el boulevard nº9

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Año 2 / Julio de 2013 Revista de distribución gratuita www.elboulevard.com.uy 9

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Revista de periodismo cultural uruguaya.

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Page 1: El Boulevard Nº9

Año 2 / Julio de 2013Revista de distribución gratuita

www.elboulevard.com.uy

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Page 2: El Boulevard Nº9

Proyecto seleccionado por Fondo Concursable para la Cultura – MEC

EQUIPO:

Consejo editor: Juan Manuel Chaves, Federico de los Santos, Denisse Ferré, Sergio PintadoEdición de fotografía: Agustín FernándezCorrección: Mariana PalomequeIlustraciones: Silva BrosDiseño y diagramación: LATERAL.com.uy

Colaboran en este número: Venancio Acosta, Martín Aguirregaray, Federico Bianchini, Gabriel Delacoste, Gerardo Ferreira, Javier Zubillaga (notas), Nicolás Der Agopián, Gisselle Noroña (fotos), Matías Bergara (ilustración)

Las opiniones vertidas en los artículos son exclusiva responsabilidad de los autores. Los contenidos de El Boulevard pueden ser reproducidos con libertad y sin fines de lucro citando el nombre del medio y del autor.

[email protected]

Impreso en Polo LTDA (Paysandú 1179). Tel.: 2 903 04 52ISSN: 1688-910X DEPÓSITO LEGAL Nº362.216

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Río de Janeiro, cuando Vitor Ramil, músico gaucho nacido al sur de Río Grande, se sintió por primera vez extranjero en su propia tierra.

“Que un carnaval sea comunicado con tanta naturalidad en pleno junio me llevó a pensar en las regiones del calor brasileño, su gente y sus costumbres, y a conectarlas con lo cotidiano de Río de Janeiro”, decla-raría más tarde a El Boulevard este músico brasileño de padre urugua-yo. “A pesar de toda la diversi-dad, yo vivía en un Brasil tropical; lenguas, gustos y comportamientos comunes como su fase más visible. Su arte, su expresión popular, traía siempre como plano de fondo una invitación a la fiesta, a la danza y a la alegría. Había una estética que se adecuaba perfectamente al cliché del Brasil tropical, una estética que parecía unificar a los brasileños, a la cual nosotros, los del extremo sur,

contribuíamos mínimamente. Nos sentíamos los más diferentes en un país hecho de diferencias. Pero, ¿cómo éramos? ‘Necesitamos una estética del frío’, pensé”.

En un territorio gigantescamente diverso había, de hecho, un centra-lismo cultural que todo lo abarcaba y que filtraba la imagen cultural de Brasil a los ojos del mundo a través de los monstruos de la bossa nova y la explosión tropicalista en la segunda mitad del siglo XX (Caeta-no Veloso, Gilberto Gil, Rita Lee). Así lo explicó a El Boulevard Guil-herme De Alencar Pinto, investiga-dor y musicólogo brasileño radica-do en Uruguay, de inmenso laburo en la música local (autor de Razo-nes locas, la codiciada biografía de Eduardo Mateo): “Tradicional-mente, Río de Janeiro y, en menor medida, San Pablo, fueron el gran centro difusor de cultura. Uno era

Un día los hermanos Drexler decidieron que “templadismo” era una palabra que definía bien el trabajo de un conjunto de músicos de Rio Grande do Sul, Argentina y Uruguay. Con ese nombre sintetizaron el concepto que el brasileño Vitor Ramil venía trabajando años atrás con su búsqueda de una “estética del frío”, a varios grados de distancia cultural y musical con el Brasil del norte, más carnavalesco y signado por el tropicalismo. Venancio Acosta conversó con el brasileño Vitor Ramil, el uruguayo Daniel Drexler, el musicólogo brasileño radicado en Uruguay Guilherme De Alencar Pinto y el cineasta Luciano Coelho -autor del documental sobre el movimiento A linha fría do horizonte- para tomarle la temperatura a un fenómeno que borra fronteras. Por Venancio Acosta

La música del frío

Templadismo: entre Porto Alegre y el Río de la Plata

Vitor se había mandado mudar a Copacabana por una temporada; sudando frente al televisor hacía roncar la bombilla y recibía el vapor del agua en la cara saludando a un junio nada invernal que apenas templaba los aires de la “ciudad maravillosa”. El informativo rebo-taba imágenes de un carnaval con trío eléctrico (un camión con luces y sonido que transportaba a los músi-cos entre el público del Carnaval de Río) donde la muchedumbre baila-ba festivamente al pleno sol del nordeste. No era raro, sin embargo, un carnaval fuera de época en una zona donde hace calor todo el año.

Minutos después, en el mismo noti-ciero una helada feroz blanqueaba los campos del sur anticipando los embates de un invierno gélido que empañaba los vidrios y congelaba el agua. Fue allí, transpirando con el mate humeante en un cuarto de

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artista verdaderamente nacional si lograba difundir su arte desde Río o San Pablo; de lo contrario uno era un artista regional. Pero los estados del sur son relegados, en la mayor parte de Brasil, de la condición de brasileños”.

Ramil, que también es escritor, publicó en 2004 A estética do frío, un ensayo sobre la búsqueda de una identidad cultural propia, al tiempo que experimentaba con ritmos folclóricos característicos del sur de Brasil, de Uruguay y de Argentina; como señala De Alen-car Pinto, procuraba valorizar las afinidades con la región en vez de seguir sufriendo el relegamiento de los grandes centros norteños. Fue cuando se topó con los hermanos Drexler, Daniel y Jorge, que, un poco en broma y un poco en serio, habían comenzado a tallar el concepto de lo que llamaron templadismo. “La idea nació allá por el 2002 a partir de esa sensación extraña de que existe una comunión de identida-des que se saltea olímpicamente las fronteras políticas y lingüísticas”, expuso Daniel Drexler en conver-

sación con El Boulevard. “De golpe aparece Vitor y fue como revelador. Lo escuchamos con Jorge y diji-mos ‘a este tipo hay que conocerlo ya’. Él ya andaba en una búsque-da similar, y lo que comenzó como una conexión musical derivó en una amistad muy agradable”.

Desde entonces se sucedieron contactos e intercambios para asen-tar las perspectivas. Pero el hecho de definirse casi en oposición al cliché del Brasil tropical enfrentó a Ramil a especificar los planteos de la estética del frío. Al respecto, el músico brasileño manifestó a El Boulevard que “para un extranjero es más fácil oponerse o filiarse al tropicalismo. No hay tanto compro-miso al asumir cualquiera de esas posiciones. Pero para un brasile-ño ninguna de las dos cosas tiene sentido, porque el tropicalismo es de otra época, de otro contexto”. En el mismo sentido, Daniel Drexler asegura que el templadismo no surgió en oposición directa al tropi-calismo brasileño, sino más bien “como una guiñada” a ese movi-miento al que considera unos de

los más importantes en su forma-ción: “Acá no hay ningún movimien-to”, puntualizó. “El templadismo surge como herramienta de debate cultural que quisimos poner sobre la mesa, como un catalizador de encuentros, como la película”.

La película es A linha fría do horizon-te, un documental brasileño en fase de producción que intenta mapear a través de entrevistas con los prota-gonistas (Vitor Ramil, Ana Prada, los hermanos Drexler, Fernando Cabre-ra, Kevin Johansen) el espacio terri-torial que abarca la comunión cultu-ral postulada por el templadismo y la estética del frío. El Boulevard dialo-gó con su director, Luciano Coelho: “El documental se está filmando desde hace ya dos años con accio-nes concentradas en los inviernos de 2011 y 2012. Lo que pasa es que esta reflexión tocó a mucha gente, primero en el sur de Brasil y ahora también en Uruguay y Argentina. Yo soy un ejemplo de eso. La reflexión de Vitor me ayudó a pensar sobre mi propia identidad de brasileño del sur y a repensar mi propio trabajo”. Coelho adelantó que la película se

A linha fria do horizonte se filmó durante 2011 y 2012 y empezó

a editarse en noviembre. El documental, que durará 110

minutos, está anunciado para el invierno de este año. El trailer y las novedades del proyecto se pueden

leer en www.linhafria.com.br.

A pesar de que Lalo Mir es el conductor, vale la pena ver el

capítulo de Encuentro en el estudio dedicado a Vitor Ramil. En el

programa, producido por el Canal Encuentro argentino, músicos

y grupos como Ruben Rada, Divididos y Damas Gratis entran

a tocar a los legendarios estudios Ion de Buenos Aires. Todos los

capítulos del programa se pueden ver en la web oficial del canal,

www.encuentro.gov.ar.

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estrenará en invierno de este año y que hay negociaciones para una posible serie de televisión.

Al ser consultado sobre su concep-to del templadismo, Guilherme De Alencar Pinto dijo: “Es como una actitud de músicos de estas lati-tudes de tratar de despojarse del complejo de no ser tropicales. Es decir, la contrapartida de la valo-ración de todo lo que tenga que ver con el calor (la exuberancia, la extroversión, la presencia muy acentuada del componente afro, la música pensada para exteriores, el colorido, el Caribe)”. En palabras de Ramil, la estética del frío y el templadismo se unifican al tener como horizonte la profundidad de Yupanqui y la austeridad de João Gilberto: “Además, hay un tempe-ramento melancólico y reflexivo, que es muy uruguayo y muy gaucho, que cubre las canciones”, explicó. En consonancia, el templadismo expresa, según Drexler, una esté-tica que se caracteriza por cierto equilibrio, por la duda, por ser poco aseverativa al evitar los extremos y, a pesar de su importante raíz folcló-rica, por ser claramente urbana.

