el gÉnero de la memoria

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    1 Gmez Ferrer, G.: Mujeres y hombres en la formacin del pensamiento occidental II. Madrid,Universidad Autnoma, 1989. Col. Seminario de Estudios de la Mujer, n 15.

    2 Folguera, P.: Historia, espacio privado y gnero en Ciudad y Mujer. Actas del Curso de Urbanismoy Mujer. Nuevas Visiones del espacio pblico y privado. Consejo Superior de Colegios de Arquitectos deEspaa. Madrid. 1996. Pp 319-329.

    THMATA. REVISTA DE FILOSOFA. Nm.39,2007.

    EL GNERO DE LA MEMORIA

    Montserrat Huguet. Universidad Carlos III. Madrid

    Resumen: En el transito de los siglos XVIII al XIX, cuando se da forma a la distincin de lasesferas pblica y privada. La separacin entre ambas, especialmente en el plano de las costumbres,permite construir una tica de lo privado que intenta abandonar los usos del Antiguo Rgimen. Lautopa liberal propone un mbito privado en el que las mujeres se ofrecen a la custodia y el cuidadode las personas con las que conviven. La abriegacin como valor supremo infunde al sujeto femeninouna cualidad nica en la historia, que constituye la base de una organizacin burguesa armoniosay, tcnicamente, igualitaria. La esencia de la sociedad propuesta es la negacin del conflicto y enconsecuencia la propensin al orden y la estbilidad.

    Abstract: It is in the transit of centuires XVIII to the XIX when occurs the distinction of theprivate and public spheres. The difference between both, specially about the rules and customs,allows to construct an ethics of the private thing that tries to forget the uses of Anthien Rgime.The liberal utopia proposes a deprived scope in which women offer themselves to the safekeepingand the care of the people with whom the y coexist. The self-denial as supreme value gives to thefeminine subjet a unique quality in the history that constitutes the base on which to build aharmonious and technically egalitarian bourgeois organization. The essence of the two proposedspheres is the negation of the conflict and consequently: the birth of an ordered and quiet society.

    1. Heronas de andar por casa.

    Es en la aproximacin al tiempo contemporneo, trnsito de los siglos XVIII alXIX, cuando se da forma a la utopa liberal de las esferas pblica y privada. Laseparacin entre ambas, especialmente en el plano de las costumbres, permiteconstruir una tica de lo privado que intenta abandonar los usos del ntiguoRgimen1. En la sociedad tradicional no existe la doble esfera, de ah que se los

    campos de los intereses y de las emociones se acoplen evitando recelos intiles.La utopa liberal propone un mbito privado en el que las mujeres se ofrecenprimordialmente a la custodia y el cuidado de las personas con las que conviven. Laabnegacin como valor supremo infunde al sujeto femenino una cualidad nica enla historia, que constituye la base de una organizacin burguesa armoniosa y,tcnicamente, igualitaria. La esencia de la organizacin propuesta es la negacindel conflicto y en consecuencia la propensin al orden y la estabilidad.

    Entretanto, el sujeto masculino se desenvuelve, mejor que nunca, en solitarioen el espacio pblico. All su actuacin es libre y plenamente activa; es adems, adiferencia de la de las mujeres en el seno de la sociedad privada2, cuantificable,mensurable en trminos econmicos, de produccin y de productividad, de logros;merecedora de reconocimiento y recompensa.

    Paralelamente a la consagracin de esta dicotoma conceptual y funcional, larevolucin, ejercicio supremo del cambio histrico all donde los haya, propone unestado de conflicto que incita a la fusin de las esperas pblica y privada. La identi-dad del sujeto femenino en el seno de la burguesa ascendente en el Antiguo Rgi-

    men ve quebrarse los principios que le dan forma a causa de una subversin delorden social que reclama a las mujeres responsabilizarse tambin de ciertos intere-ses materiales afectos a la vida pblica.

    El sentido comn que se estaba edificando en torno a la familia se ve sustancial-mente alterado por la adquisicin de ciertas conciencias: la de individuo, en primertrmino, y a continuacin la de gnero. Si el ser genrico de la condicin femenina

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    3 Gmez Ferrer, G.: Hacia una redefinicinde la identidadfemenina: lasprimeras dcadas delsigloXX. Cuadernos de Historia de la Filosofa Contempornea, n 26, 2004, pp. 9-22.

