el gran dios pan

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LIBROdot.com Arthur Machen El Gran Dios Pan Cortesía de : Verónica [email protected] I. El experimento -Estoy contento de que hayas venido, Clarke; de hecho, muy contento. No estaba seguro de que pudieras darte el tiempo. -Pude hacer algunos arreglos por unos pocos días; las cosas no están muy activas justamente ahora. Pero Raymond, ¿no tienes dudas? ¿Es absolutamente seguro? Los dos hombres paseaban lentamente por la terraza frente a la casa del doctor Raymond. El sol oriental aún colgaba sobre la línea montañosa, pero brillaba con un pálido resplandor rojizo que no producía sombras, y el aire estaba en calma; una dulce brisa vino desde el bosque en la ladera, colina arriba, y con ella, por intervalos, el suave y murmurante arrullo de las palomas silvestres. Abajo, en el largo y hermoso valle, el río serpenteaba entre las colinas solitarias y, mientras el sol flotaba y se desvanecía hacia el oeste, una suave bruma, de un blanco puro, comenzó a emerger desde las colinas. El doctor Raymond se volvió seriamente hacia su amigo: -¿Seguro? Por supuesto que lo es. La operación es en sí misma una intervención perfectamente simple, cualquier cirujano podría hacerla. -¿Y no hay peligro durante alguna otra etapa? -Ninguno; absolutamente ningún riesgo físico. Te doy mi palabra. Siempre eres tan tímido, Clarke, siempre, pero tú conoces mi historia. Me he dedicado a la medicina trascendental durante los últimos veinte años. He sido llamado farsante, charlatán e impostor, sin embargo, todo el tiempo supe que me encontraba en el camino correcto. Hace cinco años alcancé la meta, y cada día desde entonces ha sido una preparación para lo que haremos esta noche. -Me gustaría creer que todo eso es cierto -Clarke frunció el entrecejo y miró dubitativamente al doctor Raymond-. 1

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Estoy contento de que hayas venido, Clarke; de hecho, muy contento. No estaba seguro de que pudieras darte el tiempo.-Pude hacer algunos arreglos por unos pocos días; las cosas no están muy activas justamente ahora. Pero Raymond, ¿no tienes dudas? ¿Es absolutamente seguro?

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El Gran Dios Pan

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LIBROdot.comArthur Machen

El Gran Dios Pan

Cortesa de: Vernica [email protected]. El experimento-Estoy contento de que hayas venido, Clarke; de hecho, muy contento. No estaba seguro de que pudieras darte el tiempo.-Pude hacer algunos arreglos por unos pocos das; las cosas no estn muy activas justamente ahora. Pero Raymond, no tienes dudas? Es absolutamente seguro?Los dos hombres paseaban lentamente por la terraza frente a la casa del doctor Raymond. El sol oriental an colgaba sobre la lnea montaosa, pero brillaba con un plido resplandor rojizo que no produca sombras, y el aire estaba en calma; una dulce brisa vino desde el bosque en la ladera, colina arriba, y con ella, por intervalos, el suave y murmurante arrullo de las palomas silvestres. Abajo, en el largo y hermoso valle, el ro serpenteaba entre las colinas solitarias y, mientras el sol flotaba y se desvaneca hacia el oeste, una suave bruma, de un blanco puro, comenz a emerger desde las colinas. El doctor Raymond se volvi seriamente hacia su amigo:-Seguro? Por supuesto que lo es. La operacin es en s misma una intervencin perfectamente simple, cualquier cirujano podra hacerla.-Y no hay peligro durante alguna otra etapa?-Ninguno; absolutamente ningn riesgo fsico. Te doy mi palabra. Siempre eres tan tmido, Clarke, siempre, pero t conoces mi historia. Me he dedicado a la medicina trascendental durante los ltimos veinte aos. He sido llamado farsante, charlatn e impostor, sin embargo, todo el tiempo supe que me encontraba en el camino correcto. Hace cinco aos alcanc la meta, y cada da desde entonces ha sido una preparacin para lo que haremos esta noche.-Me gustara creer que todo eso es cierto -Clarke frunci el entrecejo y mir dubitativamente al doctor Raymond-. Ests perfectamente seguro, Raymond, que tu teora no es una fantasmagrica -por cierto que una visin esplndida, sin embargo, una mera visin despus de todo?El Dr. Raymond detuvo su marcha y se volvi seriamente. Era un hombre de mediana edad, macilento y delgado, de complexin amarillo plida, sin embargo, mientras le responda y enfrentaba a Clarke, un rubor asom en sus mejillas.-Mira a tu alrededor, Clarke. Puedes ver las montaas, las colinas, como ondulacin tras ondulacin, puedes ver los bosques y los huertos, los campos maduros de maz, y las praderas que se extienden hasta los lechos de caa junto al ro. Puedes verme aqu a tu lado, y or mi voz; mas te digo, que todas estas cosas -s, desde la estrella que acaba de brillar en el cielo hasta el suelo slido bajo tus pies- te digo, que todas son slo sueos y sombras; las sombras que ocultan a nuestros ojos el verdadero mundo. Existe un mundo real, pero trasciende este glamour y esta visin, y se encuentra ms all de todo esto, tras un velo. No s si alguna vez algn ser humano ha corrido ese velo; sin embargo, Clarke, s que t y yo lo veremos levantarse esta misma noche, en los ojos de otra persona. Quiz pienses que todo esto es un sinsentido extravagante; puede ser extrao, pero es real, y los antiguos saban lo que significaba descorrer ese velo. Lo llamaban presenciar al dios Pan.Clarke se estremeci; la bruma blanca que se juntaba sobre el ro estaba helada.-Esto es realmente asombroso-dijo-. Estamos parados al borde de un mundo extrao, si lo que dices, Raymond, es verdad. Debo suponer que el cuchillo es absolutamente necesario?-S. Una pequea lesin en la sustancia gris, eso es todo; un insignificante reordenamiento de ciertas clulas, una alteracin microscpica que escapara a la atencin de noventa y nueve de cien especialistas. Clarke, no quiero molestarte hablndote de mi oficio; podra darte muchos detalles tcnicos que sonaran imponentes, mas t quedaras tan iluminado como ests ahora. Sin embargo, supongo que habrs ledo, por casualidad, en las apartadas esquinas de tu peridico, acerca de los inmensos pasos que se han dado recientemente en la fisiologa del cerebro. El otro da divis un prrafo de la teora de Digby, y de los descubrimientos de Browne Feber. Teoras y descubrimientos! Donde ellos se encuentran ahora yo ya estuve hace quince aos, y no necesito decirte que no he estado inactivo durante los ltimos quince aos. Bastar que te diga que, hace cinco aos hice el descubrimiento al que alud cuando dije que hace diez aos haba alcanzado la meta. Luego de aos de labor, luego de aos de esfuerzo y de andar a tientas en la oscuridad, luego de das y noches de desilusiones y, algunas veces, de desesperacin, en los cuales, una que otra vez, temblaba y me pona helado ante el pensamiento de que quiz otros estaban buscando lo que yo buscaba; pero por fin, despus de tanto tiempo, una punzada de alegra estremeci mi alma y supe que el largo viaje haba llegado a su fin. A travs de lo que pareca y an parece suerte, por la sugerencia de un pensamiento ftil desprendido de las lneas familiares y los caminos que haba recorrido cientos de veces, la verdad me invadi, y vi, delineado en lneas de visin, un mundo completo, una esfera desconocida; islas y continentes, y grandes ocanos, en los cuales barco alguno ha navegado (segn creo) desde que el hombre alz por primera vez su mirada y vislumbr el sol y las estrellas del cielo, y la tranquila tierra debajo. Pensars que esto es slo lenguaje alegrico, Clarke, pero es tan difcil ser literal. Y, sin embargo, no s si acaso lo que estoy insinuando no pueda ponerse en trminos sencillos y aislados. Por ejemplo, actualmente este mundo nuestro se encuentra completamente conectado con cables y alambres de telgrafo; y con algo menor que la velocidad del pensamiento, cruzan como un relmpago desde el amanecer al atardecer, desde norte a sur, a travs de las inundaciones y los desiertos. Supn que un elctrico de hoy se diera cuenta que l y sus colegas han estado meramente jugando con guijarros, confundindolos con las bases del mundo, supn que un hombre como aqul vislumbrara el espacio infinito extendindose abierto frente a la corriente, y las voces de los hombres viajando a la velocidad del trueno hacia el sol y ms all del sol, hacia los sistemas ms alejados, y el eco de la voz articulada de los hombres en el desolado vaco que confina nuestro pensamiento. En relacin a las analogas, sta es una muy buena analoga de lo que he hecho; puedes entender ahora un poco de lo que sent aqu una tarde; una tarde de verano como sta y el valle luciendo como ahora. Yo me encontraba aqu y, frente a m, vi el abismo inefable e impensable que se abre profundo entre dos mundos, el mundo de la materia y el mundo del espritu; vi el vaco y gran abismo extenderse mortecino frente a m, y, en aquel instante, un puente de luz salt desde la tierra hacia la orilla desconocida, y el abismo fue unido. Puedes mirar en el libro de Browne Faber, si lo deseas, y te dars cuenta que hasta el da de hoy los hombres de ciencia son incapaces de dar cuenta de la presencia, o de especificar, las funciones de un cierto grupo de neuronas del cerebro. Aquel grupo es, as como era, tierra de nadie, slo una prdida de espacio para poner teoras imaginativas. Yo no estoy el la posicin de Browne Faber ni de los especialistas, yo estoy perfectamente enterado de las posibles funciones de aquellos centros nerviosos en el esquema de las cosas .Con un toque puedo hacerlas entrar en juego, con un toque digo, puedo liberar la corriente, con un toque puedo completar la comunicacin entre este mundo de los sentidos y... podremos terminar la oracin ms tarde. S, el cuchillo es necesario; mas imagina lo que ese cuchillo realizar. Nivelar totalmente la slida muralla de los sentidos y, probablemente, por primera vez desde que el hombre fue creado, un espritu contemplar un mundo de espritus. Clarke, Mary ver al dios Pan!-Pero, recuerdas lo que me escribiste? Pens que era requisito que ella... -susurr el resto al odo del doctor.-No, para nada, para nada. Esas son tonteras. Te lo aseguro. De hecho, es mejor como est; estoy completamente seguro de eso.-Considera bien el asunto, Raymond. Es una gran responsabilidad. Algo podra salir mal; seras un hombre miserable por el resto de tus das.-No, no lo creo, an si lo peor sucediera. Como sabes, yo rescat a Mary de la cuneta y de una muerte casi segura, cuando era una nia; pienso que su vida es ma, para usarla como estime conveniente. Vamos, se est haciendo tarde, mejor entramos.El doctor Raymond encabez la marcha hacia la casa, a travs del hall, y hacia abajo por un largo y oscuro corredor. Sac una llave de su bolsillo y abri una pesada puerta, y le indic a Clarke la entrada a su laboratorio. ste haba sido alguna vez una sala de billar, iluminado por una cpula de vidrio en el centro del techo, donde an brillaba una luz triste y gris sobre la figura del doctor, mientras encenda una lmpara de pesada pantalla y la pona sobre una mesa en el centro de la habitacin.Clarke mir a su alrededor. Escasamente un pie del muro se mantena desnudo; por todos lados haba estantes atiborrados con botellas y frasquitos, de todas las formas y colores, y a un extremo se encontraba un pequeo librero estilo Chippendale. Raymond le apunt:-Ves aquel pergamino de Osward Crollius? l fue uno de los primeros en mostrarme el camino, aunque pienso que l mismo jams lo encontrara. ste es un extrao dicho suyo: "En cada grano de trigo se esconde el alma de una estrella"No haban muchos muebles en el laboratorio. La mesa en el centro, en una esquina un mesn de piedra con un desage, las dos butacas en las que Raymond y Clarke estaban sentados; eso era todo, excepto una silla de extraa apariencia en el extremo ms alejado de la habitacin. Clarke la miro y alz sus cejas:-S, sa es la silla -dijo Raymond-. Debemos ponerla en posicin. Se levant y empuj la silla hacia la luz, y comenz a elevarla y a bajarla, dejando el asiento abajo, poniendo el respaldo en varios ngulos, y ajustando la pisadera. Se vea bastante cmoda, y Clarke pas su mano sobre el terciopelo verde, mientras el doctor manipulaba las palancas.-Clarke, ponte cmodo. Yo tengo un par de horas de trabajo ante m, tuve que dejar algunos asuntos para el final.Raymond se dirigi hacia el mesn de piedra, mientras Clarke, melanclicamente, lo observaba inclinarse sobre una hilera de frascos y encender la llama bajo el crisol. El doctor tena una pequea lmpara de mano, ensombrecida como la ms grande, en una saliente sobre su instrumental. Clarke, sentado en las sombras, examin la gran sala en penumbras, asombrndose ante los grotescos efectos del contraste entre la luz brillante y la oscuridad indefinida. Pronto tuvo conciencia de un extrao olor en la habitacin, al comienzo la mera sugerencia de un olor, pero al hacerse ms definido se sorprendi de no evocar una farmacia o un pabelln. Clarke se encontr a s mismo esforzndose intilmente por analizar la sensacin y, poco conciente, comenz a pensar en un da, quince aos atrs, que pas vagando a travs de los bosques y praderas cercanas a su propio hogar. Era un caluroso da de comienzos de agosto, el calor haba desdibujado con una suave bruma los contornos de todas las cosas y de todas las distancias, y la gente que observaba el termmetro hablaba de un registro anormal, de una temperatura que era casi tropical. Extraamente, aquel caluroso da de los cincuentas emergi nuevamente en la imaginacin de Clarke; la sensacin de encandilamiento por la luz del sol que lo invada todo, pareca anular las sombras y las luces del laboratorio, y sinti nuevamente el aire caliente golpeando en rfagas sobre su rostro, y vio el resplandor elevndose de la turba, y oy los millares de murmullos del verano.-Espero que el olor no te moleste, Clarke; no hay nada daino en l. Te pone un tanto sooliento, eso es todo.Clarke oy las palabras claramente, y se dio cuenta de que Raymond se diriga a l, sin embargo, no poda salirse de ese letargo. Slo poda pensar en la caminata solitaria que haba tomado, quince aos atrs; era la ltima visin que tena desde que era nio de los campos y bosques que haba conocido, y ahora, todo eso surga en una luz brillante, como una fotografa, ante l. Y por encima de todo lleg hasta su nariz el aroma del verano, el olor mezclado de las flores, de los bosques y de los lugares templados en lo profundo de las verdes profundidades, emanando producto del calor del sol; y el aroma de la buena tierra, yaciendo con los brazos abiertos y los labios sonrientes, abrumndolo todo. Sus fantasas le hicieron vagar, como haba vagado hace mucho tiempo atrs, desde los campos hacia el bosque, recorriendo un pequeo sendero entre la maleza brillante de las hayas; mientras el hilo de agua que goteaba desde la piedra caliza sonaba como una meloda de ensueo. Sus pensamientos comenzaron a extraviarse y a fundirse con otros pensamientos; la avenida de hayas se transform en un sendero entre las encinas, y eventualmente, alguna parra trepaba de rama en rama, confinando a los oscilantes zarcillos y se inclinaba a causa de sus uvas prpuras, y las escasas hojas verdi-grises del olivo silvestre contrastaban con las oscuras sombras de la encina. Clarke, en los profundos pliegues del sueo, estaba conciente que el sendero que parta de la casa de su padre lo haba llevado hacia un pas desconocido. Repentinamente, mientras reflexionaba sobre la extraeza de todo esto, el murmullo del verano fue reemplazado por un silencio infinito que pareca cernirse sobre todas las cosas, el bosque estaba en silencio. Y por un momento se encontr cara a cara con una presencia, que no era hombre ni bestia, ni vivo ni muerto, sino todas las cosas a la vez, la forma de todas las cosas pero desprovisto de forma. Y en ese momento, el sacramento entre el cuerpo y el ama se disolvi y una voz pareci gritar: "djennos salir", y entonces vino la oscuridad ms oscura, de ms all de las estrellas, la oscuridad de lo eterno.Clarke se despert de un sobresalto y vio a Raymond vertiendo unas cuantas gotas de un lquido oleoso en un frasquito verde, tapndolo apretadamente.-Estuviste dormitando -le dijo-, el viaje debe haberte agotado. Todo est listo. Ir por Mary; estar de vuelta en diez minutos.Clarke se reclin en su butaca, reflexionando. Le pareca como si solamente hubiera pasado de un sueo a otro. Casi esperaba ver las paredes del laboratorio derretirse y disolverse, y despertar en Londres, estremecindose frente a sus propias ensoaciones. Pero finalmente la puerta se abri y el doctor regres. Tras de l vena una joven de aproximadamente diecisiete aos, toda vestida de blanco. Era tan hermosa que Clarke no se extra de lo que el doctor le haba escrito. Su rostro, cuello y brazos se haban sonrojado, pero Raymond se mantena inconmovible.-Mary -le dijo-, ha llegado el momento. Eres completamente libre. Ests dispuesta a confiarte enteramente a m?-S, querido.-Oste eso, Clarke? T eres mi testigo. Mary, aqu est la silla. Es bastante simple. Slo sintate y recustate. Ests lista?-Si, querido, completamente lista. Bsame antes de comenzar.El doctor se inclin y la bes benvolamente en los labios. -Ahora cierra tus ojos -le dijo.La joven cerr sus prpados, como si estuviera cansada y anhelara dormir, y Raymond puso el frasquito verde bajo su nariz. Su rostro se puso blanco, ms blanco que su vestido; luch suavemente, mas luego, con el sentimiento de sumisin tan fuerte en su interior, cruz los brazos sobre su pecho, como una nia pequea a punto de decir sus oraciones. El brillo de la lmpara cay de lleno sobre ella, y Clarke observ los cambios pasar rpidamente por su rostro, como cambian las colinas cuando las nubes del verano flotan sobre el sol. Y luego all estaba ella, totalmente quieta y plida, mientras el doctor levantaba uno de sus prpados. Estaba completamente inconsciente. Raymond presion con fuerza una de las palancas e instantneamente la silla se hundi hacia atrs. Clarke observ cmo le cortaba el cabello, trazando un crculo parecido a una tonsura. Raymond acerc la lmpara y sac de su maletn un pequeo y brillante instrumento, Clarke se volte estremecindose. Al mirar nuevamente el doctor estaba vendando la herida que haba hecho.-Despertar en cinco minutos -Raymond se mantena an perfectamente tranquilo-. No hay nada ms que hacer, slo podemos esperar.Los minutos pasaban lentamente; podan or el lento y pesado tic tac de un antiguo reloj en el pasillo. Clarke se senta enfermo y dbil; sus rodillas temblaban, casi no poda mantenerse en pie.Repentinamente, mientras vigilaban, percibieron un largo suspiro y, de sbito, el color perdido regres a las mejillas de la joven y sus ojos se abrieron. Clarke se amilan ante ellos. Brillaban con una luz impresionante, mirando a la distancia, y un gran asombro se dibuj en su rostro, y sus brazos se estiraron como para asir lo invisible; sin embargo, en un instante el asombro se disolvi y fue reemplazado por el ms abominable terror. Los msculos de su rostro se convulsionaron horriblemente, temblando desde la cabeza a los pies; su alma pareca estremecerse y luchar dentro de ese hogar de carne. Fue una visin espantosa, y Clarke se precipit hacia adelante mientras ella caa al suelo, temblando.Tres das despus Raymond condujo a Clarke junto al lecho de Mary. Ella se encontraba completamente despierta, moviendo su cabeza de lado a lado y gesticulando inexpresivamente.-S -dijo el doctor, aun completamente sereno-, es una lstima, se ha convertido en una idiota sin remedio. Sin embargo, no se pudo evitar y, despus de todo, ella ha visto al Gran Dios Pan.