Precipitaciones

Si del cancionero urbano actual se habla, es archiconocida la jugada del sello Montevideo Music Group que, al mejor estilo de las grandes discográficas internacionales, logró forjar el mercado y la difusión de lo que llamó MPU (Música Popular Uruguaya) bajo el lema “corriente de canciones urbanas”, otra cara del frío que encuentra su eje fundamen-tal en la murga y encierra en su catá-logo mayoritariamente artistas de la capital del país. La eficacia con la que caló en el dial musical nacional produjo un importante despegue de sus músicos en cuanto a recitales y reconocimiento (Alejandro Balbis, El Alemán, Emiliano y el Zurdo, entre otros). A propósito, recientemen-te en ocasión de una entrevista con Gerardo Sotelo (en El LadOculto, Canal 20 TCC), el ex guitarrista de La Trampa, Garo Arakelian (que lanzó en noviembre su excelente trabajo solista Un mundo sin gloria) le cantó las cuarenta a la canción uruguaya contemporánea: “Ahora está lleno de gente linda en la cultura de la que yo formo parte”, expresó. “Me pare-ce que ya no salen muchas cosas

interesantes de lo lindo, de lo que está bien. Si estás medio distraído y está sonando la televisión no podés diferenciar muy bien entre un comer-cial de yerba de una canción popu-lar uruguaya. No se puede hacer una infinidad de canciones que hablan de febrero y ocupar los 12 meses del año con esa cultura, eso es vivir de espaldas también”.

Arakelian supo redundar la reflexión en entrevista con la diaria días después; allí argumentó: “Me irri-ta la necesidad -impuesta por cier-ta alianza de artistas populares- de celebrar lo buenos que somos. Celebrar la coincidencia, enumerar lugares comunes... Que la izquier-da tenga como propuesta artística casi oficial decirle a la gente que se puede vivir celebrando febrero 12 meses por año”. Y respecto al riesgo de que su nuevo trabajo pueda ser considerado “deprimente” por parte del público, Arakelian, que se ha caracterizado en su carrera dentro del rock justamente por incluir canciones del repertorio popular, sentenció que “lo que no es espe-ranzador es celebrar un carnaval eterno. Eso es deprimente: conven-

cer a la gente de que se puede convi-vir con no mirar el mundo”.

Consultado por las diferencias con el templadismo, al ser ambas dos caras de la canción urbana, Drexler, más diplomático, destacó bromeando la relación casi patoló-gica de MPU con el carnaval: “Me parece maravilloso pero no me siento dentro de ese movimiento, en el cual tengo amigos a los que quiero mucho. Pero el templadis-mo se plantea como una idea más dinámica, que se relaciona con la antropofagia cultural, que para mí es la mejor forma de lidiar con un mundo globalizado: salvan-do la identidad y a la vez sien-do un ciudadano global. Por eso digo que es una idea que me liga a mis raíces, a mi región y a la vez está abierta al mundo”, y agregó: “Después que se cayeron las barre-ras de frontera, dijimos ‘pucha, tanto tiempo estuvimos de espal-das y al fin nos estamos encon-trando’. Y ahora ya no pienso en mi país, ahora me siento en otro país, donde está Porto Alegre, Montevi-deo, Buenos Aires, Corrientes”.

Daniel Drexler en su casa. Foto: Agustin Fernandez

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das domésticas, y en un parpadeo estabas donde querías estar, del otro lado. Era aún más efectivo que el salvaje tiro en la sien que –más que una despedida– dejaba tras de sí sólo una queja con rastro de “me voy, que los demás limpien”.

Se ha repasado una y otra vez la escena del hospital y tantas otras de la vida de Quiroga que involucran a la muerte: el accidente en el que mató a su amigo Federico Ferrando en sus años de juventud, el suicidio de su primera esposa, Ana María Cirés, en Misiones, y el de sus tres hijos, Eglé, Darío y María Elena, emulando al padre, cumpliendo un rito familiar, una maldita y amarga tradición.

La muerte como tópico, excusa y fetiche también ha sido el enganche más sencillo y a la vez el más complaciente por el cual distintas generaciones de lectores se han vinculado con la obra de Quiroga. Así te lo muestran en el liceo: te ponen la musiqui-ta de terror y te hacen leer “La gallina degollada” o “El almohadón de plumas”, que forman parte del único libro que al parecer llegan a conocer la mayoría de los estudiantes, aquel libro tan opor-tuno publicado a instancias de Manuel Gálvez en 1917, cuyo título tantas veces hemos visto mal escrito (jamás lleva comas) y que apenas vio la luz se agotó: Cuentos de amor de locura y de muerte.

Que el interés o la curiosidad por Quiroga no se dañe luego de asociar al autor con la locura o con la muerte de manera tan unidireccional –basán-dose sólo en algunos cuentos o en circunstancias morbosas de su biografía– es un buen síntoma. Es seguro que a partir de allí comienza el verda-dero camino entre los pasillos de su producción literaria, que prendió mecha en casi todos los géneros: poesía, diario de viaje, cuento, novela, teatro, guión cinematográfico, artículo de varie-dad y crítica de cine; eso sí, con calidad diversa y preocupación oscilante. Géneros trabajados con energía, como si ser escritor hubiese sido un oficio más, no más importante que plantar yerba mate, destilar naranjas, fabricar canoas, culti-var orquídeas; actividades que Quiroga desa-rrolló al mismo tiempo que escribía. Su inquie-tud espiritual como complemento de un sentido práctico-económico del que nunca pudo esca-par o, mejor dicho, que abrazó, hizo de su vida “una obra de experiencia y riesgo”, utilizando la expresión del maestro Noé Jitrik. Quiroga no sólo encontró y reflejó su propia iden-tidad en la selva de Misiones sino que también la transformó en literatura para darla a conocer a los demás. A través de ese espejo de emociones, la selva solidificó a Quiroga, y de ahí que una porción importante de su literatura posea una

PARA UNATUMBA

CON NOMBRE

Muerte, entierro y después de Quiroga

...pasado el tiempo de silencio e ignorancia que es costumbre otorgar e imponer a los difuntos que importaron... Juan Carlos Onetti, “Horacio Quiroga: Hijo y padre de la selva” El 19 de febrero se cumplieron 76 años de la muer-te de Horacio Quiroga (1878-1937). No muchos se dieron cuenta ni ese día, ni hoy que la efeméri-de en cuestión conmemoraba el deceso de un ícono fundamental en las letras uruguayas y, sin dudas, de una figura cuya literatura es reconoci-da en muchas partes del mundo. Si hubiese sido un personaje de la farándula o tal vez un políti-co, Quiroga habría tenido otra suerte, incluso en vida. Pero fue más que eso: fue un escritor, un “solitario jornalero del cuento”, como decía Enri-que Amorim.

Casi todo aquél que conozca, aunque sea de manera superficial, la obra del salteño, sabe sobre cómo puso fin a su vida en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires la madrugada del 19 de febrero de 1937. No sé si estaba nublado o había viento. Calculo que sí. En aquella época el cianu-ro era el pasaporte menos violento y a la vez el más accesible para dejar este mundo. Uno podía decir “me voy en silencio, sin molestar a nadie”. Era la guillotina de los plebeyos y de las emplea-

Horacio Quiroga es más que Cuentos de amor de locura y de muerte. Y sin embargo, es difícil hablar de su vida sin tocar esos tres tópicos. A 76 años de su muerte, y como quien se adentra en la selva

misionera, Gerardo Ferreira recuerda la cadena de ingratitudes e hipocresías que caracterizaron los últimos años de la vida del escritor y los primeros de su muerte.

Por Gerardo Ferreira

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inapelable consistencia vital, la misma que hizo de su letra un material imperecedero. Ni siquie-ra él mismo, en plena cima y con amplio cami-no recorrido, se permitía una caricia al ego: “Lo único que podrá darme la sensación de la gloria o de la popularidad, es llegar a verme citado tan solo con mis iniciales, pero es necesario hacer mejores cuentos”. Y así era Quiroga. La escritu-ra fue un escenario más para trabajar y la pluma otra herramienta colgada en las paredes de su taller expresivo.

A la deriva

La muerte tiene ribetes inesperados, y muestra la cara más sucia de la paradoja cuando se trata de figuras tan importantes como las de José Enri-que Rodó, Florencio Sánchez o Quiroga. En estos casos la muerte no solo inmortaliza, grabando en oro los nombres de los difuntos, sino que apunta fijo, pone las cosas en su lugar y deja en eviden-cia el proceder de los hombres, el accionar de los gobiernos y el reconocimiento o la indiferencia de la sociedad. Sánchez murió en Italia, en 1910 y sus restos fueron traídos en 1921 a Uruguay, después de un lapso que es un disparate de tiem-po. Rodó también murió en Italia, pero en 1917, y recién en 1920 lo trajeron a Montevideo. Hora-cio Quiroga tuvo que morir en Argentina para ser reclamado por su propio país. Los funerales que tuvo en Uruguay no sólo confesaron el incuestio-nable error que el aparato estatal había cometido antes de su muerte, sino que también mostraron a cara lavada el rostro de un culpable que quería confesar. El principal responsable de la miseria económica en la que cayó Quiroga a partir de 1934 se puso frac e intentó limpiar sus manos. Y para expurgar culpas, cubrió el recuerdo del fallecido con una pomposa manta de honores, ante los ojos de la sociedad, ante la mirada vigi-lante de una autoridad “oficial” espuria y sin conciencia.

El 15 de abril de 1934 el gobierno uruguayo –surgi-do del golpe de Estado del dictador Gabriel Terra el 31 de marzo de 1933– declaró cesante a Quiroga en su cargo de cónsul en San Ignacio, Misiones, cargo que ocupaba desde 1931. Para entonces, el escritor había contado siempre con el apoyo de otro salteño, el presidente Baltasar Brum, pero su suicidio en repudio a la coyuntura política que se avecinaba en el país dejó a Quiroga sin protección ante las nuevas autoridades.

