplemente ignoraba sus ganas dellamar la atención. Pero muy a mipesar, ese día se me ocurriómandarles para casa un trabajo engrupo. - Bueno chicos, éste fin de

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semana lo vais a dedicar almaravilloso mundo de los númerosenteros. Quiero que seáis capacesde reconocer su utilidad a la horade plantear y resolver situacionesde la vida cotidiana. - ¿Cuántos podemos juntarnospara formar el grupo?- preguntó unode los alumnos. - No más de cuatro – lecontesté – podéis elegir vosotrosmismos los miembros quetrabajarán en el proyecto. Observé cómo todos se

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levantaban de sus asientosbuscando a los compañeros idealespara organizar el trabajo. En laúltima fila se encontraba Rebeca,que no hablaba con nadie niorganizaba nada, simplemente sededicaba a garabatear sobre untrozo de papel. - Rebeca ¿ya tienescompañeros para el trabajo? – meacerqué hasta su pupitre parapreguntarle. - No, paso de proyectos engrupo- contestó indiferente.

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- Vamos, todos ellos estánbuscando a alguien para hacerlo-intenté animarla. - Me da igual, yo lo haré encasa sola. - Las cosas no son así, hayque aprender a trabajar en gru…. - ¡Te he dicho que lo haré encasa yo sola!- me interrumpiódesaforadamente. Mis oídos no daban crédito alo que estaba escuchando. ¿Habíasido capaz de gritarme? Se levantóde la silla y con una expresión llena

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de odio continuó chillando: - ¡Paso de trabajar en grupo,son todos unos inútiles; paso deesta clase, paso de esta asignatura ypaso de ti! El resto de los alumnos sequedaron estupefactos al escucharlas descaradas palabras de sucompañera. Yo estaba paralizadapor el desconcierto, pero decidídejarla desahogarse hasta que sehartara. Permanecí impasibleaunque las piernas me temblaban, eintenté controlar las ganas de

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callarle la boca de un bofetón.Cuando por fin se calmó, decidíhablar yo: - Mira, no sé lo que te pasa; sitienes algún problema puedeshablarlo conmigo – ahora era ellala que permanecía indiferente – loque no voy a permitir es que mehables en ese tono. Yo no te hegritado en ningún momento, así queespero el mismo comportamientopor tu parte. Tienes hasta final deesta hora para disculparte, sino lohaces, serás sancionada con un

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parte. El resto de la hora se mantuvocallada en su asiento. Los demásalumnos terminaron de constituirlos grupos y me entregaron unlistado con sus nombres. Todosseguían sobrecogidos por la escenaanterior, y ninguno se atrevió ahablar o hacer ningún ruido. Cuando el timbre sonó volví adirigirme a Rebeca: - ¿Tienes algo que decirme?-creí que pasados unos minutos se lehabría pasado el subidón y

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recapacitaría sobre su malcomportamiento. Esperaba que almenos se disculpara por ello. - No – fue su escuetarespuesta. - En ese caso, enviaré unaamonestación a tu casa para que tuspadres sepan lo que ha pasado. Sin mediar palabra, cogió suscosas y se marchó.

Al terminar fui a midepartamento, estaba tandesconcertada que necesitabacontarle a alguien lo que había

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sucedido y que me diera su opinión.Cuando llegué sólo encontré a

Rodrigo, que estaba pasando unasnotas al ordenador. No estabasegura si debía comentarle a él mipequeño percance, quizás pensaraque era una histérica y que le dabademasiada importancia a lo que nola tenía. Él parecía tener siemprebajo control a sus alumnos, semostraba formal e imperturbableante ellos, por eso no quería que meconsiderara una inexperta en eltrato con los estudiantes.

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- ¿No tienes clase ahora? – lepregunté para tantearle. - No, tengo una hora libreantes de mi última lección ¿teapetece un café? - Mejor no, estoy hecha unmanojo de nervios, y creo que uncafé me alteraría aún más. - ¿Qué te ha pasado?-preguntó curioso. «Vaya, ¿qué voy a contarleahora?» pensé.

Me había delatado a mímisma, y es que en el fondo lo

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único que quería era desahogarme.No pude reprimirme, así que leexpliqué lo que había sucedido.Rodrigo se mostró muy cordial,escuchó toda la historia con graninterés, lo cual me sorprendiógratamente. Tuvo palabras dealiento para consolarme y hubo unmomento en el que me agarró de lamano para tranquilizarme. No sécómo, pero hizo que me sintieramejor, me confirmó que habíaactuado correctamente y que lomejor era no perder los papeles

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ante un alumno, debía mostrarmeimperturbable ante cualquier grito oinsulto. Así lo creí yo también. - Vamos, te invito a unainfusión, creo que te vendrá mejor –me ofreció. - De acuerdo, una tila meayudará – dije mostrando al fin unaleve sonrisa. Durante esa hora en la cantinaolvidé por completo el mal rato quehabía pasado. Rodrigo estuvocontándome su experiencia comoprofesor en otros institutos, desde

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el día que comenzó por primeravez, hasta el día que le nombraronjefe de estudios por un errorinformático. Pude fijarme en susojos castaños y brillantes, sumirada transmitía paz y armonía, ysus gestos eran lentos y suaves.Pasé un rato agradable con él, laverdad es que no imaginaba quefuera tan encantador, siempre habíatenido el absurdo prejuicio de quetodos los guapos eran unosengreídos y egoístas. - Si quieres podemos ir al

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cine este fin de semana – mepropuso finalmente mientras sacabadinero de su bolsillo para pagar lasconsumiciones. - Lo siento, el domingo es elcumpleaños de mi padre y vamos areunirnos toda la familia – meexcusé. La propuesta de ver unapelícula juntos no me hacía sentírdemasiado cómoda. El hecho dequedar los dos a solas... casi no leconocía y además, éramoscompañeros de trabajo, lo cual me

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incomodaría aún más si nocongeniábamos fuera del centro. - Vaya, pues otra vez será –parecía decepcionado. - Claro hombre, tenemos todoel año – le quité importanciadándole una palmadita en laespalda. Sonó el timbre anunciando elcambio de clase. Nos despedimos yde nuevo le di las gracias porhaberme escuchado. De vuelta a casa volví areflexionar sobre el incidente que

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había tenido lugar aquella mañana.Intenté comprender por qué Rebecahabía actuado de esa manera, no esque quisiera excusarla, pero tenía laimpresión de que había algo másdetrás de ese comportamiento.Quizás hubiera tenido algúnproblema con sus compañeros declase que yo ignoraba, y por eso noquería trabajar en grupo; o tal vezya venía enfurecida de casa. Creíque debía hablar con la psicólogadel centro para tener másinformación sobre ella y su familia,

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de esa manera tal vez podríacomunicarme con ella mejor. En cualquier caso decidí nopensar más en el tema por ese día,siempre había tenido la firmeconvicción de que el trabajo teníaque quedarse fuera de casa, y noquería que el asunto me afectaramás de lo debido. Dediqué la tardea hacer unas cuantas llamadas deteléfono para terminar de organizarel cumpleaños de papá.

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Domingo, 29 de Septiembre

Hacía un día maravilloso. Lashojas de los árboles comenzaban aperder su color verde intenso paramostrar los tonos rojos, amarillos yocres propios de la llegada delotoño. Podía sentir el calor de los

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rayos del sol en mis mejillas, sabíaque lo echaría en falta cuandollegara el crudo invierno.

Mi hermano David y yohabíamos quedado por la mañanapara ir juntos al cumpleaños depapá. Queríamos estar allí antes deque él llegara y sorprenderle con unbeso y un abrazo cuando nos viera.El local era una especie de mesóndonde se preparaba todo tipo decarnes a la brasa; era muy amplio ytenía una zona de juegos al airelibre para los niños. Las mesas

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estaban repartidas de seis en seis, yaunque la decoración no eraprecisamente exquisita, al menostodo parecía estar limpio yordenado.

Llevaba bajo el brazo elcuadro que le había comprado a mipadre. David por su parte habíaadquirido unos gemelos con susiniciales; decía que era muycomplicado acertar con papá, porlo que buscó algo que le resultaraútil y que además, estuvierapersonalizado.

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Mi hermano y yomanteníamos una relación muycordial. Cada uno había elegido elestilo de vida que mejor le parecía,y ninguno de los dos cuestionaba laforma de vivir del otro. Tan sólonos llevábamos dos años, él eramenor que yo. Aquel sería su últimoaño en la Universidad, y pronto selicenciaría como ingeniero superiorde informática. David era un chicosano y fuerte, le encantaba eldeporte al aire libre y practicabawindsurf o snowboard cada vez que

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el tiempo se lo permitía. Más deuna vez había tratado deconvencerme para que siguiera suspasos, pero al contrario que él, yoera bastante torpe y patosa, y aqueltipo de actividad me parecía muycomplicada. Mis ratos libres losprefería pasar relajada frente a unbuen libro, o sencillamente salir apasear.

Enseguida empezaron a llegarlos invitados al restaurante: tíos,primos, sobrinos… aquello parecíauna boda. A algunos solía verlos a

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menudo por la ciudad, pero otrosvinieron desde otras provinciasexpresamente para estar con mipadre aquel día tan especial. Meacerqué a saludar a mi tíaMargarita:

- ¿Qué tal estás, tía? Hacíamucho tiempo que no te veía.

- ¡Ay hija!, es que una ya noestá para viajes tan largos, los añosno perdonan a nadie.

- Vamos, pero si estásestupenda- afirmé dándole unabrazo-. ¿Y la prima Sonia? ¿No ha

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venido?- No querida, está muy

ocupada con unos papeles que tieneque resolver estos días.

- Vaya, me habría encantadosaludarla.

Acompañé a la tía Margaritaa su asiento y en ese precisoinstante aparecieron mis padres porla puerta principal. Todoscomenzaron a cantarle elcumpleaños feliz a su entrada. Papáruborizado, agradeció a todos lasorpresa. David y yo nos acercamos

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para felicitarle:- ¡Muchas felicidades papá!-

dije dándole dos besos biensonoros.

- ¡Felicidades papá!- repitiómi hermano.

- Gracias hijos, me alegramucho ver a todo el mundo aquíreunido.

Podía percibir cómo lebrillaban los ojos por la emoción.En el fondo éste no era sólo susesenta y cinco cumpleaños,también suponía el fin de muchos

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años dedicados a su amadaprofesión.

Nos sentamos todos ennuestras respectivas mesas. Yo mesitué entre mi padre y la tíaMargarita, quería que me pusiera alcorriente sobre los últimosacontecimientos en la vida de miprima. Sonia había sido siempreuna de mis favoritas, nuestrainfancia la pasamos juntas jugandoa las casitas y a las muñecas hastaque mis tíos tuvieron que mudarse ala capital por motivos laborales.

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- Bueno tía, cuéntame cómo leva a Sonia. No la he visto desdeque tuvo a su primer hijo.

- ¿No habéis habladoúltimamente?- negué con la cabeza-.Pues resulta que la muy tarada hapedido un niño de acogida.

- ¿Un niño de acogida? ¿Terefieres a que quiere adoptar a unbebé?

- No hija- replicó elevandolas manos como si rezara al cielo-.Lo que quiere es recoger a un niñode la calle, ya sabes, uno de esos

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chavales con padres que no puedencuidar de sus hijos por asuntos dedrogas y esas cosas. Sonia le darácobijo, estudios y todo aquello delo que carece su familia biológica.Ya sabes, el chico seguirá teniendoa sus verdaderos padres, pero mihija y su marido se encargarán decriarlo hasta que cumpla losdieciocho años.

Por el tono que utilizó paracontarme aquellos planes, diría queno le agradaba la idea en absoluto.

- ¿Y qué pasará después?

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- Una vez que el chaval seamayor de edad, él decidirá si quierevolver con su familia biológica ono- repuso con cierta indiferencia.

Nunca había oído hablar delos “niños de acogida”, ni siquierasabía que en España estuvieraregularizado por lasadministraciones públicas. Poralgún motivo desconocido me vinoa la mente la imagen de Rebeca, mialumna. Una chica queposiblemente también tendríaproblemas familiares. Comencé a

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darle vueltas a la cabeza y llegué ala conclusión de que el motivo porel que aquella chica se mostraba tanesquiva, podría tener algo que vercon el hecho de no tener a nadie quele tendiera una mano de vez encuando. Quizás yo, como profesorasuya debería hablar con ella yofrecerle mi ayuda si la necesitaba.En cualquier caso aquel no era elmejor momento ni lugar parareflexionar sobre aquel asunto, asíque volví a centrarme en laconversación con mi tía.

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El resto de la fiesta fue de lomás entrañable. Mamá, con laayuda de David, había preparado unvídeo con los mejores recuerdos dela familia: fotos de cuando elloseran novios, imágenes de mi padredando clase a antiguos alumnos,vídeos de mi hermano y míoscuando éramos pequeños…, papáno daba abasto con los pañuelospara secarse las lágrimas. Aunqueme encantó el recopilatorio quehabían preparado, lo que más meemocionó fue comprobar que mamá

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y papá aún seguían queriéndosecomo el primer día. No pude evitarsentir cierta envidia al verloscogidos de la mano mientrasobservaban las imágenes sobre lapantalla. Imaginé que tal vez, algúndía, yo encontraría a alguienespecial, alguien con quiencompartir momentos hermososcomo los vividos por mis padres.Tal vez esa persona podría seralguien como mi compañeroRodrigo, un hombre educado, confuturo, y además, muy guapo, ¿qué

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más podría pedir una mujer?Pasamos lo que quedaba del

día riendo y contando hazañas delpasado. Todos estaban contentos, yno dejaban de felicitar a mi padre ydesearle que cumpliera muchosaños más.

Antes de marcharme, entreguéel regalo que tenía preparado parami padre. Cuando lo abrió, tuve queexplicarle que se trataba de unapintura de un artista contemporáneo,y que para mí, suponía lo muchoque le echarían de menos los

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alumnos por su marcha. Le di unbeso y le susurré al oído que era elmejor padre del mundo. Medevolvió una sonrisa dulcemostrando su cariño yagradecimiento por el detalle. Mihermano y yo nos despedimos detodos los que aún quedaban en elrestaurante.

De camino a casa en el coche,volví a recordar a Rebeca y encómo se tomaría mi propuesta si lallevaba a cabo. Me sentíailusionada con la idea, creí que al

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no tener una familia de la queocuparme podría aprovechar mitiempo libre en ayudar a alguiencon los estudios y estar ahí paraescuchar sus dudas y susproblemas. De repente tuve laimperiosa necesidad de sentirmeútil, y consideré que nada más meenorgullecería que el hecho de“acoger” a Rebeca. No podíaesperar a que llegara el lunes.

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Lunes, 30 de Septiembre Antes de que abrieran laspuertas del centro, yo ya estaba

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plantada en el departamento deorientación. Quería hablar con lapsicóloga cuanto antes para que meayudara con el caso de Rebeca.Esperé diez minutos antes de quesonara el timbre, y al ver que noaparecía nadie, no tuve másremedio que aplazarlo y empezarcon mi tarea diaria. Ya hablaría conla especialista en otro momento. Como cada lunes a primerahora, tenía clase con el grupo deprimero A, estaba tan absorta enmis pensamientos, que no me di

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cuenta de que teníamos visita en elaula. De nuevo los tres alumnos quese habían colado en el aula lasemana anterior, tuvieron ladesfachatez de regresar al mismositio y repetir la misma gracia. Otravez estaban todos en silencioesperando mi reacción al descubrira los intrusos, pero viendo que nodecía nada, se escuchó una risita alfondo de la clase. Esta vez no me iba a quedarcallada: - ¿Pero vosotros qué

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pretendéis? – podía pasar la bromadel primer día, incluso me parecióingeniosa, pero no estaba dispuestaa que aquello se convirtiera en unacostumbre. - Es que nos hemosequivocado de aula – dijo uno delos chicos entre risas. - No tiene gracia. Marchaos avuestra clase ahora mismo- apuntérotundamente con el dedo haciafuera- y si vuelvo a veros por aquí,os mandaré directamente a jefaturade estudios.

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- No profesora, ahora mismonos vamos. Se marcharon con la cabezabaja aparentando estararrepentidos, pero pude ver lasonrisa contenida que guardaban ensu rostro al salir de clase. - Y vosotros, ¿es que no soiscapaces de decirles que se marchenantes de que se metan en este aula?-le recriminé a mis alumnos. - Es que nos da miedo-confesó uno de los chicos. - Nos pueden pegar- siguió

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diciendo otro. - Pero, ¿qué me estáiscontando? Bueno, es igual, no creoque vuelvan por aquí- pensé que eramejor no animarles a enfrentarse aaquellos grandullones. Lo últimoque deseaba es que alguno de misalumnos de primer curso, que aúnno sobrepasaban el metro y mediode estatura, tuviera que enfrentarsea aquellos chavales que por laenvergadura de sus cuerpos, diríaque estaban en último curso.-Vamos a empezar con la lección.

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En cuanto terminó la hora,regresé de nuevo al departamentode orientación. Tenía prisa porconsultar el expediente de Rebeca yresolver las dudas que merondaban. Allí encontré a Silvia, lapsicóloga, una señora bienexperimentada y conocedora detodos los problemas de los alumnospertenecientes a ese instituto. Lesaludé y pregunté si tendría unosminutos para atenderme: - Claro mujer, pasa y siéntate-me ofreció.

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Agarré una silla y la coloquéjunto a ella. - Verás, quería conocer tuopinión acerca de una de misalumnas de segundo curso, RebecaMolina. - ¡Uy! ¡Otra más!- parecía queno era la primera persona quepreguntaba por ella.- Todos losprofesores quieren saber quédemonios le ocurre a esa chica. - ¿A qué te refieres?- quiseindagar. - Pues a que es una chica muy

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problemática y nos lleva a todos decabeza. Sus padres no se hacencargo de ella, los dos están enprisión por asuntos de drogas, y esla abuela la que la está criando.Parece estar siempre enfada con elmundo, y los amigos que tiene fueradel centro no son muy buenacompañía, la verdad. - Vaya- suponía que la chicatendría dificultades en el seno de sufamilia, pero nunca imaginé quefuera tan delicado. Podría esperaralgo del tipo: peleas con los

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padres, adolescencia difícil,amistades peligrosas…, pero tenerunos progenitores encarcelados…,aquello era un asunto bastanteespinoso y tendría que andarme concuidado para no entrometermedemasiado en su vida. - La abuela ya no tiene nifuerzas para luchar con ella, lachica hace siempre lo que le vieneen gana. Le da igual si le mandan ajefatura o le expulsan del instituto,sólo quiere cumplir los dieciséisaños para marcharse de aquí-

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añadió. - Pobre chica, debe estarpasándolo mal. - Vete a saber, con esosamigos que tiene, lo más seguro esque cualquier día acabe bebiendo ydrogándose por las esquinas-declaró abiertamente. La psicóloga hablaba delcaso de Rebeca como si no le dieramayor importancia, debía estaracostumbrada a tratar con casos delmismo estilo, porque no parecíaque el tema le preocupara

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demasiado. Yo, sin embargo,lamentaba que una chica tan jovenpudiera acabar de aquella manera,no quería ni imaginármela tiradapor las calles haciendo Dios sabequé. Realmente consideré urgenteencontrar una solución para aquellachica. - No le des más vueltas mujer.Hay muchas jóvenes que están en lamisma situación que Rebeca. Sóloellas pueden romper con ese rencorque tienen hacia la vida e intentarsalir adelante- me agarró del

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hombro en un intento de hacermeolvidar a Rebeca. Una chica tan inteligenteademás de guapa, que podríadedicarse a lo que ella sepropusiera, ¿por qué desperdiciabasu vida de esa manera? Podíaentender que se sintiera afligida porel vacío que producía la ausenciadel amor de unos padres, noconcebía la idea de que estosantepusieran las drogas a una hija. Después de escuchar lahistoria de Rebeca no creí que

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fuese fácil ayudarla, aún así leexpuse a Silvia mi plan paraconocer su opinión como experta. - No sé qué decirte, la verdades que es muy generoso de tu partequerer sacarla adelante. Pero si tedigo la verdad, ni siquiera sé si ellaestará dispuesta a recibir tu ayuda.Nosotros hemos intentado echarleuna mano a ella y a su abuela desdeel centro, y siempre se han negado arecibirla. Esta chica, además deobstinada, es muy orgullosa, y nocreo que te pusiese las cosas

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fáciles. -En cualquier caso, creo quedebo intentarlo, pienso que sería undesperdicio dejar que una chicacomo ella no aprovechase suscapacidades- empecé a confiar enlas posibilidades certeras deacogerla, y no quería rendirme tanfácilmente. - Si estás segura de quepuedes hacer algo, ya sabes quepuedes contar conmigo para lo quenecesites, pero no te hagasdemasiadas ilusiones- dijo

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mostrando una sonrisa forzada. A pesar de la claradesconfianza de Silvia, yo estabasatisfecha de mi decisión. Medespedí de ella dándole las graciaspor su tiempo, y salí de su despachoconvencida de mi propósito.Pondría todo mi empeño en ayudara alguien a resurgir de la nada,incluso fantaseaba con la idea deconvertirme en una especie deheroína, de Madre Teresa de losestudiantes. Con gran firmeza, dirigímis pasos hacia el aula donde se

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encontraba el grupo de segundo A.No quería perder ni un sólo minutomás sin hablar con Rebeca ycontarle mis planes. Cuando llegué a su clase,llamé a la puerta y entré. Allíestaban los alumnos junto conGonzalo, el profesor de inglés. - Perdona que te interrumpa-al verlos a todos calladitos yatendiendo al profesor, mearrepentí de detener la lección. - No pasa nada Raquel, dime,¿en qué puedo ayudarte?- dijo

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amablemente. - Estoy buscando a Rebeca,quisiera hablar con ella un minuto-le pedí mientras intentabavisualizarla. - Me temo que Rebeca no havenido hoy a clase, ni tampoco hajustificado su falta- se lamentó. - Vaya, pues entonces nada…ya hablaré con ella en otromomento. Gracias y perdona por lainterrupción- me disculpé de nuevocerrando la puerta. Al salir del aula se me vino

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todo abajo. No pude evitarpreocuparme por la ausencia de lajoven, ¿qué le habría pasado?,¿dónde estaría?, ¿sería yo la causade su desaparición? La semanaanterior había discutido con ella yhabía enviado una amonestación asu casa por su mal comportamiento,y tal vez no quisiera volver alcentro por mi culpa. Sacudí la cabeza al darmecuenta de que me estabaobsesionando demasiado, y lo másprobable es que se hubiese

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enfermado, o simplemente hubiesehecho pellas. Me dirigí cabizbaja aldepartamento de matemáticas parair adelantando algo de trabajo, yallí encontré a Cristina ordenandosu estantería. - ¡Hola Raquel! ¿Qué tal te haido el fin de semana?- soltó en untono irónico que no entendía. - Pues bien, lo pasé genial enel cumpleaños de mi padre-contesté mientras dejaba caer lachaqueta sobre la mesa. - ¿Y qué más hiciste?- seguía

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preguntando en ese tono quecomenzaba a ponerme nerviosa. - Nada más, el sábado mequedé en casa recogiendo ylimpiando- quería acabar cuantoantes con el interrogatorio, era loúltimo que necesitaba ese día- ¿Porqué te interesa tanto? - Anda mentirosilla- dijodándome un suave codazo- que mehe enterado de que Rodrigo y túquedasteis para ir al cine. - ¡¿Qué?!- no podía creer loque estaba oyendo- pero, ¿quién te

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ha contado eso? -¡Uy!, se dice el pecado, perono el pecador. - ¡Venga ya Cristina, déjate detonterías!, quien te lo haya dicho teha tomado el pelo. - Pero entonces, ¿no habéisquedado para ir al cine?- parecíadesconfiada y aliviada a la vez. - Bueno, no exactamente. Elotro día me pidió que leacompañara, pero le dije que teníaotros compromisos. - Ah, pues entonces me han

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informado mal- dijo mostrando unpequeño brillo de esperanza en susojos. - Mira Cris, no sé quién tehabrá contado ese chisme, pero nome gustan nada los cotilleos, asíque, si quieres saber algo, mejor melo consultas a mí directamente- fuiun poco brusca con ella.- Además,a mí Rodrigo, no me interesa. - Tienes toda la razón,perdona, no era mi intencióninmiscuirme en tus asuntos- sedisculpó intentando disimular un

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pequeño ápice de alegría por mirespuesta. - Bueno, no le demos másimportancia, y dime, ¿qué has hechotú este fin de semana?- preferícambiar de conversación para nocontinuar con el tema de Rodrigo. Nos sentamos en nuestrasrespectivas sillas, y Cristina sepasó la hora entera relatándome loque había hecho en esos días. Teníala habilidad de hablar y hablardurante horas sin cansarse, por loque me dediqué a asentir de vez en

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cuando sin interrumpirla. En elfondo mi mente estaba en otro sitio.

Lunes, 7 de Octubre

Había pasado una semana yRebeca seguía sin aparecer. Decidíque en cuanto terminara la jornada,llamaría a su casa para saber qué leocurría, no podía esperar más parahablar con ella. Preparé los libros yme dirigí a la clase de primero. Poralgún motivo, esa mañana tenía lasospecha de que volvería a

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encontrarme con los tres alumnospesados que habían tomado porcostumbre colarse en mi aula deprimero todos los lunes. Pero estavez decidí que no les iba a dejarsalirse con la suya.

Sin equivocarme un ápice en mis sospechas, entré en clase ydivisé a los tres chicos entre elresto de los alumnos. Sinpronunciar palabra, solté los librossobre la mesa y empecé a pasarlista. Sabía que se delataríanenseguida, así que me coloqué

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delante de la puerta para impedirlesla salida.

- ¿Elena Albaladejo?-comencé a nombrar.

- Aquí estoy profesora- dijolevantando la mano.

- ¿Sofía Barceló?- continué.- Presente.En ese momento alzó la mano

uno de los intrusos.- Sí, dime, ¿algún problema?-

me dirigí hacia él de forma natural.- Es que yo no soy de esta

clase- declaró.

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Los otros dos muchachoscontuvieron la risa mientrasagachaban la cabeza paraesconderse detrás de mis alumnos.

- ¿Ah no? Pues me parece quehoy os vais a quedar aquí, ya quetodos los lunes os coláis en mi aula,esta vez escuchareis la lecciónhasta el final- expuse con firmeza.

En ese momento el chico selevantó de su asiento y avanzó haciamí con paso firme y duro. Lesostuve la mirada intentandodisimular cómo mis piernas

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empezaban a temblar. Aquel chavalalto y fuerte se plantó frente a mí, ypude advertir que era mucho másalto que yo, casi me sacaba lacabeza, lo cual hizo que meflojearan aún más las piernas.

A pesar de estar totalmenteinmovilizada por el pánico, quisemantenerme inalterable. Elmuchacho me miraba fijamente consus ojos negros y profundos, y mevi a mí misma como un corderito asu lado. El resto de los alumnosobservaban, incrédulos y

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temerosos, la escena.- ¿No piensas dejarme salir

de aquí?- dijo en tono amenazador.Dudé entre plantarle cara, o

apartarme de la puerta y dejarlesalir sin más. La primera opciónsuponía un riesgo para miintegridad física, ya que el chavalpodría soltarme una bofetada encualquier momento, y dada suevidente fortaleza física yo tendríaque soportar el golpe sin poderhacer nada. La segunda opciónparecía más inteligente; se

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marcharían del aula y podríacontinuar con la lección, pero…¿qué iban a pensar mis alumnos? Sime dejaba amedrentar delante deaquellos niñatos, perdería elrespeto de todos ellos y el resto delaño sería un infierno.

Tomé aire profundamente yenderecé mi cuerpo.

- No. Estoy cansada de lamisma bromita todas las semanas-intenté controlar mi voz temblorosa.

No podía creer que fuera tanestúpida, me estaba enfrentando a

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un chaval mucho más grande yfuerte que yo, y todo para que losdemás alumnos supieran que no medejaría doblegar por nadie.

- No pienso quedarme aquí,tengo clase en otro aula- intentóapartarme de la puerta acercándosetanto a mí que nuestros cuerpos casise rozaron. Supuso que imponiendosu voluptuosa figura frente a mí,haría que me apartara a un lado,pero no fue así. Tuve que elevar lamirada para no apartar mis ojos delos suyos, la barbilla de aquel

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muchacho quedaba a la altura de mifrente.

Pensé que necesitaría algo deayuda para resolver aquellasituación.

- Pablito, ve y avisa a ladirectora, dile que venga para acá-ordené al alumno que había sentadojunto a la puerta, sin quitarle ojo alrenegado.

- No profesora, yo no voy-susurro cabizbajo.

- ¿Cómo que no? ¡He dichoque vayas!- grité.

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- Lo siento profesora, pero novoy a ir- observé como el restoescondían sus cabezas con miedode que les mandara a ellos.

Comprendí que todos temíanque, en algún cambio de clase o enel recreo, los tres grandullones setomarían la justicia por su cuenta.Así que no quise insistir más, sabíaque si salía yo a buscar a ladirectora, los tres chicos semarcharían. Pero no me quedabanmás opciones, no podía retenerlospara siempre en mi clase, por lo

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que decidí que ya era suficiente yesperaba que aquella situación novolviera repetirse después delencontronazo.

- Está bien, podéismarcharos- anuncié mientras abríala puerta- pero no quiero volver averos por aquí.

El chico moreno y alto le hizouna señal a los otros dos que selevantaron de sus sillas, y sin decirabsolutamente nada, salieron de laclase. Al cerrar la puerta, vi através de la ventanilla de cristal

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cómo el mismo muchacho se dabala vuelta para encañonarme con lamirada. Jamás podré olvidar cómosus profundos ojos negros seclavaron en los míos, parecíanquerer decirme algo, pero en aquelmomento no supe el qué.

Quise continuar la leccióncon total normalidad, pero losalumnos comenzaron a avasallarmecon preguntas:

- Profesora, ¿no te ha dadomiedo enfrentarte a ellos?- preguntóPablito.

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- No- le engañe- ¿por qué ibayo a tener miedo de unos alumnos?

- Porque son muy grandes. Yono quería ir a avisar a la directoraporque seguro que si me pillan, medan una paliza- aclaró Pablito.

Intenté quitarle hierro alasunto, la verdad es que yo estabatan atemorizada como ellos, y porsupuesto también pensé que esosniñatos podrían tomar represaliasen cualquier momento con algunode nosotros.

- Bueno, no os preocupéis, no

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creo que vuelvan por aquí.- ¿Y si lo hacen?- preguntó

otro.- He dicho que no penséis

más en el tema. En este centro losque dirigen las clases somos losprofesores, y los alumnos tienenque acatar las órdenes, así que nohay motivo para tener miedo, ¡puessólo faltaba eso!- estaba indignada-. Vosotros seguid con la lección,que yo me encargaré de que no ospase nada.

Intenté continuar con la clase,

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volvimos a pasar lista y les puseuna serie de problemas matemáticospara que los solucionaran.Realmente no tenía la cabeza paraexplicarles nada más ese día, nodejaba de darle vueltas al incidente.Los abrasadores ojos del chico seme clavaron en el pensamiento y nofue fácil ignorarlos.

En cuanto terminé con elgrupo de primero, recogí mis cosasy fui inmediatamente a hablar con ladirectora. Quería comentarle lo quehabía sucedido y que empleara

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medidas para que no se volviera arepetir aquel suceso. Cuandollegué, la puerta estaba abierta, asíque entré sin llamar.

- Perdone Doña Maruja- mivoz se notaba alterada- queríapedirle que...

- Scandar la está buscando-me interrumpió. - ¿Cómo?- me pareció de muymal gusto que no me dejara terminarla frase. - Le he dicho que Scandar laestá buscando- volvió a repetir con

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cara de pocos amigos. - ¿Y se puede saber quién esese Scandar?- pregunté perpleja. - Es un alumno de últimocurso. Parece que ha habido algúnpercance en su clase, y quierehablar con usted- contestómostrando su habitual apatía. El cerebro se me paralizó, nopodía creer lo que estaba oyendo,ese Scandar me buscaba parahablar conmigo, después de lo quehabía pasado, ¿se atrevería aenfrentarse de nuevo a mí delante

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de la directora? Justo en ese momento escuchéunos pasos deteniéndose detrás demí, temí darme la vuelta paracomprobar quién era, pero entoncesreconocí su voz: - ¿Profesora? No sabía si darme la vuelta osalir corriendo, al menos DoñaMaruja estaba delante para sertestigo por si ocurría algo, y losotros profesores que pasaban cercapodrían ayudarme si intentabatocarme.

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-¿Sí?- pretendí no parecersorprendida. - Perdone profesora, queríapedirle disculpas por lo de antes-dijo. Su voz era profunda, como sisaliera del interior de uncontrabajo. De nuevo la imagen de aquelesbelto muchacho frente a mí. Enaquella ocasión pude apreciar cómolas líneas exóticas de sus rasgoseran el marco perfecto paraaquellos ojos tan oscuros que eraimposible distinguir la pupila del

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iris. Su mirada se había tornadoserena e incluso una amable sonrisadibujaba su rostro, mostrando unosdientes blancos que resaltabansobre su piel morena. Estaba tanasombrada con su cambio deactitud, que lo único que pudepronunciar fue un simple: - No pasa nada. - De verdad que lo siento,sólo pretendíamos gastar unabroma- parecía arrepentido. - En realidad lo que me hamolestado no ha sido la broma, sino

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que te exaltaras tanto cuando os hedicho que os quedaríais conmigo enclase- sus disculpas sonabansinceras, y aproveche la ocasiónpara desahogarme-, te has encaradoconmigo y creo que no eranecesario. - Tiene razón, me he puestoalgo nervioso, pero no volverá apasar, se lo prometo- se excusó sinapartar su mirada de la mía. Hice un esfuerzo porcomprender su arrepentimiento, enel fondo había sido el único de los

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tres chicos que había dado la cara,y consideré que a pesar de ser ungamberro, fue valiente al regresarpara pedir disculpas. En aquelmomento, sentí un ápice de empatíahacia el chaval, en cualquier casono quise darle más importancia dela necesaria al asunto, y le contestébromeando. - Bueno, la próxima vez quequeráis entrar a mis clases, notenéis más que pedírmelo, que yo osdaré unas lecciones de matemáticasque no olvidaréis- dije con risa

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nerviosa. De nuevo mostró su dentadurablanca mientras me tendía la manopara firmar las paces. - De acuerdo, así lo haré.Desde luego no me importaría teneruna profesora como usted- derepente su cara se mostró picarona. Le di la mano tímidamentesospechando por un instante que seestaría burlando de mí, y casiconsiguió ruborizarme. Entonces me di cuenta de quela directora nos estaba observando

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con los brazos cruzados y no quisealargar más la conversación, medespedí de Scandar y me dirigí denuevo a Doña Maruja. - Bueno, creo que ya se hasolucionado el problema- dijesonriente. - Tendría que hacerse más derespetar. No puede permitir que losalumnos se aprovechen de sudebilidad- soltó, y sin esperarcontestación alguna por mi parte, semetió en su despacho y cerró lapuerta.

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- ¡Muy amable por su parte!-de nuevo la ironía se apoderó demi, y no pude reprimir hablar envoz alta. Me di la vuelta y volví a midepartamento. Por el camino ibapensando en lo agradable que habíasido para mí comprobar que aúnquedaba algo de cortesía y civismoentre los alumnos. Lo que no sabíaes que al salir del instituto miopinión cambiaría radicalmente. Cuando terminé mi jornada,descubrí que toda la parte lateral

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izquierda de mi coche tenía unamarca trazada desde la puertadelantera hasta el depósito degasolina. Me llevé las manos a lacabeza cuando vi aquel desastre,¿quién habría podido hacer unacanallada como esa?

Sin poder evitarlo, sólo unculpable se me venía a la cabeza;ese maldito Scandar se había reídode mí descaradamente. Enseguidame arrepentí de lo estúpida eingenua que había sido, me lo habíacreído todo, sus palabras, sus

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cándidas miraditas, su dichosasonrisa; no podía creer que hubiesesido tan benévola con él, semerecía un buen castigo y yo iba aser la encargada de hacérselopagar.

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Martes, 8 de Octubre

Tras pasar la tarde anterior enel taller viendo cómo arreglabanlos desperfectos del coche, no quiseperder ni un sólo minuto más paradestapar al responsable del daño.

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Estaba tan enfadada conmigo mismapor haber creído los falsospretextos de Scandar, que no habíapodido pegar ojo en toda la noche;para ser sincera, no estaba tanenfurecida por el estropicio en sí,sino por el hecho de que ese cretinose hubiera reído de mí tandescaradamente. Cuando llegué aldepartamento me encontré conCristina, que estaba consultando unviejo libro de problemasmatemáticos.

- Buenos días Cris- le dije

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nada más entrar.- Hola Raquel, ¿qué tal estás?- A decir verdad estoy un

poco mosqueada por un percanceque tuve ayer- no se lo habíacontado a nadie aún, y ella fue laprimera persona con la que tuveoportunidad de desahogarme.

- ¿Qué te ha pasado?- quisosaber.

- Algún gamberro se hadedicado a rayar la carrocería demi coche en la puerta del instituto.

- ¿Qué me dices?- se quedó

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boquiabierta-. ¿Quién ha podidohacer semejante estupidez?

- Tengo una ligera idea dequién puede ser el culpable, perono puedo confirmarlo al cien porcien.

Preferí no confesarle elnombre del sospechoso. Scandarera uno de sus alumnos de segundode Bachiller, y lo último quedeseaba era que Cristina se vierainvolucrada en el asunto.

- Prefiero no decirlo hastaestar completamente segura-

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continué.- ¿Cómo vas a

averiguarlo? - Existe una cámara de

seguridad a la salida del centro, asíque le pediré a la directora querevise los vídeos- desde el primerdía que llegué al centro, me percatéde que junto a la puerta principalhabía una pequeña cámara devigilancia estratégicamentecolocada. También hallé otras dosmás enfocadas al patio interior, yotra en el despacho de la directora.

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- ¡Buena idea! Espero quepillen a ese gamberro.

- Sí, yo también lo espero.Quien quiera que sea, se va aacordar de mí por mucho tiempo- leaseguré enfadada-. De hecho voy aresolver este asunto ahora mismo.

Cerré la puerta bruscamente yme dirigí con paso firme hacia eldespacho de la directora parahablar con ella. Entonces lo diviséde lejos, su silueta alta y delgadaera inconfundible. Desde el otrolado del pasillo pude apreciar su

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sonrisa al ver que me acercaba másy más a él, ¿acaso me estabaesperando?

Sentía cómo los músculos demi cuerpo se tensaban conformeavanzaba por el pasillo. Quisemantener mi paso firme, y cuandollegué a su lado, mi rostroexpresaba furia y sospecha a la vez.Él continuaba sonriendo, esperandoun saludo por mi parte; parecíaincluso que deseaba hablarconmigo. Ansiaba echarle la broncaen aquel mismo instante, pero tuve

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que contenerme para hacer lascomprobaciones oportunas antes dedecir nada.

- Buenos días profesora- dijotan feliz, como si la cosa no fueracon él.

Ni siquiera le contesté, tansólo pasé por su lado creyéndole uncínico en toda regla. Cuandoadvirtió que pasaba de largo, surostro cambió. Por el rabillo delojo pude apreciar cómo su sonrisase iba transformando enincertidumbre. Carraspeé

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inconscientemente -en el fondo mesentía incómoda- y le dejé atráscontinuando mi camino hacia eldespacho de Doña Maruja.

Tenía una sensación extraña,por un lado estaba furiosa con él,pero algo dentro de mí sentía ciertaempatía al verlo allí, de pie,dispuesto a ser amable conmigo.

Al llegar a dirección, leexpliqué a la directora lo que habíasucedido el día anterior. Alprincipio me puso pretextos pararevisar los vídeos de las cámaras

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de seguridad, decía que llevaríademasiado tiempo comprobarlos.Me pareció una excusa de lo másabsurda y me ofrecí a revisarlos yomisma si ella no podía hacerlo. Porsuerte mi insistencia la acabóconvenciendo, y, finalmenteexpresó de manera un tanto forzada,que en un par de días me informaríade los resultados.

De vuelta al departamento,encontré de nuevo a Cristina estavez acompañada por Rodrigo, queacababa de finalizar sus clases.

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Hablaban muy animadamente y alverme entrar, Rodrigo se puso enpie.

- ¿Sabes ya quién te harallado el coche?- preguntó.

Miré a Cristina indignada. Lehabía contado todo el incidente anuestro compañero sin mi permiso.

- Vaya, veo que aquí lasnoticias vuelan- inquirí con ciertaironía en la voz.

- Lo siento Raquel, creí queno te importaría si se lo contaba- sedisculpó Cristina encogiendo los

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hombros.- Vamos, no hay que darle

importancia, ella sólo queríaayudarte- dijo Rodrigo con sumelodiosa voz.

- Bueno, es igual. Es que noquiero ir pregonando la noticiahasta que no sepa con seguridadquién es el culpable.

- ¿Y quién crees que ha sido?- preguntó él.

- Supongo que alguien al queno le caigo muy bien.

- Pero, ¿quién puede querer

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hacer una cosa así? ¿Acaso hasdiscutido con alguien?- quiso saberCristina.

- Nada importante; lo típico,alumnos que no trabajan, que noparan de hablar en clase…, lonormal de todos los días- repliqué.

Percibí cierta preocupaciónpor parte de Rodrigo, su rostroexpresaba seriedad y se frotaba lasmanos pensativo.

- Tal vez sea mejor que lodejes pasar y no intentes buscar unculpable- dijo al fin.

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- Pero, ¿qué estás diciendo?-exclamó Cristina, tan sorprendidacomo yo.

- Veréis- explicó- si sedescubre quién es el responsable,es posible que después tome nuevasrepresalias. Si ese sinvergüenza hasido capaz de rallarte el coche poruna tontería, imagina lo que puedehacer si lo denuncias a su familia.

- No puedo creer lo que estoyoyendo. ¿Pretendes que deje pasarla gamberrada y actúe como si nohubiese pasado nada?- sabía que

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las intenciones de Rodrigo eranbuenas, pero no iba a tolerar queese vándalo se saliera con la suya.

- Tal vez tenga razón-entonces Cristina se puso de suparte- es mejor dejarlo estar. Siolvidas el asunto es posible que novuelva a molestarte.

Aquella situación meresultaba de lo más absurda. Teníaa dos de mis compañeros dedepartamento proponiéndome queignorara el incidente, y que, aunsabiendo quién había sido el

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culpable, lo dejara marcharindemne. Desde luego eso no iba apasar, Scandar se había reído en micara y yo fui una estúpida por creersus palabras, por mi parte aquelchaval no iba a salirse con la suya.Sin duda alguna el hecho de ver quemis compañeros no me apoyaban,me dio más fuerza para seguir enbusca del culpable.

- De eso nada, sólo faltabaque encima le tenga yo que tenermiedo a un niñato- contestéindignada-. Si todos los profesores

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se cruzan de brazos cada vez quepase algo, os aseguro que estoschavales nos comen vivos en dosdías. Voy a descubrir quién ha sidoel culpable y además…- me quedépensativa unos instantes-, piensohacerlo público.

Viendo mi monumentalenfado, los dos decidieron novolver a hablar del tema.

- Está bien Raquel, si así locrees, estoy seguro de que sabrásarreglarlo- expresó Rodrigorozándome el brazo para

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tranquilizarme.Tras la discusión con mis

compañeros intenté olvidar el temay regresé al trabajo. Cogí mis cosasy salí del departamentodespidiéndome hasta más tarde. Fuial aula de segundo A para empezarcon la lección y, al llegar, mesorprendió descubrir que Rebecahabía regresado después de variosdías ausente.

Pude distinguirla al fondo dela clase. No tenía aspecto de habersufrido ningún problema familiar o

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alguna enfermedad, de hecho,estaba más sonriente y animada delo normal. Me alegró ver queestaba de palique con el resto desus compañeros, no me gustabaverla siempre sola y sin hablar connadie. Decidí que al finalizar lalección, hablaría con ella sobre mipropuesta. No todo iba a salirmemal aquel día.

La clase comenzó bastanteanimada, aquel día casi todos losalumnos hicieron sus tareas, yaunque estaban muy charlatanes,

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pude explicarles la multiplicación ydivisión exacta de los númerosenteros. Al terminar, salieron delaula y le pedí a Rebeca que sequedara unos minutos más paracomentarle algo. Me extrañó quedespués de verla tan animadadurante toda la hora, de repente, sucara se tornara seria ante lo que letenía que contar.

- Verás Rebeca, me gustaríaque la discusión que tuvimos el otrodía no se volviera a repetir.

No me contestó, tan sólo

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continuó mirándome igual de seria.- He pensado que tal vez

necesites ayuda con lasmatemáticas, y si quieres, puedodarte algunas clases particulares,por supuesto de forma gratuita- noquería contarle todo mi plan degolpe para que no agobiarla.

- ¿Y por qué ibas a hacereso?- preguntó desconfiadafrunciendo el ceño.

- Bueno, simplemente piensoque podrías sacar más partido a esacabecita tuya- bromeé.

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- Mi cabeza está muy biencomo está, ¿acaso me estásllamando tonta?- me acusó.

- Para nada- repliqué deinmediato- sólo quiero ayudartepara que puedas aprobar laasignatura.

- Sí claro, ¿y por qué yo y nootro alumno?- empezaba aenfadarse y no entendía el motivo.

- Bueno… verás…- no sabíacómo decírselo de forma suave- esque creo que por tu situaciónfamiliar, quizás necesitarías algo de

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apoyo extra.- ¡Ah ya!- realmente estaba

indignada-. Pues te puedes meter laayuda por donde te quepa, nonecesito la caridad de nadie.

Pensé que no había empleadolas palabras correctas, y por eso selo había tomado tan mal.

- No te enfades Rebeca, deverdad que quiero ayudarte. Sólo tepido que lo pienses, para nadapretendo ofenderte- alegué.

- ¿Te crees que puedesmeterte en la vida de los demás?

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Eres una simple profesora y nadamás. Deja de jugar a ser Dios- sindecir nada más, me dio la espalda ysalió del aula a toda prisa.

Me quedé sola en al aulainmóvil. Aunque sus palabrashabían sido muy duras, intentérecapacitar en lo que me habíadicho. Mi intención había sidoayudarla, pero tal vez el hecho dequerer resolver una vida que eraajena a mí, a una alumna que nisiquiera había pedido miopinión…, lo más probable es que

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se sintiera infravalorada. En elfondo no podía culparla por sureacción.

Me acerqué a la ventanaintentando buscar respuestas,pensando en que lo mejor seríaolvidarme del asunto, y no crearmefalsas esperanzas, tal y como ya mehabía aconsejado la psicóloga.

Entonces observé en el patiola figura de un joven sentado en loalto de un banco, a varios metros dela ventana. Estaba solo fumándoseun cigarrillo con la mirada perdida.

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Aquella imagen misteriosa delchico captó mi atención, parecía tanrelajado. Me pregunté en quéestaría pensando el chaval en aquelmomento de paz. Entonces giró lacabeza hacia donde yo meencontraba y clavó sus ojos sobrelos míos. Era el mismo chico con elque me había cruzado por el pasillouna hora antes, el mismo queesperaba culpar del desperfecto demi coche cuando el video saliera ala luz.

Por un instante olvidé el

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malentendido con Rebeca pararegresar al desastre ocasionado porScandar, sentí un remolino deemociones en el estómago al noentender por qué el chaval se habíaportado tan mal conmigo. Al verloallí sentado solo, tan pensativo, mepareció que en el fondo no debía deser tan mal chico, pero, ¿por quénarices había tenido que destrozarmi coche?

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Viernes, 11 de Octubre Tres días tardó la directora endarme la copia del vídeo de lascámaras de seguridad. Estabaansiosa por destapar a Scandar, yhacer que se arrepintiera por

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comportarse como un niñatomaleducado y engreído. - Buenos días Doña Maruja.Loli me ha avisado de que ya halocalizado el vídeo que necesito. - Lo tengo aquí mismoseñorita Montero- sacó un dvd delcajón. - Gracias, le echaré unvistazo- lo cogí rápidamente antesde que se arrepintiera y cambiarade opinión. - ¿Qué medidas va a tomarusted?- preguntó en un tono un tanto

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recalcitrante cuando me disponía asalir. - Aún no lo sé, dependerá dequién haya sido el causante de losdesperfectos- aunque ya tenía unaligera idea de quién podía ser, noquise darle detalles sobre lo queiba a suceder, me negaba a queinterfiriera en mis asuntos. Desde el principio DoñaMaruja no me cayó demasiado bien,era desagradable con el personaldel centro en general y rara vez semostraba agradable. La mayoría de

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mis compañeros lo achacaban a queel puesto de directora se le habíasubido a la cabeza, pero yo estabasegura de que había algo más detrásde aquella máscara. - Bueno, en cualquier casodebe ser consciente de que esto esun centro educativo, y nosotrosestamos aquí para enseñar a losalumnos comportamientos cívicosentre otras cosas. Por lo tanto, miconsejo es que denuncie al culpablepara que este incidente no se vuelvaa repetir.

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- Lo tendré en cuenta- no meapetecía oír consejos de nadie, ymucho menos de ella. Cerré la puertadespidiéndome con un pequeñomovimiento de cabeza, y me dirigícon paso firme al departamento. Noquería perder ni un minuto más, poreso me alegró comprobar que nohabía nadie en la sala. Me sentédelante del ordenador e inserté eldvd. Mientras se cargaba el vídeo,mi pierna nerviosa temblaba

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descontrolada. La sensación que metransmitía Scandar era un tantodesorientada; por un lado tenía lanecesidad de escarmentarle, peroen el fondo, deseaba que fuese otrapersona la que cometió el actovandálico y así no verme en latesitura de tener que denunciarle aél. Al fin comenzaron a verse lasprimeras imágenes de la puerta delinstituto. Mi coche estaba aparcadojusto enfrente, bajo un árbol que lotapaba parcialmente. Pasaron unos

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minutos sin que se viera nadaextraño en las imágenes, hasta que alas trece y cincuenta minutos apareció una figura femeninacaminando junto a la puerta delcentro. No pude ver su rostro, perose apreciaba cómo la chica mirabade un lado a otro intentandoaveriguar si merodeaba alguien porla zona. En ese momento sacó unasllaves del bolsillo y rápidamentelas pasó rallando el lateral de micoche. Noté cómo los músculos de

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mi cuerpo se tensaban al ver laescena, pero no tardarían enparalizarse por completo al ver loque ocurriría a continuación. Antesde marcharse, la chica cometió elerror de mirar hacia la entrada, ypude apreciar claramente de quiénse trataba. Aquella muchacha a laque había pretendido ayudar unosdías atrás, aquella joven a la queconsideraba inteligente y despierta,por la que habría sacrificado mitiempo con tal de sacarla adelante yaumentar sus posibilidades de

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futuro laboral. Mi mente noreaccionaba al comprobar queRebeca había sido la culpable delincidente, pero, ¿por qué lo habríahecho?, ¿acaso quería vengarse demí por algo? Entonces recordé la pequeñadiscusión que habíamos mantenidounas semanas antes, cuando ella megritó por pedirle que trabajara engrupo con sus compañeros.Además, había mandado unaamonestación a su casa parainformar sobre los hechos

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acaecidos y que tanto me habíandisgustado. Mientras recapacitabaincrédula sobre las medidas quedebía adoptar para con ella, alguienabrió la puerta del departamento.Se trataba de Salomé que venía dedar una de sus clases. - Hola Raquel, ¿qué estásviendo ahí tan concentrada?-preguntó nada más entrar. No me importaba contarle aSalomé lo que me había sucedido,de hecho, la consideraba una mujermuy sensata, y estaba segura de me

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ayudaría a resolver las dudas. - ¿Tienes cinco minutos paraque te lo cuente?- le pedí. - Claro que sí. Tengo una horalibre antes de la siguiente clase-afirmó-. ¿Qué es lo que ha pasado? Le conté toda la historiadesde el principio, incluyendo eltropiezo con Scandar y missospechas hacia él. Saloméescuchaba con interés, sininterrumpirme ni una sola vez.Cuando acabé me dijo: - Bueno, es normal que

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sospecharas de ese chaval. No tesientas culpable por ello, al fin y alcabo, hiciste bien en no comentarlocon nadie antes de tiempo. En loque se refiere a Rebeca, esa chicaya ha dado algún que otro problemaa otros profesores en añosanteriores, está considerada por lospsicólogos como una niñaconflictiva, y no es de extrañar quehaya actuado de esa forma. - No sé qué pensar de ella;unos días no quiere relacionarseabsolutamente con nadie, y, en otras

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ocasiones, parece la chica máspopular del instituto. - Está claro que es unamuchacha con muchos altibajos, enel fondo debe ser una chicainsegura y supongo que intenta noparecerlo armándose con esacoraza- opinó Salomé. - Ahora sí que no sé qué hacercon ella. Mi intención, en unprincipio, era denunciar alculpable, pero viendo que lagamberrada ha sido provocada porella… no sé si debo tomar otras

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medidas. - Desde luego estás en todo tuderecho de denunciarla, si así lodeseas- me aconsejó. - Ya, pero creo que no esnecesario llegar tan lejos- contestéun tanto acalorada, intuyendo ya lasposibles consecuencias de talsugerencia-. Supongo que conocessu situación familiar, y creo que unadenuncia no haría más queempeorar las cosas en su casa. Talvez lo mejor sería mandarle unanueva amonestación, advirtiendo a

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la familia de lo sucedido, para queellos mismos hagan lo que creanoportuno con ella. - Tú misma, pero desde luegono debes dejarlo pasar sin más-replicó- esa chica tiene queaprender a comportarse, ya esmayorcita para saber lo que hace. - Por supuesto, tiene que serconsciente de que sus malos actostraen consecuencias. Tras la conversación, Salomécambió de tema y me propuso salirpor la noche al cine y tomar algo

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juntas, así dejaríamos de lado lostemas de trabajo por un instante. Lapropuesta sonó divertida,últimamente no salía apenas decasa, salvo para visitar a mifamilia, y tenía la certeza de que sipretendía tener pareja algún día,debería empezar por relacionarmemás fuera del trabajo. Cuando llegó la noche, cenéalgo rápido y me di una buenaducha. Me vestí con una falda cortacolor salmón, y una camisa blancade manga larga, y por encima me

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eché una chaqueta vaquera por sirefrescaba al salir del cine. Porúltimo, me calcé unos zapatos detacón a juego con la falda y meobservé en el espejo satisfecha pormi elección. Fuimos a ver una película conNatalie Portman como protagonista.El argumento era de lo másinteresante, aunque debía admitirque salí de la sala con mal cuerpo acausa del oscuro desenlace. A eso de las once, llegamos aun bar que estaba de moda por

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aquellos días. La música sonaba atope y tenía que dar voces para queSalomé me escuchara, por lo que noduramos demasiado allí. Nostomamos una copa y decidimosprobar otro sitio más tranquilo. Junto a la plaza central de laciudad, habían abierto un nuevocafé de estilo retro. Los viernesofertaban el Happy Hour concócteles a mitad de precio, así quedecidimos ir a conocer el sitio. Ladecoración, propia de los añosochenta, mostraba unas paredes

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adornadas con cuadros estilo pop, yla música era la misma que sonabahacía veinte años. Nos sentamos en la barra ypedimos uno de sus famososcócteles. Allí pudimos manteneruna conversación tranquila,evitando hablar de trabajo paracentrarnos más en nuestra vidapersonal. Salomé me contó algunosdetalles acerca de la últimarelación seria que había tenido. Porlo visto salió muy escarmentada y

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había perdido toda esperanza deencontrar a alguien compatible conella. Yo, sin embargo, estaba segurade que algún día tropezaría conalgún chico interesante. - Quién sabe, lo mismo hoy estu noche de suerte- me dijoseñalándome hacia la entrada. Me di la vuelta y vi a Rodrigoentrar acompañado de un amigo. - Tú estás loca- le reprochéentre bromas. Las palabras deSalomé no eran tan descabelladas, yla idea de verme por un segundo

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unida a Rodrigo, me resultó de lomás atractiva. Entonces mi amiga se levantóde la silla e hizo una señal con lamano a los dos chicos para que nosvieran. Él y su amigo se acercaronenseguida. - Hola guapas, ¿qué hacéispor aquí?- preguntó Rodrigomirando hacia mí. - Lo mismo que vosotros-contestó Salomé sonriente. - Éste es mi compañero depiso, Daniel- nos presentó

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señalando a su amigo- y estáschicas tan encantadoras son miscolegas de departamento, Raquel ySalomé, ya te he hablado alguna vezde ellas. Nos saludamos con un par debesos formales y entonces Saloméle respondió con cierta picardía: - Espero que le hayas habladobien de nosotras. - Por supuesto- de nuevodirigió su mirada hacia mí. Empecé a notar cómo mismejillas se ruborizaban. Rodrigo

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me caía muy bien, era un hombreinteligente y buen compañero en eltrabajo. Pasamos gran parte de lanoche charlando y riendo –hacíamucho tiempo que no lo pasaba tanbien-. De vez en cuando observabacómo Salomé me echaba algunamirada cómplice reflejando suinterés porque Rodrigo y yoacabáramos juntos, pero nada deeso ocurrió, y sobre las tres de lamañana decidimos regresar a casa. Los chicos se ofrecieron aacompañarnos, pero Salomé y su

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agotadora e inoportuna ideología dela igualdad entre sexos, hizo quecada uno acabara marchándose porsu lado. Tuve que aceptar ladecisión, aunque de muy mala gana,por no discutir con ella. Llegué a casa tan cansada porel largo día de trabajo y la salidade la noche, que ni siquiera memolesté en quitarme el maquillaje.Fui directa a la cama y medesplomé sobre esta. Me quedé unrato mirando el techo de lahabitación pensativa. ¿Y si Salomé

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había visto en Rodrigo una buenapareja para mí? Lo único de lo queestaba segura es de que gracias a ély a su buen humor, el día acabósiendo completamente distinto acomo empezó.

