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Escrito por Carolyn Kuehn

Ilustrado por Frank Morrison

¡Visita iom.edu/scholastic para ponerte en acción y hacer que tu comunidad sea más saludable!

El huerto El huerto El huerto de Víctorde Víctorde Víctor

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Estimadas familias:

Consumir alimentos saludables y ser activos son cosas que nos benefician a todos, independientemente de nuestra edad o lugar de residencia. Este libro tiene el fin de ayudarles a hablar con los chicos sobre cómo pueden elegir opciones más saludables al comer, y maneras en las que pueden hacer más actividad física. Las preguntas para debate al final del libro ofrecen nuevas formas de pensar en la alimentación saludable y la actividad física, y de animar a los chicos a hacer lo mismo. Pueden ayudarlos a ver cómo las decisiones que toman, junto a sus familias, escuelas y comunidades, pueden hacer que se sientan mejor, disfruten más de la vida y sean más sanos: no solo ahora, sino para siempre.

Aunque mantener un buen estado físico parezca ser una decisión individual, es algo que funciona mejor cuando las familias, las escuelas, las empresas y las comunidades se unen para prevenir la obesidad. Mediante el trabajo cooperativo, todos pueden conseguir alimentos saludables y ser más activos. Cada persona, sea joven o mayor, tiene un rol importante en el fomento de la vida sana en los sitios donde vivimos, aprendemos, trabajamos y jugamos.

En las siguientes páginas encontrarán una historia que espero inspire a los chicos a pensar en cómo pueden ser más activos, comer alimentos más saludables y, lo que es aun más importante, cómo contribuir más a que sus comunidades se conviertan en lugares saludables para vivir y crecer. Eso es algo que todos deseamos para nuestros chicos. Sé que al trabajar juntos podemos marcar una verdadera diferencia. Con creatividad, inspiración, sabiduría y energía podemos ser más sanos y divertirnos al mismo tiempo.

Atentamente,

Dra. Judy Salerno

Institute of Medicine

Quisiéramos agradecer a los siguientes expertos por su asesoramiento y ayuda en la creación de este programa:

David Britt, Sesame Workshop (jubilado); Dra. Sandra G. Hassink, Nemours Pediatric Obesity Initiative (Iniciativa de Nemours para la obesidad pediátrica); Steven Kelder, PhD, Escuela de Salud Pública de la Universidad de Texas; Terry O’Toole, PhD, Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU.; y Sandra Sherman, The Food Trust.

Visita iom.edu/scholastic para ver videos, datos y otros materiales que ayudarán a tu familia a comprender mejor la epidemia de obesidad y qué puedes hacer.

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El huerto de VíctorEscrito por Carolyn Kuehn

Ilustrado por Frank Morrison

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Capítulo Uno

A lgunos alimentos son mejores para tu cuerpo. ¿Por qué?” El Sr. Medina escribió la pregunta en el pizarrón y miró a los estudiantes. Víctor suspiró.

Pensó que sabía exactamente qué sucedería después. El Sr. Medina empezaría a hablar de alimentos que a Víctor le gustaba comer, y a decir que no eran saludables, pero que en opinión de Víctor, por lo menos, tenían buen sabor.

“Quiero que todos piensen en esa pregunta mientras les muestro algo.” El Sr. Medina señaló unos puñados de hojas y raíces sucias de plantas que tapaban una mesa cubierta de periódicos. “Se llaman estolones de fresa. Trabajen con un compañero y tomen una maceta, una pala y un rociador”.

Esto es diferente, pensó Víctor. El Sr. Medina les mostró cómo plantar estolones. “Si lo hacen bien y cuidan de sus plantas, tendrán fresas antes de fi n de año,” dijo. “De hecho, esta especie producirá fresas durante todo el verano.”

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Víctor siguió el ejemplo del Sr. Medina; cubrió las raíces con un poco de tierra dando unos golpecitos fi rmes. Regó la planta delicadamente con el rociador.

“¿Tienen buen sabor?”, preguntó tímidamente Víctor. Nunca antes había comido fresas frescas.

El Sr. Medina sonrió. “Te van a encantar. Espera y verás”.

A medida que pasaban los días, Víctor ayudaba a cuidar las plantas de fresa mientras el Sr. Medina hablaba de cómo y por qué elegir alimentos sabrosos y saludables, y de formas divertidas de tener más actividad física. Observaron cómo a las plantas primero les brotaron hojas, luego fl ores blancas y por fi n unas diminutas fresitas verdes. Hacia el fi n de la primavera, las fresas comenzaron a crecer y a volverse rojas.

Finalmente llegó el día en que unas cuantas fresas pequeñas estaban listas para comer. Los estudiantes empezaron a recoger fresas maduras de las plantas, a lavarlas en el fregadero y a probarlas.