    4 Espigado, G.: Mujeres y Ciudadana. Del Antiguo Rgimen a la Revolucin Liberal Seminario,Universidad Autnoma de Barcelona,DEBATS, 2006. Aborda la cuestin del vnculo de las mujeresespaolas con el primer liberalismo a comienzos del siglo XIX. La referencia comparativa a la experienciade las mujeres anglosajonas embarra con frecuencia la de las latinas y en concreto las espaolas,tendentes a reivindicaciones de naturaleza social antes que poltica. Su discurso vindicativo ha sidosiempre ms vinculado a necesidades propias del mbito privado que al pblico: la alimentacin, la salud,la higiene, trabajo, vivienda El liberalismo, desde la ptica de estas mujeres adquiere dimensionesalternativas a la expresin del voto. La faceta social del liberalismo fue en buena medida expresada enlos foros de mujeres. Ver NIELFA, G.: La revolucin liberal desde la perspectiva de gnero en GMEZ-FERRER, G. (Coord): Las relaciones de gnero, REV. AYER, N17, 1993. Pp. 103-120.

    5 Nash, M.: Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos, Barcelona, Alianza Editorial, 2004.En los primeros captulos del libro la autora analiza la construccin de la domesticidad del mbitofemenino en la Europa y Norteamrica del siglo XIX, en paralelo a la de la modernidad; las resistencias,las luchas, y la construccin de los feminismos, movimientos heterogneos.

    6 Wollstonecraft, M: Vindicacin de los Derechos de la Mujer (1792), Barcelona, Ctedra, 1994. IsabelBURDIEL, editora.

    7 Kirpatrick, S.: Las romnticas. Escritoras y subjetividad en Espaa 1835-1850, Madrid, Ctedra,1991.

    8 Shelley, M.: Frankenstein o El moderno Prometeo; edicin de Isabel BURDIEL, Madrid , Ctedra,1996 Coleccin Letras Universales.

    Mary Shelley escribi a los 18 aos la novela Frankenstein (1818), que la hizo famosa y con la que seinicia el gnero de ciencia-ficcin. Su estructura, de cajas chinas, responde al gnero epistolar tan demoda en el siglo XVIII. La imaginacin y la razn, la emocin y el intelecto, la instruccin y la necesidadde independencia, son extremos recurrentes. La autora aborda el problema de la formacin de lapersonalidad del individuo. Frankenstein o El moderno Prometeo; edicin de Isabel Burdiel; Madrid ,Ctedra, 1996 Coleccin Letras Universales.

    9 Sue, uno de los dos personajes femeninos que Thomas Hardy describe en Jude el Oscuro (1895), esun ser atormentado por la contradiccin que ella misma ha propuesto a su vida. Evita el matrimonio yconvive con el hombre que ama en voluntarioso adulterio; para colmo vive de su esfuerzo personal, de suactividad artstica. Pero fracasa, finalmente reniega de su aventura y vuelve al redil de mbito privado.Dios la ha castigado, sus hijos han muerto por su afn rebelde. Ella es inmaterial y valiente. Son estascualidades insuficientes para sobrevivir? Ciertamente, Hardy es un autor pesimista, pero con todo, su

    burguesa en el trnsito del Antiguo Rgimen se ahormaba en torno a la funcin deentrega al otro, las revoluciones empujan a la mujer a identificarse ante s misma,y ms tarde ante los dems, en tanto sujeto histrico3. La mujer ir descubriendopaulatinamente, no sin merma a cuenta de las resistencias de la historia- de unaquiebra en su salud fsica y psquica, su cualidad personal, su funcin cvica y suresponsabilidad en el comn (pueblo, nacin, sociedad de masas, sociedad democr-tica?).

    Como en el resto de los sujetos histricos que se incorporan al discurso contem-porneo, el trnsito hacia la conciencia moderna4 en las mujeres es traumtico, estrecorrido por la condicin de las identidades jvenes e indecisas, as como por laprueba cotidiana de que hay problemas que el tiempo de la historia no est hechopara resolver an5.

    En la narracin que las mujeres hacen de s mismas est presente el recurso ala autodestruccin, la tentacin continua a ponerse al frente de cargas personales

    desmesuradas, tareas que les permitan purgar el pecado del ser para s, omnipre-sente a juicio de los hombres en su pensamiento cotidiano; un pensamiento ances-tral y soterrado, ajeno a la moderna moral burguesa, alentado por la tendencia delas costumbres a perdurar por encima de la voluntad de cambio inherente a lacondicin humana.

