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CR ´ ITICA, Revista Hispanoamericana de Filosof´ ıa Vol. XXV, No. 74 (agosto 1993): 65-104 IDEALISMO TRASCENDENTAL Y REALISMO EMPÍRICO MANUEL GARCÍA SERRANO I En una conocida carta a Herz, sugería Kant que el proble- ma de saber “en qué fundamento se apoya la relación con el objeto de lo que se llama representación dentro de nos- otros” constituye “la clave de todo el misterio de la hasta ahora enfoscada metafísica”. 1 En la obra kantiana capital este enigma se enlaza paradigmáticamente con las emba- razosas cuestiones epistemológicas envueltas en la relación entre el “mundo sensible”, concebido como un receptivo producto causal, en nuestra conciencia, de los objetos ex- teriores y de los avatares de nuestro propio cuerpo, y el “mundo inteligible”, concebido como un producto concep- tual espontáneo o abductivo. Tradicionalmente, la dispari- dad entre uno y otro mundos ha recibido distintos acentos. En cierto modo, por ejemplo, se diría que en el primero de los mundos en cuestión hemos de considerar a cada sujeto, y a nosotros mismos, como un objeto más en el Universo, mientras que en el segundo de esos mundos cada sujeto, según la metáfora pascaliana, absorbe al Universo entero en su pensamiento. 2 1 Akademie X, carta no. 67, p. 130. 2 Blaise Pascal, Pensées, en Œuvres Complètes, Gallimard, 1954, p. 1157. 65

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CRITICA, Revista Hispanoamericana de Filosofıa

Vol. XXV, No. 74 (agosto 1993): 65-104

IDEALISMO TRASCENDENTAL Y REALISMOEMPÍRICO

MANUEL GARCÍA SERRANO

I

En una conocida carta a Herz, sugería Kant que el proble-ma de saber “en qué fundamento se apoya la relación conel objeto de lo que se llama representación dentro de nos-otros” constituye “la clave de todo el misterio de la hastaahora enfoscada metafísica”.1 En la obra kantiana capitaleste enigma se enlaza paradigmáticamente con las emba-razosas cuestiones epistemológicas envueltas en la relaciónentre el “mundo sensible”, concebido como un receptivoproducto causal, en nuestra conciencia, de los objetos ex-teriores y de los avatares de nuestro propio cuerpo, y el“mundo inteligible”, concebido como un producto concep-tual espontáneo o abductivo. Tradicionalmente, la dispari-dad entre uno y otro mundos ha recibido distintos acentos.En cierto modo, por ejemplo, se diría que en el primero delos mundos en cuestión hemos de considerar a cada sujeto,y a nosotros mismos, como un objeto más en el Universo,mientras que en el segundo de esos mundos cada sujeto,según la metáfora pascaliana, absorbe al Universo enteroen su pensamiento.2

1 Akademie X, carta no. 67, p. 130.2 Blaise Pascal, Pensées, en Œuvres Complètes, Gallimard, 1954,

p. 1157.

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Si damos en acentuar ahí un sentido de parcialidad indi-vidual, nos la veremos enseguida con una tercera dicotomía:la de subjetividad/objetividad, y la confrontación primariaentre esquemas conceptuales y objetos pasará entonces aasumir un papel secundario, toda vez que los esquemasconceptuales, en tanto esquemas de un sujeto, podrán sersometidos a sucesivas consideraciones “objetivas”. Así ocu-rrirá siempre que avancemos un paso más allá del nivel enque se sitúe nuestro conceptualizado punto de vista mo-mentáneo acerca de cierto aspecto del mundo y contem-plemos ese punto de vista temporal, y su correspondienteparcela mundana, como objetos ambos que abarcamos enuna nueva cosmovisión.3 Cuanto más nos desprendamos,a través de pasos abarcadores sucesivos de esta índole, derasgos personales prendidos en nuestras estratificables vi-siones del mundo, tanto más objetiva será la visión a la quearribemos. De esta guisa, por ejemplo, advertimos primeroun desengaño del corazón; luego paramos mientes tal vezen el peculiar tenor del afecto amoroso, o en los criteriosque han guiado nuestra apreciación de lo que en tal casohace desengañadoras a unas circunstancias; después quizápercibimos que el rudimento de teoría del amor en quehemos recalado es afín —o precisamente no lo es— al mo-delo de cierta educación sentimental, amigo, o enemigo, deuna tradición. . . Sobra decir que en este proceso la singu-laridad subjetiva de cada uno de nosotros, seres limitadosy finitos, no será nunca rebasada por completo, toda vezque en cada etapa del proceso hay al menos un estado delsujeto pensante que no es objetivado.

Mas, en cualquier caso, cuando Kant habla de las condi-ciones subjetivas del conocimiento no tiene a la vista esta

3 Este curso de la dualidad subjetividad/objetividad es el que, porejemplo, encontramos en la obra de Thomas Nagel, The View fromNowhere, Oxford University Press, Nueva York, 1986.

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acepción de la noción de subjetividad. Lo subjetivo no espara él sinónimo de parcial, peculiar o personal, sino quepretende designar un ámbito regulado de la capacidad cog-noscitiva de la especie humana en el que se hallarían sedi-mentadas condiciones de toda experiencia posible.4 Siendoel reconocimiento de algo como algo una función que de-pende tanto del objeto conocido cuanto de estas condicio-nes preempíricas, el uso predominante de las nociones deconocimiento real o de verdad, y su contraposición a la fan-tasía o al error, se ve forzado a presuponer no sólo que lossujetos cognoscitivos comparten un mundo común, que sepretende conocer, sino que comparten también estructurascognoscitivas que condicionan análogamente sus experien-cias. En otro caso, sus ocasionales imputaciones mutuas defalsedad o desatino, así como sus respectivas conformida-des, tendrían un sentido más que dudoso, porque no dis-pondrían de una posible medida común. Kant, como buenilustrado, identificó esas estructuras cognoscitivas con laidea de Razón y, para no obturar el cauce de la innegableperseverancia del error, atribuyó a la Razón misma ciertasinevitables tendencias especulativas desbaratadas. Con ello,la Razón sería la fuente, por ejemplo, de las ensoñacionesde la metafísica dogmática, al tiempo que nos otorgaríarecursos que son imprescindibles para, conjuntamente, de-tectar sus propias predisposiciones achacosas y sus enredosy para alcanzar una visión concertada de la realidad de las

4 En la obra de Kant, el carácter no objetual del sujeto adquiereasí un sello singular. La disparidad entre el yo que es percibido opensado como objeto individual entre otros objetos individuales y elyo pensante, que abarca el conjunto de esos objetos y sus actividades,es el tema de los Paralogismos en la primera Crítica (KrV A342–405,B400–432), donde la función básica del yo pensante —conectada estre-chamente con la justificación del denominado idealismo trascendental,como enseguida habremos de ver— no es al cabo susceptible de unaobjetivación estricta, en cuanto que habría de ser un fundamento noclausurable de toda cosmovisión.

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cosas. En esta representación general está contenida, a suvez, la clave de la característica intelección kantiana acercade la conexión entre el mundo receptivo de los sentidosy el peculiar mundo de los conceptos. La Razón propor-ciona un armazón intelectual intersubjetivo de categoríasbásicas, no libre de defectos, al que se habría de acomodartoda experiencia sensible de las cosas. Ese armazón sería labase común para todas las sucesivas construcciones teóri-cas. Pero serían precisamente los tozudos estados de cosasreales los que nos proveerían de las experiencias que esasteorías ordenan. La Razón articula nuestras experiencias,pero no las crea. Con el fin de hacer justicia a los dospolos de esta sencilla intelección, Kant se declaró a la vezidealista trascendental y realista empírico. Dedicaremoslas siguientes páginas a examinar estas nociones.

II

Realismo e idealismo son doctrinas ontológicas que pue-den adoptar distintas formas. En lo que atañe al realismoempírico, Leslie Stevenson ha propuesto un interesante cri-terio de definición demarcativa con el recurso de la nociónauxiliar de “proposición independiente”.5 Una proposiciónp es independiente del juicio de un sujeto dado a si, ysólo si, p ni es incorregible, ni es autoevidente para a. Sidel juicio de buena fe de a de que p se sigue que p esverdad, p será incorregible para a. Cuando a su vez, siendop una proposición verdadera, de la sola consideración desi p por parte de a se siga que a juzgará que p, p seráautoevidente para a. Proposiciones característicamente noindependientes son las invocadas por Descartes como segu-ras evidencias primarias del yo pensante; que en este preci-so momento tengo dolor de cabeza, me siento angustiado,

5 Cfr. L. Stevenson, The Metaphysics of Experience, ClarendonPress, Oxford, 1982.

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percibo algo, estoy meditando un problema o imaginandoque soy rico, son todas ellas, una vez provistas de índicestemporales y personales, proposiciones no independientes:ocasionalmente son autoevidentes e incorregibles. Dada lapeculiaridad de estas proposiciones, su emisión en primerapersona difícilmente puede ser computada como un nor-mal acto de habla asertivo, si asociamos a éste, como deordinario se hace, una pretensión de verdad. En la emisiónde proposiciones que no son independientes esa preten-sión resulta difuminada, por cuanto la verdad se cumplecon la sola satisfacción de una condición comunicativa desinceridad y, tras la realización no defectiva del acto dehabla, no se requieren justificaciones veritativas adiciona-les. Si el emisor no miente, la proposición corresponderáal estado de las cosas. La sola justificación que el emisorpuede ofrecer a un interlocutor incrédulo es alguna pruebapráctica de su propia veracidad. Si es cierto que él es veraz,lo que dice también será cierto. Esto no es en cambio loque ocurre con las aseveraciones usuales: en tales casos lasinceridad de una creencia no garantiza su buen tino y, alcontrario, queriendo mentir, alguien puede decir algo quees verdad. De ahí que en tal contexto las justificacionesveritativas tomen otro cariz y que al acto de habla aser-tivo lo secunde peculiarmente una pretensión de verdad.Si no cabe asentir racionalmente a dicha pretensión, el ac-to de habla asertivo no tendrá con todo ninguna máculailocucionaria. Mas si en la emisión de una proposición noindependiente los hechos no se corresponden con la propo-sición, ciertas condiciones que son base de la comunicaciónse habrán contravenido.

