en defensa del centro

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EN DEFENSA DEL CENTRO Aquello de que los extremos políticos se juntan parece tener mucho de verdad cuando uno descubre sus denominadores comunes. Pienso, por ejemplo, en la primacía de los modelos acabados sobre la realidad más prosaica, o en la facilidad para establecer dialécticas amigo- enemigo. Otro eje que los une es su desprecio por aquellos que orbitan en la medianía. El centro, aseguran, es el hogar sin compromiso, la panacea de la comodidad. Juzgan, así, que la falta de pureza ideológica, la ausencia de fe en las consignas, es un defecto propio de quien no quiere buscarse problemas. A primera vista parece ser cierto. El votante peruano, a fuerza de coches bomba y años de latifundio, está curado de extremismos, y de hecho, de cualquier tipo de compromiso político. De ahí que lo que prime sea una suerte de alpinchismo ideológico, donde el nihilismo, la ausencia de ciudadanía y el “roba, pero hace obra” marcan el camino. Que Alan o Keiko, por ejemplo, se digan de centro es sobre todo retórica básica. En último término, sus intereses no responden a un compromiso ideológico férreo; estos (sus intereses) tienden más bien a lo personal: Silenciar una investigación, indultar a un pariente. Para quienes han llegado al centro por descarte, luego de haber bordeado los horizontes del purismo, sin embargo, el centro trae más problemas que comodidad. Ser de izquierda, o de derechas, te da cierto espíritu de cuerpo, cierta confianza en que algunos, muchos o pocos, te cuidan la espalda. El centro, a diferencia, por más que parezca el refugio del hombre común, es más etiqueta que contenido: Uno puede tener más o menos claro qué piensa el izquierdista o derechista peruano promedio; pero si uno se interroga sobre la sustancia, el cuerpo de lo que define a la persona de centro, hay pocas luces. El examen, en este sentido, se vuelve metodológicamente imposible. Demasiado particular, demasiado abigarrado. En el centro comprometido (llamémosle así a quienes permanecen allí porque lo consideran el mejor lugar para ejercer el raciocinio sin ataduras) prima la duda sobre la respuesta, la realidad sobre el modelo, el argumento sobre la consigna. Entonces te vuelves el blanco de ambos frentes. Si hablas de libertades económicas, probablemente se te endilgue el mote de neoliberal; si te sumas a las demandas progresistas (ejemplo: unión civil), de inmediato tendrás a alguien gritándote “socialconfuso”. Dibujar el espectro político peruano implica un esfuerzo taxonómico que desborda por completo los límites de una columna, de ahí que a quienes podríamos considerar “izquierda moderna” o “derecha liberal” los considero, también, en cierta forma parte del centro (extendiendo el término peligrosamente, lo sé). Después de todo, el adjetivo “moderno” o “liberal” ya delata una intención diferenciadora. O unificadora, si se lo mira desde otro punto de vista. ¿Acaso no nos hemos dado cuenta que entre el socialdemócrata y el liberal hay más puntos comunes que diferencias? No es un invento mío, ya Levitsky viene diciendo lo mismo desde el 2013, aunque, a falta de un año para las elecciones, nadie parece haberle hecho caso. A última hora cada uno buscará dónde apoyarse, y pocos, con Alan y Keiko en segunda vuelta, se preocuparán por la dirección.

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O por qué el centro no es una mala idea

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Page 1: En Defensa Del Centro

EN DEFENSA DEL CENTRO

Aquello de que los extremos políticos se juntan parece tener mucho de verdad cuando uno descubre sus denominadores comunes. Pienso, por ejemplo, en la primacía de los modelos acabados sobre la realidad más prosaica, o en la facilidad para establecer dialécticas amigo-enemigo. Otro eje que los une es su desprecio por aquellos que orbitan en la medianía. El centro, aseguran, es el hogar sin compromiso, la panacea de la comodidad. Juzgan, así, que la falta de pureza ideológica, la ausencia de fe en las consignas, es un defecto propio de quien no quiere buscarse problemas.

A primera vista parece ser cierto. El votante peruano, a fuerza de coches bomba y años de latifundio, está curado de extremismos, y de hecho, de cualquier tipo de compromiso político. De ahí que lo que prime sea una suerte de alpinchismo ideológico, donde el nihilismo, la ausencia de ciudadanía y el “roba, pero hace obra” marcan el camino. Que Alan o Keiko, por ejemplo, se digan de centro es sobre todo retórica básica. En último término, sus intereses no responden a un compromiso ideológico férreo; estos (sus intereses) tienden más bien a lo personal: Silenciar una investigación, indultar a un pariente.

Para quienes han llegado al centro por descarte, luego de haber bordeado los horizontes del purismo, sin embargo, el centro trae más problemas que comodidad. Ser de izquierda, o de derechas, te da cierto espíritu de cuerpo, cierta confianza en que algunos, muchos o pocos, te cuidan la espalda. El centro, a diferencia, por más que parezca el refugio del hombre común, es más etiqueta que contenido: Uno puede tener más o menos claro qué piensa el izquierdista o derechista peruano promedio; pero si uno se interroga sobre la sustancia, el cuerpo de lo que define a la persona de centro, hay pocas luces. El examen, en este sentido, se vuelve metodológicamente imposible. Demasiado particular, demasiado abigarrado. En el centro comprometido (llamémosle así a quienes permanecen allí porque lo consideran el mejor lugar para ejercer el raciocinio sin ataduras) prima la duda sobre la respuesta, la realidad sobre el modelo, el argumento sobre la consigna. Entonces te vuelves el blanco de ambos frentes. Si hablas de libertades económicas, probablemente se te endilgue el mote de neoliberal; si te sumas a las demandas progresistas (ejemplo: unión civil), de inmediato tendrás a alguien gritándote “socialconfuso”.

Dibujar el espectro político peruano implica un esfuerzo taxonómico que desborda por completo los límites de una columna, de ahí que a quienes podríamos considerar “izquierda moderna” o “derecha liberal” los considero, también, en cierta forma parte del centro (extendiendo el término peligrosamente, lo sé). Después de todo, el adjetivo “moderno” o “liberal” ya delata una intención diferenciadora. O unificadora, si se lo mira desde otro punto de vista. ¿Acaso no nos hemos dado cuenta que entre el socialdemócrata y el liberal hay más puntos comunes que diferencias? No es un invento mío, ya Levitsky viene diciendo lo mismo desde el 2013, aunque, a falta de un año para las elecciones, nadie parece haberle hecho caso. A última hora cada uno buscará dónde apoyarse, y pocos, con Alan y Keiko en segunda vuelta, se preocuparán por la dirección.

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