del idealismo trascendental a la lingÜÍstica …

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1 DEL IDEALISMO TRASCENDENTAL A LA LINGÜÍSTICA TRASCENDENTAL: EL KANTIANISMO ANALÍTICO DE WILFRID SELLARS. César Augusto Quintero Buriticá. Tesis presentada para optar al título de Magister en Filosofía. Director: Santiago Rey Salamanca Universidad de los Andes Departamento de Filosofía Bogotá - Colombia 2019

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DEL IDEALISMO TRASCENDENTAL A LA LINGÜÍSTICA TRASCENDENTAL:

EL KANTIANISMO ANALÍTICO DE WILFRID SELLARS.

César Augusto Quintero Buriticá.

Tesis presentada para optar al título de Magister en Filosofía.

Director:

Santiago Rey Salamanca

Universidad de los Andes

Departamento de Filosofía

Bogotá - Colombia

2019

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Tabla de contenido

Introducción .............................................................................................................................................. 4

Primer momento: ...................................................................................................................................... 9

¿Cuál es el lugar del idealismo trascendental kantiano en la propuesta epistemológica de Wilfrid Sellars?

.................................................................................................................................................................... 9

1. Una lectura poco canónica.............................................................................................................. 9

2. La posibilidad de los juicios sintéticos a priori y la distinción analítico-sintético. ...................... 13

3. Sellars y el modelo kantiano de la cognición humana. ................................................................. 21

4. Kant, ¿aliado filosófico de Sellars? .............................................................................................. 32

Segundo momento: ................................................................................................................................. 35

Sellars frente a la concepción kantiana de la experiencia: ........................................................................ 35

La Doctrina Trascendental de los Elementos y la posibilidad del conocimiento empírico. ...................... 35

1. La metafísica de la experiencia en Kant. ...................................................................................... 35

2. Estética trascendental (ET): intuiciones, espacio y tiempo. ......................................................... 40

3. ¿Cuál es el lugar de las sensaciones en la crítica del marco general de lo Dado? ........................ 45

4. La lógica trascendental (LT): la función de las categorías. .......................................................... 53

5. La interpretación sellarsiana de la Deducción Trascendental de las Categorías (DT): ................ 66

) El rol de la imaginación en Kant según Sellars. ....................................................................... 72

) La unidad de apercepción trascendental. .................................................................................. 79

) La deducción trascendental y el inferencialismo sellarsiano. .................................................. 86

Tercer momento: ..................................................................................................................................... 94

Del idealismo trascendental a la lingüística trascendental: ....................................................................... 94

Kant y la Nueva Forma de las Palabras. ................................................................................................... 94

1. ¿Qué es la Lingüística Trascendental? ......................................................................................... 94

2. La conexión entre lo conceptual y lo real. .................................................................................. 100

) Intencionalidad como intensionalidad. .................................................................................. 102

) Verdad como afirmabilidad semántica. .................................................................................. 109

) Picturing ................................................................................................................................. 115

Consideraciones finales. ....................................................................................................................... 127

¿Es posible un naturalismo científico kantiano? ................................................................................. 127

La vía media entre la derecha y la izquierda sellarsiana. .................................................................... 127

Fuentes primarias por orden alfabético de la abreviatura. ...................................................................... 136

Referencias bibliográficas. ...................................................................................................................... 138

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3

Agradecimientos

Quisiera agradecer al Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes por ser un

escenario formativo idóneo para reflexionar acerca de preguntas filosóficas contemporáneas

y de permitirme un acercamiento integral a la filosofía desde una perspectiva histórica gracias

a su amplia oferta de cursos y seminarios. Gracias a lo anterior, y a los profesores del

departamento, puedo decir que estos han sido unos de los mejores años de mi vida. También,

quisiera agradecer a Santiago Rey Salamanca, mi director de tesis, por su amabilidad,

paciencia y apoyo incondicional en el asesoramiento de este proyecto. Gracias a su seminario

sobre filosofía del lenguaje pude acercarme por primera vez a la filosofía de Wilfrid Sellars.

De igual manera, quisiera agradecer a la profesora Catalina González Quintero por su

asesoramiento constante sobre la filosofía kantiana, por estar atenta a resolver amablemente

mis dudas o inquietudes, y por permitirme ser parte de su grupo de lecturas dirigidas sobre

la Crítica de la razón pura en el primer semestre del 2019 y asistirla en algunas de sus clases

de Kant en el segundo semestre del 2018. También, quisiera agradecer a Hugo Hernán

Ramírez, director del departamento de Lenguas y Cultura, y a Juan Ricardo Romero,

coordinador del área de español, por el programa de asistencia graduada de maestría, gracias

al cual pude financiar mis estudios de posgrado en la Universidad de los Andes. De igual

manera, quisiera agradecer a mis profesores del colegio INEM Felipe Pérez, Juan Carlos

Londoño y Carlos Balanta, por introducirme al mundo de la filosofía y enseñarme el valor

del estudio constante, la lectura juiciosa, la necesidad de reflexionar críticamente sobre

nuestra propia realidad social y la menesterosa tarea de superar la pobreza mental que puede

llegar a comprometer nuestras propias iniciativas personales. Por último, y más importante,

quisiera dedicar esta tesis de maestría a mi madre, Teresa de Jesús Buriticá Villa, y a mi

hermana mayor, Jenny Andrea Quintero Buriticá, por su amor y apoyo incondicional a lo

largo de mi formación durante el pregrado y el posgrado. Sin su cariño, afecto y respaldo

incondicional, no habría tenido el valor inicial y la motivación necesaria para emprender este

proyecto académico. Para ellas, por su creencia y fe en mí, incluso más allá de lo justificable

en el espacio lógico de las razones, va dedicada esta tesis con todo mi amor.

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Introducción

“Comenzar el lento ascenso de retorno a Kant, el cual todavía está en marcha”

(SM, 1968, p. 29)

En 1948, en el prefacio de El conocimiento humano, Bertrand Russell afirmaba que “Kant

habló de sí mismo como autor de una revolución copernicana, pero hubiera sido más exacto

si hubiera hablado de una contrarrevolución ptolemaica, dado que puso de nuevo al hombre

en el centro del que Copérnico le había destronado” (1964, p. 10). El llamado giro

copernicano desplazó la atención del objeto cognoscible al sujeto cognoscente a partir del

estudio de las condiciones de posibilidad de toda experiencia, esto es, las intuiciones puras

de espacio, tiempo y las categorías. Russell consideraba que el giro copernicano inaugurado

por el idealismo trascendental instauraba una forma de subjetivismo que descarriaba

cualquier intento por establecer una teoría del conocimiento sólidamente fundamentada. Por

lo tanto, Kant en su intento por refundar sobre bases sólidas las pretensiones epistemológicas

de la filosofía, afirmaba Russell, había trazado una brecha insondable entre un sujeto de

conocimiento y la realidad ante la cual se encuentran orientadas sus pretensiones intelectivas

y cognitivas. De igual manera, Peter Strawson, en Los límites del sentido, consideraba que el

mérito de Kant y su Crítica de la razón pura (CRP) era el de colocar también a la filosofía

“en el camino seguro de la ciencia”, lo anterior a partir de la afirmación de que “no puede

haber ningún uso legítimo ni incluso con sentido, de ideas o conceptos si no se los pone en

relación con las condiciones empíricas o experimentales de su aplicación” (1975, p. 14). Esta

es la cara positiva del proyecto crítico, un intento por establecer una metafísica de la

experiencia que Strawson aprecia como la mayor contribución de Kant. Sin embargo, dicha

contribución se ve comprometida por una cara negativa, una metafísica del idealismo

trascendental, la cual postula la existencia de un reino ontológicamente autónomo e

inaccesible epistémicamente para el sujeto cognoscente: el ámbito de lo nouménico. Tanto

Russell como Strawson, exponentes clásicos de la tradición analítica en filosofía, elaboran

una recensión crítica, inclusive negativa, de la obra kantiana en la cual rechazan los

compromisos ontológicos y epistemológicos derivados de su idealismo trascendental, a favor

del empirismo lógico (Russell) o de la metafísica descriptiva (Strawson).

Sin embargo, veinte años después de que Russell denunciará la contrarrevolución

ptolemaica kantiana y, curiosamente, el mismo año en el que Strawson publicó su lectura

personal de Kant, Sellars publica Science and Metaphysics (SM), la cual lleva por subtítulo

Variations on Kantian Themes. En dicha obra, Sellars invita a “comenzar el lento ascenso de

retorno a Kant, el cual todavía está en marcha” (SM, 1968, p. 29). ¿Qué quiere decir el autor

con lo anterior? De acuerdo con el propio Sellars, su proyecto filosófico suele caracterizarse

como una respuesta kantiana al empirismo dominante de su tiempo. SM es una continuación

de la crítica al Mito de lo Dado emprendida en Empirismo y filosofía de lo mental (EPM), el

cual consiste en rechazar ciertas formas de fundacionalismo epistemológico y ciertas

versiones del realismo ingenuo que aseguran que es posible un conocimiento directo e

inmediato de la realidad, a partir del cual sea posible cimentar toda forma de conocimiento,

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incluida la ciencia. En su ataque al Mito de lo Dado, Sellars incluye las tradiciones modernas

del racionalismo y el empirismo, pero también incluye a los exponentes contemporáneos del

positivismo lógico, entre ellos Russell y Strawson. Por lo tanto, el lento ascenso de retorno a

Kant es una invitación a considerar la filosofía crítica kantiana como un recurso teórico-

conceptual, como una caja de herramientas de la cual disponemos y que nos permite apreciar

y reconsiderar, en perspectiva histórica, muchos de los problemas e interrogantes presentes

en el panorama filosófico contemporáneo. En este orden de ideas, Sellars concibe en Kant

un aliado filosófico fundamental para emprender su reforma epistemológica de todo vestigio

mitológico propio del marco general de lo dado.

No obstante, ¿cuál es el proyecto filosófico que emprende Sellars propiamente? Como

asegura correctamente Bernstein, Sellars es un autor sumamente sistemático al igual que

Kant, porque, aunque pueda parecer que sus intereses y cuestiones centrales se limitan a

algunos asuntos limitados, e incluso disparatados, sus afirmaciones, estrategias y argumentos

están interconectados entre sí y se refuerzan mutuamente, lo que da como resultado una visión

sinóptica del ser humano en el universo (Bernstein, 1966a, p. 113). En el presente trabajo se

traza la influencia kantiana en la filosofía de Sellars a partir de dos de sus principales hilos

conductores en dicha visión sinóptica: (1) la crítica al Mito de lo Dado y (2) el deseo de lograr

una visión estereoscópica entre la imagen manifiesta y la imagen científica del mundo.

Respecto al primer punto, como ya se mencionó brevemente, Sellars establece una crítica a

todas aquellas teorías del conocimiento que pretenden fundar cualquier edificio epistémico a

partir de elementos no-epistémicos, por ejemplo, las teorías de los datos de los sentidos, las

cuales aseguran que es posible un conocimiento directo de la realidad por medio de

impresiones sensibles que luego son formuladas en proposiciones atómicas simples acerca

de la realidad que las estimula perceptivamente. Adicionalmente, respecto al segundo punto,

los seres humanos nos encontramos ante una “dualidad crucial” entre dos marcos

conceptuales irreductibles entre sí, los cuales imponen maneras de pensar que pueden resultar

competitivas, incluso conflictivas, entre sí. Por un lado, la imagen manifiesta sostiene la

existencia de entidades discretas como las personas y los objetos comunes con forma y color;

esta es la imagen que Sellars asocia a la filosofía perenne, al marco del sentido común sobre

el cual se ha movido la reflexión filosófica a lo largo de su historia. Por otro lado, la imagen

científica asegura que la realidad última es aquella conformada por las entidades que

describen las ciencias físicas y naturales, es decir, las partículas microfísicas y/o subatómicas

que, por medio de las interacciones fundamentales de materia y energía, hacen posible el

orden físico-causal de la realidad. La visión estereoscópica reconoce que ambas imágenes no

son reducibles entre sí, y aunque Sellars conceda a la imagen científica preeminencia

ontológica y explicativa, la imagen manifiesta da cuenta de la necesidad de lo normativo en

cualquier empresa humana, sea esta teórica o práctica.

Pero, es necesario preguntarse: ¿qué tiene que ver Kant con todo esto? Como sugiere

Bernstein, la influencia kantiana en Sellars puede vaticinarse “en su ataque al Mito de lo

Dado, su análisis positivo de los conceptos y su clasificación de la imagen manifiesta como

fenomenal” (1966b, p. 290). Respecto a la crítica al Mito de lo Dado, aunque Sellars

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considera que Kant no pudo escapar plenamente de este, sí rastrea en la filosofía crítica

elementos y pautas argumentativas claves para reformar a la epistemología de cualquier

vestigio mítico de lo dado (giveness). Inclusive, este descubrimiento de la centralidad de Kant

puede rastrearse en la etapa formativa del propio Sellars, tal y como él mismo lo confiesa en

sus “Reflexiones Autobiográficas” (AR):

Yo había roto con el empirismo tradicional por mi aproximación realista a las

modalidades lógicas, causales y deontológicas. Lo que necesitaba era una teoría

funcional de los conceptos la cual hiciera de su rol en el razonamiento, más que su

supuesto origen en la experiencia, su característica principal. La influencia de Kant

desempeñó un rol decisivo. (…). También vi, por otro lado, que al negar que las

impresiones sensibles fueran ellas mismas cognitivas, aunque indispensables en últimas

para la cognición, Kant hizo un rompimiento radical con todos sus predecesores, tanto

empiristas como racionalistas. (…). Esto me permitió apreciar que Kant no estaba

intentando probar que además de conocer hechos acerca de la experiencia inmediata,

también se conocen hechos sobre objetos físicos, sino más bien, que incluso un

escéptico que garantiza el conocimiento del hecho más simple acerca de un evento que

ocurre en el Tiempo está, en efecto, garantizando el conocimiento de la existencia de

la naturaleza como un todo. Yo estaba seguro de que Kant tenía razón. Pero, su propia

pregunta me aterraba: ¿cómo es posible que el conocimiento tenga esta estructura? La

tensión entre realismo dogmático –y su apelación a la verdad autoevidente– y el

idealismo trascendental –en el cual las estructuras conceptuales se ciernen sobre una

variedad dada a la sensibilidad (manifold of sense) no-cognitiva–, se volvió casi

intolerable. No fue hasta mucho después que llegué a ver que la solución al acertijo

está en localizar correctamente el orden conceptual en el orden causal e interpretar

adecuadamente la causalidad involucrada (AR, 1975, pp. 285-286, negrilla

agregada).

La adopción decisiva de la filosofía kantiana está en que esta ofrece una teoría funcional de

los conceptos, a partir de los cuales es posible integrar la variedad dada a la sensibilidad a las

demandas regulativas y justificatorias del conocimiento como tal; piénsese, por ejemplo, en

las semejanzas entre la deducción trascendental de las categorías en Kant y lo que Sellars

denomina como localizar un episodio en el espacio lógico de las razones. Adicionalmente,

el reto de Sellars estriba en articular el idealismo trascendental de Kant a partir de la

explicación realista, en términos físicos y causales, de las regularidades presentes en el orden

natural, en tanto espaciotemporalmente configurado. De esta manera, se supera la dimensión

fenoménica de la imagen manifiesta del mundo por medio de la elucidación de la dimensión

nouménica de la realidad a partir de las aproximaciones científicas y naturalistas. En este

orden de ideas, Sellars rearticula, y reapropia, dos ideas de Kant para sus propósitos, los

cuales están en consonancia con los dos hilos conductores mencionados arriba: (1a) la

defensa del conceptualismo epistémico, es decir, la necesidad de los conceptos como

elementos regulativos y funcionales que hacen posible el conocimiento propiamente dicho;

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y (2a) la superación del agnosticismo kantiano de la cosa-en-sí a partir de la relocalización

de lo nouménico en términos de la imagen científica del mundo.

Aunque Sellars nunca terminó su tesis doctoral sobre Kant bajo la dirección de H. H.

Price en la Universidad de Oxford, las resonancias del pensamiento kantiano pueden

rastrearse a lo largo de su obra y han resultado decisivas en el desarrollo de sus propias ideas.

Dicha influencia la sintetiza bellamente Rorty en la introducción a la versión inglesa de EPM

en los siguientes términos: el proyecto filosófico de Sellars es un intento por hacer pasar a la

filosofía de su fase humeana a la fase kantiana (1997, p. 3). El presente trabajo procura

responder a la pregunta de qué significa pensar la filosofía analítica en su fase kantiana, a

partir de lo que se denomina aquí como un kantianismo analítico. Dada la centralidad de

Kant en todo el pensamiento de Sellars, la aproximación panorámica que se ofrece en el

presente trabajo solo se encuentra delimitada a algunas de sus obras, principalmente a las de

su etapa media (Cfr. Rosenberg, 2007, p. 10). Por tal razón, en lugar de capítulos, se hablará

de momentos argumentativos en los que se traza la relación, apropiación y rearticulación del

pensamiento kantiano a las propias demandas sellarsianas.

En el primer momento, ¿Cuál es el lugar del idealismo trascendental kantiano en la

propuesta epistemológica de Wilfrid Sellars?, se procura establecer la adopción y

redefinición que Sellars hace de nociones claves kantianas tales como las distinciones

analítico–sintético, a priori–a posteriori, fenómeno–noúmeno, como también dar cuenta de

la interpretación sellarsiana del modelo de la cognición humana desarrollado por Kant. Dicha

redefinición se hace teniendo en cuenta los principales compromisos filosóficos que adopta

Sellars sistemáticamente en su obra: el naturalismo, el realismo científico y el nominalismo

psicológico. En el segundo momento, Sellars frente a la concepción kantiana de la

experiencia: la Doctrina Trascendental de los Elementos y la posibilidad del conocimiento

empírico, se analiza la interpretación sellarsiana de la metafísica de la experiencia que Kant

desarrolla en la primera parte de la CRP, lo anterior con base en varias obras que Sellars

dedica plenamente al análisis de la filosofía kantiana. Por cuestiones de extensión, solo se

limitará a explorar tres partes de la Doctrina Trascendental de los Elementos: la Estética

Trascendental, la Lógica Trascendental y la Deducción Trascendental. Adicionalmente, en

el tercer momento, Del idealismo trascendental a la lingüística trascendental: Kant y la

Nueva Forma de las Palabras, se expondrá la reapropiación que hace Sellars del idealismo

trascendental kantiano en su teoría funcional de los conceptos, en términos de un viraje de lo

psicológico-trascendental a lo lingüístico-normativo avalado por los avances en la filosofía

del lenguaje de su época. En las consideraciones finales de la tesis, se expone y defiende el

naturalismo científico kantiano como la apuesta teórico-metodológica más coherente con el

proyecto sellarsiano indicado en (1) y (2) y más fiel a la ‘solución del acertijo’ mencionado

en la cita anterior de las AR.

Por último, es necesario mencionar que la presente tesis defiende y concibe el

kantianismo analítico sellarsiano como un naturalismo científico kantiano, el cual cumple

con la demanda de “localizar correctamente el orden conceptual en el orden causal e

interpretar adecuadamente la causalidad involucrada”, esto es, de proponer una reforma

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epistemológica desprovista de los rezagos míticos del marco general de lo dado y de

reconocer tanto la irreductibilidad como la mutua complementariedad entre normatividad y

naturalismo a partir de la formulación de una visión estereoscópica que tome lo mejor de

ambas imágenes del ser humano en el universo. De esta manera, esta propuesta del

naturalismo científico kantiano procura ser una vía media que resuelva la falacia del falso

dilema que se hace patente en la confrontación entre los exponentes de la derecha sellarsiana

–quienes sostiene la supremacía de la imagen científica y abogan por una explicación

naturalista y reduccionista de la normatividad humana en clave científica– y los exponentes

de la izquierda sellarsiana –quienes alegan a favor de la normatividad como exigencia de

todo conocimiento válido y que sostienen la irreductibilidad del espacio lógico de las razones

al orden natural–. Sin embargo, si atendemos a la centralidad del pensamiento Kant en la

filosofía de Sellars, es posible apreciar una solución alternativa, en la cual sea posible

conjugar nuestras intuiciones realistas con las demandas normativas características de toda

agencia racional humana.

Para finalizar, a menos de que se indique lo contrario, la mayoría de las traducciones

de los textos en inglés son de mi autoría. De los aciertos o de los errores de dichas

traducciones soy el único responsable. De igual manera, a lo largo de la tesis se emplea el

sistema de abreviaturas empleado por los estudiosos de la obra de Sellars. Dichas

abreviaturas se componen de las iniciales de los títulos de las obras en inglés y se mencionan

a lo largo de las citas directas e integradas extraídas de los textos de Sellars. En el caso de

Kant, se usa la nomenclatura convencional en el cual se acompaña la cita de su respectiva

referencia tanto en la edición A como en la edición B, si es el caso. El lector podrá remitirse

al final a la sección de fuentes primarias de Kant y de Sellas empleadas en la presente tesis,

las cuales se enlistan por el orden alfabético de la abreviatura.

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Primer momento:

¿Cuál es el lugar del idealismo trascendental kantiano en la propuesta epistemológica

de Wilfrid Sellars?

1. Una lectura poco canónica.

Kant ocupa un lugar central en la historia occidental de la filosofía. Su propuesta filosófica

procuró solucionar la disputa entre el racionalismo y el empirismo precedentes al presentar

el idealismo trascendental como alternativa conciliadora, pero a la vez superadora, de ambos

sistemas filosóficos. El interés por las condiciones de posibilidad del conocimiento,

entrevisto en la pregunta kantiana por lo que se puede conocer, desplaza el interés

epistemológico por los objetos cognoscibles al sujeto cognoscente. En ese sentido, la filosofía

crítica de Kant procura presentarse y consolidarse como una alternativa al escepticismo

radical y al empirismo ingenuo. Dicho de otro modo, el objetivo central de la propuesta

epistemológica kantiana es el de dotar a la filosofía de un nuevo aparato conceptual, el cual

haga posible el descubrimiento y justificación de todo conocimiento, en tanto universal y

necesario. Claramente, la propuesta kantiana no está exenta de problematizaciones y críticas

posteriores. Por ejemplo, la inversión del interés por el sujeto del conocimiento en lugar de

los objetos cognoscibles ha generado una brecha insalvable entre el mundo de los fenómenos

y el mundo de los noúmenos (o cosas-en-sí). En ese sentido, las propuestas posteriores

estuvieron enfocadas en asegurar la reconciliación de los dos planos escindidos por el giro

copernicano (como es el caso de todo el idealismo alemán, el cual encuentra su consumación

en la dialéctica hegeliana) o a la superación de todo resquicio metafísico a partir del

refinamiento de instrumentos de análisis lógico o de verificación empírica (como los intentos

de propuestas neokantianas de corte analítico, tales como el Aufbau de Carnap (1988), el

análisis pragmático que realiza C. I. Lewis de lo a priori (1949) o la naturalización de la

metafísica kantiana que realiza Strawson en Los límites del sentido (1975)).

No se puede negar entonces que la influencia de Kant ha sido determinante en toda la

historia filosófica occidental, ya que las propuestas metafísicas y epistemológicas contenidas

en la Crítica de la razón pura han sido claves para responder a la pregunta de la manera cómo

los seres humanos pueden llegar a conocer. Pero ¿qué se está entendiendo por una lectura

poco canónica? Si bien es sumamente importante, no se trata de reflexionar solamente sobre

el modelo epistemológico kantiano, sino de identificar y elaborar con más detalle sus

resonancias en uno de los pensadores contemporáneos más importantes de la filosofía

analítica: el pensador norteamericano Wilfrid Sellars. Este último es célebremente

reconocido por sus contribuciones a la filosofía de la mente, la filosofía de la ciencia, el

análisis lógico-filosófico del lenguaje y sus aportes a la teoría de la acción y el estudio de las

intenciones. También, es reconocido por su ataque a lo que se llamó el Mito de lo Dado1, por

1 Este punto será clave en un doble sentido: en primer lugar, permite establecer comparaciones entre las diferentes contribuciones filosóficas que han hecho Kant y Sellars, ya que la crítica al Mito de lo Dado que hace este último puede compararse con las críticas que Kant realiza a la filosofía empirista precedente, en

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medio de su obra EPM. No obstante, gran parte de su reflexión filosófica madura se preocupó

por el estudio reflexivo de la tradición filosófica, con especial énfasis en la filosofía moderna.

Sin embargo, estas preocupaciones no se correspondían a un interés meramente anecdótico

o anticuario. Por el contrario, en Sellars hay una revalorización de la historia de la filosofía,

en la medida en que las tendencias filosóficas, las contribuciones intelectuales y los sistemas

de pensamiento pasados actúan como un valioso repertorio de ideas sobre el cual podemos

pensar y actualizar problemas e interrogantes actuales. Al respecto, Sellars menciona lo

siguiente en el primer capítulo de SM:

La historia de la filosofía es la lingua franca que hace posible la comunicación entre

filósofos, al menos desde diferentes puntos de vista. La filosofía sin la historia de la

filosofía, si no es vacía o ciega, al menos es tonta. Entonces, si yo construyo mi

discusión de temas contemporáneos sobre los fundamentos de la exégesis y los

comentarios de Kant es porque, tal y como lo veo, hay suficientes paralelos entre los

problemas confrontados por él y los pasos que tomó para resolverlos, por un lado, y la

situación actual y sus demandas, por otro lado, para que sea útil usarlo como medio de

comunicación, aunque no, por supuesto, como medio solo. En el aspecto más general,

tanto sus problemas como nuestras perplejidades surgen del intento de tomar en serio

tanto al hombre como a la ciencia (SM, 1968, p. 1).

Es bajo esta orientación que Sellars dedica numerosas reflexiones al pensamiento kantiano y

las cuales reincorpora y adapta a sus propias preocupaciones intelectuales. El presente trabajo

buscará rastrear dichas resonancias, distanciamientos y reapropiaciones a partir de tres de sus

trabajos de madurez: sus lecturas “John Locke” que llevan por nombre Science and

Metaphysics, las lecturas Ernst Cassirer que llevan como nombre Kant Trascendental’s

Metaphysics, y la recopilación titulada Kantian and Pre-Kantian Themes, la cual reúne

numerosas reflexiones y lecturas de seminarios avanzados de 1975 a 1976.

Respecto a la influencia determinante que Kant tiene en Sellars, Rorty ha mencionado

que el proyecto emprendido por Sellars en EPM tiene por objetivo hacer pasar a la filosofía

analítica de su fase humeana a su fase kantiana. ¿A qué se refiere con esto Rorty? El autor

mencionado precisa que hay tres trabajos que rompieron o cuestionaron el empirismo lógico

precedente: Dos dogmas del empirismo de Quine, las Investigaciones filosóficas del segundo

Wittgenstein y el ya mencionado Empirismo y filosofía de lo mental de Sellars. En estos

proyectos se puede apreciar una cierta hostilidad a lo inmediato, a la idea de que podemos

obtener un conocimiento certero a partir de la percepción directa de los datos de los sentidos.

En contraposición a lo anterior, la clave está entonces en considerar las formas de mediación

particular de Hume. En segundo lugar, la innovación argumentativa de Sellars en su crítica al Mito de lo Dado tiene que ver con la manera como deja de entender el conocimiento empírico como una función puramente receptiva y logra dar cuenta de su componente conceptual y normativo (espontáneo si seguimos la terminología kantiana). Con sus respectivos matices y diferenciaciones, la crítica al Mito de lo Dado que emprende Sellars comparte elementos con el rol trascendental del entendimiento que propone Kant en la primera parte de la Crítica de la razón pura.

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susceptibles de ser analizadas filosóficamente. En el primer caso, el de Quine, el rechazo al

empirismo lógico puede apreciarse en la crítica a la distinción entre lo analítico y lo sintético,

como también a su rechazo a toda forma de reduccionismo epistémico (Cfr. Quine, 1953).

En el segundo caso, la noción de Wittgenstein del significado como uso permite rechazar la

preeminencia de toda forma de analiticidad y demostrar el carácter público y normativo de

los lenguajes (Cfr. Wittgenstein, 2003). En el tercer y último caso, la crítica que emprende

Sellars contra el Mito de lo Dado implica la adopción de un nominalismo psicológico, el cual

permite traducir toda cuestión abstracta a una cuestión lingüística2. Adicionalmente, se

reconoce que el conocimiento solo puede configurarse a partir de las relaciones lógicas de

justificación que se establecen entre las inferencias. A partir de la formulación de lo que

Sellars denomina el espacio lógico de las razones, se entiende que el conocimiento solo

puede darse a partir de las relaciones de justificación e implicación que hay entre elementos

epistémicos. Algo que no posea un estatuto epistémico (es decir, normativo-conceptual),

como las impresiones sensibles o los datos de los sentidos, no podrá servir de fundamento

sobre el cual se pueda edificar el conocimiento empírico, particularmente el conocimiento

científico. Sin embargo, a diferencia de Quine y de Wittgenstein, en Sellars sí es posible

rastrear una mayor influencia de la epistemología kantiana y los cambios que supuso el giro

copernicano en todo proyecto filosófico ulterior, el cual se pregunta por las condiciones de

posibilidad del conocimiento. Para Sellars, la mediación entre la cognición y la realidad se

da a partir del rol de los conceptos, los cuales actúan como normas cuyo seguimiento regula

activa e intersubjetivamente todo aquello que es posible conocer. Lo anterior guarda relación

con la perspectiva de Kant, en la medida en que las intuiciones puras de la sensibilidad y las

categorías del entendimiento actúan como mecanismos cognitivos que median entre la mente

del sujeto y la realidad cognoscible. Es esta preeminencia epistémica del sujeto sobre el

objeto la premisa básica y fundamental de todo el giro copernicano inaugurado por el

idealismo trascendental.

No obstante, cabe preguntarse lo siguiente: ¿qué cuestionamientos kantianos pueden

apreciarse en la filosofía analítica reciente? Dichas preocupaciones persisten hoy en día,

incluso pese a los diferentes avances científicos y disciplinarios que cada vez han ayudado a

explicar mejor la manera cómo conocen los individuos3. De acuerdo con O’Shea, hay varios

2 Como se verá más adelante, el trabajo de Sellars en Empirismo y filosofía de la mente ha permitido la escisión de proyectos filosóficos herederos de sus ideas. Al igual que Hegel, en Sellars hay una clara distinción entre los sellarsianos de derecha y los de izquierda. Para los primeros, la filosofía debe adoptar una postura a favor del naturalismo y resolver los principales problemas filosóficos a partir de la aplicación de los métodos de la ciencia natural. Para los segundos, lo clave está en asumir una postura a favor del reconocimiento del rol normativo y conceptual en todos los ámbitos filosóficos, sin caer en un reduccionismo naturalista a ultranza. 3 Piénsese, por ejemplo, en todos los avances en neurociencia y psicología cognitiva, los cuales procuran dar cuenta de los aspectos biológicos y fisiológicos de la cognición, sin recurrir a explicaciones filosóficas abstractas o que no tengan un correlato directo con los fenómenos naturales estudiados. Básicamente, la anterior es la premisa básica de ciertas formas de materialismo eliminativista presentes en filosofía de la mente. Como se demostrará más adelante, Sellars adopta el realismo científico como postura ontológica, por lo que admite la posibilidad de que los fenómenos de la realidad puedan ser explicados a partir de entidades teóricas existentes (como las partículas subatómicas de la física, por ejemplo). No obstante, Sellars no se

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12

elementos propios del giro copernicano kantiano que han perdurado en las discusiones más

recientes en la filosofía analítica: (1) el problema de los juicios sintéticos a priori; (2) la

máxima misma del giro copernicano, es decir, el hecho de que los objetos deben adecuarse

a la cognición; (3) las condiciones a priori de la posibilidad de la experiencia; y (4) la

dicotomía propia del idealismo trascendental entre fenómenos y cosas-en sí (Cfr. O’Shea,

2006, p. 514). Los puntos anteriores son sumamente interesantes, ya que todos aparecen

tratados reflexivamente, de alguna u otra forma, en los trabajos filosóficos de Sellars. En ese

sentido, el trabajo de este último podría verse como una continuación, pero a la vez como un

distanciamiento crítico, de los principales postulados kantianos. Continuación en tanto que

en Sellars hay una constante preocupación sobre las condiciones de posibilidad del

conocimiento y una crítica mordaz a ciertas formas de empirismo ingenuo. Pero, a su vez,

puede hablarse también de un distanciamiento en cuanto no hay interés por asumir los

compromisos metafísicos del idealismo kantiano, sino que se refleja un interés por lograr su

sustitución filosófica a favor de un “naturalismo con un giro normativo”, para tomar la

expresión de O’Shea (2007). En otras palabras, la interpretación sellarsiana de la filosofía

kantiana tiene como propósito articular el rol de lo conceptual que hace posible el

conocimiento en general con: primero, un compromiso ontológico fuerte, expresado en la

defensa que Sellars hace del naturalismo; segundo, un realismo científico, en el cual se asume

que todos los fenómenos de la realidad son susceptibles de comprenderse a partir de modelos

científico-causales de explicación; y tercero, un nominalismo psicológico que prescinde

completamente de la existencia de entidades abstractas y explica las funciones conceptuales

complejas del pensamiento humano a la luz del comportamiento lingüístico de los sujetos

cognoscentes, en tanto pertenecientes a una comunidad de hablantes regulada públicamente

por un sistema de reglas.

De acuerdo con O’Shea, el naturalismo que propone Sellars tiene por objetivo edificar

una nueva forma de hacer filosofía que complemente los diferentes avances y hallazgos

científicos. No obstante, reconoce que el propio pensador norteamericano no cae en un

reduccionismo cientificista al considerar lo normativo en un sentido amplio. De acuerdo con

Sellars, el objetivo del proyecto filosófico post-analítico es el de conciliar las dos imágenes

que el ser humano ha configurado en su intento intelectivo por conocer y aprehender la

realidad: la imagen manifiesta y la imagen científica. En ese sentido, no se desconocen que

hay otras alternativas epistémicas que obran paralela y simultáneamente al método

hipotético-deductivo de las ciencias. Más bien, de lo que se trata, es de reconocer las

numerosas operaciones conceptuales que subyacen a estos intentos intelectuales y que

permitan edificar nuevos conocimientos que regulen las actividades prácticas y teóricas de

los seres humanos. La tarea de la filosofía para Sellars, de acuerdo con O’Shea, consiste en

una lograr una visión sinóptica, la cual logre que “[…] dos concepciones comprensivas del

mundo estén exitosamente fusionadas dentro de una sola concepción coherente de la

compromete con un reduccionismo cientificista, ya que considera necesario apreciar el valor normativo, tanto teórico como práctico, de lo que él denomina la imagen manifiesta del mundo (Cfr. PSIM, 1971).

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naturaleza de las personas humanas al interior del universo natural” (Ibidem, p. 176). De

acuerdo con O’Shea, el giro copernicano que plantea Sellars tiene un gradiente normativo, el

cual está orientado a sortear la brecha que se genera entre el ámbito natural y el ámbito

sociocultural. En palabras del propio autor:

Para tomar prestada la metáfora principal de Kant, el corazón del intento de la

revolución copernicana de Sellars en la filosofía ha sido el intento de reorientar nuestro

pensamiento en relación con preguntas ontológicas y epistemológicas fundamentales

redimensionándolas sistemáticamente o, más bien, reconociendo su verdadera

naturaleza, como preguntas sobre las complejas relaciones entre lo natural y lo

normativo (Ibidem, p. 177).

En este sentido, las resonancias entre Kant y Sellars se vuelven significativas: si para Kant la

pregunta por las condiciones de posibilidad del conocimiento implicaba un cambio de

orientación que desplazara el rol constitutivo del objeto al sujeto, para Sellars resulta clave

superar las visiones verificacionistas y correspondentistas del conocimiento empírico al

reconocer el rol activo de lo conceptual y lo normativo en el proceso mismo del

conocimiento. Sin embargo, el giro copernicano supone un problema adicional: ¿de qué

manera es posible garantizar que podamos aplicar legítimamente las categorías puras del

entendimiento a lo dado en la sensibilidad? O, en su arista sellarsiana, ¿de qué manera puede

garantizarse que los fenómenos de la experiencia no se asuman como meros datos de los

sentidos y más bien logren integrarse conceptual y normativamente al espacio lógico de las

razones? Kant procura resolver este problema a partir de la deducción trascendental de las

categorías, mientras que Sellars propone una visión estereoscópica que haga posible la fusión

de imágenes, la cual logre explicar los diferentes cambios conceptuales (Cfr. Pitt, 1981) y, a

su vez, no desconozca la necesidad de la normatividad en el proceso mismo de conocimiento

(Cfr. deVries, 2005). En este orden de ideas, si se quiere apreciar con mayor precisión las

resonancias y disonancias entre las apuestas filosóficas de Kant y Sellars, es necesario

explorar de qué manera Sellars aprecia el modelo kantiano de la cognición humana y que

elementos reapropia de este y cómo los rearticula a partir de los principales compromisos

filosóficos que adopta en su valoración de los problemas epistemológicos de su tiempo.

2. La posibilidad de los juicios sintéticos a priori y la distinción analítico-sintético.

La pregunta que motiva a Kant para escribir la CRP es la siguiente: ¿son posibles los juicios

sintéticos a priori? Dicho de otra manera, ¿es posible un conocimiento certero, legítimo,

objetivo y de validez universal a partir del uso de las facultades de la razón humana? En ese

caso, la preocupación central en su primera crítica consiste en fundamentar el conocimiento

universal y objetivo bajo los cimientos trascendentales de la razón humana y a partir de allí

edificar todo posible conocimiento. La pregunta por la posibilidad de los juicios sintéticos a

priori nos remonta a la disputa entre racionalistas y empiristas en el siglo XVII. Para los

racionalistas como René Descartes, la claridad y distinción del conocimiento se debía a la

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bondad de Dios, el cual garantizaba la regularidad de la realidad estudiada, como también a

las ideas innatas de la mente humana y las verdades autoevidentes de las matemáticas. Para

los empiristas, el conocimiento solo era posible a partir de la percepción sensible y por ello

estaba sujeto a la contingencia. Si bien podrían rastrearse elementos comunes a los

fenómenos de la realidad, este procedimiento se realizaba por medio de una generalización

inductiva y por ello no lograba demostrarse su carácter universal y necesario. De esta manera,

ideas como la causalidad quedaban relegadas a una mera cuestión de hecho y por ello no

podían servir como fundamento de un nuevo conocimiento objetivo y válido universalmente.

El criticismo kantiano viene a consolidarse como una solución alternativa a esta

confrontación filosófica y por ello propone un modelo de conocimiento donde la sensibilidad

y el entendimiento se integran, de manera complementaria y armónica, en un mismo sistema

ontológico y epistemológico: el idealismo trascendental.

Pero ¿por qué es tan importante la demostración de la posibilidad de los juicios

sintéticos a priori para Kant? Para el pensador alemán, la demostración de lo anterior resulta

central, ya que permite zanjar la brecha epistémica surgida de los debates filosóficos

precedentes, como también hacer posible la fundamentación del nuevo edificio de la ciencia

moderna. No obstante, en la primera parte de la crítica, la Analítica Trascendental, Kant ha

logrado sustentar que dichos juicios son posibles, al demostrar que las intuiciones puras del

espacio y el tiempo son las condiciones de posibilidad de toda experiencia. Como bien agrega

Hartnack:

Kant formula su problema central preguntando cómo son posibles los juicios sintéticos

a priori. El problema no está en saber si hay tales juicios, porque Kant piensa que puede

fácilmente mostrar que los hay. Que los juicios de la matemática y ciertos principios

establecidos de la ciencia natural son a la vez sintéticos y a priori, no es para él un

problema. La argumentación en favor de este punto de vista se la encuentra ya en la

introducción y no parece plantearle dificultades ni recelos. Si consideramos la Crítica

de la razón pura desde este modo de presentar el problema, encontramos que su

solución es que las proposiciones de la matemática son sintéticas a priori porque el

espacio y el tiempo son formas a priori de intuición; y que los principios de la ciencia

natural pura son sintéticos a priori porque las categorías del entendimiento son

presuposiciones necesarias de todo entendimiento; y finalmente, que en metafísica no

podemos hacer juicios sintéticos a priori. La metafísica es una ilusión trascendental

(Hartnack, 1988, p. 160).

De acuerdo con Hartnack, si se asumen los principales postulados de la Doctrina

Trascendental de los Elementos, la cuestión por la posibilidad de los juicios sintéticos a priori

se torna resuelta. En este sentido, el verdadero reto no está en soportar mediante ejemplos la

posibilidad de dichos juicios, sino en demostrar cómo los elementos trascendentales de la

sensibilidad y del entendimiento pueden aplicarse legítimamente a la realidad fenoménica

que se le presenta al ser humano. Por lo tanto, como agrega Hartnack, el problema serio para

Kant consiste en demostrar la validez de su suposición inicial acerca de dichos juicios.

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Básicamente, se trata de demostrar la manera cómo los elementos trascendentales de la

experiencia y el entendimiento humano pueden dar cuenta de la miríada de sensaciones,

estímulos e impresiones que provienen del mundo de los fenómenos. Una vez que se ha

presupuesto la incognoscibilidad de la cosa-en-sí, ¿cómo aseguramos que nuestras

intuiciones y categorías se adecuan a los fenómenos de la realidad empírica? La respuesta a

esta pregunta será la Deducción Trascendental de las Categorías, consideradas por varios

estudiosos como la piedra angular de la CRP.

Para el idealismo trascendental, la distinción entre lo analítico y sintético resulta clave,

ya que permite diferenciar el conocimiento necesario y universal de aquellas formas de

conocimiento que rozan en lo contingente y particular. Sin embargo, con la posibilidad de

los juicios sintéticos a priori se da por sentado que es posible, a partir de los datos de la

experiencia (o del mundo de lo fenoménico), obtener un conocimiento que cumpla con los

estándares de objetividad de toda empresa científica que se pretenda válida universalmente.

Sin embargo, ¿cómo opera exactamente dicha distinción? La diferencia entre lo analítico y

lo sintético ha sido fuente de debate en las reflexiones filosóficas contemporáneas. El ya

mencionado trabajo de Quine procura desmoronar el dogma de la analiticidad y a partir de

allí asegurar que todo conocimiento es sintético o al menos una variedad muy sofisticada de

este. De igual manera, Kripke (1971) reflexiona sobre este mismo problema, ya que se ocupa

de diferenciar la distinción a priori – a posteriori como una dicotomía con implicaciones

epistemológicas, y diferenciarla de la distinción modal entre lo necesario y lo contingente, la

cual tiene claras implicaciones metafísicas. En sintonía con lo anterior, Sellars también

propone una reflexión crítica en torno a lo sintético a priori. En su artículo, “¿Existe lo

sintético a priori?” (ITSA), Sellars sugiere que tanto lo analítico como lo a priori se han

entendido de diversas maneras, lo que ha ocasionado una ambigüedad extendida en la

literatura filosófica del tema. En el caso de lo analítico, esta puede entenderse como (1) “una

verdad de la lógica o lógicamente verdadera” o (2) como algo “verdadero en virtud de los

significados de los términos que entren [en la formulación de los enunciados]” (ITSA, 1971,

p. 314). De manera complementaria, Sellars define lo sintético como aquello que alude a lo

que es “ni lógicamente verdadero ni lógicamente falso” (Ibidem, p. 315). Por último, Sellars

distingue por lo menos cuatro sentidos distintos del término a priori:

I. Lo a priori asociado a los criterios de universalidad y necesidad, que es el sentido

que Kant asocia a la aprioridad y sobre el cual se justifica y legitima la objetividad

de los elementos trascendentales del juicio.

II. El conocimiento a priori entendido como aquel tipo de conocimiento del cual

estamos seguros o tenemos certeza. En ese sentido, se trata de un criterio de

razonabilidad a partir del cual se puede afirmar con seguridad que, en base a un

conjunto de juicios, es posible decir que la afirmación es cierta.

III. La aprioridad como criterio que permite decir que todo elemento que tenga la

cualidad de ser a priori es, por definición, independiente de la experiencia.

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IV. El último enfoque dice que la razonabilidad de un juicio a priori reposa en una

comprensión acertada de los significados de los términos que entren en la

afirmación. “Dicho brevemente, la verdad a priori es verdad ex vi terminorum”

(Ibidem, p. 316).

Sellars se decantará por la cuarta definición de aprioridad, ya que es la concepción que más

resulta compatible con sus apreciaciones sobre el funcionamiento del lenguaje y del rol

normativo de lo conceptual. Sin embargo, no se trata únicamente de una mera cuestión de

conveniencia teórica. Por el contrario, los compromisos filosóficos que establece Sellars

implican que este debe rechazar una visión de la aprioridad que asuma como supuestos ciertas

ideas metafísicas realmente controvertidas. Por ejemplo, el funcionamiento de las facultades

mentales en Kant es un asunto que se explica a partir de los propios elementos de su

arquitectónica trascendental. Sin embargo, desde una perspectiva como la de Sellars, dicho

funcionamiento trascendental de la actividad mental resulta difícil de explicar. En sentido

estricto, Kant asume como trascendentales las estructuras a priori que configuran nuestra

propia actividad mental. No obstante, Sellars sostiene que lo a priori solo puede concebirse

en relación a un sistema inferencial, en el cual ciertos presupuestos epistémicos se asumen

como verdaderos en virtud de su capacidad y coherencia explicativa. En ese sentido, ¿cuáles

son los compromisos filosóficos que Sellars asume en su proyecto teórico? Y ¿por qué estos

complican una cierta sospecha ante las divisiones (metafísicas)4 que hace Kant en su primera

crítica?

Respecto a la primera pregunta, de acuerdo con deVries (2005), son por lo menos tres:

el nominalismo, el naturalismo y el realismo científico. Como se mencionó previamente,

Sellars propone una nueva concepción del nominalismo entendido como nominalismo

psicológico; pero, esta parte por compartir la misma base filosófica: la negación de la

existencia de los universales y de las entidades abstractas, pero con la precisión de que la

cuestión de los universales corresponde a una cuestión lingüística y a la manera cómo estos

términos se configuran semántica y pragmáticamente en redes inferenciales de sentido

compartido. Sinceramente, la posición de Kant frente al nominalismo medieval no resulta del

todo evidente5, pero hay una clara diferencia con Sellars, ya que el primero postula la

4 En este sentido, para Kant, si bien su apuesta filosófica pretende rechazar cualquier afirmación metafísica al asociar a usos ilusorios e injustificados de las facultades de la razón (lo que él denomina como dialéctica trascendental), no se puede negar que la apuesta epistemológica de Kant reflejada en su giro copernicano tiene claras implicaciones ontológicas. Por ejemplo, la distinción entre el fenómeno y el noúmeno es un claro ejemplo de lo anterior, ya que supone la existencia de entidades que son incognoscibles, por lo que funcionan como elementos límites de nuestro propio entendimiento humano. 5 Sellars afirma explícitamente que Kant no es un nominalista, ya que en algunos apartados se compromete con la existencia particular de universales. Por ejemplo, Sellars piensa particularmente en el caso del noúmeno, el cual puede tener dos sentidos posibles para Kant: en un sentido positivo, puede considerarse como aquello que puede ser conocido por medio de una intuición no-sensible (v.g. una intuición intelectual). En un sentido negativo, alude a aquello que no puede ser reconocido por medio de una intuición sensible, por lo que resulta incognoscible para un ser humano (Cfr. KPT, 2002, p. 58).

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universalidad de los elementos trascendentales del juicio. En ese sentido, para Kant la

distinción entre lo analítico y lo sintético opera como una afirmación básica en su modelo

idealista trascendental. Para Sellars, lo a priori no se piensa como una condición

trascendental cuya aplicación es válida universalmente, sino que se piensa como criterio ex

vi terminorum, es decir, como un criterio normativo en virtud de los significados, es decir de

los usos, de los términos involucrados. En ese sentido, lo a priori no es tanto un rasgo

rastreable en términos trascendentales, sino más bien un elemento inferencialista que es

alusivo a cada marco conceptual con el cual se interpreta el mundo. En este sentido, la

filosofía trascendental se convierte en lingüística trascendental6 y el estudio de las

condiciones de posibilidad del conocimiento se convierte en el uso de las funciones lógico-

epistémicas y pragmáticas que determinados juicios del entendimiento desempeñan en un

marco interpretativo-conceptual compartido. En este sentido, Sellars propone, a partir de

relectura de Kant, una reconceptualización de lo sintético a priori:

A diferencia de Kant, Sellars cree que, aunque necesariamente habrá proposiciones a

priori sintéticas en cada marco lingüístico-conceptual, no es necesario que haya una

sola proposición sintética a priori que sea un elemento de todos los lenguajes o marcos

conceptuales posibles. Kant piensa que hay un único marco conceptual que incumbe

a toda la humanidad; Sellars claramente no está de acuerdo (deVries, 2005, p. 63,

negrilla propia).

De acuerdo con la exposición realizada por deVries, en Kant solo hay una noción operativa

de lo sintético a priori que es común a todos los sujetos cognoscentes en virtud de los

elementos trascendentales que operan en toda cognición humana compuestas de

entendimiento y sensibilidad. En ese sentido, hay un claro gesto universalizante por parte de

Kant en su apuesta epistemológica. Sin embargo, lo interesante de Sellars –y en consonancia

también con su postura nominalista– estriba en reconocer que lo sintético a priori, o lo

verdadero ex vi terminorum, puede darse en conformidad a un marco interpretativo particular

y, por lo tanto, en principio podrá ser relativa a estos. En este sentido, la labor trascendental

no consistiría en dar cuenta de un modelo de la cognición humana universalmente funcional

para toda forma de conocimiento teórico, sino más bien en mostrar como dichas afirmaciones

o juicios pueden articularse efectivamente en un modelo de comprensión más amplio. En este

sentido, no se trataría de una relación unidireccional, en el cual los juicios sintéticos a priori

tienen validez conforme a un modelo prediseñado, sino que la relación contraria es posible:

nuevas inferencias hacen posible reconfigurar el marco interpretativo conceptual preexistente

y con ello hace posible la integración de nuevos fenómenos u objetos de conocimiento7.

6 Este punto se explicará con mayor detalle en el tercer y último momento de la presente tesis. No obstante, todo el análisis precedente tiene como finalidad demostrar el paso que da Sellars del idealismo trascendental a la lingüística trascendental. 7 Respecto a lo anterior, deVries ofrece un ejemplo muy interesante a partir de los avances en física teórica: “Durante la mayor parte de nuestra historia, la "lógica" de las conversaciones de partículas y la "lógica" de las conversaciones de onda parecían mutuamente incompatibles. Un objeto podría ser una partícula o una onda,

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Desde la noción kantiana de aprioridad, todo conocimiento científico es universal y

necesario, características que comúnmente suelen asociarse a este tipo de conocimiento y por

ello resulta razonable la confianza depositada en este. Sin embargo, dicho modelo epistémico

presenta problemas al momento de explicar cómo se dan los cambios conceptuales a nivel

teórico o científico. En cambio, desde la reconceptualización que Sellars propone de la

aprioridad, es posible concebir de una mejor manera el cambio conceptual: diversas

inferencias, sean materiales o formales, hacen posible evaluar la capacidad explicativa de

una teoría, y a partir de ahí, se hace posible su modificación adaptativa o su sustitución

falibilista a partir de un modelo con mayor eficacia explicativa o comprensiva8.

Respecto al segundo compromiso filosófico adoptado por Sellars, es decir, el

naturalismo, difícilmente se puede decir que haya un correlato natural al funcionamiento de

las facultades trascendentales que Kant describe en su primera crítica. No obstante, no hay

que caer en el anacronismo de pensar que ciertas explicaciones naturales o neurobiológicas

pueden llegar a explicar favorablemente los principales puntos de la argumentación kantiana.

El punto realmente interesante consiste en desentrañar las razones por las cuales Sellars, pese

a su compromiso naturalista, decide basarse en Kant como uno de sus principales pilares

teóricos. En ese sentido, cabría preguntarse: ¿qué se está entendiendo por naturalismo aquí?

En un sentido epistemológico amplio, el naturalismo se concibe como una especie de

compromiso con la idea de que los métodos empíricos de las ciencias naturales funcionan

como paradigmas o modelos de adquisición de conocimiento, por lo que estos mismos

métodos no deberían ser interpretados en términos no-naturalistas (Cfr. deVries, 2005, p. 16).

Algunos insignes representantes de la derecha sellarsiana han emprendido proyectos de

naturalización en los ámbitos semántico (Millikan), epistemológico (Rosenberg) y cognitivo

(Churchland), aunque es claro mencionar que Sellars no admite un naturalismo de corte

reduccionista. Como bien se precisa en el parágrafo 36 de EPM:

pero no ambas. Además, esto parecía una cuestión a priori, precisamente porque las lógicas de los diferentes tipos diferían de forma tan marcada. Pero la teoría cuántica parece exigir que se abandone este prejuicio a priori. La partícula y la onda pueden no ser completamente categóricas en estatura, tipos absolutamente superiores (aunque parecen objetos-tipo relativamente básicos), pero no parece estar más allá del alcance de la imaginación que otros desarrollos en la ciencia podrían ocasionar revisiones más radicales en la forma en que hablamos” (deVries, 2005, pp. 288-289). El ejemplo anterior resulta sumamente diciente, ya que la física de la luz ha logrado demostrar experimentalmente que esta puede tener un doble comportamiento: como partícula y como onda. En ese sentido, la aprioridad de una diferencia conceptual de orden analítico es revisada a la luz de descubrimientos empíricos, es decir, a la luz de descubrimientos de tipo a posteriori. Algo similar sostiene Kripke (1971) al defender la posibilidad de lo contingente a priori. 8 La propuesta sellarsiana del cambio conceptual en la ciencia resulta sumamente interesante, ya que la apuesta inferencialista de Sellars permite apreciar cómo las afirmaciones científicas logran articularse explicativamente con las demandas discursivas del lenguaje natural o la usanza convencional que realizan los agentes (o personas en la terminología del autor). Adicionalmente, que el marco interpretativo-conceptual sea provisional, permite rastrear semejanzas de familia con otras apuestas en filosofía de la ciencia: por ejemplo, la explicación del cambio de paradigma científico en Kuhn a partir de la anomalía o el falsacionismo como prueba de fuego de la solvencia explicativa de una teoría científica en el caso de Popper (Cfr. Pitt, 1981).

