enseñanza de la historia

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Page 1: Enseñanza de La Historia
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LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA MAS ALLA DE LAS AULAS

Luis González *

La educación permanente, puesta de moda por la UNESCO, a partir de 1970, va a servir de marco a esta comunicación solicitada a alguien más amigo del autoaprendizaje que de la educación escolar, y más preocupado por la hechura de novelas verídicas o historias, que en los modos de trasmitirlas a los niños y jóvenes enjaulados en lo que eufemísticamente se llaman aulas. Como quiera, procuraré salir del paso lo mejor posible con una serie de proposiciones hijas del sentido común, y no de la lectura de grandes pedagogos y psicó­logos, ni tampoco de una experiencia personal si no corta, sí pobre.

Es del dominio común que los seres de la especie humana ne­cesitan de la educación para vivir bien en el mundo; requieren la teoría y la práctica de viejas creencias y costumbres y del modo de corregirlas para ser gente de pro y para servir con eficacia la colme­na o comuna a la que les toque pertenecer. Es doctrina aceptada la obligatoriedad de la educación para padres, maestros y orientadores que la imparten y para las criaturas, los niños, los jóvenes y los adul­tos que la reciben. Como todo mundo sabe, los propósitos educati­vos son: transmitir el patrimonio cultural amasado por nuestros an­tecesores y nosotros mismos y enseñar a acrecerlo y corregirlo. También hay acuerdo en queios saberes a transmitir son de tres ti-

* El Colegio de Michoacán

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último, se dice que la educación de los seres humanos se logra a fuerza de amonestaciones, conductas ejemplares, libros y novísimos medios de comunicación.

Otro lugar común estatuye: la cultura se transmite a lo largo de toda la vida en dosis diferentes, según la edad de los educandos. Nuestro idioma distingue en cada hombre seis edades. Denomina nene, bebé o criatura a la persona que aún no cumple los seis años; niño, al que anda entre los seis y los doce; adolescente al ¿me da guerra hasta los dieciocho; joven, al pasionaljjue sufre entre los die­cinueve y los veinticinco años; adult^jlqiie-5ube y b^aUtcumbre de la vida entre los veinticinco y los sesenta, y viejo al testante. Has­ta hace poco se suponía que la educación de las criaturas, llamada crianza, era tarea de los padres; la de los niños, de los profesores de primaria; la de los adolescentes, de los maestros de secundarias y preparatorias; la de los jóvenes, de los catedráticos universitarios, y la de adultos y viejos de ellos mismos. A los bebés se les instruía en el hogar; a niños, adolescentes y jóvenes en las aulas, y a los restan­tes en la escuela dé la vida; es decir, en la fábrica, el rancho, el bufe­te o el consultorio. Ahora la etapa áulica o escolar tiende a ensan­charse en ambos sentidos. En las urbes, se han abierto cárceles para nenes con los nombres de casas de cuna y de kínderes.

En un coloquio como éste no hay necesidad de referirse a la enseñanza anterior a las aulas, cuando al niño se le dice cómo se nombran las cosas, dónde están Dios y sus papás: cómo despedirse y dar las gracias; qué gustos tener según el sexo y cómo comportarse para dar la imagen de muy hombrecito o muy mujercita. Pero nin­gún papá < educadopa4es enseña~hktoria^t,los pápalos. Aunque' parezca una.crueldad, los cursos de historia se inician en la niñez, cuando los seres humanos se muestran muy predispuestos al aprpn- dizaje de muchos saberes, que no los históricos. jQuizá la inapeten­cia histórica típica enJa&jüñas expllque la abyndaacia de tratados pé3a^ gicorqüe^^£ocupaadfe.eómo hacer patriotas a los pequeños mediante cursos de historia patria que deben comenzar con eí aperi- tivQ.de la historia matria. sm3u3amSs y'&ntranéen la vi­da de próceres y héroes, llevando a los niños al lugar donde actua­ron, contándoles sus vidas como si fueran cuentos de hadas, drama­tizando los momentos cumbres de su existencia, exhibiéndoles pelí­

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culas ad hoc y otras argucias como grabados, dibujos, mapas y fotos en los manuales de historia para niños sin sentido histórico.

