el nombre de coro

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Museo Diocesano de Coro Lucas Guillermo Castillo Carlos González Batista

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Estudio que hace el Historiador Carlos González Batista sobre el significado del nombre de la ciudad Santa Ana de Coro.

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Museo Diocesano de Coro Lucas Guillermo Castillo

Carlos González Batista

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EL NOMBRE DE CORO

Carlos González Batista (CIHPMA-UNEFM)

Museo Diocesano de Coro "Lucas Guillermo Castillo"

Cuadernos del Museo Ns 1

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A Monseñor Francisco J. Iturriza, semper córense, in memoriam

" E aqueles que por obras valerosas Se vao da lei da morte libertando"

Os Llisiadas, Canto I

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La memoria de los hechos verdaderos en la saturación informativa del presente, ha sido el inevitable escenario del ejercicio histórico: desbrozar tal maraña para salvar lo cierto y evidenciar la organicidad de la vida, la presencia de cualquier época en su complejidad presente. El trato continuo con ese organismo ingente genera, o al menos propicia, una orientación casi instintiva que no sin dificultades, descubre. Luego, la crítica, o si se prefiere, nuestra obligación de desconstruir la verdad para evidenciarla, aplica el método a título de comprobación final. De hecho, esta operación de doma o apaciguamiento en la verificación sólo demuestra y en ocasiones modula aquella verdad aparecida y aprehendida que es índice de la inclusión en su corriente. Por ahora no es la memoria sino la vida en ella lo que nos interesa, pues la historia es siempre vida.

Vida que equivale a muerte, y el punto de cambio es solo un signo de igualdad. El historiador ha de entrar y convivir con la muerte: esa cierta vida que vive y viene hacia él como una epifanía. Nadie extrañe por tanto que ciudad te vuelvas por obra de la historia y que buscando vida encuentres la muerte (si la ciudad es tu cuerpo). Cuando al redil urbano entra el conocimiento pero también sentimientos disímiles y hasta enfrentados, a la palabra llega un misterioso avenimiento. Ya sea compresión profunda o mera piedad, la ciudad ha quedado abierta por la palabra que era al principio, abierta por su nombre. Esa emoción es, suponemos, lo que debe conducir al historiador por el camino de lo cierto, y desde luego, lo que debe atemperar el método.

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Que se entienda, no se trata de una aproximación espiritualista Aino vitalista de la historia. La búsqueda de la vida es la búsqueda del diálogo con quienes 1a vivieron, y ese diálogo no se puede forzar de ningún modo. Nada mejor que la vida como antídoto contra la cultura de la polilla a la cual pertenece, sospecho que sin saberlo, el afán cientificista de algunos que ensayan la objetividad aparente. Hemos hablado de vida, ¿no es acaso la defensa de una ciudad antigua algo tan riesgoso en nuestros días como antaño aquellos viajes a Calicut y Taprobana, plagados de naufragios y peligros de toda laya?. Pero cuidado, de la incapacidad por acceder a la vida deriva ta necesidad de retornar a Ia propia, al punto de partida que ya no lo es. Nada de puertos en el Tajo, sino un predio dominante}' alejado. Quizá esa imagen, de la isla en la propia bruma nos diga mejor que nada, cuál es la verdadera tarea a cumplir.

En historia descubrir y revelar no tiene otro derrotero que rescatar su vida con la nuestra. En el fondo es un problema de salvación, y el ejercicio histórico, un amago de viaje a la eternidad. La Divina Comedia además de un gran poema es una historia sublimada de Italia, e incluso del mundo. Descubrir aquellos ' 'varóes ass inalados "que decía Camoens en el Purgatorio o en el cielo, es trasunto de ese viaje a la verdadera vida, cuya apertura manifiesta aquí y allá el destello poético.¿Qué recursos podrá emplear el historiador para doblar ese cabo tormentoso, para descubrir tras un rodeo agónico Ia ruta secreta hacia la vida en el pasado?. ¿Acaso discernir esos trozos del pasado en el presente no es suficiente indicio de tal posibilidad, acaso no brilla hoy en Coro la misma luna de Elias Dcn'id Curiel?.

Cuan bella podrá ser la tarde del dolor, el momento de despedir lo que mucho significa. ¿ Se va o se fue con la tarde linda?. No sé, no recuerdo con exactitud la canción popular, mas la pregunta sobre una frase que pudiera parecer inane marca la intensidad de un reticente pathos sobre la pérdida que se sospecha irreparable. El maridaje entre el dolor y la belleza es tan antiguo al menos como la asociación de contrarios cuya proximidad acrecienta el efecto. Dante, en el canto XXVI del Purgatorio abandona por una vez el italiano que fundaba para hablar en lengua de oc. Toma el decir de los trovadores provenzales y con ello rinde homenaje a una de sus admiraciones poéticas: Arnaut Daniel, quien a su paso surge de las llamas y se

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presenta, "yo soy Arnaut, que llora y va cantando ". Pide a Dante que recuerde aquel dolor suyo en pleno canto, y le ayude en el momento justo a alcanzar su purificación. Tras ese ruego se escondió " nel foco che li ajfina".