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[L]a cuestión esencial es que al caracterizar un episodio o estado como de conocer no

estamos dando una descripción empírica de él, sino que lo estamos colocando en el

espacio lógico de las razones, de justificar lo que uno diga y ser capaces de justificarlo

(EPM, 1971, p. 182).

Por lo tanto, el naturalismo de Sellars es claramente anti-reduccionista, en la medida que

concibe que los elementos a priori (en el sentido visto previamente de ex vi terminorum) y

normativos del conocimiento no pueden acomodarse sin más a un marco naturalizado de

comprensión científica. De acuerdo con la cita anterior, si bien las ciencias naturales pueden

proveernos de métodos de análisis confiables, no podemos elaborar sin más, a partir de las

descripciones o datos que arrojan, conocimiento objetivo o confiable acerca de los fenómenos

de la realidad desprovistos del uso mediador de los conceptos. En ese sentido, el naturalismo

de Sellars problematiza la distinción entre lo analítico y sintético al romper con el

reduccionismo propio de ciertas visiones del conocimiento empírico y ver en la aprioridad

una suerte de criterio lógico, pragmático y conceptual que vincula la normatividad con la

epistemología

Por último, conforme al último compromiso filosófico, el realismo, Sellars es enfático

en no comprometerse con una forma de realismo ingenuo, el cual suponga una forma de

acceso directo o inmediato con la realidad o los datos de los sentidos. Comprometerse con lo

anterior, sería un claro retorno indebido al Mito de lo Dado que Sellars procura refutar en

EPM. Por el contrario, como bien menciona deVries, Sellars se compromete con una forma

particular de realismo: el realismo científico, en el cual la intersección entre el naturalismo y

el realismo se hace posible. De acuerdo con el realismo científico que defiende Sellars:

[L]a existencia es, en última instancia, existencia dentro del nexo causal

espaciotemporal, y la ciencia se corresponde a la mejor forma que tenemos de conocer,

ya que se trata de un esfuerzo autocorrectivo que constantemente se refina a sí mismo,

metodológica y substantivamente, y cuyo principal propósito es el conocimiento del

mundo natural (deVries, 2005, p. 17).

En el pasaje anterior, el espacio y el tiempo funcionan como coordenadas de sentido que

hacen posible toda experiencia sensible del mundo natural, pero con la salvedad de que no

corresponden a intuiciones puras de la sensibilidad como en Kant; sino que se trata más bien

de propiedades ontológicamente independientes del sujeto y que pueden rastrearse en virtud

de la caracterización descriptiva de los fenómenos naturales. En la primera crítica, la

refutación al idealismo y la deducción trascendental cumplen una función complementaria:

la demostración de la realidad empírica de los objetos de conocimiento y la posibilidad de un

acceso epistémico legítimo hacia los mismos. Si bien los fenómenos aluden a la presentación

de los objetos de la realidad en términos cognitivos, Kant es enfático en indicar que la mente

no produce sin más los objetos de la realidad. En ese sentido, su deseo es separarse de formas

de idealismo ingenuo, como el empirismo de Berkeley. No obstante, su forma de realismo

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empírico está atado al funcionamiento de los conceptos puros del entendimiento. Los objetos

de la realidad se hacen inteligibles en tanto se hacen partícipes de las representaciones

conceptuales del funcionamiento trascendental del psiquismo humano9. Dicho de otro modo,

no se puede negar la existencia de una realidad externa porque sin ellas los pensamientos

carecerían de contenidos, serían vacíos. En ese sentido, aunque Sellars no duda en afirmar la

existencia de una realidad natural independiente de toda cognición humana, no por ello

asume que la cognición involucra un acceso inmediato a la misma. En virtud de lo anterior,

tanto Sellars como Kant comparten la idea de que el acceso directo a la realidad está mediado

de alguna forma: para el primero, el acceso está mediado por la normatividad de los

conceptos, mientras que para el segundo el acceso está mediado por el funcionamiento

trascendental de las facultades de la razón10.

Ahora bien, ¿de qué manera se relacionan o evidencian estos compromisos filosóficos en la

manera como Sellars entiende la distinción analítico-sintético y reconceptualiza la noción de

lo a priori? En primer lugar, en virtud de su redefinición de la aprioridad, Sellars hace posible

la problematización de la diferencia entre lo analítico y lo sintético. Las verdades científicas

pueden considerarse a priori a partir de las relaciones inferenciales que establecen con otro

tipo observaciones materiales o inferencias teórico-formales. En ese sentido, lo a priori no

es sinónimo de universalidad y necesidad en sentido kantiano, pero no por ello se debe

desconocer su enorme importancia para cualquier proyecto de corte epistemológico. En

primer lugar, el nominalismo de Sellars le permite romper con las pretensiones

universalizantes de ciertos presupuestos idealistas del criticismo kantiano. En segundo lugar,

el naturalismo no-reduccionista que asume Sellars implica reconocer que hay una realidad

que existe con independencia de la mente, pero el acceso a dicha realidad esta mediado por

el marco interpretativo-conceptual que nos permite articular nuevas experiencias al espacio

lógico de las razones. En tercer y último lugar, el realismo científico da cuenta de la

provisionalidad constitutiva de dicho marco interpretativo-conceptual, y a su vez da cuenta

del carácter relacional y funcional de toda forma de conocimiento humano, siempre en directa

codependencia con actitudes conceptuales que permiten presentar los fenómenos de la

realidad de una manera epistémicamente relevante.

9 En el original alemán, Kant habla de Gemüt. Pero, aquí se toma la versión de Pedro Ribas quien la traduce como psiquismo (Ribas en Kant, 2006, p. XXXVII). 10 Frente a esta comparación, autores como Reider señalan que la visión de Sellars del realismo está seriamente comprometida por sus asunciones kantianas y su adopción de un funcionalismo normativo. En ese sentido, el modelo kantiano-sellarsiano de cognición/percepción no hace posible un acceso conceptual y perceptual suficiente ante una realidad que existe independientemente de la mente que la concibe (Reider, 2012, p. 39). No obstante, ante esta acusación, deVries replica a Reider que sus críticas a la propuesta epistémica de Sellars dan cuenta de una concepción de la formación de conocimiento atada al representacionalismo empirista, el cual evoca nuevamente las dificultades mencionadas en la formulación del Mito de lo Dado (Cfr. deVries, 2012, p. 66).

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3. Sellars y el modelo kantiano de la cognición humana.

En el apartado anterior, se explicó por qué razón, para Kant, resulta tan importante demostrar

la posibilidad de los juicios sintéticos a priori: porque la demostración de estos juicios hace

posible la fundamentación de una forma renovada de conocimiento, en la cual sea posible

generar verdades objetivas y válidas universalmente a partir de los elementos que suministra

la experiencia humana. Sin embargo, como se puedo apreciar en el caso de Sellars, la

posibilidad de los juicios sintéticos a priori no se explica trascendentalmente, sino

normativamente. Pero, en ambos autores es posible establecer un elemento común: ya sea

categórica o inferencialmente, los contenidos empíricos no son por sí solos una fuente válida

de conocimiento objetivo; por el contrario, la validez de dichas formas de conocimiento

empírico se logra al articular dichos contenidos a un marco normativo (Sellars) o a un sistema

de representaciones conceptuales (Kant) a partir del cual adquieren sentido. A pesar de sus

diferencias, tanto en Kant como en Sellars puede trazarse una defensa del rol conceptual en

la experiencia, ya sea por medio de la intervención de las categorías en la aprehensión

cognitiva y representacional de los contenidos de la experiencia, o ya sea en la articulación

normativo-conceptual que tiene lugar cuando los contenidos de la experiencia son integrados

al espacio lógico de las razones. No obstante, se hace necesario establecer comparativamente

cómo funciona la cognición en Kant y de qué manera puede articularse en la apuesta

epistemológica que Sellars a traza a partir de su crítica al Mito de lo Dado.

En este orden, cabe preguntarse lo siguiente: ¿cómo funciona la cognición humana de

acuerdo con Kant? La cognición alude a una forma particular de conocimiento válido

objetivamente. De acuerdo con ciertas lecturas epistemológicas contemporáneas, el

conocimiento correspondería a una suerte de creencia justificada. En consonancia con la

terminología kantiana, el punto clave reside en entender que la objetividad del conocimiento

resulta de la integración legítima (quid juris) de los elementos trascendentales del

entendimiento y de la sensibilidad a la aprehensión de la heterogeneidad fenoménica que se

le presenta al sujeto de conocimiento. En conformidad con esto, Kant debe explicar de qué

manera su idealismo trascendental explica la actividad mental. A partir de la exposición de

las facultades, Kant sugiere que la imaginación desempeña un rol auxiliar en la manera cómo

se regulan conceptualmente los contenidos empíricos a partir de la actividad perceptora de

los sentidos. En la CRP, el concepto “siempre es, por su forma, algo universal que sirve como

regla” (Kant, 2006, A 106). De acuerdo con Allison, para Kant:

[U]n concepto funciona como un principio organizador del conocimiento; como un

medio para reunir una serie de representaciones en una unidad analítica. Por ejemplo,

formar el concepto de cuerpo es pensar que están reunidas las características de

extensión, impenetrabilidad, figura, etc. (los componentes del concepto). Aplicar este

concepto es concebir algún objeto real o posible bajo la descripción general

proporcionada por estas características. Esto equivale a formar un juicio respecto del

objeto u objetos. Por eso, Kant afirma que el ‘único uso que el entendimiento puede

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22

hacer de estos conceptos es el de juzgar mediante ellos’ (A 60 / B 93) y caracteriza los

conceptos como ‘predicados de posibles juicios’ (Allison, 1992, p. 119).

La cognición humana es, para Kant, una forma de conocimiento discursivo11 que resulta de

la mutua complementariedad de las facultades, las cuales –como se puede apreciar en la

deducción trascendental de las categorías– confluyen activamente en la intelección humana

a partir de las tres síntesis: la síntesis de aprehensión en la intuición, la síntesis de

reproducción en la imaginación y la síntesis de reconocimiento en el concepto. Aquí podemos

apreciar de qué manera la sensibilidad, la imaginación y el entendimiento actúan en la

explicación kantiana de la actividad mental de la cognición. Los contenidos empíricos

obtenidos por la sensibilidad no se obtienen sin más a partir de los órganos de la percepción,

sino que precisan de la mediación de los conceptos puros del entendimiento. Comprender de

qué manera se dan estas operaciones es la tarea que se propone la Analítica Trascendental,

aunque algunas de estas operaciones mentales o cognitivas resultan enigmáticas, incluso si

atendemos a las explicaciones que ofrece el mismo Kant. En ese caso, es difícil pensar en un

correlato mental o psicológico que permita apreciar de qué manera las facultades del

entendimiento funcionan coordinadamente para hacer posible la cognición humana. No

obstante, como bien ha precisado Kitcher, la finalidad de la reflexión kantiana no es la de

postular una nueva psicología empírica, sino más bien de establecer las bases filosóficas de

una psicología trascendental (Cfr. 1990). En ese caso, resultaría anacrónico pensar la apuesta

epistémica kantiana sin el fundamento idealista que la sustenta y sin la apreciación del

psiquismo estructurado conforme a las condiciones trascendentales de todo conocimiento

humano12. En ese sentido, la cognición humana para Kant se explica a partir del

11 De acuerdo con Allison, Kant habla de un conocimiento discursivo porque las condiciones epistémicas de todo conocimiento a las que apela Kant son de tipo discursivo (aplicación argumentativa de conceptos). Sin embargo, reconoce que esta no es la única forma de conocimiento posible para Kant, pero precisa que es necesario comenzar con un examen de la explicación que Kant hace de la naturaleza discursiva de la cognición humana en general, y en particular de la estructura predicativa del juicio (Cfr. Allison, 1992, p. 117). 12 Por ejemplo, Peter Strawson en su clásica obra Los límites del sentido (1975), menciona una profunda insatisfacción frente a los aspectos idealistas del criticismo kantiano, ya que comprometen la rigurosidad y credibilidad de una nueva tarea de fundamentación filosófica de la ciencia. En ese sentido, Strawson aboga por una metafísica descriptiva que depure al criticismo de sus elementos románticos e idealistas, y la reoriente a partir de una actividad de corte analítica y conceptual. Como agrega Chica: “Strawson denomina el quehacer filosófico así entendido como una ‘metafísica descriptiva’, es decir, como un estudio no empírico sino puramente conceptual -por eso el recurso a la expresión ‘metafísica’- cuya meta es describir sistemáticamente esos conceptos que al filósofo le interesan, en general, los que constituyen el núcleo sobre el que se articula nuestra comprensión ordinaria del mundo y de nosotros mismos” (Chica, 2009, pp. 243-244). La idea del análisis conceptual guarda numerosas resonancias con el inferencialismo de Sellars, al igual que se tiene presente una redefinición de lo trascendental que no implique un compromiso ontológico de corte idealista. Sin embargo, estudiosos clásicos del pensamiento kantiano, como Henry Allison, consideran que estas apuestas interpretativas incurren en el error de no considerar el sistema kantiano en sus propios términos. Dicho de otro modo, la arquitectónica del sistema filosófico kantiano es sumamente coherente y prescindir de ciertos elementos explicativos solo da cuenta de intereses filosóficos involucrados. En ese caso, es necesario aclarar que Sellars hace uso del sistema filosófico kantiano en función de sus propios intereses,

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reconocimiento de ciertas condiciones de posibilidad que establecen los límites epistémicos

de cualquier representación válida y objetiva de la realidad, sea esta física, mental o lógico-

formal. Es gracias a la estructura discursiva y judicativa del pensamiento que podemos

atestiguar el funcionamiento y la validez objetiva del conocimiento. En ese sentido, la

cognición para Kant está regulada por la racionalidad, la cual a su vez está determinada por

las condiciones trascendentales del conocimiento y corresponde a un elemento común a todos

y cada uno de los agentes racionales.

La cognición humana para Kant corresponde a una función representacional en virtud

de la cual podemos hacernos una imagen inteligible del mundo. Dichas representaciones son

posibles a partir del funcionamiento coordinado de los elementos que regulan la racionalidad

humana. Sin embargo, para Kant, no se tratan de representaciones contingentes, sino más

bien de representaciones reguladas en virtud de la aplicación de categorías puras y reglas

conceptuales que permiten integrar válida y objetivamente la multiplicidad fenoménica que

viene dada al sujeto por medio del contenido material de las intuiciones sensibles. Dicho de

otra manera, la variedad constitutiva del mundo sensible fenoménico se ve unificada por la

actuación reguladora de los conceptos del entendimiento humano. Sin embargo, las

diferentes representaciones producto del entendimiento humano pueden ser clasificadas.

Dicha taxonomía trascendental se encuentra consignada en el famoso pasaje clasificatorio

de la CRP:

No nos faltan denominaciones adecuadas a cada clase de representación. No

necesitamos invadir el terreno de ninguna. He aquí una clasificación de las mismas: el

género es la representación en general (reprasentatio); bajo ésta se halla la

representación con conciencia (perceptio). Una percepción que se refiere

exclusivamente al sujeto, como modificación del estado de éste, es una sensación

(sensatio); una percepción objetiva es un conocimiento (cognitio). El conocimiento es,

o bien intuición, o bien concepto (intuitus vel conceptus). La primera se refiere

inmediatamente al objeto y es singular; el segundo lo hace de modo mediato, a través

de una característica que puede ser común a muchas cosas. El concepto es, o bien

empírico, o bien puro. Este último, en la medida en que no se origina sino en el

entendimiento (no en la imagen pura de la sensibilidad), se llama noción (notio). Un

concepto que esté formado por nociones y que rebase la posibilidad de la experiencia es

una idea o concepto de razón. A quien se haya acostumbrado a esta diferenciación tiene

que resultarle insoportable oír llamar idea a la representación del color rojo. Tal

representación no debe llamarse siquiera noción (concepto del entendimiento) (Kant,

2006, A 320 / B 377).

Este pasaje resulta sumamente esclarecedor, ya que establece una distinción terminológica

que permite entender a Kant en sus propios términos, como también las diversas

como si se tratara de una versátil caja de herramientas filosóficas, pero de las cuales no puede disponerse arbitrariamente.

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reapropiaciones realizadas por Sellars. Los elementos claves a considerar son los siguientes:

en primera instancia, el conocimiento en general corresponde a una función representacional

de la realidad. No se trata de una función inmanente, ni tampoco contingente, sino que precisa

de la correlación de estructuras subjetivas trascendentales que se amoldan y a la vez hacen

posible la interiorización epistémica de los fenómenos y objetos de conocimiento. En

segunda instancia, puede haber representaciones sensibles e intelectuales, pero la cognición

(cognitio) como tal siempre precisará del uso de conceptos, a los que Kant da el nombre

genérico de categorías y enumera doce de ellas. En última instancia, resulta interesante que

pueda haber tanto conceptos empíricos como puros. Si lo conceptual se entiende como una

tarea regulativa, asociada a la aplicación de reglas o de formas válidas de inferencias,

entonces se reafirma la idea de que la intelección humana no se confronta directamente con

la pluralidad de estímulos sensoriales que configuran la realidad material. Por el contrario,

los contenidos empíricos parecen adecuarse a las exigencias conceptuales que regulan el

proceso mismo de intelección humana. En ese orden de ideas, Kant pareció vaticinar a su

manera la crítica al Mito de lo Dado, pese a que los compromisos derivados del giro

copernicano han generado numerosas críticas desde diferentes enfoques epistemológicos.

Sin embargo, a partir de lo anterior, se hace necesario preguntarse lo siguiente: ¿cómo

entiende Sellars la cognición humana? Y, adicionalmente, ¿qué elementos de la filosofía

crítica de Kant incorpora Sellars en su comprensión de la manera cómo conocen los seres

humanos? Sellars se ha caracterizado por tratar de conciliar diferentes perspectivas

filosóficas en su propio trabajo: el racionalismo y el empirismo, el fundacionalismo y el

coherentismo, el externalismo y el internalismo, o el realismo, el fenomenalismo y el

idealismo (Cfr. deVries, 2005, p. 95). En este sentido, guarda cierta semejanza con Kant,

quien pensó su propio trabajo filosófico como una respuesta a los interrogantes precedentes

de la tradición y a la vez una solución a las disputas que se presentaban entre diferentes

corrientes de pensamiento de la época. De igual manera, como se vio en el acápite anterior,

para Sellars, cualquier apuesta epistemológica entraña a su vez ciertos compromisos

ontológicos y ciertas preocupaciones metafísicas. Como vimos anteriormente, dichos

compromisos en el caso de Sellars pueden resumirse a tres: el naturalismo, el realismo y el

nominalismo. De acuerdo con su primer compromiso, una explicación naturalista de la

cognición humana procura prescindir de cualquier elemento idealista o trascendental. Esta

consideración resulta clave, ya que la explicación de la cognición humana que brinda Sellars

procura estar en consonancia con los avances psicológicos y neurobiológicos de la época;

pero, y esto es importante decirlo, procura entender que la cognición es algo más que una

mera función cerebral, por compleja que esta sea; más bien, es en virtud de esa complejidad

que la cognición debe analizarse de manera integral, conforme a las apuestas teóricas y

reflexivas derivadas de diversas tendencias de pensamiento. Por ejemplo, en una explicación

naturalizada de la cognición humana, esta podría entenderse como una función

neurofisiológica compleja, que involucra la activación de diversos componentes

neuroanatómicos, pero a la vez que precisa de cierta plasticidad neuronal para garantizar la

capacidad adaptativa derivada de los diferentes procesos de aprendizaje. De igual manera,

Page 25: DEL IDEALISMO TRASCENDENTAL A LA LINGÜÍSTICA …

25

podría decirse que, a nivel etológico, behaviorista o evolutivo, es posible dar cuenta del

seguimiento de reglas con propósitos normativos como funciones biológicas adaptativas. Sin

embargo, de acuerdo con deVries, lo clave para Sellars consiste en pensar la cognición

humana como “parte de un proceso continuo de ajuste al mundo, que es más que mera

adaptación, ya que es un proceso regido por reglas y orientado a fines. Por esta razón, resulta

más apropiado describir esta normatividad como una empresa autocorrectiva” (deVries,

2005, p. 141).

La cita anterior es clave, ya que se entiende que la cognición es un proceso humano

intersubjetivo –al igual que en Kant, siempre y cuando entendamos que la estructura

trascendental de la racionalidad es compartida por todos los agentes en virtud de su psiquismo

humano–, regulado normativamente y que es un proceso continuo, de constante

perfeccionamiento y cambio conceptual. Lo anterior también guarda relación con los otros

dos compromisos restantes: el realismo y el nominalismo. En la refutación al idealismo, Kant

asegura que los objetos de conocimiento guardan idealidad trascendental y realidad empírica,

es decir, lo cognoscible para la subjetividad trascendental es la forma de aparición del objeto

–el fenómeno– y es real fácticamente porque es la forma de presentación de una cosa-en-sí,

la cual tiene un estatuto ontológico independiente al sujeto. Si bien Sellars define de manera

distinta lo nouménico propiamente, entiende que la cognición está dirigida a objetos de la

realidad y que estos procesos de conceptualización a partir de los cuales se hace inteligible

la realidad no deben ser ajenos a los diferentes avances teóricos y metodológicos en las

diferentes ciencias. De manera complementaria, Sellars concilia el realismo y el

coherentismo en su apuesta epistemológica, ya que considera que el fundacionalismo

reproduce los vicios epistémicos y los excesos explicativos del Mito de lo Dado y se

encuentra amparado en ciertas formas de empirismo ingenuo. En uno de sus primeros

trabajos de madurez, “Realism and the New Way of Words” (RNWW), Sellars sostiene que

la experiencia solo puede ser entendida como un fragmento constitutivo de una experiencia

idealmente coherente. En ese orden de ideas, el lenguaje empírico, es decir el lenguaje natural

–aquel que no es lógico-formal– se entiende como un modelo lingüístico fragmentario de un

lenguaje idealmente coherente. Por medio de la apelación a la experiencia, se procura

prescindir de cualquier rezago idealista. Sin embargo, Sellars considera relevante tomar en

cuenta también los elementos y componentes pragmáticos del sentido común y la perspectiva

científica como puntos cruciales en la conformación de reglas, las cuales en muchos casos

tienen un trasfondo histórico pero que se asumen como presupuestos confirmados, más no

verificados. En ese sentido, Sellars considera que el lenguaje ideal es un lenguaje realista,

en el cual tengan lugar la integración de la experiencia a un marco teórico conceptual y sea

posible evaluar su idealidad; pero, que a su vez no omita ni desconozca el carácter

sociohistórico, pragmático y compartido de las reglas que intervienen en dichos procesos de

inferencia y cognición. En este caso, de lo que se trata es de una destrascendentalización de

Kant a partir del reconocimiento del carácter social e históricamente devenido, y deviniente,

de las reglas que condicionan los procesos cognitivos, prácticos, científicos y lingüísticos

emprendidos por los seres humanos (Cfr. RNWW, 1948, pp. 633-634).

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Adicionalmente, respecto al asunto del nominalismo, Sellars sostiene que esta postura

es la única compatible con el naturalismo filosófico, ya que considera que hay una primacía

del orden causal en la explicación, e igualmente, las entidades abstractas son causalmente

impotentes (Ibidem, p. 67). Por lo tanto, para Sellars lo conceptual desempeña un rol

importantísimo en la cognición al igual que en Kant, pero se procura entender estos elementos

no tanto en términos trascendentales o idealistas, sino que más bien se trata de comprender

la cognición en virtud de procesos conceptuales naturales, socioculturales e históricos que

están implicados en su propia ejecución.

En Kant, la cognición humana es representacional y está orientada a objetos, es decir,

se trata de una actitud epistémica intencional. Sin embargo, el giro copernicano agrega que

lo que se puede conocer son más bien apariencias y por ello la cosa-en-sí que le sirve de

sustento queda ignota. De igual manera, el interés epistemológico se desplaza del objeto al

sujeto y por eso hay que concentrarse en el estudio meticuloso de las condiciones de

posibilidad de todo conocimiento y a partir de allí analizar los criterios de validez,

universalidad, necesidad y objetividad del conocimiento. Por su parte, en Sellars la

fundamentación epistemológica del conocimiento y la justificación de su validez tienen una

función clave en la tarea de consolidar una visión estereoscópica que unifique la imagen

científica y la imagen manifiesta del mundo. En otros términos, el perfeccionamiento de los

marcos normativos y conceptuales de interpretación y comprensión de la realidad deben

servirnos para entender de una manera más holística y clara los nuevos fenómenos, objetos

y hechos constitutivos de nuestra realidad en sus diferentes manifestaciones. Sin embargo,

Sellars también habla de un saber-cómo (know-how) en la medida que este proceso continuo

de ajuste y autocorrección, que califica al conocimiento humano propiamente, también

genera nuevas medidas disposicionales y voliciones frente a la manera previa de

relacionarnos con el mundo y con los otros. Este punto resulta clave porque en uno de sus

trabajos más conocidos, “La filosofía y la imagen científica del hombre” (PSIM), Sellars

estipula cuál debe ser la función de la filosofía, entendida como una empresa epistemológica

especial:

Cuando se lo formula abstractamente, el objetivo de la filosofía consiste en comprender

de qué modo las cosas -en el sentido más amplio posible de esta palabra- están

relacionadas entre sí -asimismo en el más amplio sentido de la palabra-; y bajo “las

cosas en el sentido más amplio posible de la palabra” subsumo artículos radicalmente

distintos, no sólo “coles y reyes”, sino incluso números y deberes, posibilidades y

chasqueares de dedos, experiencias estéticas y la muerte. Así pues, alcanzar un logro

filosófico será -por ejemplar un giro contemporáneo- “saber cómo manejárselas” con

respecto a todas estas cosas; pero no de la irreflexiva forma en el que el ciempiés del

cuento sabía cómo bandearse antes de que se le presentara la pregunta cómo andaba,

sino de la manera reflexiva que quiere decir que no se imponen condiciones

intelectuales (PSIM, 1971c, p. 9, cursiva mía).

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En ese sentido, la comprensión que Sellars tiene de la cognición humana está vinculada a un

proceso cambiante de integración comprensiva de todas las cosas, en el sentido más amplio

posible del término. Este punto resulta interesante porque permite establecer una cierta

continuidad, pero a la vez un viraje respecto a la tradición de pensamiento kantiana. De

acuerdo con la lectura que hace Rae Langton (2007) del Kant teórico, lo que queda de su

propuesta puede ser denominado como una especie de humildad epistémica, ya que la

demostración de la imposibilidad del conocimiento de las cosas mismas pone en entredicho

los alcances del conocimiento humano. Dicho de otra manera, nuestras facultades

epistémicas son claramente limitadas y por ello toda apuesta epistémica, incluso si se trata

de una apuesta científica o teórica, debe reconocerse como atravesada por dicha

imposibilidad constitutiva. Sin embargo, aunque Sellars no es un cientificista a ultranza ni

tiene una fe ciega de las facultades epistémicas humanas, sí considera que los procesos de

conocimiento humano están atravesados por cambios conceptuales, metodológicos,

analíticos, teóricos, prácticos y demás que, de alguna manera, influyen en la mejor

explicación de los fenómenos de la realidad, o ayudan a la integración explicativa de nuevos

descubrimientos, como también a la formulación y resolución de nuevos problemas

teoréticos o prácticos. Por lo tanto, cualquier empresa epistémica, para Sellars, alberga las

cualidades de mejoramiento y refinamiento constante. Por lo tanto, se podría hablar de una

humildad epistémica distinta: el reconocimiento de que nuestras formas de conocimiento

actuales son provisionales y pueden estar sujetas a cambios, reconfiguraciones y variaciones

que permitan atender a nuevos problemas de investigación, fenómenos de la realidad o

hechos novedosos. Si para Kant la imposibilidad es trascendental y por ello ontológicamente

inherente al psiquismo humano; para Sellars dichas imposibilidades son históricas y

contingentes, y por ello susceptibles de ser resueltas de manera pública y reflexiva a partir

del continuo progreso de la ciencia, entendida esta como una especie de empresa pública

autocorrectiva y autorreflexiva13.

Si para Kant la cognición humana se entiende como un proceso de corte trascendental

en el cual interviene toda su arquitectónica de la razón, para Sellars es importante entender

la cognición humana como un proceso vinculado funcionalmente con cierta exigencia

epistémica: obtener una creencia justifica y validada acerca de algo, en el sentido más amplio

de la palabra. Por lo tanto, para entender este carácter epistémico del conocer humano, Sellars

reestablece la relación, a partir de su crítica al Mito de lo Dado, entre el carácter causal

subyacente del conocimiento empírico y la estructura justificativa del mismo. Pese a su

naturalismo, Sellars no cae en un reduccionismo causal, ya que considera que los patrones

causales de interacción entre hechos o fenómenos de la realidad pueden reensamblarse en

conformidad con ciertas metas epistémicas de carácter público (Cfr. deVries, 2005, p. 141).

13 Bajo esta consideración de la empresa humana del conocimiento pueden encontrarse resonancias con la idea peirceana de “comunidad científica”, la cual actúa como una especie de ideal regulativo que parte por entender la ciencia como una empresa social que estipula las condiciones de objetividad, veracidad y certeza del conocimiento obtenido a partir del seguimiento y revisión de convenciones y estándares científicos de uso público (Cfr. Peirce, 1988).

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Dichos estándares epistémicos no son reducibles a meras descripciones empíricas o

caracterizaciones regulativas respecto al orden natural. Sin embargo, vemos que en Sellars

se da esa constante oscilación entre el componente explicativo de la cognición humana, el

cual privilegia los patrones causales y las descripciones naturalizadas de las operaciones

mentales complejas, y de la orientación intelectiva del sujeto hacia la realidad, la cual puede

apreciarse en términos de la obediencia a patrones de reglas establecidos y al reconocimiento

de la adecuación de la propia conducta hacia las mismas; pero, de igual manera, también se

menciona constantemente que la cognición es un proceso normativo, el cual precisa de ciertos

criterios a partir de los cuales sea posible para el sujeto establecer relaciones inferenciales

válidas. Si se sostiene la prevalencia de lo naturalista sobre lo normativo, claramente se puede

caer en una forma de cientificismo que desconocería la importancia de lo normativo y lo

conceptual en las formas de conocimiento. Por el contrario, si se sostiene que la cognición es

ante todo un proceso meramente normativo, se caería en el error de desconocer el plexo de

hechos y procesos en los cuales está insertada la actividad concipiente e intelectiva, y se

podría descuidar los criterios de validez y objetividad de conocimiento a favor de ciertas

versiones caricaturescas del constructivismo social y del relativismo epistémico. No obstante,

el ánimo conciliador de Sellars permite apreciar una alternativa a la oscilación, en la cual se

procura solucionar el problema de los principios epistémicos que regulan la cognición

humana y que involucran tanto una dimensión naturalista como una normativa.

Pero ¿qué se está entendiendo por principio epistémico aquí? Sellars alude a este

concepto en la tercera de sus Matchette Foundation Lectures recopiladas bajo el título de

“The Structure of Knowledge” (SK). Sellars considera que la metáfora de un fundamento

resulta inapropiada por las reminiscencias que evoca del Mito de lo Dado. Por ende, los

principios epistémicos a los que alude no son conocimientos indubitables, axiomas o

verdades autoevidentes ajenas a los ejercicios de justificación. Tampoco, se trata de

principios cuya autoridad epistémica se deriva a partir de razonamientos inductivos. Más

bien, se trata de modelos teóricos que resultan razonables en virtud de su capacidad

explicativa para dar cuenta de nuestro propio conocimiento basado en la experiencia. En

palabras de Sellars, “tenemos que estar en este marco para estar pensando y percibiendo seres

en absoluto” (SK, 1975, p. 345). De acuerdo con O’Shea, a partir del establecimiento y

defensa de los principios epistémicos es posible afirmar que Sellars defiende una estructura

holística del conocimiento. ¿Qué quiere decir lo anterior? Sellars no puede privilegiar el

naturalismo sobre la normatividad o viceversa. Si el primero tiene un lugar preponderante en

la cognición humana, entonces se estaría desconociendo los avances derivados de la crítica

al Mito de lo Dado y se caería nuevamente en la creencia de que el acceso inmediato a los

contenidos empíricos por medio de los órganos de los sentidos ya es en sí mismo

conocimiento. Por otro lado, si se privilegia únicamente lo normativo, entonces se caería en

una falacia de petición de principio al tratar de justificar que inferencias básicas servirían

para justificar otras relaciones inferenciales derivadas de aquellas, y cuáles inferencias

validan a estas últimas y así ad infinitum. Claramente, se trataría de un problema de

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circularidad lógica gracias a la inexistencia de un fundamento epistémico que sirva como

punto de partida.

A partir de lo anterior, O’Shea menciona el principio epistémico de confiabilidad

perceptual (Perceptual Reliability). De acuerdo con este principio, las inferencias materiales

parten de condiciones estándares de observación, lo que garantiza que estás guarden cierta

relación de adecuación con la realidad externa al sujeto cognoscente. De igual manera, su

confiabilidad también depende del marco teórico conceptual en el cual la inferencia material

o la observación empírica adquiere sentido al vincularse explicativa, lógica o

discursivamente con otras inferencias constitutivas de dicho marco. El problema de la

circularidad tiene que ver con que el principio epistémico de confiabilidad perceptual permite

soportar observaciones particulares, pero dichas observaciones son validables en virtud de su

conformidad con el principio ya mencionado. Sellars supera dicha circularidad explicativa

cuando entiende que los principios epistémicos tienen una doble faceta: por un lado, son

explicaciones de corte naturalista, las cuales permiten entender cómo se ha configurado el

marco conceptual constituido por ciertos principios epistémicos. Y, por otro lado, son

argumentos trascendentales (es decir, no-empíricos), los cuales dan cuenta de la

razonabilidad de aceptar ciertos principios epistémicos, en la medida que se trate de

elementos que permitan configurar un marco conceptual a partir del cual un sujeto puede

asumir actitudes epistémicas frente al mundo (O’Shea, 2007, pp. 131-132).

La explicación anterior puede parecer algo complicada, pero lo clave está entender que

los principios epistémicos para Sellars pueden tener esta doble faceta. Por lo tanto, el

componente naturalista y el componente normativo de la cognición no resultan mutuamente

excluyentes. El carácter naturalista garantiza su confiabilidad perceptual frente a la realidad

externa, es decir, se trata de juicios que están vinculados a la realidad14. De igual manera, el

componente normativo permite explicar que dichos marcos conceptuales de análisis están

sujetos a modificaciones y se readaptan para favorecer la integración explicativa de nuevos

fenómenos o hechos de la realidad. Cuando Sellars se refiere a la estructura del conocimiento,

claramente tiene en mente a Kant, tal y como se puede apreciar en la siguiente cita:

Tenemos que estar en el marco de estos (y otros) principios para estar pensando,

percibiendo y, ahora agrego, seres actuantes en absoluto, pero seguramente esto deja en

claro que la exploración de estos principios es solo parte de la tarea de explicar el

concepto de un animal racional o, en términos conductistas verbales, de un organismo

que usa el lenguaje y cuyo lenguaje es sobre el mundo en el que se usa. Es solo a la luz

de esta tarea más grande que el problema del estado de los principios epistémicos revela

su verdadero significado (SK, 1975, p. 346).

14 De igual manera, Sellars agrega que estos principios epistémicos pueden ser explicados a la luz de los avances científicos o de los métodos naturalistas de la ciencia experimental. Como menciona en SK, “estos principios epistémicos pueden ser puestos en un ámbito naturalista y su autoridad puede ser construida en términos de la naturaleza de la formación de conceptos y la adquisición de destrezas lingüísticas relevantes” (SK, 1975, III – 345).

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De acuerdo con lo anterior, los principios epistémicos no son fundamentos trascendentales

de la actividad cognitiva humana, sino que más bien se trata de estándares rectores de

inferencias válidas, los cuales están claramente anclados al lenguaje en un doble sentido: en

tanto el lenguaje es una realidad empíricamente analizable –es decir, pueden establecerse y

rastrearse patrones y relaciones causales en su proceso de comprensión–; y también en tanto

se entiende que estos principios se configuran en virtud de las distintas actividades humanas

hacia las cuales están orientadas las operaciones comunicativas del lenguaje. En ese orden

de ideas, resulta clave entender que los principios epistémicos a los cuales alude Sellars

pueden tener contenido empírico, por ejemplo, un contenido proveniente de alguna inferencia

material o alguna observación en un contexto behaviorista, y por lo tanto pueden ser

explicables en términos naturalistas. De igual manera, es relevante comprender que dichos

principios funcionan como normas epistémicas o criterios que legislan el uso correcto o

apropiado de los marcos conceptuales en los procesos mismos de cognición o actuación

humana (Cfr. O’Shea, 2007, pp. 133-134). Nuevamente, es posible dar cuenta de la

complementariedad que Sellars establece entre el carácter naturalizado y el componente

normativo que atribuye a la cognición humana atendiendo a esta doble faceta mencionada

por O’Shea.

Para recapitular los elementos centrales de este apartado, es necesario precisar

primero los puntos de encuentro entre Kant y Sellars respecto a la cognición. En primer lugar,

en ambos se realiza una crítica al carácter epistémico de la experiencia directa como forma

de obtención de conocimiento acerca del mundo. En el caso de Kant, toda la pluralidad dada

a la experiencia es conceptualizada y categorizada por los elementos trascendentales del

entendimiento. Por su parte, en su crítica al Mito de lo Dado, Sellars considera que la

cognición se entiende como un proceso en el cual, a partir de ciertas condiciones de

confiabilidad perceptual, es posible movilizar inferencias válidas acerca de los fenómenos o

hechos de la realidad estudiados. En segundo lugar, en ambos autores lo conceptual

desempeña un rol relevante en las formas de conocimiento. En el caso de Kant, la cognición

precisa necesariamente de la participación de conceptos, sean estos de origen empírico o

puro. En el caso de Sellars, básicamente toda su apuesta filosófica inferencialista descansa

en el reconocimiento de que la cognición es una actividad normativa y por ello precisa de los

conceptos como medidas reguladoras acerca del límite y alcance de la actividad cognitiva

como tal. Por último, tanto en Kant como en Sellars, el conocimiento se entiende como una

función mediada por reglas: en el caso del primero, las representaciones son el resultado de

la actividad coordinada de las facultades mentales, a partir de las cuales es posible unificar

epistémicamente la pluralidad de la experiencia por medio de los elementos trascendentales

del entendimiento que funcionan como reglas que permiten subsumir el contenido intuitivo

en la forma más general del concepto. En el caso de Sellars, el conocimiento se entiende

como un proceso regulado por reglas que permiten articular y validar epistémicamente

inferencias acerca de la realidad a partir de la coherencia y calidad explicativa de los marcos

conceptuales empleados. De acuerdo con Sellars, dichos marcos conceptuales pueden

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cambiar según la imagen del mundo a la cual se conformen: si son los elementos del sentido

común, entonces hablamos de una imagen manifiesta del mundo; pero, si se trata de

elementos conceptuales y normativos derivados de la empresa científica humana, entonces

obtenemos una imagen científica del mundo. En cualquier caso, la fusión de imágenes de la

cual habla Sellars tiene como finalidad garantizar una visión estereoscópica que sintetice

ambas imágenes y haga posible comprender de qué modo las cosas están relacionadas entre

sí, en el sentido más amplio de la palabra.

Respecto a las diferencias, podemos mencionar sintéticamente las siguientes: en el caso

de Kant, las condiciones de posibilidad del conocimiento son condiciones trascendentales,

por lo que están presentes en la constitución mental de cada sujeto cognoscente. Para Sellars,

por su parte, se puede apreciar una crítica al idealismo y una reacción más favorable al

naturalismo y al realismo. En ese sentido, las condiciones de posibilidad del conocimiento

pueden apreciarse en un doble sentido: como propiedades o cualidades físico-materiales que

pueden ser analizadas a partir del uso y la aplicación de los diferentes métodos de las ciencias;

pero, también pueden apreciarse como el establecimiento de marcos interpretativos

conceptuales a partir de los cuales se regula normativamente la actividad concipiente de los

sujetos cognoscentes. En segundo lugar, para Kant, la cognición claramente establece una

escisión entre la apariencia y la cosa en sí; por lo tanto, se trata de una propuesta que

desemboca en la humildad epistémica, en la medida en que hay aspectos incognoscibles de

la realidad en virtud de la propia constitución trascendental de los sujetos y sus limitaciones

intrínsecas. Sin embargo, para Sellars, la cosa en sí no es un presupuesto epistémico que

establezca los límites del conocimiento humano, sino que se trata de aspectos de la realidad

que pueden llegar a ser provisionalmente conocidos en virtud del carácter cambiante y

adaptativo de los modelos establecidos que regulan públicamente el conocimiento humano.

En ese caso, en virtud de su propia historicidad, la cognición humana puede mejorarse y

robustecerse para dar cuenta de objetos, fenómenos o hechos de la realidad que antes

resultaban epistémicamente inabarcables. Por último, en Kant la cognición humana no tiene

el carácter holista que sí puede rastrearse y evidenciarse en Sellars. Los principios

epistémicos para Kant son condiciones de posibilidad de la experiencia y del entendimiento

establecidos de forma trascendental. Por lo tanto, se trata de principios que operan

intersubjetivamente, en la medida en que todos los sujetos poseedores de racionalidad pueden

regular su experiencia de acuerdo con las intuiciones puras de la sensibilidad y los conceptos

puros del entendimiento. En Sellars, se entiende que dichos principios epistémicos no son

presupuestos ontológicos trascendentales, sino que se trata de criterios epistémicos regulados

por ciertas condiciones explicativas de confiabilidad perceptual y de pertenencia a una

comunidad lingüística concreta. De igual manera, dichos principios permiten establecer

inferencias válidas, sean estas formales o materiales, y también están sujetos a

modificaciones a partir de los cambios conceptuales que puedan darse en los marcos

interpretativos y normativos adoptados por los sujetos. Dichos cambios, como se precisa a lo

largo de este apartado, tienen que ver con el carácter público, convencional y autocorrectivo

de dichas empresas e iniciativas epistémicas.

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4. Kant, ¿aliado filosófico de Sellars?

La pregunta que motivó todo el análisis tenía que ver con el lugar que el idealismo

trascendental kantiano ocupa en la apuesta epistemológica de Sellars. A partir de la

argumentación ofrecida, se puede responder que Sellars asume varios compromisos

kantianos, ya que su preocupación no es tanto la de ofrecer una exégesis meticulosa y una

reconstrucción fiel del criticismo kantiano, sino que se trata más bien de un diálogo recíproco

con la tradición del idealismo trascendental. Un diálogo que hizo posible la movilización de

ciertos interrogantes y el planteamiento de ciertas problemáticas de análisis, como también

la reapropiación y la redefinición de ciertos conceptos claves. Sellars es un pensador muy

particular: a pesar de estar asociado a la tradición analítica predominante en el mundo

anglófono, concibe en la historia de la filosofía occidental, no un cúmulo de fracasos, sino

un conjunto de posibilidades y de herramientas teóricas y analíticas que puede adecuar en la

resolución de ciertas preguntas centrales. Adicionalmente, sus mismos postulados revisten

una enorme originalidad, pero a su vez son continuaciones reflexivas o herencias teoréticas

de figuras intelectuales que lo precedieron. En ese sentido, Sellars es un kantiano, no en el

sentido de que es un académico que busca dar cuenta fielmente de su pensamiento, sino más

bien porque se encuentra motivado por los problemas que llevaron a la elaboración y

edificación del sistema idealista trascendental en primera instancia.

Como se expuso detalladamente en los acápites previos, podemos rastrear las

siguientes reapropiaciones que hace Sellars de Kant: en primer lugar, Sellars problematiza la

distinción entre lo analítico y lo sintético a partir de una redefinición alternativa de la

aprioridad. En ese sentido, dicha reconceptualización de lo a priori como verdades ex vi

terminorum guarda una estrecha relación con el inferencialismo semántico, por lo que lo a

priori se define en virtud de las articulaciones conceptuales que se pueden trazar entre

diferentes términos. En segundo lugar, Sellars, al igual que Kant, reconoce la importancia

del rol conceptual en la cognición humana y ambos, con sus respectivos matices, realizan

una crítica a la idea de lo dado. En ese orden de ideas, la cognición humana se entiende como

un proceso continuo de usos conceptuales regulados de bastante complejidad, en el cual se

integran dinámicamente numerosos elementos de análisis: la doctrina de los elementos en el

caso de Kant, y los principios epistémicos y sus normas en el caso de Sellars. En tercer lugar,

Sellars se inspira en la teoría de las categorías puras del entendimiento de Kant para formular

su propio conceptualismo epistémico, entendido este como un método de análisis filosófico

a partir del cual se da cuenta de la mediación conceptual en toda forma de conocimiento, en

tanto localización de un episodio epistémico en los procesos de justificación a partir del dar

y pedir razones. El gesto destrascendentalizante de Sellars hacia Kant permite apreciar que

conocimiento, lenguaje y verdad están estrechamente ligados entre sí, y el mejor marco

interpretativo del cual disponemos para rastrear eficazmente dicha relación es el

inferencialismo semántico y su aplicación concreta por antonomasia: la ciencia. Por último,

Sellars asume y readapta la distinción entre el ámbito de lo fenoménico y el ámbito de lo

nouménico. Si Kant consideraba que la doctrina de los dos mundos era un problema

ontológico, Sellars procura redefinirlo como un problema de corte epistemológico a partir de

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la defensa de la preeminencia ontológica de la imagen científica del mundo, ante lo cual debe

asumirse la ciencia como la alternativa de solución más confiable a dicha dicotomía. Dicho

de otra manera, el noúmeno es la realidad última que puede ser descrita y explicada por las

diversas formas de intermediación epistemológica que hacen posibles los métodos de las

ciencias.

Pese a los problemas que sus lecturas kantianas puedan granjear, lo interesante de estas

conexiones filosóficas entre Kant y Sellars es que permiten apreciar que este último plantea

que la filosofía tiene una tarea trascendental. De acuerdo con deVries, esta tarea puede

entenderse de una doble manera. Por un lado, como una tarea interpretativa, en tanto lo que

se procura es dar cuenta reflexivamente de los marcos conceptuales y lingüísticos con los

cuales lidiamos con la realidad. Por otro lado, también se habla de una tarea especulativa,

por medio de la cual se entiende que es posible sostener la posible existencia de marcos

conceptuales y lingüísticos alternativos. Estos marcos se reconfiguran, adaptan y modifican

constantemente, por lo que la tarea trascendental está en apreciar estas características como

constitutivas de cualquier empresa epistémica, sin por ello negar ni comprometer la validez

y seriedad del conocimiento obtenido por estos medios lingüísticos y conceptuales. De esta

manera, es razonable asegurar que Sellars continúa y redefine críticamente la filosofía

kantiana, tal y como se puede apreciar en su reconceptualización de lo trascendental:

La filosofía trascendental, desde este punto de vista, no es una comprensión de un

ámbito especial que trasciende la experiencia ni una metodología única reservada solo

para los filósofos. Es una reflexión sobre las normas y estructuras más generales

constitutivas del compromiso cognitivo con el mundo. Toda confrontación reflexiva

o metodológicamente autoconsciente con el mundo tendrá un "momento" trascendental,

un nivel en el cual el ojo que discierne puede reconocer la operación de una concepción

particular sobre estas normas y estructuras en el comportamiento empírico de las

personas (deVries, 2005, p. 66, negrilla agregada).

El pasaje anterior resulta esencial porque resume la veta kantiana presente en Sellars: la

filosofía (o lingüística) trascendental es una reflexión sobre las normas y estructuras más

generales (principios epistémicos o metaconceptos) a partir de los cuales se establece un

compromiso (normativo-conceptual) cognitivo con el mundo (o, mejor dicho, con la

realidad)15. En este orden de ideas, lo trascendental alude propiamente al momento reflexivo

a partir del cual discernimos las operaciones específicas, gracias a las cuales integramos

conceptualmente un fenómeno susceptible de ser conocido en el espacio lógico de las

razones. Y, como se ha expuesto en los pasajes anteriores, esta operación es claramente

15 Resulta problemática la asociación sin más entre mundo y realidad, ya que el primer término es una de las ideas metafísicas válidas para Kant en virtud de su capacidad regulativa a partir de la solución de la antinomia cosmológica. Por lo tanto, se trata de un concepto filosófico con un sentido muy específico dentro del sistema kantiano estipulado en la Crítica de la razón pura. No obstante, la noción de mundo para Sellars está fuertemente asociada a sus compromisos filosóficos con el naturalismo y el realismo científico, por lo que se vincula directamente con la existencia autónoma del cúmulo de estados de cosas que configuran el universo.

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inferencialista. Este punto resulta clave, ya que esta integración conceptual adquiere una

faceta lingüística y normativa en la filosofía sellarsiana, en un intento por depurar los

componentes psicologistas que aún impregnan el idealismo trascendental.

Sin embargo, hay preguntas que persisten y que merecen un mayor desarrollo

investigativo. En primer lugar, se hace necesario explorar si en la producción filosófica de

Sellars que trata directa o indirectamente a Kant se aborda el tema de la deducción

trascendental de las categorías. Dicho de otro modo, ¿es posible una interpretación

inferencialista de la deducción trascendental o al menos coherente con los propósitos

filosóficos que asume Sellars? En segundo lugar, a partir de su crítica al Mito de lo Dado,

Kant establece un nuevo enfoque analítico en la filosofía de la mente. En ese caso, resultaría

importante trazar los vasos comunicantes entre la concepción que Sellars tiene de la mente y

de la intencionalidad, y la teoría kantiana de la actividad mental que puede apreciarse en los

pasajes que conforman la Doctrina Trascendental de los Elementos. En tercer lugar, un tema

que no se abordó lo suficiente tiene que ver con las relaciones entre la lectura conceptualista

de Kant, el papel de la percepción en la estructura del conocimiento que traza Sellars y una

posible formulación de la teoría kantiana de la percepción o de la afección. Por último, en la

cita de deVries se argumentó que el momento trascendental es un momento de

reconocimiento o reflexión autoconsciente. En Kant, la autoconsciencia también se establece

como un punto esencial en su argumentación, pero igualmente problemático. Por lo tanto,

resulta útil y necesario para el análisis comparativo entre ambos autores apreciar de qué

manera la unidad de apercepción trascendental guarda relación con los criterios de

reflexividad y autoconciencia presentes en la filosofía sellarsiana. Para responder a los

interrogantes anteriores, se hace necesario rastrear la lectura que hace Sellars de la Doctrina

Trascendental de los Elementos y los apartados que la componen. Dicho propósito

corresponde al segundo momento del presente trabajo.

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Segundo momento:

Sellars frente a la concepción kantiana de la experiencia:

La Doctrina Trascendental de los Elementos y la posibilidad del conocimiento

empírico.

1. La metafísica de la experiencia en Kant.

La CRP se encuentra divida en dos grandes partes: la primera parte se denomina la Doctrina

Trascendental de los Elementos (DTE), mientras que la segunda se conoce como la Doctrina

Trascendental del Método (DTM)16. Las lecturas más epistémicas de Kant procuran realizar

un mayor énfasis en la DTE, ya que en esta se expone el funcionamiento de las facultades de

la razón humana que posibilitan el conocimiento empírico: la sensibilidad y el entendimiento.

En la primera parte de la DTE, la Estética Trascendental, Kant establece que son las

intuiciones puras de espacio y tiempo las condiciones formales que hacen posible todo

fenómeno en general, sea este empírico o geométrico. En la segunda parte de la DTE, la

Analítica Trascendental, Kant establece las categorías puras y los conceptos como las formas

básicas del juicio y los elementos reguladores que hacen posible todo conocimiento

representacional acerca de la realidad fenoménica. De acuerdo con Allison, los elementos

trascendentales expuesto en la doctrina corresponden a condiciones epistémicas, esto es, a

toda aquella “condición necesaria para la representación de un objeto o de un estado objetivo

de cosas” (1992, p. 40). De acuerdo con Kant, el conocimiento humano en general solo es

posible a partir de la mutua complementariedad epistémica de las intuiciones y de los

conceptos, como también del trabajo coordinado de las facultades de la sensibilidad y del

entendimiento (gracias al trabajo auxiliar de la imaginación). De igual manera, nuestro

conocimiento se encuentra limitado por los alcances y posibilidades de nuestra propia

complexión trascendental intelectual. En ese sentido, la DTE pone en evidencia una serie de

compromisos filosóficos que tendrán una enorme resonancia en la perspectiva sellarsiana: en

primer lugar, el conocimiento no puede prescindir ni de los contenidos dados a la intuición,

ni tampoco puede recluirse a la mera interrelación e implicación lógica entre conceptos

exclusivamente. Nuevamente, como lo diría el propio Kant, conceptos sin intuiciones son

vacíos, e intuiciones sin conceptos son ciegas. En segundo lugar, hay diferentes facultades

que interactúan entre sí para hacer posible nuestro conocimiento. Dicho de otra manera, se

hace necesario entender que la cognición humana en general solo es posible a partir de la

relación compleja, pero regulada, de diferentes operaciones mentales humanas17. Por último,

16 La presente tesis no se ocupará de analizar la Doctrina Trascendental del Método, aunque sería interesante considerar si dicho pasaje de la CRP puede interpretarse en clave sellarsiana. No obstante, dicha parte de la CRP no resulta desdeñable sin más, ya que en ella Kant expone y desarrolla una serie de argumentos a favor del uso regulativo de la razón. 17 Este punto resulta sumamente diciente en las posturas defendidas por los discípulos de la derecha sellarsiana, ya que ellos consideran que los avances científicos en distintas disciplinas harán posible la explicación de los procesos cognitivos-conceptuales a partir de la identificación de las estructuras neurofisiológicas humanas. No obstante, como bien expone Sellars, aunque la cognición pueda ser descrita y

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Kant considera que el conocimiento se encuentra limitado por nuestra propia sensibilidad y

entendimiento, por lo que no podemos conocer, o por lo menos no legítimamente, lo que esté

por fuera o escape a las funciones de nuestras operaciones mentales descritas en el sistema

trascendental. De esta manera, Kant considera que solo a partir de la correcta identificación

de nuestras funciones mentales, y ante todo de sus respectivas limitaciones, será posible

superar el andar a tientas propio de la metafísica.

