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Ciencias Sociales y Educación, Vol. 4, Nº 8 • ISSN 2256-5000 • Julio-Diciembre de 2015 342 p. Medellín, Colombia 43 Universidad de Medellín RESUMEN Con Los orígenes del totalitarismo Hannah Arendt propuso identificar el mal radical que los regímenes totalitarios efectuaron durante la primera mitad del siglo XX. La política de la muerte de Hit- ler y Stalin llegó a ser un flagelo hacia la humanidad y causó una gran intimidación que no escatimó la violencia y la aniquila- ción total de sus opositores. La política de la muerte significa no solo exterminar la vida desde un aspecto físico sino también desde un aspecto político, demostrando la capacidad de aislar al ser humano de su espontaneidad en la esfera pública y de su innegable pluralidad en los asuntos humanos. Las ideologías políticas que antecedieron a los regímenes totalitarios influyeron en la constitución de los partidos nacionalsocialista y bolchevismo, basando su discurso y ejecución mediante aconteci- mientos históricos que no fueron ajenos a su erección. La política de la muerte fue la determinación de todo un aparato estatal para acabar con la diversidad de los hom- bres y sumergirlos en la política macabra de los regímenes totalitarios, una política basada en la muerte. Palabras clave: Hannah Arendt, política de la muerte, antisemitismo, terror totali- tarismo, nacionalsocialismo, bolchevismo. * El presente artículo es producto del primer capítulo de la tesis de Maestría en Filosofía llamada “De una po- lítica de la muerte a una política de la vida. Una mirada al pensamiento político de Hannah Arendt”. A partir de este trabajo investigativo se quiere argumentar el paso de una política de la muerte a una política de la vida desde los dos textos de la pensadora alemana: “Los orígenes del totalitarismo” y “La condición humana” revelando desde el primero la importancia de la instauración de una política de Estado a partir de la muerte, no solo una muerte física en los campos de concentración alemanes o los Gulag soviéticos sino desde la muerte política o aislamiento que los totalitarismos europeos introdujeron en la humanidad, aislándola de la esfera pública y de la pluralidad de los asuntos humanos. Con la política de la vida se pretende contrarrestar esa política de la muerte emergida de los totalitarismos europeos, donde la vida y el espacio de aparición entran a ser parte de la acción política y de la pluralidad en la esfera pública. ** Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Latinoamericana UNAULA. Candidata a magís- ter en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB). Co-investigadora del grupo Ocio, expresiones motrices y sociedad Instituto de Educación Física y Deportes de la Universidad de Antioquia. Docente de cátedra en el Tecnológico de Antioquia Institución Universitaria. Correos electrónicos: lbluisafernanda@ gmail.com; [email protected] El terror en los orígenes del totalitarismo y la política de la muerte * Luisa Fernanda Betancur Hernández ** Recibido: 25 de mayo de 2015 Enviado a pares evaluadores: 29 de mayo de 2015 Aprobado por pares evaluadores: 13 de agosto de 2015 Aprobado por comité editorial: 21 de agosto de 2015

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Ciencias Sociales y Educación, Vol. 4, Nº 8 • ISSN 2256-5000 • Julio-Diciembre de 2015 • 342 p. Medellín, Colombia 43 ▪ 

Universidad de Medellín

RESUMENCon Los orígenes del totalitarismo

Hannah Arendt propuso identificar el mal radical que los regímenes totalitarios efectuaron durante la primera mitad del siglo XX. La política de la muerte de Hit-ler y Stalin llegó a ser un flagelo hacia la humanidad y causó una gran intimidación que no escatimó la violencia y la aniquila-ción total de sus opositores. La política de la muerte significa no solo exterminar la vida desde un aspecto físico sino también desde un aspecto político, demostrando la capacidad de aislar al ser humano de su espontaneidad en la esfera pública y de su innegable pluralidad en los asuntos

humanos. Las ideologías políticas que antecedieron a los regímenes totalitarios influyeron en la constitución de los partidos nacionalsocialista y bolchevismo, basando su discurso y ejecución mediante aconteci-mientos históricos que no fueron ajenos a su erección. La política de la muerte fue la determinación de todo un aparato estatal para acabar con la diversidad de los hom-bres y sumergirlos en la política macabra de los regímenes totalitarios, una política basada en la muerte.

Palabras clave: Hannah Arendt, política de la muerte, antisemitismo, terror totali-tarismo, nacionalsocialismo, bolchevismo.

* El presente artículo es producto del primer capítulo de la tesis de Maestría en Filosofía llamada “De una po-lítica de la muerte a una política de la vida. Una mirada al pensamiento político de Hannah Arendt”. A partir de este trabajo investigativo se quiere argumentar el paso de una política de la muerte a una política de la vida desde los dos textos de la pensadora alemana: “Los orígenes del totalitarismo” y “La condición humana” revelando desde el primero la importancia de la instauración de una política de Estado a partir de la muerte, no solo una muerte física en los campos de concentración alemanes o los Gulag soviéticos sino desde la muerte política o aislamiento que los totalitarismos europeos introdujeron en la humanidad, aislándola de la esfera pública y de la pluralidad de los asuntos humanos. Con la política de la vida se pretende contrarrestar esa política de la muerte emergida de los totalitarismos europeos, donde la vida y el espacio de aparición entran a ser parte de la acción política y de la pluralidad en la esfera pública.

** Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Latinoamericana UNAULA. Candidata a magís-ter en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB). Co-investigadora del grupo Ocio, expresiones motrices y sociedad Instituto de Educación Física y Deportes de la Universidad de Antioquia. Docente de cátedra en el Tecnológico de Antioquia Institución Universitaria. Correos electrónicos: [email protected]; [email protected]

El terror en los orígenes del totalitarismo y la política de la muerte*

Luisa Fernanda Betancur Hernández**

Recibido: 25 de mayo de 2015Enviado a pares evaluadores: 29 de mayo de 2015Aprobado por pares evaluadores: 13 de agosto de 2015Aprobado por comité editorial: 21 de agosto de 2015

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ABSTRACT

With “The Origins of Totalitarianism,” Hannah Arendt proposed the identification of the radical evil that totalitarian regimes caused during the first half of the 20th century. The killing policies of Hitler and Stalin became a calamity for humanity and caused a significant intimidation in-volving violence and total annihilation of their opponents. A killing policy implies the extermination of life not only from a physical standpoint but also from a political standpoint; this policy shows the capacity to isolate human beings from their public spontaneity and their irrefutable plurality in human affairs. Political ideologies ex-

perienced before the totalitarian regimes had a strong influence on the constitution of national-socialist parties and Bolshe-vism; these ideologies based their speech and execution on historical events directly related to their erection. The killing policy was the establishment of an entire state system intended to destroy diversity of men and have them involved in the maca-bre policy of totalitarian regimes; a policy based on death.

