el pesimismo irónico de heinrich heine en "los dioses en el exilio"
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Comentario de "Los Dioses en el Exilio" de Heinrich HeineTRANSCRIPT
Duván Duque
Literatura Alemana
El pesimismo irónico de Heinrich Heine en Los dioses en el exilio
¿Qué ocurrió con los dioses de la Antigüedad una vez impuesto el cristianismo?
Es esta la pregunta que, aparentemente, quiere responder Heinrich Heine en Götter im
Exil. Su tesis, lejos de promulgar una extinción o desaparición de las figuras de los
dioses clásicos y abogar por una recuperación melancólica de carácter neoclásico,
propone ver este proceso como una permanencia decadente de estos. Con el triunfo del
cristianismo en el siglo III los dioses se vieron obligados a huir y buscar la manera de
subsistir en una sociedad en la que, gracias a la Iglesia y su demonización de los dioses
paganos, se les ve como espíritus del mal. El texto simula ser una especie de
investigación de carácter científico de las maneras en las que continuaron viviendo estas
figuras hasta los días de la modernidad, utilizando ejemplos para ilustrar el proceso,
pero la intención de Heine va mucho más allá de este pretendido historicismo. Como
veremos, Heine utiliza el tema para, en primer lugar, replantear la imagen de la
Antigüedad y, en segundo lugar, hacer una reflexión irónica sobre el lugar de la
sensualidad en medio de la espiritualidad abstracta de la sociedad europea cristiana,
burguesa e ilustrada. Heine es claro desde el principio. Los dioses (negados por la filosofía y
demonizados por la Iglesia) “se dedican a atraer al cristiano débil que se pierda por esos
sitios, para lo que se valen de sus seductoras artes demoníacas, del sensualismo y la
belleza, muy especialmente de las danzas y los cánticos (la cursiva es mía)”1. Lo
demonizado es el sensualismo y la belleza, las danzas y los cánticos. Es este
sensualismo lírico y dionisiaco el que forma la imagen que el poeta tiene de la
Antigüedad, tan contraria a la abstracción metafísica que predomina en su tiempo, ya
sea cristiana, burguesa o ilustrada idealista (a este respecto cabe anotar cómo Heine se
separa de los “sabios modernos”2 y la “simetría espantosa”
3 de su “lenguaje científico,
confuso y ha abstracto”4, tan diferente de la “magia negra de [su] estilo sano, claro y
popular”5). Vemos así cómo se empieza a formar una contraposición entre lo irracional,
sensual, musical, mágico y lírico por un lado y lo intelectual, racional, dogmático por
otro. Dicha contraposición actúa, como veremos en los ejemplos que el propio Heine da,
por medio de una relación de dominación superficial, en la cual el elemento moderno
oculta e incluso disfraza la sensualidad. El autor describe cómo tuvieron que adaptarse dichos dioses a ese sistema tan
distinto a la ambrosía olímpica, muchos de ellos teniendo incluso que recurrir a un
oficio burgués para subsistir. Este es el caso de Apolo, el primero al que el autor se
refiere, ya que habiendo sido pastor en el pasado decidió llevar una vida de cabrero en
la Baja Austria, con tan mala suerte que un monje erudito lo descubrió y fue ejecutado.
Lo que nos interesa es que es precisamente gracias a su canto que fue descubierto, “se
hizo sospechoso por la belleza de su canto y fue desenmascarado por un monje erudito
como un viejo dios pagano y hechicero”6, y también que es precisamente cantar y tocar
1 Heinrich Heine, “Los dioses en el exilio”; dins: Los dioses en el exilio. [Antología]
Edició i traducció de Pedro Gálvez. Barcelona: Bruguera 1984, p. 311. 2 Ibid. p. 312.
3 Ibidem.
4 Ibidem.
5 Ibidem.
6 Ibid. p. 313.
la cítara una vez más su último deseo. ¡Es la belleza del canto lo que desenmascara los
demonios! ¿Es este un comentario sobre la espiritualidad cristiana y su renuncia a la
sensualidad? El mundo que describe Heine es uno en el cual las mujeres lloran y caen
enfermas al escuchar un canto hermoso.
