el niño

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“El niño”. El sanatorio de Forthill no era ninguna maravilla, las salas estaban lo suficientemente limpias para pasar los controles de calidad de la administración, pero poco más. En cuanto el inspector gubernamental salía por la puerta los abusos a los pacientes volvían. Odio a los celadores, son unos hijos de puta desalmados. Quizás tratar con la locura todos los días te hace así de insensible, no lo sé. Las ventanas al menos permiten que la luz del sol entre en este asqueroso lugar. Me siento en uno de los sofás de la sala común mientras me fumo un cigarro, no está permitido fumar pero a mí no podría importarme menos. Uno de los celadores se acerca hacia mí, me quita el cigarro y con un gesto de disgusto lo apaga en el vaso de agua que tengo enfrente, al lado del blister de pastillas que me acabo de tomar como parte de mi tratamiento. Yo me limito a sonreírle, sé que eso les molesta más que si me pusiese a chillar, el muy gilipollas... Coge el vaso de agua y se lo lleva, probablemente a la cocina, así tiene una excusa para escapar un rato de este sitio. Saco otro cigarro de la nada, aún no saben dónde los guardo y los tengo tan desesperados que ya no se molestan en registrarme, otro placer más en este maldito lugar. ¿Qué le voy a hacer? me gustan las cosas sencillas. Enciendo el cigarro con un mechero y sigo mirando por la ventana. En el momento que casi he logrado olvidarme de donde me encuentro noto un movimiento rápido delante de mí. Alguien se ha sentado en el sofá de enfrente pero ni siquiera le miro, no hay necesidad. El doctor Hurley siempre hace lo mismo, se sienta frente a sus pacientes sin decir nada, espera a que estos le miren y comiencen a hablar. Puede que uno de estos días me sienta lo suficientemente contento como para seguirle el juego, pero hoy no va a ser ese día. Así que lo ignoro, el tiempo pasa y cuando ya he gastado quince minutos de su tiempo se resigna y me habla el primero. -¿Qué tal te encuentras hoy Harry? –me pregunta con un tono que él piensa que es de amabilidad. Capullo interesado. -Igual que ayer, igual que mañana. –le contesto, ¿quién dice que no puedo ser ingenioso? -No puedes saber cómo vas a encontrarte mañana, Harry. Puede que te sientas mejor. –no me digno a responder, ya sé lo que va a decir de antemano, lleva diciéndome lo mismo desde que entré aquí. La sesión pasa entre preguntas estúpidas y mis maravillosas réplicas jocosas. Aun así el capullo no se ríe, solo mantiene esa sonrisa de perdona vidas que hace que me

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En el sanatorio Forthill se encuentra ingresado Harry, no sabe exactamente por qué, pero tampoco es que le importe. Hasta que comienza a ver a un escalofriante niño.

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Page 1: El niño

“El niño”.

El sanatorio de Forthill no era ninguna maravilla, las salas estaban lo

suficientemente limpias para pasar los controles de calidad de la administración,

pero poco más. En cuanto el inspector gubernamental salía por la puerta los abusos

a los pacientes volvían. Odio a los celadores, son unos hijos de puta desalmados.

Quizás tratar con la locura todos los días te hace así de insensible, no lo sé.

Las ventanas al menos permiten que la luz del sol entre en este asqueroso lugar. Me

siento en uno de los sofás de la sala común mientras me fumo un cigarro, no está

permitido fumar pero a mí no podría importarme menos. Uno de los celadores se

acerca hacia mí, me quita el cigarro y con un gesto de disgusto lo apaga en el vaso

de agua que tengo enfrente, al lado del blister de pastillas que me acabo de tomar

como parte de mi tratamiento. Yo me limito a sonreírle, sé que eso les molesta más

que si me pusiese a chillar, el muy gilipollas... Coge el vaso de agua y se lo lleva,

probablemente a la cocina, así tiene una excusa para escapar un rato de este sitio.

Saco otro cigarro de la nada, aún no saben dónde los guardo y los tengo tan

desesperados que ya no se molestan en registrarme, otro placer más en este

maldito lugar. ¿Qué le voy a hacer? me gustan las cosas sencillas. Enciendo el cigarro

con un mechero y sigo mirando por la ventana.

En el momento que casi he logrado olvidarme de donde me encuentro noto un

movimiento rápido delante de mí. Alguien se ha sentado en el sofá de enfrente pero

ni siquiera le miro, no hay necesidad. El doctor Hurley siempre hace lo mismo, se

sienta frente a sus pacientes sin decir nada, espera a que estos le miren y comiencen

a hablar. Puede que uno de estos días me sienta lo suficientemente contento como

para seguirle el juego, pero hoy no va a ser ese día. Así que lo ignoro, el tiempo pasa

y cuando ya he gastado quince minutos de su tiempo se resigna y me habla el

primero.