“¿Y? ¿Qué opinan?” El Sr. Medina daba vueltas por el salón. “¿Alguien quiere opinar? ¿Tú, Víctor?”

Víctor le hizo al Sr. Medina un tímido gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba. Las fresas eran dulces y jugosas. Su sabor no se parecía en nada al de los helados de fresa de la tienda de la esquina. Hasta costaba creer que tuvieran algo en común.

Se llevó otra fresa a la boca. ¡Deliciosas! Víctor aprendió en las clases del Sr. Medina que las fresas, como muchos alimentos

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saludables, estaban llenas de vitaminas y minerales, y tenían pocas calorías.

Víctor hizo una mueca ante las fresitas verdes que todavía no estaban maduras como para comer. Se preguntó si madurarían antes de que terminaran las clases.

Esa noche, en su casa, Víctor habló con su familia sobre su día más que de costumbre. “Hoy comimos nuestras fresas en la clase de ciencias. ¡Estaban realmente sabrosas!” Víctor se sirvió otra porción de pizza.

“¿Por qué no me trajiste ninguna?” Shauna, la hermana menor de Víctor, le hizo mala cara.

“Me parece maravilloso que estés aprendiendo a cultivar plantas en la escuela”. Abuelita se acomodó los anteojos. “Cuando estábamos recién casados, vivíamos en el campo y tuve que aprender todo por mí misma”. Se reclinó en su silla y se rió sola al recordar. “Al principio ni siquiera sabía la diferencia entre la remolacha y el brócoli”.

Mamá también asentía y reía. “El primer verano en que ayudé en el huerto… ¿cuántos años tenía, mamá, tres o cuatro? Bueno, yo quería ayudar, pero arranqué un montón de plantas germinadas, creyendo que eran malezas. Perdimos muchos buenos vegetales ese año”.

“Qué lástima que nunca tuvimos otro huerto cuando nos mudamos a la ciudad”, dijo Abuelita.

“¿Podemos tener un huerto?” Víctor recordó su planta en la maceta en el salón de clase, llena de fresas aún verdes. “¿O al menos alguna forma de cultivar más fresas, muchas fresas, acá en casa, todo el verano?”

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“No tenemos mucho espacio, pero suele haber una forma de lograr lo que quieres si estás dispuesto a trabajar”. Abuelita le dio a Víctor unas palmadas cariñosas en el hombro.

Víctor se alegró un poco. Quizás él sí podría idear la forma de tener un huerto después de todo. “Le preguntaré al Sr. Medina. Tal vez él pueda ayudarme”.

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Capítulo Dos

Por fi n llegó la última semana de clases. Mientras los estudiantes limpiaban sus pupitres, el salón bullía de entusiasmo.

Quince minutos antes de la campana de salida, el Sr. Medina levantó la mano. “Tengo que anunciarles algo”. Todos se detuvieron y prestaron atención. “Hace unas semanas, Víctor me hizo una pregunta muy interesante”.

A Víctor lo puso nervioso oír su nombre. Se achicó en su pupitre mientras sus compañeros lo miraban con curiosidad.

“Me preguntó cómo podría hacer para plantar otros alimentos en su casa o en otros lugares”. El Sr. Medina señaló la hilera de macetas que se alineaban en el alféizar de la ventana. “Y estoy seguro de que varios de ustedes se han preguntado lo mismo”.

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El Sr. Medina sonrió y continuó con orgullo: “Víctor redactó un informe increíble para la Directora Wheeler sobre cómo aprovechar espacio aquí en la escuela durante el verano”. Cuando vio que los chicos estaban admirados, Víctor se sentó más erguido en su pupitre y respiró con alivio.

“Víctor todavía no lo sabe, pero esta mañana nos reunimos con ella y nos dio la aprobación ofi cial para crear un huerto de verano, ¡un proyecto que estará abierto para toda la escuela!”, exclamó el Sr. Medina.

Víctor no podía creerlo. ¿Un proyecto para toda la escuela? ¡Nunca pensó que su idea llegaría a convertirse en algo tan importante!

El Sr. Medina comenzó a repartir papeles. “Estas son hojas de autorización. Si desean ayudar a crear nuestro nuevo huerto y aprender a cultivar distintas especies de alimentos, tienen que hacer que uno de sus padres o un tutor se las fi rme. Empezaremos el lunes por la mañana a las nueve. Y, como es verano, no habrá servicio de autobús. Tendrán que caminar hasta la escuela o encontrar a un adulto de confi anza que los traiga. Y, para los que caminan, recuerden elegir una ruta segura y tener cuidado al cruzar las calles. Siempre es mejor que caminen acompañados por alguien”.

Víctor tendría que caminar. Su vecino, el Sr. Nelson, no estaría disponible para llevarlo como lo ha hecho durante el año escolar.