Aunque menos abundantes que las didácticas de la historia re­ferentes a la educación de la niñez, hay metodologías para la

Enseñanza de la historia a los adolescentes

inscritos en escuelas secundarias, preparatorias y normales en las que se imparten cursos de historia universal para fortalecer el es­píritu humanitario, y de_hi&toria-deMéxico para imbuir el sentimien­to patriótico en los alumnos. En los dos easos-se enseña historia de bronce, si bien la universal con menos ímpetu pragmático y más ape­gada al método científico. La historia patria que aún se imparte en nuestras escuelas se reparte en dos interpretaciones opuestas y fal­sas de la vida de la nación mexicana. En los planteles gratuitos sigue imponiéndose la versión liberal o hispanóíoBalíe lar historia de Mé- xico, y en los cotegies de paga la tesis conservadora o hispanista. En unos y otros se cuentan historias de gobiernos y matachines militares en primer término, y alrededor de la vida de poderosos y matones se refieren episodios de índole económica o cultural. Se trata de histo­rias transmitidas al través de manuales muy patrioteros, no pocas ve­ces mentirosos, con fuerte contenido político, y en muchas ocasiones supeditados a filosofías de la historia muy distantes de la verdad científica. Sin duda los adolescentes aplauden las grandes hazañas y los derramamientos de hemoglobina. todo, rf»nvp"dría reducir lasxlosisde-hecofeiae-y^emasacreyaumentarlas-BotíGiassobre producción económica y creaciones de orden inteleeíualyartístico. Quizá resulte también más conveniente la impartición de historias fragmentarias, que suelen ser más realistas y menos ideológicas que las que se ocupan de todo el mundo o de la nación desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, pero seguramente de todo esto se hablará con hondura y profesionalismo en este coloquio. Supongo que también se pondrán los puntos sobre la íes en lo tocante a la

Enseñanza de la historia para jóvenes

que no tuvieron la oportunidad de inscribirse en los institutos de educación superior, o que siguen una carrera técnica, que estu­

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dian alguna ciencia generalizadora del hombre, o que aspiran a ser historiadores. Quienes se escapan de las aulas o destripan en alguna carrera y se ponen a trabajar como obreros, patronos, artesanos, choferes, comerciantes o mil usos no deben ser abandonados por los /?r<^5de hktoria. J ^ b ie r ^ escr^b^s^^orias para-la jav^ntnrLip e

gu^ta de saber eómor'trep'aron los hombres de otras épocas. No de­ben dárseles panoramas históricos, pero sf biografías de triunfadores y novelas verídicas; esto equivale a decir, monografías históricas que se lean como novelas. Esa gente también necesita de guías que la conduzcan a las obras clásicas de la historiografía universal y a los buenos libros de historia que se han producido aquí desde la llegada de los españoles hasta el día de hoy. Con jóvenes se pueden armar círculos de lectura de textos humanísticos.

Soy de los creyentes en la necesidad de impartirles materias humanísticas a los £studiantes-ée-eie«eias~ftsico>mat&máticas y bio- médjc&s, de ingeniería y jgiecánk:a. Quizá debieran ser menos for­males que las científicas, y ralas"que no faltarían las historias de la materia en estudio y las historias monográficas de época y de lugar. Pero no me he puesto a ver las dosis de historización requeridas o soportadas por científicos e ingenieros. Quienes siguen las carreras de economía, ciencia política, sociología y derecho y son conscientes de la vigorosa historicidad de su asunto, deben a p r ^ ^ -p o r 1n mf. nnsJayhis&ariaft de supropia-disciplina. Los estudiantes de leyes han sido siempre muy proclives a los estudios históricos. Está a la vista un notable grupo de historiadores mexicanos prófugos del de­recho.

