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Agustín Guimerá y Víctor Peralta (coords.) El Equilibrio de los Imperios: de Utrecht a Trafalgar

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Agustín Guimerá y Víctor Peralta (coords.)

El Equilibrio de los Imperios:

de Utrecht a Trafalgar

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EL EQUILIBRIO DE LOS IMPERIOS:

DE UTRECHT A TRAFALGAR

Actas de la VIII Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna

(Madrid, 2-4 de Junio de 2004) Volumen II

Agustín Guimerá Ravina Víctor Peralta Ruiz

(Coordinadores)

Con la colaboración de Francisco Fernández Izquierdo

Fundación Española de Historia Moderna Madrid, 2005

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VIII Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna (Madrid, 2-4 de Junio de 2004)

COMITÉ DE HONOR

Presidencia: S.M. La Reina de España

Vocales: Sra. Dª María Jesús San Segundo Gómez de Cadiñanos, Ministra de Educación y Ciencia. Sr. D. Emilio Lora-Tamayo D’Ocón, Presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Sr. D. Carlos Berzosa, Rector Magnífico de la Universidad Complutense. Sr. D. Luis Miguel Enciso Recio, Presidente de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Sra. Dª Mercedes Molina Ibáñez, Decana de la Facultad de Geografía e Historia de la Uni-versidad Complutense. Sr. D. José Ramón Urquijo Goitia, Director del Instituto de Historia, CSIC. Sr. D. Antonio García-Baquero, Presidente de la Fundación Española de Historia Moderna.

COMITÉ CIENTÍFICO Y ORGANIZADOR

Coordinadores: Dra. María Victoria López-Cordón Cortezo, Catedrática, Jefe del Dpto. de Historia Mo-derna, Universidad Complutense. Dr. Agustín Guimerá Ravina, Investigador Científico, Dpto. de Historia Moderna, Institu-to de Historia. CSIC.

Vocales: Dr. Francisco Fernández Izquierdo, Jefe del Dpto. de Historia Moderna, Instituto de His-toria, CSIC. Dra. Gloria Franco Rubio, Dpto. de Historia Moderna, Universidad Complutense. Dr. Víctor Peralta Ruiz, Dpto. de Historia Moderna, Instituto de Historia. CSIC.

Secretaría Técnica: Dr. José Manuel Prieto Bernabé, Dpto. de Historia Moderna, Instituto de Historia. CSIC.

La Fundación Española de Historia Moderna convocó la Reunión en junio de 2004 gracias a

la organización y apoyo de las siguientes entidades:

Universidad Complutense, Facultad de Geografía e Historia, Dpto. de Historia Moderna. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Historia, Dpto. de Historia Moderna. Sociedad Española de Conmemoraciones Culturales.

Esta edición ha sido posible gracias a la colaboración del Ministerio de Educación y Ciencia y de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, adscrita al Ministerio de Cultura, y se edita en 2005 siendo su Presidente D. José García de Velasco.

Diseño de cubierta: Francisco Tosete y Julia Sánchez (Centro de Humanidades, CSIC), a partir de una idea de Agustín Guimerá. © De los textos, sus autores. © Fundación Española de Historia Moderna, de la presente edición. Depósito Legal: M-52127-2005 ISBN Obra completa: 84-931692-1-8 ISBN Volumen II: 84-931692-3-4 Imprime: Gráficas Loureiro, S.L. • San Pedro, 23 - 28917 Bº de La Fortuna (Madrid)

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CARVAJAL Y FLORIDABLANCA PAZ, EQUILIBRIO Y REFORMISMO ENTRE

LAS «DIPLOMACIAS POSIBLES» DEL SIGLO XVIII ESPAÑOL

JUAN MOLINA CORTÓN UCM. IES «V. Aleixandre», Pinto, Madrid

RESUMEN:

Nuestra política exterior del siglo XVIII se inscribe en un concierto internacional volátil (el del “balance of powers”) y precisa adaptarse al gran conflicto por la hegemonía entre Gran Bretaña y Francia. Baja estas coordenadas, se muestra homogénea, aunque con matices, y creemos, entre ellos, que existe afinidad entre el programa y la práctica diplomática de Carvajal y Floridablanca. Pensados y aplicados en tiempos y circunstancias dispares, comparten una voluntad de salvaguarda que, desde la defensa de la paz y el equilibrio así como del regenera-dor reformismo interior, permita desplegar una acción exterior más nacional: menos distante de Londres, más autónoma de Versalles y más libre de potenciales conflictos secundarios (Por-tugal, Italia, centro y este de Europa). Entre las “diplomacias posibles” de la época, ésta parece, a pesar de sus limitaciones y riesgos, la más adecuada, aunque, en el fondo, se encontraba tam-bién sujeta a las contradicciones del Antiguo Régimen.

PALABRAS CLAVE: Historia Política; relaciones diplomáticas; siglo XVIII; España; José de Carvajal; conde de Floridablanca.

ABSTRACT:

Our 18th century foreign policy belongs to a volatile international agreement (the one of “the balance of powers”) and it requires to be adapted to the great conflict for the hegemony between Great Britain and France. This policy can be considered homogeneous in spite of some different nuances if we take into account these bases, we think that one of them is the affinity between the programme and the diplomatic practice carried out by Carvajal and Floridablanca. Even though this programme and practice have been created and developed in

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different moments and circumstances, they share a will of protection which, from the defence of the peace and the balance as well as the inner restorative reformism, allows a foreign action to be displayed in a more national way: closer to London, more autonomous from Versailles and free from potential secondary conflicts (Portugal, Italy and the Centre and Eastern Europe). Among the “possible diplomacy” of the time, the above mentioned seems to be the most suitable position despite its limitations and risks. Although deep inside it was also subject to the contradictions of the Ancient Regime.

KEY WORDS: political history; diplomatic relations; XVIIIth century; Spain; José de Carva-jal; count of Floridablanca.

Hace ya bastantes años, José María Jover afirmaba: «Entre Utrecht y la Re-

volución Francesa la política exterior de España guarda su unidad»1. Compar-tiendo, en general, el aserto pueden introducirse, a nuestro parecer, múltiples matices en función a las diversas orientaciones internas de la acción diplomática siempre sujetas, además, a una coyuntura internacional que resultaba sumamen-te volátil.

A la conclusión de un reciente trabajo2 planteábamos nuestra percepción del eco existente de las ideas y la acción diplomática de D. José de Carvajal en las del conde de Floridablanca, percepción también manifestada por otros investigadores3. Pues bien, acercarnos a esa posible resonancia será el objetivo de estas páginas, sin dejar de valorar los factores diferenciales ni el cambiante escenario sobre el que se proyecta.

1. CARVAJAL Y FLORIDABLANCA, POLÍTICOS Y DIPLOMÁTICOS Cabría presumir de entrada una gran distancia personal entre ambos habi-

da cuenta de sus muy dispares procedencias sociales. Mientras José de Carva-jal pertenece a un ilustre linaje aristocrático, José Moñino (el andando el tiempo conde de Floridablanca) sería hijo de un modesto notario del episco-pado murciano. En consecuencia con estos orígenes, el primero disfrutaría de una clásica formación de «colegial» en tanto que el segundo habría de seguir la propia de un «manteísta»4.