“Se los prometo: si participan, no se decepcionarán”. El Sr. Medina sonrió. “Se sentirán muy bien comiendo alimentos saludables cultivados en nuestro propio huerto. Además, estarán al aire libre haciendo un poco de actividad física”.

Anthony, que se sentaba al lado de Víctor, sacudió la cabeza en gesto de desaprobación y susurró: “Parece ser mucho trabajo. ¿Por qué no juegas al básquetbol con nosotros?”

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Víctor no levantó la vista de su mochila, mientras preparaba sus cosas para irse. “Creo que lo del huerto será divertido”, respondió en voz baja y tranquila.

La primera mañana de las vacaciones de verano, Víctor partió calle abajo, rumbo a la escuela. Shauna caminaba junto a su hermano dando saltitos de entusiasmo: le había rogado que la dejara ir con él.

“¡Eh, Víctor!”, lo saludó alguien a gritos desde lejos. “¿A dónde vas?”.

Nina, la vecina, estaba jugando en la escalera de la entrada de su casa con un yoyo que subía y bajaba. Ella era un año mayor que Víctor.

“A la escuela, a ayudar a hacer un huerto”, musitó Víctor.“Me enteré de eso. ¿Por qué lo haces?”. Nina entrecerró

los ojos bajo la luz del sol. “Suena aburrido”.Víctor se sonrojó. “Es mejor que estar sentado sin

hacer nada”, dijo. Víctor miró su reloj. “Vamos, Shauna, debemos irnos”.

La caminata hasta la escuela fue más fácil de lo que Víctor se había imaginado, pero hacía calor, así que tuvieron que detenerse a descansar varias veces.

Cuando por fi n llegaron a la escuela, el Sr. Medina ya estaba allí, rodeado de tres niños y otros dos adultos: el encargado de mantenimiento de la escuela y una de las empleadas de la cafetería. Víctor reconoció a los niños, que eran del tercer grado: dos niñas a las que conocía solo de vista y un niño llamado Marcus.

¡Vaya! Víctor había pensado que no vendría nadie. Estaba sorprendido —y contento— de que a los demás les gustara su idea.

“Hola, Víctor”, dijo el Sr. Medina. “¿Quién es ella?”. Le sonrió a Shauna.

“Mi hermanita Shauna”. Víctor le extendió al Sr. Medina las hojas de autorización, fi rmadas.

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“Un gusto conocerte, Shauna”. El Sr. Medina se volvió hacia los otros estudiantes. “Ellos son Grace, Emily y Marcus. Recién estamos empezando y el Sr. Lee y la Srta. Shane se ofrecieron para ayudar, también”.

Víctor contempló el patio de la escuela. Era todo tierra reseca y cemento resquebrajado. No se parecía en nada al huerto que había imaginado.

“Sr. Medina, ¿cómo podrá crecer algo aquí?”.“Buena pregunta, Víctor”. El Sr. Medina señaló unos

tablones de madera y unas bolsas de plástico que sobresalían entre ellos. “Vamos a construir grandes cajones con estas placas y a llenarlos con el fertilizante y la tierra de estas bolsas. Luego sembraremos nuestras semillas en los cajones, y las regaremos y las cuidaremos como si se tratara de un huerto normal”.

Trabajaron toda la mañana. A Víctor le latía fuerte el corazón en el pecho y le goteaba el sudor por la cara, pero disfrutó al aprender a construir los cajones y al palear y desparramar tierra. Le gustaban los olores fuertes de la madera recién cortada y la tierra húmeda. Eran olores nuevos y diferentes.

Al tercer día del proyecto del huerto escolar, sucedió algo extraño. Después del almuerzo apareció Nina. No ayudó en las tareas, sino que se quedó de pie recostada contra el muro del edifi cio de la escuela, jugando con su yoyo mientras bromeaba con la Srta. Shane. Al cuarto día, Víctor se le acercó, y sin decir palabra le ofreció dos fresas. Habían trasplantado al huerto las plantas de la clase de ciencias, que estaban en macetas adentro del salón de clases. Ahora estaban madurando rápidamente. “Puedes venir conmigo y con Shauna mañana por la mañana”, sugirió discretamente.

A la mañana del quinto día, Nina caminaba a la escuela con Víctor y Shauna.

“Pensé que la jardinería era aburrida”, dijo Shauna en tono burlón.

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“Ustedes, chicos, la hacen divertida. Además, las fresas estaban riquísimas”. Nina le sonrió a Víctor. “Gracias”.

Esa tarde, como todas, Anthony y un grupo de chicos fueron a jugar al básquetbol en la cancha cercana. En realidad no era una verdadera cancha, sino poco más que un aro sin red, con malezas que crecían entre las grietas del cemento y líneas pintadas, casi borradas.

