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El noble visigodo Atanarik recorre elnorte de África buscando tropasbereberes para iniciar una campañacontra el corrupto reino de Toledo.Recuerda su huida de la corte,perseguido por un asesinato que nocometió y acompañado por unasierva vascona, Alodia, a la quetiempo atrás había rescatado de unsacrificio infame. Más tarde, tras lacaída del reino, en las montañas deVindión, en la cordillera asturcántabra, un antiguo gardingo realse levanta, a la cabeza de susfieles, contra el gobernador

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Munuza. Entretanto, en el Pirineo,la población vascona se enfrenta alnuevo poder opresor. En medio delas guerras y la intriga política, lahistoria de amor de la sierva Alodiahacia el noble visigodo Atanarik seva desarrollando como un río depaz en un momento caótico de lahistoria de la península Ibérica.

El astro nocturno es una narraciónépica con elementos legendarios enla que se entremezclan las intrigaspolíticas con un misteriosoasesinato y una guerradevastadora.

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María Gudín

El astronocturno

Trilogía Goda: Parte III

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ePUB v1.0Mística 23.05.12

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Título original: El astro nocturnoMaría Gudín, 2011.

Editor original: Mística (v1.0)ePub base v2.0

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A mi madre

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AT-TARIQ

El astro nocturno

¡Considera los cielos y lo que viene denoche!

¿Y qué puede hacerte concebir qué es loque viene de noche?

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Es la estrella cuya luz atraviesa las tinieblasde la vida,

pues no hay ser humano que no tenga unguardián.

Sura 86

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PRÓLOGO

En nombre del Dios Clemente yMisericordioso, la bendición de Diossea sobre Nuestro Señor Muhadmmad ysu familia.

Yo, Ahmad ben Muhamad ben Musaal Razi, recogí las noticias de laconquista de las regiones que ocupan eloccidente del mundo, el lugar máslejano, las tierras en las que el sol seoculta.

No sé si son leyendas. No sé si sonrealidad.

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Yo, Ahmad ben Muhamad ben Musaal Razi, os relato, mi Señor, lo que halléen las crónicas de tiempos antiguos.

¿Qué diré de aquel tiempo pasado enel que un reino cayó de la noche al día?

Nadie conoce lo que allí ciertamenteocurrió.

¿Qué diré de la historia de unhombre que surgió como el astronocturno, para brillar un instante ydiluirse en las sombras? ¿Qué diré de lahistoria de un hombre que iluminó lasluces del alba para desvanecerse ante elfulgor del sol matutino? ¿Qué diré de lahistoria de un hombre que fue unaestrella de penetrante luz?

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Pocos han cambiado la historia delmundo de la manera en la que él lo hizo,movido al inicio por la venganza;después, por el honor de Tu Nombre.

¿Qué diré del que se le opuso? ¿Quédiré del incircunciso que descendía deun hada?

Él, incircunciso, fue el sol de unanueva mañana.

Guardaos, mi Señor, delincircunciso, del hombre que desciendede un hada. Guardaos del hombre enquien se cumplen las profecías.Guardaos de aquel que causó la ruina delos fieles al Único.

¿Qué diré de la copa sagrada?

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La que abate los corazones torcidos,el vaso del poder, el cáliz que da lasalud.

¿Qué diré de la mujer que no cedióante nadie, que resistió como una roca?

Ella es la guardiana, la que hallevado el peso del amor y del dolor ensu alma.

¿Qué podremos decir de la mujerque fue asesinada?

El rastro de la mujer muertadesencadenó una guerra cruel.

Yo, Ahmad ben Muhamad ben Musaal Razi, contaré la historia de lashazañas de mi pueblo, la historia deaquellos que vivieron en un tiempo

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lejano y cambiaron los destinos de unreino.

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I

El hombre del desierto

Estas tribus del Magreb no tienencomienzo y nadie sabe dónde acaban; siuna de ellas es destruida, muchas otras lareemplazan; ni siquiera las ovejas quepastorean son tan numerosas como ellasmismas.

Carta al califa de Damasco,del gobernador del Norte de África,Hassan al Numan (en torno al 710)

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1

El Oasis

Las dunas doradas se mueven al solaventadas por un aliento cálido. Unhombre solitario avanza bajo la luzcegadora del desierto; apenas un puntoblanco sobre la mancha negra de uncaballo. Delante y detrás de él, lasdunas cambian su forma, borrandocaminos nunca antes ni despuéshollados. El jinete maneja con manofirme las riendas, azuza al animal y le

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clava las espuelas en los ijares,evitando que se hunda en la arena blandadel erial sin fin. En un día de calorinmisericorde, desbordante de luz, el solderrite la tierra. El guerrero suelta unarienda para colocarse el turbante;después, con la mano, se protege unosojos grandes, de pestañas negras, clarosaunque oscurecidos por el dolor y larabia. Otea en lo lejano. En lainmensidad ambarina le parecevislumbrar un espejismo rojizo. Eldestello cárdeno trae a su mente lasangre de ella.

Galopa con cuidado sobre las dunasmientras tornan a su imaginación los

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hermosos rasgos de la que un día élamó, una mirada que ha cesado ya parasiempre y que nunca volverá a ver, quele acariciaba no tanto tiempo atrás.Durante aquellos meses pasados, elrecuerdo de ella se le ha desdibujado enla mente. Ahora, al divisar el resplandorcárdeno, la herida se reabre y vuelve aser dolorosa. El jinete aprieta lamandíbula, tragando amargura. Debeolvidar, si no lo hace, siente que puedevolverse loco. Ahora su misión esbuscar justicia, hacer pagar al asesino suculpa y devolver al reino del que huye,la paz. La ilusión cede, las dunasretornan a su retina. Se endereza en el

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caballo e intenta divisar, en el horizonte,el oasis con el asentamiento bereber.

Lentamente, al acercarse, descubrearbustos de mediano tamaño y, poco másallá, palmeras oscilando grácilmente enel cielo luminoso del desiertoinabarcable; después, cuando seaproxima aún más al oasis, distingue lastiendas de los bereberes, unos paloscubiertos por paños, pieles y ramajes.

El jinete desmonta, ata su caballo auna palmera, y se encamina hacia latienda más grande. Le salen al paso unasmujeres medio vestidas, de piel cálida ypechos gruesos que se desdibujan bajolas túnicas finas, un griterío de voces

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agudas de niños y las exclamaciones debienvenida de los hombres del desierto.De la tienda más grande, al fondo delpoblado junto al agua, asoma un hombrecon turbante y velo que cubre su faz, eljefe de los bereberes, un hombre antequien el forastero se inclina.

El jeque bereber le observa con ojosgrandes, castaños, pestañosos yamables, que le escrutaninquisitivamente; después, le saluda concierta solemnidad, hablándole en unalengua que no es la propia, un latín torpey deformado, lleno de sonidos guturales.

—Bienvenido a la morada deAltahay ben Osset. ¿Quién eres? ¿Cuál

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es tu linaje?—Me llamo Atanarik, he cruzado el

estrecho muchas lunas atrás, mi linaje esgodo…

Altahay se pregunta quién será aquelforastero, que atraviesa el desierto sintemerlo. Dice ser un godo, pero suaspecto no es tal. Un hombre alto yjoven, herido quizá por algo en supasado.

—¿Qué buscas en el desierto?—Busco hombres que quieran

luchar. Busco a Ziyad, al hijo deKusayla…

Un brillo de curiosidad late en lamirada del jefe de la kabila pero su

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rostro reseco no se inmuta, mientras ledice:

—Aquí no lo encontrarás. Ziyad espoco más que una leyenda… —Altahayhunde su mirada en lo lejano, más alláde los hombros de Atanarik, mientrasrecuerda— … el hombre al que adoptóla Kahina, la Hechicera… El hombre alque le transmitió su magia… El guerreroinvencible que posee el secreto delpoder. No. Ziyad no es más que un héroelegendario entre los bereberes…

Atanarik impacientándoseligeramente le replica.

—Ziyad es real y debo encontrarle.Me han dicho que sabes dónde está.

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—No… —el bereber duda si debeseguir hablando—, ignoro dónde seoculta. ¿Por qué piensas que conozco elrefugio de Ziyad?

—Me envía Olbán. Fue él quien meindicó que tú podrías indicarme dóndemora Ziyad.

Al nombre de Olbán la expresión delbereber cambia, aquel noble godocomercia con los bereberes, custodia elestrecho, Altahay no quiere enfrentarse atan poderoso señor.

—¿Olbán, el señor de Septa?[1]

—Sí.—¿Te envía a atravesar el desierto,

solo, sin una escolta?

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—Salí de Septa unas semanas atrás.Al atravesar las montañas del Rif, sufríuna emboscada y la escolta que meacompañaba se dispersó. No eranhombres fieles, ni aguerridos en lalucha. Necesito gentes que sepan luchar,hombres que me sean leales… Ziyad melos proporcionará; es muy importanteque le encuentre, y tú sabes dónde está.

El jeque desvía la conversación deltema que le interesa al godo, necesitaasegurarse de que aquel hombre es defiar.

—Se dice que Olbán de Septa se haalzado frente al dominio de los godos…¿No eres tú uno de ellos?

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A lo que Atanarik le contesta:—Yo y muchos otros de mi raza nos

hemos rebelado frente a la tiranía delusurpador que ocupa el reino godo.

Altahay ben Osset analizadetenidamente al hombre que solicita suayuda. Por las caravanas que cruzan eldesierto hacia el reino perdido junto alrío Níger, al bereber le han llegadorumores de lo que está sucediendo enHispania, el país del pan y los conejos,el lejano reino más allá del estrecho,regido por los visigodos, unos guerrerosprocedentes de un lejano lugar, muy alnorte de las tierras conocidas. Se diceque los godos cometen todo tipo de

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desmanes y atrocidades; por eso, elbereber les ha imaginado como ahombres grandes, de cabellos claros yactitud prepotente, los hijos de una castade tiranos. Sin embargo, aquel hombreque, descansando la mano en la espada,se yergue frente a Altahay, no pareceuno de ellos; es un guerrero alto y fuerte,de piel clara, pero ahora bronceada porel sol del desierto como la de cualquierbereber. Los ojos son aceitunados, algovelados por el dolor, pero no muestranorgullo ni crueldad. Altahay intuye queno es peligroso; además, le obliga eldeber de protegerle por haberlesolicitado asilo. Esboza una sonrisa e

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inclina la cabeza, diciendo:—Nuestra hospitalidad te acoge por

esta noche. Mañana deberás partir.—Y… ¿Ziyad?El bereber calla durante un instante,

cavilando hasta qué punto deberíarevelar a un extraño el refugio del jefebereber.

—Dicen que se dirigió hacia elreino Hausa…[2] que quizá se oculta enlas montañas de Awras… [3] —Altahayse expresa de un modo impreciso—.Ahora has de descansar, más tardehablaremos.

Con una palmada, el jefe de losbereberes, llama a la servidumbre para

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que atienda al recién llegado. Losesclavos le conducen hacia una tiendacercana a la charca, donde se acomoda.El suelo está mullido por alfombras denudos y, en las paredes de lona, seapoyan amplios almohadones bordados.Todo huele a almizcle y a especias; alfondo de la tienda, un recipiente debronce sobre un infiernillo, exhala humoblanquecino y oloroso; a un lado, unapalangana con agua donde Atanarik selava las manos y se refresca la cara y elcuello. Después el godo se retira elturbante, mostrando unos cabelloscastaños y cortos; un semblante defacciones rectas, con barba joven y

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escasa; en la mejilla, una señal oscura,estrellada, como un lunar grande.

Rendido por el viaje, agobiado porel calor del día, se recuesta sobre losalmohadones pero no llega a dormir,está intranquilo.

Cuando se levanta y sale de latienda, el sol ha iniciado su descenso.Se dirige al manantial en el centro delcampamento bereber. Una nube perdida,aislada en el cielo, se refleja en el aguadel oasis. La corriente mana del suelo yse remansa en el lugar para, después,desaparecer bajo tierra. No es una pozaenfangada sino un venero de aguaslímpidas donde afloran las corrientes

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subterráneas del desierto. El godo serelaja apoyándose en una palmera. Bajosu sombra, los esclavos del bereber lesirven vino y dátiles. Atanarik bebesediento, después mordisquea sin ganaslos dátiles; transcurre perezosamente eltiempo. De pronto, en un instante, el solse esconde. Atanarik se sigueasombrando por la celeridad delcrepúsculo en aquellas tierras australes.El sol apenas ha rozado la arena deldesierto, cuando desaparece delhorizonte. En el ocaso luce aún un fulgorrojizo, la tierra se vuelve oscura, elhorizonte es purpúreo.

Al salir las estrellas, se alza el fuego

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en el oasis, las mujeres preparanalimentos y el olor suave de la carne yel mijo guisados se extiende por elcampamento. Le conducen al lugardonde Altahay cena recostado entrealmohadones, cerca del fuego; Atanarikse inclina en un saludo protocolario,antes de sentarse junto a él. Se escuchanlas notas de la flauta y el tambor. Unamúsica suave, que se va transformandoen cada vez más intensa y rítmica, sealza entre las llamas. Pronto, el godo seabstrae contemplando a aquellasmujeres libres —tan distintas de lasdamas de la corte de Toledo— beduinasque danzan con descaro ante los

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hombres. Atanarik las observa paradespués fijar su vista en el cielo.

La noche se ha tornado fría, lasestrellas parecen formar palabras,figuras, un acertijo que quizá quieraseñalarle algo. Sobre el horizonte brillaun astro de luz penetrante, la primeraestrella del ocaso. Sumido en lacontemplación del firmamento, apenasescucha a Altahay que, junto a él, asumesus deberes de hospitalidad; al fin, elgodo encauza su pensamiento hacia eljeque cuando éste comienza a hablar deaquel hombre, una leyenda entre losbereberes, al que Atanarik estábuscando.

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—Conocí a Ziyad, el guerrero que esuna leyenda para nosotros, losbereberes… Ambos éramos jóvenes,creo que tendríamos la misma edad quetú tienes ahora, cuando nos enfrentamosa las tropas árabes. Las capitaneaba unhombre valeroso, Uqba ben Nafti, elconquistador árabe del Magreb, uno delos más grandes generales del Islam.[4]

Le llamaban el Africano porque cruzó yconquistó todo el Norte de África desdeEgipto hasta el Atlas. Destruyó Cartagoy fundó Kairuán en la provincia deIfriquiya.[5] Tras sus campañas se dijoque los árabes eran invencibles, porquederrotaron una a una todas las tribus

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bereberes. Sólo Kusayia, el padre deZiyad, y, tras la muerte de éste, su hijo,prohijado por la Kahina, les han hechofrente con éxito.

—¿Sabes dónde se oculta Ziyad?¿Sigue teniendo hombres que luchen a sulado?

—Creo que sí. Hace poco uno de suslugartenientes atacó las costas hispanas,pero él se oculta… Si un día Ziyad selevantase en armas, todo el Magreb leseguiría… Yo, el primero de ellos… —Altahay calla un momento y luegoprosigue— tal es su prestigio.

Atanarik fija su vista atentamente enel bereber; quizás algún día, aquel

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hombre, Altahay —cuyo nombresignifica «el audaz guerrero»—, luche asu lado. Atanarik desea conocer másacerca de Ziyad pero el jeque, al hablardel legendario caudillo bereber, se tornaparco en palabras. En la conversaciónse hace una pausa más larga que Altahayaprovecha para observar al forasterocon detenimiento, fijándose en lapequeña mancha que marca la cara delgodo. Al fin se dirige a él,preguntándole:

—¿Por qué tú, un godo, buscas aaquel de quien los bereberes nosgloriamos?

Atanarik alza los ojos, aquellos ojos

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claros y oliváceos, aquellos ojos en losque se mezclan las razas.

—Porque es… mi padre.Altahay muestra una actitud de

admiración y reverencia al hijo de aquelque es un héroe para los hombres deldesierto.

—Debí suponer que tenías algúnparentesco con él. Tienes su señal en lacara, la señal de la familia de Kusayla.

Atanarik se pasa la mano por lamancha que le marca la cara desde niño,un lunar grande, la señal que un día leavergonzó y de la que ahora seenorgullece.

—¿Cómo puede ser que Ziyad tenga

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un hijo… un hijo godo, un hombre delNorte…? —el bereber inquiere.

Atanarik se recuesta entre losalmohadones.

—Te contaré una historia.Altahay le observa con curiosidad y

expectación; al bereber le gustan lashistorias; le agrada sentarse junto alfuego y que le narren antiguos relatosque él, a su vez, contará, modificándolosy transformándolos hasta que un día seconviertan en leyendas.

—Como bien me has contado, antesde que yo naciera, los árabesprocedentes de Egipto cruzaron elMagreb enfrentados primero a los

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bizantinos, después a los asentamientosgodos de la costa y, por último, a losbereberes del Atlas, a quienescomandaba Kusayla, el padre deZiyad…

Altahay recuerda bien aquel tiempoen el que las tribus bereberes delMagreb se enfrentaron a un poderosoenemigo: los árabes recién convertidosal Islam que avanzaban por el Norte deÁfrica. Por eso le interrumpe, diciendo:

—No pensábamos que Uqba, elárabe, fuese a llegar hasta el Atlántico nique atacase el Sahara, enfrentándose anosotros los bereberes, nos sentíamosresguardados por el desierto y por las

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montañas del Atlas. En esta tierra no hayriquezas, somos nómadas, guiamoscaravanas, los bereberes que habitan lasmontañas pastorean ganado…

El jeque se detiene, quizá pensandoen su pueblo. El godo prosiguehablando:

—En un principio el árabe no ibacontra vosotros, los bereberes. Creo queUqba quería cruzar el estrecho ydirigirse a Hispania. Pero al llegar aTingis,[6] el jefe de la plaza ygobernador del área del estrecho, elhombre que me envía a ti, Olbán deSepta, impidió el paso de los árabeshacia las tierras de Hispania y lanzó a

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Uqba hacia el sur, contra los bereberes.Supongo que sabrás cómo el condeOlbán logró desviar el ataque delárabe…

—Se dice que hizo un pacto conellos.

Atanarik asiente:—Sí. Abandonó Tingis y hubo de

refugiarse en Septa. Después, conpromesas de riquezas y oro, Olbándirigió a los musulmanes hacia el Atlasy hacia los territorios del Sus,enfrentándoles a los bereberes. El condede Septa protegió Hispania porque, enaquel tiempo, estaba en buenasrelaciones con la dinastía reinante entre

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los godos. Olbán siempre ha sidocomerciante, su fortuna es inmensa, yademás de proteger a los godos queríamantener la paz para salvaguardar susintereses económicos en el estrecho, susnegocios con las tierras del Levante,Egipto y Asia. No quería que el reinogodo fuese atacado, ni tampoco unaguerra desastrosa para el comercio. Paraevitarla y desviar a los árabes hacia elinterior de África, el conde Olbán rindiótributo a Uqba y le pagó con oro, joyas,caballos y esclavos. Además, comoprenda de amistad, Olbán le entregócomo esposa a una bella mujer, suprohijada, originaria de una antigua

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familia goda. La mujer llevaba con ellauna cuantiosa dote en joyas y objetospreciosos. Su nombre era Benilde…

Atanarik, melancólico y en voz algomás baja, murmura:

—Aquella mujer era mi madre.El joven forastero enmudece. Se

escucha el crepitar del fuego. El bereberle observa atentamente, pero nointerrumpe su silencio. DespuésAtanarik prosigue relatando la historia:

—Sin embargo, el destino de mimadre no iba a estar entre los árabessino entre los bereberes… A su regresohacia su cuartel general en Kairuán,Uqba recogió en Septa a su futura

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esposa, y envió por delante al grueso desu ejército, por lo que se quedó conpocos efectivos. Fue un error. En suretirada hacia Ifriquiya, Uqba fueatacado por Kusayla, quien le venció.Uqba murió en el combate y Kusayla sehizo con todo el botín que llevaba elárabe. De esta manera, Benilde pasó deser la futura esposa del gobernador deIfriquiya a la cautiva de Kusayla…

Altahay, que le escucha cada vezmás interesado, ahora recuerdaclaramente aquel episodio de la guerraentre los árabes y los bereberes:

—Yo participé en la escaramuza enla que murió Uqba, fue en Tahuda.

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Recuerdo que tomamos prisionera a unamujer, una mujer muy hermosa.Repartimos el botín, y Kusayla se quedócon la mujer como rehén. No sé qué fuede ella.

Atanarik se lo explica lentamente,recordando con melancolía aquelloshechos anteriores a su nacimiento:

—Al descubrir que Benilde era unpersonaje de alcurnia, una goda parientedel conde Olbán de Septa, Kusaylaintentó negociar su canje. Lasnegociaciones se retrasaron y,entretanto, Kusayla murió por heridas dela batalla. Fue el hijo de Kusayla, Ziyad,quien la desposó. El matrimonio apenas

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duró unos meses, dicen que Benilde nosoportaba la dura vida del campamentobereber, ni las costumbres de mi padreZiyad, un hombre con multitud deesposas y concubinas. Cuando llegó elrescate, mi madre, enferma demelancolía, solicitó ser reintegrada a suraza y a su gente. Como recuerdo de subreve matrimonio, Ziyad le regaló unabandera que había conquistado a Uqba,el árabe… —Atanarik se detiene unmomento, pensativo, y luego prosigue—:Es el único recuerdo que guardo de mipadre.

Atanarik introduce la mano entre lospliegues de la túnica y, de una

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faltriquera que lleva junto al pecho,extrae una fina tela de sedacuidadosamente doblada. La extiendeante Altahay. Es una bandera de colorverde, en el centro una media luna y dosalfanjes de hoja curva cruzados entre sí.

—¡La bandera, de Uqba, elconquistador árabe! —se asombra elbereber—, una de las que conquistamosen la emboscada de Tahuda…

—Mi madre regresó a Septa, dondedio a luz un hijo que soy yo. Ella muriócuando yo era aún niño; pero antes departir hacia el lugar de donde no seregresa me entregó la bandera. Me dijoque mi padre había sido un gran

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guerrero y que yo seguiría sus pasos. —Atanarik se detiene y continúa hablandocon orgullo—: Yo soy el hijo deBenilde y Ziyad, una mezcla de razas:godo por mi madre; bereber por mipadre. No conocí a Ziyad, fui educadoen Septa por Olbán, y después enviado alas Escuelas Palatinas de Toledo, dondeaprendí el arte de la guerra. Ahora,graves asuntos hacen que regrese alMagreb y que busque a mi padre parasolicitar su ayuda.

Altahay le observa pensativo. Aquelrelato del godo le trae imágenes de sujuventud, de un tiempo de guerra, eltiempo en el que los árabes avanzaron

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desde el Oriente, dominando a supueblo. Recuerda las banderas árabes alviento, los gritos del invasor queasolaba las tierras del Magreb. SóloKusayla y tras la muerte de éste, Ziyad,les han hecho frente con éxito. Por eso,escudriña con interés los rasgos deAtanarik, siente curiosidad por saberqué es lo que ha traído al hijo de Ziyad alas tierras del Magreb, a la búsqueda desu padre.

—¿Puedo preguntarte cuáles sonesos graves asuntos?

Atanarik le contesta con voz firme,decidida:

—El país de los godos se hunde, la

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peste y la hambruna se han apoderadodel antiguo y aún esplendoroso reino deToledo. Nadie pone remedio al desastre.El actual rey, Roderik, es un usurpador,un tirano al que hay que derrocar, unhomicida que asesinó a la mujer que yoamaba. Son muchos los descontentos. Seestá labrando una guerra civil. Yo hetomado ya parte en ella, necesitohombres que me sigan, que quierancruzar el estrecho para atacar a esereino corrupto. Nos espera la gloria y ungran botín.

Ante estas palabras ardientes, eljeque bereber observa a aquel godo quele habla lleno de pasión. Siente que una

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fuerza emerge de él, un magnetismo en elque Altahay se ve envuelto. Le recuerdaa Kusayla, le parece ver en él a Ziyad,que sigue invicto y ha llegado a dominarel Magreb desde su guarida en lasmontañas del Atlas. Un hombre jovenque quiere cambiar el destino delmundo. Sí, él, Altahay, es también unguerrero y le gustaría luchar junto al hijode Ziyad en esa campaña que seavecina. Atanarik es la cría de un leóndel desierto, un águila que cruza lascumbres, un guía de hombres, unaestrella en el ocaso del reino godo quese alza para brillar con una luz rutilante.

—Eres un digno hijo de tu padre, en

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tus venas corre la sangre de Kusayla. Teindicaré el camino que conduce haciaZiyad. Hablaré de ti a las otras tribus.Te proporcionaré los hombres quenecesitas. Tu padre tiene muchos hijospero ninguno tiene la marca de Kusaylaen su faz, y no creo que ninguno de ellosposea el ardor guerrero que inflama tucorazón.

La luz de la hoguera se apaga, lasbrasas emiten un resplandor tenue. Lasestrellas giran y siguen su órbita en uncielo límpido. El bereber se retira yAtanarik lo hace también a su vez.

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2

La cueva de Hércules

En la tienda encuentra a la mujer queAltahay le ha cedido como muestra dehospitalidad, una mujer morena, una delas esclavas que le observa con timidez.Atanarik no desea gozar de ella. Lasierva le mira sorprendida por elrechazo, y se acuesta a sus pies como unperrillo. El cabello oscuro y ondulado lacubre. Contemplando aquella negracabellera, a su mente regresa una figura

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ensangrentada, un cabello azabacheesparcido sobre un lago de sangre.

Le parece aún hoy, cuando está enlas lejanas tierras africanas, oír denuevo a los hombres del rey, subiendohacia la cámara del crimen y él,Atanarik, sin poderse mover junto a suamada, su amada Floriana. Aún recuerdael frío de la muerte al palpar su suavepiel helada. Al girar el cadáver, pudover las marcas de arma blanca, lasmúltiples heridas rojas que manchabansu túnica, una sangre aún fresca, casipalpitante. Contempló aquel rostro derasgos rectos, de cejas finas y negrasque enmarcaban unos ojos claros de

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pestañas oscuras, su boca carnosa y supiel blanca. La mirada fija de Florianamostraba una expresión de terror ydesesperación.

Los soldados del rey le habríanapresado si una criada joven, una sierva,no le hubiera ayudado. No puede olvidarcómo le había empujado intentandosepararle de Floriana, recuerda el rocetenue de aquella mano tímida, su suavevoz diciéndole: «Debéis huir, mi señor,os culparán de este crimen.»

—¿Quién…? ¿Quién ha sido…? —balbuceó él.

—No, no lo sé… Da igual… Debéisiros.

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Atanarik depositó suavemente elcadáver en el suelo, se levantó yagarrando fuertemente los hombros de lacriada, la zarandeó una y otra vezmientras le preguntaba angustiado:

—Dime quién ha sido, lo mataré…—Os digo que no lo sé; ella discutía

con un hombre… —gimió la sierva,intentando liberarse de él—. No sé dequién era aquella voz… Florianasolicitaba compasión y perdón… Antelos gritos me asomé a tiempo para vercómo la atravesaba una y otra vez con supuñal, pero sólo pude ver una capaoscura y el brazo que se alzaba sobreella con el puñal ensangrentado.

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Después quienquiera que fuese huyó…No pude hacer nada.

Atanarik bramó enfurecido.—Mataré a quienquiera que haya

sido…—¡No! ¡Ahora no podéis! ¡Huid! Por

Dios os lo pido, huid…Los ojos de la sierva le miraban con

consternación, unos ojos claros, colorde agua; unos ojos hermosos y extraños.El, sorprendido ante aquella mirada, lepreguntó.

—¿Quién eres?—Me llaman Alodia. Soy la cautiva

a la que vos amparasteis. Fuisteis vosmismo quien me entregó a mi ama

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Floriana… ¿No lo recordáis?La mente de Atanarik parecía estar

vacía, bloqueada por el dolor. Seinclinó de nuevo sobre el cadáver de laque había amado, rozando con la manosu cabello.

Los recuerdos se diluyen en lainsensibilidad que provoca el sueño. Elcansancio le rinde y cae profundamentedormido. En su letargo, divisa de nuevoel mar que cruzó no tanto tiempo atrás,las velas godas, de color oscuro, lasantiguas columnas de Melkart, la granroca de Calpe que adentra las tierras de

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Hispania en el océano, y el mar azulintenso delante de él, picado por eloleaje. Las costas de la Tingitana, Septay Olbán. En sus pesadillas, le pareceescuchar su propio grito al descubrir elcadáver de Floriana.

Sobresaltado, se despierta. Fuera seescuchan voces. Se lava la cara en ellebrillo y se viste con ropas bereberes.La luz del sol naciente le deslumbra alsalir de la tienda. El campamento se estálevantando. Los bereberes nopermanecen mucho tiempo en un mismolugar. Encuentra a Altahay preparando lapartida de la caravana.

Al distinguir a Atanarik se inclina

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ante su huésped, con reverencia.Después, profiere un grito en su lengua.Un criado se le acerca, es un hombre depiel negra y labios gruesos, de bajaestatura.

—Es Kenan, un hombre valiente…un amigo, me salvó una vez la vida. Leestoy agradecido por ello… Él teconducirá hasta el reino Hausa, allípodrás comprar hombres que luchencontigo, los mejores guerreros deÁfrica. —Los ojos de Altahay brillaronladinos—. El te ayudará pero tú deberásayudarle a él…

—¿A qué te refieres?—Kenan tiene que saldar una vieja

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deuda, que él mismo te contará…Deberás ayudarle si deseas conseguirhombres fieles.

Atanarik se siente interpelado ante laproposición que le indica el bereber.Ahora, Altahay no se muestra ya con laconfianza que le manifestó la pasadanoche; quizá duda de él y de su historia.El godo protesta:

—No tengo mucho tiempo, deboencontrar cuanto antes a Ziyad.

—Desde el reino Hausa podréisencaminaros hacia las montañas delAurés, el lugar donde Ziyad se oculta.

—Según tu plan deberemos ir muy alsur para después desandar el camino

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retornando hacia el norte. Me proponesun largo viaje…

—Lo es; pero, si no es por el sur, nohay otra forma de entrar a salvo en loslugares que domina Ziyad. Además, enel reino Hausa conseguirás hombres quete serán fieles, te aseguro que te va amerecer la pena…

—No podré ir solo.—Irás con Kenan y os acompañarán

algunos hombres más. Te proporcionarémercenarios que buscan un futuro mejorque el desierto.

—¿Podré confiar en ellos?—Como en mí mismo —ahora el

jeque le habla protocolariamente—. Mi

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señor Atanarik, sois el hijo de Ziyad;para los bereberes, vuestro padre es unhombre al que debemos lealtad.

Altahay le conduce hacia un lugar enel campamento en el que unos hombresarmados se están montando sobregrandes camellos. Son en torno a unaveintena de guerreros; unos, oscuros, dela raza de Kenan; otros, de piel clara, dela tribu de Altahay.

Después el bereber, le cambia elcaballo por un camello, que le será demás utilidad en el largo viaje hacia elsur, y le suministra provisiones. Elgodo, por su parte, le recompensa con eloro que Olbán le ha entregado en Septa

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días atrás.

Guando el sol asciende sobre elhorizonte, Atanarik se despide del jeque;éste le dice que quiere combatir junto aél; que se le unirá cuando cruce elestrecho.

El hombre del Norte emprende elcamino hacia el interior guiado por elindividuo de piel oscura. El godo hamontado alguna vez en camello, aquél esun animal dócil. Desde lo alto de susdos jorobas, durante leguas Atanarik sebalancea al ritmo de sus pasos,divisando siempre el mismo panorama,

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un océano de dunas ambarinas, en unerial inabarcable. En lomos de aquelanimal viejo de pelambre deslucida, elgodo cabecea monótonamente.

Sol. Arena. Sol. Más arena.Un cielo sin nubes.Ni rastro de brisa.Sequedad.Calor, un calor que les penetra en la

piel, a pesar de la protección de losmantos bereberes. Al avanzar, loscamellos levantan la arena que lesprecede en su marcha. El guía le sonríe,una hilera de dientes blancos atraviesala faz oscura.

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Ella era blanca, con una piel suave,y unos labios rosados. Floriana… Olbánla envió desde Septa, en las tierras de laTingitana, a la corte del rey godo. Unajoven dama que debía servir junto a lareina. Una mujer hermosa, hermosa einteligente. Quizá fue eso lo que lacondenó, lo que la condujo a serasesinada.

La sierva. Alodia, una mujerextraña, le salvó la vida, posiblemente acosta de la suya propia. Las puertas delas dependencias de Floriana temblabanbajo los golpes de los soldados, se

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escuchaba la voz de Belay, el capitán dela guardia, el hombre del rey, elespathario de Roderik. Alodia arrastrófuera de la estancia a Atanarik, lointrodujo en un pasadizo que solamenteconocían las damas de Floriana y leindicó que avanzase a través de él. Ellase quedó detrás para cerrar la entrada alcorredor y disimularla con un tapiz.Nadie podría saber que allí existía unasalida de la estancia.

Cuando, echando la puerta abajo, laguardia entró, la sierva ya había cerradola entrada del pasadizo y cruzaba elaposento. Corrió hacia la balconadaexterna del palacio, saltó sobre un

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estrecho saliente en la muralla y caminósobre el abismo. Algunos hombresfueron tras ella; otros registraron laestancia sin encontrar la entrada yaoculta. Al llegar a la ventana, lossoldados con sus grandes botas decampaña no pudieron seguir a la siervaque deambulaba sobre el angosto alerodel muro del palacio. La muchacha sedesvaneció entre la niebla nocturna.Sonaron las trompetas, y se escucharongritos que enviaban en persecución deAlodia a la guardia, a los arqueros, paraque la atravesasen desde abajo. Lanoche, oscura y turbia por la niebla, laprotegía. Ella se deslizó, pegada a la

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pared, temblando, y se introdujo por unaestrecha abertura en el muro del palacio.Esbelta como un felino, delgada y ágil,desapareció de la vista de susperseguidores como si se hubieseesfumado en la noche. Se adentró en elpasadizo que rodeaba las estancias deFloriana, descolgando uno de loshachones de la pared, se dirigió haciadonde Atanarik avanzaba perdido en laoscuridad subterránea. La sierva prontole encontró, y él se dejó conducir hacialas profundidades de la tierra.Marcharon deprisa y sin rumbo, huyendode sus perseguidores. Les parecióescuchar a los lejos las voces de los

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soldados, buscándoles, por lo que seinternaron en lo más profundo de la rocaque cimentaba la capital del reino de losgodos, la antigua ciudad fundada porHércules. Se perdieron por aquellostúneles, que parecían no tener fin.Durante largo tiempo caminaron deprisa,todo lo deprisa que les permitía looscuro de los pasajes y lo resbaladizodel suelo, hundiéndose más y más en lasentrañas de la tierra. Las galerías, queen su inicio estaban formadas porbóvedas de cañón y sillarejo, fuerondando paso a la roca madre, una roca decolores extraños, que a menudo brillabaal paso de la antorcha. Se sentían

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enterrados en vida, perdidos en un lugarmisterioso, ajeno a todo lo conocido.

El cabello rubio ceniza de Alodiabrillaba a veces por el resplandor de latea. Llegaron a un arroyo que, habiendolabrado un túnel, descendía hacia elinterior de la montaña, prosiguieron através de él, mojándose los pies. Lahúmeda roca del pasadizo brillaba bajola antorcha. Al fin, se encontraron en unaenorme cueva con una laguna en elcentro, donde desembocaba el arroyo.En el techo, estalactitas alargadas queresplandecían cuando la luz de la teaincidía sobre ellas. En el ambiente serespiraba un hedor insoportable.

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Rodearon la laguna pisando unatierra arenosa. Algo se movió en elagua, formando un oleaje alargado quellegó a la orilla donde se encontraban.Les atenazó una sensación de miedo. Alotro lado de la laguna, en la penumbrase entreveía otro pasadizo que seelevaba; seguramente por allí estaría lasalida. Antes de llegar a él, la luz de laantorcha se reflejó sobre un gozne demetal dorado y una gran puertaentreabierta. No mucho tiempo atrás, elgran portón había estado cerrado porvarias cadenas y candados que ahorayacían en los suelos. Los eslabonesrotos no estaban cubiertos por la

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herrumbre, eran aún brillantes. Lahumedad del suelo no los había aúnenmohecido.

Al verlos caídos por el suelo y lapuerta abierta, Alodia gritó.

—¡No!—¿Qué ocurre?—Lo ha hecho. Roderik ha abierto la

puerta prohibida. Roderik le decía aFloriana que quería entrar en la cuevade Hércules, pero ella le advirtió que nolo hiciese, que el mal caería sobre él.

—¿Cómo puedes saberlo, sierva?—Yo… yo les oía. Floriana no se

fiaba de Roderik; cuando él venía queríaque yo estuviese cerca y yo… yo he

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escuchado todo lo que decían. ¡Venidconmigo! —exclamó ella muy nerviosa.

Penetraron en el interior de laestancia. No era una cueva natural sinouna enorme cúpula, construida medianteuna ingeniería muy antigua y complejapara sostener el gran palacio de losreyes godos. Del techo pendía una granlámpara de bronce con brazos de formasextrañas, con dragones alados yserpientes de las que salían lenguas enlas que había pequeños recipientes deaceite, Alodia encendió uno de ellos conla antorcha y el fuego pasó a lossiguientes, hasta prender toda lalámpara, una luz suave pero límpida

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colmó la estancia. La claridad iluminóel oro, la plata y las piedras preciosas.

Contemplaron las joyas, armas ymuebles de distintas clases y tamaños.Había grandes espadas romanas, yelmosy escudos; baúles entreabiertos en losque asomaban monedas antiguas; marfil,collares, brazaletes, coronas, anillos…Entre tantos objetos valiosos y en elcentro de la cúpula, bajo la lámpara,destacaba una mesa de oro, guarnecidaen esmeraldas. La mesa era de unasorprendente belleza, una tabla de oro yplata, decorada por tres cenefas deperlas de diverso oriente, a las querodeaban múltiples pies de esmeralda.

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Estaba grabada en unos caracteres deuna lengua que Atanarik no supodescifrar, pero que Alodia reconoció.

En el suelo y cerca de la mesa,encontraron un arca abierta; la tapahabía sido forzada, los candados rotos.El interior se hallaba casi vacío,solamente unas extrañas banderas en lasque lucía un símbolo: una media luna ydos alfanjes de hoja curva cruzadosentre sí.

Alodia se asustó aún más al ver elarca abierta y exclamó:

—Todos los males vendrán sobreaquel que osó desvelar el secreto deHércules, su reino será destruido.

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Atanarik percibió el frío delambiente, el misterio, y al examinar lasbanderas, exclamó:

—Son las banderas que mi padre,Ziyad, conquistó…

—¿Las conocéis?—Sí. Las banderas árabes del

pueblo contra el que luchó mi padre. Eslo único que conservo de él, porque fuelo único que mi madre se trajo cuando leabandonó.

—Pues estas banderas —dijo ella—un día ondearán en Toledo y en todas lastierras de Hispania.

—¿Cómo sabes eso?—Yo asistí oculta a las reuniones de

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los conjurados, en las estancias deFloriana. Ellos buscaban esta cueva, quees la cueva de Hércules, vedada paracualquier ser humano. Vos y yo la hemosencontrado pero parece ser que antes denosotros vino alguien y la ha abierto. Laleyenda afirma que el que abra estacámara atraerá sobre sí y los suyos todotipo de males.

La miró desconcertado, él habíaescuchado también aquellos relatos quecirculaban por Toledo, pero le habíanparecido patrañas, cuentos de comadres.

Ella prosiguió:—Por Toledo, siempre ha circulado

una leyenda que he escuchado en

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multitud de ocasiones. La leyenda cuentaque los que construyeron este lugarlanzaron una maldición sobre el hombreque osase profanarlo, el hombre querompiese las cadenas sería entregado asus enemigos. Dentro del cofre, están lasbanderas del vencedor. Roderik hatentado a la fortuna, por eso el destinose cebará en él y posiblemente ennosotros.

Los ojos de Alodia brillaban,sobrecogida por un temor supersticioso.Mientras, el joven godo miró hacia lasriquezas que le rodeaban… Pensó que siRoderik, un hombre avaro y codicioso,había estado allí, habría querido

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llevarse las riquezas, pero no habíaseñales de que se hubiese sustraídonada. El tesoro permanecía allí, alparecer, indemne. Algo había asustadoal rey o a los que hubieran abiertoaquella cueva. ¿Por qué —quienquieraque hubiera abierto la cámara— no sehabía llevado las joyas, el oro, laspiedras preciosas y las riquezas deaquel lugar?

Alodia y Atanarik se miraroncomprendiendo ambos que en la estanciahabía algo siniestro.

En el fondo de la cueva, rodeando altesoro, había restos humanos: un cráneo,unas tibias, y otros huesos… Más allá un

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cadáver en descomposición agarrabacon fuerza una corona de oro, y otro,casi consumido, asía una espada. De allíprocedía la pestilencia que saturaba lacueva.

Atanarik dirigió la vista en derredorsuyo, en el suelo yacía un objeto, unaespada con el pomo en forma deserpiente. Se inclinó pero no llegó arozarlo; en ese momento, se escuchó unruido sibilante. Atanarik se alzó y todoquedó de nuevo en silencio.

—¡No debemos tocar nada! Hay unamaldición ligada al tesoro —dijo lasierva—, ¿Veis los cadáveres? Cadauno de ellos parece haber tomado un

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objeto valioso.Alodia y Atanarik advirtieron de

algún modo el horror unido a aquellosobjetos hermosos, intuyeron el peligrode aquel lugar mágico. Al fin,reaccionaron y, superando larepugnancia que les producía la cámara,salieron de allí; deprisa, sin tocar nada,sin volver la vista atrás.

Bordearon el lago y alcanzaron eltúnel que parecía ascender. Alodiacaminaba delante, dejándose llevar porla intuición. Los angostos pasillos enalgún momento se agrandaron paradespués volver a estrecharse. Olía acerrado, a humedad, además seguía

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percibiéndose aquella pestilencia, amateria muerta y a corrupción. Ahoraascendían continuamente, la salida sólopodía estar más arriba.

Al fin consiguieron abandonar lostúneles accediendo a la parte más altaque comunicaba con los pasadizosutilizados por los criados para dirigirsede un lado a otro del palacio. La jovensierva ahora conocía bien aquellosrecovecos.

Atanarik, mientras la seguía, recordócómo la había encontrado, al borde deun camino que cruzaba un robledal, bajolas montañas pirenaicas. Fue ella quiendetuvo a la patrulla que el joven

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gardingo dirigía, solicitando amparo alos guerreros visigodos. Atanarik laapresó e interrogó, sin llegar a entenderbien lo que ella le contaba, porque suhistoria era confusa. Al regreso a lacorte, se la entregó a Floriana y Alodiadurante varios años formó parte de laservidumbre de la goda.

Floriana alguna vez se había reídodiciéndole a Atanarik que la sierva quele había regalado era una bruja, quepreparaba todo tipo de remedios:pociones para clarear el cabello, parablanquear las ropas, para hacer dormir ocalmar unos nervios alterados. Lamontañesa se ahogaba en el palacio, y

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cuando terminaba el trabajo cotidiano,se escapaba a los campos que rodeabanla urbe; pero, al ocaso, las puertas de laciudad se cerraban. Por eso, Alodiahabía aprendido a sortear a la guardia através de los pasadizos que horadabanla montaña sobre la ciudad del Tagus.Sin embargo, la sierva nunca se habíaatrevido a penetrar en la parte másprofunda de los túneles, los queconducían a la cueva de Hércules, unhedor extraño, la sensación de que habíaalgo maligno en el fondo de aquellaberinto, siempre la había detenido.Sólo ahora cuando los soldados leshabían perseguido, para salvar a

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Atanarik, se había introducido en aquellugar que parecía maldito.

Gracias a su conocimiento de lospasadizos, Alodia era capaz de guiar aAtanarik. Ahora buscaba una salida. Lacriada le susurró que no se hallabanlejos de las estancias reales. Oyeronrisas y voces de mujeres. Siguieron másadelante y llegaron a un lugar en el queel túnel parecía acabar; un callejón sinsalida. Alodia iluminó el frente, en lapared toda de piedra se podía entreverel vano de una puerta cubierto por unatela de estameña, la apartó, y entraron enuna sala de piedra, grande, iluminadacon una antorcha de luz mortecina; en el

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centro, un lecho cubierto con brocado,tapices en las paredes, armarios grandesde madera rodeaban la sala. En unajamuga, una capa y vestiduras dehombre.

Junto al lecho, tirado en el suelo, uncadáver, de espaldas, el hombre nohabía muerto mucho tiempo atrás,porque no estaba todavía en estado dedescomposición. Era un hombre joven,cubierto con la capa que solían llevarlos hombres de la guardia. Atanarikvolvió el cadáver, al verle la caraexclamó:

—¡Gránista!—¿Le conocéis?

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—Sí, es de la guardia, guerreamosjuntos en la campaña contra losvascones. Éramos amigos…

A Alodia le pareció que los rasgosde aquel hombre le eran familiares.Atanarik lo examinó detenidamente,había sido apuñalado poco tiempo atrás.En el ambiente se percibía algopeligroso, como si les rodease unconjuro, una magia antigua yamenazadora.

—¡Vayámonos…! Esta es una nochede crímenes, una noche de maldad.Quienquiera que hubiese matado aGránista puede no estar lejos.

Salieron de la cámara y se

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encontraron en uno de los pasillos delpalacio, muy cerca de las estancias deRoderik. Se detuvieron en una esquina,escuchando, se oían las voces de lossoldados de la guardia: hablaban deAtanarik, le nombraban como el asesinode una noble dama, también comentabande una sierva que había huido, que habíaayudado al homicida.

—Alguien os ha denunciado —dijoella—, alguien que conocía quevisitabais ocultamente a mi ama…

Se deslizaron evitando hacer ruidoporque tras las paredes estaban lasestancias reales, Alodia las conocía,pero dominaba aún mejor los pasillos

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por los que transitaban los criados,corredores ocultos por donde se subíanlos alimentos y se retiraban losdesperdicios. Fuera era de noche. Loscorredores se hallaban vacíos. Sealejaron de las estancias reales.Atravesaron un lugar que se reconocíapor el olor a estofados y potajes. Alodiaentró por una portezuela; al fondo, elhorno iluminaba tenuemente la estanciavacía en la noche. En aquel lugar, dondeella, una sierva en las dependencias delas cocinas del palacio, había fregadohasta sangrarle las manos, o se habíaquemado en los fogones. Mientras laperseguían y huía, pensó que quizá no

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volvería a ocuparse de aquellas tareas, aella también la habían implicado en elcrimen. Por una de las puertas, quecomunicaban con los patios, salieron alexterior. Se encontraron con dossoldados que les buscaban.

Uno de ellos apresó a Alodia;mientras la joven sierva se defendía,Atanarik desenvainó la espada, y seenfrentó al otro. Cruzaron varias veceslas espadas hasta que Atanarik, de unmandoble, le cercenó el cuello. Una vezlibre, se enfrentó al que había atrapado aAlodia. Le golpeó la cabeza con laespada. El soldado de la guardia sedesplomó al suelo inconsciente, cayendo

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sobre la sierva. Atanarik retiró elcuerpo del soldado y ayudó a Alodia aponerse en pie. Ella temblaba, elgardingo le puso la mano en el hombro,como para darle ánimo. Se dirigieronhacia la muralla del recinto palaciego.Un portillo oculto entre ramas, lesimpidió el paso. Alodia intentó abrir lacerradura herrumbrosa pero no fuecapaz de hacerlo, arriba se escuchabanlas voces de la guardia que se acercaba.Apartando a la sierva, con un hábilmovimiento de su cuchillo de monte,Atanarik hizo saltar la cerradura. Fuera,en las calles de la urbe regia, la intensaniebla difuminaba las luces de las

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antorchas en la oscuridad de la noche.«La niebla… —pensó Atanarik—.

Todo lo tapa, cubre la ciudad, tapa elcrimen.»

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3

En el país del solponiente

Las dunas suben y bajan a la par delpaso de los camellos. El godo y loshombres que Altahay le ha facilitado hanatravesado las montañas, lasaltiplanicies de piedra y las dunasarenosas que forman las tierras delSahara Occidental. A intervalos, enmedio de tanta aridez, encuentran

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algunos oasis con agua. El calorsofocante va seguido a veces de fríointenso. Tormentas de vientoshuracanados, cargadas de polvo y arena,de cuando en cuando, barren el terreno,arrastrando todo cuanto no estésólidamente sujeto al suelo, secandotoda vegetación. A menudo, en loslargos períodos de calma absoluta, elaire no se mueve y un calorinconmensurable les rodea.

