el rey que se negó a morir

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  • 7/25/2019 El Rey Que Se Neg a Morir

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    ZECHARIA SITCHIN

    EL REYQUE SE NEG

    A MORIR

    Los anunnaki y la bsqueda

    de la inmortalidad

  • 7/25/2019 El Rey Que Se Neg a Morir

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    Si este libro le ha interesado y desea que le mantengamos informado

    de nuestras publicaciones, escrbanos indicndonos qu temas son de su inters

    (Astrologa, Autoayuda, Ciencias Ocultas, Artes Marciales, Naturismo, Espiritualidad,

    Tradicin) y gustosamente le complaceremos.

    Puede consultar nuestro catlogo en www.edicionesobelisco.com.

    Coleccin Crnicas de la Tierra

    ELREYQUESENEGAMORIRZecharia Sitchin

    1. edicin: noviembre de 2014

    Ttulo original: The King Who Refused To Die

    Traduccin:Antonio Cutanda

    Maquetacin:Marga Benavides

    Correccin: Sara Moreno

    Diseo de cubierta: Enrique Iborra

    2013, The Estate of Zecharia Sitchin

    (Reservados todos los derechos)

    2014, Ediciones Obelisco, S. L.

    (Reservados los derechos para la presente edicin)

    Edita: Ediciones Obelisco, S. L.

    Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3. planta, 5. puerta

    08005 Barcelona - Espaa

    Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

    E-mail: [email protected]

    ISBN: 978-84-16192-16-8

    Depsito Legal: B-21.199-2014

    Printed in Spain

    Impreso en Espaa en los talleres grficos de Romany/Valls S. A.

    Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona)

    Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicacin,

    incluido el diseo de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada,

    trasmitida o utilizada en manera alguna por ningn medio,

    ya sea electrnico, qumico, mecnico, ptico, de grabacin

    o electrogrfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

    Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos, www.cedro.org)si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra.

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    NDICE

    1

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

    3 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

    4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

    5 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

    6 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

    7 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

    8 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131

    9 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

    10 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165

    11 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183

    12 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199

    13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

    14 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233

    15 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253

    16 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273

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    Para la exposicin extraordinaria, seora?

    Astra se sobresalt con la pregunta. Haba estado en el museo

    muchas veces anteriormente, pero nunca tan tarde, ya entrada la no-

    che. Esta vez se detuvo ante las verjas de hierro, sobrecogida ante la

    imponente fachada columnada del museo, baada en la luz mbar de

    los focos que la iluminaban desde el suelo. Una tenue llovizna difumi-

    naba la visin, dotndola de cierto halo de misterio, como si hubieraun secreto oculto tras las inmensas columnas, un secreto dorado,

    como las ambarinas luces. Y, como hipnotizada por la visin, Astra se

    pregunt si el estremecedor aspecto del museo no se debera al hecho

    de que hubiera en l tantos objetos extrados de antiguos enterra-

    mientos.

    Para la exposicin extraordinaria, seora? repiti el guarda,

    saliendo de su cabina.

    Eh? S respondi Astra.

    Tiene que mostrarme su invitacin dijo el hombre bloqueando

    la puerta.

    Ah, s! La invitacin murmur ella.

    El guarda la observ mientras ella rebuscaba en su voluminoso

    bolso. Bajo su gorro caqui, pudo distinguir una barbilla cuadrada y

    unos labios pequeos pero carnosos. El impermeable, tambin caqui,

    estrechamente ajustado a la cintura, dejaba entrever un cuerpo biencontorneado.

    Aqu est dijo Astra, mientras sacaba una tarjeta blanca del

    sobre en el cual se la haban enviado.

    Pase dijo el portero sin siquiera mirar la tarjeta. Llega bastan-

    te tarde. Si no se da prisa, el vino y los canaps habrn desaparecido

    para cuando llegue.

    Astra se aferraba an a la invitacin cuando atraves el patio, de-

    masiado absorta en sus pensamientos como para acordarse de volvera guardarla en el bolso. Para entonces, se saba ya de memoria lo que

    deca aquella tarjeta. Los administradores del Museo Britnico la

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    invitan a la apertura de La Exposicin Extraordinaria de Gilgamesh,

    deca la invitacin, junto a una fecha y una hora. Pero, incluso en

    aquel momento, mientras suba los doce anchos peldaos de la esca-

    linata que llevaba a la puerta frontal del museo, Astra segua sin saberpor qu la haban invitado ni quin poda haber dado su nombre y su

    direccin.

    Segua dndole vueltas a lo extrao de la situacin cuando otro

    guarda la detuvo para inspeccionar su bolso, momento en el cual se

    acord de guardar la invitacin. Tras constatar que no llevaba armas

    ni explosivos, el guarda le indic que fuera al ala oeste del museo.

    Astra dej en la guardarropa su gorro y su impermeable y, poco des-

    pus, se uni al resto de los invitados.Para la ocasin, haban trasformado la cafetera del museo en una

    sala de recepcin, en la que se servan gratuitamente bebidas y unos

    pequeos canaps triangulares. El camino para llegar a la recepcin

    discurra por unas galeras a modo de corredores flanqueados por es-

    tatuas griegas, que daban paso despus a un tramo de escaleras, desde

    el cual los invitados bajaban ya a las galeras de la exposicin. Mien-

    tras Astra intentaba abrirse paso hasta el mostrador, se encontr de

    pronto aprisionada entre la multitud; pero, entre empujones y apretu-

    ras, logr maniobrar para acercarse a la pared, donde la aglomeracin

    no era tan agobiante.