A partir de los puntos esbozados en la Analítica Trascendental y la descripción de la

facultad del entendimiento será posible, de acuerdo con Kant, reformular las bases de una

metafísica de la experiencia y establecer los principios sobre los cuales cimentar las ciencias

naturales. ¿Por qué hablar de una metafísica de la experiencia en primer lugar? De acuerdo

con Gardner, la Estética y la Analítica tienen un rol principalmente positivo: garantizar que

podemos tener conocimiento de aquellas cosas de las que podemos tener experiencia. La

Estética da cuenta de lo sensible, específicamente del aspecto espaciotemporal cognoscible

de los objetos; por su parte, la Analítica da cuenta del aspecto conceptual implicado en la

cognición. Conjuntamente, tanto la Estética como la Analítica hacen posible la vindicación

de un tipo específico de metafísica: la metafísica de la experiencia (Gardner, 1999, p. 26).

Por su parte, Bird sostiene que la tarea de una metafísica de la experiencia consiste,

propiamente, en localizar el inventario de conceptos de nuestra experiencia, por lo que

podemos asignarlos y emplearlos correctamente a sus fuentes originales (Bird, 2006, p. 106).

En este orden de ideas, el estudio crítico de la razón pura hará posible establecer los principios

de una metafísica de la experiencia: en otras palabras, gracias al análisis reflexivo de nuestras

propias facultades cognitivas será posible establecer las condiciones de posibilidad de un

conocimiento humano válido y objetivo acerca de nuestra propia realidad, de la cual somos

parte y que compartimos públicamente con los otros.

Sin embargo, un problema recurrente del proyecto filosófico expuesto por Kant en la

CRP es la ambigüedad con que se emplea el concepto de experiencia en toda la obra. El

profesor Carlos B. Gutiérrez (Cfr. 1985, pp. 9-11) identifica correctamente, por lo menos,

ocho acepciones de este término: (i) la ‘experiencia’ se entiende como la materia bruta de las

impresiones sensibles, como el material sobre el cual operan los conceptos. (ii) Se entiende

en términos de una conciencia empírica de una intuición sensible, ya que se pasa de la mera

pasividad de la afección sensible a la conciencia de las impresiones. (iii) La experiencia alude

a percepciones, a menudo reiterativas, del tipo de reportes observacionales o reminiscencias

acerca de lo observado. (iv) Kant también entiende por experiencia el enlace lógico que el

sujeto pensante hace de las percepciones en la formulación de juicios, como los juicios de

observación, por ejemplo. (v) También, se entiende la experiencia como la elaboración del

material sensible provisto por las impresiones conforme a la síntesis categorial que se articula

en los juicios de la experiencia. (vi) Kant asocia a la experiencia con los métodos

experimentales de las ciencias empíricas, particularmente de la física mecánica newtoniana

explicada en los propios términos de la imagen científica, eso no explica su relevancia y éxito normativo en los márgenes establecidos por la imagen manifiesta del ser humano en el mundo.

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como modelo del conocimiento empírico. (vii) “Dado que las condiciones de posibilidad de

la experiencia son al mismo tiempo condiciones de posibilidad de sus objetos, Kant algunas

veces llama ‘experiencia’ al todo de la realidad que se nos da en el conocimiento” (Ibidem,

p. 11). Por último, (viii) Kant concibe a la experiencia “como parte del gran todo de la razón

humana sometida al orden de ideas que autónomamente crea la razón, orden en el que a la

postre se basa la posibilidad misma del conocimiento empírico, su progreso y su exactitud”

(Ibidem). Como se puede apreciar, es esta ambigüedad de la noción por lo que Sellars afirma

que no ha podido escapar del marco general de lo dado, por ejemplo, como se aprecia en (i).

Pero, Sellars considera que el mérito de la metafísica de la experiencia de Kant consiste en

apreciar la necesidad de elementos categoriales y conceptuales que hagan posible la correcta

integración y articulación del contenido sensible para la producción de conocimiento válido

y objetivo. Esta es la noción central kantiana de experiencia. Tal y como menciona en “El

sistema de los principios del entendimiento puro”, Kant afirma que “las condiciones de

posibilidad de la experiencia en general constituyen, a la vez, las condiciones de posibilidad

de los objetos de la experiencia y por ello poseen validez objetiva en un juicio sintético a

priori” (Kant, 2006, A 158 – B 197). Esta es la razón por la cual no es un empirista clásico,

ya se requiere de condiciones a priori que posibiliten la experiencia en general y los objetos

que la conforman, tal y como puede apreciarse en (v), (vii) y (viii). Por tal razón, pese a su

arraigo al Mito de lo Dado, Kant resulta ser un aliado filosófico clave para Sellars.

Bajo el marco interpretativo ofrecido por el idealismo trascendental, resulta clave

considerar que Kant no entiende la experiencia en sentido habitual del término, ya que se

trata de una actividad que está posibilitada por la interacción funcional de las facultades de

la razón humana. ¿Cómo es posible lo anterior? La respuesta a esta pregunta la ofrece Kant

en el parágrafo 22 de la Deducción B:

Ahora bien, las cosas en espacio y tiempo sólo se dan en la medida en que son

percepciones (representaciones acompañadas de una sensación), y, por tanto, sólo

mediante una representación empírica. En consecuencia, los conceptos puros del

entendimiento, incluso cuando se aplican a intuiciones a priori (como es el caso de las

matemáticas), sólo suministran conocimiento en la medida en que estas intuiciones -y,

consiguientemente, también, a través de ellas, los conceptos del entendimiento- pueden

aplicarse a intuiciones empíricas. Por tanto, tampoco las categorías nos proporcionan

conocimiento de las cosas a través de la intuición pura sino gracias a su posible

aplicación a la intuición empírica, es decir, sólo sirven ante la posibilidad de un

conocimiento empírico. Este conocimiento recibe el nombre de experiencia. Las

categorías no tienen, pues, aplicación, en relación con el conocimiento de las cosas, sino

en la medida en que éstas sean asumidas como objetos de una posible experiencia (Kant,

2006, B 147 – B 148, negrilla agregada).

De acuerdo con el pasaje anterior, hablar estrictamente de experiencia implica hablar de

conocimiento empírico, el cual solo es posible si el contenido intuido por la sensibilidad

puede ser organizado y correctamente interiorizado a partir de la aplicación de los conceptos

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puros del entendimiento. El punto de Kant es que el contenido sensorial que imprime nuestros

órganos sensoriales y que afecta nuestra propia integridad físico-corporal no puede valer

como conocimiento legítimo per se. Aquí, las resonancias con la crítica a las teorías de los

datos de los sentidos que emprende Sellars en la primera parte de EPM resultan bastante

notorias. Solo podemos hablar de conocimiento, en términos estrictamente epistémicos, si es

posible articular el contenido sensorial de la experiencia a las redes lógicas de inferencias

que se establecen a partir del uso regulativo de conceptos. En el caso de Kant, solo es posible

hablar de conocimiento empírico, es decir, conocimiento acerca de la realidad fenoménica,

cuando se logra organizar la variedad presentada a la sensibilidad según la aplicación de las

categorías y la formulación de representaciones válidas acerca de la realidad que posean una

estructura judicativa o predicativa. Dicho de otra manera, que podamos hablar acerca de los

fenómenos de la realidad en forma de juicios implica ya un ejercicio conceptual.

En este sentido, es necesario considerar que el conocimiento que obtenemos de la

realidad nunca es inmediato, sino que siempre involucra alguna forma de mediación

conceptual. Lo anterior no implica negar la existencia de una realidad ontológicamente

independiente al sujeto cognoscente, ni tampoco implica asumir una suerte de relativismo

atada a la existencia de numerosos esquemas conceptuales. Más bien, se trata de considerar

que cuando procuramos establecer una relación epistémica con un posible objeto de

conocimiento, nunca lo hacemos desprovistos de un marco teórico interpretativo-conceptual,

ante el cual validamos nuestras pretensiones de verdad y objetividad. No obstante, si nuestro

acceso epistémico a la realidad se encuentra mediado por las funciones del entendimiento y

la aplicación de conceptos, ¿cómo podemos asegurar que nuestro conocimiento empírico si

se adecúa o se “corresponde” fielmente a los fenómenos de la realidad ante los cuales nos

vemos avocados?18 Dicho de manera más coloquial, ¿cómo sé que en estos momentos hay

un computador frente, que estoy sentando sobre una silla y que sostengo una taza de café?

Una posible manera de responder a esta pregunta podría ser la de remitirse al principio

epistémico de confiabilidad perceptual que se expuso en el capítulo anterior. Los reportes

observacionales o derivados empíricamente se generan bajo ciertos estándares normales de

percepción y los reportes se emiten de acuerdo al conocimiento y seguimiento apropiado de

unas reglas comunes y compartidas de comunicación asertiva. Otra manera de responderlo

sería precisando que en los casos que describe la pregunta anterior no hay conocimiento

descriptivo, sino conocimiento por familiaridad (acquaintance), ya que se trata de una forma

de conocimiento que no depende del uso exclusivo de destrezas conceptuales. Por ejemplo,

puedo estar seguro de que hay un computador frente a mi porque lo percibo de diferentes

18 En su carta a Marcus Herz del 21 de febrero de 1772, Kant formula la pregunta central de su empresa crítica trascendental en los siguientes términos: “Me pregunté: ¿en qué fundamento descansa la relación con el objeto de aquello que en nosotros se llama representación?” (CH, 2014, p. 43). Como se puede apreciar en la cita anterior, la pregunta por la conformidad de la representación al objeto al cual está dirigido puede redefinirse como la pregunta por la posibilidad misma de un conocimiento objetivo de la realidad, cuestionamiento que resulta central en la reforma epistemológica emprendida por Sellars tras su crítica al Mito de lo Dado.

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maneras (lo veo y lo toco), y también sé que sostengo una taza de café porque es asida por

mi propia mano y puedo constatar cuál es su contenido cuando lo saboreo. No obstante, lo

interesante de estas observaciones es que, en sentido estricto, no corresponden a formas

válidas de conocimiento empírico. De acuerdo con Kant, precisamente los conceptos del

entendimiento nos ayudan a organizar la pluralidad sensorial que confronta directamente

nuestra propia subjetividad. No obstante, solo puedo tener un conocimiento de este

computador en particular, o de esta tasa de café en particular, cuando uso los conceptos para

unificar las sensaciones asociadas y configurar así un objeto de la experiencia.

Adicionalmente, son las actividades sintéticas ejecutadas en el entendimiento, en

colaboración con la imaginación, lo que hace posible establecer regularidades en mi propia

experiencia. Por ejemplo, que esté usando el mismo computador que observé hace unos

minutos antes, o que la tasa donde bebía mi café ahora esté vacía. Estos elementos activos

del conocimiento humano son claves también para Sellars, ya que la receptividad propia de

la sensibilidad no asegura conocimiento per se. No obstante, a diferencia de Kant, el

conocimiento de estados de cosas en el mundo se pone de manifiesto solo cuando logramos

articular dichas impresiones sensibles en afirmaciones proposicionales, v.g. las oraciones

demostrativas del tipo “veo un computador de cierto tipo sobre la mesa”, las cuales pueden

ser articuladas en redes inferenciales de justificación.

Resulta interesante pensar en las resonancias que tiene el idealismo trascendental

kantiano en la filosofía de Sellars en términos de su fuerte compromiso epistemológico con

el conceptualismo. De acuerdo con Lazos, “el conceptualismo, en general, es la posición

según la cual las capacidades de un sujeto para conocer el mundo están plenamente

determinadas por la capacidad de usar conceptos” (2014, p. 20). Sellars claramente se

adscribe a esta concepción del conceptualismo y algunas interpretaciones canónicas de Kant

aseguran que este último también entiende el conocimiento exclusivamente en términos

conceptuales. Una de las principales réplicas de la cual ha sido objeto Sellars por parte de la

izquierda sellarsiana, principalmente McDowell y Brandom, es que su compromiso con la

idea de experiencia aún parece asumir ciertos compromisos epistémicos y ontológicos fuertes

que evocan al Mito de lo Dado. Particularmente, la idea de que la fiabilidad de nuestros

pensamientos y reportes discursivos acerca del mundo tengan que ser fieles a lo que se nos

muestra o está dado a los sentidos. Pero, si el conocimiento es irreductiblemente normativo,

¿cómo aseguramos la conexión de este con el mundo? La problematicidad inherente a esta

pregunta tiene que ver con lo arraigado que están nuestras nociones del conocimiento al

marco de lo dado (framework of giveness), pero en tanto agentes racionales, nunca atendemos

a la realidad de manera huérfana, sino que estamos provistos de un arsenal conceptual que

ha sido desarrollado y refinado a lo largo de nuestras propias historias de vida. Precisamente,

en el caso del idealismo trascendental kantiano, solo podemos hablar de objetos gracias al

uso legítimo de los conceptos puros del entendimiento que se describe en la Deducción

Trascendental. En el caso de Kant, la validez objetiva viene dada por la unificación que hace

la unidad de la conciencia de las representaciones asociadas a un objeto cognoscible, en el

cual a su vez se halla unificado lo diverso de la intuición (Cfr. Kant, 2006, B 137). Por su

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parte, Sellars afirma que la percepción es ya una actividad mediada conceptualmente, ya que

vemos objetos definidos en nuestro plano visual en la medida que poseemos conceptos que

permiten clasificarlos como tales. Lo anterior no implica que no existen afecciones de diversa

índole que impregnan nuestra corporeidad cuando habitamos nuestros ambientes, sino que

estas afecciones por sí solas no nos permiten hacernos a las ideas correspondientes de objetos

o estados de cosas en el mundo19. Para sostener lo anterior, Sellars ofrece una reinterpretación

de la Doctrina Trascendental de los Elementos que permita dar cuenta (i) de la posibilidad

del conocimiento empírico en términos realistas, coherente con el conceptualismo y que no

asuma indebidamente una suerte de reduccionismo naturalista, y (ii) que ofrezca una

explicación de la conexión entre nuestras actividades lingüístico-epistémicas y la realidad

externa, sin que esto conlleve a un retroceso al Mito de lo Dado.

2. Estética trascendental (ET): intuiciones, espacio y tiempo.

Kant asegura la conexión de nuestra capacidad cognitiva con el entorno circundante a partir

del concepto de intuición, en tanto está alude al modo mediante el cual el conocimiento

refiere inmediatamente a los objetos que se le presentan a la conciencia. En palabras del

propio Kant, “tal intuición únicamente tiene lugar en la medida en que el objeto nos es dado”

(2005, A 19 – B 33). No obstante, aunque Kant es enfático en afirmar que las intuiciones por

si solas no pueden asegurar conocimiento empírico, ¿en qué sentido habla de algo dado a la

experiencia? Una vez Kant ha explicado que la sensibilidad alude a la facultad que tenemos

de ser afectados por los objetos (receptividad), introduce las siguientes diferencias

terminológicas claves para el desarrollo argumentativo de ET:

El efecto que produce sobre la capacidad de representación un objeto por el que somos

afectados se llama sensación. La intuición que se refiere al objeto por medio de una

sensación es calificada de empírica. El objeto indeterminado de una intuición empírica

recibe el nombre de fenómeno. Lo que, dentro del fenómeno, corresponde a la sensación,

lo llamo materia del mismo. Llamo, en cambio, forma del fenómeno aquello que hace

que lo diverso del mismo pueda ser ordenado en ciertas relaciones (Kant, 2006, A 20 –

B 34).

Más adelante, Kant precisa que la materia de la sensación solo puede darse a posteriori,

mientras que las formas puras de las intuiciones sensibles son a priori, las cuales son el

espacio y el tiempo. Ambas son las formas de posibilidad de los fenómenos e inherentes al

psiquismo de cualquier sujeto cognoscente. El punto central de la ET consiste en demostrar

que hay formas puras de la intuición, las cuales son independientes a las funciones

19 No obstante, este proceso de elaborar una imagen preconceptual o un mapa perceptivo sí será clave para el desarrollo de la noción de picturing que Sellars expone en el quinto capítulo de SM y la formulación de una posible genealogía evolutiva, de corte naturalista, que haga posible la explicación del origen de las funciones conceptuales avanzadas en los seres humanos. Esta noción de picturing y su relación con la lingüística trascendental será desarrollada en el tercer y último momento del presente trabajo.

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conceptuales del entendimiento humano, y que a su vez son condiciones necesarias para

cualquier experiencia posible. En ese sentido, nuestra percepción de la realidad siempre

estará configurada en términos espaciales y temporales.

Es necesario contextualizar históricamente la ET: se trata de una respuesta crítica a la

metafísica racionalista, la cual consideraba que el espacio y el tiempo eran representaciones

derivadas de la relación entre los objetos. De igual manera, es también una respuesta a las

concepciones mecanicistas del espacio y del tiempo derivadas de la consolidación científica

del modelo científico newtoniano. En este orden de ideas, Kant –al igual que Sellars– rechaza

la tesis abstraccionista, a partir de la cual se concibe que el espacio y el tiempo son conceptos

abstractos que se derivan de la experiencia inmediata, por ejemplo, de objetos ubicados en

lugares y relaciones entre sí (v.g. por proximidad o distancia) o de eventos que se suceden

entre sí (v.g. por ejemplo, la percepción de un cambio contingente, como el paso del atardecer

al anochecer). El espacio y el tiempo son, más bien, las condiciones de posibilidad de toda

experiencia empírica y también matemática, como en el caso de los juicios sintéticos a priori

de la matemática y la geometría. En la ET se vaticinan los puntos centrales del idealismo

trascendental: la idealidad trascendental y la realidad empírica del espacio y el tiempo. Según

esta precisión, el espacio y el tiempo no son propiedades ontológicamente independientes del

sujeto como cosas-en-sí, en términos de la existencia de un espacio-tiempo absoluto. Pero,

tampoco son meras percepciones individuales, recluidas como meras experiencias subjetivas

como supondrían ciertas formas de idealismo. El punto del criticismo kantiano aquí es

asegurar la doble faceta de las intuiciones puras del espacio y del tiempo, ya que ellas hacen

posible cualquier intuición en general. Como precisa Hartnack, “lo que no aparece en el

tiempo y en el espacio y no es conceptualizado (es decir, no es comprehendido por medio de

conceptos) no satisface, según Kant, las condiciones necesarias para ser conocido. No sólo

no puede ser conocido o pensado, (y, por lo tanto, no se puede hablar de ello), sino que ni

siquiera se puede decir que exista” (1988, p. 38). En este orden de ideas, la ET establece que

el conocimiento empírico es posible siempre y cuando se encuentre determinado en términos

espaciales y temporales.

Sellars, en su interpretación de la ET, comparte con Kant su crítica al abstraccionismo

(particularmente, el de Locke) y la distinción entre intuición y sensación hecha en A 20 – B

34 y que se retoma posteriormente en el pasaje clasificatorio (A 320 – B 377) cuando

diferencia la sensación (sensatio) de la percepción objetiva (cognitio). No obstante, el fuerte

compromiso realista de Sellars implica reconocer que hay un tiempo y un espacio que son

físicos y que existen con independencia del sujeto cognoscente, por lo que su estatuto

ontológico autónomo no las recluye únicamente a la mente humana. Aquí, Sellars está

tomando en cuenta los avances científicos de la época, particularmente en física, a partir tanto

de la teoría de la relatividad como del paso de la mecánica clásica a la mecánica cuántica. En

ese orden de ideas, aunque podamos pensar los objetos y eventos de la realidad en términos

espaciales y temporales, eso no significa que dichas condiciones sean intuiciones puras

inherentes a nuestra propia constitución mental. Reconocer la realidad trascendente del

espacio y el tiempo implica, en principio, rechazar la imposibilidad del conocimiento del

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42

noúmeno. Lo anterior guarda sentido si tomamos en consideración que Sellars rechaza el

agnosticismo de la cosa-en-sí propuesto por Kant. Ahora bien, ¿cuál es la postura de Sellars

frente al espacio y al tiempo? Si la materia está en constante cambio, tal y como afirman las

ciencias contemporáneas, entonces hay que entenderlas en virtud de lo que él denomina una

metafísica del proceso puro, es decir, una ontología última que describa los objetos y eventos

de la realidad a partir de los postulados teóricos y experimentales de las ciencias,

principalmente, la descripción y explicación del comportamiento y composición de la materia

en virtud de la física de partículas.

Pero, aunque Sellars rechace la idealidad trascendental de las intuiciones puras de

espacio y tiempo a favor de una ontología realista de su existencia, sí reconoce que estas son

condiciones necesarias para que algo sea conocido, ya que permite que ese algo haga parte

del dominio de los representables:

Ahora, cuando notamos que Kant es un idealista con respecto al mundo de las

apariencias, el mundo espaciotemporal, lo que quiere decir es que el único tipo de

existencia que tiene algo espacial-temporal es el tipo de existencia de segunda clase,

que consiste en ser representado o representable como representable. Esta tesis – una

muy simple – significa que Kant simplemente niega que algo en el espacio y el tiempo

– espacio y tiempo o algo en ellos – tenga cualquier otra existencia que no sea como

contenido o como contenido potencial de un acto mental de representación (KPT, 2002,

p. 25).

Hasta ahora, Sellars ha especificado que Kant se compromete con la idea de que solo lo que

pueda ser representado en términos espaciotemporales es susceptible de ser conocido, una

vez se ha sintetizado el contenido material de la experiencia en virtud de los conceptos puros

del entendimiento. De igual manera, en consonancia con su crítica al Mito de lo Dado, Sellars

no reconoce que las impresiones sensibles tengan un estatuto privilegiado que permita

cimentar el conocimiento con base en ellas. No se puede validar epistémicamente el

conocimiento a partir de algo no-epistémico. Por ende, la reapropiación que hace Sellars de

la intuición kantiana tiene que ver con asumir que ésta ya tiene un contenido conceptual,

como contenido potencial de un acto mental de representación.

Acaso, ¿es posible dar cuenta de lo anterior? Si los conceptos son funciones originadas

a partir de la espontaneidad del entendimiento, ¿por qué considerar que las intuiciones de la

sensibilidad humana tienen ya una suerte de contenido conceptual? Para dar cuenta de lo

anterior, hay que recordar que la metáfora de contenido puede no ser la más favorable. Como

lo precisa Sellars en “Some Remarks on Kant’s Theory of Experience” (KTE):

Si los juicios como actos conceptuales tienen "forma", también tienen "contenido". De

todas las metáforas que los filósofos han empleado, esta es una de las más peligrosas, y

pocos la han usado sin que en parte los haya absorbido. La tentación es pensar en el

"contenido" de un acto como una entidad que está "contenida" por él. Pero si la "forma"

de un juicio es la estructura en virtud de la cual posee ciertos poderes genéricos, sean

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lógicos o epistémicos, seguramente el contenido debe ser el carácter en virtud del cual

el acto tiene modos específicos de estos poderes genéricos lógicos o epistémicos” (KTE,

2002, pp. 274-275, cursiva mía).

De acuerdo con lo anterior, el contenido alude a un modo específico de funcionamiento

epistémico de un juicio. En palabras de Sellars, cuando hablamos de un juicio de la forma

así y asá, esto consiste en “clasificar este [juicio] de una manera en la cual se adscribe a este

los poderes conceptuales más específicos distintivos del concepto empleado” (KTE, 2002, p.

275). Dicho de otra manera, en el caso concreto de la intuición, ésta ya tiene un contenido

conceptual, en tanto tiene una estructura judicativa que expresa el uso específico de ciertos

conceptos, los cuales hacen parte de nuestro repertorio como sujetos cognoscentes racionales.

Por ejemplo, véase el siguiente ejemplo.

“Veo una manzana roja sobre el comedor”.

Emitido en ciertas circunstancias normales de observación, se trata de un reporte

observacional que da cuenta de una visión ostensiva de un objeto concreto de la realidad. De

acuerdo con O’Shea (2016, p. 138), en este juicio hay por lo menos tres elementos claves

involucrados:

a) Un contenido conceptual, el cual está constituido como una respuesta regulada por

reglas [• x es rojo • pensamiento].

b) Esta normalmente causado por un objeto correspondiente apropiado [v.g. por un

objeto rojo].

c) Esta causalmente mediado (no epistémicamente mediado) por sensaciones no-

conceptuales (nonconceptual sensings) [v.g. sensaciones como de estar sintiendo

rojamente (red-ly)]

En (a) se hace alusión al hecho de que el juicio expresa un pensamiento, por lo que debe estar

sujeto a las capacidades conceptuales necesarias para ubicar dicha aseveración en las redes

inferenciales de justificación que configuran el espacio lógico de las razones. No obstante,

entre corchetes se indica el dispositivo de dot-quotation que introduce Sellars para especificar

el rol normativo-conceptual del concepto, en este caso la forma predicativa “x es rojo” cuya

función es común e idéntica en cualquier lenguaje natural. En (b) se precisa que los reportes

observacionales están supeditados al principio de confiabilidad, por lo que se trata de una

proferencia cuya emisión es correcta cuando se presenta el objeto rojo sobre la mesa, esto es,

cuando el juicio indica lo que en efecto es el caso. Por último, en (c) se especifica que puede

haber un contenido sensorial que no es determinable en términos conceptuales, por lo que

por sí solo no basta para generar conocimiento en sentido estricto. No obstante, Sellars no

rechaza lo no-conceptual como tal, a diferencia de McDowell. Por el contrario, el primero

reconoce que es necesario reconocer la relevancia de lo no-conceptual, pero no en términos

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de justificación epistémica, sino en términos de orientación (guidedness) (Cfr. O’Shea,

2010a). En los términos del propio Sellars, “lo no conceptual solo puede guiar desde afuera

(from without) la única actividad conceptual a partir de la cual están representados estos y

tales (this-suches) como sujetos de un juicio perceptivo” (SM, 1968, p. 16).

Por ende, aunque la intuición empírica se exprese en forma proposicional a través de

un juicio (por ejemplo, a partir del uso de demostrativos o referencias ostensibles), esto quiere

decir que ya posee una estructura conceptual, la cual la supedita a un marco posible de

funciones reguladas normativamente. No obstante, también hay un componente en la

intuición que, aunque no es la intuición misma, es no-conceptual. De acuerdo con Sellars, es

precisamente está salvedad la que le hizo falta a Kant para robustecer mejor su interpretación

del rol de la sensibilidad en la estructuración del conocimiento empírico. En efecto, si

rechazamos la teoría de los datos de los sentidos y cualquier marco epistémico que parta de

lo dado, ¿cómo aseguramos la adecuación o conexión entre nuestros juicios acerca del mundo

y los estados de cosas de los que dan cuenta? Sellars reconoce que se trata de una

preocupación genuina:

Incluso en casos normales está la siguiente pregunta genuina: ¿Por qué el perceptor

representa conceptualmente un objeto rojo (o azul, etc.) rectangular (o circular, etc.) en

presencia de un objeto que posea estas cualidades? La respuesta parecería requerir que

todas las posibles maneras en las cuales las representaciones conceptuales de color y

forma puedan parecerse y diferir correspondan a las maneras en cuales sus ocasiones

no-conceptuales inmediatas, las cuales pueden seguramente ser construidas como

estados del perceptor, puedan parecerse y diferir (SM, 1968, p. 18).

De acuerdo con Sellars, las intuiciones, en tanto mediadas conceptualmente, logran

representar análogamente las ocasiones no-conceptuales que las evocan o suscitan desde el

exterior. En tanto seres vivientes, nuestros órganos de los sentidos permiten que podamos

reaccionar y adaptarnos a las condiciones del medio ambiente a partir de los estímulos

recibidos. En tanto Sellars es un naturalista, no niega que esto sea así. No obstante, la afección

física o biológica no da cuenta de la manera cómo llegamos a tener conocimiento de los

objetos y eventos discretos que hacen parte de nuestra realidad. Solo a partir del uso de

conceptos, del conocimiento y manejo convencionalmente aceptado de las formas

predicativas, por ejemplo, “esto es rojo” o “esto es circular”, puedo representarme

conceptualmente un objeto en tanto objeto de conocimiento. Pero, a partir de lo anterior no

se implica necesariamente que nuestra conexión epistémica con el mundo sea arbitraria, ya

que el impacto directo que tiene la realidad externa sobre nosotros es independiente de

nuestras capacidades conceptuales, pero ayuda a orientarlas desde afuera.

Pero ¿esta referencia directa no corresponde a un retorno al Mito de lo Dado? Sellars

es cuidadoso con este punto, ya que reconoce que, aunque la realidad externa tenga un

impacto directo sobre nosotros que permita orientar (guidedness) nuestros juicios

perceptuales, esta orientación está basada en la pasividad de nuestra sensibilidad humana

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(Sellars la denomina sheer receptivity) y no involucra todavía funciones del orden

conceptual, aunque sirve como límite o constreñimiento de estos. En palabras del propio

Sellars, “[la variedad dada a la experiencia] (manifold) tiene el rasgo interesante de que su

existencia es postulada sobre fundamentos epistemológicos, o como diría Kant,

trascendentales, sobre la reflexión del concepto de conocimiento humano como basado

sobre, aunque no constituido por, el impacto de la realidad independiente” (SM, 1968, p. 9).

A partir de lo anterior, la clave está en considerar que el conocimiento humano parte de la

información suministrada por la realidad independiente, pero el ejercicio de constituir

conocimiento en estricto sentido depende de las funciones conceptuales propiamente. Las

resonancias de la propuesta epistémica sellarsiana con el idealismo trascendental kantiana se

vuelven nuevamente evidentes si tomamos en consideración el siguiente apartado de la

introducción a la CRP: “en el orden temporal, ningún conocimiento precede a la experiencia

y todo conocimiento comienza con ella” (Kant, 2006, A1 – B1)20. En ese sentido, las

actividades conceptuales siempre se dan en conformidad con la variedad dada a la

experiencia, es decir, el impacto de diferentes estímulos sensoriales (inputs) que afectan

nuestra complexión biológica. No obstante, la salvedad estriba en considerar que nuestro

conocimiento está basado en lo que está dado a la experiencia, pero esta última no constituye

plenamente el conocimiento empírico como tal. Por ende, la regresión al Mito de lo Dado se

evita si tenemos en cuenta que la orientación (guidedness) que ofrecen las impresiones

sensibles tiene que venir desde afuera (from without) del orden conceptual (Cfr. Haag, 2012,

p. 118). ¿Cómo entender entonces las sensaciones en el marco de la crítica al Mito de lo Dado

y de un proyecto de reforma epistémica en clave kantiana y no fundacionalista? Responder

este interrogante será el propósito del siguiente apartado.

3. ¿Cuál es el lugar de las sensaciones en la crítica del marco general de lo Dado?

En su crítica a la teoría de los datos de los sentidos emprendida en EPM, Sellars considera

que estos no tienen un estatuto epistémico u ontológico privilegiado que permita proponerlos

como fundamento del conocimiento humano. No es azaroso que Sellars vincule

estrechamente sus preocupaciones epistemológicas con su análisis de la percepción. Como

se indicó previamente, para Sellars es clave la distinción kantiana entre intuición y sensación:

las intuiciones tienen una formulación conceptual, por lo que dan cuenta de habilidades

lingüísticas implicadas en los procesos cognitivos de los agentes racionales, las sensaciones

por su parte no. En el pasaje clasificatorio, las sensaciones se definen como modificaciones

del estado del sujeto, es decir, son principalmente subjetivas. Al igual que Kant, Sellars

20 Adicionalmente, Kant agrega en su exposición de la idea de una filosofía trascendental lo siguiente: “la experiencia es, sin ninguna duda, el primer producto surgido de nuestro entendimiento al elaborar éste la materia bruta de las impresiones sensibles. Por ello mismo es la primera enseñanza y constituye, en su desarrollo, una fuente tan inagotable de informaciones nuevas, que nunca faltará la concatenación entre todos los nuevos conocimientos que se produzcan en el futuro y que puedan reunirse sobre esta base” (Kant, 2006, A1 – A2). Este optimismo frente al mejoramiento paulatino del conocimiento humano es asumido en Sellars con su defensa de la imagen científica y del realismo crítico, aunque con sus respectivos matices.

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considera que un tratamiento satisfactorio del problema del estatuto onto-epistémico de las

sensaciones debe partir por considerarlas como estados del perceptor y no como estados de

cosas que subsisten independientemente por sí mismas. En el ejemplo que se mencionaba en

el apartado anterior del juicio “veo una manzana roja”, se dijo que la sensación se

corresponde a una suerte de “estar viendo la manzana rojamente”. ¿Qué quiere decir lo

anterior? Se trata de un cambio de perspectiva, ya que no se está adoptando la apreciación

habitual de la teoría de los datos sensoriales, sino que se está adoptando una teoría adverbial

de la sensación. Volvamos al ejemplo anterior con más cuidado:

“Estar viendo una manzana como rojamente y estar viendo una manzana como

esféricamente”.

Hay un objeto ante el cual el perceptor fija su atención y predica de la manzana dos

cualidades: su color (rojo) y su forma (esférica). Lo que la teoría adverbial de la sensación

sugiere, a diferencia de la teoría de los datos de los sentidos, es que no hay un contenido

sensorial propiamente que alude a las cualidades en cuestión. Más bien, se trata de aludir a

una experiencia perceptiva como dándose de una cierta manera. En la gramática española, el

adverbio es un elemento gramatical que ayuda a complementar o indicar la manera en la cual

se realiza la acción principal de la oración, es decir, el verbo. Por ejemplo, en la oración

“Jones leyó correctamente el texto”, el adverbio correctamente da cuenta de la manera cómo

ejecutó su acción21. De manera análoga, la teoría adverbialista de la sensación sostiene que

lo clave al considerar una experiencia sensorial, como la de ver algo en condiciones normales,

consiste en la manera cómo se da el acto de la sensación (act of sensing) y no en el objeto al

cual se alude por medio de la sensación. Precisamente, si no se puede determinar el estatuto

ontológico de los datos de los sentidos (sense data), ni ofrecer una explicación naturalista

convincente acerca de los mismos, Sellars procede a adoptar la teoría adverbialista para

continuar su reapropiación del idealismo trascendental kantiano con fines epistémicos.

En una conferencia pronunciada en 1960, “Ser y ser objeto de conocimiento” (BBK),

Sellars sostiene la idea de que la sensibilidad puede articularse a nuestras capacidades

cognoscitivas, pero esta por sí sola no asegura el conocimiento, por ejemplo, de la realidad

externa. Como sostiene Sellars:

Mi tesis va a ser que el sensorio es una facultad cognoscitiva únicamente en el sentido

de que hace posible el conocimiento, y que en sí mismo no conoce nada: es una condición

necesaria del orden intencional, pero por sí mismo no pertenece a él. Se trata de una tesis

21 En inglés, por lo general las indicaciones de los actos de las sensaciones cuando se toman desde la perspectiva adverbialista se indican por medio del sufijo -ly, como en el caso de la expresión “seeing red-ly”, que puede traducirse como “viendo rojamente”. Aquí, la correlación gramatical entre el verbo y el adverbio da cuenta de la manera particular en la cual se está tomando el acto de la sensación como tal (véase, Lowe, 2004, p. 114).

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propuesta por primera vez por Kant, pero que, afortunadamente, podemos separar de

otros rasgos menos atractivos del sistema kantiano (BBK, 1971, p. 55).

Una vez se ha aceptado la crítica al marco de lo Dado y se ha cuestionado el estatuto onto-

epistémico de los datos de los sentidos, debe considerarse que las sensaciones por sí solas

son “ciegas” para asegurar un conocimiento empírico acerca de la realidad externa. El punto

de Sellars aquí estriba en reconocer que solo cuando articulamos las sensaciones a las

actividades del orden conceptual es que podemos integrar la información externa en procesos

cognitivos regulados normativamente. A partir de lo anterior, Sellars reconoce que la

percepción y la sensación no son sinónimos, ya que el primer proceso corresponde a una

actividad conceptual. Si volvemos al pasaje clasificatorio, nos damos cuenta de que Sellars

está asumiendo la percepción en su veta objetiva, esto es, aquella que produce conocimiento

a partir de intuiciones y conceptos. A partir de lo anterior, Sellars no prescinde totalmente de

las sensaciones, ya que las asume como entidades no-conceptuales y no-intencionales que se

introducen exclusivamente para explicar la ocurrencia de percepciones ostensibles

(ostensible seeings) - esto es, entidades conceptuales e intencionales - tanto en casos

normales como anormales, en donde la percepción propiamente tiene lugar (Cfr. Haag, 2012,

p. 121). Al igual que para Kant los fenómenos corresponden a las apariencias de las cosas en

virtud de nuestras capacidades sensibles e intelectivas que hacen inteligible la realidad

externa, Sellars considera –en un movimiento argumentativo muy similar– que las

sensaciones son estados del perceptor que, aunque puedan corresponderse análogamente con

ciertos estados de cosas en el mundo, pueden no llegar a ser realmente esos mismos. De esta

manera, Sellars comparte con Kant que lo sensorial sea condición necesaria para que haya

conocimiento, pero no se corresponde con los aspectos menos atractivos de su teoría: a saber,

la escisión entre dos mundos, uno fenoménico, susceptible de ser conocido; y otro

nouménico, el cual es inaccesible en términos epistémicos.

¿Cómo llegamos hasta este punto? Como se precisó previamente, Sellars considera que

la imagen manifiesta del mundo es fenoménica, es decir, se adecúa a las apariencias de

marcos interpretativos avalados por el sentido común o por otros paradigmas científicos

menos refinados conceptualmente. A partir de lo anterior, Sellars postula el surgimiento de

la conciencia sensorial como el intento de lo que él denomina la filosofía perenne de integrar

cognitivamente el contenido sensorial dado a las percepciones en un marco epistemológico

de explicación y descripción de la realidad externa. Sellars considera que Kant reproduce el

marco de lo dado al integrar en su idealismo trascendental esta noción de una conciencia

sensorial22, por lo que hace necesario problematizar dicha noción. Volvamos al ejemplo de

la manzana sobre el comedor:

22 Esta afirmación resulta particularmente relevante, ya que no es del todo clara la relación entre la teoría de la receptividad sensible kantiana y la noción de conciencia sensorial. Al respecto, McDowell ofrece la siguiente consideración: “Mi pregunta fue: en una posición kantiana, ¿cómo deberíamos concebir el carácter sensorial de la conciencia sensorial de objetos? La respuesta de Sellars es que, mientras la conciencia sensorial de objetos es de objetos por virtud de la presencia de pensamientos en la composición que la reflexión filosófica

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“Veo una manzana roja sobre el comedor”

De acuerdo con la conciencia sensorial, se trataría aquí de un reporte observacional válido,

siempre y cuando la referencia del objeto o evento se corresponda efectivamente en el

mundo:

“Veo una manzana roja sobre el comedor” porque hay una manzana roja sobre el

comedor.

El anterior enunciado, desde la perspectiva de la conciencia sensorial, sería una inferencia

válida en virtud de que hay un estado de cosas correspondiente que la avala. No obstante,

aunque intuitivamente parezca un reporte válido, para Sellars el contenido manifiesto de este

reporte observacional es posible gracias al aparataje conceptual que poseemos en virtud de

las destrezas lingüísticas con las cuales elaboramos dicha proferencia. De igual manera, esta

afirmación es válida dentro de los marcos de comprensión de la imagen manifiesta, pero no

dentro de un marco interpretativo más amplio y robusto como el que propone la imagen

científica. ¿Qué quiere decir lo anterior? Pensemos en las cualidades que atribuimos a la

manzana en virtud del reporte realizado previamente:

“Veo una manzana que es roja y que tiene una forma esférica”.

Según esta oración, el reporte da cuenta de dos propiedades: su forma (propiedad primaria)

y su color (propiedad secundaria). La conciencia sensorial toma estas propiedades como

inherentes al objeto cognoscible y de ahí las predica como conocimiento a posteriori

obtenido válidamente a partir de las entradas (inputs) sensoriales suministradas por los

órganos de los sentidos. La reticencia de Sellars de aceptar este rol epistémico de las

sensaciones tiene que ver con que reproduce los vicios epistémicos del Mito de lo Dado: el

empirismo ingenuo y la intención de fundar lo epistémico sobre lo no-epistémico. En ese

sentido, ¿es la manzana realmente roja y realmente esférica? La respuesta de Sellars es que

no y precisamente el problema de la conciencia sensorial es creer lo contrario. Desde un

marco interpretativo como el de la imagen científica, sabemos que la manzana está

compuesta de átomos, las cuales son partículas microfísicas que no tienen la propiedad de

ser esféricas. Adicionalmente, la rojez de la manzana, su color, no es propiedad intrínseca al

objeto, sino que está depende relacionalmente del perceptor y hay toda una explicación

revela que es, es sensorial por virtud de la presencia de sensaciones que la componen” (2009, p. 113). McDowell considera que incluso pensar que las intuiciones tienen una formulación conceptual resulta insuficiente para responder a este problema. Que Sellars se compromete con la existencia de entidades no-conceptuales para explicar la relación cognitiva que el sujeto establece con la realidad a partir de la sensibilidad, le parece un retroceso indebido al marco de lo dado (Cfr. Haag, 2017). Por tal razón, es que su propuesta en Mente y mundo (2003) consiste en defender la idea de que ya hay capacidades conceptuales integradas a la facultad de la sensibilidad como tal.

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naturalista al respecto: la manzana refracta la luz y las longitudes de onda son procesadas

neurofisiológicamente por los conos y bastones de la retina humana, los cuales se traducen

en señales neuroquímicas que permiten que a nivel cerebral percibamos la manzana como

roja. Aunque válido desde un enfoque más restringido a nivel práctico y teórico, la conciencia

sensorial con su preeminencia sobre las apariencias termina por alejarnos de una

comprensión más apropiada de la realidad a partir del reconocimiento de las entidades

postuladas por una ontología de corte realista y científica, a partir de la superación de la

idealidad fenoménica de la imagen manifiesta del mundo.

No obstante, la teoría de las sensaciones de Sellars sigue estando incompleta si no se

explica apropiadamente de qué manera esto se relaciona con su enfoque adverbialista y la

idea de que las sensaciones, en tanto estados del perceptor, pueden posibilitar el

conocimiento empírico. Si las sensaciones por sí mismas no son suficientes para asegurar un

conocimiento válido acerca de la realidad empírica, entonces deben integrarse a un marco

conceptual en el cual puedan servir a dicho propósito. Considérese lo que menciona Sellars

en el siguiente pasaje de SK:

De acuerdo con esta versión de la teoría adverbial de la sensación, entonces, la sensación

de un cubo-de-hielo-rosada-mente (sensing a-pink-cube-ly) es una sensación de una

manera provocada normalmente por la presencia física a los sentidos de un objeto físico

rosado y cúbico, pero la cual también puede ser provocada en circunstancias anormales

por objetos que no son ni rosados ni cúbicos, y finalmente, de acuerdo a esta forma de

la teoría adverbial, las maneras de la sensación son análogas23 a las propiedades

comunes y sensibles en las que ellas tiene una estructura conceptual común. Entonces,

las maneras de la sensación forman una familia de incompatibles, donde los

incompatibles involucrados deben ser entendidos en términos de las incompatibilidades

involucradas en la familia de los atributos ordinarios físicos de color. Y,

correspondientemente, a la forma de las maneras de sensación exhibiría, como lo hacen

las formas físicas, la estructura abstracta de un sistema geométrico puro (SK, 1975, p.

313).

23 Este mismo movimiento argumentativo aparece expuesto, con mayor claridad, en los parágrafos 42 al 44 de “Some Reflections on Perceptual Consciousness” (SRPC): “Es por medio de la introducción de las sensaciones visuales que trascendemos el análisis fenomenológico o conceptual. Estas no están atadas a la reducción fenomenológica, sino a los postulados de una teoría-proto-científica. Una sensación de uno de los bordes de un cubo de hielo rosado enfrente mío es una sensación de un cierto tipo, el tipo de sensación normalmente provocada por la acción sobre el aparato visual del perceptor por cubos rosados físicamente transparentes que confrontan al perceptor desde una cierta distancia. Las sensaciones visuales, las cuales son estados del receptor, no son (por ejemplo) literalmente cubos de hielo frente a la mirada del receptor. Por otro lado, no es simplemente falso que ellos sean cubos de color rosado enfrente del perceptor. Es tentador aquí apelar a la tradición de la analogía y decir que el color rosado y la forma cúbica de una sensación perteneciente al de “un cubo de hielo de color rosado” son tipos análogos al color rosa y la forma cúbica de su causa estándar” (2002, pp. 437-438).

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Según la teoría adverbialista de la sensación que acuña Sellars en el pasaje anterior, los rasgos

de color y de forma se conciben como rasgos con contenido no-proposicional, i.e. no-

conceptual, que hacen parte de reportes visibles ostensibles y son interpretados como

maneras de sentir (manner of sensing) por parte del perceptor. En el pasaje anterior hay dos

elementos sumamente interesantes acerca de esta teoría alternativa de las impresiones

sensibles: en primer lugar, tanto en el ejemplo del cubo de hielo rosado (uno de los ejemplos

favoritos de Sellars a lo largo de su obra) como en el ya empleado de la manzana roja sobre

el comedor, se aprecia que las propiedades de forma y color son estructuras conceptuales

analógicas a la manera cómo son sentidos estos objetos. En otras palabras, las sensaciones se

entienden como estados del perceptor que pueden ser integrados, por analogía, a la estructura

conceptual de las representaciones que nos hacemos de la realidad por medio de juicios

predicativos. En segundo lugar, se alude al hecho de que las propiedades exhiben

compatibilidades en condiciones estándares-normales de observación, por lo que las maneras

de sentir exhiben estos patrones, los cuales son articulables a nuestro marco normativo de dar

y pedir razones en la medida que estos reportes observacionales evidencien un uso correcto

(correctness) o incorrecto por parte de una comunidad de hablantes que pueden validar el

juicio, es decir, si corresponde al hecho de que sea el caso o no.

Por ende, la reforma al proyecto epistémico que propone Sellars a raíz de la crítica al

Mito de lo Dado no corresponde a un rechazo absoluto de las impresiones sensibles, sino más

bien de la relocalización de su función epistémica una vez se ha desmitificado el marco de lo

dado (esto es, la creencia injustificada de que los datos de los sentidos pueden servir como

fundamentos epistémicos y directos de nuestro conocimiento de la realidad) y en su lugar se

reconoce su función orientadora (guidance). Como muy bien lo estipula Watkins, “dado que

las sensaciones son entradas no conceptuales (nonconceptual inputs) para las funciones

asociadas a nuestros conceptos, ellas juegan un rol importante en ayudar a estas funciones a

establecer ciertas salidas (outputs) y descartar otras” (2012, p. 323). Dicho de otra manera,

aunque nuestro conocimiento empírico se origina en la interrelación lógica, explicativa y

descriptiva de nuestras funciones conceptuales, eso no implica que procedan arbitrariamente.

Sellars sugiere algo similar en su propia consideración adverbialista de la sensación y de su

relación con las funciones conceptuales propias del pensamiento: “entonces, cuando yo veo

u ostensiblemente veo algo como que es un cubo de hielo rosado, un cubo de hielo rosado

que no solo existe para el pensamiento (being for thought), sino también que existe para la

sensación (being for sense). La presencia de alguna manera (somehow) del cubo de hielo

rosado podría entonces ser referido a su existencia para los sentidos” (Cfr. SK, 1975, p. 310).

Según Watkins, Sellars no puede descartar completamente el rol de las sensaciones, ya que

estas funcionan como la manera que tiene el mundo de constreñir externamente, desde afuera

(from without) para usar la expresión de Sellars en SM, nuestra propia cognición. El gesto

argumentativo à la Kant de Sellars consiste en apreciar que nuestro conocimiento comienza,

en el orden temporal, con la experiencia –en este caso, entendida como los constreñimientos

externos que limitan nuestras funciones conceptuales–, aunque no todo conocimiento

proceda de esta fuente, v.g. el desarrollo histórico y sociocultural del espacio lógico de las

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razones en el cual tienen lugar nuestras prácticas de justificación de reportes observacionales

y del cual hacemos parte, en tanto miembros de una comunidad lingüística regulada

normativamente.

Ahora bien, si las sensaciones son estados del perceptor que se propone como

postulados teóricos que ayudan a explicar la relación de nuestros reportes observaciones con

la realidad externa, ¿cómo sabemos que, en efecto, hay algo ahí afuera, por ejemplo, que

estoy viendo, en estos momentos, un cubo de hielo rosado o una manzana roja sobre un

comedor? Sellars introduce, primero en EPM y luego en SK, una noción clave en la

resolución de este problema: el núcleo descriptivo. De acuerdo con Sellars, hay un rasgo

común no-proposicional en las siguientes afirmaciones:

• Uno ve que el objeto por ahí es rojo y esférico en el lado frente a mí.

• El objeto por ahí parece ser rojo y esférico en el lado frente a mí.

• Parece que hay un objeto, el cual es rojo y esférico en el lado que está frente a mí.

Se trata de diferentes reportes que comparten un mismo contenido no-proposicional: hablan

de algo que se muestra como rojo y esférico desde la perspectiva que confronta la mirada del

perceptor que emite estos juicios. De acuerdo con Sellars, en términos fenomenológicos, el

núcleo descriptivo consiste en el hecho de que algo (something), de alguna manera (some

way) rojo y esférico, está de alguna manera presente al perceptor aparte de cómo es pensado

(SK, 1975, p. 310). Gracias al núcleo descriptivo podemos darnos cuenta de varios puntos

importantes: primero, nuestros reportes observacionales o percepciones ostensibles remiten,

de alguna u otra manera, a un contenido sensible extrínseco, con el cual mantiene relaciones

análogas de compatibilidad. Segundo, que lo que se nos presenta sensorialmente de alguna

manera, no tiene que ser así realmente. Nuevamente, la tesis fenomenista sostiene que solo

tenemos acceso a la apariencia, pero gracias a los métodos científico-experimentales de las

ciencias naturales sabemos que la ontología última de los objetos y eventos de la realidad

están sujetos a los componentes fundamentales de la materia. Por último, y relevante para

nuestros propósitos, que la percepción debe considerarse como mediada conceptualmente:

cuando hago un reporte observacional, ya sea de estar viendo un cubo de hielo rosado o una

manzana roja sobre el comedor, puedo formular mi reporte en términos lingüísticos a partir

del uso de conceptos que asocio a la organización cognitiva de mi estar afectado

sensorialmente por el mundo externo.

Hasta ahora, la importancia de relocalizar las sensaciones en el marco epistémico más

amplio propuesto por Sellars, a raíz de su crítica al Mito de lo Dado, consiste en abandonar,

eventualmente, la idea manifiesta de la conciencia sensorial a favor de la idea de una

conciencia perceptiva. Una vez se ha tomado como punto de partida que las sensaciones son

estados del perceptor y, por ende, maneras en las cuales se siente, de alguna manera, algo de

un modo de particular, se hace necesario articular este componente no-conceptual a las

operaciones conceptuales que hacen posible el conocimiento en primer lugar. Al igual que

Page 52: DEL IDEALISMO TRASCENDENTAL A LA LINGÜÍSTICA …

52

Kant, Sellars reconoce la diferencia entre sensación y percepción. Como ya se demostró, en

la primera no hay contenido conceptual, pero en la segunda sí. Por lo tanto, la conciencia

perceptiva, a diferencia de la conciencia sensorial, parte por reconocer este punto de partida

epistémico: las sensaciones por sí mismas no son integradas a la formación de conocimiento

empírico, sino que su postulación como entidades teóricas permite explicar la relación de

nuestros enunciados acerca del mundo (los cuales tienen una forma proposicional) y las

constricciones materiales del mundo extrínseco que nos afectan externamente. Volvamos al

ejemplo del cubo de hielo rosado mencionado en SRPC:

En particular, la idea de que hay un sentido en el cual el contenido conceptual puede ser

preservado a través de un cambio de categorías me parece a mí necesario para dar

significado a la idea de que las propiedades mismas del color rosado y la forma cúbica

de un cubo de hielo rosado pueden estar, de alguna manera, presente en las percepciones

visibles ostensibles de un cubo de hielo rosado como (as) un cubo de hielo rosado24.