Key words: Hannah Arendt; killing po-licy; anti-Semitism; terror; totalitarianism; national-socialism; Bolshevism.

Terror in the Origins of Totalitarianism and Killing Policy

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Introducción

La paradoja entre el discurso humanista de la Modernidad y los totalitarismos del siglo XX componen un entramado de discontinuidades entre el acontecer histórico y la vida política del continente europeo donde una política de la muerte erigida desde los Estados totalitarios provocó la deshumanización de la vida del hombre y de su aparecer político en la esfera pública. Hannah Arendt es congruente al hablar sobre el exterminio y la barbarie proporcionados por los regímenes de Adolf Hitler y Joseph Stalin, los cuales desvelaron una serie de hechos violentos hacia todo opositor o enemigo de los totalitarismos.

Las ideologías políticas del siglo XIX, como el nacionalismo, el antisemitismo y el comunismo, se constituyeron como las fuentes básicas para la incursión de los totalitarismos en la historia política de Occidente y en la conquista de la política de la muerte como estrategia de dominio y exterminio humano. Desde el siglo XIX es cuando Arendt retoma y realiza un análisis político, filosófico e histórico del antisemitismo en la nación-Estado evidenciando el nuevo estatus de la judería europea como mayores prestamistas de los Estados del continen-te y de su naciente reivindicación social en una era de revoluciones inéditas enmarcadas por los odios antijudíos y la recuperación de la identidad nacional de las naciones pangermanistas y paneslavistas. Con los imperialismos y los panmovimientos se demuestra una vez más que el hombre de la Europa occi-dental desafía su superioridad colonizando y conquistando tierras ultramarinas las cuales sirvieron de mano de obra esclavizada y de materias primas en la evolución del sistema económico capitalista y del enriquecimiento apurado de las naciones del Viejo Continente. Asimismo, los partidos políticos de principios del siglo XX que dieron pie a nuevos sistemas políticos y a nuevas ideologías establecieron el terror y la política de la muerte a partir de la barbarie y del exterminio de la vida humana.

El antisemitismo en la nación-Estado

Pocos son los hombres que saben caminar a la muerte con dignidad, y muchas veces no aquellos de quienes lo esperaríamos. Pocos son los que saben callar y respetar el silencio ajeno.

Primo Levi

La idea límite del antisemitismo ha socavado la incógnita de luchar en contra de una población que ha sido milenaria y que ha mantenido su estatus dentro del mundo y de la tradición judeocristiana. Para los judíos es evidente que la cuestión del antisemitismo ha sido un gran problema de convivencia y

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permanencia en el mundo. La historia lo revela y predice que la cuestión judía y su perennidad en el planeta siempre serán de contradicciones y diferencias con otras naciones y creencias que las miran con gran recelo.

Los judíos, los gentiles y otros grupos étnico-religiosos han destacado gran-des batallas territoriales en el Medio Oriente. No obstante, esas batallas por el poder estratégico, geográfico y económico desencadenaron la furia de todos contra todos y la convicción de que el judaísmo era un enemigo en común. El antisemitismo, como ideología de odio y animadversión, propuso la injerencia de buscar y encontrar otros motivos para combatir el poderío económico que ostentaban los semitas en todo el continente europeo. El siglo XIX fue neurálgico para el estatus social de los judíos en la nación-Estado, pero también entra a ser parte de aquellos que estaban en desacuerdo con estas políticas del gobierno de otorgarles a los judíos beneficios sociales y económicos en el territorio eu-ropeo. Los judíos palaciegos, como los llamó Hannah Arendt en su texto Los orígenes del totalitarismo, no dudaron en aceptar esta propuesta para ayudar económicamente a la nación-Estado y a su ejecución gubernamental basada en la economía capitalista. A continuación, Arendt confirma lo anteriormente dicho:

La historia del antisemitismo, como la historia del odio a los judíos es parte de la larga e intrincada historia de las relaciones entre judíos y gentiles bajo las condiciones de la dispersión judía. El interés por esta historia no existió prácticamente hasta me-diados del siglo XIX en que coincidió con el desarrollo del antisemitismo y su furiosa reacción contra la judería emancipada y asimilada, evidentemente, el peor momento posible para establecer datos históricos fiables. Desde entonces ha sido falacia común a la historiografía judía y en la no judía- aunque generalmente por razones opuestas- aislar los elementos hostiles en las fuentes cristianas y judías y recalcar la serie de catástrofes, expulsiones y matanzas que han marcado la historia judía de la misma manera que los conflictos armados y no armados, la guerra, el hambre y las epidemias han marcado la historia de Europa (Arendt, 1998, p.17).

El siglo XIX va a ser de gran envergadura para la población judía de las naciones-Estado europeas debido a que el reconocimiento hacia esta pobla-ción era inminente por su gran poder económico. La nación-Estado necesitó de los judíos esa parte económica de la cual carecía para ejecutar sus políticas nacionales y transnacionales; fue así como banqueros tan importantes como la familia de los Rotchild efectuaron una gran aceleración económica en casi todo el Viejo Continente ganándose la confianza de los hombres, del poder político y del patrocinio de estos en cuanto a la posición social del pueblo semita. La emancipación de los judíos tuvo una trascendencia precisa en las relaciones bilaterales económicas, las guerras, el imperialismo ultramarino y el pago de las deudas que eran efectivas para estos Estados europeos que añoraban la grandeza política y geográfica de sus territorios. Es así como ese estatus de privilegio entra a ser parte de la vida económica y del reconocimiento político y territorial para la judería europea.