El camino se ha hecho duro, loshombres, incluso aquellos más avezadosal desierto, han dudado en proseguir,pero Atanarik ha sabido empujar a loscansados, sostener a los vacilantes,

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animar a los abatidos. Posee una fuerzainterior que le hace capitán de hombres,porque es capaz de resistir ante laadversidad sin quejarse, de exponerse alpeligro sin miedo, arrastrando tras de sía los que le acompañan. Quizás elesfuerzo largamente mantenido de unavida difícil le ha hecho fuerte; quizá sujuventud le hace inconsciente; quizás elafán de venganza le impide detenerse ensu fatiga, él no piensa en sí mismo, unúnico objetivo le guía, vengarse yderrocar al tirano.

Al mismo tiempo, en su caminohacia el reino Hausa, va conociendo alos hombres que le siguen. Pastores de

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las altiplanicies del Atlas, mercenariosque han combatido en un lugar u otro,camelleros y guías de caravanas,hombres que un día se unieron al nobleAltahay y ahora él les ha cedido. Trasdías de marcha le siguen sin flaquear,quizá porque intuyen que aquel hombrede ojos ardientes y piel clara, doradapor el sol del desierto, les puedeconducir hacia un porvenir mejor.

Durante el viaje, Kenan, el guía, seha confiado al godo.

—Aunque he sido esclavo, mi linajees noble —le confiesa con orgullo—desciendo del héroe Bayajidda, quienllegó a la tierra de los Hausa, muchos

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siglos atrás. Dicen las leyendas que miantepasado poseía un cuchillo conpoderes sobrenaturales, con él liberó alos hombres del pueblo Hausa del podermaléfico de una serpiente sagrada. DeBayajidda descienden los reyes de lassiete tribus Hausa. Yo pertenezco allinaje del héroe, de mi familia hansalido siempre los reyes de la tribuDaura, la primera y más insigne de todaslas tribus…

Kenan se detiene, en su rostro derasgos un tanto leoninos, de nariz chata yfuerte mandíbula, se observa unaexpresión melancólica. Atanarik leanima con la mirada a que siga

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hablando.—Hace años, hubo una guerra,

Sarki-i,[7] el jefe de uno de los clanesrivales, conquistó uno a uno los sietereinos Hausa. Por último, atacó a losDaura, mi pueblo, y nos venció. LosDaura hemos sido siempre un pueblopacífico que ha vivido de avituallar alas caravanas y del control de los pozosde agua, pero Sarki-i, el usurpador, nosconvirtió en traficantes de esclavos.Sarki-i es un avariento que idolatra eloro, lo consigue vendiendo incluso a loshombres, mujeres y niños de su propiatribu. Es un hombre sádico, un asesino yun caníbal, que disfruta con el

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sufrimiento y come carne humana…El hombre de piel oscura se detiene

unos instantes, cierra los ojos como paraechar lejos de sí los horrores delgobierno del tirano. Tras un instante,prosigue contando su historia.

—Después de la guerra, cuando erapoco más que un niño, fui vendido comoesclavo —ahora Kenan se expresa contristeza— a pesar de pertenecer a unafamilia noble, la más noble entre losDaura. Altahay fue quien me compró,siempre me ha tratado bien y duranteaños le he servido fielmente. Un día lesalvé la vida… en agradecimiento meliberó y me instó a que le pidiese

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cualquier cosa, lo que más desease, queme lo concedería. Le solicité que meayudase a derrocar a Sarki-i. Altahay hatardado un tiempo en cumplir loprometido, pero al fin lo ha hecho. Eljeque bereber es astuto, a la vez quecumple lo que me prometió, os pone aprueba. Sí, creo que Altahay deseaprobaros… Sabe que si sois hijo dequien decís ser, os debe obediencia,pero antes pretende asegurarse de si,además de la sangre de Ziyad, correnpor vuestras venas el espíritu y la fuerzade vuestra familia. Estamos unidos porla misma empresa. Si vencemos en larevuelta, yo recuperaré mi reino, y vos

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tendréis tropas para libraros del tiranoque oprime a vuestro pueblo. Siperdemos, Altahay no pierde nada, hacumplido las promesas para conmigo, ysabrá que vos no tendréis la valía de laraza de Kusayla; quizás incluso muráisen la batalla….

Al escuchar su historia, Atanarikentiende que Kenan y él comparten algosimilar, los dos buscan la venganzacontra un tirano. De aquella empresadepende su porvenir, y el futuro de laembajada que le ha llevado a África,por eso le contesta:

—Necesito levar un gran número detropas, sólo mi padre Ziyad puede

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conseguir el gran ejército que yo y losque me aguardan en Hispanianecesitamos. Pero para lograr llegarhasta él, para cruzar la peligrosacordillera del Atlas, es preciso que meproteja una escolta mayor de la quellevo, guerreros decididos, firmes en lalucha y, sobre todo, que me seanfieles…

—Si vencemos os ayudaré —le diceKenan—. Tendréis en mí un aliado leal.

El hombre de piel oscura es ahora suamigo y Atanarik nunca abandona a unamigo. Años atrás, siendo un jovenespathario real, sintió la soledad y eldesprecio en las Escuelas Palatinas de

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Toledo. Su aspecto extranjero hizo queno le fuese fácil granjearse la confianzade aquellos nobles altivos que acudían aeducarse en la corte, para medrar comogardingos reales. En aquel tiempo,Atanarik tuvo pocos amigos, pero aéstos los apreció mucho y los haconservado siempre.

Kenan avanza delante de él. Depronto, el rostro oscuro del antiguoesclavo se ilumina con una sonrisa quemuestra la dentadura blanca eincompleta; en la lejanía, ha logradodistinguir los muros de una ciudad debarro, la ciudad que le vio nacer, lacapital del antiguo reino Hausa. Detrás,

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las palmeras del oasis sobre el que seasienta la ciudad, un sitio de paso paralas caravanas.

Encuentran una senda que sedesdibuja tras ellos en el desierto, ytermina delante, en las puertas de laciudad. El asentamiento, circundado poruna muralla de adobe y cercado pormultitud de torres, constituye un alto enel paso de las caravanas, una pequeñaurbe sobre el único lugar donde hayagua en muchas millas a la redonda.

El desierto lo rodea todo.

Antes de entrar en la ciudad deben

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entregar un tributo, tras pagarlo solicitanser recibidos por Sarki-i. En las calles,las gentes se congregan a ver al guerrerodel Norte, el de cabellos castaños, el dela mirada verde oliva. Kenan se ocultadiscretamente, intenta mimetizarse entrelos guerreros que acompañan a Atanarikpara que nadie le identifique, para queno le descubran ante la guardia de Sarki-i. Sin embargo, no hay peligro; el pasodel tiempo ha transformado a Kenan deun mozalbete en un hombre maduro que,cubierto por las ropas y velos de losbereberes, difícilmente va a serreconocido.

Una vez cruzada la muralla, se

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adentran a través de calles de casasblancas, encaladas, de un solo piso, conun escalón en la entrada. Algunas estándecoradas con dibujos sobre la pared entonos azul chillón y rojo. La ciudad,poco más que un poblado, es unentramado de calles que conducen haciala plaza principal donde se alza unaedificación blanca, ligeramente más altaque el resto. Los ojos de Kenan brillaniluminando su cara oscura, al reconocerlas gentes, las casas, las calles del lugarque le vio nacer.

Dentro de la casa principal, lesespera el reyezuelo, sentado en unestrado más elevado, con esteras y

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almohadones, cubiertos por pieles deleopardo y de pantera. No muy lejos seescuchan los rugidos de unas fieras,sobresaltando a los hombres queacompañan al godo.

Atanarik le habla con palabras quedeben ser traducidas por un intérprete,solicita su ayuda para atravesar el Atlas.Necesita mercenarios, pero también quese les permita pasar hacia el lugar dondese oculta Ziyad. Sarki-i le escuchaatentamente, al fin responde consagacidad;

—Los Hausa somos un pueblonumeroso, nuestras mujeres son fértilesy tenemos muchos hijos; pero la ciudad

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no puede crecer ya más porque no hayagua; nuestros hijos lucharán a vuestrolado. Tenemos también esclavos quepueden combatir a vuestras órdenes. Oscedemos los hombres que deseas. Acambio queremos oro.

—Lo tendréis.El reyezuelo se levanta cuando le

traducen estas palabras, después seacerca a Atanarik en actitud de súplica.De una faltriquera, el godo extrae unasmonedas de oro. Sarki-i sonríe de modoservil, se inclina una y otra vez anteellos. Después llama a su guardia paraque acomoden a los recién llegados.Tras las cortinas que rodean el asiento

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del jefe Hausa, irrumpen unos hombresfuertes con túnicas blancas ceñidas porun amplio cinturón de cuero de dondecuelga un enorme puñal.

Conducen a Atanarik y a los que leacompañan a una vivienda cercana allugar donde habita el jeque. Una casapequeña con un patio más grande enmedio y rodeada por otras pequeñascabañas para la servidumbre. Allí serefrescan y comen un potaje insípido.Kenan está nervioso. Atanarik letranquiliza.

Al mediodía, la guardia de Sarki-ivuelve a buscarlos, les dicen que lamercancía está preparada, que el señor

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de los Hausa les espera. Recorren patiosblancos inundados por la brillante luzafricana hasta llegar a una plazoleta másgrande, donde los aguarda el jeque. Allíse aglomeran gran cantidad de hombresjóvenes, muy delgados, con aspectofamélico, atados con cuerdas. Algunosde ellos llevan las marcas de laesclavitud. Atanarik se dirige a Kenanen voz baja, susurrando: «¿Éstos son losguerreros que el jeque quiere darme?¿Estos esclavos escuálidos…?» Kenanle responde afirmativamente con lacabeza, mientras en lengua bereber, laque Atanarik farfulla desde niño, y queel jeque ignora, le explica: «Son los

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hombres de mi pueblo, a los que eltirano oprime…»

Atanarik se hace traducir:—Esos hombres hambrientos no son

lo que busco.El dirigente de los Hausa le

responde ofendido unas palabras queKenan traduce:

—¡Son hombres muy valientes…!¡Luchan bien!

Baja del estrado, dirigiéndose hacialos esclavos, y les va abriendo losdientes, palpando los músculos,mientras le dice en su idioma:

—Fuertes, hombres muy fuertes…Atanarik lo observa ceñudo,

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mientras Sarki-i insiste:—Buenos guerreros, buenos.

¡Tócalos! Escoge los que quieras.Tienes tiempo. Regalo éste, los otrosuna moneda de oro por cada uno. Tomalos que quieras, se irán contigo.

Con un gesto le anima para que sinprisa escoja los hombres que él desee.

—Yo volver; después, tú pagar.El reyezuelo se va haciendo

reverencias y aspavientos a su cliente,atravesando un vano en el patio, que notiene puerta sino una cortina de vivoscolores.

Cuando se ha ido, Kenan le vaseñalando a los hombres que él conoce,

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los que él sabe que le ayudarán.—Éste, éste y este otro… Son

buenos guerreros. Amigos míos desde lainfancia, hombres leales. Os mego queles concedáis la libertad, se unirán avos, y después a mi causa.

Atanarik ordena que les suelten lasataduras y pide que los alojen en elpatio de la casa donde él vive. Kenan seinclina ante Atanarik, agradecido,después se dirige al grupo, hablándolesen su lengua muy rápidamente. Loshombres de piel oscura sonríen al jovengodo. Atanarik observa su alegríaexplosiva, algo infantil, que semanifiesta en llantos y sonrisas blancas

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sobre la piel negra.Los guardias conducen al godo a la

vivienda donde se aloja. Más tarde,Kenan se reúne con él, mientras vanllegando guerreros de la ciudad. Se hacorrido la noticia de su regreso entre losdisidentes al régimen de Sarki-i. Lesexplican los atropellos y abusos a losque están siendo sometidos por elreyezuelo. Kenan les anuncia que elhombre del Norte va a ayudarles. Lemiran como a un dios reencarnado,abriendo los ojos con esperanza. Trasunos breves momentos de júbilo,Atanarik les interrumpe pidiéndoles quele informen sobre la organización de la

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ciudad. Le explican cómo se distribuyela guardia del jeque, cuáles son lasdefensas de la fortaleza en la que serecluye, de qué armas y de qué gentedispone.

Así se informa de que Sarki-i serodea de mercenarios que montanguardia alrededor de su morada,hombres aguerridos y salvajes, sinescrúpulos, entrenados para matar. Estánarmados con espadas, escudos y lanzas.En lo alto de la mansión del jeque, unosarqueros vigilan continuamente lasestrechas callejas que rodean la casa.Dentro en los patios interiores, hayleones que actúan como cancerberos

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impidiendo que nadie pueda acercarse aSarki-i. A la menor señal de peligro lesabrirán las jaulas para que se enfrenten acualquier agresor.

Los hombres afines a Kenanmuestran su horror al relatar todo ello,con gestos expresivos de las manos ymuecas en la cara que denotan su pánicoante el tirano.

El desánimo cunde entre losconjurados.

En medio de la algarabía, Atanarikcomienza a hablar suavemente. No grita,ni se excita, metódicamente va trazandoun plan. Deben envenenar a las fieras.

—¿No hay en la casa del tirano

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alguien de confianza? —les pregunta.Uno de los guerreros le contesta que

alguna de las mujeres del jeque le odiatanto que será capaz de hacer lo que seapor librarse de él. Atanarik asiente aesta sugerencia, después siguedesarrollando el plan. Cuando las fierashayan muerto, habrá que atacar a losarqueros que custodian las torres sinlevantar sospechas, entrando con sigiloen las garitas de guardia. Un hombrepequeño y ágil de vientre prominente sebrinda a hacerlo con algunos guerrerosmás de su familia. Después, Atanarik lespropone que deberán producir revueltase incendios en distintos puntos de la

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ciudad, para dispersar a la guardiahaciendo que la morada del tirano quedeindefensa. Ése es el momento en el queKenan, los bereberes de Altahay y élmismo deben aprovechar para invadir lacasa del tirano. La señal de un cuerno enla noche será la que dé comienzo a estaúltima acción.

Los opositores a Sarki-i se sienten,ahora, inundados por la confianza quetransmite Atanarik, por su voz cálida yllena de afabilidad. El plan está bientrazado y es posible de realizar. Esverdad que no están bien armados, queninguno de ellos es un guerrero, perocuentan con una gran superioridad

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numérica; en la pequeña ciudad deldesierto hay multitud de opositores altirano, incluso dentro de la propia casadel reyezuelo hay personas que le odian,que colaborarán sin dudar. Losconjurados se despiden de Atanarik y deKenan, dispersándose por la ciudad.Reunirán a todos los que quieranderrocarle. Cuando todo esté dispuesto,esperarán a escuchar la señal paraasaltar las estancias reales.

Aquella noche el godo no puededormir. Atanarik piensa que si vence asu enemigo, Kenan le ayudará, pero sipierde, el reyezuelo Hausa se darácuenta de que él, Atanarik, le ha llevado

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al enemigo a casa y no tendrácompasión. Durante el viaje, Kenan leha referido las torturas y suplicios queel tirano aplica a sus víctimas, cuandodesea vengarse. Les provoca tal dolorque los hombres llegan a desear lamuerte para acabar antes con elsufrimiento. Transcurren lentas las horasde una noche de plenilunio, por laventana brilla el astro de la noche. Alfin, la luna comienza a borrarse delhorizonte con las luces del alba, cuandoAtanarik escucha gritos y voces. Loshombres Hausa han iniciado la revuelta.Después, se escucha la señal, y el godose dirige adonde los bereberes de

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Altahay descansan, ordenándoles que selevanten. Le son fieles y saben lo quetienen que hacer. Le siguen en direccióna la morada de Sarki-i.

En las calles corre una marea desangre, que se va extendiendo por todaslas calles, por las plazas, casa a casa.La lucha es desigual. Los compañerosdel guía de piel oscura van armados concuchillos y palos. Los del reyezuelolocal, con lanzas y espadas. A loshombres de Kenan, y a los opositores aSarki-i, pronto se suman mujeres y hastalos niños de la ciudad. Las mujeresatacan con agua hirviendo que arrojandesde la parte superior de las casas y de

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los tejados a los distintos piquetes desoldados que se distribuyen por loscuatro puntos de la ciudad. Poco a poco,la revolución callejera va avanzandohacia la casa del reyezuelo. Al fin, unamultitud rodea la morada del tirano.

Allí, Atanarik y sus hombres seenfrentan a los guerreros de la casa deljeque y consiguen abatir a la escasaguardia que ha quedado. Dentro de lamansión, el godo divisa a su guía, elnegro Kenan que avanza hacia elinterior, hacia las dependencias deltirano. Le asaltan varios hombres y lecuesta defenderse. Atanarik acude arespaldarle. Un negro de gran tamaño y

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un mestizo de piel más clara arremetencontra él. Atanarik se interpone. Kenanesboza una mueca de alivio al versesocorrido. El godo atraviesa a uno delos atacantes por el vientre, al otro lehiere en la cabeza.

El joven godo se introduce aún másen las estancias del reyezuelo. Lasfieras, tan temidas, las que le hanprotegido y atemorizado a los visitantes,han muerto envenenadas. En el interiordel palacio sólo hay silencio. ConKenan llega a las piezas que habitó eljeque, en un lecho hay un cadáver, al quesobrevuelan las moscas. El reyezuelo hamuerto. Nunca sabrán si decidió por sí

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mismo poner fin a sus días, o si algunade sus mujeres le asesinó. Ha muertoatravesado por un cuchillo, de mangodorado en forma de serpiente. Kenan selo arranca del pecho. Con reverencia, loeleva hacia el cielo mientras pronunciagritando algunas palabras en su lengua.Atanarik sólo entiende el nombre deBayajidda, el héroe fundador de su razay su familia. Adivina que aquel cuchilloes el puñal que mató a la serpiente ydebe ser algo sagrado para los Hausa.

El godo y Kenan se retiran de aquellugar, encaminándose hacia la plaza.Atanarik se pierde entre la multitud.Kenan desde la puerta, habla a los

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habitantes de la ciudad. Les comunicaque el tirano ha muerto. Todos gritan.Después, pronuncia unas palabras y sehace el silencio; Kenan eleva el sagradocuchillo de Bayajidda ante ellos. Unruido ensordecedor, de alegría, inundala plaza. Los hombres alzan a Kenansobre un pavés; las aclamaciones sehacen constantes y más fuertes, cada vezen un tono más agudo y elevado. Desdeun rincón de la plaza apoyado en eldintel de una puerta de una casa de barroy adobe, Atanarik observa satisfecho laescena. Se alegra del triunfo de suamigo.

Durante tres días, la ciudad celebra

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las fiestas de la victoria. El godo se unea la alegría generalizada. De las tribusvecinas, llegan mensajeros que secongratulan de la muerte del tirano. Enla mañana del tercer día, Kenan convocaa Atanarik a lo que antes era la moradadel revezuelo local.

—Me habéis ayudado y os estarépor siempre agradecido. ¿Qué es lo quedeseáis de mí?

—Necesito encontrar a mi padreZiyad, os solicito hombres que meayuden a cruzar el Atlas… —le contestael godo.

—Os proporcionaré los mejoresguerreros del reino Hausa; ellos os

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guiarán, conocen bien el lugar donde seoculta Ziyad. Después, cuando volváisal reino que gobierna el tirano, el reinomás allá del mar, yo mismo os ayudaré,lucharé a vuestro lado. Me obliga undeber de reconocimiento y gratitud.Antes, debo recomponer a mis gentes,deshacer la obra de Sarki-i, después meuniré a vos. ¿Cuándo deseáis partirhacia las tierras que gobierna vuestropadre?

—Lo más pronto posible.Kenan se pone serio, le advierte con

preocupación:—No podéis iros todavía. Debéis

aguardar. Se avecina el khamaseen.

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Nadie podrá salir de la ciudad en lospróximos días.

Así ocurre, el khamaseen, uncaluroso y polvoriento viento deldesierto, fustiga las tierras Hausa y lodetiene todo.

Atanarik lo oye llegar aquella noche,desde su lecho. Le despierta como uncanto desencadenado por el viento queazota las palmeras de la ribera deloasis, junto a la ciudad. Con el vientollegan las tormentas de arena, queaparecen de manera inesperada,transformando el paisaje, que pierdedefinición, se opacifica, se desdibuja, seagita y arremolina, se torna sepia. Los

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caminos del desierto se han cerrado.Atanarik se pregunta cómo es

posible que los habitantes de esta ciudadsobrevivan, año tras año, a unos vientosque todo lo arrastran. Los tejados secubren de ramillas, telas, comida yenseres viejos, de todo lo que tancelosamente guardan las casas de laciudad.

El aire, pesado y caliente, alborota ylevanta el polvo, zarandea las palmeras.La vida se detiene. Pasan los días, y alfin, muy gradualmente, el viento vaamainando.

Atanarik reposa en sus aposentos,que están incomunicados por la

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tormenta. Oye el ruido del viento yrecuerda el pasado.

El pasado es para él Floriana.¡Qué poco la ha conocido!Él, Atanarik, había crecido en Septa,

en la ciudad que Olbán regía. Elgobernador de la Tingitana era unhombre singular, muy callado, adoradordel sol y supersticioso. Cuando añosatrás, Uqba, el árabe, cercó Tingis, no leimportó entregar a aquella dama, suahijada, al conquistador árabe. Después,cuando Benilde regresó esperando unhijo, Olbán lo crió en su corte.

Olbán tenía una hija de quien no seconocía la madre; una hija muy hermosa,

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sabia e instruida, se llamaba Floriana.La joven, unos cinco o seis años mayorque Atanarik, le había cuidado desdeniño; le había consolado después de lamuerte de su madre. Durante su infanciay primera adolescencia, Floriana lohabía sido todo para él.

Ahora estaba muerta.Al llegar los años en los que los

hombres se entrenan para la guerra,Olbán envió a Atanarik a Toledo a lasEscuelas Palatinas. Allí se formó comosoldado, futuro espathario del rey. Llegóa ser gardingo real, y se le destinó adiversos frentes, contra los francos,después a someter a los cántabros y a

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los vascones siempre levantiscos.Cuando regresó de una de esascampañas, Atanarik se reencontró en lacorte de Toledo a la hija de Olbán. Alreconocerse de nuevo, el tiempo de lainfancia afloró y el amor surgió en elcorazón de Atanarik con fuerza.

En aquel tiempo, a Floriana larondaba una corte de admiradores. Él sesumó a ellos. En un principio, ella sealegró infinitamente al verle y secomenzaron a ver con frecuencia ensecreto. Sin embargo, cuando élcomenzó a cortejarla públicamente, ellale rechazó. Atanarik llegó a sentirsehumillado por Floriana. Él desconocía

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la causa del rechazo. Ahora sabía que loque quiera que fuese que ocultaba la hijade Olbán era muy peligroso, tanpeligroso que la había conducido a lamuerte. Atanarik, despechado por sudesprecio, solicitó ser enviado de nuevoa la frontera del Norte. Fue en aqueltiempo, en el que luchaba contra losvascones, cuando al borde de un caminoencontró a una extraña doncella, Alodia,de cabello ceniza y grandes ojos claros,que les pidió protección. A su regreso aToledo, él se la entregó a Floriana.

Recordó la actitud de su primacuando él regresó del Norte y le entrególa sierva. El rostro, al verle, se llenó de

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fuego y una dulce sonrisa cruzó su cara.Floriana no miraba a la esclava, lemiraba sólo a él; y Atanarik se llenó dela luz cálida de aquellos ojos garzos. Almomento, ella percibió que no estabansolos, que les rodeaban los hombres quehabían acompañado a Atanarik a lacampaña del Norte, algunos de ellosafectos al rey Roderik. Entonces, elrostro de Floriana cambió.

En los meses siguientes, ella seresistía y a menudo le evitaba, pero almismo tiempo le buscaba y le mandaballamar por motivos nimios. Alodia erala mensajera entre ambos, Atanarikparecía no ver a la criada, su corazón

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era sólo para Floriana, quien en públicocontinuó siendo fría con él. Sinembargo, Atanarik no cejó en suempeño, hasta que un día la hija deOlbán cedió ante su insistencia.Comenzaron a verse una noche tras otra.Atanarik trepaba a través de lasventanas que accedían a las estancias dela dama y se entregaban el uno al otro:él, con la pasión del primer amor; ella,con el amor maduro de la mujerexperimentada. No había pasado un mes,cuando ella, su hermana, su amor dejuventud, había sido asesinada. ¿Porqué?

En el tiempo que pasaron juntos en

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Toledo, él nunca sospechó que hubiesealgo oscuro, una conjura tras ella. Por elcontrario, cuando Atanarik intentabahablarle de los sucesos de la corte, delas polémicas entre los nobles, ellamovía su cabellera oscura y reía:«Vivamos el ahora, amor mío,olvidemos las guerras y las luchas,olvidemos las intrigas de palacio.»Recordaba que ella alguna vez le dijo:«Sólo tú me importas, sólo tu amor eslimpio en mi vida.» Era como siFloriana quisiera preservar un oasis depaz con él en medio del mundocorrompido de la corte toledana.

Sin embargo, en la última época,

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ahora él se da cuenta, ella quisorevelarle algo, algo que nunca llegó adecirle. Sí. En los últimos días antes delcrimen, ella se mostró distinta. Ahora,Atanarik ataba cabos y comenzó arecordar que había algo misterioso enFloriana, en vísperas del asesinato.

En la corte se celebraban unosjuegos en los que los espatharios realescompetían entre sí por un trofeo y por elhonor de ser vencedores.

Él había luchado y había vencido. Elganador del combate debía conceder elpremio a una dama. Atanarik queríadárselo a Floriana. Cuando se acercó ala grada, ella había desaparecido. No

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entendía el porqué. Entregó el trofeo a lareina Egilo, la esposa de Roderik.

Aquella noche, Atanarik se dirigió alos aposentos de la que amaba, laencontró muy nerviosa.

Sin dejarle hablar, ella le dijo:—No debes exponerte así.—¿A qué?—Es peligroso que se sepa, que se

descubra que hay algo entre tú y yo…—No te entiendo, Floriana.—Me entenderías, si…Ella calló asustada por lo que le iba

a tener que decir, él se enfadó:—¡Te entendería si te explicases…!—No puedo. Es peligroso. Confía en

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mí, que te amo más que a mi vida.No pudo obtener otras aclaraciones

de ella.Muchas veces ha dado vueltas en su

cabeza al misterio que se escondía enlas palabras de su amiga de la infancia.Ahora Floriana había muerto y nuncahabía llegado a saber aquello que ella leocultaba. Debía vengarla. Sí. Debíacambiar el orden establecido en elmundo de los godos, un orden injusto enel que reinaba un asesino.

Afuera, el khamaseen silba, con unsonido agudo y penetrante, como unaserpiente de odio y de horror que quiereintroducirse en la cabeza del guerrero

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visigodo.

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4

El judío

Atanarik recorre las montañas delAurés, no tan grandiosas como el restodel Atlas más cercano a la costaatlántica, pero más imponente que elTell Atlas costero. La cordillera limitacon el desierto del Sahara. A lo lejos, elpico más alto, el Yebel Chélia, parecerozar las nubes. Desde antiguo, el Aurés

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ha servido de refugio a las tribusbereberes, formando una base deresistencia contra el antiguo Imperioromano, los vándalos, bizantinos y losárabes. La región es pobre, las tribus delas montañas, los Shawia, practican latrashumancia; en verano suben con elganado a la cordillera, pero en inviernodeben trasladar su cabaña ganaderahacia áreas más templadas donde vivenen tiendas e infraviviendas para pasar elinvierno con las reses. Los guerreros deAtanarik atraviesan ahora unas zonasdonde los campesinos del Auréscultivan el sorgo y otros vegetales enamplias terrazas labradas por ellos

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mismos. Algunos se les unen al conocerque se dirigen a una campaña guerrerapara conquistar las regiones allende elmar, la nación que se extiende ante lascostas de la Tingitana.

Los hombres de Kenan, negros comola pez, van delante, detrás los bereberesde Altahay. Atanarik busca sus raíces enlas altas montañas del Atlas donde seoculta su padre. Un cielo grisáceo lescubre, ha llovido y en las montañascorren arroyos de agua clara. Hanolvidado el calor del desierto. Unáguila, volando en círculos, se elevahacia las cumbres, quizás ha avistadouna presa. La vegetación no es muy

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distinta a la de los Montes de Toledo, ala de las lejanas tierras de la Lusitania.

Un nuevo guía acompaña a Atanarik.En ese momento, Kenan recompone sureino, le ha prometido que más tarde leayudará en la guerra. Se hace de noche,ahora suben por un terreno resbaladizo,con piedras y grava. El frío de la nocheles rodea. Al fin, se resguardan tras unaroca grande, que forma casi una cueva yencienden fuego.

Atanarik, observandoindolentemente las llamas, retrocede alpasado, al momento en el que había

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conseguido escapar del palacio del reyRoderik y seguía a Alodia por lascallejuelas de Toledo, cubiertas por lahumedad de la madrugada.

—¿Adonde vamos? —le preguntóimpaciente Atanarik.

—A un lugar seguro —respondióella— donde nadie nos encontrará.

Alodia le guiaba con decisión porpasajes estrechos, que se entrecruzabancontinuamente. Atanarik percibió quehabían llegado a la aljama judía por lascelosías que entretejían las rejas de lasventanas, formando estrellas de seispuntas. Al fin, en una portezuelapequeña, en medio de un muro blanco,

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se detuvieron. Alodia golpeó la puertacon un aldabón. Llamaba de una formacuriosa, dos golpes, se paraba, despuéstres, dos y volvía a llamar. Al cabo deun tiempo desde dentro le contestaroncon un ritmo similar.

Unos criados abrieron la puerta yfranquearon la entrada de una casa rica,amplia y de largos corredores. Sobre laspuertas había inscripciones con letrasmosaicas. Un silencio extraño todo locolmaba. Descendieron por unasescalerillas hasta un sótano donde losintrodujeron en un espacio de techobajo, en el que, al fondo, brillaba unfuego. Les dejaron solos. Atanarik y

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Alodia no cruzaron una sola palabra.Los ojos de ella se fijaron una vez másen el gardingo real, que parecía noverla. Atanarik, nervioso, todavíaconmocionado por lo ocurrido, dabavueltas de un lado a otro de la estancia,considerando la muerte de Floriana, sinpoderse creer del todo lo que habíasucedido. Al fin se dejó caer en unasiento de cuero y madera junto a lachimenea. Alodia se acurrucó junto alfuego, en el suelo, muy cerca de él.

Entró el dueño de la casa, un hombrecon tirabuzones en las patillas y tocadopor el kipás. Atanarik y Alodia selevantaron, después la sierva se inclinó

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ante él:—Amo…Atanarik se sorprendió de que ella

honrase al israelita.—Amo… han asesinado a Floriana.—Nos han llegado noticias de su

muerte.El judío calló, en su rostro se

expresaba una amarga tristeza.—Sabréis que le han echado la

culpa a un gardingo real —dijo Alodia—, que le han atribuido el crimen…

—Yo sé que no ha sido así, no mecreo nada, nada que provenga de esenido de víboras que es la corte del reyRoderik. ¡La han matado a ella, que era

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la mitad de mi alma!Después, el judío se detuvo,

observando al godo, preguntó a Alodia:—¿A quien me traes?—A Atanarik, gardingo real…El dueño de la casa se dirigió a él,

mirándole atentamente.—Os buscan por un crimen…—Que no cometí.—Lo sé.—Yo la amaba, no quería su muerte.El judío le respondió con cierta

dureza:—Lo único que se ha difundido es

que vos entrasteis en la cámara de ladama, y que ahora ella está muerta.

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—Ya lo estaba cuando yo llegué.—Sé que no la matasteis, pero nadie

os creerá nunca, y el rey os condenará amuerte para exculparse del crimen.

Atanarik gritó lleno de ira:—¿Ha sido Roderik? Si ha sido así,

juro que le mataré.El judío al ver su comportamiento

exaltado, le aplaca con una expresión detristeza; en la que, a la vez, se trasluceuna cierta ironía. La ironía de un hombreque conoce más que otro, que está porencima de emociones desatadas.

—Calma, calma. Debéis vengar aFloriana, pero antes es importante queconozcáis algunas cosas.

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—¿Quién sois?—Me llamo Samuel, hijo de

Salomón, hijo de Samuel, hijo a su vezde Salomón. Todo eso no os dice nada.Mi familia, la de Olbán y la vuestraestán relacionadas desde muchasgeneraciones atrás. Mi bisabuelo sirvióa un príncipe godo llamadoHermenegildo, alguien al que su padreLeovigildo asesinó…

El gardingo real le interrumpióimpaciente:

—Conozco la historia.—No. No la conocéis por entero.

Nadie la conoce más que mi familia. Poresa antigua historia es por la que

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Floriana ha muerto, es la historia por laque ella vino a la corte del rey godo.

—Nunca me contó nada.—Ella no era lo que parecía, desde

años atrás se dedicaba a un doble juego,una actividad peligrosa por la que hamuerto.

El joven godo apoyó la mano en lavaina de la espada, su rostro palideció yexclamó con tristeza:

—Ella intentaba decirme algo…Sin tener en cuenta la interrupción,

Samuel continuó su historia:—Como bien sabéis, Floriana era la

única hija del conde Olbán, un hombrede una antigua familia en la que se

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unieron godos de estirpe baltinga ybizantinos de linaje imperial. Olbángobierna la provincia Tingitana, en laciudad de Septa. Pero habréis deconocer también que Floriana era minieta. Yo he comerciado por elMediterráneo. Uno de mis contactosestaba en la región Tingitana; era elconde Olbán de Septa. Olbán conoció ami hija Raquel y se unió a ella, perosabéis que un cristiano no puededesposarse con una judía y menos aúnpuede hacerlo un hombre noble como loes Olbán; aunque esa judía y su familia,es decir yo mismo, posea una de lasfortunas más sólidas del Mediterráneo.

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Olbán siempre ha ocultado que… —sedetuvo un instante para proseguirinmediatamente con amargura—Floriana fuera hija de una judía.

—Ella y yo nos criamos juntos;nunca me contó nada de todo esto —apostilló Atanarik.

Samuel habló con despecho:—Sí… Para ellos, para los nobles

godos y bizantinos, tratarse con unhebreo es una deshonra. Floriana noquería que se supiese que ella era minieta… —calló dolido un instante,después el judío prosiguió—: ¿Nosabéis, entonces, el porqué de la venidade Floriana a la corte?

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—Siempre supuse que era paraeducarse entre las damas de la corte:muchas jóvenes lo hacen así.

—Para eso y también por otromotivo. Floriana era una mujer especial,muy inteligente e instruida. Su padreconfiaba enteramente en ella. En losúltimos años del reinado de Witiza, sehabían producido varias revueltasnobiliarias, algo presagiaba el fin de ladinastía de Wamba, Egica y Witiza, ydel grupo de poder que lideraban, losque ahora llamamos witizianos. La caídade esa dinastía sería la ruina para elseñor de Septa. Por eso, él necesitabaalguien de entera confianza en la corte

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de Toledo. Olbán envió a su inteligentehija Floriana para averiguar lo queestaba sucediendo aquí y sostener losintereses de su padre. Cuando, enextrañas circunstancias, falleció Witizay se proclamó rey a Roderik, ella seunió a la conjura iniciada por el partidowitiziano para derrocarle. El partidowitiziano le propuso a Floriana quesedujese a Roderik y lo envenenase…

—¡No os creo! —gritó el godo—.Ella era una dama noble… incapaz deuna traición así.

El judío continuó hablando,haciendo caso omiso a la intromisión.

—Pero estaba enamorada de vos y

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eso la perdió…Se detuvo un instante. Atanarik,

desbordado por el pesar de la pérdida,bajó la cabeza. Después, Samuelprosiguió:

—Roderik es uno más de los tiranosvisigodos que han esclavizado a mipueblo. Roderik es nieto deChindaswintho, el rey cruel que masacróa muchos de los nobles godos… ycondenó a un gran número de ellos aldestierro. Un rey que persiguió a losjudíos, desposeyéndoles de sus bienes.

—Toda esa historia la conozco bienporque ha marcado a la familia de mimadre —refiere Atanarik—.

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Chindaswintho fue quien confiscó granparte de nuestro patrimonio.

El judío asintió ante aquellaspalabras de Atanarik, y prosiguióhablando:

—Pero hay más. Floriana no sólohabía venido aquí para conspirar encontra de Roderik y a favor de losintereses de su padre, mi nieta buscabaun objeto sagrado, una copa…

Atanarik se sorprendió, nunca habíaoído hablar de aquello:

—¿De qué habláis?Samuel se detuvo un instante, quizá

pensando en cómo explicarle a aquelgodo, el secreto que había ligado a sus

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familias —la estirpe balthinga y a susantepasados hebreos— desdegeneraciones atrás. Después continuóhablando lentamente, como si contaseuna antigua balada.

—Los reyes godos más poderosos,los que habían vencido a sus enemigos,Leovigildo y Swinthila, utilizaban unareliquia sagrada, que otorgaba el poderal que la poseyese. Tanto en mi familiacomo en la de Olbán, se ha transmitidodurante generaciones y se custodiaba enel Norte, en un santuario llamado Ongar.Cuando Roderik llegó al trono, yderrocó a los witizianos, puso enpeligro la preeminencia de Olbán.

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Entonces el conde de Septa recordó queentre las historias que circulaban en sufamilia, había una que aludía a una copade poder. Se puso en contacto conmigo yla buscamos en Ongar pero ésta habíadesaparecido tiempo atrás, en el tiempode las persecuciones de Chindaswintho.Olbán envió a Floriana a la corte paraque averiguase si la copa estaba enpoder del rey. Roderik, un hombrelascivo, se encaprichó de ella…Floriana era tan hermosa… y ella jugabacon él. Pronto averiguó que el rey nosabía dónde estaba la copa, que dehecho, él también buscaba.

—¡No sé si creeros! —exclamó

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Atanarik.Atanarik había amado a una

Floriana, compañera de juegos en lainfancia, que le parecía ajena a todasaquellas maquinaciones políticas que eljudío le estaba revelando. Samuel no seinmutó ante su expresión de incredulidady prosiguió hablando.

—Lo que os digo es la verdad. Porsu parte, el rey tenía también susinformadores que averiguaron y letransmitieron la existencia de unaconjura entre los witizianos. Sinembargo, Roderik no sospechaba queFloriana formase parte de la conjura. —El judío sonrió tristemente—. Fue

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gracias a vos como lo descubrió…—¿A mí…?—Sí, vos, un antiguo amor de su

infancia. Floriana sabía que estabametida en un juego peligroso y por eso,en un principio, ella os rechazó, perollegó un momento en el que se rindió avos, olvidó las órdenes de su padre.Sólo vos estabais en su pensamiento. Alfin, Olbán se enteró de que eraisamantes y le envió una carta,reprochándole su comportamiento, en laque le recordaba sus deberes. En ella, semencionaba la misión que debíadesempeñar y le hablaba de la copa.Ahora sabemos que la carta fue

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interceptada por los espías del rey. Porella, Roderik descubrió que Floriana leestaba utilizando, que realizaba un doblejuego. Es probable que esta noche, elrey haya acudido a sus aposentos depalacio; pienso que con la idea de queFloriana le revelase dónde estaba lacopa de poder… quizás ella se resistió yla mató.

En las sombras, Alodia observabaen silencio la conversación de amboshombres. Samuel se volvió a ella.

—Alodia, seguramente tú sabrás loque sucedió…

La sierva intervino, su voz temblabaal relatar el crimen.

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—¿Quién soy yo sino una pobrecriada a las órdenes de mi amaFloriana? Todas las tardes, yoescuchaba cómo Atanarik escalaba elmuro y llegaba a los jardines de miseñora. En la luz del ocaso, los oíasusurrar…

Tras breves instantes, Alodiapermaneció ensimismada, por su cabezacruzaron ideas dolorosas, al fin serepuso y prosiguió:

—Sé que los hombres del rey le hanvisto a menudo dirigirse a la cámara deFloriana. Ayer por la noche llegó unhombre, yo me oculté pensando que setrataba de… de vos… —la sierva dudó

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antes de pronunciar el nombre delgardingo—… mi señor Atanarik.Debido a la conjura, había hombres quevisitaban la cámara de mi ama. Decidíretirarme. Después escuché voces, perono pude identificar quién eraexactamente.

—¿Era Roderik? —preguntó eljudío.

Alodia vaciló.—No estoy segura. Era un hombre

alto, encapuchado… Sí. Pensé que podíaser el rey… pero no estoy segura. Measusté aún más, pensando que podía serRoderik. Quienquiera que fuese seabalanzó sobre ella, la llamó perjura y

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traidora. Escondida tras unos tapices,pude entrever lo que allí sucedió. Aquelhombre se había abalanzado sobreFloriana, e intentaba estrangularla. Ellase defendía y consiguió zafarse de suabrazo, entonces el asesino sacó elpuñal y comenzó a acuchillarla,llenándola de sangre. Ella no gritó,como si esperase el ataque. Trascomprobar que estaba muerta, aquelhombre salió huyendo. Seguí en miescondite. ¿Qué podría hacer una criadaante un poderoso noble godo? Pocodespués, como cada noche, a través delmuro apareció Atanarik, atravesó eljardín y llegó hasta el aposento de mi

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ama. Allí la descubrió, pero alguienllamó a la guardia que comenzó agolpear la puerta de la cámara paraentrar. Mi señor Atanarik no era capazde reaccionar, por lo que le ayudé a huiry le he conducido hasta aquí. Mi señorSamuel, debéis protegerle.

Atanarik había empalidecido alescuchar el relato, su rostro se contrajopor el dolor. Preguntó una vez más convoz bronca:

—¿Quién ha sido?—¡Ha sido Roderik! —dijo el judío

—. Debéis creerme. Él buscaba elsecreto. Se sintió engañado porFloriana. Ahora ha lanzado un bando

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diciendo que vos sois el asesino. Lohace para exculparse.

—Me vengaré… —gritó Atanarik—.¡Juro por Dios que está en lo alto queme vengaré…! ¡Mataré a ese tirano!

—Ahora no es el momento, debéisocultaros, se os acusa del crimen, osbuscan por toda la ciudad…

Atanarik se sentó en una bancada depiedra junto al fuego, ocultó el rostroentre las manos, aturdido. El judío leobservó con lástima, callaron. Samuelpensaba en qué era lo que debía hacerseahora. Atanarik no podía pensar, denuevo tenía la mente en blanco.

Alodia los observaba a ambos, llena

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de tristeza y preocupación. El judío seseparó de Atanarik dando vueltas por laestancia. Entonces, Alodia con vozsuave se dirigió a Samuel.

—Mi señor. Debéis saber algo…algo terrible.

Ella se inclinó ante el judío y hablóen voz baja.

—¿Recordáis la maldición de lacámara de Hércules?

—Sí. No es más que una leyenda…—respondió el judío.

—No. Es real. La cámara deHércules existe; está debajo del palaciodel rey Roderik y ha sido abierta. Hayalgo espantoso bajo la ciudad. Creo que

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todos los males han salido de la cámaraal abrirla.

—¿Estás segura de que la has visto?—Huyendo de los soldados del rey

encontramos una cueva, una cavidad enel centro de la roca donde se alzaToledo. En ella hay una cúpulaconstruida de tiempo inmemorial ycerrada por múltiples candados, que hansido abiertos recientemente. En elinterior de la cámara hay tantas riquezascomo no os podéis imaginar. La másmaravillosa de todas es una tabla de oroy esmeraldas, como una mesa grande deoro con tres cenefas de perlas yesmeraldas. Una mesa de poca altura en

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la que lucen las letras mosaicas que veoen esta casa…

El judío abrió los ojos con asombroy exclamó:

—Me estás describiendo la Mesadel rey Salomón… ¡No es posible! Laque buscamos desde hace siglos los demi raza… Descríbemela otra vez.

Alodia volvió a relatarle lo quehabía visto.

—¿Qué más visteis? —dijo el judío.—Hay también banderas…—Las leyendas hablan de las

banderas de los vencedores —dijo eljudío.

Atanarik salió de su postración,

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habló casi en un susurro.—Banderas árabes… —dijo

Atanarik.—¿Estáis seguros?—Sí —dijo Atanarik.Los ojos del judío brillaron de

ambición:—¿Qué más pudisteis ver?—Restos humanos. Después huimos

de allí, en el lago había algo siniestro,algo que se movía en el interior, quizásun animal…

—Se dice que la Mesa de Salomónestá protegida por un conjuro, que tieneun guardián… que es peligrosodesafiarlo… —murmuró el judío para

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sí.Callaron. Un aliento de odio y

ambición cruzaba la ciudad del Tajo.Después, en voz baja, susurrando casi,la sierva inquirió:

—¿Quién pudo abrir la Cámara deHércules?

—Estoy seguro de que fue Roderik—le respondió el judío—. Buscaba lacopa. Necesita desesperadamente algoque le ayude a mantenerse en el tronoporque su poder se tambalea. Lahambruna deshace el reino, los siervoshuyen. El país arruinado no paga yatributos. Hay descontento. Loswitizianos se levantan en el Norte

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unidos a los vascones. Por otro lado,Roderik no es de estirpe balthinga. Poreso, los que acatan la realezahereditaria, los fieles a la casa de losBalthos, no le siguen… Sabe que va aser atacado y necesita algo que lecimiente en el poder. Pensó que la copaestaba en la cueva; pero no ha sido así, yse ha dado cuenta de que al abrir lacueva de Hércules ha cometido un error.Ha dejado escapar el maleficio.Además, supongo que poco tiempodespués de entrar en la cueva, Roderikinterceptó la carta de Olbán, se diocuenta de que Floriana le traicionabacon vos. Debió de volverse loco de

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celos y de ambición…. Quizá mató aFloriana por despecho e intentando quele revelase el secreto de la copa depoder.

Todos callaron. El semblante deAtanarik adquirió un tono ceniciento, alfin exclamó.

—¡Me vengaré! ¡Juro ante Diostodopoderoso que lo haré! ¡Mataré aRoderik con mis propias manos!

Al verlo tan fuera de sí, el judío lemiró compasivamente y le aconsejó:

—Ahora sólo debéis huir…—Odio a Roderik… Está

destruyendo el reino, es un hombre queno merece el trono y, si ha matado a

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Floriana, mi deber es vengarme.—Entonces estaréis de parte de los

que se oponen a él; por tanto, de lospartidarios de los hijos del rey Witiza,del partido de los witizianos.

Atanarik meditó durante unossegundos. En aquel momento, el dolorde la pérdida de Floriana dominaba sucorazón, aun así, Atanarik no confiabademasiado en los witizianos, por lo querespondió.

—No me gusta dividir el mundo endos bandos cerrados. Sé que tanto lospartidarios de los hijos del rey Witizacomo los del bando de Roderik sólobuscan el poder…

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—Debéis elegir, mi señor Atanarik,no hay más opción —le expusoclaramente el judío—. Roderik os buscapara mataros, para condenaros por uncrimen que no habéis cometido. Loshombres de Witiza os ayudarán, y entreellos encontraréis a vuestros más fielesamigos.

—Los del partido del finado reyWitiza sólo buscan controlar el reino,mantener sus predios y riquezas —protestó Atanarik—. Además, Agila, elhijo de Witiza es sólo un niño.

—Pero su tío Sisberto puede llevarmuy bien las riendas del poder. Oppas,obispo de Hispalis, hermano también de

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Witiza pone a la Iglesia de nuestra parte.De hecho, los witizianos ya luchan porel poder y han proclamado a Agila reyen el Norte.

—No me fío de Sisberto —dijoAtanarik—, él sólo se guía a sí mismo,sólo busca su propio provecho. No megusta Oppas.

La suave faz de Alodia se mostrabade acuerdo con las palabras de Atanarik.Ella vivía en la corte y conocía algo delos entresijos y rumores de palacio.

—No hay otra elección, por ahora…—le aconsejó el judío, despuésenmudeció durante unos escasossegundos quizá pensando cómo revelarle

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más datos de la trama—. Debéisconocer las raíces de la conjura; quiénesestán en nuestro bando y quiénes no.

Samuel pasó a enumerar a loswitizianos que estaban conspirando paraderrocar a aquel rey al que pocosamaban. Su rostro mostraba laexaltación de un hombre que ha sidocontinuamente humillado y que, al fin, haencontrado la posibilidad de vengarse,de reparar las afrentas recibidas.

El fuego brillaba en la chimenea.Atanarik apoyó la cabeza en el murojunto al hogar, y suavemente se golpeóla cabeza contra la pared, comoqueriendo entender lo que le estaba

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ocurriendo. Pasaron unos minutos que algardingo se le hicieron interminables.Alodia no apartaba de él su mirada,llena de consternación.