¿Se nos está yendo Coro, la Coro que amamos, en este milagroso atardecer que enciende Casicure?. ¿Habrá tiempo aún, un último y decisivo momento de salvarla, antes de que nos abisme la noche?. Tal vez. Todo depende de hacer valer un sentimiento, o mejor, de descubrirlo en nosotros y traducirlo en acciones. Una de estas acciones podría ser simplemente nombrarla diciéndola en profundidad. Cada paso que se dé para decirla, cualquier esfuerzo honesto por entenderla, supone un acercamiento, y de algún modo una definición.

Dijimos de ella en un trabajo escrito en 1984 que era ciudad de tierra con su río de arena, vida poderosa en lo seco, en cuyo seno surge una ciudad como paisaje constniido en integración perfecta. Es todo ello más lo que se trae y recuerda, la concreta realidad caquetía y la evocación de España, una España modulada por las circunstancias y castigada por la fuerza irreductible del medio. Es algo distinto y es todo ello, es Coro.

El 22 de julio de 2004 conversamos sobre el significado de la palabra que nombra la ciudad creadora de Venezuela, la cita fue en la biblioteca del Museo Diocesano: Jamás - comenté a quienes generosamente concurrieron - había sentido semejante necesidad de decir cuanto creía saber de algo, en este caso sobre una palabra. También asomé la posibilidad de estar errado, que tal vez un día algún investigador diga que Batista falseaba el significado de una palabra literalmente fundadora, que todo el edificio de su alegato amenazaba ruina, y que en fin, la palabra Coro significaba definitivamente otra cosa. Podrá ser, pero esta vez, algo nos dice que no estamos lejos de la verdad, y que era necesario decir lo que se dijo aquella tarde.

Dejo al lector benévolo no sólo estas páginas sino la posibilidad en perspectiva de una controversia sobre el tema . En todo caso, y sin necesidad de ascender en la escala que de cualquier forma se nos niega, la verdad se irá ajinando en el fuego que la oculta. Vale.

Coro, enero de 2005 9

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En las largas veladas de una ciudad lenta, donde la luz era parva y cara, cuando la gente arrimaba sus sillas en los corredores, imagino entre aquellos rostros en sombras una palabra inevitable, una palabra que lo decía todo, o casi todo y habría respuestas, y la posibilidad de alguna acepción creíble recurriendo bien que mal a la evocación indígena, al conocimiento de una lengua que poco a poco se borraba. Pero tal vez me engañe, y aquella conversación en torno a la palabra se diera más tarde, en el siglo XIX, cuando la lengua casi olvidada ya era en sí un problema.

No deja de resultarme extraño desprenderme por un momento de Coro, y aún pretender examinarla, convirtiéndola de pronto en algo pequeño, en una corta palabra bajo estudio, cuando es historia densa, vida, sentimiento arriscado y profundo, sin ponerle calificati-vos a la vida, porque ella es solo eso: vida, sin más y sin menos. Hace algunos días, andando a solas por carretera larga, creí com-prender por vez primera su significado después de tantos años dán-dole vueltas a la palabra. Tenía desde hacía tiempo algunas certi-dumbres, pero fue entonces cuando aquellas evidencias fragmenta-rias ocuparon su lugar para ofrecerme el sentido, el que parecía ha-ber estado siempre allí.

La palabra Coro se encuentra ampliamente distribuida en la geografía falconiana, sola o formando palabras compuestas, particu-larmente en la amplísima zona otrora ocupada por la etnia caquetía. Así: Coro (la ciudad, pero también una quebrada al oriente de la

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jurisdicción), la antigua Coriana, Coroquide, Corobore, Coroquidiro, Ocorote, Corocoro, Cocorote, etc (1).

Juan de Castellanos, en su bien conocida e históricamente muy importante crónica rimada, se refiere al tema que nos ocupa. Exami-nemos su testimonio:

"...Fundó su pueblo donde convenía Para la defensión de su partido: Aqueste Coro fue, según parece, Pues hasta nuestros tiempos permanece ".

"Púsose por la gente forastera Al pueblo semejante nombramiento Por el río que guía su ribera Brevecilla distancia del asiento, Que siempre se llamó desta manera: El cual le viene bien, pues Coro viento Quiere decir en lengua generosa, Y ansí es aquella tierra muy ventosa "(2).