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Los privilegios accesibles para los judíos estuvieron dentro de esa conno-tación de derechos y oportunidades en una misma escena social frente a todos aquellos que no eran judíos y que de una manera concisa compartían el mismo espacio público. El judío paria y el judío advenedizo ya no eran seres indiferentes en el decimonónico puesto que fue una época de luminismo y prosperidad para esta población y para su descendencia. La congratulación con la nación-Estado evidenció una notable exposición de la economía judía como una de las más estables del mundo, la cual procuraba delimitar elementos conjuntos e inhe-rentes a su propia organización social y al estatus que les habían cedido para una mejor libertad de producción y expansión económica. Las relaciones entre judíos y Gobiernos en el siglo XIX se recrearon aún más en el sostenimiento institucional estatal. No obstante, la venida de problemas entre las naciones europeas no hizo decaer la economía de los semitas, sino que, antes, la hizo más fuerte y próspera dentro de la historia bélica del siglo XIX.

Pero la autora agrega que la desigualdad dentro de los judíos también era un común denominador. Los judíos palaciegos no dudaron en oponerse al otorga-miento de privilegios a los judíos más pobres y con menos capacidad económica que se ubicaban en la Europa del Este; esto revela que dentro de la comunidad semita también existían la desigualdad y el atomismo social hacia su propia población. Esto radica en que el ser un judío palaciego con una gran abundancia económica no atribuía solo una religión y una creencia en común; el solo hecho de no tener mucho dinero era un obstáculo degradable para aquellos judíos que no lo poseían pero que seguían siendo judíos. En el nacionalsocialismo esto no significó la salvación de los últimos, pues seguían siendo los enemigos del sistema totalitario.

Grandes privilegios y cambios decisivos en la condición judía fueron necesaria-mente el precio del otorgamiento de tales servicios y, al mismo tiempo, el premio por grandes riesgos corridos. El mayor privilegio fue la igualdad. Cuando los Münzjuden de Federico de Prusia o los judíos palaciegos del emperador austríaco recibían mediante “privilegios generales” o “patentes” el mismo status que medio siglo más tarde ob-tendrían todos los judíos de Prusia bajo el nombre de emancipación y de igualdad de derechos; cuando a finales del siglo XVIII y en la cumbre de su riqueza, conseguían los judíos de Berlín impedir la llegada de judíos de las provincias orientales, porque no les interesaba compartir su “igualdad” con sus hermanos más pobres, a los que no consideraban sus iguales; cuando en la época de la Asamblea Nacional Francesa protestaban violentamente los judíos de Burdeos y Avignon contra el otorgamiento de la igualdad de los judíos de las provincias orientales por parte del Gobierno francés, resultaba claro que al menos los judíos no pensaban en términos de igualdad de dere-chos, sino de privilegios y libertades especiales (Arendt, 1998, p. 44).

El antisemitismo en el siglo XIX complementa una serie de sentimientos y chauvinismos exigidos en la unificación alemana. La Rusia zarista no había abdicado a este tipo de acontecimientos en el siglo XIX; sin embargo, con la

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entrada de los panmovimientos y, sobre todo, del paneslavismo y del imperia-lismo continental el antisemitismo pasa a ser uno de los referentes políticos de la nueva ola nacionalista en Europa del Este, ya que es evidente que el nacionalismo se engendrará con la entrada del bolchevismo y de la imposición del comunismo en la nueva Unión Soviética; es así, que los conceptos de anti-semitismo y nacionalismo en el siglo XIX competen a los naciones-Estado de la Europa oriental y de la Europa occidental. Las implicaciones extendidas a estas naciones-Estados configuran la participación activa de la judería europea en los asuntos monetarios especiales y en el despertar nacionalista de los panmovi-mientos de las futuras agitaciones políticas. Por tales motivos, el antisemitismo se desencadenó debido al odio de los antisemitas hacia los judíos que tenían un estatus definido por las naciones del siglo XIX. El antisemitismo demuestra una vez más que el odio hacia la judería es una ideología concreta e inmanente que queda arraigada en otras naciones del mundo. Así es como lo confirma el filósofo francés Jean Paul Sartre en su texto Reflexiones sobre la cuestión judía: “Así resulta evidente para nosotros que ningún factor externo puede inculcar en el antisemita su antisemitismo. El antisemitismo es una elección libre, to-tal y espontánea, una actitud global que no sólo se adopta con respecto a los judíos sino con respecto al hombre en general, a la historia y a la sociedad; es, al mismo tiempo, una pasión y una concepción del mundo” (Sartre, 1948, p.15), que se asimila con una gran animadversión y resentimiento como emociones fijas de este odio.

La nación-Estado tenía sus intereses particulares con respecto a los judíos, pero la aristocracia y la naciente burguesía no estaban de acuerdo con el otor-gamiento de un estatus especial a la judería europea y ni con gran desarrollo económico que estaba teniendo esta población; de igual manera, otros sectores de la sociedad también empezaron a manifestar el inconformismo hacia esta población y todo el poder que le habían adjudicado. Lo anterior comprueba que con este tipo de estatus devino un influyente antisemitismo, pero, al mismo tiempo, un naciente nacionalismo que logró conseguir el nacimiento de nuevos partidos e identidades políticas en las naciones occidentales europeas. Las unificaciones de muchas de estas naciones llegaron a permanecer constantes y pendientes de todos los acontecimientos políticos y sociales de sus territorios y de los aspectos sociales que más se destacaban en aquella época. Aunque los judíos no hacían parte de todo ese bagaje político y militar de esas naciones-Estado fue evidente la clara convergencia de su estabilidad y la relación con los Gobiernos.

Era obvio que los Gobiernos antisemitas no emplearían a los judíos en las cuestiones de la guerra y la paz. Pero la eliminación de los judíos de la escena in-ternacional tuvo un significado más general y profundo que el antisemitismo. Pre-cisamente porque los judíos habían sido empleados como un elemento no nacional,

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podían resultar valiosos en la guerra y en la paz, solo mientras en la guerra todo el mundo tratara conscientemente de mantener intactas las posibilidades de paz, sólo mientras el objetivo de todos fuera una paz de compromiso y el restablecimiento de un modus vivendi. (Arendt, 1998, p. 48)

El siglo XIX fue un siglo de evidente impacto para los judíos. Su asignación social por parte de las naciones-Estados y el prolífico antisemitismo consintieron una especial atracción para la política europea de la época. Con las actuaciones del primer ministro británico Benjamin Disraeli y su política imperial ultramarina, o el “Affaire Dreyfus” en Francia, se empezaron a disimular las primeras insinua-ciones de nacionalismos y panmovimientos. El siglo XX va a ser el gran ejecutor de los nacionalismos del finiquitado siglo XIX que demostró su gran potencia política y de movimientos sociales, y que efectuó una gran contrapartida para darles paso a los totalitarismos y a la política de la muerte.