Al fin, Atanarik, levantó la cabeza yhabló:

—¿Por qué confiáis en mí?—Porque vos sois un joven guerrero

a quien Olbán educó. Habéis amado ami nieta Floriana. Necesitamos a alguiennuevo, lleno de odio, decidido, como losois vos. Debéis iros al Sur, llegar hastael señor de Septa, poneros a susórdenes.

—¿Cómo puedo volver a laTingitana? Debo salir de esta ciudad que

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está constantemente vigilada, deboatravesar el reino. ¿Cómo cruzaré todala Bética que es fiel a Roderik, quedurante años ha sido su duque? ¿Québarco me llevará hasta Áfricaatravesando el estrecho?

—No estáis solo. Os ocultaremospor esta noche. Mañana la sierva osconducirá al palacio del noble Sisberto,hermano del finado rey Witiza. Allí seos dirá lo que tenéis que hacer.Conoceréis a los que se oponen aRoderik. Ahora podéis retiraros adescansar. Alodia os atenderá, no quieroque se sospeche que estáis aquí. Roderiktiene espías por todas partes.

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Mediante algún artilugio mecánico,el judío consiguió que se corriese lapared al fondo de la estancia; por aquelhueco Atanarik penetró en una pequeñaestancia abovedada, en la que estabadispuesto un lecho. Cuando estuvodentro se cerraron las puertas. Sintiócierta aprensión en un lugar sinventanas, que parecía un calabozo. Unapalmatoria encendida lucía sobre unpequeño banco de madera cercano allecho.

Por fin, olvidando suspreocupaciones, rendido por elcansancio, se hundió en la inconscienciade un sueño agitado. En él se hizo

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presente una enorme serpiente en lacueva de Hércules, que se transformabaen una Floriana herida. Después elsueño se hizo más apacible. Le parecíaser un niño que jugaba en el adarve de lagran muralla de Septa, mirando al mar.Corría por la muralla y divisaba a lolejos a Floriana, una Floriana yaadolescente cuando él era todavía unmuchachillo, lanzarse a sus brazos quele elevaban; entonces, él ya no era unniño, sino un hombre que estrechaba a suamada. La que había sido su hermana, suamiga, su confidente. Pero ella setransformaba en un ser lleno de sangre y,al fin, en una serpiente. Se despertó

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gritando, debían de haber pasadomuchas horas. Junto a su lecho habíavino, pan y carne curada. Alguien lohabía dejado allí sin hacer ruido. Pensóen Alodia. Comió sin ganas y volvió aquedarse dormido.

Al despertarse de nuevo, entrevió enlas sombras la figura de la sierva. Lamuchacha había dejado a los pies de lacama unas vestiduras de campesino.

—Debéis vestiros con estas ropas.Han pasado muchas horas, ya esnuevamente de noche. Os aguardan en elpalacio de Sisberto. El noble Sisbertodesea hablar con vos.

—¿Dónde están mis armas? ¿Dónde

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está mi espada?Alodia, sin contestarle, desapareció

de nuevo en la penumbra. Él se vistiócon las calzas oscuras de los siervos, sepuso una casaca sin mangas de estameñamarrón, se ciñó un cinturón con hebillabasta de hierro y, por último, se cubriócon una capa oscura corta y concapucha.

Cuando estuvo así vestido, Alodiareapareció. De nuevo, la pared de laestancia se abrió de modo misterioso.Cruzaron la casa del judío, un jardín yun patio. Después, a través de lascuadras salieron a las calles de Toledo.Era de noche. Las piedras de la ciudad

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brillaban, durante el día había llovido;pero el cielo de la noche, despejado, sinnubes, mostraba el resplandor de lasestrellas.

Detrás quedaba la puerta de lamuralla, que denominaban de los judíos;desde ella y a lo lejos, se podíavislumbrar en el ambiente oscuro de lanoche las luces del palacio del reyRoderik. Siguieron adelante, y rodearonla iglesia de San Juan, al frente losmuros graciosos y pequeños de unaiglesia de ladrillo, la de Santa María laBlanca, y cercana a ella una sinagogajudía. Enfilaron una cuesta en la queantiguas ínsulas romanas —casas de

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varios pisos donde moraban menestralesy hombres libres— cerraban sus puertasante lo tardío de la hora.

Atanarik se escondía bajo lacapucha; a su lado, caminaba Alodia,cubierta por un manto. Sin conocerlos,hubieran parecido poco más que unapareja de menestrales que regresaban acasa, deprisa por lo tardío de la hora.

Al llegar a lo alto de la cuestadivisaron las luces de la ciudad denoche. En el lado opuesto, el palacio delrey. Abajo en la vega, la nueva ciudadconstruida en tiempo de Wamba, lospuentes con las luces de la guardia, el deSan Servando y el antiguo acueducto

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romano que aún transportaba agua. Nohabía luna. Cruzaron por delante de laiglesia de San Pedro y San Pablo, sedede concilios. Al fin, muy cerca de laiglesia de Santa Leocadia, una hermosacasa de dos pisos, cerrada por unenorme portón: un palacio de piedra demuros altos, allí moraba Sisberto,hermano de Witiza y enemigo del reyRoderik.

Alodia llamó con el mismo toqueque el día anterior, un ritmo doble, quefue contestado desde dentro con lamisma señal. Se abrió el portón que diopaso a una estancia abovedada, al fondouna escalera formaba un medio arco y

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conducía hacia el piso superior. Unagran lámpara de hierro con múltiplesvelas iluminaba la entrada. La panopliaofensiva de la familia de Sisbertocolgaba en la pared: espadas y hachas,arcos y venablos: todo de buena factura.

La sierva habló con el criado que lehabía franqueado la puerta, y éstecondujo a Atanarik por las escalerasdejando a Alodia atrás. Llegaron a unasala amplia, con las contraventanas demadera cerradas y en la que, al fondo,alumbraba una gran chimenea. En lasparedes, grandes hachones de maderaencendidos proporcionaban una luztenue. Varios hombres se hallaban

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sentados en torno a una mesa. Un noble,con ricas vestiduras bordadas en oro ymanto cerrado por una fíbulaaquiliforme, presidía una animadaconversación. Al escuchar que alguienentraba, cesaron las voces y se hizo elsilencio. Atanarik se despojó de lacapucha, irguiéndose.

—Un campesino… —dijo Sisbertoirónicamente, como si no le conociese—, ¿qué hace un campesino en unareunión de nobles?

Atanarik se enfureció:—No soy un campesino. Soy

gardingo real, jefe de una centuria. Mehan quitado las armas.

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Sisberto hizo una seña al criado, quese retiró de la estancia. Al cabo de pocotiempo el fámulo volvió a entrar con unafina espada, labrada en el Norte deÁfrica.

—Podría ser un tanto peligroso queun campesino, después de cerrar lamuralla, caminase por la ciudad armado,por eso os hemos retirado vuestrasarmas —afirmó el obispo—. Así, que…decís que sois noble.

Atanarik se enfadó por el sarcasmoen la afirmación de Sisberto y airadoexclamó:

—Sabéis bien que pertenezco a unanoble familia goda, soy de estirpe

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balthinga. He sido educado en lasEscuelas Palatinas. Olbán de Septa meprohijó.

—No sois hijo de Olbán. Vuestropadre es un jeque bereber.

Atanarik se sintió molesto yconfundido, contestó:

—Así es.—No os avergoncéis de ello.

Tenemos nuestros espías y sabemos quevuestro padre moviliza más hombres quetodos los que el tirano Roderik manejaráen su vida.

—Nunca he sabido nada de mipadre.

—Pero nosotros, sí. Estamos bien

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informados. Vuestro padre se oculta enel interior del Magreb pero, de cuandoen cuando, ataca las costas de la Bética.Hace un año, uno de sus lugartenientes,Tarif, desembarcó cerca del MonsCalpe y se llevó rehenes y cautivos,sobre todo mujeres, que han sidovendidos a muy buen precio en losmercados magrebíes. Sí. Estoy segurode que vuestro padre ayudaría a su hijoa atacar este reino, no sólo por amorfilial, sino sobre todo, porque le gustanlas mujeres hermosas y nuestrashispanas lo son mucho. Le gusta el botín.Sois un tipo interesante, Atanarik. No esfácil ponerse en contacto con Ziyad, que

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se oculta en las montañas del Atlas y eslibre e indómito. Sin embargo, estamosseguros de que no desoirá la voz de suhijo.

—¿Por qué iba a llamar a mi padre?—Porque ahora mismo vos sois un

proscrito, que quiere vengar la muertede vuestra amada Floriana. Una mujeradmirable que nos ayudó contra eltirano. Porque vuestra familia…, ¿meequivoco?, fue sometida a una de laspurgas de Chindaswintho y os interesarecuperar las posesiones que ospertenecen. Además sé que sois unhombre justo que estáis asqueado con lapolítica de ese bastardo de Roderik que

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lleva el reino a la ruina.—Sólo os importa el poder…—No. Defiendo mis intereses. Por

un lado, Roderik confía aún en mí. Peropor otro, me debo a mi estirpe. Habéisde saber que mi sobrino Agila se haproclamado rey en la Septimania y en laNarbonense. Estos que me rodean leapoyan. ¿Los conocéis?

—Veo a mi antiguo comandanteVítulo… —respondió con sornaAtanarik.

Un hombre de cabello cobrizoplagado de canas, muy fuerte, le hizo unaseñal amistosa.

—Veo a mi buen amigo Wimar —

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sonrió suavemente el joven gardingo.Un hombre rubio de ojos claros sin

pestañas, fríos pero de expresiónaparentemente amigable, le devolvió lasonrisa a su vez.

—Allí está Audemundo… y muchosotros más.

El tal Audemundo, un hombre calvocon expresión seria y digna, le tendió lamano, que Atanarik estrechó.

Tras las presentaciones, Sisbertoprosiguió:

—Sé que, en el fondo, sois de losnuestros. Por lo tanto, es importante queconozcáis nuestra posición. Esprioritario para nosotros y para el reino

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derrocar a Roderik. La muerte de mihermano Witiza se produjo en extrañascircunstancias. Uno de los allegados deRoderik, Belay…, ¿le conocéis?

—Fuimos compañeros en lasEscuelas Palatinas. Ahora es el Jefe dela Guardia. Hemos sido amigos y somosparientes lejanos, en los últimos tiemposhe estado a sus órdenes. —RecordóAtanarik.

—Belay odia a Witiza, que hacausado la muerte de sus padres, juróque se vengaría de él. Participó en laconjura que le derrocó. Ahora es elConde de la Guardia Palatina. Le hanasignado una misión, buscar al asesino

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de Floriana, es decir, buscaros a vos yconduciros ante el rey para daros unescarmiento público.

Atanarik se sorprendió mucho, porlo que exclamó:

—¡Belay y yo hemos sido hermanosde armas, compañeros en muchos frentesde batallas! ¡No es posible que vayacontra mí!

—Se debe al cargo que leproporcionó Roderik tras su traición aWitiza. Belay es un hombre eficaz, osencontrará, cumple diligentemente susdeberes para con Roderik.

Ante aquel nombre, el joven gritó:—¡No mencionéis al tirano! ¡Le

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mataría con mis propias manos!Sisberto se sintió satisfecho y le

contestó:—Entonces estáis en nuestro lado.

La elección de Roderik es ilegal yperjudica a nuestros intereses. Somos yamuchos los descontentos…

—Es decir, estáis descontentosporque no se os reconocen vuestrosprivilegios —le interrumpió consarcasmo Atanarik.

—Porque corremos el riesgo deperder lo que nos ha costado tantos añosconseguir.

El joven espathario real sabía bienque las luchas entre nobles habían

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devastado un país que se derrumbaba.Por un momento, recordó lo que habíavisto poco tiempo atrás, cuando habíaregresado del Norte, y lamentándose lesadvirtió:

—El campo está famélico. A pesarde las leyes, los siervos huyen y lastierras de cultivo se desertizan, el paísestá devastado. Una nueva guerra entrenobles traerá más pobreza ydesesperación. Hundirá más al reino.¿Eso no os importa?

—Digamos que sí, pero no entendéisbien nuestro punto de vista, Roderik, unnecio arribista, está hundiendo al país,no nosotros, y además —repitió—

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favorece a los que se oponen a nuestrosintereses. ¿Con quién estáis vos? ¿Conlos asesinos de Floriana o con aquellosen los que ella confiaba?

El cadáver de Floriana, sus heridas,sus ojos muertos fijos en él, retornaron asu mente, Atanarik bajó la cabeza.Sisberto continuó:

—¿Quién os importa más? Nosotros,que podemos ayudaros… o Roderik, queos cortará las manos, os arrancará losojos y os ejecutará.

Al huido de la persecución real no lequedaba otra salida, pero todavíaarguyó:

—Sabéis muy bien que la ley, que

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rige desde tiempos de Ervigio, sólopermite que yo sea juzgado por misiguales.

—¿Confiáis en un juicio justo?¿Confiáis en que el que mató a Florianagarantizará que testifiquéis contra él?

El gardingo real negó con la cabeza,mientras el witiziano se expresótajantemente:

—Vuestra única salida es colaborarcon nosotros.

Atanarik no tuvo más remedio queasumir su destino:

—Lo haré —afirmó con rabia.—Bien. Os buscan por todas partes.

Os ayudaremos a salir de aquí, pero será

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más seguro si os dirigís al Sur tal ycomo vais, vestido de campesino. Sivais como lo que sois, un noble gardingoreal, os reconocerán y os detendrán. Nopodemos proporcionaros hombres, noqueremos despertar las sospechas delrey, sus espías nos vigilancontinuamente. Si os atrapasen,acompañado de hombres de mi clientela,sería vuestro fin pero también el mío yel de los fieles a los hijos de Witiza.Recordad que mi sobrino Agila ha sidoproclamado ya rey en la Septimania. Acualquiera que tenga algún vínculo conél, se le considera un enemigo potencial.La salida de Toledo de una tropa de

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witizianos, aunque fuera pequeña, sólollamaría la atención de la guardia y osrelacionarían conmigo. Osproporcionaremos ayuda económicaahora, pero debéis ir solo hastaHispalis. Allí, buscaréis el palacioepiscopal y os presentaréis a mihermano, el noble obispo Oppas, que osfacilitará un barco que os conduzca aSepta. Olbán estará preparando ya suvenganza. Al conde de Septa le importamucho la muerte de su hija; pero leimportan aún más sus contactos en elMediterráneo. Roderik le ha cortado susaprovisionamientos en las costas deHispania. Olbán necesita un gobierno

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más afín a sus intereses y a los de losárabes. El quiere seguir negociandoentre los puertos del Levante y las islasdel Norte. Su enclave es estratégicopara el comercio. Con un gobierno comoel de Roderik los negocios no le iránnunca bien. A vuestro amigo Samuel, eljudío, le ocurre lo mismo; ademásquiere vengarse de las humillacionessufridas por su raza.

Atanarik le contestó con una vozllena de rabia y amargura:

—¡Y a vosotros! ¡Sólo os importanvuestras prebendas!

Sisberto haciendo caso omiso a lasrazones del godo, siguió desarrollando

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su plan:—Iremos preparando el terreno.

Enviaremos a Roderik hacia el norte.Aunque parezca raro, Roderik confía enmí. En el momento de su elección, leapoyé. No me quedaba otro remedio. Aveces Roderik duda de que yo le searealmente leal, pero de momento no lequeda más remedio que soportarme.Además quizás ahora mismo esté sumidoen los remordimientos tras la muertede…

—Floriana… —susurró Atanarik.—Sí, de esa bella dama que

pertenecía a nuestro partido.El witiziano se detuvo un momento

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en sus reflexiones, para proseguirdespués con una voz que parecíacomplaciente.

—Amigo mío, si desempeñáis bienvuestro cometido, en menos de un añoRoderik habrá caído en vuestras manos;un nuevo orden se avecina en lapenínsula.

—Sí. Un nuevo orden… —dudóAtanarik.

—Sois hijo del hombre que controlalos destinos de África.

—Lo soy, pero nunca he visto a mipadre.

—Según Olbán, Ziyad podríacolaborar si su hijo se lo pide…

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Atanarik no se fiaba de losbereberes y expuso su opinión:

—Los bereberes sólo nos ayudaránsi les pagamos con oro. Se necesita unbuen capital para levar hombres enÁfrica.

—Si es cuestión de oro, eso noconstituye un gran problema. Pongo todami fortuna para derrocar al rey, paraexpulsar a los que atentan contra misintereses…

Sisberto llamó a uno de los criados,y le susurró algo al oído. El criadosalió. Los witizianos comenzaron adiscutir aspectos de la próximacampaña. Cuando el criado entró de

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nuevo, traía en sus manos un pequeñocofre, que presentó a Atanarik. El godolo abrió. Estaba lleno de monedas deoro.

—Con este caudal podréis atravesarlas tierras hispanas, llegaros a África ylevar las tropas bereberes necesarias.

Sisberto llenó con aquellas monedasuna bolsa de cuero y se la entregó aAtanarik.

Brilla el sol en lo alto del Aurés, elmismo brillo de aquel oro que un día lediera Sisberto. A Atanarik no le importael oro, le importa cambiar un reino

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corrupto, vengarse y, ahora, cada vezmás conducir a aquellos hombres,bereberes y africanos, que le siguen ensu camino hacia el norte.

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La berbería occidental

Siguiendo su camino, Atanarik ha dejadoatrás el desierto, busca sus raícesocultas quizás en algún campamentobereber, allá en las montañas del Atlas.Atraviesan valles poblados por encinasy alcornoques, laderas de pinares y, enlo alto, algún cedro. Los bosques no sonespesos y en ellos se ven charcas por lasúltimas lluvias.

Busca a su padre.

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La luz roja que reaparece en suinterior cuando recuerda a Floriana seextiende de nuevo sobre el ánimo deAtanarik, pero tras unos brevesinstantes, rechaza la amargura delrecuerdo, y el pensamiento se le escapahacia los compañeros de las EscuelasPalatinas, sus amigos. Como en unespejismo retornan a su mente losrostros de los que ha dejado atrás quizáya para siempre. Hermanos de armas,colegas, rivales; con ellos había luchadocontra los vascones, los francos, habíasofocado revueltas y sediciones. ¿Quépensarían de él, cuando la acusación deque había asesinado a Floriana se

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extendiese por la corte?Unos, los más, lo creerían culpable.

Recordarían su genio vivo, pronto parala trifulca, su carácter visceral, queamaba apasionadamente y odiaba demodo vehemente, sus bruscos cambiosde humor…

Otros, los menos, losverdaderamente íntimos, rechazarían laacusación, no podrían creerlo. Losverdaderos amigos conocían bien elfondo de su carácter, su corazóncompasivo, que a veces se airaba, perocapaz también de contenerse, y quebuscaba siempre la justicia. De ellos,algunos sabían de su amor por Floriana.

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Belay, Casio y Tiudmir, además,sospechaban que ella era su amante.

Belay le perseguía. ¿Cómo habíapodido creer que él era un vulgarasesino? Pero Belay, a quien se habíasentido tan unido, con quien tenía lazosde parentesco, era fiel a Roderik yobedecía sus órdenes.

Todo le era indiferente, unainsensibilidad dolorosa se extendíasobre su espíritu, lacerándolo. Hubierapreferido un fuerte dolor físico,enfrentarse a alguien, ser golpeado, aaquella conmoción gélida que seextendía por su ánimo y lo llenaba todode una indiferencia sobrecogedora.

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Floriana era su única familia, lasensación de soledad le deshacía pordentro.

El afán de venganza lo manteníavivo. Sí. Vengar la muerte de Floriana,pero también sanear el reino, limpiandode corrupción y podredumbre las tierrashispanas.

A la cabeza del proscrito, retornabauna y otra vez la idea de depurar el país:la corte, corrupta; la Iglesia hedía anepotismo, afán de lujo y de riquezas,falta de espíritu cristiano y vanidad. Lossiervos se fugaban de sus prediosporque necesitaban comer, los noblessólo buscaban su propio provecho; el

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rey, un títere de los nobles o un tirano.Más allá de la venganza por la muertede Floriana, Atanarik ansiaba ahora uncambio radical; rehacer, desde susraíces, un reino que se hundía. Elgardingo real pensaba que mientras élera perseguido como asesino, elauténtico criminal detentabainjustamente la corona.

Cuando el sol descendía sobre elhorizonte, iluminando la Sagra, huyó deToledo. Se escabulló entre el tumulto delos campesinos que salían de la ciudad,antes de que se cerrasen las puertas.

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Caminaba inclinado, mirando al suelo, ycubierto por la capucha. A su espaldacolgaba un saco en el que parecía llevargrano, pero en donde en realidadescondía una espada. Los guardias delas puertas que buscaban, entre los quesalían, al noble gardingo que habíaasesinado a la dama, no le reconocierony le dejaron pasar. Quizá creyeron queera otro más de los muchos campesinosque habían acudido a trocar productosen el mercado.

Anduvo deprisa, sin detenerse.Cuando llegó a los cerros que seelevaban cercanos a la ciudad, al iniciode las montañas que debía atravesar

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para llegar al Sur, se paró para echaruna última mirada a la urbe, aquel lugardonde había muerto su Floriana, el lugarde su adolescencia y primera juventud.Las altas torres de las iglesias, lospalacios de los nobles, las casas de losmenestrales descendiendo hasta el Tagusy en lo alto, coronándolo todo, elpalacio del rey Roderik.

Se abstrajo mirando a la ciudad a laque amaba. Al tiempo, a su lado, sintióla presencia de alguien; una presenciasuave que apareció allí de modo casimágico.

Era Alodia.—Mi señor, llevadme con vos.

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Tengo miedo de permanecer en laciudad. Los hombres del rey me buscan.No tengo a nadie.

Atanarik se miró a sí mismo, a lasropas que llevaba puestas, su aspectorústico.

—Ahora soy un siervo. Nada tengo.Mi camino es largo y va a las lejanastierras africanas.

—Iré con vos. Os serviré.—No puedo ofrecerte nada —dijo

él, compadecido.—Ahora pertenezco al judío Samuel,

mi ama me cedió a él tiempo atrás paraque les sirviese de enlace. Él ha sidobueno conmigo, me ha acogido en mi

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desgracia; pero sé que en Toledo noestoy segura. Han puesto precio a micabeza. Los bandos recorren la ciudad,antes o después sus criados puedenhablar, querrán cobrar la recompensa…Me apresarán los hombres del rey, metorturarán y seré ejecutada.

Los ojos de Alodia estabancubiertos de lágrimas. Atanarik seablandó.

Caminaron así, juntos. Dos siervosde la gleba, él delante; ella, como unaesposa sumisa, unos pasos más atrás.Nadie podría sospechar que eranproscritos, sino unos labradores que sedirigían a los campos cercanos a

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trabajar, o quizás a mercar a una aldeapróxima.

Llegó la noche y durmieron en unpajar. La luz de la luna se colaba entrelas pajas del techo.

—Tampoco vos podéis dormir…—No —dijo Atanarik.—¿Pensáis en ella? ¿En Floriana?—Nada la borra de mi pensamiento

—calló unos segundos, no deseabahablar de Floriana, después siguió—,y… tú, Alodia, ¿en qué piensas?

Alodia tenía su mente fija en quienamaba. Finalmente, ella pudo balbucir.

—En nada.Entonces, él le habló amablemente:

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—No se puede no pensar en nada.Nuestras ideas bullen y cambian,transforman nuestro ánimo. Siempre sepiensa en algo.

Ruborizándose y, haciendo unesfuerzo, ella le confesó por decir algo:

—Pienso en mi aldea, pienso en quevos me librasteis de algo peor que lamuerte, que me trajisteis a la nobleciudad de Toledo.

Ambos callaron un tiempo. Al caboAtanarik interrumpió el silencio,preguntando:

—¿Qué es aquello peor que lamuerte de lo que te he librado?

Con cierto temblor en la voz, ella le

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respondió.—Mi aldea es pagana. Adoran a la

diosa, yo fui educada para ser susacerdotisa. La sacerdotisa de la diosadebe traer al mundo los hijos de ladiosa… y ellos vienen al mundo por unantiguo rito.

—¿Cuál?—Cuando la nueva sacerdotisa ha

llegado a la pubertad, en la primera lunallena, los hombres de la aldea, uno trasotro poseen a la sacerdotisa de la diosa.

Alodia avergonzada calló de nuevo.Él, compadecido de ella, le dijosuavemente:

—Había oído hablar de esos

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sacrificios en las tierras cántabras… Sedice que las mujeres del Norte loaceptáis libremente.

—Mi madre sí lo hizo, por ello yosoy hija de la diosa. No tengo padre. Mihermano Voto fue un padre para mí. Élme enseñó la luz del Único Posible. Medijo, que no era la diosa la quedescendía sobre la sacerdotisa, sino lalascivia de los hombres del poblado…Me pidió que huyese cuando se acercaseel tiempo del sacrificio.

—¿Tu hermano no podía protegerte?—A mi hermano Voto, lo expulsaron

del poblado cuando supieron que habíaabrazado la luz del Único Posible,

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cuando supieron que había rechazado ala diosa.

—¿No tenías a nadie más que tedefendiese?

—No. Mis otros parientes adoran ala diosa. Mi tía Arga era su sacerdotisay me vigilaba. Vos me salvasteis.

—Te conduje a la servidumbre.—¿Acaso era la libertad lo que yo

tenía en el poblado? No. Lo que yo teníaera la esclavitud. Vos me hicisteislibre… Me respetasteis y me librasteisde la lujuria de vuestros soldados. Mecondujisteis a un lugar seguro.

—Ahora recuerdo cómo aparecisteen medio de aquel camino. Creí que

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estabas loca…—Os compadecisteis de mí…Atanarik prosiguió:—¿No podía haber ocurrido que te

hubiese encontrado alguien que no tehubiese respetado?

—Oré. Sí, le pedí al Único que meayudase. Un espíritu se me apareció, unespíritu de fuego me reveló que no meocurriría nada. Entreví la luz del Únicoy en la luz se me reveló que osencontraría…

Ella guardó silencio de nuevo,asustada por su atrevimiento ante aquela quien consideraba su amo y señor.Pensó que una pobre campesina de un

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lugar perdido en las montañas del Norteno podía aspirar a nada más que a servira tan alto señor. Recordó la luz, quetiempo atrás le había hablado, y le habíadicho que encontraría a alguien que laprotegería y que ese alguien le partiríael corazón. Sintió vergüenza por haberseexpresado con tanta libertad ante unnoble.

Él percibió su turbación.—Me hablas del Único… Es una

forma curiosa de hablar de tu dios…Ella sonrió. Al hablar de Aquel, el

Único, al que ella amaba, su voz sedulcificó.

—Entre las gentes del Norte hay

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muchos dioses. Los de mi poblado creenen la Diosa que es una diosa más peroque vela especialmente por nosotros. Mihermano Voto me explicó que sóloexistía un Dios, con tal poder que eracapaz de crearlo todo de la nada. UnDios omnipotente, las cosas, nosotrosmismos somos hechos por Él. Existimosporque Él existe. Nos mantiene en el ser.Si dejara de pensar en nosotros,desapareceríamos. Ese DiosOmnipotente no tiene rivales. AdemásVoto me explicó que Él es mi Padre.Eso me consuela. Yo no tengo Padre,puede ser cualquiera de mi poblado,cualquier anciano, cualquier hombre

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deforme… Pero el Único es Perfecto yes mi Padre. El Único es el ÚnicoPosible porque si existiese otro como él,ya no sería omnipotente. La Diosa no esbuena, porque permite sacrificios comoaquel del que yo nací; tampoco esTodopoderosa porque hay otros diosesque limitan su poder. Yo pienso que ladiosa es un engaño de los hombres. Encambio, he visto la luz del ÚnicoPosible, se me ha revelado su espíritu.

Atanarik percibió un misterio en laspalabras de la muchacha. No hablaronmás. Entre las tablas que cubrían eltecho de aquel pajar, Atanarik divisóretazos de un cielo estrellado. Y por

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primera vez en mucho tiempo Atanarikno soñó con Floriana. Su sueño fueplácido.

La sierva no podía dormir. La luz dela luna entró por la ventana entreabiertailuminando el rostro de Atanarik. Alodiase sentó y lo miró largo tiempo. Susrasgos finos y rectos, la marca en sumejilla, las pestañas que cubrían la luzolivácea de sus ojos…

Al amanecer, un hombre con unahorca entró en el pajar donde el sueñovelaba los rostros del godo y de lasierva. Se levantaron deprisa. El hombre

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les gritó:—¿Quiénes sois? ¿Siervos huidos?—No. Vamos hacia Toledo…Les amenazó con la horca, pinchó a

Alodia, que estaba más cerca de él.Atanarik sacó la espada que llevabaoculta y desarmó al hombre, al queataron con una soga que colgaba deltecho y le amordazaron, tras lo cualsalieron huyendo.

Atanarik decidió apartarse delcamino real y dirigirse hacia el surorientándose por el sol, campo a través,dejando atrás la senda que habíanllevado antes. Pronto escucharon a unajauría de perros que les perseguía a lo

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lejos. Alguien había encontrado alhombre atado, quien les habíadenunciado a los habitantes de la aldeacercana. Se figuraron que eran siervoshuidos, quizás al campesino le llamó laatención la hermosa espada de Atanarik.No era posible que un siervo poseyesetal arma, sospecharon que aquel hombrequizás había matado a su amo. Estabapenado ocultar a siervos huidos.Además, si había cometido un asesinatosería peligroso. Los hombres de la aldeacercana, alertados por las explicacionesdel campesino, salieron en busca de losfugitivos.

Llegaron a lo alto de un monte,

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desde allí se divisaba el Tagus y en laorilla, la barca varada de un pescador;Atanarik se la señaló a Alodia.Corrieron por la pendiente que llegabaal río y al llegar a su orilla, se montaronen la barca; avanzando ocultos por lascañas de la ribera.

Los perros se detuvieron al llegar ala margen del río y perdieron el rastro.Los del poblado, tras continuar labúsqueda por la ribera del río, algúntiempo después se dieron por vencidos yfinalmente retornaron a la aldea.

La barca fue navegando sola, ríoabajo. Se dejaron llevar por lacorriente. Pasaron todo el día en la

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lancha, deslizándose en el agua, sinremar, ocultos. Al anochecer, la barcase detuvo en la orilla.

Saltaron a tierra y, caminando cercadel río, encontraron un embarcadero,con una choza deshabitada. Durmieronallí.

Al nacer el sol, Alodia sacó de unafaltriquera un mendrugo de pan y locomió con ansia. Después, se dirigió alcauce del agua para lavarse. Sacó unpeine de madera y se atusó el largocabello rubio ceniza, el sol naciente dela mañana hacía brotar rayos de plataentre el cabello rubio oscuro. Así se laencontró Atanarik.

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Cerca del embarcadero, salía uncamino. El antiguo espathario se orientópor el sol, la senda conducía hacia elsur. Caminaron por ella. El sol ibasubiendo en el horizonte, un sol de otoñoque no calentaba. La brisa suavementemovía las ropas de Alodia. Más allá delrío, en un viñedo, los labradoresrecolectaban la uva. Un niño corría entreellos. Los fugitivos no osaban aacercarse a los campesinos. No sabíandónde se encontraban.

Al fin, el gardingo real se atrevió aaproximarse al lugar en el que lossiervos estaban vendimiando. Varios deellos se habían separado del grupo y se

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habían acercado al borde del campo,donde había unos pellejos con agua.Atanarik les hizo un gesto y uno de losvendimiadores, un hombre rechoncho yfuerte, se acercó hasta ellos.

—¿Quiénes sois? —les preguntópara orientarse.

—Siervos de mi señor Teodoredo.Atanarik miró a Alodia. Las tierras

de Teodoredo estaban al suroeste deToledo. Cercanas a ellas había algunapoblación. Pensó en comprar allícaballos para acelerar la huida.

—¿Qué tal la cosecha?—Este año no ha llovido casi nada.

El pedrisco se llevó parte de las viñas

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en el mes de junio. Debemos pagarle ami señor Teodoredo. No podremoscomer.

Alodia les contempló, aquel hombreera poco más que piel y pellejo. Losotros tampoco mostraban muy buenaspecto.

—Vamos a la feria de ganado. Noshan dicho que hay feria en una ciudadpróxima.

—Debe de ser en Norba…[8]

—¿Norba?La barca les había llevado lejos,

muy hacia el oeste, a las tierras de laLusitania.

—Si camináis dos o tres días al sur

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creo que encontraréis la ciudad. Allísuele tener lugar una feria de ganado;aunque con la carestía y la peste no sé sihallaréis gran cosa.

El hombre les ofreció agua. Atanarikse la pasó a Alodia, que estaba sedienta.

—¿Es tu esposa? —dijo el siervocon cierta admiración.

—Sí —hubo de contestar Atanarik.El gardingo la miró, bebiendo agua

con la boca entreabierta, el cabellorubio ceniza brillando bajo la luz del solde otoño. Nunca la había mirado así. Sedio cuenta de que era de medianaestatura, bien proporcionada, con unanariz fina y recta, con rasgos delicados.

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Tenía los ojos entrecerrados para beberde la cantimplora de barro y laspestañas sombreaban sus mejillas. Alfin, bajó el recipiente y se lo pasó aAtanarik, mirándole con ojos brillantes.Le sonrió. Él le devolvió la sonrisa,hacía mucho tiempo que no lo hacía.Algo dulce recorrió el corazón delgardingo.

Los siervos compartieron con ellosun escaso pan oscuro, Atanarik les pagócon unas monedas de cobre. Sedespidieron, saludándoles con la mano,sin preguntar nada.

Ahora, Alodia y Atanarik caminabanel uno junto al otro por el camino.

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Atanarik estaba contento.—En Norba compraremos caballos

y ropas. Tengo que llegar a Septa cuantoantes y caminando tardaríamos muchotiempo.

—No sé cabalgar.—Aprenderás, no es difícil. Buscaré

un animal de carga, que sea dócil, en elque puedas montar.

—Mi señor, os retraso en el camino.—Ahora ya no puedo dejarte atrás

—exclamó con tono decidido—. Tedejaré en Hispalis, al cuidado delobispo Oppas. Allí estarás a salvo.

A ella se le humedecieron los ojos.No podía soportar el pensamiento de

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estar lejos de Atanarik, pero guardósilencio sin emitir ninguna protesta.

La mañana era cálida y suave.Después de los días pasados en los queparecía que el invierno se habíaapoderado del mundo, el otoño volvíacon días algo más templados. Soplabaun aire tibio, que levantaba suavementelas faldas de ella y la corta capa de él.El campo mostraba una tierra rojiza,interrumpida por las vides. Entre losviñedos, los campos de cereal habíansido cosechados.

Al atardecer, atravesaron una rañacon encinas dispersas, donde corría unarroyo; cerca de él, un madroño ofrecía

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sus frutos en sazón. Se dieron cuenta deque ambos tenían hambre. Él se subió alárbol y le fue tirando los frutos al suelo.Alodia los recogió en un buen montón.Ambos se sentaron apoyando lasespaldas contra el árbol y comenzaron acomer. Al cabo de un tiempo, lesinvadió una alegría extraña. Los frutosmaduros y con algo de alcohol se leshabían subido a la cabeza. Atanarik reíacomo no lo había hecho desde muchotiempo atrás. Comenzó a decir tonterías.

—¡Cómo te miraba el vendimiador!¿Sabes que eres bonita?

—Y vos, mi señor, sois un fuerteguerrero —respondió ella con voz

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temblorosa.—Sí. He luchado contra los francos,

contra los rebeldes del Norte… contralos vascones y cántabros. —Le preguntócomo en una broma—: ¿Tú de dóndeeres? Quizás eres un guerrero disfrazadode dama; o quizás eres una bruja.

—No. Soy la sacerdotisa de laDiosa.

Entonces, Alodia comenzó a cantar,con una voz suave, un canto vascuencehermoso y antiguo; y después un cantorítmico, de danza, un canto muymelodioso. Él la miró y la sensación deensueño que los madroños le habíanproducido se volvió más intensa.

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Cayó la noche.Llegó un nuevo amanecer. Habían

dormido bajo las ramas del árbol de losmadroños, el uno junto al otro. La luzdel sol teñía de tonos rosáceos ypúrpuras el horizonte.

Alodia se levantó. Del interior de laalforja sacó de nuevo el pequeño peinede madera. Se acercó al agua del arroyopara lavarse, al acabar recogió su largacabellera con un prendedor, pensandoque había sido un regalo de su amaFloriana.

Al despertarse, él recordó las risasde la noche anterior… Se preguntódónde estaría Alodia, caminó hacia el

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río y, como el día anterior, la encontróallí, junto al agua.

Un árbol extendía sus largas ramassobre la corriente.

Se fijó en el armazón de metal conengarces de pasta vítrea, de él salíanunas finas cuerdas de cuero que ellaanudaba detrás de la larga cabellera.

Ella le miró con tristeza, y musitósuavemente:

—Me lo dio mi ama Floriana.La cara de él se transformó, una leve

contracción de amargura hizo queapretase la mandíbula. Surgió unsilencio tenso, al fin él habló.

—Ella no me fue fiel…

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—A pesar de todo, ella os amaba —afirmó con seguridad Alodia,conmovida.

—¿Cómo podía amarme y, al mismotiempo, hacer un doble juego, seducir aotros?

—Ella siempre decía que no podíaser mujer de un solo hombre…

—¿Por qué nunca me reveló nada desu vida oculta? ¿Nada de en lo queestaba metida?

— No quería haceros daño. Paraella, vos erais más un hijo que unamante. Me dijo muchas veces que eraislo único limpio que había en su vida,que erais un hombre bueno… No quería

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empañar el afecto que os teníais con lassombras de la duda. Me dijo que nuncaentenderíais su postura… Como no loestáis haciendo ahora.

—¿La poseyeron otros hombres?Ella dudó. Al fin, dijo la verdad.—Creo que sí.Él se volvió y golpeó el puño contra

el árbol.—¡No! —gritó él—. No existe la

verdad, si hasta ella me engañaba.—Debéis comprender…—¿Qué comprensión queda hacia la

infidelidad?Alodia calló.—Cuando yo llegué junto a Floriana,

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pensé que ella creería en el ÚnicoPosible. ¡Era tan hermosa! Pensé quebuscaría el bien, la verdad y la belleza.Pero pronto supe que no era así. Ella erapagana. Había sido adoctrinada por supadre en los misterios de la Gnosis deBaal. Floriana me introdujo en suscreencias. Para ella existía unaDivinidad Oculta o Infinito de la quesurgió un rayo de luz que dio origen a laNada, identificada con una esfera ocorona suprema. A partir de esta coronasuprema de Dios emanaban otras nueveesferas. Estas diez esferas constituyenlos distintos aspectos de Dios mediantelos cuales éste se manifiesta.

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—Entonces… ¿ella creía enmúltiples dioses?

—No exactamente, nunca loconseguí entender plenamente. No lleguéa alcanzar la plena comprensión de loque Floriana creía, era un sistema muycomplejo, un dios del Bien y un dios delMal; ambos con múltiples emanaciones.Para mí, mi Dios es más simple, El es elÚnico Posible, Él se me reveló antes dehuir de mi poblado. Floriana merecordaba a Arga, la sacerdotisa de laDiosa… No buscaban el bien, sino elpoder… Nunca conocí del todo adondele llevaban las creencias de Floriana.Ella creía en todo aquello porque según

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decía le permitiría llegar a unconocimiento más profundo de losmisterios de la naturaleza, y asíconseguiría ser poderosa… Pero ella yalo era, sé que controlaba a los hombres.

Atanarik calló, intentandocomprender lo que Alodia le revelaba,pero su faz se tornó gris.

—No os atormentéis… ¿Quiénpuede saber qué hay en lo profundo deuna mujer tan instruida como Floriana?—le explicó Alodia, luego ellaprosiguió como hablando para sí—. Unamujer tan sabia, tan hermosa, ducha entodo tipo de artes.

Atanarik no contestó nada, pero una

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vez más se dio cuenta de lo poco quehabía conocido a Floriana.

El hijo de Ziyad se alejó de Alodia.Ella entendió que Atanarik necesitabasoledad. La sierva se reclinó junto alsauce de la orilla, su mente se abstrajo;el río discurría sin cesar delante de ella.El rumor melodioso del agua leproducía serenidad y calma, porque aAlodia le dolía el corazón. Atanarikparecía embrujado por aquella a la quela montañesa había servido y ni siquierala muerte había roto del todo el hechizo.Alodia pensó que quizás era por ello

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por lo que no le había revelado todo aAtanarik, pero no se sentía todavíacapaz.

El sol estaba alto en el horizonte,iluminando las praderas resecas delcampo de otoño, cuando Atanarikregresó. Su expresión ya no reflejaba elsufrimiento de unas horas atrás.

—He visto un poblado —le dijo—,quizás allí podamos encontrar algo.

Ella se levantó tras él. El joven godocaminaba a paso tan rápido que a Alodiale costaba seguirle porque él era muyalto. Avanzaron sin detenerse durante

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varias horas. Subieron un repecho, queAtanarik debía de haber recorridopreviamente. Desde allí y, muy a lolejos, se divisaba una aldea de casas debarro con techos de ramas. Del pobladosalía humo. Pensaron que quizá setrataba de los fogones de la aldea. Alacercarse, les pareció demasiado humopara ser únicamente la lumbre.

Al llegar más cerca vieron quealgunas casas ardían. Aminoraron lamarcha, pensando que quizás aquel lugarestaba siendo atacado. Sin embargo, enla soledad de la tarde no se escuchabangritos. Un silencio mortal se extendíapor las calles. Llegaron al lugar, una

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única calle con casas bajas a los lados,por la que se esparcía un hedor a carnequemada. En el centro de la calle, en unapira ardían aún los restos calcinados devarias personas, jóvenes, niños yancianos.

Un pueblo apestado.Los habitantes habían quemado

algunos de los cadáveres de loscontagiados por la epidemia para evitarsu propagación; después, al evidenciarla inutilidad de sus esfuerzos, se habíanrendido al desastre y habían huido dellugar. El viento de la tarde movía laspuertas de las casas vacías. Al fin,escucharon un ruido, como un maullido,

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como el sonido de un animalillo herido.Se acercaron a la casa de dondeprovenía. Vieron a una mujer muerta; asu lado estaba un muchacho retrasado deunos doce o trece años que no habíaquerido dejar a su madre. Se hallaba asu lado, inmóvil, emitiendo un quejidosobrecogedor, como el maullido de ungato. No soltaba ni una lágrima. Lamiraba como en estado de alucinación.

Atanarik se quedó en la puerta.Alodia comprendió; se acercó a él y

puso su mano sobre los hombros.—Está muerta.Él dejó de quejarse, la miró con los

ojos desencajados y le dijo:

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—No. Duerme. No hagas ruido.Alodia no quiso contradecirle.—Sí, duerme. Vámonos de aquí

porque si no se va a despertar.Se dejó arrastrar por Alodia y la

siguió.—¿Cómo te llamas?—Me llaman Cebrián.—Pues bien, Cebrián, ven conmigo,

después vendrá ella.El muchacho se dejó arrastrar por

Alodia fuera de la casa.—Sí. Me voy. Sí.—Ella vendrá después —repitió

Alodia.Salieron de la casa. Cebrián era alto

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y esmirriado, con ojos un tanto saltones,y la cara alargada, muy moreno, sucio ytiznado por el hollín.

Atanarik estaba preocupado:—Debemos irnos cuanto antes. La

peste no respeta a nadie.—Hay muchos muertos… todavía

insepultos.—No podemos hacer nada. Es

peligroso permanecer más tiempo aquí—le repitió—. Debemos irnos…

Alodia entonces solicitó de suseñor:

—El chico no tiene nada, deberíavenirse con nosotros.

—¿Qué podemos darle? No tenemos

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comida, nos persiguen.—Da igual —dijo ella con firmeza.El chico les miró mientras hablaban.

Comenzó a saltar y les dijo:—Comida, sí. Sé dónde hay comida.

Mi madre quiere que comáis —miró aAlodia—. La doncella es amable.

Cebrián se encaminó decididamentefuera del poblado. En las inmediaciones,corría un río bastante caudaloso;subiendo río arriba, encontraron unmolino. Entraron en la estancia central,donde el rodezno se seguía moviendocon una cadencia monótona. Losmoradores habían huido por miedo a lapeste, llevándose lo puesto. En una gran

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tinaja de barro, había harina. En unaalcuza, aceite. Del techo colgaba cecinaseca. Al fondo, había un hogar todavíaencendido.

Alodia comenzó a trajinar. Amasóunas tortas. Atanarik y el chico sesentaron junto al agua. El godo no sabíamuy bien qué decirle al muchacho.Comenzó a tirar piedras al agua, cantosrodados que rebotaban en la corriente.El chico le imitó, al cabo de un rato conel juego, habían olvidado sus penas.Reían.

Del molino salió un aromaagradable.

Se sentaron cerca del fuego. El chico

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engulló con apetito las tortas que Alodiahabía cocinado. No podía estarsequieto: se sentaba, se levantaba, setocaba una oreja, se hurgaba la nariz.Comenzó a hablar, sin parar quieto uninstante:

—Mi madre… amiga de lamolinera… Las otras… No… Noquieren a mi madre. Madre acoge a loshombres que pasan. Madre buena, cuidaa los hombres, les acaricia mucho…Ellos ríen mucho cuando ella les dabesos y los abraza. Me quiero quedar yreír yo también; pero madre me mandaaquí con la molinera.

Hablaba de su madre como si

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estuviese viva.—Me parece que no estamos lejos

de Norba. ¿Nos podrías indicar elcamino? —le preguntó Alodia.

—Norba. Sí. Norba. Feria en Norba—saltó de nuevo Cebrián—. Bien…bien. Yo ir con vosotros a Norba… Sí,mientras madre duerme.

No podía estarse quieto, hacíacontinuamente guiños con la cara, teníaun tic nervioso. Cambiabacontinuamente de tema de conversación.En un determinado momento, le tocó aAtanarik en la cintura, bajo la capadescubrió la espada.

—Me gusta… espada me gusta… —

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comentó, después tomó a Alodia de lamano—. Tú no eres una dama… manosásperas…

Ella le sonrió divertida y lentamente,como quien le enseña algo a un niño muypequeño, le explicó:

—Si vas a ser compañero decamino, debes saber que me llamoAlodia. Soy campesina como tú,procedo de las montañas del Norte.

—¡Ahá! Sabía que no eras una dama.—Los ojos de Cebrián chispeaban—.Eres demasiado amable. Él, noble,soberbio…

Atanarik no le dijo su nombre.Recordaba que había bandos por todas

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partes en los que se había puesto precioa su cabeza.

—¿El señor no tiene nombre? ¡Ahá!A lo mejor eres peligroso. ¿Sí? ¡No…!No creo. ¿Cuándo nos vamos?

Alodia removía el fuego lentamentepara que no se apagase, sin mirarles.

—Creo que podríamos dormir aquí—dijo suavemente Alodia— y salirmañana al alba.

El chico comenzó a saltar por lahabitación; una estancia pequeña, conunas escalerillas de madera queconducían a una estancia superior.

—Dormir. Dormir. ¡Dormir! Arriba,allí estaba la molinera. Colchón de lana.

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¡No hay ratas! —rió—. Todas, aquí…abajo. Saltando como el mono de untitiritero subió las escaleras. Alodia yAtanarik se quedaron solos. Ella seguíade cuando en cuando removiendo lalumbre. Encima del fuego, estaba aún lasartén de hierro con patas en trípodedonde había cocinado la comida. Elfuego le calentaba las mejillas, que sehabían enrojecido.

—Se ha vuelto loco… —dijo ellacon pesar— por la muerte de su madre.

—Quizá no, quizá ya lo estaba, nosabemos cómo era antes de la peste.

Callaron; se oía únicamente el fuegochisporrotear. Atanarik le explicó

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suavemente.—A mí me gustaría hacer como él.

Negarlo todo. Que no fuese verdad loque vimos en la cámara de Floriana, queno fuese verdad lo que el judío y losotros me han contado acerca de ella.

—Debéis olvidar. Olvidar no es lomismo que negar. El olvido serenanuestro espíritu, lo aquieta. El olvido escomo el sueño, cubre nuestros temores.La memoria nos tortura. A mí me torturaa menudo.

—¿Por qué?—Yo me he ido del poblado. Pero

sé que tengo un deber para con ellos,devolverles a la luz del Único Posible,

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evitar que sigan adorando a la Diosa.No sé cómo hacerlo…

—Nuestras leyes prohíben los cultospaganos… pero en el campo, en lasmontañas perdidas del Norte, esoscultos siguen existiendo.