Lunes, 14 de Octubre

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A la fantástica noche del

viernes, había que sumarle un fin desemana esplendido. Aparte de lasalida por la noche con Salomé yRodrigo, pasé un domingo enfamilia muy reconfortante. Lafamosa paella de mamá resultóestar más sabrosa que nunca, tal vezfuera porque la preparó sobre unfuego de leña al aire libre, en elsolárium de casa. Nos reunimos lafamilia al completo, mis padres, mihermano David y yo, y estuvimos

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comentando la celebración delcumpleaños de papá.

Como siempre, mi madreintentó sonsacarme si habíaconocido a alguien interesante en eltrabajo, pero evité entrar en laconversación hablando de losalumnos. No me apetecía tener queadmitir que aún seguía sola, porquesabía que ella me taladraría lacabeza con el rollo de que se meiba a pasar el arroz. Mamá estabaimpaciente por conocer mi vidaíntima, y de vez en cuanto me hacía

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preguntas sobre mis nuevos amigospara ver si reconocía algún ápicede ilusión en mis ojos. En cualquiercaso no creí oportuno mencionarnada sobre Rodrigo hasta que notuviera las ideas más claras.

Entré un segundo en eldespacho de papá para coger unlibro que necesitaba, y me percatéde que había colgado el cuadro quele regalé junto a la estantería. Mehizo especial ilusión que locolocará precisamente allí, pues eldespacho era su lugar privado,

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donde se refugiaba a cavilar enalgunas ocasiones.

Tampoco quise contarlesnada de lo que había sucedido conmi coche, puesto que la tardeprometía ser tranquila, no era miintención preocuparlesinnecesariamente. No obstante, fueen lo primero que pensé nada másentrar por la puerta del institutoaquella mañana. Estaba decidida ahablar con Rebeca, y mandar unacarta a su casa acompañada de unaamonestación. Me esperaba una

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larga jornada de trabajo, ya que porla tarde además teníamos claustro, ytendría que pasar el día entero en elcentro, así que traté de resolver eltema lo antes posible.

Tras dar la clase con losalumnos de primero, aproveché elcambio de hora para pasar por elaula de ella, y pedirle que meacompañara al departamento. Alllegar encontré a uno de suscompañeros en la puerta y lepregunté por Rebeca.

- No profe, hoy no ha venido

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por aquí a primera hora.- Vaya, ya estamos como

siempre- pensé en voz alta.Sin decir más, me dirigí a

jefatura de estudios para pedirle aLoli el número de teléfono de sucasa. Creí que lo mejor sería hablardirectamente con algún miembro desu familia e informarles de losucedido.

Apunté el número en miagenda y fui al departamento,necesitaba tener algo de privacidadpara hacer esa llamada. Marqué el

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número y no sonó más de dostimbrazos hasta que alguiencontestó.

- Bueno días, mi nombre esRaquel, soy la profesora dematemáticas de Rebeca.

- Si dígame, ¿en qué puedoayudarla?- la voz sonaba débil ytemblorosa.

- Verá, quería hablar con eltutor o la tutora de Rebeca.

- Yo soy su abuela, puedehablar conmigo si lo desea.

- Verá, me gustaría

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comentarle algo sobre su nieta.En aquel momento me sentí

fatal queriendo involucrar a lapobre abuela. Supuse que no habríasido fácil para ella criar a una niñasin la ayuda de sus padres. Su vozsonaba cansada, lo cual hizo que mesintiera aún peor por añadirle unapreocupación más. Entonces penséque solo le comentaría lo sucedidosin darle la importancia querealmente tenía, y ni siquiera lemandaría la amonestación. Laanciana escuchaba con resignación

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mi explicación, y de vez en cuandosoltaba algún que otro «¡Ay estachica!». Al final la señora measeguró que hablaría con ella, y mepidió que no dudara en volver allamarla si Rebeca causaba másalborotos.

No tuve tiempo de colgar elteléfono cuando Cristina apareciópor la puerta más exaltada quenunca. Tuve que aparcar por unmomento mis pensamientos sobreRebeca.

- ¡Ay Dios mío! ¡Casi me

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muero del susto!- dijo con la manoapoyada en el pecho.

- ¿Problemas con losalumnos?- pregunté suponiendo cualsería la respuesta.

- ¿Problemas? Ojalá fueranproblemas, lo que yo tengo es unsusto en el cuerpo que casi mecaigo al suelo.

- ¿Qué haocurrido?

- Resulta que estaba dandoclase con los alumnos de segundode Bachiller, y de repente han

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comenzado a discutir dos de ellos.No sabía cómo parar a esos dosgrandullones- me explicó nerviosa.

- ¿Acaso se han pegado?- Casi. Se han puesto los dos

como una furia y uno de ellos haempujado al otro, entonces heintentado meterme en medio y yo nosé qué ha pasado que…, es que derepente yo…, no sé.

- A ver, a ver, cálmate unpoco- le cogí de las manos paraintentar tranquilizarla-. Cuéntamedesde el principio lo que ha

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ocurrido.- Bueno, a ver- se sentó en la

silla-, yo estaba dando mi clase desiempre, y al fondo del aula estabansentados Scandar y Pedro juntos.

Cuando escuché el nombre deScandar mis sentidos se agudizaron.

- De repente- prosiguió-, yono sé qué ha pasado entre ellos, queScandar se ha levantado de suasiento y le ha dicho a Pedro queeso no se lo decía en la calle.Entonces Pedro se ha puesto en pietambién, y se le ha encarado

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contestando que se lo decía dondehiciera falta.

- ¿Y se puede saber de quéestaban hablando?

- Parece ser que Pedro le hadicho a Scandar algo acerca de laestúpida de su madre o no sé que, yeste se ha puesto hecho una furiacuando ha oído el insulto. El casoes que cuando los he visto cara acara, he intentado separarlos. Me hecolocado entre los dos, y lo únicoque he conseguido ha sido llevarmeparte del empujón que Scandar le

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ha propinado a Pedro.- ¿Te han hecho daño?- le

pregunté.- No demasiado. Lo que más

me preocupaba era verme entreesos dos muros de piedra. A sulado parecía una hormiguita, no sépara qué me he molestado ensepararlos.

- ¿Y qué ha pasado después?- Pues menos mal que en el

aula de al lado se encontrabaÁlvaro, el profesor de Química, yal oír el alboroto ha venido

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enseguida. Está claro que aquí losúnicos que parecen imponer algoson los hombres, porque por muchoque yo les decía que pararan, sólolo han hecho cuando Álvaro haentrado.

- Bueno, eso es lo de menos.Lo importante es que tú estés bien.

- Sí. Ha sido el susto más quenada- cogió un libreto y se abanicócon él para calmar el sofocón-. Yono sé qué le pasa a ese Scandar,está que salta a la más mínima.

- Hombre, si alguien llamara

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estúpida a mi madre, yo también meenfadaría- le argumenté.

No supe por qué motivo ledefendí, ya que supuestamente, a míno me afectaba lo que hiciera esechaval con su vida.

- Bueno, sí, tal vez tengasrazón. Pero no se puede ir por ahípegando a la gente por cualquiertontería. Los alumnos ya deberíanestar acostumbrados a oír insultoslos unos de los otros- replicóCristina.

No quise dar mi opinión por

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si Cristina malinterpretara mispalabras, pero a mi parecer, ese talPedro se lo tenía bien merecido porofender.

- El caso es que la directorase ha enterado del incidente, y losha mandado a los dos a su casa-prosiguió.

- Es una buena solución, asítendrán tiempo para recapacitarsobre lo que han hecho- comosiempre la directora había tomadomedidas radicales.

Durante la siguiente hora

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aparecieron por el departamentoalgunos profesores preguntando aCristina por su estado. Pensé que sele estaba dando más importancia dela que realmente tenía, al fin y alcabo, nadie había sufrido ningúndaño.

El resto de la jornadatranscurrió como siempre. A la horade la comida me reuní con Salomépara tomar algo en la cantina, yaque a ella le pillaba un poco lejosmarcharse a su casa para despuéstener que volver a la reunión que

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teníamos, me ofrecí a hacerlecompañía durante esas dos horasantes de que comenzara el claustro.

A las cuatro y media yaestaba todo el profesorado reunidoen la sala de conferencias delinstituto. No faltaba nadie, ladirectora, los jefes de estudios, elsecretario, y por supuesto losprofesores de todos losdepartamentos habían tomadoasiento mientras esperaban queDoña Maruja diera comienzo con lacharla.

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Durante unas tres horas sehabló de los nuevos alumnos quehabían sido admitidos de otroscentros, de las actividadesextraescolares planificadas para eltrimestre, de los alumnos connecesidades educativas especiales,en fin, los típicos asuntos de unclaustro.

A las siete y media se dio porconcluida la reunión, así que todoel mundo se marchó a casa. Yo mequedé un rato más en eldepartamento, quería preparar unos

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exámenes que tenía para la semanasiguiente. Sin darme cuenta se mehicieron las ocho y media, y cuandosalí del centro, había oscurecido.

La calle estaba totalmentedesierta, me resultaba bastantesiniestro no ver a nadie por losalrededores. Estaba acostumbrada aesquivar alumnos por la acera cadavez que salía del instituto, pero esanoche sólo había un coche aparcadoal otro lado de la calle.

En el interior se dibujaban lassiluetas de cuatro personas. Advertí

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que una de ellas me estabaobservando. La sombra secorrespondía con la de una chica,pues su rostro era fino, y tenía elpelo largo.

De repente las otras tresfiguras salieron del coche ycomenzaron a seguirme. Se tratabade tres chicos, calculé que tendríanentre dieciocho y veinte años.Vestían vaqueros y chaqueta, cadauna de un estilo, y su cabello estabatotalmente rapado. No reconocíninguno de los rostros, lo cual hizo

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que me inquietara más al vermesola en aquel lugar. Tampocollevaba demasiado dinero encima,pero aún así, agarré el bolsofuertemente e introduje la otra manopara sacar el móvil por si tenía quellamar a la policía. Habíaescuchado casos de mujeresatracadas o secuestradas, quegracias al teléfono habíanconseguido salvarse.

Mi coche estaba aparcado enuna calle paralela, y me llevaríaalgunos minutos llegar hasta él, así

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que intenté seguir con paso firme yno entretenerme comprobando ladistancia a la que se encontrabanlos tres chicos. Escuché conatención sus pasos acelerados,ninguno de ellos decía nada, tansólo se percibía el sonido de losautomóviles a gran distancia. Meconcentré en llegar al coche loantes posible y aligeré la marcha.

Justo al doblar la esquina medieron alcance, uno de ellos mefrenó colocándose frente a mí. Sumaliciosa sonrisa dejó entrever que

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tenía algo planeado, nada bueno,por supuesto. No pude evitarmirarle directamente a los ojosdesafiándole; aunque estabaaterrorizada, no tenía la intenciónde dejarme amedrentar.

- ¿Querías algo?- expresé convoz ronca.

Los otros dos chicos secolocaron a su lado impidiéndomeel paso, y el más alto habló.

- Hola guapa, ¿dónde vas tansola?

- A ti que te importa- notaba

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cómo la garganta se me ibasecando.

Intenté esquivarlos caminadohacia el lado contrario, peroenseguida me volvieron a detener.Esta vez fue el más bajito el que sepronunció.

- Vamos profe, sólo queremoshablar contigo- estaba claro que meconocían, pero ¿de qué?

- Sí, queríamos comentartealgo acerca de una alumna tuya-masculló el tercero.

Mi mente estaba presa del

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pánico. No encontraba salidaalguna, y nadie pasaba por aquellacalle para poder auxiliarme. Sisacaba el móvil del bolso me loarrebatarían de inmediato, así quetendría que salir de aquellasituación sin la ayuda de nadie.

- Mirad, si queréis hablarmede algo relacionado con el instituto,podéis hacerlo en las horas detutoría- me sentí ridícula alpronunciar esas palabras. Todossabíamos que no se trataba sólo deuna simple consulta.

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Comenzaron a reírse entreellos. El más alto me agarró delhombro mientras le hacía una señala sus compañeros con la cabeza.

- Vamos profesora, déjanosque te lo expliquemos ahora.

Cerré los ojos esperandocualquier cosa, ni siquiera podíarezar o pedir que me dejaranmarchar. Era tal el terror que seapoderó de mi cuerpo, que no pudeni gritar.

En ese instante una voz salióde detrás del edificio:

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- ¡Eh, vosotros!El chico dejó de apretarme el

hombro y me soltó. Entoncesentreabrí los ojos y descubrí unaesbelta figura acercarse.

- ¿Qué coño estáis haciendo?-increpó la voz.

- Joder Scandar, que sustonos has dado- dijo el chico que mehabía agarrado.

Debería haberme alegrado alescuchar su nombre, sin embargo,me alarmé aún más. Estaba claroque se conocían entre ellos, por lo

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que dudaba en si me echaría unamano, o más bien se uniría a losvándalos y me darían una palizaentre todos.

Scandar se acercósigilosamente, llevaba entre loslabios un cigarrillo que le dabacierto toque agresivo. Al llegarjunto a los otros chicos lo tiró alsuelo y soltando el humo lesadvirtió:

- Ya os podéis largar de aquí-hizo un gesto con la cabeza.

- ¿Qué? Venga hombre, estás

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de coña, ¿no?- dijo el más altoencarándose.

Scandar dirigió su miradahacia mí por primera vez desde queapareció. Seguramente se diocuenta por mi expresión de queestaba realmente asustada.

- Vamos profesora, debemarcharse a su casa- me tendió lamano ignorando a los demás.

- De eso nada- el más bajome agarró del bolso-. La profesorase queda aquí, tenemos que hablarcon ella.

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Scandar le encañonó con unamirada fría y amenazante, y sindecir nada más tiró de mí haciendoque nuestros cuerpos chocaran.Pude comprobar entonces que éltambién estaba alterado, su corazónlatía a mil por hora al igual que elmío, y su pecho desprendíaabundante calor.

- Te vas a arrepentir-arremetió uno de ellos.

No quería separarme deScandar, me coloqué justo detrásprotegiéndome con su cuerpo, y vi

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por encima de su hombro cómo lostres chicos se enfrentaban a él. Elmiedo que antes sentía por miintegridad física se fuedesvaneciendo y sorprendentementeme invadió una sensación deseguridad. Me preparé para lo quepudiera pasar, no quería queScandar se tuviera que enfrentarsólo a aquellos salvajes.

Pero nada de eso sucedió. Lachica que se había quedado en elcoche comenzó a tocar el claxon, ylos tres chavales obedecieron a su

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llamamiento.- Esto no va a quedar así- le

amenazó el más bajito.Scandar ni siquiera se

molestó en contestarle. Les siguiócon la mirada imperturbable hastaque se metieron en el interior delcoche y se marcharon.

En ese momento pude respirartranquila. Scandar se giró hacia míy preguntó:

- ¿Se encuentra bienprofesora?

- Creo que sí, menudo susto

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me he llevado- me temblaba la voz.- No se preocupe, ya se han

marchado- sonrió.- Menos mal que has

aparecido. No sé qué habría pasadosi… Entonces Scandar me cogió dela mano y se la llevó al pecho.

- Yo también estaba nervioso.No crea que es fácil hacer de durotodos los días.

Consiguió sacarme unasonrisa a pesar de que aún metemblaban las piernas. Aunque me

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sentía profundamente aliviada,aparté la mano de su pecho algoruborizada por la situación.

- ¿Quiere que le acompañe?-se ofreció.

- ¿Qué? ¿Dónde? Ah, ¿terefieres a mi coche?- no habíaduda, estaba más nerviosa de lonormal.

- Claro, ¿dónde si no?- No gracias. Bueno, ya ha

pasado todo, así que imagino queno me tienes que proteger más-intenté bromear mientras estudiaba

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su rostro en la oscuridad.Entonces él me ofreció su

mejor sonrisa.- Puedes tutearme, después de

lo que acabamos de vivir, creo queya hay confianza- le propuse.

- Bien, así lo haré. Si nonecesitas nada más, entonces hastamañana- hizo una leve inclinacióncon la cabeza.

- Sí, claro. Eso… pues…hasta mañana- no entendía por quéno me salían las palabras confluidez.

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- ¿Profesora?Volví a mirarle y mi corazón

se detuvo cuando su perfecto rostrose inclinó hacia el mío.

- Buenas noches- me susurró.Observé aún aturdida y

paralizada cómo se dirigía hacia sumoto. Se colocó el casco dejandoentrever sus ojos oscuros, y arrancócon un estrepitoso ruido. El sonidodel motor se fue alejando poco apoco y su figura desapareció en lanoche como si fuera parte de ella.Entonces reaccioné, saqué las

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llaves del coche, y me introduje lomás rápido posible en su interior.Ansiaba salir de aquel tétrico lugarcuanto antes.

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Martes, 15 de Octubre

Pasé una noche fatal. Cadavez que cerraba los ojos veía a esostres gamberros acercarse a mídesafiantes. No sé qué habríapasado si Scandar no llega a

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aparecer en aquel momento paraecharme una mano. Pero lo que enrealidad me desveló del sueño, fuela identidad oculta de la chica quepermaneció en el interior del cochedurante el altercado. Mis conjeturasapuntaban a que Rebeca había sidola causante del encontronazo,después de lo sucedido en elinstituto, no me quedaba otrasospecha. En cualquier casorecordé que no era la primera vezque cometía un error al culpar aalguien, así que decidí no juzgar a

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nadie y olvidarme de la historia.Al llegar al instituto, pasé por

el departamento de orientación,quería preguntarle a Silvia algunascuestiones acerca de Scandar.Aquel chico me libró la nocheanterior de ser apaleada frente alinstituto, y me sentía en laobligación de devolverle el favorde algún modo.

- Buenos días Silvia, ¿estásocupada?- pregunté desde la puerta.

- No, pasa. Sólo estabatomando unas notas, pero puedo

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dejarlas para más tarde.Entré en la sala y tomé

asiento frente a ella.- Perdona que te moleste de

nuevo con más preguntas, pero quería consultarte algo acerca deotro alumno.

- ¡Uy mujer! Para esoestamos, puedes hacerme todas laspreguntas que necesites.

- Bueno, se trata de un alumnode último curso, Scandar. No esalumno mío, pero me gustaría saberalgo más acerca de él.

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- ¿Qué quieres saber enconcreto?- preguntó.

- Bueno…, quisiera conocerun poquito más a fondo su perfil,sus hábitos, sus calificacionesescolares, su familia…, ya sabes.

- Verás, en lo que se refiere asus hábitos, te puedo adelantar quese pasa las tardes entrenándose enel gimnasio. Todo el mundo losabe, porque el chaval presume deello. Tiene fama de ser un líderentre sus compañeros, nadie semete con él porque el muchacho

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impone, y parece que algunosalumnos le tienen cierto temor.

De que el chico era sólido yentero, ya me había dado cuenta,sobre todo la noche anterior en laque me tuve que refugiar tras suatlética espalda.

- En cuanto a suscalificaciones- prosiguió-, déjameque las busque en su expediente,pero te puedo asegurar que bajómucho su nivel desde hace un añomás o menos.

Silvia se dirigió hacia un

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armario donde guardaba una seriede archivos clasificados por cursoescolar. Cogió el último de ellosque correspondía con el añoanterior, y lo abrió por el grupo deprimero de Bachillerato. Allí seencontraban todos los expedientesde los alumnos que habíanestudiado en ese periodo.

Sacó la ficha de Scandar y lacolocó sobre la mesa. Tras hacer unbreve repaso me comentó:

- Fíjate en la diferencia tanabismal entre el primer trimestre y

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los dos últimos- me señaló con eldedo apuntando a sus notas.

Comprobé que lascalificaciones finales no separecían en absoluto con las deprincipio de curso. Había dado unbajón en las notas importante.

- ¿A qué se debe este cambiotan drástico?- quise saber.

- No estamos seguros. Ahídonde lo ves Scandar es un chicoque guarda su intimidad bajo llave.Es muy difícil hablar con él porquenunca cuenta nada de su vida fuera

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del centro. Pero por loscomentarios que oímos de otrosalumnos, parece que su cambio vinoa raíz de un tema familiar.

- ¿A qué te refieres?- Verás, sabemos que el padre

de Scandar falleció cuando él eratan sólo un niño. Su madre lo sacóadelante, y se preocupó mucho desu educación, de hecho, él ha sidosiempre un chico ejemplar y muybuen estudiante. Pero ella se volvióa casar hace un par de años conotro hombre, y a raíz de ahí, la

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actitud del chico comenzó adesmejorar.

- ¿Tal vez no aceptó la nuevarelación de su madre?

- Posiblemente. El caso esque desde entonces se ha vueltomuy susceptible y lo resuelve todoa base de golpes. A parte, comopuedes comprobar, suscalificaciones han decaídoconsiderablemente, y no estudia loque debería.

- Vaya, es una pena.- Desde luego. Si este

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muchacho no se pone las pilas noacabará el curso escolar, y esrealmente un desperdicio, porque esun chaval muy inteligente.

Me quedé un rato pensativa.¿Por qué habría dado un cambio tandrástico en su expediente y en suactitud? Supuse que el principalmotivo había sido el nuevomatrimonio de su madre, pero noconsideré que fuera excusasuficiente como para abandonarseen ese sentido. Por otro lado, sehabía mostrado muy protector

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cuando me auxilió de los vándalos,así que imaginé que detrás de todoaquello debía haber algo más.

- ¿Has intentado hablar con élsobre este asunto?- le pregunté.

- Sí, claro. Pero ya te hedicho que siempre intenta desviar laconversación; no quiere hablar desu padrastro, y se excusa diciendoque simplemente, no le gustaestudiar.

- Tal vez se sienteincomprendido. Si no tiene a nadiecon quien desahogarse…

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- Bueno, Scandar tiene unhermanito pequeño. Su madre lotuvo poco antes de casarse con esehombre, y por lo que tengoentendido, Scandar lo adora.

- Entonces no veo dónde estáel problema.

El timbre anunciando elcambio de clase sonóinterrumpiendo nuestraconversación. Decidí pasarme porel aula del chaval para hablar conél, y darle las gracias por suintervención la noche anterior. Me

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despedí de Silvia agradeciéndolesu tiempo y salí de la sala.

Cuando llegué a la clase deScandar, lo encontré junto a lapuerta hablando con otras doschicas. Estaba apoyado sobre lapared con los brazos cruzados,mientras sus compañeras loacordonaban para contarle algo. Alverme aparecer por el pasillo seirguió y dejó de prestarles atención.Las otras dos muchachas seguíancharloteando sin darse cuenta deque él no les estaba prestando

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atención, entonces se apartó deellas y se dirigió hacia mí. Laschicas se quedaron boquiabiertascontemplando cómo Scandar lesdejaba en mitad de la conversaciónsin más, probablementepreguntándose qué mosca le habríapicado.

Los alumnos fueronintroduciéndose en sus respectivasaulas conforme llegaban losprofesores, y Scandar y yo nosquedamos a solas en el pasillo.

- ¿Puedo hablar contigo un

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minuto?- pregunté algo tímida antesu inquebrantable mirada.

- Sí, claro. Todo el tiempoque necesites, profesora- contestósonriente, seguro de sí mismo.Parecía sentirse orgulloso de lo quehabía hecho la noche anterior.

- Verás, quería darte lasgracias por lo de ayer.

- Ya lo hiciste.- ¿El qué?- pregunté perdida.- Las gracias- aclaró-. Ya me

las diste anoche, ¿no te acuerdas?- ¡Ah! Bueno…, claro…,

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también quería decirte que si hayalgo en lo que pueda ayudarte, nodudes en pedírmelo- le ofrecí-. Tedebo un favor.

- ¡Mmm!- se llevó la mano ala barbilla pensativo-. Pues ahoraque lo dices, no me vendrían malunas clases particulares.

Me quedé atónita al oír surápida respuesta. No sabía si loestaba diciendo en serio, o sólo erauna broma para vacilarme.

- ¿De verdad quieres clasesparticulares?- pregunté incrédula.

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- Pues sí. Últimamente misnotas han bajado mucho y no mevendría mal una ayuda extra,sobretodo viniendo de unaprofesora tan guapa como tú- meguiñó un ojo.

Viendo su descaro, llegué a laconclusión de que estaba de guasa,y eso hizo que me irritara.

- Sí bueno. Pues nada, sinecesitas algo en serio me lo dices-di media vuelta para marcharme.

- ¡Espera!- me sujetó delbrazo-. Perdona, no pretendía

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molestarte.Me giré de nuevo para

escucharle. Otra vez observé en surostro esa inocente sonrisa con laque se disculpó la primera vez.

- En serio, me encantaría queme echaras una mano con algunasasignaturas. Éste es mi último cursoy la verdad es que voy de culo.- cuando él mismo utilizó esaexpresión, intentó corregirla al vermi poca aceptación por laspalabras- .Vamos, que he empezadomuy mal el año.

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- ¿Crees que puedes cambiary ser constante con el trabajo? Nome apetece perder el tiempo conalguien a quien no le interesan losestudios- le tanteé.

- Bueno, te prometo que lointentaré.

Recapacité en elplanteamiento. En cierto modo setrataba del mismo objetivo quepretendía con Rebeca, sólo que eneste caso, era él el que me lo habíapropuesto. No me pareció tan malaidea si realmente tenía interés por

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sacar sus estudios adelante, perotenía que ser cautelosa. Lerespondí:

- Está bien, pero tendrás queseguir mis instrucciones y trabajarduro.

- Lo que tú digas jefa- dijollevándose la mano a la sien comosi de una orden militar se tratara.

- Bien, pues dame ladirección de tu casa y la semanaque viene comenzaremos con lasclases.

En ese instante su semblante

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se tornó serio.- Si no te importa, sería mejor

que yo fuera a la tuya. En mi casahay mucho jaleo con mi hermanopequeño, y no nos dejaráconcentrarnos- se excusó.

No es que me hiciera especialilusión que un alumno se plantara enmi apartamento, pero consideréque, dadas las circunstancias, podría hacer una excepción.

- Está bien, aquí tienes midirección- saqué un trozo de papelde la carpeta y escribí el nombre de

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la calle junto con mi número deteléfono-. Si tienes alguna duda ono puedes venir, llámame paraavisar.

Cogió el papel con sus firmesdedos, y lo dobló introduciéndoseloen el bolsillo de los vaqueros.

- Muchas gracias profesora,no se arrepentirá- su voz denotabasatisfacción.

Contenta de haber llegado aun acuerdo con Scandar, volví a mitrabajo. En cierta manera me sentíafeliz por aprovechar mis

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capacidades como profesora anteun alumno al que, si se esforzaba,creía capaz de responder. Además,se lo debía después de lo que habíahecho por mí, y aunque me aterrabareconocerlo, algo dentro de míesperaba con ilusión la llegada deaquellas clases.

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Lunes, 21 de Octubre

No volví a cruzar palabra conScandar durante el resto de lasemana, tan sólo le vi un par deveces por el instituto pero nollegamos a concretar el día paraempezar con las clases particulares.Pensé en confirmar esa mismamañana una cita para la tarde, yaque estaba libre para dedicarletiempo al chaval. No tuve queesperar demasiado, mientrascorregía unos exámenes en el

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departamento llamaron a la puerta:- Adelante- contesté al oír los

golpes.- Buenos días profesora-

entró él saludando con una sonrisamañanera.

- ¡Qué casualidad!,precisamente estaba pensando en ti-al escuchar mis propias palabras,me di cuenta de que las habíainterpretado de modo distinto al quepretendía.

Viendo que la sonrisa de sucara aumentaba, quise aclararlo.

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- ¡Ejem! Me refiero a queestaba pensando en hablar contigopara confirmar las clases.

- Sí, claro. Para eso hevenido precisamente- contestó.

- Bien, pues en ese caso ¿teparece bien si nos vemos esta tardea las seis en mi casa?

- Genial. Allí me tendrás-contestó con un giño de ojo.

En ese momento se hizo unsilencio en la habitación, ningunode los dos dijo nada mientras nosmirábamos como pasmarotes. Me

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fijé entonces en que Scandarllevaba una camiseta ajustada,dejando entrever sus fuertes brazos.Sus pantalones también eranceñidos, lo que me pareció muchomás estiloso que esa absurda modade algunos chicos por enseñar lamarca de los calzoncillos, conpantalones anchos y semi caídos.Me ponía de los nervios cada vezque alguno de ellos salía a lapizarra para corregir problemas; sepasaban el rato sujetándose lospantalones para que no se les

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cayeran, en lugar de centrarse enlos ejercicios.

- Bien…- dije al fin presa dela incomodidad por el silencio.

- Vale- añadió con su miradacómplice.

- Pues… hasta esta tarde- nosabía a qué estaba esperando paramarcharse.

- Sí. Hasta luego entoncesprofesora- se despidió al finllevándose consigo su buen humor.

Lo vi cerrar la puerta tras desí y me quedé pensativa. «Parezco

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tonta», me dije. «Espero que no sehaya dado cuenta de que le he hechouna radiografía de arriba abajo conlos ojos», pensé. En la hora de recreo fui a lacantina para tomar un café ydespejarme. Allí encontré aCristina y Rodrigo charlandodistraídos en la mesa del fondo. Alverme llegar Cristina me hizo unaseñal con la mano para que meacercara. - Hola chicos, os veo muyanimados, ¿de qué habláis?- quise

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indagar. - Rodrigo me estabacomentando que esta tarderepresentan una obra de teatro en elRomea. Se trata de una comedia, yestamos pensando en ir juntos averla. ¿Te apetece venir?- preguntómirando a Rodrigo en señal deaprobación. - ¿Esta tarde? No, lo siento.Tengo otros compromisos- creíoportuno no dar explicaciones demis planes por el momento. Cristina no sabía nada de las

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clases particulares con Scandar.Quería esperar unos días antes dedecírselo, ya que podía pensar queera una locura, después delaltercado que tuvieron en su clase. - Es una pena que no puedasvenir- lamentó Rodrigoaparentemente decepcionado. - Si. Tal vez otro día- dijearqueando los hombros. Sin duda alguna, me apetecíamucho salir con él. Lo pasé muybien la noche que coincidimos en elbar, pero no podía faltar a mi

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compromiso, y menos el primer día. Al llegar a casa me dispuse aordenar algunas cosas antes de quellegara Scandar, llevaba tanta prisapor las mañanas, que dejaba sinrecoger los restos del desayuno.Estiré la colcha de la cama y limpiéla mesa del comedor para podertrabajar allí. Barrí la cocinadespués de comer y rocié la casacon un suave ambientador, megustaba tenerlo todo ordenado,sobre todo si iba a recibir visita. Mientras esperaba, cogí un

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libro que me había prestado mihermano y me acoplé en el sofá. Elargumento era tan interesante, quecuando me di cuenta, ya eran lasseis menos cuarto. No quería queScandar pensara que lo estabaesperando ansiosa, así que encendíla televisión para que cuandollegara, se imaginara que estabaocupada con otras cosas. Volví a mirar el reloj quetenía colgado en la pared. Era unapieza antigua que perteneció a miabuela, y mi madre me lo regaló

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con motivo de mi graduaciónuniversitaria. Lo guardaba concariño, pues me recordaba a miniñez, y a cuando iba a visitar a misabuelos en su casa de campo. Cadavez que el reloj daba la hora,sonaban unas estrepitosascampanadas que se podían oírdesde el exterior de la casa.Aunque los timbrazos ya no seescuchaban desde hacía un tiempo,aún seguía funcionando elmecanismo del reloj. Las seis y cinco…, las seis y

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diez…, comencé a impacientarme.Habíamos quedado a las seis enpunto y tenía todos los librospreparados sobre la mesa. Inclusohabía colocado un ramillete en elcentro para darle un toque de color.Empecé a pasear inquieta de unlado a otro del salón, sin apartar lavista del minutero del reloj. Por fin, a las seis y veintesonó el timbre de casa. Ni siquierapregunté quién era, abrí la puerta deinmediato esperando encontrarle aél.

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Allí estaba, de pie, sereno,sonriente. Vestía una sudadera grisy sus estilosos vaqueros ajustados.Se había cambiado de ropa, yademás llevaba el pelo mojado, locual indicaba que también se habíaaseado antes de venir. Portaba entresus manos los libros dematemáticas y alguna carpeta. Leinvité a pasar. - ¿Qué tal profesora?- saludócon su voz ronca. - Creí que ya no venías- lerecriminé con una sonrisa forzada.

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- Sí, bueno…, supongo quetenía que haber llamado. Es que nohe podido salir de casa hasta quemi madre no ha llegado para cuidarde mi hermano. - Está bien, no pasa nada, almenos has venido- me daba lasensación de que se trataba de unaexcusa, y que no quería admitir quese había pasado las horas frente alespejo del baño. Estudió la entrada condescaro y se adentró en el salón sinesperar a que le invitara.

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- Menuda chocita tienes- dijomientras tomaba asiento-. Muypropia de una chica soltera. La afirmación me sorprendió. - ¿Por qué dices eso? - Está claro que no tieneshijos. Lo sé porque en mi casa hayjuguetes del enano por todos lados-eso tenía sentido-. Por otra parte, lacasa está muy ordenada y huele muybien, lo que me lleva a afirmar queno vive ningún hombre aquí. - ¿Me estás diciendo que loschicos oléis mal?

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- No, sólo pretendosonsacarte si tienes novio. Su atrevido comentario meruborizó. La sinceridad de suspensamientos llegaba a serinsultantemente descarada. Porsupuesto no pensaba darle ningunapista. - Te equivocas. Además, mivida privada no te interesa.Centrémonos en lo que has venido ahacer- dije seria. Abrí el libro por la unidaddos, mientras observaba por el

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rabillo del ojo cómo abría el suyosin borrar su pícara sonrisa. El resto de la hora se hizomuy corta. Repasamos los temasque había dado en clase conCristina, y resolvimos las dudasque tenía sobre algunos problemas.Scandar se mantuvo concentradodurante toda la clase, y para misorpresa, demostró un gran interéspor la asignatura. Yo, por el contrario, estabaalgo distraída. Al tenerlo sentadotan cerca, podía oler su masculina

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fragancia, y viéndolo allí, centradoen sus tareas, me pareció de lo másinteresante. Como bien dijo Silvia,Scandar era un chico inteligente,resolvió todos los ejercicios sinproblema una vez que se los habíaexplicado. Era sólo cuestión deconcentración, no me pareció quetuviera dificultades para entender loque le decía, por eso no acababa deentender por qué no habíaaprovechado sus capacidades en elinstituto. Tras finalizar las actividades,

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nos tomamos un pequeño respiro.No parecía tener prisa pormarcharse y se acomodó en la sillaesperando algún tipo deconversación. Me levanté delasiento y le ofrecí algo de beber. - ¿Te apetece un refresco? - No gracias, es pronto parabeber- bromeó. Por su expresión sabía que nohablaba en serio, pero por si acasole aclaré: - No te estoy ofreciendoalcohol, sólo algo para refrescarte.

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- Ya lo sé- se levantó de lasilla y se acercó a mi-. Meencantaría quedarme un rato más,pero toca gimnasio. - Claro. Hay que estar fuertepara gustar a las nenas- dije en tonosarcástico. - Bueno, eso también-replicó-. Pero sobretodo hay queestar preparado por si algún díatienes que sacar a alguien de unapuro. En eso tenía razón, si no llegaa ser un chaval tan fuerte y atrevido,

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seguramente me habrían hinchado apalos. - En fin, debo marcharme.Gracias por la lección, ha sidointeresante. - De nada. Te debía una. ¿Nosvemos el miércoles a la mismahora?- necesitaba saber si lo de“interesante” lo había dicho enserio, o sólo por compromiso.Además su compañía me habíagustado y quería volver a repetir laexperiencia. - Claro. Aquí estaré- y con

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una inclinación de cabeza sedespidió. Al cerrar la puerta tras de sí,no pude evitar sonreír alcontemplarme satisfecha porecharle una mano, me sentíarealizada como profesora. Volví aencender la televisión, y, aunque mepasé más de una hora mirando lapantalla, no me enteré de nada de loque se decía. Mi mente vagaba porotro lugar.

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Jueves, 7 de Noviembre

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Habían pasado más de dossemanas desde que Scandar y yonos reuníamos un par de veces porsemana para repasar los temas yresolver dudas. Además de lasmatemáticas, le ayudaba conalgunos puntos importantes de físicay química y entre los dos,aclarábamos ciertos aspectos de lagramática inglesa. Se había tomadomuy en serio las clases, trabajabaduro y además, siempre llegabapuntual.

Al final comenté con Cristina

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las lecciones extra que Scandarestaba recibiendo por mi parte, y apesar de preocuparse en unprincipio por el carácter conflictivode él, me felicitó por mi esfuerzodesinteresado. También meconfirmó que había notado ciertamejoría en él desde hacía unos días,no sólo en su trabajo, sino tambiénen su comportamiento.

Por mi parte, yo seguíacombinando las clases particularescon la programación de losdistintos cursos. Para mi sorpresa, y

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por algún motivo que desconocía,Rebeca también cambió sucomportamiento de forma repentina.Dejó de intentar llamar la atenciónen todo momento, e incluso sutrabajo en el aula mejorólevemente. Fui consciente de que lachica no me dirigía la palabra ni tansiquiera me miraba en clase; tansólo se dedicaba a tomar apuntes, ysi tenía alguna duda, se la planteabaa alguno de sus compañeros.Aquella situación no me molestó,siempre y cuando se mantuviera

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callada y no retrasara el ritmo de lalección con sus ganas de alborotar,por mí podía no volver a hablarmeel resto del curso.

Acababa de terminar la clasecon el grupo de primero cuando eltimbre sonó indicando la hora derecreo, todos salieron velozmentedel aula. Antes de marcharme measomé por la ventana paracomprobar si las nubes que habíavisto por la mañana se habíandisipado. El cielo estabaparcialmente cubierto, propio en

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aquella época del año, pero calculéque me daría tiempo de llegar acasa antes de que empezara allover.

Observé al otro lado del patioun grupo de alumnos formando uncírculo. Se hallaban rodeando aotros dos más altos, que por susrápidos y amenazantes movimientosde manos, parecían estardiscutiendo. Enfoqué la visión y porun instante me pareció advertir queuno de aquellos muchachos eraScandar. Quise asegurarme de que

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mi vista no me engañaba y meaproximé a otra ventana desdedonde la visión era más clara.Comprobé que efectivamente setrataba de él. No dudé ni unsegundo en soltar mis cosas sobrela mesa, y me apresuré en salir deallí para averiguar lo que estabasucediendo.

Al llegar al exterior, elcírculo de personas que los rodeabase había multiplicado. Los gritos delos estudiantes animando a uno uotro bando eran ensordecedores.

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Intenté adentrarme entre la multitudllevándome algún que otroempujón, y tardé unos segundos enllegar al centro. Encontré a Scandary al otro estudiante discutiendo yencarándose. En sus ojos sereflejaba un profundo odio, y ambosapretaban sus mandíbulas confuerza. Nadie hacía nada pordetenerlos. Todo lo contrario, elresto de los alumnos los animabanpara que comenzaran a pegarse.

- ¡Basta ya!- grité con todasmis fuerzas sin resultado alguno.

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Mi voz sonaba insignificanteante los estridentes rugidos de losestudiantes. Por mucho que gritaranadie me hacía caso, y pensé que laúnica solución sería interponermeentre aquellos dos cuerposrobustos, aún arriesgándome a serapaleada y pisoteada por ambos.

Por fin había conseguidosacar algo positivo de Scandar losdías anteriores, y ahora iba a tirarlotodo por la borda, por una simplediscusión con un compañero. Noestaba dispuesta a que la cosa fuera

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a más, tensé los músculos de micuerpo y me coloqué entre los dosjóvenes dándole la espalda a sucontrincante.

- Vamos Scandar, déjalo ya-le supliqué colocando mis manossobre su pecho rígido.

Estaba fuera de sí. Nisiquiera se percató de mi presencia,y soltó un “eres un cabrón” al otrochico. De repente, me viaprisionada por ambos cuerpos, seagarraron del cuello el uno al otrocon tanta fuerza que no pude mover

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ni un dedo, me costaba inclusorespirar.

- ¡Basta, parad ya!- conseguígritar en un momento dedesesperación.

Entre chillidos e insultospude percibir algunas risas. Sinduda alguna los alumnos me vieronallí atrapada, y sin poderdeshacerme de las garras de los doschavales, motivo suficiente paradespertar algunas carcajadas entreellos. Finalmente sentí cómo loscuerpos de Scandar y su

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contrincante se separaban de golpe,haciendo que me desplomara en elsuelo.

Entonces se hizo un silencio.Todos los estudiantes, incluidosScandar y el otro chico, meobservaban perplejos. No quería niimaginar la visión que tendrían demí allí tirada en el suelo, sucia porel polvo. Me incorporé de golpeignorando el dolor que sentía en eltrasero, y agarré a Scandar delbrazo tirando de él para escapar dela multitud. Mi rostro escupía una

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acumulación de sentimientos, entrefuria y bochorno. Ningún alumno seatrevió a hacer ningún comentario,tan sólo nos dejaron el camino librepara que pudiese salir.

Scandar se dejó arrastrar ynos dirigimos en silencio al aula enla que había estado antes depresenciar el altercado. Cerré lapuerta de golpe presa del enfado.Notaba el pulso acelerado por losnervios, y sin embargo, la posturade Scandar se había vueltodespreocupada. Cruzó los brazos

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sobre el pecho, y se dejó caer sobreuna silla mientras esperaba a queme pronunciara.

Quería calmarme, pero mivoz sonaba ansiosa:

- ¿Estás loco?- le acusé-. Estatontería puede llevarte a laexpulsión definitiva del centro.

No decía nada. Tan sólo memiraba serio.

- ¿No tienes nada que contar?- mi voz seguía sonandoamenazadora-. Esto me pasa por seruna idiota- me llevé la mano a la

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cabeza apartándome el flequillo.Tomé aire profundamente

para tranquilizarme. No queríarendirme tan fácilmente e intentéhablarle en otro tono.

- ¿A caso quieres echar tuvida a perder?- le reproché.

Él seguía allí sin moverse.Esta vez apartó su mirada de la míadirigiéndola hacia la ventana.

- Escucha Scandar. Sóloquiero ayudarte, por favor, dime¿qué es lo que ha pasado?- meacerqué intentando que se sintiera

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comprendido.- ¡Qué ese tío es un gilipollas!Y sin dar más explicaciones,

se levantó y salió del aula dando unportazo.

Me apoyé sobre la mesa alsentir que mis piernas flaqueaban.Pensé que había sido una estúpidapor no tratar el tema con másdelicadeza, pero me había puestorealmente nerviosa al pensar quepodrían haberlo expulsado delinstituto. No dejaba de repetirmeuna y otra vez “eres una estúpida,

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eres una estúpida” mientras megolpeaba la frente con la mano.

En ese momento pasó pordelante de la puerta Rodrigo. Mevio allí sentada sobre la mesa conlas manos apoyadas sobre la cabezay no dudó en entrar parapreguntarme:

- ¿Estás bien?Me sobresalté al oír su voz.- Sí, claro. Sólo me duele un

poco la cabeza- me excusé.- ¿Quieres que te traiga algo

para el dolor?- se ofreció

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preocupado.- No, gracias. Creo que voy a

marcharme ya a casa.Tras decidir renunciar a una

charla con Rodrigo, cogí mis cosasy salí del aula dejándole atrás.Supuse que debía darle algunaexplicación a mi compañero, no semerecía que le ignorara de aquellamanera después de mostrarme suafecto. Pero mi enojo estabademasiado fresco y no tenía humorpara hablar con nadie. Quizápudiera hacerlo por la mañana, o al

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día siguiente, una vez estuviera encondiciones de serenarme.Justifiqué mi ausencia declarandoque no me encontraba bien, y fui acasa para no salir de allí por elresto del día.

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Viernes, 8 de Noviembre

Toc, toc. Llamaron con ungolpe suave a la puerta deldepartamento.

- Adelante- contesté.Rodrigo apareció mostrando

su dulce sonrisa.- ¿Por qué llamas a la puerta?

Este es también es tu departamento-comenté extrañada.

- Sí, bueno. Como ayer te

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marchaste tan enfadada, no sabíasi…

Se quedó tenso esperando enla puerta a que dijera algo. Quisoser precavido para no molestarmedespués de mi inexplicablereacción del día anterior, del cualno me sentía orgullosaprecisamente. Le debía unadisculpa.

- Perdona, no sé que me pasó.Debes estar enfadado conmigo- dijearqueando las cejas.

- No mujer. Si es que no sabía

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qué te pasaba, tal vez llegué en malmomento.

- Lo que ocurre es que estabaun poco descolocada, en serio, notengo excusa. Perdóname por habersido tan grosera.

Entonces entró en la sala ytomó asiento junto a mí.

- No hay nada que perdonar.Si necesitas hablar de algo, sabesque puedes contar conmigo- ya másrelajado me acarició la mejilla consu cálida mano en señal de apoyo.

La noche anterior no había

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podido dormir. Seguía disgustadapor lo sucedido con Scandar. Esechico iba a volverme loca; primerose enfrentaba a mí en clase, y luegome pedía disculpas; días despuéstenía una bronca con el tal Pedro enel aula de Cristina, y a continuaciónaparece de la nada como un héroeauxiliándome de aquellos salvajes;y para rematar la situación, se meteen una pelea delante de todo elalumnado, y ni siquiera se digna ahablar conmigo para darme unaexplicación. Mis pensamientos, por

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suerte o por desgracia, estaban totalmente confundidos y centradosen Scandar, y no era mi intencióninvolucrar a Rodrigo en misproblemas.

- Gracias por tu apoyo, perono tienes por qué preocuparte, ya seme ha pasado- con una leve sonrisale correspondí acariciándole lamano.

- Ya sabes que puedes contarconmigo más allá del trabajo- suvoz se tornó seria-. También megustaría que me considerases un

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buen amigo.Empecé a sospechar que bajo

las palabras de Rodrigo había algomás que una simple amistad.Siempre se mostraba amable ycordial, y sentía que mis problemasle preocupaban más de lo debido,lo cual me llevó a la conclusión deque tal vez, me viera como algomás que una compañera. Eraconsciente de que Rodrigo teníatodo lo que una mujer podría desearen un hombre, era guapo, atento,inteligente, y además, su

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comportamiento era exquisitamentecorrecto, pero por alguna razón,aquello no era suficiente para mí.

Empezó a acercar su rostropoco a poco al mío con evidentesintenciones de besarme, pero alverme con los ojos abiertos comoplatos se recolocó en su silla. Nosupe qué decir hasta que me soltóde la mano y se levantó del asientocon síntomas de decepción.

- Oye Rodrigo- necesitabatiempo para pensar, no quería quese marchase abatido-. Gracias, de

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verdad.- Está bien- suspiró

cabizbajo-. Nos vemos por aquí.Al abrir la puerta para salir

del departamento, se cruzó conScandar. Observé cómo su miradase había tornado humilde y serenamientras se saludaban el uno alotro. Empecé a escribir notas sinsentido sobre un folio para nomostrar la tensión que guardaba, noquería que se percatara de miestado de nervios. Entró sin pedirpermiso, y cerró la puerta con

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suavidad. Llevaba la mochilacolgada de un solo hombro, y surostro mostraba arrepentimiento (noera la primera vez que veía esaexpresión en su cara). Fijé la vistaen el papel intentando ignorarle.Después de lo que había sucedido,no tenía claro si quería hablar conél.

- Buenos días profesora-saludó con voz suave.

Seguí garabateando sinapartar la vista de la hoja. Al norecibir respuesta por mi parte

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continuó:- Profesora, sólo he venido un

momento para pedirte disculpas pormi mal comportamiento de ayer-parecía ansioso por obtener unacontestación.

Su arrepentimiento me llevó arecordar a mi madre cuando meaconsejaba que no me dejaramanejar por las amigas; y es quecuando nos enfadábamos por algunatontería, yo era la que volvía allamarles al día siguiente como sino pasara nada. También me decía

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que no tenía ser rencorosa con laspersonas se mostraban arrepentidas,y debía darles una segundaoportunidad cuando sus disculpasfueran sinceras.

Algo parecido sucedía conScandar. Me había decepcionado envarias ocasiones, y sin embargo, nopodía enfadarme cuando me mirabacon esos ojos inocentes yembriagadores a la vez. Acabérindiéndome ante sus palabras,cerré los ojos por un segundo y dejécaer el bolígrafo en la mesa,

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girándome sobre la silla paramirarle de frente.

- ¿Y cuánto tiempo crees quevas a aguantar sin meterte en máslíos?- pregunté mostrando midecepción.

- No profesora. Te prometoque no volveré a pelearme connadie- aseguró llevándose la manoal pecho-. He hablado con Pedro ylo hemos aclarado todo, de verdad,no volverá a pasar.

Suspiré profundamentecansada de oír escusas, pero mi

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debilidad por él era más fuerte quela razón.

- Además, mi madre me hapedido que te invite a casa a comerla semana que viene, paraagradecerte por todo el esfuerzoque estás haciendo por mí.

Aquello me descuadró porcompleto. Conocía la imperiosacontundencia de Scandar porsalvaguardar su intimidad, Silvia yame había advertido sobre ello conanterioridad. Y nunca me vi conderecho a escarbar en sus orígenes,

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tal vez por miedo a que se sintieratraicionado por mi parte. Por eso,aquella muestra de confianza yamistad me sorprendió gratamente.

Utilizó su perfecta sonrisa deforma picarona para hacerme reír,consiguiendo que olvidara porcompleto todo el asunto, y lecontesté:

- Está bien. Damos porzanjado este tema- me levanté de lasilla y me acerque a él para darleun suave tirón de orejas-. Pero queno vuelva a pasar, ¿eh?

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- Tienes mi palabra- measeguró.

Tras un breve silencio lepregunté por qué motivo habíadecidido invitarme a su casa.

- Verás, mi madre se empeñaen que vengas a comer, quiereconocer a la profesora que me estáayudando a sacar esto adelante-dijo señalando sus libros.- Yasabes cómo son las madres, noaceptan un “no” por respuesta.

- ¡Ah!- me decepcioné unpoco al ver que la insistencia había

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sido por parte de la madre, y noporque a él le hiciera especialilusión.- La verdad es que tengomucho que hacer, no sé si me va aser posible ir- mentí.

- Lo entiendo. No pasa nada,le diré a mi madre que estás liada-respondió arqueando los hombros.

- Quizá en otro momento-volví a tomar asiento para continuarcon mi falso garabateo sobre elpapel.

Se dio media vuelta paramarcharse, pero por un instante no

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se movió de su sitio. Esperaba quesaliera del departamento, pero no lohizo. Se volvió y me dijo:

- La verdad profesora es quea mi madre le haría mucha ilusiónque vinieras a casa.

- ¿A tu madre?- no queríaandarme con rodeos-. ¿Y qué medices de ti?

- Bueno, a mí también mehace ilusión. Lo que pasa es que nosé si te va a gustar…

Por fin entendí su reacción.¿Cómo no me había dado cuenta?

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Cualquier chico de su edad sesentiría cohibido si una profesorafuese a su casa a conocer a toda lafamilia. Pensé que tal vez seavergonzara por tener un hogarhumilde, o por el desordenacumulado del padre, o por laconstante insistencia de la madrepor echar más comida en el plato.