-¿Qué tal te encuentras hoy Harry? –me pregunta con un tono que él piensa que es

de amabilidad. Capullo interesado.

-Igual que ayer, igual que mañana. –le contesto, ¿quién dice que no puedo ser

ingenioso?

-No puedes saber cómo vas a encontrarte mañana, Harry. Puede que te sientas

mejor. –no me digno a responder, ya sé lo que va a decir de antemano, lleva

diciéndome lo mismo desde que entré aquí.

La sesión pasa entre preguntas estúpidas y mis maravillosas réplicas jocosas. Aun así

el capullo no se ríe, solo mantiene esa sonrisa de perdona vidas que hace que me

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entren ganas de patearle la cara. Saco otro cigarro y lo enciendo, simplemente para

ver como frunce el ceño. No me dice nada, parece que algo sí que ha aprendido.

-¿Has hecho los ejercicios de los que hablamos ayer, Harry? –me pregunta en un

momento que estoy distraído.

-Humm... ¿qué? –pestañeo, las malditas pastillas me están empezando a hacer

efecto.

-Los dibujos, ¿has dibujado algo? –me repite. Su voz es demasiado suave para un

hombre, eso solo hace que me entre más sueño.

-Algo... no lo sé. No había nada más que hacer. –digo casi como excusa, aunque es

verdad, era el primer lápiz que me daban en un año y no me planteé siquiera el no

hacerlo. Este sitio es aburridísimo. Claro que después de cada sesión me lo quitan,

no vaya a ser que me “accidente”. –Creo que dibujé los árboles del patio y a las

enfermeras de la primera planta mientras jugaban a las cartas.

El doctor Hurley me mira de una forma rara y al momento saca un par de folios de la

carpeta que ha traído consigo. Me los pasa en silencio, sin decir nada. Al momento

ocurren varias cosas a la vez. La primera es que mi estómago da un salto sobre sí

mismo, haciendo que casi vomite el desayuno y las pastillas. Lo siguiente es que

todos los vellos de mi piel se ponen de acuerdo para erizarse, nunca me había

sentido como un puercoespín hasta ahora... y lo siguiente es que saco el mechero

de la manga y le prendo fuego a los dos folios a la vez.

El doctor no se lo piensa, me quita de un manotazo los papeles ardiendo, los tira al

suelo y los pisa hasta lograr apagarlos. Luego los recoge del suelo y los sacude un

poco para quitarles la suciedad y los cachos de papel carbonizados. Me los enseña

uno a uno desde una distancia prudencial que le dará tiempo de evitar que los

vuelva a encender.

-¿Quién este niño Harry? –me pregunta, no le respondo. -¿Lo has imaginado o es el

retrato de alguien al que conoces?

-No es alguien, es... algo. –le digo mientras me encojo como puedo en el sofá. –Pero

yo no lo he dibujado.

-¿Quién si no Harry? –Si lo supiera no estaría aquí encerrado ¿y tú eres el cuerdo

aquí? menuda pregunta...

-No lo sé, pero yo seguro que no. –miro a mi alrededor, los demás pacientes están

ocupados con sus juegos y sus locuras, nadie atiende a nuestra conversación. El

celador que debería estar aquí vigilando aún no ha vuelto de la cocina. Miro en la

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dirección del puesto de guardia y mi corazón se detiene durante un segundo, el niño

de los dibujos está sentado de espaldas a mí, en la mesa del celador.

Me giro bruscamente para mirar al doctor Hurley y antes de que pueda siquiera

abrir la boca veo como el maldito niño está a su lado, mirando los folios que el

doctor todavía sostiene. Sus rasgos se deforman horriblemente, las mandíbulas

humanas no están hechas para abrirse de esa manera y sus ojos se vuelven dos

pozos negros mientras de su garganta surge un sonido ahogado. Entonces gira la

cabeza hacia uno de sus hombros y su cuello suelta un crujido horroroso.

Me levanto de golpe encima del sofá y la fuerza del impulso hace que me caiga de

espaldas por detrás del respaldo. El silencio se adueña de la estancia y yo me largo

de allí, directo a mi habitación. El doctor me sigue alzando la voz para que me

detenga pero no lo hago hasta llegar a mi cama. Una vez allí me meto debajo de las

sábanas y cierro los ojos al tiempo que me tapo los oídos.

Las horas pasan y noto movimiento en la habitación, seguramente son el doctor y

algún celador pero no hago siquiera el además de comprobarlo. No estoy dispuesto

a volver a ver al jodido niño. Entonces noto un dolor agudo en uno de mis brazos y

ya no es necesario que intente aislarme de todo, la oscuridad me envuelve

suavemente y yo la dejo...

Despierto al cabo de lo que me parecen horas. No se escucha un alma en el

sanatorio, si hay alguien despierto está demasiado lejos para que pueda escucharlo.

El recuerdo de ésta mañana parece demasiado distante como para que me

preocupe, pero la oscuridad y el silencio hacen que me sienta intranquilo. Así que

decido darme una vuelta, quizás alguna enfermera aburrida quiera charlar un rato.

