el reloj juliana beatriz accoce

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El reloj Juliana Beatriz Accoce El tren en que venía Irene paró de tal manera que la puerta el vagón quedó justo donde su madre la aguardaba. No halló las cosas como esperaba, aunque no estaba segura si era porque habían cambiado o porque ellas las recordaba con más colorido, menos ajadas, como se ven todas las cosas en la infancia. Su madre tambin estaba distinta, pero eso sí, no por efecto de la memoria, sino del tiempo. !ientras bajaba el equipaje " la abra#aba, " luego mientras caminaban hacia la casa unas pocas cuadras, tuvo la impresión de haber hallado el tiempo que en la ciudad se le iba tan pid o$ estaba todo all í acumulado. % amb in le pareció que allí todo tenía el color de la arena. &a primera ceremonia al llegar a la casa fue tomar mate largamente en la cocina. Irene hablaba de los estudios que estaba por terminar, de las amiga s con quienes vi vía , del hombre con el que pl aneaba casar se. &uego comen#ó a hacer preguntas sobre el pueblo, sobre sus antiguos compa'er os, los que habían partido como ella, los que no se habían ido, los que tes a'os atrás habían asistido al velorio de su padre " los que no. (on las preguntas llegaron los recuerdos, de su infancia. )el colegio sobre todo recordaba los recreos, los juegos, las tonterías que habían sido para ellas grandes aventuras. El recuerdo de un suceso, más nítido que otros, la llenó por un instante de secreta verg*en#a. En el +ltimo a'o de la primaria, en un descuido de una compa'era llamada nita, Irene le había robado un reloj. Era un reloj de forma oval, con un espejito adentro " una pulsera de cadenita. Era probablemente ba'ado en oro, pero Irene no se lo había quitado por eso. &a había hecho simplemente porque el r elo j le gustaba mucho. &uego ni ta había sospechado de ella " se lo había reclamado insistentemente, pero sin ning+n escándalo, " había tratado de persuadirla del valor que para ella tenía el reloj que su madre le había dado- le había prometido que nadie se enteraría si se lo devolvía, pero Irene había negado una " otra ve#, " haa optad o por ofenderse ante la desconan#a de su compa'era, quien nalmente se re sig nó a la neg ativa ro ndole que jamás se olvidara de darle cuerda porque/ le dijo 0era mu" delicado " se estropearía mucho. 1ronto Irene se dio cuenta de que había sido una tontería quedarse con el reloj "a que no podría usarlo sin que fuera reconocido, así que tuvo que esconderlo en un hueco que había hecho ella misma bajo una baldosa 2oja en su cuarto, en donde guardaba sus secretos de la mirada materna. veces, cuando estaba sola lo sacaba,

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7/24/2019 El Reloj Juliana Beatriz Accoce

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El reloj Juliana Beatriz Accoce

El tren en que venía Irene paró de tal manera que la puerta el vagón

quedó justo donde su madre la aguardaba. No halló las cosas como

esperaba, aunque no estaba segura si era porque habían cambiado o

porque ellas las recordaba con más colorido, menos ajadas, como se ventodas las cosas en la infancia. Su madre tambin estaba distinta, pero

eso sí, no por efecto de la memoria, sino del tiempo. !ientras bajaba el

equipaje " la abra#aba, " luego mientras caminaban hacia la casa unas

pocas cuadras, tuvo la impresión de haber hallado el tiempo que en la

ciudad se le iba tan rápido$ estaba todo allí acumulado. %ambin le

pareció que allí todo tenía el color de la arena.

&a primera ceremonia al llegar a la casa fue tomar mate largamente en

la cocina. Irene hablaba de los estudios que estaba por terminar, de las

amigas con quienes vivía, del hombre con el que planeaba casarse.&uego comen#ó a hacer preguntas sobre el pueblo, sobre sus antiguos

compa'eros, los que habían partido como ella, los que no se habían ido,

los que tes a'os atrás habían asistido al velorio de su padre " los que no.

(on las preguntas llegaron los recuerdos, de su infancia. )el colegio

sobre todo recordaba los recreos, los juegos, las tonterías que habían

sido para ellas grandes aventuras. El recuerdo de un suceso, más nítido

que otros, la llenó por un instante de secreta verg*en#a.