Naturalmente, los jóvenes más proclives a recibir educación histórica son los que piensan investigar y escribir sobre el suceder histórico. Se han seguido diferentes métodos para formar historia­dores. El Colegio de Michoacán sigue uno, inspirado en el del pri­mitivo Colegio de México, de buenos resultados. Consiste, en breve, en medidas como éstas: Se buscan maestros que tenpan en su haber inyestigaCTQne&.hist6rícas jmavéuticas. gusto por" el®illdftXiJg!B^«.^SlÍdad»d®««©ffl«nicaciáa1jgsKLfl£LttB£SSM225^nteelocuencia. Se reciben alumnos con curiosidad: en las singularida­des de la vid¿i pasada; buenas calificaciones en los cursos de historia y espíritu de método y perseverancia. Pero por encima de todo se

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pide afición. Puestos a escoger entre un aficionado sin nada de mé­todo y un sabio metódico sin afición, se escoge al aficionado puro. Al contrario de la producción histórica de carácter fabril, que exige de los estudiantes más disciplina que entrega cordial, Colmich pre­fiere a los alumnos con entrega anímica a las antiguallas. Por lo de­más, se les quiere esforzados, de tiempo completo y capaces de cum­plir con un programa de cursos y seminarios ostensiblemente duro.

Según se dijo en la inauguración del Centro de Estudios Histó­ricos de Colmich, se imparte una "maestría en historia con duración de 27 meses, repartidos en cursos trimestrales". En los tres cursos de cada año se procura "combinar la teoría con la práctica, laexposi- ción y la aplicación de jwadeetrina". Se preven "24 cursos trimestra­les: ¿básicos' {filraofía de las ciencias humanas, antropología filosó­fica, teoría de la historia, historiografía clásica, historiografía moder­na e historiografía mexicana); 6 cursos de teoría y método de las dis­ciplinas conexas de la historia (antropología social, sociología, geo­grafía humana, economía, ciencia política y demografía); 6 cursos de técnica de investigación (técnica de investigación documental, técni­ca de investigación oral, técnica de investigación estadística y no­menclatura de la historia de México) y 6 cursos de técnicas de ex­presión", algunos de idiomas modernos. Poco después se adiestró a los muchachos en el manejo de computadoras. Brillan por su ausen­cia los cursos informativos sobre hMoria universal, historia de Amé­rica e historia de México.

En otros términos, se consideró indispensable para el aprendiz de historiador el conocimiento de las ideas previas y los prejuicios vigentes acerca del hombre y su inteligencia. Nos pareció "saludable para los vocados a la historia científico-humanista ofrecer cursos so­bre las concepciones del ser humano y de las ciencias humanas que se estilan en el mundo tactual". No menos salutífero para los deseo­sos de adquirir el oficio de historiador es el saber cómo han trabaja­do los historiadores de más quilates. Esto permite adquirir concien­cia de la enorme variedad del oficio histórico y también servirse de la experiencia ajena, sobre todo a la hora de proyectar. "En estos tiempos todo historiador necesita concebir proyectos, organizar pro­gramas; recoger informaciones en archivos, bibliotecas, sitios ar­queológicos, supervivencias culturales y dichos de la gente; reunir y clasificar notas; emprender diversas y arduas operaciones críticas;

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encontrar causas y erigir estructuras..." En definitiva, se requiere un buen aprendizaje de los métodos y técnicas que facilitan las diversas operaciones del investigador del pasado. Por otra parte, la resurrec­ción de los sido "no tiene por qué abjurar de su condición retórica". Por lo mismo, el CEH del Colmich se impuso "la obligación de in­fundir a sus estudiantes un manejo adecuado del idioma, ya que la historia es una musa".