Estas observaciones parecen confirmar, entonces, que to-do acto asertivo genuino —frente a los actos de habla quebien está llamar expresivos— está relacionado con propo-siciones independientes y que, en virtud precisamente delcarácter siempre problemático o falibilista de las enuncia-

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ciones de éstas, el hablante no puede arrogarse al respec-to más que una pretensión de verdad, intersubjetivamentedisputable, mas no una absoluta certeza. En el catálogode doctrinas ontológicas hay lugar, sin embargo, para otrasconcepciones multicolores que omiten la distinción que aca-bamos de formular, o no le dan valor. Siguiendo el criteriode Stevenson, como solipsista cabe definir a aquel imagina-ble filósofo que afirme que hay al menos una persona parala que ninguna proposición es independiente de su juicio.Idealista subjetivo es aquel otro que sostiene que para todosujeto hay alguna proposición que es independiente de sujuicio, pero no del juicio de todos los demás. Como realis-ta empírico designaremos, por último, a todo el que creaque existe alguna proposición independiente del juicio detodo el mundo. Según el solipsista, hay alguien que nuncapuede estar en el error. Según el idealista subjetivo, cadauno puede estar en el error en algo, pero no todo el mundopuede estar simultáneamente en el error acerca de la mismacosa. En cambio, según el realista empírico, puede haberalgo en lo que todo el mundo que lo somete actualmente asu consideración y juicio se equivoca a la vez.6

Los estados internos de conciencia que forman el con-tenido de las proposiciones no independientes prototípi-cas arriba mencionadas son estados actuales; ni futuros, nipasados. Que ayer tuve momentos de entusiasmo, o quelos tendré mañana no parecen proposiciones incorregiblesy autoevidentes. La cuantificación de la variable tiempo,empero, abre espacio en principio a dos versiones extrema-das de idealismo subjetivo y de solipsismo.7 Esas versio-nes niegan, en oposición a sus imaginables contraversionesmoderadas o laxas, que en todo momento exista algunaproposición independiente del juicio de cada uno. Para el

6 Cfr. L. Stevenson, op. cit., pp. 35–36.7 Id., pp. 36–38.

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solipsista e idealista subjetivo moderados, en cambio, todaaquella proposición que se refiera a un tiempo distinto almomento temporal de su enunciación sería una proposiciónindependiente. Entre tales proposiciones habría que contar,entonces, también a las que informan de los propios esta-dos de conciencia no actuales. Las versiones moderadas deidealismo subjetivo y de solipsismo afirman su orientaciónantirrealista, por lo tanto, sólo con respecto a proposicio-nes en tiempo presente (o más exactamente: con respecto aproposiciones con el mismo índice temporal que su enun-ciación). En una significada sub-versión de esta versión deidealismo subjetivo, las proposiciones no independientesmás relevantes serían proposiciones observacionales de pri-mera persona en presente; el resto del lenguaje no obser-vacional de cada sujeto, así como sus creencias asociadas,habría de ser reconstruido a partir de esta base. Todo sujetopodría, individualmente, formarse falsas creencias ligadasa proposiciones referidas a las observaciones de otros y asus propias observaciones pasadas, pero las creencias li-gadas a sus propias observaciones actuales nunca seríanfalsas.8 Complementariamente, el básico núcleo idealistade esta concepción descartaría la posibilidad de que ha-ya proposiciones en tiempo presente que no sean conte-nido posible —o también de él derivado o inducido, o aél reducible— de un enunciado observacional actual de al-guien: una tal proposición, terminantemente independientedel juicio de todo el mundo a la vez, habría de ser un sin-sentido.

Las versiones radicales de idealismo subjetivo y de so-lipsismo, por su parte, desestiman una consideración sus-tancial del pasado, porque no distinguen lógicamente connitidez la proposición que informa hoy del propio dolor de

8 Cada certeza sería entonces fugaz, pero estaríamos siempre enalguna certeza, y muchas viejas certezas serían revivibles.

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muelas de hoy de la que lo hace, respecto al mismo suceso,mañana. Incluso a filósofos profesionales han de resultar-les estas últimas ontologías radicalizadas demasiado excén-tricas. Quien las profese no podrá hacer comprensible lafamiliar tarea de corrección de nuestras sucesivas creenciaspropias. ¿Qué razón de ser habría para admitir una dife-rencia entre la corrección consciente de una opinión propiacualquiera —que tiene necesariamente un índice temporalanterior al índice de la corrección— y la creencia actualdesatenta, o pseudocreencia, en dos proposiciones incom-patibles? Sin una consideración más distintiva del pasado esdifícil imaginarse, igualmente, que se pueda rendir cuentade nuestra experiencia de unidad de conciencia, que parecebasada, justamente, en el reconocimiento de que represen-taciones distanciadas en el tiempo se asocian a un mismoyo.9 ¿Cómo llegaríamos a conformar una autoconciencia siestuviera excluida la posibilidad de realizar juicios peculiar-mente diferenciados sobre los propios estados de concienciapretéritos?10 Lo que tiene monta es que éstas no son so-lamente alegaciones contra esas extravagantes versiones desolipsismo e idealismo, sino decisivas alegaciones generalesa favor de una posición realista.

No es tampoco probable que encontremos en nuestrapostwittgensteiniana era filosófica muchos solipsistas mo-derados, pero sí, en cambio, respetados idealistas subjeti-vos moderados. Adviértase, en todo caso, que un realista

9 Peter Strawson resume el alcance de esta experiencia en los si-guientes términos: “la historia de un hombre es —entre otras muchascosas— el hacerse cuerpo de un punto de vista extendido temporal-mente en el mundo” (Los límites del sentido, Madrid, 1975, p. 93).Lo peculiar de esta experiencia es que está enhebrada en cada otraexperiencia.

10 Cfr. las consideraciones al respecto de Jonathan Bennett en La“Crítica de la razón pura” de Kant. La Analítica, Madrid, 1979,pp. 143–144, 246 ss.

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empírico tolerante puede aceptar de buen grado una for-mulación más atenuada de la intuición central de la afa-mada sub-versión idealista a la que antes aludimos: es fácilimaginar proposiciones observacionales de tiempo presenteindependientes del juicio actual de todo sujeto, pero tal vezla figuración de proposiciones tales independientes del jui-cio posible de todo sujeto sea, en efecto, un despropósito.Me aventuro a afirmar que la proposición “sobre la camade Serrano yace una serpiente” es independiente del juicioactual de todo sujeto, toda vez que nadie está ahora en midormitorio. Sin duda hay algún sujeto —por ejemplo, unciego o todo aquél que no sepa nada de serpientes— parael que esa proposición sería independiente aun cuando seencontrase en mi dormitorio. Pero encuentro contraintui-tivo atribuir independencia a esa proposición con respectoal juicio de todo sujeto que, contrafácticamente, se encon-trara en mi dormitorio en este momento. Ahora bien, enprimer lugar nuestro buen realista no se sentirá inclinadoa pensar que las proposiciones observacionales sean basesólida suficiente para reducir el resto de las proposicionesde un lenguaje. En relación con estas proposiciones no ob-servacionales, especialmente equipadas de carga teórica, elrealista empírico seguirá siendo un ortodoxo realista; y, porende, también lo seguirá siendo respecto a las proposicio-nes del lenguaje en su conjunto. En segundo lugar, el puntoclave de la posición realista atañe hasta aquí solamente ala independencia de los estados de cosas respecto al jui-cio de cada sujeto en sus circunstancias actuales, mas norespecto al juicio posible de cada sujeto en circunstanciascontrafácticas óptimas.

III

Si hay proposiciones independientes, ha de haber un mun-do independiente. Esto es, si hay proposiciones que no

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son verdaderas sólo porque un sujeto, o una completa co-munidad de sujetos, asienta a ellas, o asentiría a ellas silas sometiera a su consideración, entonces la verdad deesas proposiciones depende de algo más que las pertinen-tes creencias de esos sujetos. En lo que atañe al valor deverdad de esas proposiciones, todos los sujetos pueden te-ner representaciones falsas. Pero para que esta idea mismade representación falsa tenga fundamento, el realismo em-pírico requiere una clara dicotomía entre las experienciasde objetos y los objetos de esas experiencias. El realismokantiano se halla precisamente en conexión con la distin-ción entre, por una parte, las relaciones temporales de lasdiferentes experiencias de un sujeto y, por otra, las rela-ciones temporales —basadas en la duradera unidad de laestructura espacial del mundo— de los objetos de esas ex-periencias.11 Kant sostiene que si bien nuestras represen-taciones empíricas varían constantemente y se reemplazanen sucesión, la estructura espacial del mundo tiene la iden-tidad estable suficiente para garantizar tanto la posibilidadde reencontrar los mismos objetos de viejas experiencias,como la posibilidad de que ciertas experiencias de diversossujetos sean experiencias de un mismo objeto. Cabe detec-tar tras esta tesis kantiana argumentos de distinto orden,basados en la consideración de ciertas singulares experien-cias en esa sucesión de experiencias: a) Si negáramos laindependencia de la realidad exterior, esto es, si por ejem-plo imagináramos que los objetos de nuestras experienciasempíricas se diluyen tan pronto como nos enfrascamos enotras nuevas experiencias diferentes, no cabría dar sentidoa la ya mencionada perspicua experiencia propia de identi-dad del yo, en cuanto que esta experiencia está basada en

11 Ésta es la probable enseñanza de la “Refutación del idealismo”en conjunción con la primera Analogía. Véase el agudo comentario deStrawson a este punto, op. cit., pp. 111–118.

