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El Proyecto de Alfabetización Cuando comencé mi gestión como Directora de la Escuela, en febrero del 2008, en una reunión de personal, propuse considerar la posibilidad de que tuviéramos capacitación en servicio dado que hacía varios años que no se implementaba institucionalmente. Fue así que, de la reflexión en común, surgió la necesidad de capacitarse en Prácticas del Lenguaje. Esto motivó mi solicitud a CEPA y conocimos a la Prof. Flora Perelman. Ella es una profesional altamente especializada en alfabetización. Cabe aclarar que la Prof. Perelman concurrió a la Escuela una vez cada quince días de 8 a 10 hs. y actualmente lo sigue haciendo. Otro aspecto que me parece importante destacar es que una vez asumida la necesidad de capacitarnos, todos debíamos concurrir al encuentro. Las únicas excepciones fueron una preceptora en tareas pasivas, y dos docentes prontas a jubilarse. El desafío que se nos presentaba era cómo hacer para capacitarnos sin dejar de atender a los alumnos. Luego de un diagnóstico institucional de las necesidades pedagógicas de los mismos se arribó a la conclusión de que recibirían capacitación sobre los siguientes temas: “Buenos hábitos alimentarios” en el 1º cuatrimestre y “Hábitos de higiene personal e institucional” en el 2º cuatrimestre. Estos dos proyectos se desarrollaron en el mismo horario en que nosotros nos capacitábamos y estaban a cargo de las docentes mencionadas (que no concurrían a la capacitación) y de la secretaria/o, según fue el momento del año. De la Alfabetización Funcional a la Alfabetización En un primer momento hablábamos de Alfabetización Funcional porque entendíamos que la lectura y escritura debían relacionarse con las características de la escuela. Al ser de “formación laboral”, pensábamos que bastaba que el joven aprendiera a escribir su nombre, algunas palabras

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El Proyecto de Alfabetización

Cuando comencé mi gestión como Directora de la Escuela, en febrero del 2008, en una reunión de personal, propuse considerar la posibilidad de que tuviéramos capacitación en servicio dado que hacía varios años que no se implementaba institucionalmente. Fue así que, de la reflexión en común, surgió la necesidad de capacitarse en Prácticas del Lenguaje. Esto motivó mi solicitud a CEPA y conocimos a la Prof. Flora Perelman. Ella es una profesional altamente especializada en alfabetización.

Cabe aclarar que la Prof. Perelman concurrió a la Escuela una vez cada quince días de 8 a 10 hs. y actualmente lo sigue haciendo.

Otro aspecto que me parece importante destacar es que una vez asumida la necesidad de capacitarnos, todos debíamos concurrir al encuentro. Las únicas excepciones fueron una preceptora en tareas pasivas, y dos docentes prontas a jubilarse. El desafío que se nos presentaba era cómo hacer para capacitarnos sin dejar de atender a los alumnos. Luego de un diagnóstico institucional de las necesidades pedagógicas de los mismos se arribó a la conclusión de que recibirían capacitación sobre los siguientes temas: “Buenos hábitos alimentarios” en el 1º cuatrimestre y “Hábitos de higiene personal e institucional” en el 2º cuatrimestre. Estos dos proyectos se desarrollaron en el mismo horario en que nosotros nos capacitábamos y estaban a cargo de las docentes mencionadas (que no concurrían a la capacitación) y de la secretaria/o, según fue el momento del año.

De la Alfabetización Funcional a la Alfabetización

En un primer momento hablábamos de Alfabetización Funcional porque entendíamos que la lectura y escritura debían relacionarse con las características de la escuela. Al ser de “formación laboral”, pensábamos que bastaba que el joven aprendiera a escribir su nombre, algunas palabras claves en relación al Taller en el que se desempeñaba, que pudiera leer, por ejemplo, el número del colectivo en que debía viajar, etc. Que la alfabetización le sirviera para su autovalimiento.

Con el tiempo y de la mano de la Prof. Perelman nos dimos cuenta que, si bien no estaba mal que el alumno aprendiera los contenidos que expresábamos, la óptica era restrictiva de las posibilidades del joven. Pertenecía a una época en que las escuelas laborales tenían como objetivo la producción y la capacitación del alumno en una actividad específica. Obedecía a un momento histórico de nuestro país en el que bastaba leer y escribir y poder hacer cálculos sencillos para encontrar un trabajo, pero hoy sabemos que esto no alcanza. También sabemos que la inclusión de los jóvenes con necesidades educativas especiales (NEE) en la sociedad y en el mercado laboral depende más de una decisión política que de las adquisiciones que hayan podido alcanzar.