    Desde su improvisado mirador ech un vistazo a su alrededor. Ya

    haca un buen rato que se haba cerrado el museo, y las multitudes

    habituales de turistas haban dado paso a un repertorio de personas

    completamente diferente. Aunque slo unos pocos hombres llevaban

    corbatas negras, y an menos mujeres iban ataviadas con vestidos lar-gos, todos los invitados tenan un aspecto elegante y sofisticado. Y

    mientras escuchaba sus conversaciones, Astra comenz a sentirse

    completamente fuera de lugar. Era su imaginacin o realmente la

    estaban mirando, vestida como iba con su viejo uniforme de azafata

    de vuelo, despojado de las insignias y, ahora, quizs demasiado cei-

    do? Se daran cuenta de que ella no deba estar ah, que deba haber

    habido algn error o, an peor, que alguien le haba gastado una p-

    sima broma?Sus ojos se cruzaron con los de un hombre alto y delgado que se

    hallaba en el rellano superior de las escaleras. El hombre levant su

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    vaso y le sonri, y comenz a abrirse paso hacia ella entre la multitud

    sin apartar la mirada.

    Hola dijo cuando lleg. Me ha parecido que estaba demasia-

    do sola en medio de este mar de gente, y sin nada que beber!, y se meha ocurrido venir a rescatarla Est sola?

    Sola y desconcertada respondi Astra. No slo no tengo nada

    que beber, sino que ni siquiera s cmo he venido a parar aqu.

    Que no sabe cmo ha venido a parar aqu? repiti l en tono

    jovial. Sin duda, alguien ha debido de dejarla inconsciente y la ha

    trado aqu envuelta en una alfombra mgica, no es cierto?

    Astra se ech a rer.

    No, quiero decir que no tengo ni idea de por qu me han invita-do ni quin me ha invitado. Lo sabe usted? pregunt Astra mirn-

    dole fijamente.

    A quin le importa, mientras est usted aqu y yo est inten-

    tando conocerla? respondi l. Yo soy su caballero y he venido a

    rescatarla. Me llamo Henry. Y cul es su nombre, mi dama?

    Astra.

    Un nombre maravilloso, celestial! Quiere que le traiga algo de

    beber, mi encantadora dama? pregunt el hombre haciendo una

    leve inclinacin y acercando su rostro al de ella.

    Astra ech la cabeza hacia atrs, intentando mantener las distan-

    cias entre sus labios.

    S, claro, Henry, me gustara beber algo, por favor.

    No se mueva dijo l. Vuelvo en un suspiro!

    Henry dio media vuelta y comenz a abrirse paso hacia las escale-

    ras que llevaban a la cafetera. Pero, en cuanto l se dio la vuelta,Astra se meti entre la multitud en direccin opuesta.

    A los invitados se les estaba haciendo retroceder ahora a travs de

    la galera de Grecia y de la galera que llevaba hasta la entrada; en

    tanto que, para aliviar la aglomeracin y el riesgo de que las estatuas

    pudieran resultar daadas, los celadores estaban retirando las barre-

    ras que impedan el paso a la seccin del museo dedicada a Asiria. La

    gente entr en tropel en la zona recin abierta, y Astra entr con

    ellos.La entrada a esta seccin estaba custodiada por dos estatuas de

    piedra de tamao natural de sendas deidades guardianas, que mani-

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    festaban su estatus divino por los tocados con cuernos que portaban.

    Las haban puesto en la entrada para recibir a los visitantes moder-

    nos, del mismo modo que haban recibido miles de aos atrs a los

    adoradores de la antigua Asiria. Astra se sinti aliviada en su incomo-didad cuando pas entre ellas para adentrarse en la zona del museo

    donde tantas veces haba estado anteriormente. La mayora de las

    personas que entraban con ella en la sala se volvieron hacia la iz-

    quierda, atradas por la imponente imagen de las dos gigantescas es-

    culturas mitolgicas que haban custodiado en otro tiempo el trono

    del rey asirio: dos toros con alas de guila, y con la cabeza humana de

    una deidad protectora. Astra gir hacia la derecha, en direccin a una

    hilera de estelas asirias del primer milenio a. e. c.,1unas columnas depiedra que representaban al rey, protegido por los emblemas celestia-

    les de los grandes dioses asirios. Aquellos cinco smbolos se repetan

    en todas las estelas, en tanto que una placa en el muro ofreca una

    explicacin a los visitantes.

    Astra ley a media voz lo que deca la placa: El tocado con cuer-

    nos representaba a Anu, el dios de los cielos. El disco alado era el

    emblema celestial de su hijo, el dios Asur, dios supremo del panten

    asirio. La luna creciente era el emblema de Sin, el dios luna. El rayo

    ahorquillado era el smbolo de Adad. Y la estrella de ocho puntas

    representaba a Ishtar, la diosa del amor y de la guerra, a quien los

    romanos llamaron Venus.

