el hombre integral por: samuel berberian

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EL HOMBRE INTEGRAL Desarrollando el potencial masculino ante las problemáticas de la vida

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Para Hombres!

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Page 1: EL HOMBRE INTEGRAL Por: Samuel Berberian

EL HOMBRE INTEGRAL

Desarrollando el potencial masculino ante las problemáticas

de la vida

Page 2: EL HOMBRE INTEGRAL Por: Samuel Berberian

INTRODUCCIÓN

El éxito del hombre tiene relación directa con el enfrentar las responsabilidades y problemas de la vida. El hombre sin éxito es aquel que evade sus responsabilidades y busca a otro para resolver sus problemas en vez de resolverlos él mismo. Dios nos ha redimido por la sangre de Jesucristo para que seamos realistas. Eso significa no ser ni pesimistas ni dema­siado optimistas. Seamos realistas al examinarnos como hom­bres que somos, y seamos realistas al evaluar nuestro medio ambiente. Veremos que Dios tiene respuestas a los problemas que nos plantea la vida.

La Biblia en un 80% desarrolla principios para caballeros. La Biblia muestra, entonces, que es al hombre a quien le corresponde enfrentar el desarrollo mismo de toda la historia. Es al hombre a quien se le demanda ser instrumento de Dios para afrontar los problemas de nuestra sociedad. En este es­tudio queremos medir nuestro horizonte para ver la razón de nuestra existencia en este mundo y las responsabilidades que nos toca enfrentar en la vida.

Si usted piensa que su caso es demasiado difícil y que por ello no hay solución, Dios le pregunta: «¿Hay algo imposible para mí?» No hay nada imposible para Dios. ¿Sabe cuál es la única imposibilidad? Es una actitud en nosotros de no querer cambiar. Pero si quiere cambiar y de veras ser un hombre de éxito, le invito a reflexionar sobre el contenido de este libro y dejar que Dios obre en su vida.

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Unas palabras del autor

Es justo agradecer el privilegio que ha sido el compartir estos temas para caballeros en diferentes actividades, los cuales me han obligado a repensar muchos valores que pueden pasar desapercibidos.

En el libro se podrá encontrar algunos tópicos que son producto de una experiencia que en el momento de su proce­so no era lo más agradable, pero hoy, en la mano del Señor, puede ser una inspiración y una motivación para otros. Cada uno de los temas que se han expuesto, cuando está saturado con el poder de Dios, puede traer transformaciones que el medio lo creería imposible.

En este párrafo quiero hacer reconocimiento al estímulo y el trabajo de redacción que mi esposa ha invertido en este li­bro para transformar las pláticas no formales dadas a los caballeros a un documento que hace placentera su lectura.

La mejor manera para leer este libro es hacerlo en forma de peregrinaje a través de la rutina y el humor que la vida presenta a diario.

Samuel Berberián

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Capítulo 1

EL HOMBRE Y SU POTENCIAL

Los evolucionistas dicen que el hombre surgió solo, sin la intervención de Dios, a través de miles de años de mutaciones. Los creacionistas, basados en la Palabra de Dios, dicen que somos criaturas de Dios, o sea, creación de Dios. Si usted desea, puede creer que descendió del mono o el orangután, aunque científicamente le costará comprobarlo.

La Biblia habla claramente que Dios creó todo el universo, incluso al hombre. El hombre es y existe porque Dios lo quiso. Dios formó al hombre con un propósito definido aunque el hombre muchas veces no conoce esos propósitos. Como hom­bres que somos, con capacidad pensante y libre albedrío, pre­ferimos hacer lo que queremos con nuestra vida y vivir alejados de nuestro Creador, sin darnos cuenta que la vida carece de sentido sin Dios.

EL HOMBRE Y LOS COMPLEJOS

En el Salmo 8:5-6 se habla del hombre diciendo: «Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos, todo lo pusiste debajo de sus pies». Según el salmista, el hombre no es producto de la casualidad o de un «accidente» de la naturaleza, tiene un propósito definido en los planes de Dios.

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Cuando Dios creó al hombre, lo hizo con mano de artista, con una perfección y toque especial. A cada uno le hizo único en sus rasgos; a cada persona Dios le dio distinción para diferenciarse de los demás. Mírese al espejo y mire a las personas a su alrededor. Cada uno con diferente color de ojos, de cabello, de cutis. Aparte hay diferencia de estatura, de peso y de porte. Ahora vea su impresión digital: nadie tiene una igual a la suya. Y Dios creó al hombre para que reinara en todo lo demás que había creado, que sea señor sobre la naturaleza.

¿Acepta usted que es criatura de Dios y se acepta tal como es? Mucha gente no se acepta a sí mismo, tiene muchos com­plejos y por ello no logran éxito como individuos. En la es­tatura, peso y apariencia física tal vez no coincidimos con el gusto de los demás, pero debemos sentirnos bien y confor­mes de todos modos. Lo que la gente opina de mí no interesa, la opinión de Dios es la que realmente vale, y El se agrada de cada criatura suya.

En Génesis 2:7 leemos: «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente». Tal vez la materia prima de la cual fuimos hechos no es la más refinada o valiosa, pero lo que interesa es Quien nos hizo. Si uno compra un cuadro en una galería de arte, no es por el marco, la tela o el tipo de pintura que se usó. El cuadro vale por el artista que lo pintó.

Los hombres somos producto del Artista más competente de la historia. El hombre debe aceptar que es imagen de Dios y así empezará a respetarse a sí mismo. Muchos de los malos hábitos que tenemos son producto de una falta de auto-respeto y falta de respeto también a nuestro Creador. Aunque hay cosas que no entendemos, mejor aceptar la realidad que Dios tiene razón de hacerlas y no pelearnos con Dios.

EL HOMBRE Y EL PECADO

El hombre es un paquete de contradicciones. Por un lado, fue creado a imagen y semejanza de un Dios perfecto y santo.

Por otro lado, es heredero de una naturaleza de pecado. En Romanos 5:12 dice: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron».

Como seres humanos, somos herederos del primer hombre quien pecó en el huerto de Edén. Somos herederos de la na­turaleza pecaminosa de Adán y lo manifestamos en nuestra conducta para con Dios. Lo que se nos dice «no hagas» eso hacemos y además tenemos una tendencia hacia el mal. Nuestra naturaleza pecaminosa nos hace pecar.

El hombre justifica su actitud echándole la culpa a otros, pero todo esto es una cobardía al no aceptar que el mal está en nosotros. Si lo aceptamos, la solución es mucho más fácil. Cuando echamos la culpa a otro, el mal persiste. Debemos enfrentar nuestras debilidades con responsabilidad y decisión, pidiendo perdón a Dios.

EL HOMBRE Y SUS LIMITACIONES

Los «superhombres» sólo existen en la fantasía. Las limi­taciones son establecidas por Dios con el objeto de que pla­nifiquemos con realismo nuestra vida. El hombre al fin debe admitir sus limitaciones y vivir dentro de ellas.

Salomón expresó claramente en Eclesiastés 3:11: «Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin».

El libro de Eclesiastés es el que más habla de la naturaleza del hombre con todos sus extremos. En el verso señalado tenemos un ejemplo de las limitaciones que el hombre posee. Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre, sin em­bargo, al entrar el pecado al mundo, Dios limitó la vida del hombre sobre esta tierra y el hombre debe planificar su vida para que rinda.

Pero en Jeremías 10:23 nos advierte el profeta: «Conozco oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del

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hombre que camina es el ordenar sus pasos». Uno puede tener mucha voluntad y comprometerse a muchas cosas, pero al fin el hombre no siempre cumple con sus propias metas.

Llega la muerte y con ella la eternidad y el hombre a veces muere frustrado al no haber hecho nada en su vida. Es vital que en su juventud el hombre tenga relación con Dios y viva dentro de las limitaciones que tiene, con propósitos nobles.

EL HOMBRE, ¿UN SER SOLITARIO?

Dios nos ha creado para que convivamos, que vivamos en una familia con un círculo de amistades, aunque en determi­nados momentos necesita de soledad y quietud para poder pensar.

En Génesis 2:18 podemos ver: «Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él». A Dios no le agradó la soledad de Adán, el principio divino contempla la necesidad del hombre de tener compañía, de tener una esposa.

Uno de los problemas más serios que el hombre enfrenta en estos días es la convivencia. Por pleitos familiares hay divorcios; por diferentes situaciones las amistades se enfrían.

A veces hay amistades por intereses temporales. Un ejem­plo bíblico de una convivencia «comprada» es la del Hijo Pródigo. Este hijo no quiso cultivar la convivencia sana y normal de su hogar; despreció todo y en una tierra apartada tenía muchas amistades hasta que terminó su dinero y con ello acabaron también esas amistades. Aprendió la dura lección que mejor humillarse y pedir perdón en la familia que buscar amistades ajenas.

La vida presente nos exige vivir en apuros y atropellos, con tensiones y acondicionamientos que no permiten mucho tiem­po para la convivencia. Pero el hombre está llamado por Dios a ser responsable para poner las normas y los principios de convivencia y para cultivar la relación.

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EL HOMBRE Y SUS METAS

Dios ha creado al hombre intelectualmente capaz, emocio-nalmente progresivo y socialmente cultivable. Por ello le da el señorear la tierra. Sin embargo, el hombre hoy no logra desa­rrollar su potencial por vivir muy conformista; evita aumentar sus responsabilidades diciendo «no puedo».

El hombre tiene la capacidad de proyectarse hacia el futuro. El tener metas es una capacidad que sólo existe en el ser humano; los animales no planifican a corto, mediano y largo plazo como hace el hombre.

En Génesis 1:28 dice: «Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra». Esto claramen­te denota un mandato para el hombre. Para cumplirlo hay que elaborar metas.

Las metas que el hombre se propone alcanzar se relacionan con lo que él quiere lograr y hacia donde él quiere llegan Por eso se pregunta a dónde va y qué pretende lograr con su actividad. El hombre es movido y encaminado en relación a sus metas, sean estas expresas o inconscientes. Sus resultados reflejan las buenas o malas metas trazadas.

Si uno vive en obediencia a Dios y sus principios, sus metas lograrán realizarse con la ayuda y poder divinos. Es tarea individual determinar cuan honradas y fructíferas son nuestras metas. Sólo así veremos si estamos en la dirección que Dios quiere para nuestras vidas.

¿CUÁNDO DELEGAR UN TRABAJO A OTRO?

Muchos hombres consideran que nadie puede hacer lo que ellos hacen y se «matan» trabajando haciendo todo ellos solos. Pero Dios nos ha creado con un potencial que nos permite delegar muchos trabajos a otras personas. Encontramos un ejemplo claro de delegar en Números 27:18-20.

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Dice así: «Y Jehová dijo a Moisés: Toma a Josué, hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él; y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación; y le darás el cargo en presencia de ellos. Y pondrás de tu dignidad sobre él, para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezcan».

Delegar es «renunciar y retirarme de determinada actividad o responsabilidad, pero enseñando a otro para que lo haga». Eso es lo más doloroso para el hombre, el tener que renunciar. El hombre cree que toda la vida permanecerá en un caigo, en una responsabilidad o en un privilegio. Cuando ve a otros surgir, se siente amenazado.

Un ejemplo es cuando el hijo va creciendo y empieza a tomar ciertas responsabilidades y decisiones, pero el padre en todo esto ve que le están «quitando terreno» en sus dominios. En la vida diaria, el hombre cristiano tiene tres opciones: delegar como un padre, voluntariamente retirarse con todos los honores, o esperar ser expulsado del puesto.

Hay un proceso normal al delegar, el cual tiene que ser progresivo en la vida del hombre. A Juan el Bautista, cuando le dijeron que el Señor Jesucristo se hacía popular y famoso, respondió que el Señor Jesucristo le convenía crecer y a él menguar. ¿Por qué se expresó así? Sencillamente porque es la ley de la vida. Dios mismo ha instituido el principio de delegar.

Si el hombre no aprende a delegar, se va auto-eliminando y pasa al más absoluto olvido. Si usted no quiere ser auto-eliminado y en la vejez ser dejado en un rincón, enseñe a otro lo que usted sabe. Cuando usted delega a otros, volverán a usted para ser aconsejados. La asesoría no es más que opinar, recomendar y ceder la responsabilidad de la decisión a otro.

IMPULSADO AL DESARROLLO

El hombre no vive solo por existir, vive inspirado por el impulso a desarrollar las cosas. No es la naturaleza la que nos empuja a desarrollarnos, sino que uno empuja a la naturaleza

a que se produzca el desarrollo. Para que el trigo o el maíz crezca, hay que arar la tierra, sembrar y luego cosechar. El impulso al desarrollo es una gracia que Dios ha puesto en el ser humano.

El ejemplo de José nos muestra hasta qué punto puede llegar un hombre. En el libro de Génesis 41:39-41 dice: «Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú». Dijo además Faraón a José: «He aquí yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto».

José era un hombre de mucho impulso, además era sabio. Dice Génesis 41:38: «Y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien está el espíritu de Dios?» Basado en el Espíritu de Dios uno avanza y se desarrolla; es decir, tiene impulso al desarrollo, porque Dios es creativo y es un Dios de progreso.

José había aprendido a valerse del pasado como experiencia para proyectarse hacia el futuro. El bagaje que traemos del pasado nos vale para darnos el empuje que necesitamos hacia adelante.

El desarrollo necesariamente tiene que ser progresivo y con fundamento. Por eso, cuando uno instala una empresa, por arriesgada que ésta sea, hace cálculos de todo tipo: el mercado, los recursos humanos y materiales, etc., para ver cómo traba­jará en relación con la competencia, o el campo de trabajo que tiene en su medio. El desarrollo no se logra sin haber meditado y planificado.

Si el hombre vive desconectado de su pasado, al querer des­arrollarse, sufre decepciones. Notemos que cuando estamos en Cristo, aún los errores del pasado sirven como base para nues­tro desarrollo y por lo menos podemos tener la seguridad de que no caeremos en lo mismo, haciéndonos precavidos y cautos.

Cuando no podemos desarrollarnos materialmente nos es­tamos atrofiando en nuestras capacidades. Seguramente usted conoce gente que en su juventud tenía un potencial y proyec-

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ción de vida tan fuerte que se destacaban, pero después, lite­ralmente se han ido apagando porque, teniendo abundancia de recuerdos, poco hacen para estimular su desarrollo o para ofrecer a los demás.

Dios definitivamente no nos ha creado con esa capacidad tan limitada. Por el contrario, nos da una capacidad PROGRE­SIVA Y DESARROLLISTA.

ETAPAS CRONOLÓGICAS DEL HOMBRE

Hay una cosa real que dentro de nuestra sociedad y cultura se nota mucho: se marcan ciertas etapas cronológicas en cuanto al potencial del hombre para desarrollar sus capacidades.

1. Un hombre hasta los veinte años es un «tubo de experimen­to» y todo el mundo está a la expectativa para ver qué hará en determinada situación.

2. De los veinte a los treinta años se espera que la persona pruebe qué es lo que puede hacer en la vida.

3. De los treinta a los cuarenta años el hombre marca su futu­ro, y si en este tiempo no hizo nada, perdió la oportunidad. Se espera que el hombre logre sus metas fundamentales a esta edad.

4. De los cuarenta a los sesenta años el hombre es considerado ya como un experto; aunque tenga algunas equivocaciones y desaciertos, difícilmente será engañado o manejado por otros. A esta edad se sabe perfectamente lo que es la vida.

5. De los sesenta años en adelante, el hombre es un maestro y está dispuesto a orientar y aconsejar a los demás con base en su experiencia adquirida.

CAPACIDAD PARA LOGRAR SUS METAS

El hombre tiene la capacidad de terminar lo que emprendió. Todos al nacer traemos inherente un potencial, pero necesita desarrollarse y perfeccionarse. Dios nos ha creado con cápa­

lo

cidad para satisfacer demandas y obligaciones de nuestro medio ambiente. Por eso no hay peor cosa que alguien diga: «Veré si puedo hacerlo». Nuestro medio ambiente nos hace demandas: la provisión económica del hogar, el liderazgo en la familia, etc.

Un ejemplo lo tenemos en Moisés. Cuando él vio el modelo que Dios le mostró para hacer el tabernáculo, lo hizo conforme Dios se lo mostró. Simplemente era cumplir para satisfacer una necesidad. Dice Éxodo 39:32: «Así fue acabada toda la obra del tabernáculo, del tabernáculo de reunión; e hicieron los hijos de Israel como Jehová lo había mandado a Moisés; así lo hicieron».

Cuando Dios nos pide algo, nunca es imposible. Dios co­noce las capacidades y limitaciones de nosotros los hombres porque El las ha dado. Dios no nos va a pedir que movamos una piedra que no se puede mover. En nosotros hay un poten­cial que, si estamos dispuestos, podemos utilizarlo para satis­facer las demandas del medio donde nos desenvolvemos.

Satisfacer implica sacrificio como también creatividad. Dios nos ha hecho seres eminentemente creativos y así llenar las necesidades de los demás. La vida nada tiene de monótona cuando hacemos funcionar el potencial de creatividad que Dios ha puesto en nosotros. El hombre fue creado con capacidad para detectar el medio y para satisfacerlo. •

El Señor Jesucristo nos salvó y ha cambiado nuestras vidas. Cuando llegamos a El éramos un montón de vicios, males y pecados. Pero Jesucristo va cambiando nuestras vidas por su poder ejercido en ellas.

La perspectiva negativa de nuestro potencial puede cambiar si Cristo reina en nosotros. Después nos sorprenderemos de como hemos cambiado y todo lo que hemos logrado.

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Capítulo 2

CÓMO DOMINAR LA VOLUNTAD

Cuando se habla de controlar o dominar la voluntad, encon­tramos que la Biblia habla del dominio propio o de templanza. A la verdad, algunos tenemos más «temblanza» que «templan­za» porque sabemos que nos están ganando la guerra.

Hay dos términos que aclaran el tema. Uno de ellos es «estar a plomo». Cuando uno quiere ver si la pared está recta deja caer la plomada, y como la plomada es pesada y no se mueve, muestra la situación real de la pared. Es como aquel que dijo: «¡Le dije que no!», y de allí no se mueve.

Pero hay otro término que se usa mucho; es «plantarse» o sea, no moverse de su punto de vista. Algunos estamos plan­tados en floreros y no cuesta cambiarnos de un lugar a otro, pero otros están bien plantados, se han arraigado, tienen raíces profundas y no se mueven por nada.

Hay dos frases dignas de citar, una del sabio Salomón y otra del famoso Séneca. Dice Séneca: «El hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo». Yo no sé si la frase es popular porque cuesta verla cumplida o porque es muy antigua.

Salomón, en Proverbios 16:32 dijo: «Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte, y el que enseñorea de su espíritu que el que toma una ciudad.» Yo creo que la ilustración de Salomón es tremenda: que es más importante dominar mi espíritu, mi voluntad (o mi genio) que tomar una ciudad. O si usted quiere

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un ejemplo guatemalteco: es más importante dominar mi vo­luntad que hacer un golpe de Estado. Mire, hacer un golpe de Estado o relevo no cuesta mucho si es que el otro se deja relevar. Pero controlarse a uno mismo ¡cómo cuesta!

¿ESCAPAR O CONTROLARSE?

En una oportunidad tuve un jefe del cual aprendí muchas cosas, especialmente lo que no se debe hacer en la vida. Cuando él se hizo cargo de la oficina, hizo ciertos arreglos, uno de los cuales era poner una puerta adicional. Lo que hacía a veces era dejar el saco colgado en su oficina y desaparecía. Primero yo pensaba que era por una emergencia que se iba, pero luego capté que cuando no podía controlarse el genio mejor controlaba la puerta y se iba. Él era muy buena gente, especialmente bueno para zafarse de la gente que le molestaba.

Es interesante, en un mundo donde todo se controla, el hombre no puede controlar a sí mismo. Usted enciende la ra­dio temprano en la mañana y le dice el locutor a qué hora va a salir el sol, y cabal sale, y la hora de la puesta de sol, y cabal se pone. No se descontrola el sol, pero calcule qué tarde llega su jefe a su oficina. O si usted tiene subalternos, ¿llegan a la hora designada? O a veces se da el caso que llegan a buena hora, pero sin ganas de trabajar y se produce poco ese día. Todos sabemos cómo cuesta arrancar a trabajar los lunes, y peor luego de un feriado. Todo esto se relaciona con el controlar la voluntad.

Me llama la atención que el sabio Salomón junta dos cosas interesantes. Primero dijo: «Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte». Dicho de otro modo: es más fuerte el que tarda en usar el «hígado» que el que tiene músculos.

Mire, no cuesta mucho desarrollar músculos, pero cómo cuesta sofocar el enojo por algo que me dijeron, o cómo me miraron, o una llamada de teléfono de cierto «fulanito». Nos alteramos, el hígado domina, levantamos la voz y decimos con voz en cuello: «¡Esto no se aguanta!».

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Con un jefe de mucho "hígado" no dura mucho el empleado. Señores míos, mejor si analizamos nuestros prejuicios y pre­disposiciones para ver si es nuestro carácter que motiva los conflictos que tenemos.

¿Alguna vez le ha pedido al Señor darle paciencia? El problema está en que Dios no tiene una cuenta bancaria donde gira sobre paciencia. Dios, cuando da paciencia, le da suficien­te razón para comprobar que sí la tiene. Yo quisiera tenerla y no usarla, pero Dios tiene otro método. ¿Qué pasa? El problema es sencillo: yo espero que las cosas se controlen, cuando en realidad soy yo el que las debe controlar.

CÓMO CORREGIRSE

1. Escuchar a sus empleados Si usted es un jefe, a ver si se arriesga a preguntar a sus

subalternos qué cosa quisieran cambiar de usted. Si tienen las agallas de decirlo, ya sabe usted dónde está el problema y puede aplicar el remedio.

Tiempo atrás escuché en la radio un comentario sobre lo que se hace en las empresas en la China. Ponían un muñeco del jefe en un salón de la empresa para que la gente pudiera desquitarse contra el muñeco.