En la actualidad, los objetivos de las Escuelas de Formación Laboral son más ambiciosos, basados en los Derechos Humanos y en los Derechos del Niño a recibir una educación de acuerdo a sus posibilidades, apuntan a una educación integral del joven.

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Ahora, enmarcados dentro del paradigma de la Inclusión, entendemos la alfabetización ya no como funcional sino, como una herramienta indispensable, que produce un cambio cualitativo en la subjetividad del joven con NEE y en algunos casos colabora en la constitución de la misma cuando, por algún motivo, la personalidad se ha fragmentado.

La mirada se nos amplió y empezamos a pensar en la necesidad de los jóvenes, de reconocerlos como sujetos de derecho escritor y lector, como sujetos que tienen el derecho de estar en contacto permanente con la cultura letrada. Desde esta ideología, escribir va más allá de poder hacerlo convencionalmente, también es un acto de escritura poder dictar al maestro, a un compañero y leer no es necesariamente la lectura de oraciones simples y en forma mecánica para luego recién leer comprensivamente y por último críticamente. Un acto lector será también escuchar un cuento, comprender algo del personaje, sentir el placer de lo que nos leen, etc. Hay que reconocer que esta interpretación no es nueva y, en el Currículum de la Escuela Primaria Común, las Prácticas del lenguaje, se enmarcan dentro de esta concepción. Hasta aquí se podría decir que no hay nada novedoso e inclusive se podría llegar a pensar erradamente que a los docentes nos faltaba lectura y actualización respecto del Currículum. Lo cierto es que la Escuela de Formación Laboral paulatinamente se fue alejando de la enseñanza de la escritura y la lectura y esto no es casual sino que ha obedecido a un proceso que llamo de desilusión que compartimos con los padres y que luego explicaré más adelante.

Lo bueno es que, después de todo este recorrido, la Alfabetización se convirtió en el eje transversal de nuestro Proyecto Escuela, y se fue afianzando durante este segundo año. Por otro lado hemos ido descubriendo y comprobado la relevancia que tiene para los jóvenes con NEE el pertenecer y estar en contacto con el mundo letrado. Vivencia que nos llevó a que la Alfabetización se constituya como parte fundamental de nuestra identidad institucional.

De la relación con la lengua escrita de los alumnos y sus familias

Nuestros alumnos son jóvenes de 15 a 30 años con retardo mental moderado. En su gran mayoría pertenecen a familias de clase media baja.

Estos padres ingresaron a la educación estatal en los primeros meses de vida de su hijo para que éste recibiera estimulación temprana. Luego de la primera desilusión por el hijo llegado, que no correspondía al hijo esperado, comienzan a transitar un camino de ilusiones y expectativas fomentadas y avaladas por la escuela. Es la etapa que se puede sintetizar con la frase docente: “Puede hacer lo mismo que los otros chicos, nada más que más lento. Necesita más tiempo”. Y sí, el niño se sienta unos meses más tarde, si habla lo hace con un vocabulario más limitado y controla esfínteres, también más tarde. Hasta aquí la frase parece reflejar la realidad aunque en el interior de los padres se acrecienta la ilusión de que el retardo mental se cura con los años como si se tratara de una enfermedad.

El niño comienza el jardín de infantes en una Escuela Especial. Para que se “socialice” y aprenda junto a otros chicos, se lo integra a un Jardín de Infantes de

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Educación Común. Los padres siguen alimentando la esperanza…de alcanzar la normalidad y con ella la adquisición de la escritura y la lectura.

Los padres han ido menguando sus ilusiones respecto del aprendizaje de la escritura y la lectura durante el transcurso de la Escuela Primaria Especial. Cuando sus hijos llegan a los quince años ingresan a la Escuela de Formación Laboral, sus expectativas no son las mismas que al principio de su escolaridad, empiezan a tener conciencia de sus limitaciones de aprendizaje experimentando una gran desilusión y sólo esperan que en la Escuela “practiquen” para que no olviden lo que ya saben, como si el ejercicio repetitivo garantizara la adquisición de la escritura y la lectura. Creencia que tiene su raíz en una pedagogía positivista en la que ellos han sido educados.