“Eh, ¿por qué no se toman un descanso y van a jugar al básquetbol?”, preguntó el Sr. Medina un día, cuando terminaban de almorzar. Señaló con la cabeza la canchita. “La comida sana es solo una parte de la buena salud. También deben hacer ejercicio físico”.

Víctor echó un vistazo a la cancha. Era obvio que el Sr. Medina no había mirado bien. Ahí estaban los chicos, fuera del perímetro, comiendo pilas de comida chatarra: golosinas, papas fritas y galletas. Quedaba claro que no entendían de qué manera la comida sana formaba parte de la buena salud.

Víctor decidió no reunirse con ellos. Aunque le gustaba mirar partidos de básquetbol por televisión, nunca había jugado un partido de verdad. No tenía ganas de pasar vergüenza delante de todo el mundo.

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Capítulo Tres

Además de las fresas, Víctor y sus amigos plantaron lechuga, arvejas y tomates. También cultivaron ajíes picantes y habichuelas: los vegetales favoritos

de Abuelita y Mamá.

Cada mañana, Víctor, Shauna y Nina acudían presurosos a la escuela, para ver si había alguna novedad respecto del día anterior.

“Me gusta ir a la escuela caminando”. Shauna brincaba alegremente por la acera. “Es mucho más divertido que venir en auto con el Sr. Nelson”.

“Sí, además me gusta ver el vecindario”. Víctor saludó al cartero. “Quizás Mamá también nos deje venir caminando a clase durante el año”.

Una mañana, Víctor se detuvo de repente frente a la tienda de comestibles de la esquina. “Esperen aquí un momento. Necesito comer algo”.

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“Date prisa o llegaremos tarde”. Shauna jugaba haciendo rebotar una pelota Super Ball contra la pared.

Mientras entraba corriendo, Víctor revisó sus bolsillos. Encontró dos billetes arrugados de un dólar. Recorrió con la vista los estantes en busca de algo que pudiera pagar con ese escaso dinero y —pensando en el huerto — que además fuera saludable, pero todo lo que veía eran rosquillas, barras de chocolate y otros tipos de golosinas.

“Disculpe”, dijo Víctor acercándose al hombre canoso de la caja registradora. “¿Tienen algo, además de golosinas? ¿Algo saludable, como frutas, que yo pueda comprar por dos dólares?”.

El hombre señaló. “Al fondo de la tienda, allá en el rincón”. Víctor corrió hasta el fondo y regresó con un plátano. Tomó distraídamente una lata de gaseosa de uno de los refrigeradores de mostrador, le entregó al hombre su dinero y llegó a la carrera hasta la puerta.

Ese día brotaron las primeras plantas de lechuga, como si hubieran salido mágicamente de la tierra. Víctor estaba muy entusiasmado. Durante el almuerzo, se sentó y contempló con mudo asombro el huerto que había contribuido a crear.

Destapó la gaseosa que había comprado. Cuando estaba por tomar un sorbo, se acercó el Sr. Medina.

“¿Puedo ver eso un momento?”. Señaló la lata.Desconcertado, Víctor se la entregó. El Sr. Medina dio

unos pasos hasta el cajón de los vegetales plantados y empezó a regar con la gaseosa las plantitas recién nacidas.

“¡Eh! ¡No haga eso!” Víctor se levantó de un salto y corrió hacia él. “¡Eso no les hace bien!” El Sr. Medina se detuvo y miró a Víctor.

“A ti tampoco”, dijo luego con mucha calma. Le devolvió a Víctor la lata. “El agua es mejor. Ve y toma una botella de debajo de aquella mesa. Puedes llenarla en el grifo de tu casa la próxima vez”.

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Al irse, Víctor halló a su paso un recipiente de residuos y arrojó la lata allí.

Un viernes, el Sr. Medina los reunió. “Este huerto es el resultado del duro trabajo que han hecho todos. Estoy orgulloso de ustedes. Ustedes también tienen que estar orgullosos, tanto de la comida que han cultivado, como de la voluntad y la dedicación que han puesto para hacerlo posible”. Rozó las plantas con el brazo, como acariciándolas. “A modo de agradecimiento, tengo un pequeño presente para cada uno de ustedes. Miren, estas cosas no son nuevas. Estuvieron mucho tiempo en mi desván, pero las limpié y ahora se pueden usar. Nina, tú primero”.

Cuando Nina dio un paso al frente, el Sr. Medina le entregó una cuerda para saltar. “Jugar al yoyo es divertido, pero saltar a la cuerda también lo es. Además, es una excelente actividad física”.

Uno a uno, pasaron al frente. El Sr. Medina le dio a Marcus una pelota de fútbol americano, a Emily un guante y una pelota de béisbol, y a Grace una pelota de fútbol. Cuando le ofreció a Shauna un aro rosa de hula-hula, la carita de la niña se iluminó de felicidad.