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la sucesión temporal de experiencias en una ruta subjetivasobre un mundo objetivo, bajo la suposición de que cabenotras rutas de experiencia sobre el mismo mundo. De estemodo, la idea de mundo asociada a nuestra historia per-sonal entraña la independencia del mundo en su conjuntorespecto a esa historia.12 b) Nuestras experiencias empíricaspresuponen una realidad objetiva independiente en tantoque en esas experiencias desempenan un papel decisivo laidentificación de objetos ya experimentados y el recono-cimiento de instancias de tipos familiares. Nótese que loque de ordinario hacemos no es identificar o reconocer laexperiencia de un objeto individual o instancia, toda vezque eso implicaría que lo habitual es tener la experienciade una experiencia, cuando en realidad lo que por lo comúntenemos es la experiencia de un objeto. No experimenta-mos la experiencia de tener la misma experiencia de antes.Experimentamos lo mismo que antes. No percibimos unaexperiencia de una mesa y comparamos esa experiencia conotra idéntica o análoga, sino que simplemente vemos (expe-rimentamos) una mesa, que identificamos como la mismamesa de antes o reconocemos como instancia del tipo mesa,dando por sentado que esa mesa ha existido en el tiempoen el que se mantuvo fuera de nuestro campo visual y quehay —o al menos hubo— otras mesas que ahora no vemos.c) Nuestra aprehensión del mundo se produce en forma deexperiencias sucesivas. Así pues, a través únicamente de laforma de esa aprehensión no podemos llegar a las expe-riencias peculiares de simultaneidad o permanencia, sino

12 Si abdicara de aquella suposición, no podría en rigor concebirel curso de mi identidad personal, toda vez que este curso gana supeculiaridad individual sólo en tanto me autositúo en el mundo yreconozco localizadamente otros cursos subjetivos sobre ese mismomundo. En este sentido observa Kant que “la determinación de miexistencia en el tiempo es sólo posible merced a la existencia de lascosas que percibo fuera de mí”, KrV B275.

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que hemos de suponer adicionalmente algo que tenga unarealidad estable en algún grado tras nuestras experienciasmomentáneas, por referencia a lo cual justamente diferen-ciamos la permanencia del cambio y la simultaneidad dela sucesión.13 Adicionalmente a las relaciones temporalesde nuestras representaciones, sobreentendemos un sustra-to estable de relaciones espaciales y temporales objetivas,y coordinamos nuestras representaciones y las representa-ciones intersubjetivas guiados por la idea regulativa de queese sustrato existe.

IV

Las relaciones, en suma, que paulatinamente se tejen entrelas experiencias de cada sujeto, conformando sistemas decreencias empíricas, no son necesariamente las mismas rela-ciones que entretejen a los objetos de nuestras experiencias.Esto abre cauce a la independencia de ciertas proposiciones.Kant, entonces, es ciertamente un realista empírico. Peroes también, al mismo tiempo, un idealista trascendental.En razón de su realismo empírico, Kant asienta una ciertasustancialidad de los objetos del mundo al margen de nues-tros contingentes encuentros conscientes con ellos. Pero enrazón de su idealismo trascendental, da una base conceptuala la propia sustancialidad de esos objetos en tanto objetosde experiencia posible. Esta forma singular de idealismo,que es el rasgo más caracterizado de su filosofía, está aso-ciado en su primera gran Crítica al argumento capital dela llamada deducción trascendental.14 En lo que atañe al

13 KrV B225, 226.14 KrV A84–130, B117–169. La asociación del idealismo trascen-

dental con las llamadas formas puras de la sensibilidad —el espacio yel tiempo— nos interesa aquí menos.

La más frecuente actitud en la literatura analítica sobre Kant com-prende una vindicación hermenéuticamente generosa de su realismo,

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rango deductivo de esta “deducción”, Kant subraya cuida-dosamente que no es estricto y que él habla de deduccióndel modo en que lo harían los juristas cuando aplican eltérmino a sus pruebas y alegaciones en cuestiones de de-recho informales. “Trascendental” es uno de los términoskantianos claves y, aunque Kant no lo usa con toda cohe-rencia, y sí, más bien, con algún abuso, debe ser entendidocomo un predicado especial de otras nociones y claramentediferenciado de “trascendente”, que califica las actividadesy entidades especulativas que rebasan nuestras capacidadesde escrutinio empírico. Un conocimiento es trascendental,dice Kant, cuando es conocimiento no de un objeto, sino denuestro modo a priori de conocerlo.15 Claro es que con lo apriori nos vemos confrontados a otra noción problemática.Para nuestros fines, no obstante, basta retener que un cono-cimiento es trascendental siempre que tenga por contenidocondiciones conceptuales irrebasables, o cuasi irrebasables,del conocimiento de los objetos de la experiencia posible.O dicho de otro modo: trascendental es aquel conocimien-to que se ocupa de las condiciones de todo conocimientoen absoluto. Para comprender el objetivo de la “deduccióntrascendental” kantiana, hemos de mantenerla ligada a este

al tiempo que un más bien pacato recelo interpretativo ante su idealis-mo trascendental. Como consecuencia, se suele entonces intentar sacarprovecho de la deducción trascendental en favor de la argumentaciónprorrealista y se pasa por alto a menudo el papel que desempena en laconcepción del idealismo trascendental.

15 KrV A12, B26. El lugar donde Kant expresa del modo más clarola diferencia entre este sentido de trascendental y el sentido de tras-cendente son los Prolegomena (A204, nota): “la palabra trascendentalno significa algo que va más allá de toda ex-periencia, sino algo preci-samente que (a priori) la antecede, pero que no está sin embargo deter-minado a nada más que a hacer simplemente posible el conocimientode la experiencia”. Cuando, por el contrario, nos las vemos con ideasque “rebasan la experiencia, entonces su uso se llama trascendente, quese distingue del uso inmanente, esto es, reducido a la experiencia”.

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uso del calificativo “trascendental” y a aquel uso inestrictodel término “deducción”.

Con lo que anuncia como “deducción trascendental delos conceptos puros del entendimiento”, Kant intenta le-gitimar el uso empírico de esquemas conceptuales no in-ducidos de los hechos; o lo que habría de ser lo mismo:la “validez objetiva” de las “condiciones subjetivas” delpensar. La estrategia global de Kant en este punto, másque sus detalles, es lo que nos interesa.16 La aplicabilidada la experiencia de conceptos y categorías ni extraídos, nielaborados a partir de la experiencia de un sujeto o de unageneración será posible en tanto que la experiencia mis-ma, con su fuerza de constricción —su secondness, en elsentido de Pierce— sólo sea posible a su vez por mediode la articulación combinatoria de conceptos o categoríasde esta misma índole. Tenemos, efectivamente, intuicionessensibles precognoscitivas —todas las recepciones sensiblesde un ser vivo que no construya teorías son también deese tipo—, pero se trataría de hacer patente que las expe-riencias sobre las que edificamos sistemas de conocimien-tos empíricos tienen ya, inevitablemente, un preámbulo dequés y de cómos, y que ningún estímulo sensible que reci-bamos puede tener relevancia cognoscitiva sin tal introito.Los esquemas conceptuales que habrían de ser condiciónde toda experiencia posible podrían muy bien ser utiliza-dos para pensar objetos imposibles, que nunca apareceránen la experiencia. Es decir, no se espera que el uso de esosesquemas nos preserve del error. Pero, según Kant, a pesarde la eventual utilidad de esos esquemas conceptuales enla producción de “ficciones arbitrarias y disparatadas”, enconjunto ellos han de ser, como condiciones subjetivas del

16 Para nuestros propósitos es importante enfocar la atención sólosobre esta estrategia y pasar por alto la más problemática adición deKant de una precisa tabla fija de categorías.

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pensar, condiciones generales de la inapelable experienciaposible. Así pues, se postula, por un lado, que las ficcionespergeñadas con su recurso no serán después de todo purossinsentidos, sino meramente falsas representaciones, y, porotro lado, que sin su recurso no habrá modo de dar senti-do a la representación, atinada o fallida, de la experienciaempírica.