    Despus de leer la leyenda de la placa, Astra pas de estela en

    estela, examinando los emblemas de cada una de ellas, y se detuvo en

    la estela del rey Asurbanipal, que levantaba la mano hacia los emble-

    mas celestiales, con el dedo ndice apuntando al smbolo de Ishtar.Ignorando a la gente que haba a su alrededor, Astra alarg la mano

    para tocar aquel smbolo, y sinti que se le aceleraba el pulso al aca-

    riciar el antiguo grabado. Luego, se fij en la boca del rey, toc sus

    labios de piedra y susurr:

    Labios ancestrales, pronunciad de nuevo vuestro inmortal

    mensaje!

    1. BCE en el original ingls, Before the Common Era,antes de la era comn,una expresin de carcter interreligioso con la que se pretende evitar el trminoexclusivamente cristiano de antes de Cristo. (N. del T.)

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    Astra cerr los ojos y, a pesar del alboroto que haba a su alrede-

    dor, pudo escuchar con claridad, en un susurro: Mira, Astra, mira la

    estrella de tu destino.

    Un estremecimiento recorri su cuerpo, abri los ojos y se dio lavuelta repentinamente. Henry estaba justo detrs de ella, ofrecindo-

    le con una sonrisa la bebida prometida.

    Me ha dicho usted algo? pregunt ella.

    Mis labios no han pronunciado an las dulces palabras que de-

    searan pronunciar respondi l. Sin embargo, s que le voy a pre-

    guntar esto: por qu acariciar unos labios helados cuando existen

    labios llenos de vida a los que besar?

    Me han dicho algo dijo Astra ignorando sus palabras. Quizsle suene extrao, pero en otra ocasin ya escuch algo procedente de

    esta estela.

    Qu interesante! Cunteme eso le dijo l mientras le tenda

    el vaso.

    No s por qu, pero estos emblemas tocan una fibra sensible en

    mi interior dijo Astra mientras se volva para contemplarlos de nue-

    vo. Vengo a verlos siempre que puedo, despus del trabajo Es

    como si guardaran un secreto, un mensaje oculto.

    Y, entonces, la piedra le da un mensaje, no?

    No estoy loca. He odo pronunciar unas palabras y no es la

    primera vez; tambin las o en una ocasin anterior respondi ella,

    levantando a continuacin el vaso como si brindara por la estela.

    Astra regres hacia la estela, mientras Henry se vea retenido por

    la multitud que se agolpaba a su alrededor.

    Tienes que hablarme de tu culto le grit finalmente mientraslevantaba el vaso.

    Astra ignor sus palabras y dej que la multitud pusiera an ms

    distancia entre ellos. Era como si toda la aglomeracin se estuviera

    concentrando en aquella parte del museo. Entonces, un hombre subi

    a una pequea plataforma situada entre los dos toros alados y pidi

    silencio a la multitud; y, al cabo de varias llamadas al orden, dio inicio

    al acto.

    Damas y caballeros dijo con una voz firme, mi nombre es Ja-mes Higgins, y soy el director de la seccin del museo del mundo an-

    tiguo en Asia occidental. Tengo el placer de darles la bienvenida en

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    nombre de los administradores del Museo Britnico para la apertura

    de La Exposicin Extraordinaria de Gilgamesh.

    El hombre hizo una pausa un tanto efectista y prosigui:

    La Exposicin Extraordinaria de Gilgamesh se ha organizadopara celebrar una especie de centenario. Entre los grandes descubri-

    mientos arqueolgicos realizados en Mesopotamia durante el si-

    glo XIX, habra que destacar la inmensa biblioteca de tablillas de arci-

    lla inscritas del rey Asurbanipal, en Nnive. Aquellas tablillas, en su

    mayor parte daadas o fragmentadas, se trajeron al Museo Britnico;

    y aqu, en los stanos de este mismo edificio, George Smith se encar-

    g de ordenar, acoplar y clasificar decenas de miles de fragmentos

    grabados de arcilla, a medida que le iban llegando, embalados en ca-jas de madera. Pero, un da, dio con un fragmento que pareca contar

    la historia de una gran inundacin, y se dio cuenta de que haba en-

    contrado una versin mesopotmica del relato bblico del Diluvio!

    Comprensiblemente entusiasmados, los administradores del mu-

    seo enviaron a George Smith a aquel emplazamiento arqueolgico de

    Mesopotamia en busca de fragmentos adicionales. Y Smith tuvo la

    fortuna de encontrar suficientes fragmentos como para reconstruir el

    texto original y publicarlo en un libro, en 1876, titulado The Chaldean

    Account of the Flood, El relato caldeo del Diluvio.

    Se escucharon murmullos de conformidad entre la multitud, mien-

    tras el director de la seccin del museo continuaba:

    Pero, tal como concluy el mismo Smith, y como han venido a

    confirmar tambin otros hallazgos realizados hasta la fecha, el relato

    que se descubri en la biblioteca de Asurbanipal trataba slo en par-

    te del tema del Diluvio. En realidad, era un relato bastante extenso,escrito en doce tablillas, y su ttulo original, extrado del verso con el

    que comenzaba la historia era, El que todo lo vio.En la actualidad,

    nos referimos a l como La epopeya de Gilgamesh,pues cuenta la

    historia de un rey con ese nombre, un rey inquieto e intrpido, que se

    atrevi a desafiar no slo las leyes de los hombres, sino tambin las de

    los dioses. Declarndose parcialmente divino, Gilgamesh reivindic

    su derecho a la inmortalidad y, en su intento por eludir el destino de

    todos los mortales, fue hasta el Lugar de Aterrizaje de los Dioses, yms tarde a los dominios secretos de la Tierra de los Vivos. All se

    encontr con un antiqusimo antepasado suyo, an vivo, que result

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    ser el hroe del Diluvio, aqul al que en la Biblia llamaron No. Sera

    l mismo quien le contara a Gilgamesh el relato de la apocalptica

    calamidad que supuso la Gran Inundacin.

