el espíritu positivo o actitud positiva

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El Espíritu Positivo o Actitud Positiva... Una de las Claves del Éxito Personal y EmpresarialJueves, 11 de Marzo de 2010 11:43

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El Espíritu Positivo... Una de las Claves del Éxito

«Los pesimistas no son sino espectadores; son los optimistas quienes transforman el mundo» GUIZOT.

El Espíritu Positivo es una actitud realista que identifica y valora lo positivo de las situaciones y de las personas y que lleva a vivir de modo animoso y alegre. El espíritu positivo forja un modo de ser entusiasta, emprendedor y dinámico.

La persona con espíritu positivo confía, razonablemente, en sus propias posibilidades y en la ayuda que le pueden prestar los demás, de tal modo que en cualquier situación distingue, en primer lugar, lo que es positivo en sí, las posibilidades de mejora que existen y, a continuación, las dificultades y obstáculos que puedan surgir, aprovechando lo que se pueda y afrontando lo demás con deportividad y alegría.

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Este valor supone ser optimista, es decir, mirar la realidad desde la óptica de lo que se es y de lo que se tiene, por encima de las limitaciones. Ante los obstáculos, la persona positiva no asume una actitud derrotista, sino, por el contrario, trata de sacar provecho de la situación adversa, ve las dificultades como retos y oportunidades.

El espíritu positivo no es ciego, no crea falsas realidades; tampoco es inmediatista, pues de lo contrario caería en el desánimo. Más bien trata de sacar provecho de la realidad, por dura que sea, y camina con seguridad y optimismo hacia una meta u objetivo.

"Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad; un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad"

SlR WlNSTON CHURCHIL.

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EL POSITIVISMO

 

Consiste en no admitir como validos científicamente otros conocimientos, sino los que proceden de la experiencia, rechazando, por tanto, toda noción a priori y todo concepto universal y absoluto. El hecho es la única realidad científica, y la experiencia y la inducción, los métodos exclusivos de la ciencia. Por su lado negativo, el positivismo es negación de todo ideal, de los principios absolutos y necesarios de la razón, es decir, de la metafísica. El positivismo es una mutilación de la inteligencia humana, que hace posible, no sólo, la metafísica, sino la ciencia misma. Esta, sin los principios ideales, queda reducida a una nomenclatura de hechos, y la ciencia es una colección de experiencias, sino la idea general, la ley que interpreta la experiencia y la traspasa. Considerado como sistema religioso, el positivismo es el culto de la humanidad como ser total y simple o singular.

         Evolución.

El término positivismo fue utilizado por primera vez por el filósofo y matemático francés del siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de los conceptos positivistas se remontan al filósofo británico David Hume, al filósofo francés Saint-Simon, y al filósofo alemán Immanuel Kant.Comte eligió la palabra positivismo sobre la base de que señalaba la realidad y tendencia constructiva que él reclamó para el aspecto teórico de la doctrina. En general, se interesó por la reorganización de la vida social para el bien de la humanidad a través del conocimiento científico, y por esta vía, del control de las fuerzas naturales. Los dos componentes principales del positivismo, la filosofía y el Gobierno (o programa de conducta individual y social), fueron más tarde unificados por Comte en un todo bajo la concepción de una religión, en la cual la humanidad era el objeto de culto. Numerosos discípulos de Comte rechazaron, no obstante, aceptar este desarrollo religioso de su pensamiento, porque parecía contradecir la filosofía positivista original. Muchas de las doctrinas de Comte fueron más tarde adaptadas y desarrolladas por los filósofos sociales británicos John Stuart Mill y Herbert Spencer así como por el filósofo y físico austriaco Ernst Mach.

         Comte, Augusto (1798-1857).

Filósofo positivista francés, y uno de los pioneros de la sociología. Nació en Montpellier el 19 de enero de 1798. Desde muy temprana edad rechazó el catolicismo tradicional y también las doctrinas monárquicas. Logró ingresar en la Escuela Politécnica de París desde 1814 hasta 1816, pero fue expulsado por haber participado en una revuelta estudiantil. Durante algunos años fue secretario particular del teórico socialista Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon, cuya influencia quedaría reflejada en algunas de sus obras. Los últimos años del pensador francés quedaron marcados por la alienación mental, las crisis de locura en las que se sumía durante prolongados intervalos de tiempo. Murió en París el 5 de septiembre de 1857.Para dar una respuesta a la revolución científica, política e industrial de su tiempo, Comte ofrecía una reorganización intelectual, moral y política del orden social. Adoptar una actitud científica era la clave, así lo pensaba, de cualquier reconstrucción.Afirmaba que del estudio empírico del proceso histórico, en especial de la progresión de diversas ciencias interrelacionadas, se desprendía una ley que denominó de los tres estadios y que rige el desarrollo de la humanidad. Analizó estos estadios en su voluminosa obra Curso de filosofía positiva (6 vols., 1830-1842). Dada la naturaleza de la mente humana, decía, cada una de las ciencias o ramas del saber debe pasar por "tres estadios teoréticos diferentes: el teológico o estadio ficticio; el metafísico o estadio abstracto; y por último, el científico o positivo". En el estadio teológico los acontecimientos se explican de un modo muy elemental apelando a la voluntad de los dioses o de un dios. En el estadio metafísico los fenómenos se explican invocando categorías filosóficas abstractas. El último estadio de esta evolución, el científico o positivo, se empeña en explicar todos los hechos mediante la aclaración material de las causas. Toda la atención debe centrarse en averiguar cómo se producen los fenómenos con la intención de llegar a

