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    LA CARRETERA Cormac McCarthy

    Este libro est dedicado a John Francis McCarthy Al despertar en el bosque en medio del fro y la oscuridad nocturnos haba alargado la mano para tocar al nio que dorma a su lado. Noches ms tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los das ms gris que el da anterior. Como el primer sntoma de un glaucoma fro empaando el mundo. Su mano suba y bajaba al comps de la preciada respiracin. Retir la lona de plstico y se puso de pie envuelto en aquellas prendas y mantas pestilentes y busc algn atisbo de luz en el este pero no lo haba. En el sueo del que acababa de despertar vagaba por una gruta y el nio lo llevaba de la mano. La luz de los dos bailaba en las hmedas paredes de roca caliza. Como peregrinos de fbula engullidos y extraviados en las entraas de una bestia grantica. Hmeros de piedra donde el agua goteaba y cantaba. Taendo sin tregua en el silencio los minutos de la tierra y sus horas y das y aos. Hasta que se hallaban en una enorme estancia de piedra donde haba un lago antiguo y negro. Y en la orilla opuesta un ser que levantaba su chorreante boca del gour y miraba hacia la luz con unos ojos tan blancos y ciegos como los huevos de araa. Balanceaba su cabeza a ras de agua como para captar el olor de aquello que no poda ver. Agazapado all, plido y desnudo y translcido, sus huesos de alabastro grabados en sombra en las rocas que tena detrs. Sus intestinos, su palpitante corazn. El cerebro que lata dentro de una empaada campana de cristal. La criatura mova la cabeza de lado a lado y luego soltaba un gemido grave y daba media vuelta y dando tumbos se alejaba silenciosamente hacia la noche. Se levant con la primera luz gris y dej al chico durmiendo y camin hasta la carretera y en cuclillas estudi la regin que se extenda al sur. rida, silenciosa, infame. Deba de ser el mes de octubre pero no estaba seguro. Haca aos que no usaba calendario. Iran hacia el sur. Aqu era imposible sobrevivir un invierno ms. Cuando hubo clareado lo suficiente observ el valle con los prismticos. Todo palideciendo hasta sumirse en tinieblas. La suave ceniza barriendo el asfalto en remolinos dispersos. Examin lo que poda ver. Segmentos de carretera entre los rboles muertos all abajo. Buscando algo que tuviera color. Algn movimiento. Algn indicio de humo esttico. Baj los prismticos y se quit la mascarilla de algodn que cubra su cara y se frot la nariz con el dorso de la mueca y luego mir otra vez. Se qued all sentado con los gemelos en la mano, viendo cmo la cenicienta luz del da cuajaba sobre el terreno. Solo saba que el nio era su garanta. Y dijo: Si l no es la palabra de Dios Dios no ha hablado nunca. Cuando volvi el chico segua durmiendo. Retir la lona de plstico azul que lo cubra y

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    la dobl y la llev al carrito de supermercado y la meti dentro y regres con los platos y unos copos de avena en su bolsa de plstico y una botella de plstico de sirope. Extendi en el suelo la pequea lona que les serva de mesa y coloc las cosas y se sac la pistola del cinturn y la dej sobre el mantel y luego se qued mirando cmo dorma el chico. Se haba quitado la mascarilla por la noche y estaba sepultada bajo las mantas. Observ al chico y mir entre los rboles hacia la carretera. Ese lugar no era seguro. Ahora que era de da podan verlos desde la carretera. El chico se movi. Luego abri los ojos. Hola, pap, dijo. Aqu estoy. Ya lo s. Una hora despus estaban en la carretera. l empujaba el carrito y entre los dos cargaban las mochilas. En las mochilas haba cosas bsicas. Por si tenan que abandonar el carrito y echar a correr. Asegurado al asa del carrito haba un retrovisor de motocicleta que l utilizaba para mirar la carretera a sus espaldas. Se subi un poco ms la mochila y observ el campo devastado. La carretera estaba desierta. En el pequeo valle la serpiente todava gris de un ro. Inmvil y precisa. A lo largo de la orilla unos carrizos secos. Ests bien?, dijo. El chico asinti con la cabeza. Luego echaron a andar por el asfalto bajo una luz gris plomo, arrastrando los pies por la ceniza, cada cual el mundo entero para el otro. Cruzaron el ro por un viejo puente de hormign y varios kilmetros ms adelante llegaron a una estacin de servicio. Se quedaron observando desde la carretera. Creo que deberamos ir a ver. Echar una ojeada. La maleza por la que vadearon se converta en polvo a su paso. Cruzaron el arcn de asfalto quebrado y buscaron el tanque que alimentaba los surtidores. No haba tapn y el hombre se acod en el suelo para olfatear el cao pero el olor a gasolina era solo un rumor, tenue y rancio. Se puso de pie y mir hacia el edificio. Los surtidores con sus mangueras curiosamente todava en su sitio. Las ventanas intactas. La puerta del taller estaba abierta y el hombre entr. Un armario metlico para herramientas adosado a una pared. Registr los cajones pero all no haba nada que le sirviera. Buenos manguitos de media pulgada. Un destornillador de trinquete. Mir a su alrededor. Un barril metlico lleno de basura. Entr en la oficina. Polvo y ceniza por todas partes. El chico permaneci en el umbral. Una mesa metlica, una caja registradora. Viejos manuales de automvil, hinchados y empapados. El linleo estaba sucio y se alabeaba debido a las goteras del techo. Fue hasta la mesa y se qued all de pie. Luego cogi el tel fono y marc el nmero de la casa de su padre en tiempos pasados. El chico le observ. Qu ests haciendo?, dijo. Unos trescientos metros carretera abajo se detuvo y volvi la vista atrs. No lo hacemos bien, dijo. Tenemos que volver. Sac el carrito de la calzada y lo apoy de costado en un sitio donde no pudiera ser visto y dejaron all sus mochilas y regresaron a la gasolinera. En el taller sac a rastras el barril y volc toda la basura y seleccion las botellas de aceite de cuarto de litro. Se sentaron en el suelo para recoger los posos de cada una de ellas, dejando las botellas boca abajo de manera que fueran escurrindose en un cazo hasta que tuvieron casi medio cuarto de aceite para motor. Enrosc el tapn de plstico y limpi la botella con un trapo y la sopes. Aceite para que su candilejo