Nada de eso podríaimportarme, y quería que él losupiera.

- No preocupes. Si tu madreha dicho que vaya, pues yo voy, no

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hay más que hablar.De nuevo sonrió, aunque esta

vez parecía un tanto forzado, o talvez temeroso. En cualquier caso amí me hacía especial ilusiónconocer a su familia, y hablarles delo inteligente que era su hijo y delas posibilidades que podría teneren el futuro.

- De acuerdo profesora,espero que no te lleves unadecepción- se sinceró al final.

- Está bien. ¿Cuándo decíasque era la comida?

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- La semana que viene, tal vezel viernes, después de clase.

- Bien, en ese caso nos vemosel lunes para estudiar, y allí meconfirmas lo del viernes.

- Gracias profesora.- De nada.Agarró su mochila, y salió del

departamento feliz, dejando atrás superfume.

Cuando cerró la puerta nopude evitar inspirar profundamentepara que la fragancia se propagarapor todos mis sentidos. Era

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realmente masculina y dulce a lavez.

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Viernes, 15 de Noviembre

- ¿Estas lista?- preguntóScandar mientras abría la puerta deldepartamento.

- Sólo un segundo, déjamecoger mis cosas y nos vamos.

Tras una semana de trabajointenso, llegó el día de la comida encasa de Scandar. Nos habíamoscitado en el departamento dematemáticas al finalizar las clases,y vino a buscarme a los pocosminutos de sonar el timbre. No

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quería que nadie nos viera salirjuntos, consideré oportuno evitar enlo posible las habladurías entrealumnos y profesores, así quecuando vino a recogerme, tardé másde lo habitual en guardar mis cosas.Mi intención era abandonar elcentro cuando todo el mundo sehubiera marchado.

- Venga, nos van a cerrar laspuertas del instituto- empezó aimpacientarse.

- No te preocupes, tengollaves- era obvio que no se había

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percatado de mis intenciones.-Bien, ya estoy- dije al fin-.Podemos marcharnos.

Agarré el bolso y saqué lasllaves del coche mientrasavanzábamos por el pasillo.

Aunque estábamos en el mesde noviembre, el frío se negaba ahacer su aparición. Tuve queentrecerrar los ojos al salir deledificio, porque la claridad del díase colaba entre las nubes yresultaba cegadora. Scandar sacódel bolsillo de su chaqueta unas

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gafas de sol y se las colocó. Entrela chupa de cuero negra y las gafas,su aspecto sugería que era un chicocon un estilo macarra y sexy almismo tiempo.

Subí al coche y vi por elretrovisor cómo Scandar secolocaba el casco y montaba en sumoto. Se acercó a la ventanilla y através del casco me dijo:

- ¡Sígueme!Fui tras él hasta salir del

casco urbano. Al llegar a lacarretera principal aceleró con su

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moto y tuve que incrementar lavelocidad para no perderlo.

Después de varios kilómetrosde autovía llegamos a un caminoempedrado rodeado por naranjos ylimoneros. Quedé embriagada porel olor a azahar que desprendían losárboles, parecía que alguien habíaperfumado el ambiente. Sospechéque el camino de piedras nosllevaría a una casita perdida enmitad del campo, pero al llegar, mesorprendió descubrir que Scandarvivía en un enorme chalet.

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La puerta principal se abrióautomáticamente cuando hizo sonarel claxon de la moto. Al entrar,comprobé que el terreno era grande,calculé que tendría el tamaño demedio campo de futbol. La parcelaestaba rodeada por un muroelevado, que impedía la visibilidaddesde fuera.

La casa se situaba justo en elcentro de la finca. Se trataba de unaconstrucción antigua, aunquetotalmente reformada. Merecordaba a una de esas casas de

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estilo andaluz, con flores en losbalcones y barandillas de hierromuy elaboradas. El color ocre delos marcos de ventanas y puertasresaltaba con el blanco de lasparedes, que a su vez brillaba porsu pulcritud sobre el césped verdedel terreno.

Aparcamos en el garaje quehabía en un lateral de la casa y salídel coche. Scandar observó cómomiraba fascinada hacia el jardín.Había varios árboles frutales,rodeados por plantas

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estratégicamente colocadas paracrear formas curiosas sobre latierra, y un pequeño huerto contomates, zanahorias, cebollas ylechugas en un rincón.

- ¿No te gusta?- preguntómientras se quitaba el casco.

- ¿Bromeas? No me habíasdicho que vivías en una casa tanbonita- admití sorprendida por lavisión que tenía ante mí.

- Nunca me habíaspreguntado- contestó sin darleimportancia-. Esta casa la construyó

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mi abuelo paterno hace muchosaños, y mi padre la reformó antesde morir.

- Vaya- dije compungida-. Esuna pena que no la haya podidodisfrutar.

No quería entrar en ese temapor si se sentía incómodo, así quecambié de conversación:

- ¿Dónde está tu madre?- Estará en la cocina. Vamos,

te la presentaré.Fuimos por la parte de atrás

para entrar directamente por la

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cocina. En ese lado de la parcela seescondía una piscina enorme conforma ovalada, y una especie deporche resguardaba una barbacoade piedra y un columpio doble,posiblemente para la diversión delpequeño de la casa.

La madre de Scandar seencontraba en la cocina ultimandolos preparativos de la comida. Alverla con el mandil me recordó auna actriz de una serie de televisiónque había visto hacía unos meses.Le calculé unos cuarenta y pocos

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años, muy bien llevados por cierto.Debajo llevaba una falda gris y unacamisa blanca. Los zapatos de tacónestilizaban su figura, pero mepareció que iba demasiadoelegantemente vestida para unasimple comida en casa.

Al entrar, Scandar se acercó aella y le dio un beso en la mejilla.

- Hola mamá, ya estamosaquí. Te presento a mi profesora dematemáticas.

Me acerqué para saludarle.- Puedes llamarme Raquel-

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dije estrechándole la mano.- Hola Raquel, yo soy Eva.

Estoy encantada de que hayasvenido, Scandar habla muy bien deti- contestó con una sonrisacómplice a su hijo.

Noté cómo mis mejillas seruborizaban. Por suerte en esemomento entró por la puerta un niñopequeño dando voces.

- ¡¡¡Zcanda!!!- gritaba elchiquillo mientras corría a losbrazos de su hermano.

Me agradó comprobar que el

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ambiente familiar en aquella casaera tan apacible. En pocos minutosfui testigo de la complicidad y elamor que se tenían entre ellos, poreso no entendía por qué lapsicóloga me había comentado quela situación de Scandar no era muybuena en casa. A mi parecer, másbien se trataba de una familiaadinerada, educada y además, sellevaban bien entre ellos. Achaquéel comportamiento rebelde delmuchacho a la edad; la mayoría deadolescentes atravesaban por un

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periodo de rebeldía contenida ysólo era cuestión de tiempo hastaque su carácter madurase.

- ¡Hola pequeñín! ¿Has sidobueno hoy?- dijo Scandaragitándole el pelo.

- ¡Zí!- contestó él con sumedia lengua.

Al contrario que su hermanomayor, el niño era rubio y de pielmuy blanca. Nunca habríaadivinado que eran familia.

- Mira Angelito, esta es miprofesora- cogió al pequeño en

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brazos y lo acercó para que pudierahablarme.

- ¡Hola pofezora!Comenzamos a reírnos de la

espontaneidad natural del niño,pero nuestras risas se tornaron ensilencio repentino cuando entró porla puerta un señor alto y rubio, concierto sobrepeso. Miré a Scandar, yobservé que su rostro se tornabacompletamente serio.

- ¡Vaya! Reunión familiar-dijo el hombre mirando a todos losque estábamos en la cocina.

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- Hola cariño, creí que hoy nocomías en casa- la madre deScandar se acercó a él y le besó.

- Sí bueno, he cambiado deopinión- dijo examinándome dearriba a abajo con la vista.

Dirigí mis ojos hacia Scandarincómoda y sin saber que decir.

- ¿Y bien? ¿A qué debemosesta maravillosa visita?- preguntóel hombre refiriéndose a mí.

- Es mi profesora- contestóScandar secamente antes de que yopudiera presentarme por mí misma.

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- Encantado de conocertepreciosa- me cogió de la mano y labesó-. Yo soy Jacobo, el padre deScandar.

- Padrastro- le corrigió él.Sus miradas se cruzaron, y

ninguna de ellas despedía afinidadprecisamente.

La tensión en el ambiente sepodía cortar con un cuchillo. Menosmal que el pequeño de la casa no sepercataba de nada, y enseguidacomenzó a hacer monerías parallamar la atención.

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- La comida está lista-anunció Eva.

No tardó en servir los platossobre una mesa delicadamentecolocada. Se había esmerado enponer una refinada vajilla, y doblarcada una de las servilletasformando una flor sobre el vasocorrespondiente.

Los cuatro nos sentamosformando un cuadrado, Scandar secolocó frente a mí, y los padres aambos lados. Mientras, el pequeñoÁngel, que ya había comido, se fue

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al sofá para ver la televisión, y notardó ni dos minutos en quedarsedormido.

- Bueno Raquel, cuéntanos,¿qué tal va Scandar en el instituto?-preguntó Jacobo clavando sus ojosdescaradamente sobre mi escote.

- La verdad es que estáprogresando mucho. Se ha tomadomuy en serio las clases particulares,y las está aprovechando con muchoesfuerzo- dije sonriendo a Scandarorgullosa por su evolución.

- ¡No me extraña!- susurró

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Jacobo para si.- ¿Cómo?- replicó Scandar

mirándole con cara de pocosamigos.

- Hombre, es normal. No eslo mismo explicar para veinticincoque para uno solo- se excusó.

- Sí, claro. Tienes toda larazón- quería quitar importancia alasunto-. Está comprobado quecuanto menos alumnos hay en unaula, el nivel de concentraciónaumenta.

- Pues a eso me refería yo-

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dijo con la boca llena-. ¡Nena,tráeme un poco de pan, que estabazofia no hay quien se la coma!

Abrí los ojos de par en parsorprendida por lo que mis oídoshabían escuchado; casi me atragantécon la comida ante la forma tangrosera en la que Jacobo de habíadirigido a su mujer. Conociendo elfuerte genio de Scandar, temí quesaltara de un momento a otro, y seliara una discusión en torno a lamesa, pero no fue así. Todos semantuvieron sentados en sus sitios,

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excepto la madre que se levantó sinreplicar, y se dirigió a la cocinapara coger un poco de pan yentregárselo a su marido. Scandarestaba en silencio con la mirada fijaen el plato, pero pude apreciarcómo su mandíbula mascaba conviolencia la comida.

El hombre agarró el trozo, ysiguió engullendo como si nada. Yomiraba atónita a Scandar,esperando a que dijera algo, pero élcontinuó masticando sin levantar lacabeza.

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- ¿Y cómo es que te hicisteprofesora?- continuó preguntandoJacobo con la boca llena.

Después de lo que habíavisto, no me apetecía contestar asus preguntas, pero preferí no sergrosera delante de la madre.

- Mi padre también esprofesor, y desde pequeña me hacautivado la idea de enseñar todolo que sé a otras personas.

Scandar levantó la vista delplato para devolverme una miradaamable.

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- ¡Qué bien! Debe serreconfortante ayudar a los chavales-habló Eva por primera vez desdeque nos sentamos a la mesa.

- Sí bueno, seguro que tendrásque pelearte con más de uno paraque atienda- replicó Jacobollevándose el vaso de vino a laboca-. Estos chavales de hoy en díaestán muy mal educados, y sontodos unos cafres.

- La educación de los chicosdepende de los padres, nosotrossólo nos dedicamos a ampliar sus

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conocimientos- respondífirmemente.

Después de conocer a Jacoboentendí a qué se refería la psicólogacon lo de que “el chaval tieneproblemas en casa”. No era deextrañar que los tuviera, esehombre era un machistainsoportable, y la madre no teníacarácter suficiente para protestar.Lo que no comprendía era la razónpor la que Scandar permitía que supadrastro hablara en ese tono a sumadre, no era propio de él

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achantarse e ignorar cosas comoesas. Sospeché que detrás deaquella fachada de chico duro,había algo más que yo desconocía.

Terminamos de comer prontoy ayudé a Eva a recoger la mesa ymeter los platos en el lavavajillas.Scandar también echó una mano asu madre colocando de nuevo lassillas, mientras que Jacobo se sentóen el sofá del salón junto al niño,esperando a que su mujer le trajeraun café.

Me quedé en la cocina con

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Eva y Scandar, hablando dedistintos asuntos relacionados conla vida en el instituto. Desde allí sepodían escuchar los ronquidos deJacobo, que en pocos minutos sehabía amodorrado. Me preocupóque pudiera despertar al pequeñín,pero no fue así, el niño estaríaacostumbrado a escuchar losronquidos de su padre.

- Estoy encantada con queeches una mano a mi hijo con susestudios- agradeció la madre-. Nopasa mucho tiempo en casa, así que

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me preocupaba mucho lo queestuviera haciendo fuera.

- Venga mamá, no empieces-protestó Scandar.

- Tu madre tiene razón. Estásen el último curso y si no te poneslas pilas, no podrás graduarte.

- Sí, bueno, aún no sé paraqué quiero graduarme. No creo quetenga muchas salidas- contestóencogiendo los hombros.

- ¿Por qué dices eso hijo?-preguntó Eva.

- Venga mamá, tú sabes

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perfectamente que después delinstituto me marcharé fuera.

- ¿Piensas estudiar en elextranjero?- quise saber.

- No sé lo que haré. Sólo séque quiero marcharme de aquí-replicó.

- Pero hijo, no tienes por quéhacerlo. Sabes que yo te apoyaré enlo que decidas estudiar.

- No quiero estudiar más,sólo quiero largarme- parecía estarenojado.

- No tienes por qué decidirlo

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ahora. Aún te queda todo el añopara pensar en lo que quiereshacer- intenté calmar los ánimos.

Entonces me dirigí a lamadre.

- Tú no te preocupes, que yoharé todo lo posible para que tuhijo se gradúe. Es un chico listo, ylo va a hacer muy bien.

Más tarde Scandar me llevó auna salita rodeada de estanteríasllenas de libros, y algunasfotografías de su familia colgadasen las paredes. Me explicó que a su

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padre le encantaba leer, y por esohabía llegado a coleccionar tantosejemplares. Según me contó,aquella sala era el único recuerdoque le quedaba de él.

- Jacobo cambió casi todoslos muebles cuando se vino a vivircon nosotros, pero jamás lepermitiré que toque esta habitación.Algún día yo también seré capaz deleer todos estos libros- los ojos lebrillaban mientras recorría lasestanterías con la vista.

- ¿Este de aquí es tu padre?-

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pregunté señalando una fotografíaque había sobre una de lasestanterías.

- Sí, esta foto se la hizo antesde que yo naciera, le encantaban losdeportes acuáticos.

En la imagen se veía a unhombre atractivo, de unos treintaaños, junto a un pequeño velero.Llevaba un bañador a cuadros ysonreía mientras agarraba el timón.Se parecía mucho a su hijo, su pieltambién era oscura, y su pelo negroazabache.

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Estaba concentradaobservando la foto del padre deScandar, cuando inesperadamentesus manos me rodearon la cinturadesde atrás. Di un pequeñorespingo al sentir cómo meagarraba firmemente paraarrastrarme hacia el otro lado de lahabitación. Advertí cómo elcorazón se me aceleraba al rozarmecon sus cálidas manos.

Me dirigió hacia la fotografíade un niño de tres años subido ahombros de su padre. Ambos

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sonreían felices en un día soleado.- Esta es la última foto que

nos hicimos mi padre y yo juntos-cogió el marco y me lo acercó paraque pudiera verlo mejor.

- ¿Qué le pasó?- preguntéseñalando a su padre.

Creí que era un buen momentopara que se sincerara conmigo.Habíamos congeniado muy bienhasta aquel momento, y sentíainterés por saber algo más de suvida privada.

- Tuvo un accidente de coche

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al volver de uno de sus viajes-respondió abatido.

- Vaya, lo siento mucho- lecogí de la mano en señal de duelo.

- Yo sólo tenía cinco añoscuando falleció, pero aún lerecuerdo perfectamente.

No sabía qué decirle paraconsolarlo, tan sólo le acaricié lamano para que pudiera sentir mipesar. Perder a su padre a esa edadno debió ser nada fácil para él, ytampoco debió de serlo para lamadre, que tuvo que criar ella sola

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a un niño tan pequeño.También me contó cómo su

madre y él salieron adelante tras lapérdida del padre. Este había sidodueño de un famoso bufete deabogados, y gracias al trabajo delos compañeros, habían conseguidosacar el negocio adelante. AunqueEva no trabajaba, uno de losempleados se encargó de dirigir elnegocio, y parte de los beneficiossirvieron para mantener a Scandar ysu madre.

Me complació enormemente

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que Scandar se sintiera cómodopara contarme aquella historia. Laserenidad con la que me habló dejóclaro que deseaba desahogarse, suspalabras eran tan sinceras que meprometí que jamás le defraudaría.Ahora más que nunca necesitaba miayuda y yo quería ofrecérsela, leaconsejaría en todo lo que mepidiera y le proporcionaría laconfianza que quizá necesitabaencontrar en alguien.

Pronto se hicieron las siete dela tarde, y decidí que era hora de

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volver a casa. El padrastro seguíadurmiendo, por lo que me libré dedespedirme de él.

- No recuerdo bien el caminode vuelta. ¿Me acompañas hasta laautovía?- le pedí a Scandar.

- Claro. Mamá, vuelvoenseguida- le informó a Eva.

Me despedí de la madreagradeciéndole por la comida, y ledeseé mucha suerte con sus hijos.

Scandar se adelantó con sumoto para que yo pudiera seguirle.El cielo había oscurecido y el aire

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comenzaba a ser frío.A mitad del camino el coche

golpeó con algo, algún tipo deexplosión sonó desde el suelo. Medetuve para comprobar lo que habíasucedido, y al verme parar,Scandar dio la vuelta para reunirseconmigo.

- ¿Qué ha pasado?- preguntó.- No lo sé. Creo que el ruido

ha venido del lateral derecho.Una de las ruedas había

pinchado. Tendría que cambiarla enmitad de aquel camino oscuro, por

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suerte estaba acompañada deScandar. De repente me llevé lasmanos a la cabeza al recordar laspalabras de mi hermano la últimavez que cogió mi coche:

“He tenido que cambiar larueda delantera por un pinchazo. Noolvides sustituir la rueda derepuesto en cuando puedas”

Y claro, dos meses despuésera demasiado tarde.

- ¡Qué faena! Justo aquí enmedio del campo- dijedesesperada.

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- No te preocupes, te puedollevar a casa en moto, y una grúa seencargará de remolcar tu cochehasta el taller más próximo.

- Sí, supongo que será lomejor- recogí mi bolso del coche-.Menos mal que estabas tú aquí. Nosé que habría hecho si me llega apillar sola.

Llamé por teléfono a lacompañía de seguros y me garantizóque se encargarían de todo. Al díasiguiente podría recoger el coche ensu taller.

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- Vamos, sube- Scandar metendió la mano para que montara enla moto.

El rugido del motor alarrancar rompió con el silencio quehabía en mitad del campo. Alescuchar el estridente sonido, meagarré inconscientemente a sucintura.

- ¿No tendrás miedo?- su vozcasi no se podía escuchar por elruido.

- No, sólo ha sido unareacción instintiva, perdona- sentí

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vergüenza y aparté las manos.- No te preocupes, es más

seguro si vas agarrada- yagarrándome de las muñecas,volvió a colocarlas alrededor de sucintura.

Al llegar a la carreteraprincipal y acelerar, sentí cómo elviento me golpeaba suavemente lacara dándome una sensación delibertad que nunca antes habíasentido. Por otro lado, hacía tantofrío, que los músculos de misbrazos se encogieron haciendo que

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me abrazara fuertemente a Scandar.Su cuerpo despedía calidez, y eracasi imposible no tener la sensaciónde querer agarrarlo.

Finalmente llegamos a casa.- Muchas gracias por la

invitación- dije al bajar de la moto.- La verdad es que no ha

salido como esperaba. No creí queJacobo fuera a aparecer.

- ¿Qué dices? A mí me haencantado. Tu madre es unacocinera excelente, y tu hermanitoes una ricura.

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- Sí, bueno…, dejémosloestar ahí.

- Está bien. ¿Nos vemos encasa el lunes para continuar con lasclases?- después de lo que le habíaoído decir a su madre, temí quedecidiera no continuar con losestudios.

- Claro que sí. Me vendrábien despejarme un poco- contestó.

- De acuerdo, pues entoncesnos vemos el lunes.

- Adiós profesora.De nuevo arrancó la moto y

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se alejó dejándome junto al portalde casa.

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Lunes, 9 de Diciembre

El ambiente en los pasillospor aquellos días era sumamentealborotador. Pronto llegarían lasvacaciones de Navidad, y loschavales estaban nerviosos por lasnotas finales de la evaluación,

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sobretodo esperaban con ansiedadla fiesta que se preparaba todos losaños con motivo de las vacacionesde Pascua.

Aquella mañana meencontraba en el departamento conScandar explicándole un par dedudas que le habían surgido.Salomé entró a los pocos minutos, ytomó asiento, esperando a queterminara la explicación parahablar conmigo.

- Gracias profesora, estatarde podemos terminar con la

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lección- se despidió Scandarviendo que Salomé comenzaba aimpacientarse.

- De acuerdo, hasta luegoentonces- contesté.

Salomé me miraba con carade sorpresa.

- ¿Estás dándole clasesparticulares a Scandar?- preguntó.

- Así es.- Creí que era alumno de

Cristina.- Sí, bueno. El muchacho me

pidió ayuda y no se la pude negar-

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contesté sin darle la menorimportancia.

Seguía con sus ojos clavadosen mí sin pestañear.

- ¿Qué?- le reproché.- Ese chico puede resultar

muy convincente.- ¿A qué te refieres?- no

entendía a dónde quería llegar.- Pues que hace un par de

años yo también le di clases aquí enel instituto. Te digo yo que esechaval es un listillo, sabe usar susarmas estratégicamente para

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camelarse a la gente.- Conmigo ha sido muy

amable- confesé.- ¿Ves? A eso me refiero.

Sólo necesita esbozar una de sussonrisas picaronas para conseguirlo que quiere.

- No sé. Yo sólo le estoyayudando con las asignaturas. Nocreo que haya nada de malo en eso.

- Sólo te digo que te andescon ojo. ¡Ese se las sabe todas!

Salomé me dejódesconcertada. Era cierto que el

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chico había sido muy convincenteconmigo, y no tuvo que insistir paraconseguir que yo aceptara echarleuna mano. Pero también había sidotestigo de su progreso en los díasque habíamos dedicado a estudiar,por lo que no encontré motivoalguno de preocupación. Intentéolvidar las palabras de Salomé,para que no entorpecieran mirelación académica con Scandar.,habíamos conseguido llevarnosbien y eso era lo importante.

- En cualquier caso no he

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venido a hablarte de eso- continuódiciendo mi compañera.

- ¿Qué quieres contarme?- Rodrigo.- ¿Qué le pasa a Rodrigo?- ¿Aún no te has dado cuenta?- ¿De qué?- ¡Ay Raquel! Pues de que ese

hombre se muere por tus huesos-dijo agitando las manos.

- ¿Y qué te hace pensar eso?- Venga ya. ¿No te has

percatado de cómo te mira cada vezque pasas por su lado?

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- Pues no, la verdad- intentédisimular lo que ya sospechaba.

- Además, ayer estuvohablando conmigo.

- ¿Qué?- exclamésorprendida.

- Lo que oyes. Ayer a la horadel café hablé con él.

- Pero bueno, ¿no tenéismejores cosas que hacer undomingo por la tarde?- repliquéatónita.

- ¿Qué querías que hiciera?El hombre me llamó por teléfono y

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me pidió que si podíamos vernospara hablar- dijo arqueando loshombros.

- Esto sí que no me loesperaba.

- Quedamos en la cafeteríaque hay junto a la Plaza Mayor.Estuvimos comentando algunostemas sobre las lecciones, y, derepente, sin venir a cuento, mepreguntó por ti.

- ¿Qué quería saber? ¿Acasono podía hablar conmigodirectamente?

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- Bueno, al principio quisoasegurarse de que tú y yo teníamosuna relación de amistad más allá delas aulas. Supongo que para poderpreguntarme lo que vino acontinuación.

- Vamos Salomé, suéltalo ya,no tengo toda la mañana- dijeprecipitada.

- Quiso saber si tú sentíasalgo por él- soltó con cautela alcomprobar que no me agradaba elhecho de que ambos hablasen de mía mis espaldas.

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Nos quedamos en silencio.Ella esperaba una respuesta por miparte, y yo intentaba asimilar lo queacababa de escuchar. Reflexionéunos segundos sobre la situación:Rodrigo, un hombre apuesto,inteligente, educado, que estabaenamorado de mí, o al menos así loentendí después de hablar conSalomé. Y yo, una chica soltera deveintiséis años, ansiosa pormantener una relación seria con unhombre que fuera capaz de hacermefeliz, y que compartiera mis

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aficiones y mis gustos. Además,pertenecía al mismo gremio que yo,con lo que podríamos colaborarjuntos en distintos proyectos.

Todo parecía perfecto, perohabía un pequeño problema, y esque yo no sentía nada por él.

- ¿Qué le contaste?- quisesaber.

- Le dije la verdad; que noconocía cuales eran tus sentimientoshacia él, y que lo mejor sería que setomara las cosas con tranquilidad. - No deberías haberle dado

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esperanzas- dije mientras notabacomo mis piernas comenzaba amoverse nerviosamente. Salomé se levantó de la sillade un golpe y me enfocó con susojos directamente a los míos. - Mira Raquel, está claro queese hombre te importa, si no, noestarías tan interesada en lo que élopine. Además, él te conviene. - Anda, mira tú quién habla, laexperta en relaciones sentimentales-dije con cierta voz de ironía. - Bueno, una cosa no quita la

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otra. El que yo no haya tenidosuerte en el amor, no quiere decirque no vea claro lo que otrasparejas tienen.

- No sé Salomé. Yo no lo veotan claro.No acababa de entender cómo

Salomé se había prestado a ejercerde celestina, pues su actitud hacialos hombres era más bienindiferente. En cualquier caso mehizo recapacitar por un instante, yllegué a la conclusión de que quizásdebería darle una oportunidad a

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Rodrigo. Creí que sería oportunoestar atenta ante cualquier señal deacercamiento que tuviera hacia mí;aunque por mi parte, no habíaninguna intención de forzar nada.

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Viernes, 20 de Diciembre

- ¿Qué te vas a poner esta

noche?- me preguntó Cristina dandosaltitos de emoción.

- No sé, aún no lo hedecidido.

- Yo pienso llevar un vestidocon un escote de infarto-interrumpió Salomé.- Así más deuno se quedará con las ganas de verlo que hay debajo.

Cristina y yo nos quedamos

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mirando a Salomé boquiabiertas.- No me miréis así. A mí

también me gusta llamar laatención.

Tras un segundo de silencio,las tres rompimos a reír acarcajadas. Casi se me saltaron laslágrimas cuando Salomé se puso enpié y empezó a caminar cómo si deuna pija cursi se tratara,contoneando las caderas de formallamativa y poniendo cara debesugo. No tenía remedio, cada vezque se hablaba de algún tema

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relacionado con el papel de lamujer, ella siempre sacaba su ladofeminista.

No quería admitir que lafiesta de fin de trimestre me poníanerviosa. Desde el día que hablécon Salomé sobre Rodrigo, nohabía cruzado palabra con él, salvopara resolver algún tema de trabajo.Era como si ambos hiciéramos todolo posible por no coincidir a solasen el departamento. Perofinalmente, y después de dossemanas, llegó el día de la

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celebración, y sabía que todos,tanto alumnos como profesores,asistirían al evento. Podía hacermeuna leve idea de cómo acabaría lafiesta, con más de la mitad de losasistentes medio bebidos, ydejándose llevar por la falsaautoestima del alcohol.

- Bueno, yo me voy a clase-dije cuando sonó el timbre.- Cris,¿te recojo en tu casa a las nueve?

- Vale, estaré lista.Dejé a mis compañeras en el

departamento y salí al pasillo. Allí

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encontré a los alumnos exaltados yansiosos por ser el último día declase. Las chicas hablaban de losmodelitos que llevarían aquel día, yplaneaban citas esa tarde para hacerlas últimas compras antes de la grannoche. Los chicos, sin embargo, seregocijaban sobre lo ciegos que seiban a poner en la discoteca.

Irónicamente, todos estabanfelices, incluso aquellos que habíansuspendido el trimestre. Vi aScandar esperándome frente a lapuerta del aula de segundo. Estaba

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tan guapo como siempre, pero aqueldía tenía un brillo especial en losojos.

- Vaya, te veo feliz- le dije.- Sí, es que ya me han dado

las notas.- ¡Uf! A ver, suelta- esperaba

buenos resultados después de todolo que habíamos trabajado.

- He aprobado todo exceptolengua- dijo mostrando una ampliasonrisa.

- ¡Estupendo! Enhorabuena,sabía que lo conseguirías- me

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alegró saber que sólo le habíaquedado una asignatura, que le di unabrazo sin pensar en que estábamossiendo observados por el resto delos alumnos.

- Gracias, no lo habríaconseguido sin tu ayuda.

- Eso no es cierto. Tú tienesun gran potencial, ya verás cómo elpróximo trimestre apruebas tambiénla lengua.

Esta vez fue él quien meabrazó. Fue un gesto sincero,cariñoso.

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- ¡Uuuuuhhhh!- se empezó aescuchar entre los alumnos al verque nuestro abrazo duraba más delo normal.

Al escucharlos, reaccionérápidamente y me separé de él.

- ¡Venga, meteos en clase!-les reprendí.- Tú también deberíasir a la tuya, ¿no querrás que elprofesor te ponga una falta?

- Claro- me contestó.- ¿Irás ala fiesta esta noche?

- Por supuesto.- Te veré allí entonces- dijo

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mientras se alejaba.Le vi marcharse alegre por el

pasillo imaginando lo divertido quepodría ser estar en la misma fiestaque él. Quería comprobar cómosería su actitud fuera de las aulas,estando rodeado de sus amigos. Dealguna manera supuse que no secomportaría con la mismacordialidad con la que me habíatratado en las últimas semanas, perocreí interesante observarlo en unambiente menos serio.

A las nueve menos cinco

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Cristina estaba de pie, esperándomeen la puerta de su casa. Estaba másguapa que nunca: llevaba un vestidolargo de color negro, un diseñosencillo y sobrio que le sentabacomo un guante. Iba ajustado a lacintura con un fajín de raso y lafalda le hacía un ligero vuelo. Noestaba acostumbrada a ver aCristina tan arreglada, y descubrirlatan elegante me impresionó. Mehizo pensar que tendría que habercuidado más mi aspecto paraaquella noche, al contrario que ella,

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decidí ir más casual a la fiesta:unos pantalones de pitillo y unablusa blanca, acompañados de unachaqueta color pardo.

- ¡Madre mía! Estasguapísima- le dije a través de laventanilla del coche.

- Gracias, pero ¿no crees queme he pasado un poco?

- ¡Qué va! Seguro que estanoche triunfas- contesté guiñándoleun ojo.

Subió al coche y una vezdentro no pude evitar fijarme

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también en sus pies. Llevaba unostacones de infarto en piel deserpiente rosa.

- Cris, esos zapatos sonincreíbles. Sin duda hoy estásdeslumbrante- se aplicó una capade brillo de labios mirándose en elespejo retrovisor-. ¿Decidida aimpresionar a alguien en particular?

- No. Sólo quería estar guapapara mí, nada más.

La mirada que me lanzódejaba claro que no se lo creía.

En pocos minutos llegamos a

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la sala de fiestas. Fuimos de lasprimeras en aparecer, tan sólohabían unos cuantos alumnos y tresprofesores más.

Poco a poco el local se fuellenando. Salomé y Rodrigo notardaron en hacer su aparición, y mealegró comprobar que ninguno deellos venía excesivamenteemperifollado, como había hechoCristina. Por supuesto todos lospiropos fueron dirigidos a ella, locual me alegró, pues al contrarioque mi compañera, yo prefería

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pasar desapercibida.Rodrigo estaba también muy

guapo. Llevaba un traje dechaqueta, aunque sin corbata, paraquitar ese aire de formalidadinnecesario para la ocasión. Alverme junto a la barra se acercópara saludar.

- Estás especialmente guapaesta noche- dijo apoyando el codosobre la barra.

Se le veía contento y además,muy seguro de si mismo.

- Gracias, he cogido lo

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primero que he pillado del armario-mentí.

Aunque esperaba que lapresencia de Rodrigo en la fiestame pusiera nerviosa, lo cierto esque en aquel instante me sentíatranquila a su lado. Tal vez fuerapor el ambiente relajado delmomento, pero parecía que todovolvería a la normalidad ypodríamos seguir con nuestraextraordinaria relación de amistad.

- Tú también estás muyguapo- señalé agarrándole de la

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solapa de la chaqueta.- Me alegra que te guste. No

sabía si la ocasión merecía corbatao no.

- Estás perfecto- repliqué sindejar de sonreír.

- ¿Te apetece una copa?-preguntó mirando al bar.

- Claro. Habrá que celebrarel final de trimestre.

La música sonaba y muchosde los alumnos ya se habían lanzadoa bailar. Algunos incluso seatrevieron a sacar a la pista a sus

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profesores para bailar con ellos engrupo. Rodrigo y yo estábamosriendo al ver cómo algunos de losestudiantes hacían el payaso en lapista. Cuando de repente lo vibajar por las escaleras.

Fue como un puntapié a misojos. Estaba radiante, guapo,perfecto. Parecía un modelo decatálogo. Su aire informal lo hacíaaún más atractivo, pantalonesvaqueros, camisa blanca por fuera ycorbata negra estratégicamente malcolocada. Pelo desaliñado, mano

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izquierda en el bolsillo y con laotra sostenía el casco de su moto.Parecía estar buscando a alguienmientras bajaba las escaleras.

- ¿Qué me dices?-interrumpió Rodrigo miabstracción.

- ¿Qué?- pregunté sin poderapartar la vista de las escaleras.

- Que si te apetece bailar.- ¿Bailar? Quizás más tarde-

dejé la copa sobre la barra-.Perdona, ahora mismo vuelvo.

Sin pensarlo abandoné a

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Rodrigo en la barra para acercarmea saludar a Scandar, pero cuandollegué junto a las escaleras, estabarodeado de un montón de chicasdispuestas a tomarse algo con él. Alver el revuelo que se había formadoa su alrededor, me di media vuelta.No creí oportuno interrumpir sumomento de éxito.

- ¡Profesora!- le oí gritardesde atrás.

Salió del círculo de chicas atrompicones y se acercósuspirando.

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- ¡Uf! Creí que no saldría deallí nunca- dijo secándose el sudorde la frente.

- Eso te pasa por venir tanguapo a la fiesta- bromeé.

- Tú tampoco estás nada mal-señaló con la mirada el botón de lacamisa que se me habíadesabrochado en algún momento dela noche.

Sus ojos sobre mi escote meprodujeron tal sofoco, que misdedos no acertaban a volver aabotonar la camisa. Él, sin

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embargo, seguía sin borrar esasonrisa picarona de su caramientras yo sentía mis mejillasenrojecer.

- ¡Ejem! En fin, voy a buscara mi compañera que hace tiempoque no la veo- mentí presa de laincomodidad.

- Claro profesora.- Eh, bueno, pásalo bien, ya

nos veremos por aquí- sin másdilaciones me alejé de él en buscade Salomé.

Crucé el escenario tan rápido

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como pude, y encontré a micompañera junto a la barra. Preferíobservar desde allí el panorama elresto de la noche, ya que por unmomento sentí que a mi cerebro nole llegaban las ideas con claridad.

Una hora más tarde, muchosde los alumnos y algún que otroprofesor, comenzaron a desvariar.A pesar de estar prohibido para losmenores de dieciocho años, algunoshabían bebido más de la cuenta yandaban haciendo el gamberro enmitad de la pista de baile. Otros,

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sin embargo, se postraban en lossofás que había en un lateral de ladiscoteca, y algunas chicas, por elcontrario, se subían a lasplataformas destinadas a gogosintentando imitar, a muy duraspenas, los sensuales bailes de estas.

Llevaba un buen rato sin ver aCristina, y eso que no era fácilperderla de vista por su distinguidovestido. Me acerqué a la zona delos sofás por si había decididosentare a descansar sus piesentalonados, pero sólo encontré a

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un par de chicos dormitando unoapoyado sobre el hombro del otro;otras tres chicas hablandoentusiasmadas sobre uno de losprofesores, y una pareja deadolescentes besuqueándose en elrincón.

¿Una pareja?Volví la cabeza de nuevo

para confirmar lo que mis ojoscreían haber visto. Los froté conempeño para no equivocarme, yaque estaba oscuro y no sedistinguían bien las caras.

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Sentí un puñetazo en elestómago, el pulso se aceleródescontroladamente y mi mente separalizó cuando vislumbré aScandar besándose con una chica.

Ella estaba sentada sobre susrodillas y lo besaba con talintensidad que parecía que se lo ibaa comer, y él tenía sus manosapoyadas sobre las piernas de lachica.

Las ordenes que mi cerebroenviaban a mis extremidades norespondían: “vete, vete” me decía

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una y otra vez. Pero mis piernasseguían sin contestar. “VamosRaquel, te van a pillar mirandodescaradamente”.

De repente una músicaespantosamente estridente mepellizcó el cerebro haciéndomereaccionar. Antes de que pudieranverme, di la vuelta y eché a andarhacia el centro de la pista de baile.Una vez allí, giré la cabeza paracomprobar que me había alejado losuficiente, y fue allí cuandodescubrí la identidad de ella.

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Ella. No podía ser otra, másque ella. ¿Por qué? De todas laschicas guapas que había en ladiscoteca tenía que ser ella. Ella, laque menos le convenía. Ella, lachica más problemática de todo elinstituto. Rebeca había conseguidoligarse al chico más deseado detodo el centro.

La rabia se apoderó de mí.Me sentía engañada, traicionada.Scandar no sabía nada delencontronazo que habíamos tenidoRebeca y yo meses antes. ¿O sí?

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Entonces alguien me rozó elhombro interrumpiendo mispensamientos. Al girarme, vi aRodrigo con un par de copas en lasmanos.

- ¿Te apetece?- preguntólevantándolas.

- No- dije tajante-. Tenemosun baile pendiente.

Le agarré del brazofirmemente y lo arrastré hacia unlado de la pista. Comencé a bailarcomo una posesa y agarré una delas copas que llevaba en la mano.

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No tardé ni un minuto en bebérmelapor completo mientras Rodrigo meobservaba desconcertado,intentando seguir mis movimientos.

Los alumnos alrededornuestro comenzaron a formar uncírculo para vernos bailar. O mejordicho, para verme bailar a mí, queparecía una loca desvariada. Debíaparecer realmente ridículaintentando insinuarme a Rodrigocon mis atrevidos movimientos,pero nada me importaba. Él estabaallí y yo sabía que le gustaba.

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Minutos más tarde empezó asonar una balada y todo el mundo secalmó. Me vi envuelta de un montónde gente bailando en pareja yRodrigo esperando a que dijeraalgo.

- Tengo que marcharme- fuelo único que alcancé a decir.

- ¿Quieres que te acompañe?-se ofreció.

Debía estar muy mal. Lacabeza me daba vueltas y elcorazón me latía acelerado debailar tan impetuosamente. Fue uno

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de esos momentos en los que deseéque la tierra me tragara, cuando medi cuenta de lo infantil de micomportamiento. Queríadesaparecer, me daba vergüenzaque Rodrigo me viera así.

- No, no te preocupes. Cogeréun taxi- de nuevo otra mentira.

No le di opción a insistir, yaque me marché de allí rápidamente.Salí al frío de la noche pensando«Otra vez lo he hecho. De nuevo dedejado a Rodrigo con la palabra enla boca». Pero es que me sentía tan

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frustrada, no podía entender por quéme había sentado tan mal ver aScandar besándose con Rebeca, alfin y al cabo, eran dos adolescentesen edad de ligotear.

Y yo, ¿no se suponía que erauna mujer madura, con un cargoresponsable en mi trabajo,comprensiva con mis compañeros yentendida en asuntos del corazón?Bueno, esto último habría queanalizarlo, ya que no eraprecisamente una experta en parejasestables.

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En cualquier caso me habíacomportado como una chiquilla.

- ¿Te marchas sin despedirte?- una voz en la oscuridadinterrumpió mis pensamientoshaciendo que me sobresaltara.

Al darme la vuelta, vi sufigura apoyada bajo la tenue luz deuna farola. Estaba fumándose uncigarrillo.

- Sí, ya he tenido suficiente-desvié la mirada abochornada pormi ridículo comportamiento sobrela pista.

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- ¿Por qué lo haces?-preguntó Scandar serio.

- ¿Por qué hago el qué?- Huir.Me quedé petrificada. ¿Acaso

él se había dado cuenta de que supresencia me ponía nerviosa?¿Realmente sentía algo por él?Cierto es que su perfume meembriagaba, su voz me estremecía ysu presencia me inquietaba. Y élparecía estar tan tranquilo, tanseguro de sí mismo, que suspalabras sonaban sensualmente

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convincentes.- No sé- contesté al fin.- No

es fácil…- Vamos, sólo tienes que

dejarte llevar- fue acercándoselentamente hacia mi.- Eres unamujer maravillosa, y es normal queun hombre se fije en ti.

Casi se me sale el corazónpor la boca cuando me cogió de lamano.

- Rodrigo es un buen hombre,y creo que deberías intentarlo conél- concluyó.

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- ¿Qué?- mi pulso dejó delatir.

- Vamos, te he visto bailarcon él, y, por la forma que tiene demirarte, es más que evidente que élte considera como algo más que unacompañera de trabajo.

Sacudí la cabeza de un lado aotro intentando aclararme. Me llevóunos segundos volver a estar encondiciones de contestar.

- ¡Qué sabrás tú!- le solté lamano bruscamente, y me dirigí atrompicones al coche indignada.

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- Venga profesora, no tepongas así, sólo quería ayudar- dijosiguiendo mis pasos.

- Déjame en paz Scandar.Vuelve a la fiesta con Rebeca, quees donde tienes que estar- entré enel coche y cerré de un portazo.

- ¡Profesora!- me llamódesconcertado a través de laventanilla.

No quería escuchar su voz.Arranqué antes de que se percatarade las lágrimas que corrían por misojos.

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Y allí se quedó de pie,visiblemente perplejo y confundidopor mi actitud.

Y yo, enfurecida,avergonzada, traicionada,apenada… sola.

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Martes, 7 de Enero

Día de verano, sol, playa,calor. Estaba sentada bajo lasombra de un chiringuito viendo alos niños jugar con la arena yescuchando las olas romper en laorilla. Sentía calor, aunque de vezen cuando corría una suave brisacon olor a mar. Scandar estabasentado junto a mí, en bañador,dejando ver su atlético y bronceado

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torso.- Esto es una locura- le decía.- Sí. Y yo estoy loco por ti-

respondía mirándome directamentea los ojos.

- ¿Qué dirán los demás?-continué.

- No me importa lo quepiense la gente. Yo te quiero a ti.

Y entonces acercó su rostro almío para besarme. Fue un besosuave, tierno. Sus jóvenes ycarnosos labios rozaban los míoscon tal sutileza, que me hacía

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querer beber de ellos más y más.Era como una droga imposible derenunciar. La piel se me erizaba yel estómago se me encogía. Micabeza decía “para”, y mi cuerporespondía “sigue”.

Me desperté sobresaltada,jadeante y acalorada por el sofocónque me había producido el sueño.No era la primera vez que soñabacon Scandar durante las vacacionesde Navidad, pero en ninguno deesos sueños me había llegado abesar. La escena de la última noche

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que hablé con él, se me habíaquedado grabada en la mente, y mesentía frustrada por no poderolvidar el malentendido.

Aún no había amanecido,aunque no faltaba mucho para quesonara el despertador, así quedecidí levantarme y darme unabuena ducha para enfriar mispensamientos.

Los días de vacacioneshabían transcurrido como otrosaños: reuniones y comidas enfamilia, celebraciones en los días

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festivos, salidas hasta las tantas dela noche. Mi madre, para no perderla costumbre, aprovechabaaquellas reuniones para sonsacarmeinformación sobre mi vida privada.

- ¿No tienes con quiencelebrar la Noche Vieja?- mepreguntó una tarde antes de fin deaño.

- Claro que sí. Lo haré convosotros, como siempre- contestécon cierto sarcasmo.

- Vamos hija, ya sabes a loque me refiero.

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- ¡Ay mamá!- estaba cansadade tener que decir siempre “no”.-No, no tengo con quien celebrar laNoche Vieja.

- ¿Qué me dices de esecompañero tuyo del instituto?

- De momento ese asunto estáen stand by- repliqué.

- ¿No se te ha declarado aún?- ¡Mamá! Esas cosas ya no se

llevan. “Declararse”, que anticuadosuena- dije burlona.

- Bueno hija, así es cómo lohizo tu padre. Él se me declaró una

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noche mientras dábamos un paseopor la plaza de la ciudad. Me pidióque me sentara en un banco y allímismo, en mitad de la calle, searrodilló para declararse- sumirada se dirigió a la ventanarecordando aquellos momentos.

- Seguro que fue muy bonitomamá. Ojala las cosas fueran tanfáciles ahora, pero todo secomplica según pasa el tiempo.

- Tú no te preocupes, quetodo llegará- dijo paratranquilizarme.

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Mi hermano, por otro lado,aprovechó aquellos días paradisuadir a mi padre de que lecomprara un coche nuevo. Siemprese quejaba de lo viejo ydestartalado que estaba el suyo, yen una de las reuniones en que mipadre había bebido más de lacuenta, David, muyinteligentemente, utilizó susconvincentes armas de persuasiónpara que mi padre acabaradiciéndole que le pagaría la mitadde lo que costara un coche nuevo.

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Aunque no era lo que mi hermanoesperaba, tuvo que conformarse conla oferta, que a mi parecer, era muygenerosa.

Aunque David trabajaba ensus horas libres en una tienda dedeportes y su sueldo era bastantedecente, gastaba la mayor parte deldinero en renovar su materialdeportivo. Siempre quería llevar loúltimo en equipos de windsurf ysnowboard, estaba obsesionado conel deporte.

Los fines de semana

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aprovechaba para coger su viejocoche y poner rumbo a la playa,donde algunos de sus colegas loesperaban para meterse en el agua.Las estaciones de invierno lasdedicaba también a la nieve, poreso necesitaba un coche másamplio; para trasladar las tablas.

Aquel día mamá advertía conla mirada a papá de que no lepusiera las cosas tan fáciles aDavid, pero él estaba tan feliz conla reunión familiar, que hizo casoomiso a lo que mi madre le

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insinuaba. Se sintió generoso y sinpensarlo demasiado, le tendió uncheque con la mitad de lo quecostaba el nuevo coche.

A parte de aquello, nada másinteresante sucedió en todo eltiempo que duraron las vacacionesde Navidad.

Los días pasaron rápido, yuna mañana más, me preparaba parair al instituto. Me preocupaba loque Rodrigo pudiera pensar sobremi actitud la última noche que nosvimos; siempre había sido amable

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conmigo, y yo no hacía más quedarle calabazas. Tendría que ponermis sentimientos en orden si noquería acabar mal con todo elmundo.

Por otro lado, la idea devolver a ver a Scandar meinquietaba, por lo que tomé ladecisión de que lo primero queharía al llegar al instituto seríahablar con él. Le diría que estabamuy ocupada para seguir con lasclases particulares, de ese modo notendría que pasar tanto tiempo a

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solas con él. En segundo lugar,hablaría con Rodrigo para quedaralguna noche los dos solos, y ver sipor fin surgía algo entre nosotros.

Llegué al centro muy decididaa seguir con mi propósito, y entrécon paso firme intentando disimularmi nerviosismo. Los alumnos por elcontrario, caminaban desganadoshacia sus respectivas aulas, tras loque ellos consideraban unas cortasvacaciones. Entonces vi algo en lapuerta del aula que echó por tierratodo mi plan. Rebeca estaba en un

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estado muy cariñoso yachuchándose con un chico de sumisma clase.

«Esta chica nunca dejará desorprenderme» pensédesconcertada. ¿Qué se suponía quedebía entender en ese momento?,¿acaso ya no estaba con Scandar?,o, si lo estaba, ¿sabría él de suconducta provocativa con otroschicos?

Sólo quedaba clara una cosa:Rebeca no era mujer de un solohombre. La única duda era que

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Scandar estuviera al corriente deello, y no le importara, peroentonces, arrastraría por tierra elbuen concepto que tenía de él.

De repente sonó el timbre, ytodos los alumnos corrieron haciasus aulas. Salí de mi estado deshock y decidí no pensar más en loque había visto hasta que encontraraa Scandar y hablara con él. Otra vezme olvidé por completo de Rodrigopara centrarme en mi nuevoobjetivo, averiguar si Scandar yRebeca seguían juntos.

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La mañana pasó rápida. Aparte de saludar a mis compañerosde departamento tras lasvacaciones, no tuve tiempo más quede impartir clases con mis grupos.

Intenté localizar a Scandardurante la hora de recreo, pero nolo divisé por ningún lado. «Quéraro» pensé. «Tal vez no hayavenido hoy» Tendría que pasarmepor su aula en un cambio de clasepara confirmar si había venido,pero la idea no me convencía deltodo, puesto que no quería

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mostrarme ansiosa por verle. Lomejor sería esperar a cruzarme conél.

Al finalizar la jornada, salídel centro con intención de subir alcoche, y en ese momento su vozsonó detrás de mí.

- Hola profesora.Me di la vuelta y allí estaba,

de pie, sujetando la mochila sobreun solo hombro. Su aspecto meresultó dolorosamente perfecto,como siempre, pero esta vez, algono cuadraba en su rostro; la mirada

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parecía perdida, triste. Nunca anteslo había visto así, y, aunque yoestaba trastornada por dentro, nome gustó verlo en ese estado.

- Hola Scandar, ¿cómo estás?- ciertamente me preocupaba.

- Bien. Te he estado buscandotoda la mañana- dijo con la cabezaagachada.

«Yo también» queríaconfesarle.

- ¿Ocurre algo?- quise saber.- No. Bueno, sólo quería

quedar contigo para continuar con

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las clases particulares.Ya había tomado una decisión

al respecto, y la mejor idea era noecharme para atrás. Aunque sentíauna gran curiosidad por saber quéle ocurría a Scandar, no debíaretroceder en mi decisión. Pasartanto tiempo con él no haría másque empeorar mi estado. Además,sospeché que su actitud depresivaestaba relacionada con Rebeca, yme negaba a ejercer de pañuelo porella.

- Lo siento, pero esta semana

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estoy muy ocupada- ya buscaríaotra excusa para las semanassiguientes-. Si no te importa,hablaremos otro día.

Seguía con la cabezaagachada. No pude evitar que se mehiciera un nudo en la garganta.

- Está bien profesora. Yahablaremos- dijo con vozestrangulada.

Se dio media vuelta y avanzócon paso lento hacia su moto. Eraevidente que no le había gustado mirespuesta, porque arrancó la moto

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con violencia y la hizo acelerar demanera temerosa entre la multitud.Antes de marcharse, una imagen metaladró el cerebro. Mientras sehabía colocando el casco, mepareció ver cierta humedad brotarde sus ojos negros.

Al reaccionar, me deslicé alinterior del coche y cerré la puerta.Un sollozo escapó de mi pecho, ysentí que el corazón se me hizo unpuño al verlo marchar en aquelestado.

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Sábado, 11 de Enero

Fin de semana. Frío, viento,

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lluvia. Ni se me pasó por la cabezahacer planes con un tiempo tandeprimente. Sólo me apetecía pasarel día en pijama, tirada en el sofá,leyendo un buen libro o viendo latelevisión. Tampoco tenía ganas decocinar, y tiré de lo primero queencontré en el frigorífico; unsándwich de atún y una lata demejillones. Además, no habíasobrellevado la semana demasiadobien después de ver a Scandar tanafligido, ni siquiera había intentadovolver a hablar con él. Por un lado

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sentía que había tomado la decisióncorrecta, estar con aquel chico meafectaba demasiado, y aunque leechaba de menos, no podía dejarque influyera tanto en mi estado deánimo.

Eran más de las diez de lanoche. Estaba tumbada en el sofá,viendo una película de los añossesenta y con un cuenco depalomitas apoyado sobre laspiernas. Estaba tan embelesada conla escena, que me sobresalté cuandode repente, sonó el timbre. Algunas

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palomitas se desperdigaron por elsuelo como si de copos de nieve setrataran.

No esperaba a nadie aquellanoche, por lo que me planteéignorar la llamada. Pero entoncescomenzaron a golpear la puertainsistentemente, y tuve quelevantarme del sofá de mala ganapara comprobar quién era el pesadoque osaba molestarme a esas horasde la noche.

Me figuré que algún vecinodesesperado aparecería al otro lado

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de la puerta pidiendo un poco desal, o tal vez se tratara de algunaamiga con ganas de dar una vuelta.Pero cuál fue mi sorpresa al ver ladesgarbada figura de Scandar depie bajo el marco de la entrada. Susemblante estaba destrozado,respiraba con ansiedad y en susojos sólo se reflejaba angustia.

Me percaté de que no estabasolo, agarraba con fuerza la manode su hermano Ángel, el cualparecía estar a punto de caer dormido.

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- ¿Podemos pasar?- dijo convoz resquebrajada, intentando queel pequeño no se percatara de suaflicción.

- ¿Cómo?- aún no habíasalido de mi asombro-. Sí, claroque podéis entrar.

Sus ojos no se apartaron ni uninstante de los míos mientras ambosse adentraban en el salón. Intentabadecirme algo con la mirada, pero nolograba acertar el qué. Presentí quealgo iba mal, no obstante, lo únicoque parecía preocuparle en ese

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momento, era que su hermanito nose percatara de nada.

- Mira Angelito, esta esRaquel- se arrodilló para hablarle-,¿recuerdas que estuvo en casacomiendo con nosotros?

El niño estaba tan cansado,que sólo acertaba a asentir con lacabeza.

- Pues esta noche vamos aquedarnos aquí. Ya verás que bienlo pasamos- intentaba persuadir alpequeño con una sonrisa forzada.

- ¡Claro que sí!- imité su

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conducta-. Ven conmigo, te voy aenseñar una cama tan grande comoun castillo.