En primer lugar Coro no recibe su nombre de los españoles pues un poblado caquetío ya existía en el lugar a la hora de su arribo, y no es Coro quien recibe su nombre del río, sino el río por la tierra que atraviesa. Una errada interpretación de los versos del cronista, ha hecho creer a algunos que Coro significa viento. Puede ser, pero no en el lenguaje de los indios, que es lo que nos importa. En efecto, en "lengua generosa", esto es, en lengua castellana, que no a otra se refería, Coro designa desde antiguo el viento del noroeste. Esta ob-servación que hacemos no es nueva ni nuestra, la formulaba a co-

t í )Véase el listado de nombres afines que enumera Arcaya en su Historia del Estado Falcón (Caracas. 1920, p. 170) donde incorpora algunos que nada tienen que ver con la palabra en cuestión. Puede así mismo consultarse Pedro M. Arcaya, Obra Inédita y dispersa, CIHPMA-UNEFM. 1995, p.267. Cocorote, según hemos podido averiguar, era el nombre que recibía el lugar del antiguo puente sobre el Río, en el camino que conducía al puerto de Barlovento, luego conocido como el de La Vela. Documentos del siglo XVII mencionan "la puente de Cocorote". (2) Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, ANH, Caracas, 1987, p.175.

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mienzos del siglo XX, y con mucha propiedad el historiador Pedro M. Arcaya. Dice así el eminente historiador

"... han deducido algunos que Coro significaba viento en la lengua de los indígenas, mas esto es un error, porque Castellanos sólo quiso aludir a la coincidencia de que ese vocablo de los indios fuese idéntico al español "Coro", que entre otras acepciones tiene la ahora desusada de "viento que corre de la parte donde se pone el sol en el solsticio de verano", aunque realmente el viento reinante en Coro es, al contrario, el que sopla del Noreste" (3).

Concluye Arcaya suponiendo que la etimología de la palabra pudiera derivar de las palabras koori, avispa en guajiro, o tal vez kuru, lagartija, la suposición deriva de ser el goajiro lengua arauaca y supuestamente afín al caquetío (4). Con respecto a esta afirmación no quisiéramos aventurar demasiado, no sabemos si la estructura idiomática del caquetío fue similar a la del goajiro, pero una cosa es segura, su léxico es bastante diferente. Por ello nada comentaremos sobre la, de otra forma auspiciosa, palabra koori asomada por el his-toriador (5).

Más recientemente otro especialista, Demetrio Ramos, llega a suponer que el nombre indígena de Coro era Todariquila, como si Coro no fuese término igualmente caquetío, dislate que obedece a su afán de justificar su enrevesada y a nuestro juicio errada narración de los hechos fundacionales (6).

Imponerle definiciones o lemas a Coro será tarea inacabable, de hecho si examinamos la documentación del siglo XVI se verá que siempre ha habido intentos de definirla. Recordamos entre otras aque-lla definición dada por los capitulares en 1797: "Coro, ciudad verda-

(3) Pedro M. Arcaya, Op.cit, p.170. La acepción aún la recoge el Diccionario de ¡a Real Academia Española. (4) Ibidem (5) Al hablar de los peces existentes en los ríos de Tierra Firme, Galeotto Cey, menciona los "coros" s imi lares al bagre pero más pequeños, y de coloración marrón, "se le siente un poco el olor del cocodrilo, cuando se le saca fuera del agua ronca fuerte" (G. Cey, Viaje y descripción de las Indias/1539-1553, Caracas, 1995. p 152). (6) Sobre todo las conclusiones a las que llega Demetrio Ramos. La fundación de Venezuela. Val ladol id, 1978, p.368. Sobre el tema puede también consultarse nuestro trabajo, "Coro: el problema de la fundación", en Boletín de la Academia Nacional de la Historia. N s 338, Caracas, 2002, p.147 y ss.

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deramente sola". Modernamente se la ha nombrado "Ciudad del vien-to", o "de los vientos" que debe derivar de aquella confusión provo-cada por Juan de Castellanos. "Coro, raíz de Venezuela" ideada con justeza por Ramón J. Velásquez o "Ciudad de tierra con río de are-na", han sido otras tantas formas modernas de nombrarla. En reali-dad todas ellas resultan un tanto adventicias si olvidamos el verdade-ro significado de la palabra. Pero desde luego, vano sería suponer que dichos intentos por definir la ciudad no proseguirán, a despecho del significado original. Son dos cosas completamente distintas. Mejor sería dejar que digan los poetas, mayores y menores, como Esteban Smith Monzón: "Signos son de tus rebeldías/ los cardones que erizan tus vías/ en tu dilatada llanura" (7); o José Pineda quien le canta a la ciudad en 1911: "Muestra en el tallo el cardonal bravio/ tras espínea ascensión miel en la punta, / como el torrente de tu sangre junta/ recio español a dulce caquetío./ Ciudad del campo-erial y el labran-tío/ y de una tuna en que la flor apunta, / en tu voz se alza una canción presunta/ y a toda sed te das como tu río" (8). Finalmente, evoque-mos la profunda intuición de Rafael Sánchez López, cuando situó su agonía personal "entre cardones y tunas".