———— 1 JOVER ZAMORA, J. Mª, Política mediterránea y política atlántica en la España de Feijoo.

Oviedo, 1956, p. 93. 2 MOLINA CORTÓN, J., «La neutralidad fernandina: luces y sombras de una diplomacia».

UNED (en prensa). 3 HERNÁNDEZ FRANCO, J., Aspectos de la política exterior de España en la época de Flori-

dablanca, Murcia, 1992. DELGADO BARRADO, J.M., El proyecto político de Carvajal. Pensa-miento y reforma en tiempos de Fernando VI, Madrid, 2001.

4 MOLINA CORTÓN, J., José de Carvajal, un ministro para el reformismo borbónico. Cáce-res, 1999. HERNÁNDEZ FRANCO, J., La gestión política y el pensamiento reformista del conde de Floridablanca, Murcia, 1984.

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Sin embargo, para la cuestión central que aquí nos ocupa, sus respectivos programas de política exterior para la Monarquía y su «praxis» diplomática al frente de la secretaría de Estado, quizás resulte más operativo otro tipo de alineamiento. Diplomáticamente hablando pienso que, para buena parte del siglo XVIII, es más nítida la distancia entre letrados y militares: los primeros más proclives a apurar las opciones negociadoras en tanto que los segundos, con alguna excepción, vislumbran antes la conveniencia del recurso a la fuer-za. Tal alineamiento nos puede parecer obvio pero no lo era tanto en una época en la que se estaban formando los cuerpos diplomáticos, siendo nues-tros personajes protagonistas destacados en la configuración del español5. Así Carvajal muestra cierta preocupación en ocasiones por el excesivo «ruido» de los movimientos de Ensenada y, como escribió R. Casado, «nunca los golillas se fiaron demasiado del ejército»6.

Acabamos de plantear las posiciones diplomáticas de Carvajal y Florida-blanca como valedores de talantes negociadores como sistema7, sistema in-merso en un proyecto global, en un programa de política exterior. Factor importante en programas de esta naturaleza para el Antiguo Régimen era su capacidad de aplicación. Resulta notable en la gestión de Carvajal, avalado por los reyes, si bien iría limitándose con el tiempo como consecuencia de los avatares políticos y de los efectos de las luchas cortesanas por el poder. Ma-yor aún nos parece en el caso de Floridablanca en el que resulta más que no-table la identidad de criterios entre monarca y político8.

Estos programas debían adaptarse, como apuntó Mª P. Ruigomez, a ese elemento polarizador de la historia del siglo XVIII y en particular de las rela-ciones internacionales9 que fue la prolongada y sorda guerra económica, en

———— 5 La designación de «cuerpo diplomático» aparece hacia 1750 (véase JOVER, J.Mª., España

en la política internacional, siglos XVIII-XX. Madrid, 1999, p. 92). Pienso, como excepción, en casos ambiguos para una caracterización como ésta como pudiera ser el de Ricardo Wall.

6 RODRÍGUEZ CASADO, V., La política y los políticos en el reinado de Carlos III. Madrid, 1962, p. 218. Esta opinión ha sido compartida recientemente por E. Martínez Ruiz (JUAN VI-DAL, J. – MARTÍNEZ RUIZ, E., Política interior y exterior de los Borbones. Madrid, 2001, p. 306).

7 Ambos ejercieron en embajadas: Carvajal como segundo embajador plenipotenciario en la del conde de Montijo para reclamar los derechos de Felipe V a la sucesión imperial (puede verse, a este respecto, Lavandeira Hermoso, J.C., «La estancia de Carvajal en Alemania inte-grando la embajada del conde de Montijo» en DELGADO, J.M., -URDAÑEZ, J-L. coords. Minis-tros de Fernando VI. Córdoba, 2002). José Moñino ostentaría la embajada en Roma (1772-76). Fruto de la regia satisfacción por su gestión, en especial por el logro de la bula de extinción de la Compañía de Jesús, sería su nombramiento como conde de Floridablanca.

8 La Instrucción reservada se presenta como un documento real e incluso Floridablanca afirmó que el rey la supervisó, introduciendo matices, aunque R. Olaechea no lo veía así. Para él, los cambios introducidos por el monarca «quedarían reducidos a simples palabras» (Olae-chea, R., El conde de Aranda y el «partido aragonés». Zaragoza, 1969, p. 146).

9 RUIGÓMEZ GARCÍA, Mª. P., «La política exterior de Carlos III» en La época de la Ilustra-ción (Historia de España, M. Pidal dir.). Madrid, 1988, XXXI (2), p. 368.

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ocasiones entreverada por conflictos bélicos, entre Francia e Inglaterra10. Rui-gomez la enmarcaba entre 1702 y 1815. Creo que el espectro debe retrotraer-se a 1689 para delimitar lo que ha dado en denominarse «segunda Guerra de los Cien Años»11. Dentro de este marco, se ha planteado (especialmente por la historiografía británica) el mayor o menor sentido de un «largo siglo XVIII», que abarcaría la cronología apuntada o su «versión corta», de Utrecht al esta-llido de la Revolución Francesa (1713-1789)12. Si bien la discusión en general es compleja, entendemos que, en materia diplomática, la «visión corta» dispo-ne de una cierta coherencia interna: es el período por excelencia del «equili-brio de poderes», la época dorada de la llamada «diplomacia clásica». Es des-de esta coherencia y con el telón de fondo del gran conflicto anglofrancés, donde surge la necesidad de diseñar una estrategia mundial para una potencia como España que había entrado en el sistema en clara desventaja. No debe sorprendernos que, en este contexto diplomático, cobren especial relevancia nociones antes poco o nada vinculadas con él como las de «regionalidad eco-nómica», «equivalente», «límites» o «canje» que, con frecuencia, encontramos tanto en las posiciones de Carvajal como en las de Floridablanca.

Cuando el cacereño y el murciano alcanzan el ejercicio del poder y, en consecuencia, empiezan a aplicar su ideario diplomático, lo hacen en coyun-turas internacionales especialmente inestables, significando, en ambos casos, un notable giro político: Carvajal cuando la Monarquía se hallaba inmersa en la guerra de Sucesión austriaca y Floridablanca en el arranque del conflicto independentista de Estados Unidos. Creo importante constatar como los dos inician su gestión como cancilleres hispanos bajo la amarga sensación produ-cida por la volubilidad del, tanto en 1746 como en 1777, aliado galo.

Bajo estos presupuestos, el norte de sus programas se asienta sobre un aná-lisis realista del punto de partida. Si bien respecto del de Carvajal se ha habla-do, con fundamento, de cierta ingenuidad o utopismo, no lo es tanto en cuan-to al análisis de la situación sino en cuanto a sus expectativas, si bien es verdad que el propio Carvajal apoyaba éstas en unos mínimos «sine qua non»13. En cuanto a Floridablanca, ese realismo parece más diáfano, baste señalar que determina las denominaciones habituales aplicadas a su diploma-cia o, incluso, a su política toda: «posibilismo», «política de tenderos»… .