II. Las Memorias del Seor Clarke

Clarke, el caballero elegido por el Dr. Raymond para presenciar el extrao experimento del dios Pan, era una persona en cuyo carcter la cautela y la curiosidad estaban peculiarmente mezcladas. En sus momentos de seriedad pensaba en lo inusual y lo excntrico con una abierta aversin, sin embargo, en lo profundo de su corazn, exhiba una ingenua curiosidad respecto a los elementos ms esotricos y recnditos de la naturaleza humana. Esta ltima tendencia haba prevalecido cuando acept la invitacin de Raymond y, aunque su juicio siempre haba repudiado las teoras del doctor, considerndolas como las necedades ms extravagantes, secretamente abrazaba la creencia en la fantasa, y se hubiera regocijado de ver confirmada aquella creencia. Los horrores que presenci en aquel espantoso laboratorio resultaron, hasta cierto punto, teraputicos; era conciente de estar involucrado en un asunto no del todo honorable, y por muchos aos despus, se aferr firmemente a lo trivial, rechazando todas las oportunidades de investigacin ocultista. De hecho, sobre un principio homeoptico, por algn tiempo asisti a las sesiones de distinguidos mdiums, esperando que los torpes trucos de aquellos caballeros le llevaran a enemistarse con cualquier tipo de misticismo, sin embargo, el remedio, aunque custico, no era eficaz. Clarke saba que an se consuma por lo invisible, y, poco a poco, la antigua pasin comenz a reafirmarse, al tiempo que el rostro de Mary, estremecindose y convulsionado con un desconocido terror, se desvaneca lentamente en su memoria. Ocupado todo el da en labores tanto serias como lucrativas, la tentacin de relajarse por la tarde era muy grande, especialmente durante los meses de invierno, cuando el fuego echaba un clido fulgor sobre su cmodo departamento de soltero, y una botella de algn vino escogido descansaba presto a la mano. Una vez digerida la cena, hara una breve pretensin de leer el peridico de la tarde, sin embargo, el mero catlogo de noticias palideca pronto ante l, y Clarke se descubra echando vistazos de clido deseo en direccin de un antiguo escritorio japons, que se ergua a una agradable distancia del hogar. Como un nio frente a un armario atestado, por unos pocos minutos lo rondaba indeciso, pero el placer siempre prevaleca, y Clarke terminaba por acercar su silla, prender una vela y sentarse frente al escritorio. Sus casilleros y cajones rebosaban con documentos acerca de los ms mrbidos temas, y en su espacio cerrado, descansaba un gran volumen manuscrito, en el cual, esmeradamente, haba introducido los tesoros de su coleccin. Clarke senta un magnfico desdn hacia la literatura publicada; la historia ms fantasmagrica dejaba de interesarle si resultaba estar impresa; su nico placer se encontraba en la lectura, compilacin y reorganizacin de lo que l llamaba, sus "Memorias para probar la Existencia del Diablo" y, entregado a esta ocupacin, la tarde pareca volar y la noche pareca muy corta.

Durante una velada en particular, una horrible noche de diciembre oscurecida por la niebla y congelada con escarcha, Clarke apur su cena y, escasamente, se dign a observar su acostumbrado ritual de tomar el peridico y dejarlo nuevamente a un lado. Se pase dos o tres veces por la habitacin, abri el escritorio, se mantuvo esttico por un momento, y se sent. Se reclin, absorbido por una de esas ensoaciones de las que era objeto y, al fin, sac su libro y lo abri en la ltima entrada. All haban tres o cuatro pginas densamente cubiertas por la redonda y ornada caligrafa de Clarke, y al principio, haba escrito lo siguiente, a mano y en una letra algo ms grande:

"Singular narracin relatada por mi Amigo, el Doctor Phillips. Me ha asegurado que todos los hechos relatados aqu son estricta y completamente Verdaderos, pero se niega a entregar, ya sea los Apellidos de las Personas Afectadas, o los Lugares donde estos Extraordinarios Eventos sucedieron.