    Y as fue cmo, hace un siglo, los relatos bblicos del Gnesis que-daron vinculados con las antiguas tradiciones de Asiria y Babilonia; y

    durante los ltimos cien aos hemos conseguido averiguar que todos

    esos escritos proceden de una fuente comn, an ms antigua; que los

    registros originales haban sido escritos por los sumerios, aquel miste-

    rioso pueblo que haba dado lugar, en el sur de Mesopotamia, a la

    primera civilizacin conocida.

    Pero estos antiguos relatos asirios y babilnicos no son las nicas

    fuentes que confirman que Gilgamesh fue un personaje histrico,puesto que otros relatos picos, as como las listas de los reyes que

    han llegado hasta nosotros, lo confirman asimismo. Gilgamesh fue el

    quinto soberano de la ciudad sumeria de Uruk, la bblica Erek, don-

    de rein hace casi cinco mil aos. Su padre fue un sumo sacerdote, en

    tanto que su madre fue una diosa llamada Ninsun, lo cual converta

    a Gilgamesh en dos tercios divino. Hasta que la pala del arquelogo

    no sac a la luz la ciudad mostrando de nuevo al cielo sus calles,

    casas, embarcaderos y templos, inclusive los santuarios dedicados a

    Ninsun, Erek no fue ms que el nombre de un lugar mitolgico,

    desconocido y nebuloso del cual se hablaba en la Biblia. Pero, si la

    Biblia tena razn acerca de Erek y de todas las dems ciudades

    mencionadas en ella, y si estaba en lo cierto en lo relativo a los distin-

    tos reyes asirios y babilonios de los que hablaba, no podra ser que

    todos los dems relatos acerca de un diluvio y de un tal No, de una

    Torre de Babel y de un Jardn del Edn fueran tambin ciertos?No podra ser que fueran el registro escrito de unas pocas perdidas

    en el tiempo?

    El director se detuvo un instante, para proseguir nuevamente en

    tono de disculpa:

    Pero permtanme que me detenga aqu. Sean cuales sean las im-

    plicaciones de los descubrimientos del siglo pasado, y de otros descu-

    brimientos ms recientes, de lo que no hay duda es de que la publica-

    cin de The Chaldean Account of the Flood supuso un punto deinflexin en nuestros conocimientos y en nuestra comprensin del

    pasado. Y ste es el motivo por el cual el museo ha decidido organizar

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    esta exposicin extraordinaria, para conmemorar el centenario de tal

    acontecimiento. Para ello, hemos reunido aqu distintos hallazgos ar-

    queolgicos distribuidos por diversos museos del mundo, si bien el

    ncleo central de la exposicin lo constituyen las tablillas que GeorgeSmith recompuso y que no han estado expuestas al pblico desde

    hace mucho tiempo.

    El director hizo entonces una seal, y los celadores retiraron las

    sogas que impedan entrar a la gente en la seccin especial.

    Les invito a la inauguracin de La Exposicin Extraordinaria

    de Gilgamesh anunci el hombre finalmente, con la voz agitada por

    la emocin, y con la esperanza de que sus palabras se escucharan por

    encima del alboroto de la concurrencia.Sin embargo, ya nadie esperaba realmente sus ltimas palabras

    pues, en cuanto se retiraron las sogas, la multitud se abalanz hacia la

    sala sin ms contemplaciones.

    Astra, que se haba mantenido en el fondo durante la charla del

    director, tuvo que esperar ahora su turno para poder entrar en la

    zona de la exposicin extraordinaria. All, en el centro de la sala, pro-

    tegidos por un cubculo de plexigls, estaban los fragmentos origina-

    les que recompusiera George Smith; y bajo otra campana del mismo

    material, se exhiban tambin los sellos cilndricos pertenecientes al

    relato pico de Gilgamesh. Se trataba de unos pequeos cilindros ta-

    llados en piedras semipreciosas, en los cuales se haban grabado las

    escenas del relato de forma invertida; de tal modo que, cuando se

    haca rodar el cilindro sobre una plancha de arcilla hmeda, la impre-

    sin de la escena quedaba grabada de la forma correcta. Y no slo

    haba sellos de Mesopotamia, sino de todo el mundo antiguo, datadosen el primer y segundo milenios a. e. c. La escena que ms apareca en

    los sellos era la de Gilgamesh luchando con los leones, en tanto que

    en otras se le mostraba con su atuendo real; pero haba tambin re-

    presentaciones de su camarada, Enkidu, en las que se le vea rodeado

    de animales salvajes, entre los cuales haba crecido.

    El que todo lo vio,

    que fue al Pas;el que lo experiment todo,

    y lo consider todo

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    Muchos secretos ha visto,

    lo que estaba oculto al Hombre l descubri;

    incluso trajo noticias

    de los tiempos anteriores al Diluvio.Tambin emprendi el largo viaje,

    fatigoso y lleno de dificultades.