———— 10 Para este conflicto en general puede verse Black, J., Natural and necessary enemies: an-

glofrench relations in the Eighteen century. Londres, 1986. 11 WALLERSTEIN, I., El Moderno sistema mundial (II). El mercantilismo y la consolidación

de la economía-mundo, 1600-1750. Madrid, 1984, p. 342. 12 BLANNING, T.C.W., «Introducción: los beneficiarios y las víctimas de la expansión» en

Blanning, T.C.W., (ed.) El siglo XVIII. Historia de Europa Oxford. Barcelona, 2002, p. 18. La citada obra de Black aborda el conflicto desde su versión corta, dividiéndolo en tres etapas que denomina «incómoda paz» (1713-39), «conflicto intermitente» (1739-63) y «confrontación acti-va» (1763-93).

13 MOLINA, J., José de Carvajal…, pp. 102-3.

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El apuntado realismo percibe que toda operatividad diplomática depende, directamente, de la vitalidad y energía del Estado que la sustenta y al que sir-ve: de su sistema de relaciones exteriores, del poderío de sus fuerzas arma-das…, en último término, de una fortaleza demoeconómica nacional que nu-tra, en consecuencia, las arcas de la Hacienda regia. Curiosamente, es posible que esta fortaleza presentara mayor vigor a mediados de siglo que en la déca-da de los ochenta, aunque en la de los cincuenta debían aún desbrozarse múl-tiples obstáculos sociales y administrativos, nunca, por otra parte, desbroza-dos luego del todo por el Antiguo Régimen14.

Del realismo en la observación se deriva, en el diagnóstico, el principio de que España no se encontraba en condiciones de recuperar el papel de poten-cia antaño representado. Hogaño, lo que correspondería no sería sino arbitrar medidas conducentes a la recuperación material y, entretanto, puesto que no podía abandonarse el horizonte de la política exterior, seguir lo que J. Her-nández Franco ha denominado, creo que con acierto, para la postura de Car-vajal, una diplomacia de «salvaguarda»15. Esta diplomacia de salvaguarda lo sería de consolidación de recursos (especialmente de los territoriales), mos-trándose ya como estrategia exterior de objetivos nacionales donde parecen superadas posturas revisionistas contando con un peso decreciente los móviles dinásticos. Se ha hablado de la «nacionalización» de España con Carlos III; creo que esto es asumible, en términos diplomáticos, para una cronología más temprana. No obstante, no puede ocultarse que, en ocasiones, se aprecian interferencias en este proceso de «nacionalización» conociéndose involuciones significativas, sobre todo por resabios dinásticos, algo nada fácil de erradicar y no sólo en la política hispana16.

Para tan deseada y, presumiblemente, dilatada recuperación sería necesaria la paz: «En política lo que conviene a España es conservarse en paz» apunta Carvajal17. Por su parte, en la Instrucción reservada a la Junta de Estado, Flo-ridablanca pone en boca de Carlos III: «Deseo con todo mi corazón que libre Dios a mis amados vasallos de los horrores de la guerra y encargo a la Junta emplee todo su celo y concierto para impedirla y precaverla con decoro»18. Con decoro apunta, es decir, la paz no es incondicional, conoce requisitos. Carvajal había matizado que debía conservarse «tantos años (a lo menos) como ha man-tenido la guerra». Nos encontramos ante posturas proclives al mantenimiento

———— 14 Véase a propósito de la situación demoeconómica y social de este período del siglo

XVIII, Ringrose, D.R., España, 1700-1900: el mito del fracaso. Madrid, 1996. 15 HERNÁNDEZ FRANCO, J., Aspectos de la política exterior…, p. 105. 16 Pueden verse al respecto los comentarios, por ejemplo, de SWANN, J., «Política y Estado

en la Europa del siglo XVIII» en El siglo XVIII (op. cit.), p. 25 o de LYNN, J.A., «Rivalidad internacional y guerra» en el mismo libro, p. 193.

17 CARVAJAL, J., Testamento político o idea de un gobierno católico. (1745). Cito por la edi-ción de J. M., Delgado Barrado, Córdoba, 1999, p. 27.

18 Instrucción reservada para la Junta de Estado. (1787). Cito por la edición de J. A. Escu-dero, Los orígenes del consejo de ministros en España (II), p. 74.

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de la paz pero no de una paz pasiva, sostenida a cualquier precio. Los políticos del siglo XVIII, muy imbuidos ya por un economicismo creciente, se muestran muy sensibles a la dicotomía conflicto bélico-prosperidad. En el caso hispano y al hilo del apuntado análisis realista de las circunstancias, si de verdad se aspi-raba a ser potencia de primer orden, había que posibilitar la creación previa de la realidad material necesaria y todo ello pasaba por que la sociedad y el Estado pudieran evadir la guerra. ¿Se perseguía entonces la paz como mero cauce para el rearme en aras a una vuelta a la guerra? En buena medida sí, algo hoy recha-zable, aunque entiendo que ello no es incompatible con el crecimiento de un sentimiento irenista, tan del siglo, que llevaría, paulatinamente, hacia el debate contemporáneo sobre la guerra y la paz.

Posibilitar la formación de una infraestructura de poder que sostuviera la diplomacia pasaba así a convertirse en condición necesaria de ésta misma. Por ello era preciso atender a los elementos constitutivos de esa infraestructura de poder.

Como políticos y como diplomáticos, Carvajal y Floridablanca se muestran especialmente interesados en la formación de un cuerpo diplomático nacio-nal. El ecuador del siglo XVIII conoce el paulatino surgimiento de una di-plomacia especializada que constituye «cuerpos diplomáticos». Uno de los logros más destacados de la gestión del extremeño sería, precisamente, la creación de un sólido cuerpo de embajadores19. Si bien es verdad que bajo la gestión de Wall y de Grimaldi se continuó en la línea impulsada por Carvajal, sería Floridablanca quien daría estructura al proceso dando forma a lo que ya podría denominarse «carrera diplomática»20.

Otro elemento básico para la citada infraestructura serían unas poderosas fuerzas armadas. Dadas las condiciones geoestratégicas de la Monarquía espa-ñola, las fuerzas armadas exigían una valoración separada de Ejército y Arma-da pues cada uno atendía a perfiles diferentes dentro de los objetivos diplo-máticos, aunque con un fin común.

En su «Testamento político», Carvajal apunta la necesidad de proceder a una gran reforma de tropas, así como a reorganizar y ampliar la Armada21. En sus escritos, Floridablanca aboga, en este mismo sentido, por la adecuación de las fuerzas armadas a la realidad y necesidades de la época22.

La política dieciochesca española, por razones obvias, percibió desde fecha muy temprana la trascendencia que para ella habría de revestir la Armada. Ob-servadores como Carvajal y Floridablanca, a pesar de su apuntada apuesta por

———— 19 DELGADO BARRADO, J.M., El proyecto político..., p. 38. Véase también López-Cordón,

Mª V., «Carvajal y la política exterior de la Monarquía española» en Ministros de Fernando VI (op. cit.) p. 36.

20 OZANAM, D., Les diplomates espagnols du XVIII siècle. Madrid, 1998. Introducción. Para la alusión a la carrera diplomática, p. 125.