Cogí al niño de la mano y loconduje a mi habitación. Fuesencillo convencerlo para queviniera conmigo, estaba tansoñoliento, que habría aceptadocualquier propuesta. Le senté sobrela cama para quitarle los zapatos.Medio dormido se dejó sacar elabrigo, y él solito se tumbó bajo eledredón cerrando los ojos a lospocos segundos. La escena me

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pareció tan conmovedora, que sentíla necesidad de darle un beso debuenas noches.

Siempre había oído que losniños pequeños tenían un olorespecial, un aroma suave einocente, propio de la infancia. Alacercar mi rostro al de Angelito,percibí esa nota que me hizorecordar la fragancia de talco quemi madre utilizaba conmigo cuandoera una niña.

Salí del dormitorio intentandono hacer ruido, y cerré la puerta

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despacio para no despertar al niñocon nuestra conversación. Scandartendría que darme algunaexplicación sobre lo que estabaocurriendo. No era normal que sepresentara en mi casa un sábado porla noche, con su hermano pequeñode la mano, y con la caradesencajada.

Me acerqué al salón y lo visentado en el sofá esperandopaciente.

- Gracias por cuidar de mihermano- dijo cabizbajo.

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- No tienes por quéagradecérmelo. El niño es unencanto, no ha tardado ni dossegundos en caer rendido.

Me senté junto a élaguardando a que se sintiera confuerzas para seguir hablando.

- No sabía a quién acudir. Notengo más familiares en la ciudad, ymis amigos están de fiesta.

«¿Y qué hay de Rebeca?»pensé para mis adentros.

- Además, Angelito ya teconoce, y seguro que se siente más

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cómodo contigo- continuó.- Está bien. No tienes por qué

darme explicaciones, puedes acudira mí siempre que lo necesites- dudéun instante-. Pero tendrás quecontarme qué está pasando.

- ¡Esto es un desastre!- dijoechándose las manos a la cara.

La impaciencia por saber loque había sucedido me corroía,pero seguí esperando conpaciencia.

- Mi madre está ciega. No escapaz de poner fin a esta puta

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situación y me va a volver loco-gruñó desesperado-. Ese cabrón nosestá amargando la vida a todos.

Así que se trataba de eso. Yame había imaginado que algo asísucedería tarde o temprano. Sólonecesité una tarde para darmecuenta de que el padrastro deScandar era un auténtico cretino. Laforma de tratar a su mujer y lamanera descarada de dirigirse a míno hizo más que evidenciar que laconvivencia junto a él no sería fácil

- ¿Saben que te has ido con el

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pequeño?- lo último que deseabaera ser cómplice de la desaparicióndel pequeño.

- Sí, no te preocupes. Mimadre me pidió que lo sacara deallí. No quería que Ángelpresenciara la discusión.

- ¿Qué ha ocurridoexactamente?- necesitaba másdetalles.

Miró al techo y tomó aire conuna profunda inhalación.

- Todo ha comenzado con lomismo de todas las noches. Mi

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madre estaba preparando la cenapara los cuatro, cuando Jacoboentró en la cocina para hincarle eldiente uno de los platos que habíasobre la mesa. Empezó a decir quela comida era una mierda, y quedespués de tantos años, iba siendohora de que mi madre aprendiera acocinar.

No me sorprendió que esecomentario viniera de un hombretan maleducado. Al menos, esa fuela sensación que me dio.

- No es la primera vez que lo

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hace- continuó-, pero esta vez se meha tocado los cojones y he saltadosin pensarlo.

- ¿Qué has hecho?- preguntétemiéndome lo peor.

- Me he enfrentado a él. Le hedicho que era un jodido cabrón, yque dejara de tratar a mi madrecomo a una mierda- hizo una brevepausa, su mandíbula comenzaba atensarse-. Estoy harto de que noaprecie lo que mi madre hace porél, siempre la trata como a unabasura.

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- ¿Qué ha dicho él cuando tehas encarado?- fruncí el ceño noqueriendo imaginar la respuesta.

- Nada- soltó un bufido-. Meha visto tan cabreado, que no hapodido ni articular palabra. El muyjodido se ha ido al salón y se hapuesto a ver la televisión como sinada.

No me extrañó. AunqueJacobo era un tipo grande, Scandarle sacaba un palmo en altura, yademás, él era más joven yvigoroso que su padrastro. La

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energía y la potencia de unadolescente enfurecido no sepodían comparar con la fuerza deun hombre entrado en edad.

- Si mi madre no se llega ainterponer, no sé lo que le habríahecho a ese desgraciado- apretó supuño contra la otra mano-. Ella hasido la que me ha pedido quecogiera a mi hermano y lo sacara decasa. Sabía que iban a seguirdiscutiendo y no he preferido novolver, porque seguro que acabopartiéndole la cara a ese imbécil.

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- Bueno, no te preocupes.Aquí estaréis bien tú y tu hermano-le agarré las manos para queintentara calmarse.

- Ese hombre no ha hecho másque empeorar las cosas desde quellegó.

- ¿Por qué se casó tu madrecon él?- quise saber.

- Mi madre sabía que yoechaba muchísimo de menos a mipadre- me explicó-. Un día conocióa Jacobo y pensó que sería un buensustituto. Al principio era un tipo

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amable y cariñoso con ella, pero enpocos años salió su lado oscuro.

- ¿Y por qué ha seguido conél después?

- Porque ya estabaembarazada de mi hermano. Yo yahabía perdido a un padre, y noquería que Ángel creciera tambiénsin el suyo.

- ¿Por eso aguanta tu madre aese bruto?

Asintió tristemente con lacabeza.

Todo empezaba a cuadrar.

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Eva se estaba sacrificando por suhijo pequeño, y Scandar intentabano entrometerse entre ellos para nocalentar más el ambiente yperjudicar a su hermanito. Era unasituación realmente angustiosa; meimaginaba a Scandar soportando lasinsolencias de ese hombre hacia sumadre, y ella a la vez tolerándolaspara no deteriorar la relación delpadre son su hijo pequeño.

- Llevo más de dos añosviendo a mi madre sufrir por esecretino, y estoy harto de callarme la

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boca- un suspiro salió de sugarganta.

Se tapó la cara con las manospara que no le viera, fui conscientede que estaba reteniendo su rabiacontenida.

Agarré sus manos y las apartésuavemente para que no tuvieraningún reparo en mostrar sussentimientos. Vi sus ojos envueltosen lágrimas, unas lágrimas quejamás pensé que saldrían de unchico tan duro e impetuoso como él.Se me hizo un nudo en la garganta al

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verlo tan vulnerable en aquelmomento, no pude más queacariciar su rostro y secarle laslágrimas que caían por sus mejillas.Entonces me miró directamente alos ojos, se acercó lentamente haciaun lado de mi rostro y me besójunto a la oreja.

- Gracias- susurró lloroso.No pude contestarle, antes de

hacerlo ya me había besado tambiénen la mejilla, y después en elmentón, y poco a poco fueacercándose a mis labios, suave,

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delicado, dulce…Por un eterno segundo dejé de

sentir el suelo sobre mis pies.Estaba flotando, sintiendo susjóvenes labios sobre los míos. Nopodía ver ni sentir nada que nofuera él.

Fue un momento de confusión;un alumno del instituto estababesándome, en mi casa, sobre misofá. No estaba bien. No estababien pero… yo me sentía tan bien.Entonces aparté mis labios de lossuyos, y rápidamente me incorporé

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del sofá sin atreverme a mirarle a lacara.

- Lo siento- se disculpócogiéndome de la mano para que nome marchara-. No pretendíahacerlo, ha sido el momento…

- Me voy a dormir. Te hedejado una manta, podrás acostarteen el sofá sin problemas- dijedándole la espalda.

Temía que si volvía a mirarleno me marcharía del salón, y nopodía permitirme semejantedebilidad. Yo era una profesora, y

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él, un alumno. Un alumno especial,pero seguía siendo un alumno.

Me dirigí con las piernastemblorosas a mi habitación,dejando a Scandar en el salón. Metumbé junto al pequeño Ángel que dormía apaciblemente, sinproblemas, sin ataduras.

¿Por qué no podía ser mi vidatan fácil como la de un niño? Ciertoes que Scandar despertaba en míalgo que jamás antes había sentido,tenía una aureola especial que meembrujaba, su personalidad, su

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físico, todo ello me seducía. Ydespués de ese beso… ese beso mehabía hechizado. Fue un beso comouno de esos besos que nunca seolvida.

Pero era imposible, esarelación era totalmente inviable.Sería un escándalo que la gente seenterara de que yo, una profesorade matemáticas, tenía un idilio conun estudiante de segundo deBachiller. Podría incluso serexpulsada del centro, y eso sí quesería un disgusto, tanto para mí

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como para mi familia.Tenía que creer que lo que

había sucedido esa noche, no habíasido más que fruto de lacircunstancia. El muchacho estabaresentido por los problemasfamiliares, y se había desahogadoconmigo. Tendría que dejar dedarle importancia y seguir con mivida, como lo estaba haciendo hastaentonces. Cerré los ojos y mepropuse no pensar en nada máshasta la mañana siguiente.

Por supuesto, me resultó

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imposible.

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Domingo, 12 de Enero

A la mañana siguiente me

despertó el ruido del niño jugandoen el salón de casa. Tardé un par desegundos en ordenar las ideasdentro de mi mente, ni siquieraestaba segura de a qué hora habíaconseguido dormirme, tras pasar lanoche en vela rememorando una yotra vez el beso de Scandar. Aúnpodía sentir el calor de sus labiossobre los míos. Me estremecí al

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darme cuenta de que aún seguiría encasa. Metí la cabeza bajo laalmohada deseando de todo corazónque la tierra me tragara antes detener que enfrentarme de nuevo a sumirada. ¿Qué le diría? ¿Cómoreaccionaría él? Mentalmenteensayaba las palabras quepronunciaría cuando me cruzara conél a la vez que me levantaba de lacama.

«Vamos Raquel, seguro queestá tan avergonzado como tú.Demuéstrale que eres una mujer

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madura y que el hecho de besarte note ha afectado» intentabaconvencerme a mí misma.

Agarré una rebeca y me lacoloqué por encima, sentía ciertoescalofrío mientras me arrastrabahacia el salón. Allí encontré alpequeño Ángel jugando con uncochecito que le había traído suhermano la noche anterior, estabatan distraído con el juguete que nisiquiera se percató de mi presencia.

De la cocina venía un suaveolor a café recién hecho. Me

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recordó a la época en la queestudiaba en la facultad, y mi madrepreparaba el desayuno por lasmañanas para que fuera con energíaa las clases. Nadie desde entoncesme había preparado café.

Entré en la cocina y allíestaba él, con un mandil alrededorde la cintura, y peleándose con latostadora a la par que vigilaba elcafé. Parecía tranquilo, sosegado,como si no hubiera pasado nada.

- ¡Buenos días profesora!Su tono despreocupado me

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confundió. Se suponía que debíaestar nervioso, incómodo, sofocadocomo yo, pero su actitud notransmitía nada de eso. Se movíade un lado a otro por la cocinacomo si de su propia casa setratara. Había preparado sobre lamesa un desayuno completo:tostadas, fruta, café y zumo denaranja. Estaba realmenteimpresionada, además de atrevido,se defendía a la perfección en lacocina.

- Buenos días- pronuncié con

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una voz más débil.- Te he preparado el

desayuno, espero que no te importe-dijo-. Quería recompensarte porhabernos dejado pasar la noche entu casa.

- No te preocupes, no tienesque agradecerme nada. No teníaintención de permitir que elpequeño durmiera en la calle.

Me regaló una de sus blancassonrisas tras el comentario. Teníaque pararle los pies como fuera;otra vez lo estaba haciendo,

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siempre conseguía camelarme.- Escucha Scandar, yo…- ¿Prefieres las tostadas con

mermelada, o sólo mantequilla?-me interrumpió.

- No, bueno, eso da igual…Lo que quería decirte es que… ¡ay!No sé qué es lo que quería decirte-se me trababan las palabras.

- Vamos, deja eso ahora.Siéntate aquí y disfruta de tudesayuno- me ofreció una silla y meacomodé en ella mientras cavilabaen cómo decirle que su beso había

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sido un error y que esperaba que nose repitiera.

Se sentó frente a mí y sedispuso a echar unas cucharadas deazúcar en el café.

- ¿Dos?- me preguntómientras sostenía la cucharilla en lamano.

- No, sólo una por favor.Noté que me miraba fijamente

mientras añadía la leche caliente alcafé, entonces me sentí incomoda alimaginar el aspecto desaliñado derecién levantada que tendría, e

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intenté recogerme el pelo condisimulo.

- Estás muy guapa estamañana- dijo como si me hubieseleído el pensamiento.

Definitivamente aquel chicodesbarajustaba mis intenciones. Eraun experto en expresar abiertamentelo que pensaba con absolutanaturalidad y aquella actitud medesorientaba.

- ¡Ejem! Sí, claro… veras, loque quería decirte es que…

- He hablado con mi madre

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hace un momento- volvió ainterrumpirme-. Me ha dicho queJacobo se ha marchado con unosamigos de caza, así que parece quetodo vuelve a la normalidad demomento. Al menos no tendré queverle la cara hoy a ese capullo.

Una tregua. Al menos eranbuenas noticias. Quizá la únicasolución a aquel problema fueraque, tanto Scandar como Jacobo,pasaran el menor tiempo posible enel mismo habitáculo.

- Me alegro- contesté con la

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boca aún llena. Me tomé unossegundos para tragar la tostada yproseguí-. Tendrás que ser pacienteScandar, hazlo por tu madre y tuhermano. Es ella la que debedecidir lo que quiere hacer con suvida.

- Supongo que tienes razón.Sólo espero que abra los ojos ydeje pronto a ese desgraciado- sellevó la taza de café a la boca concautela comprobando que noabrasara.

- Dale tiempo- puntualicé.

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Me cogió la mano y la besó.De nuevo ese silencio incómodo.Entonces cogí aire para decirle loque intentaba expresar desde hacíaun rato.

- Scandar, lo de anoche nopuede volver a repetirse- solté alfin-. Eres un alumno y además, eresmenor de edad. ¿Sabes en qué liopodría meterme si alguien seenterara de que nos hemos besado?

- Lo sé- respondió-. Anocheestaba confundido y me dejé llevar.No tienes que preocuparte por nada,

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no volverá a pasar.Su respuesta me dejó algo

más tranquila, noté cómo losmúsculos de mi cuerpo sedestensaban y solté un suspiro dealivio.

- Me alegra oír eso, porqueno quisiera que nuestra relaciónestudiante-profesora seentorpeciera.

- ¿Podremos seguir con lasclases particulares?- preguntósorprendido.

- Sí, claro- no pude negarme

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ante su entusiasmo-.Pero me temoque tendremos que reducir elnúmero de clases por semana. Sólotengo disponibles los lunes a partirde ahora.

Tenía la firme determinaciónde evitar estar a solas con él enrepetidas ocasiones, así quedisminuir los días por semana seríauna buena opción. Por otro ladohabía conseguido que aprobara casitodas las asignaturas el trimestreanterior, y sería una pena no seguirayudándole para que se graduara a

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final de curso. Un único díaintensivo por semana seríasuficiente.

- No sabes cuánto te loagradezco. Te aseguro que me voy aesforzar todo lo que pueda porsacar el curso adelante.

- Bien.Se levantó de la silla dejando

su desayuno a medias, y se dirigióal salón.

- Vamos Angelito- le oídecir-. Tenemos que marcharnos ya.

Cogió a su hermano en brazos

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y lo llevó hacia la puerta. Elpequeño no dejaba de reírse cuandoScandar le subió en volandas comosi fuera un avión. Les acompañéhasta la salida y me despedí delpequeño con un beso.

- Hasta el lunes profesora.Al cerrar la puerta no pude

más que sonreír al recordar lasituación en la que me había vistoenvuelta. Me pareció inclusoridículo pensar en lo intranquilaque me había sentido, y sinembargo, él se había comportado

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con absoluta naturalidad y calma.¿No se suponía que era yo lamadura en toda esta historia? Sólohabía sido una chiquillada, y yo melo había tomado como algorealmente serio. Debería relajarmey no ser tan alarmista.

Aquel día terminé de recogerel desayuno, y a continuación mearreglé para ir a comer con mispadres. Por algún motivo meapetecía verme guapa, así quedecidí acicalarme más de lo quesolía hacerlo cada domingo.

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Lunes, 13 de Enero

- Bien chicos, no olvidéistraer los deberes hechos paramañana- intenté decir a los alumnosnerviosos por salir a toda prisa trasescuchar el último timbrazo de lamañana.

Esperé a que estuvieran todosfuera para cerrar el aula con llave.El griterío y los empujones que seproducían en los pasillos eraninsostenibles, y prefería esperar ysalir más tarde, antes que ser

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empujada y pisoteada por aquellosinsensatos. Por mucho que se lesadvertía, los más jóvenes sobretodo seguían actuando de formaimprudente en el centro.

Mis compañeros también semarcharon apresuradamente, y metocó cerrar el departamento conllave hasta el día siguiente. Cuandosalí del centro no quedabaprácticamente nadie por losalrededores, por eso me sorprendióver a Scandar esperándome sentadosobre su moto.

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- Hola profesora.- Hola Scandar, ¿qué tal te fue

ayer cuando volviste a casa?-pregunté.

- Bien- respondió-. Jacobo novolvió hasta la hora de la cena, asíque tuve mucho tiempo paraconversar con mi madre.

No quería ser chismosa, perome moría de ganas por saber de quéhabían hablado.

- Me ha dicho que discutiócon él y que le amenazó consepararse si volvía a tratarle de esa

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manera- se le escapó una sonrisa desatisfacción-. Anoche volvió decaza más suave que un guante.

- Parecen buenas noticias- mealegré mucho de oír aquello-. Sóloespero que no se le olvide.

- Yo también lo espero.Aunque el tío sea una bestia, sé desobra que no puede vivir sin mimadre. Si es listo, será conscientede que no le conviene pasarse conella.

Aquel día Scandar se veíaespecialmente contento, parecía un

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niño al que acababan de regalarleel mejor de los juguetes. No lohabía visto tan feliz desde el día enque le dieron las notas, de lo cualme sentía responsable en ciertamanera. Gracias a mi ayuda y a superseverancia, había conseguido suobjetivo. Pero no debía despistarseahora que estaba mejorando.

- ¿Nos vemos esta tarde encasa para comenzar con las clases?-le sugerí mientras sacaba las llavesdel coche de mi bolso.

- Por supuesto. No quiero

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desperdiciar esta buena racha.- Bien, pues te espero a las

seis, como siempre.- Allí estaré.Arrancó la moto con el

estrepitoso ruido habitual, y trascolocarse el casco, se alejóvelozmente por la carretera.

Ese día llegué a casa con unhambre atroz, y no me conformé conun simple sándwich y una ensalada.Aunque me llevó algo de tiempo,preparé un guiso de pollo conmucha salsa, y unas patatas para

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acompañarlo. Como complementosaqué del frigorífico algo de salmónahumado y junto con una ensaladade canónigos, aliñé todo con aceitey limón. En lugar de comer sobreuna bandeja tirada en el sillón,preparé la mesa como si fuera atener invitados: un bonito mantel,servilleta a juego, una copa de vinoy los cubiertos bien colocados.¡Qué pena que estuviera sola paradisfrutar de aquella comida tansuculenta!

Al final no pude comérmelo

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todo, había preparado demasiadacomida, así que al terminar, guardéel resto en el frigorífico, paradisponer de ella al día siguiente.

A eso de las seis llegóScandar tan puntual como siempre.Me había dado tiempo a hacer ladigestión, pero por algún motivodesconocido, volvía a tener hambrea aquella hora. Se sentó en la mesadel comedor donde solíamospreparar las actividades y le ofrecíun café con unos bizcochos para notener que comer yo sola.

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El ambiente era distendido.Fui consciente de que los dos nossentíamos cómodos al regresar a larutina diaria, pero algo en nuestrocomportamiento había cambiado.Parecíamos dos amigos que habíanvuelto a verse tras un largo periodode tiempo, él no dejaba de hacerchistes, y yo no podía evitar reírmede ellos. Me sentía despreocupada,tranquila, y estaba tan dicharacheracomo él.

Observando el corpulentocuerpo de Scandar sentado frente a

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mí, no pude evitar pensar en cómose sentiría una chica entre susfuertes brazos, en qué aspectotendría su torso desnudo, en quépasaría si me dejara llevar por todaaquella impetuosa energía...

“¡Maldita sea!” penséalarmada por la dirección queestaban tomando mis pensamientos.Me obligué a centrarme en eltrabajo y entonces recordé que mihermano competía en una regata dewindsurf el fin de semana siguiente.Creí que sería buena idea pedirle a

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Scandar que me acompañase. Nopensé en las consecuencias,simplemente me dejé llevar por loafable del momento; ignoré mipapel como profesora y sin saberlo,me lancé a un pozo sin fondo.

- El sábado iré a una pruebade windsurf que se celebra en laplaya- le comenté.

- ¿Ah sí?- inquirió relajandosu cuerpo y apoyándose sobre elrespaldo del asiento.

- Mi hermano es uno de loscompetidores, no se le da nada mal

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cabalgar sobre las olas. Tal vez tegustaría probar un deporte al airelibre, es mejor que encerrarse en ungimnasio, mientras respiras el airetóxico de otros- me tapé la nariz alvisualizar en mi mente a un montónde tíos sudando y oliendo mal en unrecinto de ochenta metroscuadrados.

Hacer ejercicio era una buenaforma de mantenerse en forma, peroademás, estaba muy recomendadoen estudiantes para salir delsedentarismo y la inactividad, ya

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que pasaban largas horas en unaposición desfavorable para laespalda.

- Está bien, iré- dijo sinpensárselo-. ¿Y cuando dices quees?

- El sábado por la mañana.Podemos quedar allí directamente-me levanté para recoger las tazas dela mesa y las coloqué en elfregadero de la cocina-. Estoysegura de que va a gustarte.

- De acuerdo, pero si meahogo ¿me harás el boca a boca?-

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bromeó desde el salón.Asomé la cabeza por la

puerta de la cocina y le eché unamirada sagaz.

- ¡Anda ya!- repliquéacercándome a él y dándole unsuave manotazo en el hombro-. Túprocura no ahogarte, porque si no,te dejo ahí tirado.

La tarde avanzaba eintentamos centrarnos en las tareasque tenía pendientes. De vez encuando soltaba algún comentarioque me hacía reír, pero enseguida le

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cortaba diciendo que no se desviaradel tema. Cuando se marchó, mealegré de haber pasado una tardetan distraída y animada con él. Alverme sola de nuevo, me di cuentade que en realidad no quería que sefuera.

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Sábado, 18 de Enero

- ¡Vamos David, tú puedes!-gritaba como una histérica paraanimar a mi hermano.

Iba el segundo en lacompetición, y estaba a pocosmetros de alcanzar al primero.Aunque era consciente de que nome podía escuchar desde tan lejos,la emoción me embargaba, y misgritos de ánimo superaban a los de

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la gente allí reunida viendo elTercer Campeonato Nacional deWindsurf.

David se había entrenadoduro para la prueba, todos los añosquedaba entre los diez primeros dela competición, pero ese año sehabía propuesto con todas susfuerzas llegar el primero. Scandarestaba sentado junto a mí, en lasgradas que habían montado para laocasión, junto a la orilla de la playade Campoamor. Nunca antes habíaasistido a un campeonato de ese

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estilo, pero estaba tan animadocomo cualquier otro asistente, éltambién daba gritos de apoyo a mihermano para que adelantara alchico que iba en cabeza.

El tiempo nos había dado porfin una tregua después de tantosdías de lluvia, y aquella mañana,aunque hacía bastante frío, el solnos deleitó con sus intensos rayosde sol. Tuvimos que abrigarnosbastante, ya que el viento alcanzabalos veinte nudos – al menos esoescuché decir a los expertos- y yo

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me protegí la cabeza con una gorrapara que el pelo no se me enredara.Aún así sentía tanto frío, que nopude evitar agarrarme del brazo deScandar para que me diera algo decalor.

- ¿Tienes frío?- preguntó.- Estoy helada- contesté

tiritando-. No sé si es por el vientoo por los nervios de ver a mihermano.

- Déjame ver.Me cogió de las manos y las

colocó entre las suyas. Pronto sentí

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la calidez que desprendían cuandolas frotó.

- ¿Mejor?- preguntó.- Sí, gracias- contesté.- La verdad es que las tienes

congeladas, y ya sabes lo quedicen: manos frías, corazóncaliente- se burló.

Volví la mirada hacia laplaya para que no viera la sonrisaque se había dibujado en mi cara.Era palpable que Scandar se sentíacómodo y bromeaba conmigo comosi de una amiga se tratara, no me

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habría importado dejarme llevar yactuar con naturalidad, sobre tododespués de haber aclarado elasunto del beso. Pero mi cabezaseguía advirtiéndome de que debíamantener una pequeña distancia.

- Esta es la última vuelta,como David no adelante al otroahora, se va a tener que conformarcon la segunda posición- me estabaponiendo realmente nerviosa verque mi hermano no alcanzaba a sucontrincante.

- Mira, ahora lo va a intentar-

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señaló Scandar.Llegaron a la última

señalización que indicaba la vueltadel recorrido. David intentó unamaniobra por el interior de sucompetidor, con tan mala suerte,que acabó chocando contra la tabladel otro. Ambos cayeron al aguajunto con sus velas, y los demáswinsurfistas aprovecharon elmomento para adelantarles. Temíque al estar tirados en el agua algúncompetidor pudiera pasarles porencima provocando un accidente.

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Me levanté de golpe del asientopara visualizar a mi hermano conmayor claridad, pero no llegué avislumbrarlo. Hasta que no pasaronlas demás tablas por la zona dondeél y su contrincante habían caído,no se volvieron a ver ninguna desus cabezas asomar del agua.Suspiré aliviada cuando amboshicieron una señal con sus manospara indicar que se encontraban enbuen estado. Afortunadamente nohubo daños que lamentar.

David consiguió llegar a la

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orilla en décima posición, no menosenfadado que su adversario, quehabía llegado el noveno por suculpa. Aún así, ambos se dieron lamano al terminar, y David le pidiódisculpas por la caída. ¡Todo unejemplo de compañerismo!

Scandar me acompañó pararecibir a mi hermano en la orilla.

- ¡Muy bien hermanito, hasestado genial!- le di un abrazo sinimportarme que estuviera mojado.

- La he pifiado al final-contestó quitándose los guantes de

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neopreno.- Yo creo que has estado de

puta madre. Si no arriesgas, noganas- intervino Scandar.

- Tú sí que sabes chaval- dijoDavid guiñándole el ojo-. Estealumno tuyo tiene madera decampeón- señaló dirigiéndose a mí.

- Sí, es una buena pieza-bromeé.

- Deberías probar un rato, aver qué tal se te da- David leofreció su tabla a Scandar para quelo intentara, y este no dudó ni un

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segundo en contestar.- ¡Guay! Seguro que me gusta,

pero no tengo traje de neoprenopara el frío.

- No te preocupes, tenemosmás o menos la misma talla, teprestaré uno que llevo en el coche.

Ambos se marcharon hacialos vestuarios para cambiarse.Después se dirigieron a la orillacon la tabla y una vela, y allí mismoDavid le explicó a Scandar cómodebía posicionarse para agarrar lavela con fuerza. Tras unos minutos

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de teoría sobre la arena, semetieron en el agua, y Scandarintentó seguir las instrucciones quele habían dado. Quedé realmenteasombrada al comprobar que desdeel primer momento fue capaz demantener el equilibrio sobre latabla; sujetaba la botavara confuerza, tensando los músculos desus brazos, y empezó a desplazarselentamente mar a dentro. Viendoque no se le daba nada mal, se pasóla siguiente hora metido en el aguanavegando de un lado para otro.

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David y yo le observamosdesde las tribunas.

- Parece un buen chico-comentó.

- Sí, es un buen alumno. Mehe empeñado en que se gradúe esteaño y le estoy ayudando con lasmaterias.

- Pues ándate con ojo- soltóde repente.

- ¿Qué?- no entendía a qué seestaba refiriendo.

- Vamos, ¿acaso crees que nome he dado cuenta de cómo le

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miras?- No sé por qué dices eso-

empecé a moverme inquieta sobrela silla.

- Raquel, ese chico te gusta.- ¿De dónde sacas esas

tonterías? Sólo es un alumno al queestoy echando una mano- losacertados comentarios de mihermano comenzaban aenfurecerme.

- Raquel, te conozco desdehace bastantes años, y séperfectamente reconocer cuándo un

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chico te gusta. No te estoyrecriminando nada, sólo te digo quetengas cuidado. Yo también he sidoalumno y me han atraído algunas demis profesoras, ¡imagina si mellego a liar con una de ellas! Habríasido toda una hazaña de la quepresumir delante de mis amigos.

- Eso no va a pasar- dijeapartando la vista de él paraenfilarla al mar.

- Bien, porque si te enamorasde un chico así, la que acabarásufriendo serás tú- viendo que no

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tenía la menor intención de hablarde ello, se levantó de su asiento yse encaminó de nuevo a losvestuarios.

No podía creer cómo mihermano había sido capaz deacertar con sus comentarios sin nisiquiera conocer el tipo de relaciónque manteníamos Scandar y yo,pero tenía que admitir que teníatoda la razón. Me estaba engañandoa mí misma, cualquier otra personase habría alejado de Scandar si lehubiese ocurrido lo que a mí. Sin

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embargo, yo continuaba mi relaciónde profesora con él haciéndomecreer que el beso no había tenidoninguna importancia. Pero sí que latuvo. En el fondo tenía miedo deque se alejara y por eso no quisedejar las clases particulares con él.

Finalmente Scandar salió delagua satisfecho por haber logradonavegar el primer día, yo seguíaesperando en la tribuna pensativa.

- ¿Qué te ha parecido?-preguntó feliz mientras se acercaba.

- Muy bien, has estado genial.

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Veo que esto del windsurf no se teda nada mal- pronuncié aún un tantodistraída.

- Bueno, lo complicado hasido mantener el equilibrio.Supongo que con un poco depráctica lo podré hacer mejor.

- ¿Quiere eso decir que vas aintentarlo de nuevo?- quise saber.

- No me importaría seguirotro día. La verdad es que enganchabastante.

Las gotas saladas de aguaresbalaban por su cara. Era

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agradable verlo feliz y divertidocon el nuevo descubrimiento, surostro reflejaba entusiasmo y erafácil contagiarse de su estado deánimo. Tomó asiento a mi ladoprovocando un remolino desensaciones en mi interior.

- Me alegro mucho de que tehaya gustado el plan- repuse conuna sonrisa cautelosa.

El viento procedente del marme golpeó de frente, haciendo queel pelo se me viniera a la cara.Scandar lo apartó suavemente con

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su mano antes de que pudierahacerlo yo.

- Gracias por todo lo queestás haciendo por mí- susurrómientras colocaba el mechón depelo tras la oreja con una caricia.

- Scandar no hagas esto-murmuré bajando la vista al suelo.

Me rozó el rostro para atraerde nuevo mi mirada hacia la suya.

- Quiero hacerlo- su vozdesprendía sensualidad-. No quieroesconderme más. Me da igual quienseas, o lo que opinen los demás.

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- Scandar yo…No sabía que decir. Me

temblaban las piernas. De nuevoesa angustia por no poder expresarlo que sentía. Se me encogía elcorazón cuando pensaba en mitrabajo, en mi familia y en quienera. Sólo necesitaba dos palabras.Dos palabras para decirle lo quesentía por él, pero un cúmulo deculpabilidad y remordimiento meimpedía pronunciarlas.

- Vamos, dime algo- insistía-.Sólo quiero saber qué piensas.

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Pero la respuesta no llegó.- Debo marcharme- mi voz

era ahogada.Me levanté del asiento antes

de que pudiera decir nada más, ysin despedirme de él me apresurépor refugiarme cuanto antes en elinterior de mi coche.

El viento frío secaba laslágrimas que corrían por mismejillas. Temí que pudieraseguirme y se percatara de queestaba llorando, así que caminé lomás deprisa que pude maldiciendo

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la accidentada arena de la playaque me impedía avanzar connaturalidad. Vi a mi hermano salirdel Club de Windsurf, pero desviéla mirada y continué mi caminopara no tener que darle ningunaexplicación.

Por fin llegué al coche. Elincesante ruido del viento sedesvaneció cuando cerré la puerta,podía ver cómo las alborotadasolas rompían en la orilla, y lashojas de las palmeras se agitabancon fuerza por el viento. Algunos

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viandantes se sujetaban las gorrascon las manos para que no se lesvolasen, y otros se resguardaban losojos para impedir que les entrasearena.

Sin embargo dentro delvehículo se estaba en absolutacalma, sólo se escuchaba un suavesilbido del viento. Contemplé aScandar que seguía allí sentado,sobre la tribuna y sin moverse,observando el mar pensativo. Mesequé las lágrimas y decidífirmemente que aquello se tendría

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que terminar para siempre; novolvería a relacionarme con élfuera del instituto. Me dolían lascuencas de los ojos. «¡Dios!»,murmuré y me odié con todas misfuerzas.

Arranqué el coche, y consuma rabia contenida pisé elacelerador para salir de allí loantes posible.

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Lunes, 20 de Enero

- Chica, menuda cara traeshoy, ¿qué te ha pasado?- preguntóCristina al verme entrar en eldepartamento.

- Sí, es que no he descansado

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muy bien esta noche- ya teníapreparada una excusa desde el díaanterior, porque sabía que misojeras no iban a pasardesapercibidas-. He tenidoproblemas de estómago y no hepodido dormir bien.

- Seguro que ha sido un virus,hay muchos rondando por ahí ahora.Vas a tener que hacer algo con esasojeras, si quieres te puedo prestaralgo de maquillaje.

La ignorancia de Cristina ysus ansias por arreglarlo todo me

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exasperaba. Aquella mañana notenía humor para aguantarcomentarios de nadie, y menos aúnsi provenían de su retumbante voz.Ni siquiera me molesté encontestarle, había tenido suficientecon pasarme el fin de semanallorando en casa.

David me llamó al díasiguiente para preguntarme por quéme había marchado tan rápido sindespedirme de él, y tuve quecontarle que comencé a sentirnauseas, y que fui a casa corriendo

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para tomarme algún medicamento.Aparentemente creyó mi excusa,porque no insistió en mi repentinadesaparición.

Me pasé el domingoencerrada en casa, la misma excusame sirvió para librarme de lareunión familiar de todas lassemanas. Mi madre incluso seofreció a llevarme a casa algosuave para comer, pero le dije queprefería estar tranquila en la cama ypasarme el día a base de zumos ymanzanillas.

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No sé qué habría pasado si sellega a enterar de que me pasé latarde tomando helado de chocolatesentada frente al televisor; era loúnico que me podía consolar enaquel momento. Hundía condesazón la cuchara dentro de lacrema medio derretida con laesperanza de que los efectosantidepresivos naturales delchocolate apaciguaran mi estado deánimo.

El timbre sonó indicando elcomienzo de las clases. Cristina ya

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estaba lista para comenzar el día, yyo sin embargo, sólo deseaba que lajornada acabara cuanto antes parapoder regresar a casa y tirarme denuevo en el sofá.

- Anda, vamos. Anima esacara chica, ¿qué van a pensar losalumnos? Creerán que has estado dejuerga todo el fin de semana.

«Si tú supieras la marcha quetengo yo en el cuerpo ahoramismo…» me dieron ganas deresponderle.

- Sí, vamos. Acabemos cuanto

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antes- suspiré.De muy pocas ganas cogí los

libros y me dirigí a la primera clasedel día. Iba literalmente arrastrandolos pies, lo último que me apetecíaaquella mañana era explicar lalección y hacer callar a los alumnosdurante varias horas.

Al llegar a la puerta del aulavi a Scandar acercarse por elpasillo hacia donde yo estaba.Venía dispuesto a hablar conmigo,pero yo ya había decidido nointercambiar nada más con él, entré

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en el aula y cerré la puerta antes deque él llegara. Se me quedómirando a través del cristal,preguntándome con la mirada porqué lo estaba esquivando.

- Vete- aunque no podíaoírme, sabía que leería mis labios através del cristal.

Le di la espalda y me dirigí alpupitre. No quise volver la miradahacia atrás, pero supe que tardóunos segundos en marcharse porquelos alumnos observaban laventanilla preguntándose qué hacía

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aquel alumno allí plantado.Con el ánimo por los suelos,

se podría decir que aquella lecciónfue la peor de las lecciones quehabía dado como profesora; noacertaba a resolver los problemasque mandé a los alumnos, y cuandoalguno me preguntaba algo, teníaque volver a repetírmelo, porque noestaba centrada. Realmente fuepatético.

El resto de las clases fuerondel mismo estilo; mi cabeza dabavueltas, me sentía cansada, y sin

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fuerzas en todo momento.Por fin llegó la hora del

recreo. En un intento desesperadopor reavivar mi estado de ánimo fuia la cantina para tomarme un cafébien cargado, al menos me haríareaccionar para no seguircomportándome como un muertoviviente.

Al terminar, me dirigía denuevo al departamento cuando unamano me agarró del brazo pordetrás y me arrinconó contra lapared del pasillo.

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- ¿Otra vez tú?- le recriminésorprendida.

- ¿Pretendes esquivarmecontinuamente?, sólo quiero hablarcontigo- el tono de su voz transmitíaenfado.

Estaba atrapada entre susólido brazo apoyado contra lapared y su cuerpo, no tenía salida.Miré a un lado y a otro del pasillopara asegurarme de que no habíaningún profesor observando. Temíllamar la atención, y opté por dejara Scandar que expresara lo que

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quisiera. Después me marcharíapacíficamente.

- Dime, ¿por qué no quiereshablar conmigo?- insistía.

- Mira Scandar, te tiene quequedar bien claro que yo soyprofesora, y tú eres un alumno. Ycreo que estamos pasando loslímites.

- Me importan un huevo loslímites- dijo enfurecido-. ¿Acaso noestás a gusto conmigo?

- Esa no es la cuestión. Sabesperfectamente que lo del otro día

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fue un error. Yo tengo la culpa deque te hayas tomado tantasconfianzas conmigo, y ahora soy yola que tiene que parar esta locura.

- ¿Lo del otro día?- hizo unabreve pausa-. Sí, te besé, ¿y qué?Es lo que hacen dos personascuando se gustan.

- ¿Cuándo se gustan? Pero,¿quién te crees que eres?– solté unarisita nerviosa- Me parece que telo tienes muy creído.

- Bien, pues entonces míramea los ojos, y dime que tú no lo

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deseabas tanto como yo.Estaba tan seguro de sí mismo

que el estómago se me cerró en unpuño. No sabía cómo salir deaquella prisión. Siempre se mehabía dado mal mentir a la gente, ymi madre me decía que se pillabaantes a un mentiroso que a un cojo.Sin embargo, aquella vez eraindispensable que lo hiciera bien,no podía permitir que Scandarsospechara que su aliento sobre micara se me hacía irresistible, que elcalor de su cuerpo aplastándome

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contra la pared me abrasaba pordentro, o que intuyera que me moríapor estrellar mis labios sobre lossuyos.

Tragué saliva e intentémantener los ojos bien fijos en lossuyos mientras pronunciaba laspalabras:

- No lo estaba deseando.Aquello fue como un disparo

en todo el centro del pecho. Lasangre se me congeló al escucharmi propia mentira, y Scandar debiósentir lo mismo al comprobar mi

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actitud imperturbable.- No te creo- dijo al fin

soltando el brazo que me reteníacontra la pared.

La seriedad de su rostro mehacía suponer que no estabasatisfecho con mi respuesta, o almenos que no quería créela.

En ese momento, un grupo deestudiantes pasó a nuestro lado.Ninguno de ellos se percató de laescena, iban charlandoanimadamente sobre un partido defutbol que retransmitieron la noche

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anterior. Desvié la mirada haciaaquellos chicos para no tener queseguir enfrentándome aldesconcertado rostro de Scandar,que continuaba igual de serio ypensativo. Ni siquiera estaba segurade que se hubiera percatado de lapresencia de aquellos estudiantes.

- El viernes es micumpleaños- soltó de repente-. Mimadre y Jacobo se marchan el finde semana por un viaje de negociosde él, así que no tengo con quiencelebrarlo- de nuevo aquella

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tristeza reflejada en su cara.- Lo siento mucho por ti,

pero…- Te espero el viernes a las

diez en casa- sus ojos se abrieronde par en par-. Sé que no mefallarás.

- Scandar, yo no…Y sin esperar respuesta

alguna, se marchó.- ¡Maldita sea!- exclamé en

voz alta dando un puntapié a lapared.

No sabía si estaba enfadada

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con él, o con el mundo entero,sentía la necesidad de liarme apatadas con cualquier cosa que seme pusiera por delante. Se meocurrían toda clase de maldicionesy calumnias para lo que estabasintiendo en aquellos instantes, yme juré a mí misma que no volveríaa dejar que Scandar me pillara porsorpresa en otra encerrona.

La decisión estaba tomada.

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Viernes, 24 de Enero

Tras una eterna semana, llegó

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el viernes. Deseaba que la jornadaacabara lo antes posible, y no tenerque pisar el centro al menos en unpar de días. Definitivamentenecesitaba un poco de tranquilidad,y pensé que una pequeña escapadaa alguna casita en el campo meayudaría a olvidar a Scandar ynuestra última conversación.

Sin duda alguna aquelloscinco días habían sido demasiadoincómodos para mí; cruzarme con élpor los pasillos del instituto, yagachar la cabeza o desviar la

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mirada cada vez que sus penetrantesojos se cruzaban con los míos, nofue fácil. Agradecí que no medirigiera la palabra en aquellasemana, pero estaba segura de queél esperaba un cambio de actitudpor mi parte, y decidiera ir a sucasa esa misma noche. Tal vezestuviera esperando a que lefelicitara por su cumpleaños enalgún momento de la mañana, peroni siquiera eso hice.

Al acabar la clase deprimero, fui en busca de Cristina.

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Necesitaba algo de distracción, yella era una buena anfitriona en eseaspecto. La encontré en la cantina,sentada en la mesa de siempremanteniendo una conversación conRodrigo, que en los últimos díasparecía su compañero inseparable.

- ¿Qué tal chicos?- preguntémientras tomaba asiento.

- Bien, estamos hablando delplan para esta noche- contestóCristina con su habitual entusiasmo.

- ¿Vais a salir?- mesorprendió que nadie me hubiese

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comentado nada al respecto.- Sí, hemos quedado también

con Salomé. Iremos a tomar algo almismo sitio de la otra vez- añadióRodrigo con discreción.

Se me hacía extrañó verlemás prudente que de costumbre,aunque pensándolo bien, después dela que le monté en la fiesta de fin dePascua, no debería extrañarme quese hubiese distanciado. Desdehacía unas semanas, sólo se dirigíaa mí para comentar temas deltrabajo o preguntar por algún

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alumno. En cualquier caso, meresultó raro que Salomé tampocome comentara nada de aquellasalida. ¿Estarían haciendo planes amis espaldas? Podía esperármelode Rodrigo o incluso de Cristina,pero no de Salomé. De todos modoslo aclararía en unos segundos, yaque en ese preciso instante, ellahizo su aparición en la cantina.

- Hola Salomé, ¿no tienesclase ahora?- preguntó Cristina alverla llegar.

- Sí, sólo he venido a por un

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poco de agua, tengo la gargantaseca- contestó agarrando unabotella que se había dejado sobre lamesa.

- Le hemos comentado aRaquel lo de esta noche- le anuncióCristina.

- Bien, perfecto. Nos vemos alas nueve- y dirigiendo una rápidamirada hacia mí, salió disparada dela sala.

- ¡Vaya prisa lleva esta!-replicó Cristina.

- Entonces, ¿te apuntas esta

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noche?- me preguntó Rodrigomostrando un pequeño ápice deentusiasmo.

- Sí, claro. ¿Por qué no?- mevendría genial seguir distraída hastaque finalizara el día-. Estaré allí alas nueve.

- ¡Genial! Ya veréis lo bienque lo pasamos los cuatro- Cristinase levantó de su asiento dando unpequeño salto de alegría.

Observé la expresión deRodrigo, que también parecíailusionado con la idea. Me

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preocupó que aún albergara algunaesperanza conmigo, después de losucedido con Scandar, lo últimoque pretendía era crear otromalentendido. Pero tenía quereconocer que el hecho de salir conamigos, me haría olvidarle por unrato y no sentir el impulso depresentarme en su casa aquellamisma noche.

Por suerte no volví acruzarme con él en los pasillos delinstituto aquella mañana, inclusollegué a pensar que ni siquiera se

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había presentado a las clases. Micorazón seguía intranquilo, parecíaun estanque a punto de desbordarse,y algo dentro de mí, me decía queno volvería a estar en calma hastaque no acabara el día.

Por la tarde en casa, mesentía más inquieta aún, cada diezminutos miraba el reloj, deseandoque llegaran las nueve paraencontrarme con mis compañeros.No podía sacarme de la cabeza aScandar en su casa esperando queapareciera, sólo.

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Fui a mi habitación paraelegir el vestuario que llevaríaaquella noche; procuré elegir algoque no fuera demasiado llamativo,además, tampoco tenía demasiadosánimos para pensar en quéponerme. Al final elegí una falda devuelo roja con una camisa blanca, eintenté darle algo más de graciacolocándome un cinturón ceñido ala cintura.

A las ocho decidí que noaguantaba ni un minuto más en casa,así que agarré el bolso, y me

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coloqué un abrigo blanco por loshombros. Aunque aún faltaba unahora para nuestra cita, me detendríaa observar algunos escaparates decamino.

Pero por cada minuto quepasaba recorriendo la calle a pie, elcorazón se me encogía más y más.No podía evitar dar por hecho quesi no aparecía por su casa, loperdería para siempre, y aquellasensación me comía por dentro.

Finalmente, y tras pasear pordiversas calles del centro, me dirigí

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al pub donde había quedado conmis compañeros. La noche era fría,y el cielo anunciaba lluvia, pero almenos, estaríamos protegidos bajotecho.

Cuando llegué, vi queCristina y Rodrigo ya estabansentados junto a la barra. Cristiname hizo una señal para que meacercara a ellos, ambos tenían susbebidas servidas sobre uno deaquellos posavasos de cartónanunciando una marca de cerveza.

- ¿Qué tal chicos?- avisé de

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mi llegada-. Habéis venido pronto.- Sí, hemos llegado hace unos

diez minutos- aclaró Cristina-.Rodrigo ha pasado a recogerme porcasa antes de tiempo.

Ambos se mirarontímidamente.

- Si lo llego a saber, vengoantes, llevo una hora dando vueltaspor el centro- repuse mientras mequitaba el abrigo, y lo dejaba sobreuna silla.

- Pasaba por delante de lacasa de Cris con el coche, y pensé

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en traerla para que no tuviera quecaminar con este frío- se excusóRodrigo.

- Muy amable por tu parte-dije con cierto tono de sarcasmo.

En ese preciso instante, misojos se bloquearon, y no podían verlo que tenía delante. Alguien desdeatrás me los había tapado con lasmanos. Mi aparente estado decalma se exaltó al imaginarme porun segundo que podría ser Scandarel que me había tapado la visión.Pero no tardé en darme cuenta de

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que la única persona que faltaba eraSalomé, que aún no había hecho suaparición aquella noche.

- ¡Al final has venido!- dijoaparentemente sorprendida por mipresencia.

- Claro, ¿por qué no iba ahacerlo?- respondí.

- No sé chica, últimamente tenoto un poco rara- mascullómientras alcanzaba un taburete parasentarse.

- ¿Rara yo? No sé por qué lodices.

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Salomé tenía la malacostumbre de decir todo lo quepensaba, y, aunque en ocasionesresultaba hasta gracioso, en aquelmomento me parecía inoportuno quese sincerara. Por descontado que noiba a contar mis problemas delantede ellos, ya me sentía lo bastantefrustrada como para encimaaguantar a mis compañerosrecriminarme por la excesivaconfianza que le había dado a unalumno.

- Es que últimamente estás en

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las nubes- soltó haciendo gestoscon las manos hacia el cielo.

- Vamos Salomé, deja aRaquel tranquila, no le des tantacaña- interrumpió Rodrigo con sussabias palabras.

- No, está bien- me dirigí aél-. Salomé tiene razón. He tenidounos problemillas personales, perono quiero hablar de eso ahora.Mañana estará todo solucionado.

- Espero que no sea nadagrave- dijo Cristina mostrandocierta preocupación.

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- No, no… es una tontería.Nada de qué preocuparse- inquirí.

- Bueno, venga. Tomemosalgo y disfrutemos de la noche-Salomé intentó cambiar de temaviendo que su comentario me habíaresultado incómodo.

Cuando el camarero nossirvió a todos las bebidas,brindamos por el departamento deMatemáticas. Ahora sí el ambientese había tornado agradable yaparentemente cómodo para loscuatro. Sin embargo, por mucho que

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me esforzara, en el interior de micabeza Scandar se me seguíaapareciendo. Lo volvía a imaginarsólo en su casa esperando.

Las nueve y media. Ojeaba elreloj de vez en cuando, las agujasparecían pesar tanto, que lamaquinaria apenas podíaempujarlas; era como si estuvieranagotadas por cada paso que daban.Debía reconocer que, a pesar deintentar conversar con miscompañeros, estaba ausente.Observaba a las personas que había

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a mi alrededor; grupo de amigoshablando y riendo, chicos bebiendosin soltar sus cervezas de lasmanos, chicas susurrándosepequeños secretos al oído para quelas demás no escucharan…

Me detuve a observar unamesita que había junto a la puertade salida. En ella, una pareja deenamorados se besaban yacariciaban con ternura. Me llamóla atención el anillo que la chicalucía en su mano izquierda, y encómo el chico se la sujetaba con

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suavidad. Daba la impresión de queacabara de declararse.

“Qué bonito” pensé. Solté unsuspiro de compasión por mímisma. Soñé en lo maravilloso quesería poder estar con alguien al queamara ciegamente, y que él sintieralo mismo por mí. Y claro, volví asentir aquel nudo en el estómago alpensar de nuevo en Scandar. Queríallorar, gritar, salir de allí corriendoe ir en busca de él. Él podríahacerme sentir todo lo que yonecesitaba, ¿y qué si sólo tenía

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diecisiete años y yo veintisiete? ¿yqué si era menor de edad? Tambiéna los diecisiete se podía amar conintensidad, y yo sabía que ambos lodeseábamos.

De repente, el bullicio quehabía a mi alrededor desapareció.Mi mente se paralizó por completoal reparar en algo que había pasadopor alto hasta aquel precisoinstante. Ese día Scandar cumplíadieciocho años.

Dieciocho.Dieciocho.

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No dejaba de repetírmelo unay otra vez.

Dieciocho.Ya era mayor de edad.Y si era mayor de edad…Una sonrisa se dibujó en mi

cara al darme cuenta de que ya noexistían motivos para huir de missentimientos. Ya no tenía por quéhacerlo. Legalmente él era mayorde edad, y yo… yo ni siquiera erasu profesora oficialmente. ¿Quépodría impedirnos estar juntosentonces? Todo lo que me retenía,

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las razones que me impedían estarcon él, de repente me parecieronuna soberana estupidez. Queríaestar con él. Él me hacía vibrar, mehacía reír… ¿cómo no iba a quererestar con alguien como Scandar?¿Cuánto tiempo más iba a lucharcontra ello? ¿Cuánto tiempo más meiba a seguir mintiendo a mí misma?Estaba enamorada de él, de un niñoque de golpe se había convertido enhombre. Sí, él ya era un hombre, yyo deseaba estar con él. Queríaverle, quería decirle todo lo que

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sentía. Ya no podía negar missentimientos y decirme a mí mismaque no debía pensar en él.

Miré de nuevo el reloj. Lasdiez menos cinco. Aún estaba atiempo de llegar a su casa a la horaque habíamos quedado, salté de mitaburete y agarré mi bolso y elabrigo.

- Lo siento, me ha surgidoalgo. Tengo que marcharme-anuncié a mis compañeros sinpoder esconder mi entusiasmo.

Se quedaron tan atónitos, que

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ni siquiera tuvieron tiempo decontestar, y antes de salir por lapuerta escuché de lejos comoSalomé les decía:

- Ya os dije que está muyrara.

Pero a mí me daba igual.Nada en el mundo podía borrar lasonrisa de mi rostro. Fui tan rápidocomo pude en busca de mi coche.Empezaron a caer algunas gotas delluvia mientras caminaba, peropronto alcancé el garaje de casa,subí al coche y salí de allí tan

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rápido como pude.Esperaba acordarme del

camino de piedras que conducía ala casa de Scandar. Eran las diez ycuarto cuando alcancé la salidahacia su chalet. La lluvia empezabaa ser copiosa, y casi no sedistinguían los laterales deltortuoso camino, no tenía másremedio que aminorar la velocidadsi no quería estrellarme contraalgún árbol.

Estaba impaciente por llegar.Ya había pasado la hora de nuestra

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cita, y temí que, al no vermeaparecer, se hubiera marchado decasa. Pisé el acelerador a pesar delpeligro, y justo en ese instante, elmismo chasquido de la otra vezhizo su aparición, ¡pluf!

- ¡Joder!- dije golpeando elvolante con rabia.

Otra vez había pinchado larueda.

“¡Mierda!, ¿qué hago ahora?”pensé.

No había luz suficiente paracambiarla. Además, llovía tan

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intensamente que el barro meimpediría hacer bien el trabajo, yencima, para qué negarlo, no teníani idea de cómo se cambiaba unarueda.

Miré el reloj. Las diez ymedia. Decidí que iría andandohasta su casa, no quedabademasiado lejos y calculé que en unpar de kilómetros llegaría. Eché acaminar bajo la lluvia, e intentéprotegerme como pude con elabrigo.

Tras avanzar a paso rápido un

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par de kilómetros bajo laoscuridad, vi a lo lejos la luz de unporche. Por fin. El abrigo ya sehabía empapado por completo, y elfrío se me había metido hasta loshuesos. Estaba temblando, perosólo unos pocos metros meseparaban de la casa.

Cuando finalmente alcancé laverja, vi que la entrada principalestaba abierta. Una cascada delluvia golpeaba con fuerza la puertametálica. Accedí al jardín, y meencaminé a la parte de atrás, por

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donde habíamos entrado días antes.El frío y los nervios hacían casiimposible mantener el pulso establepara hacer sonar el timbre, así queopté por golpear la puertadirectamente. Fueron los diezsegundos más largos de mi vida, yapensé que no habría nadie, pero alfinal, la puerta se abrió.