El imperialismo y el nacionalismo en la preguerra

Hablar del imperialismo en el siglo XIX es identificar una serie de eventos histórico-políticos que no dejaron por fuera la esencia misma de lo que fue el nacionalismo. Sin lugar a dudas, la confrontación bélica entre algunos países europeos no fue excusa para que en la década de los años ochenta, de ese mismo siglo, los países occidentales comenzaran su expansión ultramarina. Continen-tes como el asiático, el africano y el de Oceanía figuraron en los nuevos mapas geográficos, y países como Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica y Holanda se hicieron acreedores de sus tierras y de su población. La figura del nuevo colono u hombre europeo trascendió en la expansión de la consigna de nuevas bús-quedas económicas y de materias primas para la ampliación de todos aquellos espacios vitales que representaban a las naciones de Europa. La asignación de territorios de la geografía africana, asiática y de Oceanía, y la correspondencia entre estas potencias de seguir una colonización y obtener esclavos o mano de obra conjugan la sevicia y la tiranía de un racismo desafiante y adyacente al nacionalismo.

La búsqueda de nuevas tierras obligó a que las naciones crearan nuevas empresas coloniales. Los dineros superfluos y la colaboración económica judía no se hicieron esperar para aquellos que tenían ansias de nuevos territorios. El imperialismo en ultramar inicia una cadena de competencias, límites y aceleraciones que obligan a los países coloniales a tener que aumentar su fuerza militar para sostener el poder y la conquista de estos territorios. Es así como la economía cumple un papel muy importante en este nuevo ciclo, pues no existió la mesura a la hora de representar a los Estados y su afán de capitalización y acumulación de dineros superfluos, con el fin de alcanzar un superávit nacional y colonial que mantuviera un orden político específico en el nuevo imperialismo.

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Debido a la derivación de este imperialismo llegan con él los panmovimien-tos y el racismo excesivo hacia las nuevas poblaciones colonizadas; todo esto augura no solo muerte y destrucción de identidades, sino divisiones y odios entre grupos étnicos de un mismo espacio geográfico. El nacionalismo pone en sí la consecución de nuevas identidades autóctonas de los territorios europeos relacionados con el pseudomisticismo y el arraigo de las culturas griegas, ger-manas y eslavas que prevalecen en el tiempo y en el espacio.

Las tres décadas que median entre 1884 y 1914 separan al siglo XIX, que acabó con la rebatiña por África y el nacimiento de los panmovimientos, del siglo XIX, que comenzó con la primera guerra mundial. Este es el periodo del imperialismo, con su inmóvil sosiego en Europa y su vertiginoso desarrollo en Asia y en África. Algunos de los aspectos fundamentales de esta época parecen tan próximos al fenómeno totalitario del siglo XX, que puede resultar justificable considerar a todo el periodo como una fase preparatoria de las subsiguientes catástrofes. Su sosiego, por otro lado, le hace todavía aparecer considerablemente como parte del siglo XIX. Apenas podemos evitar observar este pasado cercano, y sin embargo distante, con la mirada demasiado entendida de quienes conocen de antemano el final de la historia, de los que saben que conduce a una ruptura casi completa en el continuo fluir de la historia occidental tal como lo habíamos conocido durante más de dos mil años (Arendt, 1998, p. 205).

La historia ha demostrado las claves básicas para la comprensión sociológica de la humanidad. El imperialismo del siglo XIX no concluye con las revolucio-nes del proletariado ni con las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX, sino que prosigue en una acentuada guerra por la altivez económica y su poder mundial bélico. El imperialismo saca a flote situaciones monetarias relacionadas con ese capitalismo y liberalismo constantes en la sociedad y en los sectores privados de la empresa colonial. Hannah Arendt indica que la expansión del imperialismo denotó una aceleración económica y capitalista de las naciones imperialistas; las nuevas materias primas y la mano de obra intuyeron una producción vasta y expansiva en todas las dimensiones sociales de la colonización; asimismo, Arendt expresaba la innovación del concepto de imperialismo, como consecuencia de las revoluciones burguesas dieciochescas, y del racionalismo instrumental del progreso decimonónico.

La expansión como objetivo permanente y supremo de la política es la idea polí-tica central del imperialismo. Como no implica el saqueo temporal ni la más duradera asimilación de la conquista, es un concepto enteramente nuevo en la larga historia del pensamiento y de la acción política. La razón de esta originalidad es sorprendente porque los conceptos enteramente nuevos son muy raros en política, simplemente de que este concepto no es realmente político, sino que tiene su origen en el terreno de la especulación comercial, donde la expansión significaba el permanente aumento de la producción industrial y de las transacciones económicas característico del siglo XIX (Arendt, 1998, p. 208).

El progreso en el decimonónico implicó el acrecentamiento del imperialis-mo y la evolución del capitalismo. La esencia de la posibilidad de la burguesía

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confrontó las nuevas ideologías que estaban sobresaliendo e identificaban una severa oposición de lo que era el capitalismo y su trascendencia por todos los poros de la sociedad. La lucha de clases motivó a Marx a configurar una serie de teorías científicas para el forjamiento de su teoría basada en el materialismo histórico que permitiera comprender el devenir de la sociedad dentro de unas dinámicas dialécticas y económicas. El auge del capitalismo y del marxismon entrega una enorme brecha a la sociedad que está entre la acumulación y la desigualdad. Es posible que la superestructura de los Estados imperialistas europeos condujera a estrategias antisocialistas para finiquitar agites políticos y económicos en sus propias naciones, pero la condición de todo esto era revo-lucionar el capital y su ideología de riqueza exhaustiva.