Gracias a los esfuerzos realizados por algu-nos amigos, principalmente Enrique Amorim y César Tiempo, Quiroga es repuesto como cónsul en 1935, pero con la mitad del sueldo. Algunos diarios locales traducían los gritos lejanos de un Quiroga de verdad necesitado. Uno de los tími-dos ecos fue una nota breve publicada por el diario Uruguay cuyo título fue “Se está murien-do de hambre en Misiones, Horacio Quiroga”. ¿Se puede ser más explícito? Luego apareció otra más breve y diplomática en Tribuna Salteña:

Ilustración: Silva Bross

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“[Horacio Quiroga] Se queja porque no cobra…”. Finalmente, fueron los escritores uruguayos los que ayudaron al narrador, y no el Estado, que por segunda vez se hacía el sordo.

Del otro lado del charco apareció una buena noti-cia para el autor de Los desterrados: una coope-rativa (Sociedad Argentina del Libro Rioplaten-se) organizada por César Tiempo edita Más allá (1935), último libro de cuentos publicado por Quiroga mientras vivió. Posteriormente, a través de Asdrúbal Delgado (integrante de aquel famo-so cenáculo al que llamaron Consistorio del Gay Saber), Quiroga logró el trámite jubilatorio y recibió unos pocos pesos, que llegarían recién en 1936. Pese a todo, ninguna de estas acciones resultaron suficientes para que Quiroga se recu-perara económicamente del cimbronazo sufri-do al perder su cargo. Al apremio económico se sumaba la enfermedad. Desde 1935, el escritor arrastraba dolencias estomacales que al ser trata-das por los médicos derivaron en el diagnóstico de cáncer de próstata. Los especialistas habían dilatado en el tiempo el veredicto y la operación definitiva. La situación económica comenzó a ser insostenible y Quiroga debió abandonar su hábi-tat natural en la selva para internarse en Buenos Aires, todo lo cual nos conduce nuevamente a un día nublado, al viento, a la escena del hospital.

La paradoja

La última voluntad del escritor fue la cremación de sus restos y que las cenizas fueran enterradas en Misiones (su verdadero sitio en el mundo), de cara al Paraná, que tantas veces lo había visto descender en su piragua. Salto no aparecía en la ecuación, y mucho menos que el reposo final estuviese en Uruguay. Nadie respetó totalmen-te al maestro. Su cuerpo, primero velado en la Casa del Teatro (sede de la Sociedad Argentina de Escritores, de la cual Quiroga había sido socio fundador y vicepresidente) fue cremado en el Cementerio de La Chacarita, tal como quiso, pero las cenizas fueron reclamadas inmediatamente por el gobierno de Uruguay, el mismo gobierno que apenas tres años atrás había decretado su miseria. Quiroga, desde el más allá, no pudo contenerse el chiste en su propio velatorio, y muchos advirtieron en su rostro un gesto maca-bro y socarrón con el que se burlaba del trágico destino de los escritores. “Se ve que el hombre sintió una alegría extraña, porque murió con una sonrisa en la boca”, dijo el periodista Elías Caste-lnouovo ante su féretro.

Enrique Amorim lo visitó mientras convalecía, y decía que –consciente como nadie de su cerca-nía a la muerte– Quiroga tenía ganas de volver a visitar su ciudad, Salto, aunque eso no signifi-caba que quisiera volver a su país natal. Uruguay le dio la espalda a Quiroga, como Quiroga le dio la espalda en su momento a Uruguay. Salto era otra cosa: era reencontrarse con los amigos que quedaban, con la infancia y la juventud, con la

ternura de las primeras correrías entre los naran-jales. A los casi 59 años de edad y enfermo, Hora-cio Quiroga no sólo pensaba en la muerte sino en la vejez y en la posibilidad de seguir viviendo.Como si nada hubiese ocurrido, rápidamente se levantaron teléfonos, se imprimieron decretos y se formó una delegación de escritores uruguayos con la misión de ir a buscar a Buenos Aires los restos del escritor, aunque los diarios de ambas orillas daban por hecho que las cenizas reposarían en Misiones, de acuerdo a su última voluntad. Pero cuenta Amorim que logró convencer a Darío Quiro-ga –que no estaba seguro de qué hacer con las cenizas de su padre, y que no viajó a Montevideo para los funerales– de que el lugar para que repo-saran los restos era Salto, y con el consentimiento de la familia así se determinó. La comitiva de intelectuales uruguayos estu-vo compuesta por Carlos Reyles, Pedro Leandro Ipuche, Fernán Silva Valdés, Enrique Amorim, Alfredo Mario Ferreiro, Manuel de Castro y Juan José Morosoli, con el apoyo del ministro de Instrucción Pública de entonces, Eduardo Víctor Haedo. En Buenos Aires, otra delegación se había formado: Baldomero Fernández Moreno, Alber-to Gerchunoff, Jorge Luis Borges (sí, el mismo Borges detractor, el mismo Borges que ningu-neó y ridiculizó a Quiroga desde las páginas de la revista Martín Fierro, fue parte de la comitiva e incluso estuvo presente en la ceremonia reali-zada en el auditorium del Parque Rodó), Augusto Mario Delfino y Ezequiel Méndez Calzada.

Funeral laico

Para honrar la memoria del narrador, se encargó al escultor ruso Stefan Dmitrievich Nefedov –cuyo nombre artístico fue Stephan Erzia– la confec-ción de una urna tallada en madera de algarrobo con el rostro de Quiroga para guardar las ceni-zas. Cuando uno se para ante la pieza cuesta creer, por lo imponente, que Erzia la haya talla-do en un día, aunque ese día lo haya trabajado de corrido y sin descansar. El gobierno uruguayo, siendo fiel a sí mismo, jamás pagó por esa urna, tal como lo denunció Amorim cada vez que pudo. Se dispuso entonces que las cenizas fueran repa-triadas a Uruguay, y apenas una semana después los restos llegaron al país. En los casos de Rodó y de Sánchez como mínimo se podría hablar de negligencia; en este caso quedaba claro que el gesto estaba inyectado de hipocresía soez y de patrioterismo vacío.

Cuando la urna llegó en barco a Colonia, cubier-ta por una montaña de maletas y un pabellón uruguayo, ya estaba todo dispuesto: había un cronograma establecido para las ceremonias y se habían aprontado los discursos y quiénes los pronunciarían: ignotos intendentes, enarbola-dos profesores de secundaria y personalidades del arte en general prepararon piezas orato-rias, papeles compungidos repletos de palabras culposas. “Hojarasca irritante”, dirá César Tiem-

po de todo eso. Las cenizas luego fueron condu-cidas hacia Montevideo y llegaron a altas horas de la noche al Parque Rodó, donde una multi-tud acalorada les dio gran bienvenida, muchos sin saber a quién se estaba homenajeando (un tal Quiroga) mientras la banda sinfónica inter-pretaba “Tristán e Isolda”. Un maravilloso texto de Alfredo Mario Ferreiro publicado veinte años después en las páginas de Marcha rememora con emotividad y humor el viaje de los restos del salteño desde Buenos Aires hasta su descanso en suelo natal.

A la mañana siguiente la urna salió temprano en un ferrocarril –el Águila Blanca– hacia la ciudad de Salto, parando en varias estaciones, entre ellas la Midland de Paysandú, donde se repitió lo de Colonia, aunque con más efusividad. La urna esperó quietita los homenajes de la Intendencia, del liceo departamental y del Ateneo, y en ningún momento se durmió. Más tarde, la delegación se dirigió hacia el norte. Las túnicas almidona-das de los escolares se ponían en fila al pie de cada escala, al costado de las vías del tren que traía las cenizas de un escritor. Al llegar a Salto el recibimiento fue deslumbrante, tanto que se suspendió el día de festividad de Carnaval para que la gente se uniese al cortejo fúnebre de más de cinco mil personas. La urna se llevó en carrua-je por el centro de la ciudad y en la noche nueva-mente (cosa insólita) fue conducida hasta el panteón familiar. Quiroga, sin quererlo, atrave-saría por fin el umbral hacia el mito. Quiso despe-rezarse para apreciar su nuevo hogar dentro del canon de las letras nacionales (terreno por el cuál peleó en antiguas batallas de papel y tinta, y que a veces ganó) pero estaba entumecido por el largo viaje. Giró su cuello de madera de algarro-bo hacia la multitud espesa y entre tanto aplauso algo atinó a decirles, algo que todos escucharon, pero que me resulta imposible imaginar.

13 cuentos magistrales, de Horacio Quiroga, fue uno de los libros con los que Irrupciones Grupo Editor salió al mercado en 2010. Con selección y prólogo (una breve biografía con toques de ficción) de Felipe Polleri, los relatos compilados se ubican exclusivamente en el escenario de la selva, por lo que quedan afuera clásicos como “La gallina degollada”.

Juan Carlos Onetti escribe una semblanza de Quiroga entre cariñosa y ácida: sugiere que como novelista era buen cuentista, descalifi-ca a quienes lo criticaron diciendo que se trata de “un cruce misteriosamente fértil entre dos viejas prostitutas llamadas envidia y ambición” y dice que sus cuentos están construidos de manera impecable. El artículo puede leerse en http://www.onetti.net/es/node/541.

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Jorge Bonica, el bocón

En las reuniones de El Boulevard, siempre, sin saber por qué, terminábamos hablando del semanario El Bocón: de alguna de sus tapas, de sus denuncias impactantes, de sus títulos llamativos, de su creador, Jorge Bonica. Sergio se obsesionó con los detalles, con saber, y nosotros también. Un día dijo que quería hacerle una nota a Bonica y por un segundo pensamos que era una joda, pero hoy es nuestra primera tapa de 2013. Un perfil de Jorge Bonica podría centrarse en sus aspectos más bizarros y delirantes, pero Sergio se encontró con un periodista convencido de llevar la independencia –lo que él entiende por independencia– hasta la gesta de repartir cientos de semanarios en una moto diminuta o hasta la tragedia irónica de seguir trabajando incluso después de un infarto que lo dejó (sí, a él, al bocón) meses sin poder hablar. Por Sergio Pintado

Cruzaron la plaza lentamente y, ya en su habita-ción, él comenzó a llorar. Mirtha –siempre Mirtha– le dio la idea: “¿Por qué no sacás un semanario? Lo único que podés poner sin que nadie te lo impi-da es un medio gráfico, porque los políticos nunca te van a dar una frecuencia de radio a vos que le pegás a todo el mundo”. “Si yo no sé ni escribir... lo mío siempre fue hablar”, le respondió Jorge Bonica a su señora.