21 CARVAJAL, J., op. cit., pp. 26-33. 22 HERNÁNDEZ FRANCO, J., La gestión política…, p. 533.

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las soluciones diplomáticas, no olvidaron tan trascendental extremo. Luego de aludir a las reformas del Ejército, Carvajal pedía en su «Testamento político»: «otro tanto se acreciente la de mar (la tropa) y seremos más temidos»23. No se ocultaban al canciller las dificultades que ello conllevaba mostrando un interés por su resolución que no es exclusivo de Ensenada24. Aún el desequilibrio entre la armada británica y la conjunción de la francesa con la española era reducido. Entre 1752 y 1754, la armada hispana pasó de 18 navíos y 5 fragatas a 38 naví-os y 17 fragatas25, cumpliendo en parte el programa que debería llevar (según Carvajal) a una flota de 50 navíos y entre 25 y 30 fragatas: por parte hispana, se intentaba mantener el pulso sin generar desventajas.

La desaceleración subsiguiente a 1754 no se superaría hasta comienzos de la década de los setenta26. Esta recuperación se mantendría bajo la gestión de Floridablanca lo que permitiría llegar al final del reinado de Carlos III con unos 76 buques27. Para el conde también era esencial el fortalecimiento y ade-cuación de la Armada como se constata en la Instrucción reservada28. A pesar de todo ello, para el final de su gestión, la capacidad de resistencia ante el expansionismo británico presentaba ya múltiples carencias. Hacía tiempo que el pulso no se podía mantener y no sólo como resultado de lo «artificial» del incremento de la Marina española: también intervenía la particular evolución de la cuestión tanto en Inglaterra como en Francia.

Si importante había de ser dotarse de unas fuerzas armadas competitivas como arma diplomática o, si era necesario, como recurso bélico, tal logro no sería viable sin el respaldo de una sociedad capaz de nutrir humana y finan-cieramente tal esfuerzo. De este fundamento se derivan los intentos de racio-nalización fiscal y, muy en especial, el objetivo de la «Única Contribución». Sabemos del protagonismo estelar de Ensenada en torno a esta cuestión aun-que la historiografía, como con toda razón apunta J.M. Delgado, no se ha hecho suficiente eco de la paralela defensa que de la misma hizo Carvajal29. El proyecto toparía con mil y una dificultades hasta su final frustración como, lamentándose por ello, concluye Floridablanca en la Instrucción reservada30. Este perfil del sistema de fortalecimiento, esencial para el orden diplomático propuesto, no alcanzaba los fines deseados, limitando las posibilidades de éxito de la política exterior.

En tanto los diferentes aspectos del fortalecimiento interno se desarrolla-ban, más o menos, en el desarrollo diplomático, la deseada paz, ante un esce-

———— 23 CARVAJAL, J., op. cit., p. 31. 24 DELGADO BARRADO, J.M., El proyecto político…, p. 112. 25 OZANAM, D., «El marqués de la Ensenada» en Un reinado bajo el signo de la paz. Fernando

VI y Bárbara de Braganza (catálogo de la exposición. R.A.B.A., Madrid, 2002-3, pp. 305-6). 26 MERINO NAVARRO, J.P., La Armada española en el siglo XVIII. Madrid, 1981, p. 168. 27 FERNÁNDEZ, R., Carlos III. Madrid, 2001, p. 202. 28 Instrucción reservada, CLXIX, p. 77. 29 DELGADO BARRADO, J.M., El proyecto político, p. 29. 30 Instrucción reservada, CCLXXII, p. 113.

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nario internacional en continuo conflicto, exigía acciones neutralistas o de mediación. Se deseaba dotar a la acción exterior española de una capacidad arbitral, a veces más estática (estados de neutralidad) en otras ocasiones más dinámica (mediaciones). Es, en definitiva, el sueño expresado por Carvajal mediante su metáfora de la «lanzilla del medio»31. Tal anhelo era desmesura-do pero no conducirse por la doble e inseparable vía de una diplomacia de equilibrio y de una gestión interior de reformismo fortalecedor.

Acabamos de aludir al equilibrio. Un sistema de equilibrio era imprescindi-ble para una conducta neutralista pues ésta, alejada de aquel, perdería su principio operativo, derivando en pasividad y, muy probablemente, en un aislamiento muy peligroso.

La noción de equilibrio de poderes era ya antigua en la historia europea32. Pero, en la práctica, el equilibrio del momento, el «balance of powers» dejaba al sistema en manos de la coyuntura, generando un ambiente de constante provisionalidad33. Como el propio Carvajal señala «todos claman equilibrio, ninguno lo desea». Era patente la necesidad de una atenta diplomacia, sensi-ble a las ocasiones que pudieran presentarse en tan cambiante escenario, en armonía con un estado en disposición de aprovecharlas.

Dentro de la concepción general del equilibrio es importante resaltar el matiz que implica para la diplomacia hispana su condición de potencia flan-queante a la hora de diseñar su papel dentro del sistema así como de valorar los términos del equilibrio que ella pudiera desear. Este factor se encuentra menos desarrollado en la concepción de Carvajal, más estática y apegada a la noción de equilibrio de poderes continental34 que en la de Floridablanca, si bien es cierto que el equilibrio americano no se romperá hasta después de la muerte del primero.

Dada su citada provisionalidad, el equilibrio estuvo sometido a una conti-nua alteración: 1748, 1763, 1783 marcan diferentes estadios en el equilibrio de poder del siglo XVIII. Carvajal aspira a adaptar la diplomacia hispana lo mejor posible al marco establecido por Aquisgrán: en Italia lo consigue, en virtud del tratado de 1752 con Austria y Cerdeña y, aparentemente, con Por-tugal e Inglaterra, merced a los tratados de 1750. Prueba de la adaptabilidad de la diplomacia española a una articulación nueva del equilibrio es su modi-ficación en la política centroeuropea que España debía seguir desde 1752. Similar aspiración muestra Floridablanca desde 1777 aunque, en su caso, la

———— 31 CARVAJAL, J., Mis Pensamientos. Cito por la edición incluida en Mozas Mesa, M., D. José

de Carvajal y Lancáster, ministro de Fernando VI: apunte de su vida y labor política. Jaén, 1924, p. 53.

32 Sobre la neutralidad y el equilibrio de poderes puede verse Molina, J., La neutralidad fernandina... El libro clásico es el de LIVET, G., L’equilibrie européen de la fin du XV siècle a la du XVIII siècle. París, 1976.

33 RIVERO RODRÍGUEZ, M., Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna. Madrid, 2000, p. 170.

34 LÓPEZ-CORDÓN, Mª. V., op. cit., p. 29.

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valoración positiva del marco establecido por la Paz de Versalles35 le empuja-ría, desde 1783, a velar por un estricto mantenimiento del «statu quo». No obstante, el marco de 1783, como el de 1752 a Carvajal, le invitó a realizar reajustes en sus pautas diplomáticas, sobre todo en su política respecto del Este de Europa.

2. LA POLÍTICA EXTERIOR: ENTRE EL PROGRAMA Y LA PRAXIS DIPLOMÁTICA Por lo general, una diplomacia está constituida por un programa teórico

(manifestado por escrito o no), con unos objetivos, y por una aplicación del mismo a lo largo de la cual el programa se satisface más o menos en función de su capacidad y maniobrabilidad ante la realidad. Tanto Carvajal como Florida-blanca desarrollaron en sus escritos una serie de ideas que pueden ajustarse a la noción de programa (en ambos, parte integrante de un proyecto político global) así como, desde sus respectivos ejercicios como secretarios de Estado de la Mo-narquía, llevaron a cabo sus particulares intentos de aplicación.