Su rostro reflejaba asombro.Dudaba si era por la sorpresa deverme allí, o por la visión que teníaante él. Las gotas de lluvia caíanpor mi rostro, y todo mi cuerpo

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estaba calado. Allí estábamos losdos, como pasmarotes, sin saberqué decir. Dejé de sentir frío, miorganismo había reaccionado antesu imagen, y un calor abrasanterecorrió mi cuerpo. Seguíajadeando por la agitación de ircorriendo hasta la casa, pero poco apoco, fui recuperando larespiración normal.

Sin pronunciar palabraalguna, extendió su mano hacia mí,y yo, tímida, alargué la mía paracogerla. Al percibir la calidez que

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desprendía, una sensación deternura invadió mis sentidos. Susojos, profundos y embriagadores,me observaban con admiración.Quería decirle todo lo que sentía, loque mi corazón experimentaba cadavez que estaba con él, pero laspalabras no fluían. Estabanparalizadas por el hipnotismo desus ojos.

- Estás empapada- dijo al finmostrando su preciosa sonrisablanca.

- Sí, he tenido un pequeño

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percance con el coche- la voz salióde mi cuerpo a duras penas.

- Vamos- me atrajo al interiorde la casa mientras seguíamoscogidos de la mano-. No querráspillar una pulmonía.

- Claro que no- contesté algocortada.

Debía estar horrible con elpelo y las ropas mojadas. Supuseque incluso el maquillaje se mehabría corrido, así que intentésecarme la cara con la manga de lablusa, pero no sirvió de nada, pues

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ésta también estaba empapada.- Ven. Te daré algo de ropa

seca para que puedas cambiarte.Obedecí sin rechistar. Estaba

tan embriagada con la amabilidad yla delicadeza con la que mehablaba, que habría hecho cualquiercosa que me pidiese en aquelmomento. Se acercó a la habitaciónde su madre, y sacó del armario unjersey y unos pantalones vaqueros,me acompañó hasta el baño, y loscolocó sobre un pequeño taburete.

- Tómate tu tiempo- dijo

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cerrando la puerta tras de sí.Estando allí sola, aproveché

para echar un vistazo rápido a miaspecto. Al ver mi reflejo en elespejo, me arrepentí de habercorrido bajo la lluvia, estabarealmente deplorable. Como yasuponía, el maquillaje se me habíacorrido por toda la cara, y tenía losojos manchados de rimmel. Cogípapel para secarme bien la cara, yquitar el resto de maquillaje.

A continuación me despojé dela ropa húmeda, y me vestí con lo

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que me había dado Scandar. Sumadre y yo debíamos tener lamisma talla, porque los pantalonesse ajustaban perfectamente a mifigura. Fue todo un gozo volver aestar seca.

Antes de salir del baño, toméaire profundamente. Me habíaconcienciado de que aquello era loque deseaba, y por fin podía estar asolas con él y sincerarme. Noestaba segura de las palabras queutilizaría para decírselo, pero nopodía esperar un segundo más para

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volver a verle.Abrí la puerta del baño y me

encaminé hacia el salón. Advertíque sobre la mesa había preparadauna cena para dos. Ambos platos sehallaban tapados, supuse que sehabrían quedado fríos por mitardanza. También había dos copasde vino servidas y unas velasapagadas, lo que me hizo imaginarque Scandar estaba seguro de queaparecería tarde o temprano.

Me dirigí al porche, y lo visentado sobre uno de los balancines

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meciéndose suavemente.- Hola- susurré.Se dio la vuelta.- ¿Estás mejor?- quiso saber.- Sí, gracias. Parece que he

dejado de temblar.- Pues parece que también ha

dejado de llover- señaló al cielo.Desde el porche se veía el

reflejo de las estrellas sobre lapiscina, la noche se había teñido deazul mientras me había cambiado deropa.

- ¡Es increíble!- exclamé

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mirando al cielo. Parecía que losvientos se hubiesen puesto deacuerdo para retirar de un soplidolas gruesas nubes que descargabansu agua.

- Sí que lo es- pronuncióScandar sin apartar sus ojos de mí.

Le dediqué una sonrisaamplia. Me acerqué a él y me sentésobre el balancín que había a sulado. Ambos nos mecíamossuavemente, mientras el silencio seapoderaba de nuestros oídos. Alfinal, no pude evitar pronunciar en

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alto lo que pensaba:- Esto es una locura.Scandar continuaba con los

ojos posados sobre mí. Aguardó ensilencio dejando que continuara conmi declaración.

- Hace unos días que noduermo- confesé-. Y cuando lohago, me despierto, y te echo demenos. Parece que el tiempo quepasábamos juntos, nunca fuesuficiente para mí.

Entonces me cogió de la manoy la besó. De nuevo aquel intenso

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cosquilleo en la boca de miestómago.

- ¿En qué piensas cuando nosseparamos?- pregunté sin másdilaciones.

- En que me siento solo-contestó mirando a las estrellas.

Otro breve silencio.- ¿Puedes sentirlo?- preguntó

volviendo de nuevo sus ojos haciamí.

- ¿El qué?Llevó mi mano hacia su

pecho, igual que hizo la noche en

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que me salvó de aquellosgamberros, y pude sentir el intensolatido de su corazón.

- Yo también estoy nervioso-confesó.

- ¿Tú? No te creo. Siempre temuestras tan seguro de ti mismo…

- Esto es diferente- meinterrumpió-. Estás aquí, conmigo.Creí que ya no vendrías, y cuandote he escuchado llamar a lapuerta…- se detuvo por unossegundos.- Raquel, tú consiguescambiar mi mundo.

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Era la primera vez que leescuchaba pronunciar mi nombre.De pronto, dejó de ser aquelalumno sexy del instituto, paraconvertirse en el chico del que mehabía enamorado.

- ¿Acaso pretendes decirmeque tú…?- necesitaba saberlo, micuerpo temblaba ahora por miedo asu respuesta, pero realmentenecesitaba saberlo.

Sus profundos ojosexaminaron mi rostro, mis labios,mi mirada… Se acercó lentamente a

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mi oído y susurró:- Todo el tiempo Raquel, todo

el tiempo.Nos detuvimos en aquella

postura. Los balancines dejaron demoverse. Le tenía tan cerca, que elolor de su perfume penetró portodos mis sentidos. Sentí cómo surostro rozaba mi pelo, y toda mipiel se estremeció ante su contacto.

Acercó poco a poco suslabios a los míos. Su cálido alientocomenzaba a agitarse ante laproximidad de nuestras bocas.

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Aún tenía el pelo mojado porla lluvia, y una inoportuna gotaresbaló por mis labios. Entoncessentí la humedad de su beso. Fuecomo un chispazo eléctrico queatravesó todo mi cuerpo, desde lacabeza, hasta los pies. Era suave,delicado.

Dejé de sentir todo aquelloque no fuera parte de mi boca, sóloera capaz de percibir sus labiossobre los míos. Deseaba ir másallá, una fuerza interna me pedíamás y más. Llevé mis manos hacia

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su cuello, y lo atraje hacia mí conintensidad. Entonces nuestraslenguas se rozaron. Ya no sentía elfrío de la noche, tan sólo unsofocante calor barría todo micuerpo. Nuestras respiraciones seintensificaron, y justo cuandoparecía que mi mente se elevaría alcielo, Scandar suavizó su ritmopara volver al suave y sedoso rocede sus labios.

Al separar nuestras cabezas,observé en su rostro una blancasonrisa. Sus dientes eran tan

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perfectos como perlas y deseabavolver a besarlo. Acarició mimejilla con sus cálidos dedos, ynoté en su mirada cierto sentimientode admiración y ternura.

- Me vuelves loco- dijo aúncon la respiración agitada.

Apoyé mi frente sobre la suyamientras los columpios sebalanceaban de nuevo suavemente.

- ¿Qué va a pasar ahora?-solté con un suspiro.

- No se preocupe profesora,le guardaré el secreto- bromeó.

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Le di una palmada en el brazomientras nos reíamos de sucomentario sarcástico. Me sentíacomo en una nube y quería alargarel momento lo máximo posible.Pero algo dentro de mí decía que nodebía ir demasiado deprisa,necesitaba hablar con él, que meconfesara todos y cada uno de sussentimientos, y yo confesarletambién los míos. No deseaba quela noche acabara.

- Bueno, ¿y qué hay de esacena a la que me ibas a invitar?-

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pregunté ya más relajada.Echó un vistazo hacia el salón

y añadió:- Si te gusta la pasta fría…- ¡Me encanta!- exclamé sin

quitarle los ojos de encima.- Pues vamos allá.Me cogió de la mano, y

caminamos hasta el salón. Meofreció asiento y colocó la copa devino en mis manos para quepudiéramos brindar. El interior dela casa era cálido, y la atmósferaque se respiraba transmitía paz y

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tranquilidad.- Por nosotros- dijo alzando

su copa.Era imposible apartar la vista

el uno del otro mientras bebíamos,parecíamos dos enamorados queacababan de declararse. Mientrassaboreaba el suave vino, unasonrisa se dibujó en mis labios alpercatarme de que… éramos dosenamorados que acababan dedeclararse.

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Lunes, 27 de Enero

- Vaya, vaya. Pero mira quiénestá aquí- dijo Cristina con una

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sonrisa irónica.Todos mis compañeros

estaban en el departamentopreparándose para comenzar lasclases del lunes; sus caras eranlargas, y ninguna de ellas se dirigióa mí para darme los buenos días.Tan sólo Cristina, con su habitualinocencia, parecía no percatarse dela fría situación.

- ¡Qué carita de felicidadtraes hoy! Ni que fuera viernes-inquirió.

Al menos ella captó mi estado

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de alegría. Estaba tan emocionada,que ni siquiera la indiferencia demis compañeros podría estropearmi estado de ánimo.

- Pues sí, hay que empezar lasemana con buen humor- y sin decirmás, cogí mis libros y salí deldepartamento dando saltitos dealegría.

A pesar de que los pasillosestaban congestionados de alumnos,yo parecía estar caminando sobreuna nube. Ni siquiera escuchaba eljaleo y el vocerío de los chavales

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frente a sus aulas, tan sólo la dulcevoz de Scandar susurrándome aloído “Todo el tiempo Raquel, todoel tiempo”.

Caminaba totalmenteensimismada en mis recuerdos, encómo pasamos la noche hablando yriendo, y besándonos. Fue tan dulcey delicado conmigo, jamás penséque alguien al que todo el mundotemía en el instituto, famoso pormeterse en peleas y siempre salirganando, conocido por ser uno delos chicos más deseados entre las

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alumnas, pudiera fijarse en mí yademás, comportarse con la dulzuracon la que lo hizo aquella noche.No ocurrió nada más allá de lo quedebía ocurrir, simplementeconsiguió que me sintiera cómoda,sin sobrepasar los límites queconsideraba en aquel momento, yesa sensibilidad y delicadezaprovocó que lo deseara más aún.

El resto del fin de semana lopasé en casa sin salir. No meapetecía ver a nadie, tan sólo queríasoñar con él, con sus besos, su

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sonrisa resplandeciente, suscaricias y sus profundos y brillantesojos negros. Incluso olvidé el maltrago que pasé con el coche aquellanoche. Gracias a que Scandar seofreció a ayudarme con el cambiode rueda, pude volver a casa antesde que amaneciera. Su familiallegaría esa misma mañana, ypuesto que no estuvieron presentesel día de su cumpleaños, Scandarpensó que sería apropiado pasar eldía con su madre y su hermano. Mepareció una buena idea, de ese

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modo yo también tendría tiempopara pensar y reflexionar sobre loque había ocurrido, aunque estabasegura de que la única conclusiónclara que sacaría, era la de queestaba enamorada hasta las trancas.

Mi corazón se agitaba cadavez que rememoraba su cálidobeso. Apenas probé bocado en dosdías porque hasta mi estómagoparecía estar pensando en él. Jamáshabía sentido algo así por nadie,aunque había tenido otrasrelaciones con anterioridad, aquella

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sensación con Scandar eratotalmente nueva para mí. Meencontraba pletórica, entera,resuelta, quería gritar al mundo mifelicidad. Por ese motivo no meincomodó encontrar las caras largasde mis compañeros - aunquecomprendía que había sido unadesfachatez por mi parte dejarlosplantados sin explicaciones en elbar -, para mí, aquella ocasiónjustificaba los medios.

Continué caminando sobre minube de pensamientos, no me

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planteé cómo iba a afrontar laprimera clase de la mañana sindesviar la atención hacia Scandar.Sabía que debía centrarme en eltemario, y es que estaba tanensimismada, que apenas eraconsciente de los empujones querecibía de algunos alumnosmientras atravesaba el corredoratestado. Parecía que estuviera yosola en el instituto, hasta que lodivisé al fondo.

Allí estaba de pie, apuesto,estilizado, irresistiblemente

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atractivo. Una amplia sonrisa sedibujaba en su rostro al vermeavanzar por el pasillo, tan sóloestaba a unos metros de mí, peroparecía tan inalcanzable en aquelmomento… Me imaginé a mí mismacorriendo hacia él, saltando encimasuya, abrazándolo y besándolo unay otra vez sin importarme lo quehubiese a nuestro alrededor.

Según me acercaba, elcorazón me latía más y más fuerte,llegamos a estar enfrente el uno delotro, y pese a que nuestras bocas no

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pronunciaron palabra alguna,nuestras miradas lo dijeron todo. Enmi mente seguíamos estando solos,pero la realidad era totalmentedistinta. No pude más que mostrarleuna pícara mirada, seguida de unasuave sonrisa mientras agachaba lacabeza en un intento de esconder mirubor. Al pasar por su lado, sumano rozó la mía, y una electrizantesensación subió por mi brazoagitando todo mi cuerpo. Sentícómo la piel se me erizaba cuandoenredó sus dedos entre los míos por

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un eterno segundo.Al soltarme, regresé a la

cruda realidad, y estudié a losdemás alumnos de mi alrededor porsi alguno se había percatado de losucedido. Por más que me creyerael centro del universo junto a él, laverdad es que cada uno estaba máspreocupado por llegar a tiempo asus respectivas clases tras el toquedel timbre. Dejé a Scandar atrás, yme dirigí al aula con paso lento ydespreocupado. Todos estabansentados en sus pupitres

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esperándome.- Profesora, que feliz vienes

hoy- soltó un alumno.También ellos se habían dado

cuenta de mi satisfacción al ver lapermanente sonrisa de mi cara.

Las siguientes tres horas declase se me pasaron volando, y alllegar la hora del recreo pensé en ira desayunar a la cantina, y ver siencontraba allí a mis compañerospara darles una pequeñaexplicación. En el fondo se habíanportado muy bien conmigo al

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invitarme a salir aquella noche, yles debía una disculpa. Allíencontré a Salomé sentada sola ennuestra mesa habitual. Leía elperiódico de la mañana mientrastomaba un café.

- Hola Salomé- dije pletórica.Ni siquiera levantó la cabeza

para devolverme el saludo,realmente estaba enfadada conmigo.

- ¿Puedo sentarme?- preguntéprudente al comprobar su cabreo.

- Las sillas son de todos-contestó indiferente pasando la

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página y sin apartar la vista de esta.Lo tomé como un sí. Agarré la

silla y la coloqué junto a ella parasentarme lo más cerca posible.

- Tengo que contarte algo- denuevo no pude controlar mientusiasmo.

- ¿Ah sí? Pues qué bien-aquello me sonó a ironía, pero nome importó, en cuanto supiera loque tenía que decirle, seguro que lecambiaba el humor.

- ¡Estoy saliendo conalguien!- dije por fin reprimiendo

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las ganas de chillar.Sus ojos se depositaron sobre

los míos con expresión de sorpresa,tal y como había imaginado. Le cogíde la mano y la apreté con fuerzamostrando mi nerviosismo por loque acababa de contarle.

- ¿No me vas a decir nada?-pregunté al ver que se habíaquedado sin palabras.

- ¡Vaya! ¿Y es por ese motivopor el que te largaste del bar el otrodía?

Asentí con la cabeza

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mostrando cierto arrepentimientopor haberlos abandonado sinexplicaciones aquella noche.

- Bueno, supongo que fue poruna buena causa- guardó silenciodurante unos segundos antes decontinuar.- Bien, y dime ¿quién esel afortunado?

Por alguna estúpida razón nocontaba con aquella pregunta. Mesentí como una completa idiota alno suponer que Salomé meplantearía aquella cuestión, lo másnormal era que quisiera conocer la

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identidad del chico con el queestaba saliendo, pero no estabapreparada para decírselo. No sabíacómo reaccionaría si le confesabaque me había enamorado deScandar. Por muy liberal que ellase considerara, estaba segura deque se habría escandalizado y lomismo hasta me habría denunciadopor salir con un alumno delinstituto. Definitivamente no podíadecírselo.

- Pues… es alguien que noconoces, un amigo de la infancia-

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respondí con lo primero que mevino a la cabeza.

- ¡Ah, qué bien! Mejor si esalguien que ya conoces de hacetiempo, así no te llevaras sorpresas.

- Sí, sí… claro, así no mellevaré sorpresas- me salió unarisilla nerviosa al pensar en laimpresión que se llevaría si supierasu autentica identidad-. Bueno puesya te lo he contado, espero que note molestaras en el bar, pero es quetuve que salir corriendo paraencontrarme con él.

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- No te preocupes. Ahora queya está aclarado, todo tiene sentido.Creí que te había dado un ataque delocura o algo por el estilo.

De nuevo me reínerviosamente.

Aunque un tanto atolondradapor el cúmulo de emociones,finalmente pude dar por concluidauna mañana repleta de trabajo.Entre las clases, la reunión dedepartamento, una guardia y unavisita de padres, apenas tuvetiempo de volver a ver a Scandar.

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Salí del centro tras la últimacampanada y allí tampoco lo divisépor ningún lado. Me extrañó que sehubiera marchado tan rápido sindespedirse, pero en cualquier casosabía que lo volvería a ver a lamañana siguiente.

Al subir al coche advertí quehabía una nota en el parabrisas,saqué la mano por la ventanilla y loalcancé inquieta imaginando quesería de él. En ella pude leer: Avisaa tu familia de que estarás fuera todo elfin de semana. No olvides traer ropa de

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abrigo. Será inolvidable.Scandar quería asegurarse de

que me tendría para él solo todo elfin de semana. Estaba entusiasmadacon la idea de pasar dos díasenteros con mi chico, sin temor aser descubiertos por nadie, y volvera sentirme tan maravillosamenteseducida por él.

Tenía claro que nada podríaestropearnos aquella mini luna demiel, así que nada más llegar acasa, y con cinco días deantelación, me aseguré de llamar a

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mi madre para que no contaraconmigo en la comida del domingo.

Aquella misma tarde salí acomprar algo de ropa de abrigo. Noestaba segura de si debía llevarvestuario casual, o más bienelegante, así que opté por adquiriruna mezcla de ambos estilos; ropade sport para el día, y un par devestidos para la noche. Estaba tanexaltada como cualquieradolescente comprando su vestidopara la fiesta de fin de curso. Nopodía creer que me sintiera tan

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energética y ligera mientrasrecorría las calles a pie en busca deprendas de vestir.

Me detuve en un escaparate yobservé que hasta mi rostro parecíahaber borrado las pequeñasmanchas de la piel, los ojos mebrillaban con gran intensidad y engeneral me veía mucho más guapaque de costumbre. En ocasioneshabía escuchado ridículas historiassobre que el amor vigorizaba a laspersonas y les hacía tener unaspecto mucho más espléndido que

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de costumbre. Aquel día confirméque aquellas leyendas urbanas eranincuestionablemente palpables.

Viernes, 31 de Enero

Otro fantástico día soleado, eltermómetro de mi coche marcaba

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diecinueve grados a pleno sol, eralo bueno que tenía vivir al sur delpaís, los días de frío intenso sepodían contar con los dedos de unamano. Con un poco de suerte, eltiempo no cambiaría en lospróximos dos días, y pensé que laropa de abrigo que me recomendóScandar llevar, no sería realmentenecesaria. En cualquier caso seguísu consejo y la eché a la maletajunto con un par de camisas másligeras por si acaso.

Después de aquella semana

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en el instituto intentando pasardesapercibidos, por fin Scandar yyo podríamos estar juntos sin temora ser descubiertos. Quedé con éljunto a un bar a la salida de lasclases para encontrarnos. Esperó aque se marcharan todos suscompañeros para aproximarse a micoche, portando una bolsa de manobien cargada. Se acercó con pasofirme exhibiendo su irresistiblesonrisa, y se acercó a mi ventanilla.

- ¿Estás lista preciosa?En lugar de responder, le

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devolví una ruborizada sonrisa.Entonces subió al coche trayendocon él su penetrante y masculinoaroma.

- Bueno, tú dirás a dóndevamos- aún no sabía cuál era eldestino final de nuestra escapada,Scandar lo había mantenido ensecreto hasta el último momento.

Se quedó en silencio duranteunos segundos, mirándome cómo sihubiera encontrado algo extraño enmi cara, incluso palpé mi rostropensando que tal vez tuviera algún

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resto del desayuno alrededor de miboca.

- Estás muy guapa hoy- dijo alfin.

Aquella frase consiguió quemis mejillas enrojecieran. Sin lugara dudas había estado esperandoimpaciente toda la semana paravolver a verle a solas, y estabaansiosa por pasar unos días a sulado. Puede que aquella felicidadfuera la culpable de que mi rostrose viera más radiante que decostumbre.

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- ¡Oh vamos Scandar!¿Intentas coquetear conmigo?- dijeen broma para disimular mi rubor.

De nuevo aquel silencioacompañado de su profunda mirada.

- No. Lo único que quiero esque en estos días te enamores másde mí con cada beso que te dé.

Esta vez consiguió dibujaruna amplia sonrisa en mi cara.

- Yo también lo deseo-contesté mientras le agarraba de lamano mostrando mi regocijo.

Sin más demora arranqué el

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motor del coche y puse rumbo a unamontaña que había a unostrescientos kilómetros de dondevivíamos. Aquella montaña estaba aunos mil ochocientos metros porencima del nivel del mar, por loque todos los inviernos una capablanca de nieve la cubría. No sabíacómo, pero Scandar habíaconseguido las llaves de unapequeña cabaña de madera quehabía junto al pueblo de aquellamontaña. Según me contó después,un amigo le debía un favor y en

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aquella ocasión se lo devolvióprestándole las llaves de la casa desus padres. En cualquier otrasituación me habría negado enrotundo a invadir el hogar de unosdesconocidos, pero nada más lejosde mi intención, pues aquellaocasión merecía cualquier locura.

Pasamos la mayor parte delviaje charlando, contándonos quétal nos había ido la semana, y locomplicado que había sido paraambos disimular delante de todo elmundo. Scandar se echó a reír

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cuando le conté la reacción deSalomé al confesarle que estabasaliendo con alguien, y cómo me lastuve que apañar para no desvelar suidentidad.

- Lo malo es que aún nosquedan unos meses por delante, yme será complicado pasar a tu ladoy no poder comerte a besos- poco apoco fui sintiéndome más confiada,y aproveché la ocasión paratransmitirle lo difícil que era paramí aquella situación.

- Eso tiene arreglo- dijo

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seguro de sí mismo-. La próximavez nos esconderemos en el cuartode limpieza y nadie se dará cuenta.Esa habitación sólo la utilizan lasasistentas cuando vienen a limpiaral centro por las tardes.

- Vaya, parece que estás muyenterado del funcionamiento delinstituto- estaba claro que él mismoya había estado en aquel cuartoanteriormente, pero no me importó,inclusive me pareció graciosa laocurrencia.

Tras más de cuatro horas de

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viaje, por fin alcanzamos la cima dela montaña. El viaje se había hechomás lento a la subida, ya que lacarretera era muy estrecha, y habíapoca visibilidad. Llegamos denoche al pueblecito, donde seapreciaban algunas luces brillandocon claridad. A pesar de todoalrededor estaba oscuro, la lunareflejaba sobre la nieve blanca,dibujando una perfecta silueta de lamontaña al fondo. Salimos delcoche sintiendo el golpe de frío. Unfrío tan limpio y puro, que no me

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importó respirar hondo para sentircómo penetraba en mis pulmones.

- Aquella debe ser la casa-dijo Scandar señalando una cabañaque había a unos trescientos metrosde donde habíamos aparcado.

Abrió el maletero del coche ysacó nuestras mochilas, y yo meencargué de sacar los abrigos delasiento de atrás. Ofrecí a Scandarel suyo, pero se negó a ponérselo.Yo, sin embargo, no era tanvaliente, y no dudé ni un segundo enechármelo sobre los hombros. Me

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cogió de la mano y fuimos andandohasta la casita de madera.

- Creo que me está entrandonieve en los pies- dije sintiendocómo el frío penetraba por miszapatos.

- No te preocupes, sólo sonunos metros, allí podrás entrar encalor.

El dueño de la casa (quienquiera que fuese), había dejado laluz del porche encendida, eraevidente que sabían de nuestravisita. Scandar sacó una llave

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gruesa de su bolsillo derecho y laintrodujo en la cerradura. Yoesperaba tiritando para entrar, nosabía si me embargaban más losnervios, o si estaba temblorosa porel frío. Cuando por fin abrió lapuerta, todo estaba a oscuras, no seveía más que el reflejo de las lucesde afuera. Scandar buscó elcontacto de la luz para poderencenderla, y cuando lo hizo, tansólo una suave y cálida bombillailuminaba la entrada. Dejó lasmochilas sobre el suelo y fue hacia

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el interior para buscar otrosinterruptores. Cerré la puerta y fuitras él. Llegamos al salón, dondeotra cálida lámpara iluminaba lahabitación. Allí tan sólo había unaantigua chimenea de piedra, unaalfombra y un sofá. No era muygrande, pero aquello no me importódemasiado, sólo podía pensar en elfrío que hacía en el interior deaquella casa, y en cómo nos lasapañaríamos para calentarla.

- ¡Madre mía, qué frío haceaquí dentro!- dije escondiendo las

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manos en los bolsillos de michaqueta.

- Lo sé, mi amigo me advirtió.Dijo que había un montón de leñaen la parte de atrás de la casa parapoder encender la chimenea- sedecidió a coger su chaqueta y se lapuso para salir de nuevo- .Vuelvoen un minuto.

Me quedé allí sola tiritando.Me entraron ganas de reír al pensaren los dos finos modelitos quehabía traído por si hacía calor.“Como para cambiarme de ropa

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estoy yo” pensé. Fui a mi mochila ysaqué otra chaqueta que habíatraído, me la coloqué encima de laprimera y me senté en el sofáencogida, esperando a que Scandarvolviera para encender el fuego.

Cuando por fin regresó, trajoconsigo un montón de troncos quedepositó junto a la chimenea.

- Debo llevar un mechero poralgún sitio- rebuscó entre susbolsillos hasta que lo encontró-.Bien, vamos allá. Voy a conseguirque haga tanto calor aquí dentro,

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que no querrás ni llevar una simplecamiseta.

Comenzó a sonreír de formapícara cuando vio mi reacción alabrir de par en par los ojossorprendida por el comentario.

- Vaya, no sabía que fuerastan directo- contesté.- A lo mejoreres tú el que acabasorprendiéndose.

Me levanté del sofáguiñándole un ojo, y le dejétranquilo para que pudiera centrarseen encender la chimenea. No quería

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reconocerlo, pero yo tambiénestaba deseando que la casa entraraen calor.

Fui a cotillear un rato el restode la choza. Entré a una pequeñacocina amueblada con piezasrústicas de madera; la lumbre erauna de aquellas hornillas a gas quehabía normalmente en las casas depueblo, y el fregadero en azul,estaba hecho de algún tipo depiedra caliza. Abrí uno de losarmarios y encontré una viejavajilla de cristal verde,

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exactamente igual que la vajilla quemi madre tenía en casa cuandoéramos pequeños. Las cacerolaseran de un cobre oxidado y lassartenes colgaban de unos ganchossobre la pared.

A continuación me dirigí a lahabitación principal y única de lacasa, tendría más o menos losmismos metros que el salón. En elcentro había una enorme cama dematrimonio con dosel de forja,vestida con varias mantas de lana, ysobre una pared se apoyaba un

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gigantesco armario de maderalabrada con espejo central. Comencé a percibir un extraño olora humedad dentro del dormitorio.Observé que había una puerta en lapared contraria al armario y supuseque el olor venía de ahí. Al abrirlaencontré un viejo baño queaparentemente estaba limpio, peroeso no impedía que el olor a ranciose propagase por el dormitorio. Nohabía ventana alguna por la queventilar, así que todo el vapor y lahumedad se quedaban allí

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acumulados. Volví a cerrar lapuerta y regresé al salón.

El fuego ya comenzabacaldear la casa, y al menos pudequitarme una de las dos chaquetasque llevaba. Scandar se habíaquedado en manga corta, llevabauna camiseta blanca ceñida alcuerpo que dejaba entrever la silueta de sus músculos, y susfuertes brazos se tensaban cada vezque removía la leña.

- ¿Mejor ahora?- preguntó.- Sí, ya se va notando el

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calorcito- dije quitándome lasegunda chaqueta.

-¿Tienes hambre?- preguntómientras se secaba el sudor de lafrente causado por la proximidaddel fuego.

- Pues ahora que lo dices…sí, la verdad es que me empieza agruñir el estómago. ¿Dóndepodemos comprar algo de comer?-pregunté.

- He traído algunasprovisiones- se acercó a su mochilay comenzó a sacar bolsas de patatas

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fritas y otros snaks.- ¡Vaya! A eso lo llamo yo

una alimentación sana- bromeé.- Mañana ya tendremos

tiempo de comprar algo más, hoyestá todo cerrado. Además, nocreas que me he olvidado delpostre- sacó una botella de vinodel interior de su bolsa.

- Y yo que creía que llevabasla mochila llena de ropa…- dijeestupefacta.

Una mezcla de nervios yemoción me embriagó al comprobar

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su sentido del detalle. Scandar hizoque entrara en calor y me sintieramás cómoda encendiendo lachimenea, y además, se habíaacordado de traer comida, y porsupuesto una botella de vino,perfecto para aquella ocasión.

- ¿Por qué me miras así?- dijoal darse cuenta de que no le quitaba los ojos de encima.

- Porque eres perfecto- meacerqué a él para besarle, y noté elfuerte calor que desprendía el fuegode la chimenea.

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Cuando su lengua rozó la mía,el calor se hizo más intenso aún,pero esta vez, el ardor provenía demi interior. Sus cálidas manos seposaron sobre mi cintura, arrastrándome contra su durocuerpo. Posé mis manos, aúndestempladas, sobre sus desnudos yardientes brazos, y palpé elperfecto molde de sus músculos.Estaban tensos y fuertes, pero transmitían un movimiento suave asus manos, que comenzaron a subirpor mi espalda atrayéndome hacia

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él con un intenso abrazo. Acariciésus hombros y su cuello hastaalcanzar su cabello para enredarmis dedos en él.

Comenzamos a besarnos conun hambre tan salvaje, que el calorque tanto anhelaba antes, ahora seme hacía insoportable. Cada besohacía que le deseara más y más, mesentía insaciable, imparable,incontrolable, sólo era capaz depensar en la sed que me producía elroce de su lengua. Quería mordersus carnosos labios y saborear su

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boca. Entreabrí los ojos para vercómo su potente mandíbula semovía al ritmo de su lengua, tansensual, tan masculina…

Sus labios se deslizaron pormi cuello hacia abajo, hasta llegar amis hombros haciendo que un suavegemido escapara de mi boca.Empecé a tener la necesidad dedesprenderme de toda la ropa, ledeseaba con ardor y me sentíaconsumida por el placer. Entoncesseparé mi cuerpo del suyo paradarme un respiro, ambos

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jadeábamos de maneraincontrolada.

- Parece que ya has entradoen calor- dijo mostrando susperfectos dientes blancos-. Hayalgo en ti que hace que me sientaterriblemente perverso, logras quedesee hacer cosas escandalosas.

Tenía ganas de gritarle lodescontroladamente loca que mevolvía con sus besos y susenvolventes abrazos, pero en lugarde eso le contesté:

- Vuelvo en seguida.

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Regresé a la habitación atrompicones para cambiarme deropa. Las piernas me temblaban sincontrol, y los nervios me invadíanpor todas partes. Deseabaentregarme a él por completo; sucara, sus ojos, su boca, sus brazos,su pecho… todo él me atraía demanera desbocada, como nuncaantes alguien lo había hecho.Ejercía un poder físico sobre míque jamás habría pensado quepudiera ser posible.

Al llegar al dormitorio

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respiré profundamente pararecuperar el aliento. Rebusqué entremis cosas hasta encontrar unacamiseta de tirantes que habíacogido como ropa interior; el calorfrente a la chimenea se me habíahecho tan insoportable, que era laúnica opción que tenía para cubrirmi cuerpo. Necesité un par deinhalaciones profundas paracontrolar la agitación de mispiernas y deshacerme de losvaqueros, sustituyéndolos por unasfinas mallas de color negro.

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Me acerqué al baño paracomprobar frente al espejo que todoestaba en su lugar. De nuevo se meempezó a acelerar la respiración alpensar en lo que irremediablementeiba a suceder a continuación. Ledeseaba con todo mi corazón, erami decisión, nuestra decisión, y losdos queríamos que ocurriera. Sentíaun cúmulo de sensaciones, entreinseguridad y miedo, pero ningunade ellas conseguiría que mearrepintiera de entregarme a él.

Solté mi pelo recogido y lo

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dejé caer libremente sobre mishombros, agitándolo para queestuviera lo más suelto posible,pensé que daba a mi rostro unaspecto informal, pero sexy a lavez. Volví a respirar profundamenteantes de salir del baño y me repetí amí misma “Vamos Raquel, túpuedes hacerlo”. Abrí la puerta yme dirigí al salón donde Scandaresperaba.

Allí estaba él, recostadosobre la alfombra frente a lachimenea, con una copa de vino en

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una mano y otra preparada junto aél. Su mirada parecía estar perdidaen las hipnotizadoras llamaradasdel fuego; y su pecho desnudobrillaba con la tenue luz del fuego.

Allí estaba mi chico, tanpensativo, tan apuesto, tan sexy…Las suaves líneas de su espalda segiraron al oírme llegar. Todas misinseguridades y mis miedosdesaparecieron por completocuando su profunda mirada se clavóen la mía, invitándome a acercarmea su lado. Una sonrisa se perfiló en

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mis labios al recordar la nota queme había dejado días atrás: “Seráinolvidable”.

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Lunes, 3 de Febrero

Los primeros rayos de sol

hicieron su aparición a través delos ventanales de mi habitación.¿Realmente estaba de vuelta encasa, o aún seguía sumergida entrelos cálidos abrazos de Scandar?Temí por un segundo que todohubiese formado parte de miimaginación y nuestro maravillosofin de semana hubiese sido sólo unsueño… No, imposible. Jamás un

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sueño habría sido tan intenso yapasionado como los dos díasvividos junto a él.

Rodé sobre la cama y clavélos ojos sobre el techo al tiempoque reflexionaba sobre losacontecimientos que habían tenidolugar el fin de semana. Aún podíasentir cómo la piel se me erizabacon cada una de sus caricias, ycómo nuestros cuerpos, desnudos,se rozaban bajo una electrizantesensación que recorría todo mi ser.Sólo tenía que cerrar los ojos para

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recordar su agitado alientoentremezclarse con el mío, y cómola sed de mi boca se saciaba consus ardientes besos. Me encontrabasumergida en una paz absoluta, ni elfrío ni la nieve de aquella montañapudieron calmar el fuego de nuestrointerior, y ahora, de vuelta a larealidad, sólo podía pensar en lomaravillosamente afortunada queme sentía.

Una nueva semana de trabajocomenzaba para ambos, y de nuevotendríamos que disimular nuestro

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amor, esta vez ya consumido. Perono me importaba, estaba segura deque los días pasarían rápido, yvolvería a disfrutar del calor deScandar cada fin de semana.

Me levanté de la cama prontopara darme una buena ducha; dejéque el agua caliente bañara mi caray recorriera todo mi cuerpo,percibiendo todas y cada una de lascálidas gotas que caían por mi piel.Me apetecía estar especialmenteguapa aquella mañana, por lo quedediqué más tiempo de lo habitual a

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maquillarme y vestirme, debía estarradiante por si me cruzaba con michico en el instituto.

Cuando entré en el edificio,reparé en que aún no había borradola sonrisa de mi cara desde que abrílos ojos aquella mañana, y es queaunque no quisiera, no podía pararde sonreír. Según bajaba lasescaleras de la entrada principal,me imaginé a mí misma como unaestrella brillante capaz de cegar atodos con la luz de mi felicidad; esmás, las personas que se cruzaban

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conmigo me parecían máspequeñitas de lo que en realidaderan.

Cuando llegué al aula dePrimero, encontré a los alumnosesperando en la puerta, susurrandoy chismorreando algo que parecíainquietarles aquella mañana.

- ¿Ocurre algo?- pregunté aúnmedio ensimismada en mispensamientos.

- ¡Mira profesora! ¡Mira laque han liado en clase!- me asustéal sospechar que el aula podría

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estar sumida en algún caosocasionado por alguien.

Con mucho esfuerzo obligué ami mente a regresar a la realidad.Intenté llegar hasta el interior de laclase apartando a todos loschavales que se agolpaban en lapuerta.

- ¿Qué ha pasado? Dejadmeentrar- les pedí preocupada.

Pero cuál fue mi asombro aldescubrir un paisaje completamentedistinto al que había imaginado;todo el aula, desde paredes,

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ventanas, pizarra, mesas y sillas,estaba cubierto con carteles y notasescritas a mano. En ellas se podíanleer mensajes de “te quiero”, “eresasombrosa”, “me fascinas”, “teadoro”, “me vuelves loco”… y asíun sinfín de copias por cualquierlugar que mirase.

Casi me dio un ataque alcorazón al reconocer aquella letra.Supe que las notas iban dirigidas amí en cuanto divisé sobre la mesaprincipal otro papel que decía “yfue inolvidable”. Mis ojos no daban

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crédito a lo que estaban viendo, laboca se me abrió de par en par ylos alumnos me observabanatónitos, ¿cómo habría conseguidoScandar entrar en el centro sin quenadie se diese cuenta, y organizartodo aquel despliegue en el aula?Aquella manifestación de amor fuerealmente mágica, y aunque él yahabía conseguido enamorarme en lacasita de la montaña, la nuevadeclaración no hizo más quemultiplicar mi deseo de estar denuevo junto a él.

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Los alumnos seguíansusurrando y se preguntaban losunos a los otros quién habría sido elresponsable de aquella locura; laschicas sobretodo estabanmaravilladas, y escuché cómo unade ellas hacía sus conjeturasintentando averiguar si los mensajesirían dirigidos a ella.

En aquel preciso instante hizosu aparición Doña Maruja,caminaba con paso firme y con carade pocos amigos, aunque aquello yaera normal en su persona. Apartó a

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todos los alumnos que se agolpabanen la puerta a base de empujones, ycuando llegó al interior del aula surostro se enfureció más si cabía.

- ¿Quién demonios ha hechosemejante estupidez?- preguntó entono serio dirigiéndose a mí.

- No tengo ni idea, loencontré así cuando llegué- contestésin ni siquiera mirarla sabiendo desobra que jamás delataría a miamor.

- Quiero que todos ustedesrecojan esto ahora mismo- ordenó a

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todos los allí presentes.- Vamos, no creo que sea para

tanto, sólo es una declaración de…- ¿Una declaración? ¿Sabe lo

que esto supone?- amenazóacercándose a mí.

- No es tan grave, los chicosestán encantados, y la verdad es queyo también.

- Usted no tiene ni idea¿verdad? Alguien ha entrado en elcentro a media noche para montartodo este jaleo, y quién sabe quémás habrá hecho. Este allanamiento

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al centro es intolerable- dijoapuntando con el dedo.

- Está bien, no le demos másimportancia, le pediré a los chicosque me ayuden a recoger y ya está-contesté sabiendo que la directorasería capaz de buscar al culpable sino le hacíamos caso.

- Como me entere de quién hahecho esto, se le va a caer el pelo-desafió al resto de alumnos.

Bajo un exagerado estado denervios, Doña Maruja se marchó denuevo a su despacho. Vi cómo

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algunos alumnos se mofaban de ellaal verla tan exaltada.

- Pues a mí me parece unapasada- decían unos.

- Esa señora es una amargada,seguro que está celosa- comentabanotros.

- Bueno chicos, vamos a clasey retiremos entre todos losmensajes de las paredes- les sugerí.

- Pues a mí me gusta más así,da un toque romántico al aula-opinó una alumna.

- Lo sé, pero ya has oído a la

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directora- contesté encogiendo loshombros.

Los alumnos se pusieronmanos a la obra para despegartodos los carteles. Yo me encarguéde retirar los que estaban sobre mimesa, no sin antes guardarme unode ellos en el bolso; sería un bonitorecuerdo que me acompañaría porel resto de mis días.

La clase concluyó sin másinterrupciones. Por suerte aquelsuceso no hizo más que aumentar elinterés de los alumnos por atender

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aquel día, quizás fuese porque en elfondo estaban ensimismados en laidea de averiguar el nombre delautor, o tal vez fuera por el ímpetucon el que transmití la explicacióndel tema aquel día.

La mañana avanzó muyrápida, y por la tarde me quedé encasa preparando unos exámenes quetendría la semana siguiente. Mesentía tan feliz que decidí darle unaalegría a los alumnos y preparé laspreguntas más fáciles que decostumbre.

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Justo al terminar con elúltimo de los ejercicios, el timbrede la puerta sonó. No tardé ni dossegundos en abrir, tenía la certezade que Scandar pasaría por casaaquel lunes, como de costumbre,para continuar con las clasesparticulares.

- Buenas tardes profesora-dijo esbozando una sonrisaladeada-. Vengo a mi claseparticular de todas las semanas,espero que no tenga ningúninconveniente, no sé, quizás le pillo

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ocupada con alguien…- Cállate y entra- dije dándole

un tirón de la manga para atraerlohacia el interior.

Cerré la puerta para queningún vecino chismoso nosespiara, y comenzamos a besarnoscomo locos. Resultaba tanembriagador y apetecible, que nosabía cómo había sido capaz deaguantar toda la mañana sin susbesos.

- ¿Sabes en el lio que me hasmetido esta mañana?- dije entre

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beso y beso.- Habría pegado los carteles

por todo el centro, pero no me diotiempo- contestó bromeando.

- Estás loco, ¿lo sabías?-repuse dándole un suave manotazoen el pecho.

- Pues sí, lo sabía, pero esculpa tuya. Si no te tuviera en mimente todo el tiempo, estas cosasno pasarían.

Una amplia sonrisa se dibujóen mi cara.

- Bien chico listo, y ¿puede

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saberse cómo has conseguidocolarte en el instituto a media nochepara organizarlo?

- Un maestro nunca desvelasus secretos- contestó.

- No sé cómo lo consigues,pero cuando ya creo que no puedessorprenderme más, vas y hacesestas cosas… eres increíble.

- Increíble es lo chiflado queme tienes- pronunció con un brilloespecial en los ojos.

El resto de la tarde lapasamos entre besos y libros. No

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debíamos olvidar el motivo inicialpor el que Scandar venía a vermetodos los lunes, aún nos quedabanun par de meses para conseguir queaprobara todas las asignaturas en elsegundo trimestre, y tanto él comoyo, estábamos más motivados quenunca en procurar que así fuera.

De vez en cuando nostomábamos un descanso para beberalgo y reponer energías, y tras unpar de cariñosos besos,continuábamos con las materias. Mecomplació ver lo profundamente

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concentrado que estaba con cadauna de las tareas, es más, apenasnecesitaba mi ayuda para resolverlas cuestiones más enrevesadas. Élmismo hacía un esfuerzo porrecordar lo que los profesoreshabían explicado en clase, y juntocon los libros de texto, se apañabaperfectamente solo.

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Sábado, 8 de Marzo

Había pasado algo más de unmes desde que Scandar y yoestábamos juntos. Las semanas seconvirtieron en excitantes aventuras

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por tratar de vernos a escondidasentre aulas, departamentos oincluso, cómo ya me advirtió él, enel cuarto de limpieza. A veces meresultaba imposible no arrancarle lacamiseta o prenderle fuego a suspantalones cuando lo veíadeambular por los pasillos.

Los fines de semana eranmucho más relajados; solíamosescaparnos de la ciudad a algúnpueblecito cercano, o simplementelo pasábamos en mi apartamento.En algunas ocasiones no tuve más

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remedio que pasar el día con mifamilia, ya que ellos no sabían nadade mi nueva relación, y esperabanque apareciese por su casa paracompartir la habitual paella demamá. Scandar, por su parte,parecía gozar de mayor libertad. Sumadre era consciente de la malarelación que había entre él yJacobo, y no ponía pegas a la horade dejar a Scandar pasar un par dedías fuera de casa para evitardisputas entre ellos.

Aquel sábado por la tarde

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decidimos coger su moto para darun paseo por las afueras deAlgezares. El tiempo comenzaba amostrarse primaveral, y quisimosaprovechar el momento pararespirar el aire fresco. Me aseguróque su madre había llevado aAngelito a la celebración de uncumpleaños, por lo que fuimosjuntos a su casa para recoger allí lamoto.

- Voy a por los cascos,vuelvo enseguida- dijo mientras yoesperaba en el salón.

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Estaba tan entusiasmada conla idea de pasar el día juntos, queno me percaté de que alguien entrópor la puerta de atrás.

- Vaya, vaya, pero mira aquien tenemos aquí- lainconfundible grave voz de Jacobohizo que me sobresaltara cuandoestaba observando una de lasfotografías que había sobre larepisa.

- Ho… hola, ¿qué tal?- laspalabras casi no me salían al vermesorprendida por su inesperada

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presencia.- Si es la profesora de

Scandar- dijo con una sonrisa a miparecer despiadada.

- Sí, bueno, he venido aayudar a Scandar con unos temas-fue lo primero que se me ocurriócomo excusa.

Se adentró en el salónmirando a su alrededor en busca dealgo. Llevaba una camisa blancamal cerrada y manchada de unlíquido rosado. La barba de variosdías le daba un aspecto fúnebre y

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desaseado, como si llevara untiempo sin pasar por la ducha.

- Claro, claro, seguro que leestás ayudando muchísimo-comenzó a acercarse a mítambaleándose y borrando ladistancia normal entre dospersonas-. ¿Y puede saberse dóndeestá mi hijo?

- Creo que ha salido unmomento al garaje a coger algo-apunté con el dedo hacia fuera. Creíque si sabía que Scandar andabacerca, no se aproximaría más a mí,

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pero no pareció importarle.En aquel momento me percaté

de que su aliento apestaba aalcohol. Le tenía tan cerca, queempecé a sentirme acorralada, noencontraba forma alguna dedeshacerme de él sin ser grosera.

- Y dime preciosa, ¿qué tal seporta Scandar cuando está contigo?-cogió un mechón de mi pelo y se lollevó a la nariz inhalandoprofundamente el aroma.

Quería gritar para queScandar acudiera a sacarme de allí,

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pero la voz no me salía del cuerpo.Estaba tan atemorizada, y a la veztan sorprendida por elcomportamiento de ese hombre, quepor un momento pensé que estabateniendo un mal sueño.

- Sabes guapa, ojalá yohubiese tenido una profesora tandedicada como tú, seguro que me lohabría pasado muy bien.

Aquella frase tan insultanteme hizo reaccionar al fin.

- Oiga, está borracho, déjemeen paz- intenté apartarlo de un

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empujón, pero él era mucho másgrande y fuerte que yo, y no le costódemasiado retenerme contra lapared.

- Vamos profesora. No se meponga nerviosa, que yo sólo quieroque me dé unas lecciones a mítambién.

Cerré los ojos y giré lacabeza a un lado al ver que surostro se acercaba demasiado almío. Estaba atrapada por completoentre su cuerpo y la pared, y nopodía defenderme ante su agresiva

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y abusiva actitud.- ¡Déjala en paz!- aquella voz

fue mi salvación.Vi a Scandar de pie, bajo el

marco de la puerta del salón. Susojos parecían salírsele de lasorbitas al contemplar la inauditaescena que tenía delante. Con pasoveloz y firme, avanzó hacianosotros.

Al verle apretar con fuerzalos puños, supuse que acabaríadándole un golpe a su padrastro, einstintivamente cerré los ojos para

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no ver la violenta escena. Pero enlugar de eso, me agarró fuertementede la mano y tiró de mí paraliberarme de las garras de Jacobo.El odio que emitía su mirada podríahaber taladrado los muros de lacasa. Jamás lo había visto contenerla rabia de aquella manera, yaunque yo misma le habría dado unapaliza a aquel desgraciado sipudiera, en el fondo suspiréaliviada al ver la capacidad deautocontrol que Scandardemostraba en aquellos instantes.

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Salimos a toda prisa de lacasa dejando a Jacobo atrásescupiendo toda clase debarbaridades por su boca.

- ¡Scandar, cabrón, dale unbuen meneo a tu profesora de miparte!- gritaba ebrio desde elinterior de la casa. – Y cuando tecanses de ella me la pasas…

Sin mediar palabra, Scandarme pasó el casco de la moto ycuando subí, aceleró rápidamentepara alejarse cuanto antes de lasvoces de su padrastro.

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Indudablemente no disfruté delpaseo en moto, tal y como habíamosplaneado. La imagen de Jacoborozándome el pelo mientras seinsinuaba me venía a la cabeza unay otra vez. Supuse que Scandar iríapensando en lo mismo, ya que encada recta apretaba el aceleradorcon rabia.

Cuando llegamos a una zonaajardinada le pedí que parara.Tenía miedo de que en alguno deaquellos acelerones tuviésemos unaccidente, y además, el paseo no me

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estaba resultando nada agradable,así que preferí bajar de la moto yhablar sobre lo que había sucedido.

- Siento mucho que hayastenido que pasar por esto- dijo sinmoverse de su posición sobre lamoto.

Le agarré de la mano y loconduje hacia un banco que habíajunto a un parque infantil. Estabavacío así que nos sentamos allí parahablar.

- Scandar, esto no puedeseguir así, ¿cómo va a tomarse tu

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madre el asunto si se entera de loque ha pasado?

- Ella no lo sabrá.- Debes decírselo, tiene que

conocer la clase de hombre que esJacobo- insistí.

- ¿Crees que no se da cuenta?- preguntó elevando el tono de voz.

- ¿Me estás diciendo que tumadre sabe la clase de hombre quetiene a su lado y no hace nada porevitarlo?

Scandar respiróprofundamente para intentar

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calmarse y poder responder.- Sí Raquel, así es. Ya te he

comentado en alguna ocasión quemi madre está luchando por sumatrimonio por mi hermanopequeño. No quiere que crezcacomo yo, sin un padre- comentó conrabia contenida.- No voy a metermepor medio, porque si lo hago,acabaré con los sueños de mi madrede formar una familia estable. Ya séque es una puta mierda, pero quieroque ella sea feliz, nada más.

- Scandar, de verdad que te

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entiendo, pero en este caso creo quetu madre sería mucho más felizestando sola que con ese gorila.

- ¿Crees que no me doycuenta? Pero es ella la que tieneque tomar la decisión.

Le acaricié la mejillaintentando consolar su frustración.

- Estoy muy orgullosa de ti- leconfesé.- Por un momento creí queibas a pegarle una paliza a Jacobo,y sin embargo, te has abstenido dehacerlo.

- Sí, bueno. Si te digo la

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verdad he estado a punto deromperle la cara a ese desgraciado,si no llega a ser porque tú estabasdelante… no creo que me hubiesecontrolado.

- ¿Y qué va a pasar si tumadre se entera de que estamosjuntos?- aquel asunto también mepreocupaba.

- No creo que Jacobo le diganada, no tiene pruebas y además, siyo hablara con mi madre, estoyseguro de que lo entendería. Ellasólo quiere que esté bien, y es

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evidente que desde que estoycontigo… estoy muy bien- hizo unabreve pausa y a continuaciónesbozó una sonrisa.- Me sientoeufórico cuando estoy contigoRaquel, tengo ganas de acabar estecurso y marcharme de casa lejos.Contigo. Y no lo digo sólo porqueme ayudes con los estudios, megusta que hagamos cosas juntos, quenos divirtamos, que exploremossitios nuevos. ¡Eres la leche!

Suavemente colocó unmechón de mi pelo tras la oreja

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mientras clavaba su dulce miradasobre la mía.

- Te quiero Raquel- yentonces pronunció las palabrasmágicas. Aquellas palabras con lasque siempre había soñado, aquellasdos palabras que hicieron que micorazón se agitará con frenesí.

Un beso suave y cálido seposó sobre mis labios acontinuación. Aquel beso supuso elprincipio de una eternidad, lailusión esperada durante años dedesengaños y soledad, el primer “te

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quiero” que mis oídos habíanescuchado con sinceridad. Los ojosse me empañaron de felicidad anteaquellas palabras, y sentí lanecesidad de abrazarlo fuertementepara que jamás se marchara de milado.

Yo también le amaba, lenecesitaba, quería que aquellasensación no acabara nunca, yquería gritar al mundo mi amor porél. El miedo que había sentidoaquella tarde frente a Jacobo, hizoque me diera cuenta de lo mucho

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que necesitaba su protección. Elcalor de su cuerpo no sólodespertaba en mí una sensaciónfísica, sino que también meproporcionaba seguridad, apoyo,confianza. Jamás olvidaría aquellaspalabras declaradas de sus labios,ni el dulce aliento de su boca albesarme con ternura, ni la cálidacaricia de sus brazos al estrecharmefuertemente entre ellos.

Nunca supe el tiempo quepasamos en aquella postura, perodebió de ser mucho, porque al

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separarnos ya había anochecido.- ¿Quieres que paseemos un

rato?- sugirió al fin.- Claro.Como una niña hipnotizada

me abracé a él mientrascaminábamos por el parque. Lanoche era oscura y serena, no habíademasiadas luces de farolas, niruidos de gente paseando. Laspalabras entre nosotros tampoco seescucharon, nos bastaba condisfrutar de la presencia el uno delotro, y lo único que deseábamos era

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empaparnos de nuestra propiacompañía.

Después de media horacaminando empecé a sentir algo defrío. La humedad de la noche sehizo palpable y le pedí a Scandarque regresáramos a por la motoantes de que no pudiésemos resistirel frio. Estaríamos mucho máscómodos al calor del sofá de casa.

Divisamos la moto a unoscincuenta metros de nosotros,cuando de repente, una voz salidade la oscuridad nos sobresaltó:

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- Vaya, vaya. Pero mira quiénestá aquí- aquel tono me resultófamiliar.