Por lo demás, no pasan de tres las horas de clase al día. Los alumnos dedican la mayoría de la jornada laboral a la lectura y a la confección de artículos publicables. Desde el principio se incorpo­ran a un proyecto de investigación que generalmente está próximo al de un maestro. Desde el principio se trabaja con un tutor del que se aprenden sus argucias investigativas. En general se sigue un métpdo de enseñanza stn Begrerosjii esclavQs. sin memorizaciones excesivas. con macha parJiniparÁón,dglj¿ijLnaoo, de un modo que mutatis mu- tan dis debiera aplicarse también en la

Enseñanza de la historia para adultos

hoy propuesta por la teoría de la educación permanente. Esta supone que se puede aprender en cualquier edad de la vida y fuera de las aulas. Reconoce como antecedentes la obra de los misioneros españoles en la América del siglo XVI, un mandato de la Revolu­ción Francesa que ordenaba a los maestros de 1792 "dar todos los domingos una conferencia pública para ciudadanos de todas las eda­des", las escuelas nocturnas iniciadas en el siglo XIX, El Colegio de Francia y El Colegio Nacional de México. La educación permanen­te procura la ingestión de cápsulas informativas y formativas sin dis­traer al adulto de su trajín y su trabajo. Trata de darle los saberes que el adulto pide, entre ellos el histórico, tan apetecido por él, qui­zá porque la extensión menos artificial del conocimiento común es la historia. Si se comparan loa-nlimantnc del oiMp tr ef>a4es-deLesp¡fri- tu, la historia equivale al agua. Para mantenerse en safad-y coafort espiRtttal sEnreeeaij^,Jbebe^istoria.a lo largo de la vida, a partir de la adolescencia.

Aunque el don de Clío es tan abundante como el agua, como ésta sólo una parte mínima se puede beber sin riesgos de mentira y morbo espiritual. Unicamente algunas historias, aun de las entuba-

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r rara vez sabe ;mpre necesita

asesorarse de maestros-a-quienev-para distmguirlos de los de escue­la^ jjis, sólo llamaremos guías o animadores. Se requiere de maes­tros de historia que enseñan fuera de las aulas; de unos maestros sin palmeta y sin dogma, simpáticos, finos, cultos, cariñosos, alegres y hábiles que sepan orientar el aprendizaje histórico de los adultos, que provean de agua histórica pura al adulto común y corriente y que no procuren subirse a ningún podium, ni tener una estatura su­perior a sus alumnos. Nadie en edad de partir el pan quiere deber algo a los prójimos. Los recién egresados de las cárceles escolares rehuyen cualquier comunicación con sus antiguos carceleros. ^Por lo demás i agente.aduhar nia.TOayQIÍ8LdeJQS0casesrsabe^pixndei lS6- l& consume lo que necesita si alguien le dice dónde se encnentra. Por otro lado, debe tomarse en cüenta~qué la principal tarea de los adultos es la de producir, y por lo mismo, disponen de poco tiempo para comer y saber.

Sin embargo, no podrían seguir viviendo si dejaran de tomar las dos clases de alimentos. Toda gente adulta necesita saber más de lo aprendido en la crianza y en la escuela para reciclarse, perfeccio­nar su saberes, mantenerse al día en cultura común, y, en muchos ca­sos, reconvertirse, mudarse de un oficio a otro. Un historiador iría a menos si no revisara los conocimientos adquiridos en la universidad, si no perfeccionase continuamente sus métodos y si no supiera los nuevos saberes del dominio común. El abogado que con tanta fre­cuencia se vuelve historiador no podría hacerlo bien si no se some­tiera a una educación suplementaria. Otros profesionistas y el co­mún de los mortales han menester de una cultura general en cons­tante cambio y renovación, uno de cuyos ingredientes es la historia. Los otros se llaman la familia,. p.1 mnnHn Hel trabajo, la belleza, los depoxtes. las diversiones y la polflira Toria.adult&. <fow »saU > afeo de todo esoynobastaB-las Selecciones écl RcoíIm nm’iTSatis-

Quizá se pueda decir sobre lo que deben contener los libros y las lecciones de historia para infantes y adolescentes. Es má& difícil prescribir el contenido de la educación pan jóvrmrittj y mát aún indi car qué historias requieren los adultos para su^sobtfcvivftnrAaespiri- tual. Es una perogrullada la afirmación de que los economistas han

