el hombre que plantaba �rboles de jean giono r1.0

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Un relato cargado de mucho simbolismo para los tiempos que corren por un escritor natural como los bosques de su Provenza natal.

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  • El hombre que plantaba rboles es la historia de un pastor de la Provenza francesa,Eleazar Bouffier, que decide consagrar su existencia a devolverle la vida a su tierra. Ensoledad y con constancia repuebla de rboles la regin.Esta regin se encuentra en un estado lamentable: una tierra sin agua, sin vegetacin;unas gentes desgraciadas y que malviven sin esperanza.La intervencin de Eleazar, generosa, meticulosa y constante, transforma este paisajedesolado. La vegetacin vuelve a aparecer, el agua brota de las fuentes y vuelve a orseen los arroyos. El paisaje muerto se llena de vida y gentes dichosas.La historia es un canto a la naturaleza, a la armona de las gentes con ella, un canto a laamistad y a la paz entre los pueblos.Un paisaje que se transforma, un viaje que nos lleva de las sombras a la luz.

  • Jean Giono

    El hombre que plantaba rboles

    ePub r1.0morlock 18.03.14

  • Ttulo original: Lhomme qui plantait des arbresJean Giono, 1954Traduccin: Francisco Figueroa

    Editor digital: morlockePub base r1.0

  • PrlogoImagino que Jean Giono habr plantado no pocos rboles a lo largo de su vida. Slo quien ha cavadola tierra para acomodar una raz o la promesa de sta podra haber escrito la singularsima narracinque es El hombre que plantaba rboles, una indiscutible proeza en el arte de contar. Claro que, paraque eso sucediera, era necesario que existiera un Jean Giono pero, por suerte para todos nosotros, esacondicin bsica era ya un dato adquirido y confirmado: el autor exista, slo faltaba que se pusiera aescribir la obra[1]. Tambin faltaba que transcurriera el tiempo, que la vejez se presentara para deciraqu estoy, pues slo a una edad avanzada, como ya entonces era la de Giono, es posible escribircon los colores de lo real fsico, como hizo l, una historia concebida en lo ms secreto de laelaboracin ficcional. Eleazar Bouffier jams existi[2], no es ms que un personaje, hecho con los dosingredientes mgicos de la creacin literaria, el papel y la tinta con la que se escribe en l.

    Y, sin embargo, se convierte en un conocido nuestro nada ms leer la primera referencia que a lse hace, como si se tratara de alguien a quien estuvisemos esperando. Y esa es la conclusin:estamos esperando a Eleazar Bouffier[3], antes de que sea demasiado tarde para el mundo.

    Jos Saramago

  • Para los rboles

  • Para que en el carcter de un ser humano se desvelen cualidades verdaderamente excepcionaleshace falta tener la buena fortuna de poder observar sus actos durante muchos aos. Si esos actosestn despojados de todo egosmo, si la idea que los gua es de una generosidad sin parangn, si haycertidumbre absoluta de que no ha buscado recompensa alguna y de que adems ha dejado marcasvisibles en el mundo, entonces se est, sin riesgo de error, ante un carcter inolvidable.

    Hace unos cuarenta aos hice una larga travesa a pie, por montes absolutamente desconocidospor los turistas, en esa antigua regin de los Alpes que penetra en la Provenza.

    Esa regin est delimitada al sureste por el curso medio del Durance, entre Sisteron y Mirabeau;al norte por el curso superior del Drme, desde su nacimiento hasta Die, al oeste por las planicies delCondado de Venaissin y las estribaciones del Monte Ventoso. Comprende toda la parte norte delDepartamento de Alpes de Alta Provenza, el sur del de Drme y un pequeo enclave del deVaucluse.

    Eran pramos desnudos y montonos, en el tiempo en que emprend el largo recorrido por esosdespoblados, de 1200 a 1300 metros de altitud. All no creca ms que la lavanda silvestre.

    Atravesaba esa comarca por su parte ms ancha y, tras tres das de camino, me encontr en mediode una desolacin sin igual. Acamp junto a los restos de una aldea abandonada. No me quedaba aguadesde la vspera y necesitaba encontrar ms. Aquellas casas aglomeradas, aunque en ruinas, como unviejo nido de avispas, me hicieron pensar que tiempo ha all hubo de haber una fuente o un pozo. Dehecho haba una fuente, pero seca. Las cinco o seis casas sin tejado, rodas por el viento y la lluvia, lapequea capilla con el campanario desplomado, estaban dispuestas como lo estn las casas y lascapillas en las aldeas vivas, pero toda vida haba desaparecido.