Es un rasgo esencial para las sensaciones postuladas por la proto-teoría que he descrito

que ellas mismas no son sensaciones del tipo sensaciones-como (sensings as). Sentir

un-cubo-de-hielo-rosada-mente no es sentir algo como un cubo de hielo rosado, aunque

este sea un estado postulado por la teoría designada para explicar que es lo que es ver

(o parece verse) un cubo de hielo rosado como un cubo de hielo rosa. Entonces, la

sensación, aunque sea un constituyente de la visión de algo como algo, no es en sí misma

un caso de la visión de ver algo como algo (SRPC, 1976, p. 438).

Precisamente, de acuerdo con la cita anterior, las impresiones sensibles no nos pueden decir

como son las cosas realmente. Solamente, podemos postular su existencia teóricamente con

el propósito de dar cuenta de la relación explicativa y descriptiva entre nuestros juicios

predicativos acerca de la realidad externa y los estados de cosas que componen a esta última.

Esta misma consideración se había desarrollado previamente en el mito del genio Jones en

EPM, en la cual se introyectan las impresiones sensibles como entidades teóricas que resultan

metodológicamente apropiadas para dar cuenta de nuestros reportes observacionales y para

24 Esta idea de asociar un contenido conceptual a la actividad misma de la percepción resulta sumamente llamativa, ya que procura considerar como nuestros bagajes conceptuales y saberes teóricos previos codifican nuestra manera de percibir la realidad. Las resonancias del segundo Wittgenstein en el pensamiento de Sellars son enormes, ya que aquí se puede rastrear las diferencias que establece el filósofo austríaco entre el ver y el ver como introducida en las Investigaciones filosóficas (2003) en el cual se aprecia como la percepción es un proceso activo, no meramente receptivo, en el cual se procura organizar y sintetizar intelectivamente lo que se presenta a los sentidos. De igual forma, puede constatarse un argumento similar en lo que el filósofo de la ciencia N. R. Hanson denominó como la carga teórica de la observación. Según esta noción, en contextos científicos y experimentales, las observaciones no son procesos simples o pasivos, sino que demandan una formación teórica previa, a partir de la cual puedan integrarse explicativamente los patrones detectados por medios observacionales. Por ejemplo, un médico radiólogo que observa una radiografía de tórax o los resultados de una resonancia magnética solo podrá interpretar correctamente esa información a la luz de formación disciplinaria previa. Gracias a estos conocimientos previos, podrá ver en los patrones de las imágenes y los contrastes de las radiografías posibles evidencias para validar o desestimar un diagnóstico en específico (Cfr. Hanson, 1958).

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53

articular epistémicamente las percepciones con el uso regulativo de los conceptos. No

obstante, la crítica al Mito de lo Dado implica problematizar la reificación de las sensaciones,

en tanto entidades con un estatuto onto-epistémico privilegiado que permitan fundar sobre

ellas cualquier intento de conocimiento empírico. Claramente, Sellars se opone a lo anterior

y por dicha razón considera que, si bien las sensaciones pueden actuar como constituyentes

en las representaciones conceptuales que nos hacemos de la realidad y que integramos a

nuestros marcos epistémicos de interpretación, ellas por sí mismas no funcionan como

criterios de la validez objetiva de nuestros propios conocimientos. Por tal razón, se hace

necesario articular los contenidos dados a los sentidos en marcos conceptuales que permitan

articular funcionalmente esa afirmación en juicios predicativos y proposiciones

demostrativas acerca de la realidad. Solo a partir de este viraje lingüístico-conceptual,

amparado bajo la reglamentación de los principios epistémicos –por ejemplo, el principio de

confiabilidad perceptual mencionado anteriormente–, será posible generar un conocimiento

intersubjetivamente compartido, integrado coherentemente en el espacio lógico de las

razones y susceptible de ser validado bajo criterios razonables de falibilidad científica. Todo

lo anterior, implica según Sellars, la relocalización ontológica y epistémica de las sensaciones

en conformidad a la crítica del marco general de lo dado (giveness) y de la adopción de una

epistemología conforme a “la nueva forma de las palabras”.

4. La lógica trascendental (LT): la función de las categorías.

En el apartado anterior se pudo constatar que Sellars reinterpreta la ET y el rol epistémico de

las sensaciones según sus propósitos epistemológicos particulares. En el caso de su análisis

de la LT, esta tampoco es la excepción. Sin embargo, es necesario recordar el objetivo de

este apartado en la cimentación trascendental de la arquitectónica de la razón humana

propuesta por Kant. La LT se ocupa, según Kant, de establecer las reglas por medio de las

cuales opera el entendimiento humano, reglas que a su vez no están determinadas por

contenidos empíricos o a posteriori. En términos del propio Kant:

Con la esperanza, pues, de que haya tal vez conceptos que se refieren a priori a objetos,

no en cuanto a intuiciones puras o sensibles, sino simplemente en cuanto actos del

entendimiento puro -actos que son, por tanto, conceptos, pero de origen no empírico ni

estético-, nos hacemos de antemano la idea de una ciencia del conocimiento puro

intelectual y racional, un conocimiento a través del cual pensamos los objetos

plenamente a priori. Semejante ciencia, que determinaría el origen, la amplitud y la

validez objetiva de esos conocimientos, tendría que llamarse lógica trascendental, ya

que sólo se ocupa de las leyes del entendimiento y de la razón, si bien únicamente en la

medida en que tales leyes se refieren a objetos a priori, a diferencia de lo que hace la

lógica general, que se refiere indistintamente a conocimientos racionales, tanto

empíricos como puros (Kant, 2006, B 82).

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De acuerdo con el apartado anterior, ¿cuáles son los objetos particulares que se ocupa de

estudiar la LT? Se trata de los conceptos del entendimiento, los cuales son las condiciones a

priori que hacen posible todo conocimiento, ya que la estructura predicativa de los juicios

hace posible la formulación de cualquier juicio sintético a priori que se pretende válido

objetivamente. En este orden de idea, la LT se ocupa de los conceptos del entendimiento y

de las condiciones legítimas de su uso. A diferencia de la lógica formal, la cual hace

abstracción del contenido y se preocupa únicamente por las condiciones de validez formal de

las inferencias y los juicios, la LT va más allá y procura reflexionar sobre las condiciones

epistémicas que posibilitan el conocimiento humano.

¿Cómo llega Kant a delimitar y reconocer los conceptos fundamentales del

entendimiento, es decir, las estructuras trascendentales que hacen posible el conocimiento

humano? Kant asigna el nombre de categorías a los conceptos fundamentales del

entendimiento y llega a identificarlos y enlistarlos por medio de la demostración de la

estructura discursiva del juicio. En palabras del propio autor, “podemos reducir todos los

actos del entendimiento a juicios, de modo que el entendimiento puede representarse como

una facultad de juzgar, ya que, según lo dicho anteriormente, es una facultad de pensar.

Pensar es conocer mediante conceptos” (Ibidem, B 94). Los ecos del giro copernicano

empiezan a hacerse patentes en esta afirmación contundente de que el pensamiento solo es

posible mediante conceptos. Sin ellos, para Kant, sería imposible hacer inteligibles los

contenidos intuidos de cualquier experiencia posible con la realidad. Adicionalmente, otro

punto clave que se menciona en el apartado anterior es considerar los actos del entendimiento

como juicios, es decir, como enunciados judicativos y predicativos, que tienen la función de

expresar un pensamiento por medio de una forma de expresión lingüística. Dicho de otra

manera, el viraje epistemológico que supone el giro copernicano de Kant implica reconocer

que el contenido material provisto por la sensibilidad no basta por sí solo para asegurar un

conocimiento válido y objetivo de la realidad25. Se hace necesaria la participación de

elementos conceptuales que permitan organizar, combinar y sintetizar dichos contenidos

materiales para hacerlos inteligibles a la conciencia de cualquier sujeto cognoscente y

permitir que sean comunicables y, posteriormente, aceptados intersubjetivamente. ¿Cómo

dar cuenta de la aprioridad de estos conceptos fundamentales del entendimiento? Kant

25 Como sugiere Allison respecto a esta misma consideración: “Kant hace notar que tener simplemente un conjunto de impresiones sensibles asociados con otro conjunto no equivale a tener un concepto. Un concepto requiere el pensamiento de la aplicabilidad de este conjunto de impresiones sensibles a una pluralidad de objetos posibles. Con este pensamiento, estas impresiones se transforman en “notas”, i.e., concepciones parciales. Sin embargo, este pensamiento no se deriva en sí mismo de la experiencia; más bien es producido por una serie de “actos lógicos” del entendimiento que Kant llama comparación, reflexión y abstracción. Considerados en conjunto, estos actos consisten en combinar las características sensibles comunes compartidas por los diversos ítems particulares, al desatender o extraer sus diferencias, unificándolas en la ya mencionada “unidad analítica”” (Allison, 1992, p. 120). Con relación a la cita anterior, las resonancias con la crítica al Mito de lo Dado resultan sumamente dicientes, ya que el conjunto de impresiones sensibles no basta por sí solo para asegurar un conocimiento acerca de algo. Se precisa de estos “actos lógicos” u operaciones complejas de la cognición humana para poder hacer inteligible algún fenómeno concreto de la experiencia humana.

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sugiere que la clave está en considerar que el pensamiento opera y se expresa mediante

juicios, los cuales tienen una formulación predicativa y gramatical que permite aseverar algo

de la realidad. Kant consideraba que era posible determinar las categorías mediante el análisis

de la forma misma de los juicios.

De acuerdo con lo anterior, la discursividad inherente al pensamiento humano es un

rasgo central en Kant, ya que por medio de este logra derivar la tabla de las categorías

principales por medio de la abstracción de los juicios básicos. De igual manera, en tanto se

trata de elementos a priori constitutivos del entendimiento humano, resulta que para Kant las

principales categorías son disposiciones funcionales inherentes a todas las mentes humanas.

Aunque las categorías pueden dilucidarse a partir de la discursividad propia de nuestros

pensamientos, Kant no está conforme con atarlas a la sintaxis o normatividad gramatical de

cualquier lenguaje natural específico. Tampoco, considera que sean meras estructuras

formales del juicio que permitan discernir un razonamiento válido de otro incorrecto. Por tal

razón, es que Kant diferencia la LT de cualquier formulación de la lógica formal propiamente

dicha. Aunque su tabla de las categorías se inspira en el órganon aristotélico, particularmente

del listado de las categorías y el silogismo como estructura universal del razonamiento

humano, Kant considera que la lógica tradicional es incapaz de dar cuenta de las condiciones

a priori del entendimiento humano. En su Lógica (L), Kant hace mayor énfasis en su

interpretación de lo que debe considerarse como lógica y la función que se le asigna en la

comprensión de los alcances y límites de la cognición humana:

La lógica es una ciencia racional, no según la mera forma, sino según la materia; una

ciencia a priori de las leyes necesarias del pensamiento, pero no con respecto a objetos

particulares, sino con respecto a todos los objetos en general; una ciencia, por tanto, del

uso correcto del entendimiento y de la razón en general, pero no en sentido subjetivo,

es decir, no según principios empíricos (psicológicos): cómo piensa el entendimiento,

sino en sentido objetivo, es decir, según principios a priori: cómo debe pensar (Kant,

2000, p. 84).

De acuerdo con la cita anterior, el funcionamiento lógico-trascendental de nuestro

pensamiento racional no queda recluido a una mera descripción de los procesos empíricos

(psicológicos) involucrados, como tampoco a la explicitación de las condiciones formales de

la validez de cualquier razonamiento. Más bien, se trata de una condición prescriptiva a partir

de la cual se pueden determinar, en términos a priori, las condiciones racionales propias del

pensamiento humano. Kant agrega que es mejor, por tanto, pensar la definición de la lógica

como “una ciencia que contiene meramente las reglas formales del pensar” (Ibidem). Pero

¿qué se entiende por formal aquí? A diferencia de la formalidad lógica, la cual prescinde de

cualquier contenido empírico y atiende únicamente a la organización interna del juicio, a

nivel de la LT, la formalidad hace referencia al conjunto de reglas necesarias sin las cuales

no sería posible uso alguno del entendimiento. No son contingentes, en virtud de que no están

atadas a algún contenido empírico particular. Este punto es clave para Kant, ya que de lo

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56

contrario no sería posible pensar en la posibilidad de los juicios sintéticos a priori y en la

necesidad de prevenir el andar a tientas de la metafísica especulativa según el viraje seguro

y confiable de las ciencias.

En la LT se refleja un sesgo racionalista por parte de Kant, el cual se aprecia en su

afirmación de que “todo en la naturaleza, tanto en el mundo animado como en el inanimado,

sucede conforme a reglas, aunque no siempre las conozcamos” (Ibidem, p. 77). Claramente,

el empirismo sería escéptico frente a la idea de que haya leyes universales que regulan el

desenvolvimiento mismo de la realidad, o simplemente admitiría que llegamos a su

conocimiento por generalización inductiva y, por lo tanto, siempre son susceptibles de ser

modificables a la luz de nuevas evidencias u otras experiencias posibles. No obstante, sin la

estipulación y corrobación de la existencia y uso de las categorías inherentes a la mente

humana, sería imposible, según Kant, establecer la validez objetiva a nivel intersubjetivo de

los pensamientos humanos y el establecimiento de regularidades ante la realidad fenoménica

a la cual estamos abocados en tanto sujetos cognoscentes. Precisamente, como se trata de

conceptos puros del entendimiento, las categorías no son contingentes dado que no están

derivadas de la experiencia humana. Es en virtud de todo lo anterior que se puede entender

la siguiente afirmación de Kant: “la totalidad de la naturaleza en general no es más que una

interconexión de fenómenos conforme a reglas y no existe en parte alguna ausencia de

reglas” (Ibidem). Nuevamente, si no fuera posible el viraje epistémico que supone adoptar

el giro copernicano, no sería admisible pensar en la objetividad y validez del conocimiento

si únicamente infiriéramos los principios y postulados teóricos que dan cuenta de la

regularidad de la naturaleza fenoménica a la luz de contenidos puramente empíricos. Parte

de adoptar el marco teórico del idealismo trascendental kantiano consiste en aceptar el rol

epistémico de las categorías y, a su vez, de aceptar la necesidad de emplear conceptos a priori

para sistematizar y organizar intelectivamente cualquier experiencia posible. En tanto a

priori, estos elementos trascendentales del entendimiento no pueden ser susceptibles de

variaciones o modificaciones a partir de contenidos empíricos particulares y contingentes.

Que la cognición humana, para que sea posible, requiere necesariamente de conceptos

es un gesto fundamental para entender la filosofía kantiana y su carácter propiamente

revolucionario. No obstante, esta idea básica, la de concepto, sufre numerosas ambigüedades

en toda la arquitectónica del idealismo trascendental kantiano. De acuerdo con Stepanenko,

podemos dirimir por lo menos las siguientes caracterizaciones del concepto en Kant: primero,

el concepto alude a la síntesis de las intuiciones o, más precisamente a la unidad conforme a

la cual se lleva a cabo la síntesis de estas; segundo, el concepto en tanto la representación

general que permite representar objetos como pertenecientes a una clase determinada; tercero

y último, los conceptos se caracterizan como elementos de los juicios (Cfr. Stepanenko, 2016,

p. 234). Claramente, las diversas acepciones que pueda tener la noción de concepto para Kant

pueden comprometer la claridad de su interpretación. No obstante, si tomamos como punto

de partida el conceptualismo que se ha indicado previamente, podemos dar cuenta de que en

estas diversas acepciones el concepto cumple la misma función: hacer posible la organización

y aprehensión sintética de la multiplicidad (manifold) dada a la experiencia humana

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propiamente. En primer lugar, las intuiciones empíricas solo dan cuenta de determinaciones

espaciotemporales particulares, por lo que se hace necesaria la actividad sintética del

entendimiento para dar constancia de la unidad propia de los momentos particulares intuidos

por la sensibilidad humana. En segundo lugar, precisamente nos podemos formar

representaciones generales gracias a los conceptos; por medio de los actos lógicos de

comparación, reflexión y abstracción podemos formar contenidos empíricos que reúnan las

semejanzas de distintos contenidos sensiblemente intuidos. Por ejemplo, puedo observar en

un momento determinado un pino; posteriormente, puedo observar un ciprés; y, por último,

puedo observar un roble. Puedo darme cuenta de que cada intuición particular comparte

similitudes con las otras: tienen hojas, tallos y raíces. Por medio de los ejercicios de

comparación, reflexión y abstracción, puedo llegar a la representación general de un árbol

a partir de los elementos particulares suministradas por cada una de las intuiciones

previamente mencionadas. En tercer lugar, Kant deriva la tabla de las categorías a partir de

la idea básica de que el pensamiento se expresa mediante juicios. Por ejemplo, la

representación general anterior puede expresarse conceptualmente mediante el siguiente

reporte observacional:

“Esto que veo ante mí es un árbol”.

Se trata de un reporte observacional porque tiene una estructura predicativa definida: se trata

de un demostrativo que por medio de referencia ostensiva da cuenta de un objeto particular

que reviste la caracterización general de ser un árbol. Puede parecer un ejemplo bastante

sencillo, incluso perogrullesco, pero el punto que Kant quiere señalar aquí –y que tiene una

enorme resonancia en el pensamiento sellarsiano– es que en esta forma particular de

conocimiento empírico ya hay mediación conceptual: solo a partir del rol funcional y

regulativo de los conceptos, es posible darle unicidad a la multiplicidad de la experiencia

humana. Dicha unicidad se ve reflejada en este tipo de juicios que nos permiten predicar, con

cierta certeza y objetividad, algo de la realidad.

Aunque, en el ejemplo anterior estemos predicando un concepto empírico (el de árbol)

a partir de representación general, podemos hacer el ejercicio mental de descomposición y

llegar hasta las categorías implicadas en su formulación. En el reporte observacional

hablamos de un árbol, es decir, de una entidad diferenciada espacial y temporalmente de otras

que lo rodean (cantidad – unidad). También, se trata de una sustancia particular a la cual

podemos atribuirle ciertas propiedades o predicar de ella con exactitud ciertas características

físicas (realidad – sustancia). De igual manera, se trata de un árbol en sentido general, pero

que se trata de una unidad creada por medio del acto del entendimiento y que se expresa

judicativamente como tal (cualidad – unidad). Por último, el reporte observacional

corresponde a un juicio asertórico, ya que está afirmando que algo es, en efecto, el caso; es

decir, está afirmando que lo que el sujeto tiene en frente de sí, dadas ciertas condiciones

estándares de observación, es lo que convencionalmente se denomina como “un árbol”

(modalidad – existencia). De acuerdo con Kant, podemos formular conceptos empíricos a

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partir de la complementariedad epistémica entre las intuiciones y los conceptos puros del

entendimiento. De igual manera, el contenido provisto a la sensibilidad también precisa de

las condiciones formales de espacio y tiempo para poder ser intuido conforme a los alcances

y limitaciones de la sensibilidad humana. Además, dado que no pueden provenir de aquello

que hacen posible, es decir, la experiencia, los conceptos puros son categorías

trascendentales en tanto son las reglas a priori que permiten sintetizar la experiencia humana

y, de esta manera, hacen posible el conocimiento en general. Conjuntamente, las facultades

humanas hacen posible que nuestras experiencias tengan significado.

En consonancia con lo anterior, correctamente Stepanenko (2000, p. 173) caracteriza

dos funciones centrales de los conceptos puros del entendimiento:

I. En cuanto conceptos de un objeto en general, los conceptos puros del entendimiento

nos permiten otorgarles posiciones fijas en los juicios a los conceptos

correspondientes a las representaciones sensibles.

II. En cuanto conceptos puros del entendimiento, estos conceptos operan como reglas

para sintetizar representaciones intuitivas dadas en una secuencia temporal.

Bajo estas caracterizaciones, se está vaticinando el argumento central de la Deducción

Trascendental de las Categorías, ya que se está procurando mostrar la mutua imbricación

entre conceptos puros e intuiciones empíricas para dar cuenta del conocimiento empírico. El

mérito argumentativo de esta doble función de las categorías (posiciones en los juicios y

reglas de síntesis) consiste en mostrar la dependencia que tenemos de las funciones

conceptuales para configurar nuestra experiencia humana. A partir de la discursividad

inherente a nuestro propio pensamiento, podemos predicar con validez y objetividad ciertos

juicios acerca de la realidad misma. Adicionalmente, los conceptos por sí mismos no valen

como conocimiento objetivo, ya que estos sin intuiciones son vacíos, es decir, requieren del

contenido provisto de las intuiciones para ser conocimiento acerca de algo. No obstante, el

argumento de Kant es mucho más radical, ya que procura demostrar la necesidad y

universalidad de las categorías: precisamente, derivar un listado de conceptos puros del

entendimiento a partir de la tabla de los juicios puede parecer un movimiento argumentativo

bastante arbitrario. Pero, el punto de Kant consiste en pensar dichas categorías como

conceptos de un objeto en general (Cfr. Ibidem, p. 179), esto es, como condiciones

epistémicas necesarias que hacen posible pensar cualquier tipo de objeto. Es en virtud de lo

anterior que podemos hablar de representaciones generales y que podemos articular

discursivamente el contenido intuido sensiblemente por medio de la estructura predicativa de

los juicios. De lo contrario, cualquier uso de los conceptos puros y cualquier apelación a su

objetividad sería injustificada.

No obstante, una vez se ha entendido cuál es el propósito de la LT en la filosofía

kantiana, ¿qué tiene que ver Sellars con todo esto? Precisamente, la LT sirve para demostrar

que sin el rol de los conceptos sería imposible hablar de conocimiento empírico en primer

lugar. Adicionalmente, el punto estriba en demostrar cómo Sellars reapropia las categorías

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kantianas en términos de su expresivismo metalingüístico y su funcionalismo normativo del

rol conceptual, a partir de lo que él denomina una teoría de las categorías. Claramente,

Sellars consideraría bastante reduccionista y anacrónico presuponer que el pensamiento

humano está regulado por el funcionamiento de las doce categorías derivadas de la tabla de

los juicios, las cuales enuncia Kant en la Deducción Metafísica. De igual forma, Sellars

tampoco comparte la idea de que dichas categorías, en virtud de su condición a priori, sean

elementos transcendentales constitutivos a toda mente humana (Gemüt)26. Sellars acepta la

idea kantiana de que “las categorías puras son momentos esenciales en la definición de un

objeto de la experiencia en general” (TTC, 2002, p. 321), esto es, solo podemos determinar

lo que es un objeto cognoscible por medio de la aplicación de los conceptos puros del

entendimiento. No obstante, Sellars adopta esta idea kantiana en sus propios términos:

Lo que todo esto significa es que aplicar la estrategia de Ockham a la teoría de categorías

es interpretar las categorías como clasificaciones de elementos conceptuales. Esto se

convierte, en manos de Kant, en la idea de que las categorías son las clasificaciones

funcionales más genéricas de los elementos del juicio.

Se podría decir que, en lugar de ser summa genera de entidades que son objetos en el

mundo, una noción que, como vimos, nos obligaría a interpretar cualidades, relaciones,

etc. como objetos empíricos, las categorías son summa genera de elementos

conceptuales. Pero si bien este es, creo, el movimiento correcto que se debe hacer

plantea la siguiente pregunta: ¿cuál es el sentido de "en el mundo" que se aplica a los

objetos empíricos, pero no a los elementos conceptuales? De hecho, en el mundo parece

haber otra categoría que, si queremos ser coherentes, debe considerarse que se aplica a

elementos conceptuales (TTC, 2002, p. 329).

Hemos visto que hay elementos que Sellars rechaza del tratamiento kantiano de la teoría de

las categorías, pero acoge la idea básica de que su principal rol principal es clasificatorio y

que es posible rastrearlos a partir de la estructura básica de los juicios. No obstante, hay

elementos que es necesario dilucidar con mayor cuidado si queremos entender a qué se refiere

Sellars con una teoría de las categorías.

26 Kant no es del todo claro en afirmar que las categorías puras del entendimiento sean innatas o no, él no parece sugerir una lectura en este sentido. Más bien, simplemente da por sentado que son condiciones de posibilidad a priori, sin las cuales sería posible el conocimiento. Por lo tanto, Kant da por sentado la existencia de las categorías en términos funcionales. Este es uno de los puntos que Sellars más aprecia de Kant y lo denomina una suerte de proto-teoría de la formación conceptual: “el movimiento revolucionario de Kant fue ver las categorías como conceptos de roles funcionales en la actividad mental. Los conceptos categoriales no son, por lo tanto, innatos. Ellos son formados por abstracción, pero no porque reflexiones sobre un yo (self) como objeto, sino porque reflexionan sobre sus actividades conceptuales. La habilidad para comprometerse con estas actividades es, para Kant, innata; pero esto no quiere decir que los conceptos de estas actividades sean innatos” (I, 2002, p. 346). No obstante, el problema del innatismo en Kant es un punto que merece mayor atención, ya que él mismo afirma que las categorías “son disposiciones subjetivas para pensar, puestas en nosotros desde el comienza de nuestra existencia” (Cfr. Kant, 2006, B 167).

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En primer lugar, ¿a qué alude Sellars cuando habla de “aplicar la estrategia de

Ockham”? Se refiere al nominalismo, y particularmente a la versión adoptada por él mismo:

el nominalismo psicológico. Como vimos anteriormente, se trata de una apuesta

metodológica a partir de la cual se entienden los términos mentales y entidades abstractas

como expresiones lingüísticas. Dicho de otra manera, Sellars no considera que las categorías

tengan un estatuto ontológico especial, sino que es posible rastrearlas como elementos

funcionales principales presentes en nuestros sistemas lingüísticos. Son categoriales en tanto

tienen funciones clasificatorias a nivel general, es decir, no están supeditadas a las normas

particulares de un lenguaje natural en concreto. Entonces, ¿qué son exactamente? Para

entender este punto, es necesario aclarar que Sellars es heredero de los avances en lógica de

su propio tiempo. En primer lugar, Sellars es deudor intelectual de la división que se establece

entre un metalenguaje y un lenguaje-objeto27. En términos generales, el primero alude a un

lenguaje que se usa para hablar de un lenguaje objeto. Por su parte, este último alude a un

lenguaje formal o a un lenguaje natural. Observemos con más detenimiento esta división: por

ejemplo, la siguiente expresión

“Esta manzana es roja”

Opera a nivel del lenguaje-objeto, ya que se está refiriendo a una entidad particular y le

atribuye una propiedad específica (su rojez) a partir de la formulación predicativa de esta

oración declarativa. No obstante, la siguiente expresión es diferente:

“Esta manzana es roja” es una oración simple aseverativa bimembre.

Opera a nivel del metalenguaje, ya que está diciendo algo sobre el lenguaje-objeto y no sobre

la realidad que este denota o refiere. Por ejemplo, decir que la oración “Esta manzana es roja”

es simple es atribuirle un solo núcleo predicativo (el verbo conjugado es); decir que es

aseverativa es atribuirle una función comunicativa en virtud del modo específico del verbo -

el modo indicativo en este caso-; y, por último, decir que es una oración bimembre es afirmar

que se encuentra compuesta de dos elementos gramaticales centrales: un sujeto y un

predicado, específicamente. Además, es necesario aclarar que todas estas observaciones

están amparadas en el sistema de normas que convencionalmente se ha fijado para estudiar

la gramática española en concreto.

27 Esta división puede seguirse con cuidado en los aportes filosóficos de Rudolf Carnap y de Alfred Tarski. Incluso, Bertrand Russell es su introducción al Tractatus de Wittgenstein, se la atribuye a este último. Precisamente, Brandom afirma que Sellars ha visto en la formulación que hace Carnap del metalenguaje un movimiento argumentativo kantiano. En palabras de Brandom, “el neokantismo de Carnap no se extiende en acoger el metaconcepto de categorías, el cual él identifica con los excesos del idealismo trascendental. Pero, en las expresiones que Carnap clasifica como abierta o secretamente metalingüísticas, Sellars ve la materia prima de una concepción kantiana más completa de la idea de categorías puras del entendimiento” (Brandom, 2015, p. 40). Concretamente, esta reinterpretación de las categorías kantianas en términos metalingüísticos será la piedra angular de este apartado.

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Gracias a la distinción entre metalenguaje y lenguaje-objeto podemos entender cómo

Sellars asigna a las categorías la función clasificatoria, tanto de objetos empíricos como de

elementos conceptuales. En última instancia, la precisión (correctness) con que apliquemos

un concepto, ya sea a la realidad que designamos por medio de un lenguaje objeto o a los

elementos constitutivos de un lenguaje particular, dependerá del conjunto de normas y reglas

que avalen su aplicación y correcto uso. De acuerdo con Rosenberg (Cfr. 2007, p. 49), el

nominalismo lingüístico debe comprenderse a la luz de las siguientes clarificaciones

terminológicas: es “nominalismo” en tanto los particulares, correctamente considerados, son

expresiones lingüísticas (tokens28) que dan cuenta de declaraciones (utterances) e

inscripciones. Por su parte, es “lingüístico” à la Carnap, porque el discurso ontológico se

analiza a la luz del discurso metalingüístico (por esta razón, Carnap pensaba el Aufbau como

un proyecto que permitiera desenmascarar los pseudoproblemas de la filosofía). Además, a

partir de la distinción entre metalenguaje y lenguaje-objeto, podemos entender la afirmación

de Sellars de que “las categorías son summa genera de elementos conceptuales”. Summa

genera es una expresión latina que alude al género más alto, más inclusivo, el cual no está

recluido a alguna especie en concreto. El punto de Sellars aquí es que una teoría de las

categorías debe dar cuenta del rol funcional de los conceptos independientemente del sistema

sintáctico-gramatical al cual se encuentre atado el lenguaje objeto, esto incluye tanto los

lenguajes formales (como los lógicos) como los naturales (los idiomas convencionales). En

ese sentido, el gesto argumentativo de Sellars comparte ciertas resonancias con los

movimientos argumentativos trascendentales realizados por Kant en la LT: el punto es que

las categorías dan cuenta de las uniformidades normativas que hacen posible la articulación

conceptual de nuestro propio conocimiento, es decir, funcionan como condiciones

epistémicas. No obstante, la diferencia de Sellars respecto a Kant consiste en no entender las

categorías como condiciones epistémicas inherentes a nuestra propia actividad mental

concebida en términos trascendentales, sino que son pautas normativas metalingüísticas que

nos permiten dilucidar el uso correcto de nuestras expresiones lingüísticas, ya sea que se

apliquen a los estados de cosas que configuran la realidad o a otros sistemas teóricamente

formulados (como las matemáticas, por ejemplo).

Pese a las deudas intelectuales contraídas con los avances filosóficos de su tiempo,

Sellars tampoco asume una comprensión de la lógica en términos puramente formales, ya

que incluso los avances en lógica simbólica o cálculo proposicional siguen atados a las pautas

funcionales de un lenguaje-objeto en concreto. ¿Cómo dar cuenta de lo anterior? De acuerdo

28 “Token” es un término sumamente problemático de traducir al español. Su traducción más literal sería la de ficha, pero esta no logra dar cuenta de lo que se quiere decir por medio de ella. En términos generales, un token se puede entender como algo que sirve para representar o indicar algún objeto, evento, hecho o sensación, entre otros. Por ahora, para nuestros propios propósitos, lo clave estriba en considerar que Sellars entiende las expresiones lingüísticas (linguistic tokenings) como medios o vehículos de expresión a partir de los cuales podemos dar cuenta conceptualmente de estados de cosas presentes en la realidad, de acuerdo a las reglas de uso de nuestros propios marcos conceptuales y avalados por los principios epistémicos que nos permiten realizar inferencias válidas de la realidad, sin recaer en los problemas del marco de lo dado (framework of giveness).

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62

con Westphal, hay por lo menos cuatro sentidos en los cuales “la lógica trascendental” de

Sellars se distancia de la lógica formalista preponderante de su propio contexto histórico: (i)

Sellars se enfoca más en la explicación conceptual que en el análisis conceptual, (ii) las

verdades sintéticas y necesarias están profundamente informadas por la investigación

empírica y la metodología científica, (iii) su noción formal de verdad se define afirmabilidad

semántica (S-assertability29), es decir, como correctamente afirmable de acuerdo a las reglas

semánticas relevantes y la información requerida por ellas, y (iv) reconoce la mutua

irreductibilidad entre distintos órdenes normativos (ontológicos, epistémicos y prácticos) a

favor de cierta forma de holismo (Westphal, 2010, p. 423). Estas cuatro consideraciones son

claves para entender la manera cómo Sellars reapropia la filosofía kantiana a sus propios

fines. En particular, su punto consiste en detallar el uso correcto de los conceptos, según las

reglas semánticas relevantes, la información empírica disponible suministrada por los

métodos autocorrectivos de las ciencias y según el marco conceptual del cual hacen parte en

términos funcionales. En este orden de ideas, el gesto original de Sellars en términos

argumentativos consiste en hacer hincapié en la normatividad de los sistemas conceptuales.

De acuerdo con el pasaje de la Lógica (L) previamente citado, Kant considera que todo en la

naturaleza acontece conforme a reglas, lo cual incluye también el ejercicio de nuestras

propias facultades racionales humanas. Sellars, en su crítica al Mito de lo Dado, también

asume que el espacio lógico de las razones se encuentra regulado normativamente, es por

esta razón que no se pueden integrar legítimamente a éste contenidos no-conceptuales (es

decir, elementos que no estén mediados o regulados apropiadamente por funciones

conceptuales). Por tal razón, es aceptable pensar que Sellars se adscribe a la preeminencia

que Kant otorga a las reglas. No obstante, lo hace prescindiendo de varios elementos

característicos del idealismo trascendental, como la idea de un esquema único categorial

universalmente válido y necesario para todos los agentes racionales. En particular, sostener

lo anterior implicaría asumir un compromiso que va más allá de los límites razonables que

imponen el nominalismo psicológico y el realismo científico aceptados por Sellars.

Entonces, a partir de lo anterior, ¿qué alternativa queda? Precisamente, la alternativa

consiste en redefinir la teoría de las categorías en términos de reglas lingüísticas. En primer

lugar, la normatividad que enfatiza Sellars no es un término abstracto, sino que se ve

constantemente reflejado en los patrones de comportamiento de los agentes racionales, a

partir del sistema de recompensas y castigos que caracteriza todo proceso de seguimiento de

reglas. En segundo lugar, estas reglas permiten establecer uniformidades con repercusiones

relevantes en términos semánticos y epistémicos, ya que es posible aceptar asignar roles

funcionales a las expresiones y generar así su aceptación en una comunidad específica de

29 Este punto se explicará con mayor detalle en el tercer momento de la presente tesis. Por ahora, basta con señalar que Sellars no adopta una teoría de la verdad por correspondencia, ya que considera que este último se trata de un correlato semántico que reproduce los vicios del Mito de lo Dado. Por tal razón, entiende la verdad en términos de afirmabilidad semántica, es decir, de la corrección y precisión con que un enunciado se formula y ajusta según un conjunto de reglas semánticas que autorizan la formulación y declaración de ciertos enunciados del pensamiento, a partir del aval de ciertos patrones de comportamiento.

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hablantes. Por último, da cuenta del carácter racional de los agentes involucrados en estos

procesos comunicativos; si para Kant la unicidad del esquema categorial y su aprioridad

daban cuenta de su validez universal y objetividad, para Sellars las categorías son válidas,

objetivas y universalmente aceptadas en virtud de la centralidad de las funciones epistémicas

y normativas que cumplen al interior de una comunidad dada. Sellars estipula la existencia

de dos conjuntos de reglas lingüísticas complementarias entre sí: las reglas de acción (ought-

to-do rules) y las reglas de criticismo o de crítica (ought-to-be rules). De acuerdo con O’Shea

(2007, p. 79), estas reglas pueden definirse de la siguiente manera:

I. Las reglas de acción especifican la forma en la que el agente intencional debería

actuar. Ellas tienen una forma esquemática del tipo: “si uno está en una circunstancia

concreta C¸ entonces uno debería de hacer A”. Tales reglas aplican solo a agentes

intencionales que sepan qué hacer en el sentido de que poseen las capacidades de

reconocimiento relevantes: tienen los conceptos para hacer A y de estar en C, por lo

que ellos pueden decidir hacer A cuando creen que las circunstancias corresponden a

C.

II. Las reglas de criticismo especifican la manera en la que algo debería ser. Una regla

de criticismo puede tomar la siguiente forma: “Xs deberían ser en el estado ,

siempre que tal y cual sea el caso”. Sellars ejemplifica la regla de criticismo en una

comunidad en la cual las campanillas del reloj se golpean cada cuarto de hora.

El punto de Sellars consiste en demostrar que hay una mutua imbricación entre las reglas de

acción y las reglas de criticismo: las primeras presuponen a las segundas y viceversa. No

basta con proferir mecánicamente una afirmación ante una situación específica, esto sería

asumir una forma burda de conductismo que Sellars rechaza. Es necesario, que en tanto

agentes racionales e intencionales, estos tengan la capacidad de emplear ciertas expresiones

lingüísticas en determinadas circunstancias, que sean conscientes de que dicha respuesta que

se espera sea la apropiada y que se conozca el porqué de lo anterior. Es decir, si queremos

emplear un sistema conceptual en términos cognitivos y epistémicos, no basta con reproducir

colectivamente ciertas formas de comportamiento lingüístico, sino que se debe saber las

razones por las cuales se actúa de esa manera y, en términos prescriptivos, por qué esa es la

manera en la que se debe actuar. La argumentación puede funcionar por analogía con la

filosofía práctica kantiana: no debemos actuar conforme al deber, sino por mor del deber30.

30 Esta dimensión práctica del conocimiento como una suerte de actividad también se ve reforzada por Kant en su Antropología en sentido pragmático (ASP) cuando afirma que “por la palabra entendimiento se significa la facultad de conocer las reglas (y así, mediante conceptos) en general, de suerte que comprende en sí la facultad toda superior de conocer, no hay que entender por reglas aquellas conforme a las cuales la naturaleza guía al hombre en su proceder, como sucede en los animales impulsados por su instinto natural, sino sólo aquellas que el hombre mismo hace. Lo que el hombre aprende meramente y confía a la memoria, lo ejecuta de un simple modo mecánico (conforme a las leyes de la imaginación reproductiva) y sin el entendimiento. (…). Un entendimiento justo, un juicio ejercitado y una razón profunda constituyen la extensión toda de la facultad del conocimiento intelectual; principalmente en tanto éste se estima también como aptitud favorable

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Las categorías, en clave del funcionalismo normativista sellarsiano, permiten

establecer el uso correcto y preciso de las categorías según la finalidad racional que se

persiga, en este caso, epistémica. El punto de Sellars es que las reglas lingüísticas nos

permiten reconocer cómo opera intersubjetivamente una comunidad de hablantes y dar

cuenta de los patrones que gobiernan su comportamiento. Más que un mero afán descriptivo,

lo clave consiste en determinar las reglas semánticas, es decir, las uniformidades que regulan

y caracterizan el funcionamiento de cualquier lenguaje (Cfr. SM, 1968, p. 114). ¿Cuáles son

dichas uniformidades semánticas? Sellars las describe y expone de la siguiente manera en su

artículo “Algunas reflexiones sobre los juegos lingüísticos” (SRLG, 1968, pp. 345-346):

i. Las transiciones de entrada lingüística se definen como la respuesta que ofrece el

hablante ante los objetos en situaciones perceptuales y ante ciertos estados de él

mismo (introspectivos o testimoniales, por ejemplo) por medio de actividad

lingüística apropiada. En SM, Sellars incluye aquí las oraciones demostrativas.

ii. Las transiciones intralingüísticas se definen como aquellos episodios lingüístico-

conceptuales del hablante que tienden a ocurrir en patrones válidos de inferencia -

sean teóricos o prácticos- y que no ocurren en patrones de comportamiento que

violan los principios lógicos que los regulan. En SM, Sellars incluye aquí las reglas

lógicas, las reglas de transformación y los principios de inferencias válidas.

iii. Las transiciones de salida lingüística corresponden a aquellas respuestas que da el

hablante, cuando ante ciertos episodios lingüístico-conceptuales se demanda o

precisa una acción concreta por parte del hablante para que se cumpla el contexto

comunicativo (por ejemplo, Sellars da el ejemplo de alzar la mano cuando se trata

de una votación). En SM, Sellars incluye aquí las acciones intencionales

propiamente dichas.

Para llegar a esta caracterización de las uniformidades semánticas, Sellars toma como punto

de partida la noción de juego de lenguaje propuesta por el segundo Wittgenstein. El punto

aquí consiste en demostrar que todos los lenguajes funcionan como juegos regulados

normativamente y que se trata de sistemas que no admiten movimientos arbitrarios, sino que

exigen acciones que respondan adecuadamente a las regulaciones que impone cada juego en

particular. Para Sellars, las categorías nos permiten rastrear las uniformidades semánticas

presentes en cada lenguaje-objeto particular. Por ejemplo:

“Rot” (en alemán) significa •rojo•

“Rouge” (en francés) significa •rojo•

para lo práctico, esto es, para los fines” (ASP, 1991, p. 112). Este reconocimiento de la dimensión práctica del conocimiento y de la necesaria condición de reflexividad ante el mismo, es lo que Sellars reconoce como requerimiento de reflexividad epistémica y de ahí su interés en pensar el conocer en términos de prácticos: “saber cómo manejársela es -por valernos de una distinción usual- una forma de saber cómo (knowing how), frente a saber qué (knowing that)” (PSIM, 1971, p. 9).

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“Vermelho” (en portugués) significa •rojo•

El dispositivo de dot quotation da cuenta del uso general que tiene la expresión a nivel del

metalenguaje. De acuerdo con esta observación, las expresiones “rot” del alemán, “rouge”

en francés y “vermelho” en portugués tienen una función conceptual similar o equivalente a

la que tiene la expresión “rojo” en español. Dichas uniformidades pueden establecerse

porque, en primer lugar, las expresiones indicadas anteriormente tienen transiciones de

entrada lingüística similares: por lo general, responden a situaciones perceptuales análogas.

En segundo lugar, se integran a patrones de inferencia cuyas condiciones de validez e

invalidez lógicas comportan ciertas similitudes. Y, por último, establecen transiciones de

salida que se aprecian válidamente a la luz del correcto adecuamiento al sistema de reglas

avalado a nivel de la comunidad de hablantes.

Gracias a lo anterior, podemos precisar de qué manera Sellars readapta la teoría de las

categorías kantiana según la nueva forma de las palabras: se trata de darle un viraje lingüístico

radical a la lógica trascendental. Las categorías dan cuenta de la regulación normativa de

nuestros propios conceptos, por lo que nos permiten hacer un uso epistémicamente correcto

de los mismos en situaciones concretas. Gracias a las reglas de acción podemos dar cuenta

de ciertos patrones lingüísticos a nivel colectivo y gracias a las reglas de criticismo

cumplimos con el criterio de reflexividad necesario para hacer del lenguaje un instrumento

válido de conocimiento. De igual manera, la distinción entre metalenguaje y lenguaje-objeto

permite identificar que las categorías operan a nivel del metalenguaje, por lo que tienen un

alcance explicativo más amplio y aseguran la correcta afirmabilidad de ciertos juicios que

procuran proveer un conocimiento empírico de la realidad. Además, gracias a las

uniformidades semánticas de entrada, inferencia y salida presentes en el comportamiento

lingüístico, podemos dar cuenta del uso correcto y preciso de los conceptos de acuerdo a las

demandas epistémicas concretas de un sistema conceptual particular. El correcto seguimiento

de reglas que demandan estos sistemas normativos establece los estándares de validez y

objetividad que admiten ciertas conductas y respuestas por parte de los agentes racionales,

como también censuran o prohíben otras. Es por tal razón que cualquier empresa epistémica

o científica seria no está sujeta a la arbitrariedad: son empresas colectivas mediadas

normativamente y, por lo tanto, autocorrectivas.

Para finalizar este apartado, otro punto clave a partir del cual Sellars rechaza el

tratamiento original de Kant de las categorías tiene que ver con su comprensión de lo a priori.

Para Kant, las categorías son a priori porque no se derivan de la experiencia, es decir, no son

a posteriori. Sin embargo, Sellars entiende lo a priori como ex vi terminorum, es decir, no

son a priori porque sean elementos conceptuales completamente ajenos o independientes a

la experiencia humana, sino que sirven como postulados teóricos o puntos de partida que

aseguran la capacidad y coherencia explicativa de un marco teórico o sistema conceptual en

específico. Como sostiene Sellars al final de “Inference and Meaning” (IM), “no hay algo así

como un aparato conceptual que no esté determinado por sus reglas, y no existe tal cosa como

elegir estas reglas para conformarse con universales y conexiones aprehendidas previamente,

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porque la “aprehensión de universales y conexiones” ya involucra el uso de un marco

conceptual, y como tal presupone las reglas en cuestión” (IM, 2007, p. 26). Precisamente,

por tal motivo, pese a la necesidad y universalidad que Kant les atribuye, los elementos a

priori no son previos al marco conceptual, sino que operan como principios regulativos –es

decir, como categorías– que aseguran las formas válidas de inferencia y la correcta

articulación entre conceptos. Sellars se inspira en el pragmatismo conceptualista de C. I.

Lewis para proponer una concepción pragmática de lo a priori: “nuestras categorías y

definiciones son peculiarmente productos sociales, logrados a la luz de experiencias que

tienen mucho en común, y doblegados, por otros medios, por la coincidencia de propósitos

humanos y exigencias de cooperación. Acerca de lo a priori, no hay necesidad ni de un

acuerdo universal ni de una completa continuidad histórica” (Lewis, 1949, p. 293). En

consonancia con lo anterior, Sellars adopta esta concepción pragmática en tanto entiende que

los principios que asumimos como a priori pueden ser reemplazados, tanto a partir del

carácter autocorrectivo de nuestros propios sistemas conceptuales, como también de la

falibilidad propia de los marcos científicos que usamos para interpretar y comprender los

estados de cosas que conforman la realidad.

Aunque esta comprensión de la aprioridad corresponde a un aparente gesto anti-

kantiano, por así decirlo, resulta coherente con la reinterpretación que se hace aquí de la

función de las categorías. Como correctamente lo afirma Brandom, hay dos sentidos

principales a partir de los cuales Sellars reapropia la noción de lo categorial en Kant: primero,

su lectura de las categorías en términos metalingüísticos; y segundo, su interpretación de la

función conceptual de las categorías en términos de una semántica inferencialista (Cfr.

Brandom, 2015, pp. 39-40). De acuerdo con lo anterior, las categorías son elementos

conceptuales cuya función es clasificatoria, en el sentido amplio del término, y por ello nos

permiten advertir la correcta articulación entre diferentes inferencias y demás expresiones

lingüísticas en virtud de las reglas semánticas que regulan su correcto uso. En ese sentido, la

aprioridad se entiende en términos de la adecuación y corrección a las funciones expresivas

autorizadas por la normatividad de estos sistemas conceptuales. Ahora bien, ¿cómo entender

la aplicación de todos estos recursos conceptuales y normativos a los “contenidos” concretos

provistos por la sensibilidad humana? Abordar este interrogante será el punto del siguiente

apartado.

5. La interpretación sellarsiana de la Deducción Trascendental de las Categorías

(DT):

El argumento expuesto por Kant en la Deducción Trascendental es considerado por muchos

intérpretes como la piedra angular de la CRP. La centralidad de este argumento, o más bien

de esta demostración, tiene que ver con que en ella se enlazan dos pruebas principales: por

un lado, la posibilidad de un conocimiento sistemático de la experiencia; por otro lado, la

imposibilidad de un conocimiento más allá de los límites de la experiencia (Heinrich, 1994,

p. 23). En su intento por explicar la posibilidad del conocimiento del mundo sensible a partir

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de los elementos trascendentales del propio psiquismo humano, Kant debe demostrar cómo

la pluralidad fenoménica de la realidad que se le presenta a la conciencia puede entenderse

de manera regular y sistemática. Dicho de otra manera, la DT busca responder a la pregunta

sobre cómo son posibles las representaciones mentales objetivas cuando la escisión

producida por el giro copernicano parece distanciar al sujeto cognoscente de la realidad

externa. En últimas, se trata de una “explicación de la posibilidad de referir las categorías a

las intuiciones” (Ibidem, p. 36). La centralidad argumentativa de la Deducción Trascendental

es reconocida incluso por el propio Kant, ya que hay dos reformulaciones de este argumento,

uno en la edición A de la Crítica (1781) y otra mucho más desarrollada en la edición B (1787).

Sin embargo, lo clave sigue siendo la consideración acerca de la manera cómo los elementos

a priori de las facultades cognoscitivas humanas logran unificar la pluralidad de la

experiencia, la cual se presenta de manera contingente y heterogénea ante la capacidad

receptiva propia de la sensibilidad humana.

De igual manera, y complementario con lo anterior, otra lectura comúnmente aceptada

de la DT consiste en apreciarla no como una derivación lógica en sentido habitual, a partir

de la cual se llega a una conclusión dado un conjunto específico de premisas, sino más bien

de una prueba jurídica (quid juris) a partir de la cual se pretende demostrar la legitimidad con

que empleamos las categorías del entendimiento humano. Como Kant afirma en la Deducción

A, “las impresiones dan el impulso inicial para abrir toda la facultad cognoscitiva en relación

con ellos y para realizar la experiencia. Esta incluye dos elementos muy heterogéneos: una

materia de conocimiento, extraída de los sentidos, y cierta forma de ordenarlos, extraída de

la fuente interior de la pura intuición y del pensar, los cuales, impulsados por la materia,

entran en acción y producen conceptos [empíricos]” (Kant, 2006, A 86 – B 119). ¿Cómo

entender el pasaje anterior? De acuerdo con la perspectiva kantiana, la complementariedad

epistémica de las funciones de la sensibilidad (receptividad) y del entendimiento

(espontaneidad) se explica a partir del uso que hacemos de las categorías para lograr unificar

la variedad dada a la intuición en representaciones generales y juicios que dan cuenta de los

estados de cosas que conforman la realidad. De igual manera, la independencia psicológica

de las facultades humanas se asegura, ya que ninguna función tiene prelación sobre la otra:

sin intuiciones, los conceptos no pueden formar conocimiento válido y objetivo acerca de la

realidad; pero, de igual manera, sin la acción reguladora y unificadora de los conceptos, las

intuiciones por sí mismas no permiten generar conocimiento necesario y universal, ya que

este último sería meramente contingente en virtud del carácter particular de la intuición

empírica. Una manera de entender el punto de la deducción es que, sin la acción mediadora

de los conceptos, no es posible hablar de experiencia alguna. Hay cierta ambigüedad en el

término de experiencia, tal como se indicó en el primer apartado de este segundo momento,

pero lo clave está en considerar que no podemos hablar de la misma sin hacer alusión a la

función reguladora de los conceptos. De igual forma, Kant reconoce que todo conocimiento

comienza con la experiencia, ya que se requiere la influencia y afección de algo externo a la

conciencia para que haya conocimiento. Pero, no todo procede de la experiencia, o de lo

contrario solo tendríamos conocimientos particulares y contingentes (a posteriori). De esta

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manera, las categorías puras del entendimiento humano funcionan como un requisito puro -

en el sentido kantiano de este término- que sirve como condición de posibilidad de todo

conocimiento humano31.

Para entender mejor el punto que persigue Kant con la DT, es necesario dar cuenta de

la manera cómo se articulan las categorías y las intuiciones para hacer posible el

conocimiento en primer lugar. El parágrafo 15 de la Deducción B, titulado “Posibilidad de

una combinación general”, es clave para este propósito; además, de tratarse de uno de los

pasajes que Sellars cita con mayor frecuencia en sus escritos sobre Kant. Por estas razones,

vale la pena integrarlo aquí in extenso:

La variedad contenida en las representaciones puede darse en una intuición meramente

sensible, en una intuición que es sólo receptividad. La forma de tal intuición puede

hallarse a priori en nuestra facultad de representación sin ser, a pesar de ello, otra cosa

que el modo según el cual el sujeto es afectado. Pero la combinación (conjunctio) de

una variedad en general nunca puede llegar a nosotros a través de los sentidos ni, por

consiguiente, estar ya contenida, simultáneamente, en la forma pura de la intuición

sensible. En efecto, es un acto de la espontaneidad de la facultad de representar. Como

esta facultad ha de llamarse entendimiento, para distinguirla de la sensibilidad, toda

combinación (seamos o no conscientes de ella, trátese de combinar lo vario de la

intuición o varios conceptos, sea, en el primer caso, combinación de la intuición sensible

o de la no sensible) constituye un acto intelectual al que daremos el nombre general de

síntesis. Con ello haremos notar, a la vez que no podemos representarnos nada ligado

en el objeto, si previamente no lo hemos ligado a nosotros mismos, y que tal

combinación es, entre todas las representaciones, la única que no viene dada mediante

objetos, sino que, al ser un acto de la espontaneidad del sujeto, solo puede ser realizada

por este. Se advierte fácilmente que este acto ha de ser originariamente uno,

indistintamente válido para toda combinación y que la disolución, el análisis, que parece

ser su opuesto, siempre lo presupone. En efecto, nada puede disolver el entendimiento

allí donde nada ha combinado, ya que únicamente por medio del mismo entendimiento

ha podido darse a la facultad de representar algo que aparezca ligado.