“¿Víctor?”. El Sr. Medina le obsequió una pelota de básquetbol. El tono de su voz se volvió serio. Víctor le había contado al Sr. Medina que le gustaba aquel deporte, pero que nunca lo había practicado. “Escúchame, quiero que practiques y que un día de estos nos muestres a todos lo que puedes hacer. ¿Comprendido?”.

Aunque a Víctor le seguía disgustando ser el centro de atención, tragó saliva y asintió. “Sí, señor. Gracias”.

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Unas semanas después de que germinaran las plantas, el huerto parecía estallar lleno de vida. Para Víctor, el huerto era como una mascota. Necesitaba cuidado y amor, y mientras más atención le prestaba, más crecía.

La lechuga creció primero y más rápidamente. Cuando tuvieron sufi ciente como para una comida, el Sr. Medina les preparó un día una gran ensalada a la hora del almuerzo para acompañar sus sándwiches. A Víctor se le derretía la lechuga en la boca, con su textura mantecosa y liviana, tan fresca como el aire.

También había tomates. Víctor los observó a medida que cambiaban, desde que eran traslúcidas bolitas verdes hasta que se convirtieron en grandes pelotas rojas, pesadas de jugo.

También plantaron hierbas —orégano y cilantro— dos de las favoritas del Sr. Medina.

Una noche, Víctor se quedó hasta tarde sentado a la mesa de la cocina con los crayones de Shauna y dibujó unos carteles chistosos que decían cosas tales como “¡Los bocadillos atacan!” y “Somos arvejas, ¡pruébanos!” y “¿Alguien tiene hambre de frijoles?”. Al día siguiente, él y Marcus limpiaron sus verduras favoritas, y fueron riendo a la canchita de básquetbol, donde dejaron los alimentos con los carteles.

Cuando llegaron los chicos que jugaban al básquetbol, se rieron a carcajadas y saludaron a Víctor. También comieron los alimentos, lo que Víctor observó con satisfacción.

En los días siguientes, los chicos que jugaban al básquetbol empezaron a arrojar “accidentalmente” la pelota al huerto varias veces por día, con un amistoso “¡Cuidado, allá!”. Víctor y sus amigos sonreían divertidos cada vez que les devolvían la pelota.

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“Mi familia es de México”, explicó un día lluvioso el Sr. Medina. “Mi pueblo ha cocinado con estas hierbas durante siglos”.

“¿Qué sabe preparar?”, preguntó Víctor con curiosidad.

“Ven. Te mostraré”. El Sr. Medina señaló una cesta llena de los tomates y los ajíes, el cilantro y el orégano que habían cosechado esa mañana. “Toma la cesta”.

Siguieron al Sr. Medina hasta la escuela y luego por los pasillos, a través de la cafetería y hasta la cocina.

“¿Vamos a cocinar algo?”, preguntó Shauna, levantando la vista para ver la cara del Sr. Medina.

“Vamos a hacer salsa y huevos rancheros… que son unos huevos picantes mexicanos”. Los miró a todos. Ellos lo rodeaban. “Divertido, ¿no?”.

Todos asintieron, pero ninguno se movió. Víctor y Shauna casi nunca cocinaban. Al parecer, los otros niños tampoco. Ni siquiera sabían por dónde empezar, hasta que el Sr. Medina les mostró qué hacer.

Shauna y Grace lavaron los tomates y los ajíes picantes. El Sr. Lee los cortó cuidadosamente en rodajas. Marcus exprimió las limas y Nina cascó los huevos. El Sr. Medina cortó las cebollas en cubos, pero a Víctor le tocó el mejor trabajo de todos: picar el orégano y el cilantro con unas tijeras de cocina. Soltaban un aroma fuerte y picante que lo hacía sentir lleno de energía y, de algún modo, más intensamente vivo.

Más tarde ese mismo día, Víctor y Shauna entraron caminando por la puerta de su casa. Estaban sucios y cansados, pero Víctor sonrió mientras le daba una bolsa a Abuelita.

“¿Qué tenemos aquí?” Abuelita espió el interior de la bolsa. “Lechuga y… ¡oh!” exclamó. “¡Ajíes picantes y habichuelas!”. Una sonrisa amplia se dibujó en su rostro.

“¡Las plantamos nosotros!”, exclamó Shauna, mientras corría a darle a Abuelita un abrazo. “Y también hicimos salsa con los tomates de nuestro huerto. ¡Mira!”.

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Extrajo de la bolsa un frasco de vidrio y se lo mostró.“Qué bien”. Abuelita sacudió la cabeza alegremente.

“Voy a cocinarlos para la cena esta noche. Víctor, ¿puedes ayudarme?”.

Mientras Víctor y Abuelita cocinaban, Shauna preparó la mesa y llenó los vasos con agua. Justo cuando Shauna ponía el tazón de ensalada sobre la mesa, llegó Mamá.