En el siglo XX, y con la pre-Revolución rusa, Lenin se opuso a las lógicas del capitalismo y a todas aquellas características que lo hacían un parásito en la sociedad. No obstante, al elaborar esta teoría crítica sobre el capitalismo, y el sobre imperialismo que emergió de él, no concluye en la revolución de 1917, pues la guerra constante por un poderío económico sigue latente en la posguerra y hasta nuestros días. Los vestigios del socialismo en su lucha contra el capitalis-mo dejan en entredicho que los dos sistemas económicos repercutieron en los parangones de los gobiernos del siglo XX y en la violencia y persecución que ambos emprendieron frente a sus oponentes:

Que el imperialismo es el capitalismo parasitario o en descomposición se manifies-ta, ante todo, en la tendencia a la descomposición que distingue a todo monopolio en el régimen de la propiedad privada sobre los medios de producción. La diferencia entre la burguesía imperialista democrático-republicana y la monárquico-reaccionaria se borra, precisamente, porque una y otra se pudren vivas (lo que no elimina, en modo alguno, el desarrollo asombrosamente rápido del capitalismo en ciertas ramas industriales, en ciertos países, en ciertos periodos) (Lenin, 1970, p. 362).

Lenin fue agudo con su teoría anticapitalista, a la que adjudicó un mal his-tórico y parasitario a un sistema económico que sigue vigente y desarrollándose en la actualidad. Las bases teóricas de Lenin llegaron a concebir un partido político que mantuviera un estatus político y económico dentro de la nueva Rusia Bolchevique. El imperialismo del zar y su sistema económico feudal quedaron en el pasado ofreciéndole un lugar y expectativas al discurso de filósofos como Marx y Engels. La llegada de los panmovimientos y del nacionalismo incitó a rescatar la identidad y la memoria de los pueblos europeos de la Primera Guerra Mundial; entre la Revolución bolchevique y el nacionalsocialismo se reveló la eficacia de la política nacionalista e imperialista nacida en el siglo XIX y con unos antecedentes propios de la pos-Ilustración. Ahora, la razón instrumental refiere mecanismos de ciencias exactas y de probabilidades económicas para gestar la emancipación de territorios y la unificación de los mismos. La continuación de los panmovimientos en el siglo XX determina las iniciativas de llevar a cabo, y

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muy en serio, las prerrogativas del ideal nacional e identitario de los imperios capitalistas y socialistas, y su asimilación económica.

Aunque los panmovimientos ya tenían su arraigo desde principios del siglo XIX, con el imperialismo surgió una serie de dádivas y composiciones nacio-nalistas que dignificaron a la población europea. Todo esto va a inferir en la primera guerra mundial y en su a posteriori eventualidad de recoger todas las ideologías políticas que hicieron parte de la génesis de los partidos políticos del período de entreguerras. Esa guerra total despertó lo pensable desde el impe-rialismo; las cosas se hicieron ver en el abismo de la muerte y del racismo que germinó con los imperialismos ultramarinos. En el caso de la Rusia imperial, su colonización no fue ultramarina, fue la excepción a ese contractualismo entre todas las potencias de Europa occidental y su poderío capitalista. Rusia buscó el imperialismo continental entre todas las naciones eslavas dando continuidad al paneslavismo de la Europa oriental. Es por ello que el paneslavismo denota una relevancia profunda en la nueva Revolución bolchevique y en la vida eco-nómica de los rusos.

Por otro lado, y en el marco más amplio de los pueblos eslavos, el siglo XIX vio el nacimiento de una ideología nacionalista, el paneslavismo, que va más allá de los Esta-dos, que renuncia a crear un Estado-nación que los una, y que propone la independencia política de la unión cultural de los pueblos eslavos. En los estados dominados por los imperios austro-húngaro y Prusiano, cobró fuerza un paneslavismo reivindicado que pedía la unidad y la autonomía de los pueblos eslavos y la conquista de la democracia (González, 2002, p.137).

Los movimientos nacionalistas han definido una posición política de unidad y equivalencia con respecto a la identidad étnica y a la pesudomística que los embargaba. En el nacionalsocialismo, Hitler no dudó en poner de ejemplifi-cación la mitología germana y la obra musical de Richard Wagner; todo esto propuesto desde el pangermanismo y el historicismo de los dos anteriores imperios alemanes. La Rusia zarista y la posterior Unión Soviética concretaron su nacionalismo con el ideal de la unificación de los pueblos eslavos y de la dictadura proletaria, respectivamente. El pueblo o populacho, como lo ha lla-mado Arendt, legitima toda esta transversalidad de nociones ideológicas y la acción de las mismas en referentes políticos transnacionales. El pensamiento paneslavo tiene una identidad conforme a partir de la literatura rusa y de la repercusión de los intelectuales en la sociedad eslava, incluyendo el acapara-miento que el imperio austro-húngaro y el imperio Prusiano tenían sobre esta población. En este sentido, González afirma lo siguiente del ideal paneslavista en las artes y las ciencias de la época: “El pensamiento de Dostoievski resultó ser también un importante motor del pensamiento ruso. Para él, las corrien-tes occidentales y eslavófila estaban condenadas a superarse para buscar el camino hacia la universalidad” (González, 2002, p.137). La herencia del pensa-

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miento eslavófilo se vio abocada por los acontecimientos de la Revolución de octubre de 1917.

Realmente el paneslavismo tuvo mayor efecto en los territorios eslavos, pero fue menos organizado y con un trasfondo más especulativo. Su capacidad de acarreo movió a sectores más aristocráticos y con mayor poder intelectual en Rusia, mas fue en el futuro donde recobró fuerza en el populacho. Así es como Arendt se refiere a la organización del paneslavismo: “El paneslavismo, en con-traste con el pangermanismo, fue formado e impregnado por toda la intelligentsia rusa. Mucho menos desarrollado en su organización y mucho menos consistente en sus programas políticos, mantuvo por un espacio de tiempo notablemente largo un elevado nivel de complejidad literaria y de especulación filosófica” (Los orígenes 354). Es evidente que el pangermanismo fue mucho más organizado que el paneslavismo. La fuerza antisemita y el nacionalismo tribal de la Ale-mania de finales del siglo XIX llevaron a cabo una masificación humana que no dudó en poner en tela de juicio las estrategias judías y su poder en el aspecto económico. La unificación de Alemania fue un caldo de cultivo para fortalecer el nacionalismo y la futura entramada política que iba a llegar después de la Primera Guerra Mundial.

