ensayo práctica docente
DESCRIPTION
Educando como sujeto heterogenético y diferencial.TRANSCRIPT
Ensayo de Práctica Docente
Aproximación a cuestiones de fundamento en la enseñanza de
la filosofía
Alumno: Racitti, Sebastian Gabriel
Profesor: Nesprías, Pedro.
Carrera: Filosofía
Curso: 4°
Área: Práctica Docente IV
Establecimiento: I.S.F.D N° 41
1
La filosofía como actitud crítica
La filosofía no es otra cosa sino pensamiento crítico, es una actividad que
permanentemente se lleva a cabo y se actualiza en virtud de la manifestación de un
conjunto de individuos que tienen la plena responsabilidad en su privilegio de poder ir
más allá del imaginario colectivo que impere en una determinada etapa. Como se sabe,
cada época configura un sentido, una perspectiva, un modo de dirigirse de cara hacia el
mundo que condiciona al mismo tiempo las relaciones, las conductas y los intereses en
juego en cada comunidad histórica de hablantes. Es en este terreno, es cierto, donde
aparece la actitud filosófica como ejercicio constructor de sentido. Pero la filosofía no
se limita a ello sino que constituye, más originariamente aún, y es esto lo que interesa
resaltar en el presente escrito, un ejercicio deconstructivo que estará abierto en todo
momento ante una posible proyección ulterior. La filosofía proclama la novedad, el
quiebre, la ruptura, la interrupción histórica, porque está en su origen constituir un
discurso crítico e intempestivo, capaz de despertar en los hombres un sentido inédito de
la responsabilidad respecto de su existencia.
Siempre está el mundo ahí delante nuestro como interpelándonos, en la plenitud de la
posibilidad de una posible apropiación, de una decisión, de una toma de posición
respecto de él. De manera que cada perspectiva histórica no deberá ser entendida por
nosotros como un parámetro objetivo al que debamos adecuar pasivamente nuestras
acciones, sino más bien como manifestación provisoria que responde a determinadas
necesidades, y que está por su propia naturaleza abierta en todo momento a la tensión
poiética que se crea a partir de la relación con un otro como agente activo y, por tanto,
crítico. De esta manera, nuestro entorno va a constituir un escenario de
problematización en marcada apertura a las realizaciones existenciales de cada
individuo como sujeto-en y para-el-sentido. De ello depende la realización filosófica de
cada uno, esto es, del hecho de asumir una postura decisiva respecto de la realidad
circundante. Pero insistimos, una vez más, en que la verdadera naturaleza de la
actividad filosófica es originariamente deconstructiva, de modo que toda proyección de
sentido que de ella derive estará siempre propensa a recibir la crítica como el aspecto
más profundo de toda realización humana, en la que se pone en juego un compromiso
2
con todo su ser. A modo de ejemplo, sería imposible encontrar en la historia de la
filosofía que haya surgido una determinada doctrina filosófica que no vaya en
detrimento de una anterior, y, en el mismo sentido, que no sea objeto de crítica de una
elaboración conceptual ulterior.
No obstante, en lo que respecta a los intereses de este trabajo, no importa tanto el
procedimiento por el cual se llegue a establecer y dotar de un sentido específico al
mundo, de asumir determinada perspectiva como la propia, cuanto el hecho, más
originario aún, de llegar a desprenderse uno de la situación naturalizada en la que nos
encontramos inmersos, llevando de esta manera, por la mediación de una postura
problematizadora ante el mundo, una vida auténticamente filosófica, que no es otra cosa
que la libertad como producto de una apertura introspectiva. En esto consiste el
pensamiento, este es el verdadero camino del pensar, que no es otra cosa que libertad
discursiva, espacio para la crítica, espacio para la realización personal, en fin, espacio
para la filosofía, como ese amor a la sabiduría, esa búsqueda constante de un trasfondo
sublime y último de las cosas que escapa siempre a nuestras manos, pero que nos hace
asumir un rol más protagónico en el ejercicio de nuestras vivencias, adquiriendo los
hábitos de una vida auténtica y verdadera.