—Sí, en mi pueblo hay sacrificios.No sólo el que hizo que yo huyese delpoblado. A veces se matan a ancianos.Se considera que su vida no tiene valor.Mi abuela murió así. Algunos quierencambiar ese estado de cosas, mihermano Voto es uno de ellos, por eso loexpulsaron.

Miró a Atanarik. Dejó la espátula dehierro con la que removía el fuego.

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Atanarik permaneció en pie, frente aella. Desde su posición inclinada, le vioalto, fuerte y se sintió protegida comoaquel día en el Norte cuando huyó de sugente.

—Háblame de tu hermano… —ledijo Atanarik.

Ella pareció entrar en un sueño.Recordando el pasado, Alodia sedetuvo, volvía a su mente el miedopavoroso hacia los que regían losdestinos de su tribu; después unaevocación dulce, su hermano Voto.

—Mi hermano Voto…—¿No tenías más hermanos?—Sí. Tengo muchos hermanos. Todo

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el poblado podría serlo. En realidad,Voto no era mi hermano porquefuésemos hijos del mismo padre y lamisma madre. Voto había nacido comoyo, tras la violación de una virgen. Ellaera mi tía Arga. Mi tía había sidosometida al sacrificio en su pubertad, yhabía tenido un varón. Aquello seconsideraba de mal agüero. No se lepermitió volver a casarse. Tras elsacrificio tiene que nacer una niña queserá la nueva sacerdotisa. Yo soy hijade la hermana menor de Arga, que fuesometida al rito para tener una nuevasacerdotisa en el futuro, pero ella nollegó a serlo; sólo había una sacerdotisa

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que en su tiempo era mi tía Arga. Mi tíaArga es muy sabia. Después de nacer yo,mi madre se casó con un hombre másjoven que ella que no había participadoen el sacrificio. Tuvo otros hijos queson mis hermanos. Pero yo era distinta aellos, yo estaba llamada a convertirmeen la mueva sacerdotisa por eso a mí meeducó Arga y crecí con Voto, al quesiempre consideré mi hermano. Además,como yo no tenía un padre conocido, yél era mucho mayor que yo, Voto hizolas veces de padre para mí… —ella sedetuvo unos segundos, alterada por elrecuerdo del pasado—. Pero llegó untiempo en el que él se fue del poblado y

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yo estaba sola…Los finos rasgos de Alodia

mostraban un gran sufrimiento alrecordar el pasado.

—¿Por qué se fue?—Voto siempre hizo vida fuera de la

aldea. No lo querían porque deberíahaber nacido mujer, se consideraba quetraía la mala suerte. Por eso se sentíarechazado por los suyos y se hizocazador y comerciante. Cazaba osos enel Pirineo y después vendía las pieles alos mercaderes de la costa, lascambiaba por oro, o por armas yherramientas que vendía después en elpoblado. A Voto le gustaba viajar por

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las montañas, llegaba muy lejos, hastalas tierras astures, hasta Larre-On[9] yGigia.[10] En uno de sus viajes, en lasmontañas cántabras, camino de Gigia,Voto fue atacado y apaleado. Losmonjes de Ongar lo recogieron. Viviócon ellos muchas lunas. Allí, él encontróla luz del Único Posible.

Atanarik que escuchaba con interésla historia, se incorporó al oír aquelnombre.

—He oído antes ese nombre…Ongar…

Ella le recordó:—La noche que huimos a través de

los túneles, esa noche en la que

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llegamos a la casa de Samuel, mi amo eljudío os lo explicó… Os habló de unsantuario donde se guardó durante siglosuna copa sagrada…

Entonces, Atanarik rememoró lo queel judío le había explicado de la copasagrada, el cáliz que Floriana y Roderikbuscaban, que quizás había sido causadel crimen y, de modo nervioso lepreguntó:

—¿Conoces la copa sagrada…?Ella afirmó con la cabeza.—¿Qué es lo que sabes? —inquirió

ávidamente el antiguo gardingo real,Capitán de Espatharios.

Alodia comenzó a hablar muy

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despacio, y Atanarik centró toda suatención en la historia que ella le ibacontando.

—En Ongar, en su convalecencia, mihermano escuchó la historia de la copaque tiempo atrás había desaparecido delsantuario. Una visión le había dicho alabad que la copa corría peligro. El abadla confió a un monje, y a un guerrero.Cuando los hombres de un rey godocruel, uno que masacró a los nobles ypersiguió al linaje de los reyesanteriores…

—¿Chindaswintho? —exclamóAtanarik interesadísimo ahora por lahistoria.

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—Me imagino que sí. Cuando loshombres del rey godo atacaron Ongar, elmonje huyó custodiado por el guerrero.La copa, como sabréis, tiene dos partes,sé que el guerrero se llevó la copa deoro, y el monje se llevó la de ónice.Todo eso lo supe por mi hermano Voto.

—¿Nunca se lo has contado a nadie?—No.—¿Ni a Floriana? ¿Ni a tu amo el

judío?—Sabía que era peligroso hablar de

la copa. Nunca he hablado del secreto.Yo sé dónde está, y a nadie se lo herevelado… Sólo a vos, porque yo confíoen vos, mi señor Atanarik.

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Atanarik la escuchaba asombrado:—¡No puedo creer que tú, una

sierva, sepas lo que muchos han queridoconocer durante años!

Alodia prosiguió hablando animadaal ver que Atanarik estaba tan interesadoen lo que ella decía.

—Cuando mi hermano se curó de lasheridas en el convento de Ongar,solicitó a los monjes ser uno de ellos;pero le dijeron que su lugar estaba juntoa los suyos, que la luz del Único teníaque llegar a los recónditos valles delPirineo, que debía predicar la Palabra.Voto regresó al poblado. Intentó hablarde la luz del Único Posible, de la

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Palabra, a los pueblos vascos de lasmontañas. Pero no consiguió nada,pronto los paganos del poblado leexpulsaron de la aldea y se fue a viviren soledad. Hacía una vida de casi totalaislamiento, aunque todavía no era unermitaño. Seguía cazando y vendiendo lapiel de las piezas capturadas. Yo le ibaa ver con frecuencia, porque mi hermanolo era todo para mí. Un día que, como decostumbre, se internaba por aquellasserranías; notó que algo se movía en lamaleza, mi hermano escuchó el gruñidode un jabalí, y salió tras él. El animalcorría deprisa internándose en laespesura. Estaba todo nevado. De

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repente, el terreno se hundió bajo lospies de Voto, precipitándose en unterraplén escondido por la nieve y losmatojos. El golpe desde tanta altura lehizo perder el conocimiento. Alrecuperarlo se encontró milagrosamenteileso. Se levantó, sacudiéndose el polvoy las hojas de los árboles y miró enderredor, primero hacia arriba,comprobando que había caído desde unaaltura de más de cien codos. Entonces,frente a él, en la pared del roquedo,percibió una hendidura amplia y alfondo, una luz. Entró con ciertadificultad, Voto era un hombre degrandes espaldas y fuerte. La luz

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procedía del techo, era un rayo solarque, en aquel momento del día, incidíaen el centro de la cueva entre las rocas.Allí había un altar. Sobre él, una copade medio palmo de altura de una piedrarojiza, a la que el sol arrancababrillantes destellos.

»A un lado de la cueva, en un lechoun anciano parecía dormir. Era unhombre de rasgos finos, con los ojosentornados, su mano diestra había sidocortada. Voto se acercó al ermitaño que,al notarle cerca, pareció despertar,como si llevase dormido largo tiempo…Muy largo tiempo. El monje le dijo:“Alabado sea Dios que te envió a estas

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tierras… ¿Eres pagano de los queadoran al sol o eres un buen cristiano?”Mi hermano le contestó: “Ya no soypagano, he conocido la luz de la fe, fuibautizado en Ongar…” El monjeemocionado exclamó: “¡Dios sea loado!Yo he sido monje en Ongar. Hace largo,largo tiempo… Ahora no me quedamucho de vida… Le he pedido a miDios no morir sin dejar a alguien mirelevo y llegas tú que conoces Ongar.¿Desearías ocupar mi puesto aquí juntoa la copa de ónice y velar por ella?”Voto sintiendo que el Único Posible lehabía traído hasta él, respondióafirmativamente. El anciano se

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incorporó del lecho. Los dos guardaronsilencio unos momentos. La respiracióndel ermitaño se hizo fatigosa y entoncesle dijo: “Ahora habrás de saber elmisterio de la copa. Todo lo que te digoes verdad, moriré pronto. Nadie mienteen su lecho de muerte. Mis años pasande la centena, me llamo Liuva y mihistoria es muy larga. Fui monje enOngar. Huí de allí para proteger estacopa. Es la copa sagrada de lasabiduría. Estaba cubierta por una parteexterna de oro y esmaltes de ámbar, queera la copa del poder. Ambas formabanuna unidad. Juntas son un instrumentoque puede causar la salvación o la

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perdición de muchos. Los monjes deOngar las custodiábamos. En tiemposdel cruel rey Chindaswintho, loshombres de su guardia llegaron a Ongarreclamando la copa. Los monjessabíamos que aquel rey obsceno y cruelno debía poseer el cáliz del poder.Desmontamos la copa en sus dos partes:la copa de oro del poder y la copa deónice de la sabiduría. Yo me fui conellas, un hombre, un guerrero godo de mifamilia, me protegió. Debimossepararnos, y cada uno se llevó unaparte del tesoro. Él, que era más fuerteque yo, se llevó la copa de oro, yo mequedé con la de ónice. La copa de ónice

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es la copa de la sabiduría, en ella no haymal. Vivo aquí custodiándola. Mi vidase ha prolongado gracias a su poder,pero ahora llega el momento del fin.Mucho he rezado al Dios de mismayores para que alguien se hiciesecargo de ella, alguien que lasalvaguardase. Ése eres tú. Júrame quela protegerás.”

»Voto lo juró. El monje agonizaba.Hablaba despacio, intentando llenar suspulmones de aire. “Se acercan malostiempos. Pronto el reino de los godoscaerá en manos de sus enemigos, la fe enCristo será borrada de muchos lugares.Hace mucho tiempo, largo tiempo atrás,

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escuché una profecía que decía quellegará un tiempo en el que todo sederrumbará, pero la salvación vendrá delas montañas. Recuerda siempre, hijomío, que la salvación viene de lasmontañas cántabras; la cordillera queestá junto al mar. Custodia la copa, seráel origen de una renovación del antiguopaís que los romanos llamaronHispania.” Después pronunció otraspalabras extrañas: “La salvación vendrádel Hijo del Hada.” Voto cuidó alermitaño hasta que murió. Mi hermanole enterró, y desde entonces permaneceen la cueva, custodiando la copa yhaciendo vida eremítica. Un día, Voto

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—a través de un pastor— me hizollamar y me la mostró, contándome,entonces, todo lo que os he relatado. Meadvirtió también que algún día tendríaque huir de aquellas tierras. Me hizojurar que no le hablaría a nadie de lacopa, sólo al hombre justo, a aquel queno se movía por la lascivia ni por elodio. Para darme fuerza, me hizo beberen la copa sagrada. Por eso, cuandocomenzó la música que movía loscorazones, cuando empezaron todos aentrar en trance tras probar las bebidasestimulantes que se toman en las fiestaspaganas de mi aldea, fui capaz de huir.Tenía miedo, miedo a la libertad, miedo

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a irme de la tribu y enfrentarme a unmundo desconocido. Sin embargo, unespíritu de fuego me susurraba en miinterior que nada me iba a ocurrir, queencontraría a alguien que me iba aayudar; en quien podría confiarenteramente. Estoy convencida que esealguien sois vos, mi señor Atanarik.

El joven gardingo la observó llenode asombro. Aquella mujer conocía unsecreto que muchos habían buscado. Unsilencio admirativo cruzó el ambiente.

Atanarik al fin habló:—Entonces… ¿la copa está en una

cueva en el Norte?—Sí, en el Norte está la copa de

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ónice, la custodia mi hermano, él esahora el guardián de la copa.

—Y la otra… ¿la de oro?—No sé dónde está, pero no se

custodia allí. El monje que murió le dijoa mi hermano que había sido llevada porun guerrero al Sur.

—¿No te dijo su nombre?—No lo recuerdo, era un nombre

difícil como el de todos los godos. Sólosé que el monje se llamaba Liuva y queel hombre que se llevó la copa de oroestaba emparentado con él.

Atanarik le pidió excitadísimo:—Escúchame, Alodia, cuando algún

día regrese a este país del que ahora

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huimos, cuando vuelva del Sur, debesconducirme hasta la copa de ónice. ¿Loharás?

—Sí, mi señor. A vos os entregarélo que me pidáis.

El fuego se había consumido,quedando únicamente el rescoldo.Atanarik se dio cuenta de que el secretoque todos buscaban había estado enmanos de una sierva y un campesino delNorte. Comenzó a remover las brasascon energía, haciendo que saltaranchispas. Alodia le contempló sin decirnada más; sabía que, de cuando encuando, Atanarik se abstraía y que norespondía a sus palabras.

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Se sintió cansada, cansada y sola.Retirándose del fuego, en una bancadajunto al hogar, se tendió. Al poco, sequedó dormida, en su sueño no habíainquietud. Dormía sin sobresaltos.

En cambio, Atanarik no pudoconciliar el sueño, recordando yanalizando la historia que Alodia lehabía relatado.

Salieron del molino al alba.Cebrián avanzaba unos pasos más

adelante, saltando unas veces, corriendootras. Hacía frío otra vez, pero el ritmorápido les ayudaba a mantenerse encalor. Marchaban de nuevo campo através porque el chico decía que, de

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aquella manera, atajaban. Alodia seenredaba la falda entre las mil zarzasdel campo. A lo lejos descubrieron lacabaña de un leñador: cuatro tablas demadera y un techo de paja.

Al llegar allí, sólo se escuchaba elsilencio. No se oían los gorjeos de lospájaros, ni la voz de la naturaleza.

Abrieron la puerta de la cabaña, quese deslizó con un crujido. Dentro olíamal, escucharon un ruido rítmico, algose balanceaba. Al principio no pudierondistinguir nada en el interior. La luz dela puerta abierta dejó ver unas ratas quecorrían asustadas. Alodia pegó un gritoy empujó al chico fuera.

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Atanarik entró.Del techo pendía bamboleándose el

cuerpo de un hombre. Debía de habermuerto algún tiempo atrás, porque yaolía mal. Tras recorrer la estancia con lamirada, Atanarik salió, cerró la puerta yse apoyó en ella.

Alodia mostraba gran palidez en sucara. El chico parecía no haberse dadocuenta de nada.

Atanarik le cuchicheó a Alodia:—Debemos enterrarlo.Rodeó la cabaña. En la parte de

atrás había unas palas. Cogió dos yretornando a la puerta de la cabaña ledio una a Cebrián. Comenzaron a cavar

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una fosa. El chico se lo tomó como unjuego, saltaba y hablaba continuamente.

Alodia les miraba trabajar, fijándoseen la faz de Atanarik, en su expresióndecidida.

Cuando concluyeron el trabajo,sintieron hambre, Alodia sacó de sualforja los panecillos que habíacocinado en el molino. Los comieroncon apetito y después, Atanarik le indicóa la sierva:

—Llévate al chico.Alodia le pidió al muchacho que le

acompañase y ambos se alejaron de lacabaña en dirección a Norba.

Atanarik entró en la cabaña, con un

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tajo de la espada rompió la cuerda quesostenía el cadáver. Después cargó conél, no era un hombre grande peropesaba. Sintió la corrupción fétida de lamuerte. Caminó unos pasos y lo arrojóen la fosa. Después lo cubrió con unaspiedras y al fin con tierra. Terminada lafaena, se alejó rápidamente del lugar.

Alodia y el chico ya estaban lejos, leesperaban sentados en el borde delcamino. Cebrián se levantó y le recibiócon mil aspavientos.

—¿Era un muerto? ¿No?Se sorprendieron, porque el chico

hablaba con naturalidad del suicida.Alodia miró a Atanarik, que estaba

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acalorado por la carrera. El chico siguiócorreteando un poco más adelante deellos sin hacerles más caso.

—Hay muchos…, sí —murmurópara sí Alodia con tristeza.

Él no dijo nada. Después de un rato,la sierva continuó dirigiéndose aAtanarik:

—Ahora hay muchos más que antes.Los siervos están desesperados, unidosa la tierra sin posibilidad deabandonarla, pasando hambre. Hayhombres que no pueden más y toman estecamino. A muchos no los entierran,habéis hecho una obra buena.

—No sabía…

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—Vos sois noble, podéis comertodos los días, podéis vivir en un lugar oen otro. Tenéis un techo, vuestrasmujeres están protegidas —le explicóAlodia—. En los últimos tiempos, a lossiervos de la gleba les oprimen cada vezmás. Algunos se escapan de sus señoresbuscando una vida mejor, pero no lahay. Si los encuentran son torturados ydevueltos a sus amos. Muchos optan porotra huida, una huida sin retorno, comole ha ocurrido al leñador, y acaban consus vidas de este modo. Las mujeres sedefienden mejor, se prostituyen, como lamadre de Cebrián lo hacía, se hacenbarraganas de algún noble o algún

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clérigo de mala vida…—Eso debería cambiar… —musitó

Atanarik—, los nobles no puedenpermanecer siempre impunes. Senecesita un gobierno más justo,transformar el reino desde suscimientos.

Callaron. No tenían ganas de hablar,la visión del suicida les habíaconmocionado.

Aquella noche pernoctaron bajo unrobledal, hacía frío. Se levantaron antesde que saliese el sol.

El muchacho comenzó a andar muydeprisa, animándoles a que aceleraran elpaso para entrar en calor. El sol

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comenzó a elevarse en el horizonte perono les calentaba el cuerpo, lo que habíanvisto la tarde anterior les habíaproducido un frío interno. La luz delalba iluminaba aldeas míseras conalgunas casas de adobe cubiertas deramajes y barro ya seco. A la derecha eizquierda del camino, se extendía lallanura suavemente ondulada. A su vistase ofrecían rastrojos que aúnamarilleaban, barbechos, praderas ycampos de lino. Las vides habían sidoya cosechadas, y las hojas se habíantornado rojizas, amarillas y cobrizas.

Al fin desde lo alto de una colinadivisaron Norba, una ciudad amurallada

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y rodeada parcialmente por un río.Siguieron la calzada ancha que conducíaa la villa. Cebrián saltaba por elpavimento de pequeños guijarros, conmultitud de baches y grietas. La víaestaba concurrida, los lugareñoscaminaban deprisa; quizá querían llegaral mercado a buena hora.

Alodia, Atanarik y Cebriánmarchaban ahora con la ilusión de llegarpronto a Norba, donde compraríancomida y cabalgaduras. Al cruzar elpuente romano, poco antes de entrar enla ciudad, les alcanzaron unosmercaderes judíos que provenían deEmérita, traían en su recua ricas

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preseas, sedas y tapices y brocados. Lamercancía había sido adquirida en elpuerto fluvial de Emérita Augusta[11] deunos barcos procedentes de Bizancio,ahora se dirigían al mercado de Norba avenderla. Los judíos no se fijaron en lamujer, el hombre ni en el muchachoretrasado.

Pasado el puente, casi en la mismapuerta de la ciudad, les adelantaronvarios labriegos de los arrabales quellevaban en cuévanas sobre los asnos,nabos, ajos, cebollas y castañas.

Las puertas estaban abiertas, laguardia les dejó pasar sin trabas,mientras que a los arrieros les hacía

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pagar los derechos reales, un denarioromano por cada pollino que llevase lasalforjas llenas.

En las callejas de Norba, unamuchedumbre gritaba, discutía ygesticulaba, encaminándose hacia laplaza del mercado. Los colores vivos delas sayas de las mujeres y los jubones delos hombres destacaban sobre las casaspardas de adobe o grises de piedraoscura. El sol del mediodía brillabasobre la feria.

En la plaza, unos buhoneros vendíantortas. Más allá, un orfebre exponíajoyas de dudoso valor, ofreciendo comopiedras preciosas lo que no era más que

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pasta vítrea. Una mujer vendía hierbas,para «curar los catarros, para calmar elsueño, para complacer a la mujer queamas». En otro puesto había algunosquesos de mal aspecto, rodeados demoscas. Un campesino vendía fruta algopicada.

Dos rústicos comían rebanadas depan, y empinaban una bota con vino. Elrostro de uno de ellos mostraba sualegría; le contaba a gritos al otro quehabía hecho un buen negocio vendiendouna yunta de novillos por más de veintesueldos y se hallaba satisfecho con laventa. Junto a los dos rústicos, seofrecía una vaca preñada en doce

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sueldos, un campesino pedía cuatro porun cerdo cebado, se comprabancincuenta ovejas en cien sueldos y setanteaban potros, mulos, yeguas ypollinos.

Atanarik observó a los mercaderesque vendían ganado y dirigiéndose aellos, se separó de Alodia. No sin antesproporcionarle algunas monedas, paraque comprase comida. Ella se alejóseguida por Cebrián.

El godo detuvo sus pasos ante elcorro que presenciaba la subasta deunos caballos. No eran más que unospercherones de poco fuste, pero era loúnico que había. Con la peste y la

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sequía, con las últimas guerras, loscaballos escaseaban. Un hombre de lastierras galaicas, unido al grupo, lesrefirió que había visto cambiar en elmercado de Leggio, un caballo por seiso siete bueyes. Atanarik pujó por doscaballos grandes y pesados, mejorespara arrastrar carretas que para ir a laguerra. El trato no se prolongó porqueAtanarik subió mucho la puja, evitandoque el regateo se prolongase. Pagócuarenta sueldos por los dos pencos.

Después, el gardingo se dirigió a untalabartero en otro lugar de la plaza paracomprar los arreos: bridas, sillas yalbardas.

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Mientras estaba regateando con elvendedor, se escucharon trompetas.Unos soldados a caballo entraron en laplaza de Norba, ahuyentando a lasgallinas y perros que correteaban entrelos puestos del mercado.

Atanarik miró de reojo. Reconocióal que comandaba al grupo de soldados.

Era Belay, el Jefe de la GuardiaPalatina.

Rápidamente, el antiguo gardingoreal terminó la compra, pagando lo quele pedían, una cantidad alta, sin regatearya más. Se abrió paso entre puestos deolleros y torneros, en los que se ofrecíantrillos, carros, bieldos, y hoces; buscaba

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a la sierva y al chico.Los divisó más allá de unos toldos,

bajo los cuales, unas mujeres vendíanverdura, fruta y hortalizas. Alodia habíacomprado unos pellejos de vino yaceite; así como castañas, harina, perasy nueces. Estaba introduciendo todoaquello en un saco de sayal, cuandoAtanarik con los dos caballos sepresentó junto a ella. En la expresión delgodo se adivinaba la preocupación y laprisa. En voz baja le dijo: «Debemosirnos… la Guardia Palatina.»

En ese momento, se escuchó elsonido de una trompeta. Cesó el griterío,todos callaron en la plaza, Alodia sin

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hacer ruido se situó con Cebrián detrásde Atanarik que, de nuevo, la mirópreocupado. Uno de los hombres de lapatrulla de soldados leyó el bando: sebuscaba a un noble que había asesinadoa una mujer en Toledo, un hombre altocon una marca en la cara, con él iba unamujer de cabello claro.

Atanarik se tapó aún más la cara conla capucha como si tuviese frío. Esperóa que los soldados se dispersasen yayudó a subir a Alodia y a Cebrián a unode los pencos, después él se montó en elotro.

Pronto la algarabía y el bullicioretornaron al mercado, las gentes

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estaban más preocupadas en conseguirviandas y pertrechos, en esos tiempos decarestía, que en localizar a uno de losmuchos hombres a los que el reyRoderik perseguía.

Alodia y Cebrián salieron delrecinto de la feria, sin que nadie lesmolestase. Detrás de ellos, Atanarik,inclinado y cubierto por la capucha,cabalgaba en trote lento para no llamarla atención. Antes de salir de la plaza,un carro ya vacío que circulaba deprisasalió bruscamente de una de las calleslaterales y se atravesó al paso deAtanarik, el caballo del gardingo seencabritó levantando sus cuartos

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delanteros; al intentar controlar elcaballo, la capucha de Atanarik cayóhacia atrás, descubriéndole el rostro.

Entre la muchedumbre, los ojos deBelay le seguían.

Atanarik, mucho tiempo después,aún siente esa mirada sobre su espalda;una mirada dolorosa, dura, inquisitiva…Le parece oír también la voz de Belay,gritando algo a sus hombres.

El cielo de la ciudad de Norbaestaba tan despejado como está ahora elhorizonte sobre las altas cumbres delAtlas, en las lejanas tierras africanas.

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Olbán de Septa

Ahora, Atanarik ha retornado a susraíces, a la tierra que le vio nacer, a suscompatriotas norteafricanos. Se vahaciendo a las costumbres, al lenguaje,un tanto gutural, a la vida errante de losbereberes. Delante de él, sirviéndolesde guía, en carreras cortas avanzan loshombres negros del reino Hausa. Trasde sí y a su lado, lentamente para noagotar a las monturas, cabalgan los

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bereberes. Con los hombres de Altahay,Atanarik va recordando las palabras queaprendió de niño en la lengua delMagreb, de boca de la servidumbre desu tío Olbán. Los bereberes ríen cuandoél no pronuncia las frases correctamente,cuando cambia su significado. El sedivierte con ellos, pero de modogradual, consigue hacerse entender,llegando a expresarse con fluidez en lalengua amazigh.[12]

El hijo de Ziyad, poco a poco, vaconociendo también a sus compañeros.Los negros hombres Hausa no poseen elfiltro que se adquiere tras una educaciónen una sociedad protocolaria, como es

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la goda e incluso la bereber, expresan loque sienten, lloran, ríen y se enfadan sinreservas; son leales y es fácil saber loque piensan. Los bereberes, en cambio,son orgullosos, obedecen leyes noescritas, y hay que mantener con ellosuna fina cortesía. El joven espatharioreal les demuestra a ambos que lesvalora, que les está agradecido y, apesar de que desea completar cuantoantes su misión, les hace descansar,indicando a los guías que les conduzcana oasis donde se refresquen los hombresy las bestias.

Han dejado el desierto atrás yascienden por un camino entre montañas,

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más alto, más arriba… Se escuchadiscontinuo, en la lejanía, el rugido deun león. En el valle, un pequeño río decauce escaso ha labrado una oquedadpétrea en la montaña. Mirando hacia lascumbres divisan las nubes que tocan lasmontañas, las nieves perpetuas delTuqbal.

Ahora, ya muy cercano, en lo alto deuna roca ruge un león de larga y espesacabellera negra, que se prolonga por elpecho y los costados. El oscuro color dela melena contrasta fuertemente con elpelaje de color arena, muy corto, que lerecubre el resto del cuerpo. La pelambrede alrededor del rostro de la fiera no es

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negra, sino rojiza. Al escuchar el rugidotan cercano los negros hombres Hausaexpresan con alaridos su miedo. Lasfacciones de los bereberes palidecen.

De pronto, en un lugar entre altospedruscos, la tropilla de Atanarik se verodeada por una manada de leonasjóvenes, ocho o diez animales de granenvergadura, que surgen silenciosamenteentre las rocas. La sequía ha impulsadoa los felinos hacia el sur. Posiblementeestán hambrientas; los caballos en losque montan los bereberes constituyenuna buena presa. Una leona se deja caerdesde lo alto sobre uno de loscuadrúpedos, el que va el último. El

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jinete cae al suelo, levantándoseenseguida para escapar de la fiera;mientras ésta desgarra el cuello delcaballo. Los negros hombres de Kenanhuyen asustados, pero pronto se venatacados por otras dos de las leonas másjóvenes, que saltan ocultas tras una roca.Atanarik saca un arco y comienza aasaetear a las fieras. Alguna cae heridapero, furiosa por el dolor que leprovocan las flechas clavadas en la piel,se revuelve atacando a los jinetes quevan detrás. Los caballos, aterrorizados,son difíciles de domeñar. Un hombre yamaduro, bereber, cae a tierra, incapaz decontrolar la montura, lesionándose y

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siendo incapaz de levantarse y escapar.Una leona de pelo más oscuro se lanzasobre él. Atanarik desmonta y, cuerpo acuerpo, se enfrenta con la bestia,desenvainando la espada. Es un animalgrande, posiblemente el que dirige lamanada. El godo se interpone entre lafiera y el bereber caído, puede notar larespiración espesa de la fiera, las faucesde la leona sobre sí mismo. Antes deque aquellas fauces hediondas se cierrensobre su cuello, Atanarik la atraviesacon su acero. La fiera cae hacia atrás,herida. El hijo de Ziyad ve la expresiónde alivio del bereber, intenta darle lamano para que se levante, pero el

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cambio en el rostro del otro, no le deja:hay un nuevo peligro a las espaldas deAtanarik.

Tras la leona, ha aparecido elmacho, el enorme animal de piel arena ymelena oscura que rugía desde lo alto delas rocas. Ataca directamente al godo,parece haber estado esperándole. De unsalto, con las fauces abiertas, se tirasobre Atanarik. Con un movimientorapidísimo, éste desenvaina la daga quepende sobre su cinto y se la arroja alcorazón del felino, que cae muerto atierra; sin apenas haberle dado aAtanarik tiempo de retirarse.

En ese momento, los hombres de

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Kenan atacan a las leonas con lanzas.Quizás al ver al jefe de la manadamuerto, las leonas huyen.

Los hombres de piel oscura seinclinan ante Atanarik; los guerrerosHausa le observan con admiraciónsupersticiosa, se dicen unos a otros queentre ellos está el héroe Bayajidda, elfundador de la estirpe Hausa, el hombredel cuchillo mágico. Para los Hausaenfrentarse a un león constituye la másalta forma de valentía. Los bereberesreconocen en Atanarik, la estirpe deKusayla, la sangre de Ziyad, ellegendario héroe de Tahuda.

El hombre bereber al que ha salvado

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la vida, se inclina arrodillándose anteél.

—Samal, hijo de Manquaya, os debela vida… Soy vuestro esclavo… QueAllah, el Todopoderoso, el Clemente,camine siempre a vuestro lado.

Atanarik se siente violento anteaquella muestra de admiración y lelevanta del suelo, diciéndole:

—Somos compañeros en el mismocamino.

Desde entonces Samal cabalgasiempre muy cerca de Atanarik, le hablade su padre, Ziyad, al que conoce bienpor pertenecer a la misma tribu.

Prosiguen el viaje, más alto, más

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arriba, atravesando el Atlas. Durante lanoche, a menudo, escuchan las llamadasde los leones del Atlas en la lejanía:unos rugidos graves y largos, queconducen a una serie de rugidos máscortos. Los hombres de Atanarik ya nose asustan, han vencido al león, llevansu piel con ellos, nada les podrádetener.

Amanece un día gris en lasmontañas. Comienza a lloviznar, y secubren con capas. Caminan entre laniebla. Los negros hombres de Kenan,acostumbrados a la sequedad deldesierto, toleran mal la humedad fría delas montañas, la neblina les dificulta

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proseguir el camino y se refugian en unacueva, donde encienden fuego. Desde laentrada de su refugio, Atanarik seabstrae, la oscuridad de aquel atardecergrisáceo se cierne sobre él, no ve nada apesar del brillo tenue de la hoguera.

La neblina le recuerda que, unosmeses atrás, también en un día de niebla,cruzó el mar. Desde las verdes costasjunto al Mons Calpe miró al frente,avistando entre brumas las costasafricanas. Al aproximarse el barco a latierra, la borrosidad blanquecina sedeshizo y pudo avistar las montañas queadoptaban la figura de una mujer muerta.La cara se levantaba hacia el cielo, y el

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pecho se alzaba, enhiesto, en roca. Lasleyendas de aquellas tierras decían quelas montañas las había formadoHércules, quien había convertido enpiedra a una mujer que un día letraicionó. Pensó que también Floriana sehabía transformado en sus recuerdos enuna mujer de piedra, inmóvil y fría, duray lejana. Una mujer de piedra envueltapor la niebla del crimen.

El barco de vela, que había tomadoen Hispalis, zarandeado por lascorrientes del estrecho, enfiló las costasafricanas. Las montañas de la costa sehicieron más grandes a sus ojos. Ya nose divisaba la mujer muerta; únicamente

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la gran colina de roca que configurabasu cabeza.

La nave encaró la península deAlmina, la antigua Abilia de loscartagineses. Edificada sobre sietecolinas que le dan nombre, le recibió laciudad de Septa, guardiana de Hispania.Al fin, Atanarik divisó las laderas de lapenínsula en las que se alza la ciudad,cubiertas por bosques de alcornoques yálamos, sobre ellas, la muralla, y másarriba las casas blancas y de adobe. Aúnmás en lo alto, dominando elMediterráneo, la fortaleza de Olbán queun día erigieron los cartagineses.

El barco chocó contra el muelle del

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puerto; sus tablas, desvencijadas,crujieron. Desde el malecón, les tiraronsogas que anudaron a los cabrestantes.

Al llegar a tierra y divisar lasmurallas, las antiguas murallasconstruidas por los bizantinos, recordóque, entre aquellas piedras había jugadode niño con Floriana. Un niño solitario,eso había sido él. Tras la muerte deBenilde, ocurrida poco después de queél hubiese alcanzado el uso de razón,había crecido en soledad. Olbán, a quienél consideraba su tío, orgulloso de suestirpe, no permitía que se relacionasecon los hijos de los criados o de lossoldados de la fortaleza. Había sido

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sometido a una educación férrea, unpreceptor le había enseñado las letras, yuno de los capitanes, a luchar. Siguiendoórdenes de su tío, aquellos hombresmantenían una relación distante con él,exigiéndole que fuese siempre el mejor.Sólo una persona le había cuidado,escuchado sus cuitas de niño, una mujerque, adolescente, actuó como madre y,al crecer él, fue su amante. Cada pasohacia la morada de Olbán le abríarecuerdos dolorosos, tanto másdolorosos ahora, cuando parecían irunidos a la traición.

Al mediodía, las brumas se abrierony la luz del Mediterráneo lo colmó todo.

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Desde el puerto, por una sendasombreada de pinos recorrió el caminoque le conducía a la fortaleza. Montabaun caballo tordo y fuerte, que habíaviajado con él en el barco, se lo habíaregalado Oppas, obispo de Hispalis. Laniebla se había abierto y entre las ramasde los árboles se distinguía el límpidocielo azul de una mañana de finales deoctubre.

Desde la zona del puerto, atravesó elistmo que unía la península de las sietecolinas con el continente africano. Allí,aún quedaban restos de la factoría desalazones donde largo tiempo atrás sefabricaba el garum que se enviaba a

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todo el imperio. Se entreveían lasantiguas piletas, las instalaciones paralimpieza del pescado, los almacenes deánforas; ahora parcialmenteabandonados desde que fuerandestruidos en tiempo de la conquistavándala.

Al acercarse a la ciudad, pasó pordelante de una antigua basílica, rodeadapor el cementerio visigodo. Allíreposaba Benilde, la madre que muriósiendo niño, la mujer que le dio unabandera de seda verde que guardabasiempre en su pecho, alguien que sehabía desdibujado en las brumas de suinfancia. Hacía mucho tiempo que

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Atanarik no podía ya recordar aquellasfacciones amadas.

Las puertas de la muralla abiertas,flanqueadas por la guardia, lepermitieron el paso. Nada más atravesarlos muros de la ciudad, se encontró conla antigua basílica bizantina dedicada aMaría, Madre de Dios. Tras ella, lascasas de los menestrales, comercios ypequeñas tiendas, edificios bajos,entremezclados con algunos más altos yantiguos. Más allá, ascendió por uncamino, atravesando el espacio queseparaba la fortaleza del resto de laciudad.

Al fin alcanzó el alcázar donde

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moraba Olbán, unos siervos movieronuna gran puerta corredera, dejándolepaso, después se hicieron cargo de sucaballo. Aquél era el lugar de su niñez.Subió saltando por las escalerasangostas de piedra que rodeaban una delas torres del edificio, obviando laentrada principal, tenía prisa por ver asu tío Olbán, por eso tomó el atajo. Porallí, accedió a la amplia explanada, enla que se abrían unos portones demadera de roble, tachonados en hierro,que daban paso a la morada de Olbán.Antes de entrar se detuvo y miró haciaarriba a una terraza. Hacía años, enaquel lugar, la blanca mano de Floriana

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le saludaba cuando regresaba de nadaren la bahía. A Atanarik siempre le habíagustado sumergirse en el mar, pero sututor se lo había prohibido. En los díasdel caluroso verano magrebí, esquivabala vigilancia de sus preceptores y seescapaba a la playa bajo la fortaleza. Seintroducía en las aguas tranquilas,saladas y cristalinas. Floriana ocultabalas huidas de Atanarik a la playa, perose quedaba intranquila, y al verlo llegarle hacía aquel gesto desde las almenasque él recordaba ahora, un gestocariñoso de bienvenida. Todo aquelloera el pasado; en el presente, en lasalmenas solamente se hallaban los

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hombres de la guardia.En la entrada de las estancias de

Olbán, unos soldados custodiaban lapuerta. Al aparecer el forastero, dieronun paso adelante para detenerle, peroinmediatamente le reconocieron aldescubrir la marca en su rostro, aquelhombre era de Septa, el godo Atanarik,pariente de Olbán. Haciendo un saludomilitar le permitieron el paso.

Las habitaciones que solía ocupar elprócer se hallaban vacías, lo encontróen un terrado, oteando el horizonte, losbarcos que navegaban suavemente en unmar, ahora azul tras la tormenta. A lolejos, se escuchaba el rumor de las olas

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chocando contra el puerto y losacantilados. Olbán era un hombre alto ydelgado, de unos setenta años, con lafortaleza del guerrero que ha combatidopor conservar su poder en el estrecho, yla mirada inteligente del negociante quecontrola el comercio en elMediterráneo. Su rostro, con una narizde puente alto, extraña, algo torcida, conlabios finos que se curvaban en un rictusdesdeñoso, se volvió al sentir aAtanarik detrás.

—Me traes noticias de la muerte deFloriana.

Los dos hombres se abrazaron; enlos ojos de ambos había un sufrimiento

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profundo, mezclado con la rabia.Después se separaron mirándose frente afrente.

Atanarik le explicó lo que él sabía.Olbán le contestó:

—Debemos vengarla. ¿Loentiendes? Roderik tiene que serexpulsado de ese trono que no merece.

Atanarik se expresó con serenafrialdad:

—Mi única idea es buscar justicia,ejecutar al asesino de Floriana, unirme alos que se oponen a Roderik.

—¿Traes noticias de los witizianos?—Me han pedido que nos unamos a

ellos, que consigamos tropas

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mercenarias en el Magreb y las tropasde Ziyad, mi padre. Precisamos hombresdispuestos a luchar. Para ello necesitodinero, un buen caudal…

—Yo te apoyaré… ¿Qué mejornegocio que derrocar a Roderik? —sepreguntó—. ¿Qué noticias tienes de él?

—La revuelta se extiende porHispania… —le respondió Atanarik—.Roderik se dirige al Norte a combatir alos vascones, los witizianos se hanunido a ellos. El Sur estádesprotegido…

Olbán torció el rostro con unaexpresión astuta, le dijo:

—Hace unos meses, embarqué con

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gentes que me eran fieles en dos navíos.Fondeamos junto a la antigua PaliaTransductina,[13] ataqué, saqueé, yconseguí botín sin apenas encontrarresistencia. La noticia se ha difundidoentre los bereberes del Norte de África;ha llegado también al emir de Ifriquiya,Musa.[14] A los árabes les interesa elataque a Hispania. Nos ayudarán. Esnuestra oportunidad, podremos sacudiral reino godo en sus raíces, hacerlo caercomo una fruta madura.

Ante aquellas palabras Atanarikdudó, el reino godo aún era fuerte,Roderik podría levar un ejército demiles de hombres al que el conde de

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Septa no podría oponerse.—Sí, pero no es suficiente, la

Guardia Palatina y gran parte delejército son leales a Roderik, son tropasbien adiestradas… muchos nobles estánaún de su parte.

Olbán se mostró conforme conAtanarik, aunque se uniesen a loswitizianos, aunque el ataque de losvascones fuera un golpe de suerte,aunque lograsen levar un gran ejércitobereber, el rey todavía mantenía muchosapoyos en el país que divisaban desde laterraza frente al mar.

De pronto, el conde de Septa sedetuvo y con la expresión de quien

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vacila en revelar un secreto precioso, leconfió:

—Hay algo más. Nuestra empresasería una locura, si no consiguiésemosuna pieza clave.

—¿Cuál?—Necesitamos la copa de poder…

—le explicó Olbán.—He oído algunas historias acerca

de la copa de poder… El judío me hablóde ella… También una sierva… —Atanarik recordó las palabras de Samuely, sobre todo, lo que Alodia le habíarevelado—, se dice que son dos…

—Sí —afirmó con seguridad Olbán—, la de oro y la de ónice… Una

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representa el poder y la otra dicen quelleva en sí misma la sabiduría. Yo sédónde está la copa de oro. Lo sé ahora,antes estuvo muy cerca y estuve ciego.¿Sabes que poseí la copa de poder, la deoro, y se la cedí a mi enemigo?

Al oír aquello, Atanarik mostró unaexpresión de estupefacción mientrasOlbán proseguía hablando:

—La copa de oro nos pertenece…Siempre ha pertenecido a los Balthos.Nuestro antepasado Alarico la consiguióen el saqueo de Roma. Descendemos deél, por tus venas y por las mías corre lasangre balthinga.

—Y… ¿de qué sirve que

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pertenezcamos a la casa de los Balthos?—observó con escepticismo Atanarik—… en mis años en las EscuelasPalatinas, nadie pareció recordar que yoera de estirpe real.

El conde de Septa, con orgullo, lerecordó:

—El trono de Toledo, desde ladeposición de Swinthila, exceptuando unbreve período de tiempo en el que reinóErvigio, sólo ha sido ocupado poradvenedizos. Las distintas casasnobiliarias han luchado entre sí por unpoder que no les pertenecía, que leincumbe únicamente a los Balthos. Anosotros nos corresponde el trono y la

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copa de poder. Desde muchos añosatrás, hemos sido sus guardianes, lacustodiábamos en un santuario en lasmontañas astures, en Ongar.

Atanarik observó con desconfianza aOlbán, le parecía que lo que le contabaera contradictorio.

—Si esa copa es tan poderosa, sinosotros los Balthos éramos susguardianes… —objeta el joven gardingo—, ¿por qué nuestra casa ha caído endesgracia? ¿Por qué hemos perdido elpoder?

—Por la traición… por una magiaoscura que no conozco enteramente…

Olbán se detuvo pensativo, Atanarik

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intuyó que había algo que el conde deSepta no quería revelarle. Al cabo deunos momentos, tras recapacitar un rato,el gobernador del estrecho prosiguió:

—En tiempos muy antiguos, siglosantes de que Alarico la consiguiese en elsaqueo de Roma, la copa de oroperteneció a los pueblos de lasmontañas del Norte de Hispania. Unaleyenda relacionaba la permanencia dela copa en las montañas con la paz y launión entre los clanes astures, cántabrosy vascones. Nosotros los Balthosllegamos a estar ligados también a esospueblos del Norte y vinculados aaquella leyenda, por una mujer, de

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nombre olvidado, que trajo la copa hastael reino de Toledo. A su muerte, ellaordenó a sus descendientes quecondujesen de nuevo la copa a Ongar.Fue tu abuelo Ricimero quien devolvióla copa al santuario. Aquello sucediócuando los Balthos fueron expulsados deToledo tras el derrocamiento del reySwinthila. Fue entonces cuandoRicimero se refugió en las tierrasastures, en un lugar cercano al santuariode Ongar. Allí, en el norte, custodió elsantuario y la copa, formó una familia ytuvo varios hijos. Durante muchos añosvivió una existencia tranquila, olvidadode la corte y la política visigoda. Esa

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vida sosegada se vino abajo cuandocomenzaron las persecuciones deChindaswintho. Chindaswintho era unparanoico, un loco con delirios degrandeza, que siempre había odiado alos Balthos. De alguna manera, llegó asus oídos que la copa de poder secustodiaba en el santuario de Ongar, ellugar sagrado de los pueblos cántabros.Envió al ejército a atacar Ongar, porquequería la copa. Además encargó a sushombres que asesinasen a cualquierdescendiente del destronado reySwinthila. Al saber que iban a seratacados, los monjes llamaron a tuabuelo Ricimero, que les protegió. Los

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que defendían Ongar perdieron labatalla. Poco antes de la caída delsantuario, los monjes le pidieron aRicimero que protegiese a Liuva, unhombre santo, que debía llevar lejos deOngar la copa sagrada. Tu abueloRicimero huyó con Liuva, pero en unmomento dado ambos decidieronsepararse, y desmontaron las dos copas.Liuva no quiso abandonar la copa deónice. Ricimero se llevó consigo la deoro, la copa de poder. Nunca la usó, nihasta en el momento de su muerte revelóa nadie su existencia.

Olbán paró un momento, dudandocómo seguir la historia, finalmente

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continuó.—En aquel tiempo yo era joven,

pertenecía al ejército real y participécon las tropas de Chindaswintho en elsitio de Ongar. Tras la ocupación deOngar, encontré a Ricimero y pudeprotegerle. El se confundió entre mishuestes y logró escapar de la masacre,donde había perdido a su familia.Después, regresé con él a la Tingitana,donde se ocultó. Ricimero rehizo aquí suvida y tuvo una hija, Benilde, de quientú naciste. Él murió y la niña crecióaquí, en Septa. Cuando se hizo mayor,como sabrás, fue entregada a Uqba ydespués contrajo matrimonio con tu

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padre, Ziyad. En su dote llevaba unacopa de oro. En aquel momento, yo nosospechaba, si no jamás la hubieseentregado, que la copa de la dote de tumadre era la copa de poder…

—¿Cómo llegaste a saber que lacopa de oro estaba en manos de Ziyad?

—Benilde lo sabía, porque siendoniña su padre le había revelado elsecreto. Ella sólo lo confesó… —hablólentamente Olbán— … poco antes demorir. Tu madre te amaba, y me dijo quetú debías ser el más grande guerrero quehan conocido estas tierras, porque lacopa de poder te pertenece… Me dijoque cuando fueses un soldado capaz de

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manejar la espada, cuando alcanzases lamadurez, yo tendría que revelarte elsecreto de la copa sagrada. Me revelóque Ziyad sólo poseía la copa de poder,que la copa de ónice estaba lejos alcuidado de un ermitaño escondido en lasmontañas. Fue entonces cuandocomprendí que Ricimero nunca me habíacontado toda la verdad, que él se habíatraído la copa desde Ongar… La quetodos perseguían, la que yo mismo habíabuscado.

Atanarik observó atentamente alconde de Septa, de algún modo entendióque tampoco Olbán le estaba revelandotodo, había algo que quería encubrir.

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—Entonces… la copa, ¿dónde está?—La copa de oro, la copa de poder,

la ha guardado Ziyad, tu padre, todosestos años, por eso nunca ha sidoderrotado. Si quieres vencer en laempresa que te propones, si quierescambiar el destino de las tierras delreino godo, debes conseguir la copa depoder.

—¿Cómo?—Ziyad te la dará cuando sepa que

eres el hijo de Benilde… Lastradiciones bereberes dicen que la dotede la madre debe pasar a su hijo mayor,tú eres el único hijo de Benilde.

—¿Cómo va a reconocerme?

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—Por la bandera que tu madre undía te dio, por la señal que llevas en elrostro.

Olbán paseaba de un lado a otro,impaciente, nervioso.

—Pero no basta… La copa de orono es suficiente, es necesario que estéunida a la de ónice. Sin embargo, nadiesabe dónde se ha guardado la de ónicedesde que aquel monje se la llevó deOngar. La copa de oro para ejercer supoder precisa que se beba de ella, y dealguna manera corrompe al individuoque lo hace. En cambio, cuando las doscopas están juntas, la suerte está siempredel que la posee. Necesitamos la copa

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de ónice —repitió Olbán—, pero nadiesabe dónde está.

Atanarik recordó a Alodia. Lahistoria que ésta le había contado de suhermano Voto y de la copa.

—Yo sé donde se oculta —le revelóAtanarik.

—¿Lo sabes? Siempre ha sido unmisterio… —se asombró Olbán, atónito.

Entonces Atanarik le contó lahistoria que Alodia le había relatado, lahistoria de Voto, el hombre que habíaencontrado al ermitaño Liuva y habíaocupado su lugar.

Al oír aquel relato, la expresión deOlbán se tornó eufórica, y puso su mano

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sobre el hombro de Tariq.—Me ayudarás a reconquistar un

reino que nos pertenece, que pertenece ala noble dinastía balthinga.Restableceremos un nuevo orden en lastierras de nuestros mayores.