La palabra sobreviviente

De la gente caquetía Castellanos refiere como muchos otros, su apariencia y virtudes: "Son las mujeres por estremo bellas, /Gen-tiles hombres todos los varones /.../ Tienen para la guerra gentil brío, /Y su lenguaje es el de caquetío" (9). Celebra el cronista el donaire de su lengua: "En el lenguaje todos elegantes" (10). Lo mismo, pero con mayor precisión dirá por entonces Galeotto Cey, culto comer-ciante florentino tras recorrer buena parte del Caribe, Venezuela, y la actual Colombia, quien llega a decir: "...porque esta lengua caquetía es la más bella y más agradable de todas las lenguas de las Indias,

(7) De su libro Ampos y Surcos, que en una cuidada edición aunque sin fecha fue Impreso en Coro en los primeros años de siglo XX por Emilio Ramírez. (8} Aparece citado por Luis B. Prieto Figueroa, en La poesía de los pueblos con sed, LAGOVEN, Caracas, 1986, p.39. (9) Juan de Castellanos, Op.cit,, p.173. (10) Ibidem, p.175.

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con muchos derivativos, y es lengua que se podría escribir fácilmen-te"(l 1). Cey, no solo residió en Coro, sino que tuvo y convivió du-rante bastante tiempo con servidores caquetíos, de modo que aunque el juicio pareciera extremado, podríamos concederle algunos adarmes de certeza.

En el transcurso del siglo XVI se inicia el paulatino conoci-miento entre los caquetíos de la lengua española, proceso que co-menzó aún antes de la fundación de Coro con los indígenas cautivos en Santo Domingo rescatados por el factor Juan de Ampiés, quienes vivían en su casa, y que luego, en su mayoría regresarían a Curazao y Paraguaná, como aquella india, que el alemán Federman intenta cap-turar en 1530 (12). Paralelamente, por el imperativo comunicacional, el caquetío también se divulgará entre los españoles. Castellanos hace mención de tres de ellos, Esteban Martín, Pedro de Limpias, y un tal "Aceros", quienes con "la conversación de aquellas gentes /.../ Salie-ron todos lenguas excelentes" (13).

El conocimiento de la nueva lengua debió propagarse muy lentamente entre los indios que vivían en sus pueblos, no así entre aquellos que servían en las casas de los vecinos de Coro, donde por obvias razones se aceleraba este conocimiento. Todavía bien entrado el siglo XVII en los pueblos caquetíos la mayor parte de sus morado-res ignoraba el castellano, no eran "ladinos", por ello, en los docu-mentos de la época, cuando se presentaban los indios, junto al nom-bre respectivo se especificaba si éste era ladino o no (14). El gobier-no español, ante la ingente tarea de catequizar la masa aborigen, or-denó, por cédula real en 1619, que los curas doctrineros fuesen exa-minados en la lengua respectiva de los indios que servían, y de no saberla serían removidos del curato en cuestión (15).

(11) Galeotto Cey, Viaje y descripción de la Indias/1539-1553, Caracas,1995, p.102. (12) " . . . Y cuando se la quisieron Nevar, les preguntó en español, que conocía un poco[...] ¿por qué la hacían cautiva, ya que ella y toda la provincia l lamada Baragnana, eran amigos de los cristianos de Coro?". Nicolás Federman. "Historia Indiana", publicada en Academia Nacional de la Historia, Descubrimiento y Conquista de Venezuela, T i l , Caracas, 1988, p.164. (13) Juan de Castellanos, Op.cit, p.175. (14) Véase por ejemplo la Visita Secreta a Coro en 1664, practicada por las autoridades d iocesanas en AAC, Episcopales, Carpeta 11. El mero hecho de señalar que fuesen ladinos y capaces los testigos, indica que otros muchos no lo eran. (15) Vid. Ermila Troconis de Veracoechea, Historia de El Tocuyo colonial, UCV, Caracas, 1984, p.109. Se refiere a este asunto en detalle el Dr. R. Fernández Heres, en su compilación, Catecismos catól icos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), T I, ANH, Caracas. 2000. p.33-34.