El Bocón sale todos los jueves y se vende a 60 pesos en los kioscos de Montevideo. Según Bonica se imprimen 4.000 ejemplares. Cuesta no sorprenderse con sus tapas. Letras mayúscu-las, muy grandes y combinaciones de colores que disgustarían a muchos diseñadores gráficos son el acompañamiento de títulos no menos llamativos.

El Bocón es Bonica. “Mirá, ése sos vos”, dijo su esposa Mirtha cuando de viaje en la localidad peruana de Mokewa se toparon una edición de El Bocón, un diario deportivo de Perú. Bonica deci-dió “tomar prestado” (por decirlo sutilmente) nombre y logo para una sección de su Semana-rio Lavalleja en la que publicaría “todos los chis-mes que aún no estuvieran confirmados”. Como sirviéndose de su enorme boca, poco a poco El Bocón se fue comiendo al Semanario Lavalleja hasta ser lo que hoy se vende en los kioscos.

Pero Bonica no fue siempre El Bocón y el particu-lar reportero reconoce que también estuvo “del otro lado del mostrador”. “Yo era un periodista convencional. Aceptaba las reglas de juego. No te digo que fui servil o mercenario, que es algo con

Foto: Agustin Fernandez

lo que agredo mucho a otros colegas, pero traba-jé en grandes medios como Radio Oriental, Carve o Montecarlo”, deja en claro apenas comienza la charla. Sin embargo, ya se desmarcaba de sus colegas. “En todos lados chocaba porque siem-pre trataba de pasar los límites, por personalidad y porque si no lo hacés no estás haciendo perio-dismo”, defiende, dando su propia definición del oficio: “En el periodismo tenés que decir todo, lo bueno y lo malo, siendo independiente y plural”.

Oveja negra

Si hay algo que caracteriza a la carrera periodísti-ca de Jorge Bonica es haber sido echado de todos lados, según él, por traspasar todos los límites que se le imponían. Como

POR LA BOCA VIVE

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tantos, Bonica dio sus primeros pasos en el perio-dismo de la mano del deporte. En 1971, cuando tenía 18 años, participaba de las transmisiones de la Vuelta Ciclista en Radio Sport, junto a Héctor Gallego Regueiro, el nombre más destacado del relato ciclístico uruguayo.

Pero el despegue mediático de Bonica se dio en la década del 90, mientras vivía en Miami. Apro-vechando su estadía en Estados Unidos, era una especie de corresponsal del programa que en ese momento conducía Omar Gutiérrez (un “queri-do amigo”) en Radio Carve. “Yo llamaba a Omar y salía todos los días contando lo que pasaba en Estados Unidos”, explica, y remarca que ya se caracterizaba por su estilo “creativo y audaz”.

En 1994 Bonica regresó a Uruguay y fue Omar Gutiérrez quien le “abrió la puerta de su progra-ma”. “Empecé a hacer una especie de móvil que poco a poco fue tomando más protagonismo. Yo me pasaba de la línea siempre y todo el tiempo quería ir un poquito más, hasta que me echaron”.Pero como la historia de El Bocón está repleta de oportunidades que surgen en el momento justo, Pablo Fontaina, en ese momento director de Radio Carve, llamó a Bonica cuando su salida de Orien-tal aún era reciente. “Fontaina me decía que me seguía desde que salía desde Miami, que quería renovar la radio y que mi estilo le venía al dedillo”.

La etapa en Carve fue quizás el punto más alto de la carrera de Bonica, al menos en cuanto audien-cia. En una de las AM más populares del dial, se convirtió en el conductor de El puente imagina-rio, un programa que, en tiempos en que internet era algo extraño, conectaba a los escuchas con sus familiares fuera del país.

El programa se volvió exitoso rápidamente; Boni-ca se sentía a gusto y no parecía probable que el idilio se rompiera fácilmente. Sin embargo, antes de comenzar el ciclo el conductor había puesto una única condición: que no hubiera personajes de la política en su espacio.

“No me ensucie el programa”, le contestó a Fontaina cuando le propuso que el senador colo-rado Pablo Millor tuviera un micro, aprovechan-do las altas audiencias. Sin embargo, el espa-cio le fue otorgado y el senador cometió el peor error que podía cometer: intentar decirle a Boni-ca lo que tenía que hacer. Antes de comenzar el programa, el legislador le presentó al conductor una lista con las preguntas que debería hacer-le. “Usted me tiene que preguntar esto y no salga de eso”, le ordenó. La reacción de Bonica fue tremenda. “Usted es un atrevido y yo le voy a preguntar lo que quiera”, le dijo al aire. Toda-vía recuerda su indignación por el episodio: “Me calenté tanto que le dije que ya no lo iba a entre-vistar nada”.

“No hablé nunca más en Carve”, concluye. Tras el altercado, Bonica ni siquiera pudo terminar

Jorge Bonica”, preguntaba –con un solo signo de interrogación– y respondía el propio Bonica.

Fueron solamente cien ejemplares de seis páginas que Bonica y Mirtha vendieron en mano en tan sólo un día. Mientras él iba por una vereda ella iba por la otra, hasta quedarse los dos sin más semanarios.

El Semanario Lavalleja fue creciendo con cada número, hasta llegar a un tiraje de 500 ejempla-res y duplicar la cantidad de páginas. Era febrero de 1996 y la publicación comenzaba a tener sus primeros suscriptores mensuales. El matrimo-nio detrás del semanario seguía repartiéndo-los, ahora ya con la ayuda de una moto en la que salían también a cobrar. El crecimiento también incluyó el cambio de nombre a El Bocón, un poco forzado por el inesperado éxito de lo que en prin-cipio era una sección.

Al poco tiempo de empezar, Bonica recibió un llamado desde el departamento de Rivera. Un riverense le aseguró que el departamento “nece-sitaban un Bocón” y a Bonica –según sus propias palabras– se le “prendió la lamparita”. “Me fui a Rivera y puse otro semanario allá. Hacía dos semanarios, uno de Minas y otro de Rivera, con la intención de, al mes, juntarlos”, recuerda, y agrega que luego de la unificación el semanario “empezó a explotar como una bomba en todos lados”. Así, en pocos meses El Bocón ya tenía suscriptores en “cinco o seis departamentos”.

Bonica ya estaba dedicado exclusivamente a la redacción, edición y, con la ayuda de Mirtha, a la distribución. La rutina era brutal: “Los jueves viajaba a Montevideo a buscar el semanario porque era un tiraje de miles que no se podía imprimir en el interior. Desde Montevideo me iba en ómnibus a Minas, donde repartíamos 800 semanarios uno a uno, dividiéndonos las zonas y repartiendo en dos motos. A las ocho de la noche nos tomábamos otro ómnibus hacia Tres Cruces y de ahí otro a las doce de la noche hacia Rivera. Al llegar teníamos otras dos motos esperándonos y repartíamos otros 800 semanarios. A la media-noche salíamos de nuevo para Montevideo para llegar a las siete y a Minas a las once”.

El tiempo hizo que El Bocón se consolidara en Lava-lleja y Rivera y se hiciera conocido en otros depar-tamentos. De pronto las extenuantes rutinas en ómnibus dejaron paso a otra forma de distribución: Bonica ya tenía una camioneta Renault Traffic con la que viajaba, con Mirtha y cuatro vendedores, hacia la localidad tacuaremboense de Curtina, donde comenzaban la venta. De ahí, la “tropa” –según la define– partía hacia Tranqueras, en Rivera, para pasar luego por las localidades del mismo departa-mento Minas de Corrales y Vichadero.

El interior, especialmente la zona nores-te del país, parecía territorio ya conquista-do por El Bocón, pero Bonica tenía otra obse-sión: Montevideo. “Ahí está el poder”, decía.

el programa. En la tanda, Fontaina lo llamó a su despacho, le comunicó que estaba despedido y le pagó ahí mismo su liquidación. “De repente me encontré en la calle Mercedes con un cheque por bastante guita, creyéndome Superman, diciendo ‘yo soy bueno, tengo audiencia, lo que digo es fantástico y no lo dice nadie, soy el mejor vendedor de publicidad en el país y no le tengo miedo a nada. Que se vayan a la mierda y que se metan Carve en el orto’”.

Con estos pensamientos recorriendo su mente, Bonica no esperó y caminó los pocos pasos que lo separaban de radio El Espectador, creyendo que las cosas serían más fáciles de lo que fueron.

“Ahí empieza la historia de El Bocón”, puede decir a ciencia cierta ahora.

La huida a Minas

“En aquel momento dije: ´Uruguay es un país de mierda. Nos vamos. Acá no hay libertad de pren-sa ni libertad de expresión. Vámonos de nuevo para Miami’”, repitió Bonica. Su esposa, la incan-sable Mirtha, lo convenció de quedarse y poco después surgió la inesperada invitación de Juan José Volante, entonces director de Radio Lavalle-ja, para radicarse en el departamento.

Volante ofreció todo lo que tenía a su alcance para llevarse a Bonica. Empezó con un fin de semana con todo pago para que el periodista y su esposa conocieran Minas, siguió con un aparta-mento amueblado a su gusto y terminó pidiéndo-le que colocara “la cifra que quiere ganar” en una servilleta para cerrar el acuerdo. Bonica pidió el 50% del negocio y decidió su exilio en Minas, donde por primera vez “manejó” una radio.