“Siempre quedará algo no satisfecho, no colmado por las respuestas que demos (o
que nos demos) que dará la sensación de que algo ha fallado. Ahora bien, esta
incertidumbre, molestia, insatisfacción o imposibilidad de dar cuenta cabalmente de
lo más básico de nuestra actividad, lejos de ser un obstáculo (o, tal vez, precisamente
por serlo) constituye el motor mismo del filosofar.” (Cerletti, A.; Enseñar filosofía: de
la pregunta filosófica a la propuesta metodológica; Cap. I; p. 4).
Es en este sentido que el mérito de cada individuo histórico, como elemento integrante y
plenamente partícipe del espíritu predominante de una época, va a consistir en poder
abstraerse de la perspectiva inter-subjetiva en la que está como “alojado”, de poder
desprenderse de ese discurso impersonal que lo reduce a ser un mero número más del
rebaño, y realizar de esta manera un salto cualitativo en la introspección,
profundización, y autodeterminación aperceptiva de nuestro subjetividad como
horizonte de trascendencia que no admite conciliación alguna con lo externo. Si de algo
3
se trata la actividad filosófica es justamente de problematizar nuestra actitud cotidiana,
de poner en suspenso todo aquello que hayamos naturalizado respecto de nuestra vida
exterior. La filosofía proclama en todo momento que las almas presas de las opiniones
del vulgo puedan desprenderse de los lazos de su sujeción, que puedan establecer un
paréntesis por el cual dejen de participar por un momento de los asuntos finitos y se
vuelquen en la apropiación auténtica de su interioridad, en la decisión de una posición
intensiva en relación a su existencia.
Por cierto, este camino no transcurre de un lado a otro armónicamente como si se
desplegara sobre el suelo de una superficie totalmente plana; todo lo contrario, esta
superficie tiene intersticios, y esos intersticios no son otra cosa que las vivencias
singulares que experimenta cada individuo frente a la realidad como signo de
interrogación. Con otras palabras, nada de esto sucede a la ligera como si se tratara de
un asunto más. Pues se trata de una decisión que compromete todo nuestro ser, que
necesita constantemente del movimiento auto-rreflexivo como los pulmones requieren
del oxígeno. Y esto no ocurre sin cierto atisbo de desesperación, sin cierta angustia.
Porque en este caso lo que se da es un desprendimiento, un alejamiento, un
desasimiento de todo lo que conocemos y entendemos como propio, de todo lo que
constituye nuestro repertorio finito para así interrogarnos a nosotros mismos, a nuestro
verdadero yo, en busca de horizontes desconocidos, aventurándonos en el escenario
riesgoso de lo incógnito. Lo que hacemos desde la postura filosófica es escindirnos de
nosotros mismos, desdoblarnos en la observación meramente desinteresada de nuestra
existencia, y es en ese momento que entra en juego el asombro, como aquel estado de
anonadamiento que experimentamos ante la sublimidad de lo otro absoluto y la
pequeñez de nuestra preocupaciones económicas y mundanas.
“Este ir al encuentro del propio pensamiento, encimarse al sí mismo de la actitud
natural, es el elemento de lo que se llama asombro filosófico, pues a partir de ese
desdoblamiento de la mirada todas las cosas se desfondan, los fenómenos adquieren
por su parte también un doblez, un detrás, un más allá inquietante.” (Obiols, G.,
Cerletti, A., Ranovsky, A.; La enseñanza, el estudio y el aprendizaje filosóficos en los
textos de los filósofos: breve antología y algunas conclusiones; Cap. 3; p. 15).
