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© 2002 : Fernando Prats

primera edición: febrero de 2002

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de tapa, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea digital,

eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del autor.

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A las voluntades férreas, las convicciones no negociables, y los imaginarios frondosos.

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I n t r o d u c c i ó n.

ENE O es un cd de relatos musicalizados,

por lo tanto, este libro no tiene ninguna otra razón de

ser que brindar la posibilidad a aquellos que así lo deseen

de escuchar los temas leyendo los textos. O también,

de conseguir el cd a partir de la lectura de estas páginas.

De cualquier manera, cd y libro

constituyen una unidad. En cualquier orden,

en cualquier prioridad, bajo cualquier criterio.

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El tiempo no espera. El tiempo no espera. El tiempo nunca muere, porque el círculo no es redondo. Ya lo decía la película. Pero de pronto uno se aleja de las imágenes queridas. Pero de pronto también, los pronósticos se equivocan y ya no hay c o n t r a s e ñ a v á l i d a. * * * * * * * * * * Y de pronto voy aprendiendo el idioma.

Entonces sí se trataba

de una carrera.

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E r a u n a m a ñ a n a

c l a r a. (Escrito junto a Alejo Recalde)

Era una mañana clara, aunque clara sea una definición mediocre que no nos lleve más que a suponer una introducción pobre de lo que es más bien, una cama hecha j i r o n e s bajo la luz matinal del insomnio.

Juan Carlos Pensa, hacedor de tangos mal paridos, de una vida cotidiana, un tanto más cotidiana y chabacana de lo que cualquier hijo de vecino quisiera.

Adoquines, decir tranvía, bar de esquina,

bondi Mercedes Benz, fileteado criollo, ballenita y ojal, rabillo del ojo para las minas, siempre más escotadas en la cabeza que en la vereda. Pensión de Juan de Domingo, torta frita de nuevo. Mate amargo y la vieja en el altillo del pensamiento, alegrando a los ángeles con su sonrisa izquierda, el pañuelo disimulado en la manga derecha de la camisa de papá, que usaba para cocinar.

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Y sí, mi viejo, todos recordamos más o

menos las mismas cosas. Y bueno, un día más, un año más, y todo

que me acerca a las situaciones que nunca he de vivir.

Y si no las he de vivir yo, que en este

preciso instante, como quien arregla el cuerito o se ofrece para cambiar lamparitas, conseguí esta changa… bah..., esta changuita, narrador de historias de ignoto destino ¿Qué podría decir de Juan Carlos? Hoy taxista hipocondríaco por las calles de Balvanera.

Primero fue la picazón en la oreja y esa

irresistible necesidad de cambiar la sintonía cada vez que esto ocurría. Más tarde el edema de glotis sobreseguido de la picazón típica de los perros que, como él, deambulaban en busca de alguna explicación, o al menos de la efímera sensación del pancho de la una, cuando los turcos del barrio amagaban a sacar las primeras bolsas de basura.

¿Qué si la amaba?

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Nunca me gustó ser un aguafiestas. Y si como muestra vale un botón, ¿qué tal este chaleco?

A partir de que la insulsa y bucólica mirada

de Betty, la prima más flaca entre todas las primas flacas de Patricia, se cruzó con la suya, decidió cambiar de pelaje, dejar de ser águila para vestirse de picaflor manso y tranquilo, tan manso y tranquilo como aquellas canciones que entre siesta y siesta alguna vez había escuchado, apoltronado como solía estarlo en el 404 que le alquilaba al patrón, por cincuenta mangos el día.

Lo de la Betty no pudo ser, hoy apenas se

llama Jeremías, inequívoco destino después del pancho de las trece horas, cuando el crío sale del Jardín, y nuestro héroe intenta afanosamente encontrar una plaza en la que no lo haya visto jugar en aquellos encuentros semanales.

Y así discurrían sus días y sus segundos,

como quien no quiere la cosa, como quien no quiere ninguna cosa.