La relación entre este último pasaje, con Apolo y su cítara, y la poesía, es más
que evidente. Es la poesía, personificada por Apolo, la que debe esconderse bajo el
atuendo de los pastores. Sin embargo, esto no ocurre con todo. Marte, dios de la guerra,
no debe refugiarse y esconderse, y tampoco es juzgado por nadie. La guerra, a
diferencia de la poesía, sí tiene cabida en el mundo moderno, y el narrador especula
sobre el uso provechoso de la ley del más fuerte por parte de Marte durante la época
feudal. El caso de Baco es aún más ilustrativo. Escondido bajo su hábito de superior de
un convento franciscano del Tirol, el dios y sus dos ayudantes asistían, una vez al año, a
una bacanal en su honor, digna de las fiestas dionisiacas de la Antigüedad y su marcha
triunfal a Baco (con la abundancia orgiástica de vino, música, sensualidad y erotismo),
en la cual Baco “arrojó lejos de sí, con asco, la sucia vestidura junto con la cruz y el
rosario”7
dejando ver “la figura de un hermosísimo joven”8
. La dinámica del
enmascaramiento se repite. Bajo el hábito del asceta franciscano se esconde la belleza
sensual del dios del Olimpo. Cuando un joven pescador cristiano descubre la escena va
tan pronto como puede, muerto del pánico, temiendo por su alma y por la de cualquier
otro cristiano, al convento a reportar lo visto al monje superior, con tan mala suerte que
los monjes del convento son precisamente los que él había visto la noche antes. Por un lado, es interesante ver cómo, una vez más, está planteada la
contraposición entre la sensibilidad ascética y espiritual del cristiano y la sensualidad
dionisiaca del dios clásico. Es importante remarcar que es precisamente esta la
Antigüedad que ve Heine. En ningún lugar de su texto vemos la ‘nobleza simpleza y
serena grandeza’ de Winckelmann. La Grecia de Heine es otra, la que incluye las fiestas
desenfrenadas, la sensualidad exhuberante, y el uso extensivo de la fuerza y
enfrentamiento, anticipándose en muchos aspectos a lo que luego vendrá con Nietzsche.
Por otro lado, resalta aquí también la pervivencia de la religiosidad pagana de la
Antigüedad en algunas formas del cristianismo y el mundo moderno o medieval. Baco
no es solamente el monje superior del convento, es también un reconocido exorcista. La
experiencia en ritos extáticos dionisíacos es más que adecuada para este oficio cristiano.
El cuerpo de Apolo, tras ser juzgado, es buscado para clavarle una estaca en corazón,
intentando así curar a las mujeres víctimas de su hermoso canto, confundiéndolo con un
vampiro. He aquí otro ejemplo de superstición medieval que convivía con el dogma del
cristianismo (ejemplos como este, al cual se suman la pervivencia de ritos a poseidon o
la permanencia de Plutón en el infierno, permiten visualizar el dogmatismo, tan
fácilmente confundido con una creencia general real, más como un constructo que no
concuerda del todo con las creencias populares). Incluso la marcha de Baco guarda
relación con procesiones cristianas, tal como el propio Heine sugiere al referirse al
acontecimiento como “la marcha triunfal del Salvador divino, del Redentor de la
sensualidad”9, utilizando así formas comúnmente usadas al referirse a Cristo.
Heine va más allá de la sugestión refiriéndose explícitamente a los ritos de la
modernidad, definiendo así por contraste los de la Antigüedad, que a diferencia de estos
no tienen “enmascaramientos hipócritas, sin la presencia del sargento del policía,
7 Ibid. p. 317.
8 Ibidem.
9 Ibid. p. 318.
representante de una moral espiritualista”10
. La crítica a la moral moderna es explícita.
