el lenguaje del educador

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1 El lenguaje del educador 10 Martes feb 2015 Ilustración de Martín Elfman. El lenguaje y la educación están íntimamente relacionados. Mejor aún, el quehacer docente radica en una “puesta en escena” del lenguaje.

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El lenguaje del Educador

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Page 1: El Lenguaje Del Educador

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El lenguaje del   educador

10 Martes feb 2015

Ilustración de Martín Elfman.

El lenguaje y la educación están íntimamente relacionados. Mejor aún, el quehacer docente radica en una “puesta en escena” del lenguaje.

Desde la elección de las palabras, desde la gramática que el docente emplea hasta los diversos usos del lenguaje, el educador va construyendo, además, un tipo de pensamiento.

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Cada vez que elige una teoría del lenguaje está, a la vez, potenciando o marginando una concepción de pensamiento.

Es que el lenguaje usado por el maestro no puede seguir siendo entendido como un mero instrumento. Muy por el contrario: en el lenguaje se dice la educación. El lenguaje es el decir del educador. No es que el maestro emplee el lenguaje como un aditamento o un accesorio; más bien es a través del lenguaje como él puede concebirse como un ser capaz de gestar la diferencia.

Expliquémonos. El lenguaje es la capacidad o la posibilidad humana de diferenciarse del animal, de la inmediatez. El lenguaje es distanciamiento. Y eso que se ha dado en denominar función simbólica no es otra cosa que la función sígnica: representación, reconstrucción del mundo. Por el lenguaje es como logramos salir del mundo natural para comprendernos como mundo de cultura. Entonces, la tarea del educador es la de posibilitar –usando la mediación lingüística– un distanciamiento, una ruptura, una escisión con el mundo de la sensación, el mundo de la inmediatez, para entregarle al estudiante otra mirada –ésta sí cargada de sentido, repleta de signos, de palabras–, otra nueva configuración del mundo y de la vida.

La educación, así vistas las cosas, es una constante tarea de crear diferencias. De crear “alejamientos” sobre lo natural o lo “obvio”. Educar es sospechar. Y ya la elaboración del lenguaje es el producto de una insuficiencia, de una sospecha del homo sapiens sobre el animal. Cuando educamos nos ponemos en guardia, establecemos un puente entre lo dado y lo creado.

La pragmática contemporánea nos ha enseñado que cuando usamos el lenguaje importa tanto lo que decimos, como lo que hacemos cuando lo decimos. Ni qué decir del efecto que producen nuestras palabras. Hoy sabemos que el cuerpo, en tanto esencia, acompaña la función sígnica. No somos voces parlantes sino cuerpos con palabra. La pragmática coloca al educador en una actitud vigilante: ya no es tanta la preocupación por el contenido, también importa la entonación, el gesto, la forma como ese contenido se dice o se expone a otros. La pragmática le da “cuerpo” a la “carreta” docente.

Otro punto fundamental para la educación es el de los diversos usos del lenguaje. Parangonando a Jakobson, el maestro puede darle mayor o menor importancia a cualquiera de las funciones del lenguaje. Valgan algunos ejemplos: si lo que le interesa es corroborar el aprendizaje, la comprensión de la explicación, la atención en clase, seguramente apelará más a la función fática, le dará mayor realce, la pondrá en primer plano. Pero si lo que le interesa más es el contenido de la asignatura, el código mismo de la materia, entonces buscará poner en alto relieve la función metalingüística. También cabe la posibilidad que el educador tenga como objetivo fundamental su decir, su propia experiencia, sus propias historias, por lo mismo hallará en la función emotiva, esa que está centrada en el emisor, el mejor caldo de cultivo para su tarea educadora… En cualquier caso, lo que interesa es cómo el educador, dependiendo del uso o el énfasis que haga en cualquiera de las diversas funciones del lenguaje, puede lograr efectos o logros diferentes. El educador deberá preguntarse si lo que quiere subrayar es la verdad, la sinceridad, la licitud, o la belleza.

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Se me ocurre ahora que el educador se mueve en eso que Wittgenstein llamaba “juegos de lenguaje”. Recordémoslo: dentro del lenguaje podemos jugar diversos juegos. De allí que educar sea como ir aprendiendo y diseñando nuevos juegos, nuevas posibilidades de interacción con nuestros alumnos. Pero también es ir marcando ciertas reglas, ciertas normas sin las cuales no es posible jugar. Cuando hablamos de Lenguaje y Educación tenemos que indagar en cuáles son nuestras gramáticas. Hasta dónde nuestras sintaxis y nuestras semánticas docentes posibilitan o permiten, censuran o mutilan, abren o cierran aprendizajes. Dicho en otras palabras, qué tan jugable es nuestro lenguaje docente en cuanto puesta en escena de un conocimiento. O, si se prefiere, cuál es nuestra reserva de lenguajes. ¿Tenemos uno sólo?, ¿acaso varios?… ¿Son nuestros juegos de lenguaje realmente juegos interesantes, llamativos, cercanos a la vida cotidiana de los estudiantes?

Sin lugar a dudas, plantearse el tema del lenguaje dentro de la educación es abrir nuevas rutas de trabajo comprensivo, nuevos itinerarios de pensamiento. Michel Foucault, en ese libro memorable Las palabras y las cosas, estudió cómo el lenguaje permea y evidencia a la vez una conceptualización del comercio, los valores, los saberes. Uno podría afirmar que cada vez que el educador dice algo en clase, ese decir es un decirse y, ese decirse, por lo demás, pone en escena una concepción –una elección que es siempre una postura– del mundo y de la vida. El lenguaje “elegido” por el docente muestra –a veces a pesar suyo– una política y una ética, una economía y una estética.