    Y volvi y, sobre una columna de piedra,

    el relato de todos sus esfuerzos hizo grabar.

    Astra estaba an inclinada, leyendo este texto, cuando sinti un leve

    toque en el hombro. Se volvi, era Henry.

    Me recuerdas? dijo l. El caballero de la armadura! Metemo que dije alguna inconveniencia poco antes de perdernos de vis-

    ta. Lo siento.

    No importa respondi Astra. La verdad es que vine aqu por

    la exposicin.

    Eso quiere decir que Gilgamesh te resulta ms interesante, des-

    pus de tanto tiempo muerto, a pesar de su incansable bsqueda de la

    inmortalidad coment Henry. Sabas que, para mantenerse joven,

    recorra las calles de Erek por las noches buscando celebraciones de

    boda? Retaba a los novios a un combate y si ganaba, reclamaba como

    premio el derecho a desflorar a la novia. Y siempre ganaba.

    Eso haca? pregunt Astra, y aadi con una risita: Y qu

    haca si haba ms de una boda en una noche?

    Aqu dice respondi Henry sealando con el dedo el texto de

    la primera tablilla que Enkidu, que era una especie de hombre arti-

    ficial creado por el dios Enki, le hizo el amor a una ramera duranteseis das y siete noches, sin parar; y que Gilgamesh, igualmente viril,

    sobrevivi al rito anual del Matrimonio Sagrado con la diosa Inanna,

    durante el cual tena que hacerlo cincuenta veces en una sola noche

    Responde esto a tu pregunta?

    Astra se fij mejor en Henry. Era ms joven que ella, quizs de

    unos treinta aos, con la cara pecosa y el cabello castao claro, y esta-

    ba lejos de ser un hombre apuesto. Pero tena una sonrisa audaz, fres-

    ca y atractivaParece que sabes mucho dijo ella. Eres profesor o algo as?

    Pues s, lo soy. Soy profesor de Asiriologa. Y t, qu eres?

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    Ms bien, era respondi Astra encogindose de hombros.

    Era azafata de vuelo; una de las buenas. Pero ahora, al hacerme ms

    mayor y rellenita, dirijo la sala de briefingde la tripulacin de ca-

    bina.Ms que rellenita, yo dira que con ms curvas dijo Henry, in-

    clinando la cabeza como para verla desde otro ngulo. No te dife-

    rencias mucho de Inanna, ms conocida como Ishtar. A ella le gustaba

    exhibir su hermosa desnudez, y de ah que en muchas representacio-

    nes aparezca sin ropa, o llevando velos trasparentes.

    De pronto, Henry tom a Astra de la mano y la llev hasta el ex-

    positor de los sellos cilndricos.

    Aqu dijo sealando un grupo de sellos la puedes ver en algu-nas de esas representaciones.

    Y por qu haca eso?

    Inanna era la diosa del amor. Supongo que tendra que estar a la

    altura de su reputacin En la sexta tablilla de La epopeya de Gilga-

    mesh se cuenta que cuando Inanna vio a Gilgamesh desnudo, le invit

    a hacer el amor con ella.

    Y mirndola a los ojos y apretndole fuertemente la mano, aadi:

    T crees que se repetir la historia, Astra?

    Acept Gilgamesh la invitacin? respondi ella con otra pre-

    gunta.

    Bueno segn dice el relato, no. Gilgamesh la rechaz, adu-

    ciendo que Inanna haba matado a todos los amantes humanos que

    haba tenido. Peroyo no habra desperdiciado la ocasin!

    Es una oferta interesante: recrear un encuentro de hace mile-

    nios y ver si acaba ahora de otra manera dijo Astra mientras se sol-taba de su mano. Pero sigo queriendo saber qu hago yo aqu. Lo

    sabes t?

    Yo lo s dijo de pronto una voz a su lado.

    Astra se volvi hacia el dueo de la voz. Era un hombre alto y de

    anchos hombros, de unos cincuenta aos, con el cabello espeso y ca-

    noso en las sienes. Tena los ojos de un tono gris azulado, y la miraba

    con tanta intensidad que Astra fue incapaz de fijarse en nada ms.

    Usted? Pero, por qu? balbuce Astra.Es un asunto que deberamos tratar en privado respondi el

    extrao tendindole la mano.

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    Y, sin dejar de mirarla fijamente, aadi:

    Tendra la amabilidad de acompaarme, por favor?

    Un momento intervino Henry. Esta joven est conmigo!

    No diga tonteras le espet el extrao. Le he visto intentandocamelarla, incluso burlndose de ella cuando le ha hablado de su

    vnculo con esas antigua estelas De modo que, por favor, no se

    ofenda por tomarle prestada un rato a la seorita Kouri.

    Y sin dar ocasin para que ninguno de los dos pusiera ms obje-

    ciones, tom a Astra del brazo y se la llev entre la multitud de invi-

    tados.

    Haban salido ya de la sala de la exposicin cuando Astra se detu-

    vo y, soltndose el brazo, le dijo:Usted sabe mi nombre!

    Efectivamente. Usted es la seorita Astra Kouri, no es as?

    Astra sinti que se le agolpaba la sangre en el rostro, y que su co-

    razn lata ahora con fuerza.