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generalizaciones sujetas a su vez a verificaciones observacionales y comprobables. La obra de Comte es considerada como la expresión clásica de la actitud positivista, es decir, la actitud de quien afirma que tan sólo las ciencias empíricas son la adecuada fuente de conocimiento.Cada uno de estos estadios, afirmaba Comte, tiene su correlato en determinadas actitudes políticas. El estadio teológico tiene su reflejo en esas nociones que hablan del Derecho divino de los reyes. El estadio metafísico incluye algunos conceptos tales como el contrato social, la igualdad de las personas o la soberanía popular. El estadio positivo se caracteriza por el análisis científico o "sociológico" (término acuñado por Comte) de la organización política. Bastante crítico con los procedimientos democráticos, Comte anhelaba una sociedad estable gobernada por una minoría de doctos que empleara métodos de la ciencia para resolver los problemas humanos y para imponer las nuevas condiciones sociales.Aunque rechazaba la creencia en un ser transcendente, reconocía Comte el valor de la religión, pues contribuía a la estabilidad social. En su obra Sistema de Política Positiva (1851-1854; 1875-1877), propone una religión de la humanidad que estimulara una benéfica conducta social. La mayor relevancia de Comte, sin embargo, se deriva de su influencia en el desarrollo del positivismo.

         La Ley de los tres Estados.

Según Comte, los conocimientos pasan por tres estados teóricos distintos, tanto en el individuo como en la especie humana. La ley de los tres estados, fundamento de la filosofía positiva, es, a la vez, una teoría del conocimiento y una filosofía de la historia. Estos tres estados se llaman:

         Teológico.

Metafísico. Positivo. Estado Teológico:

Es ficticio, provisional y preparatorio. En él, la mente busca las causas y los principios de las cosas, lo más profundo, lejano e inasequible. Hay en él tres fases distintas:

         Fetichismo: en que se personifican las cosas y se les atribuye un poder mágico o divino.

Politeísmo : en que la animación es retirada de las cosas materiales para trasladarla a una serie de divinidades, cada una de las cuales presenta un grupo de poderes: las aguas, los ríos, los bosques, etc.

Monoteísmo : la fase superior, en que todos esos poderes divinos quedan reunidos y concentrados en uno llamado Dios.

En este estado, predomina la imaginación, y corresponde a la infancia de la humanidad. Es también, la disposición primaria de la mente, en la que se vuelve a caer en todas las épocas, y solo una lenta evolución puede hacer que el espíritu humano de aparte de esta concepción para pasar a otra. El papel histórico del estado teológico es irremplazable.

         Estado Metafísico:

O estado abstracto, es esencialmente crítico, y de transición, Es una etapa intermedia entre el estado teológico y el positivo. En el se siguen buscando los conocimientos absolutos. La metafísica intenta explicar la naturaleza de los seres, su esencia, sus causas. Pero para ello no recurren a agentes sobrenaturales, sino a entidades abstractas que le confieren su nombre de ontología. Las ideas de principio, causa, sustancia, esencia, designan algo distinto de las cosas, si bien inherente a ellas, más próximo a ellas; la mente que se lanzaba tras lo lejano, se va acercando paso a paso a las cosas, y así como en el estado anterior que los poderes se resumían en el concepto de Dios, aquí es la naturaleza, la gran entidad general que lo sustituye; pero esta unidad es más débil, tanto mental como socialmente, y el carácter del estado metafísico, es sobre todo crítico y negativo, de

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preparación del paso al estado positivo; una especie de crisis de pubertad en el espíritu humano, antes de llegar a la adultes.

         Estado Positivo:

Es real, es definitivo. En él la imaginación queda subordinada a la observación. La mente humana se atiene a las cosas. El positivismo busca sólo hechos y sus leyes. No causas ni principios de las esencias o sustancias. Todo esto es inaccesible. El positivismo se atiene a lo positivo, a lo que está puesto o dado: es la filosofía del dato. La mente, en un largo retroceso, se detiene a al fin ante las cosas. Renuncia a lo que es vano intentar conocer, y busca sólo las leyes de los fenómenos.