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    iluminara los largos crepsculos grises, los largos amaneceres grises. As podrs leerme un cuento, dijo el chico. Verdad, pap? S, dijo el hombre. Al otro extremo del valle la carretera atravesaba un arroyo completamente negro. Troncos de rboles calcinados y desprovistos de ramas a ambos lados. La ceniza movindose sobre el asfalto y las manecillas f lojas de cable ciego que colgaban de los ennegrecidos postes de luz gimiendo dbilmente con el viento. Una casa incendiada en medio de un claro y ms all un tramo de pradera agreste y gris y un banco de lodo rojo donde haba unas obras abandonadas. Un poco ms lejos vallas publicitarias anunciando moteles. Todo como en otros tiempos solo que descolorido y desgastado por la intemperie. En lo alto del cerro se detuvieron pese al fro y el viento para recuperar el resuello. Mir al chico. Estoy bien, dijo este. El hombre le puso una mano en el hombro y seal con la cabeza hacia el campo que se abra all abajo. Cogi los gemelos del carrito y observ la llanura desde la carretera hasta donde las formas de una ciudad destacaban en el gris general como un dibujo al carbn en medio del pramo. Nada que ver. Ninguna columna de humo. Puedo mirar?, dijo el chico. Claro que puedes. El chico se inclin sobre el carrito y ajust el enfoque. Qu ves?, dijo el hombre. Nada. Baj los prismticos. Est lloviendo. S, dijo el hombre. Ya lo s. Dejaron el carrito en un barranco cubierto con la lona y subieron la cuesta entre los oscuros postes de rboles todava en pie hasta donde l haba visto un saliente corrido de roca y se sentaron bajo el alero rocoso y vieron cmo las grises cortinas de lluvia batan el valle. Haca mucho fro. Se acurrucaron el uno junto al otro arropados cada cual en una manta sobre las chaquetas respectivas y al cabo de un rato dej de llover y solo qued el gotear en el bosque. Cuando hubo despejado bajaron hasta el carrito y retiraron la lona y cogieron sus mantas y la cosas que necesitaban para pernoctar. Remontaron de nuevo el cerro e hicieron el campamento en la tierra seca bajo las rocas y el hombre se sent con los brazos alrededor del chico intentando darle calor. Envueltos en las mantas, viendo cmo la indescriptible oscuridad vena a amortajarlos. El contorno gris de la ciudad desapareci como un fantasma con la llegada de la noche y el hombre encendi la pequea lmpara y la puso a resguardo del viento. Una vez en la carretera cogi al chico de la mano y subieron la loma hasta donde la carretera alcanzaba su punto ms alto y pudieron recorrer con la vista la regin que se oscureca hacia el sur, de pie a merced del viento, envueltos en las mantas, buscando un indicio de fuego o lmpara. No vieron nada. La lmpara que haban dejado en la ladera era poco ms que una mota de luz y al cabo de un rato regresaron. Todo demasiado hmedo como para encender una lumbre. Tomaron su msera cena fra y se acostaron con la lmpara entre ambos. l haba trado el libro del chico pero el chico estaba demasiado cansado para leer. Podemos dejar la luz encendida hasta que me duerma?, dijo. S, claro que podemos. Estuvo mucho rato tratando de dormir. Al cabo se dio la vuelta y mir al hombre. Su rostro a la luz de la pequea lmpara rayado de negro por la lluvia como un actor dramtico de la antigedad. Puedo preguntarte una cosa?, dijo. Naturalmente.

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