el jardin secreto
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G. K. CHESTERTON, El Jardin SecretoTRANSCRIPT
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
El jardn secreto
G. K. Chesterton
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Escritor ingls (1874-1936), comienza con El candor del Padre Brown (1911)
su serie de cinco libros con las historias del sacerdote y detective, poseedor
de "unos ojos tan vacos como el mar del Norte", pero sagaz conocedor de la
naturaleza humana, cuyas debilidades le permiten resolver los problemas ms
intrincados. El Padre Brown no se desorienta frente a la soberbia del
criminal y sabe apartar la paja del grano, para aclarar los hechos y ofrecer
muestras de la magnificencia de Dios
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
Arstides Valentn, jefe de la polica de Paris, lleg tarde a la cena, y algunos de sus
huspedes estaban ya en casa. Pero a todos los tranquiliz su criado de confianza, Ivn, un
viejo que tenia una cicatriz en la cara y una cara tan gris como sus bigotes, y que siempre se
sentaba tras una mesita que habla en el vestbulo; un vestbulo tapizado de armas. La casa
de Valentn era tal vez tan clebre y singular como el amo. Era una casa vieja, de altos
muros y lamos tan altos que casi sobresalan, vistos desde el Sena; Pero la singularidad -y
acaso el valor policaco- de su arquitectura, estaba en esto: que no haba ms salida a la
calle que aquella puerta del frente, resguardada por Ivn y por la armera. El jardn era
amplio y complicado, y haba varias salidas de la casa al jardn. Pero el jardn no tena
acceso al exterior, y lo circundaba un paredn enorme, liso, inaccesible, con pas en las
bardas. No era un mal jardn para los esparcimientos de un hombre a quien centenares de
criminales haban jurado matar.
Segn Ivn explic a los huspedes, el amo haba anunciado por telfono que asuntos de
ltima hora lo obligaban a retardarse unos diez minutos. En verdad, estaba dictando algunas
rdenes sobre ejecuciones y. otras cosas desagradables de este jaez. Y aunque tales
menesteres le eran profundamente repulsivos, siempre los atenda con la necesaria
exactitud. Tenaz en la persecucin de los criminales, era muy suave a la hora del castigo.
Desde que haba llegado a ser la suprema autoridad policaca de Francia, y en gran parte de
Europa, haba empleado honorablemente su influencia en el empeo de mitigar las penas y
purificar las prisiones. Era uno de esos librepensadores humanitarios que hay en Francia.
Su nica falta consiste en que su perdn suele ser ms fro que su justicia. Valentn lleg.
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Estaba vestido de negro; llevaba en la solapa el botoncito rojo. Era una elegante figura. Su
barbilla negra tena ya algunos toques grises. Atraves la casa y se dirigi inmediatamente
a su estudio, situado en la parte posterior. La puerta que daba al jardn estaba abierta. Muy
cuidadosamente guard con llave su estuche en el lugar acostumbrado, y se qued unos
segundos contemplando la puerta abierta hacia el jardn. La luna -dura- luchaba con los
jirones y andrajos de nubes tempestuosas. Y Valentn la consideraba con una emocin
anhelosa, poco-habitual en naturalezas tan cientficas como la suya. Acaso estas naturalezas
poseen el don psquico de prever los ms tremendos trances de su existencia. Pero pronto,
se recobr de aquella vaga inconsciencia, recordando que haba llegado con retraso y que
sus huspedes lo estaran esperando. Al entrar al saln, se dio cuenta al instante de que, por
lo menos, su husped de honor an no, haba llegado. Distingui a las otras figuras
importantes de su pequea sociedad: a Lord Galloway, el embajador ingls -un viejo
colrico con una cara roja como amapola, que llevaba la banda azul de la Jarretera-; a Lady
Galloway, sutil como una hebra de hilo, con los cabellos argentados y la expresin sensitiva
y superior. Vio tambin a su hija, Lady Margaret Graham, plida y preciosa muchacha, con
cara de hada y cabellos color de cobre., Vio a la duquesa de Mont Saint-Michel, de ojos
negros, opulenta, con sus dos hijas, tambin opulentas y ojinegras. Vio al doctor Simon,
tipo del cientfico francs, con sus gafas, su barbilla obscura, la frente partida por aquellas
arrugas paralelas que son el castigo de los hombres de ceo altanero, puesto que proceden
del mucho levantar las cejas. Vio al Padre Brown, de Cobhole, en Essex, a quien haba
conocido en Inglaterra recientemente. Vio, tal vez con mayor inters que a todos los otros, a
un hombre alto, con uniforme, que acababa de inclinarse ante los Galloway sin que estos
contestaran su saludo muy calurosamente, y que a la sazn se adelantaba al encuentro de su
anfitrin para presentarle sus cortesas. Era el comandante O'Brien, de la Legin francesa
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extranjera; tena un aspecto entre delicado y fanfarrn, iba todo afeitado, el cabello oscuro,
los ojos azules y, como pareca propio en un oficial de aquel famoso, regimiento de los
victoriosos fracasos y los afortunados suicidios, su aire era a la vez atrevido y melanclico.
Era, por nacimiento, un caballero irlands y, en su infancia, haba conocido a los Galloway,
y especialmente a Margarita Graham. Habla abandonado su patria dejando algunas deudas,
y ahora daba a entender su absoluta emancipacin de, la etiqueta inglesa presentndose en
uniforme, espada al cinto y espuelas calzadas. Cuando salud a la familia del embajador,
Lord y Lady Galloway le contestaron con rigidez, y Lady Margarita mir a otra parte.
Pero si las visitas tenan razones para considerarse entre si con un inters especial, su
distinguido anfitrin no estaba especialmente interesado en ninguna de ellas. A lo menos,
ninguna de ellas era a sus ojos el convidado de la noche. Valentn esperaba, por ciertos
motivos, la llegada de un hombre de fama mundial, cuya amistad se haba ganado durante
sus victoriosas campaas policacas en los Estados Unidos. Esperaba a Julio K. Brayne, el
multimillonario cuyas colosales y aplastantes generosidades para favorecer la propaganda
de las religiones no reconocidas haban dado motivo a tantas y tan fciles burlas, y a tantas
solemnes y todava ms fciles felicitaciones por parte de la prensa americana y britnica.