¿Qué si no era feliz? Aquí, perdónenme, debo entrometerme.

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Sí, ya sé que apenas oficio de contador de historias sin finales. Pero, ¿acaso alguno de nosotros puede responder esa pregunta?

La mirada atenta, quizá un poco más

atenta hacia esa máquina de violencia, gusano cíclope, máquina de vapor, férreo conocimiento de la partida de los trenes, como esas cosas que nos hicieron estudiar y que nunca sabremos para qué, cómo, ni cuándo aplicarlas.

En esencia, la impotencia de llamarse Juan Carlos, como su padre, como su abuelo, y ya.

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P o s t a l e x.

Postales repetidas. Cinturones ajustados y un continuum de replays de los goles del Diego, como medicina para anestesiar los efectos colaterales de la que siempre promete ser la crisis más dura que los argentinos hayamos sufrido. Hoy no sólo no podemos confiar en la memoria como único instrumento de acceso al conocimiento sino que el intenso tramado tecnológico que la cultura audiovisual ha ido entretejiendo nos lleva a definir y redefinir constantemente cada una de las nociones, supuestos y saberes que utilizamos, conscientemente o no, en nuestra vida diaria. Nuestra manera de hablar, de escribir, de pensar y hasta de sentir han sufrido cambios notorios -muchas veces radicales- al compás de la música massmediática.

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La exacerbación del consumo vía multiplicación de los productos industriales y utilización de la publicidad comercial de todo tipo, en sí misma no es ni buena ni mala. Atribuirle a estos hechos juicios de valor intrínsecos es una falacia, en el mejor de los casos, un análisis miope.

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Los ojos de ella fueron los culpables.

Los ojos de ella fueron los culpables. Definitivamente. Definitivamente no sé si sus ojos, más bien diría su mirada. Su mirada abrillantada, el trópico inefable de un televisor ajustado al mango. Qué se le va a hacer,

cuando uno viene de looser, toda jeringa drena en balde.

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Quizás sea hora de reconocer mi miopía.

Esa noche, la esquina se veía oscura, un poco más oscura que de costumbre. Hoy no alcanzo a verla.

No alcanzo a verla. No alcanzo a verla. No alcanzo a verla.

No alcanzo a verla.

Quizás sea hora de reconocer la profundidad de mi miopía.

Quizás ya no sea yo cuando me encuentren.

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Cuestión de retórica. En el escenario de las decisiones tardías hace algunos años le decía a mi hermano que intentara imaginarse en cinco años con aquella mujer a su lado y hoy me responde otra persona, que sin embargo se parece y hasta incluso comparte el nombre. En ese tiempo todavía tenía un pequeño pero fervoroso auditorio que aprobaba mis descalabros teóricos. Hoy sólo conservo pesadillas por las noches, añoranza durante los viajes y los escombros de aquella retórica perversa. Ahora, que aunque pretenda no darme cuenta, sé que ya ha pasado la mitad de mi vida, ahora que me informan que se ha extinguido la hora en la que los genios salían a la cancha y que hasta mi tía Alicia confiesa que cuando me miraba jugar pensaba que me iba a llevar el mundo por delante y sin embargo…, ahora que soy conciente que el futuro brillante que todos auguraron era para el de la puerta de al lado, ahora que casi todos

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aquellos con los que he crecido han desaparecido o decidido envejecer para siempre, que los ejemplos se me han muerto delante mío, ahora me doy cuenta de lo mucho que he rifado el tiempo, del sinsentido de mis preocupaciones, de lo volátil de mis alegrías, de lo pueril de mis conductas, de que no se puede hilar siempre tan fino. Sin embargo ya no estoy tan convencido. El bienestar de la salmonella desgasta y pulveriza. Desde hace demasiado tiempo.

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Horas de vigilia. Horas de vigilia. ¿O acaso la necesidad no tiene el sabor de un limón masticado y con gusto a terceros?