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Todo conduce a afirmar que durante el siglo XVI11, junto a la consolidación de los pueblos indígenas en jurisdicción de Coro, y el crecimiento vegetativo de su población se extendió entre ellos el co-nocimiento del castellano criollo, esto es, de su versión coriana, pero aunque en franco declive desde hacia tiempo, el conocimiento del caquetío se conservó y aún se hablaría entre ellos (16).

La República, con las nuevas ideas a favor de la eliminación de excepciones y singularidades estamentales, contribuyó notable-mente a la destrucción de aquellas comunidades , que si bien maltrechas de resultas de la Guerra emancipadora, se habían mante-nido (17). Fue en el decurso del siglo XIX cuando el caquetío deviene plenamente en lengua muerta. A comienzos del siglo pasado aún se conservaba en la memoria de algunos habitantes de Mitare, pueblo que fue caquetío, una fórmula de salutación aborigen, ya muy altera-da. El corto diálogo fue recogido y salvado (como tantas otras cosas) por el historiador Arcaya hacia 1905 (18).

¿Qué ha quedado de la lengua caquetía?. Palabras, muchas pala-bras. Sobre todo topónimos, pero también nombres de vegetales y ani-males, de alimentos y enseres, y algún que otro adjetivo, pero nada que a nuestro juicio permita reconstruir la sintaxis o la estructura gramatical de aquella lengua tan celebrada por Juan de Castellanos y Galeotto Cey. La palabra Coro es una de esas palabras sobrevivientes.

El signif icado

El significado de Coro, aquel que siempre estuvo allí, resulta-rá simple y hasta previsible una vez leídas estas páginas. No espere-mos una carga poética, sino un significado directo y descriptivo. Para

(16) Existen diversos testimonios documentales a lo largo del siglo, que así parece confirmarlo, por la traducción de términos y la util ización de otros cuyo significado era conocido. Véase por ejemplo nuestro libro Tierras de Falcón/ Paraguaná, T.ll, Coro, 1999, p.183. También, en AHEF, Tierras, T.l, Litigio por las tierras de Cujibuno, 1739, f.30. En el mismo repositorio, ver la Testamentarla de D. Mateo de Manzanal, 1726, f.21. (17) González Batista, Op.cit. T.l, p.287 y ss. (18) Pedro M. Arcaya, Obra inédita y dispersa, CIHPMA-UNEFM, Coro, 1995. p.247. Arcaya ofrece dos versiones en la misma página.

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entender su significado debemos recurrir a otras palabras que vienen en nuestro auxilio y que han quedado, incluso en el uso más o menos cotidiano, tal como aquella que designaba y que aún designa (de manera interpuesta) al cardón.

La frecuentación de los términos caquetíos nos lleva a estable-cer que el plural era construido de dos formas básicas cuando me-nos, a saber: agregando el sufijo bo o buno según el caso, al sustan-tivo, o bien duplicando la palabra. Para la primera situación tenemos el topónimo Curaidebo, nombre de una propiedad agraria en la pe-nínsula de Paraguaná, antiguamente era Curaridebo, Curaride - bo, que literalmente significaría euraridal, o lugar de muchos curaríes. En efecto, era y es lugar de curaríes, que debieron abundar en el pasado, antes de la deforestación sistemática que ha sufrido el predio y la especie.

Para la segunda forma de construir el plural tenemos palabras como: Taratara, Corocoro, Quibaquiba, y algunos otros. Es sabido que quiba es piedra, así que quibaquiba no sería otra cosa que pe-dregal. Para el caso de Taratara, tara, y es una palabra que todavía esta en uso, es mariposa, de modo que Taratara sería un sitio donde abundan.

Pero existe aún una tercera forma de plural que asocia las dos anteriores y que vemos por ejemplo en la palabra Jurijurebo, origi-nalmente Hurehurebo, nombre de un antiguo pueblo aborigen del nordeste peninsular. Si hure fuera como creemos, arena, el plural hurehure sería arenal, y el superlativo hurehurebo, lugar de muchos arenales (19).

Debemos señalar que el examen de los topónimos caquetíos conduce a deducir que éstos referían lo más característico de un sitio, ya sea una aguada, un maizal, la presencia de ciertos animales, la abundancia de barro, de piedra, o de arena, pero sobre todo la pre-

(19) En tal sentido, el término Judibana, pudiera ser en sus orígenes Hurebana esto es, el alto del arenal, o si se quiere, el cerro del arenal, pues esta elevación considerable de la costa se yergue directamente sobre el arenal de la playa.