Recordé que esta idea no era original de la China, sino que primeramente se hacía en el Medio Oriente. Los sultanes, en las grandes harenes que tenían, miraban por una ventanita para ver quién daba el golpe, no para desquitarse sino para corre­girse. Por eso Sultán Hamid el Primero dijo: «Los que me corrigen son mis sirvientes porque me dicen la verdad sin querer. Los demás se burlan con sonrisa». Y razón tenía Sultán Hamid, porque quién trabaja conmigo conoce mis mañas, mis «debilidades» o «características». No importa cómo las llamen, la cuestión es curarlas. Si podemos ver dónde está el error, entonces habrá que ser valientes para corregirlo.

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2. Aprender a decir no Sencillamente, la fortaleza nuestra no está en el conquistar,

está en el dominar. Si no, pregunten a los que hacen dieta ,)ara adelgazar. «Ay, estaba tan rico el pastel, ¿cómo le iba a decir que no?» Pues, no hay problema, el pastel estaba feliz porque participa en el ensanchamiento. «Es que estábamos celebrando el cumpleaños del fulano, ¿cómo le iba a negar el brindis?» Sólo que te desbrindaron el equilibrio, quedaste tambaleando. ¿Por qué? Porque sencillamente queremos quedar bien y no somos valientes para decir no.

¿Ha escuchado esa frase: «hay que quedar bien»? Me llama mucho la atención. Muchos, al querer «quedar bien» quedamos «bien» mal, porque vamos en contra de nuestros principios. Luego, llegando a casa decimos: «Ay, ¡qué tonto! ¡cómo me dejé manipular!».

Es que no tengo fuerza de voluntad y dejo que otros me manipulen. Si quedé bien, ya somos dos tontos: uno que se dejó hacer el tonto y otro que lo tonteó a él. No logré nada. Por eso dice el proverbista: «Y el que se enseñorea de su espíritu es mejor que el que toma una ciudad».

3. No buscar atajos Señores, podemos elogiar los logros que hemos hecho en

la vida o felicitarnos por el curriculum que hemos logrado. Pero la pregunta es ¿cómo lo logramos? Leyendo entre líneas, ¿lo logramos por la disciplina o lo logramos por algún medio chueco?

En nuestra cultura, lo importante es lograrlo, no importa cómo. Pero a Dios le interesa más el medio que el fin. Usted vive en un mundo donde lo que importa es que se logre su cometido. Si usted logró algo, le felicitan, le condecoran, ponen su foto en los diarios. Pero si usted fuera honesto, ¿merece, de veras, ese premio?

He enseñado en varias instituciones educativas, seminarios, institutos bíblicos, etc. y para estimular a los alumnos a veces se promueve diversos tipos de becas para aquellos que tienen

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buen rendimiento académico. En una oportunidad se presentó una beca completa a un estudiante que tenía el mayor prome­dio. Entonces lo llamaron a este alumno para entregarle la carta donde constaba que recibía la beca.

Después del aplauso le dijeron: «¿tiene algunas palabras?» Y él, muy nervioso, llegó al micrófono, diciendo: «Señores, perdonen, esto es una sorpresa. Yo creo que no lo merezco. Por "chivear" no hay mérito». Las personas encargadas decidieron dejarle la beca, pero le dijeron que mantuviera el promedio sin «chivean. Luego de un trimestre perdió la beca porque no podía mantener el promedio.

EL DOMINIO PROPIO EN LA BIBLIA

Busqué dentro del vocabulario bíblico donde se usa este término de «dominio propio» o «dominarse a sí mismo». En el Nuevo Testamento, la primera vez que se refiere al dominio propio, es en Hechos 24:25-26 cuando el apóstol Pablo, pri­sionero, tiene la oportunidad de dar un discurso delante de un rey llamado Félix. Pablo se fue de boca con su discurso y cuando llegó al momento de hablar de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix dijo: «Mejor te vas, platicamos otro día». Y lo quitó. Es interesante que el asunto del dominio propio sí lo manejaban los griegos muy bien, pero Félix no quería que un prisionero le hablara de esto.

Después de este pasaje, Pablo lo menciona en 2 Timoteo 1:7 diciendo: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobar­día, sino de poder, de amor y de dominio propio». Interesante que el dominio propio lo presenta en contraste con la cobardía, y va junto con poder y amor, dos grandes fuerzas positivas.

El apóstol Pedro habla del dominio propio también, en un listado de cualidades que el cristiano necesita si desea tener fruto en su vida. En 2 Pedro 1:5-8 dice: «Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a

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la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo».

«Bueno, pero yo sé lo que quiero hacer.» Sí, yo sé lo que quiero hacer, pero no me sale. Por eso San Pablo decía en Romanos 7:19: «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago». Tal vez a usted no le pasa, pero a mí sí. Usted tal vez encontró la fórmula mágica para contro­larse, con algo que puso debajo del sillón en la oficina para mantener el equilibrio, o algo. Otros admitimos la realidad que «aquí sí me ganaron la jugada».

Si somos sinceros y honestos, hay sólo dos alternativas. Una alternativa es vivir la ilusión de que puedo controlarme solo y vivir el ridículo de que todo el mundo sabe que no la hago. La otra alternativa es decir a Dios: «Tú me creaste y creo que estoy desprogramado. A ver si me programas otra vez», y empezar a tener un control sobre la realidad.

Señores, les voy a ser sincero. Si el hombre pudiera con­trolar su voluntad por su cuenta, la muerte de Jesucristo en la cruz fue en vano. La misma escena del calvario se lo puede decir. Durante dos o tres años miles de personas recibieron el favor del Señor Jesucristo: fueron sanados, alimentados y enseñados. Pero cuando unos cuantos señores gritaron: «¡Cru­cifícale!», la voluntad del pueblo se volvió contra Jesús.

La pregunta que yo me hago es ésta: ¿Seré yo del montón'7

¿O seré lo que Dios quiere? Los publicistas cuentan con esa tendencia del hombre de seguir al gentío, seguir a la mayoría. Pero ¿será lo correcto?

Hemos de ser honestos. ¿Quién tiene dominio sobre mi voluntad? Yo no la tengo. Yo he tenido que cederla a otro. El apóstol Pablo dice: «No ya yo, más Cristo; y lo que de aquí en adelante yo vivo, lo vivo para Él».

Tal vez usted pensará que si Cristo gobierna su vida, todo será aburrido y sin gracia y chiste. Perdóneme que le contra­diga, pero el vivir como Dios manda es lo más divertido que

hay. Si no cree que Dios es divertido, solo mire a su prójimo, sus vecinos, y mírese al espejo. Mire, si no es gracia lo que Dios ha hecho, si no es divertido. Toda la creación de Dios es un chiste, sólo hay que saber interpretarlo.

Si yo someto mi voluntad a Dios, ¿quiere que le diga una cosa? la vida se vuelve algo alegre. ¿Hay errores? Sí, para que aprendamos a no hacerlo otra vez. ¿Hay disgustos? Sí, pero no para hacer una galería de disgustos.

Una vez le decía a alguien: «Perdone, este es mi primer error». Se me quedó mirando: «¿Tan vanidoso es usted?» Le contesté: «No, es que yo sólo sé contar hasta el número uno y paso, ¿para qué sufrir? Si lo que recuerdo basta, para qué enumerarlos?» ¿Por qué? Porqué yo sé de quién dependo y dejo mis errores con Él.

Yo quisiera pensar, por otro lado, en algo que el Señor Jesucristo dijo que es muy humillante, muy molesto, pero es verdad todavía. En Juan 15:5 dice: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer». En otras palabras, somos todos descontrolados hasta que Él nos agarre.

Dios no nos ha mandado a la tierra para que nos desarme­mos, viendo cómo arreglamos el mundo. El mundo no es nuestro, somos simplemente mayordomos. Si yo no puedo dominar mi voluntad ¿cómo voy a dominar el personal de mi empresa, mi casa, etc.? Algunos dicen: «¡En mi casa mando yo!» Sí, manda saludos y de allí no manda nada.

El que manda no lo dice, simplemente las cosas funcionan. «En mi empresa las cosas se hacen como yo diga.» ¿De veras?, es que usted no conoce su empresa. La gente por respeto no lo contradice, pero cuando usted no está, hace lo que quiere. Aquellos que hemos entrado en una empresa empezando de abajo para arriba sabemos todos los chistes del caso.

¿Estamos dispuestos a aceptar la verdad? ¿O haremos como aquel pobre borracho que estaba parado hamacándose delante

e una puerta? Viene un amigo y le dice: «¿Qué está pasando?» borracho le contesta: «Están pasando las puertas; cuando

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llegue la mía, voy a entrar». Le dice su amigo: «No, vos. El que se marea sos vos, la casa no se mueve». Es ridículo pensa: que las casas se van moviendo para que yo entre, pero ¿cuánta; veces nos comportamos igual, esperando que todo lo demá< llegue a mí para que yo logre lo que quiero, cuando el problem; soy yo mismo?

Dios permite las cosas para que de veras entremos en aque molde que nos puede permitir que nos logremos. Nuestra patrh y nuestro mundo está lleno de hombres que han logrado mucho pero los entretelones muchas veces son tristes. Dios no quiere eso. ¿Podemos permitir que Dios tome dominio de nuestro serr

Capítulo 3

METAS Y OBJETIVOS

Un maratonista corre hacia una meta, un destino fijado y pone todo su empeño para llegar lo antes posible. Una «meta» tiene que ver con un concepto físico, algo concreto. Para nosotros, los caballeros, eso podrá ser la compra de una casa en 20 años, o el obtener un sueldo de cierto nivel para dentro de cinco años.

Un objetivo, por otro lado, tiene que ver con un concepto teórico; un objetivo se fija mentalmente. Eso podrá ser el tener una familia unida, hijos respetuosos, o tener madurez en mi vida personal.

Ambas cosas, metas concretas y objetivos teóricos, son esenciales a la persona que desea llegar a algo en la vida. Por cierto que hay gente tan pasiva y conformista que no se pro­pone avanzar a ningún lugar, no trazan metas ni objetivos para la vida.

Al planificar nuestra vida, no fijamos metas para el pasado sino para el futuro, a qué queremos llegar. Nadie puede pla­nificar dónde nacer o qué padres tener. Aunque no nos guste, eso ya es parte de nuestra vida y más nos vale aceptar lo que no podemos cambiar. Lo importante es ¿qué hago con los años Por delante? ¿Qué quiero lograr con mi vida?

Tristemente, cuando algo nos sale mal, buscamos a quién e e c n a m o s la culpa. Si yo tengo un negocio y me va mal, «es

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que la economía no ayuda». Nuestro padre Adán inventó ese «chiste» hace muchos años, culpando a su mujer. De todos modos, ambos fueron echados de la «finca». Pero es ridículo echar la culpa a otro porque si sabíamos que la economía está mala, ¿por qué no buscar una alternativa? Si la silla donde estoy sentado está rota, mejor repararla o quedarme de pie, porque cayéndome solo se ríen de mí. Culpar a los demás no ayuda. Si tengo un empleado que echa a perder todo, pues mejor cambiarlo por otro.

Cuando yo propongo objetivos y metas, se pone al descu­bierto lo que yo soy y la realidad de mi corazón. Quizás se descubra que lo que pretendo es sólo PRESUMIR con mis metas. Quiero que la gente tenga una opinión favorable de mí, entonces afirmo tener metas aceptables a ellos. Pero el proble­ma vendrá mañana o pasado cuando yo no pongo nada de mi parte y se descubra la realidad. En el momento quedo bien, piensan bien de mí, pero luego... no funcionó. Andaba presu­miendo pero no estaba alcanzando nada.

Supóngase que le han dicho que está muy gordo y que debe reducir de peso. Entonces usted le dice a su familia que va a inscribirse en un gimnasio y va a ponerse en dieta. Pero si luego no hace nada, se dan cuenta que solo lo dijo para presumir, pero que no tenía intenciones de hacerlo.

La segunda alternativa por la cual uno establece metas es por COMPETIR. Si aquél lo hace, yo también. Pero yo no soy aquél, yo soy yo. Hay gente que jamás llega a vivir su propia vida, siempre vive imitando, competiendo, comparándose con la vida del otro. Si le pregunta, ¿quién eres? tal vez le diga su nombre y apellido, calle y número donde vive, pero ¿quién es? No sabe.

Por ejemplo, si miramos que cierto caballero tiene éxito, nos proponemos vestirnos y arreglamos como él para tener el éxito que tiene él, sin damos cuenta que no es el traje, es su modo de ser, su modo de trabajar, su modo de llevarse bien con las personas, su modo de manejar sus finanzas.

La publicidad usa esta característica del ser humano de

imitar a las personas de éxito. Aparece un famoso atleta toman­do cierta cerveza o fumando cierto cigarrillo y la gente le copia porque quiere tener éxito como él, sin pensar que él no fuma ni bebe en su vida real porque dejaría de ser un atleta profe­sional. Es un engaño.

Mucha gente come, viste y se peina pensando en la otra persona y lo único que logra es no saber quién es. Es mejor preguntarme ¿quién soy yo? ¿qué pretendo en la vida? y ¿qué quiero alcanzar? Ahí está la clave.

La tercera razón equivocada por la que la gente establece metas es PARA QUE LOS DEJEN TRANQUILOS. Mi espo­sa quiere que haga algo y le digo que sí para que ya no insis­ta, aunque no tengo la intención de hacerlo. O prometo que «pronto lo voy a hacer», pero es sólo para que me deje tran­quilo. A la larga, esto produce frustración en mi pareja, en mis hijos, o mi jefe cuando ve que pasa el tiempo y los trabajos no se realizan nunca.

¿Cuál es la razón fundamental por la cual uno establece metas? Es para desafiar mi propia capacidad y mi propio logro. Es para poder evaluarme si la hago o no. Algunos, al aprender a tirar al blanco, primero tiran y luego pintan el centro; así se sienten logrados. Pero, ¿eso es sentirse logrado? Mejor tomar el tiempo necesario para equivocarse y con el tiempo superarse, porque a la larga voy a aprender. Lo queremos todo fácil, pero así no se logran las metas más valiosas de la vida. Lo que cuesta también así lo vale.

Hay un personaje bíblico en 2 Samuel 18:17-32 que ilustra esta apariencia de éxito, pero que es un fracaso a la larga. Usted recuerda que cuando murió Absalom (el hijo del Rey David), fue un día de victoria para Israel pero triste para David. Alguien tenia que llevar la noticia al Rey. Joab escogió a uno que había visto el suceso y lo envió como mensajero. Pero Ahimaas era el mensajero oficial, el profesional. Él quería también llevar el mensaje y como insistió mucho, Joab lo dejó correr.

Los dos mensajeros aparentemente hacen exactamente el mismo trabajo, pero terminan con resultados diferentes.

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Ahimaas corrió más veloz que el otro y llegó primero, pero al llegar, no tenía la información completa. El otro, aunque más lento, llegó con información exacta porque era testigo ocular del evento.

Al querer competir con los demás, muchas veces nos pasa igual como a Ahimaas. Por querer lucirnos y pasar adelante quedamos mal y nos tienen que poner a un lado, como el Rey David puso a Ahimaas. El otro, un etíope, hizo bien el mandado en obediencia al general Joab. La obediencia vale mucho más que el lucimos delante de las personas.

Cuando uno establece una meta, cuando establece un ob­jetivo, no es cuan bien luce, cuan rápido llega o cuan adelante de los demás va. Es cuan útil llega a ser al fin y al cabo.

Tristemente, algunos de nosotros nunca establecemos pú­blicamente dónde queremos llegar para que la gente no se ría de uno. Hay gente que a principio de año se propone objetivos pero no los dicen a nadie por si no resulta. Es mejor decirlos para comprometerme, y si de veras son ridículos, hacer caso a lo que la gente me diga y definir objetivos más viables.

¿Qué pensaría usted que yo me propusiera como meta que este año sí voy a dejar crecerme el pelo? ¿Cómo se hace? Si no hay abono que sirva a los calvos. A mí ya no me crece. Aunque haga la meta de no perder lo poco que tengo, tampoco puedo. Ahora, si yo le dijera: «Mire, este año- mi meta es no amargarme porque pierdo el pelo», tal vez es más factible.

Si yo voy a establecer una meta, tiene que tener cuatro características:

1. Una meta tiene que ser lógica Si yo mido sólo 1,25 de alto no voy a enrolarme en el equi­

po de basquetbol, porque me tiran a mí en la canasta y no a la pelota. Si en el colegio nunca salí bien en las matemáticas, no voy a proponerme ser ingeniero, que vive con números to­da la vida; busco otra carrera donde funcione mejor. Dios me

ha dado ciertas habilidades, ciertas capacidades y ciertos limitantes también. Debo tener en cuenta quién soy y que

preparación tengo para decidir qué voy a proponerme en la vida. Algunos de nosotros ya estamos a medio camino de la vida y nos hemos metido donde no calzamos. Que Dios nos ayude a buscar alternativas.

Una meta tiene que ser lógica por el hecho que el ser humano fue creado por Dios para usar su sentido común, razonar y saber explicar a su medio qué es lo que pretende hacer. Razonar no solo es un ejercicio que nos ayuda a convivir, sino además nos ayuda a ganamos el respeto de aquellos con los cuales tenemos que compartir las horas de la vida diaria.

El esforzarse a enunciar una meta lógicamente es simple­mente transformar una idea en un proceso racional, que no sólo me convence a mí sino ayuda a los demás a entenderme para que puedan ayudarme a llegar a la meta, o por lo menos, a no estorbarme. Por eso se escucha decir: «Eso es cosa de él». O dicen: «Así es él». Eso implica que sí me entienden, pero no por eso comparten la lógica de mi vida.

La vida no es para que la gente me apruebe en todo lo que yo hago, pero que me respete lo suficiente para permitirme hacer lo que me he propuesto. Eso sólo se logra en la medida que mis ideas no son extrafalarias, sino lógicas.

2. Una meta tiene que ser alcanzable ¿Qué pensaría usted si yo propusiera llegar a mi meta dentro

de 80 años y ya tengo 50? ¡Qué tonto sería! ¿Quién vive 130 años? Eso es planificar nunca llegar a la meta. Pero si planifico metas para los próximos 10 años, si no me mata un susto, quizás los podré realizar.

Ahora, si un joven tiene 20 años y hace planes para los próximos 30 años, está bien. Pero si planifico repetir cada año

e la universidad cinco veces, eso es tonto. Mucha gente en su caminar con Dios, en progresar en carácter, lo lleva a esa e ocidad de no avanzar, pero cuando tiene que ver con ganar

e

, n e r o ' l o quieren en la mitad del tiempo. Si alguien se empeña no u g r a d a r a ^* o s» v i v ' r c o m o Él manda y servirle, le dicen que

ay que ser tan fanático; pero si uno se empeña en ganar

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mucho dinero, no lo consideran fanático. ¿Dónde están nues­tros valores entonces?

Estamos en esta tierra unos pocos años, y luego sigue la vida eterna. La gente se molesta cuando uno busca a Dios y toma tiempo para edificar su vida espiritual, porque ellos piensan que no vale la pena; pero mejor prepararse para la vida eterna que es más extensa, ¿no cree?

3. Una meta tiene que dignificarme Si yo me propongo tirarme de un puente, o tirarme bajo un

tren, lo más probable es que me encierren por psicópata. ¿Por qué? Porque soy una amenaza social. Ese tipo de metas no me dignifica. Supongamos que este año me propongo perder 50% del capital que tengo en mi empresa. «Es que no tengo ganas de levantar ya la empresa». Si la meta no me dignifica, me anula.

Imagínese cuando el rey David deja a Ahimaas a un lado porque no traía la noticia requerida. ¡Qué vergüenza! Pero Ahimaas se metió en eso, ofreciendo llevar un mensaje cuando no lo tenía. Así hacemos nosotros cuando nos metemos donde no debemos. Es más frustración, es más decepción cuando yo me establezco una meta que al fin y al cabo a mí no me dignifica.

En nuestra sociedad mucha gente se da a los vicios para olvidar las ridiculeces que han hecho en la vida. ¿Por qué? Porque no se aguanta a sí mismo, no se aguanta la realidad de tener que vivir con el pensamiento: «¡Ah! ¡Qué tonto soy!» Pero con Dios no hay imposibles y hay la posibilidad de cambiar. El mérito no es admitir que somos brutos, el mérito es dejar de serlo. El año pasado, hace cinco años, me propuse algo, y no resultó; pero siempre hay esperanza cuando Dios está en el negocio.

Yo fui un alumno de los mejores, pero contando de atrás para adelante. En primero básico gané educación física y música y todas las demás materias las gané por recuperación-En segundo básico perdí la mitad y gané la mitad. En tercero

básico un profesor un día me dijo: «Usted es tan bruto que ni estudiar sabe». Le dije con sinceridad: «Pues, sí, es verdad. Nadie me enseñó cómo se hace para estudiar». Yo me ponía a leer y cada vez entendía menos. Me dice este profesor: «Y usted, ¿quiere aprender?» «Yo, sí», le contesté. Una vez que me lo explicó, era tan claro. Pensé:«¡qué tonto que no lo había aprendido antes!» Y ¿sabe cómo fue? Era una fórmula que me explicó en poco tiempo: «Mira, la coma para respirar, el punto es para parar, el punto y aparte es para resumir. Y si en un punto y aparte no entendiste, para allá». ¡Tan fácil! No era cuánto leía, sino cuánto entendía. ¿Cuál era la meta? La meta no era leer sino entender.

4. Una meta nunca es final La última meta es morirse, pero no la planifique, viene

sólita. Usted viva el tiempo que pueda, y cuando le toque la campana, usted se larga y no alegue. De todos modos, de semilla no va a quedar. Por más que te quieran, llega un momento cuando es mejor irse. ¿Por qué? Porque se aburren de verlo a uno.