Nadie poda estar seguro de si Mr. Brayne era un ateo, un mormn o un partidario de la
ciencia cristiana; pero l siempre estaba dispuesto a llenar de oro todos los vasos
intelectuales, siempre que fueran vasos hasta hoy no probados. Una de sus manas era
esperar la aparicin del Shakespeare americano -cosa de ms paciencia que el oficio de
pescar-. Admiraba a Walt Whitman, pero opinaba que Luke P. Tanner, de Pars
(Philadelphia), era mucho ms "progresista" que Whitman. Le gustaba toda lo que le
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pareca "progresista". Y Valentn le pareca "progresista", con lo cual le hacia una grande
injusticia.
La deslumbrante aparicin de Julio K. Brayne fue como un toque de campana que diera la
seal de la cena. Tena una notable cualidad, de que podemos preciarnos muy pocos: su
presencia era tan ostensible como su ausencia. Era enorme, tan gordo como alto; vesta traje
de noche, de negro implacable, sin el alivio de una cadena de reloj o de una sortija. Tena el
cabello blanco, y lo llevaba peinado hacia atrs, como un alemn; roja la cana, fiera y
angelical, con una barbilla obscura en el labio inferior, lo cual transformaba su rostro
infantil, dndole un aspecto teatral y mefistoflico. Pero la gente que estaba en el saln no
perdi mucho tiempo en contemplar al clebre americano.
Su mucha tardanza haba llegado, a ser ya un problema domstico, y a toda prisa se le
invit a tomar del brazo a Lady Galloway para pasar al comedor.
Los Galloway estaban dispuestos a pasar alegremente por todo, salvo en un punto: siempre
que Lady Margarita no tomara el brazo del aventurero O'Brien, todo estaba bien. Y Lady
Margarita no lo hizo as, sino que entr al comedor decorosamente acompaada por el
doctor Simon. Con todo, el viejo Lord Galloway comenz a sentirse inquieto y a ponerse
algo spero. Durante la cena estuvo bastante diplomtico; pero cuando, a la hora de los
cigarros, tres de los ms jvenes -el doctor Simon, el Padre Brown y el equvoco O'Brien,
el desterrado con uniforme extranjero- empezaron a mezclarse en los grupos de las damas y
a fumar en el invernadero, entonces el diplomtico ingls perdi la diplomacia. A cada
sesenta segundos le atormentaba la idea de que el brib6n de O'Brien tratara por cualquier
medio de hacer seas a Margarita, aunque no se imaginaba de qu manera. A la hora del
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caf se qued acompaado de Brayne, el canoso yanqui que crea en todas las religiones, y
de Valentn, el poligrisceo francs que no, crea en ninguna. Ambos podan discutir
mutuamente cuanto quisieran; pero, era intil que invocaran el apoyo del diplomtico. Esta
logomaquia "progresista" acab por ponerse muy aburrida; entonces Lord Galloway se
levant tambin, y trat de dirigirse al saln. Durante seis u ocho minutos anduvo perdido
por los pasillos; al fin oy la voz aguda y didctica del doctor, y despus la voz opaca del
clrigo, seguida por una carcajada general. Y pens con fastidio que tal vez all estaban
tambin discutiendo sobre la ciencia y la religin. Al abrir la puerta del saln solo se dio
cuenta de una cosa: de quienes estaban ausentes. El comandante O'Brien no estaba all;
tampoco Lady Margarita.
Abandon entonces el saln con tanta impaciencia como antes abandonara el comedor, y
otra vez metise por los pasillos. La preocupacin por proteger a su hija del pcaro
argelino-irlands se haba apoderado, de l como una locura. Al acercarse al interior de la
casa, donde estaba el estudio de Valentn, tuvo la sorpresa de encontrar a su hija, que
pasaba rpidamente con una cara plida y desdeosa, que era un enigma por si sola. Si
habla estado hablando con O'Brien, dnde estaba ste? Si no haba estado con l, de
dnde vena? Con una sospecha apasionada y senil se intern ms en la casa, y casualmente
dio con una puerta de servicio que comunicaba al jardn. Ya la luna, con su cimitarra, haba
rasgado y deshecho toda nube de tempestad. Una luz de plata baaba de lleno el jardn. Por
el csped vio pasar una alta figura azul camino del estudio. Al reflejo lunar, sus facciones
se revelaron: era el comandante O'Brien.
Desapareci tras la puerta vidriera en los interiores de la casa, dejando a Lord Galloway en
un estado de nimo indescriptible, a la vez confuso e iracundo. El jardn de plata y azul,
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como un escenario de teatro, pareca atraerle tirnicamente con esa insinuacin de dulzura
tan opuesta al cargo que l desempeaba en el mundo. La esbeltez y gracia de los pasos del
irlands le haban encolerizado como si, en vez de un padre, fuese un rival; y ahora a la luz
de la luna lo enloqueca. Una como magia pretenda atraparlo, arrastrndolo hacia un jardn
de trovadores, hacia una tierra maravillosa de Watteau; y, tratando de emanciparse por
medio de la palabra de aquellas amorosas insensateces, se dirigi rpidamente en pos de su
enemigo. Tropez con algunas piedras o raz de rbol, y se detuvo instintivamente a
escudriar el suelo, primero con irritacin, y despus con curiosidad. Y entonces la luna y
los lamos del jardn pudieron ver un espectculo inusitado: un viejo diplomtico ingls
que echaba a correr, gritando y aullando.
A sus gritos, un rostro plido se asom por la puerta del estudio, y se vieron brillar los
lentes y aparecer el ceo preocupado del doctor Simon, que fue el primero en or las
primeras palabras que al fin pudo articular claramente el noble caballero. Lord Galloway
gritaba:
-Un cadver sobre la hierba! Un cadver ensangrentado! Y ya no pens ms en O'Brien.
-Debemos decirlo, al instante a Valentn -observ el doctor, cuando el otro le hubo descrito
entre tartamudeos lo que apenas se haba atrevido a mirar-. Es una fortuna tenerle tan a
mano.
