el valor del desmerecimiento
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El valor del desmerecimiento
Este siglo, solo se han merecido acabarlo aquellos que han encontrado en el aprovechamiento del sistema, incluyendo a los demás, y de los
demás a falta de sistema, su buena ventura, su comodidosa virtud y su desmarcada posición allí donde hay que portarse con moderación y decencia.
Sería de mi agrado lamer lo que tú y él queríais, el regusto final de versátil consecuencia. Algo agria, una pizca del tiempo que se compone como el primer momento y se descompone de futuras citas recompensadas. La alegría no es un
don del poder inmaterial propio de su dueño soberano, de una eternidad que nos persigue para llevarnos y, pretendemos representar de forma terrestre. Tampoco es virtud de quienes eligen otra forma de aspiración, mucho menos modulada por
estar pendiente, siempre del peor hilo, su completa modulación.
He querido ser como tú. Eso se paga. Eso se habla. Eso se carcajea. Eso se ridiculiza. Eso se discrimina. No debo nada a nadie, ni unas cuantas lamentaciones, mucho menos lametones. Tengo la inquietud y la preocupación por reproducir mis
sensaciones sobre una superficie preparada para acoger mi insinuación escrita. Tengo templanza y paciencia, la risa es virtuosa y retratista de las semblanzas. La
tentación es la única barrera hasta la mala fe, y no es nada segura. Más bien es un peligro cuyos factores facilitadores ayudan, tras rebasarla, a reducir con maldita precisión y predisposición la percepción del temor, del recelo y la angustia; más
por lo real que por lo pasajero.
Los que tenemos miedo hemos sido desplazados siempre, y no nos merecemos acabar tarde este siglo, en la medida que sigamos dando continuidad a la negación
absoluta del sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios.
Sábado, 02 de abril de 2016Félix Sánchez
Un ciudadano más