La prueba de que la experiencia misma necesita un pre-vio soporte conceptual, funcionalmente estable y atenido aestos requisitos, la cree encontrar Kant en la “unidad deapercepción trascendental”, que no es sino de nuevo la ca-racterística unidad de conciencia que acompaña a nuestrosvariados y sucesivos estados intencionales. “Sólo en tantoque puedo comprender la variedad de las representacionesen una conciencia, las llamo en conjunto mis representacio-nes, pues en otro caso tendría un yo tan abigarradamentediverso como representaciones, de las que fuera consciente,poseyera.”17 La unidad del yo, así entendida, es un requisi-to sintético imprescindible, entonces, para el conocimien-to de la realidad exterior. Permite, por ejemplo, que lascreencias, así como todo otro estado intencional —esto es,estados mentales dirigidos sobre el mundo—, se formencomo todos unitarios, de modo tal que el carácter gradualy articulado, concordante o conflictivo, de cada creenciao cadena de creencias no se disipe en una sucesión desli-gada. Lo que Kant llama a este propósito categorías delentendimiento son condiciones reguladas del pensar del yoen una experiencia posible; estructuras estables de la con-ciencia complementarias a las condiciones de la intuiciónde la experiencia posible (el espacio y el tiempo). El con-junto de elementos y reglas que componen de este modoel armazón de los posibles estados intencionales de un yopreceden a la determinación —a través, por ejemplo, de

17 KrV B134.

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la investigación científica— de toda específica regularidado ley natural, por cuanto son condiciones primeras parala agrupación conjuntada de distintas representaciones enla autoconciencia de cada sujeto que acometa una empresacognoscitiva sistemática.18

El meollo del argumento de Kant no es meramente unaformulación de la evidencia familiar de que el efecto de losobjetos del mundo exterior sobre la conciencia de un servivo es una función tanto de la naturaleza de los objetos,como de la estructura del aparato perceptivo del respec-tivo ser. En este plano disponemos, claro es, de ciertascapacidades perceptivas genéricas que determinan el modode nuestra relación con el mundo, de la misma forma queotras capacidades determinan otros modos de esa relaciónen otras especies animales. Más pertinente respecto a laconsideración de Kant es, en cambio, la ya también am-pliamente reconocida influencia de las creencias previas ylas expectativas de cada sujeto en su percepción de los esta-dos de cosas. En conexión con sistemas teóricos específicoseste fenómeno toma el mayor relieve. Una misma esquinaacotada del mundo exterior se presenta con distinta apa-riencia en las circunstancias ordinarias de un observadorcomún que sometida a los dictados científicos del análisisde un físico; y lo que éste contempla es distinto, a su vez,de lo que vería en el mismo lugar un biólogo, un psicólogoo un juez. Cada uno de ellos aplica, en el marco de sulabor cognoscitiva correspondiente, distintos criterios derelevancia, de manera que lo que ven es dispar, porquees dispar lo que buscan. Sin embargo, como ya he dicho,

18 “Hay muchas leyes de la naturaleza que sólo podemos conocer através de la experiencia, pero no podemos llegar a conocer por mediode ninguna experiencia el ajuste a leyes de la conexión de las apa-riencias, esto es, la naturaleza en general, porque la experiencia mismarequiere de tales leyes, que son fundamento a priori de su posibilidad.”Prolegomena, A111.

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en su deducción trascendental Kant no alude en realidadtampoco a sistemas conceptuales específicos, del tipo delos que asociamos a cada región científica demarcada, sinoa sistemas conceptuales que habrían de subyacer en todaempresa cognoscitiva empírica humana.19 Cuando estamosensimismados tenemos percepciones visuales o auditivasque no reconocemos. Es precisamente al reconocimiento deestas percepciones a lo que Kant llama experiencia.20 Entérminos kantianos, tal experiencia es únicamente posiblecuando las percepciones son recibidas con una atención denuestra conciencia que engendra apetitos, creencias, des-ignios, alarmas. . . Toda experiencia perceptiva tiene, en

19 Naturalmente, no quiero sugerir con esto que fuera de los lugaresde confluencia de órbitas científicas no se dé una confrontación decriterios de relevancia, como cuando se ventila, por ejemplo, si lo quealguien hace en una ocasión dada es imitar muy bien a un gorila oasustar al niño.

Ciertas tesis ontológicas actuales, que se autocalifican como kantia-nas, basan el fundamento de su posición en lo abigarrado de la realidada la que se accede —en virtud de respectivos criterios de relevancia— apartir de esquemas conceptuales regionales diversos. La “regionalidad”a la que se alude no tiene especial sello personal, ni tampoco forzosa-mente la circunstancialidad de un hábito social o tradición comunitariaparticular. Las lindes regionales que se tienen a la vista son más bien,precisamente, las que demarcan a las distintas ciencias entre sí, o ala ciencia del sentido común, de la filosofía, o de la moral; o ésasque dibujan distintos apartados dentro de estos territorios siguiendola línea de pertinencia que está marcada por un rumbo conversacionalo de disputa (como cuando, por ejemplo, la causa pertinente de laexplosión de una caldera es un defecto de su válvula de seguridad,más bien que el obstáculo que cualquier otro punto de la superficiede la caldera ofrece también al escape de vapor). Entre esta fórmu-la de relatividad conceptual y la generalidad del esquema conceptualque la deducción trascendental intenta respaldar no hay ningún con-flicto de principios, sino que, al contrario, esta deducción pretende encierto modo parificar las condiciones del marco conceptual que permitedeterminar que aquélla relatividad o irreductibilidad conceptual no esadventicia, sino imperiosamente racional.

20 KrV, B147.

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este sentido, una carga conceptual, depositada en lo quepodríamos llamar su intencionalidad.21

Las experiencias perceptivas comprenden intencionali-dad en cuanto que tienen contenido proposicional y condi-ciones de satisfacción que están dispuestas en el sentido desu contenido proposicional.22 Una creencia puede ser fal-sa, pero la determinación de su falsedad requiere la previadeterminación de su sentido. Análogamente, una experien-cia perceptiva puede ser una alucinación, pero el contenidoproposicional de tal experiencia fija las condiciones que, de

21 Como es bien sabido, la noción de intencionalidad está asocia-da a la filosofía de Brentano y a la fenomenología. Ahora bien, aquíempleamos la noción en una acepción parca. Un estado intencionales un estado mental dirigido sobre el mundo. Así pues, son estadosintencionales tanto las meras intenciones o propósitos, como las creen-cias, deseos, expectativas, temores, etc. Las experiencias conscientesdel mundo unificadas por un yo a las que Kant alude repetidamenteson estados intencionales. A partir de ahora, nuestro uso del predica-do “intencional” estará asociado a este sentido general, mientras quedejaremos el predicado “intencionado” asociado al sentido restringidoordinario del término intención. Como una intención es un específicoestado intencional, una acción intencionada, p. ej., es también unaacción intencional.

22 Vid. John Searle, Intentionality, op. cit., pp. 37–79. Sin em-bargo, ahora y en lo que inmediatamente sigue nos alejamos de laposición de J. Searle en un extremo capital. Searle —al igual queRoderick Chisholm— sostiene que los estados intencionales antece-den al lenguaje. La antecedencia absoluta de los estados intencionalessobre los actos de habla estaría acreditada por nuestra atribución deestados intencionales a niños pequeños y a animales. Ahora bien, unaimaginable antecedencia genética de esta índole no entraña una antece-dencia lógica, toda vez que el contenido de esos estados intencionalesno puede ser sino el contenido de lo que, como intérpretes, concebimoscomo el contenido de una interpretación (el contenido de un conjuntode actuales o posibles actos de habla). Esto no entraña a su vez unaantecedencia lógica del lenguaje respecto a los estados intencionales,porque todo acto de habla no defectivo está secundado por un estadointencional. Al respecto, no hay pues “antecedencia lógica” ni en unadirección, ni en otra. La aplicación de un giro lingüístico a la filosofíakantiana no altera por eso capitalmente el carácter del núcleo de sustesis.

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ser cumplidas, hacen verídica esa experiencia. En contra-partida, si no somos capaces de atribuir a una proposicióncon contenido de pretensión empírica condiciones de sa-tisfacción, o de dar a un concepto un uso ajustado en elseno de proposiciones con sentido, esa proposición y eseconcepto serán ensoñaciones metafísicas. La parte esencialde la metafísica tendría, en efecto, que ver, según Kant,“con puros conceptos de razón, que nunca se dan en nin-guna experiencia; con conceptos, pues, o con afirmacionescuya, respectivamente, realidad objetiva (puesto que sóloson fantasmas mentales) o verdad o falsedad no puede serconfirmada o denunciada por experiencia alguna”.23 Repre-sentaciones sin sentido son aquéllas para las que no cabeimaginar ni una recusación, ni un respaldo de la experien-cia. Mas la intelección nuclear sobre la que se concentrala deducción trascendental es la primera complementariade que, a su vez, toda experiencia empírica —por tanto,también las que sirven de criterio para la confirmación odenuncia de otras representaciones— es únicamente posi-ble en tanto que tiene un contenido proposicional; es decir,en tanto que tiene sentido.24

La posición filosófica que deniega a las experiencias per-ceptivas una inevitable articulación conceptual puede in-tentar consolidarse poniendo de manifiesto las diferenciasque median entre tales experiencias y las creencias que

23 Prolegomena, A125. A este criterio kantiano de discriminaciónde opiniones metafísicas lo ha denominado Peter Strawson “principiode significación” en Los límites del sentido.

24 Ortega y Gasset, a su estilo, ha visto muy bien la complementa-riedad entre el realismo empírico y el idealismo trascendental (entrela “refutación del idealismo” y la “deducción trascendental”). Las oca-sionales denostaciones antikantianas de Ortega están dirigidas al Kantpetrificado de la escuela de Marburgo, pero su concepto de “razónvital” acoge cordialmente al complementado matrimonio que formanese realismo y ese idealismo. Cfr. su “Anejo a Kant”, en Kant-Hegel-Scheler, Revista de Occidente, Madrid.