    Cmo sabe?

    Me complace enormemente que haya aceptado usted la invita-

    cin le dijo el extrao con una sonrisa.

    Y quin es usted?

    Mis amigos me llaman Eli, que es una abreviatura de mi apelli-

    do, Helios. Me llamo Adam Helios Tiene suficiente con esto, de

    momento?

    Astra asinti con la cabeza.

    Acompeme entonces le dijo amablemente, tomndola de

    nuevo por el brazo.

    El hombre la llev hasta la entrada de la exposicin de Asiria y sedetuvo delante de la estela de Asurbanipal.

    Mira, Astra, mira la estrella de tu destino dijo el hombre en un

    susurro.

    Usted! grit Astra Qu es lo que quiere usted de m?

    Y, entonces, sin dejar de mirarla a los ojos, le tom la mano y des-

    liz sus dedos hasta una cicatriz apenas apreciable que tena Astra en

    el borde de la mano. Despus, tom su otra mano e hizo que ella des-

    lizara sus dedos por el borde de su mano, hasta que Astra pudo sentiruna cicatriz similar en la mano de l.

    Oh, Dios mo! exclam ella.

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    S, yo tambin tena un sexto dedo. Me lo extirparon quirrgica-

    mente cuando era nio dijo el hombre. No es eso lo que le ocurri

    a usted tambin?

    Es increble! dijo Astra. Estoy muy confundida Cmosabe usted eso? Y cmo saba mi nombre?

    Cree usted en el destino, Astra? le pregunt l en un susurro,

    mientras la tomaba con ambas manos por la cintura. Cree que las

    estrellas nos pueden llamar, que las piedras pueden hablar?

    Astra intent zafarse de l.

    Qu sabe usted de m, por todos los cielos?

    El hombre la solt.

    S ms de usted de lo que usted misma haya sabido jams res-pondi. Venga conmigo y se lo contar todo.

    Pero el hombre ya no la miraba a ella, sino a los smbolos celestia-

    les de la estela.

    La verdad es que no creo que deba comenz a decir Astra,

    pero se detuvo cuando el hombre extendi la mano y puso en contac-

    to su cicatriz con la de ella.

    Somos nicos en nuestra especie dijo l. Dotados excepcio-

    nalmente con un sexto dedo Es que no escucha cmo nos llama

    nuestro destino?

    El hombre la miraba de nuevo fijamente, con una mirada exigente,

    dominante. Astra quiso decir algo, pero no pudo.

    Venga conmigo dijo l, y la tom de nuevo por el brazo.

    Esta vez, Astra no se resisti.

    Vivo cerca de aqu aadi Eli al llegar a la escalinata de la

    puerta frontal del museo.Cruzaron el patio y, tras atravesar Great Russell Street, se aden-

    traron por Museum Street, una calle estrecha flanqueada por anti-

    guos edificios que, en otro tiempo, estuvieron habitados por familias

    ricas, pero que ahora albergaban oficinas de editoriales y libreras es-

    pecializadas en temas orientales y ocultistas. Caminaban en silencio,

    mientras Eli segua llevando a Astra del brazo.

    Giraron por una calle an ms estrecha, y luego se metieron en un

    callejn oscuro, sin iluminacin alguna. Astra supuso que se encon-traban en la parte posterior de los edificios ante los cuales haban

    pasado minutos antes, pero no estaba segura. En la ms impenetrable

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    oscuridad, Eli se detuvo delante de lo que result ser una puerta, sol-

    tando por fin el brazo de Astra para poder sacar las llaves y abrir el

    cerrojo con un hbil movimiento. El hombre abri la puerta, y Astra

    percibi una estrecha y empinada escalera que ascenda hacia algunaparte en medio de una tenue luz azulada.

    Pase, por favor dijo l.

    En cuanto Astra entr, Eli cerr la puerta tras de s.

    Ir yo delante para indicarle el camino aadi, mientras co-

    menzaba a subir la escalera.

    En los rellanos entre piso y piso, Astra alcanz a vislumbrar unas

    insospechadas puertas, apenas apreciables bajo la tenue luz azulada

    cuya fuente no poda determinar. Finalmente, despus de ascender loque le parecieron dos pisos, Eli abri una puerta y la introdujo en una

    sala de mediano tamao, en la que aquella extraa luz pareca ms

    intensa. Por su mobiliario, la habitacin pareca destinada a cumplir

    la funcin de una sala de estar, aunque tena todos los espacios dispo-

    nibles de las paredes cubiertos hasta el techo con estanteras de libros.

    Nada ms entrar, percibi cierto aroma en la habitacin, un aroma

    embriagador. De sus tiempos como azafata de vuelo, Astra haba

    aprendido a reconocer el tufillo de la marihuana y el hachs, pero lo

    que ola ahora era diferente.

    Pngase cmoda dijo Eli, sealndole un amplio y confortable

    silln.

    Astra se sent, acomodando el bolso entre su cuerpo y uno de los

    brazos del silln.

    Maldita sea! dijo de pronto. Me he dejado el impermeable y

    el gorro en el museo!No se preocupe dijo Eli. Estarn a buen resguardo hasta que

    vaya a recogerlos Un jerez?