Pero el concepto de combinación incluye, además de los conceptos de diversidad y de

síntesis de ésta, el de unidad de esa diversidad. Combinar quiere decir representarse la

unidad sintética de lo diverso. La representación de tal unidad no puede surgir, pues, de

la combinación, sino que, al contrario, es esa representación la que, añadiéndose a la

representación de la diversidad, hace posible el concepto de combinación. Esa unidad,

31 Complementario con lo anterior, Kant entiende en la Deducción A que los elementos a priori del conocimiento humano no solo lo hacen posible, sino que también dan cuenta de sus limitaciones propias: “Pero, los elementos de todo conocimiento a priori, incluso de las ficciones arbitrarias y disparatadas, tienen que incluir siempre, aunque no puedan provenir de la experiencia (si provienen de ella no serían conocimientos a priori), las condiciones puras a priori de una experiencia posible y de un objeto de ésta. De lo contrario, no sólo no pensaríamos nada a través de ellos, sino que, al carecer de datos, ni tan siquiera surgirían en el pensamiento” (Kant, 2006, A 96, negrilla agregada). El punto que sugiere Kant aquí es que es necesario algo no-empírico que haga posible configurar en términos de representaciones discursivas y de objetos cognoscibles toda la miríada de información que obtenemos a posteriori.

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que precede a priori a todos los conceptos de combinación, no es la categoría de unidad

mencionada en el parágrafo 10 [se refiere a la tabla de las categorías], ya que todas las

categorías se basan en funciones lógicas en los juicios. Pero resulta que en estos se

piensa ya una combinación y, consiguientemente, una unidad de conceptos dados. La

categoría presupone, pues, la combinación. En consecuencia, tenemos que buscar esa

unidad más arriba todavía, es decir, en aquello mismo que contiene el fundamento de

unidad de diversos conceptos en los juicios y, consiguientemente, el fundamento de

posibilidad del entendimiento, incluso en su uso lógico (Kant, 2006, B 130 – B 131).

La densidad conceptual del pasaje anterior vaticina su centralidad argumentativa: Kant está

señalando que es posible combinar la variedad de lo dado a la intuición a partir del ejercicio

espontáneo del entendimiento -es decir, por medio del uso de conceptos- a partir de un acto

intelectual denominado síntesis. La interconexión entre los elementos sugeridos de la estética

y la lógica trascendental se hacen patentes en la deducción: se parte de una suerte de

contenido o material intuido empíricamente, la cual a su vez es organizado y sistematizado

por el uso de los conceptos. Dichos conceptos a su vez se encuentran correctamente

empleados gracias a la función prescriptiva que tienen las categorías y que se reflejan en las

acciones lógicas ejecutadas por el entendimiento humano. La noción clave aquí es la de

síntesis: en efecto, la pluralidad sensorial y la heterogeneidad empírica ante la cual se

encuentra expuesto el sujeto cognoscente solo puede ser aprehendida por medio de las

funciones sintéticas de la conciencia humana, a partir del uso de los elementos

trascendentales de los dispone esta para hacer inteligible el mundo fenoménico que lo

confronta. Las representaciones generales que nos hacemos acerca de los estados de cosas

que configuran la realidad y los juicios que elaboramos acerca de los mismos dan cuenta de

esta síntesis.

Sin embargo, la síntesis es solo uno de los conceptos principales que Kant menciona

en el parágrafo 15. Hay otras dos nociones que merecen mayor consideración: en primer

lugar, está la noción de objeto, la cual está estrechamente asociada a la forma de la

representación. El punto de Kant es sugerir que solo podemos hablar propiamente de objetos

cuando sintetizamos lo variado de la intuición por medio de los conceptos. Dicho de otra

manera, hablar de objetos es ya hablar de determinaciones conceptuales32. Por tal razón,

resulta clave considerar los criterios de validez objetiva y de adecuación a partir de este viraje

conceptual que supone la interpretación kantiana de la representación. En segundo lugar, y

32 Kant no entiende objeto en sentido convencional como cosa material, sino que los entiende como resultados de la actividad sintética que permite unificar conceptualmente el material sensible intuido. Como señala correctamente Hartnack: “Ser un objeto es, en otras palabras, ser algo que está conceptualmente determinado: es algo que es entendido por medio de un concepto. El concepto ‘objeto’ (en este sentido del concepto) es, por lo tanto, necesario para el conocimiento. Como lo expresa Kant, es una condición necesaria de orden y coherencia en el conocimiento” (Hartnack, 1988, p. 63). Esta cita reafirma la lectura conceptualista que tiene Sellars del idealismo trascendental, en tanto da cuenta de la necesidad normativa y funcional de los conceptos en términos epistémicos: es necesario purgar el concepto de objeto de cualquier remanente del marco de lo dado.

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muy importante para la argumentación trascendental de Sellars, es considerar que la

combinación, es decir, la unidad sintética de lo diverso requiere de un fundamento

trascendental que asegure el uso unitario de los conceptos y la posibilidad de toda

representación en general. Kant debe entonces demostrar la unidad de la conciencia como

condición de posibilidad del uso de conceptos y, por ende, del conocimiento humano en

general. Por lo tanto, ahora tenemos tres preguntas que es necesario resolver para dar cuenta

de la finalidad epistemológica que se persigue con la DT: (1) ¿cómo se entiende este acto de

síntesis a partir del cual lo variado de la intuición es susceptible de ser aprehendido?; (2) ¿de

qué manera la síntesis hace posible el conocimiento de objetos y asegura la validez objetiva

de las representaciones que de ellos nos hacemos?; y (3) ¿cómo se relaciona el requisito de

la unidad de la conciencia con los dos interrogantes anteriores? Kant procura responder a

estos tres interrogantes a partir de la formulación de la llamada unidad de apercepción

trascendental, es decir, aquel “yo pienso que tiene que poder acompañar todas mis

representaciones” (Kant, 2006, B 132). En otras palabras, se trata de una condición

trascendental a partir de la cual podemos atribuir todo enunciado, todo pensamiento y/o toda

representación como necesariamente perteneciente a alguien, a partir de la cual podemos

atribuirlos como suyos o como propios. El parágrafo 21 de la Deducción B resulta clave para

interpretar lo mencionado anteriormente: “la diversidad contenida en una intuición que llamo

mía es representada, por medio de la síntesis del entendimiento, como perteneciente a la

necesaria unidad de la autoconciencia, y ello ocurre gracias a la categoría” (Ibidem, B 144).

Lo anterior sugiere que Kant entiende la síntesis, la configuración de objetos y la

autoconciencia como acciones interrelacionadas y lógicamente dependientes entre sí. Es

decir, no podemos tener conocimientos de ningún tipo sin conceptos, y el empleo de estos

últimos requiere de la unidad de la conciencia.

La idea de una actividad sintética ejercida por una autoconciencia y que hace posible

las representaciones de objetos o estados de cosas en el mundo a partir de funciones

conceptuales es un punto enfatizado, con particular fuerza, en la lectura que Sellars realiza

de la DT. En palabras del propio autor: “la clave es que siempre llegamos a ser conscientes

de una variedad unificada (unified manifold) en virtud de que la construimos. Los objetos

son construcciones para Kant. (…). Si algo es construible, entonces, esencialmente, podemos

solo conocerlo construyendo una representación de ello” (KPT, 2002, p. 75). El énfasis de

Sellars consiste en que, a partir de su rechazo a la teoría de los datos de los sentidos, no se

puede afirmar que nuestras representaciones emanen abstractamente de la aglomeración de

sensaciones. Por ende, esta conciencia que tenemos de una variedad unificada, a la cual le

atribuimos ciertas propiedades y que analizamos como adecuada a ciertas regularidades o

tendencias generales, solo es posible en tanto la representamos de dicha manera. Por ende,

ya hay un ejercicio de mediación conceptual en las representaciones, por medio de las cuales

se construye lo que puede ser objeto de conocimiento. Es en virtud de lo anterior que es

posible comprender la razón por la cual Sellars agrega lo siguiente: “a pesar de que Kant ya

ha insistido en que cualquier representación de algo involucra síntesis, él enfatiza es en que

el modo de síntesis involucrado por cualquier categoría pura es, en el caso de la experiencia

Page 71: DEL IDEALISMO TRASCENDENTAL A LA LINGÜÍSTICA …

71

humana, especializado a los casos concretamente espaciotemporales” (Ibidem, p. 76). En este

punto, se reafirma la posibilidad de un conocimiento sistemático, pero también las

limitaciones constitutivas que caracterizan al mismo.

Esta afirmación de que el conocimiento implica el uso de conceptos resulta de sumo

agrado para Sellars y su crítica al Mito de lo Dado. En efecto, los movimientos legítimos de

dar y pedir razones dentro del espacio lógico solo son conceptuales. No obstante, tanto en la

DT como en la crítica al marco general de lo dado, no se prescinde completamente del

contenido sensorial. Para Kant, las intuiciones empíricas –que a su vez son posibles gracias

a las intuiciones puras de espacio y de tiempo– proveen al entendimiento del material

necesario sobre el cual actúan los conceptos. De manera análoga, Sellars reconoce el rol

epistémico de las sensaciones, en tanto estás últimas tienen una función orientadora

(guidedness) en tanto constriñen el campo de acción de nuestros recursos conceptuales. No

obstante, una vez Sellars ha afirmado que las intuiciones ya son por sí mismas

representaciones conceptuales particulares, no considera que hay una brecha insoslayable

entre la sensibilidad y el entendimiento. Sin embargo, articular las sensaciones a un sistema

conceptual que prescinda completamente de lo dado es una tarea mucho más difícil de

cumplir. Parte de la solución al problema anterior consiste en apreciar la originalidad

constitutiva de los movimientos argumentativos, tanto de Kant como de Sellars. Por medio

de la DT, Kant demuestra que nuestros conceptos no provienen exclusivamente de los

ejercicios intelectuales de abstracción y reflexión a partir de los cuales se generan los

conceptos –tal y como sugiere el empirismo clásico–, sino que precisamos de ellos

previamente para que el conocimiento empírico sea posible. De igual manera, Sellars asegura

que llegar a ser consciente de algo es, ante todo, tener la capacidad de responder

apropiadamente ante lo que se presenta al sujeto aplicando el concepto adecuado. Es gracias

a lo anterior que Sellars sostiene que “ahora nos damos cuenta de que, en vez de llegar a tener

el concepto de una cosa por haber advertido tal género de cosa, el tener la facultad de advertir

esto último es ya tener su concepto, y no puede dar razón de tal facultad” (EPM, 1971, p.

189). Incluso un aparente juicio no-inferencial, como un reporte observacional ostensivo,

implica para Sellars ya la movilización de un conjunto de conceptos conforme a los patrones

de un comportamiento lingüístico intersubjetivo y regulado.

Lo que se quiere demostrar aquí es que la crítica al Mito de lo Dado que emprende

Sellars guarda una estrecha relación con la DT de Kant, ya que ambos movimientos

argumentativos demuestran que los contenidos dados a la receptividad sensible o las

impresiones sensibles per se no generan conocimiento válido sin la función sintética y

regulativa de los conceptos. Para dar cuenta de lo anterior, es necesario explicar los tres

puntos mencionados anteriormente y la lectura que Sellars hace de ellos: (i) la actividad

sintética, a partir de la interpretación sellarsiana del rol de la imaginación en Kant; (ii) la

lectura que hace de la unidad de apercepción trascendental como requerimiento de

reflexividad epistémica; y (iii) su posible lectura de la deducción trascendental en términos

inferencialistas y la relación de esto último con sus propósitos de reformar la epistemología

de la influencia del marco general de lo dado.

Page 72: DEL IDEALISMO TRASCENDENTAL A LA LINGÜÍSTICA …

72

) El rol de la imaginación en Kant según Sellars.

Como se expuso en el apartado anterior, la síntesis da cuenta de la necesaria interconexión

entre las intuiciones de la sensibilidad y los conceptos del entendimiento para la generación

de conocimiento empírico válido y necesario. No obstante, ¿cómo se da exactamente dicha

interconexión? En la DT, Kant introduce la imaginación como una facultad auxiliar

encargada de establecer la mutua cooperación epistémica de las facultades, sin comprometer

con ello su independencia psicológica. Kant define en la Deducción B a la imaginación como

“la facultad de representar un objeto en la intuición incluso cuando éste no se halla presente”

(Kant, 2006, B 152). Kant habla de una síntesis figurada (synthesis speciosa), ya que la

diversidad de la intuición sensible es sintetizada gracias a los elementos a priori del

entendimiento que posibilitan el conocimiento (Cfr. Ibidem, B 151). En sentido habitual, la

imaginación nos permite figurarnos mentalmente un objeto particular, aunque no lo tengamos

inmediatamente presente ante nosotros. Pero, en tanto consiste en una actividad de síntesis,

Kant sugiere que es gracias a la función intermediadora de la imaginación que podemos

figurarnos objetos en primera instancia, ya que podemos pensar una regularidad a partir de

sucesivas intuiciones empíricas concatenadas temporalmente. Podemos ejemplificar lo

anterior de la siguiente manera:

Supóngase que miramos una cosa desde el tiempo t1 hasta el tiempo t5. En t1 tenemos la

impresión sensible S1. En t2 tenemos la impresión sensible S2. En t3 tenemos la impresión

sensible S3; en t4 tenemos S4 y, finalmente, en t5 tenemos la impresión sensible S5. Estas

impresiones sensibles (las impresiones sensibles S1 – S5) son cinco impresiones

sensibles diferentes -diferentes en el sentido, por ejemplo, en el que cinco golpes

sucesivos en la cabeza son diferentes. Pero nunca diríamos haber tenido cinco

impresiones sensibles sucesivas en el período de tiempo que va de t1 a t5. Lo que decimos

es que hemos mirado (intuido) una y la misma cosa durante el periodo de tiempo

transcurrido. En otras palabras, hemos creado una unidad de aquello que no era unidad

(Hartnack, 1988, p. 59).

El hecho de que veamos entidades diferenciadas espaciotemporalmente se debe a la actividad

de síntesis procurada por la imaginación. En ese sentido, un sujeto puede ver una casa como

una casa, en tanto continua a lo largo del tiempo, gracias a que las diferentes impresiones

sensibles intuidas en diferentes periodos de tiempo son concatenadas como una unidad. Por

tal motivo, el sujeto racional puede concebir una casa particular, gracias a la actividad

sintética de la mente humana. A partir del pasaje anterior, podemos entender las razones por

las cuales Kant considera que la imaginación cumple una función auxiliar. Las intuiciones

humanas son sensibles, por lo que la imaginación, al operar sobre estas, pertenece al ámbito

de la sensibilidad; pero, en la medida en que la síntesis es una actividad de la espontaneidad,

la imaginación requiere del uso de las categorías para determinar, de manera a priori, aquello

que es provisto por la sensibilidad humana. Es en virtud de lo anterior que Kant habla de una

síntesis trascendental de la imaginación: “la síntesis de las intuiciones efectuada por esta

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73

facultad tiene que ser una síntesis trascendental de la imaginación de acuerdo a las

categorías” (Kant, 2006, B 152). Gracias a esta precisión anterior, es posible apreciar mejor

que es lo que se está entendiendo por síntesis aquí: se trata de una actividad mental de tipo

conceptual, a partir de la cual se codifica la información sensorial intuida

espaciotemporalmente por el sujeto cognoscente.

Para comprender mejor lo anterior, hay que tener presente que la imaginación da cuenta

de la manera como aplicamos las categorías a la diversidad de lo intuido sensiblemente. Pero,

dicha aplicación de los conceptos no se da de manera voluntaria y consciente, como cuando

seguimos un manual de instrucciones para configurar un determinado programa, sino que da

cuenta del funcionamiento autónomo de nuestro psiquismo humano. En la Deducción A,

Kant advierte preliminarmente la oscuridad de lo que está implícito en el análisis de los

“fundamentos primeros de la posibilidad de nuestro conocimiento en general” (A 98). Pero,

la acción mancomunada de las facultades de la sensibilidad y el entendimiento a partir de la

imaginación se comprende mejor a la luz de las tres síntesis expuestas en la Deducción A:

• En primer lugar, la síntesis de aprehensión en la intuición alude al hecho de que toda

variedad sensible que se presenta al intelecto humano lo hace bajo la forma de una

unidad. “[E]n cuanto contenida en un instante de tiempo, ninguna representación

puede ser otra cosa que unidad absoluta” (A 99). En otras palabras, la intuición ofrece

al entendimiento una variedad, pero se trata de una variedad contenida en una

representación, por lo que ya se presupone la necesidad de una actividad sintética

aquí. Si nos remitimos al pasaje de Hartnack anteriormente citado, podemos entender

que la unidad que se intuye por medio de las impresiones S1 a S5 en el intervalo de

tiempo comprendido entre t1 y t2 se da gracias al hecho de que las diferentes

impresiones sensibles se combinan o conjuntan. De lo contrario, no sería posible

hablar correctamente de un objeto unitario, ya que solo habría sucesión de

impresiones sensibles inconexas entre sí.

• En segundo lugar, la síntesis de reproducción en la imaginación da cuenta de la

función propia de la imaginación, la cual consiste en retener las impresiones

sensibles pasadas y establecer la relación de sucesión y continuidad temporal entre

ellas para hacer posible la aprehensión de un “objeto” unitario. Kant sugiere el

ejercicio mental de trazar una línea, una secuencia de números naturales o de pensar

el tiempo que transcurre entre el mediodía del día de hoy hasta mañana. En estos

casos, nuestra propia mente procede por vincular entre sí las diferentes

representaciones de momentos aislados -los puntos que conforman la línea, los

números que se siguen en orden natural, o los minutos que transcurren de un día a

otro- para poder pensar en una experiencia continua. En palabras del propio Kant,

“si mi pensamiento dejara escapar siempre las representaciones precedentes (…) y

no las reprodujera al pasar a las siguientes, jamás podría surgir una representación

completa, ni ninguno de los pensamientos mencionados. Es más, ni siquiera podrían

aparecer las representaciones básicas de espacio y tiempo, que son las primarias y

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74

las más puras” (A 102). Es interesante que mencione lo anterior, ya que la

imaginación no se restringe a vincular y reproducir las impresiones sensibles

provistas por la realidad exterior, sino que también vincula y reproduce las

modificaciones internas del psiquismo humano, lo anterior dado que la temporalidad

es la forma propia del sentido interno.

• En tercer lugar, la síntesis de reconocimiento en el concepto hace referencia al hecho

de que no basta solo con asegurar la unidad de la variedad intuida en la

representación o con suministrar la sucesión temporal efectiva entre diversas

representaciones para hablar de conocimiento. Por lo tanto, es necesario también

pensar la unidad propia del conjunto de representaciones bajo el concepto, y para

ello es necesario postular la unidad de la conciencia, condición sine qua non para

que haya conceptos, y, por lo tanto, para que podamos hablar de conocimiento de

objetos (Cfr. A 104). En efecto, Kant afirma que sin la unidad que constituye el

concepto de objeto, sería imposible concordar necesariamente entre sí las diferentes

representaciones que nos podemos hacer de un fenómeno particular. Por tal tazón, la

síntesis se piensa como una actividad conceptual, es decir, supeditada a reglas, ya

que esto hace posible que la diversidad aprehendida en la intuición y reproducida en

la imaginación pueda aparecer como necesariamente unificada. Kant introduce el

ejemplo de un triángulo, un objeto imaginario, para dar cuenta de lo anterior:

“pensamos en un triángulo como un objeto en la medida en que somos conscientes

de la unión de tres líneas rectas conforme a una regla según la cual siempre

representarse tal intuición. Esa unidad de la regla es la que determina toda la

diversidad y la somete a unas condiciones que hacen posible la unidad de

apercepción. El concepto de esa unidad es la representación del objeto = X que

pienso a través de los mencionados predicados de un triángulo” (A 105). De acuerdo

con lo anterior, las representaciones se configuran conforme a unas reglas, las cuales

son los conceptos y a partir de estos es posible representarse un objeto de una

determinada manera -como en el caso particular de un triángulo-. La conciencia del

carácter regulativo de esos conceptos y de sus condiciones correctas de uso es el

fundamento de la unidad de apercepción trascendental.

Kant no piensa las tres síntesis anteriores como procesos mentales sucesivos entre sí, sino

que son actividades de síntesis simultáneas entre sí y lógicamente dependientes. Sin la

interacción coordinada de las tres, sería imposible hablar de conocimiento en general. De

igual manera, las funciones constitutivas de la imaginación no se ejercen de manera

consciente, sino que son disposiciones funcionales que dan cuenta de su propia naturaleza

trascendental. La postura de Kant es clara al respecto: “la síntesis es un mero efecto de la

imaginación, una función ánima ciega, pero indispensable, sin la cual no tendríamos

conocimiento alguno y de la cual, sin embargo, raras veces somos conscientes” (A 78 – B

103). No obstante, la imaginación es una condición necesaria, pero no suficiente para el

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75

conocimiento humano: se precisa de la función reguladora de los conceptos y de la unidad

de apercepción trascendental que los hace posible en principio.

Una vez se ha reconstruido el rol de la imaginación en la epistemología kantiana, es

posible apreciar con mayor cuidado la lectura que hace de esta Sellars. Este último empieza

por aclarar en su artículo, “The Role of Imagination in Kant’s Theory of Experience” (IKTE)

que su lectura del rol de la imaginación no es fielmente exegética, sino que procura construir

una teoría ostensiblemente independiente que se mantenga fiel a la esencia del esquema

kantiano (Cfr. IKTE, 2002, p. 419). El punto que le interesa a Sellars es el de responder a la

siguiente pregunta: si hemos adoptado el rechazo a toda conciencia inmediata y negado el

valor epistémico que puedan tener las impresiones sensibles, ¿cómo integramos la

sensibilidad pura (sheer receptivity) al orden conceptual que hace posible el conocimiento en

general? Lo que Sellars aprecia de la función trascendental que Kant asigna a la imaginación

es la de ser una actividad sintética que, al no estar completamente desligada de las funciones

conceptuales, permite integrar la diversidad intuida en la experiencia a nuestra cognición

humana. El punto clave está en considerar la manera cómo la imaginación en su actividad de

síntesis transforma lo que es receptivamente dado de acuerdo a las funciones y regulaciones

asignadas a los conceptos. Es necesario recordar que una vez Sellars ha rechazado la versión

mitificada de lo dado, es posible integrar epistémicamente las impresiones sensibles en tanto

contenidos no-conceptuales que orientan (guidedness) nuestras actividades conceptuales

desde afuera (from without), en tanto estas impresiones sensibles no son dadas, ni tomadas,

como son en sí mismas, sino que siempre son sintetizadas por la síntesis conceptualmente

guiada de la imaginación (Cfr. Haag, 2012, p. 118). El argumento principal que desarrolla

Sellars en IKTE consiste en afirmar que la actividad sintetizadora de la imaginación

productiva genera, a partir de las entradas sensoriales (sensory inputs) suministradas por la

receptividad sensible humana, imágenes complejas de objetos tridimensionales a partir de

funciones conceptualmente estructuradas. A estos objetos se les atribuyen o asignan

propiedades sensoriales específicas (color, tamaño, formar, etc.) y se figuran desde la

perspectiva particular de un perceptor33. Es necesario reconstruir los pasos de la

argumentación de Sellars con mayor cuidado en lo que sigue.

En primer lugar, Sellars parte por reconocer que Kant diferencia las intuiciones de las

sensaciones. En efecto, las primeras son representaciones en tanto aprehensiones de una

variedad dada a la intuición, por lo que poseen una estructura conceptual que puede

expresarse a partir de una proposición demostrativa del tipo así y asá. Por su parte, las

sensaciones no poseen una estructura conceptual, por lo que no pueden integrarse a las redes

de inferencia epistémica, pero sirven como elementos orientadores que (i) constriñen la

33 Este gesto argumentativo es sumamente llamativo y explica, en cierta medida, cómo se diferencia el kantianismo de Sellars del kantianismo de McDowell. El primero, a partir del rol sintetizado de la imaginación productiva, vincula las actividades conceptuales con el contenido provisto por la sensibilidad humana. El segundo, por su parte, considera que las actividades conceptuales ya deben estar, en alguna medida, implicadas en la propia sensibilidad humana, por lo que ninguna referencia a la imaginación se hace en el caso del segundo.

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76

aplicabilidad de nuestras funciones conceptuales y (ii) dan cuenta de las afecciones que

estimulan nuestra complexión sensorial en tanto organismos vivientes que habitan en un

ambiente específico. Adicionalmente, Sellars -al igual que Kant- entiende que la percepción

es una actividad conceptual, por lo que los objetos que percibimos por medio de esta también

están conceptualmente mediados. En ese sentido, podemos dar cuenta de los objetos

percibidos en tanto percibidos como de una cierta manera. Este “como” da cuenta de los

recursos conceptuales que movilizamos para dar cuenta de lo percibido, ya sea por medio de

oración demostrativa o de un reporte observacional. No obstante, el punto clave está en

considerar que dichos recursos conceptuales no se aplican arbitrariamente, y no solo en virtud

de que los conceptos pueden apreciarse como reglas, sino por el hecho de que su uso está

limitado por los contenidos no-conceptuales que se presentan ante la percepción. La

corrección y adecuación de nuestras intuiciones humanas depende de algún estado de cosas

presentes en la realidad y ante cuya presencia sea adecuado emplear los conceptos que

poseemos en virtud de pertenecer a una comunidad lingüística. Sellars introduce el concepto

de aprehensiones perceptivas34 (perceptual takings) para resolver este problema. Las

aprehensiones perceptivas corresponden a los resultados de procesos conceptuales -

sintéticos, en el caso de Kant- que se originan cuando los sujetos son afectados

perceptivamente por algo externo a ellos. Por ende, las aprehensiones perceptivas actualizan

la aplicación de nuestros conceptos, ya que funcionan como el punto de partida a partir del

cual podemos integrar las entradas sensoriales que nos afectan con las actividades

conceptuales sintéticas propias de nuestras capacidades cognitivas. Como sugiere Sellars, es

gracias a las aprehensiones perceptivas que el sujeto perceptor puede proveerse de los

términos necesarios para la formulación de los juicios propiamente (Cfr. IKTE, 2002, p.

420).

En segundo lugar, Sellars interpreta la imaginación como la capacidad de hacer

representaciones de objetos singulares: “no imaginamos la ‘caseidad’, sino una casa; no

imaginamos la ‘paisajidad’ sino un paisaje. Por lo tanto, la imaginación se ocupa de

singulares y el entendimiento también; esto es, en tanto se trata de la síntesis de singulares,

es llamada imaginación” (KPT, 2002, p. 67). Se trata de una lectura bastante particular del

rol de la imaginación en Kant, en tanto este último piensa la imaginación como la capacidad

de representar un objeto en la intuición, aunque no esté presente. Pero, se trata de

representarse un objeto, no una propiedad ni una entidad abstracta. Esta lectura resulta

acertada para Sellars en tanto es coherente con su nominalismo psicológico –los particulares

pueden presentarse mediante oraciones demostrativas– y le confiere mayor centralidad a la

función conceptual de la imaginación en tanto la conecta con el entendimiento y su tarea de

“sintetizar singulares”. Un elemento clave de interpretación lo ofrece Sellars en los siguientes

términos:

34 Perceptual taking se traduciría literalmente al español como “toma receptiva”, en tanto se trata de tomar lo que está dado a nuestra percepción. No obstante, dado que la traducción literal evoca cierto acceso inmediato asociado al Mito de lo Dado, es preferible traducir “taking” por aprehensión. Además, este último término guarda mayores similitudes con la terminología kantiana que se ha expuesto en este apartado.

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77

[La] conciencia perceptiva involucra la construcción de modelos-de-imágenes-

sensoriales (sense-image-models) de objetos externos. Esta construcción es el trabajo

de la imaginación cuando responde a la estimulación de la retina. (…). El hecho más

significativo es que la construcción es un proceso unificado guiado por la combinación

de entradas sensoriales, por un lado, y creencias, memorias y expectativas precedentes,

por otro lado. El complejo de habilidades incluido en este proceso es lo que Kant llama

“imaginación productiva”, en contraste con la “imaginación reproductiva”. La primera,

como vimos, en virtud de su afinidad tanto con la sensibilidad como con el

entendimiento, puede unificar dentro de una sola experiencia las distintas

contribuciones de estas dos facultades (IKTE, 2002, p. 423).

A partir del pasaje anterior podemos apreciar por qué es tan importante para Sellars explorar

y desarrollar a fondo la faceta conceptualista de la imaginación. En primera instancia, Sellars

confiere mayor relevancia a la imaginación productiva en contraposición a la imaginación

reproductiva, en tanto que la primera es un proceso guiado por el uso de conceptos. En

segunda instancia, Sellars afirma que los productos de la imaginación siempre se configuran

como atados a un determinado punto de vista, esto es, a la perspectiva del sujeto que las

configura activamente. En tercera instancia, las imágenes tridimensionales que conforma la

imaginación sobre entidades y estados de cosas en el mundo no se corresponden plenamente

con ellos. Las imágenes modeladas por la imaginación funcionan como representantes o

proxies que dan cuenta de dichas entidades o estados de cosas, a partir de los patrones

sensoriales atadas a las funciones conceptuales de la actividad sintética propiamente (Cfr.

IKTE, 2002, p. 424). En tanto son imágenes atadas a una perspectiva perceptiva concreta,

dan cuenta análogamente de lo percibido, nunca directamente.

En tercer lugar, el argumento de Sellars quiere conducir al hecho de que la imaginación

productiva crea modelos-de-imágenes (image-models). Precisamente, estos modelos-de-

imágenes son “objetos fenomenales” en el sentido kantiano, es decir, no se corresponden

directamente con los objetos físicos de la realidad35. Los modelos-de-imágenes son

construcciones de la imaginación que no se formulan ex nihilo, sino que toman como punto

de partida los estados sensoriales que la estimulan y el bagaje conceptual presente en nuestro

historial mental de creencias, memorias y expectativas. Los modelos-de-imágenes son,

entonces, un cúmulo de características vistas e imaginadas. En palabras de Sellars, se trata

de una estructura unificada de sensación con imaginación (sensing-cum-imaging36) y para

exponerlo lo ejemplifica por medio del caso de una fresca y jugosa manzana roja:

35 Esto es mucho más complicado de lo que parece, ya que la realidad ontológica última es aquella enunciada por la imagen científica del mundo, con sus ideas de partículas subatómicas que componen la materia. 36 Sellars establece una distinción entre imagining e imaging, y sostiene que se trata de la misma distinción que hay entre perceiving y sensing (Cfr. IKTE, 2002, p. 422). Es decir, la imaginación productiva (imagining) y la percepción (perceiving) son actividades conceptuales propiamente. Por su parte, la sensación (sensing) y la formación de imágenes (imaging) no son propiamente conceptuales. Esto es interesante, ya que esta noción

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78

[Ver] una manzana roja, fresca y jugosa (en tanto una manzana roja, fresca y jugosa) es

una cuestión de (a) de sentir-con-imaginar una estructura unificada que contiene como

imágenes de aspectos de un volumen de blanco, una cáscara roja en forma de media

manzana detectada, y una imagen de un volumen de jugosidad impregnada por un

volumen de blanco; (b) y de conceptualizar esta estructura unificada de sensación–

imagen como una manzana roja, fresca y jugosa. Nótese que las características propias

y comunes entran juntas en virtud de ser propiedades actuales de la estructura de la

sensación–imagen y en virtud de ser ítems conceptualizados y concebidos como tales

(IKTE, 2002, p. 423).

En el caso de la manzana roja, podemos imaginar su frescura y su jugosidad en tanto son

propiedades que comúnmente asociamos a dicha manzana a partir de nuestro historial mental

anterior. No obstante, se trata de características que no son constatables directamente por

medio de la observación. Es decir, podemos imaginarlas como unificadas a ciertos estímulos

sensoriales gracias a los conceptos que vinculamos con dichas impresiones y que,

confiadamente, creemos que perteneces a dichos casos. Aunque incorporen conceptos, los

modelos-de-imágenes no son objetivos, ya que dependen de la perspectiva de un sujeto

perceptor. Sellars considera que la naturalidad con que hablamos de estos modelos-de-

imágenes hace que pensemos en ellos como existentes per se, lo que ha dado lugar al excesivo

arraigo de la imagen manifiesta del mundo. Por lo tanto, Sellars piensa que la construcción

de modelos-de-imágenes, las aprehensiones perceptivas y su interpretación de las intuiciones

son solo pasos claves para repensar el rol epistémico de la percepción sin implicar un retorno

a lo dado. Estas últimos, si bien son necesarias, por si solas son insuficientes para asegurar

un conocimiento objetivo acerca de la realidad. Los modelos-de-imágenes solo contienen las

propiedades de una experiencia sensorial actual o posible. Pero, como dependen de una

perspectiva subjetiva, aún no pueden integrarse plenamente en la conformación de

conocimiento objetivo. Gracias a la intuición podemos vincular los modelos-de-imágenes a

la generación de conocimiento, a partir de la formulación de referencias demostrativas

conceptualmente reguladas. Es por esa razón que Sellars piensa que los modelos-de-

imágenes y las aprehensiones perceptivas son los elementos proto-teóricos de la

reformulación del conocimiento empírico. De acuerdo con esta perspectiva, a partir de la

interrelación de referencias intuitivas y de la construcción de modelos-de-imágenes gracias

a la actividad sintética de la imaginación productiva, será posible la referencia intencional a

objetos en la percepción. De acuerdo con lo anterior, no es la variedad dada de las sensaciones

lo que se integra a nuestras redes inferenciales de conocimiento y justificación, sino estos

intermediarios conceptuales. A partir del rol sintético de la imaginación productiva, es

posible transformar lo dado sensorialmente en una “representación, conceptualmente

cargada, de objetos de la experiencia” (Haag, 2012, p. 125).

de imaging comparte ciertos parentescos con la idea de picturing que expone Sellars en el capítulo V de SM, en tanto se trata de una capacidad de figuración no-conceptual.

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79

) La unidad de apercepción trascendental.

Como se ha señalado previamente, asegurar la unidad de la conciencia es fundamental para

explicar el uso regulado y sistemático de los conceptos del entendimiento y para la

generación de conocimiento. Kant asegura en la Deducción A que “no pueden darse en

nosotros conocimientos, como tampoco vinculación ni unidad entre los mismos, sin una

unidad de conciencia que preceda a todos los datos de las intuiciones”. Además, agrega que

“solo en relación con tal unidad son posibles las representaciones de objetos” (Kant, 2006, A

107). Esa conciencia pura, originaria e inmutable es la que recibe el nombre de apercepción

trascendental. Se trata entonces de una condición trascendental y a priori que asegura, en

primer lugar, que todas nuestras representaciones estén vinculadas a una sola conciencia; y,

en segundo lugar, explica por qué es posible asegurar una síntesis de los datos provistos por

las intuiciones y que haga posible hablar de una experiencia unificada y regulada de los

fenómenos que configuran la realidad ante la cual estamos abocados. Adicionalmente, Kant

piensa que la unidad de la conciencia viene dada por la apercepción trascendental, por lo que

no consiste en ningún fundamento que pueda ser inferido a posteriori, tal y como parece

sugerir la psicología empírica. Kant, entonces, es demasiado cuidadoso en no vincular a la

apercepción trascendental a algo empíricamente constatable, ni tampoco de referirla a alguna

entidad o sustancia metafísicamente sospechosa (como la res cogitans cartesiana). La

apercepción trascendental es más bien una suerte de requisito lógico, de condición formal o

de presupuesto trascendental a partir del cual se puede pensar un correlato unitario que

asegure la síntesis de todo lo diverso. La apercepción trascendental no es ni un acto de

conciencia ni tampoco una cosa, es más bien un requisito trascendental que hace posible todo

pensamiento. Es por tal razón que Kant piensa que Hume estaba equivocado al afirmar que

el yo es un mero haz de percepciones. Por el contrario, solo la unidad de apercepción

trascendental, en tanto condición a priori de todo conocimiento, es condición necesaria para

tener percepciones en un principio. Kitcher sugiere pensar la apercepción trascendental como

un “criterio cognitivo de unidad mental”, a partir del cual “los actos de síntesis crean y

presuponen a la vez las relaciones entre estados cognitivos” (Kitcher, 1990, p. 117). Esta

visión funcionalista de la unidad de apercepción trascendental parece, en todo caso, ser la

más acertada, ya que explica la relevancia epistémica de la unidad de la conciencia y no

reproduce los vicios propios de la metafísica tradicional.

Ahora bien, en la Deducción B, Kant lleva su argumentación mucho más lejos y

formula la unidad sintética de apercepción trascendental como principio supremo de todo

uso del conocimiento (Kant, 2006, B 136). Se trata de una unidad sintética porque se trata de

la conciencia a priori de una síntesis ineludible y completamente necesaria de todas las

representaciones. Constituye, pues, un principio supremo para todo conocimiento humano

por las siguientes razones:

Así, pues, el primer conocimiento puro del entendimiento, aquel que sirve de base a

todos sus restantes usos y que es, a la vez, enteramente independiente de todas las

condiciones de la intuición sensible, es el principio de la originaria unidad sintética de

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80

apercepción. Así, el espacio, mera forma de la intuición sensible externa, no constituye

aún conocimiento alguno. Se limita a suministrar a un conocimiento posible lo vario de

la intuición a priori. Para conocer algo en el espacio, una línea, por ejemplo, hay que

trazarla, y, por consiguiente, efectuar sintéticamente una determinada combinación de

la variedad dada, de forma que la unidad de este acto es, a la a vez, la unidad de

conciencia (en el concepto de línea), y es través de ella como se conoce un objeto (un

espacio determinado). La unidad sintética de la conciencia es, pues, una condición

objetiva de todo conocimiento. No es simplemente una condición necesaria para

conocer un objeto, sino una condición a la que debe someterse toda intuición para

convertirse en objeto para mí. De otro modo, sin esa síntesis, no se unificaría la variedad

de una conciencia.

Aunque esta última proposición hace de la unidad sintética una condición de todo

pensar, ella misma es, como se ha dicho, analítica, pues no afirma sino que todas mis

representaciones en alguna intuición dada deben hallarse sujetas a la única condición

bajo la cual puedo incluirlas entre las representaciones de mi yo idéntico y,

consiguientemente, reunirlas, como ligadas sintéticamente en una apercepción,

mediante la expresión general “Yo pienso” (Kant, 2006, B 138, negrilla propia).

De acuerdo al apartado anterior, sí se quiere asegurar la unidad de la diversidad dada a la

intuición, entonces no puede asegurarse que la conciencia está supeditada a una variedad

constitutiva, es decir, ella misma no puede ser del todo contingente. De igual forma, la unidad

sintética de la conciencia hace posible el conocimiento objetivo, ya que hace posible hablar

de objetos cognoscibles, los cuales se presentan reguladamente en la experiencia. Por último,

es interesante que Kant afirme que solo tenemos registro de la unidad sintética a partir de la

unidad analítica, es decir, a partir de la expresión “yo pienso” que debe acompañar a todas

mis representaciones y que permite atribuirlas correctamente como pertenecientes a una sola

conciencia. Pero, en tanto conciencias empíricas, estamos supeditas a los cambios y

modificaciones temporales derivados del sentido interno. En ese sentido, ¿cómo mantener la

identidad a partir del cambio constante? Kant sostiene que solo la unidad trascendental de

apercepción puede considerarse como una unidad objetiva. En contraste, la unidad empírica

que se constituye a partir de las determinaciones del sentido interno es una unidad subjetiva.

El “yo pienso” por lo tanto no es una determinación empírica, sino que consiste en un

requisito lógico que da cuenta de la necesaria relación de lo vario en la unidad a partir de la

originaria unidad de la conciencia. Gracias esto, Kant sugiere que es posible apreciar la

relación necesaria y válidamente universalmente de la conciencia unitaria con lo dado (Cfr.

Kant, 2006, B 130 – B 140).

No obstante, ¿cómo se relaciona la unidad de apercepción trascendental, en tanto

condición de posibilidad de todo conocimiento, con la aplicación legítima de los conceptos

puros a las intuiciones sensibles? En los parágrafos 19 y 20 de la Deducción B, Kant sostiene

que la unidad objetiva de la apercepción se aprecia en la forma lógica de todos los juicios,

además, agrega que es gracias a la función lógica de los juicios que es posible subsumir las

intuiciones sensibles bajo las categorías del entendimiento. En el parágrafo 19, Kant afirma

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81

que el juicio es la manera como reducimos conocimientos dados a la unidad objetiva de la

apercepción (B 142). ¿Qué quiere decir con esto? Por medio de la estructura predicativa de

la cópula “es”, sugiere Kant, es posible establecer la relación necesaria de las

representaciones con la apercepción originaria. Se trata de una unidad necesaria no porque

las representaciones se correspondan necesariamente entre sí en la intuición empírica, sino

que se corresponden entre sí gracias a la unidad originaria de apercepción que hace posible

la síntesis de las intuiciones a partir de las determinaciones conceptuales que aseguran un

conocimiento objetivo. “Todos estos principios derivan del que forma la unidad trascendental

de apercepción. Sólo así surge de dicha relación un juicio, es decir, una relación

objetivamente válida y que se distingue suficientemente de la relación que guardan entre sí

las representaciones. Esta última sólo poseería validez subjetiva, según las leyes de

asociación, por ejemplo” (B 142). Lo que parece sugerirse aquí es que los juicios tienen

validez objetiva, no porque se corresponden directamente con algo externo que ellos

designan, sino porque su formulación se hace en conformidad a las categorías del

entendimiento, es decir, en conformidad a los “principios que determinan objetivamente

todas las representaciones susceptibles de producir algún conocimiento” (Ibidem).

En el parágrafo 20, Kant precisa que las funciones lógicas reflejadas en el juicio

atestiguan los actos del entendimiento a partir de los cuales la conciencia, en tanto unitaria,

aplica adecuadamente los conceptos. Por ende, a la pregunta de por qué la intuición sensible

da cuenta de una unidad de una variedad dada sensorialmente, Kant responde que es gracias

a la originaria unidad sintética de apercepción que es posible pensar la unidad de la intuición

en primer lugar. Adicionalmente, el uso de las categorías se expresa mediante la formulación

de juicios, por lo que el uso legítimo de las mismas se asegura a partir del carácter unitario

de la conciencia posible gracias a la apercepción trascendental. En palabras del propio Kant,

“el acto del entendimiento que unifica la diversidad de las representaciones dadas (sean

intuiciones o conceptos) bajo la apercepción es la función lógica de los juicios” (B 143). Es

interesante que incluya que tanto la intuición como los conceptos, en tanto determinados

empíricamente, precisan de una condición a priori que asegure la unidad de las

representaciones en las cuales son integrados. No obstante, ¿cuáles son estas funciones

lógicas de los juicios? No son sino otra cosa más que las categorías, por medio de las cuales

es posible determinar toda diversidad y confrontarla ante el tribunal de la conciencia. Como

sugiere Kant, “lo diverso de una intuición dada también se halla, pues, necesariamente sujeto

a las categorías” (Ibidem). En este orden de ideas, la centralidad de la formulación y

exposición de la unidad de apercepción trascendental se evidencia en las siguientes razones:

(i) es una condición necesaria que hace posible la síntesis de lo múltiple; (ii) es una condición

lógica que asegura la unidad del objeto y la validez objetiva de las representaciones que se

hacen del mismo; (iii) asegura porque podemos hacer uso de conceptos; y (iv) sirve como

requisito fundamental a partir del cual se formulan y se emiten los juicios.

Una vez se ha indicado la relevancia de la unidad de apercepción trascendental, cabe

preguntarse de qué manera Sellars integra este elemento medular del idealismo trascendental

a sus propios propósitos. Se puede afirmar que la lectura funcionalista de la unidad de

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apercepción trascendental compagina perfectamente con la articulación conceptualista de la

conciencia humana en el análisis de las condiciones epistémicas del conocimiento humano,

una vez se ha prescindido del Mito de lo Dado. Hay varias razones que permiten justificar la

razonabilidad y viabilidad de esta interpretación: (1) la apercepción trascendental es la

condición de posibilidad del uso de conceptos, por lo que Sellars está de acuerdo con

reapropiar esta condición coherentemente con sus propios compromisos onto-epistémicos (el

naturalismo, el realismo científico y el nominalismo psicológico. (2) En tanto la apercepción

trascendental remite los actos de síntesis y las funciones conceptual a un solo sujeto racional,

hace posible la autoconciencia de las actividades conceptuales constitutivas de nuestro

propio entendimiento, por lo que permite cumplir con el requerimiento de reflexividad

epistémica tan importante para Sellars. (3) Además, en consonancia con lo anterior, dado que

la apercepción trascendental se refleja en el “yo pienso” que acompaña todas las

representaciones da cuenta de la preeminencia que tiene el pronombre personal y la

perspectiva de primera persona como puntos de partida a partir de los cuales es posible

reconocerse como un agente racional epistémico, suscrito a las normas y pautas que

prescriben el conocimiento humano. Por último, (4) en tanto la apercepción trascendental

hace posible la formulación y emisión de juicios válidos objetivamente, Sellars considera que

este “yo pienso” es la evidencia de que los agentes racionales han adoptado con maestría un

lenguaje en concreto, ya que los juicios válidos son aquellos que se ajustan a las transiciones

lingüísticas permitidas por las reglas de acción y de criticismo inherentes a todo

comportamiento lingüístico.

Sellars aprecia en la formulación kantiana de la unidad de apercepción trascendental

un intento por romper con cualquier ontología sospechosa del “yo”, al pensar a este último

como un sujeto lógico integrado funcionalmente en ciertos casos de valor racional, sean

teóricos o prácticos. De igual manera, ve en la apercepción trascendental un intento de

superación del persistente cartesianismo arraigado en ciertas teorías de la mente y que él

mismo, igualmente, tiene la intención de socavar en EPM. Sellars señala el mérito intelectual

de Kant en los siguientes términos:

Kant vio que la unidad trascendental de la apercepción es una forma de la experiencia,

en vez de un desvelar la realidad última: si las personas son “realmente” multiplicidades

de sujetos lógicos, a menos que estas últimas empleen el marco conceptual de las

personas no habrá personas; pero la idea de que las personas “son realmente” las

multiplicidades dichas no necesita que los conceptos relativos a ellas sean analizables

a base de conceptos relativos a conjuntos de sujetos lógicos: las personas podrían “ser

realmente” haces de ciertas cosas, pero el concepto de persona no es el de un haz de

nada (PHM, 1971, P. 112, negrilla agregada).

El mérito está en considerar la unidad de apercepción trascendental como una forma de la

experiencia y no como una realidad última. No obstante, si todo el punto de la argumentación

kantiana es el de asegurar una conciencia unitaria que permita sintetizar la multiplicidad de

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lo variado intuido o representado ante ella, ¿por qué Sellars habla de multiplicidad de sujetos

lógicos? Además, ¿por qué se introduce el concepto de persona aquí? Para responder a estos

interrogantes, hay que remitirse nuevamente al contraste entre imagen manifiesta e imagen

científica introducido en PSIM. En tanto sujetos a la ontología del proceso puro descrito en

términos físicos-causales por la imagen científica, como seres humanos somos organismos

vivientes compuestos de materia, por lo que estas ineluctablemente supeditados al cambio

constante. Sellars piensa que esta es la manera como el ser humano debe concebirse a sí

mismo en términos nouménicos. Por otra parte, en la perspectiva de la imagen manifiesta,

los objetos básicos son las personas, en tanto entes unitarios a los cuales se les puede asignar

una identidad fija temporalmente y a los cuales se les atribuyen pensamientos, declaraciones

y voliciones37. De acuerdo con Sellars, el punto de Kant es que el concepto de un yo es el

concepto de lo que piensa, en los varios modos del pensamiento, o para usar una expresión

más general, de lo que representa, en los diversos modos de la representación (Cfr. I, 2002,

p. 345). Aquello que piensa, o que representa, es lo que denominamos comúnmente como

persona. Sellars piensa que la persona es entonces un concepto que designa a un objeto en

sentido fenoménico, por lo que pueden ser, a nivel nouménico, haces de ciertas cosas

(partículas subatómicas o cadenas de ácido desoxirribonucleico, por ejemplo), pero a nivel

fenoménico, el concepto de persona no es un haz de nada. Su función es teórica: es un

postulado que sirve funcionalmente a los propósitos de dar cuenta de un agente racional

dotado de cierta capacidad de representación.

El punto de esta demostración consiste en poner en evidencia que podemos pensar la

apercepción trascendental en términos de correlatos de la imagen manifiesta, análogos a

ciertos estados de cosas descritos en términos naturalistas o científicos. Por otro lado, la clave

estriba en pensar que se trata de una forma de la experiencia que resulta apropiada para ciertos

fines: la apercepción trascendental es una condición lógica de unidad de la conciencia, por lo

que hace posible la atribución de ciertas disposiciones psicológicas y de ciertas actividades

conceptualmente significativas para la generación de conocimiento. Es aquí donde el

requerimiento de reflexividad epistémica desempeña un rol crucial, ya que el seguimiento de

reglas precisa, para que haya conocimiento, no solo de adecuarse a las normas, sino de saber

las razones o motivos por los cuales se hace. ¿Cómo se entiende este requerimiento? Se trata

de un “criterio para ser un conocedor, porque es la condición necesaria para participar de la

empresa autocorrectiva de obtención de conocimiento empírico y de la práctica autosostenida

del seguimiento de reglas” (deVries, 2005, p. 129). ¿Cómo entender el requerimiento de

37 Como bien lo dice el profesor Bernstein: “una persona no es nada más que una multiplicidad de sujetos lógicos y la precisa naturaleza de estos sujetos puede, eventualmente, ser revelada por medio del desarrollo de la investigación científica” (Bernstein, 1966b, p. 291). Pero, el punto de reconocer que es una multiplicidad de sujetos lógicos tiene ver con reconocer que existen diferentes tipos de marcos conceptuales, los cuales son irreductibles entre sí. Aunque la imagen científica pueda dar cuenta explicativamente mejor de lo qué es una persona, esta última tiene una dimensión práctica, que le permite articularse en diferentes tipos de acciones y actividades. Es por eso por lo que el objetivo de Sellars no es reducir la imagen manifiesta a la imagen científica, sino de unir (joining) el marco científico con el marco conceptual de las personas.

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reflexividad epistémica con la unidad de apercepción trascendental? Esta última, como se vio

anteriormente, es la condición necesaria para el uso de conceptos; el enfoque de Sellars

consiste en apreciar este uso de conceptos en términos de un apropiado seguimiento de reglas.

En ese sentido, se trata de una práctica autocorrectiva, en tanto es autoconsciente: implica la

aplicación de los conceptos de cierta manera y el reconocimiento de las razones por las cuales

se hace de dicha manera y no de otra. Por lo tanto, no se trata de comprometerse con una

noción esencialista de la conciencia, sino de asumirla metodológicamente como una forma

de la experiencia sujeta a ciertas finalidades epistémicas, afines a la empresa científica de la

obtención de conocimiento empírico válido y objetivo.

Por último, en tanto la unidad de apercepción trascendental se pone en evidencia a

partir del “yo pienso” que acompaña todas las representaciones, es posible establecer la

relación necesaria entre dicha unidad y la estructura discursiva propia del pensamiento

humano. Para entender mejor la relación entre el “yo pienso” y la pertenencia de un agente

racional a una comunidad lingüística, es necesario demostrar todo lo que está implícito en el

uso del pronombre “yo”. De acuerdo con uno de los discípulos más notables de Sellars,

Héctor Neri-Castañeda (2001), el pronombre personal “yo” está vinculado a las siguientes

funciones:

(I). ‘Yo’ como pronombre personal (demostrativo). ‘Yo’ tiene una prioridad

referencial sobre todos los nombres y demás descripciones sobre los objetos. Los

nombres y las descripciones definidas pueden fallar (v.g. como en el caso de “Pegaso”

es el nombre de caballo alado). Pero, los demostrativos no suelen fracasar porque tienen

múltiples candidatos para satisfacer la referencia en un contexto específico de uso.

(II). El pronombre personal ‘Yo’ tiene prioridad ontológica sobre todos los nombres y

las descripciones definidas. Un uso correcto de ‘Yo’ no puede fallar al momento de

referir correctamente el objeto que se propone referir.

(III). El pronombre ‘Yo’, todas las descripciones y algunos nombres tienen prioridad

epistemológica sobre todos los otros pronombres usados demostrativamente. Es

posible reemplazar cada referencia demostrativa por una referencia en términos de

descripciones o nombres, o en términos de un demostrativo del tipo pronombre ‘Yo’.

Los demostrativos son necesariamente eliminables por sus usuarios, a excepción de la

primera persona del singular cuando es usado demostrativamente. Los conocimientos

pueden reemplazarse a partir del uso de la referencia en términos de ‘Yo’.

La prioridad referencial, ontológica y epistemológica son algunas de las principales

funciones que se reflejan en el uso lingüístico del pronombre personal “yo” y dan cuenta de

la relevancia que tiene su uso para realizar las transiciones lingüísticas legítimas permitidas

por un sistema normativo-lingüístico. Curiosamente, esta lógica del uso del pronombre

personal “yo” expuesta por Castañeda, Sellars la vincula a una suerte de contrapartida del

desarrollo contemporáneo de la lógica trascendental de Kant. Como menciona Sellars, “el

estudio original de la lógica del “yo” (y de las demás expresiones cognitivas) en contextos

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epistémicos está atado a desarrollarse, como él mismo enfatiza, en una dirección kantiana”

(I, 2002, p. 342). De esta manera, el pronombre personal “yo” acompaña a todas mis

representaciones de manera referencial, ontológica y/o epistemológica.

De acuerdo con Kant, la unidad de apercepción trascendental, en tanto unidad objetiva,

permite la correcta formulación y emisión de juicios, por medio de las funciones lógicas

propias de las categorías del entendimiento. No obstante, si hemos relocalizados las

categorías en términos metalingüísticos, ¿cómo entender lo anterior? En conformidad con

este nuevo enfoque, la unidad de apercepción trascendental sería un prerrequisito normativo

a partir del cual podemos elaborar representaciones como de una cierta forma. En sus lecturas

de la CRP, Sellars propone repensar la unidad objetiva de apercepción como el orden actual

intersubjetivo de las representaciones producidas por las relaciones ordenadas en las que se

encuentran los objetos y el perceptor. Sellars ejemplifica esta propuesta en un juicio

particular:

La unidad objetiva de apercepción (cuando yo juzgo) sería que cualquier quien vaya a

representar la Tierra y esférica las debería representar en el juicio “la Tierra es esférica”

como opuesto al juicio “la Tierra no es esférica” o “la Tierra es cúbica”, entre otros.