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asociamos a los actos de habla, o las creencias generalesno vinculadas a percepciones inmediatas. Algunas de estasdiferencias son notorias. Una experiencia perceptiva, en elsentido en que la hemos definido, es necesariamente con-sciente, mas no toda creencia es consciente. Por otro lado,tenemos ocasionalmente claras experiencias perceptivas alas que, pese a su claridad, contraponemos creencias. Si in-troducimos un palo recto en el agua, lo vemos claramentedoblado, pero no creemos que esté doblado. Una primeracreencia clara a la que contrapongamos luego otras creen-cias incompatibles deja en cambio de ser, cuando menos,tan clara. Por último, tal vez sea dudoso que una expe-riencia perceptiva tenga un contenido genuinamente repre-sentativo, toda vez que las creencias representan estadosde cosas que no están necesariamente a la vista, pero unaexperiencia perceptiva verídica da en cambio por asentadala presencia inmediata de los objetos de experiencia. Estasdiferencias podrían tal vez sugerir que si las creencias estánenvueltas por una tupida red conceptual, las experienciasperceptivas genuinas pueden por el contrario carecer detal envoltorio y que sólo, acaso, las experiencias fantásticaso engañosas, en tanto que no son causadas por el estadode cosas del que la experiencia pretende ser experiencia,tienen un contenido conceptual, insuflado por el sujeto.Sin embargo, esta hipotética alegación no puede contenderseriamente contra el decisivo hecho de que toda experienciaperceptiva, en cuanto que no es ensimismada, sino preci-samente consciente o intencional, no es mera experienciade algo, sino de que algo es —o parece ser— el caso. Esdecir, nuestras experiencias perceptivas están articuladasproposicionalmente y esta articulación es, precisamente, lamedida de su conceptualización.

El contenido de una experiencia puede, ciertamente, sermínimamente informativo, pero toda experiencia requierealgún contenido, en gracia al cual determinamos que he-

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mos experimentado lo que hemos experimentado. Aun enel caso extremo de la experiencia de algo desconocido, cuyanaturaleza exacta ni siquiera barruntamos, experimentamosalgo como algo. Por ejemplo, precisamente algo que noso-tros hemos percibido, algo que no reconocemos, algo que esdiferente a todo lo que reconocemos, algo que encontramos,o apareció, en algún lugar y momento, tal vez algo que nosconturbó, etc. . . A su vez, decimos que una experienciaes fantástica o engañosa sólo cuando no hay ningún estadode cosas que corresponda al contenido proposicional de esaexperiencia y que sea causa de la misma experiencia. Ni unaformulación de confianza, ni una de duda son expresablessi no engarzamos nuestra percepción con un sentido. Si lamesa que veo delante de mí es una quimera, será porque nohay un hecho que dé cuenta de que esa mesa está delantede mí. Nada puede convencer o desengañar a Segismundode estar en un palacio suntuoso, entre telas y brocados,que no sancione o conteste a la proposición de que Segis-mundo está en un palacio suntuoso, entre telas y brocados.La confrontación, a su vez, entre experiencias perceptivas—ya sean claras o difusas— y creencias generales es sólofactible en tanto que los contenidos proposicionales de unasy de otras abren la vía de la conmensurabilidad mutua. Elentretejimiento lingüístico de nuestras experiencias percep-tivas no anula, en cualquier caso, las disimilitudes inicia-les anotadas con las creencias. Las experiencias perceptivassólo se transmutan en un tipo de creencia cuando son se-cundadas por pretensiones de validez. En ese momento, lomás peculiar de tales creencias respecto a otras creenciases que, para que su pretensión sea satisfecha, el estado decosas correspondiente a su contenido proposicional tiene,primero, que existir y, segundo, ha de ser la causa de lapropia experiencia. En esta medida, las condiciones de sa-tisfacción de una experiencia perceptual son peculiarmente

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autorreferenciales.25 Para determinar que la experiencia esverídica no cabe omitir la referencia a la experiencia misma,como efecto causado del estado de cosas que su contenidoproposicional representa. Tengo una percepción visual deque llueve no sólo si efectivamente llueve, sino si veo, comoefecto causal precisamente de ese estado de cosas, y no deotro, que llueve. En dicha relación causal se concentra elaspecto constrictivo de nuestras experiencias y, por otro la-do, ésa es una relación únicamente posible con la trabazónproposicional que articula las experiencias.

V

La misma conformación intencional que articula las expe-riencias perceptivas, articula propiamente la entera gene-ralidad de los hechos. No hay hecho determinable algunoque no sea correlato de una proposición, contenido de uneventual estado intencional. Como el sentido de una pro-posición verdadera está además perfilado por el sentido decada proposición falsa que la contradice, el correspondientehecho se articula tanto a través de, por ejemplo, una even-tual creencia atinada, como de las posibilidades irrealizadasmanifiestas en ciertas otras creencias falsas, o en intencio-nes o deseos imaginables. El hecho sólo se constituye enla medida en que puede satisfacer a un estado intencionaly contravenir a otros. Algunos filósofos, en cualquier caso,contraponen a la afección intencional de los hechos, o delas experiencias perceptivas complejas, una ontología ex-traintencional de objetos referenciales. Tales objetos seríanidentificados con independencia de los contenidos a ellosasociables, básicamente tan sólo en virtud de una relacióncausal, desembarazada de toda descripción precisa, entreel correspondiente objeto y nosotros. La contraposición de

25 Vid. John Searle, op. cit., pp. 48–50.

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esta tesis a las tesis sostenidas por las teorías descriptivistasde la referencia es, en términos ontológicos, una contrapo-sición al idealismo trascendental.

Para referirse a un objeto es preciso disponer de unaidentificación de ese objeto. El objeto sólo es realmentedenotado si es identificable. El que se conoce como puntode vista descriptivista en teoría de la referencia viene aparar en que esa identificación involucra estados intencio-nales y que ello compromete así la expresión de posiblesproposiciones verdaderas y, por ende, de hechos. El propó-sito del hablante de identificar un objeto preciso, así comoel reconocimiento de sus interlocutores del fin de tal pro-pósito, son subsidiarios de estados intencionales. Estadosintencionales, y sus correspondientes contenidos proposi-cionales, estarían ligados tanto a procedimientos de identi-ficación por medio de descripciones definidas, como a pro-cedimientos de identificación ostensivos o demostrativos.La conexión entre una descripción identificadora definiday un estado intencional es clara: el contenido del estadointencional requerido es la proposición que atribuye el con-tenido de esa descripción al objeto referido. A su vez, dijé-rase que la denotación de un objeto por medios puramenteostensivos (un gesto de la mano, un demostrativo. . . ) es-tá tácitamente enlazada a términos descriptivos y, por lotanto, a atributos. Así, por ejemplo, hablando de mesasidentificamos a “ésa” porque suponemos las condicionesde aplicación del predicado “ser una mesa”, al igual quelas de otros predicados como, tal vez, “estar en el campovisual inmediato del hablante”, “ser el único objeto quecumple la descripción dada dentro de ese campo visual”,etc. En rigor, la función identificadora de la denotación secumple, o se trunca, sólo en tanto que algunas de esas des-cripciones sean verdaderamente atribuibles, o no lo sean, alobjeto que se intenta denotar. La noción de verdad de una

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proposición, o la de satisfacción de un estado intencional,ha de anteceder a la noción de referencia.26

Los argumentos de esta clase se pueden extender conaparente facilidad. La moraleja central del tópico de la “in-escrutabilidad de la referencia” establece que los objetosreferidos son precisamente irredimibles feudatarios de lascondiciones proposicionales de verdad dentro del todo deun lenguaje. Una referencia que anteceda a toda precisiónarticulada de condiciones veritativas está rodeada de un im-penetrable halo de indeterminación. Mas con todo, ciertasteorías de la referencia han insistido en conceder expre-samente a los objetos referidos mismos, respecto a todosistema de proposiciones o creencias, o procedimiento des-criptivo, una autonomía que pone en entredicho la opor-tunidad de una reconstrucción del núcleo de la deduccióntrascendental a través de las líneas que hemos bosqueja-do. Haré mención de dos enjundiosas y veneradas de susmuestras.

En relación con las descripciones definidas, Keith Don-nellan ha pergeñado una ya clásica dicotomía conceptualque, a) cuestiona el sentido de una referencia en la queuna ostensión indescriptiva no sea el componente cardi-

26 Éste es el sentido en el que el meollo de las llamadas teoríasdescriptivistas de la referencia se acomoda con naturalidad a las repre-sentaciones holistas del lenguaje. Cfr. D. Davidson, “Reality withoutReference”, en Inquiries into Truth and Interpretation, ClarendonPress, Oxford, 1985, pp. 215–227.

La sección que, a mi juicio, tiene más interés en la versión de la de-ducción trascendental que propone Dieter Henrich en su Identität undObjektivität (C. Winter, Heidelberg, 1976, pp. 16–54) es justamentela que se hace eco de los argumentos de las teorías descriptivistas dela referencia. Dieter Henrich, sin embargo, no acaba de sacar partidacumplida de estos argumentos, toda vez que insiste en intentar sacarpunta filosófica a una inescrutable antecedencia de la autoconciencia“pura” sobre la conciencia del hablante. Cfr. también Dieter Hen-rich, “Was ist Metaphysik —Was Moderne? Zwölf Thesen gegen Jür-gen Habermas”, en Konzepte, Suhrkamp, Frankfurt, 1987, pp. 11–44.