    Sin esperar la respuesta, el hombre llen dos copas de una licorera

    que haba en una mesita lateral; le ofreci una de las copas a ella y,

    cuando Astra levant la mano para tomarla, l retuvo la copa por

    unos instantes.

    Esusted hermosa le dijo; y cedi finalmente la copa.

    Aunque sus sentidos estaban anegados por aquel dulce y embria-gador aroma que llenaba la habitacin, Astra no quiso pasar por alto

    la observacin del hombre.

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    Es as como suele comenzar las conversaciones? pregunt.

    Eli levant su copa y dijo ignorando su pregunta:

    Brindemos por esta fascinante velada. Le prometo que se lo

    voy a contar todo, pero permtame que comience con lo de la invita-cin aadi, mientras se acomodaba en otro silln delante de ella.

    Al fin y al cabo, esto es lo ms sencillo de explicar. Como habr po-

    dido sospechar, trabajo en el museo, y me ocupo de organizar y res-

    taurar hallazgos arqueolgicos de Oriente Prximo. Me fij en usted

    hace ya bastante ms de un ao, y luego estuve siguiendo sus pasos

    en sus posteriores visitas. Me fij en usted porque me record a al-

    guien.

    El hombre hizo una pausa para dar un sorbo de jerez.A quin? pregunt Astra.

    La conocer pronto respondi l. Al cabo de un tiempo, me

    di cuenta de que vena usted al museo ciertos das, a ciertas horas,

    hasta que esperarla se convirti para m en una costumbre. Las ms

    de las veces, no me quedaba decepcionado. Yo la observaba a usted

    y vea que, una y otra vez, acuda a contemplar determinados obje-

    tos del museo y, al igual que ha hecho esta noche (s, la estaba obser-

    vando), tocaba los smbolos celestiales esculpidos en las estelas y los

    relieves. Pasaba una y otra vez los dedos sobre ellos, sobre uno en

    particular Yo la observaba, y observaba su mano Y, sin que se

    diera cuenta, me acerqu a usted en varias ocasiones Hasta que

    un da, cuando levant la mano para tocar los smbolos celestiales,

    lo vi!

    Qu es lo que vio?

    La cicatriz, la reveladora cicatriz que le qued cuando le extir-paron el sexto dedo! respondi Eli con una sonrisa de excitacin.

    Y entonces supe que encontrarla a usted era el augurio que yo haba

    estado esperando

    El hombre se detuvo y dio un sorbo al jerez para calmarse.

    El resto fue fcil. La segu, descubr dnde viva y dnde traba-

    jaba, averig su nombre y, luego, cuando el museo prepar la expo-

    sicin sobre Gilgamesh y vi la fecha que se haba escogido para la

    inauguracin, supe que todo estaba predestinado Supe que haballegado el momento de dar el siguiente paso. De modo que sustraje

    una invitacin y se la envi a usted.

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    Y todo eso por mi sexto dedo? pregunt Astra antes de dar

    un sorbo, para a continuacin aadir. O lo que haba detrs era el

    resto de mi cuerpo?

    Igualita que ella dijo Eli. De lengua afilada y fogoso tempera-mento Hasta qu punto est familiarizada con la Biblia, Astra?

    Donde yo crec no haba escuela dominical respondi. No ha

    respondido a mi pregunta.

    Dejar que sea la Biblia la que responda replic l.

    Se levant y se dirigi a una de las estanteras, sac un voluminoso

    libro y volvi a sentarse en el silln. Encendi una lamparita que ha-

    ba en una mesilla junto a l y estuvo hojeando el libro hasta que en-

    contr lo que buscaba.Conoce el fragmento bblico de los espas que envi Moiss

    como avanzadilla a Canan, antes de que llegaran las tribus de Israel?

    pregunt.

    La verdad es que no respondi Astra.

    Se halla en el libro de los Nmeros, captulo 13. Los espas par-

    tieron del desierto del Sina, cruzaron el Ngueb y llegaron a la ciu-

    dad de Hebrn, que era donde vivan lo que en la Biblia llaman gigan-

    tes, los tres descendientes de Anaq: Ajimn, Sesay y Talmay

    Eli hizo una pausa y se puso a hojear de nuevo la Biblia.

    Estos tres descendientes de Anaq aparecen de nuevo en el libro

    de Josu, y posteriormente en el primer libro de los Jueces, cuando la

    tribu de Jud conquista Hebrn. En cada ocasin, se les relaciona por

    sus nombres: Ajimn, Talmay y Sesay Sabe lo que significa el nom-

    bre de Sesay?

    No tengo ni idea.El de los seis!

    Seis dedos? pregunt Astra sorprendida.

    Puede apostar su vida en ello respondi Eli. Toda aquella re-

    gin del sur de Canan, fronteriza con la pennsula del Sina, era co-

    nocida en la antigedad por ser la morada de los descendientes de

    seres sobrehumanos, uno de cuyos singulares rasgos era que tenan

    seis dedos. Quinientos aos despus, el rey David, luchando con los

    filisteos en aquella misma regin, se encontr con los descendientesde aquellos seres sobrehumanos. Haba cuatro de ellos en la ciudad de

    Gat. Aqu permtame que le lea esto del segundo libro de Samuel:

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    Se dio otra batalla en Gat, donde haba un gigante que tena veinti-

    cuatro dedos, seis en cada extremidad. Tambin ste era descendiente

    de los Refam.