Entonces, la afirmación es que cuando yo hago un juicio, yo me comprometo con el tipo

de unidad que ocurre aquí: una en la cual debería ocurrir en la mente de cualquiera que

piensa de Sócrates y de la sabiduría [en el juicio “Sócrates fue sabio”] o de la Tierra y

el hecho de ser esférico. Esta es la conexión (KPT, 2002, p. 106).

De acuerdo con lo anterior, la unidad objetiva de apercepción asegura las regularidades entre

ciertas formulaciones de juicios que procuran representar estados de cosas en la realidad, ya

sean presentes (la Tierra es esférica) o pasados (Sócrates fue sabio). El punto de Sellars es

que su objetividad viene dada, no solo por el acto lógico implicado en la estructura

predicativa del juicio formulado, sino en el hecho de que cualquiera debe comprometerse a

formular estos juicios si lo que desea es representar de tal manera, y no de otra, el estado de

cosas representados por medio de ellos. Por tal razón, resulta sumamente sugestivo el énfasis

que Sellars hace en la intersubjetividad, razón por la cual toma una postura crítica frente al

mismísimo Kant: “la unidad objetiva debería ser la unidad intersubjetiva, pero Kant no dice

esto porque está escribiendo todavía en la tradición de Robinson Crusoe de la teoría del

conocimiento” (Ibidem, p. 107). En ese sentido, la robinsonada de Kant consistió en apreciar

la unidad objetiva de la apercepción trascendental en términos solipsistas, una réplica

necesaria si lo que se desea, como así lo quiere Sellars, es asegurar el paso del idealismo

trascendental a la lingüística trascendental. En efecto, si se vuelve al juicio “la Tierra es

esférica”, se entiende que los representables “Tierra” y “esférica” deben asociarse

necesariamente mediante la cópula “es” en cualquier mente humana que se represente dicho

juicio. El estatuto intersubjetivo de este juicio se piensa en virtud de que cualquier agente

racional está en capacidad de formular este juicio, en tanto enjuiciable, a partir de la

asociación necesaria entre los dos representables en el acto mismo de la representación. El

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punto de Sellars consiste en demostrar que el carácter objetivo, o más bien intersubjetivo, de

la unidad de apercepción trascendental refleja nuestra pertenencia a una comunidad

lingüística y que nuestros juicios reflejan las transiciones lingüísticas permitidas por la

condición de membresía a dicho comportamiento regulado normativamente. Lo enjuiciable

es aquello que puede formularse de acuerdo a las reglas de criticismo y de acción, como

también en conformidad a los principios epistémicos de inferencia válida y de confiabilidad

perceptiva.

) La deducción trascendental y el inferencialismo sellarsiano.

La deducción trascendental de las categorías comparte numerosas resonancias con la crítica

que se emprenda contra el Mito de lo Dado. En efecto, solo podemos hablar de conocimiento

propiamente gracias a la mediación de los conceptos. En el caso de la DT, el punto es que

estos elementos hacen posible la síntesis de lo múltiple, la referencia a objetos y la validez

objetiva de las representaciones que se hacen de estos. En el caso de la crítica al Mito de lo

Dado, solo podemos integrar a los patrones de inferencia y a las redes de justificación del

espacio lógico de las razones aquello que posea una formulación conceptual. No obstante, en

ambos gestos argumentativos no se prescinde absolutamente de lo no-conceptual. Aunque

Sellars es enfático en que las intuiciones y las sensaciones no son lo mismo, no debe olvidarse

que, aunque las primeras aprehenden la multiplicidad en una unidad, requieren de las entradas

sensoriales que recibe pasivamente la sensibilidad humana. Adicionalmente, en el caso de

Sellars, el contenido no-conceptual se integra a partir de su función orientadora, ya que

actualizan la aplicación de las funciones conceptuales cuando se presentan los estímulos

sensoriales y se integran, a partir de la función productiva de la imaginación, en la

configuración de modelos-de-imágenes que, seguidamente, pueden dar paso a la formación

de las intuiciones empíricas. Precisamente, es en virtud de esta adopción de lo no-conceptual

en función de lo conceptual que Sellars otorga el apelativo de “kantiano” a su propia apuesta

epistemológica. Sin embargo, ¿puede hablarse de inferencialismo propiamente aquí? El

inferencialismo semántico entiende que el significado de las expresiones solo puede

apreciarse a partir de los roles que desempeñan los conceptos en redes inferenciales de

prácticas justificatorias, de actividades asociadas al hecho de dar y pedir razones. Esta

propuesta es profusamente desarrollada por Robert Brandom, quien considera que, a partir

de las prácticas y compromisos discursivos desarrollados por los agentes racionales, es

posible pensar la generación de conocimiento en términos de la articulación social del espacio

lógico de las razones. De acuerdo con esta visión del inferencialismo semántico, las

consideraciones epistémicas de los sujetos cognoscentes se encuentran vinculadas a

distintivas perspectivas sociales de atribución y asunción de compromisos (Cfr. Brandom,

1995, p. 907). Por ende, el inferencialismo semántico radicaliza la afirmación sellarsiana de

que caracterizar un episodio o estado como de conocer no es ofrecer una descripción

empírico de él, sino de estar en capacidad de localizarlo en el espacio lógico de las razones,

de justificar lo que se dice y de ser capaces de justificarlo (Cfr. EPM, 1971, p. 182).

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El inferencialismo sellarsiano se define a partir de la cita anterior: el conocer es una

práctica de justificación a partir de la cual localizamos un episodio propiamente epistémico

o cognitivo en el espacio lógico de las razones. Al igual que Brandom, Sellars reconoce que

este espacio está socialmente articulado, de ahí la relevancia de pensar la intersubjetividad y

la normatividad en clave epistemológica. Pero, a diferencia de Brandom, Sellars no prescinde

completamente de la importancia que tiene la experiencia humana para la creación y

consolidación del conocimiento humano. El propósito de Sellars, una vez se ha abandonado

el marco general de lo dado, es el de articular los elementos externos como contenidos no-

conceptuales que cumplen una función orientadora desde afuera. Brandom, por su parte,

concibe esta reticencia sellarsiana como un retorno indebido al Mito de lo Dado y por eso

considera necesario prescindir de toda forma de externalismo. El punto consiste en apreciar

que la realidad externa no se integra en nuestras redes inferenciales de conocimiento en

términos puramente causales, ya que algo no-epistémico no puede articularse funcionalmente

con elementos que sí son epistémicos (los conceptos). Como se apreció al principio de este

capítulo, es posible reapropiar las sensaciones en términos metodológicos: se trata de

pensarlas como contrapartes análogas que dan cuenta del contenido representacional de los

conceptos que usamos para describir o hacer referencia a objetos físicos

espaciotemporalmente delimitados. Es por eso por lo que Sellars no puede prescindir

totalmente de las sensaciones: estas son requisitos necesarios para guiar nuestro proceso

epistémico desde afuera a partir de la fricción externa que proveen para nuestros juicios, o

de lo contrario estos últimos solo estarían sujetos a criterios internos, como la consistencia

lógica, por ejemplo. Por tal razón, las sensaciones, una vez se han desmitificado del espectro

de lo dado, pueden ser consideradas como el punto de contacto entre el mundo externo

cognoscible y las propias facultades cognitivas humanas. La separación entre el

inferencialismo semántico de Sellars respecto al de Brandom se da en términos

funcionalistas: las sensaciones son entradas (inputs) no conceptuales para las funciones

asociadas con nuestros conceptos, por lo que desempeñan un rol importante en tanto ayudan

a estas funciones a generar ciertas salidas (outputs) normativas y descartan otras posibles,

por lo que la realidad exterior provee un cierto constreñimiento externo a la cognición basada

en sensaciones. Una manera adecuada de verlo es sugerida por Watkins en la siguiente

metáfora: “tal y como las funciones algebraicas requiere entradas numéricas para sus

variables, también las funciones asociadas con los conceptos empíricos requieren de entradas

naturalistamente describibles en la forma de sensaciones” (2008, p. 523). El naturalismo

permite explicar aquí las sensaciones como análogas a ciertos estados de cosas y, al igual

que en las funciones algebraicas, el rol normativo no viene dado por las sensaciones –las

cuales son entidades no-conceptuales–, sino de su integración a las funciones asociadas a los

conceptos.

A partir de lo anterior, rastrear lectura inferencialista de la DT que hace Sellars implica

establecer ciertas continuidades, pero también ciertos distanciamientos. Para perfeccionar el

argumento, debe tenerse en cuenta que, para Kant, la cognición involucra lo siguiente: (1)

cosas que existen independientemente de nosotros, (2) sensaciones, (3) intuiciones, (4)

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conceptos y (5) juicios. De acuerdo con Watkins (2012, p. 315), el argumento puede

detallarse de la siguiente manera:

(1) Hay cosas que existen independientemente de nosotros y que nos afectan, lo que

causa la variedad de sensaciones que afectan y atiborran por medio de estímulos a

nuestros órganos sensoriales. Estas cosas que existen independientemente es el

noúmeno o la cosa-en-sí, cuyo conocimiento directo es, según Kant, imposible.

(2) A partir de las formas puras del espacio y del tiempo, podemos aprehender la variedad

de las sensaciones en una intuición sensible. Por medio de las actividades sintéticas

involucradas en la conformación de la intuición, podemos legítimamente referir esta

última a un objeto particular, por ejemplo, a partir de la oración demostrativa “esta

manzana roja frente a mí”.

(3) Posteriormente, los contenidos intuitivos son comprehendidos por medio de

conceptos discursivos, los cuales permiten representaciones generales a partir de la

constitución y referencia de objetos. Como hemos visto, hablar de objetos solo es

posible gracias al uso de conceptos, por medio de estos puedo representarme la

“manzana” dada a la intuición como un objeto unitario que alberga determinadas

propiedades espaciotemporalmente configuradas.

(4) Por último, podemos relacionar los conceptos entre sí por medio de las relaciones

lógicas presentes en la formulación de los juicios. Por medio de estos, logramos dar

cuenta asertivamente de algo y podemos atribuirle un determinado valor de verdad.

De esta forma, los juicios son los requisitos discursivos necesarios para constituir

conocimiento como tal.

Sucintamente, a partir de lo anterior se da cuenta de la necesaria vinculación, no solo entre

intuiciones y conceptos, sino de estos últimos con las sensaciones. Bajo esta perspectiva

kantiana de la cognición, es posible apreciar el interés de Sellars en la DT. Respecto a (1),

una vez Sellars ha rechazado el agnosticismo del noúmeno a favor del realismo científico, es

posible tener conocimiento de las cosas-en-sí-mismas a partir del refinamiento de nuestros

instrumentos de medición, de las metodologías experimentales o de la sofisticación de los

intermediarios epistémicos de los cuales nos valemos para conocer la realidad. De igual

manera, las sensaciones no tienen ni un estatuto epistemológico privilegiado (crítica al Mito

de lo Dado) ni un estatuto ontológico elusivo (son estados mentales del perceptor que se

corresponden análogamente con estados de cosas físicos que pueden ser descritos en términos

naturalistas). Respecto a (2), Sellars no considera que sea problemático darle un tratamiento

inferencialista a las intuiciones, ya que estas son representaciones de particulares de la forma

así y asá (this-such), por lo que ya poseen contenido conceptual, pero orientadas desde afuera

a partir de las sensaciones. Con relación a (3), sin duda alguna se trata de uno de los puntos

más importantes para Sellars, ya que solo a partir del uso de conceptos podemos hablar de

conocimiento. Una vez las representaciones hacen posible la configuración regulada de

objetos, podemos integrar los reportes observacionales, los testimonios o las afirmaciones

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introspectivas al espacio lógico de las razones. Por último, el punto (4) es de suma

importancia para Sellars igualmente, ya que los juicios dan cuenta de las funciones

clasificatorias de los conceptos y por medio de su formulación y uso comunicativo podemos

dar cuenta de su carácter normativo-intersubjetivo, en tanto reflejan las reglas para realizar

las transiciones lingüísticas válidas de entrada, inferencia y salida.

A partir del inferencialismo en su versión sellarsiana, es posible ofrecer una

comprensión de la DT según la nueva forma de las palabras. Anteriormente, se había

mencionado que la DT comparte ciertas similitudes con la crítica al Mito de lo Dado

emprendida por Sellars. Si EPM empieza por realizar una crítica mordaz a la teoría de los

datos de los sentidos y a la idea de que las impresiones sensibles pueden causar, o servir de

fundamento, a todo conocimiento que podamos tener de la realidad; la DT puede entenderse

como una prueba trascendental en contra de la teoría empirista de la representación y de la

idea de que nos hacemos especularmente imágenes del mundo en nuestras mentes a partir de

las impresiones sensibles que nos afectan causalmente. Es Landy quien sugiere pensar la DT

como una prueba en contra de la teoría humeana de la representación mental, la cual él

describe como el principio de copia de la representación (Representational Copy Principle),

el cual establece “que una percepción es de aquello de lo que es una copia” (Landy, 2015, p.

4). Según este principio, las representaciones complejas se forman a partir de

representaciones simples, las cuales pueden asociarse según los actos lógicos y reflexivos de

la mente humana38. De igual forma, son las copias de las representaciones simples las que

pueden tomarse como premisas atómicas a partir de las cuales se pueden formular enunciados

mucho más complejos, según las funciones combinatorias de los operadores lógicos. En

contraste con esta forma de atomismo lógico auspiciada por el representacionalismo

empirista, la DT procura ofrecer una justificación alternativa, al asegurar que las

representaciones solo son posibles si contamos previamente con los conceptos que permitan

articular epistémicamente los registros sensoriales reportados por medio de la percepción

humana.

38 Esta idea de las representaciones simples, que funcionan como una copia que refleja la realidad externa, es lo que Rorty nombra como representaciones privilegiadas y hacen parte de la genealogía moderna de la filosofía como espejo de la naturaleza. Inclusive, Rorty considera que Kant es también heredero de esta tradición especular, pese a sus críticas al empirismo humeano y al racionalismo cartesiano-leibniziano. Rorty considera que el conductismo epistemológico de Sellars -con su crítica al marco general de lo dado- y de Quine -con su crítica a los dogmas del empirismo- permite asumir la tesis de que “la justificación no es una cuestión de una relación especial entre ideas (o palabras) y objetos, sino de conversación, de práctica social” (Rorty, 1995, p. 161), y, por lo tanto, permite rechazar la metáfora del espejo. Curiosamente, Rorty piensa que Sellars sucumbe a una nueva forma de representacionalismo cuando este último considera que el realismo científico es el enfoque teórico-filosófico privilegiado para dar cuenta de la realidad última de las cosas (contrástese con la defensa que hace Sellars de la supremacía onto-epistémica de la imagen científica del mundo), en lugar de apreciarlo como un vocabulario, entre muchos otros posibles, que responde adecuadamente a ciertos intereses socialmente convenidos. Réplicas como la anterior explican porque el inferencialismo semántico de Brandom procura pensar el conocimiento exclusivamente en términos de los compromisos discursivos estipulados por la articulación social del espacio lógico de las razones.

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A partir de lo anterior, es el marco epistémico provisto por los conceptos los que

permiten realizar inferencias válidas a partir de las regularidades y determinaciones

espaciotemporales con que describimos, explicamos, comprendemos y comunicamos los

estados de cosas que procuramos conocer. Es por estos motivos que resulta viable, y

necesario para Sellars, una ofrecer una aproximación inferencialista a la DT:

[L]a solución al problema expuesto en la Deducción Trascendental es también una

solución al problema de la unidad de la proposición. Esto se debe a que la solución a los

conceptos anteriores consiste en lograr la unificación de una variedad de intuiciones, no

teniendo en cuenta ninguna relación con algún objeto adicional, sino más bien

colocando intuiciones en relaciones inferenciales entre sí. El contenido de un

concepto, entonces, está determinado completamente por el rol inferencial que asignan

a las intuiciones con las que están emparejados. Un juicio no puede ser una lista de

nombres porque los conceptos no son nombres. Los conceptos son reglas, o funciones.

El 'es rojo' en 'esta esfera es roja' no nombra una propiedad, la rojez, sino que señala que

la intuición a su lado, 'esta esfera', está conectada a varias otras intuiciones y conceptos

de manera específica. Un concepto es una regla para conectar (Landy, 2009, p. 23,

negrilla agregada).

Una aproximación inferencialista sugiere que las relaciones epistémicas no se dan entre

enunciados y los objetos designados por ellos, sino entre las inferencias mismas. Solo las

proposiciones pueden articularse inferencialmente entre sí39. Estas relaciones de inferencia

son legítimas en tanto su conexión viene asegurada por el uso de conceptos, de ahí que estas

se piensen como reglas o funciones. Las conexiones entre las inferencias, en este caso entre

las intuiciones, permiten configurar una imagen específica del mundo, la DT sugiere que “las

relaciones inferenciales entre intuiciones representan la necesaria conexión entre los objetos

mundanos” (Ibidem). Dada la prelación de las funciones conceptuales que hacen posible las

inferencias, las reminiscencias al Mito de lo Dado se eliminan en tanto sin conceptos no

podría haber una imagen cognoscible del mundo.

Una vez se ha asegurado el carácter crucial de los conceptos en esta interpretación

inferencialista, ¿cuál es el estatuto propiamente de los conceptos? Sellars sugiere que los

conceptos son funciones o reglas, pero esta caracterización solo problematiza más la

cuestión. Es más, Sellars mismo sugiere que la metáfora de la regla puede llegar a ser

peligrosa, ya que “[parece] sugerir cierta actividad deliberada, o al menos, cierta actividad

que sería deliberada si no fuera tan apresurada y, en el sentido ordinario, irreflexiva” (KTI,

2002, p. 413). Precisamente, esta es la misma sugerencia que ofrece Kant en su Lógica, “el

ejercicio de nuestras facultades acontece conforme a ciertas reglas que seguimos,

inconscientes de las mismas al principio, hasta que llegamos paulatinamente a su

conocimiento mediante ensayos y tras un uso prolongado de nuestras facultades” (L, 200, p.

39 Es por esta consideración por la que Sellars, y el inferencialismo en general, rechazan a nivel semántico tanto las teorías descriptivas como las teorías causales del significado.

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91

77). Para Kant, estas reglas son condiciones a priori, es decir, rasgos trascendentales

constitutivos de toda mente humana. Por su parte, Sellars no considera que el estatuto de los

conceptos esté anclado a un plano trascendental, más presupuesto que rastreable

metodológicamente, sino que considera que los conceptos se reflejan constantemente en las

prácticas humanas concretas e intersubjetivas. Sellars propone que la manera más útil de

pensar un concepto es a partir de “una secuencia de actos de representación, los cuales pueden

ser reflexivamente clasificados como en conformidad a una regla, la cual es (al menos en

principio) comprensible por el pensamiento”. Además, Sellars complementa diciendo que

“las reglas en cuestión pueden, de acuerdo a Kant, estar disponibles, si uno puede reconocer

que los actos de una representación están juntos como una secuencia inteligible” (KTI, 2002,

p. 413). Una vez Sellars ha reapropiado el idealismo trascendental, el carácter funcional y

regulativo de los conceptos se rastrea en virtud de su pertenencia al conjunto de normas que

prescriben la conducta de los seres humanos en tanto agentes racionales, pertenecientes a una

comunidad lingüística. De igual manera, Sellars está conforme con pensar que los correlatos

naturalizados (estructuras neuroanatómicas, procesos neurofisiológicos, disposiciones

psicológicas funcionales, etc.) asociados a la formulación de conceptos y seguimiento de

reglas, pueden, en principio, ser analizados por medio de la investigación científica.

¿Cómo entender entonces los conceptos? Una metáfora útil de verlo es a partir de la

siguiente metáfora: los conceptos funcionarían como algoritmos, es decir, como conjuntos

de operaciones que subsumen las entradas sensoriales, tanto externas como internas, y logran

sintetizarlas mediante pasos sucesivos replicados a nivel general40. La ventaja de la metáfora

del algoritmo es que logra dar cuenta, tanto del carácter funcional como regulativo de los

conceptos. Además, los actos del entendimiento se caracterizan por su espontaneidad, por lo

que la aplicación y seguimiento de las operaciones mentales designadas –o actos de

representación en términos sellarsianos– por los conceptos debe producirse con cierta

independencia y automaticidad. Curiosamente, para responder a esta demanda, Sellars

también se vale de una metáfora computacional:

Considérese un computador el cual incorpora un cierto programa lógico, un conjunto de

disposiciones computacionales. Incluso si está encendido y zumbando por la

preparación, este no hace nada a menos que sea “alimentado” con un problema. Por lo

tanto, una vez eso pase, este se ejecutará de acuerdo con su disposición lógica. En cierta

etapa, este puede “buscar en su banco de memoria”. Esta búsqueda, sin embargo, es en

sí misma el resultado (outcome) de su entrada inicial (input) y su desarrollo

40 Esta metáfora del concepto como algoritmo ha sido sugerida por la profesora Catalina González en diferentes ocasiones. Precisamente, esta interpretación rompe con el peligro de la metáfora de pensar los conceptos como reglas, la cual parece sugerir una acción volitiva por parte de un agente. En tanto los conceptos son componentes estructurales del entendimiento humano, estos deben operar espontáneamente. Los algoritmos permiten dar cuenta de ese doble carácter, tanto funcional como regulativo: dadas ciertas entradas (inputs) asociadas a un estado inicial, mediante la ejecución de un conjunto finito de pasos sucesivos e interrelacionados de una forma específica, es posible generar salidas (outputs) que dan lugar a un estado final de cosas.

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92

computacional. Y, por lo tanto, con esta cualificación, este “inicia” la “búsqueda”, la

información que obtiene es información que, como computadora, está causada a tener

(I, 2002, p. 356).

Para Sellars, este carácter funcional y automático de los conceptos se puede explicar de dos

maneras, las cuales son complementarias entre sí si tenemos en cuenta la irreductibilidad

entre la imagen manifiesta y la imagen científica del mundo: dichas “disposiciones

computacionales” pueden rastrearse en términos naturalizados, a partir de lo que Sellars

denomina, en su artículo “Mental Events”, como sistemas representacionales: “cualquier

estado representacional involucra un símbolo que representa un objeto y lo representa como

caracterizado de una cierta forma, en virtud del hecho de que ese símbolo tiene una

contraparte (Cfr. MEV, 2007, p. 290)41. Dichos sistemas representacionales pueden

analizarse en términos evolutivos, a partir de los mecanismos biológicos y evolutivos que les

permiten a los organismos vivientes de orden superior, i.e. los animales, adaptarse

exitosamente a las demandas de su medio ambiente, por lo que quedan registradas en la

historia natural del desarrollo filogenético de las especies animales gracias a la herencia

genética y evolutiva. Como organismos vivientes supeditadas a las demandas evolutivas de

la selección natural, los seres humanos también somos copartícipes de dichos sistemas

representacionales. En este orden de ideas, las funciones conceptuales descritas en términos

algorítmicos pueden tener un sustrato biológico material, el cual es susceptible de ser

explicado en términos físico-causales, pero no por ello dejan de cumplir roles regulativos

favorables para la cognición humana.

Pero, el uso de los conceptos también da cuenta de nuestra doble naturaleza, como seres

humanos cuyo comportamiento se encuentra inexorablemente ligado a las demandas

normativas de una comunidad lingüística. Sellars considera que el error de Kant consistió en

la reificación de las categorías como una suerte de entidades funcionales ancladas al

psiquismo de cualquier conciencia humana racional. Este error categorial es lo que Ryle

denomina como la leyenda intelectualista, es decir, la idea de que los procesos mentales son

una suerte de operaciones que hacen parte de una realidad mental, cualitativamente distinta

a la realidad material y a la cual cada sujeto racional tiene un acceso introspectivo

privilegiado (Cfr. Ryle, 1967, pp. 32-34). En su formulación del mito del genio Jones, Sellars

se suscribe a la crítica de Ryle a esta leyenda, ya que el pensamiento está íntimamente

asociado al desarrollo de habilidades lingüísticas y conceptuales. Es decir, los conceptos en

sí no son estructuras innatas que caracterizan la mente humana; más bien, son el reflejo y la

prueba de que, en tanto sujetos racionales, dominamos el uso de un cierto lenguaje humano.

El desarrollo de estas destrezas y habilidades puede ser analizado en términos de la

neurociencia o la psicología cognitiva, ya que son ante todo disposiciones funcionales. Pero,

41 En términos lingüísticos, Sellars caracteriza a los sistemas representacionales de la siguiente manera: “en un sistema representacional, un símbolo para un objeto, x, representa ese objeto en virtud de tener un

carácter de contraparte . Los símbolos para dos objetos, x e y, los representan como relacionados de cierta manera en virtud de estar en una relación de contraparte, R” (MEV, 2007, p. 290).

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93

el punto es que también dan cuenta de un “saber hacer” atado a las pautas normativas y a las

uniformidades semánticas propias de las transiciones lingüísticas. Entonces, ¿por qué hablar

de un acceso privilegiado a nuestros propios estados mentales? Sellars no niega esto, pero

ofrece una lectura en términos de su behaviorismo verbal, con el fin de prescindir de

cualquier sesgo cartesiano: existe un lenguaje del pensamiento –Sellars lo denomina

mentalese– el cual incorpora o integra distintivamente las correcciones semánticas necesarias

y los rasgos proposicionales sistemáticos que poseen los lenguajes públicos (Cfr. O’Shea,

2007, p. 89).

Por tal razón, es gracias a la mutua interdependencia de pensamiento y lenguaje que es

posible integrar nuestros propios pensamientos, intenciones e introspecciones a las redes

inferenciales de justificación: a partir de la analogía teórica entre pensamientos y

proposiciones, es posible afirmar que las propias representaciones mentales están atadas a las

uniformidades semánticas que gobierna cualquier comportamiento lingüístico. Es tanta

nuestra familiaridad y cercanía con las regularidades normativas del lenguaje del cual

hacemos parte, que es por tal razón que se cree que tenemos un acceso directo a los propios

episodios internos, por lo que se les confiere una suerte de estatuto privilegiado. La naturaleza

lingüística, conceptual y normativa de nuestro propio pensamiento ha sido obnubilada por la

destreza con que nos desenvolvemos en la misma: se trata de una suerte de segunda

naturaleza para todos los seres humanos racionales. Sellars da cuenta poéticamente de lo

anterior en los siguientes términos: “cuando Dios creó a Adán, él susurro en su oído, “en

todos los contextos de acción reconocerás reglas, aunque solo sea la regla a tientas para

reconocer las reglas. Cuando ceses de reconocer reglas, caminarás en cuatro patas” (LRB,

1949, p. 4). La anterior es la consigna central del behaviorismo verbal que defiende Sellars,

a partir del cual es posible concebir los pensamientos como actos análogos a

comportamientos lingüísticos regulados normativamente. Se trata de un punto metodológico:

“en el dominio de lo mental, el lenguaje es primario en el orden del conocimiento” (MEV,

2007, p. 283). Sellars procura demostrar lo anterior a partir del mito del genio Jones en EPM,

ya que la confianza depositada en los episodios mentales internos da cuenta de las

interacciones comunicativas que tenemos con otros usuarios del lenguaje. Adoptar el

inferencialismo es, por lo tanto, un intento de dar cuenta de la innegable constitución

intersubjetiva del pensamiento humano. La aplicación de conceptos no presupone, a

diferencia de Kant, una constitución trascendental universal y necesaria de todo psiquismo

humano; más bien, como sugiere Sellars, el empleo de conceptos da cuenta de nuestra

segunda naturaleza lingüística, la cual, si bien puede ser descrita y explicada en términos

naturalizados o físico-causales, es irreductiblemente normativa y social. Ahora, a partir de la

preeminencia de lo normativo y lo conceptual para la cognición humana, es posible

adentrarse en la reconstrucción del viraje del idealismo trascendental a la lingüística

trascendental, a partir de la actualización contemporánea que hace Sellars del giro

copernicano en términos del giro lingüístico.

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Tercer momento:

Del idealismo trascendental a la lingüística trascendental:

Kant y la Nueva Forma de las Palabras.

1. ¿Qué es la Lingüística Trascendental?

El propósito de Sellars ha consistido en repensar el idealismo trascendental según lo que él

ha denominado como la “Nueva Forma de las Palabras” (New Ways of the Words). Esta

consigna anterior es lo que Rorty denominó, posteriormente, como el giro lingüístico: la

revolución filosófica a partir de la cual se considera que “los problemas filosóficos pueden

ser resueltos (o disueltos) reformando el lenguaje o comprendiendo mejor el que usamos en

el presente” (Rorty, 1990, p. 50). En realidad, es mérito del primer Wittgenstein este viraje

filosófico, tal y como reza en el aforismo 4.112 del Tractatus: “el objetivo de la filosofía es

la clarificación lógica de los pensamientos. La filosofía no es una doctrina, sino una actividad.

(…). La filosofía debe clarificar y delimitar nítidamente los pensamientos, que de otro modo

son, por así decirlo, turbios y borrosos” (Wittgenstein, 1994, p. 65). El compromiso de Sellars

con pensar la filosofía, según la nueva forma de las palabras, tiene que ver con la función

esclarecedora de filosofía, no solo acerca de la correcta constitución lógico-semántica de las

expresiones lingüísticas, sino también de las condiciones normativas y requisitos

conceptuales que aseguran su correcto uso. La primera sería tarea del nominalismo

psicológico, a partir de la cual es posible considerar las entidades abstractas como funciones

clasificatorias metalingüísticas y no como entidades sospechosas existentes en un reino

platónico de las ideas. La segunda sería una tarea propiamente normativa, a partir del modelo

explicativo suministrado por el behaviorismo verbal, el cual sea posible apreciar las reglas

de acción y las reglas de criticismo que permiten un comportamiento gobernado por patrones

a partir del correcto seguimiento de las reglas indicadas previamente.

Como sugiere Bernstein (1966a), aparte de la tensión entre naturalismo y normatividad

presente en el choque entre las imágenes científica y manifiesta del ser humano en el mundo,

en Sellars también hay un ánimo conciliatorio entre una concepción semántica y pragmática

de los fines lógico-epistémicos del lenguaje42. El intento de Sellars de ofrecer una visión

estereoscópica, la cual integra la imagen manifiesta y la imagen científica, busca integrar los

dos polos que han caracterizado a la filosofía analítica y ofrecer así una perspectiva sintética

y coherente. Ahora bien, ¿qué es lo que Sellars está entendiendo como una lingüística

trascendental? El propósito de la lingüística trascendental es el de detallar los usos

epistemológicos del lenguaje humano, tanto en su dimensión semántica-clasificatoria como

en su dimensión pragmática-normativa. En su sentido habitual, la lingüística es el estudio de

42 Como sugiere Bernstein, “la filosofía de Sellars es precisamente un intento por sintetizar los polos opuestos representados por el Wittgenstein temprano y el tardío dentro de una perspectiva singular y coherente. Mucho de lo que Sellars ha dicho acerca de la lógica y estructura de la imagen manifiesta puede ser leído como un comentario e interpretación a las Investigaciones filosóficas, mientras que mucho de lo que Sellars ha dicho acerca de la estructura lógica de la imagen científica está basado en su lectura del Tractatus” (1966a, p. 143).

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95

los lenguajes naturales, de su estructura comunicativa y del sistema cognitivo que las hace

posible. Por su parte, en su acepción kantiana, el adjetivo de trascendental alude a las

condiciones de posibilidad de todo conocimiento, es decir, las formas a priori del

conocimiento humano, tanto las formas puras de la intuición (espacio y tiempo) como los

conceptos puros del entendimiento humano (las categorías). Por ende, la influencia kantiana

en el pensamiento sellarsiano puede apreciarse como una transición del idealismo

trascendental a la lingüística trascendental. Como bien sugiere Amaral, “aunque Kant hable

en términos ontológicos mientras que Sellars habla en términos lingüísticos, uno puede ver

la sombra del idealismo trascendental de Kant en la idea de un mapa” (Amaral en KPT, 2002,

p. xiii). Tiene sentido apreciar la transición de un plano ontológico a un plano lingüístico, ya

que Sellars asume la idea de los conceptos como condiciones de posibilidad del conocimiento

humano, pero no asume los compromisos metafísicos menos atractivos de Kant, tales como

la idea de un a priori primitivo, dogmático e inexplicable (Cfr. O’Shea. 2011, p. 347), o la

idea también de un noúmeno o cosa-en-sí cuya existencia se presupone como requisito de la

afección humana, pero que resulta incognoscible para cualquier mente humana.

Adicionalmente, la idea de mapa resulta llamativa, ya que Sellars considera que un mérito

de Kant tiene que ver con que las condiciones de posibilidad del conocimiento humano hacen

posible la visión de un mundo unificado espaciotemporalmente, en virtud de lo cual sus

regularidades pueden ser rastreables y detalladas a partir del uso epistémico de los conceptos

del entendimiento humano.

A partir de lo anterior, Sellars considera que el propósito de la lingüística trascendental

es el de ser una teoría acerca de las condiciones de posibilidad del funcionamiento cognitivo

y epistémico del lenguaje en general. Este propósito de destrascendentalizar ontológicamente

la filosofía kantiana y hacerla compatible con una filosofía acorde a la nueva forma de las

palabras, es la conclusión a la que llega Sellars en su artículo titulado “Ontology, the A Priori

and Kant” (OAPK):

Implícito en la concepción del lenguaje como un sistema gobernado por reglas hay un

numero de implicaciones importantes para una epistemología orientada

lingüísticamente. Sin embargo, en lugar de desarrollar estas implicaciones directamente,

debo explorar ciertos rasgos de la epistemología de Kant que resultarán ser sus

contrapartes. Por una vez, se aprecia que el relato de Kant de las estructuras conceptuales

involucradas en la experiencia puede recibir un giro lingüístico y, purgado del

compromiso con el innatismo al que, dada su situación histórica fue dirigido

inevitablemente, se puede considerar que su teoría agrega elementos esenciales para un

análisis analítico de los recursos que un lenguaje debe tener para ser portador de

significado empírico, verdad empírica y, una vez las cosas han alcanzado su enfoque

adecuado, conocimiento empírico (OAPK, 2002, p. 268, cursiva agregada).

En este artículo se está dando cuenta de la reorientación que Sellars desea hacer del idealismo

trascendental kantiano en términos de una ‘epistemología orientada lingüísticamente’, esto

es, de las funciones y usos de los elementos lingüísticos con propósitos cognitivos. La clave

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96

está en considerar las estructuras conceptuales involucradas en la experiencia humana, no en

términos de rasgos trascendentales que caracterizan el psiquismo humano (Gemüt) o como

estructuras innatas contenidas en cualquier mente humana racional, sino más bien en

apreciarlos como funciones y reglas que se expresan y a la vez hacen posible el uso de un

lenguaje humano. Como se pudo apreciar en los momentos anteriores, la noción de a priori

recibe en Sellars un tratamiento lingüístico, pragmático y epistémico: la aprioridad sería la

cualidad de aquellos principios epistémicos que regulan normativamente las disposiciones

lingüísticas en un sistema conceptual específico. La aprioridad sería una cualidad que

correspondería a las reglas de criticismo: es decir, los deberes-ser (ought-to-bes) que

aseguran las uniformidades en la conducta lingüística de los sujetos racionales y hacen que

sus acciones tengan significado. En palabras del propio Sellars, “aunque la actividad

conceptual repose sobre un fundamento de conformidad a los deberes-ser (ought-to-bes), de

uniformidades en la conducta lingüística, estas uniformidades existen en un ambiente de

acción, epistémico o de otro tipo. Ser un usuario del lenguaje es concebirse a uno mismo

como un agente sujeto a reglas (OAPK, 2002, p. 267). A partir de este viraje lingüístico, las

reglas de criticismo, en tanto condiciones a priori, serían entonces las disposiciones

regulativas que hacen posible las transiciones lingüísticas racionales por parte de cualquier

agente que se considere asimismo usuario de dicho lenguaje.

No obstante, la finalidad epistémica de una lingüística trascendental no está únicamente

recluida a la descripción de las condiciones prescriptivas que hacen posible el correcto uso

de un lenguaje. Si bien lo anterior es fundamental, también la lingüística trascendental debe

responder a la siguiente pregunta: ¿cómo el lenguaje puede desempeñar un rol como

instrumento cognitivo? Las nociones de significado, verdad y conocimiento tienen un peso

filosófico considerable, pero la contribución del nominalismo psicológico de Sellars estriba

en considerar dichas nociones como conceptos metalingüísticos, los cuales expresan los

rasgos funcionales más generales asociados a las reglas de criticismo que regulan

concretamente el funcionamiento interno de cualquier lenguaje. La lingüística trascendental

entiende que los lenguajes humanos, en tanto sistemas complejos, no pueden reducirse a la

descripción conductista de las respuestas de los interlocutores, sino que debe dar cuenta de

las condiciones normativas necesarias para que el lenguaje se desempeñe como en efecto lo

hace. Como sugiere Sellars, “un lenguaje es una estructura de muchos niveles. No hay solo

reglas de criticismo (ought-to-bes) que conectan respuestas lingüísticas a objetos

extralingüísticos, sino de reglas de criticismo igualmente esenciales que conectan respuestas

lingüísticas a objetos lingüísticos” (Ibidem). La tarea de la lingüística trascendental consiste

entonces en dar cuenta de las funciones clasificatorias más generales de los conceptos de

significado, verdad y conocimiento. Como se expuso en el momento anterior, se trata de

postular una teoría de las categorías que asuma por pensar estas últimas como condiciones

normativas que aseguran nuestro vínculo con la realidad a partir de la mediación lingüístico-

conceptual que hacen posible. Por tal razón, en KTE Sellars considera que “la condición de

las categorías como las clasificaciones más generales de los poderes lógicos que un sistema

conceptual puede tener en orden para generar conocimiento es el corazón de la revolución

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97

kantiana” (KTE, 2002, p. 277). El paso del idealismo trascendental a la lingüística

trascendental, según la cita anterior, no es tanto suponer preeminencia ontológica del sujeto

cognoscente sobre el objeto cognoscible, tal y como podría leerse el giro copernicano, sino

más bien dar cuenta de la necesidad de un conceptualismo categorial para hacer inteligible la

experiencia del mundo, para poder hablar propiamente de conocimiento.

Sin embargo, ¿cuál es el carácter propiamente dicho de esas categorías? Es decir, ¿qué

tipo de entidades son? Sellars propone superar esta visión sustancialista de las categorías y,

en su lugar, a partir de su nominalismo psicológico, considerarlas vinculadas al conjunto de

prácticas, acciones y disposiciones normativas que constituyen cualquier lenguaje humano.

No obstante, ¿no mina acaso esta noción funcionalista y pragmatista de las expresiones

metalingüísticas cualquier intento por dar cuenta de la universalidad y objetividad del

conocimiento humano determinado por el uso cognitivo de cualquier lenguaje? Dicho de otra

manera, ¿no son acaso los lenguajes humanos sistemas naturales susceptibles de cambios,

modificaciones y contingencias históricas y socioculturales de diversa índole? O para decirlo

mejor en términos del segundo Wittgenstein, ¿no son acaso arbitrarias las reglas que

configuran cualquier lenguaje humano? No necesariamente este es el caso, ya que debe

modificarse la dimensión de la pregunta: cuando se prescinde del Mito de lo Dado,

necesariamente debe abandonarse la idea de que las representaciones lingüísticas son reflejos

fieles de los estados de cosas que designan. Adicionalmente, la objetividad y la universalidad

características de todo conocimiento humano no dependen de su adecuación fidedigna a la

realidad propia del objeto de conocimiento, sino que se trata de nociones regulativas. Por lo

tanto, la función del lenguaje como instrumento de conocimiento humano no debe concebirse

en los términos anteriores. Más bien, en tanto todo lenguaje humano es un sistema multinivel

estructurado normativamente, cuando conocemos estamos actuando de una determinada

manera. Pero, dichas actuaciones nunca son arbitrarias, aunque las reglas –como sugiere el

segundo Wittgenstein– sí puedan serlo. Para expresarlo mejor, ningún comportamiento

epistémico es arbitrario porque es significativo, esto es, está mediado normativamente por el

uso de conceptos: cuando predico de algo que es verdadero, que es cognoscible o que es

significativo, estoy aplicando las disposiciones conceptuales que avalan como legítimas las

transiciones lingüísticas a partir de las cuales se procura hacer inteligible un tipo de

experiencia determinada. Adicionalmente, dichas disposiciones conceptuales nunca son

privadas, sino que están reguladas intersubjetivamente. Una vez se ha abandonado la leyenda

intelectualista y su correlato solipsista, es posible comprender que todo tipo de agencia

epistémica presupone la asunción de criterios públicos que constatan la racionalidad y la

legitimidad de nuestras formas de conocimiento. En otros términos, cuando procuramos

conocer algo, nunca lo hacemos desde cero, sino desde un punto de partida específico. De

igual manera, no se trata de que las categorías y conceptos sean disposiciones normativas y

funcionales perennes, sino que estas son susceptibles de modificaciones, cambios y

correcciones a la luz de nuevas experiencias, de otros tipos de evidencias o gracias al carácter

autocorrectivo de los lenguajes humanos, en tanto sistemas intersubjetivos empleados por

agentes racionales y reflexivos. Por último, en tanto la lingüística trascendental es una

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98

epistemología orientada lingüísticamente, esta también está sujeta al carácter autocorrectivo

que caracteriza a toda empresa científica, en tanto puede poner en tela de juicio todas sus

tesis o alegatos, aunque no todas a la vez.

A partir de los elementos anteriores, es posible comprender mejor el interés de Sellars

en formular la tarea necesaria de una lingüística trascendental:

Para interpretar los conceptos de significado, verdad y conocimiento como conceptos

metalingüísticos relacionados con el comportamiento lingüístico (y las disposiciones

para comportarse) se trata de interpretar este último como gobernado por reglas de

criticismo (ought-to-bes) que se actualizan como uniformidades mediante la

capacitación que transmite el lenguaje de generación en generación. Por lo tanto, si las

categorías lógicas y (más ampliamente) epistémicas expresan características generales

de las reglas de criticismo (y sus uniformidades correspondientes) que son necesarias

para el funcionamiento del lenguaje como instrumento cognitivo, la epistemología, en

este contexto, se convierte en la teoría de este funcionamiento, en definitiva, lingüística

trascendental (KTE, 2002, p. 281).

Según esta definición de la lingüística trascendental, toda explicación epistemológica acerca

de cómo es posible el conocimiento debe estar necesariamente atado a una reflexión sobre el

uso del lenguaje. No obstante, Sellars sugiere pensar la relación entre los conceptos

metalingüísticos (o categorías) y las reglas de criticismo. Si bien las reglas de criticismo

suponen las reglas de acción (ought-to-dos), replicar automáticamente un comportamiento o

reproducir mecánicamente una respuesta ante ciertas circunstancias no constituye

conocimiento propiamente. El conductismo epistemológico que Rorty le atribuye a Sellars

no es un conductismo pavloviano. Como agentes racionales somos parte de una comunidad

lingüística que hace posible la transmisión y capacitación acerca de las normas y usos de un

lenguaje, pero la agencia racional requiere de una exigencia reflexiva a partir de la cual se

reconozcan las reglas, se actúe conforme a ellas y se entienda por qué se debe actuar en

conformidad con las mismas y no lo contrario. Pero, no todo uso convencional o cotidiano

que hacemos del lenguaje puede considerarse como conocimiento propiamente dicho. Para

lograr esto último, es necesario considerar entonces la relación entre las reglas de criticismo

que exigen que la conducta lingüística –y las transiciones lingüísticas que esta comporta– se

dé de una determinada manera, y las funciones metalingüísticas que hacen posible rastrear

las uniformidades semánticas entre cualquier lenguaje natural particular o un lenguaje-objeto

existente. Por tal razón, Sellars habla de una lingüística trascendental: porque se trata de

determinar las condiciones generales de posibilidad del funcionamiento epistémico o

cognitivo del lenguaje como tal.

Ahora bien, una vez Sellars ha estipulado el propósito de la lingüística trascendental,

es necesario dar cuenta de lo que esta no es y de lo que sí debe ser:

La lingüística trascendental difiere de la lingüística empírica en dos aspectos: (1) se

preocupa por el lenguaje como conforme a las normas epistémicas las cuales son, en sí

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99

mismas, formuladas en el lenguaje; (2) es general en el sentido en que lo que Carnap

describe como que la “sintaxis general” es general; es decir, no se limita al

funcionamiento epistémico de los lenguajes históricos en el mundo actual. Intenta

delinear las características generales que serían comunes al funcionamiento epistémico

de cualquier lenguaje en cualquier mundo posible. Como lo dije una vez, la

epistemología, en la “nueva forma de palabras”, es la teoría de lo que es ser un lenguaje

que trata de un mundo en el que se usa. Lejos de ser una excrecencia accidental, la

psicología trascendental de Kant es el corazón de su sistema. Él también busca las

características generales que cualquier sistema conceptual debe tener para generar

conocimiento de un mundo al que pertenece (KTE, 2002, p. 281, cursiva agregada).

Según lo expuesto por Sellars en la cita anterior, hay tres elementos complementarios con

relación a lo que es y no es la lingüística trascendental. En primer lugar, no es una lingüística

empírica porque no describe las normas gramaticales que regulan un lenguaje particular, sino

que da cuenta de su conformidad y relación con las normas epistémicas, las cuales, a su vez,

también tienen una formulación lingüística. Se trata de una aclaración interesante, porque si

bien las normas epistémicas están atadas a los usos y a las funciones expresivas de cualquier

lenguaje humano, estás no pueden ser reducidas a las normas sintácticas o gramaticales

inherentes a un lenguaje en particular. De esta forma, aunque el lenguaje en tanto instrumento

cognitivo y epistémico esté asociado a los lenguajes naturales o los lenguajes-objeto, dicha

normatividad epistémica debe ser común a todos ellos, lo que salvaguarda la universalidad,

la objetividad y la necesidad del conocimiento en tanto ideales regulativos atadas al

funcionamiento de los lenguajes, es decir, según la nueva forma de las palabras.

En segundo lugar, la lingüística trascendental es una sintaxis general, en tanto da

cuenta de las reglas generales de combinación que permiten formular enunciados lingüísticos

significativos en cualquier lenguaje. Para dar cuenta de lo anterior, se hace necesario retomar

la distinción que introduce Carnap entre metalenguaje y lenguaje-objeto. La sintaxis general

se describe en términos de lo que Carnap denominó una sintaxis lógica, cuya función es la

de dar cuenta de las reglas de combinación generales, las cuales son susceptibles de ser

analizadas en términos metalingüísticos. Por su parte, la sintaxis gramatical estaría confinada

al funcionamiento interno de un lenguaje-objeto particular. Los errores se producen, sugiere

Carnap, porque la sintaxis gramatical se distancia de la sintaxis lógica, lo que genera

proposiciones asignificativas y relaciones sintácticas indebidas entre las entidades

lingüísticas. Por su parte, el punto de Sellars es que las nociones asociadas a la obtención y

justificación del conocimiento, como la verdad o el significado, son analizables en términos

de funciones clasificatorias y de corrección semántica a nivel del metalenguaje, por lo que

dicha determinación hace posible encontrar rasgos comunes epistémicos entre los lenguajes,

independientemente de su sintaxis gramatical particular. Es en este sentido que Sellars asocia

la lingüística trascendental a la sintaxis general.

En tercer y último lugar, es interesante que Sellars considere la psicología

trascendental como el corazón del sistema kantiano. Dicha afirmación resulta polémica, ya

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100

que precisamente autores como Strawson consideran que el problema de Kant y de la CRP

es que “el lenguaje de la obra es, de principio a fin, psicológico” (Strawson, 1975, p. 17),

dado que compartimentaliza las funciones psicológicas en términos de facultades mentales y

asume el reto de asumir cómo es posible la complementariedad epistémica entre ellas, lo que

ha generado tentativas de solución insatisfactorias. Sin embargo, la lectura de Sellars es un

tanto distinta y es necesario recordar lo que Kant dice al respecto. Este último sugiere que la

“diferencia entre lo empírico y lo trascendental solo corresponde, pues, a la crítica del

conocimiento y no afecta a la relación entre este y su objeto” (Kant, 2006, A 57 – B 81). La

tarea de la psicología trascendental es crítica, en tanto determina las condiciones de

posibilidad que hacen posible toda cognición humana. No es empírica, porque su

preocupación central no es la de describir las operaciones y actividades mentales asociadas a

la cognición humana. No obstante, en lugar de vincular dichas condiciones a una complexión

trascendental inherente a la mente humana, y por lo tanto difícilmente constatable

científicamente, Sellars propone interpretar dicha psicología trascendental en términos de las

características generales que cualquier sistema conceptual debe poseer para generar

conocimiento de un mundo en el cual está inmerso. Sin embargo, Sellars sugiere que la

postura de Kant no debe ser interpretada como un mecanismo inaccesible de procesos

mentales que construyen el mundo de la experiencia a partir de las impresiones sensibles (tal

y como parece sugerir la crítica de Strawson al lenguaje psicológico empleado por Kant),

sino que debe interpretarse en términos lingüísticos. La apropiación de la filosofía kantiana

por parte de Sellars se da en los siguientes términos: las características generales que

cualquier sistema conceptual tienen para generar conocimiento de un mundo al que

pertenecen deben rastrearse a nivel lingüístico. Dicho compromiso dará paso a una de las

ideas más interesantes, pero no por ello menos polémicas, de la filosofía sellarsiana: los

pensamientos deben concebirse análogamente a las actividades lingüísticas, es decir,

pensamiento y lenguaje son indisociables entre sí.

2. La conexión entre lo conceptual y lo real.

Sellars dedica tres capítulos en SM a explorar la relación entre lo conceptual y lo real. En

efecto, una vez se ha prescindido de la versión mitológica de lo dado, ¿cómo entender el

vínculo o la relación entre lo conceptual y lo real? Para responder a este interrogante, se hace

necesario reformular los términos claves de la cuestión. La dicotomía entre sujeto y objeto

resulta sumamente problemática dadas las reminiscencias que evoca del marco general de lo

dado. En efecto, si se piensa la representación como una relación de adecuación entre una

actividad conceptual contenida en una mente individualizada y el contenido material sensible

que es organizado coherentemente por ella, claramente se trataría de un retorno indebido al

Mito de lo Dado. Esta escisión tajante entre esquema y contenido es lo que se conoce como

el tercer dogma del empirismo (Davidson), el cual también resulta incompatible con la

postura inferencialista de Sellars, según la cual solo conocemos algo cuando lo estamos

localizando en el espacio lógico de las razones. Por lo tanto, la epistemología orientada

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101

lingüísticamente que postula Sellars parte por reconocer que los conceptos ya están en el

mundo, en tanto son funciones y disposiciones normativas asociadas a los usos del lenguaje.

O como lo expresa metafóricamente Sellars, “el modo de existencia de una regla es como

una generalización escrita en carne y hueso, o nervio y tendón, más que en pluma y tinta”

(LRB, 1949, p. 5). Por lo tanto, cuando colocamos algo en el espacio lógico de las razones,

actuamos en conformidad a las demandas normativas de estas reglas encarnadas en nuestro

comportamiento humano racional. La conexión entre lo conceptual y lo real sigue pareciendo

elusiva debido a la permanencia fosilizada del Mito de lo Dado en nuestras acepciones

convencionales sobre el conocimiento humano. Pero, una vez se ha adoptado el viraje

lingüístico requerido, es posible apreciar que dichas disposiciones normativas se expresan en

el correcto seguimiento de reglas y en el uso de conceptos en las acciones y prácticas

exhibidos por las conductas reguladas de los agentes racionales que conforman las

comunidades lingüísticas. En ese orden de ideas, los conceptos son tan reales como los

átomos, las estrellas, los árboles o los perros, y la tarea de la filosofía es precisamente

comprender de qué modo las cosas, en el sentido más amplio posible de la palabra, están

relacionadas entre sí, asimismo en el sentido más amplio posible de la palabra (Cfr. PSIM,

1971, p. 9). Si bien Kant reconoce la necesidad de las estructuras conceptuales para hacer

posible todo conocimiento humano, su error consistió en ofrecerle a los conceptos puros del

entendimiento una suerte de estatuto ontológico privilegiado, aunque indeterminado. El

propósito de Sellars consiste en ofrecer un sustrato realista al conceptualismo epistémico a

partir de una consideración cuidadosa de las prácticas lingüísticas.

Sin embargo, este último propósito debe considerarse con sumo cuidado. Como

propone acertadamente Rosenberg (2007, p. 47), Sellars propone tanto una ontología positiva

como una ontología negativa: la primera vendría dada por su realismo científico, a partir del

cual asume que las entidades últimas descritas por la imagen científica son las que realmente

existen, por ejemplo, los átomos y las partículas subatómicas. La segunda correspondería a

su nominalismo psicológico, según el cual los términos universales o las entidades abstractas

no existen realmente, sino que son nombres o expresiones que existen a nivel lingüístico.