         EL CARACTER SOCIAL DEL ESPIRITU POSITIVO.

El espíritu positivo tiene que fundar un orden social. La constitución de un saber positivo es la condición de que haya un autoridad social suficiente, y esto refuerza el carácter histórico del positivismo.Comte, fundador de la Sociología, intenta llevar al estado positivo el estudio de la Humanidad colectiva, es decir, convertirlo en ciencia positiva. En la sociedad rige también, y principalmente, la ley de los tres estados, y hay otras tantas etapas, de las cuales, en una domina lo militar.Comte valora altamente el papel de organización que corresponde a la iglesia católica; en la época metafísica, corresponde la influencia social a los legistas; es la época de la irrupción de las clases medias, el paso de la sociedad militar a la sociedad económica; es un período de transición, crítico y disolvente; el protestantismo contribuye a esta disolución. Por último, al estado positivo corresponde la época industrial, regida por los intereses económicos, y en ella se ha de restablecer el orden social, y este ha de fundarse en un poder mental y social.

         EL POSITIVISMO Y LA FILOSOFIA.

Es aparentemente, una reflexión sobre la ciencia. Después de agotadas éstas, no queda un objeto independiente para la filosofía, sino ellas mismas; la filosofía se convierte en teoría de la ciencia. Así, la ciencia positiva adquiere unidad y conciencia de sí propia. Pero la filosofía, claro es, desaparece; y esto es lo que ocurre con el movimiento positivo del siglo XIX, que tiene muy poco que ver con la filosofía.Pero en Comte mismo no es así. Aparte de lo que cree hacer hay lo que efectivamente hace. Y hemos visto que:

1.       Es una filosofía de la historia (la ley de los tres estados).

2. Una teoría metafísica de la realidad, entendida con caracteres tan originales y tan nuevos como el ser social, histórica y relativa.

3. Una disciplina filosófica entera, la ciencia de la sociedad; hasta el punto de que la sociología, en manos de los sociólogos posteriores, no ha llegado nunca a la profundidad de visión que alcanzó en su fundador.

Este es, en definitiva, el aspecto más verdadero e interesante del positivismo, el que hace que sea realmente, a despecho de todas las apariencias y aun de todos los positivistas, filosofía.

         EL SENTIDO DEL POSITIVISMO.

Esta ciencia positiva es una disciplina de modestia; y esta es su virtud. El saber positivo se atiene humildemente a las cosas; se queda ante ellas, sin intervenir, sin saltar por encima para lanzarse a falaces juegos de ideas; ya no pide causas, sino sólo leyes. Y gracias a esta austeridad logra esas leyes; y las posee con precisión y con certeza.

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Una y otra vez vuelve Comte, del modo más explícito, al problema de la historia, y la reclama como dominio propio de la filosofía positiva. En esta relación se da el carácter histórico de esta filosofía, que puede explicar el pasado entero  EL NEOPOSITIVISMO Y LA FILOSOFÍA ANALÍTICA              Esta corriente cobró un gran auge en el s. XX, sobre todo en el área anglosajona, llegando a ser considerada como la única filosofía verdadera y la única válida para la época contemporánea.  Bajo el nombre de movimiento analítico se desarrollan distintas concepciones filosóficas, como el neopositivismo y el neoempirismo que, aun manteniendo posiciones opuestas en algunos puntos, mantienen en común los siguientes rasgos. -                                                          Una crítica a la metafísica al no considerarla como saber absoluto.-                                                          Una actitud filosófica con una marcada tendencia empirista al intentar

introducir los resultados de la investigación científica experimental en los esquemas del pensamiento lógico.

-                                                          Un análisis exhaustivo del lenguaje como método y tarea específicos de la filosofía.  Este  análisis no se justifica del mismo modo en las diversas corrientes, ya que no profesan una distinta concepción del mismo.

-                                                          Concepción de la filosofía como saber no-sustantivo, es decir, no positivo, o sea, como simple preparación para la ciencia.

 

 

Isidoro Augusto María Francisco Javier Comte nació en Montpellier en 1798. En 1814 ingresa en la elitista Escuela Politécnica, de la que será expulsado en 1816, acusado de republicanismo e indisciplina. En esta época comienza a estudiar a los pensadores del siglo XVIII y conoce aSaint-Simon, para el que trabaja como secretario desde 1818, hecho que le permitió publicar artículos en diversas revistas: La Politique,L’Industrie, L’Organisateur. 