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sencia de determinados vegetales. Con frecuencia son construccio-nes que unen un par de elementos característicos: uno derivado de la topografía y el otro de la vegetación, como puede ser un valle y una especie vegetal; es el caso de Guaibacoa, que para nosotros es el valle (bacoa) de las ceibas (guay) ; o puede ser alguna planta {guaduba) y un cerro o alguna altura (baña). Sabemos que caña es guaduba de manera que la palabra Guadadubana o Guadedubana, topónimos alterados por Guadubabana, significará el alto o cerro de las cañas (20).

Pero pasemos, y lo habrá advertido el lector, a una palabra que hemos dejado al margen: corocoro, y su elisión cocoro. Se conser-va aún en uso dentro del léxico de nuestra arquitectura tradicional dos términos que lucen intercambiables y no lo son: tococoro y totocoro. Particularmente el primero se usa todavía para designar las varas de cardón seco utilizadas en las techumbres de nuestras casas, y por extensión para designar esas mismas techumbres, para definir-las si se quiere. Así: "techos de tococoro y torta", o "techos de tococoro", y aún a veces: "techos de totocoro", que como veremos, no surgiría de error o confusión.

En términos constructivos totocoro sería el término usado por los caquetíos para designar las varas secas del cardón, esto es, su plural, referido al varillaje de cardón, pues to nos habla de árbol o planta, y por extensión de su esencia física, la madera. Ese plural nos habla tanto de la abundancia de cardones, como de su madera y se-gún el contexto se aplicaría el significado concreto. Así como hemos visto la construcción de topónimos con la simple yuxtaposición de palabras, este recurso también se lleva, según parece demostrarlo el nombre de esta cactácea a la designación de especies vegetales.

Tenemos el término también recogido documentalmente de datococoro, que podríamos descomponer en tres palabras, que con-juntamente constituyen una definición bastante completa del cardón:

(20) Obviamente la caña en el ámbito caquetío recibía el nombre de guaduba, tal como registran Cey y Castellanos, y no guasdua o guadua, que debe ser una alteración ya del período hispano. Vid, el comentario de José Rafael Lovera en el citado libro de Cey, p.136 y 169,

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da-to- cocoro. El término cocoro, objetivamente, plural de coro, apunta hacia la abundancia de algo en la planta, ahora bien la única cosa que abunda en la planta son las espinas. Si to es árbol o planta, tendremos en la palabra datococoro, ya en desuso, el significado de árbol - espinoso - que - da -fruta, el dato es la fruta de ese árbol. Al decir datococoro, los caquetíos lo decían todo del cardón más habitual en sus campos. Es un término que surge de la acumulación de sustantivos, y que a la vez califica a la planta. Tococoro, literalmente: árbol de muchas espinas, árbol o planta espinosa, es el cardón. En otras palabras decir, techo de totocoro, equivale a decir techo de cardón.

Si el plural en tococoro se refiere a lo espinoso de la especie, en totocoro, el plural indicaría la abundancia del "árbol", de manera que totocoro, significaría cardonal. La deducción es fácil, coro es en caquetío espina, y por derivación, tal como sucede en corocoro, es-pinoso. Corocoro, su elisión cocoro, y coro, como término deriva-do sería espinar, o lugar donde abundan las espinas *. Tal vez, y no sería el único caso, la palabra empleada por los aborígenes fuera en realidad Cocoro para designar el sitio de la futura ciudad que dicho muy rápidamente podía confundirse en el oído de los recién llega-dos, como Coro, palabra que en definitiva prevalecería. Ya veremos en otra oportunidad que lo mismo ocurrió con la palabra cují, origi-nalmente más larga, y que se sintetiza en un sonido dominante.

Finalmente nos referiremos a un término no siempre bien in-terpretado, la palabra Coriana, y no Curiana que nos parece un bar-barísimo y una inexactitud. Coriana, por otra parte no es un gentilicio femenino, como quien dice "venezolana" o "peruana", o como quien diga, "la tierra falconiana". No es un calificativo. Así, los caquetíos no construirían frases como: "la mujer coriana", por carecer de sen-tido, sino la mujer (yero) que es de Coriana. Paraguaná puede venir en nuestra ayuda para entender su significado. Si paragua es para los caquetíos mar o agua grande, na es tierra, en consecuencia paraguaná es la - tierra - en - el - mar, o mejor, la tierra - rodeada de - mar. Coriana sería en consecuencia, tierra de las espinas, o la tierra del espinar, de vegetación espinosa, e indirectamente, tierra de cardones.