En el +ltimo a'o de la primaria, en un descuido de una compa'era

llamada nita, Irene le había robado un reloj. Era un reloj de forma oval,con un espejito adentro " una pulsera de cadenita. Era probablemente

ba'ado en oro, pero Irene no se lo había quitado por eso. &a había hecho

simplemente porque el reloj le gustaba mucho. &uego nita había

sospechado de ella " se lo había reclamado insistentemente, pero sin

ning+n escándalo, " había tratado de persuadirla del valor que para ella

tenía el reloj que su madre le había dado- le había prometido que nadie

se enteraría si se lo devolvía, pero Irene había negado una " otra ve#, "

había optado por ofenderse ante la desconan#a de su compa'era,

quien nalmente se resignó a la negativa rogándole que jamás seolvidara de darle cuerda porque/ le dijo 0era mu" delicado " se

estropearía mucho. 1ronto Irene se dio cuenta de que había sido una

tontería quedarse con el reloj "a que no podría usarlo sin que fuera

reconocido, así que tuvo que esconderlo en un hueco que había hecho

ella misma bajo una baldosa 2oja en su cuarto, en donde guardaba sus

secretos de la mirada materna. veces, cuando estaba sola lo sacaba,

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se lo ponía en la mu'eca " le daba cuerda, pero nalmente, cuando dejó

el pueblo, el botín quedó allí olvidado.

3n rato más tarde, mientras se instalaba en su cuarto, que la madre

mantenía limpio " en el mismo estado en que lo había dejado, recordó

nuevamente el reloj. (orrí un poco la cama, reconoció la baldosa " lalevantó, " lo encontró, bastante sucio de verdín. &o limpió con cuidado "

lo guardó en el bolsillo.

)urante el almuer#o, hi#o que su madre le contara todo lo que supiera

sobre nita. Ella 0dijo la madre 0se había mudado a las afueras hacía

a'os, " no volvía al pueblo desde entonces. En un principio, las malas

lenguas dijeron que sus padres la escondían porque estaba embara#ada,

pero nada conrmó el rumor. (uando los padres murieron, no se la vio

en el funeral. &os proveedores que se llegaban hasta su casa tampoco la

veían$ encontraban su dinero en la puerta " allí dejaban sus pedidos.

Irene decidió que iría a verla por la tarde. Se sentía avergon#ada " llena

de remordimiento, pero sólo ahora, "a ma"or, comprendía que su falta

era reparable$ iría a buscar a nita " le devolvería su reloj. Sin duda

nita se daría cuenta de lo apenada que estaba " la disculparía.

Seguramente lo vería como una cosa de ni'as " luego las dos podrían

reír juntas del incidente.

1idió instrucciones para llegar hasta la casa, a unos ocho 4ilómetros

campo afuera. 5i#o chirriar su vieja bicicleta, que hubiera necesitadoaceite, por el camino de tierra. 1or momentos, se arrepentía de la idea.

 %al ve# nita ni siquiera recordara el asunto. 6 además, quin sabía qu

grandes motivos tenía para aislarse de esa forma. Sin duda, ella no era

nadie para inmiscuirse, " lo mejor sería volver. 1ero la casa "a estaba

ante sus ojos. 7espiró hondo " bajó de la bicicleta.

En la puerta, la asustó el salto de un enorme gato manchado. Se tomó

un segundo para reponerse, " golpeó. No hubo respuesta. 8olvió a

golpear. Sintió que alguien levantaba la tapa de la mirilla. 3na vo# de

ni'a preguntó$

/9:uin es;

/ <usco a nita. So" Irene, una amiga, Irene =rías.

/h, Irene> vos> pods pasar/ fue la inesperada respuesta.

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&a llave giró, giró el picaporte " se abrió la puerta.

Irene la reconoció enseguida. En el instante siguiente, el más aterrador

de toda su vida, se dio cuenta de que hubiera sido imposible no

reconocerla, porque nita estaba, literalmente, igual que la +ltima ve#

que la había visto. %enía el cuerpo de una ni'a de doce a'os, su pelo, surostro. )e pie frente a ella, sólo sus ojos no eran los de una ni'a. Irene

o"ó de sus labios el reproche más resignado " triste que hubiera oído$

/ No le diste cuerda.

En: Cuentos sin respiro. Juliana Accoce.