Tres figuras emergieron delsolitario parque infantil. Cuando seencontraron lo suficientementecerca, mis piernas flaquearon aldescubrir que se trataba de los trestipos que intentaron atemorizarmeaquella noche a la salida delinstituto. Miré a Scandar en buscade una reacción, ignoraba larelación que había entre él yaquellos chavales. Sabía que se

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conocían de antes, pero no tenía niidea de hasta dónde llegaba laafinidad entre ellos. Tan sólo mebastó advertir la tensión en los ojosde Scandar para darme cuenta deque nada bueno se avecinaba.

- ¿Qué hacéis aquí?- preguntóScandar serio.

- ¿Nos preguntas a nosotrosqué hacemos aquí?- dijo el másalto-. Más bien eso lo tendríamosque preguntar nosotros.

- Sí- replicó otro-. Además,veo que vas muy bien acompañado,

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¿no es esta la profesora delinstituto?

Sus maliciosas sonrisasdejaban al descubierto sus pérfidospensamientos.

- Dejadnos en paz, o llamaréa la policía- fue lo único que acertéa decir mientras intentaba buscarsin éxito el móvil en mi bolso.

Parecía que había contadoalgún chiste, porque los trescomenzaron a reírse de maneraestruendosa. Entonces Scandar,intuyendo lo que se nos venía a

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continuación, dio un paso adelanteprotegiéndome de las eventualesamenazas.

- De eso nada- dijo elprimero.- Aún tenemos algopendiente contigo profesora, ¿nocreéis que Rebeca se alegrará desaber que finalmente hemoscumplido con lo pactado?- preguntóa sus compañeros.

Así que Rebeca estaba detrásde todo aquello. Ella era la figurafemenina que divisé aquella nochedentro del coche de donde salieron

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los tres delincuentes. Estaríaresentida por las amonestacionesque le había puesto, y por lallamada que hice a su casa cuandorayó la carrocería de mi coche.Pero aquello ocurrió hacía yavarios meses, y yo ni siquiera meacordaba de ello. Tampoco habíavuelto a tener ningún problema conRebeca en clase, y lo último quepensé, fue que aquellos chavalesaún tuvieran ganas de salirse con lasuya.

- Scandar, tienes dos

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opciones- amenazó el cabecilla-, teapartas y nos dejas que nosdivirtamos un ratito…

- ¿O qué?- desafió Scandarapretando los puños con fuerza.

- Vamos, no seas estúpido,nosotros somos tres, y tú sólo uno-añadió el más bajito.

- No vais a tocarle ni un pelo-respondió él con voz grave.

Los tres se miraron los unos alos otros antes de abalanzarse sobreScandar. Noté un fuerte empujónque me hizo caer a un lado de la

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calle. Una espesa nube de polvo meimpidió divisar por unos instanteslo que estaba sucediendo, y tuveque apartarme unos metros parapoder ver a Scandar. La imagen quetenía ante mis ojos era infernal; lostres amigos lo rodeaban paraintentar inmovilizarle, y él sedefendía con fuertes golpes a unos yotros. Al final dos de ellosconsiguieron sujetarlo por detrás, yel más grandullón aprovechó paradarle un puñetazo sobre el ojoizquierdo partiéndole la ceja.

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- ¡Basta! Dejadlo en paz-grité con todas mis fuerzas al ver lasangre caer por su rostro.

Pero como si de un susurro setratara, mi voz no llegó a producirningún efecto sobre sus ansias depelea. A continuación, lo empujaronhacia delante haciéndole caer sobrela tierra, casi de inmediatodescargaron sobre su espalda unsinfín de puñetazos y patadas, y fueentonces cuando, milagrosamente,un coche hizo su aparición a lolejos.

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Salí corriendo para pedirayuda al conductor, grité e hiceseñales con los brazos para queparara y socorriera a Scandar de lapaliza que estaba recibiendo. Elcoche aceleró hacia nosotroscuando vio la escena, y con fuertesy repetidos pitidos de claxonconsiguió llamar la atención de lostres bastardos. Al ver las luces delcoche acercarse a gran velocidad,decidieron concluir elapaleamiento.

- Rápido, vámonos de aquí-

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gritaron a la vez.Salieron corriendo hacia un

montículo que había cerca, y allí lesperdí de vista. Corrí hasta Scandarque aún seguía tendido en el suelo,e intenté darle la vuelta para ver surostro. Apenas podía moverse porsí sólo.

- Dios mío, ¿pero qué te hanhecho esos desgraciados?

Su cara estaba todaensangrentada, y la camisetadesgarrada dejaba ver profundasheridas en la espalda.

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- Raquel, ¿estás bien?-alguien me preguntó, pero la voz noprovenía de Scandar.

Levanté la cabeza y junto anosotros vi al hombre que conducíael coche. El cúmulo de emocionesque sentía en aquel momento no mehizo reaccionar ante la presencia deRodrigo. Lo único que ansiaba erasocorrer a Scandar, y sacarlo deallí cuanto antes.

- Rodrigo, por favor,ayúdame a levantarlo- pronunciédesesperada.

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- Vamos chaval, tellevaremos a casa.

Entre los dos intentamoserguirle, pero sus piernas parecíancederle. Casi no podía caminar, asíque tuvimos que dejar la moto allí,y montar en el coche de Rodrigo. Aduras penas conseguimosintroducirle en el coche sinproducirle ningún daño, su cuerpoestaba enteramente dolido ycualquier movimiento leperjudicaba.

- Os llevaré a mi casa, vivo

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aquí al lado- señaló Rodrigorefiriéndose a dos calles másadelante.

En el asiento de atrás Scandarse secaba la nariz con la camisetahecha jirones. Alargué la manotemerosa a su ceja, y en silencio leacaricié el rostro suavemente parano hacerle más daño. Entonces mepercaté de que Rodrigo nos estabaobservando por el retrovisor, yretiré la mano de inmediato.Entendí que tendría que darleciertas explicaciones sobre el por

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qué me encontraba un sábado a esashoras con un alumno del instituto.

Llegamos en seguida a sucasa, y de nuevo entre los dosayudamos a Scandar a subir hasta elsegundo piso. Allí Rodrigo loacompañó hasta la habitación deinvitados, y le recostó sobre lacama mientras yo buscaba en elbaño algún producto paradesinfectar sus heridas. Los nervioshacían que mis manos tropezarancon todos los botes que habíadentro del armario, y tardé unos

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minutos en dar con el algodón y elagua oxigenada.

- No te preocupes, ya lo hagoyo- dijo Rodrigo quitándome elbotiquín de las manos al verme tanangustiada.

Desde la puerta observé aScandar que, grande y vulnerable almismo tiempo, parecía un leónabatido. Rodrigo curó la heridaprofunda de la ceja, necesitó unascuantas gasas antes de que dejarade sangrar. Su espalda tambiénestaba llena de magulladuras y

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moratones, y tras desinfectársela,mi compañero le prestó unacamiseta limpia para que sedespojara de la otra rota ydesaliñada. Scandar estaba tanhecho polvo por la paliza, queacabó rindiéndose al sueño sobre lacama de Rodrigo, así que ledejamos descansar y nos retiramosal salón de la casa.

El silencio de mi compañerodurante los minutos siguientescomenzaron a inquietarme, no sabíaqué decirle, cómo iba a explicarle

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mi paseo con Scandar. No tendríamás remedio que confesarle mirelación con él – eso si ya no lohabía adivinado por sí mismo- encualquier caso, lo menos que podíahacer, era justificarlo.

- ¿Quieres tomar algocaliente?- me ofreció antes de quepudiera pronunciarme.

- Sí, claro. Una tila me vendrábien- necesitaba tranquilizarme.

Me sirvió una taza mientras élse preparaba un café bien cargado,parecía que las sensaciones de cada

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uno eran del todo diferentes. Mesenté sobre el sofá mientras daba unsorbo a la infusión, y Rodrigo hizolo mismo en el sillón que había allado. Tomé aire profundo antes dehablar:

- Rodrigo, verás… creo quedebo darte una explicación sobre…

- Déjalo- me interrumpió- nonecesitas explicarme nada. Ya eresmayorcita para hacer lo que quierascon tu vida.

Su aparente indiferencia mesentó como un puñetazo en el

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estómago. Ni mucho menosesperaba aquella reacción, másbien suponía que me soltaría un“¿cómo se te ocurre?”, “estás loca”,“¿en qué estabas pensando?”. Sinembargo, ninguna de aquellasdeclaraciones salieron de su boca,simplemente se dedicó a seguirsorbiendo su café mientraspermanecía en silencio, pensativo,lo cual me hizo sentir aún másculpable.

Tuvimos que pasar el resto dela noche en su casa, esperaríamos a

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que Scandar se recobrara paramontar de nuevo en la moto a lamañana siguiente y poder regresar.

Después de tantas emocionesvividas aquel día, recordaríaaquella noche, como la noche máslarga de mi vida.

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Lunes, 10 Marzo

“Por Dios, qué mal trago. Yaún nos quedan dos semanas hastalas vacaciones de Semana Santa”pensaba mientras caminaba hacia elinterior del instituto, y observaba alos chavales revolucionados por los

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exámenes de fin de trimestre.Tendría que enfrentarme a la

mirada acusadora de Rodrigodurante aquellos días antes detomarme un par de semanas dedescanso- que sinceramente, losnecesitaba más que nunca- yaparentar que nada había ocurridofrente al resto de mis compañeros.Scandar, por otro lado, tendría quequedarse un par de días más en sucasa hasta que se sintiera confuerzas para volver a las clases, asíque me tocaría sobrevivir a las

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jornadas sin su presencia. Apenasacababa de entrar a mi primeraclase, cuando alguien me agarró delbrazo por sorpresa.

- Hola Salomé, ¿necesitasalgo?- le pregunté al verla con carade llevar prisa.

- ¿Qué si necesito algo?, másbien esa pregunta te la tendría quehacer yo- contestó apretándome confuerza.

- No sé qué…- Calla y escucha- me

interrumpió mientras se aseguraba

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de que no hubiese nadie cerca-ahora tengo clase, pero a segundahora quiero que me esperes en eldepartamento, vas a tener queaclarar muchas cosas.

La voz de Salomé era deltodo severa, me soltó bruscamente yse marchó con paso ligero y firme.Me quedé inmóvil frente a la puertadel aula mientras los alumnos desdedentro se preguntaban por qué nocomenzábamos con la lección. Eltono de mi compañera me hizopresagiar lo peor, era obvio que

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Rodrigo no había tardado ni dosdías en ponerla al día, y aquellorealmente me enfureció. Maldije ensilencio a su traicionera lengua,jamás pensé que revelaría mirelación secreta con semejanterapidez.

Siempre creí que Rodrigo meguardaba cierta simpatía, aunquenunca llegó a aflorar abiertamente,quizás porque yo tampoco le habíadado pie a hacerlo. En cualquiercaso, cuando pasamos la noche ensu casa, ni siquiera creí necesario

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pedirle que no contara nada, ya quedaba por hecho que su afecto por míno pondría en peligro mi integridadcomo profesora.

Tendría que esperar aterminar la clase para escuchar elrapapolvos de Salomé, y rezarporque nadie más, a parte de ella yRodrigo, supiera lo que estabasucediendo. Por suerte tenía examendurante aquella hora, y lo único quedebía hacer era vigilar que ningúnalumno se copiara, al menos medaría tiempo para pensar en lo que

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le contaría a Salome a continuación.Aunque por muchas vueltas que ledi, no se me ocurrió nada más queconfesarle la verdad.

- Vamos, pasa y cierra lapuerta- me ordenó cuando llegué aldepartamento.

Entré cabizbaja, como unaadolescente cualquiera que esperala charla sobre responsabilidad desu madre, y me senté al otro lado dela mesa para no tener que soportarsu acusación de cerca.

- ¿Eres feliz?- preguntó con

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uno de los tonos más afables quejamás le había oído pronunciar.

Había estado conteniendo larespiración esperando unbombardeo de preguntas en planinterrogatorio policial, pero laactitud con la que se dirigió a mí,fue algo más parecido al de unaamiga tratando de entender aquellasituación.

- Lo era, hasta que esoscretinos nos estropearon el día- fuemi sincera respuesta tras soltar elaire que había reprimido.

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- Raquel, ¿realmente sientesalgo por ese chico, o sólo se tratade un capricho?- continuómirándome directamente a los ojosen busca de la verdad.

- No Salomé, no es uncapricho. Sé que puede parecerlo,él es más joven que yo, es guapo,atractivo… pero hay mucho másque eso. Me he enamorado de él-me di cuenta de que necesitabadesahogarme con alguien, ya que nopodía contárselo a mi familia, sóloella parecía poder entenderlo.- Soy

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consciente de que es una locura,pero no puedes imaginar cómo mesiento cuando estoy con él. Me hevisto vacía todos estos años,ninguna relación con otros chicosme ha aportado nada, y ya creía queel amor no estaba hecho para mí.Scandar me hace sentir viva, haceque todo a mi alrededor cobresentido, me impulsa a mejorar comopersona; los problemasdesaparecen cuando estoy con él,pero sobre todo, me hace sentir unamujer realizada.

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Las palabras brotaban solasde mi garganta, y Salomé escuchabaen silencio.

- Por favor, no me odies porla decisión que he tomado- continuémirándole directamente a los ojos.-No puedo dejarlo ahora que séquién soy, y qué es lo que quiero.Conozco las consecuencias sialguien más se entera de esto, poreso te pido de corazón que nodesveles mi secreto.

- ¿Realmente sabes quepueden echarte del sistema

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educativo si esto sale a la luz?-preguntó.

- Sí Salomé, lo sé. Pero eneste momento él es mucho másimportante que mi trabajo. Lenecesito.

Mi compañera no sóloescuchaba con atención mispalabras, sino que además, semostraba interesada por ser capazde entenderlo. Tras unos segundosde silencio concluyó:

- Está bien, hablaré conRodrigo para que lo mantenga en

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silencio, el pobre está bastanteafectado, ya sabes que estabaencaprichado contigo, y esto le hadescuadrado por completo- aquellome hizo sentir mal. - Por mi partepuedes estar tranquila, pero teadvierto que si no tienes máscuidado, alguien se acabaráenterando tarde o temprano.

- Gracias Salomé- dijedándole un fuerte abrazo.- Teprometo que seremos cautelosos,sólo tenemos que aguantar otros tresmeses hasta que Scandar se gradúe,

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y ya no habrá problemas de ningúntipo.

- Confío en ti, no seáisestúpidos e intentad veros lo menosposible en estos meses. Ya tendréistiempo de estar juntos el resto delaño- me aconsejó devolviéndome elabrazo.

Aunque aún estabapreocupada por la situación, ysobre todo por el estado físico deScandar, hablar con Saloméconsiguió que respirara tranquilapor unos momentos. Terminé mi

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jornada pronto, y fui directa a casapara llamar a mi chico por teléfonoy ver qué tal estaba.

- Hola mi amor, ¿cómo teencuentras hoy?

- Bueno, he tenido díasmejores. Aún me duele la cabeza,pero creo que se pasará pronto.

- Deberíamos denunciar aesos desgraciados- sugerídespechada.

- No, es mejor dejarlo así. Noquiero que mi madre se enteré,sufrirá pensando que me he metido

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en algún lio o algo por el estilo.Además, ella ya tiene bastante concuidarnos a toda la familia- hubo unbreve silencio-. Te echo de menos.

- Yo también te he echado demenos en el instituto, se me hacemuy raro no verte por allí. Ha sidoun día muy largo, la verdad.

- Pues imagina cómo heestado yo. Mi madre se ha creído lode la caída en la moto, y no me hadejado mover ni un dedo. Ha estadotodo el día pendiente de mí,trayéndome la comida a la cama y

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pasándose cada cinco minutos pormi habitación para ver cómo meencontraba. Por cierto, ¿hashablado con tu compañero?, ¿cómose llamaba? ¿Rodrigo?

- No exactamente. Verás,Rodrigo le ha contado todo aSalomé.

- ¡Será cabrón! Menudocompañerismo- dijo enfadado.

- No, no tienes de quépreocuparte. Salomé lo haentendido todo perfectamente. Le hedicho la verdad y me apoya al cien

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por cien.- Vaya, eso sí que es una

sorpresa.- Sí, la verdad es que se ha

mostrado muy comprensiva- dije.-Pero también me ha advertido deque debemos vernos lo menosposible, al menos hasta que tegradúes. Ya sabes que esto sería unescándalo si saliera a la luz.

- ¿Me estás diciendo que nopodemos estar juntos?- protestócabreado.

- Bueno, creo que de

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momento deberíamos apartar lo delas clases particulares, es mejor notentar a la suerte; y por supuesto,nada de volver a escondernos porel instituto.

- Veo que lo tienes muy claro-replicó con un ápice de decepciónen su tono-, pero no creo que seatan fácil.

- Lo sé, soy la primera queodia esta situación y esta mierda desistema, pero sólo serán tres mesesScandar. Tenemos que hacerlo, pornosotros- deseé que lo entendiera.

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Durante unos segundos sólose escuchó silencio a través de lalínea. Después Scandar volvió ahablar:

- Esto es una mierda, pero sieso es lo que quieres, así lotendrás. Volveré a salir con misamigos, la verdad es que no parande llamarme y preguntar por qué noquedo con ellos- su resentimientoera palpable.

- Claro, así no sospecharán.- En cuanto a las clases

particulares, no te preocupes, ya me

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las apañaré yo sólo- inquirió conironía.

- Sé de sobra que podráshacerlo Scandar, siempre puedesdarme un telefonazo paraconsultarme cualquier duda- intentédisimular mi preocupación.

- Sí, claro. Un telefonazo-repitió resignado.

- Por favor Scandar, esto esigual de duro para ti que para mí.Sólo serán tres meses, despuéspodremos hacer lo que queramos.Te prometo que te recompensaré-

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creí que estimulando sus sentidosacabaría por acceder a mispeticiones.

Conseguí escuchar lo quepareció una leve risa a través de lalínea.

- Está bien. Pero ten porseguro que esto me lo voy a cobrarmuy caro- bromeó al fin.

- ¿Ah sí? Y, ¿qué vas a hacer?- le pregunté mientras jugueteabacon el cordón del teléfono.

- Para empezar te voy a llevara un lugar muy lejos, un sitio cálido.

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Allí te quitaré toda la ropa amordiscos y… - se interrumpió.

- ¿Y qué?- preguntéhambrienta de detalles.

- Ya lo sabrás cuando llegueel momento- respondió pícaro.

- ¡Oh vamos! ¿Vas a dejarmecon la duda?

- Es mejor así, la carne esdébil y no te será fácil resistirte site doy más detalles.

- ¡Serás creído!- No lo digo yo, puedes

preguntar a todas las chicas que han

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estado conmigo antes- soltó seguidode una carcajada.

No pude evitar reírme deaquel comentario pedante, típico decualquier adolescente presuntuoso.Pero sabía de sobra que Scandar noera así, él no era como los demáschicos de su edad. La pérdida de supadre cuando era tan sólo un niñolo había hecho madurar antes detiempo, siempre se había sentidoresponsable del cuidado de sumadre, y más tarde de su hermanopequeño. En el poco tiempo que

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había estado con él me habíademostrado ser un chicoresponsable, capaz de tratar a unamujer con total delicadeza ysensatez, intuía perfectamente miestado de humor y mis deseos, ysiempre se había mostrado atento ala hora de satisfacer misnecesidades. Era cariñoso ypasional a la vez, pero tambiénsabía escuchar cuando le contabamis inquietudes. Pensé en lo duroque se me haría pasar aquellos tresmeses sin su sentido del humor,

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siempre conseguía sacar unasonrisa en mí cuando más estresadaestaba en el trabajo, y por supuestotambién echaría de menos suserenidad en momentos deinquietud.

- No sé que voy a hacer sin titodo este tiempo- ahora era yo laque se mostraba débil.

Su tono se volvió de nuevoserio:

- No te preocupes preciosa,estaré ahí cuando me necesites.

- Contaré los días hasta las

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vacaciones de verano.- No será necesario, pasarán

más rápido de lo que crees.Siempre puedes mandarme“notitas” a casa- otra vez consiguiódibujar una sonrisa en mi rostro.

Cuando finalmente colgué elteléfono, un leve dolor en el pechome hizo presagiar que no sería tansencillo superar aquella etapa,como había creído desde unprincipio.

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Miércoles, 16 de Abril

Los días siguientes avanzaronmuy lentos. Cada vez se me hacía

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más insoportable no poder hablarcon Scandar o tan siquiera cogerlede la mano unos segundos. Vernos aescondidas en el instituto erademasiado arriesgado, y pedirleque viniera a casa me resultabacada vez más complicado, ya quecasi siempre tenía el teléfonoapagado o sencillamente norespondía a mis llamadas. Empecéa sospechar que estaba enojadoconmigo por haber tomado ladecisión de no vernos.

Una mañana, a la hora del

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recreo, me acerqué a un grupo dealumnos de primero que habíaformado un círculo, mientrashablaban de temas triviales:

- Hola chicos, ¿habéis visto aMaría? Su madre ha venido abuscarla para llevarla al médico-les pregunté.

En ese preciso instante, unafigura firme y alta se colocó detrásde mí haciéndome sombra. Al girar,me llevé una grata sorpresa alcomprobar que se trataba de él, susojos se clavaron firmemente en los

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míos mientras esbozaba una sonrisaen su cara. El corazón empezó alatirme tan fuerte, que por unmomento creí que los demásalumnos notarían cómo se me salíadel pecho, pero me obligué a girarla cabeza de inmediato al grupopara que no percibieran mi estadode excitación.

- Pedro, avisa a tu madre deque tu hermano se viene conmigoesta tarde en la moto, tenemos queterminar un trabajo de Física en micasa- oí como le decía a uno de los

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chicos que había en el mismogrupo.

Quise pensar que habíautilizado aquella excusa para estarun instante junto a mí sin levantarsospechas. Su cuerpo estaba tancerca del mío, que podía inclusosentir su calor sobre mi espalda. Derepente noté como su dedo comenzóa caminar despacio por mi cinturatrazando un corazón, y aquello hizoque la piel de todo mi cuerporeaccionara ante el tacto de su roce.Sólo duró unos segundos, pero el

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gesto consiguió que mis pequeñasdudas se disiparan por unos días.

Las vacaciones de SemanaSanta también habían pasado sinpoder estar juntos, Scandaraprovechó unos días para llevar asu madre y a su hermano a la playa;por lo visto, Jacobo tenía que hacerdiversas gestiones y no quería queel pequeño Ángel le molestara consus juegos y carreras por toda lacasa. Tan sólo hablé con él porteléfono cuando me llamó paracomunicarme sus planes, y que

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había conseguido aprobar todas lasasignaturas de la segundaevaluación. No pude evitar que laslágrimas brotaran de mis ojos conla estupenda noticia, necesitabadarle un abrazo y decirle loorgullosa que estaba de susresultados.

Decidí pasar aquellos días defiesta con mi familia. Puesto que nopodía disfrutar de la compañía demi chico, nada me vendría mejorque distraerme un poco al lado demi hermano y mis padres. Solíamos

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juntarnos de vez en cuando en casade unos u otros, aunque David nosiempre aparecía; para su suerte, éltenía mejores planes con losamigos.

-¿Por qué no te vienes hoyconmigo? Así podrás practicar algode deporte- me propuso unamañana.

- No tengo ánimos hermanito,me temo que el ejercicio físico y yono somos buenos aliados- contestéapoltronada en el sofá.

- Vamos, seguro que te

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sentirás mejor en cuanto respires labrisa del mar- intentabaconvencerme mientras tiraba de mibrazo para levantarme.

Me deshice de su agarre consuavidad para volver aacomodarme en el hueco del sofá.

- Déjalo, de verdad. No tengoganas de ir a ningún sitio. Sóloquiero ver la tele tranquila.

- Últimamente estás muyrara. ¿Se puede saber qué te pasa?No te había visto así desde tusexámenes finales.

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- No es nada, simplemente meinteresa la película que estánponiendo hoy- mentí. Pero David no era tonto. Élsabía que algo no iba bien, y quisoindagar. - ¿Las cosas en el trabajo vanbien?- preguntó. - Sí, claro. Mejor que nunca-contesté de manera escueta.

Por unos instantes se quedócallado y tomó asiento en el sillónde al lado. Por el rabillo del ojopude observar su atenta mirada

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clavada en mí. - ¿Qué?- le reproché presa delos nervios. - ¿No será por ese chico?-acertó de lleno. - ¿Qué chico?- intentéhacerme la despistada, aunqueestaba impactada por su intuicióntan precisa.

- Ya sabes, ese alumno tuyoque vino a la playa, ¿no sellamaba Scandar?

- ¡Ah Scandar! Bueno enrealidad él no es alumno mío- no

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sabía cómo disimular mi inquietud,y David pareció darse cuentacuando me vio removermeincómoda en el sofá.

- ¿Así que es eso?- Oh vamos, no seas tonto.¿Qué tendrá que ver Scandarcon mi estado de ánimo?

- ¡Lo sabía!- se levantó delsillón de golpe-. Te lo advertí, tedije que no te hicieras ilusiones conese chico.

- Te he dicho que no... - A mi no me engañas. Estás

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colada por ese chaval- su tono erade indignación-. Te dije que esetipo de chicos sólo buscan unacosa. ¿Qué pasa, ya ha conseguidolo que quería y te ha mandado alcuerno?

Aquel comentario consiguióenfurecerme. - David no te pases. Scandarno es así. No ha pasado nada de loque tú crees, simplementeintentamos llevar esto lo mejorposible- le levanté la voz.

- Así que estás con él- al final

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me había delatado yo misma. - David no te metas. No esasunto tuyo en cualquier caso-estaba tan enfurecida conmigomisma que no quise seguir hablandodel asunto.

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Volví a dirigir la miradahacia la televisión ignorando supresencia.

- Muy bien hermanita. Túsabrás lo que haces. Sólo intentoayudarte, pero veo que es imposiblehablar contigo- y sin más, salió dela habitación y cerró de un portazo.

En aquel momento no creíque compartir mis preocupacionescon mi hermano fuera a ayudarmeen algo. Sin embargo, anhelabaalguien con quien hablar ydesahogarme, y pocos minutos

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después de que se marchara mearrepentí de no haberle confesadomis inquietudes.

Y es que los días pasaban, yyo me sentía cada vez más y mássola. Cuando tenía un rato libreintentaba visualizar a Scandardesde la ventana de algún aula en lahora de recreo, y casi siempre lohallaba en el patio rodeado de suscompañeros de clase. Me erainevitable sentir cierta inquietudcuando se trataba de chicasavasallándole al sentarse sobre sus

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rodillas con muestras de cariñodescaradas. Aquellas escenas erande lo más común entre compañerosde instituto, pero para mí, él no eraotro alumno más. Me sentíafrustrada por tener que aguantar sinpoder acercarme a aquellas niñatasy mandarles a paseo, pero no teníamás remedio que morderme lalengua y no protestar.

Nuestras miradas se cruzabanpor los pasillos constantemente, yal principio siempre le devolvía lacasi imperceptible sonrisa que me

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dedicaba. Pero cada vez me costabamás hacerlo, y llegó un momento enel que incluso desviaba la vistapara no tener que enfrentarme a susinterrogantes ojos. Me dolía el almaevitar aquel diminuto gesto quetanto significaba para ambos, perotenía que hacer grandes esfuerzospor no lanzarme a sus brazos yechar por tierra nuestros planes.

Para colmo, si ya de por síme resultaba complicado pasar lashoras en el centro, aquella mañanaapareció Cristina por el

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departamento más exaltada quenunca mientras yo preparaba unosexámenes.

- ¡Ay Raquel! ¡Qué bien queestés aquí!- dijo dando pequeñossaltitos de alegría-. No sabes lo queme ha pasado.

- Debe ser algo bueno, porquete veo muy contenta- respondí sinentusiasmo alguno.

- No sé por dónde empezar,no te lo vas a creer- me cogió delas manos nerviosa.

- Prueba- contesté segura de

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que se trataría de alguna de susilusiones triviales.

Tomó aire profundamentepara soltar el notición de golpe:

- ¡Estoy saliendo conRodrigo!- gritó eufórica apretandomis manos.

- ¿Qué?- ¡Sí! Anoche fuimos a tomar

algo al bar de siempre, y allí mepidió que saliera con él, ya sabes,en plan novios.

Si en aquel momento mehubiesen puesto un espejo delante,

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tendría la certeza de que mi carahabría sido todo un cuadro. Meimaginaba a mí misma como uno deesos dibujos animados al que ledesencajan la boca hasta el suelo ylos ojos se le salen de las orbitas,porque no di crédito a lo que estabaescuchando. Rodrigo y Cristina,¿quién lo iba a decir? La másrecatada de todo el institutosaliendo con uno de los profesoresmás atractivos.

- Vaya, no sé qué decir- meesforcé por ocultar mi perplejidad,

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aunque no resultó fácil.- Pues di que te alegras por

mí- sugirió con una sonrisa de orejaa oreja.

No podía decir que meentusiasmara aquella noticia;aunque tenía claro que Rodrigo y yonunca llegaríamos a tener nadaserio, sí que me sorprendió queeligiera a Cristina. Más bien le veíaemparejado con alguien con máscarácter, tal vez alguien comoSalomé, mucho más madura einteligente. Pero estaba claro que el

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amor era algo imprevisible, y jamásse podía dar nada por hecho. En elfondo sentí envidia al ver a Cristinatan ilusionada con su nuevo amor, ydeseé mentalmente que midramática situación acabara loantes posible.

- Bueno, pues…¡enhorabuena! Espero que os vayamuy bien juntos- fue lo único queacerté a decir en aquel momento.

Tras recibir la “gran noticia”me marché directamente a casa. Enel camino de vuelta fui haciéndome

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a la idea de lo ilusionada que debíaestar Cristina con su nueva pareja.Sentí cómo un pequeño ápice deenvidia nacía en mi interior, en elfondo era consciente de que mi vidahabría sido menos complicada sihubiese dejado que Rodrigo entraraen ella, en lugar de enredarme conuna relación que debía llevar aescondidas. Intenté no pensar enScandar aquella tarde, pero me erainevitable recordarle cada vez quecerraba los ojos.

Abatida y absorta en mis

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propios pensamientos tomé unaensalada bastante sosa y decidí veruna película tirada en el sofámientras ahogaba mis penas en unbol de helado de chocolate. Nopude estar menos acertada aldecantarme por un drama románticoen el que la chica amada acababamuriendo en los brazos de su noviopor una enfermedad incurable, yacabé con dos paquetes de pañuelosarrugados sobre la mesa y unsegundo bol de helado terminado.

Las horas pasaban lentas, y

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acabé por rendirme al sueño quellevaba retrasado por las noches envela.

No supe el tiempo que estuveen aquella postura, cuando un ruidoestridente me hizo saltar del sofá;se trataba del timbre de la puertasonando nerviosamente. Tardé unossegundos en despejar mi cabeza ycomprender que alguien estabaintentando obtener respuesta.

- ¡Ya voy, ya voy!- dijemientras daba traspiés con losmuebles intentando llegar hasta la

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puerta.Al abrirla creí que aún estaba

soñando. Tuve que frotarme losojos para asegurarme de que estababien despierta. La imagen deScandar al otro lado del vestíbulo,dedicándome una de las másmaravillosas y resplandecientes desus sonrisas, me paralizó lossentidos.

-¡Scandar!- grité lanzándomea sus brazos como una niñapequeña.

Estuvimos en aquella postura

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durante varios minutos, temíavolver a separarme del calor de sucuerpo y quise empaparme delaroma de su inconfundible perfume.

- Raquel cariño, necesitorespirar- bromeó tomando aireprofundamente.

- ¡Ay perdona! Es que te heechado tanto de menos, justo en estemomento estaba pensando en ti-confesé.

- Yo también te echaba demenos, me he escapado de casasólo para robarte un beso.

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Volví a abrazarle con tantaintensidad, que no fui consciente deque era yo la que casi no podíarespirar abrigada por sus brazos.

- Ven, pasa. No vaya a serque algún vecino cotilla se quieraenterar de todo- le susurré al oído.

Cuando cerré la puerta mecogió en brazos y me llevó hasta elsofá, donde, sin el menor esfuerzose sentó colocándome sobre suspiernas.

- ¿Qué tal te va?- preguntómientras me acariciaba la mejilla

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con suavidad.- Fatal. No llevo nada bien el

que estemos tanto tiemposeparados, los días se me haceneternos- contesté-. Pero nohablemos de mí, quiero saber cómoestás tú.

- A mí me ocurre más omenos lo mismo, la verdad es queno siento estímulo alguno cuandovoy al instituto y tengo que pasar delargo por tu lado. Nada es igual,incluso en casa mi madre no deja depreguntarme qué me sucede.

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- No sabes cómo lo siento.- Raquel, tenemos que acabar

con esto, quiero seguir viéndotecomo hacíamos antes- dijo tras unbreve silencio.

- No sé- contesté pensativa-es muy arriesgado. Ten en cuentaque está en juego mi trabajo. Yahemos conseguido aguantar un mes,y creo que deberíamos esperarhasta el verano.

- Yo ya no lo soporto más,quiero que estemos juntos- dijo concierta aflicción-. ¿Sabes lo difícil

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que me resulta verte por lospasillos y no poder hablar contigo?,¿o no poder llamar a la puerta de tucasa y pasar la noche juntos?

- Lo sé Scandar, a mi meocurre exactamente lo mismo, peroya sabes que no puedo arriesgarmi…

-¿Tu trabajo?- meinterrumpió.- ¿Qué van a hacer,despedirte? Vamos Raquel, nisiquiera eres mi profesora.

- Lo sé, pero es que… nocreo que sea bueno para la imagen

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del centro.- ¿El centro? ¿O más bien

para tu imagen?- me acusó severo.La conversación estaba

tomando un rumbo inesperado.Nunca había visto a Scandar tanserio y enfadado conmigo, y aquellaimagen de él comenzó ainquietarme. Para nada me gustóque me hablara en aquel tono, yahabíamos discutido el tema conanterioridad, y ambos acordamosesperar hasta fin de curso paravolver a estar juntos. Por muy

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cabreado que estuviera, yo tambiénlo estaba pasado mal aquellos días,pero era consciente de que siqueríamos que nuestro planfuncionara, Scandar tendría que sermás paciente. Creí que ya habíaescuchado suficiente por aquel día,y lo último que necesitaba era queme acusara por pensar sólo en mí, yno en ambos.

- No te consiento que digaseso. Me ha costado mucho llegarhasta donde estoy ahora, y no voy ajugármela sólo por un capricho con

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un alumno de Bachiller- mispropias palabras resonaron en misoídos produciéndome cierto doloren los tímpanos.

Sus ojos se abrieron de par enpar mientras un incómodo silenciose apoderó de la habitación. Supuseque mi malintencionada charlahabía ido demasiado lejos, y nisiquiera comprendía que aquellasduras palabras hubiesen salido demi boca.

- Así que eso es lo que soypara ti; sólo un capricho- dijo al

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fin.- Vamos Scandar, no te

pongas así. Te he visto tontear conotras chicas en el instituto, y a saberlo que haces por las tardes con tusamigotes, ¿les has contado ya que tehas enrollado con la profesora dematemáticas?

Frunció los labios y meestudió con la mirada. Examinó mirostro durante mucho tiempo y derepente, apartó mis piernas de suregazo para levantarse del sofá.

- Veo que tienes muy claro tu

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concepto sobre mí- replicódándome la espalda-. No tepreocupes, no he contado nada anadie, tu trabajo no se verá afectadopor mi culpa.

Salió de la casa dando unportazo, y yo me quedé paralizadasobre el sofá sin saber qué hacer oqué decir. Dejé que se marchara yni siquiera fui tras él paradisculparme, era consciente de quela sinceridad con la que le habíahablado había sido demasiadocruel. En el fondo, la conversación

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con mi hermano semanas atrás no seme había olvidado, einconscientemente una parte de mísiempre había temido que Scandarsólo estuviera interesado en mí porsumar una nueva conquista a sucurrículum de seducción. Lo maloera que su reacción ante misseveras palabras, me había dejadocon la duda; ¿sería posible queScandar estuviese realmenteenamorado de mí?, ¿acaso no me lohabía demostrado ya?

Comencé a agobiarme al

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pensar que podría perderlo parasiempre, la sola idea de no volver asentir sus besos y sus abrazos hizoque la angustia se apoderara de miya machacado estado de ánimo. Uncúmulo de emociones, entre miedoy ansiedad, empezaron aprovocarme una repentinaaceleración del pulso.

De un salto me levanté delsofá y me apresuré a comprobar siScandar aún seguiría en eldescansillo del edificio, pero lleguédemasiado tarde; el ascensor ya

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había bajado al primer piso y nohabía rastro de él frente a mi puerta.De muy mala gana me introduje enel interior de la casa creyendo quesería mejor dejarlo marchar ytomarme un tiempo para pensar enlo que realmente debía hacer.Tendría que poner en orden mispensamientos y mis dudas, tanliados como una madeja de lana.Scandar no se iba a conformar conuna simple disculpa. Por otro ladotendría que elegir entre acceder a supetición de no esconder nuestro

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amor, o dejar que se marchara sinmás explicaciones.

Me llevé las manos al rostropara tapar mis ojos mientrasdeseaba que todo fuera producto deuna horrible pesadilla, demasiadasemociones juntas para un sólo día.Sentía todo mi cuerpo tenso por lacantidad de pensamientos que seagolpaban en mi cabeza; a primerahora de la mañana me había sentidodeprimida, después Cristina mearrolló inesperadamente con sufantástica noticia, más tarde en casa

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conseguí relajar mi estado de ánimopor unos minutos, hasta que llegóScandar, y todo sucedió demasiadodeprisa como para ni siquieradarme cuenta de en qué puntonuestra conversación se habíatornado discusión.

Decidí irme a la cama prontoy desconectar por completo, nisiquiera me planteé cenar algo antesde acostarme, tenía el estómagototalmente cerrado. Me puse elpijama y sin mayores dilaciones medejé caer sobre la cama. Sentí el

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suave tacto de las sábanas sobre micara cuando me escondí bajo éstas,creí que así podría hacerdesaparecer todos mis problemas.

Nada más lejos de larealidad.

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Jueves, 17 de Abril

Por alguna inexplicablerazón, los planetas parecían habersealineado en contra mía para que nopudiera llevar a cabo los planesque con tanta urgencia necesitabarealizar. Cada vez que pretendíaacercarme a Scandar para pedirledisculpas por mis inoportunaspalabras, lo encontraba hablando

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con algún compañero de clase.Incluso en la hora del recreo salí alpatio para intentar explicarme, perosu profesor de Lengua se meadelantó pidiéndole un ensayo paraclase. Fui consciente de que enningún momento él intentó buscarmi mirada entre la multitud, yaquello me inquietó aún más, mesentía como una mujer fría ycalculadora, incapaz decomportarme con naturalidad ysimplemente acercarme a él, tal ycomo lo haría cualquier otra

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persona.Di por imposible hablar con

él durante el recreo, por lo quereuní fuerzas y decidí presentarmedirectamente en su clase con algúntipo de excusa para reclamar supresencia ante el profesor.

- Perdona que te interrumpa laclase Gerardo, necesito hablar conuno de tus alumnos, será sólo unsegundo- me dirigí al profesor queen aquel momento estabaimpartiendo la clase.

- Claro, no hay problema-

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contestó- ¿con quién deseas hablar?Busqué con la mirada entre

las últimas filas intentandolocalizar a Scandar, pero lo únicoque hallé fue su pupitre vacío, ni tansiquiera su mochila estaba colgadade la silla.

- ¿No ha venido Scandar aclase?- volví a preguntarle aGerardo.

- Me temo que no. Yo hellegado hace unos minutos y no lohe visto entrar. ¿Alguno de vosotrossabe algo de Scandar?- preguntó al

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resto de compañeros.Nadie dijo nada, los alumnos

se miraban entre ellos intentandoencontrar respuesta, pero nadie lohabía visto desde la hora dedescanso. Me despedí de Gerardocon una disculpa por lainterrupción, y cerré la puerta consuavidad.

Regresé al patio paracomprobar que no se había quedadoallí rezagado, pero tampoco tuvesuerte. También pasé por eldepartamento de lengua pensando

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que tal vez su profesor se habíareunido con él allí para el ensayo,pero tampoco hallé rastro de él. Sudesaparición comenzaba ainquietarme, ¿qué le habría pasado?

No tuve más remedio querendirme ante la evidencia de queScandar se había marchado delinstituto por alguna extraña razón.Pensé que sería convenientellamarlo por teléfono al terminar lajornada, aunque sólo fuera parasaber que estaba bien. Ya trataríade tener una conversación más

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profunda con él en otro momento.Pero entonces sucedió algo

que alborotaría todas misintenciones. Estando en el aula deprimero, una especie de pitidoinfernal comenzó a sonar por todoel centro. Tanto los alumnos comoyo nos protegimos instintivamentelos oídos de aquel silbidoinsoportable, ni siquiera podíaescuchar mi propia voz cuando lespedí a todos que se mantuvieransentados en los pupitres mientras yome asomaba al pasillo para

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comprobar qué estaba sucediendo.Observé cómo otros

profesores sacaban a susrespectivos alumnos de sus aulas enfilas coordinadas, y fue entoncescuando me percaté de que se tratabade un aviso de incendio en eledificio. Volví a clase, y entreseñas y gritos les pedí a mis chicosque salieran ordenadamente delaula.

En tan sólo un par de minutos,todos los alumnos y profesores delcentro habían salido a la calle,

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donde se formó un gran revuelo aldesconocer el origen del incendio.Los profesores se reunieron con ladirectora Doña Maruja, quientampoco supo contestar a lapregunta de quién había pulsado laalarma.

- Pero ¿dónde está el fuego?-preguntó Cristina intentandovisualizar humo por algún lado.

- Yo estoy igual que vosotros,he escuchado la alarma ysimplemente me he asegurado deque no quedara nadie en el interior

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del edificio- fue la respuesta de ladirectora.

- Esto debe de ser una bromapesada- inquirió el jefe de estudios.

- No puede ser, ¿quién iba aquerer hacer una cosa así?-comentó otro profesor.

Mientras todos se debatían enun intento por averiguar qué diabloshabía ocurrido, dos coches debomberos hicieron su apariciónresonando con sus ensordecedorassirenas. Uno de los bomberos sebajó del camión y se aproximó al

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grupo de profesores que seguían sindar crédito a lo que estabasucediendo.

En aquel momento unaextraña sensación se apoderó de míal darme cuenta de queprecisamente Scandar se habíaausentado del centro esa mismahora. Estaba convencida de que suestado de ánimo no seríaparticularmente bueno aquel día, yvarias ideas comenzaron a darmevueltas en la cabeza hasta llegar auna inquietante conclusión que me

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hizo temer lo peor. Instintivamenteempecé a buscarle entre el gentíodando empujones a los alumnos quese interponían en mi camino, lleguéincluso a subirme a lo alto de unbanco para poder visualizar desdeallí a todo el mundo. Barrí con lamirada todas y cada una las carasde los allí presentes, pero nuncallegué a encontrar la suya.

Decidí entonces marcharmesin previo aviso, necesitabaaveriguar urgentemente el paraderode Scandar.

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Por suerte llevaba las llavesdel coche encima, y no tuve queesperar a que los bomberos dieranel visto bueno para que todo elmundo volviera a sus respectivasaulas. Salí de allí tan pronto comopude, nadie pareció advertir mimarcha, ya que todos estabanpendientes de cómo los bomberosse colocaban los cascos ypreparaban las mangueras en casode ser necesario su uso.

Llegué a casa en veinteminutos, y tan pronto como dejé las

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llaves sobre la mesita de entrada,fui directa al teléfono que teníasobre el televisor del salón.Marqué con dedos temblorosos elnúmero de Scandar, estos parecíanenredarse los unos con los otrosmientras pulsaba los botones.Esperé a escuchar el primer tono dellamada, luego el segundo, despuésel tercero, y por fin al cuartodescolgó.

- ¿Sí?- su inconfundible vozparecía serena, nada que ver con miangustioso estado de ánimo.

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- Scandar ¿dónde estás?Llevo todo el día intentando hablarcontigo.

- ¿Te ocurre algo?- preguntósin mostrar la más mínimainquietud.

- ¿Qué si me ocurre algo? ¿Sepuede saber dónde te has metido?-era consciente de que mi vozcomenzaba a sonar brusca.

- No sé qué es lo que te pasa,pero será mejor que te calmes siquieres seguir hablando conmigo-su todavía sosegado tono no hizo

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más que endurecer el mío.- Scandar, sé que estás

molesto por lo que te dije ayer,pero eso no te da derecho a poneren peligro a todos los miembros delcentro- le acusé sin rodeos.

- ¿Cómo? No sé a qué terefieres, ¿de qué coño me estáshablando?

- ¿Acaso no has provocado túla estampida haciendo sonar laalarma de incendios?- esperé a surespuesta, pero esta no llegó- . Tehas marchado del centro a media

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mañana sin decir nada a nadie, y note puedes imaginar la que has liado,incluso han venido los bomberos.

Por un segundo creí que mehabía colgado el teléfono, pero alfin Scandar respondió:

- Esto es el colmo. ¿Creesque estoy loco?, ¿qué voy por ahíprovocando a la gente sin más, sóloporque esté enfadado contigo?- hizouna breve pausa para tomar aire-.Me parece que alguien se lo tienemuy creído, y esta vez no soy yo.

“Touche”. Scandar apuntó al

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centro y dio en la diana. Los roleshabían cambiado y ahora era yo laque se había sobrevaloradoinconscientemente.

- Pero entonces…- Es verdad que llevo toda la

mañana evitándote porque no teníaganas de hablar contigo, perodespués del recreo mi madre me hallamado por teléfono y me hapedido que fuera a recoger a Ángela la guardería. Jacobo ha vueltoa…, bueno…, ya sabes, a discutircon mi madre.

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Entonces fui yo la que nosabía que responder. Su tono era losuficientemente afligido como paracreer que sólo se trataba de unaexcusa. Por otro lado no entendí porqué no me avisó para que le echarauna mano.

- ¿Y por qué no has avisado anadie de que tenías que salir delcentro?- pregunté-. Podía haber idocontigo.

- ¿Para qué? Ni que fueras miniñera. Ya me lo dejaste bien claroayer. Además, soy mayor de edad y

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no tengo por qué dar explicacionesa nadie- replicó.

Sabía que en el fondo teníarazón. Si por algo destacaba supersonalidad, era precisamente porno dar explicaciones de sus actos alos demás, y menos aún después decumplir los dieciocho. Sólo mequedaban dos opciones: creer suexcusa, o pensar que se habíainventado una falsa coartada.

Cerré los ojos para aclararmis pensamientos, quería creerlepor encima de todo, porque sabía

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que si no lo hacía podría perderlopara siempre. Entonces unrelámpago de imágenesbombardearon mi mente: mi primerencontronazo con él, la noche enque me defendió de aquellosgamberros, las tardes que pasamosen casa estudiando, nuestro primerbeso bajo las luz de las estrellas,sus profundos ojos mirándomefijamente, su eterna y maravillosasonrisa…

En aquel momento me dicuenta de lo estúpida que había

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sido, y de cómo había sido capaz dedudar de su amor por mí. Él jamáshabía dado muestras de que nuestrarelación fuera sólo un caprichopasajero, todo lo contrario, siempreme había tratado con respeto, sehabía esforzado por sacar el cursoadelante sólo por complacerme,había llegado a seducirme con suscálidas y suaves caricias, y jamásse mostró ansioso por el simplehecho de ligarse a una profesora. Las lágrimas comenzaron a brotarde mis ojos descontroladamente, y

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no pude retener los sollozos queescapaban de mi garganta.

- Raquel, ¿estás bien?-preguntó Scandar alertado alescuchar mis gemidos a través de lalínea.

- Perdóname, he sido unaestúpida. No sé que me ha pasado-susurré entre gimoteos.

- Vamos cariño, no tepreocupes, no estoy enfadado- sugenerosa comprensión hizo que mesintiera más avergonzada aún, y lossollozos pasaron a convertirse en

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un imparable llanto de desconsuelo.- Lo siento- acerté a decir

entrecortadamente-. De verdad nosé qué me ha ocurrido. Me sientofatal por haber dudado de ti.

- Es culpa mía, no tenía quehaberte presionado ayer. No sé,estaba harto de no poder acercarmea ti.

- No cariño, tú no has hechonada mal- declaré intentandocalmarme-. Te he pedidodemasiado, es verdad quesobrellevar a escondidas una

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relación no es fácil, creí que nosería tan complicado sacrificarseunos meses, pero no puedo pedirteque soportes una situación así pormás tiempo. Soy consciente de queesto sólo me favorece a mí.

- No digas eso, tienes toda larazón, siempre la has tenido. Notendría que ser tan egoísta, y sípensar un poco más en tu trabajo.Debería ser capaz de aguantar misimpulsos, al fin y al cabo sóloquedan dos meses para acabar elcurso.

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Poco a poco fuirecobrándome del disgusto. Alparecer Scandar había recapacitadosobre nuestra relación, pero en elfondo sabía que era él y no yo, elque mayores sacrificios estabaasumiendo, al fin y al cabo él notenía nada que perder si nuestroidilio salía a la luz.

- Gracias por ser tancomprensivo, eres mucho másmaduro de lo que pensaba, sientohaberte infravalorado- pudepercibir a través de la línea como

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Scandar soltaba una pequeñacarcajada.

- Pero qué dices, si la mitadde las veces no sé ni lo que hago.

- Te quiero- las palabrassalieron de mi boca sin pensarlo.

- Yo también te quieropreciosa- fue su tierna respuesta.

Tras colgar el teléfono, unafuerte sensación barrió mi pecho.Sentía una pequeña punzada en elcorazón que me obligó a tomarasiento. Aunque todo parecíahaberse arreglado con Scandar, no

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dejaba de preguntarme por quénarices se habría enamorado él demí.

Desde que estábamos juntos,no había hecho más que dudar desus intenciones, y casi siempre mesentía a la defensiva por cualquieracción suya, incluso llegué a estarexcesivamente pendiente de loscomentarios que pudieran surgir demis compañeros de departamento.

Sin embargo, Scandarsiempre se había portado bienconmigo, y ni Rodrigo ni Salomé

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habían vuelto a pronunciar palabraalguna sobre mi relación con él.Definitivamente era yo la queestaba comportándose como unaniña, y tendría que demostrarlepronto a Scandar que realmente loamaba si no quería perderlo.

Miércoles, 22 Abril

El equipo directivo del centrono tardó ni una semana en convocarun nuevo claustro para informarnossobre la investigación que se estaballevando a cabo con respecto al

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caos que se formó debido al falsoaviso de incendio. La confusiónvivida durante aquellos minutos nosentó nada bien, en especial a DoñaMaruja, quien garantizó que ellamisma se encargaría de averiguarquién había sido el sinvergüenzaque causó semejante barullo.

El resto de los profesorestenían los ánimos irritados, y es quela directora nos había reunido deuno en uno en su despacho parahacernos algunas preguntas, inclusoparalizó varias clases para

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interrogar también a los alumnos.En las reuniones de la cantina sepodían escuchar diversas opinionesacerca de los métodos utilizadospor Doña Maruja, que si esa señoraestaba loca, que si se lo habíatomado demasiado en serio, que siestaba alborotando el hábito deestudio de los alumnos… Intenté noentrar en las conversaciones cadavez que mis compañeros hablabande ello; el temor a que el nombre deScandar saliera a la luz meinquietaba, y prefería mantenerme

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al margen.El claustro se organizó a las

dos y media, cuando todos losalumnos se habían marchado a suscasas, y sólo quedamos losmiembros oficiales del centro.Cuando llegué, la sala de juntasestaba abarrotada, el murmullo delos profesores podía escucharsedesde el otro lado de la puerta.Divisé a Salomé en una de lasesquinas mientras me hacía señalespara que me acercara, bordeé lasala discretamente para no molestar

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a los que ya estaban sentados hastallegar a ella.

- ¿Cómo te ha ido la mañana?- preguntó cuando ya había tomadoasiento.

- Bien, como siempre.Aunque algunos alumnos ya se estánempezando a poner nerviosos conlos exámenes finales- contesté.

- ¿Tan pronto? Pero si aúnfalta un mes y medio para acabar elcurso- replicó.

- Ya, pero los que han idomal todo el año quieren recuperar

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ahora el tiempo perdido.- Muy típico de los malos

estudiantes, siempre dejándolo todopara el último minuto.

Aunque deseé que laconversación con Salomé medistrajera de otros pensamientos,los nervios seguían apoderándosede mis sentidos. Incluso el tema delos alumnos me llegó a parecerbanal en comparación con lo queauguraba que sucedería en aquellareunión.

- Bueno, no es ninguna

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novedad, todos los años nosencontramos con casos así- dijequitándole importancia.

Tras un breve silencioSalomé se lanzó a hacerme lapregunta que temía que me hicieraprecisamente en aquel momento:

- Bueno, ¿y cómo te va con tuchico?- me susurró al oído para quenadie de los allí presentes pudieraenterarse.

- Lo llevamos como podemos,la verdad es que no nos estáresultando nada fácil estar tanto

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tiempo separados. No sé, es comosi nos estuviésemos alejando pocoa poco- confesé.

- No te preocupes- dijodándome un suave codazo- ya veráscómo este veranito os lo pasáisestupendamente juntos.

- Eso será si llegamos-murmuré.

- Vamos, no será para tanto.Si de verdad os queréis, esto nodebería suponer un impedimentopara continuar juntos.

- Lo sé, pero la verdad es que

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está siendo mucho más complejo delo que pensaba. No resulta sencillopasar por delante de él y ni siquieradirigirle la palabra. A veces se meforma un nudo en el estómagocuando le veo con sus compañerosde clase, y no puedo acercarme aél. Le necesito más de lo que creía,y a veces incluso se me pasan porla cabeza cosas que no debería nipensar.

- ¿Cómo qué?- quiso saber.- No sé- dije agachando la

cabeza- me da vergüenza decirte

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esto, pero es que a veces florece enmí cierto sentimiento de celos.

- ¿Celos, tú?- exclamóacompañada de una risa entredientes.

- Sí, ya sé que es una tontería,pero cuando veo que otras chicasflirtean con él… no sé, me ponenerviosa verlo así, rodeado detantas chicas.

- Es normal Raquel, loschavales a esa edad hacen esascosas, y sobre todo si no saben queya tiene novia- dijo en tono burlón

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mientras me guiñaba un ojo.- Venga ya, no tiene gracia-

protesté riéndome al ver su cara deguasa.