Menos mal que sé cómo abrir estas cerraduras, si no me volvería loco aquí... je, ¿lo

pilláis? loco. Je, je.

Las luces principales están apagadas, por las noches unas bombillas más suaves que

permiten ver sin molestar a los pacientes iluminan los corredores del sanatorio.

Salgo al pasillo principal y veo a los demás por las ventanas instaladas en las

puertas, pobres diablos. Me muevo con la seguridad que da la práctica, no es la

primera vez que lo hago, tengo el sueño ligero y no hay mucho que pueda hacer por

las noches si no consigo dormir, lo que suele ser muy corriente.

Izquierda, derecha, derecha, izquierda, puerta, izquierda... no, me he confundido...

vuelvo sobre mis pasos pero el pasillo en el que me encuentro debería estar

bastante más lejos de donde he salido. Esto me pone nervioso, es la primera vez

que me pasa, el tranquilizante que me han suministrado debe ser más potente de

los que me imaginaba. Paro e inhalo varias veces con los ojos cerrados, cuando creo

que ya me he serenado lo suficiente vuelvo a abrirlos y mis rodillas comienzan a

temblar hasta que son incapaces de soportar mi peso. Mi respiración se dispara al

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igual que los latidos de mi corazón. El pasillo en el que me encuentro no es el mismo

en el que estaba antes de cerrar los ojos. ¿Qué coño es esto?

Escucho un ruido, que en la quietud de la noche parece un martillazo en mis oídos.

Miro en la dirección de la que proviene el sonido y trastabillo hacia atrás por el suelo

cuando veo la maldita cabeza del niño asomarse a través de una esquina. El

pequeño hijo de puta da miedo, entonces sonríe y el miedo se convierte en pánico,

puro, salvaje... Huye o ataca... huye o ataca... decido huir, qué cosas...

Mis pies apenas tocan el suelo mientras corro alejándome del bastardo, pero el muy

cabrón me persigue, puedo escuchar sus piececitos desnudos sobre el suelo de

mármol. Miro hacia atrás pero no hay nadie, me cago en la puta... Llego al comienzo

del ala de habitaciones, allí una puerta metálica con cerradura evita que podamos

irnos por la noche. El celador que debería estar allí no da señales de vida y,

maldiciendo, giro por otro pasillo en dirección a la sala principal con la intención de

protagonizar mi propia versión de Chief Bromdem por uno de los ventanales.

La entrada a la sala principal está cerrada cuando la alcanzó, pruebo a zarandearla

un par de veces, como si quisiera convencerla de que me deje pasar. Al no obtener

el resultado deseado me doy la vuelta, dispuesto a correr de nuevo, pero el jodido

niño aparece por el final del pasillo cortándome la única vía de escape.

Me vuelvo a encarar con la puerta y esta vez le arreó una patada con todas mis

fuerzas, la corriente cerradura cruje dejándome vía libre hacia la sala. Nada más

entrar cojo uno de los sofás y lo arrastro hasta la puerta para bloquearla. Maldición.

Recorro con la mirada la sala buscando algo que lanzar contra los ventanales para

salir de allí. Al final me decido por un pesado televisor que descansa en una de las

mesas, me dirijo hacia allí lo más deprisa que puedo y justo cuando agarró el

televisor este se enciende por motu propio. Miro por un segundo la pantalla y el

rostro del niño aparece en la maldita pantalla haciéndome caer hacia atrás de la

impresión.

En el suelo me revuelvo para arrastrarme lejos del aparato solo para encontrarme

con el niño de cuclillas con su rostro ligeramente por encima del mío. Entonces

sonríe de nuevo y noto como mis esfínteres luchan por liberarse de su carga. Las

manos del niño me agarran casi delicadamente de la cara y él se queda pensativo,

observándome mientras yo me cago de miedo. Vuelve a sonreír, está vez con un

brillo de locura en los ojos y me hunde los pulgares en los ojos. Grito, grito como no

lo he hecho nunca en mi vida. Tras lo que me parece una eternidad la presión para y

caigo hacia la inconsciencia.

Al día siguiente me encuentro en la sala principal de nuevo. Parece que nadie ha

notado todavía que la cerradura está rota o que he pasado toda la noche aquí. Los

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pacientes no quieren, al final va a resultar que están más cuerdos que los que les

cuidan. El doctor Hurley vuelve a hacer su jueguecito de sentarse enfrente de mí,

quiero mirarle pero no puedo.

-¿Cómo te encuentras hoy, Harry? –me pregunta. Querría patearte la cara, estúpido.

-Bien, muy bien. –Mi rostro se contorsiona en una sonrisa. Mi cabeza se ladea hacia

uno de mis hombros hasta que mi cuello suelta un sonoro crujido. El problema es

que no soy yo quién lo mueve...