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Page 1:  · es aquella que te ve nacer. Tu esencia y principio pertenecen sólo al vientre sagrado que con amor y paciencia te alimentó y guareció. Tu verdade-ra tierra es aquella que acoge

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Título original: A mi hijo Diego© 2015, maría Teresa Ruiz de Catrain© De esta edición:

2016, Santillana infantil y juvenil, S. L. Calle juan Sánchez Ramírez No. 9, ens. gascue Apartado Postal 11-253 • Santo Domingo, República Dominicana Teléfono 809-682-1382

iSBN: 978-9945-19-366-4Registro industrial: 58-347impreso por:Impreso en República Dominicana

Primera edición: marzo de 2016

Director de Arte y Producción: moisés Kelly SantanaSubdirectora de Arte: Lilian Salcedo FernándezDiagramación: Ana gómez otaño

edición: Ruth herreraFotografía de cubierta: José Altagracia Morales Manuscrito en portada: Lucía Amelia CabralIlustraciones: Ruddy Núñez Agradecimiento especial al museo de las Casas Reales por las facilidades para realizar la sesión fotográfica.

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puedeser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registradani trasmitida por un sistema de recuperación de información,en ninguna forma ni por un medio, sea mecánico, fotoquímico,electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquierotro, sin el permiso previo escrito de la editorial.

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maría Teresa Ruiz de Catrain

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A los jóvenes de la tierra,porque en ustedes está descubrir

de la mano de la ciencia y la verdadel Nuevo Mundo que merecen y anhelan.

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9 de mayo de 1506 Año de Nuestro Señor jesucristo Valladolid

es a ti, mi hijo primero, a quien dirijo ésta, qui-zás mi última carta. A ti Diego, hijo de aquel amor profundo de mi juventud; a ti, mi hijo, porque so-bre tu nombre y tu alma, recaerá este fardo de vi-vencias de tu padre, yo, Cristóbal Colón, Almiran-te de la Mar Océana, Virrey, Gobernador y Juez de las Indias Occidentales y tierras por descubrir.

Hoy, cuando la muerte puntual e insensible ronda mi casa, me entrego a los recuerdos y me despido. me despido de ti y de este cuerpo venci-do, plagado por las cicatrices con que la vida y el mundo me han marcado, con la pena de no tenerte

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cerca y de no haber concluido aquello para lo que, bien sé, estaba predestinado.

Diego, sabes cuánto te he amado, desde el ins-tante en que Felipa, tu madre, Dios la tenga en su gloria, me anunció tu llegada y más aún, cuando momentos antes de morir te entregó a mis brazos rogándome que nunca te abandonara. Aún retum-ban en mi alma sus últimas palabras:

–¡Cristóbal, cuida a nuestro hijo con todas las fuerzas que te dé la vida!

A partir de entonces, fuiste compañero insepa-rable durante el turbulento tiempo de tu primera infancia. Contigo salí de Portugal, la tierra natal de Felipa, y justo desde allí, acompañados por mis libros, mapas, apuntes y mil ilusiones, empezó nuestra aventura. Una aventura que culmina hoy, pues llegó la verdadera hora de partir.

Sé que cuando recibas esta carta, ya no estaré en este mundo. Recién he dictado mi testamento donde te nombro heredero total de mis muy esca-sos bienes que deberás muy bien administrar, pues la honra y dignidad de un hombre son sagradas. A ti las entrego con este recuento de mi vida que con-fío te servirá de guía y podrá fortalecerte durante

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los momentos de fragilidad y desvaríos. Confinado en esta recámara y frente a mis ojos cansados ten-go la cruz de Cristo Nuestro Señor, que siempre me ha acompañado; las cadenas y grilletes con que la envidia y la insensatez me aprisionaron y la ima-gen de San Cristóbal, patrón de todos los hombres que nos hemos atrevido a cruzar las aguas desco-nocidas y llevar a nuevas tierras la verdad. Sobre la mesa, tantos documentos, libros, mapas, cálculos, cartas, capitulaciones, crónicas de mis viajes, que te ruego guardes en lugar seguro para la posteri-dad, pues sé que algún día la verdad prevalecerá, a pesar de los hombres necios, y entonces, el nombre de tu padre aparecerá entre los que entregaron su vida por la ciencia y el conocimiento.

Diego, sobre este lecho, antesala del sarcófago que muy pronto albergará mi cuerpo descarnado, me acompaña el gentil escribano Pedro Inoxedo a quien le dicto esta carta.

es tarde y estoy cansado. Ya muy pronto el sol se apagará, al igual que se apaga mi vida; como la lumbre de una lámpara sin aceite, como el hori-zonte se pierde en el ocaso y asoma la muerte.

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[Donde todo comienza: génova]

iniciemos como todo comienza, por el princi-pio. Diego, mi infancia transcurrió en génova… ¿acaso importa si allí nací? hijo mío, tu tierra no es aquella que te ve nacer. Tu esencia y principio pertenecen sólo al vientre sagrado que con amor y paciencia te alimentó y guareció. Tu verdade-ra tierra es aquella que acoge y guarda tu cuerpo cuando los afanes de la vida se interrumpen y, ya muerto, comienza el viaje hacia al más allá, donde el Creador nos tomará cuentas.

Por tanto, no te afanes por mi origen, que te baste saber que vengo de Génova y allí, junto a mis padres y hermanos, giacomo y Bartolomé, transcu-rrió mi infancia. De nuestros siempre amados gio-vanni y Bianchinetta, mi única hermana, poco ten-go que contarte pues fallecieron a muy temprana edad. giacomo, a quien llaman Diego, por mucho tiempo siguió los pasos de nuestro padre y se con-virtió en tejedor de lanas, y Bartolomé, como bien sabes y bien te ha servido, es cartógrafo y mi me-jor colaborador durante la gran empresa de las In-dias y del Nuevo mundo.

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De mi padre, llamado Doménico, puedo recor-dar que fue un hombre de bien, laborioso y dedica-do al tejido de la lana que alternaba con el trabajo en una taberna. Mi madre, Susana Fontanarossa… sólo de mis labios pueden salir hermosas palabras de halago a su persona. Los mejores dones con que se pueden adornar una mujer, habitaban en mi amada madre. Aún siento su piel tersa, recuerdo el color miel de su pelo y escucho su voz, que me enseñó a rezar.

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