Las referencias a ese espinar, y concretamente a la existen-cia de muchos cardones en el lugar son frecuentes en la documen-

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tación coriana desde antiguo. Un testimonio de 1533 afirmaba que el gobernador alemán (Federman) no permitía que cristiano alguno, así fuese el alcalde, saliera de los límites de la ciudad a la distancia de dos tiros de ballesta, "a coger una fruta de que se mantienen en cierta temporada la mayor parte de los cristianos, que nace de unos cardones grandes". Tan extenso e importante era el cardonal de Coro que a menudo figura entre los linderos que se mencionaban al comprar una propiedad inmobiliaria. Debe entenderse que junto a los cardones, tal como ocurre en los relictos de la vegetación que una vez circundara la ciudad, deben enume-rarse entre otros, las tunas, cujíes, y otras especies xerófitas espi-nosas, pero desde luego, la especie predominante y más visible en el cardón, (y la de mayor exhibición de espinas), no en balde la palabra coro formaba parte de su nombre.

Una comprobación adicional: la palabra coroso o corozo tam-bién posee la radical coro y designa una palma de tierra caliente y presente en la costa venezolana. El término tiene a nuestro juicio una alta probabilidad de ser caquetío. Una de las características esencia-les de esta palmera nos remite a la acepción que hemos manejado para dilucidar el significado de la palabra que nombra a la ciudad. Dice Pittier al describirla: "Esta especie, no muy alta, tiene el tronco formidablemente defendido de espinas largas y agudas, que se pre-sentan también en la raquis de las hojas y en la espata..."(21). ¿Exis-tió la especie en sectores de la costa seca de Falcón?. Así lo creemos. De ese hecho podría derivarse otra serie de topónimos que requieren ser examinados con cuidado, y que no viene al caso referir por los momentos.

De todas formas no podemos soslayar sin más, la carga polisémica de la palabra Coro, que dice espina, e indica espinar, lugar espinoso, y aún implicaría la presencia de cardón y cardonal, pero el hecho de que los recién llegados la hayan tomado para nom-brar el lugar, revela que los indígenas le dieron ese nombre: Coro, o Cocoro a lo sumo, esto es: espinar.

(21) Henri Pittier, Manual de las plantas usuales de Venezuela, Fund. Mendoza, Caracas, 1978, p.194. De la misma opinión, según nos ha comunicado verbalmente, es el distinguido botánico Robert Wingfield.

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Al tomar un atributo general de todas o buena parte de su ve-getación, como lo son las espinas, el término Coro abandona la relación directa con el significado de cardón, y para el caso especifi-co del lugar: del datococoro. Bien diferente al caso de un topónimo como Datobacoa, que designa un sitio al oeste del Estado Falcón, donde se toma un atributo especifico de la planta, la fruta, inconfun-dible, para designar un lugar, allí la referencia es directa a los cardones de dato, y sería un valle donde ellos abundaban.

Si al preguntar los españoles por el nombre del sitio, o al escu-charlo en su intercambio conversacional, se les hubiera dicho que aquel villorrio se nombraba, digamos, Tococoro o Totocoro, o aún, Datococoro, no habrían derivado tan de inmediato el nombre de Coro, que surge tal cual desde el primer momento de su historia urbana. De ahí que nos inclinemos a pensar en la palabra Coro con el significado de espinar, lugar de espinas, lugar de vegetación espinosa.

Una reflexión

La vegetación xerófita que circundaba a Coro y que formaba parte inextricable del paisaje urbano, ha ido desapareciendo, el bos-que espinoso que le dio su nombre a la ciudad desde antes del arribo hispano se ha ido destruyendo y cada vez se aleja más a medida que crece la ciudad sin una planificación que haya surgido de un examen comprehensivo del hecho urbano. Los barrios ya amenazan con su-bir las escarpadas laderas del mal llamado cerro de Caujarao. Espe-remos no tener un panorama similar al de Caracas a la vuelta de pocos años.

Una tarea importante para los dirigentes municipales y aque-llas instancias ligadas a las políticas ambientales, es la preservación de los últimos testimonios de una naturaleza que hasta no hace mu-chos años envolvía la ciudad. Dentro de esa tarea la conservación del cerro de Caujarao, y algunos predios montuosos del entorno, ten-drían un lugar de importancia. También sería conveniente preservar las riberas del río Coro, creando un parque que se prolongue por todo su cauce, desde su salida al valle en el Buco hasta su desembo-

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cadura en La Retama, conservando así algo de los paisajes históricos que definieron el asentamiento humano desde sus inicios: la ciudad entre espinas.

Post scriptum

En repetidas ocasiones nos hemos referido a las razones que condujeron a la elección de Coro como primera urbe provincial, base de expediciones que extendieron su radio de acción hasta Bogotá y las fuentes del Orinoco, en uno de los capítulos más sorprendentes del proceso de exploración y conquista del territorio americano. Con la llegada de los españoles la palabra Coro ya no será el nombre de un pueblo sino el de un vasto territorio, una comarca cuya extensión fue progresivamente recortada a medida que surgían otras ciudades fundadas desde ella o con su apoyo, y por consiguiente, otros territo-rios urbanos, que fueron rodeando su comarca. Así El Tocuyo, Barquisimeto y Carora, Nirgua y Maracaibo. Pero al comienzo Coro fue la Provincia(22) y su nombre se confundió con el de Venezuela.