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nal y, b) determina un modelo especial de referencia sincomponentes descriptivos, del que afirma que cumple unafunción análoga a la de los nombres lógicamente propiosrussellianos: la de hacer referencia a algo sin una asignaciónde propiedades. La dicotomía en cuestión es la estableci-da entre el uso referencial de las descripciones definidasy su uso atributivo.27 Según Donnellan, un hablante usaatributivamente una descripción definida si asevera algoacerca de que una entidad cualquiera es tal-y-tal. Por elcontrario, la emisión de una descripción definida tiene unuso referencial si tal descripción es empleada como meroinstrumento para llamar la atención de los oyentes sobre en-tidades concretas. Donnellan ha proporcionado el siguienteejemplo ilustrativo. Considérese la oración (i) “El asesinode Álvarez está loco”. Supongamos que (i) es emitida ase-verativamente por alguien que no sabe quién es el asesinode Álvarez, pero que, conociendo las circunstancias parti-cularmente violentas del hecho criminal, cree que nadie,sino un loco, puede haber llevado a cabo el truculento ase-sinato del bueno de Álvarez. Éste es el uso atributivo dela descripción definida “el asesino de Álvarez”. Si, por elcontrario, Fernández ha sido acusado de ese asesinato ydurante la vista de su proceso un observador, a tenor de laextravagante conducta de Fernández en la sala, emite (i),tenemos un uso referencial de la misma descripción defini-da. Si en realidad Álvarez no fue asesinado, sino que, porejemplo, se suicidó, este hecho contradice presuposicionesde ambos usos, pero en cada caso las consecuencias quede ello se derivan son distintas. En el uso atributivo noexiste en tal situación ninguna persona a la que se atribuyalocura. Únicamente si la descripción definida se acomodaa alguien, la emisión atributiva de (i) puede ser verdadera

27 Keith Donnellan, “Reference and Definite Descriptions”, enPhilosophical Review, LXXV, 1966, pp. 281–304.

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o falsa. Sin embargo, bajo las mismas condiciones el usoreferencial de “El asesino de Álvarez” en la emisión de(i) es un procedimiento eficaz para identificar a Fernándezy para afirmar algo verdadero, o falso, acerca de él, auncuando esa descripción no convenga a Fernández. En estaocasión se hace referencia a Fernández, aunque Fernándezno sea el asesino de Álvarez, y se dice algo, verdadero ofalso, de él.

“Generalizando a partir de este caso —concluyó Donnel-lan— pienso que podemos decir que hay dos usos de ora-ciones de la forma ‘El φ es U ’. En el primero, si nada es elφ, entonces de nada se ha dicho que sea U . En el segundo,el hecho de que nada sea el φ no tiene esa consecuencia.”28

Quien emite una oración del tipo “El φ es U” dando unuso atributivo a “El φ” en circunstancias en las que no haynadie o nada que sea φ, no dice de nadie ni de nada quesea U . Pero si el uso de “El φ” es referencial y nadie onada es φ, cabe no obstante muy bien la atribución de U aalguien o algo —justamente a aquello a lo que se ha referi-do. Si alguien afirma respecto a la señora López, presenteante nosotros, que (ii) “su marido es muy atento con ella”,dando a “su marido” un uso referencial que llama nuestraatención sobre Rodríguez, que está en ese momento galan-teando con la señora López y que no es su marido, sino suamante, se habrá dicho algo que es verdadero justamentede Rodríguez.

La dicotomía de Donnellan es inobjetable. El punto pro-blemático es su apreciación; en particular, su caracteriza-ción del uso referencial. Según la vieja posición de Russell,los nombres propios ordinarios tienen connotación y, en talmedida, se pueden expresar en los términos de la teoría delos descriptores; la connotación que acompaña al nombrepropio ordinario es una propiedad predicable. Los nom-

28 Op. cit., pp. 286.

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bres lógicamente propios —una idealización irrealizada enel lenguaje ordinario— serían, en cambio, exclusivamenteaquéllos que hacen referencia a la cosa misma sin com-ponente descriptivo alguno y, al fin y al cabo, libres decontenido intencional. Pues bien, Donnellan ha opinadoque ésta es la labor real que cumple justamente el uso re-ferencial de las descripciones definidas. Y, entonces, esteconcepto “parece dar un sentido en el que tenemos que vercon las cosas mismas, y no con las cosas bajo una ciertadescripción.”29

Aparentemente, en el uso referencial de una descripcióndefinida se produce una disparidad entre la referencia queconsidera el hablante y la referencia que literalmente iden-tifica la expresión caracterizadora (“referencia semántica”,la ha llamado Kripke). La disparidad entre el significadoliteral de una emisión y el significado de la emisión “delhablante” afecta igualmente a todos los actos de habla me-tafóricos, irónicos e indirectos. Ahora bien, en la realizaciónde tales actos es la forma de la disparidad misma la quevertebra a la propia intención metafórica o irónica y a losdistintos matices ilocucionarios de las emisiones indirectas.Después de todo, para dar a entender ahí el acto de hablaque se ha querido realizar, se ha tenido que decir lo que seha dicho.30 En el uso referencial de una descripción defini-

29 Idem., p. 303. Cfr. igualmente las sugerencias de Donnellan en“Speaking of Nothing”, en Naming, Necessity, and Natural Kinds,S.P. Schwartz (comp.), Cornell University Press, Itaca (N.Y.), 1977,pp. 216–245, passim. Dos palabras para destacar el extremo capitala este respecto: la tesis subrayada de Donnellan no se aviene con laversión de deducción trascendental esbozada, toda vez que los esta-dos intencionales (creencias, dudas, intenciones. . . ), que —decíamos—constituyen la experiencia, tienen un contenido proposicional y las des-cripciones definidas, como ya hemos sugerido, son parafraseables enforma proposicional (es decir, son posibles contenidos intencionales).

30 Como con usos literales de las palabras no podemos crear metáfo-ras, o mostrar nuestro ingenio cáustico o nuestra mesurada educación,

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da desatinada, la disparidad en cuestión puede ser tambiénintencionada. Mas lo común, por el contrario, es que el ha-blante no busque la disparidad. Como no obstante, en losejemplos de Donnellan, su auditorio no tiene graves dificul-tades para reconocer el objeto referido, ello acreditaría quehay un nivel comunicativo primario —acaso base últimade todos los demás— en el que calamos a las cosas mismassin la red de esquema conceptual alguno. La “referenciadel hablante” de una descripción definida es el objeto delque el hablante quiere hablar en una cierta ocasión y delque cree que se ajusta a las condiciones de satisfacción dela referencia “literal” o “semántica”. En el ejemplo (ii), talsería el amante de la señora López, mientras que el maridode la señora López sería la referencia semántica. En el usoatributivo “serio y literal” de las descripciones definidasno puede haber divergencia entre una referencia y otra;pero sí puede haberla en un uso referencial análogo.

El punto clave que arrumba la especial sugerencia sus-tancialista abrigada en todo esto es el siguiente: cuando enel llamado uso referencial la referencia del hablante y lareferencia semántica no coinciden, el hablante puede reali-zar la función identificadora de referir sólo en cuanto queexista la posibilidad de reformular la referencia semánticade tal modo que se acomode a la intención referencial delhablante y mantenga, al tiempo, un lazo familiar con laprimera formulación. Así, después de todo, también aquíhay una conexión entre lo que literalmente se dice y loque la audiencia llega a entender. Para interpretar la in-tención referencial del hablante, sin desorientarse con lafalsa asignación de propiedades, la audiencia ha de imagi-nar un contenido descriptivo que califique adecuadamenteun objeto y que corrija de modo pertinente la primera des-

a esos fines dejamos intencionadamente entender un tropo en la lite-ralidad de lo que decimos.

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cripción desacertada. La descripción definida inadecuadano puede ser inadecuada de cualquier modo, sino de unmodo que guíe a su misma corrección. Si, por el contrario,no existe ninguna reformulación descriptiva familiar quepueda rellenar pertinentemente el vacío denotativo de unaprimera descripción definida, no se habrá hecho referencia:nada habrá sido identificado. Éste sería el caso en el usoreferencial de (i) si no sólo ocurriera que nadie ha asesinadoa Álvarez, sino que tampoco nadie hubiera sido acusado dehacerlo, o nadie, aparte del hablante, sospechara que ciertapersona lo ha asesinado. Lo que se realiza a través del usoreferencial de un signo lingüístico no es simplemente al-go que podría realizarse con independiencia de todo uso designos lingüísticos, al margen de todo sistema articulado derepresentaciones.31 En comparación con el uso referencial,lo único característico del uso atributivo es que no disponede procedimientos descriptivos subyacentes explicitables: sia la descripción definida original le corresponde un vacíodenotativo, no hay arreglo posible.

VI

Se ha cavilado también que, si bien las descripciones de-finidas envuelven la representación de propiedades de losobjetos y, con ello, contenidos proposicionales, los nombrespropios ordinarios en realidad se relacionarían con el objetoque identifican con independencia básica de las connota-ciones caracterizantes que siempre acompañan a su uso.El grado de intencionalidad del que están cargados sería,después de todo, un extremo secundario. Si las caracte-rísticas que asociamos a los nombres no fueran contingen-tes, cualquier descripción verdadera habría de ser una defi-

31 Ésta es una idea que Ernst Tugendhat patrocina vigorosamenteen sus Vorlesungen zur Einführung in die sprachanalytische Philoso-phie, Suhrkamp, Frankfurt, 1979; particularmente, pp. 476–484.

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nición analítica, y cualquier descripción falsa una contra-dicción. Aristóteles fue maestro y discípulo de Platón, peropodría no haber sido ni lo uno, ni lo otro. ¿Diríamos enesas circunstancias contrafácticas que el nombre Aristótelesno designa a ninguna entidad? La carga descriptiva de losnombres propios tiene, sin embargo, ciertos fundamentosfamiliares. Una primera descripción elemental acompaña altipo del nombre; el género de aquello de lo que el nombrepropio es un nombre propio: personas, islas, caballos. . .Yla presuposición del vínculo entre cada nombre y una serieimprecisa de otras propiedades estaría incorporada, igual-mente, a los enunciados de identidad y a las proposicio-nes existenciales. Si los nombres tuvieran exclusivamentedenotación, resultaría extravagante conceder un valor deverdad a los enunciados existenciales negativos. Por eso enla correspondiente perífrasis de raíz russelliana el nombrepropio se convierte, por el contrario, en parte predicati-va dentro de una cuantificación existencial negativa. Seentiende que el buen sentido de este artificio (indepen-dientemente de otras polémicas cuestiones) es un resultadodel contenido descriptivo ligado al nombre. En todos loscasos en que no se formula una identidad tautológica, ladeterminación de la identidad de objetos denotados pordistintos nombres propios resulta jugosamente informativamerced también, precisamente, a diferencias connotacio-nales. Cuando llegamos a saber que Lorenzo Gracián fueBaltasar Gracián añadimos una información a la vacía iden-tidad de “Baltasar Gracián es Baltasar Gracián”. Lo queañadimos, por ejemplo, es la información de que el paca-to autor de “El comulgatorio” es el cáustico autor de “Eloráculo manual”. Ahora bien, se arguye que el conjuntode estas alegaciones “descriptivistas” choca, empero, conla mencionada contingencia aparente de las calificacionesdescriptivas del objeto denotado por cada nombre propio.