No puede dudarse que ambos parten de presupuestos ambiciosos. Las po-siciones sostenidas por Carvajal en su «Testamento político» son de un opti-mismo quizás excesivo36. Por su parte, J.A. Escudero ha podido escribir de la Instrucción reservada como del documento más ambicioso que haya recibido nunca un organismo de la administración central española37.

Pero, claro está, una cosa son las expectativas suscitadas por un programa y otra su concreción en la realidad. No podemos aquí desarrollar plenamente todos los aspectos de los programas diplomáticos de Carvajal y Floridablanca. Nos aproximaremos tan sólo y con brevedad a algunos de gran relevancia, en concreto sus políticas acerca de Francia, Inglaterra, Portugal y Centroeuropa (que para Floridablanca sería, también, Europa oriental). Fuera de nuestra reflexión quedará, por ejemplo, Italia, donde la «neutralización» de la época de Carvajal38 haría posible que el área quedará fuera del ámbito de conflicto en la de Floridablanca.

Elemento básico para toda la diplomacia dieciochesca hispana son las rela-ciones con Versalles, para la época que nos compete, en el entorno de los Pactos de Familia. Tanto en 1746 como en 1777 las dos monarquías borbóni-

———— 35 Es claro que nuestra diplomacia valoró positivamente los términos de la paz, aunque

acaso pudieron ser mejores. Esta valoración ha alcanzado a buena parte de la historiografía (Corona, R. Casado, Voltes, Seco) aunque también encontramos, desde Godoy, voces discor-dantes, como las de Rivero o Roura. En mi opinión, próximo a la expresada por Domínguez Ortiz, R. Fernández o Mª.A. Pérez Samper, era una acuerdo positivo, aunque mantenía la frus-tración de Gibraltar y contenía elementos de incertidumbre para el futuro.

36 DELGADO BARRADO, J.M., El proyecto político…, p. 47. 37 ESCUDERO, J.A., op. cit., I, pp. 436-37. 38 Acerca de la «neutralización» italiana, puede verse MOLINA CORTÓN, J., Reformismo y neu-

tralidad José de Carvajal y la diplomacia de la España preilustrada. Mérida, 2003. Capítulo V.

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cas son oficialmente aliadas y ni con Carvajal ni con Floridablanca se rompe-ría esta directriz. No obstante, percibimos en ambos un afán de independen-cia, incluso de distanciamiento de Francia que, por su vigor teórico y su pro-yección en la praxis diplomática, les peculiariza.

No fueron desde luego las suyas las únicas voces que, desde la perspectiva española, recelaban de la conducta gala. La propia esposa de Carlos III, Mª Amalia de Sajonia ponía el dedo en la llaga cuando señalaba: «las perversida-des de la Francia son contagiosas y no puede hacerse cosa mejor que estar separado de ella»39.

Algún tiempo antes, Carvajal, en el «Testamento político», contempló tal posibilidad. Y así obraría desde la cancillería a partir de 1746 aunque sus ma-niobras de aproximación a Londres no tuvieron éxito y Madrid se vio obliga-do a aferrarse a Versalles ante los preliminares y la ulterior paz de Aquisgrán en 174840. Estos sucesos y el incremento de la tensión entre Francia y Gran Bretaña en los años inmediatamente posteriores tendrían su eco en el canciller matizando su pensamiento y su práctica de gobierno. Si en el «Testamento político» su posicionamiento respecto de Francia es bastante agresivo, en este «segundo momento» su postura se aproxima más a la posterior de Florida-blanca. De modo revelador acerca de lo que iba a ocurrir pero que él ya no vería, apuntaba Carvajal: «Si apuran mucho a la Francia y pide socorro, pre-pararle despacio, para dar lugar a que la baxen un poco y cuando lo esté, em-peñarse de recio y sacarla del apuro»41.

Cuando años más tarde, Floridablanca asume la secretaría de Estado su re-celo hacia Francia se nos muestra también notable. En cierta medida, desde la firma del Tercer Pacto de Familia en 1761, Francia habría impuesto sus direc-trices internacionales42 algo que el conde intentaría esquivar. El político mur-ciano deseaba desarrollar una política de potenciación de los intereses nacio-nales que, en lo diplomático, pasaba por una mayor autonomía de Francia. No obstante, el inmediato estallido del conflicto independentista de los Esta-dos Unidos obligó a perseverar en la alianza borbónica de cuya eficacia, como apunta Ruigómez, no estaba el conde «de ningún modo convencido»43. En cualquier caso, los acontecimientos de 1777-1778 escenificaron el dispar po-sicionamiento de Versalles y Madrid. Se imponía, en su dictamen, el principio de autonomía de la Monarquía.

Sea como fuere, a lo largo de su gestión, Floridablanca fue consciente de que España no podía actuar en solitario en el concierto internacional. Incluso al término del reinado de Carlos III anhelaba que el Pacto de Familia fuera una alianza equilibrada. Con todo, resume una línea de conducta diplomática

———— 39 FERNÁNDEZ, R., op. cit., 138. 40 MOLINA CORTÓN, J., Reformismo y neutralidad… Capítulo III. 41 CARVAJAL, J., Mis Pensamientos, p. 60. 42 HERNÁNDEZ FRANCO, J., Algunos aspectos…, p. 111. 43 RUIGÓMEZ, Mª P., op. cit., p. 386.

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que había regido su ministerio y en la que percibimos la proximidad con la política «francesa» de Carvajal: «nunca seremos tan amigos de aquella corte como cuando seamos enteramente libres e independientes, porque la amistad no es compatible con la dominación y con el despotismo (…). Sobre este pie he procurado cortar y destruir cuantas trabas se habían puesto a nuestra inde-pendencia, insinuando siempre ser muy conveniente que cada corte cuide con separación y libertad de sus cosas»44.

Desde luego, en aquella coyuntura, cualquier política «francesa» se vincu-laba con la que se fuera a seguir respecto de su gran rival: Gran Bretaña. Do-mínguez Ortiz escribió que el «estado de guerra, fría o caliente, con Inglate-rra, fue el factor más constante de la política exterior española desde Utrecht al 2 de mayo»45. Esto es esencialmente cierto y se entronca con el núcleo de la problemática internacional del Occidente europeo del momento: la citada «segunda Guerra de los Cien Años». Con todo, es preciso matizar. Muchos de los estadistas de la Monarquía española a lo largo de la centuria, de Alberoni o Patiño a Floridablanca, pasando por Carvajal o Ensenada, se mostraron sabedores de la importancia que podría revestir para sus intereses el alejarse de la hostilidad con Inglaterra. Ello resultaba vital para el desarrollo comer-cial y, por ende, americano. Pero, sin duda, tal horizonte diplomático, más allá de las voluntades, era muy difícil de satisfacer. Y no sólo lo evidencia la postura de la política exterior de S.M.C. sino también, en varias ocasiones, la de la diplomacia de S.M.B..