Un día Volante no lo dejó ni siquiera entrar a la radio y decidió terminar el vínculo porque el conductor “ganaba mucho”. Seis meses después de llegar a la emisora, Bonica se encontraba otra vez sin trabajo.

La experiencia radial sería el último fracaso en la carrera de Bonica y el empujón definitivo para que naciera El Bocón.

El Semanario Lavalleja

Pocas horas después de que Mirtha le sugiriera probar con una publicación escrita, Bonica ya estaba en un ómnibus rumbo a Montevideo para inscribir el Semanario Lavalleja ante el Ministerio de Educación y Cultura. “Juro que pensé que iba a durar un mes porque no tenía guita”, recono-ce ahora, y confiesa también que la publicación nació “como una venganza”, para “poder decir todo lo que hay que decir”.

El primer número salió el 2 de febrero de 1996 y su tapa ya marcaba la cancha: “Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? Sí, lo juro.

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En cancha grande

Que El Bocón pudiera encontrarse en los kioscos de la capital demandó un proceso que comenzó en el año 2000 pero recién se concretó en 2004 y que, como no podía ser de otra manera, estu-vo acompañado de irregularidades descubiertas por el propio Bonica.

“Por junio o julio del año 2000, con Jorge Batlle como presidente, me resuelvo a conocer cómo era Montevideo comercialmente hablando. Ahí me entero que la distribución es un monopolio”, cuen-ta Bonica sobre el episodio que lo llevó a conocer el nicho de poder de Eddie Espert: la venta de diarios y revistas en los kioscos de la capital.

El nombre de Espert llegó por primera vez a los oídos de Bonica cuando intentó dejar algunos semanarios a consignación en un puesto de venta. Decidido a conocerlo, le llevó cinco o seis edicio-nes. “Esto se vende como pan caliente”, le asegu-ró el mismísimo Espert y no mintió. Días más tarde le confirmó que se habían vendido todas las ediciones, aunque con una respuesta inesperada: “No me lo traigas más, no te lo puedo vender”.

Para Bonica no hacían falta demasiadas expli-caciones. “Otra vez el poder, otra vez el centra-lismo”, se dijo y reconoció que el título “Batlle bagayero” con el que había iniciado su aventura montevideana podría haberle jugado en contra. De hecho, aquel número dedicaba siete páginas a contar cómo el entonces presidente contraban-deaba ganado y maquinaria agrícola en Rivera con la complicidad de un diputado local.

Cuatro años después, con el primer gobierno frenteamplista, Espert tuvo un gesto que posibi-litaría el surgimiento de una amistad con Boni-ca. Previendo que las reglas de juego cambia-rían, el magnate canillita llamó al director de El Bocón para preguntarle si todavía editaba su “pasquín”. “Ahora sí te lo distribuyo”, le dijo y la publicación comenzó a ocupar un lugar en los kioscos. “Espert es un hombre con códigos que se hizo en la calle y tiene palabra. Además nunca se metió conmigo ni me dijo ‘con fulano no te metas´. Lo más que hizo fue aconsejarme que me tomara un café con alguien para que lo conozca”, asegura Bonica.

El estilo Bocón

Competir de igual a igual con los grandes diarios montevideanos, los semanarios de investigación y las revistas de chimentos obligaba a cambiar la estrategia. Había que vender, había que llamar la atención y eso Bonica lo tenía claro.

“Posiblemente quien vea las tapas de El Bocón y no me conozca piense que soy un anormal, un loco, porque esas tapas revientan todo, molestan, son agresivas y sensacionalistas. ¿Pero sabés qué pasa? Si no hago la tapa así no vendo un diario en Montevideo”. Bonica no puede ser más claro en sus conceptos a la hora de justificar la línea estéti-ca y editorial que su publicación fue adoptando un poco a la fuerza, un poco por convicción. “Si hago la tapa igual a la de El Observador voy a ser uno más y yo lo que quiero es que la gente lo mire”, reconoce, pero además no tiene reparos en asegu-rar que “si alguien lo hojea se hace adicto”.

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Escribir como se habla

Entre las particularidades de El Bocón está el estilo coloquial de sus notas que no ocultan rasgos de la oralidad, producto del “innovador” método utili-zado por el periodista para completar las 16 páginas cada semana.“Ahora aplico un nuevo método que me apasiona porque no escribo más y sin embargo lleno todo el semanario”, explica Bonica,y presenta a su hijo de 18 años al que califica como “un genio”. “Yo ando con el grabador y voy llenando las páginas. Grabo y empie-zo: ‘Nombre del archivo, número de la edición’ y comienzo la nota. La dicto a una velocidad tal que mi hijo no tiene necesidad de retroceder jamás la grabación y demora en transcribir el mismo tiempo que yo en hablar”.El secreto de Bonica le permite llenar una página en 14 minutos y, al regre-sar a su casa, tener todos los archivos ya desgrabados en su computadora. Le queda nada más titular la nota, elegir una foto y ya está lista para ser publicada.

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le tomáramos fotos dentro del local-, dejando en claro que no es desconocido en la zona. También lo conocen en el Centro Comunal de la zona, ofici-na que frecuenta para –como no puede ser de otra manera– denunciar irregularidades en el barrio. De hecho, los vecinos aún recuerdan cuando una tarde colocó una torta debajo de un foco de la calle que, precisamente hacía un año, se encontraba roto. “Le festejé el cumpleaños”, cuenta con natu-ralidad, aunque disfrutando sus excentricidades.

Hoy, a punto de cumplir 60 años y sin saber qué será de su semanario sin él, Bonica no oculta su orgullo de que El Bocón subsista gracias a la venta de sus ediciones. Vive en Carrasco, junto a Mirtha, y maneja una camioneta que costó 31.000 dólares. Asegura que la tiene porque se la ganó, trabajando y ahorrando desde los 17 años. Según él, eso lo diferencia de los personajes que llenan sus páginas.

Bonica es así. Un tipo extraño y un periodista más raro todavía, pero con una envidiable convicción sobre cómo debe ser el periodismo. Sus lentes, su bigote o su boca y la forma en que narra cada una de sus peripecias hacen difícil no prestarle atención.

El Bocón es barato y se agota rápido en los quios-cos, pero eso no implica que tantas toneladas de denuncias se hayan perdido para siempre. En la web del semanario (www.elbocon.com.uy) hay un archivo desactualizado pero valioso de edicio-nes en PDF. Además, el sitio ofrece información actualizada sobre Rivera y Lavalleja y hasta una transmisión de video y audio que el propio Boni-ca realiza cada tanto.

hay intención de hacer plata, esos muchachos jóvenes que son periodistas o tienen la vocación puedan tener la marca y desde su propia casa ser El Bocón de su pueblo”.

La intención de Bonica es que cada semana-rio tenga autonomía, aunque deberá entender “la filosofía” del semanario para evitar “que se transforme en otra cosa”.

La preocupación por el futuro se reforzó cuan-do, hace poco más de un año, un infarto cerebral amenazó a alejar a Bonica de la actividad periodís-tica. “Es un milagro que yo esté acá, hablando”, dice. Y, sinceramente, su pronunciación no hace presumir que haya perdido totalmente el habla hace no mucho tiempo.

“Tuve la mitad del cuerpo paralizado”, recuerda, y cuenta cómo estuvo una semana internado y aún así El Bocón no dejó de salir. “La parálisis se me fue al sexto día de forma milagrosa, porque la mayoría de la gente queda torcida, babeando y haciendo fisioterapia, cosa que yo no necesité. Durmiendo me vino y durmiendo se me fue”.

Más allá del carácter milagroso de su recupera-ción, el episodio estuvo cerca de dejar secuelas imborrables. De hecho, pasó dos meses y medio sin poder hablar, algo chocante para el director de un semanario llamado El Bocón. “Un neuró-logo vino y me dijo que no iba a volver a hablar nunca más y cuando me dieron el alta dije ‘mala suerte, no hablaré nunca más’”, cuenta, para luego agradecer a la foniatra que –prácticamente obligada por Bonica a asistir a su casa todos los días– le enseñó a hablar casi desde cero.

Durante la entrevista, realizada en el interior de una confitería de Carrasco, las empleadas del local llaman a Bonica por su nombre en más de una ocasión –una de ellas para advertirnos que no

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Sin perder el juicioEntre todas las cosas que El Bocón le dio a Bonica se encuentra el dudoso honor de convertirse en un visitante habitual de juzgados. Por sus artícu-los en el semanario debió afrontar 65 juicios civiles, con sus consiguientes 314 audiencias. “Es casi un año ente-ro preso, porque siempre estás como diez o doce horas en los juzgados”.

Los cambios en las tapas, a su vez, acompañaban un proceso interior: el camino hacia consolidarse como un semanario estrictamente de denuncia. “Yo no quería que fuera así. Quería un periodístico real, sin color político, pero se transformó porque la gente que ya no encontraba en La República el diario donde denunciar empezó a venir a El Bocón”, comenta. “Yo nunca le fallé a nadie. Ha venido gente a denunciarme a mí y le he dado el espacio. Le contesto, eso sí, pero le doy el espacio”.

El futuro

“Mirá, la verdad es que el día que Bonica no tenga más fuerza, no tenga más ganas o se muera El Bocón no sigue”. Así de claro lo tiene aunque aclara que su deseo es otro. Es que la dependen-cia del semanario con su figura y la incidencia del paso del tiempo lo hizo comenzar a pensar alter-nativas para que la criatura continúe con vida más allá de su Frankenstein.

Profesionalizarse fue una de las posibilidades, casi en contra de la propia naturaleza bocona. “Crezco como empresa, alquilo una redacción, pago tres periodistas, un fotógrafo y crezco. Todo bárbaro, soy una empresa cada vez más grande. Después pongo una recepcionista y mi oficina en el fondo con alguien antes que sirva de filtro para que no me molesten”, comienza a imaginar Boni-ca, pero detiene el plan para remarcar en voz alta: “No, lo odio”. Y es que una de las reglas de oro para él es “no terminar de nuevo en el sistema”.