En ese instante, atrado por las voces, el gran detective entraba en el estudio. La tpica
transformacin que se oper en l fue algo casi cmico: haba acudido al sitio con el
cuidado de un husped y de un caballero, que se figura que alguna visita o algn criado se
ha puesto malo; pero cuando le dijeron que se trataba de un hecho sangriento, al instante
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tornose grave, importante, y tom el aire de hombre de negocios; porque, despus de todo,
aquello, por abominable e inslito que fuese, era su negocio.
-Amigos mos -dijo mientras se encaminaban hacia el jardn-, es muy extrao que tras
haber andado por toda la tierra a caza de enigmas se me ofrezca uno en mi propio jardn.
Dnde est?
No sin cierta dificultad cruzaron el csped, porque haba comenzado a levantarse del ro
una ligera niebla. Guiados por el espantado Galloway, encontraron al fin el cuerpo, hundido
entre la espesa hierba. Era el cuerpo de un hombre muy alto y de robustas espaldas. Estaba
boca abajo, vestido de negro, y era calvo, con un escaso vello negro aqu y all que tena un
aspecto de alga hmeda. De su cara manaba una serpiente roja de sangre.
-Por lo menos -dijo Simon, con una voz Profunda y extraa-, por lo menos no es ninguno
de los nuestros.
-Examnelo usted, doctor -orden con cierta brusquedad Valentn-. Bien pudiera no estar
muerto.
El doctor se inclin.
-No est enteramente fro, pero me temo que s completamente muerto -dijo-. Aydenme
ustedes a levantarlo.
Lo levantaron cuidadosamente hasta una pulgada del Suelo, y al instante se disiparon con
espantosa certidumbre, todas sus dudas. La cabeza se desprendi del tronco. Haba sido
completamente cortada. El que haba cortado aquella garganta haba quebrado tambin las
vrtebras del cuello. El mismo Valentn se sinti algo sorprendido.
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-El que ha hecho esto es tan fuerte como un gorila -murmur.
Aunque acostumbrado a los horrores anatmicos, el doctor Simon se estremeci al levantar
aquella cabeza. Tenla algn araazo por la barba y mandbula, pero, la cara estaba
substancialmente intacta. Era una cara amarilla, pesada, a la vez hundida e hinchada, nariz
de halcn, prpados inflados: la cara de un emperador romano prostituido, con ciertos
toques de emperador chino. Todos los presentes parecan considerarlo con la fra mirada del
que mira a un desconocido. Nada ms haba de notable en aquel cuerpo, salvo que, cuando
lo, levantaron, vieron claramente el brillo de una pechera blanca manchada de sangre.
Como haba dicho el doctor Simon, aquel hombre no era de los suyos, no estaba en la
partida, pero bien poda haber tenido el propsito de venir a hacerles compaa, porque
vesta el traje de noche propio del caso.
Valentn se puso de rodillas, se ech sobre las manos, y en esa actitud anduvo examinando
con la mayor atencin profesional la hierba y el suelo, dentro de un contorno de veinte
yardas, tarea en que fue asistido menos, concienzudamente por el doctor, y slo
convencionalmente por el lord ingls. Pero sus penas no tuvieron ms recompensa que el
hallazgo de unas cuantas ramitas partidas o quebradas en trozos muy pequeos, que
Valentn recogi para examinar un instante, y despus arroj.
-Unas ramas -dijo gravemente-; unas ramas y un desconocido decapitado; es todo lo que
hay sobre el csped.
Hubo un silencio casi humillante, y de pronto el agitado, Galloway grit:
Qu es aquello? Aquello que se mueve junto al muro?
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A la luz de la luna se vea, en efecto, acercarse una figura pequea con una como enorme
cabeza; pero lo que de pronto pareca un duende, result ser el inofensivo curita, a quien
haban dejado en el saln.
-Advierto -dijo con mesura- que este jardn no tiene puerta exterior. No es verdad?
Valentn frunci el ceo con cierto disgusto, como sola hacerlo por principio ante toda
sotana. Pero era hombre demasiado justo para disimular el valor de aquella observacin.
-Tiene usted razn -contest-; antes de preguntarnos cmo ha sido muerto, hay que
averiguar cmo ha podido llegar hasta aqu. Escchenme ustedes, seores. Hay que
convenir en que -si ello resulta compatible con m deber profesional- lo mejor ser
comenzar por excluir de la investigacin pblica algunos nombres distinguidos. En casa
hay seoras y caballeros, y hasta un embajador. Si establecemos que este hecho es un
crimen, como tal hemos de investigarlo. Pero, mientras no lleguemos ah, puedo obrar con
entera discrecin. Soy la cabeza de la polica: persona tan pblica, que bien puedo
atreverme a ser privado. Quiera el cielo que pueda yo solo, y por mi cuenta, absolver a
todos y cada uno de mis huspedes antes que tenga que acudir a mis empleados para que
busquen en otra parte al autor del crimen. Pido a ustedes, por su honor, que no salgan de mi
casa hasta maana a medioda. Hay alcobas suficientes para todos. Simon, ya sabe usted
donde est Ivn, mi hombre de confianza: en el vestbulo. Dgale usted que deje a otro
criado de guardia y venga al instante. Lord Galloway, usted es, y sin duda, la persona ms
indicada para explicar a las seoras lo que sucede y evitar el pnico. Tambin ellas deben
quedarse. El Padre Brown y yo vigilaremos, entretanto, el cadver.
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Cuando el genio del capitn hablaba en Valentn, siempre era obedecido como un clarn de
rdenes. El doctor Simon se dirigi a la armera y dio la voz de alarma a Ivn, el detective
privado de aquel detective pblico. Galloway fue al saln y comunic las terribles nuevas
con bastante tacto, de suerte que cuando todos se reunieron all, las damas haban pasado ya
del espanto al apaciguamiento. Entretanto, el buen sacerdote y el buen ateo permanecan
uno a la cabeza y otro, a los pies del cadver, inmviles, bajo la luna, estatuas simblicas de
dos filosofas de la muerte.
Ivn, el hombre de confianza, de la gran cicatriz y los bigotazos, sali de la casa disparado
como una bala de can y vino corriendo sobre el csped hacia Valentn, como perro que
acude a su amo. Su cara lvida pareca vitalizada con aquel suceso policaco domestico, y
con una solicitud casi repugnante pidi permiso a su amo para examinar los restos.
