entonces vos sos el jefe -...

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5 1 8 Nació en Cali estudió artes plásticas en su ciudad y luego filosofía en Bogotá. Abandonó su carrera y emprendió un largo viaje por diversas regiones del país y de América Latina, a su regreso fundó y dirigió el Teatro Experimental de Cali (TEC) hasta su muerte. Además de dramaturgo fue ensayista, narrador y poeta. Realizó una labor encomiable con el teatro colombiano. Obtuvo el premio Casa de las Américas, un doctorado Honoris Causa de la Universidad del Valle, fundó el Plan de Arte Dramático de la misma Universidad e impulsó los procesos de creación colectiva en el teatro colombiano. Perteneciente a la raza de los incansables, Enrique Buenaventura, mantuvo durante casi cinco décadas una impresionante labor creativa con el teatro colombiano. Protagonista central de nuestra cultura en el siglo XX hizo de la ausencia una tarea educativa y nos legó con su Teatro Experimental de Cali la ruda modestia de quien sabe desear, por eso asumió casi todos los roles: dramaturgo, director escénico, maestro de actores, promotor cultural. No logro decidirme por la sensación que más me atrae de sus obras: si el humor corrosivo y cáustico de algunas escenas o la angustia y el desencanto de los males sociales que parecen marcar nuestra memoria. La trama escogida para esta edición tiene mucho de horror, ausencia, muerte y representación del abandono: una huella violenta que afirma la decepción, también, creo, la dignidad. En el prólogo a su Teatro Inédito, Carlos José Reyes pone en relación la dramaturgia de Buenaventura con el teatro del absurdo: “más que una herida ontológica profunda, entre el ser y la nada, como lo plantea Beckett, o la destrucción del lenguaje por el hábito, hasta llegar al vacío, como lo formula Ionesco, el absurdo concebido por Buenaventura es el de un mundo que se destruye y se rehace continuamente, donde la escasez y la desmesura conviven diariamente, y donde la vida y la muerte intercambian sus máscaras en un juego sin fin” . Ese tránsito mágico de la escena, cargada de voz y de intimidad, cubren en Buenaventura una diversa amplitud de fuentes: teatro medieval, cultura popular, tradiciones indígenas, dramaturgia clásica, mestizaje étnico, lo precolombino, la cultura negra, el quiebre contemporáneo, en fin, un corpus que no sólo tiene valor literario sino también humanista. Un fragmento de testimonio familiar, escrito por Nicolás, me sirve de cierre a estos renglones: “no otra cosa significa quizás la pieza más expresiva de la creatividad de este dramaturgo, la orgía, sea la develación de la vida y la leyenda de esta abuela materna que, viuda, joven y hermosa, a más no poder, se dio, sin recato, a publicar el amor cuando el amor era prohibido, a desatarle todos los nudos en tiempos cuando estaba amordazado y atado, y así murió y murió en su ley mirando a todos sus amantes con estas palabras inexorables; pobrecitos los hombres, nueve meses luchando por salir, para luego, una vida entera tratando de volver a entrar–” .

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Nació en Cali estudió artes plásticas

en su ciudad y luego filosofía en

Bogotá. Abandonó su carrera y

emprendió un largo viaje por

diversas regiones del país y de

América Latina, a su regreso fundó

y dirigió el Teatro Experimental de

Cali (TEC) hasta su muerte.

Además de dramaturgo fue

ensayista, narrador y poeta. Realizó

una labor encomiable con el teatro

colombiano. Obtuvo el premio Casa

de las Américas, un doctorado

Honoris Causa de la Universidad del

Valle, fundó el Plan de Arte

Dramático de la misma Universidad

e impulsó los procesos de creación

colectiva en el teatro

colombiano.

Perteneciente a la raza de los incansables, Enrique Buenaventura, mantuvo

durante casi cinco décadas una impresionante labor creativa con el teatro

colombiano. Protagonista central de nuestra cultura en el siglo XX hizo de la

ausencia una tarea educativa y nos legó con su Teatro Experimental de Cali

la ruda modestia de quien sabe desear, por eso asumió casi todos los roles:

dramaturgo, director escénico, maestro de actores, promotor cultural. No

logro decidirme por la sensación que más me atrae de sus obras: si el

humor corrosivo y cáustico de algunas escenas o la angustia y el

desencanto de los males sociales que parecen marcar nuestra memoria. La

trama escogida para esta edición tiene mucho de horror, ausencia, muerte y

representación del abandono: una huella violenta que afirma la decepción,

también, creo, la dignidad. En el prólogo a su Teatro Inédito, Carlos José

Reyes pone en relación la dramaturgia de Buenaventura con el teatro del

absurdo: “más que una herida ontológica profunda, entre el ser y la nada,

como lo plantea Beckett, o la destrucción del lenguaje por el hábito, hasta

llegar al vacío, como lo formula Ionesco, el absurdo concebido por

Buenaventura es el de un mundo que se destruye y se rehace

continuamente, donde la escasez y la desmesura conviven diariamente, y

donde la vida y la muerte intercambian sus máscaras en un juego sin fin”.

Ese tránsito mágico de la escena, cargada de voz y de intimidad, cubren en

Buenaventura una diversa amplitud de fuentes: teatro medieval, cultura

popular, tradiciones indígenas, dramaturgia clásica, mestizaje étnico, lo

precolombino, la cultura negra, el quiebre contemporáneo, en fin, un corpus

que no sólo tiene valor literario sino también humanista. Un fragmento de

testimonio familiar, escrito por Nicolás, me sirve de cierre a estos renglones:

“no otra cosa significa quizás la pieza más expresiva de la creatividad de

este dramaturgo, la orgía, sea la develación de la vida y la leyenda de esta

abuela materna que, viuda, joven y hermosa, a más no poder, se dio, sin

recato, a publicar el amor cuando el amor era prohibido, a desatarle todos

los nudos en tiempos cuando estaba amordazado y atado, y así murió y

murió en su ley mirando a todos sus amantes con estas palabras

inexorables; –pobrecitos los hombres, nueve meses luchando por salir, para

luego, una vida entera tratando de volver a entrar–”.

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(En primer plano una mujer joven, sentada en un banco. Detrás de ella o a

un lado van a ocurrir algunas escenas. No debe haber ninguna relación

directa entre ella y los personajes de esas escenas. Ella no los ve y ellos no

la ven)

- La Maestra: Estoy muerta. Nací aquí, en este pueblo. En la casita de

barro rojo con techo de paja que está al borde del camino, frente a la

escuela. El camino es un río lento de barro rojo en el invierno y un remolino

de polvo rojo en el verano. Cuando vienen las lluvias, uno pierde las

alpargatas en el barro y los caballos y las mulas se embarran las barrigas,

las enjalmas y hasta la cara y los sombreros de los jinetes son salpicados

por el barro. Cuando llegan los meses de sol, el polvo rojo cubre todo el

pueblo. Las alpargatas suben llenas de polvo rojo, y los pies y las piernas y

las patas de los caballos y las crines y las enjalmas y las caras sudorosas y

los sombreros, todo se impregna de ese barro y de ese polvo rojo, y ahora

he vuelto a ellos. Aquí, en el pequeño cementerio que vigilia el pueblo desde

lo alto, sembrado de hortensias, geranios, lirios y espeso pasto. Es un sitio

tranquilo y perfumado. El olor acre del barro rojo se mezcla con el aroma

dulce del pasto yaraguá y hasta llega, de tarde, el olor del monte, un olor

fuerte que se despeña pueblo abajo (Pausa.) Me trajeron al anochecer.

(Cortejo mudo, al fondo con un ataúd.) Venía Juana Pasambú, mi tía.

- Juana Pasambú: ¿Por qué no quisiste comer?

- La Maestra: Yo no quise comer. ¿Para qué comer? Ya no tenía sentido

comer. Se come para vivir y yo no quería vivir. Ya no tenía sentido vivir.

(Pausa) Venía Pedro Pasambú, mi tío.

- Pedro Pasambú: Te gustaban los bananos manzanos y las mazorcas

asadas untadas de sal y manteca.

- La Maestra: Me gustaban los bananos manzanos y las mazorcas asadas,

y sin embargo, no los quise comer. Apreté los dientes. (Pausa.) Estaba

Tobías el Tuerto, que hace años fue corregidor.

- Tobías el tuerto: Te traje agua de la vertiente, de la que tomabas cuando

eras niña en un vaso hecho con hoja de rascadera y no quisiste beber.

- La Maestra: No quise beber. Apreté los labios. ¿Fue maldad? Dios me

perdone, pero llegué a pensar que la vertiente debía secarse. ¿Para qué

seguía brotando agua de la fuente? Me preguntaba. ¿Para

qué? (Pausa) Estaba la vieja Asunción, la partera que me trajo al mundo.