La búsqueda llevó entonces a Bonica a soñar con un sistema inusual para una publicación uruguaya. Tras seis meses de recibir asesora-miento, se encendió la lamparita y comenzaron a tomar forma las franquicias de El Bocón. Sí, al mejor estilo McDonald´s. “Mi idea es crear una red nacional, de forma de que en cada departa-mento, pagando un precio simbólico porque no

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LA CHARLACamino a la Antártida

El hecho de que América del Sur sea hoy un lugar al que personas de todo el mundo viajan buscando oportunidades puede ser sorprendente, pero el mundo guarda destinos todavía más inesperados. Federico Bianchini, una de las plumas más destacadas de la nueva crónica latinoamericana (o sea, el género que cuenta historias de verdad con tanto encanto como si fueran mentira), viajó hasta Bariloche para acompañar a un grupo de reclutas, militares y civiles argentinos en el curso preparatorio para viajar a la Antártida. Una crónica para aprender a no quejarse tanto del invierno uruguayo. Por Federico Bianchini

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—Si nace el hijo de otro, estamos contentos. Compartimos la emoción, ¿se entiende? Ese día, en la Antártida, todos somos tíos—. Nadie habla. Sopla viento helado.

—Si a mí no me gusta la cara de Coria, listo, quedó ahí. No voy y le digo a uno “che, no me gusta la cara de Coria”, porque sino se empieza a generar mal clima, ¿entienden? Y allá el clima que generamos entre todos es importantísimo. Llega un recluta rezagado, dice “permiso” y se suma en silencio a la reunión.

Los reclutas escuchan de pie, hay 55 del Ejército y nueve de la Marina. Hace frío. Son las seis y media de la tarde y aquí, a unos 700 metros de la cumbre del Cerro Tronador, el sol empieza a ponerse. Sentado sobre una piedra, el encargado del curso del Comando Antártico Guillermo Aguilera pide atención y dice que va a dar una charla.

—Somos una gran familia. Si nos enteramos que el familiar de alguien fallece, todos estamos tris-tes. Por más que ese alguien nos caiga mal, no vamos a poner la música fuerte—. Alguno asiente.

—En la Antártida no es como acá, que uno come lo que paga. Acá, si tengo ganas de jamón, voy al supermercado y me compro un kilo, o dos. Allá, no. Allá incluso se comen cosas mucho más ricas. Hay cocineros excelentes pero hay que aceptar lo que toca comer. Y digo esto porque una vez, en un desayuno, alguien bastante desubicado pregun-tó: “¿Por qué todas las mañanas con las tostadas en vez de manteca se come margarina?”.Participan en el curso que el Comando Antártico da a oficiales y suboficiales que aspiran a pasar un año en el llamado continente blanco. Algunos

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dirán después que buscan desafío; otros, cono-cer el intrigante paisaje, y también están los que quieren escapar de la rutina —un carpinte-ro cordobés contará que desde hace años viene haciendo los mismos muebles, sillas iguales, mesas iguales; dirá que no le vendría mal cambiar el paisaje—, y los que ambicionan el prestigio y puntaje que la estadía en el inhóspito lugar les sumará al legajo. Todas estas motivaciones van acompañadas de la económica, un plus de 1.400 dólares que, mes a mes, se les sumará al sueldo por trabajo de alto riesgo.

—Nosotros nos vamos. Pero tienen que tener en cuenta que las personas que se quedan acá deben seguir haciendo sus cosas. Entonces si uno llama al mediodía a su casa porque tiene ganas de hablar con su esposa y no la encuen-tra, no tiene que pensar -como suele pasarnos- ¿dónde habrá ido?, ¿con quién estará? Porque ella se va a encargar de su trabajo, o de llevar a los chicos al colegio o al hospital. Ustedes tienen que estar tranquilos, sin maquinarse la cabeza. Lo mejor allá en la Antártida es trabajar. Porque si uno tiene tiempo libre, piensa, y si piensa mucho termina maquinando. Es difícil, pero con el tiempo uno encuentra la forma: hay que ordenar el destornillador para un lado y, meses después, ordenarlo para el otro.

El curso dura casi ocho meses. En la primera etapa, que es teórica, se ven “los conocimientos para desplazarse, sobrevivir o brindar primeros auxilios en el continente Antártico”. Los alumnos aprenden técnicas de escalada en roca y en hielo, a construir helipuertos, a hacer señales tierra-ai-re y a mantener un refugio fuera de la base, entre otras tareas. La segunda etapa, durante la que transcurre esta nota, se realiza en el glaciar del Cerro Tronador, en Bariloche. En este lugar se pondrá en práctica lo aprendido en la fase ante-rior. Mañana, por ejemplo, los reclutas saldrán con sus crampones a practicar cómo caminar en el hielo. Irán encordados en hileras de a cinco. Estarán atentos: si uno cae deberá gritar “caigo”. El resto se tirará al piso, clavará su piqueta en el hielo y se asegurará para tratar de impedir que todos terminen en el fondo de una grieta.

En la tercera etapa, en Buenos Aires, los reclutas irán al aula para instruirse en historia, geografía, geología, climatología, biología, medio ambiente y hasta deontología antártica, a cargo de un cura. Luego vendrá el perfeccionamiento por especia-lidades: el cocinero aprenderá cómo administrar la comida que tiene, cómo calcular qué cantidad de fideos necesitará para una cena de 75 personas (a razón de 80 gramos por individuo, un total de seis kilos), o cómo cocinar con huevos deshidrata-dos (en la Antártida, tanto la yema como la clara, vienen en polvo). Los mecánicos aprenderán a arreglar motos sky y snowcats; los de comunica-ciones, cómo reparar una antena; harán cursos de electrónica. Los enfermeros, de anestesia, odon-tología, laboratorio y cirugía. Los carpinteros, de

construcción de trineos y de arreglo de todo lo que sea de madera.

Las bases deben ser totalmente independientes. El entrenamiento se completará con jornadas, semi-narios y conferencias, además de la parte física. Entre los reclutas no hay soldados ni servicio de limpieza. Por turnos lavan ollas, platos y cubiertos.

—Sepan que durante un año no van a poder a hablar por teléfono para solucionar ningún problema. En la base van a estar aislados. Por ejemplo: la tarjeta de crédito. Denles un poder a sus esposas para que ellas puedan resolver las cosas desde acá.Uno de barba candado pone cara de circunstancia.—Los que tienen deudas: cuidado. Si no las cancelan, es posible que al volver se encuentren con que, después de un proceso de hipoteca, sus familias hayan perdido la casa. Así que ahora, en cuanto lleguen a Buenos Aires, vayan solucio-nando estas cosas. Para que cuando viajemos no surjan inconvenientes.

Por año, el comando antártico recibe más de 600 solicitudes de todo el país. La preselección de reclutas se hace en base al legajo y a los comen-tarios de los superiores. En setiembre y octubre se eligen a los que irán a algunas de las cuatro bases del ejército. Los instructores aclaran que terminar el curso no implica aprobarlo. Habrá que ver las notas. Quienes consigan el punta-je suficiente se someterán a exámenes físicos y psicológicos. Alguien con problemas de corazón no podrá viajar. Alguien que no esté psíquica-mente equilibrado, tampoco. Un depresivo en la Antártida podría ser un problema enorme. Para sí mismo y para el grupo.

Luego de los exámenes, como medida preventi-va, a todos los militares que viajan se les saca el apéndice. En junio, julio, los operan en el hospital militar. A los civiles que van les hacen firmar un papel en el que se sugiere la extracción y además de deslindar responsabilidades se explica que operarse en la Antártida no es lo más seguro.—La preparación mental es muy importante. Cuando uno está solo piensa en los hijos, la familia, todo lo que dejamos en nuestras ciuda-des. Ahí es donde tiene que intervenir el grupo, actuar para levantarnos. La convivencia es difí-cil, es verdad. Hay distinta mentalidad, distin-tas edades, distintos pensamientos, y ustedes vienen de provincias diferentes. Y el aislamien-to maximiza los problemas. Algo que acá puede pasar desapercibido allá puede transformarse en algo conflictivo. Pero hay que ser conscientes de por qué estamos ahí y, entonces, actuar en consecuencia.

Más allá de las aptitudes que se evalúan en las prácticas, los instructores dicen que el trato de los reclutas con sus compañeros y superiores es fundamental para aprobar el curso. Solidari-dad, respeto, compañerismo en esta selección

pueden valer más que un excelente desempeño físico. Un año lejos de la familia y los amigos no es poca cosa.

—Ustedes tienen que hablar con sus esposas para que ellas entiendan la magnitud del viaje y sepan cómo transmitirles las cosas por teléfo-no. Porque si su hijo tiene un resfrío, o se lleva una materia, quizás es mejor que se lo cuen-ten a la vuelta. O que los llamen un día y se los digan todo junto. Porque las cosas insignifican-tes allá se potencian y pueden parecer urgentes. Y las preocupaciones, cuando uno está lejos, se agrandan.

Termina la charla. Algunos de los reclutas se van a sus carpas. Otros se reúnen en torno a uno de los instructores, el suboficial Luis Cataldo, que cuenta una anécdota que grafica hasta qué punto en la Antártida son necesarias la paciencia y la tolerancia.

—Yo entrenaba todos los días, de 19 a 20.30, con un compañero. Después tomábamos mate juntos. Un día, al año y medio de empezar, vino y me pidió por favor que no le hablara más. Bueno, le dije, ¿pero vamos a seguir entrenando? Sí, respondió. Y durante un mes y medio entre-namos juntos sin dirigirnos la palabra. No nos hablábamos. Sólo hacíamos ejercicio. Después volvió a hablarme. Pero nunca le pregunté qué había pasado. Desconozco si hubo algo que le molestó. Creo que si hubiera querido contárme-lo, lo habría hecho.