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Cuando. (Escrito junto a Alejo Recalde)

Cuando a las tres de la tarde, definitivamente comenzó la lluvia, Pedro envió a los muchachos del rancho a sacar a los caballos. Es que se sobreentendía, que para esas tardes infinitas lo mejor era resguardarse y esperar. Sin embargo, Valeria y su madre creían en el perfume de la tormenta como un bálsamo de la claridad mental, del augurio de la tierra. Algunos leían la borra del café, en cambio ellas, las tortafritas y el perfume de los eucaliptos, el horizonte en fuego y mirá mamá qué lindo el oscrito, como juega en los charcos ocres del camino, casi sendero. Sí, se terminaba noviembre y se acercaba la época del regocijo y el olvido. En San Arnoldo, cada veintiséis de noviembre se festejaba la fiesta del olvido, en honor a aquellos tres muchachos que habían aparecido muertos en la alfombra, en la que había sabido ser, la casa de Doña Alicia.

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-Mucho aceite... se te están quemando las pechugas, dijo Verónica. Y Pedro obedeció pronto. Los chispazos subían hasta la ele que pronunciaban a unos doscientos metros, los únicos dos edificios del pueblo. En eso, y como para sacarle la espada al relámpago audaz, quebró las miradas con un movimiento del brazo de forma que desafió toda ley de inercia y bla bla bla. Lo sacó todo del fuego. Calma. No es que se haya echado a reír, pero tampoco le contó la historia de su infancia. Simplemente y sin más, recordó en forma misantrópica cada frágil resonar del río cordillerano. Hace dos años, éramos más jóvenes, César y Omar, el vino un poco barato, y la sonrisa un poquito más floja. ¿Qué por qué la partida?

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Pedro decía que cada uno de sus éxodos era una segunda muerte, y los muchachos solían reírse. Hasta que finalmente hubo de llegar el día. -Tranquilo César, nada pasa un día Martes.

*** Varios años después, cuando ya vivía en Barcelona hacía rato, me encontré con mi hermana que había hecho escala antes de volverse a sus pagos y la llevé a cenar a Alá Alá, un sucucho paquete que le había robado a Joaquín Sabina, en pleno Barrio Gótico.

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Paresia. Carne al sol. Ladronzuelos de folletín.

Aiserap. Víctimas del decorado.

Ai see rap. Pareesiaap.

Pareesia.

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Face off. Sin embargo no eran más que una parábola donde las sombras persistían a pesar de la luz. Sin embargo, estaban. Con tanto interrogante, con tanta oreja hambrienta, con tantas partidas y regresos, con tanto aluvión de locura sensitiva. Los dos apretados e ignorantes, seguían compartiendo el destierro, la esperanza. Después de todo, en la inmensidad de los por qué, se habían instalado definitivamente, braceando a ciegas, extrañando seguramente, desatinados. Sigilosos para tender nuevos puentes. Instalados frente a tajantes visiones allí donde no había una realidad mejor. Nuestras vidas aún, estando allí, tan cerca, participaban del más ancho misterio, de un secreto irreductible. De los hondos enigmas que ninguno se atrevía a mencionar siquiera. De la

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pátina pringosa del aceite, los latigazos del lenguaje. Aún casi todo estaba allí para saldar viejas deudas, viejos trozos de historia. La vida obligaba. Había un coraje desafiante para creer en otras oportunidades. Y el alma que dolía tanto. Que quería esperanzarse y se esperanzaba. Pero con mucha más frecuencia se acurrucaba, alondra desguarnecida en el cuenco de los desconsuelos fundamentales. Los desgarramientos eran idénticos, las circunstancias semejantes. La viudez de los nombres, de los pequeños juegos, de los olores incorporados a la existencia desde el primer aliento, desde el primer vagido, abrían una profunda zona interior de delicada, de pudorosa nostalgia. Y esos seres tan atravesados de misterio, de destino y desatino, de venas y de sellos, de la

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ancha hora en que las chozas nos vuelven príncipes y los castillos imaginados, pordioseros. Mientras, la vida andaba, clandestina.