    De alguna forma imprecisa aunque innegable, tambin las mujeres el arte yla literatura lo reflejan6- vislumbran al hroe romntico y le dan forma en el descon-suelo y la oscuridad de sus yoes respectivos. Hay en las heronas romnticas7 unagravio comparativo en relacin con los varones que dan voz al personaje pblico.Ellas, creadoras incluso de hroes varones a los que prestan su voz 8, aceptan conresignacin inimaginable en un hombre, la opacidad de sus discursos. Si el suicidioes para ellos un recurso airoso, glorioso incluso, ellas en cambio lo observan comouna liberacin. Los hombres del romanticismo europeo tienen la obligacin deabrazar de nuevo el orden, las mujeres que van rompiendo los tabes, carecen deella. Solo se les permite desaparecer, desaparecer para espiar su culpa y obtener elperdn9.

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    prosa no hace sino reforzar la creencia vulgar en el destino castigador para aquellas que fuerzan elrgimen de la complacencia al sistema de valores en el que se han educado. Alterar la determinacin dela naturaleza sobre el gnero solo provoca desgracias.10 Dobos, R.J.: The White Plague. Tuberculosis, Man and Society, Boston, Little Brown, 1953.

    11 Pese a que en el siglo XIX el mundo de los viajes estaba vedado a las mujeres, Alexandra David-Nellleg sola al Tbet, Lady Charlotte Canning a la India, Gertrude Bell fue exploradora en Oriente Medioy consejera del famossimo Lawrence de Arabia; Isabella Bird, la primera mujer aceptada por la RealSociedad Geogrfica de Londres y otras, como la inglesa Mary Kingsley llegaron a ser autoras de losestudios de campo ms importantes hasta la fecha, en este caso relativos a la entonces desconocida fricaOccidental. Ver: Morat, C.: Viajeras intrpidas y aventureras, Barcelona, Plaza y Jans, 2005. Losestudios al respecto de Morat han dado lugar a monografas varias sobre la actividad viajera de lasmujeres en los distintos mbitos de la realidad colonial decimonnica: Las damas de oriente, grandesviajeras por los pases rabes; Las reinas de frica, grandes viajeras por el continente negro, ambas en lacoleccin del bolsillo de Plaza y Jans.

    12 Folguera, P. Las mujeres en la Europa social. AGORA Revista de Ciencias Sociales. Valencia.2002. 56-73 pp.

    A veces la desaparicin no es opcional, sino una imposicin inesperada. La vidapuede colapsarse de forma prematura. Las mujeres romnticas lo saben bien. Suaspecto, plido y ojeroso se ala con la enfermedad de moda, la tuberculosis, paraconducirlas por un viaje retorno. La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas, sedeja morir, lastrado su nimo por la esttica de moda: la muerte blanca. 10, laconsuncin. Las hermanas Bronte, -la brillante Emili, autora de CumbresBorrascosas- crecen a la sombra del nimo melanclico que les provoca la conviven-cia con la enfermedad. Momentos de languidez se alternan con atisbos de exalta-cin. La enfermedad acrecienta el gusto por la vida y la sensibilidad con que lasenfermas perciben el breve entorno inmediato de su enclaustramiento. A falta deotras, la lectura y la escritura son ventanas inconmensurables desde las que atisbary elaborar la experiencia.

    Hay acaso una excusa ms noble que la enfermedad para aferrarse y justificarel encierro domstico, el encierro de la escritura? Ellos Keats, Chejov, Kafka,

    Mann- tambin enferman de consuncin, pero invierten sus exiguas energas enensalzar la esttica de sus padecimientos, que son adems ptimos al procesocreativo y a la gloria que ha de venir a continuacin. Ellos no se encierran en casa,ellos viajan, habitan sanatorios de alta montaa y all hacen amigos y amantes,tienen una intensa vida social, o simplemente, dejan que la enfermedad les consumaen un burdel, entre vapores que anegan la conciencia. Ni siquiera en la enfermedadque prologa la muerte las mujeres renegaran de ella, de la sacrosanta conciencia.

    Antes de partir hay que dejarlo todo bien dispuesto para los que se quedan.