    Est queriendo decir que tenemos algo en comn con los gi-gantes de los relatos bblicos?

    Efectivamente dijo Eli. En la medicina moderna, este fenme-

    no recibe el nombre de polidactilia;y se sabe, sin ningn gnero de

    duda, que se trata de un rasgo gentico poco habitual que se trasmite

    de generacin en generacin. Al igual que otros rasgos poco comunes,

    este gen errtico deben portarlo tanto la madre como el padre para

    que se reproduzca en sus descendientes Sin embargo, en ocasiones,

    el gen puede adoptar un patrn recesivo y no manifestarse durantegeneraciones, para volver a emerger cuando se da el emparejamiento

    adecuado. Entonces, este rasgo gentico aparece de nuevo en los des-

    cendientes; en nuestro caso, un sexto dedo en la mano o en el pie.

    He ledo algo acerca de tales defectos genticos, muy peculiares

    en determinados grupos de personas coment Astra. Dicen que es

    algo hereditario.

    Precisamente dijo Eli. Salvo que, en nuestro caso, no se trata

    de un defecto, en absoluto

    Pero el hombre no termin la frase, sino que se levant y rellen de

    jerez las copas, le ofreci a Astra la suya y se qued de pie. La luz de la

    lmpara iluminaba la pared del fondo tras su cuerpo, mientras cierto

    resplandorrealzaba su silueta sobre el tono azulado de la sala. Astra

    guard silencio, esperando a que continuara.

    Nosotros, usted y yo prosigui mirndola a los ojos, tenemos

    un gen en comn; descendemos de los mismos antepasados, de gen-tes de otros tiempos que ya eran antiguos en tiempos bblicos

    Pero si acaba de decir que esto no es un defecto! le interrum-

    pi Astra.

    Todo lo contrario dijo Eli. Significa que cumplimos los requi-

    sitos para la inmortalidad!

    Inmortalidad?Debe de estar de broma.

    En absoluto respondi Eli. Lo digo completamente en serio.

    Simplemente porque nacimos con seis dedos en una mano?Porque somos descendientes de los Refam, entre otras cosas

    Sabe usted lo que significa esta palabra bblica?

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    No.

    Significa, literalmente, los Sanadores. Se los menciona varias

    veces en la Biblia como a unos seres extraordinarios que vivan en

    determinadas zonas de Tierra Santa en tiempos remotos. Segn lastradiciones de otros pueblos de la antigedad, los Refam eran seres

    divinos que conocan los secretos de la sanacin

    Como el arcngel Rafael?

    Exacto, pues eso es precisamente lo que ese nombre significa:

    Sanador de Dios o, traducido de forma literal, el Sanador de la

    deidad llamada El Segn un antiguo relato cananeo, hubo un

    rey llamado Keret que era un semidis, pues era hijo de El. Pero

    provoc las iras de cierta diosa, y sta le afligi con una enfermedadfatal. Cuando Keret se estaba muriendo a causa de la enfermedad,

    El envi a la diosa de la sanacin en su rescate, y sta le devolvi la

    salud.

    Eli dio un sorbo a su copa.

    Y luego est el relato cananeo de Dan-El, del que se dice clara-

    mente que era descendiente de los Refam. Viva en la zona del N-

    gueb, en Canan, y, al igual que el patriarca hebreo Abraham, recibi

    la visita de unos seres divinos que le prometieron que tendra un hijo

    de su esposa a pesar de la avanzada edad de la pareja. Para hacer

    posible el milagro, le dieron a Dan-El una pocin denominada Alien-

    to de Vida, que rejuveneca y devolva el vigor.

    Y funcion? pregunt Astra.

    Por supuesto que funcion! De hecho tuvieron un hijo, que ter-

    minara convirtindose en un joven muy apuesto; tan apuesto que

    Anat, la diosa cananea de la guerra y el amor, le propuso mantenerrelaciones ntimas. Sabiendo cules eran las consecuencias de hacer el

    amor con una diosa, salvo en determinadas circunstancias, el joven se

    neg a acostarse con ella. De modo que, para seducirlo, Anat le pro-

    meti que conseguira para l la inmortalidad.

    La inmortalidad a travs del rejuvenecimiento, la eterna juven-

    tud. Es eso?

    S respondi Eli. El rasgo divino de los Refam, trasmitido

    genticamente a sus descendientes y manifestado en el rasgo inusualdel sexto dedo!

    Siga contndome dijo Astra. Cuntemelo todo.

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    Eli se acerc a ella y, tomndola por la barbilla, la mir fijamente

    a los ojos.

    Es un largo viaje dijo al fin, un viaje que nos llevar hasta

    nuestros orgenes.Pues llveme hasta nuestros orgenes murmur Astra. Quiero

    saberlo todo.

    Por unos instantes, Astra sinti el deseo de cerrar los ojos, pero la

    mirada de Eli era demasiado turbadora como para dejarse llevar por

    aquel impulso. Sin soltarle la barbilla, Eli se inclin sobre ella, y Astra

    supo que pretenda darle un beso. Un escalofro recorri su cuerpo

    como un rayo mientras Eli depositaba un suave beso en su frente,

    para incorporarse inmediatamente de nuevo.Muy bien dijo l. Iniciemos nuestro viaje al pasado.