Los encargados caminan hasta la carpa cocina para buscar la comida del día. Hoy hay guiso de lentejas. Oscurece. Sopla viento helado.

Bianchini ganó en 2010 el premio Las Nuevas Plumas por “El hombre que nada”, un perfil del escritor argentino Fogwill. El jurado, compuesto por Juan Villoro, Julio Villanueva Chang y Juan Pablo Meneses, valoró el artículo “por cómo estaba escrito y cómo se abordaba a este perso-naje desde una perspectiva diferente”. La nota puede leerse en www.letraslibres.com/revista/convivio/fogwill-el-hombre-que-nada.

Ideado por el periodista chileno Cristian Alarcón, el periodismo anfibio propone borrar las fronte-ras entre la academia, el periodismo y la narra-tiva para generar textos que sean capaces de atacar los temas complejos de la Latinoamérica de hoy. La principal plataforma de esta síntesis es la revista digital Anfibia, de la que Bianchini es subeditor. www.revistaanfibia.com

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Seriefilia/

Netflix, una plataforma de video que ofrece en streaming (un sistema que permite ver videos sin necesidad de bajarlos a la computadora) películas y series televisivas a cambio de una cuota mensual de ocho dólares, decidió ingresar al mundo de las series televisivas. Y lo hizo con House Of Cards, su primera producción original que emitió de una manera novedosa. La compañía, que está operativa en Estados Unidos, Canadá y algunos países de América Latina, decidió que el 1ero de febrero los 13 capítulos de House Of Cards esta-rían disponibles en la plataforma para verlos como y cuando uno quisiera.Lo que hizo Netflix fue nada más y nada menos que adaptarse a los tiempos que corren y a las necesidades de los que ven series. La apuesta establece un precedente que marca que la televisión tradicional, como un medio de retransmisión masivo, podría tener los días contados.

House Of Cards es una remake de la serie inglesa de título homónimo que se emitió en la década de los 90. En la dirección general está David Fincher (Se7en, La red social, El Club de la Pelea), que hizo a un lado la pantalla grande para adentrarse por primera vez en la chica. En House of Cards, Fincher delinea una dirección por la que el resto de los directores que parti-cipan de la serie deciden continuar de manera exageradamente formal, pero que contribuye a crear una espectacular puesta en escena. Entre las actuaciones destacan por encima de todas la de una gran Kevin Spacey y la de Robin Wright, quienes conforman un dúo espectacular y son por momen-tos el verdadero sostén de la serie.

Francis Underwood (Spacey) es un diputado que pertenece a las filas del Partido Demócrata de Estados Unidos y un tipo de político que podría ser catalogado como el peor de todos. O el mejor, depende de cómo uno lo mire. Frank, todo un perro viejo de la política, se siente traicionado cuando su jefa de personal, Linda Vázquez (Sakina Jaffrey), le dice que el recién elegido presidente, Garret Walker (Michael Gill), no va a cumplir su promesa de nombrarlo Secretario de Estado, un puesto para el que Frank tenía reser-vados, además, ciertos intereses personales que involucraban un aumento en el plano internacional del funcionamiento de la organización de caridad que maneja su mujer, Claire (Wright).

A partir de ese momento, con los planes frustrados, es cuando empieza el show de Underwood. Herido, decide hundir al nuevo Secretario de Estado y para ello se vale de las peores artimañas posibles: chantaje, engaños, mentiras, falsas promesas y hasta brindar información confidencial a una periodista infravalorada, Zoe Barnes (Kate Mara), lo que le permitirá gene-rar una letal y manipuladora maquinaria en funcionamiento.

El personaje de Underwood peca, a pesar de su complejidad, de parecer controlar todo, de tener una especie de omnipresencia en incluso aque-llo que se le va de las manos. En ese proceso tan necesario de conocer al personaje, la serie opta por un recurso propio del mockumentary (género del falso documental, típico de series como The Office o Dexter) que nos permite adentrarnos en la mente del personaje y ser cómplices de lo que piensa. Fincher decide que el personaje mire a la cámara y rompa con la cuarta pared, recurso que resulta por momentos exagerado.

En el transcurso de House Of Cards nos adentramos en el juego sucio de la política y la pesada maquinaria estadounidense. En la oscura concepción que se tiene de la política la serie se mueve de manera notable, pero cuan-do se la quiere bajar un poco a tierra para ver cuán “real” es, a uno le queda un sabor más amargo. No es que sea decepcionante, porque está lejos de ello, pero sí que resulta exagerada, grandilocuente, peliculera. Los planes del personaje de Spacey, sus ideas y sus deseos parecen desencajados con la realidad. Y eso en un thriller político es un grave error. Las series de este género tienen que acercarse con mucha firmeza a la realidad. Y es en este punto donde está la mayor falla de House Of Cards.

Resulta inevitable al ver esta serie no acordarse de El ala oeste de la Casa Blanca, o incluso de The Wire en esa temporada o temporada y media que se dedica a desmenuzar la política, las promesas y la campaña electoral. En ese caso, en ambos, sí parece ser la realidad la que habla, pero en el de la producción de Netflix uno parece estar asistiendo a algo que, más allá de su excelencia, no representa del todo bien a una parte (la peor) de la política.

LAS CARTAS SOBRE LA MESA

Foto difusión: Melinda Sue Gordon

Martín Aguirregaray

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Casi siempre que se menciona a Las venas abiertas de América Latina es como parte de un insulto. Asociar a algo con Galeano o con el sesentismo significa en Uruguay decir que ese algo se quedó en el tiempo, que no logra pensar de manera pragmática o sofisticada, o que se pasa de drama o de épica.

En Uruguay, cuando Chávez le regaló un ejemplar a Obama, en lugar de detenernos a pensar la magnitud de su impacto en América Latina, confir-mamos que se trata de un libro para ideaelistas, pomposos, caribeños y pelotudos. Tan extranjero resulta Las venas abiertas... que es ignorado siste-máticamente por las compilaciones de “pensamiento uruguayo”, mientras en “No somos latinos” El Cuarteto de Nos lo identifica, junto con Arisco y Don Francisco, como parte de una identidad latina que nos quieren imponer desde Miami (lo que es irónico dado el rumbo que tomó la banda desde entonces, pero ese es otro tema).

¿Cómo fue que este libro fue expulsado del canon nacional? Conviene sospechar de clichés como “nadie es profeta en su tierra”, de juicios esté-ticos del orden de “Galeano escribe mal” y de juicios personales sobre el autor, que en la pequeña Montevideo siempre abundan. Es que si Las venas abiertas... aspiró en algún momento a ser una obra canónica no fue por sus propiedades estilísticas sino por su impacto político, y si hoy dejó de serlo es por la manera como hoy vemos ese impacto.

A pesar de que no fue publicado hasta 1971, es el libro más fuertemente asociado a las esperanzas desmedidas, la explosión política y la inestabi-lidad general a las que hoy nos referimos como sesentismo. En Las venas abiertas... Galeano lee a los años sesenta, y hasta hoy nosotros leemos a los 60 a través suyo. Por su rol didáctico para su tiempo y para nosotros sobre su tiempo, se puede decir que hizo época.

Es por esto que propongo pensar el exilio de Galeano del canon no por las críticas directas que se le hacen (anticuado, terraja, poco riguroso, aburri-do), sino por la relación que Uruguay, y muy en particular su izquierda polí-tica e intelectual, tiene con los 60.

Para la generación que fue joven en los años sesenta y hoy dirige la izquier-da, el sesentismo es una época de inmadurez que debe ser exorcizada. La revolución debe ser ridícula (y para ello debe ser ridiculizada) hasta tal punto que no tenga sentido preguntarle a quienes la abandonaron por qué lo hicieron. Por ello, el hecho de que la obra de Galeano siga en las libre-rías es un recuerdo incómodo de que no siempre fueron tan sofisticados y pragmáticos.

A Galeano le gusta mezclar los juicios morales, la estrategia política y las afirmaciones sobre el mundo. Es comprensible que esta mezcla resulte molesta para posmodernos, científicos sociales y políticos. Se trata de una mezcla que se puede interpretar de dos maneras: o bien como un pensa-miento mítico precientífico, o bien como un intento de pensamiento en la tradición marxista, con los ojos en la totalidad. No necesariamente son mutuamente excluyentes. En Las venas abiertas... hay una tensión entre realismo socialista y realismo mágico, entre desarrollismo economicista y resistencia pachamámica.

Es cierto que el texto enuncia afirmaciones falsables (que en ocasiones son falsas), pero el funcionamiento del texto no cae por eso, porque simplemen-te no se trata de una obra de ciencia social. Los personajes y los dramas de Galeano no son más verdaderos ni más falsos que las peripecias de Ariel y Calibán que escribió José Enrique Rodó. La diferencia es que Rodó tiene derecho a estar en el canon porque no tiene el mismo significado incómodo para el mainstream de la izquierda política e intelectual que tiene Galeano.

Curiosamente, Las venas abiertas... tiene más del neodesarrollismo que sirve hoy de ideología oficial de lo que parece. No se trata de un libro que cultive fantasías ni utopías extrañas. De hecho, en varias ocasiones se lamenta de cosas que podrían contrariar a Astori, Mujica o a la CEPAL (Comisión Econó-mica para América Latina y el Caribe), como que las ovejas británicas eran órdenes de magnitud más productivas que las uruguayas.

La diferencia es que Galeano y su época intentaban articular la preocupa-ción desarrollista con una historia, una moral y una épica, mientras que el neodesarrollismo se intenta aislar como práctica científica de la gestión. Se trata de un desarrollismo alienado, privado de su sustancia política.

A través del rechazo (justificado estética o científicamente, no importa) a Galeano se rechazan en bloque y por transitiva una época y una manera de pensar que decían políticamente la producción. Que vivían la tensión entre resistir la economía que destruye o desarrollarla para que provea. Que reclamaba la política y la historia de manos de los técnicos.