    Era un hermoso da de junio, pleno de sol, pero en esas tierras sin abrigo y elevadas hacia el cielo,el viento soplaba con una violencia insoportable. Sus rugidos sobre los cadveres de las casas erancomo los de una fiera salvaje interrumpida durante su comida.

    Tuve que levantar mi campamento. A cinco horas de marcha, an no haba encontrado agua ynada poda darme la esperanza de encontrarla. Por todas partes haba la misma aridez, las mismasmatas leosas. Me pareci vislumbrar a lo lejos una pequea silueta negra, de pie. La tom por eltronco de un rbol solitario.

    Por casualidad, me dirig hacia ella. Era un pastor. Una treintena de ovejas reposaban tumbadassobre la tierra ardiente cerca suyo.

    Me dio de beber de su cantimplora y, un poco ms tarde, me condujo hasta su aprisco en unaondulacin de la meseta. Obtena el agua excelente de un pozo natural, muy profundo, sobre elque haba instalado un torno rudimentario. Este hombre hablaba poco. Es la costumbre de lossolitarios, pero se notaba que estaba seguro de s mismo y confiado en esa seguridad. Esto resultabainslito en aquel lugar despojado de todo. No viva en una cabaa sino en una verdadera casa depiedra en la que se vea muy bien cmo con su propio trabajo haba restaurado las ruinas que allencontr al llegar. El techo era slido y estanco. El viento que lo golpeaba produca en las tejas unruido como el del mar en las playas.

    Su casa estaba en orden, su vajilla lavada, el suelo barrido, su escopeta engrasada; su sopa hervaen el fuego. Entonces me di cuenta de que tambin estaba recin afeitado, que todos sus botones

  • estaban cosidos slidamente y su ropa remendada con el cuidado minucioso que deja invisibles losremiendos.

    Comparti su sopa conmigo y cuando despus le ofrec mi petaca de tabaco me dijo que nofumaba. Su perro, tan silencioso como l, era amistoso pero sin zalameras.

    De inmediato se haba dado por supuesto que pasara la noche ah; el pueblo ms cercano todavase encontraba a ms de da y medio de camino. Y, adems, yo ya conoca perfectamente el carcter delos raros pueblos de esa regin. Hay cuatro o cinco dispersos en las laderas de esos montes, alejadosunos de otros, entre bosquetes de robles albares al final de caminos carreteros. Estn habitados porleadores que hacen carbn con la madera. Son lugares donde se vive mal. Las familias se apretujanunos contra otros en ese clima de una rudeza excesiva, tanto en verano como en invierno;incomunicados exasperan su egosmo. La ambicin irracional alcanza cotas desmedidas en su deseo dehuir de aquel lugar.

    Los hombres llevaban su carbn al pueblo en camiones y despus regresaban. Las cualidades msslidas se quiebran bajo esta alternancia perpetua de situaciones extremas. Las mujeres cocinabanrencores a fuego lento. Haba rivalidad por todo, desde la venta del carbn hasta el banco en la iglesia;virtudes que luchan entre ellas, vicios que luchan entre s y por la incesante lucha general de vicios yvirtudes. Por encima de todo, el viento, igualmente incesante, irrita los nervios. Haba epidemias desuicidios y numerosos casos de locura, casi siempre asesina.

    El pastor, que no fumaba, fue a buscar un saquito y lo vaci sobre la mesa, formando un montnde bellotas. Se puso a examinarlas una tras otra, con mucha atencin, separando las buenas de lasmalas. Yo fumaba mi pipa y le propuse ayudarle. Me dijo que eso era asunto suyo. En efecto: viendoel cuidado que pona a su trabajo, no insist ms. Esa fue toda nuestra conversacin. Cuando elmontn de bellotas en buen estado fue lo bastante grande, las cont en grupos de diez. De este modoiba eliminando an las pequeas o las que estaban ligeramente agrietadas al examinarlas con msdetenimiento. Cuando tuvo ante s cien bellotas perfectas, par y nos fuimos a dormir.