Entonces, cada meta que yo me propongo es temporal de todos modos, y al lograr una meta, planifico otra. Por ejemplo, si planifico estudiar de abogado, eso no es la meta final. El diploma que me dan es un medio para trabajar y servir a mucha gente. Si quiero ser ingeniero, al graduarme no me siento a gozar de mi título, es una puerta para construir un montón de cosas y así sentirme logrado. Un título es bonito, pero no es una meta final.

^ ¿Sabe qué pasa a veces? Hay personas que cuando se gra­dúan de algo, les da flojera y ya no tienen motivación, porque el lograr ese título era la última meta que tenían. Hay personas que cuando llegan a cierto nivel en su empresa se acomodan y ya no se esfuerzan porque allí era su meta.

Alguna gente así vive. Ya aceptaron al Señor ¿y ahora qué? ^e quedan allí trabados en la puerta de la vida cristiana. Otros asisten a las reuniones y paran allí. No se dan cuenta que hay

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mucho más, hay muchas oportunidades para servir y ser útiles a nuestro prójimo.

¿Cuál es el objetivo que yo tengo en la vida? Planifíquelo, aunque lo tenga que cambiar porque no funciona. Si no tengo metas y objetivos, lo más probable es que soy esclavo de alguien; si no planifico mi propia vida, otro lo hará por mí, pero yo sé mejor lo que deseo lograr. Entonces mejor escojo mis propias metas en la vida.

La conclusión es esta: o llego al final y me dicen «párese allí» o simplemente cumplo con mi misión. Puedo llegar como Ahimaas y decir «Fíjese, viví la vida, pero no sé lo que pasaba» o llegar y decir: «Yo sí sé lo que pasaba». Nadie quiere ser esclavo, pero mucha gente se ofrece de regalado para que los esclavicen.

¿Sabe una cosa? El primer plan que tengo que hacer es agradar a Dios y le garantizo que el resto no me va a ir mal. Me puede ir difícil, pero no me va mal. Me puede ir cuesta arriba, pero no me quedo atrás. Honremos al Señor y por difícil que sea, nos va a ir bien.

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Capítulo 4

EL HOMBRE, CABEZA DEL HOGAR

En nuestros días no es sorprendente encontrar a una mu­jer mandando a todos en el hogar, y en algunos casos, a los abuelos. Los padres de familia, por pereza o acostumbrados a eso, dejan que su esposa controle las cosas de la casa. ¿Pero ese arreglo es adecuado? ¿Es funcional? ¿Qué tal los hogares donde la mujer manda y el hombre es nulo?

QUÉ DICE LA BIBLIA

Si estudiamos el trasfondo bíblico vemos que la autoridad del hombre en su hogar es el orden instituido por Dios. En Efesios 5:23-25 leemos: «Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y El es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella».

Este pasaje bíblico demanda al marido ser cabeza de su hogar, así como Cristo lo es de su iglesia, y tiene que saber coordinar y encarar esa responsabilidad con una actitud de amor.

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QUÉ DICE LA SOCIEDAD

En cuanto a la sociedad, nuestra cultura misma, a través de normas legales, religiosas y morales, hace realidad este reco­nocimiento. Al hombre se le asigna la función de ser cabeza del hogar y se le demanda en virtud de ellos, siendo responsable y cumplido en su deber. Este reconocimiento que recibe el hombre de parte de Dios y de la sociedad misma, ¿cómo se aplica a la familia en términos concretos?

INICIATIVA PARA GANAR EL RESPETO

Al hombre se le reconoce ser cabeza del hogar para poder guiar a ese núcleo, a esa pequeña comunidad llamada familia. Según este principio, el hombre está puesto para que tome la iniciativa en el hogar. Si el hombre se casó con una joven, es porque expresó y manifestó el deseo de hacerlo. Nace entonces su responsabilidad de guiar y establecer el orden en el nuevo hogar que formarán.

El ejemplo más clásico lo tenemos en la vida de Abraham. La Biblia no menciona si Abraham se enamoró o no de Sara. Sólo anota que estaba casado con ella. Favorable o desfavo­rable, enamorado o no, dicha relación era una realidad. Había en el hogar de Abraham un principio de convivencia y de responsabilidad. En el matrimonio de Abraham había proble­mas; sin embargo, el Nuevo Testamento los cita como modelo y ejemplo para nosotros.

En r Pedro 3:6 encontramos que Sara le llamaba a su esposo «señor». A pesar de todo, Sara no había perdido el respeto hacia su esposo. Abraham había logrado infundir res­peto en su mujer. Esto se debió a que había un principio de orden en su hogar. Abraham nunca perdió la autoridad, el deber y la responsabilidad. Él manifestaba su conducta de tal modo que en sus principios era constante. Abraham no era un genio, o alguien que nunca sentía temor, pero la diferencia radicaba en su constancia en el principio de orden para guiar.

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El problema actual en el hombre es la falta de constancia en los principios para ser cabeza de su hogar. Abraham estaba sujeto a un principio de orden pues cuando Dios le pidió que sacrificara su hijo, no hizo una reunión con su mujer para discutirlo. Comprendió que Dios le había hablado directamen­te como cabeza de su hogar y no a la esposa. Entonces él tuvo que obedecer. En la actualidad, la pregunta que hacen muchos hombres es: cuáles decisiones debe el hombre enfrentar solo y cuáles determinar conjuntamente con la esposa.

ARBITRO EN LOS PLEITOS FAMILIARES

El arbitro en cualquier deporte no juega una posición es­pecífica en el equipo. Su responsabilidad es vigilar todo y marcar el orden como un coordinador responsable de lo que sucede. El padre en el hogar tiene similar función. Si hay pro­blemas internos entre los miembros de la casa, debe informarse de lo que pasa y llamarlos al orden. Es importante mantener la calma, y cortarles la emoción cuando alguno está por cele­brar algo que no traerá provecho y crecimiento al hogar.

Si hay una falta de respeto hacia la voluntad y las órdenes del padre, esto muestra que nunca ha tomado con responsabi­lidad su papel de coordinador. El buen coordinador da a cono­cer las reglas del juego. El ejemplo bíblico de Isaac nos muestra a un coordinador perfecto. Sabía ubicarse y comportarse dentro de las circunstancias que se le presentan en la vida. Cuando había pleitos con los vecinos, Isaac sirvió de pacificador. Habernos hombres que muchas veces caemos en el error de atender más a los vecinos que a los propios miembros de la casa. Todo esto se debe a que no hay un criterio claro de lo que significa coordinar el hogar con responsabilidad, papel que le toca desempeñar al padre.

En la coordinación del hogar nuestra prioridad debe ser cumplir con los deberes para con la esposa y luego los hijos. Cuando el padre efectivamente coordina, está capacitado para delegar, o sea, autoriza a otro miembro a cumplir una función.

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La responsabilidad para coordinar exige del hombre que sepa aplicar las reglas de orden y así poder guiar a su familia. El hombre debe establecer las reglas y los principios para que funcione la coordinación y su familia debe someterse a la autoridad que Dios le da por el hecho de ser el responsable de coordinar a la familia.

ENSEÑAR Y CORREGIR

Muchos hombres oramos: «Señor, bendice a mi familia», pero para que Dios bendiga, a veces es necesario quitar de en medio los estorbos. El hombre está puesto en su familia para la orientación y nunca para la manipulación. Si usted no orienta sino sólo manipula, no habrá bendición para su familia.

Usted seguramente ha visto hombres que saben manipular a su mujer y sus hijos. Esto no es orientar, eso es abusar. Es función fundamental del hombre orientar a su familia y ben­decirla. Actualmente, orientar es tarea de las más difíciles. Si un padre quiere bendecir a su familia, antes tiene que orientarla para que Dios se manifieste. Si no puede orientar, no puede esperar nada de su gente. Hay hombres que se dedican por entero al trabajo, para hacer un «futuro» a sus hijos, pero éstos sólo están esperando que el viejo se muera para aprovechar a su manera el fruto del trabajo del padre.

Bendecir a la familia no es cuántos bienes puede el hombre darles o dejarles. Esencialmente la orientación para bendecir se traduce en enseñar y corregir a sus hijos. Más vale entonces enseñar a trabajar a los hijos en vez de dejarles fortunas o dinero. Interesa más enseñarles a ser hombres y mujeres de Dios y que sepan vivir la vida como Dios manda, aunque en última instancia eso es lo más difícil. Orientar no requiere únicamente de canas, también conlleva úlceras, pues los hijos son tan buenos o malos como uno.

Bendecir no es sólo decir: «Hijo, que Dios te bendiga». Bendecir es hacer la situación propicia para que la bendición de Dios descanse. Dios bendice a mi familia pero el padre es

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quien debe cultivar esa bendición. Corregir a la esposa o al hijo es un acto que trae bendición al hogar. Si el niño hurta un lápiz o un cuaderno de un compañero de clase, el padre no le feli­citará por ello porque sería cultivar un delincuente en el futuro. Es mejor afrontar la pena e ir a devolver los objetos. Si la esposa tiene malos hábitos que dañan el hogar, el esposo con tacto y en privado debe ayudarle a entender el efecto de su conducta y buscar corregirlo. El hombre debe orientar para que la bendición venga. Dios nos ha puesto por cabeza. Es bueno saberlo y comprenderlo para experimentar este principio en nuestra vida.

RESOLVER LOS PROBLEMAS

Ser jefe del hogar no es tan sólo tener un sillón de cuero en el cual «se sienta papá» o dar órdenes y asignar trabajos a los miembros de la comunidad familiar. Es más que todo eso. El padre tiene que resolver los problemas que tengan los miem­bros de la familia. Pero a veces es más difícil que los propios miembros de la familia tengan acceso a nosotros que otras personas. Nuestros hijos muchas veces no nos ven ni la cara.

Como hombres, Dios nos ha puesto como un eje sobre el cual nuestra familia gira y hace demandas. A veces el hombre aleja a los miembros de la familia más que atraerlos. Dios nos ha puesto como eje concéntrico que atrae todo lo demás hacia sí, porque el hombre es quien trae la unidad en el hogar. La mujer aporta emociones y alegría pero el hombre trae unidad.

COMPAÑERISMO CON SU ESPOSA

En cuanto a su esposa, el hombre tiene una demanda de compañerismo. En Ia Corintios 7:5 encontramos «No os ne­guéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo con­sentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia».

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Esta cita bíblica tiene una referencia directa con la vida sexual, pero es referencia indirecta al compañerismo que debe existir entre los cónyuges. El hombre tiene la obligación de no negarse a su mujer sino cultivar un concepto de compañerismo.

En este sentido, déjeme hacerle una observación. Este com­pañerismo no debe ser algo mecánico, ni automático, deberá ser esencialmente humano. Y hay que cultivarlo a ese nivel. Hay esposos que llegan a sus casas para tener relación con su mujer y se tiran como que fuese una piscina porque dicen: «al fin y al cabo para eso me casé». El hogar y la familia no es un prostíbulo legalizado, es toda una convivencia humana.

Si un hombre realmente va a proyectar un compañerismo, tiene que cultivar una interrelación y tomar tiempo para el diálogo con su esposa. Esto crea el compañerismo entre los cónyuges. En la vida sexual, el preámbulo y la preparación entre los cónyuges es más importante que el mismo acto en sí.

Me atrevo a decir que no hay esposa que no se pueda conquistar si el hombre sabe proyectarse hacia ella con un auténtico compañerismo. Frecuentemente el hombre es felici­tado en sus negocios, en el trabajo, en el deporte, etc., pero en la intimidad de la vida no puede sentirse igual de satisfecho, pues no es capaz de conquistar a su esposa. La raíz de todo es que muchas veces nos olvidamos de que somos compañeros primero- y todo lo demás es una compensación mutua de la convivencia.

Piense que ese compañerismo del que hemos venido ha­blando es el mejor ejemplo para sus hijos, pues de manera tácita, crea en ellos espíritu de compañerismo.

AMISTAD CON SUS HIJOS

El hombre está demandado a ser un amigo para sus hijos, y note bien que estamos hablando del hombre como cabeza de su hogar. Esto implica un concepto dinámico en la relación padre-hijo, pues debe evitarse cultivar asperezas, barreras o limitaciones en la relación. Si sus hijos le cuentan cómo les va

en su vida, en la escuela, con sus amigos, esto demostrará que hay comunicación.

Vea lo que dice de Abraham en Génesis 18:19: «Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él». Este verso es una base para establecer lo que Dios quiere de nosotros. El hombre debe tratar de que sus hijos sientan el deseo de buscar a Dios, pero ¿cómo se hará? Se hará siendo buen ejemplo a sus hijos y guardando estrecha amistad para con los hijos.

Seremos viejos, distraídos, etc., pero somos sus amigos. ¿Porqué? Porque cultivamos la amistad con ellos. Es un honor ser amigo de nuestros hijos, si perdemos este privilegio esta­remos perdiendo lo más interesante de la vida. Incluso, los hijos son el mejor calmante para la tensión nerviosa, de los compro­misos o de los conflictos. A través de una plática con ellos, se adquiere alegría y se recobra vitalidad.

Si le preguntan cosas difíciles, esto no debe ser el obstáculo que impida la amistad entre padres e hijos. Hágalos saber que usted no es un genio para saberlo todo. Como amigo el padre cumple tres funciones: provee ayuda, compañía y corrección.

Como amigo de mis hijos, debo ayudarlos y estar con ellos. También debo exigirles cuando están fallando, acompañándo­les y corrigiéndoles. Verá que aquel hijo le dará las gracias y le amará más. Seamos amigos: es una demanda que nuestra fa­milia nos hace en nuestro papel de cabeza de nuestros hogares.

COORDINADOR PARA LAS AMISTADES

La demanda en mi hogar es que yo sea un coordinador para jos amigos y parientes. Viene la suegra, viene el tío, la abuela, 'os hermanos de la iglesia, invitados, amigos, etc. y entonces el hombre se ve urgido de coordinar el juego en ese caso. El nombre define cuánto tiempo están, y cómo deberán ser aten­idos , pues afecta el bienestar del hogar.

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Veamos lo que dice en Ia Timoteo 3:4 a este respecto: «Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad». Si mi esposa va a invitar a alguien a la casa, ella me pide permiso. Si yo lo autorizo, me convierto en el responsable por la persona que está en casa, porque yo di la autorización que permitió su visita.

El hombre debe tener plena conciencia de estar honrando a Dios. Si uno honra a Dios, Él está dispuesto a guiarnos para que podamos gobernar nuestra casa.

VIGILANTE PARA LOS EXTRAÑOS

Cualquier extraño que entre a mi casa, sea el plomero o el carpintero, tiene que saber que allí hay un «matón» y que se las tendrá que ver conmigo. Ninguno se va a pasar de la cuenta si tiene claro que en casa hay un vigilante de la familia, un padre y esposo que cuida de los suyos.

Si viene un joven que le gusta a mi hija, pues, va a saber que hay un «señorón» allí que le saldrá al frente y con quien tendrá que platicar ampliamente. Nuestra casa no debe ser un parque de turismo al que entra y sale cualquier tipo de gente. Hay alguien que siempre vigila el hogar. Si a casa viene un electricista o albañil, pues, tenemos que vigilarlo, porque puede ser una persona que traiga un mal ejemplo para nuestros hijos.

En 1* Timoteo 3:7 dice: «También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descré­dito y en el lazo del diablo». ¿Sabe cuándo cae uno en des­crédito? Pues, cuando no se es responsable de cuidar lo que Dios le ha dado. Si el hombre es cabeza de su hogar, tiene que ser un vigilante, para que la gente afuera de casa dé un buen testimonio. Recordemos que el orden es parte del carácter de Dios y una de las prioridades para el carácter del hombre.

Capítulo 5

CÓMO SER AMIGO DE SUS HIJOS

Bien dijo un pensador asiático: «Para llegar a ser padre se tarda nueve meses, pero para llegar a ser amigo de sus hijos se tarda toda una vida». Y a veces ni así se logra porque algunos llegan a ser padres simplemente por un principio de naturaleza no por una devoción, por la responsabilidad que le toca.

La amistad es un arte; hay que saberla cultivar. Es extraño pero a veces es más fácil hacerse amigo con el que no se conoce que con el que se convive. Si usted me presenta a fulano de tal, que trabaja en tal empresa y vive por tal lugar, en pocos minutos se desarrolla una relación y salimos siendo amigos.

Pero con la gente que convivimos, compartiendo lo mas íntimo, el techo, la comida, ¡cómo cuesta ser amigo! ¿Por qué? Porque nos conocemos demasiado bien, conocemos sus debi­lidades y por eso no le confiamos. Así en los negocios. Usted acepta muy bien un cheque menos a una persona que una vez, por alguna razón, le rechazaron el cheque, por eso usted no le acepta ni uno más.

Quisiera que tomáramos seriamente dos aspectos de la relación familiar: la relación con nuestros hijos, y por el otro ado, como hijos, la relación con nuestros padres. Los que

tienen el privilegio de tener todavía a sus padres en vida, les t o c a , como hijos, aceptar la amistad que ellos brindan.

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Normalmente, la amistad que un padre ofrece a su hijo no es una amistad que está programada, planeada, discutida y aprobada por ambas partes. Surge de una espontaneidad, de una necesidad de tener que convivir porque es la manera más económica para una familia vivir todos juntos, soportándose con cariño.

Vivir juntos no es quererse, es simplemente encontrarse muy cerca. Usted puede encontrar muchos hogares donde aparentemente hay armonía, pero simplemente saben actuar bien el programa y el teatro lo hacen muy bien. No se pelean porque no se hablan; no se deben porque nadie pide nada; no se empujan porque tampoco se arriman. Simplemente, cada uno sabe exactamente dónde le toca. Sonreír es simplemente un acto deliberado de la voluntad pero no es complacerse. La amistad no es simplemente una aprobación, es una complacen­cia de ambas partes.

1. Debemos aceptarnos Amigos míos, la cosa más difícil en nuestra sociedad y en

nuestra cultura es aceptarnos. En ocasiones los hijos llegan porque falló el plan de control de natalidad y a veces llegan porque ha sido añorado mucho tiempo. A los primeros se los aguantan porque vinieron «sin permiso» y los otros están so-breprotegidos con demasiado cuidado. En ambos casos el niño crece con angustia y sin espacio para desarrollarse.

Yo creo que ningún mortal en sus cabales se ofrecería el trabajo de ser padre o madre porque le sea «divertido». Es una gran responsabilidad y nada fácil. Algunos padres de familia dicen: «Si yo tuviera que empezar otra vez lo haría distinto». Lo decimos con sinceridad, pero la verdad es que quizás lo haríamos peor en vez de mejor.

Aceptarse es renunciar a la imagen que nosotros mismos nos hemos forjado de otra persona (en este caso nuestro hijo) que tal vez es simplemente un sueño. No sé de usted, pero cuando yo empecé en este oficio dije: «Voy a ser el padre ejemplar». Hago todo el esfuerzo para cumplir con mi ideal de

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padre, pero la realidad es que soy tan humano y mis hijos lo saben muy bien.

Si yo no me acepto a mí mismo, no puedo aceptar a mis hijos y menos aceptar a mis padres, por la frustración de aquella imagen ideal que tengo pero que nunca se hace realidad. Pero si nos aceptamos, no vivimos, CONVIVIMOS. Si yo acepto a mis hijos como son, con sus mañas y chifladuras, es aceptar que son Berberianes igual que yo. Es de la misma industria; mantienen el folklore propio de la familia. En el momento que yo los acepto, allí empezamos a convivir y nos entendemos. Y quizás no se hable mucho, pero en lo poco que se habla se puede decir mucho.

2. Debemos hablar Usted conoce aquellas familias que la sobremesa es silen­

ciosa y sepulcral porque quieren lograr una buena digestión. Ellos saben demasiado bien que si hablan se acabó la felicidad. También hoy hay muchos medios para evadir la conversación con los hijos. «¡Cállate y mira el programa!» «¡Cállate, que está hablando el fulano». Aunque no me importe lo que dice el fulano, mejor que el hijo no hable. La intención es evitar dis­cusiones y diferencias de opinión.

Nos hemos olvidado de lo agradable que es poder hablar aunque sea de cosas insignificantes; lo importante es con quien estoy hablando. O acaso cuando usted estaba en su noviazgo, ¿hablaba sólo de negocios muy serios? No me acuerdo lo que hablé con Martha, simplemente era una excusa para estar juntos. Amigos míos, nuestra relación de aceptarnos va a pro­bar que no importa de qué hablemos, nos gozamos hablando. No importa dónde vamos, es que estamos juntos. No importa en qué situación nos encontremos ¡qué agradable es estar con •os hijos!

¿Recuerda usted alguna vez cuando su hijo o hija buscó una excusa para no estar con usted? O quizás lo hicimos con n J ¡ e s t r o s

Padres. Puede suceder, pero el error más grave es emitirlo como normal. Hay momentos de bajón cuando hay

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malos entendidos o discordia, pero aceptarlo como normal es perder la guerra.

El hecho de tener que convivir con mis hijos o con mis padres no fue elección mía. Dios me ha puesto allí y yo delante de Dios soy responsable. No es algo que yo tuve que elegir, es algo de lo que yo tengo que rendir cuentas a Dios. Tal vez Dios nunca me pregunte cuánto éxito tuve en mis negocios pero me consta que voy a tener que rendir cuenta de mi relación con mi familia, con mis hijos. ¿Qué amistad cultivé con ellos?

Le voy a ser sincero: la amistad lo cultiva el grande, no el chico. El niño es un recipiente que recibe lo que nosotros le damos. Si yo le digo a mi niño que es un necio, que es un malcriado, que es un atrevido, que con él no quiero ir a ningún lado, pues ¿qué amigo me estoy echando? Diga lo mismo a un compañero de trabajo o a un vecino y creo que usted no sale muy vivo de eso. Pero cuando yo digo: «¡Qué gusto estar contigo! Cuénteme de cómo estás», nuestro hijo nos abre el corazón con alegría.