    2. Con un pie dentro y otro fuera.

    Con todo, tambin ellas acabarn yndose. Qu busca la mujer que intentaabandonar el hbitat de la esfera privada? Seguramente, nada ms que adquiriruna cierta visibilidad. Al dar este paso, es consciente de que rompe las convencionesen las que vive y de las que vive, y de que se lanza a un vaco inexplorado, tantocomo el de la tierra ignota que aventuran los libros11. Tambin es consciente de quecon su gesto contribuye a quebrar la armoniosa Felicidad que la Ilustracin leencarg custodiar. Al propiciar un conflicto en el seno de la sociedad, un cuerpovirtuoso cuyo estado ideal es la calma, se pone a s misma en el punto de mira delresto de los rganos y de las articulaciones que, al moverse ella fuera del plan, seestn desajustando. El ser social12 deja de funcionar y mira hacia ella como laculpable del deterioro subsiguiente de los rganos.

    La visibilidad parece pues un bien ms codiciado que la propia felicidad, siendoesta posible, a juicio de los hombres, solo en el seno de un orden armonioso quedistiende, hasta separarlos, el mbito de lo pblico y el de lo privado. Pero, no es laeducacin sentimental que reciben las mujeres una herramienta insuficiente paraalcanzar el fin de la visibilidad? Las mujeres descubren que no, que la emocinomnipresente llega a ser un lastre si no se administra con prudencia.

    Quiz tambin la mujer, como el hombre, aspire a algo diferente a lo que ya haprobado, algo que, por nuevo, pudiera ser inquietante. Me refiero a una porcin de

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    13 Lindberg, D.,C.: Los inicios de la ciencia Occidental. Paidos, 2002. MOZANS, H.J., Women inScience. Cambridge, Massachusetts, MIT Press, 1974 (reed.) La mayora de las mujeres preocupadas porla ciencia, al menos hasta bien entrado el siglo XX se enganchan a los trabajos ya iniciados por susesposos. Es el caso de Marie Anne Pierrette Paulze (1758-1836), esposa de Lavoisier, que se encargarade la publicacin de sus trabajos cuando l falleci. Ver, SOLSONA Y PAIR, N.: Mujeres cientficas detodos los tiempos, Madrid, Pair, 1997.

    14 Sobre la educacin sentimental, MORANT, I.: La educacin sentimental de las mujeres: unamirada desde la historia, en Cursos de Verano, Universidad de Alicante, 27 de julio de 2000.

    15 Maqueira, V. y Vara, M. J.(COORD): El trabajo de las mujeres, siglos XVI y XX,VI Jornadas deInvestigacin Interdisciplinaria Sobre la Mujer,1996.

    la tarta que es el conocimiento. Un nuevo dulce se ha puesto en circulacin y lasmujeres quieren probarlo13. Es posible para ellas una forma de conocimiento que nosea tan solo emocional? Tienen gusto las mujeres por los hbitos racionales que seinteresan por la verdad? Son la emocin y el conocimiento dos objetos compatibles?

    Amor y conocimiento, esa es la frmula mgica de la felicidad, dirn ellas.Concebido culturalmente como un ser emotivo cuyo caldo de cultivo, el hogar,

    constituye para la mujer el nico espacio de certidumbre, la verdad, en tanto objetopreferente del mundo moderno, no debera ser para ella un seuelo eficaz. En elmundo en trnsito que es el origen de la contemporaneidad, las mujeres siguenapegadas a la apariencia; en la apariencias -creen los hombres- se sienten conforta-das antes que en la verdad. La esencia de su experiencia femenina pasa por elcontrol de los instrumentos que regulan el mundo de las sensaciones14, algo que

    pese a haber sido infravalorado durante siglos- hoy en da se eleva al rango deinteligencia, aunque solo sea inteligencia emocional.

    Quiz la mujer no haya tenido que preguntarse por la cualidad moral de susacciones cuando estas se vean sujetas al estricto protocolo domstico, el que venadado por la privacidad del medio en que se desenvolvan. Es la supremaca de lainocencia la que no le permite la conciencia de si misma. Ya que no pueden serlo connadie ms, las cuentas de ella siempre han sido con Dios, y sus interlocutores en latierra.