Es bajo estas formas bajo las que persisten estas actitudes en la modernidad, bajo una
forma restringida, falsa, domesticada y decadente. Los dioses dan muestras de esto al
estar viejos, débiles y pobres. Los dedos de Baco y sus acompañantes son helados, y
todos los asistentes a sus reuniones son pálidos cadáveres. Marte se lamenta, impotente,
al contemplar la destrucción de Roma. También Hermes, Mercurio, está viejo, es un “hombre ya de avanzada edad”
11,
con un ‘sombrerillo’ bajo el cual no hay nada que recuerde sus alas y unos “toscos
zapatos con sus hebillas de acero [que] en nada recuerdan las sandalias aladas”12
. La
dinámica de la superficie como disfraz vuelve a actuar, y cobra aquí aún más relevancia
al ser este personaje un comerciante holandés en la actualidad, con su limpia vestimenta
como ostentación de su fortuna, sirviéndole así a Heine para hacer un ácido comentario
sobre los comerciantes (llegando a ser equiparados a los ladrones en cuanto al fin de sus
actividades, planteando así de manera absurda los privilegios y el poder de los
comerciantes). El comentario no se restringe a los holandeses (que para Heine son todos
comerciantes), sino también a Inglaterra, que figura como el infierno de la modernidad,
al cual Hermes lleva las almas, y también la propia Frisia Oriental, de donde es el
pescador, donde la naturaleza es triste y nadie canta (de nuevo encontramos la pérdida
de la sensualidad, el ascetismo de la moral moderna), donde los hombres son “serios,
honrados, más razonables que religiosos”13
. Es evidente que la crítica de Heine no se
dirige aquí al cristianismo. La pérdida de la sensualidad es producto también de la fe en
la razón y la ética del trabajo burgués. Estos hombres de Frisia oriental “no se excitan
fácilmente por cosas fantásticas”14
, y por lo tanto al escuchar la propuesta del
comerciante holandés, al ver que se trata del transporte de almas “el terror secreto de
nuestro pescador sólo durase un instante, y así, reprimiendo sus sensaciones extrañas,
recobró en seguida su compostura y, aparentando la mayor indiferencia, se puso a
pensar en la forma de obtener el mayor barcaje posible (la cursiva es mía)”15
. Represión,
apariencia, domesticación, tal es el comportamiento de la moral moderna sobre la
sensualidad (que por lo tanto continua ahí, debajo, y es inherente, por tanto, a la
naturaleza humana). Nada se salva de la ‘pluma’ de Heine. Ni Holanda, ni Inglaterra, ni los territorios
alemanes, ni la burguesía, ni el cristianismo, ni los idealistas... ¡ni siquiera Francia! El
historicismo francés es parodiado hacia el final del texto. Ni siquiera la nación que
acogió al Heine exiliado se escapa de la feroz crítica del Heine enfermo de los últimos
años (Gotter im Exil se publica en abril de 1853, menos de tres años antes de su muerte),
el Heine que ha vivido las decepciones de la revolución en la que creyó. ¿Es esta una
crítica constructiva? No lo es. El pesimismo de Heine no es programático (cosa que lo
separa tanto de un Winckelmann como de un Hölderlin o un Nietzsche). El texto no
plantea soluciones, no mira hacia el futuro. Es cierto que prolonga la existencia de los
dioses olímpicos hasta el presente, pero esto no nos debe alegrar. Los encontramos
decrépitos, viejos, cansados, encorsetados bajo las apariencias restrictivas del mundo
contemporáneo (no son ya las entidades metafísicas de las nubes de Die Götter
Griechenlands), escondiendo lo sensual, restringiéndolo.
10
Ibidem. 11
Ibid., p. 322. 12
Ibid., p. 325. 13
Ibid., p. 321. 14
Ibid., p. 322. 15
Ibid., p. 323.
Incluso a Júpiter, Zeus, el más fuerte y sensual del Olimpo, lo encontramos en
medio de un llanto patético infantil, lamentando el olvido de sus glorias pasadas por
parte de los propios griegos modernos (de nuevo, nadie se salva), alegrándose
levemente por la pérdida cristiana de Grecia en manos musulmanas (la imagen de las
cruces sobre templos griegos siendo reemplazadas por ‘lunas’ transmite un sentimiento
de sistema mecánico, absurdo e inevitable de caída progresiva de los dogmas). Heine no
sólo se lamenta así por la pérdida de la sensualidad en la modernidad, sensualidad que
recupera de la Antigüedad, considerándola también como parte natural de la naturaleza
humana (es difícil no pensar en lo que vendrá con Nietzsche y Freud mientras se leen
algunos fragmentos de este texto), ahora reprimida hasta su decadencia decrépita, sino
que además transmite una cierta idea pesimista de pérdida de creencia en cualquier
dogma. La imagen de la ballena que algún marino pensó haver visto rezar cuando en
verdad se rascaba por la molestia ocasionada por las ratas en su grasa (Heine se refería a
menudo a sus enemigos como ratas o pulgas) podría ser una metàfora del sentimiento
del propio Heine, obligado por circunstancias sociales a convertirse al protestantismo.
Visión desencantada de la modernidad, ironización de las deidades antiguas, pesimismo
estéril sin propuesta o solución alguna... tal es la impresión que dejan las páginas de Los
Dioses en el exilio.
BIBLIOGRAFÍA
Heinrich Heine, “Los dioses en el exilio”; en: Los dioses en el exilio. [Antología]
Edición i traducción de Pedro Gálvez. Barcelona: Bruguera 1984, pp. 309-337 (y notas).
Paul Reitter, ‘Heinrich Heine and the Discourse on Mythology’, A Companion to
Heinrich Heine, ed. Roger F. Cook, 2002, Candem House.