El seor Clake comenz a leer, por dcima vez, la narracin, dando un vistazo de vez en cuando a las notas que haba hecho a lpiz cuando su amigo lo sugera. Una de sus gracias era enorgullecerse de una cierta habilidad literaria; pensaba bien de su estilo, y se esforz en arreglar de forma dramtica las circunstancias. Ley la siguiente historia:

"Las personas involucradas en esta exposicin son: Helen V., quien, si an est viva, debe ser una mujer de veintitrs, Rachel M., ya fallecida, quien era un ao menor que la anterior, y Trevor W., un idiota, de 18 aos. Estas personas, durante el perodo de la historia, habitaban en una villa en los lmites de Gales, un lugar de alguna importancia durante la poca de ocupacin Romana, pero ahora un casero disperso de no ms de quinientas almas. Se empalma sobre terreno elevado, aproximadamente a seis millas del mar, y se encuentra protegida por un extenso y pintoresco bosque.

"Hace unos once aos atrs, Helen V. lleg a la aldea bajo circunstancias peculiares. Era sabido que, siendo hurfana, fue adoptada en su infancia por un pariente lejano, quien la cri en su hogar hasta que cumpli los doce aos. Sin embargo, pensando que sera mejor para la nia tener compaeros de juegos de su misma edad, public en varios peridicos locales avisos buscando un buen hogar para una nia de doce en una cmoda hacienda. Este aviso fue contestado por el seor R., un granjero acomodado, de la aldea antes mencionada. Siendo sus referencias satisfactorias, el caballero envi a su hija adoptiva con el seor R. La joven portaba una carta, en la cual se estipulaba que la nia debera tener una habitacin para ella sola y afirmaba que sus cuidadores no necesitaban preocuparse por el tema de su educacin, pues ella estaba lo suficientemente educada para la posicin que ocupara en la vida. De hecho, el seor R. fue dado a entender que deba permitir a la nia encontrar sus propias actividades y pasar el tiempo como ella deseara. Puntualmente, el Sr. R. la recibi en la estacin ms cercana, a siete millas de su casa, y al parecer no advirti nada fuera de lo comn acerca de la nia, excepto que se mostraba reservada respecto a su antigua vida y a su padre adoptivo. Sin embargo, ella era diferente a la gente del pueblo; su piel era de un oliva plido y claro, y sus rasgos eran bien marcados, en cierto modo, tena un tipo extranjero. Al parecer, se acostumbr fcilmente a la vida de la granja, y se convirti en la favorita de los nios, quienes algunas veces la acompaaban en sus vagabundeos por el bosque, ya que ste era su pasatiempo favorito. El Seor R. relata que conoca los vagabundeos solitarios de la joven, sala inmediatamente despus del desayuno, y no retornaba hasta despus del atardecer, y que, sintindose intranquilo de que una jovencita se encontrara sola fuera de la casa por tantas horas, se comunic con su padre adoptivo, quin respondi, en una breve nota, que Helen deba hacer lo que eligiera. En el invierno, cuando los caminos del bosque son intransitables, pasaba la mayor parte del tiempo en su dormitorio, donde dorma sola, de acuerdo a las instrucciones de su pariente. Fue durante una de estas expediciones al bosque cuando sucedi el primero de los singulares incidentes con los cuales la nia est conectada, siendo aproximadamente un ao despus de su llegada al pueblo. El invierno anterior haba sido extraordinariamente severo, la nieve se haba acumulado hasta grandes profundidades, y la escarcha se haba mantenido por un perodo sin precedente, y el verano siguiente fue igual de notable por su calor excesivo. Durante uno de los das ms calurosos de dicho verano, Helen V. abandon la casa para dar uno de sus largos paseos por el bosque, llevando con ella, como era usual, algo de pan y carne para almorzar. Fue vista por algunos hombres en los campos dirigindose hacia la antigua Calzada Romana, un verde sendero que recorre la parte ms alta del bosque. Se sorprendieron al observar que la nia se haba quitado el sombrero, a pesar de que el calor del sol era casi tropical. Mientras pasaba, un obrero de nombre Joseph W. trabajaba en el bosque cerca de la Calzada Romana. A las doce de da su hijo Trevor le llev al hombre su comida de pan y queso. Despus de la merienda, el chico, de aproximadamente siete aos en aquella poca, dej a su padre en el trabajo para buscar flores en el bosque, y el hombre, que poda escucharlo gritar con deleite ante sus descubrimientos, no se sinti intranquilo. Sin embargo, repentinamente, se horroriz al escuchar los gritos ms espantosos, evidentemente producto de un gran terror, que procedan de la direccin en que su hijo haba ido. Rpidamente dej sus herramientas y corri para ver qu haba sucedido. Siguiendo su pista por el sonido, encontr al pequeo nio corriendo precipitadamente, y se encontraba, era evidente, terriblemente asustado. Al preguntarle, el hombre se enter que el nio, luego de recoger un ramillete de flores se sinti cansado y se acost en el pasto quedndose dormido. Fue sbitamente despertado, como relat, por un ruido peculiar, una especie de canto -as lo llam- y, atisbando a travs de las ramas, vio a Helen V. jugando en el pasto con un "extrao hombre desnudo", a quien fue incapaz de describir con ms detalle. Dijo haberse sentido terriblemente asustado y que corri alejndose y llamando a su padre. Joseph W. se dirigi al lugar indicado por su hijo, y encontr a Helen V. sentada en el pasto en el centro de un claro, o de un espacio abierto dejado por los quemadores de carbn. Irritadamente la culp de haber asustado a su pequeo hijo, pero ella neg completamente la acusacin y se ri de la historia del nio sobre un "hombre extrao", historia a la cual l mismo no le atribua mucho crdito. Joseph W. lleg a la conclusin de que el nio haba despertado con un sbito temor, como a veces les sucede a los nios, mas Trevor persista en su historia, y contino en aquel evidente estrs hasta que finalmente su padre lo llev a casa, esperando que su madre fuese capaz de consolarlo. Sin embargo, por varias semanas el nio les dio a sus padres muchas preocupaciones: sus maneras se tornaron nerviosas y extraas, negndose a abandonar la cabaa solo, y alarmando constantemente a la familia al despertar gritando: El hombre del bosque! Padre! Padre!"

Con el transcurso del tiempo, sin embargo, la impresin pareci desgastarse y, cerca de tres meses despus, acompa a su padre a la casa de un caballero del vecindario para el cual Joseph W. ocasionalmente trabajaba. El hombre fue conducido al estudio y el pequeo nio fue dejado sentado en la recepcin. Pero pocos minutos despus, mientras el caballero daba sus instrucciones a W., los dos fueron espantados por un grito desgarrador y el sonido de una cada. Precipitndose fuera descubrieron al chico sin sentido sobre el suelo, su cara desfigurada por el terror. Inmediatamente llamaron al doctor, quien luego de examinarlo declar que el nio haba sufrido una especie de ataque, producto de un shock inesperado. El nio fue llevado a uno de los dormitorios, y luego de un tiempo recuper la conciencia, pero solo para pasar a un estado, descrito por el mdico, como histeria violenta. El doctor le suministr un sedante fuerte, y en el curso de dos horas, le declaro capaz de caminar a casa. Pero al pasar por la recepcin, los paroxismos de terror retornaron, con ms violencia. El padre not que el nio apuntaba hacia algn objeto y oy el antiguo grito, "El hombre del bosque!", y mirando hacia la direccin sealada vio una cabeza de piedra de apariencia grotesca, que haba sido edificada en la pared sobre una de las puertas. Al parecer, recientemente el dueo de la casa haba hecho algunas alteraciones en sus establecimientos, y mientras cavaba en las fundaciones de algunas dependencias el hombre encontr una curiosa cabeza, evidentemente del perodo Romano, la que haba sido dispuesta en la manera descrita. Los arquelogos ms experimentados del distrito haban declarado que la cabeza era la de un fauno o de un stiro. (El doctor Phillips me cuenta que l ha visto la cabeza en cuestin, y me asegura que nunca ha percibido una manifestacin tan vvida de intensa maldad).

Pero cualquiera haya sido la causa, este segundo golpe pareci demasiado severo para el joven Trevor, y actualmente sufre de una debilidad del intelecto, que ofrece escasa esperanza de recuperacin. El asunto, en aquel tiempo, caus una gran de sensacin, y Helen fue detenidamente interrogada por el seor R., pero sin resultados, pues ella negaba resueltamente que haba asustado o molestado a Trevor de alguna forma.

El segundo suceso con el que el nombre de la nia est conectado tuvo lugar hace aproximadamente seis aos, y es de un carcter an ms extraordinario.

A comienzos del verano de 1882, Helen trab una amistad, de caractersticas peculiarmente ntimas, con Rachel M., la hija de un prspero granjero de la vecindad. Esta joven, un ao menor que Helen, era considerada por la mayora como la ms linda de las dos, a pesar de que los rasgos de Helen se haban suavizado en gran medida mientras creca. Las dos nias, que estaban juntas cada vez que fuera posible, exhiban un singular contraste, la una con su clara y olivcea piel, casi de apariencia italiana, y la otra con el proverbial rojo y blanco de nuestros distritos rurales. Debe mencionarse, que los pagos que seor R. haca para la manutencin de Helen, eran conocidos en la villa por su excesiva generosidad, y era de impresin general que algn da ella heredara de su pariente una gran suma de dinero. De esta forma, los padres de Rachel no se oponan a la amistad de su hija con la joven, e incluso fomentaban la intimidad, aunque ahora se arrepienten amargamente de haberlo hecho. Helen an conservaba su extraordinaria inclinacin por el bosque y, en varias ocasiones Rachel la acompaaba. Ambas amigas salan temprano por la maana y se quedaban en el bosque hasta el crepsculo. Una o dos veces despus de aquellas excursiones la seora M. not algo peculiar en el comportamiento de su hija; se la vea ida y lnguida, como ha sido expresado, "diferente a s misma", sin embargo, estas peculiaridades le parecieron demasiado insignificantes como para ser comentadas. Mas una tarde, luego del retorno de Rachel al hogar, su madre oy un ruido que sonaba como un llanto reprimido en la habitacin de la joven, y al entrar la encontr tirada sobre su cama, medio desnuda, evidentemente presa de una gran angustia. Tan pronto como vio a su madre exclam: "Ah, madre, madre, por qu me permitiste ir al bosque con Helen?". La seora M. se sorprendi frente a tan extraa pregunta, y procedi a indagar. Rachel le relat una extravagante historia. Cont que..."

Clarke cerr el libro con un estruendo y volvi su silla hacia el fuego. La tarde en que su amigo se encontraba sentado en esa misma silla, narrando su historia, Clarke lo haba interrumpido en un punto algo posterior a este, cortando sus palabras en un paroxismo de horror. "Dios mo! -exclam- Piensa, piensa en lo que ests diciendo. Es demasiado increble, demasiado monstruoso; cosas como esas no pueden suceder en este modesto mundo, donde los hombres y mujeres viven y mueren, y luchan, y conquistan, o quiz caen bajo el dolor y el arrepentimiento, y sufren de extraas suertes por varios aos; pero no esto, Phillips, no cosas como estas. Debe haber alguna explicacin, alguna salida de este terror. Porque, hombre, si tal situacin fuera posible, nuestra tierra sera una pesadilla."