La colaboración entre estos dos autores se irá deteriorando hasta su definitiva ruptura en 1822, fecha que inicia las dos etapas fundamentales del pensamiento de A. Comte:

La primera (1826-1845) , de un marcado carácter positivista, queda sintetizada en sus dos grandes obras: Curso de filosofía positiva (1830-1842) y el Discurso sobre el espíritu positivo (1844), escrito que apareció como introducción preliminar al Tratado filosófico de astronomía popular.

La segunda etapa del pensamiento de Comte viene marcada por un hecho personal que le afectó hondamente: la muerte en 1846 de Clotilde de Vaux, a quien conoció en 1845 y de la que estaba profundamente enamorado. A partir de entonces el pensamiento de Comte se tiñe de un carácter romántico y místico que derivará hacia posturas cada vez más conservadoras, convirtiendo el positivismo en una religión de la que él se autoproclama Sumo Sacerdote.

De esta época datan sus obras Sistema de política positiva (1851-1854), Catecismo positivista (1852) y el primer volumen de Síntesis subjetiva (1856), obra que quedó incompleta debido a su muerte, acaecida el 5 de septiembre de 1857.

El pensamiento de A. Comte.

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La filosofía de Comte entronca con la revuelta moderna contra los antiguos que inició Francis Bacon y extendió L’enciclopédie francesa y que consistió, a grandes rasgos, en la asunción de la razón y la ciencia como únicas guías de la humanidad capaces de instaurar el orden social sin apelar a oscurantismos teológicos o metafísicos.

La evidente intención de reforma social de su filosofía se adhiere, sin embargo, a una postura conservadora y contrarrevolucionaria en claro enfrentamiento con las propuestas ilustradas de Voltaire y Rousseau.

Tomando como trasfondo la Revolución Francesa, Comte acusa a estos dos autores de generar utopías metafísicas irresponsables e incapaces de otorgar un orden social y moral a la humanidad.

Los problemas sociales y morales han de ser analizados desde una perspectiva científica positiva que se fundamente en la observación empírica de los fenómenos y que permita descubrir y explicar el comportamiento de las cosas en términos de leyes universales susceptibles de ser utilizadas en provecho de la humanidad.

Comte afirma que únicamente la ciencia positiva o positivismo podrá hallar las leyes que gobiernan no sólo la naturaleza, sino nuestra propia historia social, entendida como la sucesión y el progreso de determinados momentos históricos llamados estados sociales.

La ley de los tres estados y la idea de progreso

La humanidad en su conjunto y el individuo como parte constitutiva, está determinado a pasar por tres estados sociales diferentes que se corresponden con distintos grados de desarrollo intelectual: el estado teológico o ficticio, el estado metafísico o abstracto y el estado científico o positivo.

Este tránsito de un estado a otro constituye una ley del progreso de la sociedad, necesaria y universal porque emana de la naturaleza propia del espíritu humano. Según dicha ley, en elestado teológico el hombre busca las causas últimas y explicativas de la naturaleza en fuerzas sobrenaturales o divinas, primero a través del fetichismo y, más tarde, del politeísmo y el monoteísmo. A este tipo de conocimientos le corresponde una sociedad de tipo militar sustentada en las ideas de autoridad y jerarquía.

En el estado metafísico se cuestiona la racionalidad teológica y lo sobrenatural es reemplazado por entidades abstractas radicadas en las cosas mismas (formas, esencias, etc.) que explican su por qué y determinan su naturaleza. La sociedad de los legistas es propia este estado que es considerado por Comte como una época de tránsito entre la infancia del espíritu y su madurez, correspondiente ya al estado positivo. En este estado el hombre no busca saber qué son las cosas, sino que mediante la experiencia y la observación trata de explicar cómo se comportan, describiéndolas fenoménicamente e intentando deducir sus leyes generales, útiles para prever, controlar y dominar la naturaleza (y la sociedad) en provecho de la humanidad. A este estado de conocimientos le corresponde la sociedad industrial, capitaneada por científicos y sabios expertos que asegurarán el orden social.

Características de la filosofía positiva

La filosofía positiva como tipo de conocimiento propio del último estado de la sociedad, se define por oposición a la filosofía negativa y crítica de Rousseau y Voltaire a la que Comte atribuye los males de la anarquía y la inseguridad social que caracterizan al período post-revolucionario.

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El término positivo hace referencia a lo real, es decir, lo fenoménico dado al sujeto. Lo real se opone a todo tipo de esencialismo. desechando la búsqueda de propiedades ocultas características de los primeros estados.

Lo positivo tiene como características el ser útil, cierto, preciso, constructivo y relativo (no relativista) en el sentido de no aceptar ningún absoluto.