Carvajal conocía los esfuerzos de Patiño por alcanzar un estadio de enten-dimiento con Londres pero también sus limitaciones negociadoras así como los riesgos de tal diplomacia y sus resultados. Con el cambio en el trono, parte de las limitaciones de Patiño cesaron: cabía reabrir la línea diplomática a la espera de mejorar los resultados. Sin duda, este progresivo acercamiento a Inglaterra muestra el deseo de reconducir un «affaire de famille» hacía una política cimen-tada en la defensa de intereses esencialmente del Estado español46.

Desde la cancillería, Carvajal intenta hacer efectiva esa voluntad de acerca-miento, en principio, intentando alcanzar una paz separada hasta mayo de 1747. A la postre ello, para su decepción, no sería posible. Alcanzada la paz y aunque con menos optimismo, el canciller español retomó los contactos con el gobierno británico que darían como principal fruto el tratado de comercio de 1750. A pesar de todo, los intereses de unos y otros trascendían a la voluntad negociado-ra. Carvajal se iba distanciando de toda expectativa de alianza a pesar de sus sugerencias expresadas en «Mis Pensamientos». Durante estos años y mientras se va vislumbrando la inminente reapertura bélica de la pugna entre Londres y Versalles, se percibe una voluntad neutralizadora que si aún no persigue restar aliados a S.M.B. sí intenta, al menos, evitar contenciosos a Madrid.

———— 44 Instrucción reservada, CCCXVII, p. 128. 45 DOMÍNGUEZ ORTIZ, A., Sociedad y estado en el siglo XVIII español. Barcelona, 1976. p. 53. 46 López-Cordón, Mª. V., op. cit., p. 25.

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Al acceder a la secretaría de Estado, Floridablanca no cuenta con el opti-mismo entusiasta de Carvajal en 1746 pero tampoco con sus expectativas. Primero porque proyectos precedentes (entre ellos y de modo destacado, el del propio Carvajal) y sus resultados le disuaden acerca de las posibilidades reales y, segundo, porque el despliegue del expansionismo inglés se hallaba ya para entonces mucho más desarrollado. A pesar de todo ello, el conde es ple-namente consciente de la necesidad de entenderse con S.M.B.. Desde este contexto debe entenderse su insinuación a los diplomáticos británicos, no correspondida, de que una eventual restitución de Gibraltar podría cancelar el Pacto de Familia47.

El afán por seguir una política más nacional, más independiente de Versa-lles, proclive a aproximarse a Londres para resolver o, al menos, paliar los numerosos contenciosos bilaterales pendientes se vio sorprendido por el con-flicto de la independencia norteamericana.

Madrid optaría (a diferencia de Francia) por observar la neutralidad y ofrecer su mediación en el conflicto, algo próximo al posicionamiento que para la diplomacia española había deseado Carvajal, situación de privilegio desde la que podría alcanzarse algún objetivo, como Gibraltar48. La oferta de mediación ha suscitado cierta polémica historiográfica acerca de su grado de sinceridad. Sea como fuere resultaría imposible y España, en virtud de la Convención de Aranjuez (abril de 1779) entraría, de la mano de Francia, en liza contra Inglaterra y a favor de los colonos norteamericanos.

Al término de la guerra, la paz de Versalles diseñaba un orden de cosas en el cual el «statu quo» respecto a Gran Bretaña era valorado positivamente en Madrid, visión que tiñe la reflexión que acerca de la política «inglesa» encon-tramos en la Instrucción reservada: Floridablanca recela de su extraordinario fortalecimiento naval pero evidencia su desinterés por una total ruina de los británicos. En lo concerniente a los intereses bilaterales, vuelve el conde sobre la antigua idea de Carvajal de recuperar Gibraltar, bien por dinero, en un contexto de plena neutralización política del área mediterránea, bien median-te su permuta por Orán (Carvajal había planteado como plazas posibles para el trueque el mismo Orán o Mazalquivir)49.

El acercamiento a Lisboa es una línea constante en nuestra diplomacia die-ciochesca desde que, con la muerte de Felipe V, se disiparon viejos recelos. Ello no impidió que las relaciones bilaterales no conocieran dificultades e incluso la quiebra de 1762.

Importantes en sí mismas, las relaciones con Portugal, por elementales ra-zones de seguridad después de los acontecimientos de la guerra de Sucesión y por su dimensión americana, aportaban, además, un peso, implícito, para la

———— 47 OZANAM, D., «Dinastía, diplomacia y política exterior» en Los Borbones. Dinastía y

memoria de nación en la España del siglo XVIII. Madrid, 2001, p. 41. 48 En opinión de J. Lynch (El siglo XVIII, p. 287) un «objetivo fundamental». 49 Instrucción reservada, CCCXLVII- CCCXLVIII, pp. 139-40.

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aproximación a Inglaterra, de la que Lisboa era firme aliada desde los tratados de Methuen (1703).

En su «Testamento político» Carvajal se hace eco de estas expectativas: «conviene confiarle beneficiándole. (…) haciendo recíprocos tratados de alianza y (…) quitando con una clara decisión las diferencias de límites en América»50. Así lo haría el canciller extremeño en su acción diplomática como demuestran sus esfuerzos por aproximarse a Inglaterra «vía» Lisboa y, sobre todo, por la conclusión del Tratado de límites (enero de 1750). A pesar de los problemas surgidos a raíz de su firma, la política lusitana de Carvajal experi-mentaría pocas variaciones. En 1753, en «Mis Pensamientos» seguiría soste-niendo su iberismo afirmando que quien no pensara desde Madrid en la unión «o no sabe su oficio o no tiene ley»51.

Recientemente, R. Valladares ha lamentado, creo que con razón, la escasa atención prestada por sus coetáneos a la visión del conflicto hispanoluso de Carvajal52. Consecuencia de ello, entre otros factores de los que no escapa la propia conducta de las autoridades portuguesas, sería el deterioro de las rela-ciones hasta el rompimiento de 1762.

Sería Floridablanca quien retomaría la política negociadora con Lisboa. Entre sus objetivos, prácticamente los mismos, aunque adaptados a las nuevas circunstancias, que había perseguido Carvajal: fundamentar la unidad, esta-blecer con claridad los límites americanos, crear intereses comerciales comu-nes y, junto con todo ello, debilitar en lo posible el vínculo entre la monar-quía británica y la portuguesa.

El acercamiento se plasmó en el Tratado preliminar de San Ildefonso (oc-tubre de 1777). España recuperó Sacramento, el viejo objetivo de Carvajal, a cambio de una serie de cesiones, en parte fruto de las incursiones previas del ejército español. La neutralización lusitana quedó consagrada por el Tratado de Amistad y Comercio (marzo de 1778) por el que Lisboa no intervendría en la guerra anglohispana.

Si la praxis diplomática de Floridablanca a propósito de las relaciones en-tre el monarca «católico» y el monarca «fidelísimo» recuerda con claridad a la de Carvajal, otro tanto ocurre con sus posiciones teóricas. Baste como ejem-plo este fragmento de la Instrucción reservada: «Con (…) Lisboa he cultivado mucho la unión y amistad y conviene absolutamente seguir siempre el mismo sistema mientras Portugal no se incorpore a los dominios de España por los derechos de sucesión»53. No obstante, Floridablanca aboga por la proximidad pero no, como Carvajal, por una alianza abierta.