Sin embargo, Phillips haba contado su historia hasta el final, concluyendo:

"Su huda permanece hasta hoy como un misterio; se desvaneci a plena luz del sol; la vieron caminado por una pradera y, pocos minutos despus, ya no estaba all".

Clarke trat de imaginarse el asunto una vez ms, sentado junto al fuego, y su mente nuevamente se estremeci y retrocedi, consternada ante la visin de tales horribles e innombrables elementos, entronados como estaban, triunfantes en la carne humana. Ante l se extenda la oscura visin de la verde calzada en el bosque, como su amigo la haba descrito; vio las hojas oscilantes y las temblorosas sombras sobre el pasto, vio la luz del sol y las flores, y, en la distancia, ambas figuras se acercaban hacia l. Una era Rachel, y la otra?

Clarke ha tratado de no creer en ello, sin embargo, al final del relato, como est escrito en su libro, puso la siguiente inscripcin:

ET DIABOLUS INCARNATE EST. ET HOMO FACTUS EST.

III. Ciudad de Resurrecciones

-Dios mo, Herbert! Es esto posible?

-S, mi nombre es Herbert. Creo que conozco su cara tambin, pero no recuerdo su nombre. Mi memoria est estropeada.

-No recuerdas a Villiers de Wadham?

-As es, as es. Ruego me disculpes Villiers, nunca pens que le estaba mendigando a un antiguo amigo de universidad. Buenas noches.

-Mi querido amigo, esta prisa es innecesaria. Mis habitaciones estn cerca de aqu, pero no iremos all inmediatamente. Qu te parece si caminamos un poco por Shaftesbury Avenue? Pero Herbert, cmo en nombre del cielo llegaste a esta situacin?

-Es una larga historia, Villiers, y extraa tambin, pero puedes escucharla si as lo deseas.

-Vamos, entonces. Toma mi brazo, no luces muy fuerte.

La dispar pareja se movi lentamente por la calle Rupert; el uno en sucios y funestos andrajos, y el otro, ataviado en el uniforme reglamentario de un hombre de ciudad, ordenado, lustroso y distinguidamente acomodado. Villiers haba salido de su restaurante luego de una excelente cena de muchos platos, asistido por un congraciador frasco de Chianti. Mas, en aquel marco mental que casi era crnico en l, se haba demorado junto a la puerta, atisbando alrededor en la mortecina luz de la calle, en busca de aquellos misteriosos incidentes y personas que abundan en las calles de Londres a cada hora. Villiers se enorgulleca de s mismo por ser un hbil explorador de aquellos oscuros laberintos y desvos de la vida londinense, y en esta improductiva ocupacin desplegaba una asiduidad que era digna de actividades ms serias. De esta forma, se encontraba junto al poste de luz examinado a los transentes con una abierta curiosidad y con la seriedad slo conocida por el comensal sistemtico, cuando, habiendo recin enunciado en su mente la siguiente frmula: "Londres ha sido llamada la ciudad de los encuentros; pero es ms que eso, es la ciudad de las Resurrecciones", sus reflexiones fueron sbitamente interrumpidas por un lastimero gemido junto a l, y un lamentable pedido de limosna. Mir a su alrededor con enojo, y con un sbito impacto se vio confrontado con la prueba encarnada de sus pomposas fantasas. All, a su lado, la cara alterada y desfigurada por la pobreza y desgracia, el cuerpo escasamente cubierto por unos grasientos y mal trados andrajos, se encontraba su antiguo amigo Charles Herbert, quin se haba matriculado el mismo da que l, con el cual haba sido feliz y sagaz por doce revueltos perodos acadmicos. Ocupaciones diferentes y diversos intereses haban interrumpido la amistad, y haca seis aos que Villiers no vea a Herbert; y ahora lo encontraba, a esa ruina de hombre, con dolor y desaliento, mezclado con una cierta curiosidad respecto a qu espantosa cadena de circunstancias lo habran arrastrado a tan triste situacin. Villiers sinti junto con la compasin, todo el deleite del aficionado a los misterios, y se felicit por sus pausadas especulaciones fuera del restaurante.

Caminaron en silencio por algn tiempo, y ms de algn transente mir sorprendido aquel inslito espectculo de un hombre bien vestido con un indiscutible mendigo aferrado a su brazo. Villiers, dndose cuenta de esto, dirigi los pasos hacia una oscura calle en el Soho. Aqu repiti su pregunta:

-Cmo diablos sucedi, Herbert? Siempre cre que asumiras una gran posicin en Dorsetshire. Acaso tu padre te deshered? Seguramente no?

-No, Villiers; obtuve toda la propiedad cuando mi pobre padre muri, falleci un ao despus que dej Oxford. Fue un buen padre para m, y lament su muerte sinceramente. Pero t sabes cmo son los jvenes; pocos meses despus me vine a la ciudad y entr en sociedad. Tuve, por supuesto, presentaciones excelentes, y logr divertirme mucho de una forma sana. Jugaba un poco ciertamente, pero nunca a grandes riesgos, y las pocas apuestas que hice en las carreras me dieron dinero -slo unos cuantos peniques, t sabes-, pero suficiente para pagar los puros y aquellos placeres insignificantes. Fue durante mi segunda temporada que la marea cambi. Por supuesto supiste que me cas?

-No, nunca escuch nada sobre eso.

-Si, me cas Villiers. Conoc a una joven, una muchacha de la ms maravillosa y extraa belleza en la casa de ciertas personas que conoca. No podra decirte su edad; nunca la supe. Hasta donde puedo imaginarme, debo pensar que tendra cerca de diecinueve cuando trabamos conocimiento. Mis amigos la haban conocido en Florencia; les haba contado que era hurfana, hija de padre Ingls y madre Italiana, y los cautiv tal como me cautiv a m. La primera vez que la vi fue durante una velada nocturna. Yo estaba junto a la puerta, conversando con un amigo cuando de repente, sobre el murmullo y barullo de la conversacin, escuch una voz que pareci estremecer mi corazn. Estaba cantando una cancin italiana. Me la presentaron esa tarde, y a los tres meses me cas con Helen. Villiers, esa mujer, si es que puedo llamarla mujer, pervirti mi alma. En la noche de bodas me encontr sentado en su habitacin de hotel, escuchndola. Ella estaba sentada sobre la cama, mientras yo la escuchaba hablar con su hermosa voz. Habl de cosas que an ahora no me atrevera a susurrar en la noche ms oscura, aunque estuviera en medio del desierto. Villiers, puedes creer que conoces la vida, y Londres, y lo que sucede da y noche en esta horrorosa ciudad; podrs haber escuchado las palabras de los ms viles, pero te digo, que no puedes concebir lo que yo s, ni siquiera en tus sueos ms fantsticos y repugnantes podras imaginar una plida sombra de lo que yo he odo... y visto. S, visto. He visto lo increble, horrores tales que incluso yo mismo algunas veces me detengo en medio de la calle, y me pregunto si es posible que un hombre sea testigo de tales cosas y sobreviva. En un ao, Villiers, era un hombre arruinado, en cuerpo y alma... en cuerpo y alma.

-Pero, Herbert, tu propiedad? Tenas tierras en Dorset.

- La vend; los campos y los bosques, la querida y antigua casa... todo.

- Y el dinero?

-Se lo llev todo.

-Y luego te dej?

-Si; desapareci una noche. No s adnde fue, pero estoy seguro de que si la viera otra vez eso me matara. El resto de mi historia no interesa; srdida miseria, eso es todo. Quiz pienses que he exagerado y he hablado para causar efecto, Villiers; pero no te he contado ni la mitad. Podra contarte ciertas cosas que te convenceran, pero nunca ms tendras un da feliz. Pasaras el resto de tu vida como yo, un hombre maldito, un hombre que ha visto el infierno.

Villiers llev al desafortunado a sus habitaciones, y le dio alimento. Herbert logr comer un poco, y escasamente toc el vaso de vino dispuesto ante l. Se sent taciturno junto al fuego, y pareci aliviado cuando Villiers lo despidi con un pequeo presente en dinero.

-A propsito, Herbert -dijo Villiers, mientras se separaban en la puerta-, cul era el nombre de tu esposa? Creo que dijiste Helen. Helen cunto?

-El nombre por el que pasaba cuando la conoc era Helen Vaughan, pero cul sera su verdadero nombre, no podra decirlo. No creo que tuviera algn nombre. Slo los seres humanos tienen nombres, Villiers, no podra decirte nada ms. Adis. S, no dejar de llamar si necesito algo en lo que puedas ayudarme. Buenas noches.

El hombre sali a la amarga noche, y Villiers regres junto al fuego. Haba algo acerca de Herbert que lo impact inesperadamente; no sus pobres andrajos ni las marcas que la pobreza haba impreso en su rostro, sino ms bien un terror indefinido que colgaba de l como una niebla. Haba reconocido que l mismo no estaba desprovisto de culpa; la mujer, haba declarado, lo haba pervertido en cuerpo y alma, y Villiers sinti que este hombre, alguna vez su amigo, haba actuado en escenas de una maldad que est ms all del poder de las palabras. Su historia no necesitaba de confirmacin, l mismo era la prueba encarnada de ella. Villiers medit con curiosidad acerca de la historia que haba odo, y se pregunt si haba odo tanto el principio como el final de ella. No -pens-, ciertamente no el final, probablemente slo el comienzo. Un caso como este es como un nido de cajas Chinas; abres una tras otra y descubres un extico artificio en cada caja. Seguramente el pobre Herbert no es ms que una de las cajas exteriores; hay algunas ms extraas que le siguen.

Villiers no pudo desligar su mente de Herbert y su historia, la que pareci ms desenfrenada a medida que pasaba la noche. El fuego pareca arder dbilmente, y el fro aire de la maana se filtraba dentro de la habitacin; Villiers se levant dando una mirada sobre su hombro y, estremecindose ligeramente, se fue a la cama.

Unos das despus encontr a uno de sus conocidos en su club, se llamaba Austin y era famoso por su ntimo conocimiento de la vida londinense, tanto en sus fases tenebrosas como luminosas. Villiers, an repleto de su encuentro en el Soho y sus consecuencias, pens que quiz Austin podra echarle algo de luz a la historia de Herbert, y as, luego de un poco de charla informal, lanz la pregunta:

-Por casualidad sabes algo de un hombre llamado Herbert -Charles Herbert?

Austin se volte seriamente y mir a Villiers con asombro.

-Charles Herbert? No estabas en la ciudad hace tres aos? No; entonces no oste acerca del caso de Paul Street? Caus gran sensacin en aquel tiempo.

-Cul fue el caso?