¿Cuándo fue la última vez que sus hijos le compartieron una opinión sincera que tenían de usted? Porque un amigo es sin­cero y se lo dice.

Me acuerdo una vez cuando mi hijo me habló con sinceri­dad sobre lo que pensaba acerca de mi carácter y mi modo de hacerlas cosas. Aunque me dolía, le dije: «Mira, creo que está acertado. Ayúdame a salir de esto, porque el hecho que te des cuenta hace que me tengas que ayudar porque otra gente no me lo dice».

Me dijo: «¿Te enojaste porque te lo dije?» «No», le dije, «lamento que sea verdad». ¿Quién sabe mejor que un hijo que vive con uno? Le pregunté: «¿Qué cosas hago que te caen mal?» Y cuando me dio la ilustración tuve que darle la razón-Es mucho mejor admitir donde está el error que empezar a justificarlo. Cada vez que yo me justifico alejo a mis hijos de la amistad.

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3. Debemos renunciar a intereses personales Si de veras yo quiero cultivar amistad con mis hijos, tengo

que deliberadamente cultivar una renuncia a mis propios intereses. Yo no puedo ser padre y al mismo tiempo buscar objetivos egoístas en la vida.

Antes de lograr mis objetivos debo ayudar a que mis hijos logren sus objetivos. El momento que yo llego a ser padre el egoísmo terminó y debo tomarles en cuenta. Cuando yo sacri­fico el bienestar de ellos por unos amigos míos, mis hijos pasan a ser mis enemigos. Cuando yo sacrifico la relación con ellos por unos pocos pesos más, mire, me va a salir más caro por­que al fin y al cabo lo que gano es para compartir con ellos y si ellos necesitan más de mi tiempo, pues, mejor planificar dárselo.

¿Cuántas veces ha conocido usted gente que llenan de bienes a sus hijos pero nunca se dan ellos mismos a ellos? «Hijo, ¿querés este libro? Te lo compro. Si querés aquel apa­rato, te lo compro». Y simplemente es un montón de bulto que no compensa la ausencia de un padre. Por qué no tira todo eso y se ofrece usted mismo diciendo: «Mira, ¿qué querés que hagamos juntos?»

Por el tipo de vida que tengo yo, me toca estar muy ajustado en horarios. Me acuerdo un día, llegué a casa y mi hijo tenía su juguete allí, desarmado. Cuando lo desarman es un placer, pero cuando lo vuelven a armar, se molestan porque no fun­ciona. Sólo entrando yo, se me vino como que fuera cosa de vida o muerte, «Papá, mira, necesito que me ayudes con este juguete». «¿Qué pasó?» «Es que no funciona». «Mira, hijo, es que yo tengo...» «Ya sé, no tienes tiempo. Eres una persona muy ocupada...» Me sentí encajonado, así que le dije: «Tengo unos minutos y te voy a ayudan>.

Bueno, yo tengo fama de llegar temprano a mis compro­misos, pero ese día llegué como diez minutos tarde. El encar­gado de la reunión estaba nervioso, pensando que yo no iba a llegar. «Y ¿qué le pasó?» «Es que tenía un compromiso '^portante, por eso me demoré».

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Lo interesante es que, a los dos meses, cuando viajaba de Guatemala a Cobán con mi hijo, estábamos platicando. Le dije: «Mira, ¿pensás que soy un buen papá?» «Sí», me dijo. «Bueno, y ¿por qué pensás que soy buen papá?» Pensó durante un rato y luego dijo: «Es que me ayudas cuando no me funcionan los juguetes.»

Señores, el sacrificio no es para hacerse monumento, es para suplir la necesidad del otro. ¿Qué es lo que necesitan mis hijos? Yo estoy dispuesto a sacrificarme. Eso es lo que vale, si es que de veras queremos ser amigos de nuestros hijos. ¿Cuándo fue la última vez que usted sacrificó un gusto muy personal suyo para que su hijo se sintiera que de veras es una persona im­portante en su vida?

Cuando los niños están pequeños, los papas muchas veces son muy ocupados, gente muy importante que no tiene tiempo para los hijos. Pero cuando los hijos son ya jóvenes o adultos y los padres tienen más tiempo, los hijos ya no tienen tiempo para ellos tampoco. Los padres preguntan: «¿a dónde vas?», y le contestan: «¿qué te importa ahora? Cuando yo era niño y le preguntaba algo, siempre estabas ocupado leyendo el diario; y ahora ¿por qué tanto le interesa saber de mí?» Es que nunca se cultivó una amistad y ya de grandes, usted no lo puede imponer de una vez.

¿Qué pasaría si alguien viniera con una pistola y dijera: «Mire, fulano, ¿quiere ser amigo mío, sí o no?» «Pues, sí. ¡Qué otra me queda!» Cuántos de nosotros, como padres, nos vale­mos de nuestra autoridad y decimos: «Hijo, véngase acá. Quiero que platiquemos». «Está bien», «¿qué tienes que decir?» «Nada.» «¿Por qué nada?» «No sé.» ¿Le ha pasado a usted? Los hijos no hablan porque nunca se les enseñó. Como padres les enseñamos a caminar, a comer, cómo hacer sus tareas. Pero nunca les enseñamos cómo hacerse amigos. Quizás usted dice: «pero a mí tampoco me enseñaron». Pero el error de otro no es para reproducirse sino para corregirse, ¿no cree?

Hay una escritura en 1 Juan 3 que dice: «Mirad cual amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios.»

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¡Qué hermoso es llegar a ser hijo de Dios! ¿Cómo es eso? Es que a Dios le dio la «gana» de que sea así. Jesucristo vino para pagar el precio para que eso sea así. Yo nunca hubiera sido hijo de Dios si Jesucristo no hubiera venido a este mundo, entre­gándose a sí mismo, muriendo en la cruz, ocupando mi lugar.

Amigos míos, la paternidad es una cosa, y la amistad es otra. Mi paternidad para con mis hijos está registrado en la Municipalidad y hasta pueden pedir fe de edad y aparece que yo soy el papá. Pero eso no dice nada de relación ni de con­vivencia.

El problema más serio que yo veo es que, de acuerdo a los principios de Dios, nosotros como padres tenemos la función de proyectar la imagen de Dios a nuestros hijos y eso es lo que a mí me asusta. ¿Sabe por qué algunos no quieren rezar el Padre Nuestro? Porque ya con el padre que tienen en casa les basta y sobra ¿para qué un Padre Celestial? Mejor no.

Señores, esto es grave, es serio. Muchos de nosotros hemos fallado en la imagen que hemos proyectado. Pero ¿quiere que le diga una cosa? Hay remedio al mal. Porque si yo estoy dispuesto a renunciar a mi egoísmo, mi orgullo y mis caprichos, Dios está dispuesto a sanar toda relación y permitirme crear una amistad como nunca. Tal vez sea más difícil, pero no imposible.

«Mirad cual amor nos ha dado el Padre que seamos llama­dos hijos de Dios.» Le costó su propio hijo. Hay señores que no sacrifican su partido de fútbol para hacerse amigo de sus hijos. ¿Qué tiene que perder? Si usted pierde el partido, luego en la prensa o en la televisión le van a decir quién ganó. Y si no dicen nada, de todos modos no perdió la oportunidad de cultivar amistad con su hijo.

Dios quiere usar mi vida y la suya como padres, de proyec­tar tal amistad a nuestros hijos que cuando piensen del Padre Celestial, piensen: «¡Qué bonito! Si mi papá, con todas sus mañas y chifladuras, era bueno, ¡qué bueno será el otro! A pesar de s U S limitaciones, hicieron como pudieron». Tristemente, señores, muchos hijos lloran en el velorio de sus padres pero

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no dicen nada, que si hablaran, tal vez mirarían a todos los amigos de sus papas y dirían: «por esos fulanos yo nunca tuve amistad con mis padres».

Señores, ¿quiénes son los que roban la oportunidad de ser amigos genuinos de nuestros hijos? Los hijos que Dios me ha dado a mí y le ha dado a usted son simples visitas en casa por unos años. Tarde o temprano se van a ir a hacer su vida y luego serán amigos a distancia. En el poco tiempo que nos toca tenerlos, que Dios nos dé la gracia y la sabiduría de hacernos amigos genuinos, amigos en el sentido que le damos protec­ción, seguridad y comprensión.

Y la última pregunta es: ¿Es Jesucristo el Señor que gobier­na mi vida y me instruye para que sea amigo de mis hijos? ¿Es El quien toma las riendas de mi vida para que el resultado inmediato con mis hijos sea una amistad agradable a pesar de los problemas, a pesar de los sinsabores de la vida, a pesar de lo que viene? Si no, ¿por qué no empezar por allí? Le garantizo: si nosotros permitimos que Jesucristo se haga caigo de nuestra vida, El no sólo va a sanar las heridas del pasado, nos va a dar maneras creativas en las cuales podamos cultivar esa amistad.

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Capítulo 6

EJE DE UNA SOCIEDAD PRODUCTIVA

Nuestra sociedad es compleja y tiene su base en la produc­ción de bienes materiales para asegurar la subsistencia de la misma. Al hablar de la PRODUCTIVIDAD, estamos hablando del aspecto más moderno en nuestros días, pero lamentable­mente sólo se piensa desde una perspectiva humana de la productividad.

La prensa, radio, televisión, etc., solamente ven en sus en­foques el problema económico, la pobreza, la superpoblación, la falta de alimentos básicos, la desnutrición. Pero ¿será posible que Dios haya creado un mundo y se le esté acabando la comida? ¿O será que es la única manera que Dios está usando para ver si el hombre le busca y se arrepiente de sus malos caminos?

¿ERES PRODUCTIVO Y RESPONSABLE?

La verdad es que algunos de nosotros sólo ocasionamos problemas en nuestros trabajos. Sin embargo, el principio es: LA PRODUCTIVIDAD ES PARTE DE LA CARACTERÍSTICA FUNDAMENTAL DEL HOMBRE Es un elemento que el hom­bre posee en sí mismo por el solo hecho de señorear sobre la creación total (Salmo 8:5-6).

Cuando se habla de la responsabilidad del hombre, estamos

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pensando en el tipo de responsabilidad que la sociedad actual demanda. Es una responsabilidad que se debe manifestar en supervisión y vigilancia.

ORDENADO POR DIOS

Sabemos que nuestro Dios es un Dios de orden y de prin­cipios. Por ello, Dios proyecta su voluntad a través de orde­nanzas, mandatos y demás enseñanzas que su Palabra muestra.

Cada demanda que Dios tiene sobre el hombre, cada requi­sito que establece, cada mandato, refleja esa característica de ser un Dios de orden. Por ejemplo, vemos en la naturaleza la ubicación del sol, conforme transcurren las horas del día. Dios ha establecido un orden a todo. Dice Juan 1:3: «Todas las cosas por El fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho».

Qué diría usted si Dios creara el sol y la luna y de pronto colisionaran y luego se escuchara una voz desde el cielo di­ciendo: «Disculpen, esto sí que salió un poco mal». Difícilmen­te habría sobrevivientes para escuchar esto. El hombre vive con una calma absoluta pues sabe que esto no puede suceder porque el Creador es un Dios de orden.

Dios delega en el hombre la productividad en el mundo. El ser más complicado que Dios ha creado es el hombre y todo lo que Dios ha hecho produce algo. No puede ser de otra ma­nera, puesto que El es un Dios de orden y de perfección. En el mundo actual, hace falta producir y hacerlo con respon­sabilidad. Hay hombres que no producen ni siquiera lo que consumen. No existe productividad porque no hay respon­sabilidad.

INTERRELACIÓN CON EL PRÓJIMO

El hombre productivo y responsable desarrolla una interrelación con el prójimo, se convierte en un eje para poder rendir y aportar al prójimo y no para sí mismo únicamente.

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Dios dispuso que el hombre esté sobre los animales y toda la creación para que la haga productiva. Pero esencialmente la productividad necesita desarrollarse en interrelación con el prójimo, y la Biblia nos enseña que tenemos que amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Cada acto o trabajo que desarrolla el hombre tiene que ser encaminado a buscar que se obtenga productividad para la honra y la gloria de Dios. Con ello realmente estaremos con­tribuyendo al prójimo y evitando caer en actitudes individua­listas que no glorifican a Dios.

Notemos que a veces el prójimo se llama «cliente». Y alguien ha dicho que los humanos tendemos a vender todo lo que a nosotros no nos sirve. Cuando el hombre va a vender algo dice: «Esto es lo mejor que hay, es una buena oportunidad, es lo más práctico y de mejor calidad que existe». Pero cuando se aleja el cliente luego de pagar dice: «Qué negocio el que hice». Cuando va a comprar algo dice lo opuesto: «Esto no sirve, esto no vale tanto», y empieza a regatear el precio y cuando termina de comprarlo dice para sí: «Qué buena opor­tunidad tuve». Esta es la perspectiva que muchos tenemos acerca del prójimo.

Pero cuando existe productividad y una buena interrelación con el prójimo, no puede haber engaño. Cuando existe produc­tividad todo es distinto, hay interrelación y ayuda al prójimo.

Usted recordará el relato de Lucas 10:30-37 donde se habla del "Buen Samaritano". Alguien cayó en manos de ladrones y lo dejaron medio muerto. Pasa una persona pero únicamente lo mira y quizás piensa que no es socorrista ni bombero. Por ello el Señor Jesús, a través de este relato, lo que cuestiona es el aspecto humano. Pues en algunas cosas simplemente hay que ser lo suficientemente humano y tomar iniciativa, tal como lo hizo el samaritano.

Nosotros, como hombres cristianos, somos miembros de una sociedad que produce, pero como cristianos somos ejes de esa sociedad. Establecemos la norma, establecemos el patrón a seguir. En este sentido, tenemos el deber de dejar de tratar

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a las personas como «el cliente número tal», y tratarle pensando que también es un humano, es un prójimo.

La Biblia requiere muchas actitudes para el pueblo de L ios, en relación con la moral y la ética pero vemos que la produc­tividad de algunas empresas está basada en el engaño, pues en algunos negocios la libra pesa 16 onzas y en otros un poco menos. Ahora pensemos, ¿cómo puede vivir un hijo de Dios que está produciendo en una sociedad así? La única respuesta valedera es que uno debe convertirse en el EJE y no en el satélite de los problemas de la sociedad.

Si uno cambia, todo será distinto, porque Dios está de nuestra parte si hacemos su voluntad. Tal vez no llegue a ser muy rico, materialmente hablando, pero tendrá paz en su corazón, y podrá producir a favor del prójimo y, por consi­guiente, de la sociedad misma.

¿QUÉ TAL LA RELACIÓN CON SU JEFE?

Este punto quizá sea algo muy difícil de aceptar pero es una realidad y una necesidad en la vida de todo hombre que desea convertirse en el eje de la sociedad productiva. El hombre, como un ser productivo y responsable, tiene que admitir que está sujeto a autoridades superiores, siempre está arriba de nosotros otra persona. En Efesios 6:6 dice claramente: «No sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios».

Esto significa que uno no debe buscar que le vean trabajar sino hacerlo porque Dios está encima de nosotros. Si uno es empleado, tiene un jefe; si es jefe, pues tiene a un director o gerente, y el gerente está bajo el presidente de la empresa. Pero si usted es el presidente de la empresa, tiene un Dios que le mira desde arriba.

No debemos tergiversar el concepto de que, por ser nuestra propiedad algún bien, podemos hacer lo que se nos antoje, puesto que tenemos conciencia de que hay que hacer lo que

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Dios manda. Quien ajusta los ejes es el Señor mismo. Ante este planteamiento uno se pregunta: ¿dónde está el empuje de pro­ducir del que hablamos anteriormente? El empuje estriba en la responsabilidad.

Si revisamos la historia y nos remontamos a las culturas prehispánicas, notamos que para los Incas, los Aztecas y los Mayas, el trabajo de labrar la tierra era casi un culto religioso. No era un afán de ver qué gano o qué vendo. Había una práctica casi ceremonial en la producción de la tierra. Yo estoy seguro de que, por lo menos a nivel de países latinoamericanos, si el indígena dejara de labrar la tierra nos moriríamos de hambre todos.

Interesante resulta notar que, sin conocer a Cristo, ellos tenían honradez. Nosotros que conocemos a Dios y creemos en Cristo como nuestro Salvador debemos darle honra en nuestro trabajo.

Somos nuevas criaturas y tenemos la responsabilidad de ser un eje en una sociedad productiva. En este sentido, debe enten­derse que no es una tradición, sino es una experiencia, es un confrontamiento con un Dios vivo dentro de nuestra profesión, dentro del negocio, de la comunidad o dentro de la empresa donde estamos. Entonces el trabajo ya no es una amenaza, o una carga, sino un auténtico placer, una realización del hombre.

En Salmos 118:24 se nos dice que este es el día que Dios ha hecho para que sus hijos demuestren lo que Él hace en sus vidas. Nos dice que debemos gozarnos en él; no es sólo para el día del servicio o del culto. Los lunes nos cuesta llegar al trabajo y el viernes quisiéramos hasta irnos más temprano. Los lunes como los viernes son días que Dios ha hecho, y uno tiene el compromiso para con el prójimo. Tal vez sea colérico o neurótico, pero al fin y al cabo hay uno por encima que es mucho más exigente en todo lo que uno haga. Un día seremos llamados y rendiremos cuentas de todo delante de Dios.

Uno puede engañar a todo el mundo, pero a los ojos de Dios no se escapa el engaño. Dios para nosotros no es una amenaza, es una bendición. Nosotros, los cristianos, tenemos

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la sagrada responsabilidad delante de Dios de ser ejemplo en todo, aunque la gente nos mire con cara de ridículo y diga «pobre tonto».

LA CREATIVIDAD EN EL TRABAJO

El hombre no es un robot programado, tiene una creatividad continua. El hombre, cuando fue creado por Dios, recibió la capacidad para progresar, sea joven o sea viejo. El hombre no fue creado para «jubilarse» y ya no usar su creatividad, tema de la obra teatral «Te jubilaste, sonaste" popularen la Argentina

en los años 50. En la vida normal, el hombre es tan práctico y creativo que

va cambiando las cosas para no estancarse. Con la edad, se van adquiriendo y trazando nuevas perspectivas, nuevas metas. Un joven de 20 años no tiene las mismas motivaciones para el trabajo que una persona de 50 años, tienen una proyección distinta.

Una sociedad no puede funcionar sólo con jóvenes, ni tam­poco podría sólo con viejos. Se complementan el uno al otro. Por eso es que uno de los problemas más grandes dentro de una sociedad productiva como la actual es considerar que los viejos no sirven para nada. Pero en la vida, de acuerdo con el plan de Dios, hacen falta viejos como jóvenes. Dios es tan sabio que en el traslape de generación a generación usted tiene dos polos que en vez de alejarse se unen. La creatividad del hombre debe ser constante y no se pierde con la edad, únicamente cambia la motivación y la proyección.

APRENDIENDO DEL PASADO

Uno no puede negar la herencia cultural del pasado. El hombre no puede decir «a mí no me interesa lo que pasó allá atrás», porque sobre el pasado se va acumulando lo que se hará en el futuro.

Cuando hablamos de ser herederos del pasado no simple­

mente nos referimos a tradiciones y costumbres, sino también a las lecciones que aprendemos; si es industria, agricultura, comercio o cualquier actividad de la vida humana.

La herencia del pasado es toda una escuela para nuestras vidas, siempre y cuando podamos asimilarla para que tenga una aplicación personal en el desarrollo de nuestras actividades y decisiones que tomemos en la vida.

Lo que se estudia hoy es la capacidad que permita apren­der del pasado. El hombre conscientemente debe orientar su productividad en función de la herencia del pasado. El pasado representa una lección para el presente y una advertencia para el futuro.

RESPONSABLE DEL PRESENTE

El hombre además de ser heredero del pasado, tiene una responsabilidad en el presente. Esto se manifiesta en el cuidado de los bienes que se nos han dado por parte de Dios para nuestro beneficio.

Los cristianos somos responsables por todo lo que tengamos que administrar. Al fin y al cabo, como seres humanos y como hombres, somos los administradores de los bienes que Dios ha puesto a nuestra disposición. La naturaleza también es respon­sabilidad nuestra preservarla, lo que llamamos ecología.

Uno puede botar la basura en cualquier lado, pero el daño se lo hace a uno mismo. Cuando se está en relación directa con Dios, el egoísmo, el capricho, o el enojo se dejan de lado y se ajustan a lo que la voluntad de Dios establece. Hay un dicho que nos hace reflexionar en este sentido: «Los turistas piden sol y los campesinos quieren lluvia».

Al hombre le toca ser el mayordomo fiel y responsable de •o que se ha asignado. Donde el hombre pasa se echa a perder la naturaleza. Como cristianos debemos ser más responsables

cuidar nuestro mundo, una verdadera ecología cristiana.

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DESAFIADO POR EL FUTURO

El futuro nos presenta un desafío, el cual tenemos que enfrentar con toda seriedad y decisión. La única manera de enfrentar el reto del futuro es con una estrategia cristiana. Los políticos tienen una mentalidad particular, los industriales tie­nen otra, la gente de campo tiene otra, etc. Usted ve que cada uno tiene una salida al problema. ¿Será que Dios tiene la respuesta a todo esto? Mire lo que dice Eclesiastés 9:10: «Todo lo que te viniera a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el sepulcro, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría».

Ahora pensemos, ¿cuál es la filosofía de nuestros días? Es la mayor productividad con el menor esfuerzo, sin importar cómo acaben las cosas. Pero para los cristianos no debe ser esta la perspectiva. Debemos adoptar una estrategia cristiana para un mundo convulsionado y lleno de destrucción, y ser «sal de la tierra». No es cuestión de evadir trabajo, sino hacer todo el trabajo debido.

Otro versículo que nos puede ayudar a entender el desafío del futuro está contenido en 2a Pedro 3:14: «Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con dili­gencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz».