4
Así, el objetivo básico de la filosofía va a consistir en la formación moral de los
individuos, no en la inculcación de tal o cual moral, sino en la pre-figuración de un
estado por la cual los sujetos se reconozcan como sujetos en- y para-el-sentido y asuman
un papel activo y crítico respecto de su entorno. El fenómeno que está delante nuestro,
que se patentiza como lo otro absoluto en el despliegue de nuestro movimiento
introspectivo, reclama que tengamos responsabilidad respecto de él, al mismo tiempo
que promueve la conversión de todo individuo en un agente intempestivo. El mundo
está ahí para violentarlo, para darle forma según los fines elevados que propongamos a
la existencia en la intensificación de nuestra auto-consciencia. Después cada uno, en la
asunción de una corriente determinada, elegirá el rumbo que le parezca más apropiado,
pero es esto sólo algo incidental en comparación con el carácter más profundo,
significativo y decisivo que constituye el hecho de ponerse uno mismo, como singular
(gestelgense), frente a la realidad, en la única certidumbre de sus vivencias personales.
El logro de la filosofía como movimiento que pertenece por igual a cada ser humano en
tanto disposición natural, es justamente el de llegar a constituir hombres que por medio
de la reflexión se vuelvan activos y se asuman como agentes responsables en la
determinación de toda proyección existencial. En este sentido la filosofía tiene además
de un fin moral, paralelamente, un fin político. Pues por medio de ella es que cada
hombre se podrá reconocer como sujeto partícipe y, en consecuencia, como
individualidad digna de reconocimiento en la garantía de una igualdad de derechos en
tanto miembro racional y comunicativo que se desenvuelve en un sector social
específico.
He aquí el punto a donde queríamos arribar. Un ámbito adecuado para plantearnos la
naturaleza de la filosofía es el de las instituciones educativas. Allí, lo que se pone en
juego es un dilema bastante interesante en lo que respecta a la enseñanza de esta
disciplina. Pues, para ser coherentes con lo antedicho, su desarrollo en el espacio áulico
no puede consistir jamás en una mera transmisión (transposición didáctica). De ser la
filosofía una mera aprehensión acrítica de determinados contenidos conceptuales o
procedimentales, ella perdería aquello que constituye su aspecto más esencial, que es el
de ser un posicionamiento, una actitud crítica ante la realidad, que por el asombro ante
lo sublime de lo otro desconocido que me sobrepasa lleva al perfeccionamiento moral
de los individuos, en la adquisición de una vida más pura y original, digna de nuestros
esfuerzos existenciales en la clarificación de la auto-consciencia, y en la liberación de
5
las redes dogmáticas que nos quieren mantener prisioneros, en una suerte de estado
onírico del yo, en que el espíritu está como dormido, sin hacerse manifiesto en el
esfuerzo de la posibilidad de todas sus potencialidades. Por supuesto que para el
aprendizaje de la filosofía no puede faltar la utilización de los textos filosóficos, pues
sería un tanto superfluo pretender pensar críticamente la realidad sin tener a mano las
categorías formuladas en los sistemas de los más grandes pensadores de la historia, de
aquellos genios de naturaleza intempestiva que en su momento marcaron una ruptura en
la visión del mundo. No obstante, si bien aquellos constituyen una condición necesaria,
no constituyen sin embargo una condición suficiente del aprendizaje filosófico, de
manera que deberemos añadirles el carácter problematizador de dicha disciplina,
constituyéndose éstos últimos en un punto de apoyo para toda posible elaboración
teorética posterior. La filosofía, entonces, antes que un mero objeto de conocimiento a
ser aprehendido de modo mecánico, es más bien un estado, un posicionamiento, un
punto de partida por el cual nos escindimos de nuestro propio entorno y por el cual
tomamos cada vez más consciencia de nuestras vivencias más originales. He ahí el
origen de todo filosofar.
“Se debe tratar de establecer relaciones inéditas entre los conocimientos y cada uno.
Los contenidos no deben ser el vehículo de la repetición sino que deben ser “pre-
textos” para que el otro pueda construir sus propios textos. Un espacio escolar,
sensible a la recepción de lo nuevo, debe constituirse en un ámbito de búsqueda.”