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de estar al tanto de las mudanzas en las estructuras económicas y en general de las historias de tiempo largo, que los demógrafos deben conocer las tendencias generales de la natalidad y la mortalidad y los flujos migratorios en distintas épocas y lugares; que los políticos han menester, además de historias generalizantes, tan caras para sociólo­gos, demógrafos y economistas, historias que cuentan vidas de pode­rosos y sucesos políticos, y en general relatos particularizantes que son también las preferidas por la gente no inmersa en una profesión científico-humanística. No se le puede proponer a un mecánico que lea un libro sobre los precios del frijol en tiempos de Santa Anna, por ejemplo. Hay temas interesantes para todo mundo como suelen ser los propuestos por las novelas. Los asuntos novelescos, tratados científicamente, sin apartarse de la verdad, deberían ser el agua de uso aportada por los historiadores para el común de los adultos. Creo que la mayoría de los ex-jóvenes gustan más de latnicrohistoria que de la historia nacional, .pernquizá prefieran-ésta-a Ja universal. Sin embargo, algunas veces se engullen esas interpretaciones de la historia humana que caen más en el ámbito de la metafísica que en el de la ciencia.

Entiendo que Ios-adultos rehuyen la lectura de libros multivo- lUDiinoses-o-de mueha& páginas, pero sí aguantan artículos tanlargos pomo los normales en p rev istas especializadas, si esos artículos no caen en la peda®tfifiál del =habla académica. Al parecer, los adultos de poca cultura que comen ese tipo de tacos a los que se les dice ‘co­mics’, historietas o revistas de monitos, quieren una historia de po­cas letras y muchos monos. A ese sector de la sociedad que se ha pasado de la comunicación escrita a la audiovisual había que ofre­cerle radio, cine y telehistorias. En muchos casosilns-^nedios" ha­cen las veces de aula y emiten sabíHurfa sin libros-U naem isión ra- diofóllSS^T Se^^S^K ^SI^raríaí^buena historia cóme la con­ferencia de un maestxaxüo&^nsayos escritos de un investigador. No hay por qué negarle el título de universidad sin muros a la caja idio­ta* Después de todo es más placentero ver una reconstrucción histó- rica televisada queleerun4ibro; y en los adultos va no cabemetef la letralcon sangre. En esa etapa de la vida empieza a confundirse la enseñanza con la diversión, y en la siguiente sólo se soporta una edu­cación harto divertida, la

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Enseñanza de la historia para viejos

debe ser una fiesta. Las personas que trasponen los sesenta años de edad bien merecen el disfrute de una vejez sin congojas psí­quicas, sin apuros, sin temor de perder el trabajo. Como quiera, aunque en la tercera edad ya no exista la necesidad de aprender a ser ni tampoco la de hacer bien las cosas, es necesario seguir apren­diendo. Según René Mahe». el apóstol de la educación permanente,"Apre¡nÍ£Laj£Rysjemres dificultades imaginables, y existe umuediHtftwó« «■•stff.xcscscto como lo hav para los ióvenes aue empiezan la vida". Los ancianos necesitan de manera perentoria tres tipos de aprendizaje: uno, para hacer frente a la debilidad y los padecimientos; otro, para impedir el rompimiento con las raíces familiares, y el tercero, para distraer la soledad o suplir la escasez de relaciones humanas. Los viejos re­quieren estar al tanto de los ejercicios, las infusiones, las pomadas, las píldoras y demás puntales de la vida biológica; recordar constan­temente de dónde son oriundos y en qué contribuyen al desarrollo de su colmena, y tender la mano para encontrar el calor de otras ma­nos.