-Si, Ivan, haz lo que gustes, pero no tardes; debemos llevar dentro el cadver.
Ivn levant aquella cabeza, y casi la dej caer.
-Cmo! -exclam-; esto... esto no puede ser. Conoce usted a este hombre, seor?
-No -repuso Valentn, indiferente-; ms vale que entremos.
Entre los tres depositaron el cadver sobre un sof del estudio, y despus se dirigieron al
saln.
El detective, sin vacilar, se sent tranquilamente junto a un escritorio; su mirada era la
mirada fra del juez. Traz algunas notas rpidas en un papel y pregunt despus
concisamente:
-Estn presentes todos?
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-Falta Mr. Brayne -dijo la duquesa de Mont Saint Michel, mirando en rededor.
-SI -dijo Lord. Galloway, con spera voz-, y creo que tambin falta Mr. Neil O'Brien. Yo lo
vi pasar por el jardn cuando el cadver estaba todava caliente.
-Ivn -dijo el detective-, ve a buscar al comandante O'Brien y a Mr. Brayne. A ste lo dej
en el comedor acabando su cigarro. El comandante O'Brien creo que anda paseando por el
invernadero, pero no estoy seguro.
El leal servidor sali corriendo, y antes que nadie pudiera moverse o hablar, Valentn
continu con la misma militar presteza:
-Todos ustedes saben ya que en el jardn ha aparecido un hombre muerto, decapitado.
Doctor Simon: usted lo ha examinado. Cree usted que supone una fuerza extraordinaria el
cortar de esta suerte la cabeza de un hombre, o que basta con emplear un cuchillo muy
afilado?
Y el doctor, plido:
-Me atrevo a decir, que no puede hacerse con un simple cuchillo.
Y Valentn continu:
-Tiene usted alguna idea sobre el utensilio o arma que hubo que emplear para tal
operacin?
-Realmente -dijo el doctor, arqueando las preocupadas cejas-, en la actualidad no creo que
se emplee arma alguna que pueda producir este efecto. No es fcil practicar tal corte, aun
con torpeza; mucho menos con la perfeccin del que nos ocupa. Solo se podra hacer con
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un hacha de combate, o con una antigua hacha de verdugo, o con un viejo montante de los
que se esgriman a dos manos.
-Santos cielos! -exclam la duquesa con voz histrica-; y no hay aqu, acaso, en la
armera, hachas de combate y viejos montantes?
Valentn, siempre dedicado a su papel de notas, dijo, mientras apuntaba algo rpidamente:
-Y dgame usted: podra cortarse la cabeza con un sable francs de caballera?
En la puerta se oy un golpecito que, quin sabe por qu, produjo en todos un sobresalto
como el golpecito que se oye en Lady Macbeth. En medio del silencio glacial, el doctor
Simon logr al fin decir:
-Con un sable? Si, creo que se podra.
-Gracias -dijo Valentn-. Entra, Ivn.
E Ivn, el confidente, abri la puerta para dejar pasar al comandante O'Brien, a quien se
haba encontrado paseando otra vez por el jardn.
El oficial irlands se detuvo desconcertado y receloso en el umbral.
-Para qu ago falta? -exclam.
-Tenga usted la bondad de sentarse -dijo Valentn, procurando ser agradable-. Pero qu, no
lleva usted su sable? Dnde lo ha dejado?
-Sobre la mesa de la biblioteca -dijo O'Brien; y su acento irlands se dej sentir con la
turbacin, ms que nunca-. Me incomodaba, comenzaba a...
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-Ivn -interrumpi Valentn-. Haz el favor de ir a la biblioteca por el sable del comandante -
y cuando el criado desapareci-: Lord Galloway afirma que lo vio a usted saliendo del
jardn poco antes de tropezar el con el cadver. Qu hacia usted en el jardn?
El comandante se dej caer en un silln con cierto, desfallecimiento.
-Ah! -dijo ahora con el ms completo acento irlands-. Admiraba la luna, comulgaba un
poco con la naturaleza, amigo mo.
Se produjo un profundo, largo silencio. Y de nuevo se oy aquel golpecito a la vez
insignificante y terrible. E Ivn reapareci trayendo una funda de sable.
-He aqu todo lo que pude encontrar -dijo.
-Ponlo sobre la mesa -orden Valentn sin verlo.
En el saln habla una expectacin silenciosa e inhumana, Como ese mar de inhumano
silencio que se forma junto al banquillo de un homicida condenado. Las exclamaciones de
la duquesa haban cesado desde haca un rato. El odio profundo de Lord Galloway se senta
satisfecho y amortiguado. La voz que entonces se dej or fue la ms inesperada.
-Yo puedo deciros... -Solt Lady Margarita, con aquella voz clara, temblorosa, de las
mujeres valerosas que hablan en pblico-. Yo puedo deciros lo que Mr. O'Brien hacia en el
jardn, puesto que l est obligado a callar. Estaba, sencillamente, pidiendo mi mano. Yo se
la negu, y le dije que mis circunstancias familiares me impedan concederle nada ms que
mi estimacin. El no parcel muy contento: mi estimacin no le importaba gran cosa. Pero
ahora -aadi con dbil sonrisa-, ahora no s si mi estimacin le importar tan poco como
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antes: vuelvo a ofrecrsela. Puedo jurar en todas partes que este hombre no cometi el
crimen.
Lord Galloway se adelant hacia su hija, y trat de intimidarla hablndole en voz baja.
-Cllate, Margarita -dijo con un cuchicheo perceptible a todos-. Cmo puedes escudar a
ese hombre? Dnde est su sable? Dnde su condenado sable de caballera?
Y se detuvo ante la mirada singular de su hija, mirada que atrajo las de todos a manera de
un fantstico imn.
-Viejo insensato! -exclam ella con voz sofocada y sin disimular su impiedad-. Acaso te
das cuenta de lo que quieres probar? Yo he dicho que este hombre ha sido inocente
mientras estaba a mi lado. Si no fuera inocente, no por eso dejara de haber estado a mi
lado. Y si mat a un hombre en el jardn, quin mas pudo verlo? Quin ms pudo, al
menos, saberlo? Odias tanto a Neil, que no vacilas en comprometer a tu propia hija?...