- La vieja Asunción: ¡Ay mujer! ¡Ay niña! Yo, que la traje a este mundo. ¡Ay

niña! ¿Por qué no recibió nada de mis manos? ¿Por qué escupió el caldo

que le di? ¿Por qué mis manos que curaron a tantos, no pudieron curar sus

carnes heridas? Mientras estuvieron aquí los asesinos…

(Los acompañantes del cortejo miran en derredor con terror. La vieja sigue

su planto mudo mientras habla la Maestra)

- La Maestra: Tienen miedo. Desde hace un tiempo el miedo llegó a este

pueblo y se quedó suspendido en el aire como un inmenso nubarrón de

tormenta. El aire huele a miedo, las voces se disuelven en la saliva amarga

del miedo y el rayo cayó sobre nosotros.

Hay que ser duro

como las piedras

feroz como los felinos

y estar alerta

como las serpientes.

Nunca sabes dónde

viene el golpe.

Quizás pueda llegar

del ser querido

que por querido

puede ser más cruel

que el enemigo.

O de ti mismo.

De tu propia mano.

Cuida tu mano derecha

de la izquierda.

Vigila un ojo

con otro ojo

aprieta bien los labios.

Un beso puede delatarte.

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(El cortejo desaparece. Se oye un violento redoble de tambor en la

oscuridad. Al volver la luz, allí donde estaba el cortejo, está un

campesino arrodillado y con las manos atadas a la espalda. Frente a

él un sargento de policía)

- Sargento: (Mirando una lista.) ¿Vos respondés al nombre de

Peregrino Pasambú? (El viejo asiente) Entonces vos sos el jefe

político de aquí (El viejo niega).

- La Maestra: Mi padre había sido dos veces corregidor. Pero

entendía tan poco de política, que no se había dado cuenta de que la

situación había cambiado.

- Sargento: Con la política conseguiste esta tierra, ¿cierto?

- La Maestra: No era cierto. Mi padre fue fundador del pueblo. Y

como fundador le correspondió su casa a la orilla del camino y su

finca. Él le puso nombre al pueblo. Lo llamó: “La Esperanza”.

- Sargento: ¿No hablás, no decís nada?

- La Maestra: Mi padre hablaba muy poco. Casi nada.

- Sargento: Mal repartida está esta tierra. Se va a repartir de nuevo.

Va a tener dueños legítimos, con títulos y todo.

- La Maestra: Cuando mi padre llegó aquí, todo era selva.

- Sargento: Y también las posiciones están mal repartidas. Tu hija es

la maestra de escuela, ¿no?

- La Maestra: No era ninguna posición. Raras veces me pagaron el

sueldo. Pero me gustaba ser maestra. Mi madre fue la primera

maestra que tuvo el pueblo. Ella me enseñó y cuando ella murió, yo

pasé a ser la maestra.

- Sargento: ¡Quién sabe lo que enseña esa maestra!

- La Maestra: Enseñaba a leer y escribir y enseñaba el catecismo y el

amor a la patria y a la bandera. Cuando me negué a comer y a beber,

pensé en los niños. Eran pocos, es cierto pero ¿quién les iba a

enseñar? Ya no tenía sentido leer y escribir. ¿Para qué han de

aprender el catecismo? ¿Para qué han de aprender el amor a la

patria y a la bandera? Ya no tiene sentido la patria ni la bandera. Fue

mal pensado, tal vez, pero eso fue lo que pensé.

- Sargento: ¿Por qué no hablás? No es cosa mía. Yo no tengo nada

que ver, no tengo la culpa. (Grita.) ¿Ves esta lista? Aquí están todos

los caciques y gamonales del gobierno anterior. Hay orden de

quitarlos del medio para organizar las elecciones. (Desaparecen el

Sargento y el Viejo)

- La Maestra: Y así fue. Lo pusieron contra la tapia de barro, detrás

de la casa. El sargento dio la orden y los soldados dispararon. Luego

el sargento y los soldados entraron en mi pieza y, uno tras otro, me

violaron. Después no volví a comer, ni a beber y me fui muriendo

poco a poco. (Pausa.) Ya pronto lloverá y el polvo rojo se volverá

barro. El camino será un río lento de barro rojo y volverán a subir las

alpargatas y los pies cubiertos de barro y los caballos y las mulas con

las barrigas llenas de barro y hasta las caras y los sombreros irán,

camino arriba, salpicados de barro.