    La compaa de este hombre daba paz. Al da siguiente le ped permiso para descansar todo el daen su casa. Lo encontr perfectamente natural, o, ms exactamente, me daba la impresin de que nadapoda molestarlo. Este descanso no me era necesario en absoluto, pero estaba intrigado y quera saberms. Hizo salir su rebao y lo llev a pastar. Antes de salir, sumergi en un cubo de agua el saquitodonde haba puesto las bellotas que haba elegido y contado cuidadosamente.

    Me di cuenta de que a guisa de cayado llevaba una barra de hierro tan gruesa como un pulgar y dealrededor de un metro cincuenta de largo. Hice como el que camina relajadamente y segu una rutaparalela a la suya. El pasto de sus animales estaba en el fondo de una hondonada. Dej el pequeorebao al cuidado del perro y subi hacia el lugar donde me encontraba. Tuve miedo de que viniera areprocharme mi indiscrecin, pero no fue as en absoluto: era su camino, y me invit a acompaarlosi no tena nada mejor que hacer. Iba a doscientos metros de all, hasta un alto.

    Llegado al lugar que l quera, comenz a hincar su barra de hierro en la tierra. Haca as un agujeroen el que pona una bellota, luego volva a tapar el agujero. Plantaba robles. Le pregunt si la tierra leperteneca. Me respondi que no. Saba de quin era? No saba. Supona que era un terreno comunal,o quizs fuera propiedad de personas a quienes no les preocupaba? A l le daba igual no conocer lospropietarios. Plant as cien bellotas con sumo cuidado.

    Despus de la comida volvi a seleccionar sus semillas. Creo que fui bastante insistente en mis

  • preguntas porque las respondi. Haca tres aos que vena plantando rboles en esas soledades. Yahaba plantado cien mil. De aquellos cien mil haban germinado veinte mil. De esos veinte mil contabacon que todava se perderan la mitad, a causa de los roedores o de todo aquello que es imposible deprever en los designios de la Providencia. Quedaban diez mil robles que iban a crecer en este lugardonde antes no haba nada.

    Fue entonces cuando me interes en la edad de ese hombre. A simple vista tena ms de cincuentaaos. Cincuenta y cinco, me dijo. Se llamaba Eleazar Bouffier. Haba sido propietario de una granjaen el llano, donde vivi. Haba perdido a su nico hijo y despus a su mujer. Se retir a la soledaddonde asumi el placer de vivir tranquilamente con sus ovejas y su perro. Juzg que esa comarca seestaba muriendo por falta de rboles. Aadi que, no teniendo ocupaciones muy importantes, habaresuelto poner remedio a ese estado de cosas.

    Llevando yo mismo en ese momento, a pesar de mi juventud, una vida solitaria, saba cmoaproximarme con delicadeza a las almas solitarias. A pesar de ello, comet un error. Mi juventud,precisamente, me inclinaba a imaginar el porvenir en funcin de m mismo y de una cierta bsquedade la felicidad. Le dije que en treinta aos estos diez mil robles estaran magnficos. Me respondimuy sencillamente, que si Dios le conservaba la vida, en treinta aos habra plantado tantos otros queesos diez mil seran tan slo como una gota de agua en el mar.

    Ya estaba estudiando, adems, la reproduccin de las hayas y cerca de su casa haba montado unvivero con hayucos. Los ejemplares que haba protegido de sus ovejas con un cercado espinosocrecan hermosos. Tambin estaba pensando plantar abedules en los fondos de valle, donde me dijoque haba una cierta humedad remanente varios metros bajo la superficie.

    Nos separamos al da siguiente. El ao siguiente comenz la guerra del catorce, en la que estuvealistado durante cinco aos. Un soldado de infantera no tena ni oportunidad de pensar en rboles. Adecir verdad, esa cuestin no me haba impresionado: la consider como un juego, como una coleccinde sellos, y la olvid.

    Pasada la guerra me encontr con un minsculo subsidio de desmovilizacin y con un gran deseode respirar un poco de aire puro. Fue as, sin ideas preconcebidas salvo sa, cmo retom el caminode aquellos parajes desolados.

    La comarca no haba cambiado. Sin embargo, ms all de la aldea abandonada percib a la distanciauna suerte de neblina griscea que cubra los montes como una alfombra. La vspera haba vuelto apensar en aquel pastor que plantaba rboles. Diez mil robles me dije ocupan verdaderamenteun espacio muy grande.