-Bueno, un caballero, un hombre de muy buena posicin fue hallado muerto, tiesamente muerto, en el terreno de cierta casa en Paul Street, lejos de Tottenham Court Road. Por supuesto que la polica no hizo el descubrimiento; si te pasas despierto toda la noche y tienes luz en tu ventana, el polica llamar a tu puerta, sin embargo, si sucede que yaces muerto en el patio de alguien, te dejan solo. En este caso, como en muchos otros, la alarma fue dada por una suerte de vagabundo; no me refiero a un vago comn, o a un haragn de alguna taberna, sino a un caballero, cuyo negocio o placer, o ambos, lo convirtieron en un espectador de Londres a las cinco de la maana. Este individuo estaba, como dijo, "yendo a casa", no se supo desde dnde ni hacia dnde, y tuvo la ocasin de pasar por Paul Street entre las cuatro y las cinco a.m. Algo capt su mirada en el nmero 20; bastante absurdamente dijo, que la casa tena la fisonoma ms desagradable que haba visto, pero que de todas formas haba mirado. Se sorprendi bastante al ver a un hombre yaciendo sobre las piedras, sus extremidades completamente agazapadas, y su rostro vuelto hacia arriba. A nuestro caballero el rostro le pareci extraamente espectral y, de esta forma, parti corriendo en busca del polica ms cercano. Al comienzo, el alguacil se inclinaba a tratar el caso ligeramente, sospechando una borrachera comn; sin embargo, se dirigi al lugar y, luego de mirar el rostro del hombre, cambi su tono, bastante rpidamente. El madrugador, quien haba recogido este "gusanito", fue enviado en busca del doctor, mientras el polica golpeaba y llamaba a la puerta de la casa, hasta que una desaliada sirvienta, luciendo ms que un poco dormida, abri la puerta. El alguacil le seal el contenido del terreno a la sirvienta, quien grit lo suficientemente fuerte para despertar a toda la calle, mas no saba nada acerca del hombre; nunca lo haba visto en la casa, etctera. Mientras tanto, el descubridor original haba regresado con el mdico, y lo siguiente fue ingresar al rea. La reja estaba abierta, por lo que el cuarteto completo baj pesadamente las escaleras. El doctor escasamente necesit un momento de inspeccin; dijo que el pobre tipo haba estado muerto por varias horas. Entonces fue cuando el caso se puso interesante. El muerto no haba sido asaltado, y en uno de sus bolsillos estaban sus papeles identificndolo como...bueno, como un hombre de buena familia y medios, un favorito de la sociedad, un enemigo de nadie, hasta donde se puede saber. No te digo su nombre, Villiers, porque nada tiene que ver con la historia, adems no es nada bueno desentraar estos asuntos de los muertos cuando no hay familiares vivos. El siguiente punto curioso fue que el mdico no pudo acordar cmo encontr su muerte. Haban algunos ligeros moretones en los hombros, pero eran tan tenues que pareca como si hubiese sido empujado rudamente fuera por la puerta de la cocina, y no arrojado por sobre la reja desde la calle o, ms an, arrastrado escaleras abajo. Sin embargo, no haba absolutamente ninguna otra marca de violencia en l, por cierto ninguna que diera cuenta de su muerte; y cuando hicieron la autopsia, no haban rastros de veneno, de ningn tipo. La polica, obviamente, quera saber todo acerca de las personas del nmero 20 de Paul Street, y aqu nuevamente, como he escuchado de fuentes privadas, surgieron uno o dos puntos muy curiosos. Al parecer los ocupantes de la casa eran el seor y la seora Charles Herbert; se deca que l era un terrateniente, lo que impact a la gente pues Paul Street no era exactamente un lugar en el cual buscar a la burguesa hacendada. En cuanto a la seora Herbert, nadie pareca saber quin o qu era y, entre nosotros, imagino que los que se sumergieron tras la historia, se encontraron en aguas ms bien extraas. Por supuesto que ambos negaron saber algo acerca del fallecido y, por falta de evidencia en contra de ellos, fueron dejados en libertad. Sin embargo, algunas cosas muy extraas salieron respecto a ellos. A pesar de que eran entre las cinco y las seis de la maana cuando el muerto fue removido, un gran gento se reuni, y varios de los vecinos corrieron a ver qu estaba sucediendo. Eran bastante desatados en sus cometarios, en todo caso, y de estos apareci que el nmero 20 tena muy mala fama en Paul Street. Los detectives trataron de rastrear estos rumores hacia algn fundamento slido de los hechos, pero no pudieron agarrarse en nada. La gente negaba con su cabeza y elevaban sus cejas pues los Herberts les parecan ms bien "raros", "mejor no ser visto entrando a su casa", y etctera. Pero no haba nada tangible. Las autoridades estaban moralmente convencidas que el hombre haba encontrado su muerte, de alguna u otra forma, en la casa y que haba sido arrojado fuera por la puerta de la cocina, pero no podan probarlo, y la ausencia de indicios de violencia o envenenamiento los dej impotentes. Un caso singular, no es cierto? Pero curiosamente, hay algo ms que no te he dicho. Resulta que conozco a uno de los mdicos que fue consultado acerca de la causa de muerte, y algn tiempo despus de la investigacin me lo encontr, y le pregunte acerca del tema. "Realmente quieres decirme -le dije-, que te viste desconcertado con el caso, y que realmente no sabes de qu muri aquel hombre?" "Disclpame -respondi- conozco perfectamente bien la causa de la muerte. Blank muri de miedo, de un verdadero y espantoso terror; nunca durante el curso de mi prctica he visto rasgos tan terriblemente desfigurados, y le he visto las caras a un sinnmero de muertos". El doctor era usualmente un tipo bastante sereno, pero un cierta intensidad en sus modos me impresion, sin embargo, no pude sonsacarle nada ms. Supongo que Hacienda no encontr la manera de procesar a los Herberts por asustar a un hombre hasta matarlo; de cualquier forma, nada se hizo, y el caso se retir de la mente de los hombres. Por casualidad, sabes t algo sobre Herbert?

-Bueno -contest Villiers-, era un antiguo amigo de universidad.

-No me digas. Viste alguna vez a su esposa?

-No, nunca. Perd de vista a Herbert por muchos aos.

-Es extrao, verdad?, separarse de un hombre en la puerta de la universidad o en Paddington, no saber nada de l por aos, y luego, encontrarlo asomando su cabeza en tan extrao lugar. Pero a m me hubiera gustado ver a la seora Herbert; se dicen cosas extraordinarias acerca de ella.

-Qu clase de cosas?

-Bueno, casi no s cmo contrtelo. Todos los que la vieron en la corte policial dijeron que era, al mismo tiempo, la mujer ms hermosa y la ms repulsiva, sobre la que hayan fijado sus ojos. Habl con un hombre que la haba visto, y te lo aseguro, realmente se estremeca mientras trataba de describirme a la mujer, mas no poda decir por qu. Parece que ella era una especie de enigma; y yo creo que si aquel muerto hubiera podido contar cuentos, habra narrado unos extraordinariamente raros. Y nuevamente nos encontramos frente a otro acertijo, que podra haber querido el seor Blank (lo llamaremos as, si no te molesta) en una casa tan extravagante como la del nmero 20?. Es un caso del todo extrao, no lo crees?.

-Realmente lo es, Austin; un caso extraordinario. Nunca pens, al preguntarte por mi antiguo amigo que me encontrara frente a tan extrao metal. Bueno, debo irme, buen da.

Villiers se alej, pensando en su propia idea ingeniosa de las cajas Chinas; aqu haba un artificio extico, de hecho.

IV. El Descubrimiento en Paul StreetPocos meses despus del encuentro entre Villiers y Herbert, el seor Clarke se encontraba, como era usual, sentado junto al hogar despus de la cena, cuidando resueltamente que sus fantasas no erraran en direccin a su escritorio. Por ms de una semana haba logrado mantenerse lejos de sus "Memorias", abrigando esperanzas de una completa auto-reformacin; sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, no poda acallar el inters y la extraa curiosidad que el caso que haba escrito, excitaba en l. Le haba expuesto el caso, o ms bien un resumen de l , en forma de supuesto, a un amigo cientfico, quien mene su cabeza pensando que Clarke se estaba volviendo excntrico, y durante esta noche en especial, Clarke se esforzaba en racionalizar la historia, cuando un repentino golpe a la puerta lo sac de sus meditaciones

-El seor Villiers le busca, seor.

-Dios mo!. Villiers, es muy amable de tu parte venir a visitarme, no te haba visto en muchos meses, debo pensar que cerca de un ao. Entra, entra. Cmo ests, Villiers? Necesitas algn consejo sobre inversiones?

-No, gracias, creo que todo lo que tengo en ese sentido est completamente a salvo. No, Clarke, vine ms bien a consultarte sobre una materia realmente curiosa de la cual me enter no hace mucho. Me temo que puedas encontrarla del todo absurda cuando te la cuente. A veces yo mismo lo hago, y por esa razn decid recurrir a ti, pues s que eres un hombre pragmtico.

El seos Villiers ignoraba las "Memorias para probar la existencia del Diablo".

-Bueno, Villiers, estar feliz de darte mi consejo, si mi habilidad lo permite. Cul es la naturaleza del caso?

-Es un asunto del todo extraordinario. T me conoces, siempre mantengo los ojos abiertos en las calles, y durante mi vida me he encontrado con tipos realmente extraos, y casos extraos tambin, pero creo que ste, los sobrepasa a todos. Hace cerca de tres meses vena saliendo de un restaurante una desagradable noche de invierno; haba consumido una cena importante y una buena botella de Chianti, y me detuve un momento en la acera, pensando acerca del misterio que hay alrededor de las calles de Londres y de los visitantes que las recorren. Una botella de vino rojo da alas a estas fantasas, Clarke, y me atrevo a decir que debo haber pasado a travs de una pgina pero fui interrumpido por un mendigo que haba aparecido tras de m, y haca las peticiones usuales. Pos supuesto mire a mi alrededor y este mendigo result ser lo que quedaba de un viejo amigo mo, un hombre llamado Herbert. Le pregunt cmo haba llegado a tan miserable pasar, y me lo dijo. Caminamos por una de aquellas largas y oscuras calles del Soho, y all escuch su historia. Dijo que se haba casado con una mujer hermosa, algunos aos ms joven que l y, segn dijo, lo haba pervertido en cuerpo y alma. No entr en detalles; dijo que no se atreva, que lo que haba visto y odo lo acechaba da y noche, y al mirar en su rostro supe que deca la verdad. Haba algo respecto al hombre que me haca estremecer. No s por qu, pero estaba all. Le di algo de dinero y lo desped, y te aseguro que cuando se fue jade al respirar. Su presencia pareca congelar la sangre.

- Yo creo que el pobre tipo contrajo un matrimonio imprudente, y, en ingles llano, se fue por las malas.

-Bueno, escucha esto -Villiers le cont a Clarke la historia que haba odo de Austin-. Ya ves -finaliz- casi no hay duda de que este seor Blank, quienquiera que haya sido, muriera de un verdadero terror; presenci algo tan espantoso, tan terrible, que le arrebat la vida. Y lo que vio, seguramente lo vio en aquella casa, la cual, de una u otra forma, tiene una mala reputacin en el vecindario. Tuve curiosidad de ir y ver el lugar por m mismo. Es una calle del tipo deprimente; las casa son suficientemente antiguas para ser despreciables y terribles, pero no lo suficientemente viejas para ser extravagantes. Hasta donde pude observar, la mayora de ellas eran hospedajes, amobladas y no amobladas, y casi cada casa tena tres campanillas en su puerta. Aqu y all, los primeros pisos haban sido transformados en negocios de la clase ms corriente; es una calle lgubre, en todos los sentidos. Encontr que el nmero 20 estaba en alquiler, y fui donde el agente y obtuve la llave. Por supuesto que no hubiera escuchado nada de los Herberts en ese cuarto, pero le pregunt al hombre, directamente, hace cunto haban dejado la casa y si haban habido otros inquilinos mientras tanto. Me miro extraamente por un minuto, y me dijo que los Herberts la haban abandonado inmediatamente despus de lo enojoso, como lo llamaba, y desde entonces la casa ha permanecido vaca.

Villiers se detuvo por un momento.