Atanarik le miró desconcertado. Suviejo pariente estaba ebrio con la ideade controlar el mundo con un poder másallá del bien y del mal. La expresión deOlbán se volvió la de un león que buscapresa. El mismo león que había rugidoen las montañas del Atlas, el león queAtanarik había derrotado.

El rugido del león resuena en lalejanía y la mente de Atanarik retorna al

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presente, a la cueva donde se hanrefugiado tras la tormenta. Los hombresque le acompañaban dormitan, sóloSamal está en vela.

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Ziyad

La noche discurre entre sueñosintranquilos, un enorme león le impideel paso a Atanarik a través de lasmontañas, el león abre sus fauces y deella surge una serpiente que está a puntode devorarle. El joven gardingodespierta. La luz del alba se cuela por laabertura de la cueva, una luz clara ybrillante de un amanecer frío y rosado.

Los guías de piel oscura le conducen

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por pasos angostos, entre riscos,paredones graníticos y de pizarra,oscuros y amenazadores. Atanariksospecha que el camino está vigilado.

A lo lejos, divisa la gran montaña deTuqbal con sus cimas cubiertasperennemente de nieve. El guía que le haproporcionado Kenan, un hombrecillode pequeña estatura con ojos de sapo,indica a lo lejos la cordillera y, en ella,un camino que atraviesa los montes depinos y quejigos. Bordean lentamente lamontaña en una vereda que vaascendiendo sin cesar. El guía señalaunas rocas calizas de color grisáceo deforma aplanada; sobre las que se

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distinguen unos puntos minúsculos.—Ziyad, hombres de Ziyad…Al aproximarse, Atanarik alza una

bandera. Los puntos minúsculos de lalejanía son ahora unas decenas dehombres, armados con arcos y lanzas;cubren sus cabezas con turbantes y suscuerpos con unas túnicas cortas,amarradas por cinturones de piel. Lesapuntan con flechas. El guía se dirige alos hombres de las rocas, gritando algoen un dialecto bereber.

Pronto, los montañeses los rodean,sin dejar de amenazarles con las flechas.El guía se dirige al jefe de los atacantes,Atanarik entiende parcialmente lo que

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están diciendo, las palabras se escapanentre las rocas, sólo logra escuchar, unay otra vez, el nombre de su padre, Ziyad.

Les atan las manos a la espalda, lescubren los ojos con un paño y lesdesarman. Atanarik sabe que lesconducen al lugar oculto en las montañasque constituye la morada de Ziyad. Elcaballo de Atanarik asciende la cuestaconducido por uno de los hombres de supadre. Al avanzar, el frescor del aire delas cumbres le roza la cara. Despuésnota que descienden de nuevo.

Tras varias horas de marcha, lacomitiva se detiene y les retiran lasvendas que les cubren los ojos. Al mirar

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de frente, en el lugar en el que empieza aencumbrarse la montaña, hay unamuralla de piedra de un color entre ocrey rosáceo, que parece cortar el caminopero, tras una curva, se descubre unagrieta de magnas dimensiones por la quecabe la tropa que conduce a Atanarik.Cuando han traspasado la grieta en laroca, un amplio valle rodeado de unmacizo de piedra volcánica se abre anteellos. Es la misteriosa, la recónditaciudad de piedra en la que Ziyad seoculta. Atanarik se abisma en la visiónde un lugar sorprendente, una llanuracon paredes escarpadas de piedra rojizacon casas labradas en la roca. En el

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punto más pendiente del valle, corre unrío caudaloso. Sus aguas canalizadashan creado un vergel de verdor: unenorme jardín de palmeras y floresrodeado de un murallón formado por lapropia cordillera, un lugar que noparece tener salida. Mirasubrepticiamente hacia atrás, al caminode retorno que, tras una curva, hadesaparecido tras la montaña. Ahora,Atanarik no sabría salir de allí, seríaincapaz de volver a la costa.

Le apremian a bajarse del caballo y,empujado por los alfanjes de losbereberes, le hacen avanzar por unasenda que recorre la orilla del río. Oye

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el canto de pájaros exóticos y le lleganperfumes de flores desconocidas, entrelos que se entremezclan el nardo y eljazmín. Al llegar a la pared de lacordillera, en el lugar donde tras unacascada se inicia el río, se eleva unpalacio tallado en la roca. Atanarik sedetiene ante él maravillado: un enormearquitrabe sobre ocho columnasretorcidas con capiteles de orden jónico.Encima del pórtico, un friso conbajorrelieves delicadamente tallados,figuras de reyes y guerreros. Sobreellos, en la cornisa, se asientan lasfiguras de animales mitológicos,fundamentalmente dragones, serpientes y

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leones alados. Aún más arribacubriendo el conjunto, se alza unfrontispicio triangular, en el que se haesculpido en piedra los caracteresarcanos, que protegen el valle para quesea exuberante y feraz.

En el centro de la fachada, tras elpórtico, se abre una puerta de broncelabrada en motivos geométricosalrededor de las cabezas de dosgorgonas. Dos filas de guerreros detúnicas cortas con lorigas plateadascustodian la entrada, sostienen lanzas degran tamaño que mantienen clavadas alsuelo por el asta, ascendiendo la puntahacia el cielo. Cruzando la fila de lanzas

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y guerreros, Atanarik, los bereberes ylos Hausa penetran en un gran zaguán detecho abovedado de piedra. Se saben enel legendario palacio de Ziyad; sobretodo, los hombres Hausa no puedenretener exclamaciones de asombro alpaso por las salas y corredores.Después del zaguán, penetran en unenorme salón ovalado recubierto pormármoles blancos y verdes en lasparedes; de tonos azules y ambarinos enel suelo. Allí hay aún más soldados, quecustodian la entrada a las estancias de suseñor. La guardia abre paso a Atanarikhasta un amplísimo corredor de paredesdoradas, con ánforas de cornalina a los

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lados conducen a otro lugar a losbereberes y a los Hausa.

El palacio esculpido en la roca no esoscuro, sino un lugar esplendoroso. Laluz atraviesa vastas grietas en el techocubiertas de alabastro y, en los lugaresen los que no hay aberturas, miles deantorchas iluminan el camino. Al fin,Atanarik entra en una estanciaimponente, no tanto por su tamaño, sinopor el esplendor y la belleza de sudecoración. El lugar está iluminado porhaces de luz solar que descienden desdelo alto de los techos y ventanas cubiertaspor vidrios de colores, que al seratravesadas por la luz, crean un

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ambiente con un resplandor multicolor einimaginable. La sala es espaciosa, concolumnas que sostienen un techo alto yabovedado. Junto a las columnas,formando un semicírculo abierto alvisitante, varias mujeres de largastúnicas, sin velo que les oculte loscabellos, con la cara descubierta, estánreunidas sentadas en el suelo en grandesalmohadones. Rodean a un hombrefornido, recostado y fumando de unsamovar. Viste una túnica clara, uncolgante le cruza el pecho, en las manosluce anillos de gruesas piedraspreciosas. El cabello cano le cae por loshombros y enmarca una faz morena, en

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la plenitud de la madurez. En el rostrodel hombre se dibuja una huella sobre elpómulo, una señal estrellada. Un lunarsimilar al que marca a Atanarik.

—Mi señor Ziyad —el capitán de laguardia se expresa en un lenguaje queAtanarik entiende sólo parcialmente—.Hemos encontrado a este sujeto, unhombre del Norte que afirma ser godo,intentando atravesar las montañas. Diceque os busca.

Un par de ojos brillantes observancon fuerza a Atanarik y a los hombresque le escoltan. El godo siente como siaquellos ojos, de una fuerza magnética,lo hipnotizaran.

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—¿Quién sois?Atanarik se inclina en reverencia,

evitando así que la mirada le perfore y,a la vez, le conmueva. Después alza lacabeza y lo observa fijamente, mientrasresponde:

—Me llamo Atanarik. Procedo delreino de Toledo. No sabéis quién soy;pero hace largo tiempo, conocisteis auna mujer goda que ya ha muerto, sellamaba Benilde. Ella era mi madre.

Ziyad calla unos instantes, de prontoparece no estar allí, como si se abrieseun pozo en su pasado. Al fin, esboza unasonrisa, se le pliegan las arrugas entorno a los ojos, y su expresión se torna

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melancólica:—Tienes los ojos de tu madre, y la

marca de mi linaje en tu mejilla. Nosabía, nunca lo supe, que ella llevase unhijo mío dentro de sí. Tampoco quehubiese muerto. Ella huyó de mi lado.

Atanarik se apresura a averiguar loque desde niño siempre deseó saber:

—¿Por qué lo hizo? ¿Por qué osabandonó?

—Se enfrentó a la Hechicera, a laKahina, por la posesión de un objetosagrado. Yo apoyé a la Kahina; en aqueltiempo, yo estaba sometido a ella, a laHechicera. Además, había otras mujeresen mi vida. Tu madre se sintió

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desdeñada, creo que no pudo soportarno ser la única. En su raza, las mujeresno comparten el amor de los hombres;en el desierto, en las montañas delAtlas, los hombres luchamos y confrecuencia morimos, las mujeresnecesitan protección. Yo me debo a mismujeres, a todas. Yo las amo a todas, lassatisfago a todas…

Atanarik se fija en las mujeres querodean a su padre: al menos diez,jóvenes y mayores; parecen contentas.El hijo de Benilde se siente de algúnmodo confundido ante las costumbres desu padre, tan distintas de aquellas en lasque ha sido educado.

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—Tu madre quiso poseerme paraella sola; quiso hacerme cristiano y queabandonase mis costumbres, mi formade vida. Pensó que podría cambiarme.La deshacían los celos de las otras,enfermó. Cuando Olbán de Septa lareclamó, la dejé marchar, no cobré elrescate.

—Ella murió de pesar, nunca osolvidó… —Atanarik se expresa conmelancolía.

Durante unos segundos, Ziyadrecuerda el hermoso rostro de Benildeen los rasgos de Atanarik. Al examinar asu hijo, se siente satisfecho por haberengendrado a aquel hombre fuerte, con

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aspecto de haber luchado, de ser capazde enfrentarse a la vida, y prosiguehablando:

—Tú eres mi hijo. El que lleva lamarca de mi linaje en su rostro. Tengomuchos más… —se ríe— quizá más deochenta; pero ninguno muestra como túla señal del desierto… ¿A qué hasvenido?

—Me envía Olbán…—Te envía porque quiere un

aliado… ¿Qué está tramando?—Queremos invadir el reino

visigodo de Toledo. Destronar al tiranoque lo rige y proclamar un nuevo ordende cosas. Olbán ha pactado con Musa

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ben Nusayr. En la primavera cruzaremosel estrecho. Necesitamos tropas,hombres del desierto, bereberes delAtlas. Sé que todos os obedecen.

Ziyad se incorpora un tanto de loscojines en los que está tendido. Al fin,se pone de pie, alejándose algo de lasmujeres que parecen sujetarle; una deellas —quizá porque comprende el latínen el que padre e hijo hablan— señalala marca de la mejilla de Atanarik,comienzan a cuchichear entre ellas,algunas ríen.

Atanarik y Ziyad se retiran a un lugarmás apartado en la sala; tras lascolumnas, lejos de las mujeres. El jeque

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apoya la mano sobre el hombro de suhijo, mientras le va revelando el pasado:

—Ben Nusayr… Ese hombre es muydistinto de Uqba. Uqba, el conquistadordel Magreb, era un guerrero. Musa benNusayr es un político y un comerciante,quiere el control del Mediterráneo. Haexpulsado a las tribus bereberes hacia elinterior, pero no ataca este lugar perdidoen las montañas. Me teme porqueconoce mi poder. A Musa le interesa elcomercio y lucrarse con él. Hace un año,me pidió que mis hombres abordaran lascostas de Hispania. Envié a Tarif benZora, quien me trajo un buen botín: oro ymujeres. Yo no necesito eso, cobro

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tributos por el paso de las caravanas através de la cordillera del Atlas, yo nonecesito ya nada…

Mientras Ziyad está hablando,Atanarik le observa atentamente,queriendo conocer con profundidad aaquel que le ha engendrado. Muchasveces, en su infancia, ha fantaseadosobre cómo sería su padre. Siempre selo ha imaginado como un guerreropoderoso. Se da cuenta de que es uncomerciante, un hombre a quien legustan el bienestar y las riquezas.

—Os habéis acomodado… —y enlas palabras de Atanarik late una ciertadesilusión—. Me habían hablado de vos

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como de un luchador, pero ya no lo sois.Vos no sois ya el valiente guerrero… elvencedor de Uqba, el hijo de Kusayla.

Ziyad le replica a Atanarik, pareceque sus ojos adivinan lo que ocurre en lamente de su hijo.

—No me ofenden tus palabras. Escierto que mi vida es ahora cómoda;pero me ha costado mucho lograr que losea. Sin embargo, a menudo echo demenos la vida de campaña, las largascabalgadas, las marchas nocturnas bajolas estrellas… Sigo siendo un bereber.Es un deshonor para un bereber de latribu de los Barani, un hijo de la Kahina,morir en su lecho. Ahora tengo todo lo

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que deseo… pero mi vida es rutinaria;la Tingitana ha sido pacificada por mistropas unidas a las tropas árabes.Pertenezco al Islam. Obedezco al califa.Ya no tengo un enemigo cerca, por esocasi no lucho. Además para levar unejército de mercenarios se necesita unbotín que repartir…

Atanarik cambia su discurso, si supadre no va a ayudarle por ardorguerrero, quizá lo haga ante lo que leofrece, más allá del estrecho.

—Lo tendréis. Olbán pone su fortunaa nuestro servicio… Además, las tierrasmás allá de las costas de la Tingitanason ricas… Habrá un buen botín para

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los que nos acompañen… tierras fértilesaptas para la crianza del ganado, para elcultivo de la vid y del olivo.

A Ziyad se le ilumina el rostro antela posibilidad de la conquista de nuevastierras. Le han llegado noticias de quemás allá del estrecho hay campiñas quepodrían ser habitadas y cultivadas,grandes extensiones de terrenos deregadío, pastos inmensos para la cría deganado.

—Es cierto que yo no necesito nada,pero mi pueblo se ahoga en las montañasdel Atlas, pasa sed en las tierras deldesierto. Sólo aquí, en esta ciudad, hayagua suficiente. Con el empuje de los

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árabes, las gentes de las distintas tribusse amontonan en las montañas y en lastierras que limitan con el desierto. Sí.Los bereberes necesitan migrar, lastierras del Magreb no les sostienen ya,precisan tierras para la ganadería y parael cultivo… Gran parte de mi pueblodemanda una nueva vida…

Atanarik gana confianza, él hatratado con los bereberes, Altahay es suamigo, a Samal le salvó la vida. Haescuchado sus quejas. Ellos podránayudarle.

—La encontrarán en las tierrashispanas; allí no hay gente suficiente,han sido diezmados por la peste, los

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campos están baldíos, ya nadie loscultiva. Habrá un lugar para vuestropueblo… —Atanarik vacila— paranuestro pueblo…

—Lo sé, pero nosotros, los hombresdel desierto, no conocemos los caminosen las tierras hispanas. Hasta ahorahemos practicado algunas razias en lascostas, pero no nos atrevemos ameternos más al interior. El reino godoes poderoso, se necesitarían máshombres de los que puedo levar.

—Yo os guiaré. Conozco bien elpaís más allá del estrecho, las tierrashispanas. He sido Capitán del EjércitoReal. Los godos podrían muy bien ser

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derrotados por un grupo de hombresdecididos.

—Háblame del reino de Toledo…—le pide Ziyad.

Atanarik se enardece al recordar ellugar de donde proviene, así quecomienza a hablar deprisa, muyexcitado:

—El reino de Toledo ha sidopoderoso pero ahora se hunde. He vistola destrucción de las gentes a las quepertenece la raza de mi madre. El mundogodo está enfermo y corrupto. En lacorte del rey de los godos, en Toledo, lagran mayoría de los hombres estánenvilecidos y la deshonestidad reina por

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doquier. Aduladores, hipócritas,deseosos de medrar, orgullosos hasta elparoxismo. Quiero cambiar ese orden decosas. Me despreciaron por serextranjero, por ser una mezcla de razas.Por ser un hombre sin padre…

—No lo eres… —le interrumpebruscamente Ziyad, en su mirada late unorgullo paternal.

Atanarik se detiene, le conmueve lafrase de Ziyad. Siente que al fin haencontrado a alguien de su familia, lafamilia de la que nunca ha gozado,excepto en los tiempos de niño con sumadre y después con Floriana. Denuevo, el recuerdo de la fallecida

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vuelve a él durante un instante,despertándose aún más en él la rabia porsu asesinato. Mueve con irritación lacabeza como queriendo alejar aquellasideas dolorosas; para después, proseguirdescribiendo la podredumbre y ruina dela corte visigoda. Mientras las palabrasse le acumulan en los labios, Ziyad leobserva fijamente; una profundarepugnancia, un aborrecimiento inmensomanan del corazón de Atanarik. Al jefebereber, aquel joven le recuerda a símismo en el tiempo en el que luchabacon su padre Kusayla, para impedir elavance de los árabes por las tierrasnorteafricanas.

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—Veo que eres joven y luchador.Yo también lo fui.

Guarda silencio unos instantes y sinpoder permanecer quieto, camina dandopasos amplios por la estancia. Despuésse detiene, su actitud se tornameditabunda, parece hallarse cansado.Le indica a su hijo un rincón, muyalejado de las mujeres; tras él hay unaportezuela en la pared, junto a ella,cojines y una mesa pequeña con vino yel samovar. Ziyad, se sienta allí y sesirve una tisana, le pasa otra a su hijo.Suenan suavemente las notas del laúd,tocado por una de las esposas oconcubinas de Ziyad.

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—Te contaré una historia. Debessaber por qué he dejado la lucha. Porqué vivo en el reino perdido, qué es loque protege a mi pueblo…

Atanarik le observa con curiosidad.—Sabrás que mi padre Kusayla

lideró a las tribus bereberes y venció aUqba, el general árabe… Una vezmuerto mi padre, las tribus se separaron.Yo era aún joven y todavía no teníaprestigio ante ellas. Sin embargo, laguerra contra los árabes no habíaterminado aún, las tribus del Magreb,aisladas entre sí, eran derrotadas una auna por los invasores musulmanes. Sólohabía alguien capaz de aunar de nuevo a

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las tribus, alguien con el suficientepoder y ascendiente sobre ellas. Esepoder era una mujer, la Kahina, sunombre quiere decir, la Hechicera.Tenía fama de bruja. La Kahina era unaBurr, la tribu de mi padre era Barani,pueblos bereberes que desde siemprehabían estado enfrentados. Pese a lasantiguas divergencias, decidí unir misfuerzas a las de la Kahina. En aquelmomento, nuestra única preocupaciónera la de la resistencia frente a losinvasores musulmanes del Magreb. LaKahina era una mujer sorprendente ypoderosa, la más extraña y fuerte que yonunca hubiera conocido; comprobé que

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lo que se decía de ella era verdad, unamujer ducha en el arte de la magia, unamujer que adivinaba el futuro. Cuando laconocí, ya era una matrona, casi unaanciana, tenía varios hijos, ninguno deellos tenía el mismo padre. Ella se sintióatraída por mí; en aquel tiempo yo teníapoco más de veinte años, acababa deunirme a tu madre y, como es tradiciónen mi pueblo, tenía ya varias esposas.La Kahina me prohijó: mediante unantiguo ritual bereber, me amamantóconvirtiéndome de esta manera en suhijo. Poco después, el ejército árabecomandado esta vez por Hassan BenNuman[15] invadió de nuevo el occidente

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del Atlas. La Kahina reunió un númeroinconmensurable de bereberes, y derrotóa las tropas árabes de ben Numan. TodaIfriquiya cayó bajo el dominio de laHechicera. Mientras tanto, el califaenvió a Hassan más dinero y más tropas.La Kahina podía adivinar el futuro. Hizouna profecía. El augurio no era bueno.Sería derrotada y muerta por las tropasde los árabes, que finalmente habrían deimponer su dominio sobre todo el Nortede África. Ella me envió como mediadorante Hassan; pero yo la traicioné, hiceun pacto con el conquistador árabe, si laKahina era derrotada yo asumiría elgobierno del Norte de África; por eso,

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le aseguré al conquistador que nointervendría en la lucha. Gracias a miayuda, Hassan venció a la Kahina, quemurió en la batalla. Después, el generalárabe cumplió su promesa: me otorgó elmando sobre todas las tribus bereberes.Desde entonces, todo el Magreb, meobedece porque llevo en mí la sangre deKusayla, he sido amamantado por laKahina y los árabes confían en mí yrespetan mi soberanía sobre las tribusnorteafricanas.

Ziyad se detuvo. Sus ojos deiluminado traspasaron a Atanarik.

—Pero aún hay más…—Creo que sé a qué os referís… —

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le dijo Atanarik—… a la copa.—Sí. En la dote de tu madre había

una copa, una copa muy hermosa, unacopa dorada. Yo bebía de ella y advertíque no me cansaba en las batallas, notéque vencía siempre. La Kahina la vio yme explicó su significado. Ella la habíarastreado durante años. De tal modoque, en su juventud, la Hechicera habíallegado hasta un santuario, Ongar, en elnorte de Hispania, buscando la copa,pero cuando aquel lugar cayó, la copa yano estaba allí; había desaparecido. LaKahina fue herida en el saqueo de Ongary tornó a África. Cuando la Kahina viola copa en mis manos, no podía creer

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que el cáliz de poder estuviese allí, tancerca, cuando tanto lo había perseguidoen su juventud. Quiso que se la diese,pero tu madre se opuso y ambas seenfrentaron. Yo no le di la copa a laKahina, pero tampoco a Benilde. Tumadre, harta de unas costumbres que noentendía y enfadada por elenfrentamiento con la Kahina, se fue. Sí—recordó Ziyad— tu madre tenía uncarácter fuerte, estaba orgullosa de suestirpe, se sabía descendiente de reyes.La copa, desde entonces, hapermanecido siempre conmigo, gracias ala copa mantengo mi poder.

—¡Es por eso por lo que vencéis en

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las batallas! ¡La copa os ha dado lavictoria sobre todos! ¡Con ellapodríamos conquistar el mundo!

—¡Ay! Hijo mío, no sé si eso es así;la copa de poder te envuelve, puededestrozarte si tu corazón no es noble.Acentúa todo lo malo y lo bueno que hayen el hombre. Concede el poder cuandose bebe de ella; pero usarla puedeaniquilar a una persona. Me costó muchoentender esto… —suspiró Ziyad—.Cuando lo entendí, cuando advertí que lacopa me hacía daño, dejé de beber deella y me retiré a este hermoso lugar. Sí.Me costó mucho dejar de beber de lacopa. Al principio, era incapaz de

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abandonarla pero desde que conocí la fede Muhammad, la Paz sea con él, fuiprescindiendo poco a poco del cálizsagrado. Desde entonces soy máslibre…

—¿Es por eso por lo que ya nocombatís como hacíais antes?

—Sí, para vencer en la guerranecesito beber de la copa y si lo hago,eso me envilece…

Los rasgos de Ziyad al hablar delvaso sagrado denotan una tensión internaentre el deseo de beber, la dependenciaque le ha producido y el ansia delibertad personal. Atanarik, por su parte,entiende con claridad la necesidad de

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aquel objeto mágico para la victoria desu empresa.

—Precisamos el poder queproporciona la copa, pero no podemossucumbir a ella… —le dice Atanarik—.¿Qué hacer entonces?

—La Kahina me reveló que para queun pueblo venza en todas las batallas,para que impere el orden y la paz, lacopa de oro debe estar unida a uncuenco de ónice, que se ha perdidotiempo atrás…

El joven gardingo godo calla y a sumente, como en un espejismo, retornacomo un suave hálito la faz de Alodia.Al recordarla, se da cuenta de que él sí

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sabe dónde se oculta la copa de ónice.Ziyad, que ve en el interior de loscorazones, que es capaz de leer elpensamiento, capta lo que su hijoconoce. Advierte también que enAtanarik hay una fuerza interna, algo quele hará capaz de vencer en la batalla, yle convertirá en guía de hombres.

—Yo he sido amamantado por lahechicera —le repite Ziyad—, ella meentregó su poder. Hijo mío, que laKahina me haya adoptado significa queme ha traspasado su magia, suhechicería. Veo el futuro. Mi destino esmorir en una batalla. En cambio a ti, hijomío, te veo ascender como una estrella.

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Tú, Atanarik, serás, At Tariq, el luceroque brilla al alba, la estrella del ocaso,el astro nocturno, la estrella depenetrante luz. Serás Tariq, el quegolpea. Serás una roca, Yebal Tariq, unaroca que se eleva sobre el mar, una rocaque durará por siempre. ¿Quiereshombres? ¿Quieres buenos luchadores?Me han dicho mis espías que un godoconsiguió que cayese el reino Hausa. Mibuen amigo Kenan te está muyagradecido. Sé que has matado a un leónúnicamente con un puñal. Eres valiente.Te apoyaré. Yo puedo levantar a lastribus bereberes. Musa ben Nusayr, elgobernador árabe de Kairuán, desea que

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yo le ayude a controlar el Magreb. Havisto el botín de Tarif y quizá deseacruzar el estrecho. Tú, hijo mío, conocesa los godos, te has criado con ellos,estás al tanto de los caminos, de lascalzadas romanas, de los nobles de unoy otro bando. Tú, hijo mío, marcado porla señal de Kusayla, serás quien tomaráel mando en la conquista de las tierrashispanas. No me importan los asuntosinternos de los godos. Sin embargo, mipueblo es grande y numeroso, necesitatierras en las que extenderse y crecer;tierras fértiles y amplias, en las quecuidar ganado. No deseo traer la guerraa mis gentes —Ziyad le sonríe—, pero

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no me importa llevarla más allá del marpara buscarles un nuevo destino.

El joven godo se conmueve ante laspalabras inspiradas y proféticas de supadre; unas palabras en las que se intuyeun futuro glorioso.

—¿Me ayudaréis? ¿Por qué lohacéis?

Ziyad se levanta, es ligeramente másalto que Atanarik, quien es ya de por síde elevada estatura, le pone las manossobre los hombros y mirándole de unaforma magnética e hipnotizadora, lerevela:

—Porque debo guerrear por Allah.Porque eres mi hijo, llevas la marca de

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Kusayla en tu rostro… Porque un tiempoatrás, amé a tu madre, sin conseguirhacerla feliz. Porque te veo ascendercomo una estrella. Porque vas a ser unaroca que se alce entre los godos y losbereberes… una roca que duraráeternamente. Porque tu madre meentregó una copa; una copa que laKahina reconoció, con esa copa no serásvencido, con esa copa vencerás siempre.La Kahina lo profetizó, tú y yodominaríamos el mundo. ¿No son ésassuficientes razones?

De nuevo, el que Ziyad ha llamadoTariq se estremece y vibra ante laspalabras de su padre. El jefe bereber se

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dirige hacia la portezuela junto a ellos,en donde hay una manija, el muro seabre. Dentro de la cavidad hay una copa,una copa de oro de palmo y medio dealtura guarnecida en ámbar y coral, unacopa muy hermosa. Después, Ziyad sedirige hacia la mesa donde humea elsamovar, allí hay vino, vino tinto. Lovuelca en la copa, bebe él y le hacebeber a aquel a quien los godos habíanllamado Atanarik.

Cuando Tariq prueba el contenidode la copa, una fuerza le recorre elinterior; siente cómo el odio, el afán devenganza, el deseo de poder, dominatodo su ser, se apodera de él. En el

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fondo de la copa le parece entrever elhermoso rostro de Floriana desdibujadopor la muerte. Al probar la copa, sedesatan todas sus pasiones. Un odioinmenso le ciega. Odio y la necesidadde tomar una mujer.

Aquella noche, Ziyad deja unasierva en sus estancias. Él la posee,deseoso de liberarse de las fuerzas quelo corroen, las pasiones que se handesencadenado al haber bebido de lacopa de poder.

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La ciudad perdida deZiyad

Una luz tenue se introduce por unaabertura del techo, e ilumina las paredesrecamadas en oro. Al abrir los ojos,Tariq se da cuenta de que ha llegado asu destino, la morada de su padre enaquel lugar montañoso, en el corazón delAtlas. Junto a él duerme la muchacha dela que ha gozado aquella noche, una

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mujer de cabellera rojiza y carnesblancas. Tariq ahora se siente fuerte,experimenta su hombría y vigor.

El lecho está cubierto pormosquiteras de seda finas, a través deellas divisa un resplandor áureo. Es lacopa iluminada por la luz del alba. Selibera de las finas sábanas que locubren, aparta las mosquiteras y sedirige a la copa que está sobre unapequeña mesa de ébano. La examinaatentamente, una copa hermosa, de unaorfebrería antigua, finamente labrada enun tiempo inmemorial, conincrustaciones en ámbar y en coral. Alexaminar el interior de la copa, Tariq se

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da cuenta de que falta algo: allí iríaacoplado el vaso de ónice del que hablala leyenda. ¿Dónde estará? Sólo Alodialo sabe. Recuerda a Alodia y la comparaa aquella esclava, experta en técnicasamatorias, tomada por muchos otrosantes que por él. Tariq se siente confusoal evocar a la montañesa. Hay algovirginal y honesto, algo fresco y suave,algo límpido y claro, en la sierva. Elrecuerdo de la doncella hace que, sinsaber por qué, se sienta avergonzado.

Junto a la copa hay vino y fruta. Sesirve la bebida fermentada en el cálizsagrado y, al beber de él, experimentaaquel vigor y energía que notó la noche

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anterior. La sierva se despereza en lacama.

Entran varios criados que le indicanque su padre le espera, Antes podrátomar un baño de agua tibia y ser ungidocon aceite. Le visten con una túnicablanca, que se ciñe con un cinturón decuero labrado con incrustaciones en oro.

Mediada la mañana, recorre loscorredores de la hermosa morada deZiyad ben Kusayla. Las estancias sonsuntuosas, decoradas en oro y maderaspreciosas, mucho más lujosas que las deaquella corte de Toledo en la que Tariqvivió varios años, sirviendo al rey.Atraviesan un pequeño jardín dentro del

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palacio, aromas de flores y rumor defuentes, una vegetación exuberante, y elfrescor del agua en aquel lugar tancercano al desierto, un oasis de verdor.Allí le espera su padre de espaldas a él,mirando hacia el frente, a las paredes deaquel patio interior que se abren a uncielo sin nubes. Al sentir que Atanarikestá tras de sí, Ziyad se vuelve, le tomapor los hombros y le besa con el ósculode la paz. Le ordena que le acompañe.

La faz de Ziyad muestra una ciertainquietud, aunque nadie que no lehubiera conocido previamente hubierapodido adivinarlo. Su preocupación seintuye en la pequeña arruga que se le ha

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formado en el entrecejo.—Sabía que algún día llegarías. La

Kahina predijo que un hijo míocambiaría mi destino, un hijo del que yodesconocería su origen, un hijo al que yono habría visto crecer. Ese hijo eres tú.

Tariq calla, no interrumpe a supadre. Entre ellos hay mucho tiempoperdido. Ziyad desea reintegrar a su hijoal linaje, al clan al que pertenece.

—Olbán, que impidió que teacercases a mí cuando eras un niño,ahora te envía cuando eres un hombre…¡Olbán es un sujeto extraño! Pero no, éltampoco es ajeno a los designios delTodopoderoso, ha sido la divinidad la

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que te ha conducido hasta mí. Temostraré mi poder. Debes conocer a lasgentes de tu padre, a tu linaje y familia.

Ziyad, con paso decidido, seintroduce dentro del palacio. Recorrensalas abovedadas, estancias amplias deparedes de oro, un largo corredor.Muestra a su hijo el botín de milbatallas, al tiempo que le va contandolas hazañas en las que lo conquistó.Ziyad le cautiva con su lenguaje; eljoven godo se siente lleno deadmiración hacia su progenitor, envueltopor el magnetismo de aquel que fueamamantado por la Kahina. Atanarik haencontrado en él las raíces de su vida.

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Después, Ziyad le guía hacia elharén; el lugar en el que habitan susesposas y los hijos más pequeños,hermanos desconocidos para Atanarik.Niños y adolescentes que correteanlibres en aquel lugar hermoso y perdido.

—Sois el padre de multitud dehijos… —se admira Atanarik—, elpadre de un gran pueblo.

—Sí, pero mi gente se ahoga dentrode estas montañas. Son guerreros, songanaderos y cazadores; aquí estánaprisionados. Ven. Te mostraré algo.

Retornan al largo corredor bajo lamontaña. Al final del mismo, unasgrandes cuadras estabulan una gran

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cantidad de caballerías.—Son mi mayor riqueza —le

explica Ziyad.Ordena a los criados que les traigan

dos caballos a los que nombra por unapelativo afectuoso, como si fuesenpersonas. El criado se inclinareverentemente ante su amo y, al poco,reaparece con dos hermosos rocines depiel brillante y aceitada. Ziyad es unhombre fuerte, roza la cincuentena, y esun buen jinete como todos los bereberes;monta ágilmente en el rocín, le palmealos belfos. Tariq sigue a su padre.

Desde un lateral del palacio labradoen la roca, padre e hijo se encaminan a

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los amplios jardines que rodean lamorada del jeque. Más allá, huertos ysembrados, en los que los labriegoscultivan la tierra. Al ver pasar a Ziyadle honran inclinándose ante él. Sureverencia no es servil, es muestra derespeto, como a su señor, pero a la vezle sonríen con confianza, como a sucamarada.

Pasados los campos cultivados;acceden a la roca de la cordillera quesirve como baluarte a aquella ciudad,oculta en las montañas. El camino esestrecho y empinado; a los caballos lescuesta subir. Tras casi una hora decabalgada, Ziyad y Tariq alcanzan lo

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más alto del circo de montañas querodea los dominios del señor deldesierto. Desde arriba, contemplan elvalle con el palacio apoyado en la roca,los huertos, y terruños arados, loslabriegos, trabajando como una nube dehormigas, el jardín y el río que mana dela montaña y se pierde, bajo tierra, en elfondo del valle.

—Un lugar hermoso —se admiraTariq.

—Sí… —afirma Ziyad—, fruto delesfuerzo humano. Cuando yo meestablecí aquí, no había más que unexiguo manantial y una vegetaciónescasa. La Kahina encontró las fuentes

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de las aguas, abrió la cascada de la quesurge el río, bendijo este lugar y lo hizofructífero… Canalizamos el agua ehicimos que estas tierras yermas setornasen en tierras feraces de regadío.Conquisté las tribus vecinas y nospagaron tributo. Todos los bereberes meacatan como a su señor. Ahora, el vallese ha llenado. Fuera hay una terriblesequía, hay guerra, se han producidoenfrentamientos entre unas tribus yotras… Temo que esta vida confortableen la que me he sumergido y heconducido a mi pueblo se hunda. Estanoche he estado pensando…

Ziyad se detiene. La llegada de su

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hijo ha constituido un cambio en supróspera y ya acomodada existencia. Laprofecía de la Kahina está comenzando acumplirse tal y como ella predijo. Ziyad,profundamente supersticioso, no hadormido aquella noche. Se ha levantadode su lecho y ha orado al DiosTodopoderoso y Clemente. Al fin, haabandonado en Él su destino.

—La razón de vida del pueblobereber es la lucha. Fuera de estastierras hay pobreza. Tú has llegado en elmomento preciso. Siento que lasmontañas del Atlas ya no pueden dar decomer a las tribus Barani ni a los Burr, alos Drawa, a los Gomara, a los

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Soussi… Las tribus africanas necesitanun destino nuevo, glorioso…

—La lucha en Hispania.—Efectivamente. Una guerra contra

el reino de Toledo permitirá que mipueblo encuentre un motivo para seguiradelante. Te ayudaré, levantaré lastribus africanas contra un enemigo lejosdel Atlas, fuera del Magreb.

Desmontan de los caballos, que atana una carrasca que se bambolea por elviento en la cima de la montaña. El solse inclina al oeste. Tariq piensa que,más allá, hacia el oriente, los árabesavanzan, liderados por el poderosogobernador de Kairuán, Musa; al sur, los

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pueblos de tez oscura de Kenan sedebaten en luchas internas; pero, paraAtanarik, el futuro está claro, está en elNorte, en las tierras ibéricas.

—Hispania… —habla Ziyad, Tariqsiente cómo su padre se ha introducidouna vez más en su propio pensamiento—… una hermosa tierra. Dicen que entiempos lejanos, las tierras africanas ylas de la península Ibérica estabanunidas. El país más allá del estrecho eraun lugar próspero, habitado por unpueblo fuerte y numeroso.

—Ahora está despoblado. Hahabido una gran peste, no hay hombresque cultiven las tierras.

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—Lo sé… En cambio, mis gentesnecesitan espacios amplios, tierras parael pastoreo.

Desde la altura, Ziyad señala a loscuatro puntos cardinales, hablando decada una de las tribus bereberes.

—Mira allá, al norte, están loshombres del Rif, al este, los Drawa, alsur, los Gomara y los Soussi. Todos sonpueblos valientes A menudo no tienenpara comer, cuanto menos para pagarmetributos. Tú me propones una guerra, yola necesito. Este pueblo mío enferma sino lucha. No podemos enfrentarnos a losárabes que avanzan con fuerza por lastierras costeras; pero podemos atacar

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muy bien a los godos… un reino que sedescompone. ¡Venceremos!

—Aún hay fuerza en el reino deToledo, pero dentro de él nos ayudarán,quieren que seamos un ejércitomercenario a las órdenes de loswitizianos.

—No guerrearemos bajo el mandode nadie y menos aún bajo la bandera detraidores. Fingirás ayudarles pero tú,hijo mío, llevarás contigo tu propiodestino.

Le observa atentamente. Al verse asíexaminado, Tariq se turba. Entonces,Ziyad le interrogó:

—¿Has bebido de la copa?

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—Sí.—¿Qué ha ocurrido?Tariq responde confuso.—Me ha llenado un vigor inmenso,

una necesidad enorme de tomar unamujer, el odio y el afán de venganza.

—La copa es peligrosa, no abusesde ella. Yo lo hice y me dañó. Creo quees por esa copa por lo que tengo tantasesposas… —Ziyad sonríe—. Haaumentado mi vigor; pero es cansadocompartir la vida con tantas…

Después, el jeque prosigue másserio, y le confiesa a su hijo conpreocupación:

—La copa me ha conducido siempre

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a la victoria, pero me ha complicado lavida en guerras y más guerras. Te llenade odio y de ambición. He descubiertoque nunca podremos emborracharnos losuficiente para no sufrir. Es por ello porlo que hace tiempo que dejé de beber deella. Me trastornaba. Me tenía atrapado.Esa copa está viva. Nunca me heatrevido a destruirla pero quizá debierahaberlo hecho.

Tariq se opone:—Es lo mejor que he probado en mi

vida.Ziyad lo mira como si fuese un

insensato, con gran preocupaciónsuspira sabiendo que su hijo no le va a

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entender.—La copa es tuya. Perteneció a la

familia de tu madre, por lo tanto es tuya.Debes usarla con prudencia. ¿Lo harás?

Tariq duda, al contestar:—Sí…, padre.La mirada de Ziyad se torna extraña

una vez más. A Tariq le parece que, denuevo, se introduce en sus pensamientosmás íntimos y se siente incómodo, comoavergonzado.

De un tirón de riendas, Ziyad haceque el caballo emprenda el descensohacia el valle. Desde las peladas cimasde la cordillera, van cruzando loslugares donde crecen matojos, hasta

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llegar a un bosquecillo y más abajo, alrío.

Ziyad se acerca a los lugarespoblados del valle. Le presenta a Gamil,hijo de una hermana de Ziyad, y muyamado para éste. Después a sus hijosmayores, los que ya utilizan las armas,los hermanos de Tariq. De entre todosellos, señala dos que irán con ellos en lacampaña que pronto emprenderán: unjoven alto, de nariz ganchuda, llamadoIlyas, y un muchacho de cabello rojizo,Razin al Burmussi, el Rojo.

Tariq experimenta una sensacióncálida entre aquellos hombres de ojoscolor de melaza oscura. Hay algo común

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en la mirada de los hijos bereberes deZiyad y la del godo Atanarik.

En los días siguientes, Ilyas, Razin,Gamil, y muchos otros cabecillas de latribu Barani se reúnen a planear lacampaña, la lucha en las lejanas tierrasmás allá del estrecho. Acuerdan quecada uno de los capitanes levantará unoa uno los clanes, difundiendo, a losdistintos puntos del Magreb, la noticiade que Ziyad ha iniciado una nuevacampaña. Ahítos de inactividad, losbereberes desean la lucha, que siempreha sido su modo de vida. Estánconvencidos de la victoria.

Ziyad los escucha en silencio. Les

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ve jóvenes, soñadores, e inexpertos. Elhijo de Kusayla posee una sabiduría quees capaz de atravesar el tiempo,intuyendo el porvenir de los pueblos yde las gentes.

Todos le respetan.Esperan sus palabras.Van callando poco a poco.Al fin, Gamil, el amado, se atreve a

preguntar al jefe bereber:—Mi señor…, ¿qué pensáis vos?—Una nueva fuerza se ha alzado en

África. Los hombres del Profeta, los queobedecen a la Cabeza de Todos losCreyentes, al califa. Sin ellos vuestraempresa está perdida.

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—¿No somos nosotros losuficientemente fuertes y valerosos paraconquistar el país de los godos?

—Cada época de la historia de loshombres está dominada por un pueblo;cada pueblo tiene su destino. El tiempode los bereberes ha terminado. Sí, se haacabado mucho antes de que mi padreluchara contra los árabes. La Kahina melo dijo, ha llegado el momento de loshombres de Allah, del pueblo deMuhammad, la Paz y la Bendición seandadas al Profeta, el tiempo de losquaryshíes y yemeníes; el tiempo de losárabes…

—¿Qué queréis decir, padre? —le

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pregunta Tariq.—Nunca vencerás a tu enemigo sin

la ayuda de Musa, el gobernador deKairuán. Yo le rindo pleitesía…

En ese momento, Tariq le recuerda asu padre algo importante, algo que lesdiferencia frente a los demás pueblos.

—Poseemos la copa, con ellavenceremos.

Ziyad le interrumpe mostrando sudesacuerdo:

—¡La copa! Oh sí, la legendariacopa. Tendrías que estar continuamenteborracho de ella para vencer sin laayuda de los árabes. Pronto tendrías dosfrentes de batalla: el de los árabes y el

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ejército de Roderik. Sólo con la ayudade los árabes podría conquistar lastierras de la antigua Europa…

—¿Querrán ayudarnos? —diceGamil.

—Olbán de Ceuta, que nosapoyadles ha pedido ayuda para lainvasión —le explica Tariq.

—Lo importante es que Musa no nosestorbe —les previene Ziyad—. Lodecisivo y clave es que nuestraretaguardia sea segura. Que mis mujeres,mis hijos, las esposas de todos nosotros,nuestros hijos e hijas estén segurosporque los árabes no decidan atacarnuestras bases y campamentos cuando

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estemos luchando más allá del estrecho.Musa ha oído hablar de este lugar queyo he fundado, lo desea, sabe que aquíhay riquezas. Cuando se extienda por elMagreb la noticia de que yo he cruzadoel mar. Musa, sí, el codicioso Musapodría atacar a nuestras gentes. Espreciso que esté de nuestro lado, que seimplique en la campaña con sus hijos yclientelas…

—¿Qué proponéis?—Mientras Gamil, Ilyas y Razin

levan tropas entre los bereberes. Tú, mihijo Tariq, el tan tarde hallado, y yomismo iremos a Kairuán a ganarnos lavoluntad y la ayuda de Musa.

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9

El Sáhara

Una larga caravana se adentra en eldesierto. Recorre una superficie rocosa,de pedrisco y arena. Las montañas delAurés han quedado atrás. El sol calientasin compasión a los bereberes. Al frentede ellos un hombre alto, con una marcaen la mejilla, barba cana y largoscabellos blancos. Es Ziyad. A su paso sele van uniendo hombres de otras tribusque anhelan la guerra, una guerra que

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para muchos bereberes es ahora santa:combatir al infiel.

Atanarik se asombra del poder de supadre. Hace varios días que hanemprendido el camino hacia Kairuán.Los rumores por el desierto cruzan másveloces que las gaviotas sobrevolandoel mar, que el águila ascendiendo a lascumbres del Tuqbal. Ya todos los clanesbereberes, todas las antiguas tribusconocen que Ziyad se ha levantado. Unrumor, como el fuego sobre una praderaseca, cruza las llanuras y las montañas.Cada día que amanece aparece unpequeño grupo de guerreros, que rindepleitesía a Ziyad y se suma a su

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empresa. El hijo de Kusayla les ofrecelas fértiles tierras hispanas, laposibilidad de botín, de un futuro mejor.A algunos de aquellos hombres le hanacompañado desde tiempo atrás:Altahay, el bereber, Samal benManquaya y los hombres que leayudaron en la rebelión de los Hausa.Pero ahora se han unido hombres de lastribus Lawatta, Hawraba, Awraba,Kutama, Zamata, Masnuda, Sinhaga y delos Gumara. De entre los que formanparte del séquito de Ziyad muchos estánrelacionados con él. Cada uno de elloslidera distintas tribus, gentilidades quese ponen al servicio de Ziyad, con un

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único afán, conquistar las tierras allendedel mar, donde encontrarán una nuevavida. Buscan escapar de una situaciónde pobreza, conquistar gloria y servir aAllah mediante la espada.

Al llegar a las regiones habitadas, sedetienen en algún poblado de casas debarro, en las que las mujeres guisan lacomida a base de mijo y grasa decamello. Pequeñas aldeas en las que sefabrican lonas para las tiendas, hayalfareros y herreros. Las multitudessalen a los caminos para vitorear a lastropas. En una de aquellas poblaciones,Samal ben Manquaya, el hombresalvado del león, encuentra a su gente, a

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sus esposas. Obliga a Tariq a alojarseen su casa, le muestra a sus hijos y a suharén. De todas sus esposas, Samal amamás que a ninguna otra a Yaiza, unamujer cuya mayor hermosura es lainteligencia. Se dirige al hijo de Ziyadcon descaro, le dice que cuandoconquisten las tierras allende del mar,ella querrá ir allí, a un lugar donde lospastos sean abundantes, y la lana de lasovejas fuerte, donde sus hijos no pasenhambre. Tariq sonríe ante sus palabras;Samal se siente algo abochornado por lalibertad que se toma su esposa favorita,hablando con el noble hijo de Ziyad,pero Tariq no se siente ofendido por la

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actitud de ella, sino más bien divertido.Abandonan la aldea de Samal, y se

encaminan hacia Kairuán, la ciudadfundada por Uqba; allí mora Musa, elpoderoso gobernador árabe de Ifriquiya.Poco antes de llegar a la urbe sagradade los musulmanes, el desierto parececubrirse con una nube oscura. Sonhombres de negro semblante que hancruzado las tierras desérticas delSahara. Cuando se acercan, el que ahorase hace llamar Tariq reconoce a loshombres Hausa, al frente de ellos estáKenan.

—Mi señor, hemos sido atacadospor Gobir, otro de los reyes Hausa, y

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debimos escapar de nuestra tierra.Escuchamos que os dirigíais a un nuevomundo, a conquistar las tierras más alládel mar. Queremos unirnos a vos, formarparte de los vuestros. Sólo os pedimosnuevas tierras, un lugar fértil dondecultivar los campos y criar ganados.

Tariq desmonta y abraza a Kenan,diciéndole:

—Os conduciré más allá del mar,lucharéis a mi lado y conseguiréis unlugar fértil y hermoso donde vivir…

El camino se hace enojoso yrepetitivo, un montículo de arena y otro.Le parece que marchan sin sentido perono es así, para los hombres del desierto

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cada piedra, cada roca, cada colinatienen su significado y su caminar no esnunca sin rumbo.

En la monotonía del camino, lamente de Atanarik retorna al pasado, ala ciudad de Norba, al momento en quesintió la mirada de Belay sobre él. No lodetuvo. Atanarik pudo salir de la ciudadsin sobresaltos; aparentemente elCapitán de la Guardia no le habíareconocido.

Alodia montaba a mujeriegas sobreel penco que había comprado Atanarik.En la grupa, detrás de ella, se sujetabael chico. Salieron discretamente deNorba y por la calzada que conducía a

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Hispalis, se dirigieron hacia el sur. Porprecaución, Atanarik no cruzó ni unapalabra con Alodia en el camino, llenode gentes que iban o venían al mercado.Ella comprendió que algo sucedía y quedebían irse deprisa de aquel lugar;incluso Cebrián, que nunca lo hacía, fuecapaz de callar.