    Haba visto morir demasiadas personas durante cinco aos como para poder imaginar fcilmentela muerte de Eleazar Bouffier, adems de que cuando se tiene veinte aos se considera a los hombresde cincuenta ancianos a quienes no les queda ms que morir. No estaba muerto. Incluso estaba bienlozano. Haba cambiado de oficio. Ya no posea ms que cuatro ovejas pero, en compensacin, uncentenar de colmenas. Se haba deshecho de los corderos porque ponan en peligro sus plantacionesde rboles. Pues, me dijo (y lo constat) no se haba preocupado lo ms mnimo por la guerra. Habacontinuado plantando imperturbable.

    Los robles de 1910 tenan entonces 10 aos y eran ms altos que l y que yo. El espectculo eraimpresionante. Me qued literalmente sin palabras y, como l no hablaba, pasamos todo el da ensilencio paseando por su bosque. Tena en tres secciones once kilmetros de largo y tres kilmetros

  • en su parte ms ancha. Al recordar que todo haba brotado de las manos y del alma de ese hombre sin medios tcnicos se comprende que las personas podran ser tan eficaces como Dios endominios diferentes al de la destruccin.

    Haba seguido su idea, y como testimonio estaban las hayas que me llegaban al hombro y sehaban extendido hasta perderse de vista. Los robles estaban frondosos y haban ya superado la edaden que estaban a merced de los roedores; en cuanto a los designios de la Providencia, en adelante a ellamisma le hara falta recurrir a ciclones para destruir la obra creada. Me mostr bosquetes admirablesde abedules que databan de cinco aos atrs, es decir de 1915, la poca en que combat en Verdn.Los haba situado ocupando las hondonadas donde sospechaba, con toda razn, que haba humedadcasi a flor de tierra. Eran tiernos como muchachas y muy decididos.

    La creacin tena el aspecto, adems, de actuar en cadena. A l eso no le preocupaba; proseguaobstinadamente su tarea, muy simple. Pero al descender por el pueblo, vi correr agua por arroyosque, en la memoria humana, haban estado siempre secos. Era la ms extraordinaria reaccin en cadenaque haba tenido oportunidad de observar. Antao esos arroyos secos haban llevado agua, entiempos muy antiguos. Algunos de esos tristes poblados de los que habl al comienzo de mi relato seconstruyeron sobre los emplazamientos de antiguas ciudadelas galorromanas, de las que anquedaban trazas, donde los arquelogos haban excavado y hallado anzuelos de pesca en lugaresdonde en el siglo veinte era necesario recurrir a cisternas para tener un poco de agua.

    El viento tambin dispersaba algunas semillas. Al mismo tiempo que reapareci el agua,reaparecieron los sauces, las mimbreras, los prados, los jardines, las flores y cierta razn de vivir.

    Pero la transformacin se desarrollaba de forma tan paulatina que entraba en lo habitual sinprovocar asombro. Los cazadores que suban a la soledad de los montes en persecucin de liebres ode jabales haban constatado claramente el aumento de pequeos rboles pero lo atribuan a loscaprichos naturales de la tierra. sta era la razn por la que nadie haba tocado la obra de ese hombre;si lo hubieran sospechado habran desbaratado su labor. Pero nadie sospechaba. Quin habrapodido imaginar en los pueblos y en las administraciones tamaa obstinacin en una generosidad tanmagnfica?

    A partir de 1920, no ha pasado ms de un ao sin que vaya a visitar a Eleazar Bouffier. Jams levi flaquear ni dudar, aunque slo Dios sabe si en ello hubo intervencin suprema. No he hecho lacuenta de sus desengaos. Es fcil de imaginar que para semejante xito fue necesario vencer laadversidad; que, para asegurar la victoria de tal pasin hubo que luchar contra la desesperacin.Durante un ao haba plantado ms de diez mil arces. Murieron todos. Al ao siguiente de estesuceso, dej los arces para volver a plantar hayas, que prosperan an mejor que los robles.

    Para tener una idea ms precisa de ese carcter, no hace falta olvidar que actuaba en una totalsoledad; s, total hasta el punto que, hacia el final de su vida, haba perdido la costumbre de hablar.O puede que ya no viera la necesidad?