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Frente al modelo descriptivista general, y en defensa delas tesis básicas de Stuart Mill al respecto, han sido ela-borados diversos ensayos de una teoría puramente deno-tativa de la referencia de los nombres propios. El ensayode este género más sutil y sugestivo es probablemente elforjado por Saul Kripke.32 La vía argumentativa de Krip-ke compromete una distinción radical entre epistemologíay metafísica y una aplicación de la noción de necesidadrestringida al ámbito conceptual de la metafísica. Esa dico-tomía se desliza dentro de una forma de sustancialismo deobjetos nominados muy opuesta al sentido de la deduccióntrascendental. La teoría de la referencia descriptivista ge-nera, desde luego, insuperables inconvenientes si pretendeligar a cada nombre propio, como expresión sinónima, unalista fija de descripciones definidas. Gödel, “el autor delteorema del mismo nombre”, seguiría nombrando a Gödelaun cuando se revelara que no es el autor real del teoremaque prueba la incompletud de la aritmética, sino un vulgarplagiario. La solución descriptivista a este engorro ha dedescartar un vínculo necesario entre cada objeto nombradoy una serie fija de descripciones asociadas, y conectar elsentido de los nombres propios, requerido para cumplirsu función de identificación, a las descripciones del tipodel objeto y a un abanico indeterminado de descripcionescontingentes. Si se revelara documentalmente que Aristó-teles no era natural de Estagira, Aristóteles designaría aúnel mismo objeto antes y después de la revelación. Pero ladeterminación del tipo paraliza ciertas revelaciones. ¿Cómopodría “revelarse” que Aristóteles era en realidad un caba-llo percherón o una mazorca de maíz? En rigor, esto arras-tra ya consigo la exclusión de la contingencia del conjunto

32 Saul Kripke, Naming and Necessity, Blackwell, Londres, 1980.[Trad. castellana: El nombrar y la necesidad, Trad. de Margarita M.Valdés, Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, 1985.]

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de las suplementarias descripciones familiares connotadaspor un nombre efectivamente denotativo. Para identificarcon un nombre propio a algo no sería necesario, entonces,que cada descripción familiar correspondiera a la entidaddenotada por el nombre, pero sí que lo haga una parte inde-terminada y no autocontradictoria de la suma lógica de talesdescripciones. No es forzoso que esa parte sea mayoritaria,pero sí que posea una especial pertinencia, que garanticeuna notable univocidad en la identificación intersubjetivade la entidad nombrada en el curso de la alteración de laspropiedades atribuidas a dicha entidad.

La porción saliente de la exposición del argumento deKripke, en cambio, se concentra en una versión de des-criptivismo en la que el acento marcante se situaría en laconexión de cada nombre propio con una parte mayoritariae inquebrantable de ese conjunto descriptivo. En cualquiercaso, lo que puede inhabilitar a dicho argumento no essimplemente que perpetre este pequeño retruécano que vio-lenta a su rival. Ese argumento sostiene aún, en su puntomás radical, que incluso si todas las descripciones agavilla-das alrededor de un nombre propio fueran falsas, tal nom-bre propio no perdería su vigor denotativo. Los nombrespropios serían, en contraste con lo que sucedería con unagran parte, al menos, de las descripciones, designadoresrígidos. Un designador sería rígido si, ya hubiere pasadolo que hubiere podido pasar, y llege a pasar lo que pudapasar, siempre designa el mismo objeto; y sería no rígidoo accidental si no es así. El número 9 sería un designadorrígido, pero “el número de los planetas” sería un designa-dor accidental. Igualmente, “el vencedor de las eleccionesespañolas de 1987” sería un designador accidental; “FelipeGonzález”, un designador rígido. Con esta dicotomía co-necta Kripke una división entre propiedades esenciales yaccidentales. Felipe González podría no haber sido el vence-dor de esas elecciones y, con este criterio, “ser el vencedor

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de las elecciones españolas de 1987” es una propiedad acci-dental. Por el contrario, Felipe González no podría dejar deser Felipe González. Así, de modo análogo a como segúnel realismo empírico kantiano los objetos han de preser-var cierta unidad sustancial a través de sus cambios en eltranscurso del tiempo, habrían de preservar también esaunidad a través de todo imaginable cambio contrafáctico.En realidad, la misma unidad sustancial presupuesta deuno y otro caso —por medio de las sucesivas vicisitudesmundanas, o mediante nuestras representaciones imagina-tivas e hipotéticas— exhibe la irreductible función de losnombres propios en el lenguaje y su irrelegabilidad en favorde puras descripciones momentáneas o fácticas.

¿Mas implica esto un sustancialismo contrario al núcleode la tesis descriptivista? No, porque, primero, esta tesis,como decimos, no reduce los nombres propios a listas ce-rradas de descripciones —ésa es la razón de la indetermina-ción global del conjunto de las descripciones vinculables acada nombre. Y porque, segundo, tal tesis descriptivista nocontraviene el presupuesto de real y contrafáctica unidadsustancial: todo lo que esa tesis afirma es que para traer acolación a esas sustancias —para decir, por ejemplo, algoverdadero o falso acerca de ellas— son requeridos los me-dios de identificación que provee el uso de designadores,y que los diferentes designadores sólo cumplen esa fun-ción en el seno de un lenguaje completo. Si, al intentarcon un nombre identificar un objeto ausente, son segadasabsolutamente todas las descripciones que eventualmenteconnota el empleo de tal nombre, segregándole así del con-junto entero de la malla lingüística, con tal “nombre” nose identificará nada a nadie. Y si el nombre —omitiendosu carga connotativa acumulada— es usado a modo de de-mostrativo, frente a frente con la entidad nombrada, elnombre tendrá el lastre proposicional que tienen todasnuestras experiencias perceptivas intencionales. Nuestros

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nombres propios usuales de objetos reales designan entesasequibles: precisamente los identifican. En esa medida ca-rece de sentido imaginar que todas las descripciones que leson atribuibles espontáneamente a un objeto real nominadosean falsas a un tiempo. Algunas han de ser verdaderas: lasprecisas para identificar al objeto nombrado y, eventual-mente, determinar así que las restantes son falsas, o quecada una de ellas podría serlo.33 Y una situación paralela seda cuando el nombre dado no designa un ente existente: laintención identificadora manifiesta a través de su expresiónresulta insatisfecha sólo en tanto que no puede ser satisfe-cha ninguna —o una parte especialmente relevante— delas descripciones identificadoras connotadas.34

VII

Si tomamos ahora en cuenta la articulación proposicionalde nuestros estados intencionales generales y cómo éstoscondicionan nuestras experiencias perceptivas, la determi-nación de hechos y la identificación de objetos, las ideasconectadas a la argumentación kantiana de la deduccióntrascendental se hacen reformulables en términos muy fa-miliares. La denominada unidad de los objetos de la expe-

33 En realidad la misma obra de Kripke está comprometida consugerencias “descriptivistas”. Por ejemplo, a través de su representa-ción de una fijación bautismal descriptiva de la referencia; a través dela estipulación de intenciones sucesivas de los hablantes de designarcon un nombre al mismo objeto que hablantes anteriores de la cadenade comunicación designaron con ese nombre; y a través del recono-cimiento (extrañamente parapetado en un sustancialismo cientificista)de propiedades esenciales en los objetos nombrados.

34 Adviértase que propiamente esta última observación no sólo espertinente en el caso de que el hablante intente identificar objetosreales, porque bien cabe identificar un objeto fantástico, o fallar enel intento, si es eso lo que se pretende: por atención justamente a laspropiedades que lo caracterizan en el mundo de ficción (“Ulises, elastuto griego de la Odisea”).

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riencia, entendida como producto de la actividad cognosci-tiva —regulada por categorías— de la conciencia unitariade cada sujeto, debería simplemente ser equiparada a laconsecuencia uniformadora que es sugerida de modo na-tural, primero, por la dependencia de la interpretación decada proposición individual respecto a un lenguaje enteroya constituido y, segundo, por la dependencia de la in-terpretación de cada componente proposicional respecto aproposiciones completas. Otros puntos claves de la cons-telación temática kantiana pueden fácilmente adquirir asíun nuevo acento sin perder fidelidad histórica. La mismaidea de “entendimiento universal”, tan íntimamente unidaa los desvelos de Kant como invocación compendiadora decondiciones subjetivas generales del conocimiento de he-chos y cosas, sería ahora acomodable dentro de los márge-nes de una posible unidad de interpretación del lenguaje.La mínima región imprescindible de traducibilidad inter-subjetiva e interidiomática se convertiría, entonces, en lamás elemental armazón categorial de la experiencia posible.Paralelamente, las sucesivas viejas polémicas antikantianasimpulsadas por un aliento historicista tenderían ahora aagruparse alrededor de alguna forma de relativismo lingüís-tico. Por último, el intríngulis del idealismo trascendentalbien podría plasmarse en la intelección sucinta de que laverdad es una propiedad de proposiciones, cuya correctaatribución a cada proposición sólo cabe determinar con elrecurso de otras proposiciones. Esto implica que si bien elcontenido de cada creencia empírica (incluyendo las asocia-das a nuestros procedimientos de identificación de objetos)es correcto o incorrecto en atención a los hechos, propia-mente no hay hecho alguno al que accedamos sin ningúnrecurso lingüístico. La autonomía de los hechos y los obje-tos respecto de cada creencia de cada sujeto está respalda-da, claro es, por el realismo empírico y, en compatibilidadcon ello, su peculiar dependencia respecto al lenguaje (un

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sistema de infinitas proposiciones) está respaldada entoncespor el idealismo trascendental.35 De acuerdo con esta defi-nición, el idealismo trascendental no defiende que nuestroslenguajes o esquemas conceptuales específicos sean inmu-tables y que no haya ahí espacio, por consiguiente, paraalteraciones importantes. Pero sí defiende que todo cambiode este género, que abra nuevas condiciones de sentido y,

35 El tipo de realismo con el que, por el contrario, el idealismotrascendental colisiona es ese realismo lógico (realismo trascendentallo llamó Kant) que afirma la independencia de los hechos respecto dellenguaje.