Lady Galloway se ech a llorar. Y todos sintieron el escalofri de las tragedias satnicas a
que arrastra la pasin amorosa. Les pareci ver aquella cara orgullosa y lvida de la
aristcrata escocesa, y junto a ella la del aventurero irlands, como viejos retratos en la
obscura galera de una casa. El silencio pareci llenarse de vagos recuerdos, de historias de
maridos asesinos y de amantes envenenadores.
Y en medio de aquel silencio enfermizo se oy una voz cndida:
-Era muy grande el cigarro?
El cambio de ideas fue tan sbito, que todos se volvieron a ver quien haba hablado.
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-Me refiero -dijo el diminuto Padre Brown-, me refiero al cigarro que Mr. Brayne estaba
acabando de fumar. Porque ya me va pareciendo ms largo que un bastn.
A pesar de la impertinencia, Valentn levant la cabeza, y no pudo menos de demostrar, en
su cara, la irritacin mezclada con la aprobacin.
-Bien dicho -dijo con sequedad- Ivn, ve a buscar de nuevo a Mr. Brayne, y trelo aqu al
punto.
En cuanto desapareci el factotum, Valentn se dirigi a la joven con la mayor gravedad.
-Lady Margarita -comenz-; estoy seguro de que todos sentimos aqu gratitud y admiracin
a la vez por su acto: ha crecido usted ms en su ya muy alta dignidad al explicar la
conducta del comandante. Pero todava queda una laguna. Si no me engao, Lord Galloway
la encontr a usted entre el estudio v el saln y solo unos cuantos minutos es se encontr al
comandante, el cual estaba todava en el jardn.
-Debe usted recordar -repuso Margarita con fingida irona- que yo acababa de rechazarlo;
no era, .pues, fcil que volviramos del brazo. El es, como quiera, un caballero. Y procur
quedarse atrs... Y ahora le achacan el crimen!
-En esos minutos de intervalo -dijo Valentn gravemente- muy bien pudo....
De nuevo se oy el golpecito, e Ivn asom su cara sealada:
-Perdn, seor -dijo-; Mr. Brayne ha salido de casa.
-Que ha salido! -grit Valentn, ponindose en pie por primera vez.
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-Que se ha ido, ha tomado las de Villadiego o se ha evaporado -continu Ivn en lenguaje
humorstico-. Tampoco aparecen su sombrero ni su gabn y dir algo ms, para completar:
que he recorrido los alrededores de la casa para encontrar sus rastros, y he dado con uno, y
por cierto muy importante.
-Qu quieres decir?
-Ahora se ver -dijo el criado; y, ausentndose, reapareci a poco con un sable de caballera
deslumbrante, manchado de sangre por el filo y la punta.
Todos creyeron ver un rayo. Y el experto Ivn continu tranquilamente:
-Lo encontr entre unos matorrales, a unas cincuenta yardas de aqu, camino de Pars. En
otras palabras, lo encontr precisamente en el sitio en que lo arroj el respetable Mr.
Brayne en su fuga.
Hubo un silencio, pero de otra especie. Valentn tomo el sable, lo examin, reflexion con
una concentracin no fingida, y despus con aire respetuoso le dijo a O'Brien:
Comandante, confo en que siempre estar usted dispuesto a permitir que la polica examine
esta arma si hace falta. Y entretanto -aadi, metiendo el sable en la funda-, permtame
usted devolvrsela.
Ante el simbolismo militar de aquel acto, todos tuvieron que dominarse para no aplaudir.
Y, en verdad, para el mismo Neil O'Brien aquello fue la crisis suprema de su vida. Cuando,
al amanecer del da siguiente, andaba otra vez paseando por el jardn, haba desaparecido de
su semblante la trgica trivialidad que de ordinario le distingua: tena muchas razones para
considerarse feliz. Lord Galloway, que era todo un caballero, le haba presentado la excusa
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ms formal. Lady Margarita era algo que una verdadera dama: ana mujer, y tal vez le haba
presentado algo mejor que una excusa, cuando anduvieron paseando antes del almuerzo por
entre los macizos de flores. Todos se sentan ms animados y humanos, por que, aunque
subsista el enigma, del muerto, el peso de la sospecha no cala ya sobre ninguno de ellos, y
habla huido hacia Pars sobre el dorso de aquel millonario extranjero a quien conocan
apenas. El diablo haba sido desterrado de casa: el mismo se haba desterrado.
Con todo, el enigma continuaba. O'Brien y el doctor Simon se sentaron en un banco del
jardn, y este interesante personaje cientfico se puso a resumir los trminos del problema.
Pero no logr hacer hablar mucho a O'Brien, cuyos pensamientos iban hacia ms felices
regiones.
-No puedo decir que me interese mucho el problema -dijo francamente el irlands-, sobre
todo ahora que aparece muy claro. Es de suponer que Brayne odiaba a ese desconocido por
alguna razn: lo atrajo al jardn y lo mat con mi sable. Despus huy a la ciudad, y por el
camino arroj el arma. Ivn me dijo que el muerto tena en uno de los bolsillos un Mar
yanqui: luego era un paisano de Brayne, y esto parece explicar mejor las cosas. Yo no veo
en esto la menor complicacin.
-Pues hay cinco complicaciones colosales -dijo el doctor tranquilamente- metidas la una
dentro de las otras como cinco murallas. Entindame usted bien: yo no dudo que Brayne
sea el autor del crimen, y me parece que su fuga es bastante prueba. Pero, cmo lo hizo?
He aqu la primera dificultad: cmo puede un hombre matar a otro con un sable tan pesado
como este, cuando le es mucho ms fcil emplear una navaja de bolsillo y volvrsela a
guardar despus? Segunda dificultad: por qu no se oy un grito ni el menor ruido?
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Puede un hombre dejar de hacer alguna demostracin cuando ve adelantarse a otro hombre
blandiendo un sable? Tercera dificultad: toda la noche ha estado guardando la puerta un
criado; ni una rata puede haberse colado de la calle al jardn de Valentn, Cmo pudo
entrar este individuo? Cuarta dificultad: cmo pudo Brayne escaparse del jardn?
-Y quinta? -dijo Neil fijando los ojos en el sacerdote ingls que se acercaba a pasos lentos.