En aquel preciso instante hizosu aparición el equipo directivo delcentro, compuesto por DoñaMaruja, y los dos jefes de estudios.Ninguno de ellos llevaba cara debuenos amigos, más bien parecía undesfile de altos cargos dispuestos asacrificar a quien se pusiera pordelante. Salomé y yo nos miramosdando por hecho que aquella

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reunión duraría más de lo esperado,y que seguramente no tendrían nadabueno que contarnos.

Tomaron asiento frente alprofesorado, la directora se colocóentre los jefes de estudios ymientras estos pedían silencio a losallí congregados, ella barrió la salacon la mirada seria, como siquisiera asegurarse de que todoslos profesores estaban presentes. Elsilencio se apoderó enseguida de lasala, tan sólo se escuchaba elmovimiento de papeles que la

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directora hacía mientras losextendía de uno en uno sobre lamesa.

- Bien- comenzó-. Comotodos sabéis, el pasado juevesfuimos víctimas de unadesagradable gamberrada. Nadie,en los veinticinco años que llevoejerciendo mi profesión, se habíaatrevido a causar semejantedesconcierto entre los miembros deesta comunidad.

Hizo una breve pausa paratomar aire.

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- Hemos iniciado unainvestigación en el centro paradescubrir al culpable, y por eso oshemos ido reuniendo en midespacho durante la semana. Se hacomprobado uno por uno losalumnos que en el momento delaviso de incendios se encontrabanausentes- tomó una de las listas enla mano- y hemos registrado enconcreto doce nombres de alumnosque faltaron aquel día al instituto.

De repente comencé a notarun sudor frío en las manos. La

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directora se había referido a docealumnos que no habían asistido aclase aquel día, pero Scandar sólose ausentó precisamente en la horaen la que el fatídico embrollo habíatenido lugar. Miré a Salomé queseguía atenta a las palabras deDoña Maruja, y no pude evitarremoverme inquieta sobre la silla.

- Bien, pues de estos docealumnos que faltaron, siete hanpresentado un justificante médicode aquel día, así que por supuesto,no se les ha tenido en cuenta dentro

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de la investigación. Por lo tanto, yasólo nos quedan cinco alumnossospechosos- agarró entonces otrode los papeles-. Tras entrevistar aalgunos profesores, nos llamó laatención una de las ausencias, que adecir verdad, casi se nos pasa poralto.

El corazón empezó a latirmemás rápido de lo normal.

- Se trata de un alumno desegundo de Bachiller- afirmócontundente-. Este alumno acudió aclase aquel día, pero fue

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precisamente en una hora concreta,cuando desapareció del centro sinnotificación alguna.

Las gotas de sudorcomenzaban a deslizarse por mirostro.

- Por supuesto hablaremoscon sus padres para comunicarles lainmediata expulsión del centro. Elalumno en cuestión es Don ScandarMedina Romero- dijo leyendo sunombre completo sobre el papelque sostenía.

El silencio de la sala se vio

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roto por un constante murmulloproveniente de algunos profesoresque se vieron sorprendidos por lanoticia. Salomé tardó unossegundos en dirigir su mirada haciamí, temerosa de conocer mireacción ante las palabras de ladirectora. Apreté los puñosintentando disimular mi estado denerviosismo, pero ella sabíaperfectamente que si no lo evitaba,yo estallaría de rabia delante detodo el mundo.

- Vamos Raquel,

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tranquilízate, tiene que ser unaconfusión- me dijo en voz baja.

En aquel momento no pudecontestarle. La rabia me consumíaal pensar que iban a expulsar aScandar del centro, sin ni siquieradarle una oportunidad paraexplicarse.

- Él no ha sido- fue lo únicoque acerté a decir.

- Estoy segura de ello, perono debes alterarte. Ya verás cómotodo se aclara- respondió.

Los jefes de estudios

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volvieron a pedir silencio para queDoña Maruja continuara con sudiscurso.

- Para todos aquellos que nohalláis tenido la ocasión de conocerpersonalmente a dicho alumno, oscomunico que se trata de un chavalcon cierta tendencia a buscarbronca. Si bien es cierto que enestos últimos meses ha dado unpequeño cambio de actitud, nodebemos dejarnos engañar por sufalso comportamiento. Comodirectora de este centro, no voy a

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permitir bajo ningún concepto queningún alumno se burle de nuestrosistema, y mucho menos que pongaen peligro la integridad de estecentro. Por lo tanto, la decisión estátomada, y mañana mismo setramitaran los papeles paraexpedientar a Don Scandar Medina.

Aquellas fueron las últimaspalabras de la directora antes delevantarse de su asiento yabandonar la mesa.

Salomé seguía centrando sumirada sobre mí intuyendo mis

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pensamientos, pero nada quepudiera hacer o decir, detendría loque a continuación me disponía arealizar. No podía dejar queScandar fuera acusado injustamente,sabiendo que él no había sido elculpable. Estaba completamentesegura de que tendría que darmuchas explicaciones parademostrar su inocencia, pero creíque se lo debía. Él no había hechonada malo, y no tenía por qué pagarinjustamente con una expulsión,sobre todo después de todo el

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esfuerzo y empeño que habíadedicado por mejorar no sólo en suactitud, sino también en suexpediente escolar.

Justo cuando Doña Marujaatravesaba la puerta para salir de lasala de juntas, me incorporéfirmemente de la silla. Noté cómola mano de Salomé me agarraba dela falda intentando hacerme entraren razón para que volviera asentarme, pero no le sirvió de nada.

- ¡Scandar no ha hecho nada!-solté con voz alta y temblorosa a la

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vez.De nuevo el murmullo de la

sala se apagó, y observé cómotodas las miradas de los allípresentes se centraron en mí. DoñaMaruja se detuvo bajo el marco dela puerta, y se volvió para mirarmecon expresión de incertidumbre.

- ¿Disculpe?- preguntóincrédula al verme de pie entre lamultitud.

Tragué saliva al serconsciente de que no sólo tendríaque justificarme ante la directora,

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sino que también el resto deprofesores y demás miembrosestaban pendientes de lo que tuvieraque contar. Por el rabillo del ojoobservé cómo Salome se llevaba lamano a la frente, intentandodisimular su preocupación. Ambassabíamos que lo que se me venía acontinuación daría mucho de quéhablar, y que no me resultaría nadasencillo salir inmune de aquelembrollo.

Tuve que carraspear paraaclarar la garganta antes de volver

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a hablar, y es que por culpa de losnervios, la boca se me había secadoen pocos segundos.

- He dicho que Scandar notiene nada que ver con esto- repetíen un tono más bajo al experimentarel sofoco ocasionado por loscentenares de ojos observándome.

Doña Maruja volvió a entraren la sala atraída por la revelaciónque acababa de comunicarle.

- Bien señorita Montero, ¿ypuede usted decirme entonces quiénha sido el desvergonzado en causar

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dicho desastre?- preguntóacribillándome con su miradainflexible.

- No lo sé- acerté a decirdespués de agachar la cabeza sinencontrar respuesta a su demanda.

Entonces el sonido delmurmullo volvió a manifestarseentre los profesores. Miré a mialrededor, y advertí que algunos deellos se encogían de hombros sinsaber a dónde diablos quería llegarcon mi inexplicable irrupción.

- Ya veo- contestó severa-. Y

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si no sabe usted quién ha sido,¿puede entonces aclararme cómoestá tan segura de que el señorScandar es inocente?

Lo único que se me pasó porla cabeza en aquel momento, era sitendría que esperar la hoja dedespido del centro, o directamentedebía presentar mi carta dedimisión. Lo que me disponía adesvelar en presencia de todo elclaustro de profesores, tendría unasconsecuencias desastrosas para mifuturo, pero tenía la total certeza de

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que mi obligación era contar laverdad por encima de todo. Y laverdad era que Scandar no habíasido el causante de aquel aviso deincendio. De un modo u otro mesentía responsable de defenderlo,no sólo porque lo amaba hasta lomás infinito, sino porque mi laborcomo docente era, entre otras cosas,contribuir a la rectificación de lasinjusticias sociales.

Miré a Salomé en busca deapoyo, pero lo único que encontréfue una mirada afligida pidiéndome

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con los ojos que no continuara,aunque por mucho que me rogara,ya nada podría detenerme.

- Bueno…, yo… he estadocon…

- ¡Lo que dice Raquel escierto!- me interrumpió una vozfamiliar proveniente de una segundaentrada a la sala.

Todas las miradas cayeronentonces sobre la persona que habíadetenido mi testimonio, justo en elmomento en que me disponía arevelar los motivos por los que

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estaba tan segura de que Scandar noera culpable.

Su esbelta figura resurgió dela nada. Ni siquiera me habíapercatado anteriormente de queRodrigo no estaba presente en lareunión, pero al verlo allí de pie,mientras sujetaba lo que parecía serun DVD en una mano, provocócierta distensión en la musculaturade todo mi cuerpo. Una sensaciónde tranquilidad me invadió cuandose dirigió a mí con una suave yastuta sonrisa a la vez. Supe

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entonces que mi compañero mesalvaría el pellejo. Sospeché quedesvelaría alguna cuestión que seles había pasado por alto al equipodirectivo, y que con un poco desuerte, podría librarme de midespeñamiento profesional.

- Aquí está el culpable, omejor dicho, los culpables de todoeste embrollo- apuntó alzando elDVD.

Lo que al principio era uninocente murmullo en el interior dela sala, pasó entonces a

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transformarse en un alborotadoclamor. Me percaté de que ya nadieseguía fijando la vista en mí, sinoque ahora todos observaban aRodrigo avanzar por la sala endirección a la mesa principal queoriginalmente había ocupado ladirectora minutos atrás. Pidió a unode los compañeros que lo ayudara aconectar el proyector sobre la granpantalla que había instalada en lapared. Tomé asiento de nuevointeresada en lo que Rodrigo habríadescubierto, y desde allí divisé a

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Doña Maruja con expresión defastidio, seguramente desconcertadacon el inesperado giro que estabantomado sus indagaciones.

- Por favor, les pido un pocode silencio para poder seguir elvideo- solicitó a todos los allípresentes.

Cuando se mostraron lasprimeras imágenes borrosas sobrela pantalla, la gente fueenmudeciendo poco a pocohaciendo un esfuerzo por entendercuál era el interés por mostrar la

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entrada del instituto. En pocossegundos la grabación se aclaró, yenseguida me percaté de que setrataba de la cámara que habíasituada sobre la entrada principaldel centro. Aquella misma a la queuna vez recurrí para pescar algamberro que me había rallado elcoche, o mejor dicho, a lagamberra. Pronto mis recuerdos sevieron interrumpidos por laexplicación de Rodrigo:

- Como todos habréisadvertido, este video se

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corresponde con la grabación de lacámara de seguridad que hayinstalada sobre el acceso principalal centro.

Todos, incluida la directora,seguían atentos su exposición.

- Si os fijáis, en un lateral dela cámara se puede apreciar el día yla hora en la que esta grabacióntuvo lugar- señaló con la manosobre la esquina de la pantalla-. Setrata precisamente del pasadojueves, día diecisiete, a las oncehoras y cincuenta minutos. En este

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momento hace su aparición elalumno nombrado por la directora,Scandar Medina, que como seaprecia en la imagen, sale delcentro por la puerta sin que nadie selo impida.

Los nervios volvieron aaflorar en mí cuando, claramente,observé su figura saliendo delinstituto. Llevaba los mismosvaqueros y la misma camisetablanca que aquel día, y porsupuesto su mochila colgada de unhombro. Parecía llevar prisa por

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salir de allí cuanto antes, aunquedespués de escuchar los motivospor los que lo hizo, no me extrañóen absoluto.

- Bien hecho señor Castro-irrumpió la directora- me alegrasaber que tenemos una prueba másde que el señor Scandar es unauténtico farsante. Después de esto,ya nada podrá salvarlo de una clarae irrevocable expulsión.

- ¡No tan deprisa señora!- ledetuvo Rodrigo cuando ésta sedisponía a marcharse-. Si espera

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tan sólo un par de minutos, serátestigo de que el chaval es inocente.

Salomé se volvió hacia mípara comprobar si aún estabaentera. Le devolví la mirada juntocon un suspiro de alivio, al que ellarespondió con un apretón de mano.

- Les ruego que prestenespecial atención al fondo de lavalla, justo donde ésta limita con elfinal del recinto- explicó.

Por la imagen calculé que,entre la entrada y la terminación dela valla, habría unos cincuenta

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metros. No sería sencillo reconocera los culpables desde tan lejos conuna cámara tan pequeña.

- Y bien, es precisamenteahora, a las once y cincuenta y dosminutos, cuando las siguientesfiguras aparecen en el fondo de laimagen.

Fue entonces cuando cuatrosiluetas emergieron del interior delinstituto. Por la complexión, erafácil distinguir las siluetas de treschicos y una chica. Vimos cómo unode los chavales saltó la valla

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primero para sujetar desde fuera ala chica que a continuación selanzó. Tras ellos, los otros dosmuchachos saltaron sin aparentedificultad y una vez fuera, loscuatro salieron corriendo entrerisas y carcajadas.

- ¿Los conoces?- me preguntóSalomé al ver mi rostrodesencajado.

Jamás podría olvidar laimagen de aquellos tres agresoresque le dieron la paliza a Scandar.Exactamente las mismas siluetas,

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las mismas chaquetas de cuero, lasmismas cabezas rapadas… ¿cómono iba a reconocerlos?

En aquel momento me invadióuna mezcla de sensaciones; entrealivio, al saber que Scandar por finquedaría absuelto de lasacusaciones del equipo directivo, yrabia contenida, al no habermedado cuenta con anterioridad de quesemejante idea de estropicio sólopodía originarse en uno de los másretorcidos cerebros del centro, elde Rebeca.

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No tardé ni un par desegundos en reconocer su figuracomo la única chica que iba en elgrupo, con su habitual cola decaballo y su excesiva delgadez.Daba la sensación de que lapresencia de Rebeca en mi vida noera casual, siempre que sucedíaalgo funesto a mi alrededor, ellaestaba presente, directa oindirectamente. Comencé a creerque se trataba de una maldición oalgo por el estilo, como si susombra se interpusiera siempre

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entre Scandar y yo, y no nospermitiera estar juntos bajo ningúnconcepto.

- Sí- respondí finalmente aSalomé-. La chica es alumna mía, ylos otros tres que la acompañan sonlos que le dieron la paliza aScandar el día que Rodrigo nosencontró.

- ¡Vaya!- susurró con los ojosbien abiertos sorprendida con lanoticia.

- Bien, en la imagen se hapodido identificar a Rebeca

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Robles, de segundo A, como lachica que va en el grupo- continuóRodrigo con la aclaración-. Losotros tres chavales no secorresponden con ningún alumnoque tengamos matriculado en estecentro, así que suponemos que setrata de familiares o amigosextraescolares de dicha alumna.

Se escucharon algunoscomentarios entre los profesoresdel tipo “esta chica siempre estáigual”, “no va a cambiar nunca”,“deberían expulsarla de

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inmediato”…- Además, y como ya he

comprobado con el profesor que enaquel momento impartía clase en suaula, efectivamente Rebeca noestuvo presente durante esa hora.Por lo tanto, esto nos lleva aconfirmar con certeza que ella esuna de las responsables del falsoaviso de incendios.

Inexplicablemente la gentecomenzó a aplaudir el discurso deRodrigo. Aunque me sentía eufóricacon el giro que habían tomado los

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acontecimientos, no podía afirmarque estuviera de acuerdo con lareacción del resto de profesores. Sibien era cierto que muchos de elloshabían tenido más de un altercadocon Rebeca, siempre pensé queaquella chica necesitaba dar uncambio radical a su estilo de vida;buscar nuevas compañías ydedicarse a los estudios para nosentirse tan perdida.

Evidentemente, después deaquel altercado, mi alumna seríaexpulsada del centro, y quien sabe

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lo que le depararía el futuro sinadie hacía nada por ayudarla.

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Jueves, 23 de Abril

Aunque mi cama era suave yconfortable, aquella noche nohabría habido diferencia alguna sihubiera dormido sobre una cama detablones de madera. No dejé derodar y girarme sobre el colchón,de tumbarme boca arriba y bocaabajo. Me fue imposible encontraruna posición cómoda para micuerpo, y es que inexplicablemente,no había paz para mi mentetorturada. Era extraño, pero de

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todos los problemas que me debíanpreocupar, lo que me impedíadormir eran los motivos por los queRebeca habría llegado a hacer unacosa así.

La habitación estabasilenciosa y mal ventilada, y el airese hacía más pesado a cada minuto.Deseando sentir un soplo de airefresco, me levanté de la cama, medirigí a la ventana y la abrí. Suspirécon alivio cuando una ligera brisame envolvió llevándose consigo losmalos pensamientos. Cerré los ojos

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y en aquel momento reviví loscálidos besos de Scandar junto a lachimenea, y volví a abrirlosdespacio, con el deseo de que élestuviera de nuevo a mi lado.

Decidí no contarle nada de loque había sucedido la tarde anterioren el claustro. No quería que sesintiera insultado o traicionado porlas primeras acusaciones de losmiembros del centro, y creí que lomejor sería que continuara susclases con total normalidad. Al finy al cabo, su imagen no había sido

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dañada gracias a la intervención deRodrigo, al que le estaríaagradecida eternamente.

Cuando por fin parecía quepodría conciliar el sueño, elestrepitoso despertador anunció lahora de comenzar un nuevo día. Atrompicones me embutí en unvestido azul de estilo marinero, conbotones al centro y un fino cinturónrojo. Pasó un cuarto de hora hastaque acabé de maquillarmeintentando disimular las ojeras.

Aquel día llegué al trabajo

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antes de lo habitual, por algúnmotivo el tráfico estaba másdespejado que de costumbre, y lossemáforos parecieron ponerse deacuerdo para estar en verde cadavez que pasaba por delante dealguno de ellos.

Los pasillos del instituto sehallaban totalmente desiertos, aúnfaltaban unos minutos para queprofesores y alumnos sepresentasen. De camino aldepartamento, pasé por delante deldespacho de la directora. Doña

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Maruja siempre era de las primerasen aparecer, y no me extrañóescuchar su voz desde el pasillo. Loque me desconcertó de laconversación que estabamanteniendo, era el tono en el quelo hacía; percibí su voz rotunda,severa e imperturbable.

- Quiero que mañana mismovenga tu abuela y firme los papelesde tu expulsión- oí como le decía aalguien.

Quien quiera que fuese la otrapersona, no se dignó a contestar,

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simplemente advertí cómo agarrabalos papeles y salía del despacho agrandes zancadas.Irremediablemente no tardaría enaveriguar que se trataba de Rebeca,y es que al cruzar el pasillo, no tuvemás narices que encontrarme cara acara con ella.

El encuentro entre ambas nodebió de durar más que un par desegundos, pero su mirada fría ycolérica detuvo el tiempo. Eraimposible apartar mis ojos de lossuyos, parecían retenerme sin

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control y por mucho que lo intenté,me fue imposible desviar la mirada.Sus ojos eran oscuros como elcarbón, y sus pupilas estaban tandilatadas por el odio, que parecíaque en cualquier momento arderíanen llamaradas. Sólo me bastó aquelinstante para darme cuenta de que elasunto de la alarma no acabaría tanfácilmente; sus labios dibujaron unamaliciosa sonrisa al verme pasarjunto a ella, y pude leer en ellosalgo parecido a un “prepárate”.

Un leve escalofrío recorrió

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mi cuerpo cuando la perdí de vista,sentí que mi cerebro dejaba dereaccionar ante cualquier otra cosaque no fuera su pérfido gesto.Llegué con paso lento y la miradaperdida al departamento, y demanera inconsciente deposité elbolso sobre el ordenador. Tuve quetomar asiento encogida por eldesconcierto que reinaba en micabeza, y me recapacité duranteunos minutos para averiguar quéhabría querido decir con eso de“prepárate”.

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El ruido originado por lasprimeros alumnos en llegar, se fuehaciendo cada vez más alborotador.A los pocos segundos el timbresonó, despertándome de mialetargado estado mental con unsobresalto. Entonces alguien entróen el departamento. Se trataba deRodrigo, con su acostumbrado buenestado de ánimo y su aire fresco.

- ¡Buenos días Raquel!-pareció sorprendido al verme allítan pronto.

- Buenos días Rodrigo-

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contesté aún medio embelesada.- ¿Estás bien?- preguntó al

ver que no reaccionaba.Con cierto esfuerzo tuve que

centrar mi cabeza en laconversación con mi compañero,por nada del mundo quería que seenterara de lo que me acababa desuceder con Rebeca. Tal vez miimaginación me estaba jugando unamala pasada, y él ya había hechosuficiente por sacarme de variosapuros.

- Perdona, es que no he

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dormido muy bien esta noche. Debeser la falta de sueño que me tienealgo atolondrada.

- Vamos, ya queda menos decurso, tenemos que aguantar éstasúltima semanas.

- Tienes razón, ya falta pocopara acabar- repetí con una levesonrisa.- Oye Rodrigo, verás,quería darte las gracias por lo deayer.

- ¿A mí? Vamos, no fue nada.Cualquier otra persona habríahecho lo mismo, al fin y al cabo, el

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chaval no tenía nada que ver.- Ya, pero sólo a ti se te

ocurrió revisar los videos de lascámaras de seguridad.

- Pensé que ahí estaría laclave para pillar al culpable. Nosabes lo que esas cámaras puedenllegar a mostrar en un solo día-aseguró arqueando las cejas.

- Si no llegas a revisarlos,Scandar estaría ahora expulsado delcentro, y yo…

- Vamos Raquel,- meinterrumpió apoyando su mano

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sobre mi hombro- de verdad que notiene importancia, ya estásolucionado, deja de darle vueltas.

Tuve que mirarledirectamente a los ojos para darmecuenta de que su intención deayudar era franca. Su mirada eraamable y transmitía una pazsosegada. No pude contener laalegría al ver que Rodrigo seguíasiendo la misma persona, aúndespués de conocer mi idilio conScandar, e instintivamente melevanté de la silla para darle un

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fuerte abrazo. Él respondió de lamisma manera, y ambos nosfundimos en un apretón amistoso.

- Eres un sol- dije besándolela mejilla.

- Gracias- noté como surostro se ruborizaba con tantamanifestación de cariño.

Entonces cogí mi bolso y mislibros, y me dirigí hacia la primeraclase del día, no sin antes girarmeen la puerta para comunicarle aRodrigo lo mucho que me alegrabasu relación con Cristina, y que

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esperaba que fueran muy felicesjuntos.

De camino al aula, tuve quesortear algunas mochilas dealumnos que andaban tiradas por elsuelo mientras esperaban a susprofesores. Llegué a las escalerasque conducían a la segunda planta,y al elevar la vista para subir porellas, me sorprendió muygratamente contemplar la esbeltafigura de Scandar en lo alto. Desdeabajo su imagen se divisabadominante sobre el resto de

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alumnos que pasaban por su lado.Al ver su resplandeciente sonrisa,supe que estaba esperándome allí apropósito. Subí las escaleraspausadamente para poderdeleitarme con su sonrisa el mayortiempo posible, sin apartar mis ojosde los suyos mientras él manteníalas manos en los bolsillos de unaforma despreocupada.

Cuando llegué a lo alto de laescalinata, decidí no pasar de largocomo solía hacer últimamente parano levantar sospechas. En aquella

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ocasión opté por detenerme frente aél, y saludarle como lo haríacualquier otra profesora concualquier otro alumno.

- Hola- dije tímidamenteabrazando los libros contra elpecho.

- Hola- susurró con su vozmasculina.

Sentí los labios secos y tuveque humedecerlos con la punta de lalengua para poder hablar. Unescalofrío me recorrió de pies acabeza cuando su mirada siguió

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aquel leve movimiento.- ¿Cómo estás?- las palabras

se resistían a salir con fluidez.Entonces acercó su rostro al

mío para murmurar algo a mi oído:- Esta noche pasaré por tu

casa- y sin decir más, se alejó haciasu aula.

Sentí como cierto rubor mesubía por las mejillas, haciendo queéstas enrojecieran. Intenté disimularmi estupor colocándome el pelotras la oreja, y miré a mi alrededorpara comprobar que nadie se había

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percatado de mi sonrojo. Trasobligarme a recuperar lacompostura, continué mi caminohacia el aula, donde como yasuponía, los alumnos esperabaninquietos.

- Vaya, parece que estáisdeseando comenzar con la clase-ironicé mientras abría la puerta conllave.

- ¡Qué va profesora!-respondió uno de ellos.- Al revés,lo que estamos deseando esterminar cuanto antes.

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- ¿Por qué será que no mesorprende?- repliqué mirando alcielo.

La mañana pasó más rápidade lo habitual. Las clases resultaronbastante amenas, y la participaciónde los chavales fue mayoritaria.Supuse que el deseo de ver aScandar al anochecer ayudó a quemis explicaciones fueran más clarasy entretenidas de lo acostumbrado.

Al sonar el último timbrazodel día me dirigí en un abrir ycerrar de ojos al departamento para

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dejar los libros y coger mi bolso.Planeé dejarme caer por lapeluquería aquella misma tardepara estar radiante ante la visita demi chico. Sentía como si se tratarade una primera cita. Otra vez. Y esque después de estar tanto tiemposeparados, aquella noche tendríaque ser perfecta.

De repente, el sonido de lapuerta al abrirse irrumpió mispensamientos. Retrocedí de formainstintiva al ver que Rebeca entrabaen el departamento cerrando la

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puerta tras de sí impidiéndome lasalida. Su cara de pocos amigos mehizo sospechar que aquellainesperada visita tendría unasconsecuencias desagradables. Sumirada era dominante, no habíacambiado desde que me crucé conella por la mañana, y sin poderevitarlo mis músculos se tensaron.

- ¿Qué quieres?- preguntémirándole directamente a los ojosdisimulando mi rigidez.

- Buenos días profesora-saludó en tono irónico.- Parece que

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tienes prisa.- Sí que la tengo, así que si no

te importa, preferiría atendertemañana. Déjame salir- dijeseñalando la puerta para que seapartara de ella.

Por supuesto aquello nopareció importarle en lo másmínimo. Siguió sin mover ni un sólopie de su posición.

- Sólo será un minuto, no tepreocupes, seré breve- repuso conuna media sonrisa.

Presentí que no me quedaría

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más remedio que escuchar lo quetuviera que decirme. Darme depatadas y empujones con unaalumna para que me dejara salir, noera una opción factible para alguienen mi posición. Además, ya noquedaría casi gente en el edificio,por lo que dar gritos como unahistérica, tampoco se veía como unasolución.

- A ver, ¿qué quierescontarme?- pregunté cruzándome debrazos.

- Verás, tengo un problemilla

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que quisiera que me ayudaras asolucionar- declaró mientras se ibaacercando con paso lento.

Su aire arrogante no mesorprendió en absoluto, pero sudescarada aproximación meincomodó hasta el punto de hacermedesviar la mirada a otro lado.

- Como ya sabrás, me hanacusado de hacer sonar la alarmade incendios la semana pasada-añadió.

- ¿Pretendes hacerme creerque no fuiste tú?- le reproché.- Por

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si no lo sabes, todo el profesoradovio el video en el que tú y tusamiguitos saltabais la vallasegundos antes, así que no intentesengañarme.

- No es lo que pretendo. Esavieja cabrona ya me ha mostradolas imágenes- continuó refiriéndosea Doña Maruja.- El video es muyclaro, y sé perfectamente que nopuedo hacer nada por borrarlo.

- Entonces ¿qué pretendes quehaga yo?- pregunté sin entenderadónde quería llegar.

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- Necesito que convenzas a ladirectora de que yo no tuve nadaque ver con el aviso.

- ¿Qué?- declarésorprendida.- Ni lo pienses. Tú hassido la responsable de este alborotoy tendrás que acarrear con lasconsecuencias. Además, noentiendo por qué has tenido quehacer una estupidez así.

- Eso no te importa-respondió tajante.

- Ah ¿no?, pues siento muchodecirte que tendrás que

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arreglártelas tú solita para salir deeste embrollo.

Agarré mi bolso y pasérozándole el brazo en busca de lasalida. No estaba dispuesta aescuchar más sandeces.

- Me ayudarás te guste o no-le oí cómo me decía desde atrás.

Me detuve en la puertasujetando el pomo para abrirmientras le daba la espalda. Unaparte de mí gritaba a voces quesaliera de allí lo antes posible, peromucho me temía que Rebeca

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acabaría por convertir mi vida enun infierno si no la dejaba terminar.

- Yo no puedo hacer nada-admití por encima del hombro.

- Estoy segura de queencontrarás la manera- sentí comosu maliciosa sonrisa volvía adibujarse en su rostro.

Me di la vuelta para mirarlede nuevo a la cara.

- ¿Y qué pasa si me opongo?-aunque ya conocía la respuesta,quise oírla de su boca.

- Entonces no tendré más

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remedio que contarle a todo elmundo tu rollo con Scandar.

- Yo no tengo ningún rollocon….

- No te molestes- meinterrumpió.- Mis contactos ya mehan dado detalles de vuestroromántico paseo por el parque.

Rebeca se acercó a la puertay apartó mi mano del pomo paraabrirla. No supe reaccionar ante suspalabras, mi cabeza se quedótotalmente bloqueada con suamenazante declaración. Era

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indiscutible que aquel trío dedesgraciados salvajes no se habíaconformado con darle una paliza aScandar sin motivo aparente, sinoque además estaban dispuestos ahacernos la vida imposible. Mearrepentí de no haberlosdenunciado el día que dieron labrutal paliza a Scandar, pero él mepidió que no lo hiciera, y yo nopude más que cumplir sus deseos.

- ¡Ah, por cierto! Tendrás quebuscar una solución antes de queacaben las clases mañana por la

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mañana- añadió alzando la vozmientras avanzaba por el pasillo.

No recuerdo cómo regresé acasa aquella mañana. Estaba tanabsorta en mis pensamientos, queme fue imposible rememorar en quémomento cogí el coche paraconducir hasta el garaje de miedificio. Cuando por fin en el salónde casa salí de mi enajenamiento,temí haberme saltado algúnsemáforo en rojo o algún stopinconscientemente. Se me puso unfuerte dolor a ambos lados de la

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cabeza, era un dolor palpitante,sentía cómo las arterias de lassienes se me hinchaban con el ritmoacelerado del pulso. Tenía el cuellorígido y notaba una gran tensión enlos hombros, así que decidí darmeuna ducha caliente para relajar todala musculatura de mi cuerpo yapaciguar mi estrés.

Pasé la tarde sin salir de casadándole vueltas a las amenazas deRebeca, no sabía cómo diablos ibaa salir de aquel lío. Me sentí comouna estúpida al recordar el interés

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obsesivo que tuve a principio decurso por ayudarla a mejorar en susestudios. No sólo no me lo habríaagradecido jamás, sino que paramás colmo ahora tendría queaceptar sus advertencias y buscarun remedio antes de la mañanasiguiente.

A eso de las diez de la noche,el timbre de la puerta sonóhaciendo que me sobresaltara.Había olvidado por completo queScandar vendría a verme aquellanoche, me culpé a mí misma por

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descuidar algo tan importante. Eraobvio que mi cabeza estaba enverdad aturdida.

Su rostro reflejaba felicidad yentusiasmo por volver a verme,tenía los ojos colmados de unaintensa luz. Por desgracia mi rostrono trasmitía la misma exaltación, yaque mi estado de ánimo era másparecido al de una muñeca de traposacudida y aporreada. En cualquiercaso Scandar ignoró mi malestar yme tomó en sus brazos paraofrecerme uno de sus más

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apasionados besos. Al principiorespondí tímidamente, pero poco apoco el sabor de su boca fueproporcionándome un intenso calorpor el cuerpo, que me hizo olvidarpor unos instantes mi desasosiego.

- Vaya, yo también me alegrode verte- acerté a decir cuando mesoltó.

- Estás preciosa- asegurómientras me sujetaba entre susbrazos.

- No lo creo, tenía intenciónde haber ido a la peluquería esta

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misma tarde, pero todo se me hacomplicado- admití.

Apartó un mechón de peloque caía sobre mi rostro, y locolocó detrás de la oreja.

- Tú no necesitas ir a ningunapeluquería, eres la profesora mássexy del mundo- deslizó sus manoscon suavidad por mi espaldatransmitiéndome un efecto relajante.

Al menos aquello consiguiódibujar una sonrisa en mi cara antesde decidir que le contaría todo losucedido en los últimos dos días.

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Sentí la necesidad de desahogarmecon él y hallar algo de claridad enmis pensamientos. Aunque Scandarfuese más joven que yo, tenía lafuerza mental que a mí me faltaba,suponía un gran apoyo para mi yadesgastado cerebro y tenía la firmeconvicción de que juntos,encontraríamos una solución.

-Tengo que contarte algo- lecogí de la mano para dirigirleobedientemente hacia el sofá.

Al verme fruncir las cejas,Scandar se temió lo peor. No era

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raro escuchar decir a una mujeraquello de “tenemos que hablar” yrezar para que la popular frase nose refiriera a un “lo siento, perotenemos que dejar lo nuestro”. Paranada pretendía acabar mi relacióncon él, pero por la forma en que lodije, debió de suponerse que setrataba de algo similar. Su rostro sepuso serio mientras escuchaba conatención mi relato sobre losucedido en el claustro, y lainesperada visita de Rebeca acontinuación. Cuando terminé de

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contarle lo ocurrido, observé quesus hombros cayeron hacia abajo enseñal de alivio. Era como sihubiese estado conteniendo larespiración mientras mi historiaavanzaba, hasta que por fin lepregunté por su opinión.

- Vaya, nunca pensé queRebeca fuera tan lista- sucomentario me exasperó tanto, quelas mejillas se me enrojecieron derabia.

Le di un suave codazo en lascostillas mostrando mi enfado.

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- Vamos Raquel, estoy debroma- su amplia sonrisa puso demanifiesto que lo que acababa decontarle no le suponía ningúnproblema.- La solución es muysencilla.

- ¿Ah sí?, pues ya me contarásque tienes pensado, porque yo llevotoda la tarde dándole vueltas.

- Primero déjame hacer unacosa.

Entonces colocó una manosobre mi nuca y acercó su cabeza ala mía. Supe que besarme en aquel

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momento no era lo más apropiado,en especial porque aún conservabaparte de la tensión acumuladadurante todo el día. Pero sus labiosestaban suaves y calientes, comolas llamas de una hoguera. Poco apoco fui subiendo las manos por sushombros hasta enredar mis dedosentre su cabello, y la tensión se fuetransformando en excitación.Scandar hundió sus dedos en micabello y tiró de él hacia atrás hastaque el peso de mi cabeza quedóapoyado en su mano. Mi fino cuello

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quedó a la vista y Scandar buscó ellatido de mi pulso para arrastrar suslabios con dulzura por él.

Scandar separó su boca de micuello cuando más hechizadaestaba.

- ¿Mejor ahora?- preguntócon un destello de burla en su voz.

- Sí, lo sé- admití.- Estoybastante estresada con este asunto,no debería afectarme tanto, perotengo miedo a lo que pueda sucedersi alguien se entera de lo nuestro.

- Lo único que tenemos que

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hacer es admitir que fui yo el quepulsó la alarma- su sugerencia mehizo dar un respingo del sofá.

- ¿Estás de broma? Eso no esuna solución- gruñí.

- Claro que lo es. Si dicesque las cámaras me vieron salir delinstituto minutos antes, entonces nohay más que hablar.

- No pienso permitir queacarrees con la culpa- le dijedisgustada.- Sólo porque diera lacasualidad de que tú salieras delcentro a la misma hora, no te hace

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responsable de lo sucedido.- Lo sé, pero es la única

solución posible que tenemos.Además, ¿no dices que me culparonen un principio? Lo único que tengoque hacer es pasarme por eldespacho de la directora mañana yconfesar que fui yo el causante de lagamberrada.

- No Scandar, olvídate. No esuna opción- confirmé rotunda.

- Vamos cariño, piénsalobien- dijo mientras me acariciaba elrostro para calmarme.- Lo único

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que me puede pasar es que meexpulsen del centro, pero no tengomás que matricularme en otroinstituto para acabar lo que mequeda de curso. Sin embargo, siRebeca saca a la luz nuestrarelación, tu situación se podría verbastante más afectada.

En cierto modo tenía razón.Sería mucho más sencillo para éltrasladarse a otro centro y olvidarel asunto, que dejar que aquelladesvergonzada pusiera en peligromi trabajo. Aún así la idea de que

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Scandar se sacrificara por mí, nome convencía del todo.

- Pero, ¿cómo vas a cambiartede instituto?, ¿qué dirá tu madre?

- Mi madre está demasiadoocupada con Ángel como parapreocuparse por algo así. Además,últimamente la situación se estácomplicando cada vez más conJacobo. Creo que se estáplanteando por fin separase de él,así que estará demasiado ocupadacomo para eso le preocupe- hizouna pausa-. Ya no puede seguir

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aguantando sus humillaciones ymalos tratos.

- Desde luego debería haceralgo- opiné.

- Anoche mismo estuve apunto de abalanzarme sobre él.Como de costumbre, Jacoboempezó a poner pegas con la cena ymi madre harta ya de sus quejas ledijo que si no le gustaba sepreparara él mismo la comida.

- ¿Y qué paso?- El muy imbécil tiró el plato

a los pies de mi madre, y le dijo

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que ni los perros podían tragarseuna bazofia como esa.

- Cómo lo siento- me imaginécomo debió sentirse Eva alescuchar semejante desprecio porparte de su marido.

- Si no llega a estar Ángeldelante, le habría dado un puñetazo.No sabes la rabia que sentí al ver ami madre recoger el plato del suelocon lágrimas en los ojos.

- ¿Qué pasó después?- El canalla se marchó a un

bar cercano a cenar, y ayudé a mi

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madre a recoger lo que quedaba enel suelo.

- Debe ser muy duro convivircon una persona así.

- Sí que lo es. Al final nopude callarme y le planteé la ideade divorcio a mi madre. No soportoverla de esa manera, y por muchoque Ángel no vea a su padre adiario, creo que será mejor paratodos que Jacobo se marche de unavez por todas.

- Desde luego que sí. ¿Y quéle pareció a tu madre la idea?

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- Dijo que ya lo habíapensado antes, y que después deaquello, tenía la firme convicciónde acabar con su matrimonio enbreve.

- Menos mal. A mí tampocome gusta veros sufrir por culpa deese dichoso Jacobo. Desde elprimer día que le conocí, ya mecayó fatal.

- Ya verás como todo searregla- dijo estrechándome entresus brazos.

Pero lo que más me

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preocupaba en aquel momento erala solución que Scandar habíapropuesto para evitarme problemas.Tuve la necesidad de estrujarmeentre su pecho para sentir el latidode su corazón. Definitivamente, ypor razones obvias, aquel chico erala persona más importante en mivida. Dispuesto a sacrificarse pormí, y siempre con una sonrisa en loslabios después de todos losproblemas que tenía en casa.

Pero Scandar dio porzanjados ambos temas, y aquella

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noche hicimos el amor de una formadulce y delicada, memorizando através de las caricias cada una delas sensaciones que nos producía elcontacto el uno con el otro.

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Viernes, 24 de Abril

A la mañana siguiente, tuve

que hacerme a la idea de que seríael último día que vería a Scandardeambular por los pasillos, con suinconfundible caminar desenfadado,su cabello negro alborotado, susbrillantes ojos oscuros siempreatentos a todo lo que había a sualrededor, y su mochila colgada aun lado del hombro.

Según me comentó la noche

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anterior, iría al despacho de ladirectora tras finalizar las clases.Ese mismo día tenía un examen deFísica que había preparado conmucho empeño, y no queríadesaprovechar la oportunidad dedemostrarle al profesor susconstantes avances con laasignatura.

- De verdad que no tienes quepasar por esto- le había dicho una yotra vez la noche anterior.

Pero siempre me replicabacon la misma respuesta: me

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silenciaba apoyando sus dedossobre mis labios y a continuaciónlos besaba con dulzura. No me dabamás opción que permitirle asumir laembestida que supondría dar la carafrente a Doña Maruja. Seguíanegándose a que yo meresponsabilizara de todo losucedido, y no aceptaba ningunaotra sugerencia.

- Déjame disfrutar de estanoche a tu lado- me rogaba entrebeso y beso.

A pesar de concentrar mis

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sentidos en el suave tacto de suscaricias, la imagen de Rebeca consu maliciosa sonrisa no dejaba deemerger entre mis pensamientos.Me sentía utilizada y engañadaúnicamente para que ella salieraimpune de su propio error. Paramás colmo, un error causado apropósito por pura diversión.

En mi cabeza tenía la horriblesensación de que mi existencia nosuponía más que un monumentalobstáculo para Scandar. Desde miposición se suponía que tenía que

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ser yo, y no él, la que buscara unasolución justa; y verlo aceptar laresponsabilidad con estoicismo ysin rechistar, no hacía más queacrecentar mi malestar.

Por supuesto aquella mañaname sentía desfallecida. No teníaánimos ni energías para afrontar lashoras de clases con los alumnos, yles pedí que aprovecharan paraadelantar el trabajo que porcostumbre les mandaba terminar encasa.

- Así tendréis la tarde libre-

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era la única escusa justificable paraque no pensaran que estabaeludiendo mis obligaciones.

Más de un alumno reclamó miatención en repetidas ocasionesqueriendo consultar sus dudas conlos ejercicios. La mayor parte deltiempo la pasé mirando absorta através de los ventanales del aula, yme sobresalté un par de veces alapreciar sus risotadas cuando noescuchaba sus llamadas a laprimera:

- ¡Profesoooooooraaaaaa!-

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bromeó un alumno en tonofantasmagórico al verme con lamirada perdida.

- Sí, Miguel. ¿Qué necesitas?-atiné a decir resignada a aguantarsus comprensibles risitas.

- Necesito que me expliquescómo se resuelve este problema-me pidió.

Me levanté de mala gana demi asiento y me acerqué a supupitre para aclararle las dudas.Me sentía culpable por no estarcentrada en clase, al fin y al cabo,

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ellos no eran responsables de loque me sucedía, y tenían todo elderecho a reclamar mi atencióncada vez que lo requirieran.

Las horas pasaron más lentasde lo habitual, y mi desesperaciónse agudizaba más y más segúnavanzaba la mañana. Estuve tanocupada aquel día, que ni siquieratuve tiempo de pasar por delantedel aula de Scandar, aunque sólofuera para verlo de lejos y enviarlecon una mirada mi amor y miapoyo.

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Cuando el temido últimotimbrazo de la mañana sonó, sentícomo el bello del cuerpo se meerizaba. El tiempo que Rebeca nosdio, se había agotado y ya no habríamarcha atrás. Sólo existían dosopciones: o Scandar asumía laculpa, o ella le contaría a ladirectora nuestra relación. Salí atoda prisa de clase hacia direcciónpara llegar antes que él, ni siquieraestaba segura aún de que aquellafuera la solución apropiada. Unaparte de mí rezaba porque naciera

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en Rebeca un ápice de piedad y talvez, con mucha suerte, cambiara deopinión. Pero sospechaba queaquello sería improbable, así queme dirigí al despacho de ladirectora para ver qué ocurría.

Había una gran multitud dealumnos que se apiñaban en elpasillo para marcharse a casa ytuve que soportar varios empujonesal abrirme paso entre ellos. Diviséa lo lejos la estilizada figura deScandar con su aire despreocupado,estaba de pie junto a la puerta de la

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directora.Aquel día la primavera nos

desafió con una fuerte subida detemperatura, y el ambiente que serespiraba en el centro comenzaba aser insoportable. De repente el airese transformó en una cargante masade oxígeno difícil de inhalar, y elatropellado pasillo sólo servía paraacentuar la opresión que estabasufriendo en el pecho.

Giré la cabeza hacia laspuertas de salida en busca deventilación, y lo único que hallé fue

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a Rebeca en lo alto de un escalónesperando a que yo entrara en eldespacho para salvar su detestablepellejo. El sonido del ajetreo de lagente desapareció de mis oídos porcompleto cuando distinguí en surostro aquella malévola sonrisa.Sus ojos apuntaban a los míosdescaradamente adoptando un gestomandatario, y su actitud soberbiaconsiguió que la sangre me hirvierapor todas las extremidades. Quiseimaginarme a mí mismaacercándome a ella para darle una

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buena bófeta y enseñarle quién erala que mandaba allí, pero pormucho que lo deseara, la que alfinal conseguiría su propósito seríaella.

Volví a dirigir la vista haciaScandar, que parecía habersepercatado del cruce de miradasentre Rebeca y yo. Probablementese habría dado cuenta de mi rabiacontenida, y por eso moviólentamente la cabeza de un lado aotro indicándome que no se meocurriera acercarme a ella. Pero de

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nuevo volví a mirarla, y fueentonces cuando su despreciablesonrisa se tornó pura severidad.Apuntó secamente con el dedohacia el despacho de la directora, yaunque probablemente nadie sepercató de aquel gesto, para mísupuso la gota que colmó el vaso.Estaba harta de ser manipulada poruna niñata de quince años, no podíadejarme exprimir de esa manera, ymucho menos permitir que otrapersona diera la cara por mí. ¿Enqué clase de mujer me había

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convertido? Cuando comencé mirelación con Scandar sabía a lo queme estaba exponiendo, y nada de loque pudiera pasarme me frenó enaquel momento. Scandar estaba porencima de todo, le quería con todasmis fuerzas y ese amor eracorrespondido.

Entonces, y sin saber por qué,me vino a la memoria la imagen demi padre el día de mi graduación.Habíamos pasado un largo día decelebraciones, cuando al final de lanoche nos encontramos en su

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reconfortante despacho; me pidióque tomara asiento para hablarmeantes de que regresara a miapartamento. Se sentía muyorgulloso de mí y de lo que habíaconseguido hasta entonces, y merecordó que debía ir siempre con lacabeza bien alta para que nadie ninada se interpusiera en mi camino.Sus palabras resonaron una y otravez en mi cabeza “ya eres mayorhija, a partir de ahora emprenderástu propio camino, en el que deberásser consecuente con tus actos. Ve

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siempre con la verdad por delante,y no olvides que tu obligación apartir de ahora será enseñar,educar, y sobre todo ser justa conquienes te rodean”.

Bajé la mirada al suelo. Ver aScandar de pie frente al despachode la directora me producía undolor agudo en el pecho, como sime estuvieran clavando una aguja.Había olvidado que para ser justalas cosas deberían ser de otramanera, y sólo yo podía cambiarlas.Pensé que si me dejaba achantar

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por Rebeca nunca sería capaz deafrontar otro tipo de problemas quepudieran venirme en el futuro. Meconsideraba una mujer justa conquienes me rodeaban, una mujercapaz de afrontar amenazas contotal madurez, una mujer enamoradade un chico que se había ganadotodo mi respeto.

Algo aturdida por el cúmulode emociones que sentía en aquelmomento, noté como mis piernasavanzaban despacio una detrás dela otra. La cara de Rebeca parecía

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satisfecha al comprobar que meencaminaba hacia en despacho.Scandar frunció ligeramente el ceñopreguntándose qué diablos estabahaciendo. Ni siquiera yo mismasabía lo que hacía, sólo tenía claroque no iba a dejarle dar la cara pormí.

Doña Maruja salió de sudespacho, y vi cómo se acercaba aScandar para preguntarle quédeseaba. Sin pensarlo mearremoliné entre el gentío ycomencé a dar empujones para que

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me permitieran pasar entre ellos.Mis pasos se aceleraron a todaprisa mientras el corazón me latíacon más y más fuerza.

- ¡Scandar!- grité cuando yaestaba cerca.

Todo el mundo se giró haciamí para ver qué ocurría. Debíclamar su nombre con tanta fuerza,que el alboroto que había en elpasillo no acalló mi grito dedesesperación. Por suerte losalumnos se abrieron paso paradejarme llegar hasta él, y di varias

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zancadas hasta llegar a sus brazos.De un salto le rodeé por el cuellomientras mis piernas abrazaban sucostado. Mi peso sobre su cuerpono pareció importarle cuandoestampé mis labios sobre los suyoscon un apasionado beso, y aunqueal principio su respuesta fue algotímida, no tardó en reaccionaragradeciéndome el gesto. Entoncessus fuertes manos agarraron mitrasero con tal descaro, que todoslos alumnos comenzaron a silbar y agritar impresionados con la escena.

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El mundo a mi alrededor dejóde existir, en mi mente sólo habíaespacio para Scandar y para mí.Alumnos, profesores, Rebeca, DoñaMaruja… durante unos segundostodos se esfumaron de miconsciencia, y no llegué apercatarme de que habíamos sidorodeados por un tumulto depersonas curiosas hasta queScandar no me soltó y mis piestocaron de nuevo el suelo. Fueentonces cuando una explosión degritos arrancó de los más jóvenes

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animándonos a que volviéramos abesarnos.

Sin apartar mis ojos delrostro de Scandar, me percaté deque la mayoría de los allí presentes,incluido el conserje que seencontraba tras el mostrador de larecepción, habían sido testigo quemi locura. Inevitablemente un calorintenso subió por mi cuerpollegando a mis mejillas hastahacerlas enrojecer. Me negué arecorrer con la mirada lo queestaba sucediendo a nuestro

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alrededor, sólo de pensar lo que senos venía encima, hizo que mispestañas descendieran ligeramentehacia el torso de Scandar en buscade refugio; sin embargo él alzó lavista para comprobar el alborotoque había a nuestro alrededor. Undestello de diversión se reflejó ensus ojos oscuros mientras parecíaconsiderar la situación condetenimiento.

- Esta vez sí que la has hechobuena- me susurró al oído.

- No me importa- contesté aún

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sonrojada.- Ya sé que estoy loca,pero es culpa tuya. Me importasdemasiado.

Una sublime sonrisa aparecióen los labios de Scandar, acontinuación me rodeó los hombroscon su firme brazo y nos dirigimosa la salida. Al igual que losalumnos, la mayoría de losprofesores formaron juntos unpasillo para dejarnos marchar;algunos aplaudían a nuestro paso,otros silbaban, otros comentaban,también sonreían o abrían sus ojos

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de par en par sorprendidos…, sólouna persona reflejaba odiocontenido en sus ojos, me forcé adesviar la vista hacia otro lado parano enfrentarme al iracundo rostrode Rebeca, pero no llegó a sernecesario ya que ella se marchó deallí rápidamente.

Nuestra salida del centro fuepletórica, Scandar no podía dejarde sonreír satisfecho, y algunos desus compañeros de clase le ofrecíanla mano en señal de masculinidad.Aunque en cualquier otro momento

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habría pensado que presumía deforma descarada de su conquista, enaquel instante me pareció oportuno;de hecho, yo también me sentíaeufórica y llena de gozo. Por fin,después de tanto tiempo, habíaencontrado la fuerza suficiente parademostrarle al mundo, y en especiala Rebeca, que no se podía jugar conalguien como yo. Ya no tendría queesconderme ni mentir, a partir deahora podría disfrutar del amor y lacompañía de mi chico cada vez queme viniera en gana.

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O al menos así lo creía.Monté en la moto de Scandar

bajo una lluvia de aplausos y gritos,rumbo a la playa de Campoamorpara celebrar nuestro “triunfo” bajolos rayos del sol. Por desgracia notardaría en saber que otra persona,a la que había pasado por alto enaquel momento, me estaríaesperando próximamente paradarme una de las peores noticiasque recibiría.

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Lunes, 27 de Abril

Cualquiera podría pensar queScandar y yo tuvimos un fin desemana romántico acurrucados eluno contra el otro en algún lugar

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lejos de Algezares.Nada más lejos de la

realidad.Tras montar el número en el

instituto, pasamos la tarde sentadosa la orilla del mar charlando yriéndonos mientras recordábamoslas caras de sorpresa de todos losque habían presenciado nuestroescandaloso beso. Aunque resolverel problema con Rebeca en tanpoco tiempo había sido un arduotrabajo y un comedero de cabeza,ambos estábamos pletóricos de

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felicidad ante la nueva etapa que senos avecinaba. Una etapa libre deremordimientos, engaños, falsasexplicaciones…, por fin habíamosgritado nuestro amor a los cuatrovientos y podríamos llevar una vidanormal en pareja.

Decidimos entonces hacerlopúblico en su totalidad. Aúnquedaban nuestras familias porenterarse de la nueva situación, asíque nos tomamos el fin de semanacada uno por su lado para hablarcon nuestros respectivos

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progenitores.Scandar por su parte no tuvo

ningún reparo en ir directo al granocuando le comentó a su madre quemantenía una relación conmigo. Talvez el hecho de que Eva fuese unamujer muy experimentada, hizo queapenas encontrara impedimentoalguno al hecho de que yo fueraunos años mayor que su hijo.

- El amor es importante- lehabía dicho su madre-, si de verdados queréis, no veo por qué nodebéis estar juntos. Además, no

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creas que no lo sospechaba ya, sólocon la forma que tenías de mirarla,te delatabas tú solo.

- Vamos mamá, no lo dices enserio- le había contestado Scandar.

- Sí hijo, cuando hay amor, sepalpa en el ambiente. Por otro lado,no hay más que mirar tus notas; hanmejorado mucho desde que ellaapareció en tu vida, y eso significaalgo.

Scandar deleitó a su madrecon una sonrisa amable.

- No hay quien te engañe

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pequeña bruja. Dime, ¿dóndeescondes la bola de cristal?- lereplicó.

- Ay hijo, por algo soy tumadre.

Scandar me contó que trasaquella conversación su madre y élse dieron un fuerte abrazo, y quepor alguna razón, tuvo la necesidadimperiosa de dedicarle el tiempoque nunca le dedicaba a Eva, por loque no dudó en pasar el fin desemana poniéndola al día sobre suvida en el instituto.

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- Hacía tiempo que no sentíaa mi madre tan cerca. A veces creoque debería estar más pendiente deella; aunque no lo sepa, aún menecesita- me comentó Scandar mástarde.

Por mi parte, sin embargo, lanoticia no sentó tan bien.Aproveché la comida familiar deldomingo para contarles misituación. Como ya esperaba, mipadre se levantó de la mesa sinesperar al postre, y sin pronunciarpalabra alguna, se encerró en su

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despacho durante el resto de latarde; era su habitual manera dedemostrar que algo no le gustaba.En cierto modo preferí que semarchara y calmara su mal humor asolas, en lugar de soportar sufulminante mirada. Tarde otemprano recapacitaría y dejaría dedarle tanta importancia al asunto.

Mi madre, por el contrario,no pudo reprimir su malestardisparándome con un millar depreguntas para intentar comprendermi postura. Mientras yo recogía la

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mesa, ella caminaba nerviosa de unlado a otro de la cocina.