Para concluir este acápite, se puede decir que los panmovimientos erigieron las ideas políticas de los totalitarismos del siglo XX. Europa occidental des-plegó su expansión ultramarina acechando nuevos territorios para establecer un capitalismo más universal y desarrollado que le otorgaron las revoluciones burguesas. El paneslavismo entró con una jugada de imperialismo continental y con la adopción de intelectuales y artistas del medio que lo hicieron más evidente en los círculos sociales. El pangermanismo alemán, encabezado por el político austríaco Georg von Schonerer, se adjudicó un poder inherente al nacionalismo alemán y a la unificación por parte del mariscal Otto Von Bismark. A principios del siglo XX, las sociedades alemana y rusa sufrirán cambios in-evitables en la política, en la economía y en la sociedad, dando por hecho la creación de los partidos políticos como el nacionalsocialismo y el bolchevismo, y por ende, la erección de Estados totalitarios que cambiaron el rumbo de la humanidad.

Nacionalsocialismo y bolchevismo

El nacionalsocialismo y el bolchevismo son las ideologías políticas que funda-mentaron los dos totalitarismos referidos por Hannah Arendt en el siglo XX. La política de la muerte confrontó a la humanidad con la normativa establecida en estos regímenes; por lo tanto, se hace evidente que las problemáticas humanas no solo correspondían a establecer el poder con la violencia y la coerción sino también en eclipsar toda oposición y toda idea ideas que no fueran conformes

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con los totalitarismos. La raza, en el nacionalsocialismo, y el materialismo histórico, en el bolchevismo incidieron en la apertura de nuevas lógicas en el discurso de nuevos gobiernos y regímenes basados en el poder total y en una política de la muerte.

Los nuevos partidos políticos llevaron a cabo estrategias de movilización de masas y de personajes del poder socio-político a la ambición y sujeción en el período de entreguerras. La Primera Guerra Mundial y la Revolución bolchevique mezclaron un orden de sentimientos y emociones colectivas que permitieron augurar una nueva época de oportunidades y del sobresaliente nuevo orden mundial del que hacía parte el continente europeo. Por eso, es importante dejar muy en claro las concepciones de los partidos políticos como artífices de los totalitarismos europeos y de toda su constitución ideológica y filosófica de las cuales hicieron parte. El marxismo, el nacionalismo y los panmovimientos dinamizaron la función configurativa de los nuevos partidos políticos de los Estados totalitarios y de los cambios territorial, demográfico y geográfico que determinaron las dos guerras mundiales.

Para comprender y analizar la génesis de estos dos partidos políticos es necesario abordar cada uno de ellos. Aunque los totalitarismos hayan sido equivalentes en sus ejecuciones políticas y militares, sus ideologías estaban muy distantes debido a que las ideas políticas devenían de otras necesidades e intereses colectivos de estas naciones. Comenzaré por el partido nacionalsocia-lista y sus consecuencias gubernamentales, llamados tercer Reich y nazismo. Cuando se habla del término “Nazi” sus obvias relaciones llegan a la memoria de los hombres por medio de Adolfo Hitler. Los fines de esta ideología fueron construidos por el Partido Nacionalsocialista de los trabajadores alemanes o el NSDAP, el cual había surgido de los rezagos de la Primera Guerra Mundial y de las restricciones políticas, militares, sociales y económicas que el “Tratado de Versalles” le hizo a Alemania después de esa confrontación. La recuperación del espacio vital o Lebesraum, propuso en esta ideología lograr recuperar territorios como el de Alsacia-Lorena en la cuenca del río Ruhr y la expansión teutona hacia otros lugares de la geografía europea de habla alemana.

Ahora bien, la claridad de una ideología política radica en la aceptación del colectivo humano hacia ella y en sus propuestas advertidas con anterioridad. El contraste del nacionalismo y del socialismo no está basado en una connotación económica; lo específico del socialismo alemán existe en la superioridad de la raza y en la identidad nacional que siempre se ha promulgado desde el impe-rialismo. El nacionalismo impera como idea principal y de cobertura étnica y política, revelando la sistematicidad de unos fines sociales y de identidad que se propagan por las naciones de habla alemana. La raza fue un gran referente para la Alemania de Hitler: “La mezcla de la sangre y el menoscabo del nivel

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racial que le es inherente constituyen la única y exclusiva razón del hundimiento de antiguas civilizaciones. No es la pérdida de una guerra lo que arruina a la humanidad, sino la pérdida de la capacidad de resistencia, que pertenece a la pureza de la sangre” (Hitler, 2013, p. 135).

Alemania buscó una unificación que la redujera a una nación relevante y nacionalista para esclarecer identidades propias que introdujeran sentidos y emociones a partir de los partidos políticos y de la unión colectiva de sus adeptos. El espíritu nacionalista que invadió a Alemania después de la Primera Guerra Mundial implementa ideas que van más allá de lo político y lo social. Cuando Adolfo Hitler llega a la cancillería del Reich comienza una nueva era para la nación germana y para todos aquellos que habitaban en ella. Es preciso definir que con el auge del partido nacionalsocialista y sus ideas antisemitas, anticomunistas, racistas, biológicas y nacionalistas se construyen nuevos discursos y un nuevo régimen en la nación alemana. La refulgencia del nuevo canciller alemán obtuvo una gran acogida de fanatismo y orgullo entre el colectivo y la presunción de deidad y de idolatría que propuso a partir de su famoso texto Mein Kampf (Mi lucha) y de su publicidad antes de llegar al poder. Pero sus opositores no pen-saban lo mismo, pues los judíos, comunistas y demás grupos étnicos veían una gran amenaza en el nuevo gobierno alemán y en sus futuras políticas frente a la oposición. El misticismo que le influye al nacionalsocialismo no es más que la acierto de buscar argumentos para generar el seguimiento de los patriotas alemanes y de las demás naciones germanas parlantes.

La base del racismo y del antisemitismo en el nacionalsocialismo impera como hilo conductor de todas las acciones totalitarias y de exterminio que se van a perpetuar con el totalitarismo. Como se afirmaba anteriormente, el pseu-domisticismo del partido nazi tiene en cuenta a la raza aria como característica primordial de todos aquellos alemanes que eran idóneos para permanecer en el mismo territorio y recuperar el espacio vital. Todas estas ideas y las políticas anti-raciales del Estado desencadenarán la “Solución final” de los judíos y de los otros grupos étnicos que no entran en la pureza de los arios alemanes y en su ideal del III Reich.