Clasificación de las ciencias

Si la aparición del estado positivo se correlaciona con la mayoría de edad social e intelectual de la humanidad, esto se debe a la desaparición del espíritu metafísico como una evolución natural hacia el estado idóneo de la razón que traerá consigo el orden y la reorganización social. Se trata de una total "regeneración" que viene determinada por el progresivo desarrollo de las ciencias que, según Comte, han seguido cursos y ritmos distintos, siendo la más retrasada la física social. 

La filosofía positiva hace un intento de clasificación de las ciencias, concebidas unitariamente como ramas de un tronco común que, evolutivamente, forman un continuo en el que el desarrollo de cada una establece las bases de la ciencia siguiente.

Comte clasifica las ciencias en cinco fundamentales: astronomía, física, química, fisiología y física social o sociología. Rechaza como ciencia a la psicología y a la economía y concibe a las matemáticas más como un método e instrumento previo que como ciencia teórica.

La finalidad de las ciencias es el control y el dominio de la naturaleza y la sociedad. La búsqueda de relaciones estables entre los fenómenos deriva en la construcción de leyes que permiten predecir el futuro: paso previo a todo control.

Derivada de la fisiología, la sociología, como culminación del espíritu positivo, se dedicará al estudio de los fenómenos sociales y de sus leyes como camino para explicar la evolución de la humanidad y favorecer un progreso controlado de la sociedad que excluya todo posible cambio o revolución incontrolada.

Es en este punto donde aflora con toda su fuerza la intención conservadora y reaccionaria de la filosofía de Comte. Su apoyo a la dictadura de Napoleón III, así como sus ideas de control de la opinión pública y de defensa a la propiedad privada y de concentración del capital le han convertido en un adversario de la democracia y en un partidario de los regímenes autoritarios. La dictadura del mexicano Porfirio Díaz utilizó el positivismo como justificación teórica de su política. Estos hechos han producido que la paternidad de Comte respecto a la sociología y el positivismo haya sido reconocida a regañadientes. 

Textos de Elena Diez de la Cortina Montemayor

 

COMTE, Augusto. Discurso sobre el espíritu positivo (1842).(1)

De acuerdo con la doctrina fundamental de la evolución intelectual de la

humanidad, todas nuestras especulaciones, sean individuales, sean de la

especie humana, están inevitablemente obligadas a pasar por tres estados

teóricos diferentes, que podrían calificarse aquí con las denominaciones

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habituales de estado teológico, estado metafísico y estado positivo. (…)

Aunque el primer estadio sea indispensable en un comienzo, a todas luces,

debe concebirse siempre como una etapa puramente provisoria y preparatoria;

el segundo estadio, que en realidad es sólo una variación disolvente del

primero, no comporta más que una fase transitoria, destinada a conducir

gradualmente al tercer estadio; y este último, el único plenamente normal,

constituye el régimen definitivo de la razón humana.

En su primera aparición, necesariamente teológica, todas nuestras

especulaciones manifiestan espontáneamente una predilección característica

por las cuestiones más insolubles y los temas más inaccesibles a

investigaciones concluyentes. Por un contraste que, en nuestros días parece

inexplicable, pero que en el fondo estaba en plena armonía con la verdadera

situación inicial de nuestra inteligencia, en un tiempo en el que el espíritu

humano está todavía por debajo de los más elementales problemas científicos,

éste busca ávidamente y de manera casi exclusiva, el origen de todas las

cosas, las causas esenciales (ya sean primeras, ya sean finales) de los diversos

fenómenos que le llaman la atención, así como su modo fundamental de

producción; en una palabra, busca conocimientos absolutos.(2) Esta necesidad

primitiva se satisface naturalmente (hasta donde es posible) mediante nuestra

tendencia a poner en todos los fenómenos el carácter humano,

considerándolos semejantes a los que nosotros mismos producimos, que, de

esta manera, comienzan por parecernos bastante conocidos, de acuerdo con la

intuición inmediata que los acompaña.

Por imperfecta que deba resultarnos ahora semejante forma de filosofar, es

importante observar que el presente estadio del espíritu humano se halla

indisolublemente conectado al conjunto de sus estadios anteriores y conviene

reconocer que esa forma de pensar fue por mucho tiempo tan indispensable

como inevitable. Al limitarnos aquí a la simple apreciación intelectual, sería

superfluo insistir en la tendencia involuntaria que, aún hoy, nos lleva a buscar

explicaciones esencialmente teológicas, cada vez que queremos penetrar

directamente el misterio inaccesible del modo fundamental de producción de

los fenómenos, sobre todo tratándose de aquellos cuyas leyes reales todavía

ignoramos. Los pensadores más eminentes pueden constatar su propia

disposición natural al más ingenuo fetichismo, cuando tal ignorancia se

combina momentáneamente con alguna pasión pronunciada. Ahora bien, si

todas las explicaciones teológicas han ido cayendo en desuso de manera

creciente y decisiva, esto se debe únicamente a que las misteriosas búsquedas

a las que éstas apuntaban, han sido descartadas cada vez más como

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radicalmente inaccesibles a nuestra inteligencia, que se ha habituado poco a