———— 50 CARVAJAL, J., Testamento político…, p. 12. 51 CARVAJAL, J., Mis Pensamientos…, p. 62. 52 Valladares, R., «Carvajal portugués» en Ministros de Fernando VI, p. 276. Creo que de

entre estos coetáneos debemos excluir a Ensenada. 53 Instrucción reservada, CCCLXXV, pp. 149-50.

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Abordaremos, por último, la política centroeuropea de nuestros diplomáti-cos. Conviene apuntar como el marco de debate para las cancillerías occiden-tales conoció un más que sensible crecimiento hacia el Este de Europa en la segunda mitad del siglo. La eclosión como potencias de Prusia y Rusia dieron a este escenario una complejidad e importancia de la que, al menos en parte, carecía en los años cincuenta.

En realidad, Carvajal no se nos muestra demasiado interesado en las cues-tiones centroeuropeas. Las experiencias revisionistas pretéritas le habían di-suadido de que los intereses españoles se hallaban en otros lugares. No obs-tante, en su «Testamento político» aboga por un acercamiento a Austria que perseguiría dos finalidades: de un lado, respaldaría militarmente su proyecto político de distanciamiento de Francia y, de otro, lo que en la práctica resul-taría más fructífero, facilitaría una vía de resolución aceptable y duradera del problema de Italia. Sería, como apunta el canciller, útil para «dejar seguros a nuestros infantes»54.

Sería luego de la paz de Aquisgrán cuando esto último se convirtiera en realidad mediante la «neutralización» italiana de 1752. La península transal-pina, escenario esencial de disputas durante la primera mitad del siglo, dejó de ser problema prioritario para la diplomacia europea hasta la Revolución Francesa.

Prueba de lo tangencial de aquella Europa Central para la política de Car-vajal encontramos en su cambio, expresado en «Mis Pensamientos» respecto de ella: mantenida la proximidad a Versalles y neutralizada Italia, la alianza con Viena ya no reviste interés por que, aun siendo grande su poder por tie-rra, es «ninguno por Mar»55. Este alejamiento de Austria se proyectaría sobre la diplomacia carolina.

Ya con Floridablanca y de manera especial, desde la entrada en la guerra contra Inglaterra, es creciente y mucho más diversa la actividad diplomática hispana respecto de Europa Central. Por un lado, se ponen en marcha relacio-nes con Prusia desde 1780, al entenderse a ésta como un complemento terrestre adecuado para la potencia naval española dado el apuntado deseo de distan-ciamiento de Francia. De algún modo, para el conde, desempeñaría ahora Ber-lín el papel atribuido en su momento por Carvajal a Viena. Por otro lado, se animan las relaciones con Rusia (iniciadas a comienzos de los sesenta) con la principal intención de alejarla de la órbita británica. En este sentido, el proyecto de Neutralidad Armada diseñado por Federico II y Catalina la Grande con otras potencias marítimas en el contexto de la guerra de Independencia de Es-tados Unidos, se convirtió en un importante logro diplomático56.

———— 54 CARVAJAL, J., Testamento político…, p. 23. 55 CARVAJAL, J., Mis Pensamientos…, p. 60. 56 SÁNCHEZ-DIANA, J.M., «Relaciones diplomáticas entre Rusia y España en el siglo XVIII

(1780-1783) en Hispania, núm 49. Madrid, 1952, pp. 592-93.

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Después de la paz de Versalles y con el propósito esencial del manteni-miento del «statu quo» establecido, se mantiene el interés por la proximidad de Berlín, no sólo como «contrapeso» ante Francia sino también como ele-mento para distraer a Viena en el ámbito germánico, lo que facilitaría el man-tenimiento del orden italiano. También, en la misma línea de estabilización, se observa desde Madrid con indulgencia los movimientos expansivos de Rusia.

Esto último experimentaría un giro notable después de la declaración de guerra austrorusa a Turquía (1787). Con ella, Floridablanca ve peligrar el equilibrio de Versalles. De ahí su deseo, expresado en la Instrucción Reserva-da: «El desunir o entibiar la relación y amistad de las cortes de Viena y Pe-tersburgo es otro punto importante (…) de toda Europa»57. Se incrementa la hostilidad ante el expansionismo austriaco58 pero aparece también, como no-vedad, el rechazo al ruso. Frente al anterior acercamiento al estado zarista se pasa, como reza la Instrucción Reservada, a una conducta «imparcial y mode-rada»59. Ilustrativo resulta, para concluir, como también en la guerra del Este, España desea desempeñar un papel mediador. Las circunstancias lo harían imposible pero para nosotros no deja de revelar el deseo de un horizonte práctico cercano al ideal diplomático que tanto Carvajal primero como Flori-dablanca después, desde sus respectivas gestiones, habían querido establecer.

3. CONCLUSIÓN: LAS «DIPLOMACIAS POSIBLES» DEL XVIII Y EL PENSAMIENTO DE CARVAJAL Y FLORIDABLANCA

Empezamos estas páginas afirmando que la paz de Utrecht determina la

política exterior española del siglo XVIII. Se ha aludido, para esa diplomacia, a la existencia en ella de dos etapas, una primera, «revisionista», nuclear hasta la década de los treinta y otra, posterior, «realista», que se va asentando al final del reinado de Felipe V y que se extendería «grosso modo» hasta esa fecha límite de 1789. Llevo tiempo meditando acerca de esta clasificación y creo que, cuando menos y siempre partiendo del reconocimiento de lo limita-do de este tipo de simplificaciones, deben observarse tres tipos de «respues-tas» diplomáticas desde Madrid. Entiendo preferible aludir a «respuestas» por que estas se muestran intermitentemente marcando diferencias con la noción de continuidad inherente al concepto de «etapa». Las tres estarían íntimamen-te relacionadas, presentarían vínculos evidentes (sobre todo, claro está, en cuanto a los objetivos de fondo) pero también importantes matices diferencia-les. Entre sus rasgos esenciales se encontrarían:

———— 57 Instrucción reservada, CCCLXIX, p. 147. 58 Floridablanca se mostró muy preocupado ante los efectos de la política de José II en Eu-

ropa como ponen de manifiesto sus declaraciones al embajador francés en 1785 (ver Black, J., La Europa del siglo XVIII. Madrid, 1994, p. 363).