- Pero hija, es mucho másjoven que tú- fue su primera réplicauna vez que mi padre se hubomarchado.

- Lo sé mamá, pero en elamor, la edad no importa- di unacontestación fácil, pero indudable ala vez.

- No me vengas con esas, esuna respuesta demasiado sencillaviniendo de ti. Sabes perfectamenteque en el amor tiene que haber más

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cosas, recuerda sino tus anterioresrelaciones- durante unos instantesguardó silencio mientrasreflexionaba-, y ¿qué opinan suspadres de esto?

- Imagino que la noticia habrásupuesto una sorpresa para ellos,pero desde luego no creo que se lohayan tomado a la tremenda. Ya esmayorcito para saber lo que sehace.

- Por Dios hija, si ni siquieraha terminado el instituto, ¿quéfuturo puedes esperar junto a ese

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chico?- continuó desesperada.- Mamá, de momento estamos

disfrutando del presente. Nadiepuede saber lo que va a pasar en elfuturo. Lo que ahora importa es quetermine sus estudios con buenosresultados, y después… ya se verá.

- ¿Y qué va a pasar en elinstituto?, ¿qué pensarán tuscompañeros de esto?

- Me da igual lo que piense lagente. No voy a vivir mi vidapendiente de lo que opinen losdemás.

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Podía entender las dudas quele surgían a mi madre en aquellosmomentos. Al igual que a lamayoría de las madres, la míatambién había imaginado unarelación estable para su hija, con unhombre de provecho y estabilidadprofesional. Pero por desgraciapara ella, ese no era mi caso. Mehabía enamorado de un chico jovencon un futuro incierto, y aquello nome importaba. Sólo quería vivirjunto a él y empaparme de sus ganasde vivir, de su fortaleza interior, de

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su mente despierta y de supersonalidad indómita. Cualquieraque fuese nuestro futuro juntos, seiría comprobando más adelante,conforme pasaran los días, lassemanas o los meses.

- Hija de verdad que no teentiendo, pudiendo elegir a uno detus compañeros de profesión,alguien así…, como tu padre. Y vasy te fijas en un chavalín- seguíainsistiendo.

- No es un chavalín, mamá. Esun chico muy maduro para su edad,

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ojalá lo conozcas algún día y te descuenta de que tengo razón.

- Pero hija…- Déjalo mamá- le interrumpí-

, no insistas. Le quiero y deseoestar con él.

Por muchos motivos que lediera a mi madre para hacerlaentender que no iba cambiar deopinión, ella continuó durantehoras, incluso días, intentandoconvencerme de que no habríafuturo para esa relación. En más deuna ocasión la pillé buscando

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información por internet acerca derelaciones entre mujeres quesuperaban en edad a sus hombres.Podría resultar desesperante ver atu madre entrometerse de esamanera en una relación, si no fueseporque de alguna maneracomprendía su inquietud. Por eso lepermití hacerme todas las preguntasque necesitara hasta que entendierami punto de vista; y, aunque nimucho menos se acercó una pizca,me consoló comprobar que almenos dejó de insistir para hacerme

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cambiar de parecer.Ese fin de semana también

recibí la llamada de Salomé. Seríanlas diez de la noche cuando meencontraba tirada en el sofá viendoun programa de humor y disfrutandode un delicioso bol de helado dechocolate, cuando el teléfonoresonó varias veces hasta quedecidí cogerlo. Suponía que lanoticia también había llegado aoídos de mi hermano, y seguramentequerría que le detallara la reacciónde mamá y papá al escuchar la

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noticia. Pero me equivoqué.- Definitivamente estás loca-

la voz de Salomé sonaba incrédulaal otro lado de la línea.

- Hola Salomé, veo que ya tehas enterado- contestédespreocupada mientras meintroducía una cucharada de heladoen la boca.

- ¡Pero entonces es verdad!-exclamó sorprendida-. No me lopodía creer cuando Cristina me locontó, creí que era una de susdisparatadas alucinaciones.

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- Me temo que esta vez no-contesté a duras penas con la bocallena.

Por lo visto Salomé se habíamarchado antes de que montara elespectáculo y no se había enteradode nada, pero Cristina, que síestaba presente, la llamó al pocotiempo exaltada para contarle losucedido.

- De veras pensé que meestaba tomando el pelo- argumentó.

- Resulta que esta vezCristina no se ha equivocado. No

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sabes la vergüenza que pasé cuandovolví a poner los pies sobre elsuelo- un destello de diversión seescapó de mis labios-, tenías quever la cara que pusieron los demás.

- No quiero ni imaginármelo.Me puedo hacer una idea delcachondeo que habrá entre losalumnos, seguro que el lunes lehacen la ola a Scandar, pensaránque es un fenómeno de laseducción.

- Realmente eso no meimporta- volví a meterme otra

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cucharada de helado en la boca-,me preocupa más lo que vayan apensar el resto de profesores.

- Ya te lo puedes imaginar, teaseguro que más de uno, y enespecial más de una, estará muertade envidia. ¿Acaso crees que losprofesores no tenemos fantasías ensecreto con alguno de los alumnosde último curso?

- ¿Tú también Salomé?-pregunté incrédula ante lo queestaba escuchando.

- Bueno, no te voy a negar que

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en alguna ocasión no haya tenidoalgún sueño subidito de tono conalgún alumno- contestó en tonopícaro-. A esa edad los chavalesson peligrosos en ese sentido,cuando uno de ellos atrae tuatención, lo único que sabes es quese trata de una de las criaturas másprovocativas y pasionales que hasconocido en tu vida. Y por muchoque intentes negar lo evidente, mástarde descubres que no puedesesperar para volver a verlo. Comosi se tratara de una obsesión

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incurable, ese sentimiento seextiende de un órgano a otro.

Abrí los ojos de par en parante la increíble e inesperadaconfesión de mi compañera.

- Entonces empieza una asufrir de ansiedad, los demáshombres de mayor edad empiezan aparecerte insulsos y aburridos, yuna lo desea tanto que creevolverse loca y no puedes dejar depensar en…- se interrumpió aldarse cuenta de que se habíallegado a un punto demasiado

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íntimo.- ¿En serio? Esto sí que es

una sorpresa, nunca hubieraimaginado que tú…

- Bueno, bueno, sólo ha sidoun sueño, tampoco hay que darlemás importancia de la que tiene.

Tras un breve silencio en lalínea, ambas rompimos a reír acarcajadas. El helado casi se mecayó del regazo cuando, a causa delas risotadas, me entró un hipoincontrolado. Después de variosminutos sin parar de reír, la voz de

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Salomé se tornó algo más seria.- ¿Por qué lo has hecho? Sólo

tenías que esperar unas semanasmás- preguntó expectante.

Entonces tuve que ponerla aldía sobre lo ocurrido con Rebeca,desde su visita sorpresa aldepartamento, hasta sus amenazasde contarlo todo. Una vezescuchada la versión, Salomécomprendió mi postura. Confesóque si ella se hubiese visto en lamisma situación, habría respondidode la misma manera.

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Entre explicaciones a unos y aotros, el fin de semana pasó rápido.Lo más difícil aquella mañana dellunes, sería lidiar con las miradascuriosas de profesores y alumnos.No es que me preocupara ser elcentro de críticas en el instituto,más bien me inquietaba la cantidadde horas que debía pasar con misalumnos intentando centrar suatención hacia la lección. Seríacomplicado mantener la clase ensilencio para atender misexplicaciones, y sospechaba que

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más de uno haría algún comentarioinoportuno que arrancaría las risasde los demás. Por suerte me habíapreparado mentalmente para ello,así que intenté pasar la mañana lomás normal que pude.

A cuarta hora, y tras elrecreo, el profesor que había deguardia irrumpió en mi clase parapedirme algo:

- Buenos días Raquel. Ladirectora me ha enviado parasustituirte.

- ¿Sustituirme? ¿Para qué?

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- Ah ¿no lo sabes?- dijo-.Doña Maruja te está esperando ensu despacho para hablar contigo.

El corazón se me paralizó alescuchar su nombre. Era conscientede que tendría problemas tarde otemprano por mi comportamiento,pero a decir verdad, creí quellevaría un tiempo hasta que ladirectora diera parte a laConsejería de Educación. Jamáspensé que los trámites serían tanrápidos.

- Uhhhhhhhh- vociferaron los

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alumnos con sarcasmo para mayorcolmo.

- Está bien- contesté inquietamientras me encaminaba hacia lapuerta con piernas temblorosas-.Por favor, encárgate de que losalumnos terminen las actividades-le pedí a mi compañero.

Atravesar aquel pasillo vacíoen los siguientes minutos fue elesfuerzo más grande que tuve quehacer en años. Mis piernas parecíanpesar el triple que de costumbre, yla respiración entrecortada me

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dificultaba para colocar un piefrente a otro. Por un instante creíque no llegaría al despacho y medesmayaría por el camino. Mi finestaba cerca, sólo a unos pasos, yano habría marcha atrás. Habíadecidido asumir misresponsabilidades y no vivir en unamentira, y ahora tendría que pagarpor ello. Definitivamente habríasido más fácil enfrentarme a unamanada de leones hambrientos, quetener que verle el rostromalhumorado a aquella mujer.

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Podía imaginar esos ojos arrugadosescupiendo fuego de las pupilas, ysus labios inalterables a los quenunca había visto sonreír.

Cuando llegué a su puerta,tomé aire profundamente con lapretensión de entrar decidida y nomostrarme débil ante su imagen.Estiré el cuerpo todo lo que pude ypasé con la cabeza bien erguida.

- Buenos días, ¿me hamandado llamar?- le preguntéintentando mostrarme impasible.

Doña Maruja se encontraba

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en aquel momento sentada en suescritorio rellenando unosimpresos. Al escuchar mi vozlevantó la vista del papel, colocósus gafas viejas sobre la nariz paramirarme por encima de estas y dejócaer el bolígrafo sobre la mesa. Susojos me examinaron de arriba abajoantes de hablar:

- Se la ve muy bien señoritaMontero- soltó con un destello deironía en su voz.

- No veo por qué no deberíaestarlo- fue mi cortante respuesta.

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Pude apreciar una diminutasonrisa lateral en sus labios, y noprecisamente una sonrisa amistosa;sino más bien una sonrisamaquiavélica, como si hubieraestado esperando aquella ocasióndurante mucho tiempo. Mientrasella seguía sentada, yo estabaapoyada sobre el marco de lapuerta intentando dar un airedespreocupado a mi actitudtemblorosa.

- ¿Es usted consciente de laque se le viene encima?- preguntó

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rotunda.- Sí, lo sé. Pero es lo que hay

y no tengo intención de cambiarlo-contesté sintiendo una fuertepresión en el pecho.

- ¿Y no le importa sacrificarsu empleo por algo tan banal?

- ¿Banal?- repliqué ofendida-.Me parece que usted no entiendeque…

- Lo entiendo perfectamente-me interrumpió-. No sólo se hasaltado las normas del profesorado,sino que además ha puesto en

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ridículo el nombre de este centro.No puedo creer que haya sido taninconsciente, al menos podía haberllevado este asunto lo másdiscretamente posible y no montarespectáculos ridículos como el delotro día.

Mis réplicas se vieronachantadas por su discursoautoritario. Aquella mujer no estabadispuesta a tolerar el más mínimoescándalo en su instituto, y pormucho que intentara convencerla deque no se trataba de algo pasajero,

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ella jamás entendería mi relacióncon Scandar.

- Por supuesto he dado partede su caso a las autoridadescompetentes- cerré los ojosdesesperada visualizando el finalde mi carrera-, ¿o acaso pensabausted que este asunto iba a pasarinadvertido?

- No, ya sé que no- respondíagachando la cabeza.

- En dos semanas deberáusted dejar libre su puesto. Unasustituta vendrá a reemplazarle

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mientras la Consejería decide quéhacer con usted- se recoló de nuevolas gafas para continuar escribiendoy sin esperar respuesta dio porzanjada la conversación.

Cerré los puños con fuerzapresa de la rabia ocasionada por suindiferencia. La sangre me hervíapor las venas y comencé a respirarcon bocanadas profundas ycontenidas. Acalorada y con unafuria que rivalizaba con la de ladirectora, contesté en voz baja ytrémula:

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- Debe ser triste vivirsiempre en soledad. No espero quelo entienda, al fin y al cabo se tratade algo de usted no comprendería niaunque pasara toda una vidabuscando una razón.

Aunque no me sentí orgullosade mi respuesta, pude apreciar quesu gesto se volvió desafiante alescuchar mis palabras; su manoagarró el bolígrafo con ciertapresión, como si le estuviesecostando un verdadero esfuerzo nodejarse llevar por la rabia. Me miró

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con ojos desafiantes y acontinuación siguió escribiendocomo si no hubiese escuchado nada.Me marché de allí con lágrimas enlos ojos, no por las dañinaspalabras de Doña Maruja, sino porel hecho de que iba a perderaquello por lo que había dedicadogran parte de mis esfuerzos: mitrabajo.

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Lunes, 11 de Mayo

Muy a mi pesar, aquellas dossemanas pasaron demasiado rápido.Apenas tuve tiempo de dejarpreparados los exámenes finalespara que mi sustituta pudieraevaluar a los alumnos en el últimotrimestre. Tampoco entendía por

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qué Doña Maruja no habíaesperado hasta fin de curso paraponerme de patitas en la calle, yaque conocía el trabajo diario de losestudiantes, y les había evaluadodurante la mayor parte del curso. Lomás lógico era que fuese yo quienacabara poniendo las notas finales alos alumnos, y no una desconocidaque no sabía ni el nombre de cadauno de ellos. Contemplé laposibilidad de que la directorarecapacitara y al menos mepermitiera finalizar el curso, pero

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todos mis intentos por convencerlaresultaron en vano. Ella tenía muyclaro que no soportaba mipresencia indecorosa en el instituto,así que por mucho que me doliera,serían los propios chavales los quesaldrían perjudicados en aquelproceso de última hora.

Cuando fui al departamento arecoger mis últimas pertenencias,me llevé una grata sorpresa alencontrar allí a mis trescompañeros de Matemáticas.Salomé, Cristina y Rodrigo me

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esperaban para despedirse. Cristinaagarraba entre sus manos un ramode flores multicolor, y al vermeentrar me lo ofreció de parte detodos ellos.

- Te vamos a echar de menos-sollozó mientras se llevaba unpañuelo de papel a la nariz.

- Vaya, esto no me loesperaba- dije paraliza frente a lapuerta al ver la imagen de misamigos con caras afligidas.

Cristina dio un pasoadelante para ofrecerme el ramo de

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flores. Durante unos segundos mequedé mirándolo fijamente, sinpoder evitar que se me hiciera unnudo en la garganta al considerarque aquel gesto suponía unadespedida final. Nunca másvolvería a trabajar junto a ellos.Jamás pensé que las tres personasque tenía delante mía llegaran asuponer una parte importante de mivida; Cristina con su candidez y susonrisa perenne, Rodrigo con susaber estar y su porte perfecto, ySalomé con su carácter energético y

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sensible a la vez. Hacía muchotiempo que dejé de considerar a miscompañeros como tales, la relaciónentre nosotros había sobrepasadolos límites de la profesionalidadpara convertirse en una amistadmuy valiosa bajo mi punto de vista.

Salomé había supuesto unagran consejera a la hora deindicarme el mejor camino para quemi idilio con Scandar no tuvierapeores consecuencias, y gracias a laoportuna aparición de Rodrigoaquel día, Scandar aún seguía

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entero tras la pelea. Por su parte,Cristina se había ganado el amor deRodrigo, que en realidad era conquien debía de estar. En las pocassemanas en que los había vistojuntos, me di cuenta de que micompañera conseguía hacer feliz aRodrigo, mucho más de lo que yohubiera podido hacerlo; y a su vezRodrigo le transmitía la seguridad yla confianza que ella necesitaba.

Agarré el ramo de flores ysentí como los ojos se meempañaban. Sabía que aunque no

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volviera a trabajar en el mismocentro que mis compañeros, nuestraamistad no se vería afectada porello, y confiaba en que prontovolviésemos a reunirnos en un barpara tomarnos una cerveza ycontarnos futuras experiencias.

- Yo también os voy a echarde menos chicos- acerté a decir convoz temblorosa.

- Oh vamos, no hagamos deesto un drama. Nos volveremos aver antes de lo que creéis- Salomécon su típico tono indiferente agarró

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a Rodrigo y a Cristina y les obligóa acercarse a mí para fundirnos enun abrazo múltiple.

- Salomé tiene razón-continuó Rodrigo-. Somos unequipo y seguiremos siéndolo.Debes luchar por lo que hasconstruido Raquel, no dejes quenada destruya tus sueños.

- Gracias chicos, no sabéis loimportante que es para mí vuestroapoyo. Sé que esto ha supuesto unescándalo para el centro, peroespero que al menos sirva para

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abrir los ojos a más de uno- repuseen referencia a Doña Maruja.

- Raquel, métete en la cabezaque tú no has hecho nada malo.Scandar ya tiene edad suficientepara saber lo que hace, y además,oficialmente tú no eres suprofesora, así que no puedenhacerte nada- me animó Salomé-.Digan lo que digan, vuestra relaciónes legítima se mire por donde semire. El consejo escolar tendrátodo el derecho a decidir si tequieren o no en este centro, pero no

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creo que esa bruja pueda hacernada por la vía judicial. Ya veráscomo pronto estarás trabajando enotro instituto.

- Claro que sí, y con un pocode suerte estarás cerca de nosotros-me animó Cristina.

- Nada me gustaría más queseguir trabajando por esta zona,aquí tengo mi casa y mi familia, ypor supuesto os vería más amenudo- señalé.

- Claro que sí preciosa, yaverás como todo se arregla- me

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alentó Rodrigo seguido de un cálidobeso sobre la frente.

Después de despedirme demis amigos, salí del edificioacompañada de Scandar. En lasúltimas dos semanas solíamosregresar a casa en su moto, puestoque ya no teníamos motivo algunopara esconder nuestra relación,entrábamos y salíamos del centrosin importarnos los comentarios quepudiésemos suscitar.

- Llévame a casa por favor,hoy no estoy con humor de hacer

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nada- le pedí mientras me colocabael casco.

- ¿Quieres que me quedecontigo esta noche?- me sugirió.

- La verdad es que mevendría muy bien algo de compañía,no me apetece estar sola.

- Eso está hecho, ya veráscomo hago que desaparezcan lasmalas vibraciones- dijo deslizandosu mano bajo mi camisa a la alturade la cintura.

El tacto de sus cálidosdedos acariciándome con suavidad

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la piel hizo que el bello en esaparte se erizara. Bajo su cascoadvertí una pícara sonrisa dibujadaen su rostro acompañada de unguiño que me hizo presagiar lo queme esperaría aquella noche.

- ¡Siempre estás pensando enlo mismo!- dije dándole un suavemanotazo en el hombro intentandoreprimir la risa.

- Es culpa tuya. No estaríapensando siempre en lo mismo si nofueras tan sexy- replicó.

Tenía que reconocer que de

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un modo u otro Scandar siempre selas arreglaba para arrancar unasonrisa de mis labios. Tal vez fuesesu buen humor y su refrescantepicardía, o simplemente el hecho desaber que estaba ahí. Pero de loúnico que estaba segura era de quecada día que pasaba lo amaba másy más, y sin duda alguna le necesitajunto a mí.

- Déjame que pase por casapara recoger algo de ropa, ydespués nos iremos donde túquieras- me propuso.

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Subimos a la moto y salimosde allí dejando atrás lo que para míhabía supuesto una gran decepciónen mi carrera. No quería ni pensaren lo que me esperaría al díasiguiente cuando la directora mediera el resultado de la decisióntomada por la Consejería. Mi futuroandaba colgado de una cuerdademasiado floja, y aunque daba porhecho que aquella mujer seencargaría por todos los medios dehacer que el Consejo Escolarvotara por mi expulsión inmediata,

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lo que más miedo me daba era ladecisión que tomaran los altoscargos del sistema educativo. Podíasoportar un cambio de centro, oincluso de ciudad; pero jamássobrellevaría una vida alejada de laenseñanza.

Desde muy pequeña habíadeseado seguir los pasos de mipadre, siempre me acercaba a élpara ayudarle con la preparación desus clases. Al principio memandaba a jugar con mis muñecas,a las que usaba como alumnas, pero

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más adelante, cuando llegué a ciertaedad, me consultó en más de unaocasión qué tipo de actividades nosresultaban amenas a los estudiantes,para así utilizarlas él en sus clases.

Durante el trayecto en moto acasa de Scandar tuve tiempo derecordar mi primer día de clasecomo profesora; lo que más miedome daba era que se me acabara lamateria que había preparado paraaquel día, o que algún alumno mehiciera preguntas que no supiesecontestar. Siempre intentaba

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aparentar que todo estaba bajocontrol, pero los primeros díasresultaron ser muy tensos. Poco apoco y con el paso del tiempo,aquella tensión fue disminuyendo,empecé a coger seguridad en mímisma y por fin a disfrutar de mitrabajo. Ser útil a los demás mehacía sentir libre en cierto modo, ypara mí, aquella sensación noexistiría con ninguna otra ocupaciónque no fuera la de la enseñanza.

Serían cerca de las tres de latarde cuando llegamos a casa de

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Scandar. La primavera había hechosu aparición estelar por aquellosdías y gran parte de la vegetaciónde la zona había brotado dejando asu paso diversos colores yfragancias que admirar y percibir.En especial la flor de azahardesprendía un aroma peculiar quese expandía por toda la superficie.Al llegar al interior del recinto,Scandar aparcó la moto en elgaraje.

- Si quieres puedes esperaraquí- dijo quitándose el casco-. No

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tardaré demasiado. Supuse que su familia

estaría en mitad de la comida, asíque preferí permanecer allí para nointerrumpir.

- De acuerdo, estaré... De repente nos vimos

sobresaltados por un fuerte golpe enel interior de la casa, algo parecidoal sonido de cristales cayendo alsuelo. Scandar agudizó el oído paraaveriguar de dónde provenía aquelestrepitoso ruido, y yo me quité elcasco para poder escuchar con

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mayor claridad.- ¿Qué ha sido eso?- Shhh ¡calla!- me ordenóinquieto.Scandar me observaba con

los ojos muy abiertos, como sipudiera encontrar explicación en mirostro a lo que estaba sucediendo.Entonces escuchamos el llanto delpequeño Ángel desde el interior dela casa. Scandar lanzó su cascosobre la moto y salió disparado deallí, como si de una bala se tratara.Intenté darle alcance empujada por

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la preocupación. Aunque meimaginaba que el pequeño habríatirado algún objeto de cristal alsuelo y estaría siendo reprendidopor ello, la cara de Scandar alescuchar el llanto de su hermano lohabía puesto demasiado nerviosopara tratarse de una simplegamberrada del pequeño, por lo quedecidí seguirlo hasta el interior dela casa.

Según nos íbamosacercando, varias voces seentremezclaban de manera que

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resultaba imposible entender lo quedecían. Sólo fui capaz de reconocerla voz grave de Jacobo en un estadomuy alterado, y la de Evaintentando explicarse de maneraentrecortada, pero en ningúnmomento supe de qué estabandiscutiendo. Pensé no adentrarmemás allá del salón y dejar queScandar se encargara de lasituación, pero al ver su rostrodesfigurado por la furia me dicuenta de que aquello no se tratabade una discusión más. Los sollozos

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de Ángel se hacían cada vez másfuertes y desesperados, y temí porla escena que descubriríamos en lacocina. Scandar atravesó a grandeszancadas el salón y yo le seguí aduras penas.

Al llegar a la cocina mispeores temores se hicieronrealidad. Scandar se quedóparalizado frente a la puerta alencontrar a su madre tendida sobreel suelo protegiendo su rostro conel brazo y a Jacobo amenazándolecon un cuchillo en la mano.

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- ¡Eres una puta zorra,prefiero verte muerta antes de queme dejes!- le gritaba con los ojosfuera de las órbitas.

- ¡Para por favor, no lohagas!- le suplicaba ella. Divisé al niño escondido

bajo de la mesa de la cocina. Elpequeño se hallaba asustado yacurrucado con el rostro entre laspiernas, evitando el tener quesoportar la macabra escena.

Volví de nuevo la vista aScandar, su respiración se había

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acelerado de tal manera que suboca despedía fuertes bufidos,similares a los de un toroembravecido a punto de embestir.Sus pupilas se habían dilatado acausa del odio contenido, y susbrazos se tensaron de tal maneraque las venas parecían a punto deexplotar. Cuando le vi cerrar lospuños con fuerza, supe que nada delo que hiciera podría detenerlo paralo que estaba a punto de suceder.

- Te juro que voy a matarte-susurró entre dientes apretando con

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fuerza la mandíbula.En aquel instante Jacobo se

dio cuenta de que no estaban solosen la casa y levantó la vista haciaScandar. Su rostro palideció alverlo bajo el marco de la puerta,estaba a punto de ser atacado poruna bestia congestionada por elodio contenido, y sabía que pormucho que intentara defenderse, sucontrincante le sobrepasaba enfuerza y potencia.

Aún siendo consciente deello, Jacobo no se sintió

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intimidado, y en lugar de resignarseante la evidente diferencia dedominio físico, se encaró aScandar.

- Esto es lo que queríais ¿no?- dijo desafiante-. No os vais a salircon la vuestra cabrones.

Agarró a Eva por la muñecapara obligarla a levantarse.

- ¡No la toques hijo de puta!-ladró Scandar.

A la velocidad de un rayo seabalanzó hacia Jacobo, quien alverle acercarse soltó a la madre e

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intentó escapar al jardín por lapuerta trasera. En lugar de rodear lamesa de la cocina, Scandar lasorteó de un salto y aterrizó al otrolado como un gato. Lo que siguió acontinuación fue a penas un borrónde movimientos. Jacobo trató deescapar, pero Scandar se arrojósobre él, lo agarró por las piernas ylo hizo caer. Lucharon cuerpo acuerpo, Scandar retenía a Jacobomientras le asestaba puñetazosdemoledores hasta que este trató dedarle una patada a su hijastro en la

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cabeza. Scandar rodó para tratar deevitar la pesada bota y se vioforzado a soltarle durante unsegundo. Jacobo aprovechó eseinstante para dirigirse a toda prisahacia el exterior y Scandar corriótras él. No tardaron en quedar fuerade la vista, así que aproveché lacoyuntura para acercarme a Ángel.Lo agarré del brazo y tiré de élhacia fuera, lo acogí en mi regazocon la intención de protegerle yconsolarlo, pero ni aún así conseguíaliviar su llanto. Las lágrimas del

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pequeño resbalaban desmesuradaspor sus mejillas redondas, ypequeños espasmos respiratoriosescapaban de su pecho. Apoyé sucabeza contra mi torso con el fin dereconfortarlo, pero él se deshacíaen mirar por encima del hombro enbusca de su madre.

- Mami- la llamó entrellantos. Eva se incorporó del suelo y

se arrastró hasta nosotros consíntomas de dolor. Su ojo derechohabía sido golpeado con algún

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objeto contundente y estabahinchado y enrojecido. Bajo la cejase abría una pequeña brecha de laque caían unas gotas de sangre quele tapaban la visibilidadparcialmente. Como si de una leonadando cobijo a su cría se tratara,envolvió al niño bajo el abrigo desu cuerpo y lo consoló con besos ycaricias sobre la frente.

Los golpes en el jardínseguían sucediéndose uno tras otro.Dejé al niño y a su madreacurrucados en el rincón de la

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cocina y salí al exterior para verqué sucedía. Las piernastemblorosas me impedían avanzarcon normalidad a través de laestancia, y tuve que buscar apoyoen los muebles para mantener elequilibrio. Al alcanzar el marco dela puerta asomé la cabeza concautela, el sonido de los insultos ylos golpes me aterrorizaban, ysentía miedo lo que pudieraencontrar al otro lado.

Jacobo estaba tirado en elsuelo y Scandar lo golpeaba en la

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cara mientras lo aplastaba con lapierna sobre su estómago. Elhombre hacía esfuerzos imposiblespor esquivar sus puñetazos, peroScandar era mucho más fuerte yrápido que él. La cara de Jacobocomenzaba a mostrar las marcas delos golpes y con cada impacto susenergías se veían debilitadas por eldolor. El agotamiento se hizopalpable cuando el hombre dejó demoverse bajo el peso de su hijastro.Sin embargo, Scandar no parecíaser consciente de ello y seguía

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golpeándolo con la mismaintensidad.

- ¡Scandar para ya!- gritédesde la puerta. Sus ojos reflejaban el odio y

la furia contenida durante tantotiempo, y ni siquiera escuchó mispalabras.

- ¡Vamos Scandar, déjalo, vasa matarlo!- me acerqué a élcon precaución temiendorecibir uno de los golpes-.¡Por favor, para! Pero él seguía sin hacer caso

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a mis súplicas. De repente una tímida voz

salió del interior de la casa. - Papi- el pequeño se asomó

con recelo por la puerta y vio a supadre tendido en el suelo.

De pronto los golpes dejaronde sonar. Scandar se quedóinmovilizado al escuchar la voz desu hermano y detuvo las embestidascontra el padre de este. Miró alpequeño desconcertado y acontinuación dirigió la vista alhombre mutilado que tenía bajo su

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cuerpo. La rabia le habíaprovocado cierta enajenaciónmental, y al escuchar la llamada delniño, su cabeza recobró la cordura.Se observó los nudillosensangrentados por los golpesasestados a Jacobo einmediatamente se retiró de suposición dejando que este pudiera respirar con normalidad.

Al darse cuenta de losucedido, salió corriendo sinmediar palabra en dirección algaraje, arrancó su moto y

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desapareció.

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Martes, 12 de Mayo

Los primeros rayos de sol secolaron entre las láminas de laspersianas de aluminio. El guardialas hizo girar de modo que elángulo de estas dejara entrar la luzdel día.

- Bien señorita, por hoyhemos terminado, puede marcharsea casa- recogió el montón depapeles que tenía sobre la mesa ylos introdujo en una carpetaclasificadora-. Pero recuerde que

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podemos volver a llamarla paramás declaraciones, no debemarcharse de la ciudad sin avisar.

- No se preocupe, no creo quevaya a ir muy lejos- repliqué convoz cansina.

Después de pasar toda lanoche prestando declaración en lacomisaría, sentía los huesos de micuerpo entumecidos. Casi mecostaba trabajo levantarme de lasilla tras finalizar el interrogatorio,y a base de arrastrar los pies,conseguí alcanzar la salida. La

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claridad del día me deslumbró,tardé unos segundos en reconocer lacalle. Por suerte aún llevaba lasgafas de sol del día anterior, asíque me las coloqué para disminuirel resplandor anaranjado que habíaa aquella hora de la mañana.Supuse que ocultando mis ojos,nadie se percataría de lo hinchadosque los tenía después de pasarhoras llorando desconsolada.

Después de que Scandar semarchara precipitadamente, Evallamó a la policía para dar parte de

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lo sucedido. Cuando los agentesllegaron, nos vimos asaltados porun millar de preguntas. Según leshabía contado la madre de Scandar,Jacobo la increpó cuando ella leanunció que quería separarse de él.Este se puso violento y no aceptó unrechazo por parte de su mujer, asíque comenzó a insultarla ygolpearla delante de su hijopequeño.

Una ambulancia se llevó aJacobo, semi inconsciente ygravemente herido, al hospital. Las

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magulladuras de Eva fueronatendidas en la misma casa, y unapsicopedagoga cuidaba delpequeño mientras le entretenía concuentos y juegos. Mi estado denervios estaba sumamente alterado,y los agentes no hacían más queintentar tranquilizarme para podercontestar a sus preguntas conclaridad. Aunque algunas imágenesde la pelea se me presentabanconfusas en la mente, pudedescribirles con precisión laescena que Scandar y yo

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encontramos al llegar a la casa. Laúnica pregunta que no fui capaz decontestar, fue la del paradero deScandar. Ni su madre ni yosabíamos dónde se habría metidotras huir de aquella forma repentina.

Intenté llamarlo varias vecesal móvil, pero siempre aparecíaapagado. La policía me insistióvarias veces para que pensara endónde podría estar Scandar, no seexplicaban por qué el chico no dabaseñales de vida ni a mí ni a sumadre. Aquella circunstancia no

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hacía más que complicar las cosas,los agentes necesitaban sudeclaración para corroborar losucedido, pero su huida sóloocasionó comentarios sospechososacerca de lo que Eva y yo habíamoscontado.

Hubo un momento en el quedos guardias se adentraron al salón,y pude oír sus interpretacionesdesde la cocina:

- Seguro que se trata de otrode esos casos en el que la madredefiende a su hijo por encima de

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todo- decía uno.- A mí me da que el chaval ha

pillado un cabreo monumental conel padrastro y se ha liado a golpescon él- continuaba el otro.

- No sé, pero si realmente hasido en defensa propia comocuentan las mujeres, no entiendopor qué se ha marchado sin dejarrastro.

- A mí me da que esto va paralargo- concluyeron al final.

La policía decidió finalmenteque continuaría con su

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interrogatorio en la comisaría, asíque me llevaron hasta allí en sucoche patrulla, donde pasé el restode la noche rellenando documentosy firmando papeles entre lágrimas.No podía creer que Scandar no sehubiese dignado a contactarme o almenos responder a mis infinitasllamadas. Temía que hubiesecometido alguna locura, y el simplehecho de no saber nada de suparadero me desquiciaba. ¿Y si novolvía a verle nunca más?

Aunque era temprano,

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decidí pasar por el instituto antesde que los profesores y los alumnosllegaran a su lugar de trabajo.Suponía que Doña Maruja yaestaría allí y no quería retrasar pormás tiempo la decisión del consejo.Fuera cual fuera la resolución,estaba preparada para escucharla.Nada más podía ir peor de cómoestaban las cosas, y lo único quedeseaba era encerrarme en casacuanto antes y no volver a ver anadie en mucho tiempo.

En la calle se manifestaban

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los primeros signos de vidamatinal. La gente caminaba conprisa hacia sus trabajos, y algunasmadres llevaban de la mano a sushijos aún soñolientos al colegio. Elinstituto no quedaba lejos de dondeestaba, así que decidí ir dando unpaseo mientras contemplaba losjardines junto a las aceras y susflores recién trasplantadas.

Al llegar, reflexioné sobre lolamentable que se veía el edificiosin la acostumbra vida agitada desus alumnos. Tan sólo se

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escuchaban el trinar de los pájarosy el motor de algún que otro cochepasando cerca, nada que ver con loschillidos y el alboroto de losadolescentes al entrar y salir delcentro. Daba la misma sensaciónque contemplar un parque infantilsin niños o un centro comercialvacío, definitivamente desolador.

La puerta principal estabaabierta, entré y encarrilé mis pasoshacia el despacho de la directora.Allí estaba la señora buscando unlibro sobre su estantería, no pareció

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escuchar mi llegada, ya que cuandocarraspeé para notificarle mipresencia, se sobresaltó.

- Ah señorita Montero, yaestá usted aquí- intentó disimular susorpresa mientras se recolocaba elmoño-. Es usted muy madrugadora.

- Sí, claro- por supuesto notenía ninguna intención de contarlelo sucedido el día anterior.

- No tiene usted buen aspecto-acertó en tono irónico tras estudiarlas ojeras que se marcaban bajo misojos.

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- Ya, digamos que he tenidouna noche difícil- me vi en latesitura de contestarle.

- Bien, supongo que querrá irdirecta al grano.

Asentí levemente con lacabeza, sin esperar ningún tipo declemencia por su parte, inclusodiría que se alegraba por midecrepitado estado físico. Lo másprobable es que creyera que nohabía pegado ojo en toda la nochepor su culpa, y su continua sonrisaladeada no dejaba lugar a dudas de

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que así lo creía.- Bien, como podrá imaginar

el Consejo Escolar ha decididoexpulsarla del centrodefinitivamente- tomó asiento y secolocó sus viejas gafas de leer-.Por otra parte ha tenido ustedsuerte.

¿Había dicho suerte?Definitivamente Doña Maruja nosabía de lo que hablaba, aquellapalabra no encajaba por ningúnlado en mi lamentable situación.¿Qué suerte podría yo tener después

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de perder mi trabajo, haber sidotestigo de un caso de violencia degénero y encima tener un novio alque la policía buscaba por toda laciudad? Sin mencionar el hecho deque ni siquiera sabía si lo volveríaa ver. En aquel momento se mepasaron por la cabeza una serie deideas siniestras, como la deabalanzarme sobre aquella bruja yhacerle tragar su montón de papelesuno a uno hasta que reventara, opegarle fuego a su cabellera blancapara que su rostro resultara más

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espeluznante de lo que ya era. Sacudí la cabeza para borrar

aquellas imágenes descabelladas demi mente, y me centré en lo que labruja... quiero decir, Doña Maruja,intentaba explicarme.

- Sorprendentemente, y poralgún motivo que aún no acierto aentender, la Consejería deEducación ni siquiera se hamolestado en contestar a misdenuncias. Por lo visto piensan queel caso no merece ninguna atención,está claro que su descarado

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comportamiento no supone unproblema para seguir cumpliendocon sus obligaciones.

Supuse que la noticia debíaalegrarme, sin embargo mi rostromostraba la misma indiferencia quetenía hacía unos minutos.

- Por otro lado, espero queesto le sirva de lección, y sepa queuno no puede saltarse las reglassólo para pasar un buen rato-continuó con un gesto de repulsiónen su rostro.

Aquel comentario consiguió

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sacarme de mis casillas. ¿Cómo seatrevía a descalificarme de aquelmodo? Aquella señora se creía contodo el derecho a opinar lo que lepareciera, y decidí que eramomento de pararle los pies.

- Usted no tiene ni idea de loque dice- ladré encolerizada.

La presión que había sentidoen las últimas horas causó una granexplosión en mi interior. Noté comomi cara enrojecía a causa de laexasperación; la directoraconsiguió sacar lo peor de mí y por

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unos instantes me sentí violenta.- Ojalá algún día pague por lo

que me ha hecho. Ha destruido mifuturo. Viejas locas como usted nodeberían seguir ejerciendo estaprofesión. No hace más quereprimir los sentimientos de lagente, y todo porque es una pobredesgraciada que algún día moriráen soledad- sus ojos se abrieron depar en par-. Jamás ha conocido elamor, y espero que jamás loconozca. Nadie podría vivir conuna vieja reprimida como usted.

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Sin esperar respuesta por suparte, me di la vuelta y avancé porel pasillo en busca de la salida. Laira contenida había desaparecido engran parte, y me sentí aliviadadespués decirle a Doña Maruja loque muchos desearían haberledicho.

Abandoné apresurada eledificio y bajé la cuesta rumbo acasa. Al darme cuenta de que habíallegado hasta allí a pie, recordé quela tarde anterior estacioné el cochecerca antes de marcharme con

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Scandar a su casa, así que elvehículo estaría a tan sólo unospasos tras doblar la esquina. Saquélas llaves que llevaba en el bolso, ypulsé el botón para desbloquear elcierre automático. Todo a mialrededor se hizo silencio cuandome introduje en el interior y cerré lapuerta. Dejé caer la cabeza sobre elasiento y cerré los ojos en busca depaz, necesitaba relajar el cuellotenso durante unos segundos antesde arrancar.

No podría explicar los

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millones de imágenes que se mecruzaron por la mente en aquelmomento, fue como ver una películapasar a modo de sueño. Tan realpero tan lejana. Me sentía tanconfundida que ni siquiera sabíaqué rumbo debía tomar a esashoras; ir a trabajar no era unaopción y visitar a mis padresquedaba descartado hasta que todovolviera a la normalidad (si es quealgún día volvía). Mis amigosestarían rumbo a sus puestos detrabajo y tampoco Scandar daba

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señales de vida.Volví a ojear mi teléfono por

si me había llamado durante mibreve tertulia con la directora, perono había ningún indicio en el móvil.

- Maldita sea Scandar,¿dónde estás?- no dejaba derepetirme una y otra vez.

Pensé que tal vez habría idoa la playa. Aquel era un buen sitiopara perderse, y estaba segura deque eso era lo él buscaba. Tardéuna media hora en llegar aCampoamor, pero lo único que

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encontré allí fue a unos cuantosturistas tempraneros paseando porla playa con sus perros.

Volví a la ciudad y pasé porsu gimnasio, tal vez estuvieradescargando la adrenalina quenecesitaba soltar diariamente, peroallí tampoco lo encontré. Entoncesregresé al parque donde Scandarhabía recibido la paliza aquel díaque paseábamos juntos, y tampocohallé rastro de él allí. Parecía comosi se lo hubiese tragado la tierra.

De repente se me ocurrió

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algo. Si lo que realmente deseabaera alejarse de todo, lo másprobable era que se marchara a lamontaña. La misma en la quecomenzó nuestra historia. Imaginéque habría pasado allí la noche y alno haber señal por aquella zona, nohabría podido localizarme.Tardaría algo más de tres horas enllegar, pero tenía la certeza de quelo encontraría allí.

Para cuando llegué por latarde, el sol aún iluminaba losrestos de nieve que quedaban del

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invierno. La temperatura erabastante más baja que en Algezares,pero no lo suficiente como parahacerme temblar al salir del coche.Corrí hasta la casita de madera enla que habíamos pasado nuestromaravilloso fin de semana y golpeéla puerta con fuerza.

- Scandar ¿estás ahí? Abrepor favor, soy yo- rezaba por quecontestara a mis llamadas-. VamosScandar, soy Raquel, déjame entrar.

Pero allí no se escuchabanada. No había ni un sólo signo de

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habitabilidad dentro de la casa,sólo quietud y silencio.

- Scandar por favor- golpeabala puerta con más y más fuerzaposeída por la desesperación de nosaber de él.

¿Y si le había pasado algo?¿Y si realmente no volvía a verlo?El corazón se me cerró en un puño ysentí una fuerte punzada en elpecho. Las lágrimas de desconsueloresbalaban por mis mejillasmientras seguía golpeando la puertacomo si la vida se me fuera en ello.

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- ¿Dónde estás Scandar?- fuemi último grito antes dejarme abatirpor la tristeza y la desesperanzajunto a la puerta, sentía mi cuerpodébil y no tuve voluntad paralevantarme.

Entre lágrimas y sollozospasé varias horas bajo el cielo fríoque comenzaba a apagarse. Cuandonoté mi cuerpo entumecido por lahumedad y el helor, abrí los ojosdespacio. Los tenía hinchados ydoloridos, y resecos por las bajastemperaturas. Me auto convencí de

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que permanecer allí más tiempo nosolucionaría su ausencia, y con unesfuerzo sobrehumano me incorporédel suelo apoyando la espaldasobre la puerta para ayudarme asubir. Regresé al coche temblando yencendí la calefacción al máximoansiando una pizca de calor.

La noche era tan oscura comola boca de un lobo. Bajé la montañaacompañada únicamente de lasluces del coche. Delante sólo seveían las líneas de la carreterapasar acompasadas unas tras otras,

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y todo lo demás era negrura. Sinprincipio ni final, tan sólooscuridad acompañada delconstante sonido del motor. Daba lasensación de que la pocavisibilidad que me rodeaba fuerami único espacio, un espaciodelimitado por la incertidumbre,por el desconocimiento de lo queme esperaba más allá de las líneasiluminadas.

Así era como se presentabami futuro en aquel momento:incierto, inseguro, sombrío..., mi

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vida profesional se había vistoeclipsada por mi vida personal.Elegí estar con Scandar por encimade cualquier regla o ley, y ahoraestaba pagando las consecuencias.Ni siquiera sabía cómo iba acontarle a mis padres lo sucedido.Habían aguantado lo indeciblecuando les confesé mi relación conun chaval de dieciocho años, ysabía positivamente que aunque nolo entendían, respetaban midecisión. Pero esto..., esto no setrataba de unas vacaciones pagadas

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durante unos meses. Ser despedidade un instituto no hacía que lascosas fueran fáciles, al menos nopara mi currículum; y sin embargo,lo que más me preocupaba, era ladecepción que mi padre sentiríacuando se enterase de mi fracasoeducativo.

Los ojos se me empañaron alvisualizarle sentado en sudespacho, tan mayor, tanvulnerable. Sólo había vivido paradarnos a mí y a mi hermano elmejor de los futuros, y ahora yo lo

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había estropeado enamorándome dequien no debía. Para mí seríaimposible igualar su trayectoriaintachable, la carrera de un hombrecon una ocupación y dedicaciónhonrada y recta, sin indicios deflaqueza ni vacilaciones. Me sentíatan inútil en aquel momento, quellegué a pensar que nadie meecharía de menos si me desviaba dela carretera rumbo a ningún lugar.

Aminoré la marcha cuandolas lágrimas de mis ojosenturbiaron la imagen de la

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carretera. Tuve que secarlos con lamanga de la camisa intentando nodesviar la vista del asfalto, pero lasgotas caían incontenibles por mismejillas. Deseaba percibir el calorde alguien a mi lado, ansiaba unamano que me consolara, alguien queme abrigara en su pecho y meacariciara el cabello para calmarmis emociones. Necesitaba sentir elaliento de una voz amiga que meaconsejara qué hacer con mi vida, ysólo una figura se dibujaba en micabeza en aquel momento de

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amargura.Scandar.Él era mi consuelo, la base de

mis cimientos y mi refugio contra lamelancolía. Scandar era el únicohombre que podía hacerme sentirprotegida y aliviada de tanto dolor.¡Dios mío, cómo lo echaba demenos! Recé entre sollozos quevolviera pronto a mi vida, nosoportaría aquella derrota sin sucompañía. Sólo él conseguiríamermar el problema que merecomía por dentro, siempre

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encontraba las palabras de alientopara hacerme sentir fuerte y superarlos obstáculos con voluntad.

Reflexioné sobre el cambiotan importante que había dadoScandar desde la primera vez quelo conocí. Aquella ocasión en laque un chaval alto y corpulento seencaró a mí una mañana de otoño enel instituto. Sin duda en aquelmomento me pareció un chuloarrogante y maleducado, con suchupa de cuero y su pelominuciosamente descuidado.

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Quizá fue su airedespreocupado o su miradaprofunda, pero desde el primerinstante en que lo tuve frente a mí,me hipnotizó. Llegó a colarse en micorazón tan precipitadamente que nisiquiera fui consciente de que loamaba desde entonces, y fue asícomo nuestras vidas se unieron alpoco tiempo. Su actitud defensiva yviolenta se fue transformando hastaconvertirse en un muchachodinámico y cariñoso a la vez. Llegóa controlar sus actos compulsivos y

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se centró en sus estudios, sinolvidar el hecho de que me tratabacomo a una princesa siempre quetenía ocasión.

Sin embargo ahora, y porculpa de su padrastro, yo tendríaque rendirme ante la evidencia deque él ya no estaba a mi lado. Misoledad y yo deberíamosapañárnoslas para encontrar lamanera de salir adelante sin suayuda, y aquella sensación meproducía un nudo fuerte y dolorosoen el pecho.

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Cuando por fin llegué a miapartamento, serían las dos de lamadrugada. Aparqué el coche en elgaraje y me dirigí al ascensor. Elvecindario estaba en silencio ytodos los pisos apagados. Todo elmundo dormía.

Entré de puntillas al rellano ysubí a la cuarta planta sin encenderlas luces, creyendo que si lo hacíadespertaría a los vecinos. Introdujela llave a tientas en la cerradura yla giré hasta oír el clac del cierre.Entonces un escalofrío traspasó mi

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cuerpo. Me quedé inmóvil anteaquella extraña sensación y notéuna suave brisa en mi espalda. Encualquier otro momento me habríasobresaltado al sentir una manoapoyarse sobre mi hombro, peroaquella noche no. El tacto cálidode aquellos dedos sobre mi cuerpoexhausto logró transmitirme laserenidad que tanto anhelaba.

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Un año después. Las cosas no han sido fácilesdesde que abandoné el instituto deAlgezares. Un año después meencuentro recostada sobre el sofá

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de mi nueva casa en Granada,rememorando los acontecimientosque tuvieron lugar después de queScandar se presentara en miapartamento aquella noche porsorpresa. Me explicó que estuvotoda la noche junto a la tumba de supadre, necesitaba desahogarse,llorarle y decirle cuanto le echabade menos. Cuando por fin estuvimosjuntos, le expliqué que la policía loandaba buscando, y me pidió que loacompañara a la comisaría aquellamisma noche, no quería sentirse

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solo nunca más. Hubo un juicio al pocotiempo. Eva y yo temimos que eljuez no creyera nuestras versiones yle diera la razón a Jacobo. Peroafortunadamente aquello no pasó.El padrastro de Scandar fueacusado de maltrato y sentenciadocon una orden de alejamiento.Perdió la custodia de su hijopequeño y al ver que no tenía nadaque hacer, se marchó a Madrid,donde continuó con sus negocios. Scandar perdió mucho tiempo

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entre juicio y juicio, pero con miayuda y mucho esfuerzo, consiguióterminar el curso además deaprobar el examen de acceso a laUniversidad con una buena nota.Después del verano se matriculó enDerecho. Quiso seguir los pasos desu padre y tenía la intención deocupar su lugar en el despacho deabogados. Su madre continuó con su vidacentrada en la crianza del pequeñoÁngel, y mientras el niño pasaba lasmañanas en el colegio, ella

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comenzó a trabajar de secretaria enla que fuera la oficina de su primermarido. Mis padres pasaron uncalvario cuando les conté todo loque había sucedido. Fue realmenteduro ver a mi padre tan defraudadocon mi humillante final en elinstituto, pero yo no contemplaba laidea de rendirme tan fácilmente, nide sentir pena por mí misma. Hace unos días llamé porteléfono a Salomé para ver qué talle iba con su nueva posición como

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directora en el instituto deAlgezares. Según me dijo, no eratarea fácil, pero estaba poniendotodo su empeño por cambiar ciertosmatices en las normas que no leconvencían. Doña Maruja había pedido lajubilación anticipada al finalizar elcurso, y Salomé fue elegida como lamejor sustituta para el cargo.Rodrigo y Cristina continuaron suromance, aunque desde centrosdiferentes, y es que a Rodrigo lotrasladaron a otro edificio cerca de

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la costa. Por lo que pude saber a travésde Salomé, Rebeca fue enviada aInglaterra con un familiar. Laabuela ya no se sentía con fuerzaspara soportar sus constantesdesajustes de humor, y ya que suspadres seguían en prisión, no tuvomás remedio que emigrar paracomenzar una nueva vida allí. Yo conseguí un nuevo empleoen un centro de enseñanza privadaen el corazón de Granada. Llevocasi un año allí, y me encuentro

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felizmente instalada. Vendí elapartamento que mis padres mehabían regalado y alquilé un dúplexen las afueras, junto a un parquenatural cerca de la sierra. A veces me siento arememorar los increíbles momentosque pasé junto a Scandar en elinstituto, nuestro primer beso,nuestras reuniones a escondidas,nuestras miradas silenciosas.Fueron instantes en mi vida quejamás podré olvidar, por mucho queel tiempo intente borrarlos. Nunca

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me arrepentí de mi decisión deestar con el chico al que amaba.Cada uno debe elegir el camino quele llama y no debería volver lavista atrás. Porque uno no imaginalas historias y los episodios que leaguardan. - Así que vamos a seguir estecamino para ver a donde nos lleva-le repito a Scandar cada nocheantes de irnos a dormir.

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FIN

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Agradecimientos No es fácil plasmar una historiasobre papel. Hace falta muchapaciencia, constancia, imaginación

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y sobre todo, apoyo. Yo lo hetenido. Tengo la gran suerte decontar con un montón de personasque me quieren, por todos ellos hecreado esta historia, y porque séque estarán orgullosos de mí.Y aquí llega la parte en la que cito,una a una, a todas las personasimportantes en mi vida. Empezarépor Dios, ya que sin él, esto noestaría pasando.Mis queridos padres, a los que amocon todo mi corazón. Gracias porestar ahí, por vuestra sabiduría,

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comprensión, paciencia y sobretodo, por enseñarme a ser valiente.A mis hijos, por los que daría lavida sin dudarlo ni un segundo. Osquiero.A mi marido, por confiar en mí yestar siempre a mi lado, incluso enlos momentos difíciles. Te amo. A mi hermano, mi cuñada y misobrino, admiro vuestra vida juntos.A mis tías, tío y primos Crovetto,que espero ver en Navidad sinexcusas.A mi familia en Siria, que me ha

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enseñado el significado del valor yel honor, os echo de menos.A mi querida Elena, amiga,escritora y la culpable de que hayaescrito este libro.A mi familia política.A todas mis amigas: María, Noelia,Isa, Mª Jesús, Viky, Silvia, Raquel,Lidia, Esther y sus polluelos; a mischicas del Mercadona; a misamigos: Pepo, Jordi, Manuel, Fran,Oscar, Kiko, a mis compañeras deldepartamento de inglés; a mischicas Mary Kay (en la lucha está

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el éxito).A mis ex compañeros del CPAlfonso X El Sabio y del IESFrancisco Ros Giner.A mis profesores: J.J Peñarrubia,C. Baño, J.M. Hernández Campoy yM. Dueñas por enseñarme lo hoysé.A mis compañeros del IES LaBasílica, donde se desarrolla estahistoria.Os llevo a tod@s en el corazón,porque sois amig@s de verdad.Gracias a todos los que habéis

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leído mi primera novela. Estoyimpaciente por sorprenderos conuna segunda.

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ÍndiceLunes, 16 de Septiembre 2Lunes, 23 de Septiembre 2Viernes, 27 de Septiembre 2Domingo, 29 deSeptiembre 2

Lunes, 30 de Septiembre 2Lunes, 7 de Octubre 2Martes, 8 de Octubre 2

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Viernes, 11 de Octubre 2Lunes, 14 de Octubre 2Martes, 15 de Octubre 2Lunes, 21 de Octubre 2Jueves, 7 de Noviembre 2Viernes, 8 de Noviembre 2Viernes, 15 de Noviembre 2Lunes, 9 de Diciembre 2Viernes, 20 de Diciembre 2Martes, 7 de Enero 2Sábado, 11 de Enero 2

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Domingo, 12 de Enero 2Lunes, 13 de Enero 2Sábado, 18 de Enero 2Lunes, 20 de Enero 2Viernes, 24 de Enero 2Lunes, 27 de Enero 2Viernes, 31 de Enero 2Lunes, 3 de Febrero 2Sábado, 8 de Marzo 2Lunes, 10 Marzo 2Miércoles, 16 de Abril 2

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Jueves, 17 de Abril 2Miércoles, 22 Abril 2Jueves, 23 de Abril 2Viernes, 24 de Abril 2Lunes, 27 de Abril 2Lunes, 11 de Mayo 2Martes, 12 de Mayo 2Un año después. 2Agradecimientos 2