Cabalgaron sin detenerse hastallegar la noche. Atanarik con el chicobuscó ramas y pudieron hacer unafogata. El día había sido duro y Cebriánse acostó; pronto se escucharon susronquidos.

El gardingo real no podía dormir.Entonces Alodia, dirigiéndose al godo,

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le dijo, suavemente, recordando alhombre al que habían visto:

—Era el Capitán de Espatharios deRoderik, el que nos persiguió en nuestrafuga en los túneles de Toledo. ¿Verdad?

—Sí —respondió él—, era Belay.—¿Os habrá reconocido?—Es posible…—¿Y…?—No lo sé con certeza, pero creo

que me protege. Podría habermedetenido en el mercado. El y yo fuimoscompañeros en las Escuelas Palatinas.Éramos buenos amigos. A los dos nosrechazaban. A mí me despreciaronsiempre porque mi sangre no es goda, y

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mi aspecto tampoco lo es. A él porquees de origen cántabro, aunque procedede la noble estirpe balthinga y estáemparentado con Roderik. Odia a Witizay todo lo witiziano porque éste causóuna tragedia en su familia, en la quemurieron sus padres.

—¿Qué ocurrió? —le preguntóAlodia.

—No conozco bien los detalles; sólosé que tras la muerte de Favila, se tapóel crimen. Witiza, el hijo del rey Egica,no podía ser acusado. Cuando Belayintentó hacer justicia, no consiguió nada,cayó en desgracia, y debió huir de lasEscuelas Palatinas. Yo le ayudé. Quizá

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por eso me está agradecido. Sé que serefugió en el Norte, en las tierras de losastures de donde provenía su madre.Allí permaneció varios años, comonoble rural, criando ganado, sobre todocaballos. Juró vengarse del asesino desu padre. Al formarse la conjura quefinalmente derrocó a Witiza, Belayregresó a Toledo. Como sabrás, Witizamurió en extrañas circunstancias…Después, cuando fue elegido Roderik, leagradeció su participación en eldestronamiento de Witiza, nombrándoleJefe de Espatharios, ya sabes, unaespecie de guardia particular de lacorona… Belay era en la corte mi

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inmediato superior.Atanarik se detuvo, volvió a él lo

que le había alejado de Toledo, laconjura en la que estaba implicadaFloriana, la terrible situación del reino.

—Parecía que la llegada al trono deRoderik iba a equilibrar las fuerzas queaspiraban al poder pero no ha sido así;ha estallado una guerra civil. El reinooscila en sus cimientos, partido en dos.En los períodos de esplendor del reinotoledano, en los tiempos de Leovigildo yRecaredo, un poder fuerte y equilibradoera capaz de contener a la nobleza,buscando la unidad y el bien del reino.Ahora dos partidos enfrentados

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destruyen el país de los godos,carcomido por una enfermedad mortal:de la cual, la causa principal son lasmúltiples ambiciones de los nobles. Elreino se ha fragmentado; todos debentomar partido.

—Y… ¿Belay?—Pienso que Belay en este momento

oscila en sus lealtades. Él es de lospocos hombres nobles —Atanariksonrió recordando a su antiguocamarada—, me refiero a la nobleza decorazón, que quedan en la cortevisigoda. Es verdad que Roderik le harecompensado la muerte de Witiza, de laque fue autor indirectamente. Pero Belay

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no olvida que su padre, Favila, debióheredar la corona, por ser de estirpereal, hijo del rey Ervigio.

—Si mataron a su padre, Belay debede odiar mucho a los witizianos… —habló Alodia suavemente.

—Les odia —le confirmó Atanarik—; pero tampoco creo que a Belay legusten demasiado los partidarios del reyRoderik. Para él, Roderik es sólo unadvenedizo, un pariente deChindaswintho quien también persiguióa su familia. Belay no es ambicioso peropertenece a la casa de los Balthos.Considera que una monarquía que no seahereditaria, sólo da lugar a

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enfrentamientos entre los nobles paraocupar el poder. El es de estirpebalthinga como lo soy yo. Hasta ahora,los Balthos no nos habíamos aliado conninguno de los partidos que dirimen losdestinos del reino. Es decir, ni con loswitizianos ni con los que apoyan aRoderik. Belay y yo siempre hemosmantenido posturas parecidas. Ademásyo le ayudé cuando todos le rechazaban.Por todos estos motivos, siempre hemossido amigos. Estoy seguro de que intuyeque yo no maté a Floriana.

Se escucharon ruidos entre losárboles.

Alguien avanzaba.

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Era Belay.—No la mataste —dijo Belay—, lo

sé, lo sé muy bien.

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Kairuán

Al fin, avistan Kairuán. Lejos de lacosta para no ser atacada, en la estepanorteafricana cercana al mar, seconstruyó Kairuán, la capital deIfriquiya; una de las tres provincias quelos musulmanes habían creado en elNorte de África: al oeste, el Magreb;más al este, Ifriquiya y aún más allá, lastierras de Egipto. Atalaya de laconquista árabe, Kairuán es la ciudad

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legendaria donde se edificó la primeramezquita de las tierras conquistadas enel occidente del Islam.

Durante muchas millas, Atanarik hagalopado junto a su padre. El hijo de laKahina monta con gallardía un caballotordo, cubre su cabeza con el velo azuldel bereber, sus vestiduras son decolores claros, de lana fina que le aísladel calor, en la cintura, un anchocinturón de cuero del que cuelga unalfanje. Tras él vienen sus tropas; jinetesdel desierto con caballos veloces,capaces de un ataque rápido einesperado. Atanarik sabe bien quealgunos de aquellos hombres son sus

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propios hermanos de sangre. Ziyad haengendrado una parte de sus propiosguerreros. Le siguen ciegamente.

El noble visigodo, que en un tiempopasado había sido llamado Atanarik yahora se ha convertido en Tariq, sesiente conforme con su destino. Duranteaños ha debido salir solo adelante,nunca nadie le ha apoyado de la maneraen la que ahora Ziyad lo hace. Hay algoprofundo entre padre e hijo, algo que eljeque bereber no comparte con otroshijos, con Ilyas y con Razin, tambiénprogenie suya. Tariq ha inyectadooptimismo y afán de lucha en Ziyad; detal modo que el hijo de Kusayla se ha

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rejuvenecido, sintiéndose con lasfuerzas de sus años mozos. Por lasnoches en la tienda, o durante el día enlas largas galopadas, conversanlargamente. El padre le relata antiguashistorias y le habla de su dios, Allah, undios guerrero que debe ser impuesto enlos corazones. Tariq le escuchaatentamente, un modo de vivir y depensar nuevo se abre ante él. De supadre, aprende el arte de liderar a laspersonas, de conducir a un ejércitocuidando a cada hombre como si fueseúnico; de compartir sus ideas ypensamientos con sus capitanes.

Así, tras una larga marcha, Ziyad y

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Tariq llegan a la ciudad fundada porUqba ibn Nafti, rodeados por la ingentemultitud de guerreros que se les han idouniendo al cruzar los montes y eldesierto. En Kairuán, mora elgobernador de Ifriquiya, Musa benNusayr. Muchos de los bereberes se hanconvertido al Islam, para ellos Musarepresenta al califa, la Cabeza de Todoslos Creyentes.

La ciudad, antes rodeada de densosbosques, ahora talados, en los queabundaban las fieras y las malezas, sealza como parte de la nada, protegidapor una muralla del color del desierto,de piedra y adobe. Ziyad ordena que las

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tropas bereberes acampen fuera de laurbe.

Las puertas de Kairuán se abren alpaso del jefe bereber, rodeado de sushijos, y de una numerosa escolta.Recorren las callejas de la ciudad, quemuestran un cierto orden; no sedistribuyen en el entramado laberínticopropio de las ciudades norteafricanas,sino que son radiales, orientándosehacia el zoco central y la mezquita. Setrata de una ciudad que no ha surgido alazar, sino que fue construida por losconquistadores árabes. Las gentes deKairuán abarrotan las callejas para verel paso del hijo de la Kahina, una

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leyenda tanto en las tierras de Ifriquiyacomo en las tierras del Magreb. Alatravesar la urbe, Ziyad y su hijo, conlos que les escoltan, divisan la MezquitaAljama con su torre en tres plantas, cadauna más pequeña que la anterior, de talmodo que adopta la forma de unaespecie de grada: es la mezquita sagradaque ordenó edificar el conquistadorUqba. En la plaza, de frente a laMezquita Aljama, la multitud seapelotona curioseando el paso de losbereberes: hay niños que se encaramansobre los padres, mujeres sin velo conlos brazos en jarras que les observan sinrubor.

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Alcanzan el palacio del gobernadorMusa, un edificio de piedra y adobe, sinventanas, rematado por torres en las queondea la bandera de la media luna.Dentro hay un jardín de verdor conpalmeras, plantas exuberantes y flores.De las fuentes mana rítmicamente elagua, llenando las estancias de rumoresde vida.

Los visitantes atraviesan variospatios con azulejos de cerámicamulticolor en las paredes y surtidores enel centro. La melodía del agua relaja elambiente. Arcadas de medio puntosombrean parcialmente las dependenciasdel palacio que asoman al jardín. Al

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fondo, se abre una cámara separada delpatio por celosías de madera recortadaen forma de estrellas.

Dentro de la estancia, Musa benNusayr les espera tendido sobre undiván de cedro y junco con preciosasincrustaciones de marfil. El diván estácubierto con cojines de piel de leopardoy pesados cobertores de lana bordadosen oro. El sitial de Musa se sitúa sobreun estrado que le eleva sobre las gentesque acuden a visitarle en aquellaestancia, la sala de audiencias del wali.A los lados del gobernador, dosesclavos le dan aire con grandesabanicos de plumas de avestruz. Detrás

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de ellos, en pie, la guardia armada conalfanjes en la cintura y apoyada enlanzas custodia a su señor. Musa no selevanta al entrar ellos, sólo se incorporaligeramente sobre los almohadones paraverlos mejor. Los bereberes se inclinanprofundamente ante Musa, que se dirigea Ziyad en árabe. El hijo de Kusayla lecontesta en el latín deformado quehabitualmente se habla en el Norte deÁfrica y que Tariq comprende bien.Musa continúa en el idioma de Ziyad.

—¿A quién me traes?—Mi señor, éste es mi hijo, Tariq…—No parece un bereber.—Su madre era hispana, una noble

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de origen godo. Mi hijo ha servido en elejército en la corte de Toledo. Debehaceros una propuesta que yo apoyo.

Musa se incorpora y se sienta,cruzando las piernas. Ellos continúan depie. El gobernador domina a susinvitados desde el alto lugar en el querecibe habitualmente a los peticionarios,en el que administra justicia. Se dirige aTariq imperiosamente.

—¡Godo! Expón ante mí tus razones.Musa se ha expresado en el lenguaje

que el hijo de Ziyad entiende; por ello lecontesta con voz serena y convincente:

—El país de los godos está sumidoen una guerra civil. Muchos piensan que

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el rey actual, Roderik, ha conseguido elpoder mediante artes inicuas. Estándescontentos con él. Los del partido delrey anterior Witiza solicitan que lesayudéis a impartir justicia.

—¡Bien…! ¡Bien…! ¿Por qué he deexponer a las tropas del Islam en unaguerra que no nos compete?

Interviene entonces Ziyad.—Las tierras de la península Ibérica

son tierras fértiles y fáciles de cultivar,un paraíso de mujeres hermosas yriquezas inagotables… Mi lugartenienteTarif, no mucho tiempo atrás, nos trajocautivos y oro. Podemos hacercampañas de saqueo en las costas, pero

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no podremos conquistar el reino sin unaayuda desde dentro del país, mi hijoTariq nos la proporcionará. La guerrasanta nos reclama, Los godos sonnazarenos politeístas, no creen en Allah;ni obedecen al sucesor de Muhammad,¡la paz y la bendición sean siempre conél! ¡Han de ser sometidos!

Ante las palabras de Ziyad, losojillos de Musa brillan. Musa es unhombre de pequeña estatura, de tezoscura y barba entrecana, su escasaestatura contrasta con la fuerza de sucarácter.

—Sí. ¡Han de ser sometidos! Pero—habla con una voz que simula

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preocupación— mis hombres estánocupados en la frontera sur, cerca deEgipto. Unos años atrás, el conde deSepta, Olbán, le advirtió al conquistadorUqba que los godos eran gente fiera,difíciles de vencer… Impidió el paso denuestras tropas. ¿Cómo podremos cruzarel estrecho si Olbán no está de nuestraparte?

—El mismo Olbán me envía parainformaros de que ha cambiado suslealtades —le informa Tariq—, es ahoradel partido de los que detestan al reyRoderik; desea la guerra como el quemás y nos facilitará el paso haciaHispania.

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Musa sonríe mientras afirma conironía.

—Bien, bien. Todo son buenasnoticias. Cruzaréis el estrecho yemprenderéis la guerra frente al godo…

Ziyad se expresa ahora con fuerza:—Necesitamos el respaldo del

gobernador de Ifriquiya, de vuestrastropas, que han conquistado ya lospaíses del Magreb.

—Cuando hayáis conseguido tenderuna cabeza de puente me sumaré avuestras acciones… Antes debo obtenerel permiso del califa para emprenderuna nueva ofensiva. Los vientos enDamasco no corren ahora a favor de la

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guerra.Musa no les ofrece mucho, sabe que

el califa Al Walid está empeñado en unaguerra en el borde oriental de su imperioy no querrá perder fuerzas en las lejanastierras que bañan el Atlántico. El árabeno quiere comprometerse. La campañamás allá del estrecho le parecearriesgada, ya en tiempos del rey godoWamba se había intentado la conquistasin resultado.

Tariq se da cuenta de que elgobernador del Norte de África no lesapoya, también entiende que el respaldode los árabes es fundamental para llevara buen puerto su misión. Ziyad domina a

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las kabilas bereberes, y esinmensamente rico. Sin embargo, ahora,el Norte de África es de los árabes quecontrolan los puertos, poseen una granfuerza militar, compuesta por las tropasquaryshíes y yemeníes; así como debereberes y bizantinos que les pagantributo. Además, el califa de Damasco,Cabeza de Todos los Creyentes, ostentael liderazgo religioso tanto de lospropios árabes como de muchosbereberes.

Por su parte, Musa analiza a Tariqcon una mirada atenta, y quedasatisfecho ante aquel hombre alto y deaspecto decidido, tan parecido a Ziyad,

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con la marca de Kusayla en su faz.Tras unos instantes de silencio,

Musa le pregunta a Ziyad:—Tu hijo… ¿conoce el Islam?—No ha sido aún instruido.—Deberá serlo.Ziyad dobla la cabeza en señal de

acatamiento. Después Musa le dice:—Podéis consideraros mis

invitados.Cuando el sol avanza hacia su ocaso,

se les aloja en la morada delgobernador. Acompañados por laservidumbre armada del wali recorrenpasadizos oscuros y corredoresiluminados por el sol de África, desde

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los que se ven los jardines. Al fin subenuna planta y les acomodan en sendasestancias. Desde el hermoso aposento enel palacio de Kairuán, Tariq se asoma auna pequeña balconada que se abre alpatio lleno de flores de fragante aroma.Se ha hecho de noche. Las palmerasdejan pasar la luz de la luna entre lasramas. A lo lejos va cediendo elbullicio de la ciudad.

Tariq está preocupado. No sabe siestá eligiendo el camino recto. Dudacomo aquella noche, en la que Belayapareció entre las sombras de losárboles. Un hombre joven, de su mismaedad, con cabello claro y barba

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naciente. Recuerda que los ojos grisesde Belay mostraban una expresión entrealborozada e irónica.

Atanarik se levantó y desenvainó laespada.

—Vengo en son de paz… —le dijoBelay—. Es cierto que mis lealtades soncomplejas, pero sé quién es amigo yquién no. Sé también quién es un asesinoy quién no lo es.

Atanarik dejó caer la espada. Ambosse abrazaron. Cuando se separaron,Atanarik apoyó los brazos en loshombros de Belay. Sus ojos revelabanuna gran emoción. Belay había sido suamigo durante largos años, su cantarada,

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compañero y aliado. La vida del jovenAtanarik había sido solitaria; no le habíasido fácil encajar en la rígida corte deToledo, y, más aún antes, cuando eracasi un niño, en las Escuelas Palatinas.Por su parte, Belay le estaba agradecidopor su apoyo tras la muerte de su padre,y deseaba ayudarle.

—Recuerdo la noche de la muerte deFloriana —habló Belay—. Me avisaronde parte del rey que había habido ruidoen las habitaciones de Floriana, que sehabía cometido un crimen. Fui allí yforcé la puerta; al ver el cadáver, penséque no había muerto demasiado tiempoatrás. Y si eso era así… ¿Quién podía

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saber que había muerto sino el propioasesino? No podías ser tú el que hubiesedifundido su muerte porque el cadáverde ella aún estaba caliente cuando loencontré y tú huías. Sólo el asesinopodía haber hecho correr el rumor. Sí,alguien propagó la noticia del asesinatopara implicarte, y ese alguien sólo pudoser el propio homicida.

—¿Viste a alguien? —le preguntóAtanarik.

—Sólo entreví a una mujer. Unamujer suave y con cabellos claros quehuía a través de la ventana. Aquellamujer tampoco había cometido aquelcrimen; estoy seguro.

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A la luz de la hoguera, divisó lasuave figura de Alodia.

—No —se dirigió a ella, sonriendo—, tú no eras capaz de matar a Floriana.Eres muy ágil. Pensamos que te ibas amatar en el alféizar de la ventana…Afortunadamente estás viva.

—Me salvó y me ayudó a escapar…—le dijo Atanarik.

—Yo también hice algo —prosiguióhablando amigablemente Belay—. Sabíaque estabais en los túneles. Envié a laguardia a buscar por otro sitio.Enseguida se difundió que tú la habíasmatado. Yo pensé que no había pruebas.¿Por qué ibas a matarla precisamente tú

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que estabas perdidamente enamorado deella? Te conozco hace tiempo, no erescapaz de matar a alguien indefenso, pormuy encolerizado que estés. Sé tambiénque Floriana estaba metida en algunaconspiración, me pareció más probableque el crimen hubiera sido debido aello…

—¿Se ha sabido algo más, despuésde mi huida?

—No. Un judío se hizo cargo delcadáver, lo embalsamó y lo envió aSepta, a su padre.

—Ella ha vuelto al lugar de dondenunca debió salir…

Atanarik bajó la cabeza, no quería

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que el otro penetrase en sussentimientos, que le viese sufrir. Belayfingió no advertir la emoción queembargaba a Atanarik y continuóexplicando lo ocurrido.

—Después, me hice cargo de tubúsqueda. Roderik te odia mucho…

—¿Sí…? —le preguntóirónicamente Atanarik.

—No hay nada peor que un hombredespechado, que se siente traicionadopor la mujer que ama.

—Fue ella quien me traicionó a mí.—Hasta cierto punto… Creo que

ella realmente te amaba. Creo tambiénque estaba en una conjura. La pena es

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que los witizianos me gustan aún menosque los partidarios de Roderik, sinocreo que me hubiera puesto bajo elmando de la mujer más bella de la corte—Belay le confió sarcásticamente aAtanarik—. Sí, pienso que lo hubierahecho…

—¿Para eso has venido…? ¿Pararecordarme a Floriana? —exclamóAtanarik apenado y un tanto enfurecido—. ¿Para reírte de ella, ahora que estámuerta?

Belay agitó la cabeza negando,intentando calmar a Atanarik, se dabacuenta de que su antiguo hermano dearmas estaba trastornado por la muerte

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de la dama.—No. He venido porque quiero

ayudarte; porque no quiero que te metasen algo de lo que puedas arrepentirte.

—Dime…—El rey está despechado, te odia.

Por otro lado, los witizianos handifundido que él fue el asesino. Nosabemos quién la mató, pero yo no creoque fuese Roderik y estoy seguro de quetú no has sido. El rey quiere condenartepúblicamente para exculparse de eserumor. Ha lanzado bandos que te acusany hay patrullas que te buscan por todaspartes. Saben que te diriges a Septa.Debes tener cuidado. Sobre todo en los

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accesos a Hispalis.—Debo ir allí, a ver a Oppas…—Es importante que tomes

precauciones —le repitió Belay—,sobre todo cuando te acerques al valledel Betis.

—No sé por qué te inquietas tantopor mí… —le insistió Atanarik.

—No soy el único. También Casio yTiudmir están preocupados… Aunqueno te lo creas, nos importas…

Atanarik, los recordó. Los cuatrohabían sido inseparables. Casioprocedía del valle del Ebro, de unaantigua familia hispanorromana deterratenientes. Tiudmir era godo, aunque

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su nombre era de origen suevo, su linajeprovenía de las tierras del Levante.

—Casio y Tiudmir están vigilandoen las entradas a Hispalis. Si teencuentran te ayudarán…

—¿Cómo puedo agradeceros…?—Tú no eres un asesino —le miró

fijamente—. Creo que no eres tampocoun traidor, o ¿sí lo eres?

—¿A qué te refieres?Belay no contestó a su pregunta, sino

que continuó como reflexionando para símismo:

—Los witizianos no me gustan. No.No me gustan nada. Se alían con losfrancos, con los vascones… Después

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hay problemas… Quieren utilizarte.—¡A mí nadie me utiliza!—se

enfadó Atanarik.—Sí. Lo están haciendo ya, quieren

que traigas tropas del Norte de África.¿No es así?

—¿Cómo lo sabes?—Lo sé. Soy Capitán de

Espatharios, dirijo la Guardia Real, ycontrolo a los espías de la corte. Me haninformado de que te diriges hacia el sury de que, previamente a tu partida, hastenido una entrevista con los witizianos.Provienes de la Tingitana. No es difícildeducir lo que te propones. Quierestraer a los africanos…

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Atanarik intentó defenderse:—¿Cómo puedo yo levar tropas en

el Norte de África?—Siempre has estado marcado por

tus orígenes. En las Escuelas Palatinasse burlaban de nosotros. De mí porqueno estaba en ninguno de los dos partidosen el poder; me llamaban el montañés, elcampesino. Y, sin embargo, yo soy nietodel rey Ervigio, y mi padre debióheredar el trono. A ti te llamaban elAfricano… como si eso fuera undeshonor. Sin embargo, tu padre tienepoder, se dice que puede levantar atodas las tribus bereberes… Ya entiempos de Wamba, los bereberes

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atacaron nuestras costas y ahora se sabeque se han unido a los árabes.

Belay, que había bajado el tono devoz, ahora lo levantó de nuevo paraexclamar:

—¡No deberías hacerlo…! Nodebieras levantar una fuerza que luegosea imposible controlar.

Belay al acabar la última frase, lehabía puesto de nuevo las manos sobrelos hombros. Atanarik calló y bajó lacabeza. Hasta ese momento había estadomirando a su compañero de armas,ahora no se atrevía a enfrentarse a él.

Atanarik retiró suavemente aquellasmanos que le acogían y con un tono de

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voz bajo, algo velado por la pena perodecidido, le preguntó:

—¿Qué pretendes? ¿Qué transijamoscon el tirano? ¿Con el asesino? ¡Miracómo está el país…! Lo he atravesadodesde la corte de Toledo hasta el sur,como un siervo, de esos quedespreciamos. He visto la degradaciónen la que ha caído el reino. Hace pocosdías, enterré a un suicida. No es elúnico. He visto el hambre, con ella lapeste. Veo la desgracia de la gente y medoy cuenta de que esto no puede seguirasí. Los nobles se pelean unos con otros,no se labran los campos, unos camposque, sin cultivar, se van volviendo

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yermos. Hay peste. Pero la peor peste esla de los nobles visigodos en sus luchasintestinas. Hombres pervertidos, genteen quien no se puede confiar, orgullososy llenos de envidia. Las EscuelasPalatinas, tuteladas por instructores sinfuste. El Aula Regia, manejada porhombres que buscan sólo sus propiosintereses. El ejército que deberíadefender el reino ante un posible ataqueextranjero, escaso y dependiente de lasveleidades de los nobles; de si lesinteresa en cada caso acudir al combateo no. Las tropas del rey y del AulaRegia, insuficientes, poco más que laGuardia Palatina. En fin, el ejército, sin

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las tropas de los nobles locales, nopuede mantenerse.

Belay inclinó la cabezaavergonzado, lo que Atanarik decía erareal. El reino estaba corrupto,putrefacto, se hundía. Roderik no era unbuen gobernante. Atanarik prosiguióhablando, lleno de furia.

—Roderik es un tirano. No, yo noapoyo a los witizianos; pero quierocambiar el reino.

—¿Por la fuerza? ¿Por una fuerzaextranjera?

—Sí. Es necesario quemar la tierrapara que ésta produzca un fruto sano.

Desde el suelo, sentada junto a la

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lumbre, Alodia los observaba. Leparecían dos colosos frente a frente. Sesentía pequeña. Amaba a Atanarik, suspalabras le parecieron justas. Tambiénella había visto el país destrozado ypensaba que había que cambiarlo. PeroBelay tenía más razones.

—Las tierras quemadas seconvierten a veces en tierras baldías. Sepuede cambiar el reino desde dentro.Hay hombres justos en este país. Llamaral extranjero supone destruirlo todo.

—Dime, Belay, si tú y yoconsiguiésemos destronar a Roderik,¿quién entre todos los nobles godos queconoces podría llevar con dignidad la

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corona? Todos están viciados, todostienen intereses pecuniarios en uno uotro bando. No hay nadie justo.

—Bien —exclamó Belay indignado—. Cuando traigas la guerra y ladesolación a esta tierra nuestra. Cuandodeshagas el país con un ejércitoextranjero. ¿Estás seguro de que esosmismos a quienes traes no tendrántampoco sus intereses torcidos?

—Por lo menos habré intentado elcambio y me habré vengado. No olvidesque Floriana ha muerto.

—Sí. Ha muerto, pero… ¿sabesquién la ha matado?

—Ha sido Roderik.

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—¿Estás seguro?Atanarik dirigió sus ojos hacia él

con rabia y asombro. Belay mismo lehabía dicho que el que le había avisadode la muerte de Floriana debía de ser suasesino. Sin embargo, ahora Belayparecía negar esa posibilidad.

—Todas las pruebas apuntan haciaél, fue él mismo el que organizó miacusación, que es falsa.

—Yo no estoy seguro de que hayasido Roderik —le dijo una vez másBelay.

—¿Quién ha sido entonces?—No lo sé.

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Ahora Tariq recuerda las palabrasde Belay, mientras su mirada recorre lahermosa estancia donde se aloja en elpalacio del gobernador. El aposento seabre en la parte posterior, a través deuna balconada, a un vergel de verdor,con cipreses y palmeras. De allíascienden olores a mirto y a jazmín, anardo y a rosa. En cambio, la parteanterior de su estancia se abre a unaterraza, casi un mirador, más allá de él,se alza la muralla del palacio, una tapiaalta y blanca, que separa aquel lugar deensueño de la ciudad de Kairuán.

Intranquilo, a medianoche, sin poderdormir Tariq pasea por la amplia terraza

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que da a la ciudad, y puede ver lascallejas que lo rodean, el aire de lanoche levanta un polvo oscuro, a lolejos ve un mendigo, un pobre leprosoque arrastra su humanidad por el suelo,mientras va haciendo sonar una campanapara alejar a los viandantes.

Las dudas atenazan la mente deTariq. Aquel gobernador de Ifriquiya,aquel hombre reclinado en un divánsobre cojines blandos y cobertores delana y oro, es quien le va a ayudar acambiar el reino de los godos, pero¿será mejor que lo que hubo antes? Noestá seguro. Sin embargo, él —a quiensu padre ha llamado Tariq, el que rompe

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— estará más cerca del poder y desdeallí podrá cambiar las cosas, vengarse;hacer que las tierras hispanasemprendan otro rumbo, hacer que paguesus crímenes Roderik, el asesino deFloriana.

Transcurren largas las horas de lanoche. Se acuesta y se revuelveintranquilo en la cama. Lospensamientos de Tariq parecen vacíos.No puede dormir. Ziyad le ha insistidoen el peligro de la copa, pero él nopuede más. Se levanta, acercándose a uncofre, en él hay una copa doradadecorada en ámbar y coral. Bebe en ellauna bebida fermentada, nota que las

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fuerzas retornan a él; un nuevo vigor, unánimo de lucha, le recorre sus entrañas.Vencerá a sus enemigos, encontrará lacopa de ónice. El vino le ayuda aolvidar a Floriana, le permite ver elmundo con un nuevo optimismo, sesiente seguro de sí.

Al amanecer, el canto del muecínllega a sus oídos. No entiende las frases,pero aquel sonido le proporcionaesperanza.

Pasan los días con una rutina, que alprincipio es paz y vida sosegada, peroque acaba siendo monotonía yaburrimiento para un hombre tan activocomo lo es Tariq. Se alojan en el

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palacio del gobernador, tienen todo loque desean: buena mesa y mujeres,quizás el gobernador quiere que estosmolestos visitantes abandonen las ideasde atacar Hispania, y los trata conespecial benevolencia; además, bajo losmuros de la ciudad acampa un enormeejército, no le conviene desairar a suscapitanes.

Ziyad conversa a menudo con suhijo, al que nombra ya siempre comoTariq. Con sus ojos brillantes devisionario, Ziyad le ordena queconduzca a su pueblo hacia una vidamejor. Los bereberes buscan un lugar enel mundo y él, Tariq, la estrella, la roca,

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deberá guiarles, liderarles en laconquista siendo su caudillo y adalid. Lamirada hipnotizadora de su padrepenetra en su interior, y Tariq llega asentirse responsable de aquelloshombres, hombres de su misma raza conidéntica sangre, que le seguiránciegamente más allá del mar.

Transcurren lentamente los días,esperan que Musa tome una decisión conrespecto a la campaña hacia tierrasibéricas. El árabe les pone la excusa deque espera órdenes de Damasco, éstasse demoran día tras día.

La tranquilidad enerva a Tariq, quetrata de acostumbrarse a la vida en

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Kairuán, a las llamadas a la oración, alos rumores del palacio, a los gritosbajo la muralla de la fortaleza. Lascallejas de la ciudad están llenas delsonido de los vendedores ambulantes,del ruido de los juegos de los niños, deolores a almizcle y a especias. Se sienteencerrado, deseoso de reemprender sucamino. A Ziyad le ve poco, su padre seaísla a menudo con las esposas que hanllegado a la ciudad para acompañar a suseñor; ahora se debe también a ellas.

Para evitar el aburrimiento, por lasmañanas, Tariq se dirige al lugar dondeacampan los bereberes, a las afueras dela ciudad. Se va haciendo con las

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mesnadas del ejército de su padre, conlos guerreros que le acompañarán en lacampaña a Hispania. A algunos comoAltahay y Kenan o Samal ben Manquayaya los conoce de cerca, han luchado conél. Otros como Ilyas al Magali, y Razinal Burmussi, son sus hermanos desangre, cada uno tiene su clientela, lastropas que les sirven. De todos ellos, esSamal el que le es más cercano, le estáagradecido por haberle salvado la vida;acata sus órdenes con devoción.

Con los bereberes, entrena técnicasguerreras, Tariq les enseña a esgrimir lalarga espada forjada en las herrerías deToledo, un arte que aprendió en las

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Escuelas Palatinas.Samal le pregunta sobre las tierras

donde podrán asentarse, fértiles camposmás allá del estrecho. Está cansado deuna vida de vagabundeo en las montañasdel Atlas, en el desierto sahariano…Ziyad les ha prometido una nueva vida yTariq le confirma que Hispania ha sidodespoblada por la peste; también leexplica que en el país más allá delestrecho hay multitud de campos sindueño donde aquellas gentes podríandesarrollar una nueva vida, terrenosinmensos en los que criar ganado.

Atanarik se va haciendo poco a pocouno más de ellos. Varias veces al día

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escucha gritar a los hombres de su padrelas mismas plegarias a las horasacostumbradas. Un día, aquellaspalabras, que en árabe suenan hermosas,se van extendiendo por el recinto yllegan a sus oídos de un modo nuevo. Noconsigue comprender las frases queresuenan en árabe en una dulce armonía.Está aprendiendo aquel nuevo idioma, lalengua en la que está escrito el mensajede Allah, la lengua del Corán.

Samal se le acerca y le traducedespacio:

Alabado sea Dios, Señor del

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Universo,el Compasivo, el Misericordioso,Soberano del día del Juicio.A Ti solo servimos y a Ti solo

imploramos ayuda.Dirígenos por la vía recta,la vía de la que Tú nos has

agraciado,no de los que han incurrido la irani de los extraviados.

—Son los primeros versículos delCorán —le explica—. Los recitamosvarias veces al día. Creemos en unÚnico Dios… buscamos el camino recto

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a Sus Ojos.—Son palabras hermosas —dijo

Atanarik—, pero… ¿cuál es la víarecta? Todos buscamos hacer lo recto,pero no siempre es fácil conocer elcamino…

Durante todo el día las aleyascoránicas, de ritmo suave y a la vezardiente, se van repitiendo una y otravez en el interior de Tariq. Las recita enárabe y se las va traduciendo a símismo; tal y como Samal ha hecho. Siaquel Dios, Clemente y Misericordioso,dominase las tierras más allá del

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estrecho: las tierras adonde mira lamujer muerta, quizá la corrupción quedeshace el reino godo podríadesaparecer.

Pensó en el penúltimo versículo: losque han incurrido en la ira de Dios; losque asesinaron a Floriana, los quedestrozan el reino godo con sus afanesmezquinos.

En cambio, al escuchar el últimoversículo, el que habla de losextraviados, su mente se dirige aFloriana. Ella también se extravió en uncamino errado que la condujo a laperdición.

Al fin, el hijo de Ziyad se pregunta

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cuál es su camino, nunca había queridoescuchar la voz de aquel Dios Clementey Misericordioso. Ahora, el godoAtanarik se hace llamar según el nombreque le ha dado su padre, Tariq. Sí, hamudado su nombre, y con él poco a pocova cambiando su modo de ser, su formade pensar, sus creencias. Quizá sucamino sea abandonar al pueblo de sumadre, sus costumbres, su religión yhacerse uno más en la umma, en lacomunidad islámica.

Recuerda su infancia. De niño, enSepta, le había educado un fámulo cuyafamilia había mantenido el arrianismo,la religión propia de los godos. Aquel

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fámulo decía que Dios era Único y queCristo no era Dios sino un profeta. Lamisma fe profesaban los islámicos.Aquellos hombres que Tariq comienza aadmirar —intrépidos en la batalla,rápidos, sin miedo a la muerte, audaces— piensa que quizá creen lo mismo quesus antepasados visigodos.

Recuerda a Alodia. Ella creíatambién en un Único Dios,Todopoderoso, que no podía compartirsu poder con nadie. Alodia le hablabadel Único Posible, del Dios de loscristianos, aquel al que su hermano Votohabía encontrado.

—Yo busco la luz de la verdad. Vos,

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mi señor Atanarik, sois cristiano. ¿Quiénes el Dios de los cristianos?

»Se dice que es el Padre deJesucristo, que también es Jesucristo yque hay un Espíritu.

»Sé que hay un Espíritu de Fuego, yolo he notado. Un día se apoderó de mí.

Él la observó sonriente, cuando ellahablaba de aquellas cosas, de nuevo leparecía que la mente de la sierva estabatrastornada. «Un espíritu de fuego», ¿quécosa era aquélla? Aquellas expresionesle sonaban a insania, a una menteperturbada. Alodia continuó:

—A través del Espíritu os vi… Osvi mucho antes de conoceros.

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Atanarik sonrió de nuevo, mirándolacon una cierta simpatía, ella prosiguió:

—También sé que ese Dios esPadre. Yo siempre he querido tener unpadre, pero no lo tengo, ni lo tendréjamás. Voto me explicó que el ÚnicoPosible era mi Padre. Sé que el Espírituy el Padre son lo mismo, pero a la vezson diferentes. No lo entiendo muy bien,forman parte del Único, son el Único.Vosotros, los cristianos creéis ademásen Jesucristo.

Atanarik había crecido en unasociedad aparentemente cristiana, peronadie le había explicado demasiadascosas. No podía solucionar los

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problemas religiosos que a Alodia se leplanteaban. Ahora, ella le preguntabasobre Jesucristo. Atanarik se sintióconfuso, no sabía explicarle lo que lasierva precisaba conocer; por lo que lerespondió.

—Me educó un preceptor arriano, éldecía que Jesús es un semidiós, alguienentre el Dios Todopoderoso y loshombres.

—No puede ser así. Mi hermano meexplicó que Dios es el Único. Unhombre dios, un semidiós es algoabsurdo… Si no es Todopoderoso no esDios, y si es Todopoderoso, no puedeexistir otro que limite su poder.

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—Para los católicos, Cristo es Dios.—¿Entonces hay dos dioses, el

Creador, y Jesucristo? Eso esimposible…

Callaron. Él, divertido por laconversación, sin darle demasiadaimportancia. Ella, preocupada porque elespíritu le había hablado, le habíainundado, le había dicho que leencontraría en los cristianos. Atanarikno podía ayudarla.

—Una vez le pregunté a Floriana.Siempre que se nombraba a

Floriana, el rostro de Atanarik cambiabay se ensombrecía.

—Floriana nunca me ayudó en esto

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que tanto me preocupa. En primer lugar,porque soy una sierva y la hija delconde Olbán no podía perder el tiempoconmigo…

Alodia se detuvo un momento comodudando.

—¿Hay algo más?—Había otras razones, las mismas

que la condujeron a la muerte.—¿Cuáles?—Floriana creía en una sabiduría

antigua, la Gnosis de Baal. La habíaintroducido su padre en Septa. Baal esun dios andrógino, mitad hombre, mitadmujer, la primera emanación de ladivinidad; un supremo principio

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femenino, el antecedente pasivo de todala creación. De Baal dimanaban otrosdioses. Algo muy complicado, algo queno consigo entender. Sólo losprivilegiados podían acceder a eseconocimiento profundo. Yo nunca podríaporque soy únicamente una sierva.

Atanarik se extrañó de aquello en loque creía su amada muerta:

—Sólo ahora sé que Florianapertenecía a una secta gnóstica, peroella nunca me habló de sus creencias.

—Sí. Pude saber que Floriana sedenominaba a sí misma como lasacerdotisa de Baal. A menudo veníanhombres con aspecto extraño. Todo se

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oscurecía en las habitaciones deFloriana e iniciaban un rito complejo…Cantaban en una lengua antigua, vestíancon capas oscuras y llevaban la caracubierta. A mí aquello me asustabamucho.

—¿Crees que esa secta tuvo que vercon la muerte de Floriana?

—He estado pensando en ello.Se calló, entonces Atanarik la

apremió a que siguiese hablando.—¿Y…?—Unos días antes de la noche en

que murió Floriana… De nuevo sedetuvo, no sabía cómo seguir—.Vinieron hombres, eran gnósticos,

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vestían con capas oscuras. Laamenazaron… Uno de ellos se parecíaal asesino…

—¡Habla!—Llevaba una capa oscura… era

alto.—¿Pudo ser Roderik?—Mi señor el rey Roderik vino

alguna vez, creo que vestía la capaoscura de los gnósticos.

—¿Crees que Roderik pertenecía ala secta?

—Una vez le pregunté a Floriana porquién pertenecía a la secta, ella me dijoque a la Gnosis sólo pertenecen loselegidos. Ella era uno de la secta,

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aunque era extraño tratándose de unamujer. No pude ver más mujeres queella; todos eran hombres. Floriana teníapoder sobre todos ellos.

—¿Uno de ellos pudo ser Roderik?—Tal vez… No os lo puedo

asegurar.La sangre de Floriana clamaba

venganza. La mente de Tariq retornó alas palabras del Corán: un DiosClemente y Misericordioso, perotambién el que mata y da vida, elVengador. Pensó en cuantos dioseshabría, el Dios de Floriana no era ahorael suyo, quizá tampoco lo era el Dios deAlodia. El Dios de Tariq era un Dios

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Vencedor, un Dios Dominador yTodopoderoso. Quizás el mismo Dios alque cantaban las aleyas del Corán.

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El tabí

La noche cálida de Ifriquiya envuelve aTariq. El cielo sin nubes deja paso alfulgor de mil puntos de luz. Una nochesin luna, en la que todavía se mantienenresplandores rojizos, cárdenas luces deun tórrido ocaso. Una estrella rutilante,la estrella del crepúsculo vadescendiendo lentamente hastadesaparecer en el horizonte, sin queTariq pueda darse cuenta de cuándo.

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El palacio del gobernador árabe, unedificio cuadrangular de piedra y adobe,encalado en blanco, con tres plantas,mide unos cien pasos por cada lado. Lasplantas superiores están algo retiradascon respecto a las de abajo, por lo queel palacio está rodeado de azoteas. Lashabitaciones de Tariq se encuentranarriba, por ello se ha asomado a laterraza y observa el cielo. Se apoya enel pretil y se llena de los sonidos yolores de la noche.

Tariq abandona la terraza y retorna asu aposento. Musa celebra aquel día unbanquete para mostrar su poder; a él legustaría quedarse en su cámara, dormir y

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beber de la copa, mirar a las estrellas,pensar en el pasado y en el futuro. Sinembargo, no debe desairar algobernador de Ifriquiya, por lo que seviste con una túnica blanca, se ciñe uncinturón labrado en oro y se atusa elcabello. Sale de la cámara. Fuera, uncriado armado custodia la entrada delque un día fuera gardingo real en lacorte de Toledo. El guardia conduce aTariq hacia el interior. Atraviesan unagran puerta con herrajes, que se abre aun corredor de suelo enladrillado. Aderecha e izquierda del corredor, quetermina en un patio interior con cisternasy comederos para animales, están las

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habitaciones de la servidumbre. Tariq yel criado franquean un segundo corredorabierto al cielo y rodeado de parterres.Desde allí, bajan por una escalera demármol verde que conduce a la primeraplanta. El guarda guía a Tariq a travésde un pasillo que termina en una galería.En las paredes unos grandes salientes dehierro sostienen antorchas, que jóvenesesclavas de piel azabache estánencendiendo para iluminar elcrepúsculo.

Al finalizar la boca del pasillo, unasala amplia se abre a los invitados, quevan entrando por el lado opuesto al queentra Tariq. La sala, iluminada

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tenuemente por hachones llameantes ylámparas de líquido oleoso, resplandeceriqueza; en las paredes hay tapices condibujos geométricos y florales; en elsuelo, losetas de barro cocido, cubiertasa retazos por alfombras traídas deOriente.

A ambos lados de la sala, sedistribuyen decenas de divanes deébano, con patas en forma de serpientes.Sobre los divanes, mantas de colorrojizo de la más fina lana, vellosas porambos lados. Alfombras persas protegenel suelo. Los invitados, al entrar,saludan al wali de Ifriquiya,inclinándose con una reverencia hasta

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los pies. Poco a poco, van tomandoasiento, dejándose caer sobre losdivanes, que forman un semicírculo quecircunda a Musa. El gobernador sesienta en un estrado, cubierto porcojines de seda, ligeramente máselevado que el resto, rodeado porulemas y alfaquíes, expertos en la ley.Sus capitanes se sitúan cerca del wali,colocándose por orden de preeminencia.Entre ellos, el tabí, un hombre respetadopor haber sido discípulo de loscompañeros del Profeta, su nombre esAlí ben Rabah. Junto a él, un bizantinoconverso Mugit al Rumí, poderosoguerrero, mawla, vasallo directo del

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califa Al Walid.Rumores, conversaciones alegres,

gritos que ceden cuando se comienzan aescuchar los sones de flautas y timbales,y las ajorcas con cascabeles de unasdanzarinas. Tariq las observa como enuna nube, quiere olvidar el pasado, en elpasado está Floriana, la corte, lahuida… Desde que ha bebido de lacopa, el dolor es menor, su alma se hainsensibilizado pero el hambre devenganza, el deseo de humillar a susenemigos ha crecido. Ahora él es el hijode Ziyad; los hombres le respetan yaquel gobernador Musa, mano derechadel hermano del califa, le ha nombrado

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gobernador de una ciudad en el estrecho,la ciudad de Tingis.

El olor de la comida inunda la sala,albóndigas de arroz, berenjenas,ensalada de tahina, todo cubierto porespecias, ajo, pimienta y bañado consalsa de yogur. Los criados sirven losmanjares; baja el tono de las vocesmientras los invitados están ocupados enla comida. Los asistentes al banquetesonríen y se observan atentamente unos aotros, pero sobre todo se fijan en Ziyad,el hijo de la Kahina. Musa le ha cedidoun lugar preeminente. A Tariq le hancolocado junto a su padre, que habla sinproblemas el lenguaje de los árabes y

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que ocasionalmente se lo va traduciendoa su hijo. Cerca de Ziyad, se sientan loshijos de Musa: Abd al Aziz y Abd alAllah, dos individuos fuertes, curtidospor el desierto y las guerras deconquista. Abd al Aziz, un hombreguapo y alto pero no tan alto como elhijo de Ziyad, de mirada orgullosa, conuna nariz semita, grandes ojos castaños,frente amplia debido a una incipientecalvicie, y labios gruesos que articulanuna sonrisa amable. Abd al Aziz seinclina ceremoniosamente ante Ziyad.

—Sois una leyenda. Sois el hijo dela Kahina.

Ziyad no le responde, las arrugas en

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torno a sus ojos adoptan una expresiónpensativa. Abd al Aziz prosigue:

—Dicen que la Kahina os adoptó…Sí, dicen que os prohijó mediante unaceremonia mágica en la que osamamantó, sois más hijo de la Kahinaque los de su propia sangre. Sus hijos lefueron dados pero, a vos, os escogió. Serumorea que os traspasó sus poderes,que adivináis el futuro. ¿No es así?

—Quizá…No habla más. Tariq piensa que a su

padre le gusta rodearse de un cierto halode misterio. Incluso con él, que es suhijo y a quien ama con orgullo de padre,no se confía fácilmente, mantiene una

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distancia que le hace parecerenigmático; un hombre más allá de losotros mortales. Pero también es posibleque a Ziyad le desagrade elinterrogatorio al que el hijo de Musa leestá sometiendo. La historia de laKahina es algo íntimo, quizá doloroso,para su padre; una historia en la que seoculta una traición a la Hechicera, algode lo que no quiere hablar. Ante elsilencio de Ziyad, Abd al Aziz buscaotro tema de conversación.

—Hemos sabido que habéis atacadolas tierras al otro lado del estrecho…

Ziyad afirma con la cabeza y le dice:—Uno de mis hombres, Tarif,

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atravesó el mar y llegó hasta las tierrasde Hispania, ha traído cautivos, riquezasy mujeres.

—Vos deseáis proseguir laconquista.

—Sería conveniente… Ahora es elmomento adecuado.

Abd al Aziz ben Musa le interrogainteresado:

—El reino de los godos espoderoso, pero… ¿cómo podríamosatacarlo sin conocer el terreno?

—Tendremos ayuda. Olbán de Septanos acompañará, además el reino godose hunde… Preguntad a mi hijo queproviene de la corte de Toledo.

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Ziyad señala a Tariq. Abd al Aziz leexamina con detenimiento. Tariq y éltienen casi la misma edad. Se dirige alantiguo gardingo real hablándole en unlatín deformado que Tariq entiende bien.

—¿Conocéis bien a los godos?—He sido educado en la corte

visigoda… Huí de Toledo para obtenerayuda de mi padre. Tras la muerte delanterior monarca visigodo, el país se hapartido en dos, por un lado los hombresde Roderik, el actual rey, que ocupan elOeste y el Sur del país. Por otro lado,los que siguen a los hijos del finado reyWitiza, que han nombrado un sucesor,Agila, que gobierna en el Norte y sobre

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todo en las tierras de la Septimania,lindantes con las tierras francas. Son suspartidarios quienes me envían. Necesitovuestra ayuda.

—La tendréis, pero mi padre esperaórdenes del califa. Al Walid estáempeñado en una guerra contra lospersas; pero además los bizantinos hanrehecho fuerzas y se oponen al avancedel Islam.

Tariq protesta, él sí que tiene prisa,sabe que la campaña no debedemorarse.

—Ahora la invasión de Hispaniasería fácil, no podemos retrasarla más.Todo el Sur de Hispania está

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desprotegido, el rey Roderik haconducido al ejército al Norte paraluchar contra los vascones. Loswitizianos esperan que ataquemos antesde la llegada del verano. Vosotros, losárabes, fuisteis rechazados en el Sur porlos godos en tiempos de Wamba; enaquel tiempo los godos poseían unabuena escuadra que defendía sus costas.Ahora la flota está en el Norte ocupadaen la lucha contra los vascones y loswitizianos. El paso del estrecho seráfácil en los próximos meses, másadelante puede que no lo sea.