59 Instrucción reservada, CCCLXX, pp. 147-48.

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a) Posturas belicistas, con frecuencia alejadas de los intereses prioritarios de la Monarquía. Es cierto que con ellas se alcanzaron algunos éxitos inter-nacionales pero a costa de un precio elevado: el de ralentizar el proceso de regeneración interna y por tanto limitar la capacidad para recuperar un papel protagonista en el contexto esencial que no era otro sino el ma-rítimo y colonial. Esta postura «irredentista» o «revisionista» era, por lo demás, sufragada en Europa por el Imperio, rival progresivamente más excéntrico para la Monarquía.

b) Posturas también agresivas bien que sobre objetivos más nucleares pero desarrolladas sin apoyos diplomáticos suficientes y/o sin la necesaria co-bertura material (financiera, militar, etc.). Se corresponden con un cier-to grado de oportunismo político (asedio de Gibraltar en 1727, intentos sobre las Malvinas y Argel, 1770-1775) o bien como consecuencia de posicionamientos forzados ante la coyuntura internacional: desde esta perspectiva —y sólo desde ella— creo que es posible incluir aquí a la di-plomacia carolina entre 1761 y 1763.

c) Diseños diplomáticos en la línea de lo que denominamos «neutralidad armada». En principio, única respuesta de acción exterior armonizable con un programa paralelo de regeneración interna. Si aquella diploma-cia podía propiciar esta regeneración, esta a su vez podía ir, gradual-mente, vigorizando a aquella. No estaba, empero, esta respuesta exenta de dificultades y peligros como los acontecimientos se encargarían de demostrar: entre las dificultades, la principal mantener estable un pro-grama conjunto de neutralidad y reformismo en aquel concierto inter-nacional tan voluble; entre los peligros, la eventual ruptura del binomio neutralidad-reformismo (1754-59) o el posible aislamiento internacional (1778-79).

El dispar grado de operatividad de cualquiera de estas respuestas (con la ex-

cepción de algunas maniobras del revisionismo amparadas en el apoyo británi-co o austriaco o de ambos conjuntamente) estaba supeditado, además, a una esencial variable externa: el grado de solidez de la que casi podríamos calificar como «estructural» alianza francesa. Desde 1715 y hasta finales de la década de los veinte es escaso ¿cómo consecuencia de una cierta desorientación de sus propias prioridades o como estrategia de fortalecimiento de cara a la reapertura del gran choque francobritánico?. Se trata de un dilema en el análisis que, de decantarse en la primera dirección, guardaría cierta analogía con la evolución de la diplomacia hispana coetánea. Sin embargo, desde el acceso al poder de Fleury la proximidad se va consolidando si bien con un grado de eficacia zigza-gueante dada la política del cardenal de «mantener la paz con todos y contra todos» y, sobre todo, por la obsesión continental de los políticos «westfalia-nos», empeñados en proyectar a Francia sobre el mundo germánico (a seme-janza de como el «irredentismo» había proyectado y, en alguna medida, aún proyectaba, a España sobre el italiano). La larga sombra de la diplomacia de

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Richelieu, el escaso apego de las elites en Francia por el mundo ultramarino y una diplomacia un tanto errabunda en la décadas centrales del siglo llevarían a Francia, como apuntó P. Goubert, de «la gloria al abandono».

No obstante, todo ello ocurrió en medio de un contexto que, al menos en apariencia, ofrecía oportunidades. El gran rival francohispano, Gran Bretaña, también se enfrentó a dificultades, bien como consecuencia de graves errores de cálculo diplomático (como con la reversión de las alianzas en 1756) o bien de la evolución de la coyuntura, casos en que se vio acompañado por golpes de azar (como en 1740 con la repentina muerte del emperador Carlos VI o en 1758-59 como consecuencia del «año sin rey» en España). Todo ello eviden-cia la cercanía de la alianza borbónica a posibles escenarios de éxito si bien no pudo o no supo aprovechar sus oportunidades, ni acaso (y pensamos ahora en 1756) hubiera dispuesto ya, en sus recursos materiales, de capacidad.

Ante este panorama de las «diplomacias posibles» de la Monarquía, las apuestas tanto de Carvajal como de Floridablanca apuntan claramente hacia la tercera de las opciones señaladas. Sobre diplomacias no agresivas, insepara-bles de un reformismo regenerador en el interior y vigilantes para que un Estado preparado pudiera sacar provecho, en el exterior, de una ocasión pro-picia en medio de un equilibrio siempre precario, diseñan sus respectivos pro-gramas, que guardan notables similitudes: en primer lugar, la afirmación de una política exterior de objetivos nacionales. Para que ello se robusteciera, les parecía preciso un cierto distanciamiento de Francia. En Carvajal, este distan-ciamiento alcanza una mayor radicalidad contemplando, teóricamente, la posibilidad de ruptura de la alianza. En íntima relación con esta voluntad de autonomía se encuentra el deseo de entendimiento con Gran Bretaña (más acusado en Carvajal) y el afán por canalizar las vitales relaciones con Londres por cauces más intensamente diplomáticos. Otro punto de contacto de ambos programas lo encontramos en su sensibilidad para la «cuestión ibérica»: tanto Carvajal como Floridablanca son firmes partidarios de neutralizar a Portugal tanto en Europa como en América. De esta manera, nos acercamos a la inten-ción de ambos cancilleres de restar hipotéticos rivales que pudieran serlo des-de su tradicional proximidad a la órbita británica. Portugal lo era tanto con Carvajal como con Floridablanca y lo mismo puede decirse acerca del mundo itálico para el primero y de Rusia para el segundo. Por último, y como com-plemento a su «independencia» de Versalles, buscan «contrapesos» europeos que Carvajal cree encontrar en Viena y Floridablanca en Berlín.

Los logros de estos programas no fueron espectaculares. En cierta medida, los dos fracasaron: la neutralidad fernandina quedó desvirtuada con el aban-dono del fortalecimiento interior mientras las circunstancias la hacían derivar hacia un creciente aislamiento. Por su parte, el «posibilismo» de Floridablanca caería como castillo de naipes ante la conmoción revolucionaria. Pero, con todo, al final del período analizado, la citada política de salvaguarda había dado ciertos frutos y en algún aspecto esencial (como el territorial) la situa-ción era claramente positiva respecto a la de 1715.

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Conviene insistir a la hora de valorar estos resultados diplomáticos en no separar sus relativos éxitos o fracasos de los impulsos regeneradores interio-res, precisos para el sostenimiento de cualquier política exterior sólida y esta-ble y ello nos remite, indefectiblemente, a la disposición demográfica, social, económica, institucional y cultural de aquella sociedad; en definitiva, nos sitúa ante las limitaciones y las contradicciones del Antiguo Régimen en sus últimos desarrollos. Así en cierto sentido, una parte de los citados fracasos deben vincularse, de un lado, con la paralización de la reconstrucción interior desde 1754, cuyas consecuencias se dejaron sentir en 1762 y, de otro, con los escasos éxitos institucionales y las limitaciones financieras de las postrimerías del reinado de Carlos III, muy sensibles en 1793. Todo ello invita a la re-flexión acerca de las limitaciones del reformismo absolutista en lo económico (respecto a soluciones como las ya emprendidas por los británicos) o en lo militar (respecto a soluciones como las que esgrimiría el proceso revoluciona-rio en Francia).

Al hilo de lo apuntado, estimo como especialmente interesante, dentro del contexto de la diplomacia dieciochesca española al que nos hemos aproxima-do, el sistema Carvajal-Ensenada, que intentó armonizar nítidamente (aunque quizá, como apuntó Carvajal, con demasiado «ruido») programa diplomático y regeneración interior. Aunque proyectado en la misma dirección, no apre-ciamos similar tensión para la etapa de Floridablanca.

El último Floridablanca se orienta en la línea de la neutralidad armada como puede deducirse de la Instrucción reservada pero muy pronto esa di-plomacia del equilibrio, como todas las estructuras del Antiguo Régimen, se esfumó ante el cataclismo revolucionario. El andamiaje de la diplomacia «clá-sica» se rompió en mil pedazos.