    En 1933 recibi la visita de un guardabosques atnito. Este funcionario le conmin a no hacerfuego en el exterior, por miedo a poner en peligro ese bosque natural. Era la primera vez que veacrecer un bosque por s solo, le dijo el ingenuo. Por aquella poca iba a plantar hayas a docekilmetros de su casa. Para evitarse el trayecto de ida y vuelta pues ya tena setenta y cinco aos

  • , estaba contemplando construir una cabaa de piedra en el mismo lugar de plantacin. Lo que hizoal ao siguiente.

    En 1935, una autntica delegacin administrativa vino a examinar el bosque natural. Haba unpersonaje importante del Departamento de Aguas y Bosques, un diputado, tcnicos. Sepronunciaron muchas palabras intiles. Se decidi hacer algo y, afortunadamente, no se hizo nada,salvo lo nico til: poner el bosque bajo la salvaguarda del Estado y prohibir que se fuera all a hacercarbn vegetal. Era imposible no caer subyugado por la belleza de aquellos jvenes rboles llenos desalud. Y esa belleza ejerci su poder de seduccin incluso sobre el mismsimo diputado.

    Yo tena un amigo entre los jefes forestales que estaba en la delegacin. Le explique el misterio.Un da de la semana siguiente, fuimos ambos en bsqueda de Eleazar Bouffier. Lo encontramos enpleno trabajo, a veinte kilmetros del sitio donde haba tenido lugar la inspeccin.

    Ese jefe forestal no era amigo mo sin motivo. Conoca el valor de la cosas. Supo mantenerse ensilencio. Ofrec algunos huevos que haba trado como regalo. Compartimos el almuerzo entre los tresy pasaron algunas horas en la contemplacin muda del paisaje.

    La ladera de donde venamos estaba cubierta por rboles de seis a siete metros de altura. Meacordaba del aspecto del lugar en 1913: el desierto El trabajo apacible y regular, el aire vivo de lasalturas, la frugalidad y sobretodo la serenidad de su alma le haban dado a este anciano una salud casisolemne. Era un atleta de Dios. Me preguntaba cuntas hectreas ms iba an a cubrir de rboles.

    Antes de partir, mi amigo hizo simplemente una breve sugerencia relativa a algunas especies derboles que parecan convenir a ese terreno. No insisti ms. Por una buena razn me comentdespus, este buen hombre sabe de esto ms que yo.

    Al cabo de una hora ms de camino la idea haba seguido su curso dentro de l aadi: Sabede esto mucho ms que todo el mundo. Ha encontrado un medio magnfico para ser feliz!.

    Gracias a este jefe forestal se protegieron no slo el bosque, sino tambin la felicidad de estehombre. Hizo nombrar a tres guardabosques para la proteccin y los aterroriz hasta tal punto quequedaron insensibles a todas las jarras de vino que los leadores pudieran ofrecerles.

    La obra no corri un grave riesgo ms que durante la guerra de 1939. Los coches funcionabanentonces con gasgeno, nunca haba suficiente madera para producirlo. Se comenzaron a hacer talasen los robles de 1910; por suerte, estos bosques estn tan lejos de todas las redes de carreteras que laempresa se revel muy mala desde el punto de vista financiero. Se abandon. El pastor no vio nada.Estaba a treinta kilmetros de all, continuaba pacficamente su trabajo, ignorando la guerra del 39como haba ignorado la guerra del 14.

    Vi a Eleazar Bouffier por ltima vez en junio de 1945. Tena entonces ochenta y siete aos. Yohaba retomado de nuevo la ruta del desierto, pero ahora, a pesar del deterioro en que la guerra habadejado el pas, haba un autocar de lnea que circulaba entre el valle del Durance y la montaa. Ech laculpa a ese medio de transporte relativamente rpido el hecho de que ya no reconoca los lugares demis antiguos paseos. Me pareci tambin que el itinerario me haca pasar por nuevos lugares. Mehizo falta el nombre de un pueblo para concluir que estaba en aquella regin antao en ruinas ydesolada. El autocar me dej en Vergons.