—¿Cuántos hombres necesitáis?—No menos de diez mil.

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Abd al Aziz sonríe, mirándole comosi estuviese loco, a la vez que leresponde con firmeza:

—Mi padre no puede disponer detantos efectivos, a riesgo de dejar sindefensa las tierras de Ifriquiya, pero meha designado como su lugarteniente,lucharé a vuestro lado, llevaré conmigoalgunos hombres, unos quinientos… Sila campaña es productiva, se osenviarán más tropas.

—Veo que no confiáis en el triunfode la empresa…

—Sí. Lo hacemos, pero somosprudentes. El califa ahora no quiereabrir más frentes de batalla. La prueba

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de que confiamos en vos es que yo, elhijo de Musa, gobernador de Ifriquiya,os acompaño y además vendrá connosotros un hombre cercano al califa AlWalid, este hombre es Mugit. elbizantino. También vendrá con nosotrosel tabí Alí ben Rabah, para adoctrinar alas tropas bereberes; muchos devuestros hombres son infieles.

—¿Qué es un tabí?Abd al Aziz explica:—Un tabí es un hombre santo, un

guerrero que fue discípulo de loscompañeros del Profeta…

Tariq observa al hombre a quienAbd al Aziz había nombrado como tabí;

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un anciano de mediana estatura, aúnfuerte, de pelo blanco y luenga barbaque le llega hasta el pecho; viste unatúnica de color claro y se cubre con unpequeño bonete. Su expresión esbondadosa a la vez que seria y firme.

Tras esta explicación, Abd al Azizda por terminada la conversación,volviéndose y comenzando a hablar enárabe con su hermano Abd al Allah. ATariq le resulta ininteligible aquelidioma del desierto. Se levanta de suposición reclinada y cruza la salaatestada de hombres, distraídos con lascontorsiones de un malabarista que tragafuego. Busca con la mirada al tabí. Al

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fin lo encuentra un tanto retirado delresto de comensales, mirando a travésde una de las ventanas que ventilan lasala, hacia un patio interior. Abajo, ardeun fogón y hasta ellos llega el tufo amadera quemada y el sabroso olor acordero asado. Los criados trajinanalrededor del fogón. El tabí no mira alos criados, sus ojos se alzan hacia elcielo estrellado de la nochenorteafricana.

Al notar un hombre detrás de sí, eltabí se vuelve. Penetra con su mirada alrecién llegado, después le sonríe.

—¿No coméis ni os sumáis a lafiesta? —le pregunta Tariq.

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—Mi cabeza está cargada con tantagente, necesito la brisa fresca de lanoche. Me gusta mirar a las estrellas…Las conozco bien, allí ha salido Ofiuco,y más allá el Escorpión. Sonconstelaciones que presagian la guerra.Es una noche hermosa, llena de luces enel firmamento. Sí, en el cielo veo lagrandeza y el poder del que esTodopoderoso. Somos muy poca cosaante Allah…

El tabí se enardece hablando del queadora con todas las fuerzas de su ser,del Todopoderoso al que sirve desdeaños atrás.

—¿Sois vos entonces creyente en la

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luz del Clemente, del Misericordioso?¿Cuál es vuestro nombre? —el tabí lepregunta a Tariq.

El godo se presenta:—Mi nombre es Atanarik, soy de

origen godo. Todavía no creo en lo quevos creéis. Soy el hijo de Ziyad benKusayla. Ahora ha cambiado mi nombre.Me llaman Tariq.

Alí ben Rabah le sonríeamablemente, su rostro es suave,cruzado por mil arrugas, pero la miradaes firme e intensa.

—¡At Tariq…! Vuestro nombre estambién el inicio de una de las suras delCorán, la sura ochenta y seis. At-Tariq,

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el astro de la noche, la estrella de lamañana…

El tabí se detiene y comienza arecitar las palabras del Sagrado Corán:

¡Considera los cielos y lo que vienede noche!

¿Y qué puede hacerte concebir quées lo que viene de noche?

Es la estrella cuya luz atraviesa lastinieblas de la vida,

pues no hay ser humano que notenga un guardián.

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Después, muy despacio, comienza aexplicarle:

—Algunos creen que lo que sedescribe como At-Tariq es «lo queviene de noche» y que ese nombrerepresenta a una estrella, la primera queaparece en el cielo al atardecer; laúltima que se desvanece en la luz delalba. Otros dicen que significa «el quegolpea», o «el que llama a la puerta».Quizás el nombre At Tariq se refiere aalguien que viene de noche; porquequien llega de noche a una casa debellamar a la puerta y cuando ésta se abre,

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la luz del interior rompe la oscuridad dela calle sombría. Sí. En realidad, elSagrado Corán se refiere a la luzcelestial que puede llenar al ser humanosumido en las tinieblas de la aflicción yla angustia. Sí, At Tariq es la revelacióndivina que llama a las puertas delcorazón del hombre trayendo la paz y elsosiego…

—Yo busco la paz… —se expresacon cierta angustia Tariq.

—La encontraréis en la revelacióndivina. ¿Os han explicado el mensajedel Profeta? ¿Conocéis la luz queMuhammad, la paz y la bendición lesean dadas, nos trajo?

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—No. Todavía no…—Es el mensaje que Dios ha

otorgado a los hombres, el único caminoque conduce a la salvación. Adondetodos debemos llegar.

El tabí le observa con la cara de uniluminado, que expresa «¿a quéaguardas?».

Tariq cada vez más interesado lepregunta por aquella fe salvadora:

—¿Conocisteis a los compañerosdel Profeta?

—Sí.—¿Qué os contaron?—El Profeta Muhammad, Paz y

Bendición, nació en la ciudad de La

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Meca en el país de donde yo provengo,la lejana Arabia. Pese a pertenecer a lanobleza de los árabes, su clan era pobre.Quedó huérfano de padre antes de nacery perdió a su madre cuando sólo contabacuatro años, siendo a partir de entoncescriado primero por su abuelo y luegopor un tío paterno. Debió trabajar comocamellero y viajar mucho. Tras sumatrimonio con una mujer llamadaJadicha, la paz sea con ella, pudodedicarse a la oración. Se retiraba a unacueva cercana a la ciudad de La Meca.Allí, en aquella caverna, anhelante de laVerdad, recibió por primera vez larevelación divina y la función profética.

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A partir de ese momento su vidacambió. Se dedicó de lleno a la misiónque le fue encomendada, proclamar aDios, como el Único digno de adoracióny reverencia. Exhortó a sus compatriotasa abandonar la idolatría. La ciudad vivíadel culto a los ídolos, por eso las tribusquaryshíes de la ciudad le persiguieron,pero unos cuantos, los que a partir deentonces se llamaron compañeros delProfeta, lo apoyaron. Yo los conocí, mehablaron de Muhammad, la paz ybendición sean siempre sobre él.

—¿Cómo era?—El más modesto de los hombres.

Decía: «No vayáis demasiado lejos al

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alabarme, no caigáis en la mismasituación que los cristianos con Jesús.»Para los creyentes, el ProfetaMuhammad, Paz y Bendición, es el másgrande de los siervos de Allah, elhumilde profeta de Allah —los ojos deltabí mostraban una profunda emoción—.Él estaba cerca, muy cerca de Allah.Todo cambió con él.

—¿Cuál fue su mensaje? ¿Qué osdecía?

—Nos dejó la palabra de Diosescrita e increada, Al-Corán. El Profetano creó el Libro, el Libro lo trajo Dios através del Profeta. La Madre del libro seencuentra en el Seno de Allah. Allah

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está por encima de nosotros, pero suEspíritu nos hizo descender la PalabraDivina, el Corán.

Tariq escucha atentamente lasexplicaciones del tabí, entendiéndolasparcialmente; se da cuenta de que el tabíes un hombre profundamente convencidoen lo que cree, una persona que posee lafuerza de una verdad que ha asumidocomo la guía de su vida. La figuraamable del tabí, sus rasgos serenos, sulenguaje lento pero a la vez firme,despiertan el interés en el hijo de Ziyad.

—Vosotros poseéis un libro, loscristianos poseen los Evangelios…

—Sí. Son también religión del

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Libro, por eso os respetamos —le fueexplicando el tabí—, pero sabemos bienque sólo existe un Libro, el Corán queestá en los Cielos, la palabra increadade Allah, vosotros creéis que alguienescribió la palabra de Jesús, y por esolos Evangelios y el Antiguo Testamentoestán sujetos a interpretación de loshombres. El Corán es la misma palabrade Allah, por eso está escrito en primerapersona. Si Dios habla directamente alos hombres, no caben interpretacionesde la palabra divina. Al hombre sólo lequeda someterse a los mandatos deAllah.

Al godo todo aquello le parece

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ingenuo y un tanto simple, por eso lepregunta con cierta ironía:

—No sé si os entiendo… ¿Me decísque Dios ha hablado al hombre a travésde un Profeta, que escribió las palabrasen un Libro, y que esas palabras erandivinas?

Alí ben Rabah no percibe la ironíaen las palabras de Tariq, le parece queno le comprende bien por lo que leresponde con paciencia:

—El Profeta, la paz sea con él, nosabía leer ni escribir, transmitió laspalabras del Libro, los hombres de suépoca, los memorizadores aprendieronel Libro. Fue el califa Utman, la paz sea

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con él, quien ordenó ponerlo todo porescrito. Pero el texto original yarquetípico se encuentra en el cielo,descendió y fue comunicado al Profeta.En el Libro, en el Libro sagrado, seescucha la voz de Allah, el Clemente, elMisericordioso, el Único.

—Los cristianos creen también en unsolo Dios.

La faz del tabí enrojece endesacuerdo, las arrugas en torno a susojos se curvan, con cierto enfado:

—No, eso no es así; para vosotros,para los Rumi, hay al menos tres Dioses,el Padre, el Hijo encarnado, y elEspíritu. Para nosotros, eso es blasfemo;

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por eso sois politeístas… porque creéisque Cristo es Dios. Nosotros respetamosa Jesús, como a un profeta más. ¿Por quévosotros, los Rumi, los nazarenos, noaceptáis al Profeta?

A Tariq le parece justo lo que diceel tabí, quizá sus compatriotas no hanentendido el mensaje del profeta de losárabes. ¿Por qué no aceptarlo como unprofeta más? Entonces sonríe diciendo:

—No estáis hablando con un hombreexcesivamente versado en los temas defe cristiana. Yo fui educado por un godode origen arriano, él no creía que Jesúsfuese Dios, él creía que Jesús era unhombre glorioso pero que no era Dios…

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—Ésa es nuestra postura…admitimos que fue un gran profeta…

—Vuestras palabras me interesan,me interesan mucho… —le dijo Tariq—. Deberemos seguir hablando de ellas.

—Allah es lo Absoluto, no puedemezclarse con los hombres; a la vez esenteramente amable, el Único que saciael corazón del hombre. Dios es loabsolutamente Otro. Allah es el ÚnicoDios.

—Una mujer me habló una vez deDios como el Único Posible.

—Esa mujer hablaba bien.Alí examina atentamente la

expresión en la cara de Tariq, intuye que

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en el alma del hijo de Ziyad hay unsufrimiento profundo. Es como sihubiese adivinado la historia del godo.De pronto, Tariq ante esa miradainquisitiva, amable y cercana, anteaquellos ojos castaños y comprensivosse sincera:

—Toda mi vida ha sido marcada porotra mujer, ella me traicionó.

La traición de una mujer a un hombrees algo inimaginable para el tabí.

—Merecería la muerte…—Ha muerto, fue asesinada. Debo

vengarla. El asesino es el rey de losgodos, toda mi vida está dirigida haciala venganza.

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Alí ben Rabah parece comprenderle,entender la necesidad de venganza queanida en el fondo de aquel hombrejoven, en el que se mezclan las razas.

—Escucha la palabra de Allah. «Enel Nombre de Allah, el Misericordioso,el Compasivo.¡Por la luz de la mañana!¡Por la noche cuando está en calma! TuSeñor te dará y quedarás satisfecho.¿Acaso, no te halló huérfano y teamparó? ¿Y no te halló perdido y teguió? ¿Y no te halló pobre y teenriqueció?»[16] Fíate de Allah, elÚnico, El te llevará por el Camino de laJusticia, El hará que no prevalezca lainiquidad, que encuentres tu Venganza.

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Allah es el Vengador, el Fuerte; si tesometes a él encontrarás tu venganza.

—El Dios de los cristianos es elDios del Amor, ellos hablan deperdón… Yo no soy capaz de perdonar.

—Por eso no eres cristiano, tucorazón está cerca de Allah, elMisericordioso, pero también el quebusca la Justicia, el que quiere lalucha…

—¿La lucha?—La lucha es la prescripción

fundamental del Profeta, hay quesometer a los que no creen en elÚnico… «¡Combatid a quienes no creenen Dios ni en el Último Día ni prohíben

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lo que Dios y su enviado prohíben, aquienes no practican la religión de laverdad entre aquellos a quienes fue dadoel Libro! Combatidlos hasta que paguenla capitación personalmente y ellosestén humillados»,[17] y también: «Se osha prescrito que combatáis aunque osdisguste.»[18]

Al oír aquellas aleyas coránicas,Tariq se da cuenta de que la religión enla que cree el tabí difiere en granmedida de la que le enseñaron a él deniño. Jesús había puesto la otra mejilla,aquello no parecía ocurrir en la nuevareligión que predicaba el tabí. Sinembargo, a Tariq le atrae ahora más la

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Justicia divina que el Amor. Es injustoque Floriana haya muerto.

—Tú Dios, Allah… ¿Es un diosJusto?

—Sí, lo es. Allah es grande porquedará la victoria final sobre losincrédulos.

Eso era lo que Tariq deseaba, lavictoria final sobre el opresor de susgentes, sobre el asesino de Floriana.Herido por las palabras del tabí, Tariqinquiere:

—¿Qué hay que hacer parapertenecer al Islam?

—Hacer la profesión de fe, confesarque no hay más Dios que Allah y que

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Muhammad es su profeta…—¿Sólo eso?—Te hablaré, te hablaré de lo que

hay que hacer para seguir al Profeta:rezarás la oración al menos tres veces aldía, mirando a La Meca; ayunarás unmes cada año, darás limosna al pobre;peregrinarás una vez en tu vida a LaMeca; harás la guerra al infiel… Sisigues la senda de Allah, encontrarás elpremio que conduce a la recompensa enla otra vida. Encontrarás el caminorecto, camino de aquellos a quienes hasfavorecido, que no son objeto del enojodivino, de los que no se hanextraviado…

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Para Tariq lo que le revela Alí benRabah, le provoca un cambio internoque le hace ver las cosas desde unaperspectiva distinta. Hay un Dios llenode Justicia, que le sostendrá en la tareade limpiar del mal el mundo de losgodos. Existe un Dios que le ayudará avengarse. En su revancha, él se sientellamado a extender la fe hacia Aquel alque todos los hombres deberíansometerse. Un Dios por el que merece lapena luchar, para extender su poderosoinflujo.

Tariq se separa del tabí con elcorazón exaltado de esperanza, deadoración hacia el infinito, de

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reverencia hacia ese Dios Justo yClemente que le ayudará en su camino.

Aquella noche, Tariq no bebe de lacopa de poder. No lo necesita.

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Mil banderas

Avanzan por el desierto las milbanderas del Islam. Las verdes insigniascon la media luna de los árabes, eláguila sobre la lanza de las tribusquaryshíes, los emblemas con la «Manode Fátima», inscripciones del Coránescritas en estandartes islámicos.Banderas con animales y bestias: leones,águilas, perros, dragones, o los variadossímbolos usados en las enseñas de las

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infinitas tribus bereberes, rojas, azules,púrpuras, negras, amarillas. Cada unacon un caudillo y un afán: la conquistade las ricas tierras ibéricas al otro ladodel estrecho. Han partido de Kairuánhace poco menos de un mes. Desde díasatrás se les van sumando más y másguerreros. Son una nube que, como lasplagas de langosta, cubre el desierto,levantando una sábana de polvo queoscurece el cielo.

Caballos rápidos y ágiles,acostumbrados a las penurias deldesierto.

Hombres descalzos corriendodetrás. La polvareda nubla el horizonte.

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Al frente, el pendón de la casa deZiyad. Junto a él, Atanarik, a quien todosnombran ahora como Tariq.

—¡No hay más Dios que Allah yMuhammad es su profeta! —Se escuchapor doquier.

La alabanza islámica se repite comoun grito, como una cadencia que seintroduce más y más profundamente enel corazón de Tariq.

Sí. Atanarik, el capitán godo, hamuerto, ahora él es Tariq ben Ziyad, elhijo del gran jefe bereber, la estrellaascendente de la mañana, el que golpea,la roca.

Hay un Único Dios, Glorioso,

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Clemente, Todopoderoso, el de los CienNombres y él, Tariq, será el adalid deese Dios Único, que va a doblar lacerviz de los incircuncisos, de aquellosgodos, rebeldes e insumisos al ÚnicoSeñor. Someterá a aquel reino, que debepurificarse, él será el hombre llamadode lo Alto para sojuzgarlo.

Posee la copa, la copa del poder quele llevará a la victoria. Bebe de ellacada vez con más frecuencia. Su maestroen el Islam, el tabí Alí ben Rabah, se loha prohibido. No es digno de unmusulmán, creyente en el Dios Santo yMisericordioso, probar la bebidafermentada y, menos aún, en una copa

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pagana. Tariq no obedece al tabí;cuando se vengue, cuando venza, dejaráde beber en ella, pero ahora, no. Ahorala necesita.

Durante la larga marcha hacia Septa,dialoga a menudo con Abd al Aziz. ATariq no le gusta Musa, pero con su hijo,aquel joven determinado y con aspectodecidido, le unen la edad y la ambiciónpor la conquista. Hablan a menudo de lanueva fe que Tariq ha encontrado, la feen la que Abd al Aziz ha sido educadodesde niño. Una fe simple con pocasprescripciones.

A Tariq le impresiona el momentoen el que todo el ejército se detiene y

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todos los hombres rezan mirando en lamisma dirección, a la ciudad delProfeta, inflamándose en ardor marcial.Durante la plegaria, cada uno deaquellos rudos guerreros se siente encomunicación con su Señor, encomunión con la Verdad. La lenguarecita las divinas escrituras, letanías deuna plegaria que invoca al Dios elEterno, y afirma su DivinaOmnipotencia; el hombre reconoce supropia debilidad, y se postra ante elAbsoluto, sometido a la voluntad de suSeñor, de su Creador.

Tariq repite las oraciones ritualescinco veces al día: por la mañana, desde

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las primeras luces del alba hasta que elastro rey se alza en el cielo, destruyendolas sombras de la noche; al mediodía,cuando el sol comienza a declinar; porla tarde, antes del crepúsculo; en elocaso, inmediatamente después de queel sol desaparezca del horizonte, y porla noche, antes de las primeras luces delalba.

Cuando recita la oración del ocaso,o la oración del alba, Tariq divisa sobreel firmamento la estrella que lleva sunombre. Entonces la paz de Allah llenasu corazón, el sentimiento de armonía yunidad con el universo, que ha sidocreado con toda su inmensidad

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asombrosa y sus maravillas, paramanifestar la gloria del Creador.

La vida en campaña le gusta, sesiente uno más en la umma, en lacomunidad islámica, en el pueblobereber.

Una noche, en la tienda de Tariq,Abd al Aziz le enseña un juego queproviene del Oriente, el ajedrez. El díaha sido abrasador. Están sedientos, enuna mesa baja hay una copa, una copadorada con incrustaciones de ámbar ycoral. Abd al Aziz le pide de beber a sucompañero. Tariq mira la copa, se

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levanta y la llena de una bebidafermentada. Primero bebe él y despuésse la pasa a Abd al Aziz. Ésteexperimenta algo extraño que no sabedefinir. Cuando se retira de la tienda, enla cabeza persiste el fulgor de la copa yen su paladar, el sabor del vino que noes como ningún otro que haya bebidoantes.

Las tropas avanzan por la llanuracercana a la costa, bordean elMediterráneo atravesando laderasboscosas, en las que crecen pinos ypalmeras. Entre los árboles pueden

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divisar gacelas que huyen cuandoescuchan el estruendo del paso de lastropas. El mar bravío o calmo lesacompaña en su camino.

Prosiguen la marcha y, muy a lolejos, comienzan a vislumbrar las costasde Hispania. Tariq nota un vuelco en elcorazón. Junto a él se sitúa el tabí, Alíben Rabah. Al divisar a lo lejos lastierras de aquel país que parecesoberbio y poderoso, Tariq exclama:

—Hispania está hundida ydebilitada…

—Lo sé. Sé que la clase dirigente,los godos, son hombres blandos sinespíritu guerrero —habla Alí ben Rabah

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—. Sus mujeres se prostituyen y ellosson afeminados, adictos a toda clase devicios. Es el momento de la conquista deesa tierra.

—Musa no va a ayudarnos…—Es un hombre hundido en la

molicie… Muchos de los nuestros hanperdido el primitivo espíritu del Profeta,a él le sea dada siempre la paz y labendición. La vía para la expansión delIslam es la guerra santa y ellos parecenhaberlo olvidado. Ahora es el momentode atacar a Hispania. La luz de Allahguiará al que lo haga.

—Sí, es el momento…—Debes acercarte a Allah, Él te

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dará la victoria. La enfermedad moral ylos pecados de todo tipo consumen elpaís de los godos, que es campopropicio para nuestros intereses. Unavez que caiga Hispania en nuestrasmanos la invasión del resto delcontinente será fácil… Todo el orbeservirá al Dios de Muhammad.

Tariq ya no duda, tiene fe en elTodopoderoso, el Justiciero, elClemente, el Compasivo.

Al mediodía, cuando el sol ha

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alcanzado su máximo esplendor, divisanSepta. Las murallas de la ciudad sedesdibujan, a lo lejos, bajo la luz deaquel sol resplandeciente. Más atrás,brilla el Mediterráneo, el de las milluces. Las casas de Septa se agolpan enel istmo que la une al monte Hacho que,como una gran mano, envuelve el puertoy la ciudad. Antes de entrar en la urbe,rodean las antiguas fábricas de salazón,dormitando ruinosas, y la vetustabasílica bizantina, que cierra sus puertaspara evitar el saqueo de aquellas tropascircuncisas.

Mientras su padre Ziyad y loscapitanes bereberes acuartelan a las

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tropas en un campamento junto la playade Benzú, cerca del puerto, y el istmo;Tariq sube a la fortaleza a entrevistarsecon Olbán y a avisarle de su llegada.Los bereberes se organizan por tribus,una tienda principal en el centro, para eljefe, y tiendas más pequeñas para losdemás, rodeándola. Se disponen demodo desordenado, multicolor yvariopinto.

Un hervidero de curiosidad recorrelas calles de la antigua ciudad de Septa,sus moradores se han asomado a lamuralla para ver a las tropas acampandoen la playa. Se dice que Ziyad, ellegendario jefe bereber, está con ellas,

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se rumorea que quieren realizar unaincursión sobre las tierras hispanas, sehabla de que poseen un talismán que loshará vencedores. Las noticias y rumoresque corren por doquier atraen a más ymás voluntarios a aquellas playasmediterráneas.

Tariq, a caballo, asciende por lapendiente que finaliza en la fortaleza,rodeada de pinos perennementedoblados hacia el mar por la fuerza delviento. El camino es pendiente yempinado, empedrado de losaspequeñas, entre las que crece la hierba.La brisa marina levanta la túnica y elvelo que cubre su cabeza. Al llegar a los

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altos muros de la fortaleza, frena alcaballo estirando las riendas, el brutoaraña con la pezuña el suelo. Se abrenlas enormes puertas de robleclaveteadas en hierro, deslizándosesobre un eje. La guardia se cuadra anteTariq, a quien reconocen como parientede Olbán. Desmonta y uno de loscriados se lleva al cuadrúpedo a lascaballerizas.

Atraviesa las puertas del alcázar,accediendo a un patio de armas. De allí,un criado le conduce hacia un jardínjunto a la muralla, desde el que unacantilado desciende hacia el mar. Hayrosas de diversos colores, a un lado,

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algunas tumbas. Allí yace Floriana.Olbán está junto a la tumba, susemblante está demudado. No se mueveal oír acercarse a Tariq. Al fin, sevuelve mirando al hijo de Ziyad.

—¿La has olvidado? —se duele conexpresión entristecida Olbán, señalandoa la tumba.

—Ni un día se aparta de mirecuerdo.

—Está enterrada junto a su madre.Tariq ve una tumba con una estrella

de David, escondida muy cerca delmuro. Recuerda que de niño, él yFloriana jugaban junto a aquel pequeñosepulcro hundido en la tierra. Nunca se

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había preguntado de quién era aquellatumba.

—Raquel era muy hermosa… yFloriana heredó su belleza. Una bellezaque la perdió.

—¡La vengaremos!—Se me ha quitado lo que más

quería: mi amada Raquel, mi hija… Lavenganza no es suficiente, debemoscambiar ese reino corrupto. Cambiar susleyes, su Dios, sus clérigos…

Al oír hablar de cambiar a su Dios;Atanarik le dice:

—¿Tú también crees en Allah?—No. Yo pertenezco a la Gnosis,

creo en las emanaciones de Dios, en un

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dios andrógino que protege a suselegidos. Ahora sé que ha llegado elmomento… ¿La has conseguido?

—¿A qué te refieres?—A la copa de poder.—Sí.—¡Muéstramela!Desde que su padre se la entregó,

Tariq no ha dejado nunca la copa. Laoculta en un pequeño saco que pende desu cintura. Con reticencia, la saca. Eshermosa, la luz del sol refulge sobre laspiedras de su base, sobre el oro.

—¡He bebido de ella! Me da fuerzay me recuerda que debo vengar aFloriana.

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El rostro de Olbán se nubla.—¡No debes usarla! Mi madre, que

era nieta del rey Swinthila, me avisó queéste se volvió loco por beber de ella yfinalmente perdió su reino.

—Me da fuerzas, no podría vivir sinella.

—La copa de oro te esclaviza. Haceque tu voluntad se debilite porque lafuerza que notas no es tuya sino de lacopa. Llegará un momento en que teenloquecerá.

—Es nuestra arma frente a losenemigos que nos rodean, nuestra únicaarma para vencer.

—Te equivocas. La copa te

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dominará a ti y, si algún día la pierdes,serás derrotado.

—Entonces, ¿para qué sirve?, ¿porqué tanto interés en encontrarla?

—Lo que tú posees, el cáliz de oro,está incompleto. Sólo tiene un podersupremo cuando está unida a la copa deónice. Cuando la copa está completa noes necesario beber de ella para vencer,expande su influjo sobre todos loshombres que rodean al que la posee.Protege a los pueblos, como protegió alas gentilidades de las montañascántabras, largo tiempo atrás. El puebloque posee ambas, vence todas lasbatallas. Por eso, los romanos

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dominaron el mundo antiguo, y despuéslos godos.

—¡No puedo renunciar a beber de lacopa!

—Te equivocas al hacerlo…—Más adelante dejaré de beber de

ella, cuando tengamos ambas juntas ynuestro pueblo sea victorioso.

—¿A qué pueblo te refieres? —lepregunta Olbán.

—Al bereber… Ése es mi pueblo, elque me ha acogido, los hombres queconfían en mí. Bebo de la copa paraconducirlos a la victoria.

—La copa te devorará el alma… Sino dejas de beber ahora, puede que ya

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nunca seas capaz de dejarla. Utilízalacon prudencia, y cuando consigas la deónice, bebe del cáliz de la sabiduríapara que se curen las heridas de tu alma.

—Ya lo sabes… —le recuerdaTariq—. Ese cáliz está oculto en lasmontañas del Pirineo… sólo una sierva,Alodia, sabe exactamente dónde.

—Busca a la sierva, encuentra elcáliz de ónice y… —la faz de Olbán erala de un fanático— después entrégameambos, un nuevo mundo se abrirá antenosotros.

El hijo de Ziyad le observa ceñudo.Nunca entregará la copa a Olbán. Elseñor de Septa se da cuenta de lo que

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Tariq está pensando. No importa, sedice a sí mismo, él pertenece a la secta,la secta le dará poder para, si espreciso, liberarse del godo, cuando yano le sirva.

Ambos guardan silencio durante eltiempo que tardan en retirarse del jardíndonde yace Floriana. Después, el señorde Septa, en tono convincente, explicalos planes a Tariq. Lo que le auguraronlos witizianos meses atrás en Toledo seha cumplido. En el Norte se han alzadolos vascones y junto a ellos los hombresde Witiza. Roderik ha levado el ejércitoy lo ha trasladado al Norte dejandodesguarnecidas las costas de Levante y

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del Sur. Ahora es el momento de atacar.Les anuncian que los capitanes de

los bereberes acampados en la playa losaguardan, quieren ser recibidos por elseñor de Septa. Olbán indica a lossiervos que conduzcan a los visitanteshacia una estancia abierta al mar, hacialas cercanas costas hispanas. Después,acompañado por Tariq, se dirige haciaallí, aguardándoles.

Ziyad, Abd al Aziz, Samal, Altahayy un reducido séquito se hacen anunciarante Olbán. El conde de Septa les recibesentado en un estrado, y los saluda conampulosidad. Los capitanes bereberesse disponen en un amplio abanico frente

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a Olbán: en el centro y frente a él sesitúa Ziyad; a su derecha, Abd al Aziz yMugit al Rumi; a la izquierda, Altahay yel negro Kenan.

Olbán y Ziyad se observan conatención, se miden mutuamente lasfuerzas. Ahora, los antiguos rivalesestán unidos frente a una empresacomún, la invasión y conquista deHispania.

Olbán desciende del estrado,después de unas cuantas palabrascorteses despide al resto de loscapitanes y se queda con Ziyad, Abd alAziz y Tariq.

—¿Cuántas tropas habéis traído? —

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pregunta Olbán.—De las tribus del Atlas, unos dos

mil guerreros —responde Ziyad—. Dela tribu de Kusayla, en el interior, másde tres mil, de las tribus de la costaatlántica, casi mil hombres, del desierto,otros mil. Los hombres oscuros deKenan son más de quinientos. Abd alAziz ha conducido hasta aquí a otrosquinientos árabes, buenos jinetes,hombres entrenados en la batalla.

—Vuestro padre nos prometió máshombres para esta empresa —recuerdaOlbán dirigiéndose hacia Abd al Aziz.

—Tenéis todo el apoyo de mi padre,el gobernador de Kairuán. Pero,

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debemos esperar las indicaciones delcalifa para proseguir la conquista hacialas tierras más allá del estrecho. DesdeDamasco salen hombres para luchar enmultitud de frentes.

Olbán se enfada ante la reticencia delos árabes que no quieren implicarsehasta que no sepan que la pieza essegura.

—¡Ahora es el momento de atacarcon todas las fuerzas posibles! Tenemosuna ayuda indudable en los hombres deWitiza, pero nuestra misión no va a serúnicamente ayudar a cambiar de rey enel dominio visigodo… Sino imponer eldominio norteafricano sobre las tierras

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de Europa.Abd al Aziz le responde con calma:—Ya lo sabemos, pero mi padre es

prudente y aguarda la resolución de laempresa.

—¿Prudente? ¿Acaso es prudenciadesperdiciar una oportunidad gloriosa?

—No tenemos una armada paratransportar a tantos hombres.

Olbán replica airado:—Eso corre de mi cuenta.

Trasladaremos a las tropas en lanchasde pesca, en pateras, en barcosmercantes, poco a poco, así nodespertarán sospechas. Cuando losgodos quieran reaccionar tendrán todo

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este ejército que ahora acampa en laplaya, al otro lado del estrecho.

—El ejército godo es poderoso —afirma Abd al Aziz.

—No cuando está ocupado en luchasintestinas en el Norte, en una guerracivil… —repone Olbán y despuéscontinúa con fuerza—. ¡Venceremos!

—Sí. ¡Venceremos! —contestantodos.

Ziyad calla, sus ojos de águila estánvelados por una sombra. Tariq piensaqué cruza por los pensamientos de supadre.

Se retiran, los servidores de Olbánconducen a los capitanes árabes y

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bereberes a sus aposentos; algunosretornan al campamento en la playa.Olbán le hace una seña a su parientepara que se quede en la estancia.Después, se acerca a la ventana que dahacia el mar y señalando a los guerrerosque cubren la playa, murmura:

—No. No tenemos suficienteshombres. Musa no se arriesga.

—Sí. Me he dado cuenta —afirmaTariq—. Quinientos hombres a caballoes algo simbólico… Por otro lado, noquiere perder su parte en la empresa, yha enviado a Abd al Aziz para que noscontrole.

—Si queremos dominar el reino de

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los godos, necesitamos la otra parte delcáliz sagrado. Me dijiste que sabíasdónde estaba la copa de ónice.

—No sé donde está, pero sé cómoencontrarla. Una sierva que me haacompañado conoce su paradero. Estáen las montañas del Pirineo. La siervame la entregará.

—¿Dónde está la sierva? —preguntaOlbán.

—Más allá del estrecho. Quizás hamuerto… quizá vive… allá… donde ladejé —responde Tariq, como vacilante—. Me salvó la vida…

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13

La sierva

Tariq, entonces, recuerda a Alodia y losúltimos días antes de separarse retornana su mente. Al hablar de ella se dacuenta de que nunca podrá devolverletodos los servicios que le ha prestado.Tras la muerte de Floriana, ha sido unaliento cálido y benigno en su vida.

Belay sólo estuvo con ellos una

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noche, sembrando de dudas el alma deTariq. Después, el godo, la sierva y elmuchacho de pocas luces prosiguieronhacia el sur. Evitaron el paso por lasciudades, temían que los detuviesen,sobre todo después de las advertenciasdel Capitán de Espatharios.

Desde Norba, la calzada los condujoa la antigua Emérita Augusta; de allí, aMellara y después a Córduba. Noentraron en ella, rodearon la antiguaciudad, fundada por los cartagineses enel meandro del Betis, y caminando porla calzada romana que conducía haciaItálica, se acercaron a Astigis.

Se había creado una cierta intimidad

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entre los tres. Se reían mucho con elchico, Cebrián era un alma simple.Seguía hablando de su madre como si lafuese a ver al día siguiente. Le habíatomado un gran afecto a Alodia, elchaval bebía los vientos por la sierva.Sin embargo, hacia Atanarik mostrabauna actitud ambivalente en la que semezclaba una cierta admiración por sugallardía y amabilidad, con los celos yel despecho. En su mente estrecha ypequeña captaba que Alodia amaba algardingo y que éste la hacía sufrir.

Algunas veces había visto laexpresión melancólica de la doncellacontemplándole. No. Aquello no le

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gustaba nada a Cebrián.Aquel atardecer, Alodia caminaba

junto a Atanarik; habían cabalgadodurante casi todo el día, y los viejospercherones de Norba estaban agotados,así que se apearon y prosiguieron elcamino andando. Descendían por unasenda estrecha y empedrada, sombreadapor encinas centenarias, entre cercadosde vides y campos abiertos de olivares.Cebrián saltaba por el camino, sedetenía a veces y se perdía entre losárboles persiguiendo un conejo obuscando no se sabe qué cosas. Aquelloles daba un poco de tranquilidad porqueel chico no les dejaba apenas hablar con

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su verborrea imparable.Alodia señaló el paisaje, muy

hermoso, con los colores pardos delotoñó. A lo lejos, cerca de la cuenca delrío, podían ver huertas de vegetales yhortalizas, que crecían exuberantes porla temperatura siempre cálida y elregadío. A aquel lugar bañado por elBetis no había llegado la hambruna y lasequía que se extendía por el resto delpaís. El bosque se abría a un valle detierras rojizas y fértiles: campos enbarbecho y vides. La vendimia ya habíapasado tiempo atrás, pero en las parrasquedaban aún hojas que el otoño habíavuelto rojas y amarillas. La luz de un sol

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en el atardecer temprano se iba tornandodorada. En el centro del valle, corríacaudaloso el río Sanil.[19] Se detuvieroncontemplando el panorama.

—Estas tierras son fértiles —comentó Alodia—, no dependen de laslluvias como ocurre en la meseta.

—Sí, aquí nació Hispania. Aquí y alvalle del Iberos,[20] llegaron los antiguospueblos del oriente del Mediterráneo yfundaron las primeras colonias fenicias,griegas y cartaginesas. Cientos de añosdespués llegamos nosotros, los godos.

Alodia, al mirar la calzada que seextendía ante ellos, al pensar en lasvetustas ciudades que habían dejado

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atrás, se asombró escuchando lo que éldecía. A ella le parecía que el reino deToledo siempre había sido así, que losgodos habían habitado siempre lastierras ibéricas. Por ello, preguntó;

—¿De dónde?—Nuestro pueblo llegó a Hispania

cuando las ciudades de la cuenca delBetis y del Iberos ya existían; cuandolos romanos habían colonizado estastierras. Las antiguas baladas relatan quevinimos del Norte, de las tierrasbálticas, unas tierras muy frías, bajamosen naves por los ríos hasta llegar a unaregión esteparia cerca de un mar, el marNegro. Después nos enfrentamos a Roma

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y cruzamos Europa, hasta que nos fueronempujando al confín más occidental delimperio, a las tierras hispanas. PeroHispania existía ya mucho antes quenosotros llegásemos. Los francos hancambiado el nombre a las Galias, queahora son las tierras francas —Atanariksonrió—. Nosotros no cambiamos elnombre del país que conquistamos, estastierras hispanas siguen teniendo elmismo nombre que les dieron loscartagineses y mantuvieron los romanos.

Callaron, quizá desconcertados porlos miles de años que les habíanprecedido. Alodia pensó en su pueblo,aquel antiguo pueblo relegado a las

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montañas pirenaicas.—Antes de que griegos y romanos se

asentasen en la península Ibérica, losvascones moraban el valle del Iberos,algunos dicen que nuestros antepasadosvinieron del Oriente, recorriendo elNorte de África. Las palabras delantiguo lenguaje que yo hablo no separecen a ninguna otra.

—Háblame en tu lenguaje.—Os cantaré una balada antigua…La voz dulce de Alodia se alzó

sobre los campos, sobre el río y lascosechas. Atanarik escuchó palabras enel antiguo idioma eusquérico; palabrasde sonido hermoso que no se parecían a

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ningún idioma que él hubiese escuchadoantes. Con la melodía, la paz rozó susalmas y él, por un momento, no sintió eldolor constante que desde la muerte deFloriana le atenazaba el alma.

Poco después, montaron de nuevosobre los jamelgos, y lentamentecabalgaron cerca del río. Al fin, muy alo lejos, en el horizonte, aparecieron losmuros de la ciudad de Astigis. Debíancruzar el puente romano que atravesabael Sanil. Para llegar a él, ascendieronpor una cuesta, la calzada se estrechabay se metía en un bosque espeso. Alodiasintió una cierta aprensión en aquellugar umbrío, el graznido de un cuervo

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se escuchó entre los árboles. Después lanaturaleza calló.

En ese momento, les rodearon.Eran soldados de la Guardia Real,

más de veinte hombres a caballo.Atanarik no pudo hacer nada, ledesarmaron y les apresaron a ambos. Elchico logró escapar, quizás a lossoldados godos no les interesaba aquelmuchacho de aspecto campesino y rostroidiotizado. Querían a Alodia y aAtanarik, se había ofrecido una fuerterecompensa por el capitán godo y por lasierva. Se decía que él era un hombretemible, un asesino, y que ella era sucómplice, una mujer también peligrosa.

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Les llevaron hacia el norte amarchas forzadas. Se detuvieron parapasar la noche en un claro de un bosque.Atados espalda contra espalda, sinpoder verse, susurraron en la oscuridad:

—Parece que todo acaba… —dijoAtanarik—. Tienes las manos frías…

—Estoy asustada. Tengo miedo. Noquiero morir —musitó Alodia—. Nosllevarán a Toledo y nos ejecutarán,después de torturarnos. No puedo morirahora.

La voz de ella tembló. Atanarikintuyó que estaba llorando. Con losdedos apresados muy cerca de ella, lerozó las manos. Al notar el contacto, un

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escalofrío atravesó a Alodia. Se apoyóaún más en la espalda de él. Ella deseóseguir por siempre así. Él, al notaraquellas manos heladas, pensó en lafrialdad de la muerte, en la piel deFloriana cuando la besó por última vez.

Miraron al cielo. No había nubes,tampoco luna pero era una noche clarailuminada por el resplandor de lasestrellas de aquel tiempo frío. Así,amarrados el uno al otro, entraron en unaespecie de somnolencia. De cuando encuando, despertaban y veían las luces delas constelaciones de otoño atravesandoel bosque tupido, las copas de losárboles.

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Antes de que hubiese amanecido,notaron que alguien se les acercabasigilosamente, sin hacer ruido, y cortabalas ataduras.

Era el chico.Se levantaron calladamente y se

escabulleron del campamento de suscaptores, atravesando el bosque. Enaquel instante, ladró un perro y despertóa la tropa.

Comenzaron a perseguirlos. Corríanperdiendo el resuello. Se metieron através del bosque, la espesura era tancerrada que no permitía el paso de loscaballos, por lo que ganaron tiempo conrespecto a sus captores. Al fin, salieron

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de nuevo a la calzada, y corrieron porella. Detrás y a lo lejos escuchaban a losque les hostigaban. No pasaron más queunos cuantos instantes cuando tras unacurva de la calzada divisaron a lo lejosuna patrulla de soldados godos que sedirigía hacia ellos. No podíanretroceder porque los perseguidoresestaban cerca. Intentaron retirarse haciael bosque pero al hacerlo, Alodia secayó en la cuneta, que era profunda.

En pocos minutos de nuevo estabanrodeados, atrapados entre los dosfrentes.

Los que venían detrás les apuntaroncon arcos cargados con flechas.

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—Deteneos o moriréis.—¡Huid, mi señor! —gritó Alodia.El intentó arrastrarla hacia los

árboles. Al verle moverse el arquerodisparó, pero Alodia se interpuso entreambos; la flecha le atravesó el vientre aAlodia, que cayó al suelo. Atanarik sedetuvo a recogerla. Finalmente, lossoldados que avanzaban por la calzada,les atraparon de nuevo.

Estaban perdidos. Atanarik seinclinó hacia Alodia queriendoprotegerla de algún modo. Ella sedesmayó por la pérdida de sangre.Después, arrodillado junto a la sierva,levantó los ojos hacia los nuevos

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enemigos. Un rostro le pareció familiar.Aquel hombre se enfrentó a losperseguidores. Con sorpresa, Atanarikescuchó:

—Soy Casio. Casio, gardingo real.Estos hombres me pertenecen, deboconducirlos a Toledo.

Al principio el capitán de losperseguidores protestó, quería cobrar larecompensa. Después se rindió alcomprender que Casio ostentaba mayorgraduación. Así, la patrulla quecomandaba el oponente a Casio se fue.

Casio saludó a Atanarik,palmeándole los hombros. Este decíaúnicamente:

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—Hay que salvarla…La faz de Alodia había

empalidecido, mostrando un tono céreo.A Atanarik le recordaba la cara deFloriana la última vez que la habíavisto.

—Me envía Oppas.La sorpresa pudo sobre la

desolación que pesaba en la mente deAtanarik por la herida de Alodia.

—¿No eras tú uno de los fieles aRoderik? ¿Qué haces obedeciendo a unwitiziano?

—Mis lealtades varían… —sonrióél—. Aquí en el Sur, el obispo deHispalis es la máxima autoridad. Desea

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que te escolte hasta su ciudad.—Antes tienes que ayudarme. Esta

mujer me ha salvado, ahora se estámuriendo.

Casio la examinó.—Está malherida, no sé si podrá

salvarse. Podríamos llegar a Astigis,allí hay un convento donde las hermanaspractican el arte de la sanación y cuidanenfermos. La llevaremos allí.

Atanarik alzó a Alodia sobre uncaballo, en el que montó después. Lasierva en su semiinconsciencia abrió losojos. Atanarik se manchó con su sangre,que manaba sin cesar; para evitar queella perdiese más, cabalgó muy

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despacio hasta la ciudad de Astigis.Detrás de ellos, a lo lejos les seguíaCebrián; el muchacho no saltaba ya, iballorando.

Atanarik se despidió de la sierva enla entrada del convento, en la clausurano se permitía el acceso a los hombres.

El capitán godo llegó a Hispalisdonde el obispo Oppas le recibió conhonor. Allí embarcó hacia Septa,bajando el río Betis y cruzando elestrecho. Recorrió las tierrasnorteafricanas buscando a su padre ylevando tropas. Ahora está a punto de

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retornar al país que los romanosllamaron Hispania, y los griegos,Hesperia; un gran ejército le acompaña.Es la hora de su venganza.

Sale de sus recuerdos y se vuelvehacia Olbán, que no sabe por qué estácallado. Al fin le responde:

—Sí, sé dónde está la sierva, lo quedesconozco es si vive todavía… —enlas últimas palabras de Tariq había uncierto pesar.

—¡Debes buscarla y recuperar lacopa de ónice! —le ordena Olbán.

Tariq no responde, pero en sumirada late el desprecio hacia aquel quetiene como único fin en la vida el oro y

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el poder.

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En el estrecho

Una niebla fina cubre el estrecho. Lasmontañas de la amada muerta apenasasoman bajo la neblina. Un mantoblanquecino cubre el Mons Calpe, másallá de un mar que hoy está calmo, de uncolor grisáceo que refleja el cielocubierto por nubes de tormenta. Tariqmira al frente bajo la llovizna.

En las últimas semanas, las tropashan ido cruzando el estrecho poco a

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poco en barcos mercantes, en falúas depesca, en grandes lanchas que lesfacilita Olbán. Desembarcan frente a laisla verde, a la que llamarán AlYazira.[21] Tariq encuentra en la playadonde pensaba desembarcar a un grupode soldados, hombres del conde Tiudmirvigilando, los cuales les impiden ponerpie en tierra. Por ello, se desplazan a unlugar más rocoso, y menos vigilado.Allí, en una ensenada, bajo las faldasdel Mons Calpe, encuentran un antiguomuelle derruido que debenacondicionar, colocando remos yalbardas —a manera de pasarela— paraque puedan bajar las caballerizas.

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Oculto a las miradas de los defensoresde la costa, la ensenada se acondicionacomo puerto franco para el desembarcode las tropas de Tariq, cuando cruzan elestrecho.

Los bereberes y después los árabesdenominarán la roca de Tariq, YebelTariq[22] en árabe, a aquel peñón que sealza amenazador, dividiendo Atlántico yMediterráneo.

Tras haber desembarcado, asciendencon las caballerías y los bultos deavituallamiento a la cumbre del monte.Cerca de la cima se atrincheran y, sobreuna antigua fortaleza romana, levantanun recinto que llaman Sur-al-Arab, una

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atalaya que permite vigilar las aguas querodean el peñón.

Tras la primera travesía, Tariq tomaprecauciones y fortifica el reducto sobreel Mons Calpe. Después hace muchosviajes, acompañando a la ingentemultitud bereber que se agrupa en elpuerto de Septa, para atravesar lasaguas.

Poco a poco, los norteafricanos vancruzando el mar con armas y caballos.No todos están bien dispuestos a ello,muchos no se atreven a embarcar.

Los negros hombres de Kenan nuncahan visto el mar, no se atreven a partiren las naves que les conducirán al otro

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lado de la costa. Ni amenazas nipromesas consiguen que aquelloshombres de piel oscura provenientes delinterior de África se acerquen a lasbarcazas. Al fin, en un día gris, la marparece en calma.

Tariq se acerca al reyezuelo Hausa.—Iré contigo —le anima.—Mi lugar no es más allá del mar.—Sí. Lo es… ¿Quieres riquezas?

¿Quieres un nuevo hogar para tusgentes?

A Kenan las palabras de Tariq leinfunden esperanza, lo que no es óbicepara que el mar le siga aterrorizando, sucara muestra una expresión de pavor.

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—Te vendaré los ojos.—No. Dominaré el miedo. Sólo

sitúate junto a mí.Kenan mira a Tariq, los hombres

Hausa a su jefe. Son buenos luchadoresde a pie, hombres grandes, de pieloscura y muy forzudos, la infantería delfuturo ejército conquistador, con ellosno cruzan caballos. Para evitar la visiónde las aguas, se sitúan en el fondo de lasnaves, intentando no ver el mar.