poco a reemplazarlas por estudios más eficaces y en mayor armonía con

nuestras verdaderas necesidades. Incluso en un tiempo en el que ya prevalecía

el verdadero espíritu filosófico para el estudio de los fenómenos más simples y

en un tema tan fácil como la teoría elemental del choque, el ejemplo

memorable de Malebranche recordará siempre la necesidad de recurrir a la

intervención directa y permanente de una acción sobrenatural, cada vez que

uno trate de remontarse a la causa primera de un hecho cualquiera. Pero, por

otra parte, tales intentos –por infantiles que nos parezcan hoy– constituían el

único medio primitivo de determinar el surgimiento incesante de las

especulaciones humanas, desenganchando espontáneamente nuestra

inteligencia del círculo profundamente vicioso en que, por necesidad, se veía

envuelta en un principio, a causa de la oposición radical de dos condiciones

igualmente imperiosas. Pues, si los modernos tuvieron que proclamar la

imposibilidad de fundar una teoría sólida como no fuera sobre una base firme

de observaciones adecuadas, no resulta menos cierto decir que el espíritu

humano no podría siquiera combinar ni reunir estos indispensables materiales

si no estuviera siempre dirigido por una visión especulativa previamente

establecida. Así, estas concepciones primordiales sólo podían ser el resultado

de una filosofía a la que, por naturaleza, no se le exigía una larga preparación y

que podía surgir espontáneamente, bajo el simple impulso de un instinto

directo, aunque tales especulaciones –desprovistas de todo fundamento real–

resultaran del todo quiméricas. Tal es el feliz privilegio de los principios

teológicos, sin los cuales, tendríamos que asegurar que nuestra inteligencia no

habría podido salir jamás de su aturdimiento inicial, pues ellos, al dirigir su

actividad especulativa, permitieron preparar gradualmente un mejor régimen

lógico.

(…) Dado que las especulaciones históricas de los modernos no se remontan

casi nunca más allá de los tiempos politeístas, el espíritu metafísico puede

parecer casi tan antiguo como el mismo espíritu teológico, puesto que presidió,

aunque de manera implícita, la transformación primitiva del fetichismo en

politeísmo, con el fin de suplir la actividad puramente sobrenatural que,

habiendo sido retirada de cada cuerpo particular, debía dejar en éstos alguna

entidad sustituta. Sin embargo, como esta primera revolución teológica no

pudo dar lugar a ninguna discusión sincera, la intervención continua del

espíritu ontológico no comenzó a hacerse plenamente característica hasta la

revolución siguiente, cuando actuó como órgano natural de la reducción del

politeísmo en monoteísmo. Su creciente influencia debía parecer orgánica, en

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la medida en que seguía subordinada al ímpetu teológico, pero su naturaleza

esencialmente disolvente debió manifestarse muy pronto y cada vez con más

vigor, sobre todo cuando emprendió la tarea progresiva de simplificar la

teología, incluso más allá del monoteísmo vulgar, que constituía

necesariamente la última fase posible de la filosofía inicial. De este modo,

durante los cinco últimos siglos, el espíritu metafísico secundó negativamente

el surgimiento fundamental de nuestra civilización moderna, descomponiendo

poco a poco el sistema teológico, que había terminado por hacerse retrógrado

desde que la eficacia social del régimen monoteísta se había agotado en su

esencia, al final de la edad media. Desgraciadamente, después de haber

cumplido en todo este oficio, indispensable pero pasajero, la acción demasiado

prolongada de las concepciones ontológicas debió siempre tender a impedir

también cualquier otra organización realista del sistema especulativo, de

suerte que hoy el obstáculo más peligroso para la instalación final de una

verdadera filosofía resulta, en efecto, de este mismo espíritu que a menudo se

atribuye todavía el privilegio casi exclusivo de las meditaciones filosóficas.

Esta larga sucesión de preámbulos necesarios conduce, por fin, nuestra

inteligencia, gradualmente liberada, a su estadio definitivo de positividad

racional, que debe caracterizarse aquí mejor que los dos estadios preliminares.