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Después de todo. Después de todo...

que tengo yo que agradecerle a ese orgullo idiota que incurre en verdades donde no hay verdades.

Ese que muestra su costado más oscuro y peligroso cuando habla de seguridad económica o cuando pretende que le agradezcan el abandono de una carpa que comenzaba a erguirse para desbaratar las angustias de las cuevas.

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A una oreja. Los golpes me sacudieron la nostalgia eficazmente. Ahí nomás imaginé mil posibles argumentos, pero al margen de éstos, objetivamente había alguien dentro de la Iglesia que golpeaba y aparentemente no podía salir. Fuí hasta el portón, apoyé a una oreja y se abrió de repente. Un señor me confió en voz casi inaudible: -¿Sabe lo que pienso de todo ésto, m’jito? ¿Me escucha? Esto apesta más que la basura. Porque la basura es algo muerto que inunda nuestras fosas nasales y lo consume todo, derrumba los aromas y los resabios del buen gusto hasta vaciarlos de contenido. Pero los basurales por lo menos, ocupan siempre los mismos lugares en la ciudad. Todo el mundo lo sabe. Acá no.

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Los gatos corrían alrededor del púlpito más de prisa que sus dueños. Escapaban como sólo lo sabe hacer aquel que se ha enfrentado con el Horror alguna vez. No respondían a ningún líder, pero se dirigían rápidamente hacia algún lugar donde caer extenuados, y descansar. También había perros. Como en todos lados, siempre existen dos bandos. -Pero no me tome en serio. No es para tanto. Siempre hay grises que a uno lo ayudan. Además, una vez leí que... Yo hacía esfuerzos por concentrarme y escuchar lo que aquel señor me confesaba, pero las palabras eran una música lejana que mis oídos rechazaban. Ella me observaba desde la esquina y supongo que adivinaba que algo raro se tejía en esa tela que encarnaban los deseos. Yo no.

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Es nuestro deseo.

(voz uno + voz dos + voz tres + voz cuatro + voz cinco.)

¿Para qué queremos tanta información si no sabemos qué hacer con ella? Hay quienes afirman que el vehículo de nuestros días es el sillón. Desde ahí, apoltronados, miramos el mundo y nos enteramos los nombres de los ganadores y de los que no. Es nuestra idea conformarnos en grupo, Quizás, después de todo, no sea una metáfora tan mala. entregar la sangre de nuestras individualidades y sueños, desafiar los decorados de una cultura que huele a pescado viejo, ubicando nuestro pulso en el sentir / pensar / decir / hacer / tocar lo que se nos canta soberanamente las pelotas.

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Qué mejor, para dar cuenta del inmenso grado de inmovilidad y no-participación, del temor a la oscuridad y a cualquier tipo de compromiso, del alto grado de individualismo cosechado “naturalmente” como consecuencia de siglos y épocas, sociedades y gobiernos, paradigmas y cruzadas por la moral y las buenas costumbres, en que nos encontramos. Transformar las potencialidades en acontecimientos. En un terreno sin cercos donde no tengan demasiada importancia los rótulos ni las clasificaciones, típicos, tan típicos de los modelos de escuelita. Claro que ya hace mucho que sabemos que no existe nada gratis. El precio es simple... trabajar ocho ó diez horas en un pequeño lugar, ir a casa, mirar TV, ir a la cama y al otro día, la misma rutina. No es fácil, aunque nadie haya dicho que lo fuera. Lo desconocido hoy es para otro mundo y no todos pueden ser astronautas. Así es. Dudamos de las mentiras y hasta del desconcierto. Sin más solidaridad, criterio o