-Tal vez sea una bagatela -dijo el doctor-; pero a m me parece una cosa muy rara: al ver
por primera vez aquella cabeza cortada, supuse desde luego que el asesino haba
descargado ms de un golpe. Y al examinarla ms de cerca, descubr muchos golpes en la
parte cortada; es decir, golpes que fueron dados cuando ya la cabeza haba sido separada
del tronco. Odiaba Brayne a tal grado a su enemigo para estar macheteando su cuerpo una
y otra vez a la luz de la luna?
-Qu horrible! -dijo O'Brien estremecindose.
A estas palabras, ya el pequeo Padre Brown se les haba acercado, y con su habitual
timidez esperaba a que acabaran de hablar. Al fin dijo -con embarazo:
-Siento interrumpir a ustedes. Me mandan a comunicar a ustedes las nuevas.
-Nuevas? -repiti Simon mirndole muy extraado a travs de sus gafas.
-Si; lo siento -dijo con dulzura el Padre Brown-. Sabrn ustedes que ha habido otro
asesinato.
Los dos se levantaron de un salto, desconcertados.
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
-Y lo que todava es ms raro -continu el sacerdote, contemplando, con sus torpes ojos los
rododendros-: el nuevo asesinato pertenece a la misma desagradable especie del anterior: es
otra decapitacin. Se encontr la segunda cabeza sangrando en el ro, a pocas yardas del
camino que, Brayne debi de tomar para Paris. De modo que suponen que ste...
-Cielos! -exclam O'Brien-. Ser Brayne un monomanitico?
-Es que tambin hay vendettas americanas -dijo, el sacerdote, impasible. Y aadi-: Se
desea que vengan ustedes a la biblioteca a verlo.
El comandante O'Brien sigui a los otros hacia el sitio de la averiguacin, sintindose
decididamente enfermo. Como soldado, odiaba las matanzas secretas. Cundo iban a
acabar aquellas extravagantes amputaciones? Primero una cabeza y luego otra. Y se deca
amargamente que en este caso falla la regla aquellas dos cabezas valen ms que una. Al
entrar en el estudio, casi se bambole ante una horrible coincidencia: sobre la mesa de
Valentn estaba un dibujo a colores, que representaba otra cabeza sangrienta: la del propio,
Valentn. Pronto vio que era un peridico nacionalista llamado La Guillotine, que
acostumbraba todas las semanas publicar la cabeza de uno de sus enemigos polticos, con
los ojos saltados y los rasgos torcidos, como, despus de la ejecucin; porque Valentn era
un anticlerical notorio. Pero O'Brien era un irlands, que aun en sus pecados; conservaba
cierta castidad; y se sublevaba ante aquella brutalidad intelectual, que solo en Francia se
encuentra. En aquel momento le pareci sentir a todo Pars en un solo proceso que,
partiendo de las grotescas iglesias gticas, llegaba hasta las groseras caricaturas de los
diarios. Record las burlas gigantescas de la Revolucin. Y vio a toda la ciudad en un solo
espasmo de horrible energa; desde aquel boceto sanguinario que yaca sobre la mesa de
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
Valentn hasta la montaa y bosque de grgolas por donde asoman, gesticulando, los
enormes diablos; de Ntre Dame.
La biblioteca era larga, baja y penumbrosa; una luz escasa se filtraba, por las cortinas
corridas, y tena an el sonrojo de la maana. Valentn y su criado, Ivn estaban
esperndoles junto a un vasto escritorio, inclinado, donde estaban los mortales restos, que
resultaban enormes en la penumbra. La carota amarillenta del hombre encontrado en el
jardn no se haba alterado. La segunda encontrada entre las caas del ro aquella misma
maana, escurra un poco. La gente de Valentn andaba ocupada en buscar el segundo
cadver, que tal vez flotara en el ro. El Padre Brown, que no comparta la sensibilidad de
O'Brien, acercose a la segunda cabeza y la examin con minucia de cegatn. Apenas era
ms que un montn de blancos y hmedos cabellos, irisados de plata y rojo en la suave luz
de la maana; la cara -un feo tipo sangriento y acaso criminal- se haba estropeado mucho
contra los rboles y las piedras, al ser arrastrada por el agua.
-Buenos das, comandante O'Brien -dijo Valentn con apacible cordialidad-. Supongo que
ya tiene usted noticia del ltimo experimento en carnicera de Brayne.
El Padre Brown continuaba inclinado sobre la cabeza de cabellos blancos, y dijo, sin
cambiar de actitud:
-Por lo visto es enteramente seguro que tambin esta cabeza la cort Brayne.
-Es cosa de sentido comn, al menos -repuso Valentn con las manos en los bolsillos-. Ha
sido arrancada en la misma forma, ha sido encontrada a poca distancia de la otra, y tal vez
cortada con la misma arma, que ya sabemos que se llev consigo.
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
-Si, si; ya lo s -contest sumiso el Padre Brown-. Pero usted comprender: yo tengo mis
dudas sobre el hecho de que Brayne haya podido cortar, esta cabeza.
-Y por qu? -pregunt el doctor Simon con sincero asombro.
-Pues, mire usted, doctor -dijo el sacerdote, pestaeando como de costumbre-: es posible
que un hombre se corte su propia cabeza? Yo lo dudo.
O'Brien sinti como si un universo de locura estallara en sus orejas; pero el doctor se
adelant a comprobarlo, levantando los hmedos y blancos mechones.
-Oh! No hay la menor duda: es Brayne -dijo el sacerdote tranquilamente-. Tiene
exactamente la misma verruga en la oreja izquierda.
El detective, que haba estado contemplando al cerdote con ardiente mirada, abri su
apretada mandbula, y dijo con acritud:
-Parece que usted hubiera conocido mucho a ese hombre, Padre Brown.
-En efecto -dijo el hombrecillo con sencillez- Lo he tratado algunas semanas. Estaba
pensando en convertirse a nuestra iglesia.
En los ojos de Valentn ardi el fuego del fanatismo; se acerc al sacerdote, y apretando los
puos, dijo con candente desdn:
-Y tal vez estaba pensando tambin en dejar en ustedes todo su dinero?
-Tal vez -dijo Brown con impasibilidad-. Es muy posible.
En tal caso -exclam Valentn con temible sonrisa- usted sabra muchas cosas de l, de su
vida y sus...