Debido a toda esta entramada de superioridad de raza, nacionalismo, espacio vital y políticas antisemitas el partido nazi llega al poder y con él toda una com-posición de situaciones que cambiaron el rumbo de la historia y de la humanidad. El nacionalsocialismo alemán y todo lo que se ha escrito de él evidencian la gran catástrofe de muerte y soberbia que vino con la Segunda Guerra Mundial; asimismo, el bolchevismo en la Rusia Soviética, y con Stalin a la cabeza, hace que el terror y el totalitarismo no solo se vivan en tierras germanas sino también en el legado del socialismo y del comunismo que había dejado Vladimir Lenin, pero con otras variables utilizadas por Joseph Stalin.

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Con el Partido Bolchevique al poder, después de la Revolución de octubre en 1917, se comienza a establecer un nuevo sistema político, pero también otro económico. La Rusia zarista había caído y con ella el imperio de todos aquellos zares que ostentaron su poder en las épocas anteriores al siglo XX. El bolche-vismo aconteció en las agitaciones de obreros y campesinos inconformes con los manejos políticos y administrativos del Estado zarista y a las inclemencias del mismo respecto a las desigualdades y pobrezas que sufría la población. Todo esto inspira nuevos rumbos políticos e históricos que van a parar a una nueva revolución social, como lo argumentó Perlot:

Lenin es el autor de una doctrina nueva: la de la revolución proletaria en la época del imperialismo. Desde su aparición en la vida política adoptó un marxismo violento, denominado por él “marxismo revolucionario”. En el espíritu del “Manifiesto comunista” de 1848, conforme al cual el “Estado burgués debe ser reemplazado por la organización del proletariado en clase dominante”, se niega a esperar la victoria del socialismo, de las “leyes inmanentes al desarrollo del capitalismo”, consecuencia inevitable de la sucesión de las estructuras económicas (Perlot, 1971, p. 686).

Las teorías de Marx y Engels inspiraron el devenir de la nueva nación soviéti-ca y la elección de la dictadura del proletariado como nueva forma de gobierno y de justicia social. La ley de la historia toma dinamismo y legitimación, referidos a los nuevos cambios filosóficos y políticos que trajo consigo la era de la revolu-ción y del pensamiento marxista que Rusia había aceptado como su nueva carta de navegación. La igualdad de derechos entre todo el colectivo ruso reivindica esas teorías de corte científico que van a solidificar el nuevo partido político y el nuevo Estado socialista que proclama la bienvenida de una ideología de corte científico y social que parte del materialismo histórico. La revolución instauró un nuevo ideal de nación y sociedad que enaltecía al mismo pueblo o a aquellos trabajadores que por tantos años fueron sometidos a la lucha de clases que fue abolida con la llegada del socialismo. La importancia del Partido Bolchevique llegó a todas las esferas de la sociedad y dinamizó el poder militar y proletario característico del nuevo totalitarismo.

Lenin fue el gran precursor de la Revolución bolchevique; con él se concreta-ron los pensamientos de Marx y de Engels creando todo un aparato ideológico-estatal que confluye en la nueva era soviética; sin embargo, con la ausencia de Lenin llega Stalin al poder con nuevas estrategias en cuanto a la composición del Estado soviético. El nuevo Estado socialista y revolucionario se tenía que basar en un único partido político y en el total militarismo del territorio. Los so-viets fueron la mayor representación del gobierno revolucionario y pretotalitario basado en la asamblea de los campesinos y de los obreros; no obstante, Stalin tuvo otras ideas y estrategias para gobernar al Estado soviético.

A Lenin, muerto en 1924, le faltaron tiempo y fuerzas para formular dogmáticamente la nueva doctrina del Estado socialista. Esta es la obra de su sucesor José Djugchvili,

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llamado Stalin (1879-1953), quien, aceptando la elección de los hechos, juzga necesario recorrer una etapa nueva en la que no solamente el Estado no decae sino que incluso acrecienta su poder. Para llegar al comunismo es necesario reforzar el Estado y su dictadura (Perlot, 1971, p. 693).

Solo el poder que ejerce el partido bolchevique sobre los demás instó a Stalin a proclamar unas nuevas políticas de Estado referidas a la coerción y a la mili-tarización de toda la Unión Soviética. Stalin quería imponer otro tipo de Estado con ideología socialista, es decir, manteniendo las ideas manifestadas en la revolución y en los textos de Marx y de Engels, así como el sistema económico que prevalecía dentro del territorio encauzando un trabajo arduo y extensivo por el Estado. Los medios de producción nacionalizados son la opción que tiene el totalitarismo de Stalin para ejercer su régimen y reprimir a toda oposición política que lo llegue a contradecir. El estalinismo cobra fuerza a partir de las fuerzas militares y de la institucionalidad del socialismo como entes superes-tructurales que ascienden en la magnificencia de un hombre y de la violencia causada por el nuevo totalitarismo y su política de la muerte, que arguyen en el nuevo orden social.

Los partidos políticos que constituyen los totalitarismos consolidarán la política de la muerte a partir de las políticas estatales y del trabajo conjunto con las instituciones militares. Con la política de la muerte se definieron el autoritarismo, la aniquilación humana y la desaparición de los hombres y mu-jeres que llegaron a ser objetivo militar y de exterminio en los totalitarismos. No obstante, estas ideologías fueron características en las acciones totalitarias que violentaron a todo el continente europeo mediante la flagelación y el dolor humanos.

Una política deshumanizada y deshumanizadora

La dominación de los totalitarismos en Alemania y la Unión Soviética indujo a una política de la muerte expuesta en la esfera pública. Las políticas de los Estados totalitarios definieron una maquinaria de la muerte mediante la asimi-lación de la violencia por parte de sus ejecutores que implementaron una sarta de acciones arbitrarias que concluyeron en la muerte física y en el aislamiento del espacio público.

Una política deshumanizada y deshumanizadora refiere ciertos argumentos políticos que sobrepasaron la barbarie y la violencia con estrategias ínfimas de perversión y tiranía. Una política de Estado que se encargue del exterminio de sus opositores, ya sea por elementos étnicos, por salud pública, política o con-trarrevolución indica la desesperanza y la falta de solidaridad y de compasión de los hombres hacia los “otros”, estableciendo el mal radical y la reflexividad sobre la violencia, la crueldad y el terror.