La ciudad del siglo XVI tomará sin alteraciones ni apelativos el nombre del sitio. La seca Coro será Coro a secas por muchísimo tiempo. La asociación con Santa Ana no se dará en un primer mo-mento, derivará de la advocación elegida para su catedral. De hecho, Rodrigo de Bastidas, su primer diocesano, se presentará siempre como obispo de Coro, aunque haciendo equivaler su nombre al de Vene-zuela. Podemos comprobarlo en la bula papal erigiendo el obispado, donde se habla de "la provincia de Venezuela [...] que vulgarmente [esto es, habitualmente] se llama de Coro"(23).

En el mismo documento el papa Clemente VII autorizaba al emperador Carlos a colocar el nuevo obispado bajo el patronazgo que mejor le pareciera. Fue así como se puso la catedral bajo la

(22) No debemos olvidar que la primera Maracaibo fue despoblada a poco de haberse fundado, refundiéndose de nuevo en Coro todo el territorio hasta 1545. (23) Fechada en 1531 aparece transcrita en el libro de G. Gasparini, La arquitectura colonial de Coro, Caracas, 1961, p. 76. Sobre el patronazgo de Santa Ana y el de San Clemente puede consultarse nuestro trabajo.

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advocación de Santa Ana, pero no a la ciudad, lo que sería como hemos dicho, un hecho más tardío. Según la tradición conservada en Coro decisiva al respecto fue la devoción de la emperatriz Isabel a la madre de la Virgen(24). Nadie diría nunca, "voy a Santa Ana", como quien diga: "voy a Coro", al contrario de los de Caracas, que sí de-cían y hablaban de la "ciudad de Santiago". La razón es simple: San-ta Ana, muy posiblemente, nada tenga que ver con la fundación de la ciudad, de ahí que a ésta no se le nombre como Santa Ana de Coro en ningún documento oficial de la época.

Será a finales del siglo XVII cuando en esa documentación aparezca la "Ciudad de Santa Ana de Coro", o con mayor reverencia, ciudad " de Señora Santa Ana de Coro"(25). En las postrimerías del mismo siglo esta denominación fue decayendo, hasta el punto de que en 1812 La Regencia del Reino le concede el lema de Muy No-ble y Leal no a Santa Ana de Coro, sino a la ciudad de Coro. A partir de entonces comenzaremos a encontrarla como "Muy Noble y Leal Ciudad Mariana de Coro" en los documentos de importancia(26), así llegará a 1821. Tras la Independencia la secularización de la vida pública hizo retomar el nombre primitivo de "Ciudad de Coro", que se mantuvo oficialmente hasta hace pocos años cuando el de la santa patrona vuelve a acompañar el de la ciudad. Como puede verse, lo insoslayable, lo permante a pesar de las vicisitudes, es la palabra fundadora, Coro.

(24) Aquí nos invade ía duda pues el obispo Bastidas era igualmente devoto a Santa Ana. ¿Habría sido consultado por los monarcas?. "Santa Ana" se ílamaba, sin ir más lejos, el principal heredamiento de su famil ia en Santo Domingo, fuente de su bienestar económico, y "Santa Ana11, el título devocional de la capil la que construyo el obispo en la catedral dominicana y donde sería sepultado. (25) Por ejemplo en un documento fechado en 1687 que figura en AHEF, Fondo Arcaya, T. XIV. p,169. (26) Y no como se ha dicho: "Muy Noble y Muy Leal". Error que aparece en algún documento y que asume Arcaya en su artículo "Escudo de armas de Coro durante la Colonia". Este último puede consultarse en Obra inédita y dispersa, CIHPMA, Coro, 1995, p.67. el lema correcto, de "Muy Noble y Lear fue publ icado en la Gaceta del Gobierno correspondiente al 13 de junio de 1812.

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INDICE

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La palabra sobreviviente página 16

El significado página 18

Una reflexión página 23

Post scriptum página 24

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Museo Diocesano de Coro "Lucas Guillermo Castillo"

EL NOMBRE DE CORO Impreso en los talleres de

Ofimax de Venezuela, S.A. en el mes de Marzo de 2005.

Diagramación Mariano de Tovar Pantin e-mail: [email protected]

Valencia, Venezuela ISBN-980-376-331-8

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Museo DlüüotüMMQ (Ib i ¡oro Lucas Guillermo Cantillo