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
El comandante O'Brien cogi por el brazo a Valentn.
-Abandone usted ese tono injurioso, Valentn -dijo- o volvern a lucir los sables.
Pero Valentn, ante la mirada humilde y tranquila del sacerdote, ya se haba dominado, y
dijo simple mente:
-Bueno; para las opiniones privadas siempre hay tiempo. Ustedes, caballeros, estn todava
ligados a su promesa; mantnganse dentro de ella y procuren que los otros tambin se
mantengan. Ivn les contar a ustedes lo dems que deseen saber. Yo voy a trabajar y a
escribir a las autoridades... No podemos mantener este secreto por ms tiempo. Si hay
novedad, estoy en el estudio, escribiendo.
-Hay ms noticias que comunicarnos, Ivn? -pregunt el doctor Simon cuando el jefe de
polica hubo salido del cuarto.
-Solo una, me parece, seor -dijo Ivn, arrugando su vieja cara color ceniza-; pero no deja
de tener inters. Es algo que se refiere a ese que se encontraron ustedes en el jardn -aadi
sealando sin respeto al enorme cuerpo negro-. Ya lo hemos identificado.
-De veras? -pregunt el asombrado doctor-. Y quin es?
-Su nombre es Arnold Becker -dijo el ayudante-, aunque usaba muchos apodos. Era un
pcaro vagabundo, y se sabe que ha andado por Amrica: tal es el hombre a quien Brayne
decapit. Nosotros no habamos tenido mucho que ver con l, porque trabajaba, sobre todo,
en Alemania. Nos hemos comunicado con la polica alemana. Y da la casualidad de que,
tena un hermano gemelo, de nombre Luis Becker, con quien mucho hemos tenido que ver:
como que ayer, apenas, nos vimos en el caso de guillotinarlo. Bueno, caballeros, la cosa es
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
de lo ms extraa; pero cuando vi anoche a este hombre en el suelo, tuve el mayor susto de
mi vida. De no haber visto ayer con mis propios ojos a Luis Becker guillotinado, hubiera
jurado que era Luis Becker el que estaba en la hierba. Entonces, naturalmente, me acord
del hermano gemelo, que tena en Alemania y siguiendo el indicio...
Pero Ivn suspendi sus explicaciones, por la excelente razn de que nadie le hacia caso. El
comandante y el doctor consideraban al Padre Brown, que haba saltado sobre sus pies y se
apretaba las sienes, como, presa de un dolor sbito.
-Alto, alto, alto! -exclam al fin-. Pare usted de hablar un instante, que ya veo a medias!
Me dar Dios bastante fuerza? Podr mi cerebro dar el salto, y descubrirlo todo? Cielos,
ayudadme! En otro tiempo yo sola ser gil para pensar, y poda parafrasear cualquier
pgina del Santo de Aquino. Me estallar la cabeza o lograr al fin ver? Ya veo la mitad,
solo la mitad!
Hundi la cabeza entre las manos, y se mantuvo en una rgida, actitud de reflexin o
plegaria, en tanto que los otros no hacan ms que asombrarse ante aqulla ltima maravilla
de aquellas maravillosas doce horas.
Cuando las manos del Padre Brown cayeron, al fin, dejaron ver un rostro, serio y fresco
cual el de un nio. Lanz un gran suspiro, y dijo:
-Sea dicho y hecho lo ms pronto posible. Escchenme ustedes: sta ser la mejor manera
de convencer a todos de la verdad. Usted, doctor Simon, posee un cerebro poderoso: esta
maana lo he odo, a usted proponer las cinco dificultades mayores de este enigma. Tenga
usted la bondad de proponerlas otra vez, y yo tratar de contestarlas.
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
Al doctor Simon se le cayeron las gafas de la nariz, y dominando sus dudas y su asombro,
contest al instante.
-Pues bien; ya lo sabe usted, la primera cuestin es esta: cmo puede un hombre ir a
buscar un enorme sable para matar a otro, cuando, en rigor, le basta con un alfiler?
-Un hombre -contest tranquilamente el Padre Brown no puede decapitar a otro con un
alfiler, y, para este asesinato especial, era necesaria la decapitacin.
-Por qu? -pregunt O'Brien con mucho inters.
-Venga la segunda cuestin --continu el Padre Brown.
-All va: por qu no grit ni hizo ningn ruido la victima? -pregunt el doctor-. La
aparicin de un sable en el jardn no es un espectculo habitual.
-Ramitas -dijo el sacerdote ttricamente, y se volvi hacia la ventana que daba al escenario
del suceso-. Nadie ha visto de dnde procedan las ramitas. Cmo pudieron caer sobre el
csped (vanlo ustedes) estando tan lejos los rboles? Las ramas no haban estallado solas,
sino que hablan sido tajadas. El asesino estuvo distrayendo a su victima jugando con el
sable, hacindole ver como poda cortar una rama en el aire, y otras cosas por el estilo. Y
cuando la vctima se inclin para ver el resultado, un furioso tajo le arranc la cabeza.
-Bien -dijo lentamente el doctor-; eso parece muy posible. Pero las otras dos cuestiones
desafan a cualquiera.
El sacerdote segua contemplando el jardn reflexivamente, y esperaba, junto a la ventana,
las preguntas del otro.
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-Ya sabe usted que el jardn est completamente cerrado, como una cmara hermtica -
prosigui el doctor-. Cmo, pues, pudo el desconocido llegar al Jardn?
Sin volver la cara, el curita contest.
-Nunca hubo ningn desconocido en ese jardn. Silencio. Y a poco se oy el ruido de una
risotada casi infantil. Lo absurdo de esta salida del Padre Brown movi a Ivn a
enfrentrsele abiertamente.
-Cmo! -exclam-. De modo que no hemos arrastrado anoche hasta el sof ese
corpachn? De modo que ste no entr al jardn?
-Entrar al jardn? -repiti Brown, reflexionando-. No; no del todo.
-Pero seor! -exclam Simon-; o se entra o no se entra al jardn; imposible el trmino
medio.
-No necesariamente -dijo el clrigo con tmida sonrisa-. Cul es la cuestin siguiente,
doctor?