“¿Qué estamos celebrando?”, preguntó. “He estado tan ocupada, que no me extrañaría haberme olvidado de una fecha importante”. Mamá le sonrió a Víctor.

“Te preparamos la cena, Mamá”. Víctor se sentó junto a ella. “Habichuelas, salsa, ensalada y huevos mexicanos”.

“Es de nuestro huerto, mami. ¡Ven a ver!”. Shauna tomó a Mamá de la mano y la condujo hasta la mesa.

“Huele fantástico. Y miren qué hermosos colores: rojo y amarillo, y todo ese verde”. Abuelita se les unió, limpiándose las manos en su delantal. Durante largo rato ninguno habló, asombrados de lo que habían logrado. Entonces Mamá tomó la mano de Víctor. “Estoy muy orgullosa de ti”, dijo en un susurro.

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Capítulo Cuatro

A l llegar el mes de agosto todo crecía sin parar, incluso las malezas… que abarrotaban a las plantas de frijoles y había que sacarlas. También

se libró una batalla contra las orugas hambrientas que empezaron a devorarse las plantas de tomates. Víctor tenía tanto que hacer que solo paraba de trabajar para almorzar. En los días lluviosos, el Sr. Medina les daba más clases de cocina y les hablaba de lo importante que es hacer actividad física y disfrutar del alimento, pero comiendo menos. Pronto, Abuelita y Víctor comenzaron a usar en casa las recetas del huerto, y Shauna y Mamá empezaron a leer las etiquetas de los alimentos que compraban para llevar sólo aquellos que tuvieran menor contenido de sal, azúcar y grasa, pero que a la vez fueran ricos en vitaminas y minerales.

Ahora, todas las noches después de cenar, en lugar de mirar televisión Víctor emprendía nuevamente el camino a pie hacia la escuela, junto con Nina y Shauna. Abuelita y Mamá insistían en acompañarlos. El vecindario no era muy seguro después de que oscurecía.

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Mientras las chicas saltaban a la cuerda y jugaban con los aros de hula hula, Víctor rebotaba la pelota y encestaba en el aro. Abuelita arrancaba las malezas del huerto mientras canturreaba y conversaba con Mamá. Casi todas las noches, Marcus y su papá jugaban con la pelota de fútbol americano. Grace solía acompañar a Emily a jugar al fútbol.

Una noche, Shauna preguntó en voz muy baja: “Mamá, ¿viste qué fea que está la canchita de básquetbol?”.

Víctor a menudo se quejaba de esto en sus caminatas de regreso a casa con Nina.

“¿Qué piensas que deberíamos hacer?”, le preguntó su madre con una sonrisa.

“¿Repararla, quizás?”, sugirió Nina, sonriéndole a Shauna.

A la mañana siguiente, Víctor llegó con unos restos de pintura que encontró en el cobertizo de las herramientas para volver a pintar las líneas de la canchita. La Srta. Shane se echó a reír y sacó de su bolso una vieja red. “¡Tuve la misma idea, Víctor!”. Juntos pasaron las horas siguientes reparando la canchita. El Sr. Lee y Víctor colgaron la red, mientras Nina y los demás arrancaban malezas y pintaban de nuevo las líneas.

Temprano, a la mañana siguiente, Víctor estaba haciendo rebotar la pelota de básquetbol en la canchita recién pintada cuando llegó Anthony, mucho más temprano que de costumbre. “¡Ah! ¿Quién reparó la cancha?”, preguntó con entusiasmo.

“Nosotros”, respondió cautelosamente Víctor.

Anthony sonrió divertido. “¡Pensé que no te gustaba el básquetbol! ¿Por qué nunca juegas con nosotros?”.

Víctor sonrió. “Usualmente juego luego de la cena cuando terminamos con el huerto. Deberías venir a verlo algún día”.

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Al día siguiente, Víctor caminaba enérgicamente a la escuela con Shauna y Nina. Se sentía bien. Caminaba más rápido y se sentía más fuerte desde que trabajaba en el huerto y jugaba a la pelota. A medida que se acercaba al huerto, notó algo extraño. El Sr. Medina estaba rodeado de una multitud de niños: Anthony y cinco de sus amigos.

Víctor salió al trote hacia ellos, adelantándose a las niñas. Cuando se acercó al grupo, el Sr. Medina le dijo en voz muy alta, “Buenos días, Víctor”. El Sr. Medina tenía una amplia sonrisa en su cara. “¿Adivina qué? Estos chicos quieren darnos las gracias por haber arreglado la canchita y quieren ver de qué se trata el huerto”.

Anthony dirigió a Víctor una mirada nerviosa. “Nunca antes había estado en un huerto de verdad”. Víctor sonrió y los guió hasta el huerto. El proyecto del huerto seguía creciendo cada vez más. ¡Increíble!