    Ahora bien, la fusin de las esferas expone a las mujeres a una situacin parala que muy pocas estn preparadas. La accin fuera de casa, la accin en el mundo

    el trabajo recompensado, por ejemplo15- es una accin que comporta un rgimen demoralidad cvica para el que no han sido educadas. El cientifismo, la certeza, el ser,nociones capturadas solo a partir de la conciencia del otro, son lecciones que requie-ren un largo aprendizaje. Primero individuo, la mujer, cada mujer en realidad,acaba descubriendo que a la fuerza tendr que ser una pieza del engranaje, de lacadena espacio temporal que ahora llamamos mundo. Si la historia fuera un ro, lasmujeres entraran en l metiendo los pies primero, a continuacin el cuerpo, porltimo la cabeza. Algunas se quejaran de la baja temperatura del agua, y daransaltitos para entrar en calor; otras, en cambio, se limitaran a disfrutar con pacien-cia de nefito la progresiva tibieza del contacto.Pero ni la historia no es un ro, ni las mujeres son piedras inertes lanzan o sedejan lanzar a l por manos annimas. Hay, como ha habido en cada elemento delproceso de cambio histrico, una conciencia activa de identificacin con l quecompete solo a las mujeres. El liberalismo separ las esferas pblica y privada,haciendo sin embargo posible que en el seno de la primera se formase la rocaintrusiva, que termin siendo la revolucin, cuyo efecto a la larga no sera otro quevolver a juntarlas. Las mujeres no fueron parte del cambio, fueron el cambio, sinmerma no obstante de sacralizar en la memoria la esencia de un modelo a todasluces superado, ese espacio en la esfera de lo particular que atae a las creencias yde las representaciones, a lo sensible.

    Por ms que estimemos sus logros histricos, lo cierto es que las revolucionestampoco hicieron demasiado por las mujeres. La Revolucin Francesa no hizo quizlo que ellas esperaban de ella. Las francesas, -la annima Mme. B.B- se encargan deescribir algunos de los Cuadernos de Quejas, y Mme. Roland formula por escrito elderecho de ciudadana para las mujeres. Ilusionadas, todas quieren lucir la escara-

    pela y el gorro frigio. Sin embargo, en el primer tercio del siglo XIX las leyes france-

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    16 Ver Zeldin, Th. : " Le femmes", Histoire des passions franaises; 1848-1945. Ambition et amour.Recherches, 1978.

    17 Marschall, C.: Ciudadana y clase social, Madrid, Alianza, 1998. Original, en ingls, de 1950.18 Folguera, P.: La participacin poltica de las mujeres en Construyendo la igualdad en el espacio

    pblico. Diputacin Foral de Bizkaia. 2002, pp: 59-70.19 Roig, M.: Mujer y prensa del siglo XVII a nuestros das. Madrid, Mercedes Roig, 1977.20 Morant, I.:Las mujeres en los espacios del saber ilustrado. Trayectorias y tensiones. En PASCUA,

    J. y Espigado, G.: Espaolas y europeas. Entre la Ilustracin y el Romanticismo, Cdiz, Universidad,Ayuntamiento de El Puerto e Instituto de la Mujer,2003.

    sas les siguen exigiendo obediencia al marido, que sigue determinando el sitio en elque ella debe vivir. Como una flor plantada en un macetero, cuando ella se niega aobedecer la ley autoriza a su jardinero a recurrir a la fuerza. Quiz decida dejar deregar la maceta o quiz sencillamente opte por arrancar la flor. El divorcio, previstopor ley en tiempos de revolucin, es suprimido entre 1816 y 188416.

    Para las mujeres, pues, la ciudadana es solo un mito alentador17? A la sombradel liberalismo europeo, no se resignan sin embargo a dejar de indagar los primerosespacios de significacin pblica18 aunque deban hacerlo desde el hogar. El mece-nazgo y el apoyo permanente a la promocin de los varones se dan por descontadoen los aciertos femeninos testimoniados por la historia. Las seoras son muysociables. Pero, y la Patria, y la Nacin? Son la patria y la nacin objetos deinters adecuados para ellas?

    Las mujeres patrocinan el asociacionismo femenino y fundan sociedadespatriticas, casi siempre bajo los auspicios de la religin. Ya se sabe, religin y

    patria. En plena resistencia a la expansin napolenica en Europa, los reyesimpulsan el afn femenino por se parte de la Patria. De lo malo, ellas aunqueasociadas- procuran un bienestar comn que, amn de conservador y hasta reaccio-nario, promueve la resistencia frente al invasor, que bien pudiera ser el culpable dealterar de verdad el orden de las cosas.