-Me parece que usted desvara -dijo el doctor Simon secamente-. Pero de todos modos, le
propondr la cuestin siguiente: cmo logr Brayne salir del jardn?
-Nunca sali del jardn -dijo el sacerdote sin apartar los ojos de la ventana.
-Que nunca sali del jardn? -estall Simon.
-No completamente -dijo el Padre Brown.
Simon crisp los puos en rapto de lgica francesa.
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-O sale uno del jardn o no sale! -grit.
-No siempre -dijo el Padre Brown.
El doctor Simon se levant con impaciencia.
-No quiero perder ms tiempo en estas insensateces -dijo indignado-. Si usted no puede
entender el hecho de que un hombre tenga necesariamente que estar de un lado, u otro de
un muro, no discutamos ms.
-Doctor -dijo el clrigo muy cortsmente-, siempre nos hemos entendido muy bien. Aunque
sea en nombre de nuestra antigua amistad, espere usted un poco y propngame la quinta
cuestin.
El impaciente doctor se dej caer sobre una silla que haba junto a la puerta, y dijo
simplemente:
-La cabeza y la espalda han recibido unos golpes muy raros. Parecen dados despus de la
muerte.
-S -dijo el inmvil sacerdote-, y se hizo as para hacerle suponer a usted el falso supuesto
en que ha incurrido: para hacerle a usted dar por establecido que esa cabeza pertenece a ese
cuerpo.
Aquella parte liminar del cerebro en que se engendran todos los monstruos, conmovise
espantosamente en el galico O'Brien. Sinti la presencia catica de todos los hombres-
caballos y mujeres-peces engendrados por la absurda fantasa del hombre. Una voz ms
antigua que la de sus primeros padres pareci decir a su odo: "Aljate del monstruoso
jardn en donde crecen los rboles de doble fruto; huye del perverso, jardn donde muri el
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hombre de las dos cabezas". Pero mientras estas simblicas y vergonzosas figuras pasaban
por el profundo espejo de su alma irlandesa, su intelecto afrancesado se mantena alerta al
extravagante sacerdote tan atento y tan incrdulamente como los dems.
-El Padre Brown haba vuelto la cara al fin; pero, contra la ventana, slo, se vea su silueta.
Sin embargo, creyeron adivinar que estaba plido como las cenizas. Con todo, fue capaz de
hablar muy claramente como si no hubiera en el mundo almas galicas.
-Caballeros; -dijo-: el cuerpo que encontraron ustedes en el jardn no es el de Becker. En el
jardn no haba ningn cuerpo desconocido. Y a despecho del racionalismo del doctor
Simon, afirmo todava que Becker solo estaba parcialmente presente. Vean ustedes -
sealando el busto negro del misterioso cadver-: nunca han visto ustedes a este hombre en
vida. Acaso han visto a ste?
Y rpidamente separ la cabeza calva y amarilla del desconocido, y puso en su lugar, junto
al cuerpo, la cabeza canosa. Y apareci, completo, unificado, inconfundible, el cadver de
Julio K. Brayne.
-El matador -continu Brown tranquilamente- cort la cabeza a su enemigo y arroj el sable
por encima del muro. Pero era demasiado ladino para slo arrojar el sable. Tambin arroj
la cabeza por sobre el muro. Y despus no tuvo, ms trabajo, que el de ajustarle otra cabeza
al tronco, y (segn procur sugerirlo insistentemente en una investigacin privada) todos
ustedes se imaginaron que el cadver era el de un hombre totalmente nuevo.
-Ajustarle otra cabeza! -dijo O'Brien espantado-. Qu otra cabeza? Las cabezas no se dan
en los arbustos del jardn, supongo.
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-No -dijo el Padre Brown secamente, mirando sus botas-. Slo se dan en un sitio. Se dan
junto a la guillotina, donde Arstides Valentn el jefe de la polica, estaba apenas una hora
antes del asesinato. Oh, amigos mos! Escuchadme un instante antes de que me destrocis.
Valentn es un hombre honrado, si esto es compatible con estar loco por una causa
disputable. Pero, no habis visto nunca en aquellos sus ojos fros y grises que est loco?
Lo har todo, todo, con tal de destruir lo que l llama la supersticin de la Cruz. Por eso ha
combatido y ha sufrido, y por eso ha matado ahora. Los enormes millones de Brayne se
haban dispersado hasta ahora entre tantas sectas, que no podan alterar la balanza. Pero
hasta Valentn lleg el rumor de que Brayne, como tantos escpticos, se iba acercando
hacia nosotros, y eso ya era cosa muy diferente. Brayne poda derramar abundantes
provisiones para robustecer a la empobrecida y combatida iglesia de Francia; poda
mantener seis peridicos nacionalistas como La Guillotine. La balanza iba ya a oscilar, y el
riesgo encendi la llama del fantico. Se decidi, pues, a acabar con el millonario, y lo hizo
como poda esperarse del ms grande de los detectives, resuelto a cometer su nico crimen.
Sustrajo la cabeza de Becker con algn pretexto criminolgico, y se la trajo, a casa en su
estuche oficial. Se puso, a discutir con Brayne, y Lord Galloway no quiso esperar al fin de
la discusin. Y cuando ste se alej, condujo a Brayne al jardn cerrado, habl de la
maestra en el manejo de las armas, us unas ramitas y un sable para poner algunos
ejemplos, y...
Ivn, el de la Cicatriz se levant.
-Loco! -aull-. Ahora mismo lo llevo a usted donde mi amo; lo voy a coger por...
-No; si all voy yo -dijo Brown con aplomo-. Tengo el deber de pedirle que se confiese.
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EL JARDIN SECRETO G. K. Chesterton
Llevando consigo al desdichado Brown como vctima al sacrificio, todos se apresuraron
hacia el silencioso estudio de Valentn. El gran detective estaba sentado junto a su
escritorio, muy ocupado al parecer para percatarse de su ruidosa entrada. Se detuvieron un
instante y, de pronto, el doctor advirti algo extrao en el aspecto de aquel dorso elegante y
rgido, y corri hacia l. Un toque y una mirada le bastaron para permitirle descubrir que,
junto al codo de Valentn, haba una cajita de pldoras, y que ste estaba muerto en su silla;
y en la cara lvida del suicida haba un orgullo mayor que el de Catn.
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