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compromiso, con la censura liberada de cualquier otra libertad distinta a la nuestra ... y la libertad, más que nunca, es la libertad de empresa. Ya no soportamos tanto, no nos seducen las mismas cosas, nos cuesta más divertirnos sin caer en los recuerdos. Deseamos encarar un territorio cultural propio. No para transformar algún aspecto en particular de la expresión “artística” sino más bien para hacer de nuestras vidas un juego de constante riesgo, donde se pueda trabajar, donde podamos trabajar al interior de cualquiera de estas expresiones. Hoy no podemos confiar sólo en la memoria, cuando, sumidos como estamos en un tramado de dimensiones que probablemente nunca terminemos de conocer, la explosión informativa termina por marearnos sin mucho esfuerzo. Nos guste o no nos guste, el tiempo pasa. Quizás es por ésto que creemos que el futuro no llegó, ni hace rato ni hace siglos. Que no existen caminos o destinos trazados por alguna mano mágica o divina, sino que “se hace camino al

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andar”. Y que... si ser tipos normales implica ser personas sumisas, preferimos seguir siendo inadaptados siempre. Y los signos no cambian pero son descifrados según nuevos códigos. Imaginemos por un instante nuestra vida sin los adelantos (hasta en el léxico se manifiesta la hegemonía de los resabios de un modo de vivir de acuerdo a la razón y los camuflados principios del Iluminismo) que el Progreso nos ha legado. El tiempo falta, pero se fabrica. El tiempo sacude y curte los lomos. El tiempo asusta. La tristeza es un estado mental; el abandono, una elección fácil; la soledad, una pose para los incautos. De la música, la literatura, el teatro, el cine, el video, la danza, la fotografía, el diseño, etcétera etcétera y mezclarlas a piaccere, en un ir y venir por los bordes, en pulseadas donde se privilegian los misterios a la sobreexposición, y la irreverencia a los guardianes de lo correcto. Que el Progreso nos ha legado: no más familias reunidas; sin radio; sin televisión; sin Internet ni

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pc´s ni Mac; sin Cine; sin cuadros; sin libros; sin videojuegos; sin teléfono; sin diarios; sin revistas; sin comida rápida; sin shoppings; sin autos, aviones ni trenes. Sabemos que la falta de talento se suple con trabajo; la genialidad no. Pero...

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De alguna manera.

De alguna manera la insensatez tendría que continuar hasta

el final. Ya ves,

que algunas cosas no cambian

y nada se modifica sólo.

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Lo que viene.

Hay otra prisa. Un apuro de persiana baja. El día después tuvimos otro andar, otra mirada. De batir sartenes, de lágrima fileteada y rendija sin espumadera. De puteada sin represa. De que quizás sea el día. De que a lo mejor, algo comienza. Piedras en la calle Piedras... y en todas las otras.

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En los días de Alicia.

Un relato comenzado en días lejanos, cuando resplandecían los soles del verano, y una simple canción nos marcaba el ritmo con qué remábamos. Se lo dije en voz alta y clara. Y fuí y se lo grité en el oído. Y cuando me encontré con la puerta cerrada tiré y empujé y sacudí y protesté… Pero de nada sirve que volvamos a ayer, porque entonces yo era una persona diferente. No quiero que sigas apareciendo y desapareciendo tan súbitamente –dijo. ¡ Si hasta me das vértigo ! Y esa vez desapareció muy lentamente, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que se mantuvo ahí durante un tiempo después que todo lo demás.

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Ha llegado el momento –dijo la morsa- de hablar de muchas cosas raras: de zapatos, de barcos y de lacre, de coles y de cucharas, y de por qué el mar es turbulento, y de si los cerdos tienen alas. Le pareció que veía un albatros revoloteando en torno de la lámpara. -Mejor que te vayas a casa –se dijo- que las noches están muy húmedas. Se desvanecen los ecos y los recuerdos mueren: las heladas de otoño asesinaron a julio. Todavía, como un fantasma, me obsesiona Alicia moviéndose bajo cielos que jamás han visto ojos vivientes. Y sacó toda clase de cosas… y todas empezaban con “L”… la luna, lagartijas, laberintos y lucideces.