    En 1913, esa aldea de diez a doce casas tena tres habitantes. Eran salvajes, se detestaban, vivan

  • de la caza con trampas: poco ms o menos en el estado fsico y moral de los hombres prehistricos.Las ortigas devoraban entorno suyo las casas abandonadas. Su condicin era desesperanzadora. Paraellos no haba ms que esperar la muerte, situacin que no predispone mucho a la virtud.

    Todo haba cambiado. Incluso el aire mismo. En el lugar de las borrascas secas y violentas que meacogieron antao, ahora soplaba una brisa suave cargada de aromas. Un ruido semejante al del aguavena de las montaas: era el viento en los bosques. En fin, lo ms asombroso, escuch el autnticosonido del agua fluyendo en un estanque. Vi que haban construido una fuente que manaba conabundancia y lo que me impresion, que cerca de ella haban plantado un tilo que ya poda tenercuatro aos, ya grueso, smbolo incontestable de una resurreccin.

    Adems, Vergons mostraba signos de un trabajo para cuya empresa era necesaria la esperanza. Laesperanza haba pues regresado. Se haba desescombrado las ruinas, tirado las paredes rotas yreconstruido cinco casas. La aldea contaba ya con veintiocho habitantes incluyendo cuatro parejasjvenes. Las casas nuevas, recin enlucidas, estaban rodeadas de huertos, donde crecan, mezcladaspero distribuidas, verduras y flores, coles y rosales, puerros y bocas de dragn, apios y anmonas.Era ya un lugar que daba deseos de habitar.

    A partir de all, segu mi camino a pie. La guerra de la que a penas salamos no haba permitidoan el pleno florecimiento de la vida, pero Lzaro ya estaba fuera de la tumba. En los flancosinferiores de las montaas vi campos verdes de cebada y de centeno; en el fondo de los estrechosvalles, reverdecan algunas praderas.

    No hicieron falta ms que otros ocho aos para que toda la comarca resplandeciera de salud ybienestar. Sobre el emplazamiento de las ruinas que vi en 1913, ahora se levantan granjas bienenjalbegadas, que denotan una vida feliz y confortable. Los antiguos manantiales, alimentados por lalluvia y la nieve que retienen los bosques, vuelven a correr y se han canalizado sus aguas. Junto acada granja, entre bosquetes de arces, los estanques de las fuentes se desbordan sobre alfombras defresca menta. Los pueblos se han reconstruido poco a poco. Una poblacin venida del llano donde latierra es cara se ha establecido en la comarca, trayendo juventud, movimiento, espritu de aventura.Por los caminos nos encontramos hombres y mujeres bien alimentados, muchachos y muchachas quesaben rer y que han retomado el gusto por las fiestas de los campesinos. Si se cuenta la antiguapoblacin, irreconocible desde que vive con comodidad, y los recin llegados, ms de diez milpersonas deben su felicidad a Eleazar Bouffier.

    Cuando reflexiono que un solo hombre, reducido a sus simples recursos fsicos y morales, habastado para hacer surgir del desierto esta tierra de Canan, encuentro que, a pesar de todo, lacondicin humana es admirable. Pero cuando considero toda la constancia, en la grandeza del alma yla abnegada generosidad que hace falta para obtener este resultado, me entra un inmenso respeto poraquel viejo campesino sin cultura que a su manera supo sacar adelante una obra digna de Dios.

    Eleazar Bouffier muri plcidamente en 1947 en el asilo de Banon.

  • JEAN GIONO. (Manosque, 1895-1970). Escritor francs. De origen humilde, hijo de un zapatero yuna lavandera, slo pudo estudiar en el colegio de Manosque hasta 1911. A partir de este aocomenz a trabajar como modesto empleado de banca y complet su formacin leyendo a Homero,Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare, Baudelaire, Stendhal y Flaubert. A los diecinueve aos fuereclutado por el ejrcito francs y se vio obligado a dejar su pueblo y luchar en la Primera GuerraMundial.

    Este hecho le afectara profundamente, hasta el punto de que describir los horrores, laabsurdidad y el espanto de la guerra en su libro El gran rebao (1931). Aos despus expondra suideologa de pacifista militante en la obra Objecin de conciencia (1937). Pero lo que le dio a conocerfue su triloga anterior Pan (1929-1930), compuesta por las novelas La Colina (1929), Uno deBaumugnes (1929) y Cosecha (1930). Posteriormente dej su empleo en la banca para dedicarsentegramente a elaborar El gran rebao, donde las imgenes de la violencia se alternan con un canto ala naturaleza y a la vida.