    Es la dimensin social de la ciudadana de la que terminan ocupndose lasmujeres; de la beneficencia y la maternidad, de la organizacin de la educacin y dela salud, campos desestimados an por el proyecto liberal que, no obstante, acabarapropindoselos a poco que ellas se descuiden. La vida cvica de las comunidadeslocales es fundamentalmente cosa de ellas. Ellas son las madres, las novias, lashermanas de los ciudadanos en armas contra el invasor.

    En la mxima algarada del liberalismo, lo particular recrea el viejo mundo delo privado bajo la mirada atenta de lo pblico, y las mujeres se apoderan de laesencia de la intrahistoria que teje sus entramados ms sutiles. La justificacinpara este paso no es otra que la supervivencia. No puede haber ninguna otra raznde mayor peso para que ellas desafen la fusin suprema de las dos esferas y,prudentes como son, terminen por mantener un pie en cada una de ellas, haciendode lo particular un reino en el que la esttica puede sobrepasar los mrgenes de latica. En plena acometida de las revoluciones, tambin hay algunas mujeres, lamayora en realidad, a quienes deleita la imagen de s mismas en tanto defensorasdel contrato que mantiene holgadamente separados los dos espacios. No deberamosolvidar esto ltimo.

    Los espejismos en los que se mova la mujer en el Antiguo Rgimen acaban pordisolverse en la materia que les da luz, cristales de espejo que devuelven a la mujerla imagen que ella misma quiere ver, en el momento en que as lo desea. La visibili-dad contempornea de la mujer le procura por fin ser observada; su imagen sedistancia de la realidad en las hojas impresas que la imprenta tira sin ningnpudor: mujeres escritas, mujeres fotografiadas, en blanco y negro, en papel couch19,en colorines.

    Pero, al verse observada la mujer sufre el padecimiento que comporta sabersereconocida en sus cicatrices, puntos de sutura tan mal resueltos como los de l. Ella,que ha obligado al observador a abrir el ojo, se irritar al sentirse descubierta,flaquear en sus certidumbres que, por vez primera, son suyas de verdad. No se

    siente pues la mujer contempornea una mujer ms sabia, ms segura de s misma.Es ciertamente ms conocedora e informada20, ms responsable de s misma,autnoma y eficiente para el uso y manejo de la vida pblica, adems de la privada,

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    asuntos que ellos no seran siquiera capaces de apuntar.Quiz no sea desacertado evaluar de tajante el juicio que los hombres vienen

    teniendo acerca del papel de las mujeres en tanto agentes de la transmisin de lamemoria. El criterio de las mujeres no es vlido dicen- porque ellas tergiversan,engaan al hombre, qu otra cosa puede esperarse de una naturaleza mentirosa?

    Y si no, que se lo digan a Adn. La voz de las mujeres es en el otro extremo- unavoz incapaz por obra y gracia del estigma de la creacin. As que, bien sea pormentirosas, bien por incapaces, las mujeres no han disfrutado, ni siquiera en laspocas de una evidente emancipacin, de las condiciones adecuadas que, a juicio denarradores solventes, exige la construccin del tiempo histrico. Las mujeres siguenestando acertadas en el mbito de la ficcin defienden- un terreno ms emotivo yartstico, en el cual pueden enseorearse sin perjuicio de nadie.

    Por ltimo, hay un tercer discurso, en cierto modo redentor, que otorga a lasmujeres cualidad de observadores fiables. Este es el discurso de la correcta diversi-

    dad. Las mujeres escuchamos- poseen una psicologa compleja. Y adems, suspersonalidades son tan variadas como las del resto de los mortales (Gran revela-cin!). Ciertamente hay mujeres cultas y refinadas, analfabetas e incluso muybrutas; elementos enamoradizos y hasta msticos, seoras depresivas y lnguidas,radicales y exaltadas, buenas mediadoras, polticas de raza y hasta mujeres capacesde vertebrar ellas solas todo un clan (estimemos a las mafiosas en este captulo).Las mujeres pueden ser en definitiva variadas, previsibles y originales. Su memoriapues, memoria a medio camino entre lo privado y lo pblica, goza de la mismacualidad, a qu negarlo, que no es poco.

    Montserrat HuguetDpto. de Humanidades: Geografa, Historia Contempornea y Arte.

    Facultad de Humanidades, Comunicacin y Documentacin.Universidad Carlos III. Madrid

    [email protected]