Nuevamente, surge la tensión entre el naturalismo expresado por la ontología positiva y la

normatividad asociada a la ontología negativa. ¿Cómo relacionar ambas entre sí según una

visión sinóptica? En principio, si los conceptos y las reglas existen realmente, entonces es

posible describirlos y explicarlos científicamente de diversas maneras: ya sea analizando el

comportamiento visible de los individuos, detallando los procesos neurofisiológicos

implicados en las funciones cerebrales superiores o estudiando el desarrollo evolutivo y

adaptativo de los lenguajes a partir de su vinculación con los sistemas representacionales

animales (claramente, los seres humanos somos animales también). Sin embargo, el

problema es que las funciones conceptuales y clasificatorias tienen un componente

normativo, el cual hace de ellas actividades epistémicas, pero que no pueden ser reducidas

sin más a explicaciones o descripciones físicas y causales sin correr el riesgo de incurrir en

una nueva versión de la falacia naturalista. Sin embargo, si se adopta la visión estereoscópica

como clave interpretativa, es posible ver que ambas ontologías ofrecen aproximaciones

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102

distintas, pero complementarias, ante un mismo problema. Para Sellars, es loable que la

ciencia pueda dar cuenta detalladamente de los mecanismos neurofisiológicos y evolutivos

implicados en el desarrollo y uso de conceptos; pero, adicionalmente, el nominalismo

psicológico permite rastrear dichas funciones conceptuales a nivel de todos los lenguajes

humanos, estableciendo así patrones normativos comunes que permitan pensar el

funcionamiento epistémico de las prácticas lingüísticas y su inherente carácter compartido,

es decir, intersubjetivo. Para dar cuenta de la conexión entre lo conceptual y lo real, según la

nueva forma de las palabras, Sellars propone en SM el análisis de tres nociones claves: (i)

intencionalidad, (ii) verdad y (iii) picturing. A continuación, será necesario entrar a detallar

cada una de ellas.

) Intencionalidad como intensionalidad.

Tradicionalmente, la intencionalidad se ha entendido como el rasgo constitutivo de la

conciencia en tanto es conciencia de algo. Dicho de otro modo, se considera como la

propiedad de la mente a partir de la cual está se encuentra dirigida u orientada hacia algo, sea

interno o externo. Sellars se muestra inconforme con esta definición relacional de la

intencionalidad, ya que corresponde a un correlato mental afín al Mito de lo Dado. En efecto,

dicho enfoque parte de considerar que hay dos instancias, una mente humana que se dirige

intencionalmente hacia el contenido, y este último el cual es intencionado por ella. Esta idea

de una experiencia inmediata réplica el marco general de lo dado y establece una relación de

adecuación dudosa entre una actividad consciente mental y un contenido extramental

correspondiente. Por lo tanto, el reto de Sellars consiste en pensar una noción de

intencionalidad que escape a las reminiscencias del marco general de lo dado. ¿Cómo es

posible dar cuenta de lo anterior? Nuevamente, la clave interpretativa está en considerar el

conductismo metodológico que Sellars adopta de Ryle y aplica en el desarrollo del mito del

genio Jones: pensamiento y lenguaje deben considerarse de manera analógica, por lo que los

estados mentales reflejan propiedades similares respecto a los enunciados lingüísticos. Como

sostiene Sellars:

[L]a idea de que los episodios conceptuales son análogos al discurso es una idea antigua.

(…). La interpretación del pensamiento como un ‘discurso interno’ (inner speech) ha

tomado diferentes formas, y ha sido usado para clarificar una variedad de problemas –

pertenecientes a las formas lógicas del pensamiento y la conexión del pensamiento con

las cosas. Todos estos problemas retienen su vitalidad, pero cada época tiene su

problema paradigmático, y para nuestra generación este ha sido la de lo público y de lo

privado, las relaciones conceptuales y, en particular, las prioridades involucradas en la

existencia de privilegio epistémico en el dominio público (SM, 1968, p. 67).

De acuerdo con lo anterior, Sellars tiene en mente la idea platónica del lenguaje como una

suerte de diálogo del alma, pero en lugar de comprometerse ontológicamente con dicha

consideración, propone un viraje lingüístico-metodológico para comprenderla mejor. Dicho

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103

enfoque es lo que Sellars denomina como behaviorismo verbal, el cual analiza el

pensamiento en términos de disposiciones psicológicas y conductuales por parte de los

agentes. De acuerdo con lo anterior, los estados mentales no serían una suerte de entidades

difícilmente constatables, sino que serían disposiciones a comportarse de una cierta manera,

lo que Sellars denomina como pensamientos en voz alta (thinking-out-loud)43. Esto quiere

decir que los pensamientos corresponderían a episodios análogos al uso de expresiones

lingüísticas dotadas de significado y, por ende, comunicables. Además, dado su enfoque

behaviorista, pueden ser constatados públicamente por medio de la observación.

No obstante, es necesario hacer las siguientes precisiones. En primer lugar, Sellars no

niega que el pensamiento sea un proceso complejo que tiene un correlato biológico explicable

en términos físico-causales o naturalizados, ya sea aludiendo a procesos neurofisiológicos, o

ya sea acudiendo a los métodos experimentales de la psicología cognitiva. El objetivo de

Sellars es el de proveer una teoría filosófica que dé cuenta de la manera cómo usamos los

términos mentales y de qué manera dichos términos funcionan a nivel explicativo o

descriptivo (Cfr. deVries, 2005, p. 172). En segundo lugar, el behaviorismo verbal de Sellars

debe entenderse como una réplica al cartesianismo presente en la filosofía de la mente. En

efecto, esta última no debe considerarse como una entidad susceptible de ser descrita en

términos ontológicos, sino que es un concepto operativo y funcional, el cual permite asociar

ciertas disposiciones psicológicas individuales con el comportamiento regular públicamente

observable. Para Sellars, el hecho de que los pensamientos se asuman como episodios

internos privilegiados, en tanto cada agente racional tiene un acceso privado a los mismos,

no compromete la viabilidad metodológica del behaviorismo verbal. ¿Por qué? De acuerdo

con Sellars, el mito del genio Jones ayuda a comprender que los conceptos relativos a ciertos

episodios internos, tales como las impresiones sensibles o las reflexiones introspectivas,

pueden ser primaria y esencialmente intersubjetivos (Cfr. EPM, 1971, p. 208). Esto quiere

decir que la manera como se hace referencia a dichos episodios internos ya supone el uso de

un lenguaje público, es decir, de un conjunto de conceptos que se emplean con determinada

regularidad entre los agentes racionales. El hecho de que se asuma la familiaridad y privilegio

de dichos episodios internos solo constata el dominio que los agentes tienen de las reglas y

normas que regulan el comportamiento lingüístico al interior de una determinada comunidad.

En este orden de ideas, la intencionalidad, en tanto rasgo característico de los estados

mentales, no es ajena a dicha consideración: si los estados mentales y episodios internos

pueden ser pensados como análogos frente a ciertas actuaciones verbales manifiestas,

claramente la intencionalidad también puede serlo.

43 Como clarifica Sellars en la segunda lectura de SK, “el behaviorista verbal se cree en posición de dar cuenta acerca de la concepción clásica de los pensamientos como análogos a la actividad lingüística, pero, sin embargo, esto no implica equivalentes actuales de las palabras ‘en la mente’. Él ve la teoría clásica como un intento por combinar en una imagen coherente elementos pertenecientes a categorías radicalmente diferentes de acción y propensión. Sobre todo, el modelo del behaviorismo verbal esclarece cómo sabemos acerca de los pensamientos. Porque en su modo primario de ser, los pensamientos son episodios públicamente observables: personas diciendo cosas” (SK, 1975, p. 323).

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104

A partir de lo anterior, ¿cómo pensar la intencionalidad en términos lingüísticos? Por

un lado, la intencionalidad puede apreciarse como la disposición a comportarse de cierta

manera según la metodología sugerida por el behaviorismo verbal (VB). Por ejemplo, si en

una determinada circunstancia, en condiciones estándares y confiables de observación, puede

observarse ‘una manzana roja sobre la mesa’ y exclamar lo siguiente: hay una manzana roja

sobre la mesa. En este sentido, el pensamiento se evidencia en una propensión a realizar una

exclamación articulada proposicionalmente. El punto de Sellars es que los estados mentales,

en tanto estados intencionales, tienen una estructura lingüística. En ese sentido, el error

consiste en no advertir que la intencionalidad ya se encuentra cargada semánticamente. Tal

y como menciona en el siguiente pasaje de EPM:

Con los recursos del discurso semántico, el lenguaje de nuestros ficticios antepasados ha

adquirido una dimensión que otorga una plausibilidad considerable mayor a la tesis de

que se encuentran en una situación de hablar acerca de pensamientos exactamente lo

mismo que nosotros; pues es característico de los pensamientos su intencionalidad,

referencia o carácter de acerca de, y no cabe duda de que el habla semántica acerca del

significado o la referencia de las expresiones verbales tiene la misma estructura que el

discurso mentalista relativo a aquello acerca de lo cual versen los pensamientos. De ahí

que se acreciente la inclinación a suponer que es posible retrotraer la intencionalidad de

los pensamientos a las aplicación de categorías semánticas a las actuaciones verbales

manifiestas, y a proponer una exposición ryliana modificada de las cosas, según la cual

el hablar acerca de los llamados “pensamientos” sería una manera estenográfica de

formular enunciados hipotéticos o mixtos categórico-hipotéticos acerca del

comportamiento verbal y no verbal, de modo que aquel hablar de la intencionalidad de

dichos “episodios” sería reductible, en forma correspondiente, a un hablar semántico de

sus componentes verbales (EPM, 1971, p. 193).

La noción de intencionalidad, en tanto cargada semánticamente, puede ser traducible a las

disposiciones comportamentales que se refleja en el uso de las expresiones lingüísticas que

realizan los hablantes. La comunidad de los ryleanos es un experimento mental, una conjetura

histórica hipotética, que formula Sellars para dar cuenta de cómo el aprendizaje de un

lenguaje y su esquema normativo termina siendo introyectado por los hablantes por medio

del uso diario y el adiestramiento constante en dichas pautas de conducta lingüística44. Esta

44 En el capítulo III de SM, el cual se ocupa del problema de la intencionalidad, Sellars describe dicha comunidad en los siguientes términos: “la posibilidad de describir una comunidad cuyo concepto inicial de racionalidad coincida con los conceptos pertenecientes al comportamiento lingüístico abierto (overt) y a las capacidades, disposiciones y propensiones correspondientes” (SM, 1968, p. 72). La clave está en considerar que dicho comportamiento lingüístico público refleja patrones, los cuales dan cuenta de regularidades que internalizan los agentes en tanto sujetos racionales pertenecientes a una comunidad lingüística, en la cual sus transiciones lingüísticas legítimas se encuentran validadas por las reglas de acción y las reglas de criticismo que impone su membresía a dicha comunidad. En este sentido, el pensamiento, en analogía con el lenguaje, nunca sería privado, ya que da cuenta de esta adecuación normativa implicada en el correcto seguimiento de reglas que se refleja en el comportamiento de los hablantes.

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disposición a pensar la intencionalidad de los estados mentales es análoga a la manera como

se denota la referencia de nuestras actuaciones verbales. Dicho de otra manera, pensar acerca

de algo puede guardar semejanzas con la manera en que se habla acerca de algo. No obstante,

¿cómo puede la intencionalidad de los episodios mentales internos ser reductible al hablar

semántico de los componentes verbales que le son análogos? Para Sellars, la intencionalidad

es un concepto que opera a nivel del metalenguaje y no del lenguaje-objeto, por lo que no es

única y meramente reducible a descripciones puramente fisicalistas o conductistas. En

principio, esto parece contraproducente con la aproximación metodológica propuesta en el

VB, pero Sellars considera que los pensamientos, en tanto realizaciones (performances) o

pronunciaciones (utterances) lingüísticas, reflejan no solo uniformidades en las acciones

observables públicamente (reglas de acción), sino principalmente uniformidades semánticas

(reglas de criticismo) que determinan la corrección de las acciones, expresiones y

proferencias lingüísticas emitidas por los hablantes.

A partir de lo anterior, para responder a la pregunta anterior, Sellars sugiere pensar la

intencionalidad (con ‘c’) en términos de intensionalidad (con ‘s’). Aunque es un cambio

sutil, tiene una enorme relevancia filosófica. Pero, antes de continuar se hace necesario

definir los siguientes términos: “la intensión de una expresión puede jugar el papel de

contenido conceptual, mientras que su extensión comprende todo aquello que ejemplifica ese

contenido conceptual” (Gamut, 2010, p. 17). En términos fregeanos, la intensionalidad alude

al sentido, mientras que la extensionalidad alude a la referencia. En efecto, si se toma en

cuenta la crítica al Mito de lo Dado, la prelación no puede residir en las entidades

extensionales, ya que el conocimiento no parte de la constatación directa de estos últimos y

de la abstracción inductiva de las propiedades comunes a estos. Más bien, la intensionalidad

da cuenta de las “uniformidades semánticas involucradas con los ítems extralingüísticos

apropiados” (SM, 1968, p. 82). Sin embargo, ¿no es esta uniformidad semántica una suerte

de relación entre lo mental y lo extramental que réplica el marco general de lo dado? Aunque

parezca tratarse de una relación problemática de correspondencia, la intensionalidad da

cuenta de la necesidad de las capacidades conceptuales para integrar intelectivamente los

estados de cosas ante los cuales nos vemos enfrentados. Como afirma Sellars, “mi propósito

último es argumentar que las extensiones son casos limitantes de intensiones y no pueden ser

entendidas aparte de ellos. Por lo tanto, clases, en el sentido lógico, no pueden ser entendidas

aparte de las propiedades, ni la verdad aparte de las proposiciones” (Ibidem, p. 77). A partir

de lo anterior, no se trata de un retroceso al Mito de lo Dado porque la prelación está en lo

intensional sobre lo extensional: las funciones clasificatorias o conceptuales de ciertos

términos expresan la corrección semántica de nuestras acciones lingüísticas. Aunque las

extensiones instancien las funciones intensionales propias del uso de conceptos o expresiones

con significado, las primeras solo adquieren sentido en virtud de las últimas. Dicho de otra

manera, hacemos inteligible los contenidos intencionados mentalmente a partir de las

funciones clasificatorias y normativas propias del uso de conceptos.

No obstante, dichas intensiones no están alojadas en un tercer reino de las ideas, el cual

asegure la universalidad y objetividad de las primeras. Por el contrario, Sellars vincula la

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intensionalidad con las reglas de criticismo, en tanto son deberes-ser, es decir, disposiciones

a actuar de una determinada manera, independientemente del lenguaje natural particular

involucrado. Sellars usa el ejemplo del adverbio de negación “no”:

(1) “Not” (en inglés) significa negación.

(2) “Nein” (en alemán) significa negación.

Aunque dichos adverbios no denotan algo directamente en la realidad, poseen un mismo

sentido: el de funcionar como un operador lógico-sintáctico de negación. De esta manera, los

usos de (1) y (2) en sus respectivos idiomas reflejan roles únicos, uniformidades semánticas

que son directamente asociables a situaciones extralingüísticas. En este sentido, el

nominalismo psicológico resulta compatible con el behaviorismo verbal: en efecto, las

funciones de los términos y expresiones que operan a nivel metalingüístico se reflejan en

disposiciones de adecuar el comportamiento lingüístico a las pautas normativas sugeridas por

dichas uniformidades semánticas. En ese sentido, la corrección semántica da cuenta del

carácter intersubjetivo con que opera la intensionalidad y de la prioridad conceptual de la

intensión (como una variedad del sentido) sobre la extensión (como un tipo de referencia,

denotación o designatum). En el caso de (1) y (2), si aplicamos el dispositivo de dot

quotation, se obtiene lo siguiente:

(3) “Not” (en inglés) es un •no• y “Nein” (en alemán) es un •no•.

De acuerdo con Sellars, el criterio para la aplicación de las expresiones citadas entre puntos

consiste en estar sujetas a la misma corrección semántica (semantical correctness) como las

expresiones al interior de las citas de puntos. De esta manera, la intensionalidad opera a nivel

del metalenguaje, estableciendo uniformidades semánticas que se traducen en patrones de

funciones y usos normativos comunes a diferentes lenguajes-objeto, sean naturales o

formales.

Por último, la intencionalidad en tanto intensionalidad resulta útil para integrar las

impresiones sensibles como entidades teóricas vinculables con una teoría adverbialista de la

sensación. Como Sellars recalca en EPM, las impresiones de las que habla la teoría de Jones

son estados de los perceptores y no entidades singulares (Cfr. EPM, 1971, p. 206), es decir,

no se asume la idea de que las impresiones sensibles existen como datos de los sentidos, sino

que se integran como entidades teóricas estructuralmente análogas a los estados de cosas en

el mundo ante los cuales dichas impresiones se asemejan. El punto es que la teoría

adverbialista no hace énfasis en los datos sensibles contenidos en las impresiones –es más,

no afirma que haya tal cosa–, sino que se concentra en la manera de sentir del perceptor y la

forma cómo esta se expresa lingüísticamente por medio del enunciado adverbial “sentir como

de una determinada manera” (sensing-ly). Esto significa que las sensaciones pueden

expresarse intensionalmente en términos lingüísticos, aunque no sean estados mentales

intencionales propiamente. Como sugiere O’Shea:

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107

En términos técnicos, la teoría de Sellars de la sensaciones o impresiones sensibles como

representaciones no-conceptuales implica que ellas exhiben intensionalidad sin ser

estados mentales con intencionalidad (aunque, por supuesto, los juicios perceptuales a

los cuales tale sensaciones dan lugar tendrán contenido intencional). Puesto crudamente,

desde que una sensación de rojo será una sensación de un tipo ‘de rojo’ (of red) o una

manera de sentir (sensing redly) en el sentido en que su típica causa es un objeto rojo

allí afuera, uno puede en este sentido tener una sensación de un objeto rojo sin que de

hecho haya algún objeto rojo allí afuera el cual uno haya sentido (O’Shea, 2007, p. 212).

La ventaja metodológica de asumir el pensamiento como análogo al lenguaje tiene que ver

con que es posible integrar las sensaciones como correlatos intensionales, y no intencionales,

ya que no se pueden asumir que sean estados mentales propiamente sin caer en el Mito de lo

Dado. En virtud de su carácter analógico, las sensaciones pueden integrarse discursivamente

en los reportes observacionales y juicios empíricos que hacemos acerca del mundo, y de esta

manera ejercer su función de orientación desde afuera. Pero, si las sensaciones son no-

conceptuales, ¿cómo pueden ser expresadas en términos intensionales, es decir,

conceptuales? La clave está en el carácter adverbial de esta forma de expresiones: las

sensaciones dan lugar a reportes observacionales del tipo sentir de algo (of-ness) o de sentir

de una determinada manera (sensing-ly), las cuales teóricamente dan cuenta de ciertos

patrones o condiciones estándares que las suscitan en condiciones estándares de percepción.

Por lo tanto, como postula el mito del genio Jones, el uso habitual que hacemos de las

impresiones sensibles y la manera cómo las integramos a las formas de conocimiento propias

de la imagen manifiesta, dan cuenta de la familiaridad con que se adoptaron y emplearon los

términos lingüísticos asociados, y la manera cómo se presuponen a raíz del adiestramiento y

maestría en el uso de dichos términos. Integrar el rol epistémico de las sensaciones, sin caer

de nuevo en el Mito de lo Dado, resulta concomitante con el propósito de la lingüística

trascendental de proponer una epistemología orientada lingüísticamente.

Ahora bien, cabe preguntarse lo siguiente: ¿qué relación guarda lo anterior con Kant?

En efecto, el problema de la intencionalidad está presente en la reflexión filosófica de Kant,

particularmente en la manera cómo se da cuenta de la relación entre el acto de la

representación y el contenido representado. De acuerdo con Kant, el acto de la representación

está atado a las condiciones a priori del entendimiento y la sensibilidad, mientras que el

contenido representado está asociado a la variedad intuida en la experiencia humana. El

mérito de Kant, dice Sellars, tiene que ver con que la distinción entre sensibilidad y

entendimiento rompió con el continuo sensorio-cognitivo de las tradiciones precedentes, el

cual es propio del marco general de lo dado (Cfr. Ibidem). No obstante, Sellars reprocha a

Kant el hecho de que no haya explorado más la dimensión lingüística de la intencionalidad

que puede entreverse en la mediación conceptual propia de la representación, y en lugar de

ello dedicarse a explicar el problema de la intencionalidad en términos psicológicos. Sellars

parte por considerar la afirmación kantiana de que el pensamiento tiene ante todo una

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108

estructura discursiva, esto quiere decir que las categorías semánticas aplicadas al discurso

son susceptibles de ser extrapoladas, al menos metodológicamente, al ámbito del

pensamiento (y de la intencionalidad). Claramente, la originalidad del modelo VB no puede

apreciarse plenamente como un legado kantiano, pero Sellars toma la inspiración necesaria

en la estructura kantiana de la representación y la idea de las tres síntesis, particularmente,

en la síntesis de reconocimiento en el concepto. La validez objetiva de una representación

está determinada por el uso de conceptos que hacen posible constituir un objeto cognoscible,

lo que en la lectura de Sellars implica la presencia de elementos intensionales. Algo similar

sostiene Stepanenko con respecto a Kant:

Esta síntesis [de reconocimiento en el concepto] consiste ni más ni menos que en

relacionar diversas intuiciones empíricas al referirlas a un mismo objeto. La unidad que

hace posible esto es el concepto de un objeto. Gracias a ello dos percepciones o dos

experiencias (en términos contemporáneos) pueden referir a un mismo objeto, por lo

tanto, hacen posible el reconocimiento de un singular. Por fregeano que esto parezca,

estoy convencido de que esta es la manera correcta de entender la idea central de la

Deducción trascendental que destaca en la primera edición de la Crítica de la razón pura

(Stepanenko, 2016, p. 234).

Gracias al concepto de objeto es posible pensar un elemento extralingüístico correctamente

instanciado, en términos semánticos, según la estructura propia de la forma de figuración

intensional. Los elementos extensionales, es decir, los referentes, no bastarían por si solos

para asegurar conocimiento. Por fregeano que parezca, tal y como sostiene Stepanenko, se

hace necesario la presencia de un componente intensional que aseguren el sentido común de

las experiencias, y con ello su objetividad. Dicho de otro modo, las representaciones, en tanto

estructuras intensionales, hacen posible integrar el conjunto de elementos extensionales a las

redes inferenciales del espacio lógico de las razones al dotarlos de una estructura

proposicional45. Lo que Sellars denomina como el dominio de los representables (Cfr. KPT,

45 La asociación entre pensamiento y lenguaje ha sido problematizada desde numerosas perspectivas, ya que la consideración de una intencionalidad puramente discursiva excluye otras formas de conocimiento que no tienen necesariamente una estructura conceptual. Por ejemplo, autores como Hubert Dreyfus y John Haugeland, inspirados en la analítica existencial del ser-ahí heideggeriano o en las nociones de esquema corporal y de intencionalidad operativa presentes en la fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty, consideran que es posible pensar otras formas de intencionalidad somática o prelingüísticas que den cuenta de mecanismos de cognición encarnados (embodied cognition) (Cfr. Lance, 2000, p. 118). No obstante, Sellars no excluye la posibilidad de pensar formas de intencionalidad somáticas ancladas directamente con el funcionamiento del sistema nervioso humano, por ejemplo, como ocurre con la propiocepción corporal o los arcos reflejos que se suscitan ante estímulos externos. No obstante, como bien sugiere Sachs, Sellars sostiene que solo hay una noción de intencionalidad: la de la conceptualidad, como se entiende mejor en analogía con el lenguaje. Para nosotros, la intencionalidad lingüística no solo funciona en el pensamiento sino también en la percepción misma, en forma de representaciones conceptuales intuitivas, tales como la intuición como "esto-tal" (this-such) (2014, p. 69). Si bien puede haber intencionalidad somática, para Sellars se trataría de una pseudointencionalidad, en tanto carece de una forma lingüístico-conceptual que le permita integrarse

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109

2002) corresponde al conjunto de contenidos extensionales que pueden ser actualmente

representados gracias a las propiedades semántico-intensionales del pensamiento, las cuales

están compartidas intersubjetivamente. No obstante, no debe olvidarse que la asociación

entre lenguaje y pensamiento, por problemática que parezca, tiene como un propósito

epistémico: dar cuenta de cómo articulamos lingüística y conceptualmente las formas validas

de conocimiento. Como bien lo define deVries, “Sellars dice en muchas ocasiones que el

lenguaje es anterior al pensamiento en el orden del conocimiento (ordo cognoscendi), pero

el pensamiento es anterior al lenguaje en el orden de las esencias (ordo essendi)” (deVries,

2007, p. 200). Dicha consigna no debe olvidarse, ya que así Sellars previene nuevamente

incurrir en el problema del reduccionismo en su análisis de la intencionalidad a la luz

behaviorismo verbal.

) Verdad como afirmabilidad semántica.

¿Cómo entender la corrección semántica mencionada en el apartado anterior? Sellars

considera que la verdad es un concepto del metalenguaje esencial si se quiere hablar de

conocimiento humano. Por ende, una tarea adicional de la lingüística trascendental consiste

en redefinir la noción de verdad según la nueva forma de las palabras. A partir de lo anterior,

la teoría de la verdad por correspondencia resulta inapropiada, ya que es el correlato

semántico del Mito de lo Dado. En efecto, el valor de verdad de las proposiciones no debe

definirse en virtud de su ‘adecuación directa’ a un hecho o un objeto extralingüístico. Como

afirma Sellars, una vez se ha rechazado el Mito de lo Dado, se debe “rechazar la idea de que

la estructura categorial del mundo -si es que este tiene una estructura categorial- se impone

así mismo sobre la mente al igual que un sello imprime una imagen sobre cera derretida”

(Sellars citado por O’Shea, 2007, p. 116). En ese sentido, la verdad no puede interpretarse

como una suerte de imagen impresa sobre la mente o de una suerte de reflejo fiel en el que

el contenido mental se adecua con aquel contenido extramental. En conformidad con la

lingüística trascendental, la verdad debe reinterpretarse entonces en términos lingüístico-

semánticos. De esta manera, Sellars, inspirado por la convención T de Tarski, introduce su

definición de verdad como aquello que es correctamente afirmable en términos semánticos:

La siguiente equivalencia, en su forma ordinaria:

La nieve es blanca es verdadera La nieve es blanca,

no formula identidades de sentido. Por otro lado, dichas equivalencias son

conceptualmente necesarias. La afirmación de esta necesidad conceptual que deseo

recomendar es que estas equivalencias ‘se siguen’ de la ‘definición’ de verdad en que

una proposición para ser verdadera debe ser afirmable, donde esto significa no ser capaz

de ser afirmable (lo cual debe ser una proposición después de todo) sino correctamente

apropiadamente a las redes inferenciales del espacio lógico de las razones, por lo que no puede generar conocimiento propiamente dicho.

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110

afirmable; afirmable, esto es, en concordancia con las reglas semánticas relevantes, y

sobre la base adicional, aunque no especificada, de la información que estas reglas

puedan requerir. (…). ‘Verdad’, entonces, significa semánticamente afirmable (S-

afirmable) y las variedades de la verdad corresponde a las variedades relevantes de la

regla semántica (SM, 1968, pp. 101).

Sellars, al igual que lo hizo Tarski, está proponiendo una teoría semántica de la verdad: en

efecto, el valor de la verdad no se define meramente por el conjunto de extensiones que

instancian una determinada proposición, sino por la relación de satisfacción o de adecuación

material que hacen posible las funciones intensionales a las cuales se vinculan los elementos

extensionales. Tarski consideraba que su teoría semántica de la verdad era una teoría de la

correspondencia, pero no trivial. ¿Por qué? Precisamente, porque el enunciado a la izquierda

del bicondicional (‘La nieve es blanca es verdadera’) es una expresión que opera a nivel del

metalenguaje, mientras que el enunciado a la derecha del bicondicional (‘La nieve es blanca’)

opera a nivel del lenguaje-objeto. Sellars se muestra cómodo con esta distinción, ya que él

considera igualmente que la verdad es un concepto que funciona a nivel del metalenguaje,

por lo que debe apreciarse en términos intensionales, y no en términos extensionales.

¿Cómo dar cuenta de lo anterior? Obsérvese el siguiente ejemplo provisto por Sellars

en el IV capítulo de SM:

La siguiente expresión:

(1) La •nieve es blanca• es verdadera

Tiene el sentido de:

(2) La •nieve es blanca• es S-afirmable.

Y la implicación material:

(3) Que la nieve blanca es verdadera → La nieve es blanca.

Nótese que en (1) y (2) aparece el dispositivo de dot quotation para dar cuenta de que el

enunciado “la nieva es blanca” opera a nivel del metalenguaje, por lo que funciona para

cualquier enunciado que tenga una función expresiva similar en cualquier lenguaje natural o

lenguaje objeto. Por su parte, la corrección semántica expresada en el carácter S-afirmable

de (2) permite derivar la implicación material ilustrada en (3). ¿Qué significa este

movimiento argumentativo? Como el mismo Sellars sostiene, el enunciado que está a la

derecha del condicional material es una “realización del tipo autorizado por enunciado de

verdad que está a la izquierda” (Ibidem), es una consecuencia de la definición intensional de

verdad sugerida en el paso argumentativo de (1) a (2). El propósito de Sellars con su

definición de afirmabilidad semántica es doble: por un lado, señalar que las funciones de

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111

verdad operan al nivel del metalenguaje, por lo que puede servir como un criterio para

establecer la objetividad de los enunciados a nivel general, de ahí que sea tan importante su

consideración para pensar la función epistémica del lenguaje como tal. Por otro lado, la

verdad como S-afirmable se relaciona directamente con las uniformidades semánticas que se

expresan en las transiciones lingüísticas de entrada, inferencia y salida propias de cada

lenguaje particular: (i) a nivel de las transiciones de entrada lingüística, la afirmabilidad

semántica se expresa en las respuestas perceptivas autorizadas ante ciertos de cosas, por

ejemplo, exclamar “veo una manzana roja sobre la manzana” cuando el hecho ‘la manzana

roja sobre la mesa’ sea el caso. (ii) A nivel de las transiciones intralingüísticas, la

afirmabilidad semántica se expresa en la corrección con que se usan las reglas lógicas de

inferencia para derivar conclusiones válidas entre un conjunto finito de premisas, por

ejemplo, el modus ponens. (iii) Por último, a nivel de las transiciones de salida lingüística, la

afirmabilidad semántica se expresa en el tipo de acciones o conductas que se espera que

cumplan debidamente los agentes racionales en caso de que hayan adoptado el conjunto de

reglas que configura la comunidad lingüística, por ejemplo, comportarse en conformidad con

los principios epistémicos que regulan el marco explicativo de un sistema conceptual

adoptado por los mismos agentes.

Recuérdese que para Sellars la lógica y la epistemología no son indisociables entre sí.

En ese sentido, la verdad entendida como afirmabilidad semántica resulta crucial para pensar

una epistemología orientada epistémicamente. En efecto, se trata de un criterio crucial para

dictaminar los movimientos inferenciales válidos a partir de los cuales las representaciones

conceptuales y los enunciados proposicionales pueden integrarse justificativamente en el

espacio lógico de las razones. Aquello que no sea semánticamente afirmable, no podrá

cumplir con el criterio básico necesario para poder generar conocimiento. Además, dado el

carácter normativo propio de toda empresa epistémica, la verdad como afirmabilidad

semántica da cuenta de la necesaria conformidad de las acciones de los agentes epistémicos

a un conjunto de reglas que dictamina el patrón de conducta de dichos agentes a nivel

intersubjetivo. Por lo tanto, a nivel epistemológico, la relevancia de la verdad entendida como

afirmabilidad semántica consiste en que permite determinar las uniformidades necesarias

para comprender de qué manera la agencia racional humana puede articularse a la generación

de conocimiento, y de qué manera no. Sellars define dichas uniformidades en su artículo

titulado “Verdad y “correspondencia”” (TC) así:

Las uniformidades sobre las que estoy llamando especialmente la atención se distribuyen

en dos categorías:

I. Entre enunciados. Corresponden en el nivel manifiesto a principios de inferencia a los

que se haya adherido; y su caracterización presupone, desde luego, que lleven consigo

estructuras verbales que estén conformes con las “reglas de formación” del lenguaje”.

II. Entre situaciones y enunciados. Son uniformidades del tipo que se da en el caso de que

una persona que, en presencia de un objeto verde en condiciones normales, piense, poco

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112

más o menos: “Aquí y ahora verde”, de forma que -dados nuestros supuestos- forme

espontáneamente el enunciado correspondiente (TC, 1971, p. 230).

Si consideramos que el realismo de Sellars lo obliga a no prescindir de un componente dado,

en términos de una ontología positiva, entonces apreciamos porque las uniformidades no solo

se recluyen a los movimientos intralingüísticos de validación e inferencia entre los

enunciados, sino que también deben referirse, análogamente, a las situaciones o estados de

cosas que hacen parte de la realidad. El hecho de que Sellars postule estas dos categorías

permite entender porque su filosofía no se concibe en términos de una oscilación permanente

entre el coherentismo (I) y el fundacionalismo (II). Tanto la relación entre enunciados como

entre situaciones y enunciados pueden entenderse en términos de corrección y adecuación a

la convención S-afirmable: se trata de escenarios que restringen los movimientos autorizados

que pueden realizar los agentes epistémicos. Estas uniformidades se manifiestan a nivel

práctico, en el comportamiento regular y público de los agentes, por lo que es constatable a

partir de la metodología del modelo VB: “la adhesión a un principio o norma, cualesquiera

que sean las demás cosas que conlleve, se caracteriza por cierta uniformidad de actuación”

(Ibidem, negrilla agregada). Esta uniformidad de actuación no excluye la posibilidad del

error, pero sí logra dar cuenta de que las uniformidades semánticas reflejadas en las

transiciones lingüísticas de entrada, inferencia y salida se ejecutan en conformidad con las

autorizaciones provistas por las reglas de acción y de criticismo que avalan las uniformidades

semánticamente propiamente.

Gracias a las uniformidades entre enunciados y entre situaciones y enunciados es

posible dar cuenta mejor de lo que Sellars entiende como principios epistémicos. Aunque

Sellars nunca ofrece una definición directa de los mismos, sí menciona que estos principios

pueden ser tratados como candidatos para alcanzar el estatus de verdad sintética a priori (SK,

1975, p. 345). ¿Qué quiere decir con esto? Para comprender mejor hay que desglosar la

afirmación de Sellars en virtud de los términos involucrados: (i) la verdad se entiende, como

ya se pudo apreciar, como afirmabilidad semántica; un enunciado será verdadero siempre y

cuando su proferencia esté correctamente autorizada por las reglas semánticas que regulan

las transiciones lingüísticas. (ii) Por su parte, lo sintético alude a la conexión con la

experiencia, pero una vez se ha desmitificado el marco general de lo dado, la prelación

epistémica de todo conocimiento empírico la tendrá el componente conceptual, mientras que

el componente no-conceptual desempeña exclusivamente una función de orientación desde

afuera, a partir de la cual se constriñe el alcance y uso de los conceptos. (iii) Por último, lo a

priori se entiende como conocimiento ex vi terminorum, es decir, como conocimiento en

virtud del significado de los términos involucrados; esto quiere decir que “si bien todo marco

conceptual incluye proposiciones que, aun siendo sintéticas, son verdaderas ex vi

terminorum, ningún marco de esta índole es otra cosa que uno entre muchos que compiten

en el mercado de la experiencia para que la adoptemos” (ITSA, 1971, p. 336). Recuérdese la

noción pragmática de lo a priori que Sellars recupera de Lewis y el carácter falibilista de

todo marco conceptual a la luz de la imagen peirceana de la comunidad científica. Una vez

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113

se ha estipulado el sentido sellarsiano de los términos, es posible entender porque los

principios epistémicos serían candidatos a verdades sintéticas a priori: corresponden a

postulados normativos, los cuales aseguran el alcance explicativo y la coherencia interna de

los marcos conceptuales adoptados, pero también prescriben la conducta que deben adoptar

los agentes racionales para que su comportamiento lingüístico se de en conformidad con las

uniformidades semánticas que validan las transiciones lingüísticas en términos

intersubjetivos. Nuevamente, es necesario recordar que las reglas se encuentran inscritas en

carne y hueso.

Gracias a esta nueva redefinición terminológica propuesta por Sellars, es posible pensar

tentativamente en dos candidatos a principios epistémicos:

• Con relación a (I), el principio epistémico que da cuenta de las uniformidades entre

enunciados es lo que se denomina como el principio de garantía inferencial, a partir

del cual es posible asegurar mejores relaciones de inferencia material entre

enunciados y asegurar una mayor coherencia explicativo de los marcos conceptuales

a partir del refinamiento de los procedimientos inductivos (Cfr. deVries, 2007, pp.

135-141; O’Shea, 2011, pp. 347-354).

• Con relación a (II), el principio epistémico que opera aquí y que da cuenta de las

uniformidades entre situaciones y enunciados es el ya mencionado principio de

confiabilidad perceptual, a partir del cual es legítimo realizar ciertas declaraciones

públicas o concretar ciertas disposiciones de conducta ante la presencia de

determinados estados de cosas que guardan afinidades o conformidades con las

declaraciones o disposiciones que las expresan (Cfr. O’Shea, 2007, pp. 125-136).

El análisis de la verdad en términos metalingüísticos demostró la necesaria conexión entre la

afirmabilidad semántica y el carácter del significado como uso. A partir de lo anterior, se

logró analizar las uniformidades entre enunciados y entre situaciones y enunciados en

términos de su corrección semántica y su conformidad a los principios epistémicos que

regulan los movimientos inferenciales en el caso de (I) y (II). Ahora bien, la noción verdad

como S-afirmable tiene un peso epistémico sustantivo, ya que permite la formulación y

promulgación de los principios epistémicos. Estos últimos aseguran la coherencia explicativa

de los marcos conceptuales adoptados y prescriben la conducta necesaria para que los sujetos

racionales pueden ser considerados como agentes epistémicos propiamente. En ese sentido,

la verdad no opera exclusivamente como un criterio de corrección lógico-proposicional, sino

que tiene un componente prescriptivo fundamental, ya que estipula las reglas de

comportamiento (ought-to-bes) de obligatorio cumplimiento. En ese orden de ideas, la

verdad como S-afirmable no es solo una concepción semántica de la verdad à la Tarski –el

cual rompe con ciertas resonancias míticas de lo Dado ligadas a una concepción ingenua de

la correspondencia–, sino que integra la idea pragmática del significado como uso a partir de

un fuerte compromiso normativo.

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114

Sin embargo, cabe preguntarse lo siguiente: ¿qué relación hay entre la verdad definida

en términos de afirmabilidad semántica y la influencia del idealismo trascendental kantiano

en Sellars? En primer lugar, a la pregunta qué es la verdad, Kant “presupone la definición

nominal de verdad, a saber, la conformidad del conocimiento con su objeto” (A 58 – B 82).

¿Esto quiere decir que Kant es un correspondentista con relación a la verdad? Mario Laserna

expone el problema de la verdad en la filosofía crítica de Kant como una oscilación entre dos

polos opuestos: “lo esencial es si la verdad del juicio se establece tomando en cuenta

únicamente el significado de los términos o conceptos que relaciona o si, como en el caso de

los juicios empíricos, la mente debe apoyarse en algo externo a ellos para afirmar su verdad

o falsedad” (Laserna, 1985, p. 21). La doctrina del idealismo trascendental supera dicha

oscilación al establecer la necesaria complementariedad entre los conceptos que hacen

posible las representaciones en general y el apoyo interno suministrado por la sensibilidad a

partir del cual se asume la existencia de una realidad fenoménica, accesible

cognoscitivamente para todo sujeto racional. En realidad, para Kant la adecuación del

conocimiento con su objeto precisa de la mediación conceptual para que sea posible la

representación. De lo contrario, no sería posible hablar de validez objetiva, dado que la

variedad caótica de las sensaciones no podría integrarse en tanto una unidad necesaria y

sintética. Sin embargo, si los valores de verdad de los juicios dependen de los conceptos

involucrados, eso no implica que se prescinda totalmente de cualquier referencia externa al

juicio mismo, ya que lo más interesante del giro copernicano kantiano es la mutua necesidad

que se establece entre los elementos conceptuales y el material sensible dado a la intuición.

Por lo tanto, en la teoría kantiana de la verdad, aunque sea habitualmente asociada a una

forma de relación por correspondencia, hay un elemento conceptual necesario sin el cual

sería imposible la representación válida objetivamente. A partir de lo anterior, pese a las

reminiscencias que se preservan en Kant del marco general de lo dado, puede también

apreciarse en este autor un intento por establecer una proto-teoría semántica de la verdad, en

la cual los actos sintéticos del entendimiento humano reflejan elementos intensionales que

permiten articular, en términos discursivo-proposicionales, las entidades extensionales dadas

a la intuición sensible.

En este orden de ideas, la concepción de la verdad como S-afirmable resulta compatible

con el naturalismo científico kantiano, ya que el criterio de verdad corresponde a los

movimientos lingüísticos gobernados normativamente y se reafirma la necesidad de los

elementos conceptuales-intensionales sin prescindir absolutamente de los componentes

físico-causales constitutivos del orden natural. Esta mutua compatibilidad entre normatividad

y naturalismo permite formular lo que O’Shea (2013) denomina como el meta-principio

norma-naturaleza [o regla-uniformidad]: “la adopción de los principios se ve reflejado en

uniformidades del comportamiento” (p. 466). De acuerdo con lo anterior, nociones claves

como verdad o conocimiento deben apreciarse a partir de las complejas relaciones que

establecen ciertas disposiciones pragmáticas reguladas normativamente, pero que se

encuentran limitadas por las uniformidades causales con las cuales se encuentran

directamente relacionadas. En este orden de ideas, es posible apreciar la relación entre una

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noción de la verdad como afirmabilidad semántica y los retos epistemológicos de una

lingüística trascendental: la verdad es un criterio de corrección semántica que opera al nivel

del metalenguaje, el cual se expresa tanto en las formas intensionales que hacen que un

enunciado sea correctamente afirmable, como también en las uniformidades que se aprecian

en las disposiciones prácticas de los agentes racionales y sus respectivos movimientos

lingüísticos46.

) Picturing47

Al igual que el segundo Wittgenstein, Sellars entiende el significado en términos del uso de

una palabra o de una expresión en el lenguaje. En ese sentido, la lingüística trascendental

consistiría en una empresa descriptiva acerca de los comportamientos lingüísticos reflejados

en una comunidad de habla cualquiera, pero también correspondería a una tarea prescriptiva,

en tanto estipula las reglas de criticismo y las reglas de acción de obligatorio cumplimiento

para asegurar el funcionamiento del lenguaje como un instrumento orientado

epistémicamente. Sin embargo, aunque Sellars reconoce la necesaria dimensión normativa

de nociones claves como verdad, intencionalidad y significado, se muestra reacio ante la idea

de abandonar la teoría figurativa o pictórica de la representación desarrollada por el primer

Wittgenstein. De acuerdo con la teoría pictórica, tanto el pensamiento como el lenguaje

tienen la capacidad de establecer una relación figurativa con la realidad, en tanto el lenguaje

elabora representaciones isomórficas con el mundo, entendido este último como la totalidad

de los hechos (1.1). Sin embargo, Sellars rechaza el atomismo lógico del primer Wittgenstein,

en tanto no considera que las representaciones directas con la realidad, como los reportes

observaciones o las oraciones demostrativas, puedan tomarse como premisas atómicas a

partir de las cuales construye una imagen del mundo. La metáfora visual evocada en la idea

de una relación figurativa entre la proposición y el hecho del mundo al que corresponde

parece nociva, en tanto rememora los visos del Mito de lo Dado y la idea de que las

sensaciones imprimen las propiedades o reflejan especularmente los estados de cosas

existentes en el mundo. De igual forma, Sellars rechaza la aproximación tractarista del

significado como la referencia de la proposición o el objeto denotado por esta última. En este

sentido, ¿por qué hablar de picturing a pesar de todo, después de la crítica al Mito de lo Dado

46 A partir del excesivo énfasis en el componente normativo de la verdad y del enunciado “es verdadero”, algunos exponentes de la izquierda sellarsiana como Brandom y Lance aseguran que la teoría de la verdad como S-afirmable está más cercana a lo que se conoce como una semántica del rol conceptual y han articulado esta lectura a sus propios desarrollos deflacionarios de la teoría de la verdad, como la teoría anafórica (Brandom) o la teoría pro-oracional (Lance) (Cfr. Lance, 2008). No obstante, si bien Sellars es cercano al deflacionismo en tanto no sostiene una definición sustantiva de lo que es la verdad, su lectura metalingüística de la verdad se distancia de este último en tanto no estaría exenta de un fuerte compromiso epistémico, tal y como lo indica la formulación de la lingüística trascendental y su noción de una epistemología orientada lingüísticamente a partir de la convención de la verdad como S-afirmable. 47 Una posible manera de traducir picturing sería como figuración, pero dadas las resonancias que este término tiene con la teoría pictórica de la representación del primer Wittgenstein –y en la cual se inspira Sellars– lo mejor es hacer uso del término en inglés para preservar su especificidad y originalidad.

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y de pensar el significado en términos normativos y pragmáticos de uso? Curiosamente, al

referirse al picturing, Sellars habla de “la dimensión de lo dado (giveness) que no está en

disputa” (Cfr. Seibt, 2009, p. 248). En efecto, Sellars no incurre en el Mito de lo Dado en la

formulación del picturing, ya que esta no es una relación semántica propiamente entre las

proposiciones y la realidad, sino más bien una compleja relación causal a partir de la cual es

posible elaborar ‘modelos de imágenes’ (image-models) del mundo, pero a un nivel

prelingüístico y preconceptual.

Para sustentar su punto, Sellars emplea los aspectos más atractivos de la teoría

figurativa de la representación del Tractatus al depurarla de los elementos semánticos y

descriptivos que la vinculan al marco general de lo dado. Para comprender mejor lo anterior,

deVries ofrece dos caracterizaciones de lo que el picturing es. En primer lugar, “el picturing

es una relación natural, empírica (un isomorfismo) entre objetos” (2012, p. 60). De acuerdo

con lo anterior, Sellars tiene en mente el aforismo 2.1514 del Tractatus, “la relación figurativa

consiste en las coordinaciones entre los elementos de la figura y los de las cosas” y el

aforismo 2.1515 “estas coordinaciones son, por así decirlo, los tentáculos de los elementos

de la figura con los que esta toca la realidad” (Wittgenstein, 1994, p. 25). El picturing permite

establecer una relación de anclaje entre la forma de representación y la realidad en sí, pero

dicho anclaje no asegura conocimiento per se en tanto no corresponde a una relación

semántico-proposicional que pueda integrarse al juego inferencialista de ‘dar y pedir razones’

característico del espacio lógico. Sin embargo, la clave está en considerar que se trata de una

relación isomórfica entre dos estructuras, es decir, no se trata de una relación directa de

correspondencia o de copia, sino de un nexo complejo en el cual es posible rastrear

semejanzas entre funciones, propiedades o cualidades naturales, que es lo que a Sellars le

interesa particularmente en su defensa del naturalismo. Lo anterior lleva a la segunda

caracterización del picturing propuesta por deVries: en segundo lugar, “la existencia de una

relación de picturing entre los "objetos lingüísticos naturales" (o sus contrapartes mentales

"objetos intencionales naturales") y los objetos en el mundo es, en opinión de Sellars, un

requisito trascendental para el significado empírico del lenguaje o del marco conceptual”

(deVries, 2012, p. 60). Esta relación figurativa entre lenguaje-marco conceptual y realidad-

mundo está inspirada en el aforismo 2.16, “para ser figura, pues, el hecho ha de tener algo en

común con lo figurado”, y en el aforismo 2.161, “en la figura y en lo figurado tiene que haber

algo idéntico en orden a que aquella pueda siguiera ser figura de esto”. Este elemento común

entre la figuración y lo figurado es lo que Sellars ha denominado como objeto lingüístico

natural: es algo análogo a un objeto, porque así se da cuenta de la independencia de lo

figurado respecto al sujeto en términos realistas; es lingüístico, en tanto la forma de la

figuración se encuentra ligada a las reglas semánticas y pautas de comportamiento que

regulan las transiciones lingüísticas legítimas; y es natural porque es susceptible de ser

explicado en términos naturalistas y porque el picturing opera a nivel de las relaciones físicas

y las uniformidades causales características del orden natural. Nuevamente, aquí se refleja la

doble cara de Jano: la tensión entre lo normativo y lo natural que Sellars siempre ha procurado

reconciliar sin incurrir en una forma de reduccionismo naturalista, pero sin asumir

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exclusivamente la postura contrapuesta de que la significatividad de los lenguajes y sistemas

conceptuales solo es una construcción social históricamente condicionada. En ese orden de

ideas, el picturing estaría más bien en la intersección entre el espacio lógico y el espacio

causal, o para usar la metáfora de McDowell (2009), el picturing estaría yuxtapuesto justo

en la línea que separa los hechos epistémicos de los hechos naturales.

De acuerdo con lo anterior, pese a su problematicidad, Sellars es reacio a prescindir de

la noción de picturing porque es esta última la que permite dar un tratamiento realista al

lenguaje y ofrecer una explicación naturalista de las formas de representación mediadas

conceptualmente. En efecto, la relación de picturing funciona como un requisito

trascendental para que tanto los lenguajes como los marcos conceptuales sean acerca del

(aboutness) mundo en el cual son empleados. Se trata de un gesto argumentativo similar a la

exposición del núcleo descriptivo común que reside en los diferentes tipos de reportes

observacionales o enunciados ostensivos del tipo así y asá, tal y como se expuso

anteriormente. De igual manera, hay un gesto sumamente kantiano en la idea de un ‘requisito

trascendental’. Para Kant, los conceptos sin intuiciones son vacíos, y estas últimas a su vez

precisan de un requisito externo, de una cosa-en-sí, el sentido negativo del noúmeno a partir

del cual se asegura la afección necesaria y suficiente para activar la sensibilidad humana. Sin

embargo, para Kant solo es posible el conocimiento de los fenómenos, dado que estos últimos

se encuentran configurados espaciotemporalmente por las formas puras de la sensibilidad y

su cognoscibilidad es posible en virtud de la intervención de las categorías como condiciones

de posibilidad de todo conocimiento. Si bien el picturing no asegura por sí mismo

conocimiento, establece un vínculo informacional necesario sobre el cual operan los

conceptos y que dotan de referencialidad las representaciones discursivas que elaboramos

acerca de los estados de cosas que conforman la realidad. Lo anterior está relacionado con el

rechazo de Sellars del carácter incognoscible del noúmeno, pues si bien el picturing no genera

conocimiento en sentido estricto, el tipo de relación causal compleja que esta refleja puede,

en principio, ser descrita y explicada científicamente.

Claramente, conciliar las dos caras de Jano no es tarea sencilla, pero el punto está en

considerar la relación de isomorfismo que Sellars establece entre el intelecto con lo real:

La meta que ahora me propongo consiste en sostener que en el orden real existe un

isomorfismo entre el intelecto ya desarrollado y el mundo, isomorfismo que es

condición necesaria de la intencionalidad del intelecto en cuanto significante del orden

real, pero que es menester mantener tajantemente separado de este último. Dicho de

otro modo, he de distinguir netamente entre dos cosas que inicialmente voy a

caracterizar como las dos dimensiones del isomorfismo entre el intelecto y el mundo,

que son

a) El isomorfismo en el orden real, y

b) El isomorfismo en el orden lógico.

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Me valdré del verbo “pintar” (picturing) para la primera de estas “dimensiones”, y del

verbo “significar” para la segunda; y voy a intentar hacer ver que a la raíz de la idea

de que el intelecto en cuanto significador del mundo es el intelecto en cuanto

informado de manera peculiar y única (a saber, inmaterial) por las naturalezas de las

cosas del orden real se encuentra una confusión entre significar y pintar (BBK, 1971,

p. 59).

El picturing corresponde entonces a una relación isomórfica en el orden de lo real, entendido

este último en términos de la ontología positiva de Sellars: la existencia de entidades

microfísicas sujetas a regularidades físico-causales rastreables y analizables científicamente.

Si la intencionalidad –entendidas como intensionalidad– y la verdad –entendida como

afirmabilidad semántica– daban cuenta de la prelación de lo normativo-conceptual (el orden

lógico) sobre lo físico-causal (el orden real), el picturing da preeminencia a la relación

naturalista entre el intelecto y el mundo, en tanto establece las uniformidades causales

extrínsecas ante las cuales el sujeto individual se adapta conductualmente, ya sea en términos

biológicos y/o evolutivos. Como sugiere Rosenberg (2007), el picturing está directamente

vinculado a la teoría de los sistemas representacionales animales que Sellars desarrolla en

MEV. En efecto, para Sellars “los estados de un organismo son representacionales solo sí

estos están apropiadamente conectados, directa o indirectamente, mediante la conducta o el

comportamiento” (Rosenberg, 2007, p. 110). De esta manera, es posible comprender el

picturing como una forma primitiva de representación, a partir de la cual los organismos

vivientes establecen relaciones con el mundo que, si bien no son epistémicas propiamente,

inciden notoriamente en sus predisposiciones prácticas y comportamentales. Como sugiere

Rosenberg, “la afirmación de Sellars de que los estados representacionales de un sistema

representacional animal están esencialmente conectados a las estrategias de comportamiento

para encontrar lugares (por ejemplo, su nido o guarida), objetos individuales (por ejemplo,

su compañero o descendencia), y tipos de objetos (por ejemplo, agua, comida o presa). En

este sentido que ellos constituyen un mapa” (2007, p. 110). Los mapas serían, entonces,

conjuntos de estados representacionales asociados entre sí por estructuras biológicas

cognitivas, las cuales se reflejan por medio de disposiciones conductuales que, en el caso de

los seres vivientes de orden superior, se concretan por medio del funcionamiento del sistema

nervioso central como una especie de interfaz que permite la traducción de los inputs

sensoriales en outputs behavioristas. Esta lectura naturalista no implicaría una negación del

componente normativo kantiano, en tanto el picturing funcionaría como un vaso comunicante

evolutivo entre el carácter prelingüístico y preconceptual de los estados de los sistemas

representacionales animales y su subsecuente desarrollo y complejización en disposiciones

pragmático-normativos reguladas intersubjetivamente por medio de reglas48.