Brillaba el sol sobre el mar, con toda fuerza brillaba se esforzaba por lograr

que las olas relucieran… Cosa rara porque era,

justamente medianoche.

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Y sus ojos encontraron inmediatamente los de una gran oruga azul, que sentada en lo alto con los brazos cruzados, fumaba tranquilamente. Se miraron en silencio. -Misterio, y también aprendimos a arrastrar las palabras, a e s t i r a r las piernas y a desmayarnos en espiral –dijo la oruga y empezó otra vez a fumar. Vería mucho mejor el jardín si pudiera llegar a lo alto de esa colina. ¡Cómo querría plegarme como un telescopio! (Palméalo en la cabeza y verás qué contento se pondrá. Un poco de ternura y atarle ricitos de papel en el pelo funciona con él de maravilla…) En primavera, cuando los bosques reverdezcan, intentaré explicarte mi intención, quizás en los largos días de invierno consigas entender esta canción. Pero... a ella que se había acostumbrado tanto a esperar y que no sucediera nada, sólo alguna cosa

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insólita… le parecía muy aburrido y estúpido que la vida siguiera como siempre.

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Surcos. Es la huella que incandece.

Mediodía de segunda cama rota.

Nos miramos y nos vemos.

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Coalición. Llevo energía y un lactal verde. Harina pasada de tanto esperar. Voy a la fiesta de la disciplina negra.

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En llagas y de frente. Pileta tapada. Un tipo obcecado toma mate. Una mina señorita se da vuelta y duerme. Llanto por sonrisa. Cambio llanto por sonrisa. Los gritos del club de al lado, la lejana música que martilla pareceres. Es temprano y el televisor de la señora nos devuelve, nos entrega el sinfín de especulaciones mañaneras.

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Saqueos. Otra vez la desesperación. Otra vez nos convertimos todos en zorros. Y no hay cumpleaños feliz para nadie. Para ninguno. Sirenas. Yuta encaramada. Apretamos la bolsa y corremo´. Tenemos miedo. Estamos tristes, estamos contentos. Trenes vacíos, negocios cerrados.

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Desvío, piedrazos sin destino. Los huevos rotos. La paciencia agujereada. Un tatuaje indeleble.

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Ficha técnica del cd:

Grabado, mezclado y masterizado digital en Estudios Zen

durante diciembre de 2001 y enero de 2002.

Prats: todos los instrumentos excepto: Ruso Keillis: pianos involuntarios en Postalex, En

llagas y de frente y Saqueos. Gabriel Desiderio: teclados varios en Lo que viene.

Josengo Froján: bajo reverse en Face off.

Producido, arreglado, compuesto y ejecutado por Prats.

74321-46005-19

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Agradecimientos:

Alejo Recalde Josengo Froján Gabriel D'Iorio Hernán Dardes Chino Rivera

Goyum Ruso Keilis

Gabriel Desiderio Carlitos Andrés Díaz Christian Antonelli

Marta Alvarez

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índice

Introducción. 11 01. El tiempo no espera. 13 02. Era una mañana clara. 15 03. Postalex. 19 04. Los ojos de ella fueron los culpables. 21 05. Quizás sea hora de reconocer mi miopía. 23 06. Cuestión de retórica. 25 07. Horas de vigilia. 27 08. Cuando. 29 09. Paresia. 33 10. Face off. 35 11. Después de todo. 39 12. A una oreja. 41 13. Es nuestro deseo. 43 14. De alguna manera. 49 15. Lo que viene. 51 16. En los días de Alicia. 53 17. Surcos. 57 18. Coalición. 59 19. En llagas y de frente. 61 20. Saqueos. 63 Ficha técnica del cd. 65 Agradecimientos. 67 Contactos. 70

# Era una mañana clara y Cuando, fueron escritos junto a Alejo Recalde.

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