Probablemente ya sea tarde para rehabilitar a Galeano, y probablemente también sería una batalla irrelevante, pero tener más cuidado al pensar en lo que perdemos cuando ridiculizamos la época, la política y el pensamien-to que su obra representa podría mejorar un poco los términos en los que pensamos nuestro propio tiempo.

Opinión / VOLVIENDO A LEER LAS VENAS ABIERTAS

Gabriel Delacoste

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La columna puntiaguda /Sucumbiendo antel proyectoGrande es la polémica que se ha instalado en la opinión pública en torno al anuncio, por parte de Carolina Ladescosse, de la construcción del complejo Antel Arcilla en el predio de Avenida Italia entre Santana y Mariscala, hasta ahora esporádicamente ocupado por circos Beto Carrero e instalaciones semejantes (1). Se trata de un proyecto que convertirá esa amplia manzana en un centro de deportes y actividades culturales de grandes dimensiones, aunque los impulsores proponen que se trate de disciplinas deportivas poco ortodoxas y de manifestaciones artísticas originales que no tengan cabida en el mainstream local.

De este modo, en lo relacionado con el deporte, se prevé la inclusión de un estadio para torneos de lucha de pulgares (2), un gimnasio especializado en adelgazamiento de delanteros brasileños llamados Ronaldo (3), una pista para carreras de embolsados (4) y un campo de entrenamiento para etarras (5).

Algunos conocidos deportistas de disciplinas más populares no consideradas en este emprendimien-to han expresado su parecer en los medios. “Lo de la lucha de pulgares lo metieron a dedo”, opinó el joven Jim Morrison Varela, queriendo hacerse el gracioso. Y agregó: “Además, no entiendo por qué no tendríamos lugar los futbolistas, si nosotros hacemos más por la cultura del país que todo el resto del sistema. Aparte, mi nombre de ídolo musical y mi labor deportiva encajan divinamente con la idea de integrar ambos ámbitos”. Por su parte, el ciclista en retirada Milton Wynants criticó lo de las carreras de embolsados: “En Paysandú siempre he tenido que entrenar en el corredor de mi edificio, ¿y acá quieren darse el lujo de no hacerle un lugar al ciclismo? Una de dos: o el gobierno lleva adelante un complot anticiclístico o Mujica simpatiza con los embolsados porque asocia las bolsas de arpillera con las tatuceras”. Por último, el lateral mirasol Matías Aguirregaray manifestó: “Yo soy vasco y algún tiro al arco me ha salido para el banderín del córner, pero eso no significa que esté de acuerdo con el terrorismo. De hecho, odio más a los terroristas que al Mono Pereira (6). Por eso no me parece bien lo del campo de entrenamiento para la ETA”.

En cuanto a los espacios destinados a lo artístico, la presidenta de la compañía estatal informó que la idea es construir un teatro dedicado exclusivamente a espectáculos de títeres de pana (7) y una sala que sólo sería habilitada para actuaciones de murgas rochenses y para conciertos acústicos de Franny Glass. El músico montevideano se mostró agradecido, aunque dejó lugar a interpretaciones varias: “Yo agradezco el espacio que quieren brindarme, pero no pasé durmiendo el invierno para que el Antel Arcilla sea así”. Por su lado, las murgas rochenses no realizaron ningún comentario público. Algunos consideran que ese silencio puede deberse a la inexistencia de tales conjuntos.

También en el área cultural, el Antel Arcilla contaría con una escuela de música para ancianos termi-nales (con licenciaturas de cuatro años y varios posgrados) y se abriría una mediateca noventófila con álbumes de Guns N’ Roses grabados en casetes TDK de 90 y con revistas que contengan cualquier tipo de información relacionada con penales errados por Roberto Baggio. Es en torno a estas últimas ideas que han intervenido decididamente algunas figuras políticas. El diputado pelirrojo Fitzgerald Cantero expresó: “Yo tengo un pariente en estado terminal y quiero que se muera y deje de sufrir, no que estu-die dirección de orquesta”. Desde filas nacionalistas, el almorzador (8) Jorge Larrañaga dijo a la revista Paula: “Yo tengo un pariente italiano y no me gusta que se burlen de Robertino”. Pero el oficialismo debió defenderse enérgicamente ante los medios de prensa. Así fue que Carlos Rodríguez, electricista de la sede central del Frente Amplio, respondió con agresividad: “¡¿Por qué carajo me preguntan a mí?!”.Lo cierto es que, más allá de la caña bajada por actores sociales diversos, la construcción del Antel Arcilla comenzará el mes próximo. El diseño estará a cargo del arquitecto Constantino Malgusto y la construcción será dirigida por la empresa Endeble S.A., la misma que perdiera la licitación para la edificación de la Torre de las Telecomunicaciones por haber presentado, como único anteceden-te profesional, la fabricación de una casa para perro. Sin embargo, Ladescosse afirma que podemos estar tranquilos y que, “si alguien falleciere por algún desprendimiento edilicio, la Empresa de Comu-nicación de los Uruguayos pondrá coto al patrocinio de agrupaciones carnavalescas y utilizará esos fondos para abonar las indemnizaciones correspondientes”. Que me disculpen mis familiares, pero a mí no me vendría nada mal toda esa guita.

Javier Zubillaga (9)

(1) Allí también hubo parques de diversiones y leprosarios (en una época, incluso convivieron ambos).(2) Que se llamará Estadio Grimm, en honor a los hermanos que inmortalizaran la historia de Pulgarcito.(3) Que se llamará Gimnasio María Beatriz, en honor a la novia del futbolista carioca.(4) Que se llamará Pista Wall Street, en honor a la famosa bolsa de valores.(5) Que se llamará Campo Volkswagen Passat, en honor al último automóvil que hizo volar la ETA.(6) Maxi Pereira es quien, en la selección, le pelea la titularidad en ese sector de la cancha.(7) Que contaría con unas diez mil butacas.(8) ¿O es senador?(9) Estudiante de historia de la agricultura antártica.

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Mientras que con El Boulevard nos desquiciábamos en la entrega de los proyectos del Fondo Concursable para la Cultura del MEC, sentados ahí en plena Ciudad Vieja, con nervios de haber perdido papeles, entrevera-dos entre tanto formulario, nos enteramos que un grupo de estudiantes de Letras en Facultad de Humanidades estaban presentando un proyecto que nos dio curiosidad. Con el tiempo nos fuimos enterando de más cosas: a algunos de ellos los habíamos cruzado en Facultad y a otros en bares; unos integraban proyectos que nos habían llamado la atención (la editorial La Propia Cartonera, la revista Caracú, el Encuentro de Literatura y Cine) y otros colaboraban en El Boulevard. Eran Lucía Germano, Diego Recoba, Gabrie-la Rama, Deborah Rostán, Débora Quiring, María José Olivera, Jorge Fierro, Federico Giordano y Agustín Banchero.

Al tiempo nos enteramos que ganaron el Fondo. Nosotros también lo gana-mos y gracias a eso pudimos cumplir con el fetiche del papel por segun-do año y renovar El Boulevard para su segunda temporada, de la que éste es el primer número. El proyecto se llama Ya te conté y busca investigar la literatura rioplatense reciente (de los noventa en adelante, período que los creadores consideran poco estudiado por la academia local) desde un sitio web (www.yateconte.com) con entrevistas, rescate de artículos viejos y publicación de otros nuevos, más una serie de encuentros. En enero albo-rotaron Valizas (Uruguay), en abril agitaron Buenos Aires (Argentina) y en junio curtieron Punta del Este (Uruguay). Reunieron a escritores argentinos y uruguayos a charlar y a tomarse una juntos, entre ellos y con los lectores.

Un dato interesante es que los organizadores no son o no se presentan como escritores. Son investigadores o gente interesada en que se hable sobre lite-ratura, así que no se puede hablar de un ámbito endogámico. Al contrario de las lecturas de poesía que podemos ver en bares y librerías de la capital (cuya asistencia suele rondar un 100% de poetas) el público de Ya te conté está formado por literatos pero también por periodistas, estudiosos, edito-

res, profesores, gente que no entra en ninguno de esos grupos pero está inte-resada en lo que se está escribiendo y gente que llega de casualidad, porque los encuentros buscan eso, que la gente se acerque. Para ellos también escri-bimos nosotros: para los que quieran arrimarse.

En los encuentros se armaron mesas redondas que reunieron a periodistas y escritores que hablaron de literatura y cine, literatura y sexo, literatura y periodismo, literatura fuera de la capital, literatura y cultura pop, editoria-les independientes, entre otros temas.

Además, Ya te conté busca hablar de literatura desde un lugar un poco sepa-rado del imaginario que rodea a la reflexión sobre literatura mediante una escritura que busca la sencillez y que mantiene distancia con la densidad académica; en los encuentros, la barra que vende grappamiel y las fiestas de cierre al ritmo de Gilda y Karibe con K hablan por sí solos. “La literatura es una fiesta” es la frase que serpentea entre puestos llenos de libros coloridos y botellas vacías. Tal vez nos gusta Ya te conté porque vemos reflejadas muchas de las cosas que nosotros también buscamos hacer con la revista.

Nos pareció interesante intentar generar algo en conjunto. La idea va a aparecer en futuras revistas: junto a la gente de Ya te conté vamos a traba-jar una nota por número sobre temas relacionados a la forma de escribir, difundir, leer y pensar sobre la narrativa reciente. Contar de qué se trata la investigar en la carrera de Letras, presentar a escritores contemporáneos, reflexionar acerca de fenómenos editoriales.

Con los encuentros y con el intercambio en la web se demostró que existe la nece-sidad de hablar y escribir sobre esto, o por lo menos, que hacerlo da sus frutos.

Hay un interés de moverse, digamos. Y eso nos gusta, porque nos gusta la gente inquieta.

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piánYa te conté: reflexiones futuras sobre literatura reciente

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ilustración

RAFAEL BARRADAS X MATÍAS BERGARA

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