-Siempre me he sentido atrado por entrar a las casa vacas, hay una suerte de fascinacin en los desolados cuartos vacos, con los clavos en las paredes, y el polvo acumulado sobre los alfeizares de las ventanas. Pero no goc entrando al nmero 20 de Paul Street. Difcilmente haba puesto un pie dentro del pasaje, cuando not un extrao y pesado sentimiento en el aire de la casa. Por supuesto que todas las casas vacas son sofocantes, y otras cosas, pero esto era algo totalmente diferente; no te lo puedo describir, pero pareca cortar la respiracin. Fui a la habitacin delantera y a la trasera, y a las cocinas escaleras abajo; todas estaban suficientemente sucias y polvorientas, como esperaras, mas haba algo extrao en todas ellas. No podra definirlo, slo se que me sent raro. Sin embargo, una de las habitaciones del primer piso era la peor. Era una habitacin ms bien grande, y alguna vez el papel mural debi haber sido alegre, pero cuando yo la vi, la pintura, el papel, y todo eran de lo ms lgubre. Y la habitacin estaba llena de horror; sent rechinar mis dientes al poner la mano sobre la puerta, y cuando entr, pens que iba a desmayarme. Sin embargo, me domin y me situ junto a la pared del fondo, preguntndome qu diablos podra haber en esa habitacin que haca temblar mis extremidades y haca latir mi corazn como si estuviera en la hora de la muerte. En una esquina haba un montn de peridicos esparcidos por el suelo; comenc a mirarlos. Eran peridicos de hace tres o cuatro aos, algunos de ellos medio rasgados y algunos arrugados, como si hubieran sido usados para embalar. Di vuelta toda la pila, y entre ellos encontr un curioso dibujo -te lo mostrar inmediatamente. Pero no pude quedarme en la habitacin, senta que me aplastaba. Agradec haber salido de all al aire abierto, sano y salvo. La gente me miraba mientras caminaba por la calle, y un hombre dijo que estaba borracho. Me tambaleaba de un lado a otro de la acera, y lo ms que pude hacer fue llegar donde el agente con la llave e irme a casa. Estuve en cama por una semana, sufriendo de lo que mi doctor diagnostic como impacto nervioso y agotamiento. Uno de esos das estaba leyendo el peridico y me top por casualidad con el siguiente titular: "Muri de hambre". Era lo usual, un hospedaje tpico en Marleybone, una puerta cerrada durante varios das, y un hombre muerto en su silla cuando forzaron la puerta."El fallecido -deca el prrafo- era conocido como Charles Herbert, y se cree que alguna vez fue un prspero hacendado. Su nombre fue familiar para el pblico tres aos atrs en conexin con la misteriosa muerte en Paul Street, Tottenham Court Road, siendo el difunto el inquilino de la casa nmero 20, en cuyo terreno fue encontrado muerto un caballero de buena posicin, bajo circunstancias no desprovistas de sospechas". Un trgico final, verdad?. Pero despus de todo, si lo que me cont era verdad, y estoy seguro que lo era, la vida de aquel hombre era una completa tragedia, y una tragedia de la suerte ms extraa que la que pusieron en las tablillas.

-Y esa es la historia, no es cierto?

-S, esa es la historia.

-Bueno, Villiers, realmente no s que decir al respecto. No hay duda que existen circunstancias en el caso que parecen peculiares, el descubrimiento de un muerto en el terreno de la casa de Herbert, por ejemplo, y la extraordinaria opinin del mdico respecto a la causa de la muerte; sin embargo, despus de todo, es posible que todos esos hechos puedan ser explicados de una forma directa. En relacin a tus propias sensaciones cuando visitaste la casa, sugiero que pudieron deberse a una imaginacin vvida; debes haber estado meditando, en un estado semiconsciente, sobre lo que habas escuchado. No veo exactamente qu ms podra decirse o hacerse al respecto; evidentemente crees que hay un misterio de algn tipo, pero Herbert est muerto; dnde propones buscar?.

-Propongo buscar a la mujer; la mujer con la que se cas. Ella es un misterio.

Los dos hombres estaban en silencio junto al fuego; Clarke se felicitaba por haber mantenido el personaje de abogado del lugar comn, y Villiers se envolva en sus oscuras fantasas.

-Creo que fumar un cigarrillo -dijo finalmente, y pas su mano por el bolsillo palpando la cajetilla de cigarros.

-Ah! -dijo, sobresaltndose ligeramente-. Haba olvidado que tena algo que mostrarte. Recuerdas que te dije que haba encontrado un curioso bosquejo entre el montn de peridicos viejos en la casa de Paul Street?. Aqu est.

Villiers sac un pequeo paquete de su bolsillo. Estaba cubierto con un papel marrn, y asegurado con un cordel, y los nudos ofrecan problemas. A pesar de s mismo, Clarke sinti curiosidad; se inclin en su silla mientras Villiers deshaca con esfuerzo el cordel, y desenvolva la cubierta exterior. Dentro haba una segunda envoltura de papel que Villiers sac, y sin una palabra, le alcanz el pequeo pedazo de papel a Clarke.

Hubo un silencio mortal en la habitacin durante cinco minutos. Los dos hombres estaban tan quietos que podan or el sonido del anticuado reloj que se encontraba afuera en el hall, y en la mente de uno de ellos, la lenta monotona del sonido despert una memoria lejana. Miraba intensamente el boceto a tinta y lpiz de la cabeza de la mujer; era evidente que haba sido dibujado con gran cuidado y por un verdadero artista, ya que el alma de la mujer asomaba por sus ojos, y los labios se abran en una extraa sonrisa. Clarke observaba inmvil el rostro; le trajo a la memoria una tarde de verano, hace mucho tiempo; nuevamente presenci el largo y hermoso valle, el ro serpenteando entre las colinas, las praderas y los maizales, el plido sol rojizo, y la blanca y fra bruma elevndose del agua. Escuch una voz hablndole a travs de las oleadas de aos, diciendo: "Clarke, Mary ver al Dios Pan!" , y luego se encontraba en la siniestra habitacin junto al doctor, escuchando el pesado tic tac del reloj, esperando y observando, observando la figura que se encontraba tendida en la silla verde bajo la lmpara. Mary se levant, l mir en sus ojos y su corazn se enfro en su interior.

-Quin es esta mujer? -dijo finalmente. Su voz era seca y rasposa.

-Es la mujer con la que Herbert se cas.

Clarke mir nuevamente el boceto; no era Mary despus de todo. Indudablemente era el rostro de Mary, pero haba algo ms, algo que no haba visto en los rasgos de Mary cuando entr al laboratorio vestida de blanco con el doctor, tampoco en su horrible despertar, ni cuando yaca gesticulando en la cama. Fuera lo que fuera, la mirada que vena de aquellos ojos, la sonrisa en los labios llenos, o la expresin del rostro entero, hizo estremecer a Clarke en lo ms recndito de su alma, y reflexion de manera inconsciente sobre las palabras del doctor Phillips: "el presentimiento de maldad ms vvido que he visto". Mecnicamente volte el papel en su mano y mir la parte de atrs.

-Dios mo, Clarke! Que sucede? Ests plido como la muerte.

Villiers salt violentamente de su silla, mientras Clarke se reclinaba con un quejido, dejando caer el papel de sus manos.

-No me siento muy bien, Villiers, soy objeto de estos ataques. Srveme un poco de vino; gracias, esto servir. Me sent mejor en unos minutos.

Villiers recogi el cado boceto y lo volte como Clarke haba hecho.

-Viste eso? -dijo-. As fue como la identifiqu como el retrato de la esposa de Herbert, o debo decir su viuda. Cmo te sientes ahora?

-Mejor, gracias, fue slo un mareo pasajero. No creo que te entienda claramente. Qu dijiste que te permiti identificar la imagen?

-Esta palabra -Helen- estaba escrita atrs. No te dije que su nombre era Helen? S, Helen Vaughan.

Clarke lanz un gemido; no haba ninguna sombra de duda.

-Ahora - dijo Villiers-, no estas de acuerdo que en la historia que te he contado esta noche, y el papel que esta mujer juega en ella, hay algunos puntos muy extraos?

- S, Villiers -musit Clarke-, realmente es una historia extraa; una extraa historia, realmente. Debes darme tiempo para reflexionar sobre ella, y quiz pueda ayudarte y quiz no. Te retiras ahora? Bueno, buenas noches Villiers, buenas noches. Ven a visitarme en el transcurso de una semana.

V. La carta de advertencia-Sabes Austin -dijo Villiers, mientras ambos amigos paseaban serenamente a lo largo de Picadilly una agradable maana de mayo- sabes que estoy convencido que lo que me contaste acerca de Paul Street y de los Herberts es un mero episodio de una historia extraordinaria? Adems, debo confesarte que cuando te pregunt por Herbert hace unos meses atrs, recin me lo haba encontrado.

-Lo habas visto? Dnde?

-Me pidi limosna una noche en la calle. Se encontraba en la condicin ms lamentable, pero reconoc al hombre y lo tuve contndome su historia, o por lo menos un esbozo de ella. En resumen, lleg a lo siguiente: haba sido arruinado por su mujer.

-De qu forma?

-No me lo dijo; slo dijo que ella lo haba destruido, en cuerpo y alma. El hombre est muerto ahora.

-Y que fue de su mujer?

-Ah, eso es lo que me gustara saber, y pretendo encontrarla tarde o temprano. Conozco a un hombre llamado Clarke, un tipo seco, de hecho, un hombre de negocios, pero suficientemente despierto. T comprendes a lo que me refiero, no despierto en el mero sentido comercial de la palabra, sino que un hombre que realmente sabe algo acerca del hombre y la vida. Bueno, le expuse el caso y realmente se impresion. Dijo que necesitaba ser considerado y me pidi que volviera en el transcurso de una semana. Pocos das despus, recib esta extraordinaria carta.

Austin tom el sobre, extrajo la carta y ley con curiosidad. Deca lo siguiente:

"MI QUERIDO VILLIERS, he pensado en el caso sobre el cual me consultaste la otra noche, y mi consejo es el siguiente. Arroja el retrato al fuego, borra la historia de tu mente. Nunca le dediques otro pensamiento, Villiers, o te arrepentirs. Pensars, sin duda, que poseo alguna informacin secreta, y hasta cierto punto ese es el caso. Pero slo conozco un poco; slo soy como un viajero que ha atisbado sobre el abismo y se ha retirado con horror. Lo que s, es suficientemente extrao y terrible, sin embargo, ms all de mi conocimiento hay profundidades y horrores an ms espantosos, ms increbles que cualquier cuento narrado una noche de invierno junto al fuego. He resuelto no explorar ni un pice ms all, y nada conmover tal resolucin, y si valoras tu felicidad tomars la misma determinacin.

Ven a verme de todos modos; pero hablaremos de temas ms alegres que ste.

Austin dobl metdicamente la carta, y se la devolvi a Villiers.

-Ciertamente es una carta particular -dijo- a qu se refiere el hombre con el retrato?

-Oh! Haba olvidado mencionar que estuve en Paul Street e hice un descubrimiento.

Villiers relat su historia como lo haba hecho con Clarke, mientras Austin escuchaba en silencio. Pareca intrigado.

-Qu curioso que experimentaras una sensacin tan desagradable en aquella habitacin! -dijo finalmente-. Difcilmente creo que haya sido una mera cuestin de la imaginacin; en resumen, un sentimiento de repulsin.

-No. Era ms fsico que mental. Era como si en cada inhalacin, respirara alguna emanacin mortfera, que pareca penetrar en cada nervio, hueso y tendn de mi cuerpo. Me sent tironeado de pies a cabeza, mis ojos comenzaron a oscurecerse, fue como la entrada a la muerte.

-S, s, realmente muy extrao. Como ves, tu amigo confes que hay una historia muy oscura conectada con esta mujer. Percibiste alguna emocin particular en l cuando le relatabas tu experiencia?

-S. Se puso muy dbil, pero me asegur que no era ms que un ataque pasajero de los cuales era objeto.

-Le creste?

-En el momento lo hice, pero ahora no. Escuch lo que yo tena que decir con bastante indiferencia, hasta que le mostr el retrato. Entonces fue cuando el ataque del que hablo le sobrevino. Te aseguro que luca cadavrico.