(Cerletti, A.; Enseñar filosofía: de la pregunta filosófica a la propuesta metodológica;
Cap. 3; p. 10).
De manera que si un profesor de filosofía quiere ser merecedor de tal nombre, no hará
otra cosa sino transmitir a sus educandos cierta actitud, cierto ánimo, cierto hábito en el
auto-reconocimiento como sujetos partícipes y responsables de las relaciones internas
de cada comunidad histórica. En este sentido, como bien señala el autor Cerletti, lo
propio de la enseñanza filosófica consistirá en la transmisión de algo constitutivamente
inenseñable, porque hay algo del otro (sus estados, sus inclinaciones, sus intereses) que
es personal e irreductible. Nadie puede transmitir directamente el camino de la duda, el
camino solitario de la angustia ante la nada de la posibilidad, pues esto no es más que
una vivencia totalmente subjetiva, lo que no quiere decir otra cosa sino que todo
6
estudiante de filosofía deberá ser ante todo un auto-didacta. Lo que sí puede hacer el
maestro filósofo, en este caso, es llevar a cabo una suerte de “comunicación indirecta” o
“transmisión oblicua” que va a tener como propósito último, no transferir ciertos
contenidos conceptuales, sino, cosa más elemental y originaria todavía, contagiar de
ciertas actitudes al público discente. Se trata de lograr, en fin, que el individuo se
constituya en entidad hablante y no en sujeto-dicho, y es este un camino solitario, en la
que el profesor ejercerá el papel de un guía, al modo de la formación Socrática. Ahí está
la filosofía, lista para despertar un espíritu activo, autónomo, libre y comprometido en
los educandos, y haciendo de la institución educativa un escenario de interrogación, de
problematización, substraída de toda relación de poder que intente cercenarla a ser un
mero contenido a ser reproducido y repetido a-críticamente en el espacio áulico. La
actividad filosófica es principalmente actividad crítica, y es por ello mismo que hasta el
mismo currículum escolar será objeto de sus discursos. Y ello depende, claro está, de
que se ponga en juego la originalidad de cada alumno y de cada profesor como
individualidad única e irrepetible, que en la autenticidad de sus esfuerzos existenciales,
tiene que lograr adquirir con el tiempo el desarrollo de una plenitud moral en el sublime
hábito crítico de la inquietud, la curiosidad, la pasión y el amor por la sabiduría. Aquí
no habrá distinción jerárquica alguna entre maestro y discípulo, pues en lo que a la
postura filosófica refiere, tanto el uno como el otro se volverán contemporáneos en lo
que es la juventud de su espíritu frente a lo otro sublime que siempre escapa de nuestras
manos. El profesor-filósofo, por tanto, no será tanto el mediador de una doctrina, como
sí el transmisor de un modo de vida, el modo de vida filosófico, que hace a la
realización plena de cada singularidad histórica.
“Debemos dejar de considerar como un dato natural la escolarización, primaria,
secundaria y hasta universitaria, debemos readquirir el concepto de filosofía como
asombro, como amor general a la sabiduría, liberándola del chaleco del programa de
la asignatura, volver a preguntar por el valor del conocimiento y sobre los fines
profundos que guían al hombre en general a aprender”. (Obiols, G., Cerletti, A.,
Ranovsky, A.; La enseñanza, el estudio y el aprendizaje filosóficos en los textos de los
filósofos: breve antología y algunas conclusiones; Cap. 3; p. 12).
7
Bibliografía:
-Cerletti, Alejandro; Enseñar filosofía: de la pregunta filosófica a la propuesta
metodológica.
-Obiols, G., Cerletti, A., Ranovsky, A.; La enseñanza, el estudio y el aprendizaje
filosóficos en los textos de los filósofos: breve antología y algunas conclusiones.
-Obiols, G., Cerletti, A.; Modalidades y Contenidos en la enseñanza filosófica.
8