Habiendo constatado espontáneamente, mediante tales ejercicios

preparatorios, la vacuidad radical de las explicaciones vagas y arbitrarias

propias de la filosofía inicial, fuera ésta teológica o metafísica, el espíritu

humano renuncia ya a la búsqueda de verdades absolutas, que sólo tenía

cabida en su infancia, y limita sus esfuerzos al dominio (que obviamente

progresa rápidamente) de la verdadera observación, única base posible de

conocimientos realmente accesibles, sabiamente adaptados a necesidades

reales. La lógica especulativa había consistido, hasta ahora, en razonar, de una

manera más o menos sutil, siguiendo principios confusos, que, por no

comportar ninguna prueba suficiente, suscitaban siempre debates sin salida.

Ella misma reconoce ahora, como regla fundamental, que toda proposición que

no sea estrictamente reductible al simple enunciado de un hecho, sea

particular o general, no puede ofrecer ningún sentido real e inteligible. En

efecto, los principios que ella emplea ahora son verdaderos hechos, sólo que

más generales y abstractos que aquellos de los que deben formar el vínculo.

No importa cuál sea el modo, racional o experimental de proceder a su

descubrimiento, es siempre de su conformidad, directa o indirecta, con los

fenómenos observados, de donde resulta exclusivamente su eficacia científica.

La imaginación pura pierde, entonces, irrevocablemente su antigua supremacía

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mental y se subordina necesariamente a la observación, para constituir un

estado lógico plenamente normal, sin dejar de ejercer, en las especulaciones

positivas, un oficio tan capital como inagotable, que busca crear o perfeccionar

los medios de relación definitiva o provisoria (entre hechos). En una palabra, la

revolución fundamental que caracteriza la virilidad de nuestra inteligencia

consiste ante todo en substituir universalmente la inaccesible determinación

de las causas propiamente dichas con la simple búsqueda de leyes, es decir,

de relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados. Trátese

de efectos menores o más sublimes, del choque y del peso o del pensamiento

y la moral, lo único que podemos conocer verdaderamente son las distintas

relaciones mutuas propias de su realización, sin penetrar jamás en el misterio

de su origen y su causa.

No sólo nuestras investigaciones positivas deben reducirse esencialmente, en

todos los casos, a la apreciación sistemática de lo que existe, renunciando a

descubrir el origen primero y el destino final, sino que, sobre todo, es

importante sentir que este estudio de los fenómenos, en lugar de poder llevar

a resultados absolutos, debe permanecer siempre relativo a nuestra

organización y a nuestra situación. Reconociendo, bajo este doble aspecto, la

necesaria imperfección de todos nuestros medios especulativos, se ve que,

más allá de poder estudiar completamente una existencia efectiva, no

sabríamos garantizar de ninguna manera la posibilidad de constatar, aun

superficialmente, todas las existencias reales, de las cuales quizá la mayor

parte nos escapen totalmente. Si la pérdida de un sentido importante basta

para ocultarnos radicalmente un orden entero de fenómenos naturales, puede

pensarse recíprocamente, con toda razón, que la adquisición de un nuevo

sentido nos desvelaría una clase de hechos de los que no tenemos por ahora

ninguna idea, a menos que creamos que la diversidad de sentidos, tan

diferente entre los principales tipos de animalidad, se halla elevada, en nuestro

organismo, al más alto grado que pueda exigir la exploración total del mundo

exterior, suposición evidentemente infundada y casi ridícula. Ninguna ciencia

puede manifestar mejor que la astronomía esta naturaleza necesariamente

relativa de todos nuestros conocimientos reales, puesto que, al no poder

investigar los fenómenos más que a través de un sentido, es muy fácil

observar las consecuencias especulativas de su supresión o de su simple

alteración. Una especie ciega, por más inteligente que fuera, no podría

desarrollar ningún tipo de astronomía, así como no se hace astronomía acerca

de los astros oscuros (que son tal vez los más numerosos) y no habría surgido

tal ciencia si la atmósfera a través de la cual observamos los cuerpos celestes,

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fuera nebulosa siempre y por todas partes. (…) El conjunto de nuestras

condiciones propias, tanto interiores como exteriores, limita inevitablemente

cada uno de nuestros estudios positivos.

Para caracterizar suficientemente esta naturaleza relativa de todos nuestros

conocimientos reales, es importante sentir, además, desde un punto de vista

estrictamente filosófico, que, si nuestras concepciones deben ser consideradas

como fenómenos humanos, tales fenómenos no son simplemente individuales,

sino también (y sobre todo) sociales, pues son el resultado de una evolución

colectiva y continua, cuyos elementos y fases están esencialmente conectados.