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Ay, hermanos,

los de antes,

los de siempre,

los de nunca,

los que no han tenido tiempo

ni tienen historia.

Aún están en los bosques,

hablan con los árboles

y responden las hojas

con una algarabía

de lenguas arcaicas

y hablan con las nubes

donde nacen los rayos

y los truenos responden:

Está bien, hermanos.

Enciendan el fuego,

dibujen los tatuajes

quemando la piel

con el hierro encendido

y copulen día y noche

y engendren lagartos,

aves carniceras y monstruos marinos

y hagan correr la luna

con sus fantasmas adentro

en el oscuro rió

donde riela su sangre.

Y mañana, mañana,

hagan salir el sol

y hagan crecer la yerba

con plegarias y canto.

Ay hermanos, mis hermanos.

No estaban aquí cuando los dinosaurios

elevaban al cielo sus cabezas

y juntaban sus garras

y rezaban rodeados

por inmensos helechos.

Pero quizá en un ruedo,

tomados de las manos

ya estaban ustedes,

transparentes, tan sólo en espíritu,

y resistían, por eso,

al peligro de muerte.

Ay, hermanos, mis hermanos,

después no sabemos

cómo vino el caos

y vino la muerte

y les dio permiso

de vivir un instante

y los condenó a morir

cuando estaban a punto

de encontrar el secreto.

Mujer hermosa,

verde desde los pies

hasta el escote rojo

que se abre en cáliz,

en ánfora y en labios

duros, cerúleos y arteriales.

Princesa de los tepayes,

en la aridez estableces

tu precario reino,

guardas en tu capucha

roja un ácido sabor a hormiga

y a miel para atrapar

insectos. De sus extravíos

y tentaciones vives, reina,

de sus diminutos cadáveres

te nutres, devoradora,

milagro del desierto,

pájaro quieto que sembró

su vuelo, copa de mieles

traicioneras, corola de marfiles

irrigadas por redes de sangre.

Te inventó la vida

por divertirse quizás,

por gozar tu coqueta altanería

por puro gusto levantó

tu peligrosa y frágil existencia

que se mece amenazante

en un viento de insectos

y de polen y semillas.

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“El arte no sirve para decir lo que uno tiene que decir, sirve también

para decir lo que uno tiene que callar”

“El monumento” (1959)

“Réquiem por el padre de las Casas” (1963)

“La tragedia del Rey Chiristope” (1963)

“Historia de una bala de plata” (1965)

“Los papeles del infierno” (1968)

“Seis horas en la vida de Frank Kulack” (1969)

“El convertible rojo” (1969)

“La orgía” (1973)

“Ópera bufa” (1984)

“La estación de Aladino y la lámpara maravillosa” (1984)

Llueve con sol

sobre la tierra seca

que bebe hasta las raíces

esta líquida luz enardecida.

Así es el amor que me ilumina:

sacia mi sed sin apagarla

la calma manteniéndola encendida.

Decir todo sin decir casi nada.

Entender el lenguaje de la lluvia

ser cruzado por relámpagos

que dejan ver la armazón del esqueleto.

Las golondrinas que aquí no hacen verano

ni tampoco nidos pero escriben trazos

en el aire y me dictan la escritura

mientras la tarde se viste de ceniza.

Husmear el mar desde los cerros.

Oler la furia erótica del viento.

Sentir el aire que viene de la selva

con un olor a verdura y podredumbre.

Decir todo sin decir casi nada,

oír el silencio, sin secretos en la oreja

hablar con la sartén, la cacerola,

vivir, vivir y morir casi de nada.

Hay el tiempo de las lluvias

torrenciales

hechas hilo de plata

por el sol

que sale enmedio de la lluvia

y establece un delirante verano.

En este mar tempestuoso

y congelado

con nieves eternas

y profundos valles

que hierven como calderos

y dos mares

que sin límites lo cercan

nieve y hoguera y selva

urbana y verdadera.

Vine a nacer aquí y no me arrepiento

y quizá vine a

morir también

en esta tierra.

BUENAVENTURA, Enrique (1997) Teatro Inédito. Bogotá: Imprenta

Nacional de Colombia.

BUENAVENTURA, Enrique (2005) Nueve poemas. En: Clave

Revista de Poesía y Cultura., Año 2, No 5. Cali.

Otros poemas en www.enriquebuenaventura.org Los cuadros de

Salvador Dalí en el servidor de imágenes de www.google.com