Nina organizó a los chicos dividiéndolos en dos grupos. “Un grupo trabajaría con Víctor para arrancar malezas y regar, mientras que el otro grupo ayudaría a Nina a cosechar las frutas y los vegetales”. Shauna, Marcus, Emily y Grace ayudarían al Sr. Medina a cultivar nuevas plantas y a combatir las plagas del huerto. Con toda la ayuda extra que recibieron, lograron mucho más de lo esperado. Más

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tarde, Víctor se tomó un descanso y echó un vistazo a la canchita de básquetbol. ¿Tendría el valor de jugar delante de los demás chicos?

Esa semana, todos los chicos se sentaron en círculo cerca del huerto para almorzar. Abuelita también estaba. Ahora los acompañaba casi todos los días.

“¿Y qué va a pasar con el huerto cuando empiecen las clases?”, preguntó Nina.

El Sr. Medina se limpió la boca con una servilleta. “¿Qué crees que debe pasar?”.

“Mantenerlo. ¡Sin ninguna duda!”. Víctor venía pensando en esto desde hacía tiempo. No soportaba la idea de que pudiera terminar. “Hagamos que crezca más aún”.

“¿Quién cuidará un huerto tan grande?”, preguntó el Sr. Medina.

“¡Nosotros!”, exclamó Nina. “Podríamos hacerlo después de la escuela”.

Enseguida todos empezaron a hablar al mismo tiempo.

“¡Sí! Y quizás el año próximo podríamos plantar más cosas, como zanahorias”. “¡O calabazas para la Noche de Brujas!”, agregó Grace.

“Podemos dar algunas a la escuela, para la cafetería”, dijo Víctor con entusiasmo. “O vender a los vecinos lo que cultivemos”. Él sabía que la gente compraría sus alimentos. ¡Eran tan deliciosos!

“Tendríamos que hablar con la familia que tiene aquella tienda de comestibles”. Nina señaló el mercado de la esquina. “Quizás podrían poner las comidas saludables al frente para que sea más fácil encontrarlas”.

“O ustedes podrían escribir un libro de cocina con sus propias recetas, y agregar algunas mías también”, ofreció

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Abuelita con una sonrisa. “Quizás podrían incluir fotos o dibujos de las verduras”.

“¿Y si plantamos césped y hacemos una cancha de fútbol?”, preguntó Anthony. Ante la sugerencia, a Marcus se le iluminó la cara.

Shauna levantó la mano, como si estuviera en clase. “¡Me gustaría un patio para jugar a la rayuela y trepadores, por favor!”.

“¡Oh!”. El Sr. Medina levantó una mano y rió divertido. “Estas son ideas geniales”.

“Anotémoslas todas, así podemos decidir qué hacemos primero”, propuso Víctor, mientras extraía de su mochila un cuaderno y un bolígrafo.

El último día de las vacaciones de verano llegó, demasiado pronto. Víctor se despertó preocupado. Todavía no sabían qué iba a pasar con el huerto, pero también estaba entusiasmado, ya que ese día iban a preparar la cena para sus familias usando la cosecha del huerto.

Esa mañana cosecharon las verduras, y por la tarde cocinaron. Abuelita se sumó al grupo, compartiendo con ellos algunas de sus propias recetas y muchas anécdotas divertidas sobre su primer huerto, años atrás. Y además a Mamá le tocó uno de sus pocos días libres en el trabajo. A Víctor le gustaba ver a toda su familia reunida en la cocina, ayudando, riendo y pasando un buen rato.

Anthony y sus amigos también estaban. Ahora iban siempre, pero a Víctor le seguía dando timidez jugar con ellos al básquetbol en la canchita.

A las cinco se trasladaron afuera con mesas y sillas de la cafetería. Pronto comenzó a llegar más gente: padres, madres, abuelos, abuelas, hermanos y hermanas, más una invitada sorpresa: ¡la Directora Wheeler! Con el pecho

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henchido de orgullo, Víctor y los demás chicos le dieron una gira por el huerto.

Mientras se preparaban para comer, la Directora Wheeler se puso de pie. “Antes de empezar, quiero agradecerles esta maravillosa comida, tan fresca y saludable”. Se aclaró la garganta. “Y…”.

Víctor se mordió el labio mientras esperaba que continuara. Nina lo miraba arqueando las cejas con ansiedad.

“¡Tengo el placer de anunciar que tienen el permiso de la escuela para conservar y ampliar el huerto, como sugirieron!”.

Todos aplaudieron y lanzaron vivas. Nina chocó los cinco con Anthony. Víctor estaba entusiasmado y lleno de ideas. ¡Mañana el huerto seguiría allí, y quién sabe cuántas cosas más podrían lograr juntos!

Cuando terminaron de comer, Anthony sacó una

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pelota de básquetbol. Todos los chicos —incluso Shauna— lo siguieron a la canchita. Todos, menos Víctor.