48 Para mencionar un ejemplo, en su intento por establecer un diálogo entre la psicología trascendental y los avances contemporáneos en ciencias cognitivas, Kitcher propone los estudios psicológicos de John O’Keefe y Lynn Nadel, quienes ofrecen una teoría espacial de la percepción de inspiración kantiana en su obra El hipocampo como un mapa cognitivo. De acuerdo con estos autores, existen dos tipos de representación

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119

Sin embargo, la pregunta que surge es: ¿cómo se asegura la conexión epistémica entre

la noción de picturing y las mediaciones conceptuales que posibilitan el conocimiento

propiamente dicho? En efecto, el picturing por sí mismo no asegura conocimiento, pero su

articulación con las prácticas lingüísticas, conceptuales e inferenciales que aseguran al

primero no se dan en términos causales, ya que eso sería abrir la entrada a una forma de

reduccionismo epistemológico (como en el caso de la epistemología naturalizada de Quine,

por ejemplo). Este problema nunca fue resuelto satisfactoriamente por Sellars, pero por ahora

es posible proponer una alternativa de respuesta tomando en cuenta dos elementos: primero,

la consideración de que se trata de una relación isomórfica entre dos estructuras complejas,

lo que quiere decir que no es una relación ni de semejanza especular, ni de una relación causal

que se da unidireccionalmente del orden real sobre el orden lógico. Sellars ofrece una

definición robusta del picturing en los siguientes términos:

La verdad, como hemos visto, no es una relación. El picturing, por su parte, es una

relación, en efecto, una relación entre dos estructuras relacionales. Y las imágenes

(pictures), como los mapas, pueden ser más o menos adecuadas. La adecuación

concierne al ‘método de proyección’. Una imagen (candidata) sujeta a las reglas de un

método dado de proyección (el marco conceptual), la cual es una imagen correcta

(candidata exitosa), es S-afirmable con respecto al método de proyección. (…). El

concepto de una verdad básica de hecho (basic matter-of-factual- truth) no es idéntica

con el concepto de una imagen correcta, porque esta involucra la noción genérica de la

exactitud (correctness) de una aserción. Como hemos visto, el concepto de una imagen

lingüística o conceptual requiere que la imagen sea evocada por el objeto que es

figurado; y mientras la evocación de imágenes lingüísticas podría ser ‘mecánica’,

cuando pensamos acerca del carácter correcto o incorrecto de las imágenes, estamos

pensando acerca de las uniformidades que están sujetas, directa o indirectamente, a las

reglas de criticismo (SM, 1968, pp. 135-136).

Como sugiere el pasaje anterior, la relación de picturing no es de adecuación o

correspondencia directa, sino que se trata más bien de una relación compleja entre dos

estructuras que comparten la propiedad de ser relacionales. Es decir, las propiedades de las

espacial: por un lado, es posible representar espacialmente un objeto en términos de una ruta, es decir, de un conjunto de acciones secuenciales indicadas por determinaciones espaciales de ubicación con relación al sujeto; y, por otro lado, es posible también representar espacialmente un objeto en término de un mapa, esto es, en términos de un conjunto de espacios relaciones sistemáticamente entre sí por medio de un conjunto definido de reglas de transformación (Cfr. Kitcher, 1990, p. 58). Curiosamente, la Academia Sueca otorgó en el 2014 el premio Nobel de medicina y fisiología al mencionado John O’ Keefe, como también a May-Britt Moser y a Edvard Moser “por sus descubrimientos de células que constituyen un sistema de posicionamiento en el cerebro” (las llamadas células GPS). La noción de una base neurobiológica de la ubicación espacial parece tener mayor afinidad con la intuición pura de espacio y con la defensa de la noción de picturing entendida como una relación isomórfica en el orden de lo real. De igual manera, Sellars estaría conforme con estos descubrimientos, ya que dan cuenta de la interpretación naturalista que hace posible dar cuenta del funcionamiento de las cosas en términos realistas, según las pautas investigativas suministradas por el método científico.

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120

estructuras se relacionan o se asemejan entre sí de manera biyectiva. Por tal razón, O’Shea

propone mejor hablar del picturing en términos de una relación de homomorfismo, esto es,

“una compleja similitud estructural o un isomorfismo de segundo orden entre dos sistemas

físicos” (2007, p. 148). En esta noción de picturing, Sellars tiene en mente el ejemplo del

disco gramofónico que Wittgenstein expone en el aforismo 4.014: “El disco gramofónico, el

pensamiento musical, la notación musical, las ondas sonoras, están todos, unos respecto de

otros, en aquella interna relación figurativa que se mantiene entre el lenguaje y el mundo. A

todo esto es común la estructura lógica” (1994, p. 53). Hay algo que es común al disco, a

la notación musical, a las ondas de sonido y al pensamiento musical. Es este núcleo común

y compartido entre estas formas de figuración lo que le permite a Sellars asegurar que la

adopción de los principios epistémicos, reflejadas en el seguimiento de reglas, se da en

conformidad con la existencia de uniformidades causales (v.g. el meta-principio norma-

naturaleza).

Pero ¿cómo entender esta estructura lógica común entre lenguaje y mundo sin recurrir

nuevamente al Mito de lo Dado y sin asumir una forma de reduccionismo naturalista o de

constructivismo social que ofrezca preeminencia al orden natural sobre el lógico o viceversa?

El problema está en pensar la forma de figuración como una relación de exactitud total y

conformación plena, como en el cuento de Borges, El rigor de las ciencias, en el cual los

colegios de los cartógrafos levantaron un mapa del imperio que tenía exactamente el mismo

tamaño de este y se coincidía puntualmente con él. Claramente, este no es el caso aquí. Se

podría ofrecer un contraejemplo científico y biológico, mucho más simpatizante con el

naturalismo realista científico de Sellars: piénsese, por ejemplo, en un electrocardiograma.

Este último refleja una secuencia de patrones visuales que se corresponden analógicamente

con el funcionamiento eléctrico y fisiológico del sistema cardiaco. En efecto, el intervalo QT

del electrocardiograma da cuenta de los potenciales de acción que se producen a partir de la

repolarización y despolarización de las células cardiacas, pero no se trata de una imagen

directamente fiel del mecanismo histofisiológico involucrado. Sin embargo, esta exactitud

rigorista no es problemática, ya que la imagen que resulta del electrocardiograma resulta útil

para comprender el funcionamiento normal, en condiciones estándares, del corazón humano,

y detectar posibles patologías a partir de la correcta detección de anomalías. A partir de lo

anterior, se entiende porque Sellars asegura que el carácter correcto o incorrecto de una

imagen (picture) depende del método de proyección, es decir, del marco conceptual por

medio del cual se hace posible la detección de homologías entre las dos estructuras

relacionales involucradas. Pero, si bien la interpretación de esta forma de figuración está

mediada conceptualmente, las semejanzas biyectivas entre las estructuras relacionales

pueden darse mecánica o causalmente, como en el caso de los patrones de polarización y

despolarización eléctrica que se reflejan en la sucesión regulada de ondas e intervalos del

electrocardiograma. En ese sentido, la imagen resultante del proceso causal de picturing está

anclada directamente a la realidad última de las cosas, la ontología positiva de la que da

cuenta la imagen científica del mundo, pero articularla epistémicamente depende de las

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121

pautas interpretativas estipuladas por el marco conceptual empleado y las reglas de criticismo

que le son inherentes.

La reflexión sobre el picturing nace de la necesidad de Sellars de pensar acerca de la

veracidad de las proposiciones de hechos (matter-of-factual statements), en los cuales la

corrección semántica parece remitirse a un elemento dado, extralingüístico, que es necesario

redefinir según la nueva forma de las palabras. ¿Cómo dar cuenta de lo anterior? Como

hemos visto, los estados representacionales que resultan de una posible relación figurativo-

proyectiva del picturing tienen un correlato naturalista que es constatable en términos de

pautas de comportamiento generalizadas, por lo que refleja un sustrato biológico-evolutivo

común entre los sujetos racionales. Por ende, esta dimensión del picturing resulta, en

principio, armonizable con el modelo del behaviorismo verbal propuesto por Sellars. Sin

embargo, establecer esta relación concomitante entre el picturing y las reglas semánticas que

prescriben las transiciones lingüísticas de un comportamiento regulado por normas no es

tarea sencilla. Ante este enigma, Sellars ofrece la siguiente pauta interpretativa:

La elaboración de imágenes lingüísticas no es la realización (performance) de afirmar

proposiciones de hechos. El criterio de exactitud (correctness) de la realización de

proposiciones básicas acerca de hechos es la exactitud de la proposición en tanto imagen

(picture), esto es, el hecho de que coincida con la imagen que generaría el mundo-con-

el-lenguaje de acuerdo con las uniformidades controladas por las reglas semánticas del

lenguaje. Por lo tanto, la exactitud (correctness) de la imagen no se define en

términos de la exactitud de la actuación o realización (performance), sino al

contrario (SM, 1963, p. 136).

En el caso de las proposiciones de hechos, la clave está en considerar que son enunciados

con sentido, porque su corrección y precisión semántica depende de su conformidad la

exactitud de la imagen que expresan. No se trata de un retorno al marco general de lo dado,

ya que lo Sellars quiere indicar aquí es que la conformidad entre las situaciones o estados de

cosas descritos proposicionalmente y la actuación expresada en la proferencia de las

proposiciones acerca de hechos se da cuando el estado de cosas se presenta. En efecto, solo

cuando veo una manzana verde sobre el comedor puedo declarar legítimamente “veo una

manzana verde sobre el comedor”. En este ejemplo, la corrección de la actuación

(performance) expresada en la proposición anterior es válida en tanto se da en conformidad,

correctamente, con el estado de cosas que ha formado la imagen. Esta última por sí sola no

bastaría para darle valor epistémico o de verdad a la proposición acerca de hechos en el

mundo, por lo que es necesaria la mediación conceptual reflejada en las uniformidades

controladas por las reglas semánticas del lenguaje. La clave está en considerar que el

picturing se da en conformidad con las reglas semánticas que regulan el comportamiento

lingüístico y epistémico de los agentes racionales, pero no es reducible a este último. Como

sugiere Sellars, “el picturing es una compleja relación de hechos o estados de cosas, y por lo

tanto perteneciente a un ámbito muy diferente al de los conceptos de denotación y verdad”.

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122

La centralidad de la noción de picturing resulta un enigma en el estudio sistemático de

la filosofía sellarsiana, pero es posible apreciar que Sellars se muestra reacio a prescindir de

esta noción porque por medio de esta asegura el vínculo necesario entre la estructura

representacional de los lenguajes y los estados de cosas que configuran ontológicamente la

realidad. No obstante, la pregunta que cabe haberse es: ¿cómo pensar la noción de picturing

con relación al naturalismo científico kantiano? Respecto a la primera parte de la pregunta,

el picturing es el presupuesto que le permite a Sellars considerar el lenguaje en términos de

su naturalismo y de su realismo científico. La dificultad reside en pensar el picturing en clave

kantiana. Por ahora, es posible apreciar los parentescos de familia de esta noción con las ideas

kantianas de imaginación reproductiva y de síntesis de aprehensión en la intuición. Respecto

al primer punto, Kant entiende la imaginación reproductiva como las leyes empíricas de

asociación entre distintas impresiones (B 152). De acuerdo con lo anterior, el picturing sería

la fase preconceptual a partir de la cual se inicia el proceso cognitivo propiamente, en tanto

provee el material sensible necesario que luego es ordenado por medio de la actividad

sintética del entendimiento, entendida como la aplicación regulativa de conceptos.

Particularmente, en la comprensión sellarsiana del rol de la imaginación en la teoría kantiana

de la experiencia, la imaginación productiva se encuentra configurada conceptualmente, pero

la creación de modelos-de-imagen está anclada a estados de cosas (objetos o sucesos)

extralingüísticos y su configuración siempre se da en perspectiva a las uniformidades

exhibidos por estos:

[L]a conciencia perceptiva implica la construcción de modelos de imágenes sensoriales

de objetos externos. Esta construcción es obra de la imaginación que responde a la

estimulación de la retina. A partir de este punto, hablaré de estos modelos como

modelos de imagen, porque, aunque la distinción entre características vívidas y menos

vívidas del modelo es importante, es menos importante que (y está subordinada a) la

característica de perspectiva del modelo (su estructura) (IKTE, 2002, p. 423, negrilla

agregada).

Como se explicó en el capítulo anterior, los modelos de imágenes son los objetos

configurados como regulares en el espacio y el tiempo por medio de la imaginación

productiva. De acuerdo con Sellars, dichos modelos de imágenes serán integrados a las redes

inferencialistas de conocimiento por medio de la formulación conceptual de las intuiciones.

Sin embargo, gracias al picturing es posible anclar el trabajo de la imaginación, en este caso

reproductiva, a las estimulaciones externas que afectan los órganos sensoriales del perceptor.

En ese sentido, la imaginación productiva siempre opera sobre el material sensible,

aprehendido en términos isomórficos, por los mecanismos físico-causales que operan a nivel

de la relación de picturing. En ese sentido, esta noción asociada al rol reproductivo de la

imaginación permite establecer un correlato explicativo, en términos naturalistas, del rol de

la imaginación en una teoría de la experiencia en clave kantiana.

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123

En segundo lugar, la síntesis de aprehensión en la intuición permite configurar una

unidad expresada en la intuición, pero según Kant dicha aprehensión se da gracias a las

formas puras de la intuición. Como se pudo constatar en la cita de Kitcher, la posibilidad de

pensar las formas de figuración espaciales y temporales en términos de explicaciones

neurobiológicas abre la posibilidad de considerar un posible correlato naturalista de las

formas puras de la intuición sensible. Dicha tarea investigativa estaría en consonancia con la

tesis de la scientia mensura expuesta por Sellars en EPM y el carácter de complementariedad

que esta última reviste con su defensa del realismo científico. Adicionalmente, en tanto las

relaciones de picturing hacen posible la generación de mapas cognitivos entre el sujeto

racional y la realidad de la cual es parte, permite anclar las proposiciones, enunciados,

intuiciones y cualquier forma de representación conceptual a un sustrato material

independiente, llámese núcleo descriptivo u objeto lingüístico natural. Gracias a lo anterior,

aunque las aprehensiones perceptuales (perceptual takings) siempre se den en conformidad

con la perspectiva del perceptor, la cosa en sí misma a la cual se refieren o atribuyen no es

en sí misma una perspectiva:

Por lo tanto, si bien la casa de contenido no es un contenido de punto de vista, explica

(junto con ciertos otros factores) por qué tales y tales representaciones perceptivas con

contenidos que pueden incluirse bajo la rúbrica:

La-casa-desde-tal-y-tal-punto-de-vista-tiene-lugar.

Por lo tanto, el concepto de una casa como un objeto perceptible implica esencialmente

una referencia a los actos perceptivos, es decir, a las aprehensiones perceptivas de un

perceptor (KTI, 2002, p. 416).

Si bien el objeto no puede considerarse con independencia de las aprehensiones perceptivas

que reporta el observador, estas últimas tampoco pueden apreciarse como disociadas de un

objeto perceptible. La rúbrica de la casa “desde tal y tal punto de vista” da cuenta del anclaje

empírico que vincula relacionalmente la expresión lingüística con el mundo. Sin el

requerimiento conceptual necesario, dichas aprehensiones perceptivas no corresponden a

conocimiento legítimo y genuino según el inferencialismo sellarsiano. Pero, una vez se ha

hecho la distinción entre significar y pintar, es posible apreciar que las aprehensiones

perceptivas permiten la elaboración figurativa de imágenes (picturing), en tanto dan cuenta

de relaciones estructurales complejas entre estados neurofisiológicos del perceptor que

comparten ciertos patrones isomórficos de semejanza con las uniformidades físicos-causales

extrínsecas cuya presencia suscita o genera dichos estados. En ese sentido, desde la noción

de picturing resulta razonable, por lo menos, aventurar una posible lectura naturalista de la

facultar kantiana de la sensibilidad y la importancia de la orientación desde afuera

(guidedness from without) que se aprecia en una teoría de las sensaciones desprovista de los

visos del marco general de lo dado.

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124

Para responder a la pregunta sobre la conexión entre lo conceptual y lo real, Sellars propone

una redefinición de nociones epistemológicas claves según la nueva forma de las palabras.

En ese sentido, pensar la (i) intencionalidad como intensionalidad, (ii) la verdad como

afirmabilidad semántica, y (iii) el picturing como una relación isomórfica compleja entre

distintas estructuras relacionales, permite dar cuenta de los vínculos entre las prácticas

lingüísticas semánticamente reguladas y las uniformidades físico-causales del orden natural

de las cuales pretenden dar cuenta. En el caso de (i) y (ii), la lingüística trascendental tiene

la tarea de pensar dichas nociones como elementos metalingüísticos que permiten regular el

lenguaje como un instrumento epistémico. A partir del modelo del behaviorismo verbal,

Sellars postula una analogía metodológica entre el pensamiento y el lenguaje, a partir del

cual sea posible analizar las propiedades semánticas de la intencionalidad y la correcta

remisión de los estados mentales a estados de cosas en el mundo por medio de las correctas

transiciones lingüísticas que se ven reflejadas en nuestra conducta lingüística regulada

normativamente. Adicionalmente, la verdad como S-afirmable permite articular una

concepción semántica de la verdad con las demandas pragmáticas que implica considerar el

significado en términos de uso. En ese sentido, la verdad se expresa en los movimientos

lingüísticos, ya sea entre situaciones y enunciados o entre enunciados, las cuales acatan las

pautas de comportamiento estipuladas por las reglas de acción y las reglas de criticismo.

Dadas las enormes repercusiones que esta noción de verdad tiene para cualquier empresa

epistemológica o científica, dicha afirmabilidad semántica no opera a nivel de los lenguajes

naturales, sino a nivel del metalenguaje, lo que da cuenta de su aplicación universal y su

aceptación intersubjetiva. Por último, si el tratamiento que Sellars hace del conceptualismo

kantiano implica concretar un viraje de lo trascendental a lo lingüístico, la noción de picturing

implica adoptar la teoría pictórica de la representación en términos ontológicos, en tanto

forma de explicar la correlación entre el lenguaje y el mundo. Aunque la noción de picturing

es más bien un legado tractarista que una idea propiamente kantiana, esta puede articularse

con el naturalismo científico kantiano en tanto “el análisis tractarista de la predicación es el

corazón de su punto de vista [el de Sellars] sobre la ontología. El punto esencial es el de tratar

los predicados como símbolos auxiliares los cuales no tienen el puro rol semántico de

expresiones referenciales, sino que, más bien, se utilizan para lograr que las expresiones

referenciales se mantengan en ciertas relaciones” (Amaral en KPT, 2002, p. xiii). De acuerdo

con lo anterior, la noción relacional de picturing asegura un anclaje entre las expresiones

lingüísticas y las uniformidades extralingüísticas ante las cuales se encuentran orientadas las

primeras. Pero, este solo corresponde a un primer paso, ya que se requieren las funciones

conceptuales propiamente dichas para que dichas relaciones puedan dar origen al

conocimiento legítimo. Una relación denotativa o una expresión referencial directa no

asegura, piensa Sellars, un conocimiento legítimo de la realidad sino se tiene en cuenta las

pautas conceptuales necesarias para organizar la variedad dada a la sensibilidad y para actuar

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125

conforme a los deberes exigidos por la agencia epistémica racional, por ejemplo, tal y como

ocurre con la adopción de los principios epistémicos.

A partir de lo anterior, la preeminencia normativo-conceptual que Sellars ofrece a las

nociones de intencionalidad y de verdad se ve complementada con un tratamiento naturalista

ofrecido en la noción de picturing. De esta manera, se puede apreciar la mutua

complementariedad entre normatividad y naturalismo en la apuesta concreta de una

lingüística trascendental, en tanto propuesta teórico-metodológica que permita asumir los

retos y desafíos de un naturalismo científico kantiano, o como se expone aquí, un kantianismo

analítico de corte sellarsiano. Pero, ¿cómo se entiende dicho kantianismo analítico? Haag

ofrece una definición muy conveniente de este término así:

El tema de los ‘límites y fronteras’ de la inteligibilidad está estrechamente conectada,

y de hecho lo está, con lo siguiente: resulta ser más que otro punto de vista sobre el

tema de la posibilidad de referencia intencional y los límites y fronteras de dicha

referencia para los seres racionales. "Ser inteligible" significa "ser el objeto potencial

de referencia intencional por parte de seres de cierta clase". Pensar en la inteligibilidad

y sus límites y fronteras, en consecuencia, significa pensar en la referencia intencional

y sus límites y fronteras. Me gustaría sugerir que este tema de referencia intencional y

sus límites es ciertamente característico para el pensamiento de los autores que pueden

clasificarse como exponentes del kantianismo analítico [v.g. Sellars y McDowell]

(Haag, 2017, pp. 19-20).

De acuerdo con lo anterior, el kantianismo analítico de Sellars se ve reflejado en la tarea de

la lingüística trascendental de trazar los límites y fronteras –o condiciones de posibilidad para

emplear la terminología kantiana oficial– de la referencia intencional en términos de un

conceptualismo epistémico, vinculado normativamente a las prácticas sociales, por medio

del cual sea posible entender las entidades categoriales como funciones clasificatorias y

conceptuales que pueden, consiguientemente, ser explicadas en términos lingüísticos. Por tal

razón, puede Sellars considerarse un pensador kantiano de corte analítico, ya que comparte

con Kant el mismo propósito: “mirar al mundo a través de ojos funcionales”, es decir, según

las funciones clasificatorias metalingüísticas que hacen posible el uso del lenguaje como un

instrumento epistémico. Pero, en tanto pensador analítico, la perspectiva de Sellars implica

que este deba considerar que los límites y fronteras de la referencia intencional, de la

posibilidad de trazar relaciones entre representaciones discursivas y objetos y eventos

extralingüísticos, sean considerados según la nueva forma de las palabras y no según las

características trascendentales propias de la teoría kantiana de la actividad mental.

La lingüística trascendental es, entonces, la apuesta teórica y metodológica a partir de

la cual se hace posible rastrear el kantianismo analítico de Sellars: en primer lugar, los límites

y fronteras de la referencia intencional deben pensarse según las exigencias de la nueva forma

de las palabras, de ahí que sea necesario pensar la intencionalidad (en tanto intensionalidad)

y la verdad (como S-afirmable) según los roles conceptuales y funcionales que desempeñan

a nivel del metalenguaje. En segundo lugar, las funciones epistemológicas del lenguaje deben

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considerarse en términos normativos propiamente, ya que la agencia epistémica implica la

adecuación del comportamiento a ciertas pautas de conducta intersubjetivamente aceptadas,

el correcto seguimiento de reglas de acción ante determinadas uniformidades causales

estándares y la asunción reflexiva de reglas de criticismo a partir de las cuales se justifica la

obligatoriedad de cierta forma de actuación sobre cualquier otra posible. En tercer lugar, la

lingüística trascendental adopta la noción de significado como uso, por lo que la

significatividad de las expresiones lingüísticas debe apreciarse según los diversos usos

comúnmente avalados y reflejados en el comportamiento racional de los sujetos racionales,

sean agentes epistémicos o interlocutores pertenecientes a una determinada comunidad

lingüística. No obstante, esta noción pragmática de la significatividad no implica asumir que

cualquier uso del lenguaje este supeditado indefectiblemente a las contingencias o a las

arbitrariedades. Por el contrario, Sellars propone pensar en una pragmática pura para dar

cuenta de estos usos que pretenden lograr validez y aceptación universal por estar avalados

y asociados directamente a las funciones clasificatorias del metalenguaje. Por ejemplo, el

behaviorismo verbal expresado en el análisis de Sellars de la intencionalidad o las

uniformidades de comportamiento reflejadas en el correcto seguimiento de las reglas

semánticas según el meta-principio norma-naturaleza, dan cuenta de que no hay tal

arbitrariedad en los usos significativos de las expresiones lingüísticas reflejados en nuestro

comportamiento racional. En cuarto lugar, a partir de la noción de picturing, Sellars procura

anclar el kantianismo analítico a una posible explicación naturalista de los usos normativos

del lenguaje por medio del rastreo evolutivo y adaptativo de los sistemas representacionales

animales. De igual manera, el picturing resulta pertinente para la defensa del realismo

científico sellarsiano sin implicar un retorno al Mito de lo Dado, en tanto da cuenta de un

acceso relacional con una realidad ontológicamente independiente al sujeto, pero dicha

relación no se da en términos especulares o correspondentistas, sino en términos isomórficos.

De igual manera, la relación preconceptual y prediscursiva expresada en el picturing resulta

coherente con la función de orientación desde afuera que cumplen los contenidos no-

conceptuales en la filosofía sellarsiana.

En este orden de ideas, la lingüística trascendental, en tanto manifestación directa del

kantianismo analítico que insufla la epistemología sellarsiana, da cuenta del naturalismo

científico kantiano como la mejor opción interpretativa de su proyecto filosófico, en tanto la

centralidad que se le confiere a lo normativo y a lo conceptual en términos epistémicos

implica asumir una teoría del conocimiento que no retome indebidamente el marco general

de lo dado, y que a su vez haga posible pensar la mutua complementariedad entre

normatividad y naturalismo, en consonancia con el deseo de lograr una visión sinóptica del

ser humano en el universo.

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Consideraciones finales.

¿Es posible un naturalismo científico kantiano?

La vía media entre la derecha y la izquierda sellarsiana.

Hasta ahora, se ha demostrado que la adopción que realiza Sellars del idealismo trascendental

kantiano toma como criterios fundamentales tanto la crítica al marco general de lo dado, a

partir del compromiso epistémico con el conceptualismo, como también la intención de unir,

bajo una visión estereoscópica, la imagen manifiesta y la imagen científica del mundo a partir

del reconocimiento del carácter fenomenal de la primera y la superación del agnosticismo de

la cosa-en-sí a partir de la segunda. De acuerdo con lo anterior, estas demandas filosóficas

resultan centrales para Sellars. No obstante, algunos eminentes exponentes de la derecha

sellarsiana han sugerido que el kantianismo sellarsiano, presente en su acérrimo compromiso

conceptualista, compromete la viabilidad de su proyecto. Basta con mencionar algunos

ejemplos notables:

En primer lugar, Patrick Reider afirma que la relevancia que Sellars otorga a la razón

humana como guiada normativamente por conceptos, limita severamente el acceso que

podamos tener a una realidad existente independientemente de la mente (Reider, 2012, p.

39). En efecto, sugiere Reider, si la relación entre mente y mundo se da en términos de

analogías teóricas, ¿cómo asegurar la fidelidad de las representaciones que nos hacemos

acerca de la realidad? De acuerdo con Reider, “las analogías y las semejanzas son ocurrencias

mentales. Por ende, no es claro si los objetos independientes de la mente se parecen, asemejan

o son análogos a algo, mucho menos si tomamos en cuenta las formas contingentes por medio

de las cuales la mente humana concibe la realidad” (Ibidem, p. 53). En segundo lugar,

William Rottschaefer argumenta que asegurar la irreductibilidad del funcionalismo

normativista resulta incoherente con los propósitos mismos fijados por Sellars en EPM. En

particular, Rottschaefer alude al parágrafo 42 de EPM, en el cual se alude a la scientia

mensura: “la ciencia es la medida de todas las cosas, de lo que es en cuanto es, y de lo que

no es en cuanto no es”. Por lo tanto, el funcionalismo normativista debe ser explicado en

términos científicos. Según esta prerrogativa, es posible “explicar naturalistamente las

dimensiones normativas del lenguaje, el pensamiento, la percepción y la acción humana en

el contexto de las teorías científicas de la cognición humana y el comportamiento animal”

(Rottschaefer citado por O’Shea, 2011, p. 330). En tercer lugar, Johanna Seibt ofrece una

interpretación sumamente sugestiva e interesante a partir del análisis de la obra tardía de

Sellars49. Según Seibt, “una vez se ha adoptado una ontología procesual es posible integrar

la normatividad de Sellars en un esquema naturalista, en tanto modos de funcionamiento,

49 Especialmente de las Carus Lectures tituladas “Foundations for a Metaphysics of Pure Process”, publicadas en 1981. Adicionalmente, para su interpretación, Seibt se basa en un artículo escrito por Sellars de 1956 -en colaboración con Paul Meehl- titulado “The Concept of Emergence”. Personalmente, considero que la apuesta interpretativa de Seibt merece mayor estudio ya que, al igual que el naturalismo científico kantiano que se defiende aquí, resulta sumamente coherente con afirmaciones y posturas centrales a lo largo de toda la obra de Sellars.

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dispuestos en una jerarquía emergente, que van desde la mera causalidad al razonamiento

propiamente” (Seibt, 2009, p, 279). La ontología procesual mencionada aquí es la metafísica

del proceso puro, es decir, la consigna científica de que la materia está en constante

transformación, siempre tendiente a asumir evolutivamente formas más complejas de

organización. Por ende, la normatividad entonces emerge como un resultado de este proceso,

por lo que adquiere formas y funciones cada vez más complejas, lo que le da su carácter de

aparente irreductibilidad.

Respecto a la réplica de Reider, esta parece desconocer la función de orientación desde

afuera que cumplen las impresiones sensibles una vez se ha desmitificado el rol epistémico

de lo dado. Además, como bien sugiere deVries, la conexión prelingüística entre la mente y

la realidad se da, en términos isomórficos, gracias a lo que Sellars denomina picturing50.

Respecto a la acotación realizada por Rottschaefer, la prerrogativa de la scientia mensura de

Sellars da cuenta, en términos peirceanos, de que los métodos explicativos de las ciencias

siempre están en constante mejoramiento y están sujetos a cambios correctivos a partir de su

falibilidad constitutiva. En ese sentido, la ciencia puede describir o explicar los procesos

neurofisiológicos o físico-causales implicados en la normatividad, pero no puede dar cuenta

de por qué esta cumple un rol epistémico central. La ciencia puede detallar las causas

materiales que hacen posible el conocimiento humano, pero no puede dar cuenta de por qué

es razonable aceptar las reglas que regulan nuestro comportamiento como agentes

epistémicos racionales. Sellars replica en contra de cualquier forma de reduccionismo en los

siguientes términos:

Para mí, decir que el pensamiento es un [proceso] neurofisiológico es como decir que el

idioma español [inglés en el original] contiene ruidos como “y”, “o”, “pero”, entre otros.

La función actual del pensamiento debe ser hallado en las reglas que gobiernan las

inferencias y en las reglas que gobiernan las estructuras conceptuales del lenguaje (…)

Tenemos una noción adecuada de lo que es el pensamiento en su causa formal, lo que

puede hacer la ciencia, si puedo usar esta terminología, es darnos la causa material (…)

[L]a imagen manifiesta contiene la verdad formal y, por su parte, la ciencia puede dar

cuenta de su subestructura material (Sellars citado en O’Shea, 2011, pp. 332-333).

La metáfora con el idioma español resulta llamativa: podemos describir en términos físicos

los sonidos asociados a las palabras, ya sea como ondas mecánicas que se movilizan en un

medio físico con ciertas características, o ya sea como efectos físicos resultantes de las

vibraciones producidas por las cuerdas vocales del aparato fonador humano. Sin embargo,

ninguna de las dos explicaciones anteriores da cuenta de cómo funcionan dichas palabras al

interior de los lenguajes y de las diversas funciones que se les puede asignar dentro de los

50 Recuérdese la noción de picturing de Sellars estudiada en el momento anterior y su inspiración en la teoría pictórica o figurativa de la representación desarrollada por Wittgenstein en el Tractatus, tal y como sostiene en el aforismo 2.12: “la figura es un modelo de la realidad” (Wittgenstein, 1994, p. 23.).

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marcos conceptuales empleados (v.g. operadores lógicos, expresiones de enlace,

conjunciones gramaticales). Frente a lo anterior, la tarea explicativa y descriptiva de la

ciencia puede dar cuenta de la subestructura material implicada en el conocimiento y en el

pensamiento. Pero, aunque puede dar cuenta de cómo son las cosas, no puede prescribir

acerca del por qué deben ser así. Las formas de reduccionismo explicativo suministradas por

la ciencia pueden incurrir en el riesgo de acometer la falacia naturalista: a partir de las

descripciones y explicaciones fácticas suministradas por la ciencia, no es posible deducir las

proposiciones normativas y conceptuales que gobiernan nuestra forma de conocer51. Por

último, frente a la apuesta interpretativa de Seibt, se puede precisar que se trata de una forma

de emergentismo, por lo que las propiedades del estado de cosas resultante del proceso no

son reducibles a las propiedades o características de las partes constituyentes. En ese sentido,

aunque el proceso absoluto tenga preeminencia ontológica, la normatividad no es fácilmente

reducible a este último.

Lo que se ha puesto en evidencia es la tensión entre naturalismo y normatividad que

recorre toda la obra de Sellars y que motivan su propósito de lograr una visión estereoscópica

entre la imagen manifiesta y la imagen científica del ser humano en el universo. La tensión

al interior de la filosofía sellarsiana se evidencia entre la tesis del espacio lógico de las

razones expuesto en el parágrafo 36 de EPM, y la tesis de la scientia mensura desarrollado

en el parágrafo 42 del mismo. A nivel epistemológico, el conocimiento y el lenguaje no se

quedan relegados de esta tensión, ya que Sellars habla de la doble cara de Jano (Janus-faced)

de los lenguajes humanos: “como pertenecientes tanto al orden causal como al orden de las

razones” (Sellars citado en O’Shea, 2010, p. 467). La izquierda sellarsiana aboga a favor de

la primera tesis, la derecha lo hace en pro de la segunda. Una vez Sellars ha rechazado el

reduccionismo, la alternativa de solución consiste en ofrecer una visión estereoscópica, la

cual integre armónicamente el orden normativo del espacio lógico de las razones y las

regularidades físico-causales del orden natural. La metáfora estereoscópica con la cual se

relaciona este intento de sinopsis no resulta azarosa: un estereoscopio logra crear una imagen

tridimensional a partir de la integración de imágenes planas, pero enfocadas desde diferentes

ángulos. Lo mismo sucede con la imagen manifiesta y la imagen científica: a partir de la

mutua compaginación de elementos normativos manifiestos y explicaciones científicas es

posible configurar, paulatina y autocorrectivamente, una imagen más detallada y completa

del ser humano en el universo. No obstante, ¿cómo lograr dicha visión estereoscópica que

supere la doble cara de Jano entre normatividad y naturalismo? Sin pasar por alto la

irreductibilidad de ambas dimensiones, O’Shea propone responder a este interrogante a partir

de un naturalismo con un giro normativo, el cual parte por considerar que “las posiciones

normativas en el espacio lógico de las razones y las uniformidades causales-naturales que

ellas presuponen son dos lados mutuamente condicionados de la misma moneda” (Ibidem, p.

466). De acuerdo con esta propuesta, ni lo normativo se reduce a lo naturalizado o viceversa,

51 Algo muy similar sostiene McDowell cuando afirma que el espacio lógico de las razones no puede ser reducido al espacio natural del orden causal.

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130

pero ambas se implican mutualistamente para hacer posible el conocimiento en general: las

uniformidades y patrones físico-causales reflejadas por el orden natural son apropiados y

presupuestos por el discurso normativo. Pero, cabe la pena preguntarse: ¿cómo se integra

Kant en todo esto? El punto es precisamente que el naturalismo con un giro normativo se da

a partir de la reapropiación de la filosofía kantiana por parte de Sellars. En este orden de

ideas, O’Shea postula un naturalismo científico kantiano como una suerte de vía media para

dirimir la disputa entre las facciones de izquierda y derecha (Cfr. O’Shea, 2011, p. 327).

¿En qué consiste exactamente este naturalismo científico kantiano? Sellars considera

que el principal gesto revolucionario de Kant fue el de advertir la necesidad de los conceptos

como requisitos fundamentales que hacen posible el conocimiento de un estado de cosas

espaciotemporalmente configurada. No obstante, Sellars también considera que el error de

Kant consistió en recluir este conocimiento al ámbito fenoménico, y no comprometerse con

una posible explicación científica del ámbito nouménico en términos naturalistas. Respecto

al primer punto, la postura de Sellars es vindicatoria; pero, respecto al segundo punto, podría

decirse que su crítica es algo anacrónica dadas las circunstancias históricas del contexto de

enunciación de Kant. Por eso, la intención de Sellars es articular a Kant a sus propias

necesidades filosóficas, de las cuales una de las principales consiste en dirimir la tensión

entre normatividad y naturalismo en la conformación del conocimiento. Es necesario

descomponer la propuesta de O’Shea en sus elementos constitutivos: en primer lugar, se trata

de un naturalismo porque admite que es posible, por medio de los métodos investigativos de

las ciencias, explicar y describir los fenómenos de la realidad en términos físicos y causales.

En segundo lugar, es científico porque asume el ideal regulativo de la comunidad peirceana,

la cual entiende la ciencia como una empresa colaborativa, intersubjetiva, regulada

normativamente y que somete a estándares de corrección y de falibilidad las metodologías

empleadas y el alcance explicativo de sus teorías. En tercer lugar, es kantiano por las razones

ya expuestas:

i. El conocimiento solo es posible a partir del uso de conceptos, por medio de los cuales

podemos establecer relaciones inferenciales válidas entre los diferentes enunciados y

someterlos a los criterios de justificación del espacio lógico de las razones.

ii. No se prescinde absolutamente de los elementos no-conceptuales (como las

sensaciones), sino que estos últimos se integran a partir de la función de orientación

que pueden hacer desde afuera. Pero, se precisa que estos elementos no-conceptuales

no constituyen conocimiento válido y objetivo por sí solos.

iii. Se asume que las categorías cumplen funciones clasificatorias a partir de las cuales

es analizable la precisión y corrección del uso de conceptos. Adicionalmente, los

postulados o principios a priori no se asumen como una suerte de entidades

inmutables, relegadas a un plano trascendental, sino que son principios epistémicos

que regulan las inferencias de los agentes racionales y que son susceptibles de ser

sustituidos a raíz del carácter social e históricamente configurado de nuestros marcos

normativos y sistemas conceptuales.

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131

iv. Se reconoce el requerimiento de reflexividad epistémica, a partir del cual se puede

hablar de un agente racional epistémico que no actúa solamente tanto por las reglas

como en conformidad con las mismas, ya que entiende que seguirlas es necesario para

hablar propiamente de conocimiento.

v. Se entiende que el pensamiento y el conocimiento demandan necesariamente de un

comportamiento conforme a las reglas de un lenguaje, las cuales dan cuenta de ciertas

uniformidades semánticas válidas y regulan las transiciones lingüísticas legítimas al

interior de este. El “yo pienso” que acompaña todas las representaciones da cuenta de

la adhesión a un sistema lingüístico, el cual es empleado con propósitos epistémicos.

vi. Por último, se reconoce la idealidad trascendental de la imagen manifiesta, pero esta

es susceptible de ser analizada, explicada y descrita en términos científicos, una vez

se aprecia la posibilidad de conocer la realidad nouménica a partir de la adopción del

realismo científico y la superación del agnosticismo kantiano de la cosa-en-sí.

Por estas razones, el naturalismo con un giro normativo reconoce que “el marco conceptual

y normativo de las personas es lógicamente irreductible, pero causalmente reductible a la

ontología categorial del ideal de la imagen científica” (O’Shea, 2007, p. 190).

Sin embargo, vale la pena preguntarse lo siguiente: ¿por qué un defensor del realismo

científico como Sellars se inspira en el idealismo trascendental? ¿No es acaso

contraproducente integrar una forma de idealismo a una apuesta teórica que se declara

partidaria del realismo? Para responder a estos interrogantes, es necesario diferenciar el

idealismo trascendental de las formas de idealismo problemático y dogmático que Kant

rechaza abiertamente. Kant no asume, como Descartes, que es necesario dudar de todo lo

extramental; de igual manera, tampoco afirma, como Berkeley, que es imposible concebir

una realidad en sí misma, independiente de la percepción (esse est percipi). Como sostiene

Kant en su “Refutación al idealismo”, la percepción solo es posible a partir de cosas

exteriores al sujeto que las percibe, no de la simple representación mental de las mismas. Por

tal razón es necesario demostrar que “nuestra experiencia interna sólo es posible si

suponemos la experiencia externa” (Kant, 2006, B 275). De acuerdo con este punto, es

necesario suponer la existencia de cosas-en-sí, existentes independientemente del sujeto, las

cuales generan la variedad de entradas sensoriales que afectan la sensibilidad humana.

Adicionalmente, la tesis que Kant esgrime en contra de las dos formas de idealismos

mencionadas afirma que “la mera conciencia, aunque empíricamente determinada, de mi

propia existencia demuestra la existencia de los objetos en el espacio fuera mí” (Ibidem, B

276). En otras palabras, la determinación temporal de la propia existencia solo es posible a

partir de la existencia de cosas reales existentes fuera del sujeto cognoscente. Entonces, ¿por

qué Kant sostiene que solo podemos conocer los fenómenos y no los noúmenos? La

distinción trazada por Kant es más bien epistemológica (o trascendental), en lugar de

ontológica. Solo podemos conocer los fenómenos porque estos son posibles gracias a las

formas puras de la intuición, es decir, el espacio y el tiempo. Por ende, nuestro conocimiento

está limitado a la idealidad trascendental de las formas puras propias de toda sensibilidad

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humana. No obstante, es posible ‘pensar’ una cosa-en-sí, la cual es incognoscible per se, pero

que ofrece el material bruto, la realidad empírica necesaria, que se configura

espaciotemporalmente. El idealismo trascendental de Kant no niega entonces la existencia

de una realidad independiente, pero sí confisca el conocimiento que podamos tener de la

misma a su dimensión fenoménica, la cual es posible gracias a los elementos trascendentales

que conforman nuestras propias actividades mentales (intuiciones y conceptos).

El idealismo trascendental kantiano no es un idealismo en el sentido convencional: su

centralidad radica más bien ser una investigación sobre las condiciones de posibilidad de

todo conocimiento, en lugar de ser una exposición acerca de que la constitución metafísica

última de la realidad corresponde a las ideas. Aunque Kant no niega la existencia de una

realidad en sí, independiente de toda mente humana, termina por dar prelación a la idealidad

trascendental sobre la realidad empírica, y así establece los límites de la experiencia. Sellars

considera que la idealidad trascendental puede apreciarse en términos de los requerimientos

normativos y conceptuales necesarios para todo conocimiento humano, sin que ello implique

negar la existencia de una realidad independiente de quien la conciba. En este sentido, el

compromiso de Sellars con una ontología material es radical. Por tal razón, rechaza que el

conocimiento quede relegado al ámbito de los fenómenos, cuando es posible conocer también

el ámbito de los noúmenos en términos científicos. Kant aseguraba que las condiciones a

priori de la sensibilidad (las formas puras de toda intuición) y del entendimiento (los

conceptos puros) establecen los límites y alcances de lo que podemos llegar a conocer. Sellars

relocaliza estas limitaciones trascendentales en términos naturalistas: nuestra propia

constitución fisiológica limita lo que podemos conocer por nuestra propia cuenta.

Claramente, no podemos observar las partículas microfísicas que componen toda la materia,

pero la ciencia ha hecho posible el desarrollo de intermediarios epistémicos que permiten el

acceso a facetas ignotas de la realidad última de las cosas.

Precisamente, para Sellars no resulta problemática su fascinación kantiana porque el

idealismo trascendental, una vez ha sido depurado del agnosticismo del noúmeno, es

compatible con su defensa del realismo científico. No obstante, ¿cómo hacer compatible el

kantianismo analítico de Sellars con su adhesión al realismo científico? Para responder a esta

pregunta, es necesario dar cuenta de la centralidad que desempeña la ciencia para Sellars, en

tanto corresponde al marco explicativo y racional por excelencia. Su compromiso con esta

última apreciación se refleja en el parágrafo 38 de EPM:

Mas, por otra parte, quiero insistir en que la metáfora de los “cimientos” es engañosa, ya

que nos impide ver que, si bien hay una dimensión lógica en la que otras proposiciones

empíricas se apoyan en los informes de observaciones, existe otra en la que estos

descansan en aquellas. Más, por encima de todo, es engañosa debido a su carácter

estático: parece que nos obliga a escoger entre la imagen de un elefante montado sobre

una tortuga (¿qué es lo que soporta a esta?) y la de una gran serpiente hegeliana del

conocimiento que se muerde la cola (¿dónde empieza?). Ninguna de las dos, sin

embargo, nos sirven, ya que el conocimiento empírico (como su alambicada ampliación,

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133

la ciencia) es racional, pero no porque descanse en unos cimientos, sino por ser una

empresa autocorrectiva que puede poner en tela de juicio cualquier tesis o alegato,

aunque no todos a la vez (EPM, 1971, p. 183, negrilla agregada).

Una vez se ha dejado a un lado el Mito de lo Dado, resulta ilegítimo pensar la justificación

de todo conocimiento en términos de cimientos estables sobre los cuales edificar cualquier

edificio epistémico. De igual manera, una vez se ha descartado el marco general de lo dado,

no se puede asumir que el realismo científico corresponde a una suerte de realismo ingenuo,

el cual reproduce el vicio fundacionalista de considerar que aprehendemos directamente la

realidad tal y como es, o que el conocimiento repose sobre elementos que sí lo son. Muchos

descubrimientos y resultados científicos desafían constantemente la imagen manifiesta del

sentido común y, aun así, no se pone en duda su veracidad. Es posible refinar y sofisticar los

métodos y las teorías a partir de las cuales se procura conocer la realidad, pero se trata de una

tarea en constante cambio y renovación. Por tal razón, el realismo científico se entiende como

un realismo crítico, en el sentido kantiano del término, dado que constantemente reflexiona

y reformula las condiciones de posibilidad de sus propios alcances y limitaciones

epistémicas. La racionalidad de la ciencia se debe a su capacidad de autocuestionamiento, de

poner en duda sus métodos, resultados o postulados, pero no todos a la vez. Esta tarea de

autorreflexión y de autocorrección no es ni descriptiva, ni explicativa: es normativa; de ahí

que sea ‘lógicamente irreductible’ al orden de las causas naturales.

Sin embargo, hay una duda escéptica que aún permea la visión estereoscópica que

pretende lograr la vía media del naturalismo científico kantiano: ¿cómo aseguramos que

nuestro conocimiento da cuenta de cómo es la realidad como tal? Esta es la réplica de Reider

mencionada al inicio de este apartado y consiste en un problema serio. Kant evade este

problema al recluir el conocimiento válido y objetivo al ámbito de los fenómenos y no de los

noúmenos. No obstante, la tensión se agudiza mucho más en Sellars, ya que en principio la

imagen científica puede dar cuenta de la constitución ontológica última de la realidad. Pero,

no se trata de que la ciencia ofrezca una imagen especular de la realidad que procura estudiar,

ni tampoco se trata de que el esquema conceptual de la ciencia se adecúe o moldee

perfectamente al contenido del cual pretende dar cuenta52. Precisamente, estas objeciones

reproducen los visos del Mito de lo Dado y su exigencia de un fundamento último. Por otro

lado, el inferencialismo podría pensarse como un tipo particular de coherentismo, por lo que

se le podría atribuir el problema de petición de principio: ¿cuál proposición justifica a las

52 Esta escisión entre “esquema” y “contenido” es lo que Davidson (1974) denominó como el tercer dogma del empirismo. Dicho dogma sugiere que hay dos elementos diferenciados: un esquema conceptual presente en la mente humana, que organiza el contenido empírico dado a la experiencia, el cual se caracteriza por ser un material dado, amorfo y no-interpretado. Davidson sugiere que la tentación para asumir este tercer dogma es que parece ofrecer un fundamento a nuestras creencias, el cual es independiente del esquema conceptual y se encuentra anclado a una realidad independiente de este. Las resonancias de la tentación anterior con el Mito de lo Dado resultan enormes. Curiosamente, Davidson, al igual que Sellars, considera que el conocimiento debe entenderse en términos de las relaciones de justificación entre creencias, aunque su propuesta no sea plenamente afín al inferencialismo.

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134

demás? Para Sellars, precisamente no hay petición de principio porque, aunque si bien las

inferencias solo pueden justificarse entre sí, los movimientos inferenciales pueden darse en

conformidad con ciertas regularidades o condiciones estándares de fiabilidad, lo que les

confiere cierta seguridad antecedente que los inmuniza frente al problema anterior. En IM,

Sellars ofrece el siguiente ejemplo: “Cuando llueve las calles estarán mojadas, está lloviendo;

por lo tanto, las calles estarán mojadas” (IM, 2007, p. 5). El anterior ejemplo corresponde a

una inferencia material, y su veracidad no solo depende de la implicación lógica sugerida

por el condicional material (Si P entonces Q; P; entonces Q), sino también porque solo es

legítimo integrar válidamente dicha inferencia en una propuesta epistémica cuando se

conforma a las situaciones estándares a las que alude la proposición. Por lo tanto, la postura

epistemológica y científica de Sellars procura superar la oscilación entre fundacionalismo y

coherentismo. Cuando Sellars en PSIM anuncia la “primacía de la imagen científica”, no

tiene en mente una especie de positivismo comteano que asume una forma de cientificismo,

ni tampoco un reduccionismo naturalista. Más bien, su primacía se debe al hecho de que “la

imagen científica aún no está completa”, ya que “no hemos penetrado todos los secretos de

la naturaleza” (PSIM, 1971, p. 46). ¿Cómo puede algo incompleto tener primacía? Gracias

al hecho de que la ciencia es una empresa en constante desarrollo, en la que se mejoran

constantemente las descripciones y explicaciones acerca de la realidad, y en la cual se reflejan

los compromisos normativos de una comunidad de sujetos racionales, en tanto agentes

epistémicos involucrados en la conformación de conocimientos adecuados a los ideales

regulativos de objetividad y validez universal. Solo cuando hemos superado el marco general

de lo dado –y su correlato epistemológico, el fundacionalismo–, es posible entender que la

ciencia es, principalmente, una empresa sinóptica, en la cual las regularidades causales y

patrones naturales son, en aspectos cruciales, esclavos de nuestras razones gobernadas por

reglas, y a su vez las imágenes puramente descriptivas de la realidad son, en un sentido

complejo, las sombras causales de nuestras normas (O’Shea, 2010b, p. 467).

A partir de la complementariedad recíproca y de la mutua irreductibilidad entre

naturalismo y normatividad, es posible derivar las siguientes tareas:

• Una tarea explicativa, a partir de la cual se puedan ofrecer posibles explicaciones y

descripciones naturalistas del desarrollo de los marcos conceptuales epistémicos;

por ejemplo, a partir del desarrollo evolutivo de los sistemas representacionales

animales a sistemas representacionales más complejos, o a partir del estudio de los

mecanismos neurofisiológicos, psicológicos y cognitivos implicados en las

operaciones mentales avanzadas asociadas al conocer.

• Una tarea analítica, a partir de la cual sea posible dar cuenta de la razonabilidad de

aceptar ciertos principios epistémicos, de la racionalidad de asumir ciertos

compromisos normativos y de la asunción de marcos conceptuales a partir de los

cuales es posible definir qué implica ser un sujeto cognoscente (knower) y qué puede

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ser conocido (knowable). Se trata de una tarea trascendental en el sentido kantiano

de determinar las condiciones de posibilidad de todo conocimiento humano.

El naturalismo científico kantiano asume ambas tareas, por lo que se postula como la solución

más coherente a la exigencia de una visión estereoscópica entre la imagen manifiesta y la

imagen científica, sin implicar con ello un retorno al Mito de lo Dado. Ante la reticencia

fundacionalista de exigir una base sólida sobre la cual erigir el edificio del conocimiento

humano, y ante la duda escéptica de admitir la posibilidad de que las explicaciones

naturalistas y descripciones científicas bien pueden no corresponderse a cómo es la realidad

en sí, Sellars ofrece un consuelo pragmatista: es necesario atender a los efectos y a las

repercusiones prácticas que puedan tener las diversas concepciones científicas acerca de la

realidad, de sus ventajas explicativas y de su provisionalidad en virtud del desarrollo de

marcos conceptuales más amplios y coherentes. Solo basta con remitirse a la historia de los

diversos desarrollos científicos y tecnológicos, pero también de sus errores, correcciones,

precisiones y cambios, para dar cuenta de este consuelo53.

53 Resulta interesante contrastar la preeminencia normativa que Sellars confiere a la ciencia con el cuestionamiento contemporáneo que se hace de su autoridad y potestad explicativa. Desde ejemplos aparentemente inofensivos como la defensa del terraplanismo, hasta casos más radicales como el negacionismo del cambio climático y las campañas antivacunación, se ha desestimado abiertamente el peso de la evidencia científica y se ha considerado los métodos científicos como nuevos mecanismos de adoctrinamiento público. No se puede negar que la ciencia es una empresa social que puede estar influenciada por intereses económicos y políticos que ocasionan sesgos valorativos, pero Sellars no defiende una forma de dogmatismo cientificista. Precisamente, sostiene todo lo contrario: el privilegio de la ciencia tiene que ver con que su carácter autorreflexivo y autocorrectivo le permite poner en entredicho cualquier dogma posible.

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