En Asta, más que en otras etapas de la historia, se da la tenden­cia-a. dr.sentendfrrs&-de4MÍKMfefel, eaBl^^W h»dad qi)i/¿. porque ya ao se íes da v^or a4m cofisej()s dé'fó5“a»eiaaos. Cada vez es más difícil encontrar personas dispuestas a cuidar viejos y más aún a en­señarles los saberes exigidos por su edad. Muchos se prestan para ser educadores de párvulos, profesores de niños, maestros de ado­lescentes, catedráticos de jóvenes, animadores y guías de adultos, pero muy pocos gustan de ser confidentes de viejos si no son tam­bién viejos. La educación de la senectud acabará por encargarse a senectos que soporten con paciencia la decreciente capacidad de absorción de la tercera vida. El rendimiento intelectivo de los alum­nos disminuye notablemente después de los setenta o los ochenta años. Sin embargo, deben seguir aprendiendo remedios caseros, normas de comportamiento social, y sobre todo, historias.

Amado Ñervo les decía a los jóvenes que si tenían un hueco en su vida lo llenaran de amor y aunque no se los hubiese aconsejado lo habían hecho así. A nosotros se nos antoja recomendar a los ancia­nos que si tienen un hueco en su vida lo llenen de historia. De he­

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cho, así lo hacen. Practican hasta el enojo el vicio de la reminiscen­cia, el repliegue a los sucedidos, la historia recordada, aún cuando la esclerosis cerebral les borra lentamente los recuerdos y les hace con­fundir fechas y lugares. Con todo, el viejo necesita asirse a la tabla de salvación de los sucesos históricos; necesita aprender historia pa­ra unirla a sus propios recuerdos y ampliar su tiempo de vida yéndo­se lo más atrás posible. La enseñanza de la historia para los viejos se Prf>Pr>T><* rftfhryarlfs p.l vicio senil de la reminiscencia, y en última instaneiaz-alagfzafles^lavída coHsciénfe.~~""""’ ~

Las historias destinadas a los viejos deben contar cosas distin­tas de las hechas para niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Quizá sólo deban referir sucesos similares a los recordados por la senec­tud. Por lo pronto, no sucedidos crueles. La unión de las funciones de la memoria con la esfera sentimental se manifiesta en los viejos mediante el olvido de los acaeceres infaustos. Por otra parte, la gen­te vieja tiene particular predilección por el pasado inmediato que es el tiempo de su proezas. Todo anciano procura suplir un sentimien­to de inferioridad con la resurrección de su época y el papel color rosa que él desempeñó en ella. En fin, la J ^ o t í4<para Ja. tercera edad ha de ser particularizante, qne ñoal uso actual. Esa gente as­pira a ponerse en contacto con hombres de carne y hueso de otras épocas, no con leyes de desarrollo histórico, estructuras económicas y sociales, sistemas de poder y demás abstracciones. JLa historia de familiasylas microhistorias, así como los esbozos biográficas les re- sultan muy apetecibles.

¿A través de qué canales conviene enseñar historia a los vie­jos? Como principio de cuentas el de la lectura. La mayoría de los ancianos busca la amistad del libro. Suelen leer con beneplácito a los historiadores de la antigüedad que generalmente escribieron en su edad senil. Fuera de contadas excepciones, los libros clásicos de la historiografía son frutos de viejos que paladean con gusto los vie­jos de ahora. Ellos son los más apasionados lectores de Plutarco, Ti­to Livio, Bernal Díaz y Leopoldo von Ranke. Esto no quiere decir que rehuyan leer obras de jóvenes y adultos. También procuran la historia que ofrecen los conferenciantes. Las, salas., donde se dan

rifi rnntmirln hititfirte« nn-ll™™« Por lo de­más un modo cnmo_los jt>bitad«^&e.^ntrfi^an a sy viríq favorito de la historia recordada es en los eafés. las bancas dp.l .parque y las casas

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de la gultura donde siempre debiera haber preceptores que enseña­ran historia a la senectud. Muchos caducos de hoy en día se han re­tirado de la galaxia de Gutenberg, pasan muchas horas delante de la televisión y agradecen sobremanera los programas audiovisuales de contenido histórico. El historiador que se apiade de los viejos y

En fin, cabría decir mucho más y mucho mejor dicho pero no dispongo de tiempo por delante para seguir hablando ni dispuse an­tes del tiempo suficiente para hacer una ponencia de mejor figura.

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