    A partir de all su Provenza natal y el paisaje fueron el escenario donde se desarroll la mayorparte de sus obras. En ellas intenta encontrar la armona entre el hombre y los elementos a travs dela relacin de ste con la tierra en que vive. Un ejemplo de ello son El canto del mundo (1934) y Laverdadera riqueza (1936). Se convirti tambin en el representante ms destacado del llamadomouvement du Contadour, grupo pacifista que condenaba la civilizacin moderna. A causa de sudefensa del pacifismo fue arrestado al estallar la guerra en 1939 y, aunque se libr de combatir,durante la liberacin fue encarcelado por colaboracionista.

    Esta injusticia absurda no hizo ms que reforzar su desconfianza en la naturaleza humana, que yase revelaba en sus primeros poemas. A partir de 1948 public las cuatro obras que integran Le cycledu Hussard: Mort dun personnage (1948), El hsar en el tejado (1951), Le Bonheur fou (1957) yngelo (1958), ttulos que hacen referencia al personaje stendhaliano Angelo, un hsar piemonts y

  • exiliado poltico durante los aos de 1830.Paralelamente public lo que l llamaba sus crnicas, Un roi sans divertissement (1947), Les

    grands chamins (1951), Le moulin de Pologne (1952), Ennemonde (1968) y LIris de Suce (1970),que ofrecen la imagen de un mundo negro dominado por la miseria y en el que slo puede crecer lacrueldad y la destruccin. Tras su muerte aparecieron los cuentos de Les rcits de la demi-brigade(1972) y Le deserteur (1973).

  • Notas

  • [1] El hombre que plantaba rboles fue el resultado del encargo en 1953 por la editorialestadounidense Readers Digest de un relato sobre alguna persona inolvidable; Giono lo escribi lanoche del 24 al 25 de febrero de 1953, sobre un personaje inventado, por lo que la editorial lorechaz, publicndolo entonces Vogue el 15 de marzo de 1954 en Estados Unidos como The ManWho Planted Hope and Grew Happiness (El hombre que plantaba esperanza y creci felicidad).Renunciando Giono a sus derechos de autor en esa y todas la ediciones posteriores (Cf. PierreCitron: Giono. Ed. Seuil, 1990), desde entonces las ediciones y traducciones se han sucedido portodo el mundo, existiendo tambin versiones sonoras adaptadas. En 1987 Frdric Back realiz uncorto de animacin basado en el texto, que obtuvo el Oscar.
  • [2] Siendo reales los lugares en que trascurre, pronto se despert el inters sobre la supuestaexistencia del protagonista, Eleazar Bouffier, pero como el propio Giono declar en una carta aldirector del Departamento de Aguas y Bosques en Digne, en 1957:

    Estimado Seor:

    Siento mucho decepcionarlo, pero Eleazar Bouffier es un personaje inventado. El motivo fue el dehacer que se ame al rbol o ms exactamente: hacer que se ame plantar rboles (que de siempre hasido una de mis ideas ms preciadas). O, si lo juzgo por el resultado, el objetivo lo consigui estepersonaje imaginario. El texto que usted ley en Trees and life se ha traducido al dans, fins, sueco,noruego, ingls, alemn, ruso, checoslovaco, hngaro, espaol, italiano, yidis y polaco. He cedido misderechos gratuitamente a todas las reproducciones. Un americano me vino a ver recientemente parasolicitarme la autorizacin para publicar una edicin de 100000 ejemplares del texto, paradistribuirlas gratuitamente en Amrica (lo que por supuesto he aceptado). La Universidad de Zagrebha hecho una traduccin al yugoslavo. ste es uno de mis textos de que me siento ms orgulloso. Nome produce ni un cntimo y es porque cumple aquello por lo que fue escrito.

    Si le fuera posible me encantara reunirme con usted, para hablar precisamente de la utilizacinprctica de este texto. Creo que ya es hora de que se haga una poltica del rbol, aunque la palabrapoltica no parezca nada adecuada.

    Muy cordialmente,

    Jean Giono

  • [3] Se emplea la forma establecida en castellano de este nombre a partir de varios personajes delAntiguo Testamento (en hebreo alwr, ayuda de Dios; tambin es origen del nombre Lzaro).