-Entonces debe haber visto a la mujer alguna vez. Sin embargo, puede haber otra explicacin; puede haber sido el nombre y no el rostro, el que le era familiar. Qu crees t?

-No podra decrtelo. Hasta donde creo, fue luego de voltear el retrato en su mano que casi se cae de la silla. El nombre, como sabes, estaba escrito en la parte de atrs.

-Correcto! Despus de todo, es imposible llegar a una conclusin en un caso como este. Odio el melodrama, y nada me choca ms que la trivialidad y el tedio de las historias comerciales de fantasmas; pero Villiers, realmente parece que hay algo muy extrao en el fondo de todo esto.

Sin darse cuenta, los dos hombres haban doblado por Ashley Street, dirigindose al norte de Picadilly. Era una calle larga, y ms bien sombra, mas aqu y all, un gusto ms brillante haba iluminado las oscuras casas con flores, y cortinas alegres, y una agradable pintura en las puertas. Villiers observaba al tiempo que Austn terminaba de hablar, y mir una de aquellas casas; de cada alfizar colgaban geranios, rojos y blancos y cada ventana estaba cubierta con cortinas de color narciso.

-Se ve alegre, no te parece? -dijo.

-S, y el interior es an ms alegre. Una de las casas ms agradables de la temporada, as he odo. Yo mismo no he estado all, pero he conocido a varios hombres que s lo han hecho, y me cuentan que es notablemente jovial.

- De quin es la casa?

-De una tal seorita Beaumont.

-Y quin es ella?

-No sabra decirte. He escuchado que viene de Sudamrica, pero despus de todo, quin es ella es de poca importancia. Es una mujer muy rica, no cabe duda de ello, y algunas de las personas ms distinguidas se han asociado con ella. He escuchado que posee un clarete esplndido, un vino verdaderamente maravilloso, que debe haberle costado una suma fabulosa. Lord Argentine me estaba contando al respecto; estuvo all la tarde del domingo pasado. Me ha asegurado que nunca haba probado un vino como ese y, como sabes, Argentine es un experto. A propsito, eso me recuerda, debe ser una mujer del tipo singular, esta seora Beaumont. Argentine le pregunt acerca de la antigedad del vino y, qu crees que le respondi?. "Al rededor de unos mil aos, creo". Lord Argentine pens que lo estaba engaando, t sabes, pero cuando se ro ella le dijo que hablaba totalmente en serio y le ofreci mostrarle la jarra. Por supuesto que luego de eso no pudo decir nada ms; pero me parece algo anticuado para una bebida, no te parece? Bueno, ya llegamos a mis habitaciones. Quieres pasar?

-Gracias, creo que lo har. No he visto la tienda de curiosidades hace un buen tiempo.

Era una habitacin ricamente amoblada, aunque extravagantemente, donde cada jarrn, armario y mesa, y cada alfombra, jarra y ornamento parecan ser una cosa aparte, preservando cada una su propia individualidad.

-Algo fresco ltimamente? -dijo Villiers luego de un rato.

-No; creo que no. Ya viste esos cntaros extraos, no es cierto? Me lo imaginaba. No creo haberme topado con nada durante las ltimas semanas.

Austin examin la pieza de aparador en aparador, de estante a estante, en busca de alguna nueva rareza. Finalmente, sus ojos se posaron sobre un extrao cofre, agradable y exquisitamente tallado, que se encontraba en una oscura esquina del cuarto.

-Ah -dijo- lo estaba olvidando, tengo algo que mostrarte. Austin abri el cofre, extrajo un grueso volumen empastado, lo dej sobre la mesa, y retom el cigarro que haba dejado a un lado.

-Villiers, conociste a Arthur Meyrick, el pintor?

-Algo. Lo vi una o dos veces en la casa de un amigo mo. Qu ha sido de l? No he escuchado la mencin de su nombre por algn tiempo.

-Muri.

-Dos mo! Tan joven, verdad?

-Si, tena slo treinta cuando muri.

-De qu falleci?

-No lo s. Era un ntimo amigo mo, y un tipo realmente bueno. Acostumbraba a venir y hablar conmigo durante horas, era uno de los mejores conversadores que he conocido. Incluso poda hablar de la pintura, y eso es ms de lo que se puede decir de la mayora de los pintores. Hace aproximadamente dieciocho meses comenz a sentirse estresado, y en parte siguiendo mi consejo, se embarc en una especie de expedicin errante, sin un final ni un objetivo muy definidos. Me parece que Nueva York sera uno de sus primeros puertos, pero nunca supe de l. Hace tres meses recib este libro, acompaado de una corts nota de un doctor ingls trabajando en Buenos Aires, afirmando que haba atendido al fallecido seor Meyrick durante su enfermedad, y que el difunto haba expresado el intenso deseo de que el paquete sellado deba serme enviado luego de su muerte. Eso era todo.

-Y no escribiste para pedir nuevos pormenores?

-He pensado en hacerlo. T me aconsejaras escribirle al doctor?

-Ciertamente. Y el libro?

-Estaba sellado cuando lo recib. No creo que el doctor lo haya mirado.

-No es algo muy extrao? Era Meyrick un coleccionista?

-No, no lo creo, difcilmente un coleccionista. Dime, qu es lo que piensas de estas vasijas Ainu?

-Son singulares, pero me gustan. Pero, no me vas a mostrar el legado del pobre Meyrick?

-Si. S, por cierto. Lo que sucede es que es un objeto bastante peculiar y no se lo he mostrado a nadie. Si yo fuera t, no dira nada al respecto. Aqu est.

Villiers cogi el libro y lo abri a azar.

-No es un volumen impreso, entonces -dijo.

-No. Es una coleccin de dibujos en blanco y negro hechos por mi pobre amigo Meyrick.

Villiers dio vuelta la primera pgina, estaba en blanco; la segunda llevaba una pequea inscripcin que deca:

"Silet per diem universus, nec sine horror secretus est; lucet mocturnis ignibus, chorus Aeipanum undique personatur: audiuntur et cantus tibiarum, et tinnitus cymbalorum per oram maritimam".

En la tercera pgina haba un diseo que sobresalt a Villiers y mir inmediatamente a Austin; ste miraba abstradamente por la ventana. Villiers volte pgina tras pgina, absorto, a pesar de s mismo, en las espantosas Noches de Walpurgis de la maldad, una maldad extraa y monstruosa, que el artista haba plasmado en duro blanco y negro. Las figuras de Faunos, Stiros y Aegipos bailaban frente a sus ojos, la oscuridad de la espesura, la danza en las cumbres, las escenas de costas solitarias, en verdes viedos, en lugares desiertos y rocosos, pasaron frente a l: un mundo frente al cual el alma humana se retrae y se estremece. Villiers pas rpidamente las pginas restantes; haba visto suficiente, mas el dibujo de la ltima pgina capt su mirada, cuando casi cerraba el libro.

-Austin!

-Bueno, qu sucede?

-Sabes quin es?

Era el rostro de una mujer, sola en la pgina blanca.

-Que si la conozco? No, por supuesto que no.

-Yo s.

-Quin es?

-Es la seora Herbert.

-Ests seguro?

-Estoy perfectamente seguro de ello. Pobre Meyrick! Es un captulo ms en su historia.

-Qu te parecen los diseos?

-Son terribles. Sella el libro nuevamente, Austin. Si yo fuera t, lo quemara; debe ser una horrible compaa an estando en un cofre.

-S, son unos dibujos singulares. Pero me pregunto, qu conexin haba entre Meyrick y la seora Herbert, o qu vnculo haba entre ella y estos diseos?

-Quin podra decirlo? Es posible que este asunto termine aqu, y nunca sepamos, sin embargo, en mi opinin, esta Helen Vaughan o seora Herbert, es slo el principio. Volver a Londres, Austin; pierde cuidado, ella regresar, y entonces sabremos ms acerca de ella. Dudo que sean noticias muy agradables.

VI. Los SuicidiosLord Argentine era un gran favorito en la sociedad londinense. A los veinte aos haba sido un hombre pobre, adornado por el apellido de una ilustre familia, sin embargo, forzado a ganarse el sustento como fuera, y ni el ms especulativo de los prestamistas le hubiera confiado 5 peniques sobre la eventualidad de que alguna vez cambiara su nombre por un ttulo y su pobreza por una gran fortuna. Su padre haba estado lo suficientemente cerca de la fuente de las cosas buenas como para asegurar a uno de los miembros vivos de la familia, pero el hijo, an si hubiera tomado los votos, no hubiera obtenido ms que eso, adems, no tena vocacin para la orden eclesistica. De esta forma, enfrent al mundo con una armadura no mejor que la toga de bachiller y el nimo de un joven nieto del hijo, equipamiento con el cual se las ingeniaba de alguna forma para hacer de esa una batalla bastante tolerable. A los veinticinco el seor Charles Aubernon era an un hombre de luchas y contiendas contra el mundo, sin embargo, de los siete que se encontraban antes que l en los lugares ms altos de su familia, slo quedaban tres. Estos tres, aunque "bien vivos", no eran a prueba de la lanza Zulu ni de la fiebre tifoidea, por lo que, una maana, Aubernon despert siendo Lord Argentine, un hombre de treinta aos que haba enfrentado las dificultades de la existencia, y las haba conquistado. La situacin lo diverta inmensamente, y resolvi que la riqueza sera tan agradable para l como lo haba sido siempre la pobreza. Luego de algunas consideraciones, Argentine lleg a la conclusin de que la cena, mirada como una de las bellas artes, era quiz la ocupacin ms entretenida abierta a la humanidad arruinada, de esta forma, sus cenas se hicieron famosas en Londres, y una invitacin para su mesa era algo codiciosamente deseado. Luego de diez aos de seora y cenas, Argentine an rehusaba a cansarse y sigui disfrutando de la vida , y, como una suerte de infeccin, era reconocido como causa de alegra para los dems, en suma, como la mejor de las compaas. De este modo, su repentina y trgica muerte caus una extensa y profunda sensacin. La gente difcilmente lo crea, an teniendo el peridico frente a sus ojos y el grito de "Misteriosa muerte de un noble" resonando por las calles. Mas all estaba el prrafo: "Lord Argentine fue hallado muerto esta maana por su asistente bajo circunstancias intranquilizantes. Se ha afirmado que no hay duda de que su seora se habra suicidado, aunque no se ha encontrado un motivo para el acto. El fallecido caballero era ampliamente conocido en sociedad, y muy querido por sus joviales maneras y su regia hospitalidad. Ha sido sucedido por..." etc., etc.

Lentamente los detalles salieron a la luz, pero el caso era an un misterio. El testigo principal del interrogatorio era el ayudante del difunto, quien afirm que la noche anterior a la muerte Lord Argentine haba cenado con una seora de buena posicin, cuyo nombre fue suprimido por los peridicos. Lord Argentine haba regresado aproximadamente a las once y haba informado a su hombre que no requerira de sus servicios hasta la maana siguiente. Un poco ms tarde, el sirviente tuvo la oportunidad de pasar por el hall y asombrarse al ver a su amo saliendo tranquilamente por la puerta principal. Se haba cambiado la tenida de noche y vesta un abrigo Norfolk, unos bombachos, y un sombrero bajo color marrn. El ayudante no tena ninguna razn para suponer que Lord Argentine lo haba visto, y aunque su amo rara vez se quedaba hasta tarde, jams pens en lo que ocurrira a la maana siguiente al llamar a su puerta un cuarto para las nueve, como era usual. No recibi respuesta, y luego de golpear una o dos veces, entr a la habitacin y vio el cuerpo de Lord Argentine inclinado en ngulo desde los pies de la cama. Descubri que su amo haba atado firmemente una cuerda a uno de los postes cortos de la cama, y luego hizo un nudo corredizo y se lo desliz alrededor del cuello, el pobre hombre debe haberse dejado caer resueltamente, para morir lentamente estrangulado. Vesta el delgado traje con el que el sirviente lo haba visto salir, y el doctor que fue llamado declar que la su vida se haba extinguido haca ms de cuatro horas. Todos los papeles, cartas, y dems, estaban en perfecto orden, y no se descubri nada que apuntara remotamente a algn escndalo, fuera grande o pequeo. Hasta aqu llegaba la evidencia; nada ms pudo ser descubierto. Varias personas se encontraban presentes en la cena a la que Lord Argentine haba asistido, y a todas ellas les pareci que se encontraba de un humor afable, como siempre. Sin embargo, el asistente afirm que su amo le haba parecido algo agitado al llegar a casa, mas la alteracin era a su manera muy tenue, de hecho, difcilmente perceptible. Buscar ms pistas pareca intil, y la sugerencia de que Lord Argentine haba sufrido de un repentino ataque de mana suicida aguda, fue ampliamente aceptado.