Desde esta concepción, hay muy poco margen para que sus hijos aprendan y se desarrollen, de ahí la desilusión que lleva implícito el abandono por parte de la familia de incorporar naturalmente al mundo letrado a este joven teniendo para ellos una consecuencia nefasta: ya no lo participan, ni promueven actividades culturales junto a él.

Esta vivencia de los padres ha quedado plasmada en las respuestas que dieron en la encuesta llevada a cabo en el 2008 “Padres junto a la Escuela” donde se les preguntaba qué esperaban de la Escuela en materia de enseñanza, qué creían que necesitaban aprender sus hijos, si compartían lecturas, o realizaban actividades culturales con ellos, qué otro tipo de actividades promovían para que desarrollasen sus hijos, si tenían en cuenta el encuentro con otros jóvenes, etc.

De la relación de los docentes con la lengua escrita

Los docentes también hemos pasado por los mismos momentos que los padres, hemos tenido la ilusión de que la mayoría de los alumnos iban a aprender a leer y a escribir. Sobre todo en nuestros primeros años de profesión, aquellos que hemos ejercido como maestros de Escuela Primarias Especiales. También es cierto que llegamos antes que los padres a sufrir la desilusión por la limitada adquisición de los alumnos de la escritura y la lectura en forma convencional y comenzamos a insistir sólo con aquellos que veíamos que tenían mayores posibilidades. Por otra parte, hay que reconocer que las adquisiciones de esta índole, en estos alumnos son lábiles. Esto parecía habilitar a que todos los años se comenzara la enseñanza desde cero, como si no supieran nada y bajo la premisa que primero debían aprender las letras para luego formar palabras y recién escribir una sencilla oración. La enseñanza se basaba en el sentido común de que había que comenzar por lo más simple para llegar a lo más complejo. Sin darnos cuenta, repetíamos en nuestras prácticas la misma concepción de enseñanza y de aprendizaje con la que nosotros mismos habíamos adquirido la escritura y la lectura. Es decir, había una suerte de escisión entre lo aprendido teóricamente en el profesorado, lo leído en el Currículum y planificado, con lo realizado en el aula. Sin darnos cuenta nos enfilábamos en la misma concepción pedagógica positivista que los padres.

A esta desilusión con relación al aprendizaje de los alumnos, se suma la propia desilusión que sufrimos los docentes al ver desplazada la posibilidad de enseñar la escritura, la lectura y el cálculo por la enseñanza de contenidos y el desarrollo de actividades relacionados con los Talleres. Estos se crean teniendo en cuenta la necesidad de los alumnos pero sin considerar las posibilidades de los docentes de hacerse cargo. No nos olvidemos que los maestros pertenecientes al Área de Educación

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Especial hemos sido formados para alfabetizar, no para desempeñarnos como profesores en un Taller de Cocina y Repostería, de Soldadura Plática, Carpintería, Artesanías, etc. Cabe aclarar que los contenidos inherentes a los Talleres son seleccionados a criterio de cada maestro haciendo uso de su sentido común porque estos contenidos no tienen ningún marco regulatorio. El abordaje de estos contenidos sólo es avalado por el Proyecto Escuela. Además el docente de Escuelas de Formación Laboral todo el tiempo debe manejar su grado de frustración y sumarse a la utopía (en la acepción de inalcanzable) de que capacita a los alumnos para el mundo del trabajo, sabiendo desde el vamos que la mayoría no será recibida por el mercado laboral competitivo aunque existan las leyes que expresen cuáles son sus derechos.

Todo lo antedicho sirve para explicar que, debido a este cúmulo de desilusiones, la Escuela de Formación Laboral también empezó a alejarse del mundo letrado, por entender muchas veces que no le correspondía, porque a la pregunta del “¿para qué enseñar a leer y a escribir?” las respuestas que encontrábamos eran poco satisfactorias cuando no las considerábamos inútiles. A esta etapa la podemos sintetizar con las siguientes frases: “para qué insistir…”, “ lo que no aprendió hasta ahora ya no lo va aprender”, “para qué seguir torturándolo para que escriba”. Los alumnos quedaban segregados del mundo letrado y sólo recibían la enseñanza de los contenidos curriculares unas pocas horas semanales cuando tenían apoyo escolar.