Algunas de las más actuales embestidas filosóficas antikantianas,confundidas en cierta medida por el sobreacento realista puesto poralgunas de las modernas interpretaciones del pensamiento de Kant(vid. supra, n. 15), se dirigen a la superación de disyunciones comolas de conceptos/intuiciones, esquemas/contenidos, lenguaje/realidad,sujeto/objeto, etc. . . precisamente sobre la base de algún género, máso menos nítido, de antirrealismo lógico. Justamente porque no tienena la vista esta complementariedad capital entre el realismo empírico yel idealismo trascendental, arman pendencia contra tales disyunciones,que son perfectamente inocentes —y en rigor imprescindibles— unavez asentada dicha complementariedad. Como botón de muestra deeste antikantismo —guarnecido en este caso con ribetes historicistas—véase el artículo de Richard Rorty, “Transcendental Arguments, Self-Reference, and Pragmatism”, en Transcendental Arguments and Sci-ence, P. Bieri, R.P. Horstmann y L. Krüger (comps.), Reidel, Dor-drecht, 1979, pp. 77–105.

Dicho sea ahora de paso. Una vez esbozados los principios para unareconstrucción lingüística del idealismo trascendental, es fácil ver queaquellas experiencias que estaban en la base de los argumentos a favordel realismo empírico están estructuradas en los usos más constitutivosdel lenguaje. La experiencia del encuentro del mismo persistente obje-to (diferenciado del encuentro sucesivo de diferentes objetos idénticos,tan efímeros como nuestras representaciones inmediatas de ellos) esineludible para un hablante, porque hablar acerca del mundo llevaconsigo diferenciar la caracterización de la identificación de objetos(los usos referenciales del lenguaje, de los usos predicativos; los tiposcomunes a distintos individuos, de las muestras de un mismo indivi-duo) y contar lo que pasa en ese mundo no es sino caracterizar objetosidentificados con relaciones de continuidad y conexión que perduranmás allá de nuestros tropiezos con ellas, y que no son por principioinaprehensibles para otros hablantes.

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con ello, de verdad, debe guardar una conexión sistemáti-ca con los viejos esquemas básicos relegados, conexión quese ha de manifestar en la capacidad de los nuevos esquemaspara interpretar o traducir los viejos.

Si ceñimos el idealismo trascendental a estos sobrios tér-minos, hemos también de entender de forma templada ladisyunción kantiana entre fenómenos y noúmenos —o en-tre las cosas como se nos aparecen en gracia a nuestro apa-rato sensible y conceptual, y las cosas en sí. La nociónde noúmeno asume diversas funciones en el sistema globalkantiano, pero incluso acotada en su moderada función de“idea límite negativa” arrastra consigo una importante ma-tización del idealismo trascendental que hemos definido.36

El cambio histórico de esquemas conceptuales mantieneuna continuidad básica en la medida en que los esquemasúltimos dispongan de recursos para la interpretación delos esquemas pasados. Pero con los recursos mismos denuestro esquema conceptual básico presente, afirma Kant,nos es dado pensar, si bien no conocer, esquemas concep-tuales inconmensurables con los nuestros que se apliquenal mismo mundo. En cuanto que las apariencias del mun-do habrían de ser en cada caso distintas y, sin embargo, encada caso las apariencias serían apariencias del mismo mun-

36 Sobre esa función moderada, véase Nicholas Rescher, Kant’sTheory of Knowledge and Reality, Washington, Univ. Press of Ame-rica, 1983, pp. 1–16. En este punto recapitulamos a Kant orientandode nuevo el énfasis de la cuestión sobre la especificidad de los es-quemas conceptuales humanos, en detrimento de la especificidad desus aparatos sensibles. De esta manera eludimos la consideración dela equívoca tendencia de Kant a establecer una asimilación entre lascualidades primarias y las cualidades secundarias. Si aceptáramos estainconveniente asimilación, que entra en conflicto con el talante de laprimera Analogía y de la Refutación del Idealismo, tendríamos queadmitir también, en contra de lo que parece razonable, que tan vacuocomo es explicar el hecho de que ciertas cosas las percibimos comoverdes a causa de su verdez, sería también explicar que percibimos unobjeto como cuadrado a causa de la naturaleza espacial del objeto.

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do, Kant consideró útil llamar “cosas en sí” o “noúmenos”a la realidad que distintos esquemas conceptuales incon-mensurables organizan. Esto quiere decir que Kant atribu-yó completa sindéresis a la representación de que puedansurgir en el mundo, o llegar a él, seres racionales cuyossistemas cognoscitivos sean necesariamente de todo puntoincomprensibles para nosotros (donde “nosotros” designala clase natural entera del género humano, y no un grupoo comunidad particulares).

Como ésta es una puntualización que añade algo nuevoal sucinto idealismo trascendental que hemos tipificado,hemos de distinguir esa versión sucinta, llamémosla IT, dela versión de idealismo trascendental matizada, llamémoslaITM, sugerida por la doctrina kantiana del noúmeno.37 Lamatización en cuestión introduce otra dirección realista,que no hemos aún considerado. El punto clave de IT esperfectamente congeniable con el realismo empírico, todavez que subraya la dependencia de los hechos respecto allenguaje proposicional y, con ello, la función de predicadode proposiciones del predicado verdad, al tiempo que dejaintocada la independencia de los hechos, o de las proposi-ciones empíricas, respecto al juicio particular de los sujetos.ITM no devuelve a los hechos también la independenciarespecto del lenguaje; es decir, no afirma que no sea para-dójico pensar que nuestra representación general de lo quees un hecho empírico o un estado de cosas antecede a con-diciones de sentido ya constituidas. Sin embargo, el matizde ITM acota las capacidades humanas de comprensión detal manera que concede independencia al mundo como untodo respecto a todo lenguaje humano actual y posible.

Según ITM no estaríamos, entonces, únicamente limi-tados en lo que contingentemente podemos conocer, sino

37 Thomas Nagel ha argumentado recientemente en favor de ungénero de ontología realista cuyo tono armoniza muy bien con la carac-terística matización de ITM. Vid. Thomas Nagel, op. cit., pp. 90–110.

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también en lo que nos es dado concebir. Es decir, ITM nodice simplemente que en el mundo se dan hechos que noconocemos, pero que sí cabe en principio que conozcamosporque se ajustan, en tanto hechos, a las capacidades con-ceptuales que nos habilita nuestro lenguaje, sino que diceademás que el mismo mundo como un todo es, en algunainefable dimensión, inconcebible en absoluto para nosotrosen virtud de nuestra limitada naturaleza racional. No se tra-ta, pues, ni de que hay realidades que aún no conocemos, nide que hay realidades de las que hoy no podemos hacernosninguna idea, pero acerca de las cuales un desarrollo con-ceptual o científico posible nos facilitaría la formación decreencias verdaderas o falsas. Tampoco se trata de que al-go que ahora nos resulte positivamente inconcebible —queesta piedra esté pensando en Viena, que haya un cuadradoredondo, etc.— sea posible. Se trata de que cabe que hayadimensiones reales de las que no podremos nunca llegara tener concepción alguna, ni verdadera, ni falsa, y queno están en ninguna relación concebible, próxima o lejana,con nuestras concepciones posibles. Tendría fundamentopensar que esas sombras, para nosotros impenetrables, son,con todo, sombras de nuestro mundo en cuanto que “ser elvalor de una variable en nuestras cuantificaciones univer-sal o existencial no es necesariamente ser la referencia deun nombre o descripción específicos en nuestro lenguaje,puesto que tenemos ya el concepto general de todo, queincluye a la vez las cosas que podemos nombrar o describiry aquéllas que no podemos”.38

Recibido: 1o. de abril de 1993.

38 Thomas Nagel, op. cit., p. 98.

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SUMMARY

Trying to do justice to both poles of the sensual/conceptual di-chotomy, Kant declared himself both Transcendental idealisticand Empirical realistic. The author of this paper —“Transcen-dental Idealism and Empirical Realism”— examines these twonotions in the light of Leslie Stevenson’s criteria of demarcationaccording to the degree of independence of the judgement in re-lation to the object of knowledge. Next, García Serrano submitsto critical exam and contrasts two theories of reference: KeithDonnellan’s “descriptivist theory”, on the one hand, and SaulKripke’s “denotative theory” of the reference of proper names,on the other. Finally, the author reformulates the Kantian argu-ment of the transcendental deduction in “more familiar terms”,attending to the contemporary theories examined.

[Laura Lecuona]

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