Sin embargo, result de otra manera, cuando dentro de las tres semanas siguientes, otros tres caballeros, uno de ellos un noble, y dos hombres ms de buena posicin y abundantes medios, perecieron atrozmente en casi la misma forma. Lord Swanleigh fue encontrado una maana en su vestidor, colgando de un gancho fijado a la pared, y el seor Collier-Stuart y el seor Herries haban elegido morir como Lord Argentine. Ninguno de los casos tena explicacin; uno cuantos hechos conocidos: un hombre vivo en la tarde y un cadver con el rostro hinchado y amoratado, en la maana. La polica se vio obligada a declararse impotente para arrestar o explicar los srdidos asesinaos de Whitechapel; sin embargo, ante los horribles suicidios de Picadilly y Mayfair se encontraban atnitos, porque ni siquiera la sola ferocidad que haba servido como explicacin de los crmenes del East End, poda servir en el West. Todos estos hombres que haban resuelto morir una muerte tormentosa y vergonzosa eran ricos, prsperos y, segn las apariencias, enamorados del mundo, y ni siquiera la investigacin ms detallada pudo descubrir en alguno de los casos alguna sombra de un motivo latente. Haba horror en el aire, y los hombres se miraban unos a otros al encontrarse, cada uno preguntndose si el otro sera la vctima de la quinta tragedia sin nombre. Los periodistas revisaban en vano sus apuntes en busca de material con el cual mezclar artculos anteriores. Y el peridico matutino era abierto en ms de algn hogar con un sentimiento de terror; nadie saba cundo o dnde atacara el prximo golpe.

Poco tiempo despus del ltimo de estos terribles sucesos, Austin fue a visitar al seor Villiers. Senta curiosidad por saber si Villiers haba tenido xito en descubrir alguna pista fresca de la seora Herbert, ya fuera a travs de Clarke o de otra fuente, y a penas se hubo sentado hizo la pregunta.

-No -dijo Villiers-, le escrib a Clarke pero sigue inexorable, y he tratado por otros canales sin resultados. No he podido saber qu ha sido de Helen Vaughan despus de dejar Paul Street, pienso que deber haberse ido al extranjero. Pero para serte franco Austin, no le he prestado mucha atencin al tema durante las ltimas semanas; conoca ntimamente al pobre Herries, y su terrible muerte ha sido un gran golpe para m, un gran golpe.

-Lo creo -contest Austin solemnemente-, t sabes que Argentine era amigo mo. Si recuerdo correctamente, estuvimos hablando de l ese da que viniste a mis habitaciones.

-S; era en relacin a aquella casa en Ashley Street, la casa de la seora Beaumont. Dijiste algo acerca de Argentine cenando all.

-De hecho. Seguramente sabrs que fue all donde Argentine cen la noche antes... antes de su muerte.

-No, no haba escuchado eso.

-Oh, si; el nombre fue excluido de los peridicos para ahorrarle molestias a la seora Beaumont. Argentine era un gran favorito suyo, y se comentaba que ella se encontraba en un terrible estado.

Una curiosa expresin asom en el rostro de Villliers; pareca indeciso acerca de hablar o no. Austin comenz nuevamente.

-Nunca experiment tal sentimiento de horror como cuando le el informe de la muerte de Argentine. En el momento no lo comprend, y tampoco ahora. Lo conoca bien, y mi entendimiento se ve completamente superado al preguntarme por qu posible causa l -o cualquiera de los otros- podra haber resuelto morir a sangre fra, de aquella espantosa manera. T sabes cmo los hombres murmuran sobre cada personaje de Londres, y te aseguro que cualquier escndalo enterrado o esqueleto escondido habra aparecido en un caso como este; pero nada por el estilo ha sucedido. Y respecto a la teora de mana, bueno, eso est muy bien para la improvisacin del forense, pero todos sabemos que es una tontera. La mana suicida no es una pequea infeccin.

Austin se hundi en un oscuro silencio. Villiers tambin estaba en silencio, observando a su amigo. La expresin de indecisin an se mova por su rostro; pareca sopesar sus pensamientos en una balanza, y las consideraciones que estaba tomando lo mantenan en silencio. Austin trat de quitarse de encima las memorias de tragedias tan imposibles y confusas como el laberinto de Ddalo, y comenz a hablar con voz indiferente de sucesos ms agradables y de las aventuras de la temporada.

-Esa seora Beaumont -dijo- de la cual hablbamos, es un gran xito; ha tomado Londres casi por asalto. La conoc la otra noche en Fulham; realmente es una mujer extraordinaria.

-Conociste a la seora Beaumont?

-S; estaba rodeada por un verdadero squito. Supongo que podra decirse que es muy atractiva, sin embargo, hay algo en su rostro que no me agrad. Sus rasgos son exquisitos, pero la expresin es extraa. Y durante todo el tiempo que la estuve observando, y luego, cuando me diriga a casa, tuve la curiosa sensacin de que me era familiar, de alguna u otra forma.

-La debes haber visto en la calle.

-No, estoy seguro que nunca haba visto a la mujer; eso es lo que lo hace misterioso. Y segn creo, nunca he visto a nadie como ella; lo que sent fue como un recuerdo lejano y velado, vago pero persistente. La nica sensacin con la que puedo compararlo es ese extrao sentimiento que se tiene a veces en los sueos, cuando las ciudades fantsticas, las tierras maravillosas y los personajes fantasmales nos parecen familiares y habituales.

Villiers asinti y ech un vistazo sin direccin al rededor de la habitacin, posiblemente en busca de algo sobre lo que continuar la conversacin. Sus ojos se posaron en un antiguo cofre situado debajo de un escudo gtico, parecido en cierta forma a aqul en que el artista haba escondido su extrao legado.

-Le escribiste al doctor acerca del pobre Meyrick? -pregunt.

-S, le escrib pidindole todos los pormenores respecto a su enfermedad y su muerte. No espero recibir respuesta durante otras tres semanas o un mes. Pens que tambin debera indagar si Meyrick conoca a alguna mujer inglesa apellidada Herbert, y si ese era el caso, si el doctor poda entregarme informacin sobre ella. Sin embargo, es muy posible que Meyrick se halla encontrado con ella en Nueva York, o Mxico, o San Francisco. No tengo idea del alcance o direccin de sus viajes.

-S, y es muy posible que esta mujer tenga ms de un nombre.

-Exactamente. Hubiera deseado pensar en pedirte el retrato de ella que posees. Podra haberlo incluido en mi carta al doctor Matthews.

-Podras haberlo hecho; nunca se me haba ocurrido. Debemos enviarlo ahora.Escucha! Qu estn gritando esos nios?

Mientras los dos hombres conversaban, un ruido confuso de gritos haba aumentado gradualmente en intensidad. El ruido se elevaba desde la parte este y cobraba fuerzas en Picadilly, acercndose ms y ms, como un torrente de sonido; agitando las calles usualmente tranquilas, y haciendo de cada ventana el marco para una cara, curiosa o excitada. Los gritos y las voces reverberaban a lo largo de la silenciosa calle donde viva Villiers, hacindose ms claras a medida que avanzaban, y mientras Villiers hablaba, la respuesta subi desde la acera:

"Los Horrores del West End; otro espantoso suicidio; informe completo!"

Austin se precipit escaleras abajo y compr un peridico, y le ley a Villiers, mientras el alboroto en la calle se elevaba y decaa. La ventana estaba abierta y el aire pareca estar lleno de ruido y terror.

"Otro caballero ha cado vctima de la terrible epidemia de suicidios que, durante el ltimo mes, ha prevalecido en West End. El seor Sydney Crashaw, de Stoke House, Fulhan y King's Pomeroy, Devon, fue hallado muerto a la una de esta tarde, luego de una prolongada bsqueda, colgado a la rama de un rbol en su jardn. El difunto caballero cen anoche en el Club Carlton y su salud y humor se vean como siempre. Abandon el club cerca de las diez y, algo ms tarde fue visto caminando sin prisa por St. James Street. Luego de esto, se le pierde el rastro a sus movimientos. Apenas encontrado el cuerpo se llam al mdico, pero era evidente que la vida se haba extinguido hace tiempo. Hasta donde se sabe, el seor Crashaw no tena ningn tipo de problema o ansiedad. Este doloroso suicidio, como se recordar, es el quinto de su clase en el ltimo mes. Las autoridades de Scotland Yard son incapaces de sugerir alguna explicacin para estos terribles sucesos."

Austin dej el peridico con un mudo horror.

-Dejar Londres maana -declar-, esta es una ciudad de pesadilla. Qu espantoso es esto, Villiers!

El seor Villiers estaba sentado junto a la ventana, tranquilamente mirando a la calle. Haba escuchado atentamente al informe del peridico, y la huella de indecisin haba desaparecido de su rostro.

-Espera, Austin -replic- he decidido mencionarte un asunto que sucedi anoche. Creo que se afirmaba que Crashaw haba sido visto con vida en St. James Street, poco despus de las diez?

-S, eso creo. Mirar nuevamente. Si, ests en lo cierto.

-Correcto. Entonces, me encuentro en la posicin de contradecir completamente el relato. Crashaw fue visto despus de eso; de hecho, considerablemente ms tarde.

-Cmo lo sabes?

-Porque por casualidad vi a Crashaw, cerca de las dos de esta madrugada.

-Viste a Crashaw? T, Villiers?

-S, lo vi claramente, de hecho, nos separaban tan slo unos pocos pasos.

-Dnde, en nombre del cielo, lo viste?

-No lejos de aqu. Lo vi en Ashley Street. Precisamente cuando sala de una casa.

-Reconociste cul era la casa?

-S. Era la de la seora Beaumont.

-Villiers! Piensa en lo que ests diciendo; debe haber algn error. Cmo podra Crashaw haber estado en casa de la seora Beaumont a las dos de la maana? Seguro, seguro debes haber estado soando, Villiers; siempre has sido algo fantasioso.

-No; estaba completamente despierto. Incluso si hubiera estado soando, como t dices, lo que vi me hubiera despertado efectivamente.

-Lo que viste? Qu viste? Haba algo extrao en Crashaw? Pero no lo puedo creer, es imposible.

-Bueno, si lo deseas te contar lo que vi, o si te place, lo que creo haber visto. Puedes juzgar por ti mismo.

-Muy bien, Villiers.

El ruido y el clamor de la calle se haban extinguido, aunque algunos sonidos de gritos an llegaban repentinamente desde la distancia, y el apagado y pesado silencio se pareca a la calma que sigue al terremoto o a la tormenta. Villiers dio la espalda a la ventana y comenz a hablar.

-Anoche yo estaba en una casa cerca de Regent's Park y al dejarla, me asalt la idea de caminar a casa en vez de tomar un cabriol. Era una noche lo sufic