En los últimos años, esto ha comenzado a cambiar aunque cada escuela enseña “con su librito”, es decir, de acuerdo a lo que considera conveniente para sus alumnos, sin que exista en la actualidad una propuesta común que nos nuclee como Escuelas de Formación Laboral.

De nuestra capacitación en Alfabetización a la implementación

En la escuela, la psicopedagoga María Elena Corro hacía un año que trabajaba en la alfabetización con un grupo de alumnos, pero no había sistematizado la experiencia y arribado a alguna conclusión. Esto y la inquietud grupal de los docentes más la incentivación de la Prof. Perelman dio como resultado, sin que nos diéramos demasiado cuenta, que comenzara a surgir una pregunta: “¿es posible la alfabetización de los alumnos, jóvenes y adultos, a su edad?”. Y con esta, otras similares: “¿se plafonan?”. Y de no ser así, “¿para qué sirve insistir si no van a lograr leer y escribir convencionalmente?”, etc.

Estas preguntas y muchas más nos las hemos ido contestando a lo largo de estos dos años y, aunque hemos encontrado respuestas satisfactorias que nos mueven hoy a quererlas compartir con todos Uds., no han cesado, pero sí han sufrido una transformación. Son de otra índole, no se alinean dentro de la concepción convencional de la lectura y la escritura como adquisición de un código que una vez adquirido podrá luego ser aplicado para “entender los textos” o “para comunicarse”. Comenzamos a preguntarnos: “¿cómo crear situaciones didácticas para que todos los jóvenes tengan un mayor contacto con la cultura escrita?”, porque sabemos como docentes que está en nuestras manos hacer valer su derecho a disfrutar y participar del mundo letrado al que pertenecen. No son preguntas ni respuestas cerradas, siempre vuelven. Sólo que ahora tenemos la convicción y la certeza de que estamos en el camino indicado, apoyados

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por los cambios cualitativos y cuantitativos que hemos podido vivenciar en nuestros alumnos en este tiempo.

De esta forma la Escuela se fue poblando progresivamente de situaciones de escritura y lectura, así como de carteles, libros, propagandas, videos, etc. Esto pasó por desligar la lectura y la escritura de la evaluación del conocimiento de las letras.

Leer también es participar de situaciones de lectura donde el docente u otros alumnos leen e intercambian interpretaciones. Escribir también es participar de situaciones donde el docente y otros alumnos producen escrituras. Al participar de la producción de un texto, los alumnos están aprendiendo a escribir aunque no puedan hacerlo por sí mismos.

Este nuevo enfoque de cómo entendemos los actos lectores y escritores implica enseñar y acompañar a cada uno de los jóvenes (dentro de sus posibilidades), en su proceso de adquisición de la escritura y de la lectura, sin ponerles desde nosotros un límite en su aprendizaje.

Sabemos que la adquisición de la lengua escrita sólo se produce si hay contacto con ella. En palabras de la Prof. Perelman, se aprende intensificando la relación con la cultura escrita, creando situaciones didácticas continuas y diversas donde se lea y se escriba con sentido, estableciendo una relación constante con las prácticas sociales de lectura y escritura, e interviniendo para que los alumnos avancen en sus interpretaciones y producciones.

El asunto, entonces, consistió en que pensáramos situaciones donde se desplegaran actos lectores y escritores, qué situaciones se les podía brindar a los alumnos desde cada Taller para que pudieran crecer en su aprendizaje. Cómo hacíamos para que toda la Escuela se convirtiera en letra viva para estos jóvenes. Esta era la única forma de garantizar una continuidad y diversidad didáctica áulica e institucional.

Sólo podíamos (los docentes) aprender registrando situaciones en las que estuvieran presentes la escritura y la lectura, para luego compartirlas y ponerlas a consideración del grupo, junto con la Prof. Flora Perelman, para revisar nuestras intervenciones junto a los alumnos. Por tal motivo, algunas situaciones las hemos filmado, otras se han fotografiado y también se han escaneado producciones de los alumnos. En ellas se observan clases, trabajos individuales con algún alumno, diversas producciones escritas con diferentes propósitos o destinatarios, etc.

Lic. Mónica VignatiDirectora de la EEE y FL 16 DE 12