El Sr. Medina observó la expresión en la cara de Víctor y le dijo en voz baja, “Anda”.

Cuando Víctor meneó la cabeza, Anthony le hizo una seña. “¡Vamos, Víctor!”, lo llamó. A Víctor se le aceleró el pulso. Había estado practicando casi todas las noches, ahora que tenía su propia pelota, pero... ¿podría jugar ante toda esa gente? Se levantó de su asiento y caminó despacio hasta la canchita.

En el primer partido, Anthony rebotó la pelota por toda la canchita. No pudo anotar un solo tanto.

Enseguida, casi sin darse cuenta, Víctor tenía la pelota en sus manos y todos lo alentaban. Se sintió lleno de una confianza total en sí mismo mientras corría por la canchita.

El sol brillaba, el huerto crecía y él se sentía feliz.

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1. Víctor produce un gran cambio en las vidas de las personas de su comunidad. ¿A quiénes ayuda y cómo los ayuda? Las actividades veraniegas de Víctor ayudan a inspirar a las personas a pensar en lo que comen y en lo importante que es el ejercicio diario.

2. A Víctor lo inspiró el Sr. Medina. ¿Por qué? ¿Alguien te ha inspirado alguna vez? ¿Consideras que eres para los demás un modelo a seguir? El Sr. Medina no hablaba de la nutrición de un modo abstracto, sino que le mostró a su clase cómo comer de manera más saludable y cómo mantenerse físicamente activos. Lo que inspiró a Víctor fue que se le mostrara, no tanto que se le dijera.

3. Víctor está sorprendido al ver que su pequeña idea se ha convertido en una gran campaña comunitaria. ¡Comparte una pequeña o gran idea tuya con amigos, familiares y con tus maestros!

4. El Sr. Medina le demuestra a Víctor lo importante que es conseguir que toda la comunidad se comprometa con una vida saludable. ¿Piensas que para los chicos, las familias y las comunidades es importante trabajar juntos? ¿Por qué o por qué no?

5. El sobrepeso y la falta de actividad física pueden causar problemas de salud, incluso en los niños. ¿Sabes cuáles? El 39 % de los niños obesos tienen al menos dos o más problemas de salud, como alto valor de colesterol y presión sanguínea alta, que pueden llevarlos a sufrir enfermedades cardíacas.* Todavía más alarmante es que cada vez más chicos que tienen sobrepeso están desarrollando diabetes tipo 2, que antes se observaba principalmente en adultos.

6. ¿Qué medidas sencillas pueden tomar tu familia, tu escuela y tu comunidad para alentar a las personas a que coman más alimentos nutritivos y sean más activos? ¿Por qué comer bien y tener actividad física es importante para todos?

7. ¿Alguna vez has cultivado tus propios alimentos? Si cultivaras tus propios alimentos, ¿sería más probable que los comieras? Cultivar tus propios alimentos puede ayudarte a comer más frutas y verduras, que deberían ser la mitad de nuestros platos, según aconseja la Guía Dietética para los Estadounidenses, edición 2010 (choosemyplate.gov). Esta guía también recomienda evitar las porciones “súper grandes”.

8. ¿Qué clase de actividad física haces todos los días? ¿Cómo puedes tener tiempo para más actividad física? Según la edición más reciente de la Guía de Actividad Física para los Estadounidenses (health.gov/paguidelines/), los chicos de 6 años o más necesitan al menos 60 minutos de actividad física diaria como bailar, caminar rápido, hacer rebotar una pelota, ir en bicicleta a la escuela y practicar deportes al aire libre. Los adultos de 18 a 64 años de edad necesitan 2 horas y 30 minutos por semana de actividad aeróbica moderada, como ir en bicicleta o caminando a diversos destinos, usar las escaleras en lugar del ascensor y caminar con amigos en lugar de comunicarse con ellos por teléfono o por mensajes de texto.

9. Intenta un experimento: Agrega a tu día una hora de actividad física simple y divertida, como caminar, andar en bicicleta o jugar a la pelota. ¿Cómo te sientes? ¿Tienes más energía y estás más alerta? Los chicos que miran más de dos horas de televisión por día pesan más que los que no lo hacen. Debate con tus compañeros sobre el posible origen del término “teleadicto”.

Visita iom.edu/scholastic para ver videos y consultar datos e ideas sobre cómo puedes ayudar a tus amigos, tu familia y tu comunidad a comprender la importancia de comer bien y estar más activos físicamente.

Acerca de la Prevención de la Obesidad Guía para el Debate

* Fuente: Freedman DS, Mei Z, Srinivasan SR et al. Cardiovascular risk factors and excess adiposity among overweight children and adolescents: the Bogalusa Heart Study. J Pediatr. 2007;150 (1):12–17.