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Visión antropológica de una política de la muerte

La llegada de los totalitarismos al poder reveló la injerencia de las ideologías en las políticas de los Estados y la pericia de la institucionalidad con relación al surgimiento de una política de la muerte o aniquilamiento de los hombres que no se ubicaban dentro de los fines de estos regímenes. La muerte física y la muerte política en los asuntos humanos llegaron a concluir la historia de cada individuo, grupo étnico o ideologías que los totalitarismos tenían como enemigos y opositores a sus objetivos gubernamentales. Es preciso aclarar que el estalinismo y el hitlerismo fueron radicales con sus políticas de exterminio o de expulsión en sus propios territorios, pretendiendo acabar con la espontanei-dad de cada hombre con la política de la muerte.

La política de la muerte que emerge a partir de los asuntos del Estado tota-litario comienza la experiencia límite de los perseguidos por causa de su exis-tencia y su prevalencia en la esfera pública. Los judíos, contrarrevolucionarios, grupos étnicos, grupos religiosos y opositores políticos viven el aislamiento de toda espontaneidad que los hacía partícipes del diálogo y de la aparición en el ámbito de lo público. El borrar la identidad de estos hombres encauzó una muerte de la pluralidad y de la participación particular dentro de un colectivo. Asimismo, la muerte física significó la finitud de la vida humana y también de la política de aquellos seres humanos:

El aislamiento es ese callejón sin salida al que son empujados los hombres cuando es destruida la esfera política de sus vidas, donde actúan juntamente en la prosecución de un interés común. Sin embargo, el aislamiento, aunque destructor del poder y de la capacidad para la acción, no sólo deja intactas todas las llamadas actividades productoras del hombre, sino que incluso se requiere para estas. (Arendt, 1998, p. 701)

En el totalitarismo alemán, y como lo demuestra su ideología, imperan la superioridad de la raza aria y su propagación Las demás razas son inferiores y no se deben permitir las mezclas de estas con las superiores, por lo cual el fortalecimiento de la raza aria y el exilio o aniquilamiento de las otras pasó a ser una política de Estado debido a que la raza aria debía recuperar su espacio vital geográfico y mantener el orden biológico de la etnicidad. Adolfo Hitler lo estimó en su texto Mi lucha como una de las bases de su ideología totalitaria: “La mezcla de sangre y, por consiguiente, la decadencia racial son las únicas causas de la desaparición de las viejas culturas; pues, los pueblos no mueren por consecuencia de guerras perdidas sino debido a la anulación de aquella fuerza de resistencia que solo es propia de la sangre incontaminada” (Hitler, 2013, p. 118).

Con respecto al totalitarismo soviético emergió otra forma de visión antro-pológica, pero no desestimaba el mismo aniquilamiento del nazismo causando la muerte física y la muerte política a partir de la persecución y el trabajo for-

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zado en los Gulag. Los contrarrevolucionarios o aquellos opositores al régimen totalitario eran las víctimas principales del exterminio y la violencia que no discriminó credo político, etnia ni edad; no existió la benevolencia ni el derecho a vivir debido a la militarización y la monopolización de la esfera pública y de la vida humana. La policía del Estado tenía la misión de ejecutar el exterminio de las desviaciones humanas que obstruían el totalitarismo y la acción guber-namental de Stalin. El solo hecho de ser aislado del colectivo social y de llegar involuntariamente a un Gulag era una aniquilación fatal de la supervivencia y del derecho político a la acción. Morin afirma lo siguiente frente a la policía política bolchevique: “La policía política no solo opera la eliminación de las desviaciones, sino de las fuentes de la desviación: esta es la razón por la que son particularmente vigilados, censurados, reprimidos esos portadores o pro-ductores de gérmenes de desviación que son los escritores, poetas, filósofos” (Morin, 1983, p. 115).

Con la desaparición de la vida humana en los regímenes totalitarios se fugan la espontaneidad, la individualidad y la colectividad de actuar en la esfera públi-ca. Los totalitarismos europeos del siglo XX, expuestos por Hannah Arendt, sig-nificaron la desaparición y la aniquilación de cada individuo humano que hacía parte de lo contradictorio y reflexivo de la época. Con la política de la muerte se va la necesidad de participar en la esfera pública, no como masa sino como un individuo que subyace en el acontecer de la pluralidad de los asuntos humanos y en la acción política que la sociedad determina para cierto contexto. La ejecución de la política de la muerte significará no solo unos antecedentes históricos y filosóficos que dejen en claro cómo se llegaron a perpetrar los crímenes en contra de la humanidad sino, también, cómo se pueden llegar a obnubilar la falacia y la infamia de la muerte mediante una política de la vida. La política de la muerte es, pues, la certeza de terminar con toda la vida política y homogeneizar todo estamento para así perpetrar el terror que causan la muerte y la barbarie injusta que condujeron a los hombres a su exterminio y a su falta de compasión. No es fácil determinar esa caracterización de la muerte en un período arduo y oscuro como la Segunda Guerra Mundial, pero es aceptable que una política de la vida lo contrarreste como forma de lucha y de perennidad en el mundo.

Referencias bibliográficasArendt, Hannah (1998). Los orígenes del totalitarismo 1. Antisemitismo. Madrid: Alianza.

Arendt, Hannah (1998). Los orígenes del totalitarismo 2. Imperialismo. Madrid: Alianza.

Arendt, Hannah (1998). Los orígenes del totalitarismo 3. Totalitarismo. Madrid: Alianza.

González Calvar, Cristina (2002-2003). ¿Por qué surge el fenómeno nacionalista en Rusia? Revista Ceriol vol. 41, n.° 42, pp. 133-145.

Hitler, Adolfo (2013). Mi lucha. Bogotá: Solar.

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Morin, Edgar (1983). Qué es el totalitarismo. De la naturaleza de URSS. Barcelona: Anthropos.

Lenin, Vladimir (1910). Marx, Engels y el marxismo. Editorial Moscú

Perlot, Marcel (1971). Historia de las ideas políticas. Buenos Aires: La ley.

Sartre, Jean Paul (1946). Reflexiones sobre la cuestión judía. Buenos Aires: SUR.