Preguntémonos, ¿en qué nos debe encontrar irreprensibles? En todo. Si el Señor Jesucristo viene ya, El nos puede encon­trar en el desarrollo de una estrategia cristiana en nuestro modo de vida, porque somos la luz del mundo.

Al mundo le interesan las personas que tienen algo que ofrecer como alternativa a los problemas. Los cristianos tene­mos la respuesta de Dios. Debemos construir los caminos por los cuales pueda caminar la demás gente.

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Capítulo 7

LA MOTIVACIÓN AL TRABAJO

¿Cuáles son las preguntas típicas de la gente?: «¿Dónde trabajas? ¿Cuánto ganas? ¿Cuándo te han ascendido? ¿Cuánto te dieron de aumento?» Pero, ¿alguna vez te preguntaron si lo que te pagan vale por lo que trabajas? ¿O si has estafado a la empresa robando tiempo o dignidad? Nadie pregunta eso aun­que sea cierto.

Si a uno le aumentan nos felicitan, si nos ascienden nos dicen: «¡Qué suerte tienes!» Pero: ¿Trabajas? No. ¿Cuál es el elogio más grande que alguien tiene? Que cuanto menos tra­baje, más gane. Hemos llegado a la idea que el trabajo es una maldición cuando en realidad el trabajo es lo único que le dignifica a uno.

Cierta vez llegó alguien a pedirme que lo ayudara porque buscaba trabajo. Me dice:

«Mire, hermano, busco trabajo y no encuentro. Ayúdeme». «¿Cuánto tiempo ha estado sin trabajo?» «Ocho meses.» «Ay» le dije, «yo me junto al club de usted. Si usted puede

vivir ocho meses, bien alimentado y sin trabajar, dígame cómo 0 hace, porque usted es un genio, merece un monumento...

y ¿quién es el tonto que lo mantiene?»

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QUÉ ES EL TRABAJO

Es interesante que el trabajar no necesariamente implica ganar, pero hay gente que no hace nada a menos que se le pague y que se le pague bien. La realidad es que hay tantos quehaceres en la vida por los cuales no hay un «sueldo», no hay ganancias en billetes pero por los cuales hay otras recompensas reales. Ganar y trabajar no es sinónimo.

Trabajar tampoco tiene que ver siempre con producir, aun­que muchas industrias producen ropa, herramientas, libros, juguetes, etc. Imagínese si yo tengo una funeraria, ¿qué «pro­duzco» yo? Lo que doy es un servicio a los que pierden un ser querido, y cuando más gente muere, más «ganancias» tengo. ¿Cuándo «ganan» más los bomberos? ¡Cuándo hay más in­cendios!

¿Qué pasa con el agricultor? Si usted ha visto en el campo, que produzca la tierra depende de Dios. Uno trabaja la tierra, pero no por eso siempre produce la cosecha que uno anhela. Si no llueve, por gusto uno cree que está produciendo. El campo de maíz puede lucir plantas bien altas, pero viene uno de estos ventarrones y el maíz está en el suelo. ¿No trabajó la persona? Sí, trabajó. ¿Produjo? No. ¿Para qué trabaja uno entonces? Trabaja para dignificarse.

Trabajar tiene que ver con dignidad, con responsabilidad y con capacidad. Yo puedo trabajar en algo porque me dignifica trabajar, puedo aún trabajar con responsabilidad y esmero porque sé que así se tiene que hacer. Pero se puede dar el caso de que en mi trabajo haga más daño que bien. ¿Por qué? Porque no sé desempeñar ese cargo, no tengo preparación para esa tarea, no es mi lugar. Hay albañiles que saben de construcción y saben usar la cuchara de albañil. Yo no sé de eso, pero si me piden dar una clase, enseñar un curso, o dictar una conferencia, eso sí es mi área porque me preparé para hacerlo y es mi vocación.

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NEHEMÍAS Y LA CONSTRUCCIÓN DEL MURO

Venga conmigo a un pasaje bíblico en el Antiguo Testamen­to en el libro de Nehemías. Israel ha regresado del cautiverio, está construyendo los muros, está construyendo Jerusalén. No por eso tiene muchos amigos. Si usted progresa, va a caer mal a aquel que está estancado. Le va a hacer la guerra.

Leamos en Nehemías 4:6: «Edificamos pues el muro, y toda la muralla fue terminada hasta la mitad de su altura». ¿Por qué? ¿Les iban a pagar un sueldazo de primera? ¿Iban a recibir un premio, una medalla de oro, un reconocimiento, un puesto político? No. Edificaron el muro «porque el pueblo tuvo ánimo para trabajar». ¿Qué era? Era reconstruir algo que hacía falta. Lo único que necesitaban era ánimo para trabajar.

¿Sabe una cosa? No hay nada peor que una persona des­animada. Bueno, usted nunca lo escuchó pero imagínese que alguien dijera: «Ay, otra vez me toca ir a trabajar, yo me cansé de eso». O ha oído alguna vez a otro que diga: «Otra vez el lunes hay que ir a trabajar. ¡Qué rico estaba el fin de semana!» ¿Por qué? «Es que, vos vieras, donde yo trabajo, no da ganas ir.» Pero uno no va por las ganas.

¿Alguno de ustedes le da ganas de ir al dentista? «Ay, ¡qué rico! Voy al dentista a abrir la boca para que me haga hoyos allí.» Pero si no se saca petróleo perforando allí. Uno va, abre la boca y cuando terminó el dentista, se le paga todavía encima y le dice gracias. ¿Por qué? Porque la necesidad lo obliga.

Es muy interesante que si el pueblo judío es lo que es, es porque esto es la mentalidad que tiene. Tome un punto histórico de Israel hoy. Hace 45 años la mitad del territorio de Israel era desierto y la otra mitad era un pantano.

Cuando llegaron los judíos habían entre ellos médicos, abogados, ingenieros, de todo. Dicen que había un médico para cada cinco israelitas que estaba allí. ¿Y qué hicieron todos estos Profesionales? En el norte empezaron a drenar los pantanos Para poder cultivar la tierra. Al sur empezaron a traer agua (aunque sea salada) para que pudiera producir. ¿Y sabe cómo

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era?: «Mire, doctor, páseme esa herramienta». «Cómo no, li­cenciado.» Y así iba la cosa, trabajando todos con ganas.

Recuerdo en 1969 cuando con mi señora estuvimos en Israel, en el desierto, cerca de Jericó, conocimos a un señor que estaba trabajando con el invento llamado riego por goteo. Tenía un pedazo de terreno con un plástico encima y él abajo haciendo sus experimentos con cinco o seis personas. Él tenía cuatro doctorados y un montón de reconocimientos, era un genio. Yo le pregunté por qué no estaba en la universidad. Me contestó: «No, estoy trabajando la tierra, ¿para qué estar en la universidad? Yo tengo que probar cosas aquí». Ahora, hasta en Guatemala venden el invento del goteo. ¿Sabe por qué? Porque tienen el ánimo de trabajar.

¿TE ENSEÑARON A TRABAJAR?

¿Sabe una cosa? Todo lo que hacemos en la vida, alguien nos lo tuvo que enseñar. Cuando yo era niño me enseñaron a caminar, me enseñaron a comer solo. No sé de usted, pero cuando yo empecé a comer sólito dejaba comida por todos lados menos en la boca, hasta que al fin lo aprendí. Y así íbamos aprendiendo a vestirnos, a guardar nuestras cosas, a leer y escribir y tantas cosas más.

Pero ¿a cuántos de nosotros nos enseñaron a trabajar, a ser disciplinados en hacer algo? Si no lo sé hacer, ¿cómo puedo hacerlo con ánimo? Imagínese, si usted nunca estudió meca­nografía y le piden escribir a máquina, ¿cómo lo podrá hacer, con o sin ánimo?

Si no nos han enseñado a trabajar, ni a gente llegamos. Me pueden educar pero ¿para qué? Para que consiga un empleo donde gane mucho pero no produzco nada.

La gente que más ha logrado en la vida empezó a trabajar pero con ganas. ¿Alguna vez usted entró en MacDonalds a comer una hamburguesa? Fue fundado por Ray Kroc, un hombre que no tenía mucha escuela pero sabía trabajar. ¿Sabe

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lo que hizo? Calculó todo para que el cliente pudiera garantizar que en un mínimo de tiempo le saliera la misma hamburguesa, el mismo tamaño, mismo sabor y a un buen precio. Y ahora la gente hace cola para comer una hamburguesa en Mac­Donalds. El punto era sincronizar el trabajo, haya mucha gente, haya poca gente, sea domingo, sea lunes, la hamburguesa sale igual. Ese señor estaba pensando ayudar a la gente a que coma bien y sin esperar y terminó ganando bastante dinero.

UN MANDAMIENTO: TRABAJAR

Vamos a otro pasaje más. En el libro de Éxodo 20:8-9 tenemos el cuarto mandamiento. Dios da una orden clara: «Acuérdate del día de reposo para santificarlo; seis días tra­bajarás y harás toda tu obra.».

Esto es una orden más dura que la de un militar. No dice: «trabajarás cuando tengas ganas de trabajar» o «Trabajarás si necesitas dinero» o «trabajarás si consigues un empleo que te guste». No. Dice sencillamente: «Trabaja seis días, haz toda tu obra».

¿Qué pensaría usted si yo dijera: «Mire, yo he logrado descansar seis días y trabajar sólo uno». «¡Qué suerte!», dirías, «¿cómo lo haces?» Pero ¿cree usted que yo voy a honrar a Dios con eso? Cuando Dios estaba dando la orden de trabajar seis días, no estaba pensando en que si el hombre no trabaja se desarma el mundo. No es que Dios contrató una raza que le hiciera el servicio doméstico. Usted sabe mejor que yo que donde el hombre no ha metido la mano, la naturaleza está me­jor conservada.

En Guatemala, por ejemplo, los bosques de Peten eran muy bonitos hasta que el hombre empezó a cortar todo para vender la madera y ganar dinero. El hombre no está haciendo ningún favor a la tierra, Dios no necesita a nosotros para que cuidemos a la tierra, la pobrecita. Nosotros la arruinamos. Dios nos mandó trabajar para nuestro bien, para sentirnos útiles y con dignidad.

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Observe usted la frase de la ley que dice: «Acuérdate del día de reposo...» Yo tengo que recordarlo. Pero el versículo siguiente dice «seis días trabajarás» quieras o no quieras, te guste o no te guste, entiendas o no entiendas. ¿Para qué? «Y harás toda tu obra.»

¿POSPONER O ADELANTAR LOS TRABAJOS?

Hay un refrán que aprendí siendo pequeño: «No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy». Pero la realidad de hoy es: ¿para qué hacerlo hoy si mañana lo puedo hacer? La gente es­tá acostumbrada a posponer todo y hacer cosas a última hora. Si no me cree, fíjese en como la gente sale a trabajar en la mañana: sale corriendo, la mayoría con diez minutos de atraso. Se pelean por subir primero en el transporte público. Algunas damas todavía se están arreglando la cara en el automóvil y acomodándose el pelo.

Ahora, la ley da a entender dos cosas: primero, yo tengo que trabajar, quiera o no. ¿Sabe por qué? Porque así formo el hábito de trabajar. Me acostumbro a una rutina saludable y productiva. ¿Conoce usted a personas activas que se despiertan a la misma hora, sea día de semana o feriado? Están acostum­brados a trabajar y se sienten logrados haciendo algo.

¿Cuánta gente conoce usted que, cuando se jubilan, pierden la salud? ¿Por qué? Porque perdieron dignidad, perdieron la satisfacción de ser productivos y útiles.

En los años 50 se hizo muy popular en la Argentina una obra de teatro titulada Te jubilaste, sonaste. Presenta a un señor que es empleado ferroviario pero añora jubilarse. Al fin y al cabo logra su trámite para que lo jubilen y todos lo felicitan. El está muy contento y dice: «Ahora sí voy a estar en mi casa a mi gusto y con tranquilidad». Pero después de 35 años de trabajo se encuentra con el colmo de que le corren de todos lados. Durante el desayuno le reprochan que no sirve para nada. Luego le preguntan: «¿Y no vas a irte? Contigo aquí no puedo limpiar, sólo estorbas». Entonces él va al negocio donde trabaja

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un amigo y luego de un rato su amigo le dice: «Mira, si no venís a trabajar, por lo menos déjame trabajar a mí». Al final el señor termina en un parque sentado, hablando solo, diciendo: "¿De qué me sirvió jubilarme? No encajo en ninguna parte." ¿Por qué? Porque el hombre no está hecho para el ocio, debe hacer algo útil. ¿Por qué? Porque Dios nos dignifica con el trabajo y con los años nos va más fácil muchas cosas.

Observe esta ilustración: un matrimonio se casa, tienen su hogar y no les alcanza el tiempo para todos los trabajos de la casa. Por otro lado, hay un matrimonio con bastantes años de casados, una señora con poca salud realmente, pero le alcanza el tiempo para hacer oficio, cuidar los nietos y atender otras cosas. ¿Cómo lo hace? Simplemente el proceso de los años le ha hecho más hábil.

TRABAJAR EN LO NUESTRO

Hablando de la mayordomía cristiana y de las diferentes responsabilidades que cada uno tenemos, me pregunto: ¿cuán­tos de nosotros hacemos la obra que no es nuestra y no hacemos la nuestra? Dice el libro de Cantares 1:6 «Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé».

A veces no tenemos la suficiente firmeza de decir: «Dis­culpe, ese no es mi trabajo, es el suyo. Pienso que nos pare­cemos a los bomberos, apagando incendios de todo el mundo. Si yo no sé lo que debo hacer y cuál es mi responsabilidad, me hago esclavo de los demás. Si no me cree, cuando le preguntan ¿qué vas a hacer hoy? diga ¡nada! y va a terminar haciendo favores a medio mundo. Mejor, cuando se levante, sepa lo que va a hacer porque si no, se lo ofrecen. Todo el mundo anda buscando algún burrito para ayudarle en las tareas. Mejor el burrito se amanece con la carga encima: «Ya no tengo espacio, doncito, ando cargado ya». Si le piden hacer favores Pero no es prioridad para su vida, diga con firmeza: «No tengo tiempo hoy, ya está programado mi día». ¿Lo ofendí? Quizás, Pero me dignifiqué.

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Usted conoce el caso de un padre de familia que atiende los gastos de sus hijos, sus estudios y todo, y ya de grandes a ve­ces los hijos vienen a pedir que le siga dando y dando. Por dignidad del padre y del hijo, mejor decir: «Ya ese gasto va por cuenta tuya, eres un hombre ya». Y nos hacemos un bien ambos.

Amados míos, el mandato es trabajar. La naturaleza, cuando uno trabaja, gana. Y si yo trabajo honradamente, Dios me hace producir, porque Dios es un Dios de orden. Usted planta la milpa, cosecha maíz. Planta papas, y cosecha papas. Y ¿usted cree que Dios va a decir: «Anda, trabaja» y como broma no ganemos nada? No. Dios es más honrado que lo que nosotros pensamos. Y a Él daremos cuentas tarde o temprano. Aunque el jefe no nos controla demasiado, el Señor sí ve todo y sabe todo.

Si trabajamos, es porque queremos cumplir con la ley de Dios, no porque me lo exigen. Aunque mi jefe o mi patrón o la necesidad no me lo exige, Dios me lo está pidiendo. Yo ten­go que cumplir con Él. Sea llegar a la empresa, la oficina, la fábrica, o si tomo el compromiso de ensayar en el coro, o si acepté el compromiso de juntarme con los vecinos a pintar el bordillo, lo que sea.

CAPACIDAD Y RESPONSABILIDAD

Las dos cosas que debo preguntarme para evaluar mi trabajo son: ¿Tengo la capacidad? Pues, Dios me la dio y es para usarla. Y luego preguntarme: ¿Tengo la responsabilidad de hacerlo? Más vale no evadirlo.

A veces delegamos responsabilidades que nos toca enfren­tar nosotros. ¿Qué pensaría usted si yo le dijera a un amigo: «Mira, vos, hacéme la campaña de ir a mi casa y hacer de marido una semana porque ando desganado?» Quizás nunca lo diría, pero si no cumplo con mi obligación, abro la puerta a que otro lo haga. Nadie puede sustituir mi obligación y mi responsabilidad.

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Quien delega responsabilidad renuncia a su dignidad. Cuántas veces a usted le han dado un trabajo, y usted lo pasó a otro quien lo sabía hacer mejor; y cuando se dio cuenta, perdió su empleo. Mejor lo haga usted, mal o bien. Voy a enfrentar mis propias responsabilidades porque a mí me pidie­ron y con el tiempo todo se aprende.

Yo empecé trabajando en una compañía de seguros en Buenos Aires cuando me gradué de Perito Contador en 1959. Hace unos años regresé y pasé por esa misma compañía. Reconocí a un compañero de trabajo que todavía está sentado en la misma oficina, viejo y gastado. Está en la misma posición. ¿Sabe lo que me dijo?: «Me obligan a jubilar antes de tiempo porque yo no entré a computación y eso, sólo sé trabajar con la máquina de sumar. Me van a volar de la empresa». ¡Qué lástima! Medio empezó con la máquina de sumar y de allí no pasó, sólo sabía manejar esa máquina que parece una locomo­tora por la bulla que hacía. Allí se quedó aquel. Nunca se superó. Una cosa es cuidar mi empleo para que tenga de que vivir, y otra cosa es trabajar y dignificarme.

Si Dios trabajó seis días y con creatividad hizo tantas cosas hermosas, si somos sus hijos vamos a ser creativos y motivados en nuestro trabajo también. Y en vez de decir: «¡Qué lástima que es lunes!», vamos a decir: «¡Qué lástima que llegó viernes! ¡Qué privilegio es trabajar!».

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Capítulo 8

NUESTRA RESPONSABILIDAD POLÍTICA

Dios creó a Adán y lo puso en el jardín de Edén. Le dio una señora para que tuviera compañía pero dijo que no tocara cierto arbolito. Y basta para prohibir algo para que se haga. Dios tuvo que aplicar la ley del desalojo y los sacó del jardín.

Pasaron los años y la gente se multiplicó con todos los problemas. Entonces Dios desarrolló su plan. Llamó aAbram y le dijo: «Yo quiero que seas pueblo mío» y de allí se desa­rrolló el pueblo de Israel. Más tarde mandó a su hijo, Cristo, porque la humanidad estaba otra vez alejada de Él. Pero ni con eso la gente se compuso; rechazaron a Jesús y le mataron en la cruz. ¿Qué hizo Dios? Dijo que los que aceptaran a su hijo llegarían a ser coherederos con Él. De criatura a pueblo, de pueblo a coheredero. ¡Qué bueno es Dios!

LA PRIMERA ESTRUCTURA SOCIAL

Es interesante notar que cuando Dios creó al hombre, lo creó en una estructura. Cuando le dio a Eva, no le dijo: «Mira, ahí te la doy, haz lo que quieras con ella». No. Se la dio para que le sea una ayuda idónea. Pero el gran «ejecutivo» Adán ejecutó el error contra él mismo cuando comió el fruto que le dio su mujer en vez de decir: «Ni tú comes, ni yo tampoco». Como era un buen político, para no quedar mal, él también comió y a los dos los desalojaron.

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Al multiplicarse la gente sobre la tierra, hubo que presidir a nivel de patriarcas, a nivel de gobernantes, a nivel de líderes. Es interesante que la historia siempre nos ha enseñado que el líder, el gobernante, el que preside, va surgiendo del mismo pueblo.

LA RESPONSABILIDAD POLÍTICA EMPIEZA EN EL HOGAR

Examinemos ahora el concepto de responsabilidad cristia­na en la política. Veamos dos pasajes bíblicos. En el primero encontramos que el apóstol Pablo (escribiendo a Timoteo) hace una observación un poco pesada: «Si alguno no provee para los suyos, mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo» (1 Ti. 5:8). Es decir, si yo no proveo para las necesidades de los míos, yo puedo decir que tengo fe, pero yo soy un incrédulo.

Ahora, ¿qué implica «proveen>? Implica administrar, velar; implica ordenar; implica un montón de cosas y siempre empie­za por la familia. En 1 Timoteo 3:4-5 el apóstol Pablo espe­cificó que los que desean gobernar las cosas de Dios deberían primero gobernar bien en sus casas. Si uno no la hace en un nivel inferior, ¿cómo lo podrá hacer en un nivel superior? Uno gobierna (o preside) en la medida que va creciendo en res­ponsabilidad.

¿QUÉ ES POLÍTICA?

Aquí quiero hacer una aclaración. «Política» al fin y al cabo es «gobernar». Y ¿qué es el ideal de la política? Es gobernar tan bien que la gente ni se da cuenta que es gobernada; coopera y apoya sin quejas y sin rebeldía. Dios, por ejemplo, exige más que cualquiera pero nadie lo siente. ¿Por qué? Por el amor que nos tiene. Todos podemos hacer huelga para que el sol no salga, pero el sol va a salir a la hora fijada de todos modos porque así Dios ha dispuesto. Tiene sus leyes.

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Ahora, si somos hijos de Dios tenemos la responsabilidad de ser como nuestro Padre. Normalmente un padre espera que su hijo, cuando va creciendo y madurando, sea igual o mejor que él. Yo creo que nosotros no tenemos necesidad de competir con Dios pero sí aprender de Él. Y Dios, a través de Jesucristo, vino a este mundo, se encarnó para que (como dijo el Apóstol San Pedro) sigamos sus pisadas.

Cristo fue un político, sabía gobernar su gente. ¿Se acuerda cuando Pedro dijo a alguien que el Maestro sí pagaba tributo? Jesús no le dijo: «Arréglatelas como podas, eso te pasa por abrir la boca fuera de tiempo». En lugar de eso le habló di­ciendo: «Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños?» Pedro le respondió: «De los extraños». Jesús le dijo: «Luego los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo y dáselo por mí y por ti.» Jesús era un hombre que enfrentó el momento y presidió.