Entonces, si, bajo el primer aspecto, reconocemos que nuestras especulaciones

dependen siempre de las diversas condiciones esenciales de nuestra existencia

individual, hay que admitir igualmente, bajo el segundo aspecto, que éstas no

están menos subordinadas al conjunto del progreso social, de modo que no

podrán caracterizarse jamás por esa fijeza absoluta que los metafísicos

suponían. Ahora bien, la ley general del movimiento fundamental de la

humanidad consiste, desde este punto de vista, en que nuestras teorías

tienden cada vez más a representar exactamente los objetos exteriores de

nuestras constantes investigaciones, sin que por eso la verdadera constitución

de cada uno de ellos pueda, en todo caso, ser plenamente apreciada, pues la

perfección científica se restringe a aproximarse cada vez más a este límite

ideal, en tanto que lo exijan nuestras necesidades reales. Este segundo género

de dependencia, propio de las especulaciones positivas, se manifiesta en la

astronomía tan claramente como el primero: considérese, por ejemplo, la

sucesión de nociones cada vez más satisfactorias, que se han obtenido desde

los orígenes de la geometría celeste, sobre la figura de la tierra, la forma de las

órbitas planetarias, etc. Así, aunque las doctrinas científicas sean

necesariamente de una naturaleza bastante móvil para rechazar toda

pretensión de absoluto, sus variaciones graduales no presentan ningún

carácter arbitrario que pueda motivar un escepticismo todavía más peligroso.

Cada cambio sucesivo conserva, con respecto a las teorías correspondientes,

una aptitud indefinida para representar los fenómenos que les han servido de

base, al menos hasta rebasar el grado primitivo de precisión efectiva.

En tanto que la subordinación constante de la imaginación a la observación ha

sido reconocida unánimemente como la primera condición fundamental de

toda sana especulación científica, una interpretación viciosa ha conducido con

frecuencia a abusar mucho de este gran principio lógico para hacer degenerar

la ciencia real en una suerte de acumulación estéril de hechos incoherentes,

que no podrían ofrecer más mérito esencial que el de la exactitud parcial.

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Importa, entonces, sentir que el verdadero espíritu positivo no está, en el

fondo, menos alejado del empirismo que del misticismo. Es entre estas dos

aberraciones –igualmente funestas–, donde debe caminar siempre: la

necesidad de semejante reserva continua, tan difícil como importante, bastaría

para verificar, de acuerdo con nuestras explicaciones iniciales, cuánta

preparación madura requiere la verdadera positividad (y con esto se

comprende por qué no podía alcanzarse en la etapa inicial de la Humanidad).

La ciencia se basa realmente en las leyes de los fenómenos, mientras que los

hechos, por exactos y numerosos que sean, no le ofrecen más que materiales

indispensables. Ahora bien, considerando el destino constante de estas leyes,

se puede decir sin exagerar, que la ciencia verdadera, lejos de estar formada

de simples observaciones, tiende siempre a descargar al científico (hasta

donde sea posible) de la tarea de la exploración directa, sustituyéndola por

esta previsión racional, que constituye la principal característica del espíritu

positivo, como nos lo hace notar claramente el conjunto de los estudios

astronómicos. Tal previsión, consecuencia necesaria de las relaciones

constantes descubiertas entre los fenómenos, no dejará nunca que se

confunda la ciencia real con la vana erudición que acumula hechos

maquinalmente, sin aspirar a deducir los unos de los otros. Este gran atributo

de todas nuestras sanas especulaciones, no representa menos para su utilidad

efectiva que para su propia dignidad; porque la exploración directa de los

fenómenos dados no nos bastaría para modificar su realización, si no nos

condujera a preverla convenientemente. Así, el verdadero espíritu positivo

consiste sobre todo en ver para prever, en estudiar lo que es, con el fin de

deducir lo que será, siguiendo el dogma general de la invariabilidad de las

leyes naturales.(3)

(1) Traducción de Santiago Aristizábal a partir de la edición electrónica de Jean-Marie Tremblay (Universidad de Québec, 2002), disponible en el sitio: http:www.uqac.uquebec.ca/zone30/Classiques_des_sciences_sociales/index.html(2) Aquí reaparece el principio fundamental del positivismo de Comte, que permanece fiel a su fórmula de 1817: “Tout est relatif, voilà la seule chose absolue” (“Todo es relativo –he aquí la única cosa absoluta”).

(3) Con respecto a esta apreciación general del espíritu y de la marcha propios del

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método positivo, se puede estudiar, con mucho fruto, la preciosa obra tituladaA system of Logic, ratiocinative and inductive//, publicada recientemente en Londres (editada por John Parker, West Strand, 1843), por mi eminente amigo M. John Stuart Mill, tan plenamente asociado ahora a la fundación directa de la nueva filosofía. Los siete últimos capítulos del tomo primero contienen una admirable exposición dogmática, tan profunda como luminosa, de la lógica inductiva, que no podrá jamás –me atrevo a asegurar– ser mejor concebida ni mejor caracterizada sin alejarse del punto de vista en el que el autor se situó.