ADMINISTRANDO NUESTRA CAPACIDAD

Hay una escritura que yo quisiera referirme con un poco más de detención. En Efesios 5:11-16 el apóstol San Pablo dice: «Y no participéis en las obras infructuosas de las tinie­blas, sino más bien reprendedlas», y luego dice: «Mirad, pues, con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo porque los días son malos».

He probado una cosa: que cuando un hombre sabe que lo observan ¡qué bien portado es! Pero no soy lo que otros miran, yo soy lo que yo hago cuando estoy solo. Si a usted le dijera: «Tiene cinco horas para hacer lo que quiera» ¿qué haría? Eso revela quién es. Alguno aprovecharía para dormir porque está cansado, otro va a mirar la televisión, otro a cantar. Alguno se Pondrá a estudiar o a realizar algún trabajo.

Es interesante que el Señor Jesucristo enseñó mucho sobre el tema de la responsabilidad de administrar mi capacidad y

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los medios que a mí se me disponen. Recordemos la parábola de los talentos, de las minas. A uno se le dieron diez, a otro cinco, a otro dos, y el señor se fue lejos y vino a pedir cuenta luego de un tiempo. ¿Qué pasaba? Era un principio de ver qué hace uno con los talentos.

Lamentablemente, usted y yo vivimos en una época donde hay actitudes extremas. Algunos hermanos, como ya tienen visa para el cielo, sólo están esperando el secuestro masivo porque ya no les interesa nada, no se motivan a hacer nada. Hay una irresponsabilidad muy grave y me pregunto: ¿de veras que Dios vendrá a buscar a irresponsables y a desentendidos? Jesucristo enseñó una parábola que dice que cuando viniera su señor, si los encuentra haciendo lo que debieran hacer, les dirá: «Bien, buen siervo», pero si no, ay de ellos.

Al otro extremo están los que consideran a Dios muy lejos, y entonces viven como quieren porque no piensan que tienen que rendirle cuentas a nadie. Se apegan al famoso refrán an­tiguo que dice: «Muerto el perro, se acabó la rabia». Y la pregunta es: ¿qué será si de veras Dios nos llamara y nos pidiera cuenta? No sólo de que si le doy suficiente gasto a mi señora o no, o si le pago sueldos decentes a mis empleados o no. Voy a rendir cuentas, como persona, en todas las capaci­dades que yo tengo, incluso mis responsabilidades civiles o políticas.

Dios le ha creado a usted, me ha creado a mí con la nece­sidad de vivir en sociedad, no solos. Y si nos necesitamos, tenemos que saber cooperar y permitir que nos presidan o que presidamos. ¿Por qué? Porque de eso rendiremos cuentas.

Dios pone y quita gobernantes, no como un deporte porque no está jugando a la ruleta allí arriba, simplemente es un Dios de orden. Y como es un Dios de orden, en toda su creación él pone orden, incluso a cada uno de nosotros nos capacita en diferentes áreas para que en esas áreas seamos responsables. El problema más serio en la historia del ser humano es la irresponsabilidad en cumplir el deber que nos toca.

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EL PATRIOTISMO

Hay una cosa que yo nunca he podido entender por qué algunas personas no logran ser patriotas. Yo he visto gente que no sabe cantar las estrofas del himno nacional y peor que eso, he visto personas que platican mientras el himno nacional se toca. ¡Qué poco patriotismo!

He llegado a la conclusión que las cosas que tengo no los aprecio hasta que los pierdo. Es como aquellas mujeres que se quejan siempre de su esposo diciendo: «Este bruto no sirve para nada». Pero el día que muere, en el velorio es la que más llora, diciendo: «Y ahora ¿quién me va a ayudar?»

Personalmente, tuve la desgracia de crecer sin tener patria propia. Adopté primero una ciudadanía y luego otra. Aparte de eso, me ha tocado vivir bastante tiempo en diferentes países, así que aprendí un montón de himnos nacionales, porque a mí escuchar un himno nacional me emociona porque dice mucho.

La actitud y responsabilidad que tenemos a nuestra patria la proyectamos en nuestra vida diaria.

La gente que está muy lista para irse al cielo a veces es para salirse de su situación actual; pienso que cuando lleguen al cielo van a buscar donde salirse porque tampoco van a estar muy a gusto. Conozco gente que por salir de Guatemala se va a Miami, pero al radicarse en una vecindad de cubanos dicen: «¡Ay, no! Acá no se puede vivir». Entonces se van a Kansas y se encuentran con los «gringos» y dicen: «¡Ay, Dios guarde! Esto sí que no.» Y aprecian más a su propia patria estando lejos, lamentablemente.

No hay irresponsabilidad peor que no saber administrar lo que se tiene. Es muy fácil rematar una empresa, el reto es levantar una empresa y venderla en plena marcha. No creo que ninguno de nosotros somos ignorantes cultivados, pero si supiera que mañana Dios me va a pedir cuentas de todo, ¿cómo actuaría hoy para poner las cosas en orden?

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¿UN CRISTIANO EN LA POLÍTICA?

Algunos cristianos me dicen: «Un cristiano no puede par­ticipar en la política. Debe invertir su tiempo y esfuerzo en la iglesia.» ¿Y qué es la iglesia? Pienso que la política más grande está en la iglesia, sea la denominación que tenga. Ahora, ¿por qué se dice que los cristianos no pueden participar en la po­lítica? ¿Qué hacen en sus iglesias si no es política? El solo hecho de saber administrar, de corregir, de orientar, de enca­minar y todo eso, es una política.

Veamos un ejemplo argentino. En los años que viví en la Argentina, hubo un hecho insólito que a mí me sirvió como una lección. Allá la iglesia cristiana evangélica era minoritaria y la católica era la oficial. Entonces si usted como evangélico llegaba a participar en política, normalmente lo que le hacían a uno era marginarlo de la iglesia evangélica.

En una provincia del norte había un comerciante, un hombre exitoso que en el momento de las elecciones se le pidió a él que encabezara una planilla. Era un hombre que sabía que el servir a Dios no sólo era cantar, servir a Dios era ser respon­sable en todo lo que Dios le había dado. Y aceptó. Los her­manos decían: «Ay, ese hermano se echó a perder». Pero era un hombre de tal calidad que supo manejar la crítica (porque también ese es un arte).

Llegaron las elecciones y este comerciante evangélico ganó. ¿Saben qué pasó? La gente no cristiana llegó para felicitarle y los hermanos llegaron para pedirle favores.

Yo le quiero preguntar a usted y al mismo tiempo pregun­tarme a mí mismo: ¿hasta qué punto yo estoy dispuesto a aprender a ser responsable en lo que Dios a mí me llama? Si yo realmente he aprendido a enfrentar mi responsabilidad en mi vida personal, en mi hogar, en mi comunidad, yo tengo que saber cumplirla donde Dios me ponga. Si Dios me pone allí, allí voy a servir.

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LOS CASOS DE DANIEL Y NEHEMÍAS

Recordemos el caso de Daniel y el caso de Nehemías. Ellos fueron llamados a ocupar cargos públicos pero no eran impro­visados ni siquiera novicios en la materia. A Daniel lo enrolaron en la escuela de ciencias políticas de Nabucodonosor y pasó el examen con nota sobresaliente. ¿Por qué? Porque supo respetar al gran Nabucodonosor y sus sucesores. Simple­mente, informándose, estudiando, y ejerciendo el cargo con todas las características de ese lugar, sin violar ni cancelar sus principios que había adquirido como judío.

Observemos que a Nehemías se le conoce en la historia como la persona responsable de la máxima confianza del rey y de altos estímulos de honorabilidad que si no fuera así, nunca se le hubiera concedido sus peticiones a la hora de regresar a Jerusalén. Obsérvese que sale con licencia de su puesto y no dice que renunció a él. Entonces, nunca perdió la estima al cargo que se le había asignado.

De más sería hablar de José, del cual en el libro de Génesis extensamente se describe su desempeño en un cargo público y eminentemente político, una intachable carrera que hasta hoy nos sirve de patrón.

Hermanos y amigos, ¿estamos dispuestos a llegar a una madurez y desarrollar una responsabilidad, no allá arriba sino empezando de abajo? Dios quiere que se me encuentre fiel en lo que estoy administrando y cumplir con mi deber en lo que se me llama. Por eso la Escritura dice que yo tengo que des­pertar a la realidad donde estoy viviendo y saber el tiempo que estoy viviendo.

Yo me crié en una generación que cada vez que se sentaba a tomar café era para llorar las desgracias del pasado. ¿Sabe cuál era su queja? «Es que si fulano o zutano se hubiera hecho cargo, esto no hubiera pasado». Creo que usted conoce la historia del millón y medio de armenios que murió en el Masacre en Turquía y parte de Rusia. Mi padre es huérfano de fuella masacre. Y siempre la gente repetía: «Si fulano de tal

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se hubiera hecho cargo de la situación, la masacre no hubiera

sucedido." A un señor anciano le pregunté una vez: «Hermano, si aquel

fulano se hubiera hecho cargo, ¿qué hubiera pasado?» «Ah, lo hubieran odiado, pero hubiera hecho un gran favor». La gente de hoy, como entonces, no quiere ganarse enemigos, quieren quedarse bien con todos, menos con Dios.

Los quiero desafiar a que pidamos a Dios enseñarnos a ser responsables en lo que El nos ha puesto: como miembros de una familia, como miembros de una comunidad, como ciuda­danos.

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Capítulo 9

LÍDER DE LA IGLESIA

En 2 Timoteo 2:2 encontramos la base para el desarrollo de este tema. Dice Pablo a Timoteo: «Tú, pues, hijo mío, esfuér­zate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros». Este versículo trata acerca de la continuidad de una fe cristiana que está basada en el liderazgo.

Los hombres son los que básicamente tienen que ser los dirigentes. No hay peor desastre que las mujeres tomen la autoridad y la iniciativa en dirigir en la iglesia ignorando el potencial que los hombres tienen dentro de su medio. Dios puede utilizar a las damas pero hay antecedentes muy negati­vos en este sentido, a menos que el hombre, en su debido tiempo, vuelva a tomar su autoridad. Cualquiera puede pensar a simple vista que es un prejuicio que se acaba de enunciar, pero no es así. La mujer que se expone al liderazgo, también se expone a riesgos por ser vulnerable a la crítica o la apro­bación popular.

No podemos negar que donde el liderazgo de la mujer es evidente, el contomo en que se hace todas las cosas tienen cariz afectivo y sentimental y, normalmente, la gente está demasiado a gusto o exageradamente dolida y no permite una progresión para lograr las metas previamente establecidas.

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El hombre es el líder responsable dentro de la iglesia y dentro del hogar, designado por Dios según su Palabra. No podemos considerar otro privilegio más grande que guiar a nuestra propia familia a los pies del Señor. Entiéndase que guiar significa tomar la delantera y no necesariamente impo­nerse fuera de proporción para hacer valer la autoridad. No debemos dejar el privilegio a otros. Tampoco hay mayor pri­vilegio que presidir en una iglesia.

LA ESTRATEGIA DE JESUCRISTO

La iglesia no es un «club» de gente alegre que viene y establece sus propias normas. Las normas y los principios fueron establecidos por Cristo desde tiempo atrás y aunque cambian en su forma de enunciarlas, son las mismas. Jesucristo dijo: «Edificaré mi iglesia». El cristiano tiene que ubicarse dentro de la estructura que Dios ha establecido y empezar a desarrollarse dentro de la misma.

REDIMIDOS PARA TESTIFICAR

La iglesia está compuesta de pecadores redimidos. En Romanos 5:8-11 vemos: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo murió por no­sotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por El seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida».

No hay en la iglesia «santos» en el sentido de gente perfec­ta, pues todos los santos que habernos somos pecadores redi­midos. La Biblia dice que quien violó un mandamiento de Dios, violó todos. Entonces todos tenemos un trasfondo igual, no se puede decir que se es menor pecador que otro. Todos somos iguales delante de Dios. Por ello, dentro de la estrategia de Jesucristo, somos considerados miembros de su iglesia como pecadores REDIMIDOS. Dios nos toma de donde esta-

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mos y nos redime y como hijos de Dios, redimidos por su sangre, testificamos de Cristo a nuestro medio ambiente.

TRANSFORMADOS PARA ENSEÑAR

Además de ser pecadores redimidos, somos pecadores transformados. Pero muchos dicen: «Dios me ha redimido y más adelante veo cómo le hago para cambiar». Estos se meten en muchos problemas. La clave es que uno no sólo es redimido sino que también es TRANSFORMADO. Dijo Pablo en Gálatas 2:20 «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». No es lo que a mí me interesa. Si a mí me compraron, voy por cuenta de otro. Cristo en la cruz nos compró y ya somos de Él.

Ahora pensemos ¿qué interés tiene Dios en transformamos? ¿Perderemos nuestra identidad con esta transformación? No, Dios lo hace para que podamos enseñar a otros. Un hombre que es transformado puede enseñar a otro. Un hombre que sólo es redimido poco puede ayudar a otro porque no tiene la vida cambiada, no tiene autoridad.

Cristo moldea nuestro carácter sin anular nuestra persona­lidad. La vida cristiana es un proceso de sucesivos cambios que nos lleva a agradar a Dios y a convivir pacíficamente con los nuestros. Porque dice la Escritura: «Por tanto, nosotros todos mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Cor. 3:18).

La «libertad» que teníamos antes de ser cristianos era liber­tinaje; hacer lo que se venga en gana, eso es libertinaje. Para el mundo nosotros estamos en esclavitud pero las transforma­ciones no están en base a lo que se nos prohibe, porque es una libertad verdadera, una libertad en la cual, como estamos sa­tisfechos, no tenemos que buscar el libertinaje, porque antes nuestro Dios ya ha satisfecho todas nuestras necesidades y demandas.

Dios también llega a reestructurar de nuevo los planes que en un principio tuvo para mí. Note una cosa, no es «a la gloria»

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(hacia donde uno va) sino «de gloria en gloria». Dios tiene un futuro glorioso para sus hijos si se dejan transformar por el poder de Dios. Únicamente nos pide que admitamos que so­mos pecadores y eso basta para ser dinamizados con su poder y salvación. Sólo admitiéndolo es el primer paso, Dios hace el resto.

El hombre desarrolla liderazgo a través de los cambios que hace Dios en su vida. También Dios desarrolla en nosotros la capacidad de ayudar y enseñar a otros (nuestros hijos, esposa, amigos, etc.). No podemos enseñar a otros sin ser transforma­dos por el poder de Dios.

DISCIPLINADOS PARA DIRIGIR

Dios desea que seamos disciplinados en nuestra vida, ajus­tados a lo que dice Dios en Su Palabra, no dándonos los gustos personales. Un líder de la iglesia es el que se sabe ajustar y aplicar lo que viene de arriba. Yo no puedo ser líder y ser un débil en mis decisiones o problemas; si soy líder me tengo que aguantar y ser firme, disciplinado, cumplidor, responsable. El entusiasmo aquí no cabe, es pura disciplina. Si fuese lo prime­ro, a veces existiría y a veces no, o simplemente pasaría. Si realmente somos redimidos y transformados, la única manera en que lo proyectamos como líder es por la disciplina que nos imponemos.

Sería incorrecto pensar que alguien se levante por la maña­na a trabajar en base a emociones, en base a un sentimiento pasajero. El hombre sale a trabajar en base al horario y la responsabilidad que tiene de hacerlo. La disciplina para un líder en las cosas de Dios sucede y funciona igual. Hay que visitar, hay que predicar en la iglesia, hay que dirigir en el grupo o donde sea, pero hay que hacerlo en base a un principio de disciplina, no por las ganas que tengamos. Un hombre es líder en la iglesia porque sabe disciplinarse.

Un líder es un moderador, un coordinador de gente, un administrador de recursos humanos. El jefe en una fábrica es

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un moderador y coloca a su personal de acuerdo con sus ca­racteres y habilidades y con ello logra buena producción en el trabajo. Un líder con autodisciplina tiene la capacidad de pro­yectarla a los demás. Un líder en la iglesia sabe tratar con gente y la ayuda a encajarse dentro de los patrones de ministerio.

LA IGLESIA: UNA FAMILIA

El hombre es líder en la iglesia en un concepto de FAMI­LIA, no como club, no de mera asociación cultural-social, sino de auténtica familia y de convivencia. Veamos lo que dice al respecto el libro de San Mateo 12:48-50: «Respondiendo él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre».

¿Qué es lo que nos integra en una iglesia con todas las prioridades de un verdadero liderazgo? Es el hacer la voluntad de Dios, no «sentirnos a gusto» necesariamente. Hay lugares donde nosotros no nos sentimos «a gusto», pero como allí obtenemos el sustento diario, lo soportamos. ¿Qué es lo que nos mantiene en una iglesia? Definitivamente es la simple voluntad de Dios. Cuando yo me proyecto en una iglesia co­mo líder, estoy allí porque en ese lugar yo puedo glorificar a Dios.

En una iglesia hay convivencia, hay amigos. Yo no puedo llegar a una iglesia y seleccionar a la gente que me simpatiza; espontáneamente la gente puede contar con mi amistad. Yo, como líder, tomo la iniciativa en empezar la amistad. Las rela­ciones de negocios son amistades por conveniencia; pero den­tro de la iglesia se proyecta amistad en el sentido de comunión, de compartir con otros que aman al Señor igual que uno.

A diferencia con las amistades en el «mundo», en la iglesia l a s amistades reflejan sinceridad y no falsedad. No podemos, c°mo líderes, engañarnos unos a otros. Si mi hermano tiene un

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problema, Dios nos tiene que dar la gracia de saber qué decir y cómo decirlo para ayudarlo. Aunque hiere, sana luego y nos edificamos unos a otros.

El hombre, como líder, no puede ser líder en las buenas y sólo observador en las malas. Uno es líder siempre. Hay que dejar claro que uno no debe hacérsela de líder, sino esperar que Dios le ponga de líder. Si usted es un hombre regenerado de Dios y cambiado, usted no elige ser líder, Dios lo ha hecho y le ha puesto en un círculo en el cual usted tiene cierta influen­cia, en la sociedad de caballeros, en un grupo de oración. No debemos confundir el ocupar un cargo con la capacidad de desempeñar autoridad. Los cargos simplemente son de fun­cionalidad pero no son los que determinan los logros medulares.

Cuando Dios le da cualidades de líder a uno, en cualquier sector se utiliza ese «status» o responsabilidad. Es algo cons­tante. ¿Qué le parecería a usted si yo fuera esposo solamente durante los fines de semana? O si fuera padre de mis hijos sólo en el período de vacaciones. En la iglesia sucede lo mismo. O se es líder todo el tiempo o no se es. En las cosas de Dios, por lo regular, casi siempre en su inmenso poder Él toma a la gente más ocupada. Por algo están ocupados, es porque sirven.

La constancia en el liderazgo es sacrificio para estar en las cosas de Dios, no porque con eso vamos a ganar el cielo, sino para poner en práctica nuestro amor a Dios. Si uno quiere probar realmente que es parte de la familia de Dios, el liderazgo tiene que ser constante. Hay algunos que tienen liderazgo al modo de un cometa. Aparecen y reaparecen al cabo del tiempo. Líder constante significa «estar siempre». En buenas situacio­nes y en las malas se deberá estar presente con constancia. Es una responsabilidad formal que como hombres estamos llama­dos a servir con liderazgo genuino dentro de la iglesia.

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Capítulo 10

EL HOMBRE MODELO DE LA PRÓXIMA

GENERACIÓN

Cada generación que surge se funde o se moldea en la anterior. Usted y yo somos el molde o recipiente en que se está moldeando la próxima generación. Esto se hace a través de lo que decimos, hacemos y somos. Si nosotros hemos conocido un Cristo de poder, un Cristo vivo, en nuestras manos está la herramienta más fuerte para que realmente la próxima gene­ración no sólo tenga sentido sino que tenga un propósito. Yo no creo que Dios sólo haya tenido propósitos para los que nacieron en la antigüedad; Dios tiene un propósito para cada ser humano que entra en esta tierra.

UN MODELO DE MADUREZ

¿Qué es madurez? Una persona madura es aquella que tiene la flexibilidad suficiente para ajustarse a las circunstancias y suficiente firmeza para no desmoronarse. Un caballero maduro será aquel que sabe enfrentar las circunstancias y ajustarse sin desequilibrar sus principios y sus normas. Usted conoce gente que se le muere un familiar y se acaban. Los sentimientos son 'importantes en nuestra vida pero no nos deben descontrolar totalmente. Aclaremos que en esta área necesitamos una espe­cial atención.

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Dios nos hace madurar para hacernos hombres modelo. Si las personas fuésemos absolutamente maduras, completas y cabales, no necesitaríamos de Dios, pues nos arreglaríamos solos; pero por mucha imagen de seriedad y responsabilidad que aparentemos, siempre hay áreas que sólo Dios puede controlar. El apóstol San Pablo dice que el poder de Dios se perfecciona en mi debilidad (2 Cor. 12:9).

En otras palabras, diríamos que en mis puntos débiles se manifiesta el poder de Dios. Recordemos que en la confianza de lo que uno considera que es fuerte es donde el enemigo nos hace daño. Por eso San Pablo dice: «El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Cor. 10:12). En nuestra debilidad de­bemos exclamar: «Dios mío, sólo tú puedes sacarme de esto». Lo importante es que yo conozca mis puntos débiles, no para espantarme sino para aferrarme de Dios.

No podemos mostrar una imagen de «aquí viene el señor perfecto». Comprendamos que cuando hablamos de madurez en el hombre, no significa estar sin problemas en nuestra vida. Una persona madura conoce sus puntos débiles y los enfrenta. Los cristianos no evadimos esos puntos débiles sino depende­mos del poder de Dios para enfrentarlos.

A cada uno nos hace falta madurar en determinada área de nuestra vida. Veamos tres áreas básicas en las cuales el hombre debe buscar ser un modelo de madurez.

SABE ESPERAR

Vivimos en una sociedad demasiado apurada y demasiado atropellada y la gente se queja cuando tiene que esperar. En las oficinas, en las clínicas y los bancos, la gente se enoja porque no sabe esperar. El hombre maduro tiene que poner en juego su capacidad creativa. Ser creativo permite que podamos esperar y aprovechar el tiempo a la vez.

Hemos perdido la creatividad porque los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, han dejado ador­mecida nuestra creatividad. Por eso, cuando nos toca esperar,

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nos desesperamos porque no somos creativos para llenar ese tiempo y aprovecharlo convenientemente, por ejemplo, en la lectura. Los medios masivos han restado su motivación al hombre para leer. Hablamos del analfabetismo pero hay mu­chos que saben leer pero es como si no supieran, porque ya no recuerdan cuándo fue la última vez que leyeron un libro. Cuánta gente gasta una o dos horas para ir de su casa al trabajo, pero ¿qué hace en ese trayecto? Nada.

Dios quiere que lleguemos a tal madurez que el momento de espera sea un momento de contacto directo para con los que nos rodean. No lo podemos hacer en horas de trabajo porque yo estoy en lo mío, y la otra persona en lo propio, pero la espera es propicia para interrelacionarse y no aislarse.

Cuando una persona no sabe esperar, básicamente esto refleja que está escapando de sí mismo, no aguanta la quietud que promueve la reflexión; sin embargo, la reflexión nos lleva a ver las cosas con mayor claridad.

SABE OÍR

Otro problema de nuestra sociedad es que hemos perdido la capacidad de oír y comprender lo que los demás dicen. Los humanos, deliberadamente, no oímos para no comprometernos. Pero a diferencia de la actitud de nosotros, los humanos, Dios sí oye y se compromete con nosotros cuando nos escucha. Dios oye con toda la intención y con toda la claridad a tal grado que se compromete con nosotros.

Cristo supo oír el clamor de la gente de su época y fue movido a misericordia con ellos. En nuestro trabajo, en nues­tros compromisos sociales, con nuestros familiares y amigos, la gente está pidiendo a gritos que se le oiga. Pidámosle a nuestro Dios que Él nos enseñe a oír. Es una verdadera ben­dición el saber oír a los demás. Dice Dios a este respecto «el que tiene oídos para oír, oiga».

El saber oír no se aprende con fórmulas o ecuaciones ma­temáticas. Es cuestión de tomar interés y prestar atención a lo

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que nos dicen quienes nos rodean, tratando de entender lo que nos quieren comunicar.

SABE HABLAR

Hay hombres que poseen el don de hablar poco y decir mucho. Los hay que hablan mucho y no dicen nada. Hablar es comunicarse con otro. ¿Recuerde cuando el Señor Jesucristo habló? Él hablaba con autoridad, no como los fariseos. Usted y yo somos hijos de Dios, hemos sido redimidos, y si hablamos, debemos hablar con autoridad. Yo puedo hablar muchas cosas sin importancia. También la Biblia dice que vamos a rendir cuentas por cada palabra ociosa que nosotros hablamos.

Pero no sólo hablamos con la boca. Hablamos con nuestros gestos personales, con la acción, con la mirada, con un sinnú­mero de cosas y son bien claros; la gente sí que los «oye» bien. Es por eso que un ciego pierde gran parte de la comunicación. Igualmente sucede cuando se habla por teléfono.

A veces escogemos las palabras más adecuadas, pero olvi­damos escoger un tono de voz acertado, un modo de expresión agradable, y esto también hace que la comunicación no sea eficaz. El tono de la voz y la forma de expresarse influye mucho en la comunicación. Cómo se dicen las cosas tiene mucha importancia; hay que saber hablar para que nos escuchen. Saber hablar es pura gracia de Dios, es un verdadero don de Dios.

Nuestra madurez se prueba en tres cosas: lo que hablamos, la forma en que lo decimos, y cuándo lo decimos. Si usted es jefe en una empresa ¿ha tenido que despedir a alguien por su modo de hablar? ¿Por qué? Simplemente colmó la copa y se derramó. Usted y yo somos ejemplo y modelo para la próxima generación en mostrar cómo se debe comunicar.

MODELO DE HOMBRÍA

El verdadero sentido de la palabra hombría consiste en el exacto cumplimiento de la obligación. Hay hombría cuando el

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hombre muestra integridad, honradez y rectitud. El hombre cristiano, como modelo de la hombría, es consciente de su responsabilidad para con la próxima generación.

Debemos aclarar que existen deformaciones tremendas respecto del concepto de hombría y nuestro concepto, correcta o incorrectamente, depende de la influencia que hemos reci­bido. El cine, la literatura y la vida diaria nos han concep-tualizado quizá erróneamente qué es hombría, pero ¿qué es lo que la Palabra del Señor acepta en este sentido?

Cuando hablamos de hombría, es la característica propia que Dios puso en Adán cuando lo creó. Cuando Dios creó a Adán, había una situación y condiciones distintas de cuando creó a Eva. El hombre es distinto a la mujer no sólo en la apariencia física, sino en la manera de evaluar y proceder de las cosas. El problema de nuestra generación ha llegado al punto que la hombría y la feminidad son cualidades cuestio­nables y discutibles. En cuanto a la hombría, nuestro deber co­mo cristianos en la sociedad es ser modelo para otras personas

Hay tres aspectos en los cuales la auténtica hombría se demuestra: saber trabajar, saber solucionar problemas y saber motivar a los demás.

SABE TRABAJAR

El hombre modelo debe ser trabajador y debe aún experi­mentar gusto por el trabajo, sabiendo realizar tareas aunque no sean para él obligatorias. No es el tipo de hombre que espera que le manden hacer algo. Busca el progreso y la superación por impulso propio.

Personalmente he observado a muchos hombres que nece­sitan que la esposa les empuje para que hagan las cosas. Son hombres inseguros e irresponsables que, al igual que hay que enviar a los niños a la escuela, hay necesidad de enviarlos al trabajo. Algunos dicen: «Es que no consigo trabajo». Pero la Pregunta que nos podemos hacer es: ¿cuesta conseguir trabajo, 0 cuesta conseguir gente que sepa trabajar?

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Debemos enseñar a trabajar a nuestros hijos para que se puedan valer por sí mismos en la vida. Hay muchos hijos que crecen sin el concepto claro de lo que es el trabajo. Todo el tiempo han creído que papá trabaja y mamá es la cocinera y que por ello nunca tendrán necesidad de trabajar.

SABE SOLUCIONAR PROBLEMAS

El hombre maduro sabe solucionar los problemas que se le presentan, pero no es por arte de magia que el hombre resuelve las cosas. El hombre decide en las cosas confiando en Dios y la orientación del Espíritu de Dios.

Uno no va a perder la calma cuando le plantean un proble­ma, al contrario, debe reflejar madurez porque sabe resolver los problemas en base a su hombría. En una oficina, si somos jefes y nos plantean un problema, no es hombría decir: «Mire cómo se las arregla, yo no sé». Si somos hombres, nuestra actitud no puede ser esa, porque nuestra responsabilidad nos impulsa a tomar decisiones. Es claro, no siempre tendremos la respuesta a todo, porque no somos genios, pero lo positivo del caso es que tratamos de entrar en acción.

El buen samaritano fue un hombre que tuvo la hombría de bajarse de su burro y ver qué hacía con el hombre que estaba en medio del camino. El Señor Jesucristo fue un hombre que en la tierra enfrentó hechos que necesitaban resolverse. Sale una viuda con su hijo muerto y El le da una solución: resucitó al muchacho. El Señor Jesucristo presentó soluciones prácticas y directas a los problemas del hombre. Cuando descansaba un momento con sus discípulos les caía toda la gente para con­sultarle. Y si nosotros somos hijos de Dios, si hemos sido redimidos por Cristo, nuestra hombría tiene que ser una hom­bría que sabe proporcionar soluciones

Si la próxima generación será una generación de gente de dignidad, de personalidad, usted y yo tendremos que enseñarles a ser hombres que sepan enfrentar los problemas.

¿Por qué hay tantos problemas en los países Latinoameri-

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canos? Es porque no hay patriotismo, no hay ciudadanos que busquen soluciones a la situación social, económica y política de los países. Usted y yo conocemos de Dios; no se justifica el retrotraernos y desentendernos de todo. Nuestro compromiso es envolvernos y meternos dentro del área donde Dios nos ha puesto. Yo no me voy a meter en casa de otro, pero lo que tenemos frente a nosotros no podemos evadirlo. Si le busco a Dios para soluciones, Dios me va a dar más soluciones que las que necesito.

¿Recuerdan el caso de Daniel? Cuando hubo problemas dijo que él mostraría la interpretación al rey. No dijo que se las arreglara Nabucodonosor. Nuestro Dios es el mismo de Daniel. Nosotros podemos darle un reto a nuestra generación y también preparar a la próxima generación a depender de Dios mismo.

SABE MOTIVAR

El hombre modelo de la próxima generación sabe entusias­mar a la gente, sabe animarla, explicando el motivo por el que se va a hacer una cosa. Amado hermano, si nosotros no sabe­mos motivar a nuestro medio ambiente, yo creo que no habrá otro que lo haga, porque cuando Cristo nos salvó, nos dio motivación para vivir. Antes de esto, nuestra vida era un mero «existir». La expectativa de lo que vamos a hacer es una motivación que nos mantiene con un propósito pues hay un sentido en la vida y las cosas se miran diferentes. Total, si algo está mal, pues, corrijámoslo. Pero si nos falta motivación para corregirlo, encontramos más fácil criticar y censurar.

Motivar es despertar interés en algo, y para algunos esto es casi imposible porque la gente por naturaleza no tiene moti­vación. Hay gente que ha vivido toda una vida igual. De allí no pasan, sólo la inercia los lleva. Pero Dios no nos ha creado para ser uno más en la vida, sino para ser elementos de progreso y desarrollo. Si somos hombres debemos proyectar bien las cosas en la vida y proyectarlas tan claramente que la meta para la gente sea más allá de lo inmediato.

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En el mundo religioso tenemos algunos que no hacen nada porque únicamente están esperando que el Señor venga «por­que todo esto se va a acabar», dicen. Es como los discípulos que se quedaron mirando el cielo luego de la ascensión de Jesús. Recordemos lo que dice en Hechos 1:11: «Los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo».

Uno no tiene que estar mirando continuamente para arriba, uno tiene que fijarse en el lugar en que Dios lo ha puesto, y ser responsable donde Dios le puso para vivir. Hay otras gentes que miran tanto hacia abajo que pierden la perspectiva espi­ritual. El hombre integral tiene que estar alerta a lo de arriba y ser responsable por lo de abajo. Dios quiere que tengamos la realidad de donde vivimos y la realidad de un Dios vivo también.

Hay quien dice: «Mire, yo hago las cosas pero me salen mal». Inténtelo de nuevo, póngale empeño y sobre todo, EN­TUSIASMO. Nadie nació a la vida sabiendo las cosas. Hasta para comer tuvimos que aprender. Todo se puede aprender si uno está motivado, pensando en que Dios tiene un propósito para nuestra vida.

Si yo sé que Dios tiene un propósito para mi vida y no bus­co desarrollarlo, eso es frustrante; recordemos que usted y yo estamos labrando el molde donde va a forjarse la próxima generación.

Hay mucha gente que ha perdido la motivación por la vida y ya no buscan superar las situaciones difíciles. Se conforman con decir: «los tiempos de antes eran mejores». Las cosas de antes eran buenas en su tiempo, ahora no. Aquellos que añoran los tiempos de antes no piensan que todo evoluciona y que hay que construir el presente y futuro con nuevos brillos. Una copia del pasado es una mera fantasía para el futuro. El hombre como modelo debe poner los principios para el presente. Dios ha puesto en los cristianos de hoy la responsabilidad de hacerlo.

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Capítulo 11

LA DEVALUACIÓN DE LA DIGNIDAD

PERSONAL

La devaluación de la moneda nacional es característica de numerosos países de las Américas y uno siempre está pendiente de la cotización actual del dólar. Uno nunca sabe qué valor real tiene el billete que tiene en la mano.

Yo crecí en la Argentina cuando el pasaje en transporte público valía 10 centavos. Luego de una ausencia, regresé y encontré que el mismo pasaje valía 160 pesos. En un viaje que hice más tarde el pasaje valía 32,000 pesos. En la Argentina todos son millonarios pero ni para el pan les alcanza. Pero la pregunta es: ¿sólo la moneda se devalúa?

Cuando hablamos de devaluaciones, no estamos hablando de casualidad o de suerte. Estamos hablando de consecuencias. Si algo se devalúa, por algo es. No es que alguien mira un billete con mal ojo y se encoge y entonces vale menos. O le echa sonrisitas y entonces se vuelve grandecita e inflada. Si algo se devalúa, algo hay por detrás; es una consecuencia de un acto que se ha cometido antes, como cuando entran en circulación más billetes.

La historia tiene caso tras caso que nos enseña sobre una devaluación que el hombre va cultivando. Si a mí me pregun­taran: «¿Cuál es la devaluación más peligrosa?» yo diría: «Es

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la devaluación de la dignidad humana». Hay gente que se vende para hacerse un amigo, hay gente que pone en juego su dignidad sólo por no pelear algo.

Dijo el Señor Jesucristo en una ocasión: «¿De qué aprove­cha el hombre si gana todo el mundo y pierde su alma?» ¿Será que el principio es que yo, cuando gano algo, siempre pierdo otra cosa? Hay muchas personas que por el afán de ganar mucho dinero, posición y renombre, pierden lo más valioso, que es una conciencia limpia, un corazón en paz con Dios. Pierden su dignidad personal, pierden su autoestima.

Ese razonamiento nos está diciendo que cualquier cosa que yo gano es a cambio de otra cosa que voy perdiendo. La pregunta es: en el famoso trueque que estoy haciendo, ¿qué estoy cambiando por qué cosa? Y allí está la devaluación más grande.

Hay un relato bíblico muy conocido de un hombre que la gente lo juzga demasiado cruelmente. Lo ridiculiza al máximo sin pensar que usted y yo muchas veces jugamos el mismo juego, tal vez en otra cancha.

El relato empieza en el libro de los Jueces, capítulo 13, y el personaje es un señor llamado Sansón. (Algunos lo llaman «sonsón» por las muchas tonteras que hacía.) Es interesante que las Sagradas Escrituras presentan a Sansón como un señor tremendamente poderoso, fuerte, capaz, hábil, astuto, un hom­bre que sabía salirse con la suya, no importaba lo que se le enfrentaba. Había momentos que lo que tenía era fuerza físi­ca, pero a veces era astucia más que fuerza física (que a veces sólo lo hace bruto a uno).

Él tenía la capacidad de cazar a trescientas zorras, poner teas entre cada dos colas, y enviarlas a destruir los sembrados de los filisteos. Uno pensaría que un personaje con este tipo de habilidades sería un hombre con una patrón de conducta ideal, un nivel, o un valor constante.

Sansón, en otras palabras, tenía la capacidad de «respaldar los billetes con oro» y funcionar bien, pero la Biblia nos des­cribe que este hombre tuvo la peor devaluación en su vida. Si

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uno pudiera interpretar en su contexto cultural, es el colmo donde llega este señor. Pero no fue de repente, no fue como consecuencia de un «terremoto», no fue simplemente como un avión que le falló un motor y se fue de pique. No. Fue algo muy sutil, muy lento, pero eventualmente acabó con ese señor

Y así como los economistas de un país pueden evitar que la moneda pierda su valor, del mismo modo nosotros podemos evitar perder nuestra dignidad. Quisiera que reflexionáramos y tomáramos ciertos patrones de la vida de Sansón que nos pudieran servir como un elemento de reflexión, no sea que de repente, de lo que yo estoy viviendo, voy por el mismo carril. A veces critico a mi prójimo por lo mal que va y quizás esté peor que él sin darme cuenta. Lo que tengo que hacer es detener mi marcha en la vida y enfrentar la realidad de lo que estoy haciendo.

YO SÉ LO QUE HAGO, NO SE META CONMIGO

El primer elemento que minó el valor que este hombre tenía y empezó a devalorizarlo fue esta actitud: Yo sé lo que hago, usted conmigo no se meta. Déjame en paz, yo sé lo que tengo que hacer.

Resulta que Sansón se enamoró de una mujer filistea. Sus padres le preguntaron: «¿Para qué te estás metiendo con esa mujer? ¿No te das cuenta que es filistea? No te cases con ella». Pero Sansón dijo: «Yo quiero casarme con ella ¿y qué?» Pero el padre de la mujer se la entregó a otro y Sansón ¿qué hizo? Enojado al máximo, juntó esas zorras y sacó su venganza sobre los filisteos. Y al rato cae en problemas con otra mujer. Uno diría que una vez cometido el error se aprende, pero eso no es verdad. Somos expertos para repetir errores y la frase que usamos es: «No me di cuenta». Esto está grave porque Dios nos ha creado de tal manera que uno se da cuenta de algo, pero a veces estamos tan determinados en lo que queremos que nadie nos para.

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YO HAGO LO QUE QUIERO CON LAS MUJERES

En Jueces capítulo 16 encontramos a Sansón visitando una ramera en Gaza. Sus enemigos, esperando matarlo, en la mañana siguiente encontraron las grandes puertas de la ciudad puestas por Sansón sobre la cumbre de un monte en Hebrón, y él había desaparecido.

Al rato se enamora de una mujer de Sorec, la famosa Dalila, y sus enemigos dijeron: «Muy bien, planifiquemos el negocio» (para que usted vea que lo que se presenta en las películas de espionaje no es nada nuevo). Al hombre se le compra con una mujer y a la mujer se le compra con dinero. Esa es la ley en cualquier idioma y en cualquier parte del mundo. Usted quiere lograr conquistar a una mujer, cuente billetes. Quiere conquis­tar a un señor, ponga mujeres una tras de otra y ya estuvo. De todos modos, los dos caen en la trampa.

Así fue con Sansón. Sus enemigos le dijeron a Dalila: «Mira, hagamos el negocio. ¿Cuánto cobras por el mandado?» Y no cobró barato la doñita. Habrá dicho: «De todos modos, si no les gusta, que busquen otra que les haga el mandado». Y Sansón, con todas sus fuerzas físicas, con todo su conoci­miento, con toda su habilidad, cae en la trampa tendida por una mujer.

En el relato hay ciertas frases que me cuesta creer. Por ejemplo, Sansón viene y la mujer le dice: «¡Qué tremendo eres! ¡Eres tan fuerte! Cuénteme en qué consiste tu fuerza». Y el señor empieza a hacer tele-novelas y hace el más ridículo de los cuentos y la mujer, hecho y derecho, regresa al mandado. Y el otro, el «sonsón», ni cuenta se da que está poniendo su vida en peligro, es más que tonto para no darse cuenta que Dalila no lo ama; él sigue el juego, demasiado confiado en sí mismo, demasiado impulsivo en gozar de las atenciones de esta mujer.

La frase que a mí me llama la atención es Jueces 16:16: «Y aconteció que presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue reducida a mortal angustia». ¡Si

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no es devaluación eso! El hombre que podía agarrar las puertas de la ciudad y montárselas y se iba, el hombre que podía cazar 300 zorras, el hombre que podía vencer a un león, el hombre que podía matar a 1,000 enemigos con la quijada de un asno, el mismo hombre, bajo el encanto de una bella mujer, no podía desligarse de su poder. Sansón deseaba morirse allí porque una doñita le presionaba a decir su secreto. Ella decía: «Decímelo, no seas necio. Si no, no me querés». Y con esa musiquita todos los días le iba presionando.

Es interesante que el hombre cae no por su debilidad sino por su punto fuerte. «El que piensa estar firme, mire que no caiga», dice el apóstol Pablo en 1 Cor. 10:12. Tenía razón, porque de mis debilidades yo me cuido pero donde yo creo que soy fuerte, es allí donde me «soplan» a mí. Hay personas que tienen problemas con el licor. Cuando sus amigos le dicen: «Vamos a tomar un poco», les contesta: «Está bien, porque yo sé controlarme». Pero la ley de gravedad lo controla en el suelo porque hasta allí va a parar. Y dice luego: «¿cómo pudo haber sido? Yo pensé que lo podía controlar».

Le dices a tu esposa: «Cuidado con el dinero, no lo gastes toda». Ella se ofende y dice: «No pienses mal de mí, yo sé como controlarme». Pero a la mitad del mes, ella dice: «Cariño, ¿no tienes más plata? Se me acabó». Pero la persona que reconoce su debilidad dice: «Dios mío, ayúdame porque aquí no puedo." Por eso Pablo tenía razón para decir que en la debilidad se manifestaba el poder de Dios, pero en su fortaleza se mostraba «Don Pablo» con todo lo que tenía.

Al fin y al cabo, uno refleja lo que uno es donde se confía en sí mismo. Sansón era muy fuerte y se confió demasiado. «Esto yo lo controlo, cuando sea y donde sea». Pero llegó el momento cuando «su alma fue reducido a mortal angustia». En vez de ser un hombre que inspiraba dignidad y respeto, un hombre motivado a lograr algo en la vida, llegó a ser un hombre que simplemente era un costal de frustraciones.

Señores míos, yo puedo decir: «pero eso a mí no me pasa». No me pasa eso, me pasan cosas peores, porque no me conozco.

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Cuántas veces le ha pasado a usted, y me ha pasado a mí, encontrarse frustrado y no saber porqué. Sentirse molesto, angustiado y no saber porqué. Y uno dice, ¿qué será que me tiene todo molesto? Y como tiene que echar la culpa a algo, algo dice, pero en el fondo sabe que eso es solo un justificativo, no es la realidad. Puede tomar el extremo de irse al médico y decir: «Mire, doctor, me siento mal». Y luego de revisarle a uno, le dice: «Usted es más sano que yo, usted no está enfer­mo». Como Sansón, tiene «una mortal angustia». Y me pre­gunto: ¿dónde abro yo la puerta para empezar a perder terreno? ¿He dicho como Sansón: «yo sé lo que hago, no se meta conmigo?» ¿He dicho como Sansón: «Yo hago lo que quiero con las mujeres"?

La historia sigue con el versículo 17 (y aquí va el colmo): Sansón «le descubrió, pues, todo su corazón». La devaluación fue completa; acabó la cotización allí; ya cambió de moneda de una vez. Es como si dijera el gobierno: «Ya que la moneda nacional se está devaluando, mejor trabajemos con el dólar de una vez, así no se devalúa. Cambiémoslo de una vez».

Sansón le dijo a Dalila: «La fuerza está en mi cabello; nunca me lo han cortado. El día que me corten el pelo, soy como todo mortal». Entonces ya no le quedó nada a Sansón, el secreto ya no era secreto.

Ahora Sansón no era el Sansón de antes, era lo que usted quiera porque la doñita sabía todo. No dice que lo felicitó. ¿Sabe lo que hizo? Puso a dormir a Sansón y ¡manos a la obra! ¡Cómo se habrá dormido que ni sintió cuando le raparon el pelo!

No hubo una reacción de «¿qué pasó?» Cuesta creerlo, pero dice el versículo 20 que cuando despertó no sabía que su fuerza se había apartado de él.

Y si uno lee el resto, es lo más humillante porque ella es cómplice de todas sus torturas Hay una frase que a mí me da miedo. Cuando ella dijo: «Los filisteos sobre ti», Sansón dijo: «Esta vez saldré como las otras y me escaparé», pero no sabía que Jehová ya se había apartado de él. Eso es lo peor Ser

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ignorante de muchas cosas secundarias no importa, pero igno­rar lo más elemental de la vida, sí es grave.

Señores, usted y yo tenemos que enfrentar la vida con todos sus tropiezos, con todos sus impedimentos. ¿Está Dios con usted? ¿Está Dios conmigo? Eso es lo que vale. Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?, dijo Pablo en Romanos 8:31. Pero si Dios no está conmigo, ¿para qué quiero el resto?

Una frase que a mí siempre me ha afectado: Cuando Martín Lutero tuvo que ir a Roma a comparecer a las autoridades políticas y religiosas de su época, le dijeron: «Lutero, si te vas solo, te van a acabar». «No», dijo él, «Dios y yo hacemos mayoría». Es decir, si Dios está a mi favor, ¿qué problema hay? Pero si Dios no está conmigo, ¿qué esperanza tengo yo?

La verdad es que yo puedo tener la mejor religión del mundo, puedo tener los padres más piadosos que hay, puedo criarme en el medio ambiente más moral del mundo y no tener a Dios y perder todos los valores que mi contexto cultural me ha dado, que mi hogar me ha dado, que mis amigos me han dado, y en un momento estar desvalorizado por completo; no valgo nada. ¿Por qué? Porque no obtengo el medio por el cual puedo conservar el valor que un día tuve.

A veces dicen: «¿Cómo es posible que de padres tan nobles, tú seas así?» Sí, porque no es hereditario, es el único problema. El tipo de sangre quizás sea igual, pero hasta allí llega. A veces ni la cara le ayuda a uno para que se parezca a sus padres, para mal o para bien.

Si de veras yo voy a tener algo, es porque Dios todavía está conmigo, y me permite mantener mi valor, porque el valor lo da Él, no yo. Si valgo algo, es porque Dios, el Señor del universo, toma mi vida y la valora. No son mis logros que me dan valor, es mi relación con Dios que da la cosa. Pero usted puede decir. «Bueno, si esto me lo hubieran platicado hace cinco años, o hace diez años, sí, pero ahora, ya es muy tarde».

Es como si nosotros formamos un comité y aconsejáramos a los economistas de cómo debieran haber hecho para que el dinero no se devaluara. Pero ya está. Aunque, ¿sabe una cosa?

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Dios es un Dios de misericordia. Yo puedo haber llegado a lo máximo de la devaluación de mi dignidad, de mi persona y Dios, desde allí, me levanta.

¿Qué pasó con Sansón luego de eso? En el v. 21 dice: «Los filisteos le echaron mano, le sacaron los ojos y le llevaron a Gaza y le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel». Los animales más viejos e inútiles los usaban para moler y a Sansón lo degradaron a ese nivel, dando vueltas y vueltas al molino. Y uno diría: «Te acabaste, Sansón. Aquí fue tu tumba». Pero aquí no termina el relato.

PERDÓN, SEÑOR, DAME OTRA OPORTUNIDAD

Dice el verso 22: «Y el cabello de su cabeza comenzó a crecer después que fue rapado». Dios, el Dios de misericordia dijo: «Bueno, ahí va otra oportunidad, a ver qué haces con ella». ¿Sabe para qué le sirvió a Sansón? Para vengarse de sus enemigos. Dijo: «Señor, permite que me desquite de una vez». Dios le concedió tener su gran fuerza una vez más y derrumbó el edificio donde estaba, muriendo él junto a miles de filisteos.

¿Qué hago yo con el favor de Dios? ¿Qué hago yo con la misericordia que Dios me ofrece? ¿Sabe lo que dice el profeta? «Cada mañana es nueva tu misericordia, oh Dios.» Cada día Dios nos da una nueva oportunidad. ¿Es para devaluarme? ¿O para re-valuarme? ¿Para terminar de hundirme o para levan­tarme con Su ayuda?

La única manera que nuestra vida valga algo es cuando nosotros la rendimos a Él, entonces empieza a tener valor. Yo me puedo confiar por el dinero que cargo encima, por el ape­llido que tenga, por el sector donde vivo o por la gente con quien me relaciono. Eso es relativo. Conozco a hombres que tienen de todo aparentemente, pero no tienen dignidad perso­nal, ese sentido de valor individual, esa seguridad de ser al­guien. Y conozco a gente muy humilde humanamente hablan­do, pero pueden mirarle en la cara con confianza porque tienen dignidad. Lo tienen porque Dios lo ha dado. Sólo Dios puede tomar mi vida y darle un sentido.

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Capítulo 12

LA RUTA DE LA PROSPERIDAD

Hay muchos de nosotros que nunca pensábamos llegar a la prosperidad o al éxito porque desde nuestra niñez sólo oíamos decir: «No servís para nada; eres inútil». Quizás nuestros padres lo decían para empujamos al éxito, pero lo que lograron era desanimamos totalmente. La verdad es que todos tenemos el potencial de tener prosperidad, de lograr algo en la vida, pero tiene sus condiciones.

El hablar de «ruta» de prosperidad es hablar de dos cosas. Si hay una ruta hay un inicio y si hay un inicio hay una dirección hacia dónde vamos. Algunos vamos donde nos lle­van; cuando estamos en un mercado, el gentío nos empuja y nos lleva. Pero eso es la manera más triste de vivir.

¿QUÉ SIGNIFICA LA PROSPERIDAD?

Ahora, el término «prosperidad» es una palabra muy usada, algunos con envidia, y otros con jactancia. Es una palabra muy antigua. Usted puede ir a la literatura más antigua española y encontrar la palabra prosperidad. «Prosperar» simplemente quiere decir que las cosas llevan el curso favorable que a uno le interesa en pro de lo que uno espera. Pero esta definición es muy ambigua. Para el ladrón, la prosperidad es cuando los dueños de una casa no se dan cuenta que le están robando. Para

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los de la casa, prosperidad es que el ladrón no pueda zafar la chapa para entrar. ¿Cuál de los dos será más «próspero»?

Lamentablemente, en el mundo en que vivimos, el mundo juzga por los resultados y los denomina juicio de Dios. Si algo te va bien, dicen que tienes suerte; si algo te va mal, dicen que Dios te está castigando. Sin embargo, algunos que aparente­mente van mal viven felices porque sienten que están apren­diendo alguna lección necesaria; otros que aparentan vivir bien tienen angustia. ¿Acaso podemos ignorar el juicio que la gente hace a nuestro alrededor? Si me dieron aumento, me felicitan sin saber que ni con el aumento pago la deuda que tengo porque siempre gasto más de lo que gano. Eso la gente no lo sabe. Y al otro le dicen: «¡Qué lástima que te sacaron del trabajo!», sin saber que el ambiente de allí sólo me producía úlceras. ¿Dónde está el criterio para definir qué es la prosperidad?

Hay otra palabra muy relacionada con la prosperidad: el éxito. Éxito significa el resultado feliz de un negocio o actua­ción. Sea cual fuere, éxito o prosperidad, la gran pregunta es: ¿merezco ser próspero? ¿Merezco ser exitoso? A veces uno lee en el periódico u oye alguna noticia de alguien que recibió tal premio o tal reconocimiento, pero con un tono de voz o ex­presión indicando que no lo merecía.

Una cosa que he notado es que la prosperidad (o el éxito) nunca se puede heredar de otro. Puede heredar dinero pero no puede heredar prosperidad a menos que usted camine en senda de otro, en criterio de otro, anulado como persona. La verda­dera prosperidad es una conquista. Entonces viene la pregunta: ¿estamos dispuestos a conquistar algo? ¿Estamos motivados a conquistar algo?

Nuestro mundo juzga cruelmente a los hombres que se proponen conquistar algo. Si se propone algo, dicen: «¡Qué necio este fulano! ¡Hasta que no se sale con la suya no se afloja!» Otros dicen: «¡Viera qué disciplina que tiene el fulano! Va a llegar lejos así». De todos modos, es muy relativo el calificativo que le dan a uno.

Es interesante que la Biblia, desde sus primeros capítulos

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hasta el final, siempre habla de la prosperidad y hay personajes como Abraham e Isaac en los cuales la prosperidad se repite en cada paso de su vida.

JOSÉ, UN ESCLAVO PRÓSPERO

Un ejemplo es José que fue a Egipto, no porque fuera turista ni porque estaba haciendo las paces entre los israelitas y los árabes. No. Fue vendido por sus hermanos como esclavo y a Egipto fue a parar. Es un hombre que tuvo muchas cosas des­favorables en su vida, pero lo sorprendente del caso es que, al realizar cualquier responsabilidad, al desempeñar cualquier tra­bajo que se le asignara, la Biblia agrega esta frase: «Y Dios le prosperaba porque hallaba favor con la gente». Llega al punto en que su jefe, Potifar, le entregó todas las llaves a él y nada sabía más que lo que comía. ¿Por qué? Confiaba ple­namente en José porque Dios prosperaba todo lo que hacía.

El relato está en Génesis 39. Dice el versículo 2: «Mas Jehová estaba con José, y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio».

Es interesante que todos los personajes bíblicos que se califican de «prósperos» vivieron adversidades. El ejemplo de José es clásico. Ahora, si a mí me dijeran: «Mira, te van a meter preso, te van a deportar, vas a ser esclavo, pero luego de 20 años te va a ir bien», ¿me arriesgaría? «Mejor malo conocido que bueno por conoceD>, dirían muchos.

¿Hasta qué punto estamos nosotros dispuestos a pensar de que muchas adversidades en la vida es el medio para encarri­larnos a una ruta de prosperidad? En la ruta de la prosperidad no se cae como un paracaidista. Usted no «cae» adentro; usted tiene que abrirse camino y allí es la cosa.

EL EJEMPLO DE SALOMÓN

Salomón es el ejemplo más clásico de un hombre que fue muy sabio y muy próspero, pero que también acabó muy ton-

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tamente. Él nos dejó ciertos escritos que, por la voz de la experiencia o por la ciencia de Dios, creo nos pueden servir. Me refiero a dos proverbios de su libro de Proverbios, quj se encuentran en el capítulo 28. Note usted el concepto que el proverbista Salomón expone.

Vemos en el versículo 13: «El que encubre su pecado no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta, alcanzará misericordia». Y más abajo en el versículo 25 dice: «El altivo de ánimo suscita contiendas; más el que confía en Jehová prosperará». Dicho en otros términos, el que encubre su pecado no puede tomar el curso favorable de las cosas, sino va en contra de lo favorable. Va en desventaja.

Y tomando la segunda parte del segundo versículo, el que confía en Dios toma el curso favorable de las cosas. Uno diría: Dios es tan caprichoso que hay que hacer lo que a Él le gusta. A Dios gracias, Dios no es caprichoso, simplemente sabe las cosas bien y cuando uno se sujeta a sus normas, le va bien.

¿QUÉ SIGNIFICA «BENDICIÓN*?

Yo quisiera referirme ahora a un sinónimo de la prosperi­dad, el término «bendición.» Es un término que en círculos religiosos se usa frecuentemente. Dice la gente a cada rato: «Que Dios te bendiga». «Bendecir» es decir el bien de algo. Si yo digo «bendíceme», estoy pidiendo que digan algo bueno de mí; no que me digan lo chueco que tengo porque la gente ya lo sabe y me termina de arruinar. En otras palabras, es pedir: «Favoréceme a un curso que me dé beneficio».

Es muy fácil bendecir a Dios porque es difícil pensar cosas malas de Dios. Él es tan bueno con uno, tan paciente y mise­ricordioso. Pero la cosa más difícil es que Dios me bendiga a mí con la realidad de vida y carácter que tengo. Ahora, cuando Dios dice algo, no habla por hablar. Siempre pasa algo. Recuerde cuando Dios creó el mundo en Génesis capítulo 1. Sólo habló y fueron hechas las cosas. Hasta hoy Dios hace lo mismo. Cada vez que Dios dice algo, algo sucede.

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Ahora, si Dios me va a bendecir, va a decir algo. Normal­mente nuestro criterio de que Dios me bendiga es que Dios ponga el visto bueno a mis planes ya que está todo programado. Pero Dios no puede ser manipulado en ese criterio y si pido la bendición de Dios es posible que Él cambie todos mis planes. ¿Estoy dispuesto a que haga eso?

Si de veras yo quiero ser un hombre próspero, tengo que ser un hombre bendecido por Dios. Y para ser bendecido por Dios, Dios dice y hace de mí lo que mejor le parece. A la larga siempre me va bien. Lamentablemente, nosotros siempre juz­gamos la prosperidad por lo que me sucede ahora sin ver el proceso hacia la prosperidad que Dios desea. Pero un cocinero no mide la prosperidad de una comida cuando está a mitad de hacer; espera y analiza la realidad al terminar de cocinar Normalmente prejuzgamos el proceso de Dios con nosotros en el inicio, no en el final, y nos desanimamos.

La señorita Corrie Ten Boom (una holandesa que fue en­carcelada en un campo de concentración nazi por esconder judíos durante la Segunda Guerra Mundial) lo ilustra de este modo. Mostraba el revés de un bordado y preguntaba: «¿Crees que Dios no te está favoreciendo por lo mal que te va en la vida? Mire este bordado, tan feo de este lado con los hilos sueltos, pero la clave es mirarlo del otro lado». Decía que el revés es parte del derecho también y que no debemos juzgar en base al revés.

Miramos nuestra vida y decimos: «Señor, ¡qué desagradable es todo esto!», sin damos cuenta que el Señor está haciendo algo hermoso del otro lado. Pidamos al Señor poder ver siquie­ra un poco de su diseño hermoso para no desanimarnos desmedidamente.

Dice el proverbista: «Mas el que confía en Jehová prospe­rará porque el altivo de ánimo suscita contiendas». Pero para que yo pueda confiar en Dios tengo que tener el primer pre­cepto: debo confesar mi mal y apartarme de él para que haya misericordia.

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¿GARANTIZADO AL FRACASO?

Por muchos años yo fui garantizado al fracaso; incluso mis padres no sabían qué hacer conmigo. Crecí en Grecia durante la Segunda Guerra Mundial y eso me dejó traumas fuertes, aparte de un carácter fuerte. En la secundaria me habían puesto de apodo «loco chipriota» porque era la época de la guerra de Chipre. Tuve un compañero de clases que tenía el apodo de «Chueco» porque cuando se enojaba su mandíbula estaba torcida. Una vez yo le pregunté a este compañero: ¿por qué me llaman «loco chipriota»? Me contestó con sinceridad: «Porque nunca vas a llegar a nada, eres un buen caso para saber cómo acabar mal en la vida».

Pasaron unos años y un día me crucé con él. En aquel entonces yo trabajaba en una empresa de seguros y tenía buenos ingresos y él era un psiquiatra. Le invité a almorzar y empezamos a platicar. Me dijo: «Mira, Loco ¿qué tal te va?» Le dije: «Bien». Y me preguntó si estaba tomando pastillas para controlarme. Le dije que con pastillas yo no me podía com­poner. Entonces me preguntó de qué trabajaba, qué hacía. Después me di cuenta que por su profesión estaba viendo como estaba el «caso». Le conté que me había graduado de perito contador y que me había metido a estudiar economía en la universidad, trabajando al mismo tiempo en esta compañía.

Después me miró y me preguntó: «¿Qué es lo que te com­puso en la vida?» Le dije: «Mira, dos cosas. Primero, acepté la realidad de lo que me dijiste en la secundaria, que era un loco. El admitir un mal era el principio del remedio. Y después encontré a Alguien que me pudiera componer». Y me dijo: «Decíme, ¿con cuál psiquiatra te estás haciendo tratar? Porque yo te he usado como un caso típico en todos los casos clínicos que yo he planteado: destrabado por la guerra, represión en el hogar, desadaptado social, etc.».

Le expliqué que ningún psiquiatra me estaba tratando, que el Señor Jesucristo fue el único que tuvo las agallas de aga­rrarme de frente y componerme.

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«Entonces la religión te ha cambiado.» «No», le dije, «tenía religión cuando era más loco. Todos los domingos iba a la iglesia, aunque no me gustaba». De pronto me dijo: «Sí, cuando uno sublima una relación con alguien le puede ayudar». Le dije: «Mira, no tienes que creerme, pero Jesucristo fue quien me compuso».

Al mirar para atrás, sólo me resta decir que Dios es el único que todavía puede encaminar a alguien. Pero ¿será sólo enca­minar la cosa? Porque muchos empiezan bien pero el problema es acabar bien. Muchos en la vida empiezan muy bien, pero, sin planificar el fracaso, en eso acaban.

Yo quisiera ser realista con ustedes: somos el mejor invento de Dios pero también somos humanos. Queremos aparentar lo mejor y disimular nuestros defectos o errores. Nadie se para en público y dice: «Señores, yo tengo el gusto de decirles todos los errores míos para que usted no se engañe». Ni la edad decimos para que no piensen que somos viejos. «Es que todas las cosas no hay que decirlas». Los árabes tienen un dicho: «Cuando se confiesa, no se confiesa todo. Se confiesa lo que daña al prójimo, no a uno». Pero delante de Dios no podemos encubrir nada.

Señores, yo quisiera desafiarlo a usted y a mí mismo. Tal vez hemos vivido momentos difíciles y quizás nadie lo sabe. Pero Dios sí lo sabe y yo tendré que, tarde o temprano, sin­cerarme con Dios para que él, de veras, me corrija a mí y me encamine.

Yo quisiera aclarar algo. Nosotros queremos que Dios nos prospere y con debida razón, pero Dios no prospera a nadie porque sí. Dios ha establecido principios y si yo cumplo con esos principios, la consecuencia natural es que yo prospere. «Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará», dice Gálatas 6:7.

Imagina esta situación: yo he plantado maíz y está crecien­do. En eso me entero que el cardamomo lo pagan bien, enton­ces le digo: «En el nombre del Señor, este maíz se cambia en cardamomo». Mire, yo puedo morir clamando pero no va a

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cambiar porque la semilla que yo puse es de maíz. La única manera es volver a arar la tierra y plantar cardamomo.

Ahora, Dios no hace parches en mi vida para que me mire mejor. No. Dios, lo que hace, es planta un corazón nuevo dentro de mí, para que yo sea una nueva persona. No es que pierdo identidad; lo que pierdo son mañas. No le van a cambiar el número de cédula de vecindad, pero van a decir: «Usted tiene otra expresión en su rostro. ¿Qué pasó?» «Es que Dios me cambió, es todo.»

No juzguemos lo que Dios quiere hacer simplemente por la adversidad del momento. Recordemos lo que dice Romanos 8:28: «A los que aman a Dios, todas las cosas le ayudan a bien» tarde o temprano. Y con Dios usted no está arriesgando.

Quizás usted me diga: «Yo tengo mi religión». El problema no está en la religión, el problema está conmigo y la necesidad de cambiarme. Dios sí puede cambiarme, hacerme una nueva criatura y darme un nuevo corazón para que, aunque las cir­cunstancias no cambien, yo puedo ver todo diferente.

La prosperidad no consiste en que todo vaya bien, es que yo lo miro diferente. Un problema se ve distinto según lo mire. Recuerdo cuando tuve un accidente en Guatemala un señor me dijo: «No se preocupe, yo lo puedo ayudar». ¿Por qué estaba tan positivo aquel señor? Porque tenía un taller mecánico y un accidente aumenta sus ingresos. Pensándolo bien, ¿quién era más próspero, él o yo? A pesar de todo, estaba agradecido por­que podría haber matado a alguien y Dios permitió que sólo el automóvil se dañara para darle trabajo al taller.

Señores, Dios no va a cambiar necesariamente las circuns­tancias, Dios quiere cambiarme a mí, lo quiere cambiar a usted para que las cosas se miren de forma diferente. Yo lo quiero desafiar a usted: ¿está dispuesto a encarrilarse en esta ruta de la prosperidad?

Hay que empezar con un corazón nuevo y con una relación nueva con Dios. El sistema viejo no funciona. En Deutero-nomio capítulo 28 se da una lista de todas las bendiciones que vendrán si guardamos sus mandamientos y una lista larga de

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maldiciones si fuéramos desobedientes. «Y no serás prospera­do en tus caminos», dice el versículo 29.

¿Quiere ser próspero? La ruta de la prosperidad es la ruta de Dios. Cristo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6). Jesucristo, aún colgado en la cruz era una persona próspera porque dijo: «Padre, he cumplido con el mandado. No he fallado». Resucitó, ascendió a los cielos en favor suyo y mío y todavía está en lo próspero. Y si usted confía en Dios y entrega su vida en Sus manos, será próspero también.

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