El océano blanquecino y terso seencrespa levemente al paso de labarquichuela que lleva a los Hausa. Elcielo se cubre de nubes más oscuras detormenta; el viento comienza a soplar

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cada vez más fuerte y el cruce delestrecho se torna difícil. Una enormetormenta levanta la embarcación ypronto se dan cuenta de que puedenaufragar. La nave vuelca y se rompe endos. Atanarik salva a Kenan y a algunode sus hombres, recogiéndolos en unabalsa, resto de la embarcación que ya seha hundido. Muchos se pierden entre lasrocas ceutíes y el Mons Calpe.

Al llegar a la costa, sobre la arenade la playa, Kenan se abraza a Tariq y lejura que nunca le abandonará, que nuncavolverá a cruzar de regreso el mar.Tariq le abraza también intentandotranquilizarle.

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Los hombres que ya han pasado elestrecho, y desde lo alto de la atalayahan divisado el naufragio, se acercan ala playa para ayudar y los conducen auna fortaleza tardorromana, una cabañadonde Tariq ha dispuesto su morada. Enla cabaña les dan de beber vino tibio, yse calientan cerca de un hogar de leña.Cuando ya repuestos salen de la choza,el cielo de nuevo es azul, hace calor,aunque sigue soplando un viento fuerteque dificulta la navegación. Tariq hacesubir a Kenan a la parte más alta delpeñón, desde allí se divisa la bahía deAl Yazira, la isla verde, y más alláhacia el este la desembocadura de un río

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con una vega feraz de campos dehortalizas y frutales. Los ojos delhombre Hausa se llenan de aquellavisión; le parece estar cerca del paraíso.Hacia el oeste se retiran las nubes de lagalerna, el cielo se torna cárdeno y, enlontananza, se pone el sol sobre elAtlántico. El horizonte está rojizo y elmar se tiñe de una hilera de luz que llegaa la costa. Tariq y Kenan, contemplandodesde la altura los dos mares, lo doscontinentes, las tierras verdes, las nubesalejándose y el sol, se sientenpoderosos, capaces de conquistar elmundo que ven a sus pies.

Al amanecer, el océano está de

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nuevo en calma. Tariq se embarca enuna nave de pescadores que volverá acruzar el estrecho. Aquel día deberáncruzar el mar las tribus de su padre, latribu Barani, hombres aguerridos. Losencuentra preocupados, saben lo que hasucedido la tarde anterior.

El primero con quien se topa es suprimo Gamil, hijo de una hermana deZiyad; junto a él están Ilyas, Samal yRazin.

—¿Tenéis temor?—No —responden a coro, pero en

sus rostros se adivina una clarainquietud.

—Hoy no habrá tormenta.

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Embarca con ellos en la nave. Gamille pregunta sobre Hispania. La voz deTariq se alza sobre el bramido del mar,sobre el ruido del vientodescribiéndoles:

—Es una tierra hermosa… Más alláde aquellas colinas hay un valle fértil.Más al norte hay montañas, y despuésuna tierra ancha, sin gentes, adecuadapara el cuidado del ganado, con ríos degran caudal.

—Me gustaría tener tierras dondepoder cuidar mi propio ganado; llevarlode un lugar a otro, a pastos fértiles —ledice Samal—. Ver crecer a mis hijos,cuidar a mis esposas.

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Atanarik le sonríe. Luego piensa ensí mismo. Cuando su venganza se hayaproducido, ¿qué hará? No lo sabe bien.Ante este pensamiento, su rostro se tornagris.

Unos días atrás, su padre, Ziyad,habló con él. El hijo de la Kahinaadivina el interior de los hombres.

—Tú, hijo mío, cuando te hayasvengado; cuando destroces ese reino alque odias… ¿Qué harás?

—No lo sé, padre. Nunca lo hepensado. Quizá no volveré, quizá moriréen esta empresa. No me importa morir.

Ziyad, que veía el futuro, pronuncióunas palabras llenas de misterio:

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—Muchos de los míos volverán alAurés, a las montañas; allí están susesposas, la herencia que les dejé. Tupuesto estará en Hispania, en el país detu madre. Estás conduciendo a bereberesde las montañas y del desierto a esepaís, al otro lado del mar. Te hago suguardián, el defensor de sus vidas y sushaciendas, tu puesto estará siempre juntoa ellos. Deberás protegerlos…

Tariq siente el peso del compromisoque su padre ha depositado sobre él.Hay una profecía, un presagio, en laspalabras de Ziyad.

Ahora, Tariq está a bordo de unanave con sus compatriotas, de los que se

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siente responsable, apoya su mano enuna jarcia. La brisa marina le mueve lacapa, se abstrae intentando divisar losdetalles de la tierra que está delante desí, la tierra que debe conquistar.

Ziyad no embarca todavía, lo hará elúltimo, siempre ha vivido en las tierrasafricanas de la Tingitana. Intuye algoterrible y desea aprovechar hasta elúltimo momento al otro lado de aquelmar que le causa un mal presentimiento.

Los viajes de uno a otro lado delestrecho prosiguen. Nadie diría queaquellas pequeñas barcazas, algunas delas cuales se estrellan en la costa, van acambiar el destino de Hispania.

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Ahora cruzarán los hombres deAltahay. Altahay es comerciante, unhombre que sabe lo que hay en el país;busca abrir nuevas rutas comerciales. Ély sus hombres no sienten miedo alembarcar, el bamboleo de las falúas lesrecuerda el movimiento pendular de loscamellos por el desierto. Con ellosembarcan los hermosos caballosbereberes, rápidos y pequeños,resistentes al calor y a la falta de agua.

El campamento junto a la gran peña,Yebel Tariq, va creciendo. Unos cuantosviajes más y todos habrán franqueado elestrecho. Se acerca el verano, el cielose torna intensamente azul. Ya no hay

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galernas.Al fin, el último de todos, Ziyad,

cruza el mar. Tariq observa el rostro desu padre, está ensombrecido, pero en élno hay temor, sólo tristeza, lamelancolía de una despedida, quizá sinretorno.

Tariq ha formado ya un ejército, lashuestes con las que se va a enfrentar alpoderoso ejército visigodo, más de sietemil hombres, la mayoría de ellosbereberes. Ahora retorna a las tierrasdel reino godo, aquel que un día lepersiguió. Es la hora de su desquite.

La noche en la que todos sushombres han cruzado ya el mar, no

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puede dormir. Le parece estar sumido enun vértigo, se levanta y reza la plegarianocturna, arrodillándose junto al lechohasta tocar con la cabeza el suelo.Solicita calladamente alMisericordioso, al Justiciero, alClemente, que le proteja en aquellaempresa. No percibe cercana a ladivinidad, por ello bebe vino una vezmás del cáliz de poder. Así, se sientefuerte.

Al amanecer, Tariq convoca a todoslos guerreros que han cruzado el mar,les habla como inspirado por la luz delo divino, enfebrecido por la fuerza dela copa. A sus palabras, una nube de

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fervor religioso recorre a aquellosguerreros que han cruzado el mar,dejando patria, familia, posesiones. Lesobserva a todos atentamente. Se vafijando en los rasgos de cada rostro, enla expresión de las miradas, en lasactitudes confiadas o en los gestosairados, y se siente profundamente unidoa aquellos hombres que lo hanabandonado todo por una campaña en laque pueden morir.

Sobre una duna, junto a las rocas querodean la playa, bajo el Mons Calpe delos romanos, se escucha la arenga deTariq, las palabras que mueven a loshombres a la batalla.

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—¡Mis guerreros! ¿Adonde vais?Tariq calla para enfatizar más su

proclama, el silencio se va extendiendoentre las filas de los combatientes,acallando todos los rumores, el ruido delas armas, el relinchar de los caballos.Cuando la quietud más absoluta hadominado el campamento. Tariq, convoz aún más alta y estentórea, prosigue:

—Detrás de vosotros está el mar,delante, el enemigo. Ahora os sostieneúnicamente la esperaza y el valor.Recordad que lo que dejáis atrás es ladesolación. Meditad que, en el lugar dedonde provenís, erais más desgraciadosque el huérfano sentado a la mesa del

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avaro. Pensad que vuestros hijosprecisan pan y vuestras mujeres trigo. Elenemigo está delante de vosotros,protegido por un ejército incontable, conhombres en abundancia, vosotros sóloposeéis vuestras espadas. Laoportunidad de vuestras vidas es vencera vuestros enemigos, a los que debéisdestruir. Si retrasáis conseguir lavictoria, vuestra buena fortuna sedesvanecerá, y los enemigos a los quevuestra presencia ha llenado de miedotomarán fuerzas. Alejad de vuestramente la desgracia de la cual huís. ¡Soislos vencedores, las tropas de Allah, delClemente, del Guerrero, del que todo lo

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puede!»Aquí tenemos una espléndida

oportunidad de derrotar al enemigo, alincircunciso, al politeísta. ¡Valor!Debéis enfrentaros a la muerte sinmiedo. Recordad que si sufrís unospocos momentos con paciencia, despuésdisfrutaréis de una larga recompensa.Habéis oído que en el país al que vamoshay numerosas mujeres de deslumbrantebelleza, sus bellas figuras se visten enropas suntuosas en las que brillanperlas, corales y el oro más puro, queviven en palacios de reyes. Ellas seránvuestras.

»No penséis que vuestro destino

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estará separado del mío. No creáis quedeseo incitaros a encarar unos peligrosque yo evito compartir. En el ataque, yomismo estaré en la vanguardia, donde laposibilidad de sobrevivir será menor.Os aseguro que si caéis, yo pereceré convosotros, o tomaré venganza.

»La Cabeza de los VerdaderosCreyentes, Al Walid, hijo de Abd alMalik, os ha elegido entre todos losguerreros para atacar y os promete queseréis sus cantaradas. Tal es suconfianza en vuestro valor. El únicofruto que desea obtener es que la Gloriadel Todopoderoso sea exaltada en lastierras delante de vosotros y que la

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verdadera religión se establezca. Losdespojos de la conquista seránvuestros.[23]

Ante estas palabras, los hombresgritan enardecidos, observan desde laroca el país verde y fecundo que semuestra ante ellos. Muchos han vividoen el Sahara, o en las montañaspedregosas del Aures, son pastores yguerreros; aquellas tierras regadas porríos de abundante caudal les parecen unvergel. Anhelan tierras fecundas, lugaresde cría de ganado con pastosabundantes. Aunque pocos han visto a

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las mujeres que Tarif ben Zora trajo nomucho tiempo atrás, su fama se hadifundido entre ellos. Se rumorea queson mujeres blancas y de carnes prietas,mujeres que serán vendidas en losmercados de África, o de las que podrándisfrutar. Sienten que se acercan alparaíso.

Les han dicho que hay poderososguerreros que defienden el reino al quese acercan pero ellos son los hombresde Allah, un dios guerrero cabalga a sulado y lleva con ellos la fortuna.Además un jefe poderoso les ha alzado,Ziyad, y junto a él, aquel hombre decabellos castaños y mirada olivácea, el

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hombre que les arenga con palabras defuego, el hombre que conoce bien a losenemigos porque ha vivido entre ellos,el hombre que les ha entrenado para lalucha: Tariq, el hijo de Ziyad, el que haheredado las promesas de la Kahina.

Abd al Aziz ben Musa, el hijo delgobernador de Kairuán, está a laderecha de Tariq, inspeccionándolotodo, asegurándose de que aquelloshombres serán fieles a su padre, alcalifa, al Islam.

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15

Carteia

Distante apenas una legua del MonsCalpe, se sitúa la antigua ciudad romanade Carteia. Tariq envía a un bereber dela tribu de su padre, Amir al Mafiri, conunos cuantos hombres, en su conquista.La pequeña ciudad no opone resistencia.La ajustada victoria es clave porquedesde allí controlarán la bahía de AlYazira. La cabeza de puente tras elestrecho ha sido reforzada y su

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consolidación asegura la continuidad delpaso a más efectivos.

Tariq envía mensajeros a Hispalispara informar de todos los movimientosa Oppas y, con él, a la facción witiziana.

Desde la bahía, comienzan a atacarpoblaciones costeras o más en elinterior, para conseguir botín yalimentos con los que aprovisionar a lastropas. Son expediciones de forrajeo.Saquean Regina Turditana,[24]

Sidonia,[25] Arcis,[26] y llegan hasta losalrededores de la ciudad de Gades,[27]

que los rechaza. Sin embargo, en lamayoría de los lugares, no hay apenasresistencia; esto enfervoriza a los

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bereberes, que cada vez se adentran másy más en el interior. Abd al Aziz, quedirige algunas de aquellas algaradas,descubre un país de tierras fértilesbañadas por ríos caudalosos, conciudades prósperas, grandes yamuralladas.

Al regreso de aquellas campañashabla con Tariq maravillado, sólo enEgipto ha encontrado tierras tanfecundas. El valle del Betis es un lugarde naturaleza exuberante. Los barcosque ascienden por el río provienen detodos los lugares del Mediterráneo. Ensus incursiones llega a los alrededoresde Córduba, la antigua capital de la

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Bética. Es un día de calor, del calorabrasador del verano hispano, pero paraél, acostumbrado al desierto, aquel lugarle parece el Edén. Divisa la vega querodea Córduba, las montañas morenas alfondo, la muralla que la acordona y lastorres de las iglesias. Cuando regresa alcuartel general, en la costa atlántica, nopuede contener su júbilo.

—Es un lugar hermoso, rico y feraz,esta tierra tuya, amigo. Tariq sonríe antela vehemencia de su compañero,orgulloso del país de sus antepasados.

—Sí, lo es.—Pero las murallas de las

poblaciones parecen inexpugnables.

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—¡Se rendirán ante el poder deAllah! —responde con vehemenciaTariq.

Unos días más tarde llega alcampamento bereber el witizianoAudemundo. El noble gardingo leinforma a Atanarik que el ejércitocontinúa en el Norte en la guerra frente avascones y witizianos. Roderik desealiquidar cuanto antes a Agila, un rivalque se ha coronado rey en las tierras dela Septimania, por ello el rey hadesguarnecido el Sur. Audemundoexplica a Tariq que el único noble de laBética que podría habérsele opuesto esTiudmir, pero el conde godo ha sido

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reclamado también a la campaña delNorte.

Los bereberes prosiguen una luchade guerrillas asaltando a los viajerosque atraviesan las calzadas del Sur deHispania, atacando granjas ypoblaciones pequeñas. Los godos noreaccionan. Mientras tanto, Tariq tienetiempo de reforzar sus efectivos, suarmamento y de organizar y adiestrar alas tropas.

Al fin, los rumores de una invasiónen el Sur se extienden hasta la corte deToledo. Llegan noticias de los desmanesque se están produciendo en la Bética,se dice que una miríada de hombres ha

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cruzado el estrecho. Roderik empieza adarse por enterado pero, aconsejado portraidores que apoyan a Witiza, persisteen el sitio de Pompado[28] unos días. Alfin, las llamadas son angustiosas. El reycomienza a considerar grave aquelasunto y se dirige a marchas forzadas aCórduba, donde reagrupa tropas, tantolas de la campaña en el Norte como lasde la leva en ciudades del Sur. Pero,precisamente sus mejores tropas estánagotadas por los combates en las tierrasvascas y por la marcha, un mes deconstante caminar, de más de mil leguasdesde el Pirineo a las tierras de laBética.

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Unos días más tarde vuelve aaparecer Audemundo en el campamentoinvasor. El witiziano desea ver a Tariq.Éste le recibe en la tienda junto a supadre, Ziyad.

—Mi señor, el rey Agila osagradece vuestro apoyo. Ha firmado unatregua con Roderik. El rey, al advertir laamenaza que supone vuestrodesembarco, se ha dado cuenta de quesus tropas no son suficientes, por lo queha buscado un acuerdo con Agila, surival. Como prueba de reconciliación,ha entregado el mando de las alas delejército a Sisberto y a Oppas. Loswitizianos acampan en Secunda, los

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hombres de Roderik, en Córduba. Losdos ejércitos se unirán y se dirigiránjuntos hacia aquí. Llegarán a las tierrasde la Bética pasado el solsticio deverano.

—Los esperamos…—No debéis temer. En la batalla,

los hombres fieles al verdadero rey, alheredero de Witiza, a Agila, sabránhacer lo que deben.

—Procurad conducir las tropashacia el río, nos enfrentaremos allí —ordena Tariq—, espero que sepáiscumplir vuestras promesas.

—El núcleo central del ejército estáformado por una gran hueste de

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soldados, Roderik va al frente de ellos,pero las alas del ejército estáncomandadas por Sisberto y Oppas —contesta Audemundo—. Vos sabréisdónde debéis atacar…

—De acuerdo —le confirma Tariq.—Una vez finalizada la batalla,

esperamos que cumpláis vuestroscompromisos.

—Una vez finalizada la batalla… —el hijo de Ziyad se expresa sincomprometerse demasiado—, si todoscumplimos con nuestras obligaciones…ya se verá lo que se hace.

Prosiguen hablando mientras sedirigen al campamento, donde se

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preparan gran cantidad de soldados deinfantería, armados con lanzas yjabalinas. A un lado se entrenan losarqueros, cruciales para mantener a losjinetes enemigos alejados del grueso delejército. Después, la caballería, uncuerpo militar ligero con armas pocopesadas, ágil y capaz de introducirse enla batalla atravesando el campo con granceleridad.

Audemundo piensa que no sondemasiados hombres los que hanatravesado el estrecho, quizá loequivalente a una decena de trufadlasgodas. El ejército de Roderik estácompuesto por unos veinte o treinta mil

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hombres, el de Tariq, por unos siete mil.Sin embargo, a Tariq le favorecen otrosfactores: la composición, mando ymaniobrabilidad de las tropas, así comosu lealtad.

Roderik se halla en desventaja,desde varios puntos de vista, sobre tododesde el de la moral de sus huestes. A lafalta de entusiasmo de los partidarios deRoderik se une la desconfianza de loswitizianos ante un rey al que detestan.Ni los oficiales fieles a Roderik, ni losfieles a Agila, están en una óptimadisposición de combatir. En cuanto a latropa, está formada en su mayoría porsiervos que pertenecían a las mesnadas

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de los nobles, tal y como preveía la leymilitar. Los siervos, bien lo sabe Tariq,mal armados y mal entrenados, nolucharán con un afán excesivo.

En cambio, los bereberes sonhombres curtidos por mil batallas,ansiosos de botín y de conquista,inflamados por el ardor guerrero de unareligión que les premia por la lucha.

Cuando Audemundo les escuchagritar las oraciones y los ve inclinadoscon la frente en el suelo, cuando oye lasmarchas guerreras, capta el júbilo entrelas tropas que han cruzado el mar y seda cuenta de que aquellos hombres sondifíciles de vencer aunque su número

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sea menor al del ejército del reino deToledo. Sí, con aquellas tropasaguerridas y la huida de Sisberto yOppas, será suficiente. La batalla está ensus manos. Deben derrotar a Roderik, espreciso que el tirano muera. Una vezmuerto, se proclamará rey de todo elterritorio hispano a su señor, el hijo delderrocado rey Witiza, Agila.

Audemundo expone todas estasrazones a Tariq, le recuerda que elnuevo rey sabrá cómo recompensarle. Elhijo de Ziyad no responde a lasproposiciones de Audemundo, pareceasentir a sus palabras, pero supensamiento está lejos del witiziano.

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La batalla de WaddiLakka

Una calima asciende desde el río, unaneblina que se confunde con el polvoque la galopada de los jinetes africanosalza en el aire.

Roderik observa la llegada de losbereberes de la Tingitana desde unaltozano, sobre el palanquín real forradoen maderas y piedras preciosas,

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cordobanes y oro. Un parasol lo cubre,se abanica para alejar el calor.

Está tranquilo, ha logrado levar ungran ejército, el flanco derecho lo cubreSisberto; el izquierdo, Oppas. Hamostrado su confianza en los antiguosadversarios otorgándoles el mando delas alas de su ejército, los necesita paravencer al invasor africano.

En el otro lado del campo de batalla,en la lejanía, Tariq parece intuir a suenemigo, a aquel que mató a Floriana.Tariq no la ha olvidado, ella ha sido elmotivo inicial de su lucha contraRoderik; pero ahora hay más: desea unorden distinto, se siente responsable de

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las gentes africanas. La batalla a la quese enfrentan es la decisiva. Lasescaramuzas anteriores habían sidoexpediciones de forrajeo, en las queatacaba a poblaciones civiles. Ahora sustropas, sus apreciadas tropas bereberes,van a enfrentarse a un enemigo que lesdobla en número. Sabe que sus hombresno le fallarán, pero no está tranquilo.Los bereberes de Tariq, las escasastropas árabes de Abd al Aziz ben Musa,no son suficientes para vencer. Tododepende de los witizianos, espera queSisberto y Oppas no se echen atrás. Sinembargo, no confía demasiado en ellos.A pesar de todo, se siente victorioso, ha

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bebido de la copa y eso le haenardecido.

Roderik se incorpora en el asientosobre el palanquín, al ver avanzar unanube de enemigos que, en caballos depoca alzada y patas finas, se aproximanvelozmente. Las tropas godas conpesadas armaduras atacan con máslentitud. En un primer choque, los dosejércitos se enfrentan y muchos hombrescaen. Después los jinetes sarracenos seretiran hacia sus apoyos de infantería,efectuando una maniobra de aparentehuida. Tras ellos, los jinetes godos,tardos y premiosos, los persiguen sindarse cuenta de que se están

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introduciendo en las líneas de lainfantería musulmana.

Una vez que los jinetes sarracenoshan atravesado sus propias filas deinfantería, éstas se cierran paraoponerse a la caballería goda.

Los jinetes visigodos chocan contrael muro que forma la infantería árabe,densos bloques de soldados que semantienen firmes en largas filascompuestas por lanceros arrodillados yprotegidos por sus escudos, que clavanel extremo de sus lanzas en el suelo.Tras ellos, arqueros y lanzadores dejabalinas disparan sus armas por encimade los lanceros a pie. Los jinetes godos

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caen al estrellarse contra la infanteríamusulmana. .

Al tiempo, con un movimientoenvolvente, los jinetes bereberes, másrápidos, rodean el lugar donde lainfantería africana y la caballería godase enfrentan. Así, la ágil caballeríabereber acomete a los jinetes deRoderik por detrás. Los godos a caballoson atrapados entre una pinza de jinetese infantes bereberes.

La infantería visigoda, un cuerpo dedefensa más que de acometida, pocopuede hacer; espera muchos pasos másatrás protegiendo al rey. Roderik seyergue de nuevo sobre su palanquín

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cuando divisa una nube de enemigos acaballo que vuelven a atacar a las filasde su ejército, levantando polvo que seune a la calima que sube del río.

Los atacantes musulmanes nadatienen que ver con los ordenadosejércitos francos, o con las maniobrasde algunos rebeldes visigodos, menosaún con las guerrillas vasconas. Lacaballería bereber es distinta acualquiera que los godos hubieran vistoantes, muy rápida y eficaz, bárbara yferoz. Ya desde muy lejos se escuchanlos gritos bestiales de aquellosguerreros que parecen haber surgido dela nada.

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Esa forma de atacar, arrojada yvaliente, es la estrategia salvaje de loshombres del desierto, pero está guiadapor una mente que conoce bien la tácticamilitar germana. Los bereberes noacometen al azar a los godos, sabendónde deben embestir a su enemigo parahacerle más daño. Los godos estándesconcertados.

Hasta ahora los ismaelitas hanatacado la parte central del ejército deRoderik; que había avanzado formandouna cuña sobre sus enemigos, pero elejército visigodo tiene más hombres y esmás poderoso que el invasor. El reyordena, entonces, desplegar los flancos

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del ejército, en un movimiento enabanico, para intentar rodear alenemigo. Roderik vuelve la cabeza a laderecha e indica a los duques que leasisten que inicien el asalto por el aladerecha.

Belay transmite las órdenes de surey a las tropas que comanda Sisberto,el hermano del finado rey Witiza. Algoextraño sucede en las tropas de loswitizianos, los jinetes se despliegan taly como se les ha ordenado pero en lugarde atacar al enemigo, realizando lamaniobra envolvente, vuelven grupas,desertando de la batalla, galopan haciael lugar donde se pone el sol.

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La tiufadía que capitanea Belay sequeda entonces en el extremo de lamaniobra envolvente, pero sus hombresno son suficientes para realizarla. ElJefe de Espatharios de Roderik noentiende lo que ha ocurrido con lastropas de Sisberto; de pronto, se haceuna luz en su mente, la traición le pareceuna posibilidad indigna y humillante,pero es la única explicación a la actitudde los witizianos. Belay empuña confuerza el pomo de su espada, siente unatremenda preocupación e incluso miedo,porque sin los hombres de Sisberto, labatalla está casi sentenciada. Sinembargo, el Capitán de Espatharios

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vence el temor: está obligado acombatir, es un militar que se debe a sushombres y a su rey. Ha luchado enmuchas campañas, pero se da cuenta deque ninguna es como aquélla, los que lesembisten son enemigos particularmentepeligrosos.

Los oponentes avanzan de nuevo, yano es la caballería ligera bereber, sinouna caballería pesada, hombres acaballo con espadas poderosas,cubiertos por lorigas de argollas dehierro que los protegen, la caballeríaárabe, experimentada en mil luchas,capitaneada por el hijo de Musa, Abd alAziz. Belay puede divisar los rostros de

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aquellos hombres, de razas diversas a lasuya propia. Hay guerreros oscuroscomo la pez, bereberes de piel másclara, e incluso hombres rubios,combatientes valerosos descendientesde aquellos vándalos que dos siglosatrás cruzaron el mar y conquistaron elNorte de África.

¿Quién capitanea las tropas?En el ala contraria, un pendón, que

un día fue godo y ahora está con elenemigo; el pendón de Olbán el duquede Septa. Belay piensa que hoy es día detraiciones. El viejo gobernador de laTingitana está vengando a su hija. A sulado, una bandera verde con la media

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luna y un individuo alto que, en ladistancia, a Belay le resulta familiar. Alfin divisa quién es el que capitanea a lastropas invasoras: su hermano de armas,Atanarik. El hombre al que Belay un díadejó escapar lidera ahora a susadversarios.

Los lanceros se han levantado de suposición agachada, y embisten a losgodos con decisión, la caballeríasarracena avanza de nuevo. En el fragorde la batalla, se escuchan gritos. Belayordena a los arqueros que disparen, unanube de flechas baña el campo enemigo.Algunos caen, pero Belay se ve rodeadode nuevo por sus adversarios. Un

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hombre con una enorme hacha golpea elcuello del caballo de Belay, que debedesmontar tras la caída del bruto. En elsuelo, el godo comienza a luchar conuno y con otro; el primero que se leenfrenta es el hombre del hacha al queacomete con un golpe de su espada; lehiere, pero antes de caer le da un corte aBelay en el costado con el hacha.Comienza a perder sangre y su mente seoscurece, perdiendo el sentido. Junto aBelay lucha Tiudmir, que se defiendecon arrojo.

Tariq reúne a un grupo de jinetessarracenos y los envía a atacar la colinadonde se alza el emblema real. Rodean a

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la guardia personal del monarca, quiendefiende al rey con denuedo, sabe que siél cae, el reino se hundirá.

El noble godo Tiudmir observa queel flanco derecho del ejército hadesaparecido antes de entrar en labatalla; el ala izquierda, los hombres deOppas, el ala opuesta del ejército godo,que parecía firme, finalmente desertatambién. Tiudmir, experto en el arte dela guerra, se desespera y piensa: ¿Quiénlidera a aquel ejército de hombresdisciplinados? ¿Quién es el que hasabido antes de que comenzase labatalla la traición? ¿Quién es el queconoce las tierras del Sur de Hispania?

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¿Olbán? El viejo truhán es más unmercader que un militar, aquel ejércitoestá mandado por alguien que conoce lastácticas militares visigodas, alguien quese formó en Toledo. Entonces divisa elpendón principal del enemigo, junto a élunos ojos verdosos, una barba casilampiña y una marca oscura en lamejilla derecha. Tiudmir reconoce a suantiguo compañero de las EscuelasPalatinas, Atanarik.

De pronto, escucha una única voz,una voz que grita al unísono en la queestán mezcladas las voces de todos losenemigos. Le parece oír el nombre deAtanarik, pero al fin reconoce lo que

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están vociferando los sarracenos:—¡Tariq! ¡Tariq! ¡Tariq ben Ziyad!Ahora lo entiende todo, ahí está el

origen de la traición: una venganza.Sosteniendo aquella arma poderosa, quecon mandobles amplios lacera alenemigo, cercena gargantas y miembros,está uno de los mejores guerreros de lasEscuelas Palatinas. Atanarik se haconvertido en un enemigo irresistible;tanto más encarnizado cuanto másdominado por el odio y el afán devenganza. Fue a aquel hombre al que nomucho tiempo atrás, Tiudmir y Casiosalvaron de sus enemigos. Entiende queAtanarik ya no existe, que el hombre que

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tiene delante de sí, ataviado con latúnica blanca de los hombres deldesierto, ahora manchada de sangre, yano es un godo, es un norteafricano, unbereber.

Tariq avanza con fiereza seguido porsus soldados, de él fluye una fuerzaindómita, un poder que se transmite a loshombres que le siguen ciegamente, sinvacilar.

Cerca de él, un guerrero altísimo, decabello cano, lucha con bravura. EsZiyad. Monta un caballo tordo, de mayorenvergadura que los caballos deldesierto, muy ágil. El hijo de Kusaylaestá en un lugar y otro de la batalla. De

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pronto, una flecha surca el aire, unaflecha perdida, quizá lanzada al azar poralguno de los godos o por los propiosbereberes. La flecha se clava en el torsode Ziyad. Se escucha un grito.

La cara de Tariq se transforma aldarse cuenta de que han herido a supadre.

No le socorre.Es la ley de la guerra.Tampoco podría hacerlo.El momento de la batalla es crucial,

el rey Roderik está a punto de caer.Ordena a sus hombres que se dirijan alcerro donde ondeaba el pabellón real,ya abatido, donde brillan aún las piedras

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preciosas y el oro.La colina está siendo cercada por

los norteafricanos. Roderik intenta huirpero está rodeado, su palanquín esdemasiado pesado debido a las riquezasque lo adornan. Desmonta del sitial, lossoldados godos lo abandonan. Roderikdesenvaina la espada e intenta luchar,pero los enemigos lo circundan portodas partes. Grita pidiendo auxilio.Tiudmir lo escucha, persiste fiel a suseñor. Protege la parte baja de la colina,impidiendo el paso de los enemigos desu rey.

—Apártate —le ordena Tariq.—Protejo a mi señor.

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—Es un tirano, un hombre vil.—Protejo a mi señor, cumplo mis

compromisos, el juramento que un día túy yo le hicimos.

—Es un asesino. Mató a Florianacon sus propias manos.

Lleno de furia, Tariq golpea aTiudmir, que al retirarse es alcanzadopor la parte roma de la espada, cae atierra, aturdido. Mientras, Tariq avanzapor la colina, rodeada por bereberes. Alfin, alcanza la cima. Allí está elpalanquín de oro y piedras preciosas,tras el que se intenta ocultar Roderik.

Tariq y el rey se enfrentan.Roderik desenvaina su espada y la

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cruza con la de Tariq. El monarca, queno está acostumbrado a lucharpersonalmente, intenta defenderse, peroen pocos mandobles el que fuera un díagardingo real le somete. FinalmenteTariq levanta la espada y atraviesa alrey caído en el suelo mientras grita:

—¡Asesino! ¡Matasteis a Floriana!Lo hicisteis con vuestras propias manos.

Se escucha la voz temblorosa,agonizante, de Roderik.

—Yo no maté a Floriana…—¡Lo hicisteis para apoderaros de

los secretos que ella guardaba! ¡Lohicisteis porque estabais ciego de celosy de pasión! Me acusasteis del crimen

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que habíais cometido vos mismo.—Yo no la maté…—¡Sois un asesino!—Por Dios Todopoderoso, en el

momento de mi muerte, te juro que yo nomaté a Floriana…

Las palabras de Roderik asombran aTariq; no puede creerle, siempre hatenido la seguridad de que el rey la hamatado.

—Entonces… —angustiado pregunta—. Si vos no lo hicisteis ¿Quién hasido…?

—Samuel… Él os lo explicará…Tariq le observa desconcertado.

Aquel hombre, Roderik, un rey entre los

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godos, se enfrenta a la muerte y siguejurando que no cometió el crimen. Alrey ya no le queda nada que perder. Unaduda se extiende sobre la conciencia delque en otro tiempo se llamó Atanarik,del que ha traicionado a su pueblo y suraza por una venganza. ¿Es posible quesu rival le diga la verdad? Si aquellofuera así, todo su desquite, la guerra queha desencadenado y el sufrimiento detanta gente habría sido algo inútil, unabsurdo.

Los ojos de Roderik ya no miran,están fijos al frente, su boca está cruzadapor una especie de sonrisa que no lo es,el rictus de la muerte, una expresión

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llena de amargura y de desesperación.La batalla ha concluido.Tiudmir se ha levantado del suelo y

sigue luchando, se defiende de unguerrero y de otro. Ha atravesado a unhombre corpulento que se le haenfrentado, cuando observa que unguerrero a caballo armado con una mazase dirige hacia él. Desenvaina una dagade la cintura y se la arroja al jinete, alque atraviesa el hombro, cayendo alsuelo. El caballo, al notar que haperdido a su dueño, frena su galopadasin detenerla. Al pasar junto a Tiudmir,éste aprovecha la ocasión agarrándolepor las riendas. Se monta en el caballo

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enemigo. Unos cuantos cadáveres másallá, distingue a alguien que se tambalea,alguien que parece haber escapado de lamuerte. Es Belay, sin dudarlo, Tiudmirse dirige hacia él y le ayuda a montar ensu caballo.

Suenan las trompas a retirada, elvencido ejército visigodo abandona elcampo de batalla.

Tariq no persigue al adversario enfuga, su ejército está diezmado y debereagruparlo. Busca a su padre, abatidoen la lid. A lo lejos divisa un bultoblanco, cerca de un caballo tordo, queconoce bien. Es su padre, caído en labatalla. Ziyad no volverá a su tierra, ni a

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sus esposas. El ahora ya vencedor deWaddi-Lakka se arrodilla junto a él.

El jefe bereber agoniza, mientrasrememora:

—¡Estaba escrito! La Kahina lopredijo, igual que yo cambié el suyo, unhijo mío cambiaría mi destino. Al igualque yo le conduje a ella a la muerte, unhijo mío lo haría conmigo. Pensé que lacopa nos protegería, pero beber de ellaes arriesgado. Sé que lo has hecho, quelo haces continuamente, correspeligro… ¡No! ¡No bebas de ella!

Ziyad jadea, su cara está pálida porla pérdida de sangre.

—Sé que la copa te consuela del

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dolor… por la muerte de tu amada.Debes vencer ese dolor. No debesabusar de la copa, yo no lo hice, la copate destrozará. Busca la copa de ónice yúnela a la de oro. Sólo el pueblo queposea la copa entera será victorioso.Entonces lo podrás todo y vencerás a tusenemigos. Me vengarás como debes…

Tariq siente todo el dolor de lapérdida del padre que no tuvo en suinfancia, del que echó de menos en suadolescencia, del que le ha acompañadoen la lucha en su madurez.

—¡Oh, padre! ¡No podéis morir!¡Hemos vencido!

—Ha llegado mi momento. Ya no me

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necesitas. Mis hombres te obedecen, venen ti la sangre de mi padre, Kusayla. Tushazañas sobrepasarán a las mías y a lasde tu abuelo, serás recordado en lastierras africanas y en Hispania, pero tugloria será breve… Tú serás At Tariq…la estrella de penetrante luz… el astronocturno que brilla brevementerompiendo las tinieblas de laoscuridad…

La voz de Ziyad se debilita. Tariqpercibe que algunos hombres les rodean.Les mira y se da cuenta de que muchosde aquellos hombres son hermanos,primos, parientes suyos. También hayárabes y bereberes de otras tribus.

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Samal le toma del brazo y se lolevanta, diciendo:

—Ziyad ha muerto. ¡Larga vida aTariq ben Ziyad!

Los hombres gritan:—¡Larga vida a Tariq ben Ziyad!Esa voz se extiende por el

campamento, entre soldados árabes,bereberes, godos y bizantinos.

—¡Ha muerto! —exclama Tariq conla desolación pintada en el rostro.

—Un hombre grande y sabio, unhombre digno de todo honor —seescucha por doquier.

Tariq se levanta del suelo, alza laespada y grita:

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—¡Ziyad!Todos corean esa misma palabra.—¡Ziyad!Le envuelven en un sudario. Los

hombres de la tribu Barani, sus hijos yhermanos, alzan el cadáver a hombros,le alejan del lugar de la batalla y ledepositan en un túmulo alto, al que velandurante un largo tiempo.

El resto del día, los combatientesentierran a los caídos en la batalla. Alíben Rabah encomienda al Todopoderosoy Clemente las almas de los que se hanido al camino definitivo, al juicio deDios, a la Eternidad. Son hombres quehan vencido en la batalla, que han

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muerto en ella y, por ello, alcanzarán elparaíso, donde encontrarán toda deliciay placer.

Ziyad volverá a África. Suenan lastrompas cuando bajan del túmulo elcadáver del hijo de Kusayla.

El hijo de Ziyad y de Benildeobserva cómo el carromato que conducelos restos de su padre se aleja.

No habla.Su expresión es de dolor pero no

sale un quejido a sus labios. Piensa queen aquel carromato le abandona el únicohombre en quien ha confiado de verdad

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en su vida, el hombre al que llegó aquerer con admiración filial, el que leayudó en una empresa que para todosparecía una locura. Los meses en los queluchó al lado de Ziyad han sido el únicotiempo en la vida del que antes llamabanAtanarik, en los que se sintió seguro yprotegido por alguien que le quería conafecto paternal, alguien que estaba a sulado incondicionalmente. Con la carretaque conduce los restos de su padre, sevan sus hermanos Ilyas y Razin; ellosvolverán a las montañas del Aurés, a laciudad perdida de Ziyad, donde leenterrarán con Kusayla, en las tierras desus antepasados. Le han prometido que,

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una vez cumplida su penosa misión,regresarán después con él a proseguir laconquista de Hispania.

Cuando el polvo de la carreta y loscaballos que forman el cortejo fúnebrede Ziyad ha desaparecido del horizonte.Tariq retorna al lugar de la batalla. Allíle entregan lo apresado, el rico botínentre el que se encuentran las joyas y lospertrechos que Roderik ha traído a laguerra, gran cantidad de armas ycaballos, que refuerzan las huestessarracenas. Separa para sí un quinto yreserva el resto para repartirlo entre los

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combatientes libres.No se toma descanso, no quiere

pensar. No quiere que le atormente elpesar por la muerte del hombre que leengendró, no quiere pensar en Roderik,ni tampoco en Floriana, a quien sabe queno ha vengado todavía.

Ordena que el ejército bereber serepliegue a sus bases en la costa.

Se hunde en los preparativos de laconquista, para no mirar hacia delante—pensando cuál ha de ser ahora la metade su vida— pero también para no mirartampoco hacia atrás —recordando queél una vez fue un visigodo, un hombrecon honor—. Ahora Atanarik ha muerto,

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él es ya por siempre Tariq, elconquistador, el hombre victorioso deWaddi-Lakka.

Sí. Ha vencido en la batalla. Cuandoda órdenes y organiza de modo justo elreparto del botín, cuando ordena que seorganice la retirada del lugar de labatalla, todos le obedecen. Losbereberes le siguen con devoción, es unaleyenda ya para sus gentes, como lo fueZiyad, como lo fue Kusayla. Su pueblolo admira y él se siente obligado yagradecido por ello. Debería sentirsecontento. Sin embargo, en lo más íntimode su ser, la desolación le embarga, supadre ha muerto, y Roderik, con las

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palabras que pronunció en su agonía, hasembrado la duda en su interior. Paraolvidar el dolor, la amargura y el pesar,bebe de la copa hasta emborracharse.Quiere olvidar, quiere tener fuerzas,quiere continuar su destino, al frente delpueblo de su padre, que es ahora elsuyo.

Algunos de los godos, fieles aún alrey caído, solicitan el permiso delvencedor para llevarse el cadáver deRoderik y trasladarlo hacia el norte.Tariq se lo concede sin dudar. Conducenal rey caído a unas montañas más allá

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del río Douro, y en una capilla pequeñade piedra lo entierran, cerca de unaciudad llamada Viseu.

Así pasa por entre los hombres, elque fuera el último rey visigodo.Después, las leyendas cantarían que nomurió en la batalla, que se alejó de ella,y que fue agonizando de pesar por lapérdida del reino. Contarían que fueenterrado aún vivo en un sepulcro depiedra y, que en la tumba una serpientele corroyó el corazón.

Eso dicen las leyendas, pero lasleyendas eso son.

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Una vez finalizada la batalla, Olbánretorna a la Tingitana a reclutar mástropas. Los efectivos bereberes hanmenguado tras la batalla, pero la derrotadel enemigo godo ha sido completa. Lanoticia de la victoria de Tariq y locuantioso del botín se extiende por todala Tingitana, Miles de hombres de todaslas tribus cruzan el estrecho en barcas,falúas e incluso a nado. A ellos lessiguen las mujeres, los ganados y losniños. La esperanza de una vida mejoralienta todos los rincones del litoral, porel desierto y las montañas del Atlas. Esla oportunidad de salir de la pobreza, de

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alcanzar la gloria, de luchar por Allah.La fama de aquel pequeño ejército queha vencido a las poderosas tropasvisigodas, la fama de su comandante,Tariq ben Ziyad, se propaga por todo elNorte de África, desde las tierras delNilo, hasta la costa atlántica.

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II

La conquista

Quién podrá pues narrar tan grandespeligros? ¿Quién podrá narrar desastrestan lamentables? Pues aunque todos susmiembros se convirtiesen en lenguas, nopodrá de ninguna manera la naturalezahumana referir la ruina de España, nitantos, ni tan grandes males como éstasoportó.

Crónica Mozárabe 754

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1

La Hija de la Diosa

—¡Alodia…! ¡Alodia…!A Alodia le parece que todavía está

oyendo la voz de Atanarik, la voz tanquerida, que se va repitiendo una y otravez en su interior. En los recuerdos de lasierva reaparecen sus ojos aceitunados,la marca en la mejilla, su expresiónamada…

Seguidamente, entra en un estado deconfusión.

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Todo se le hace borroso en la mente.Como en sueños, le parece escuchar

aún el griterío de los otros guerreros, elestruendo de la lucha, el rumor de losencuentros… Aún recuerda cómo él laestrechó, levantándola del suelo consuavidad, como si ella no pesase. Alentreabrir los ojos, le veía, pero eraincapaz de pronunciar una palabra, sóloemitía quejidos de dolor. Con infinitasuavidad, Atanarik la cargó sobre elcaballo, mientras ella se agarraba condificultad a las crines. A continuación,él montó de un salto, la sujetó para queno cayese y tomó las riendas paraponerse en marcha, al tiempo que la

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envolvía con su fuerza. En ese momento,ella percibió su fuerte olor, un olor asudor, masculino, entremezclado con elde su propia sangre. Un sufrimientoinmenso le laceró el costado, aún lesigue doliendo. Ahora, cuando la siervaestá ya a salvo, no sabe si aquel dolor loes por la herida o que, al fin, ha afloradoun sufrimiento más hondo que desdemeses atrás le ha ido royendo el alma.

A través del ventano en la sala dellugar desconocido donde reposa, laclaridad cruza la estancia.

Fuera se escucha el trinar de losgorriones.

Es invierno, hace frío.

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La luz que atraviesa las rendijas delas contraventanas es brillante, como enlos lugares del Sur, no es la luz tibia delNorte; está en algún lugar de la Bética,pero no sabe en dónde.

Después de que los apresaran y lahirieran, fue conducida hasta aquí. Nosabe cómo ha llegado a aquel lugar, niqué le ha ocurrido a Atanarik, estoúltimo es lo que le produce unaconstante desazón, una congojaprofunda. Desde la muerte de Floriana,Alodia no se ha separado de él. En esosmeses, la luz del capitán godo habrillado continuamente en su vida.Ahora, sin él, se siente muy poca cosa,

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menos que nada, porque ella le ama, leama desesperadamente,angustiosamente, sabiendo que no escorrespondida; por eso su amor es aúnmás profundo, más doloroso. Sepregunta qué va a hacer sin él, sin el queha sido la luz de su vida. Ahora, sinAtanarik, entra de nuevo en laoscuridad. En su interior habla con él yle dice: «No me dejes, no te vayas»,pero él no está. A Alodia le duele todoel cuerpo por las heridas, pero sobretodo padece pensando que quizá nuncamás le vuelva a ver. Desde el momentoen que le conoció, supo que sus destinosestaban ligados para siempre, que en él

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se cumplían las palabras del espíritu.

Nunca se le borrará de la memoriaaquel anochecer, en las tierras cercanasal Pirineo, no, Alodia nunca jamás loolvidará.

El sol descendía sobre lasestribaciones de los montes que separanla Hispania de la Galia. Sus últimosrayos despertaron destellos en laslejanas cumbres nevadas. Un caminoconducía al castillo, a la fortaleza godaque custodiaba el paso hacia el reino

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franco. En el atardecer, la sendaoscurecía, rodeada de espesos bosquesde abetos. Al fondo, el río; desde élascendía una neblina que iba a cubrir lallanura.

Un rubor rojizo coronó la neblina. Elsol lentamente se escondía y todo setornó umbrío, fantasmagórico e irreal.En el ambiente había algo mágico.

El aliento del ocaso acarició elvestido tosco de la montañesa. Cada vezla luz era más tenue. Alodia estabaasustada.

Sabía bien que pronto la buscarían.Voto hacía tiempo que la había

abandonado. Ahora él era un ermitaño y

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se escondía en la cueva del Pirineo.Alodia huía de sus mayores, de su

pueblo y de su propia familia. Se sentíadesamparada. Sin embargo, ella, Alodia,la Hija de la Diosa, confiaba en elÚnico, el Único posible, que nunca antesla había abandonado.

Un atardecer, pocas noches antes delsacrificio, decidió obedecer Su Voz yescaparse del poblado. Pero…¿adonde? No podía huir con Voto. Sabíael lugar en el que él se ocultaba, pero nodebía revelarlo, tampoco podía conducirallí a los hombres del poblado. No. Nodebía ir con Voto. Allí la encontrarían ysu hermano moriría por haberla

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protegido, le quitarían la copa sagrada ya ella la utilizarían igualmente para elculto de la diosa.

No, debía seguir las indicaciones dela visión e ir al Sur.

La tarde caía cuando se alejó de laaldea, uno de los guardianes de laspuertas, un hombre joven, la observóviéndola cruzar las fortificaciones querodeaban el poblado. No sospechó queella huía y la dejó salir. Desde lo altodel camino, ya fuera de los muros demadera de la aldea, divisó el hogar desu infancia y de su primera juventud; lascasas de piedra, tantos amigos, tantosfamiliares y personas amadas; pero

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también, tanto miedo y repugnancia alsacrificio. Desde lo alto del camino,tornó la vista atrás y se sintió asustada,sola, desamparada, el corazón le latíacon ansiedad.

Se dirigió muy deprisa rumbo a lafortaleza de los godos. Sabía que noestaba lejos.

La luz iba desapareciendolentamente del horizonte, las estrellaspoblaron el cielo, el añil del ocaso setransformó en púrpura y al fin en uncolor bruno. Corría deprisa sindetenerse, avanzando entre los árboles,cuando divisó, a lo lejos, la senda queconducía al castillo. Sólo entonces

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aminoró el paso, y deambuló semiocultacerca del sendero pero sin salir a él,desgarrándose las ropas entre losmatorrales.

Fue en ese momento cuando escuchóel ruido rápido y rítmico de los cascosde múltiples jinetes. Algo la impulsó asalir al camino.

Los jinetes galopaban con rapidez;sabía que podían arrollarla, pero no searredró. Al divisarlos ya cerca, levantólos brazos haciéndoles señales. Suvestidura blanca reflejaba la luna, comoun haz de luz, semejaba una apariciónque detuvo a los jinetes.

Los caballos relincharon, muchos

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levantaron sus cuartos delanteros al serdetenidos de modo brusco.

Inmediatamente, se vio rodeada porhombres de aspecto rudo.

Escuchó risas soeces.Uno puso orden, parecía ser el jefe.Alodia se arrodilló ante él y habló

con voz clara:—Mi señor, si creéis en el buen

Dios Todopoderoso, Creador del Cieloy de la Tierra… ¡Protegedme! Nopermitáis que nada me ocurra.

El jinete se apeó del caballo y lalevantó del suelo. Alodia temblaba, nosabía con quién iba a encontrarse. La luzde la luna se reflejó en un hombre joven,

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muy alto y fornido. Su aspecto era noble.La capa ondeaba tras él mecida por labrisa nocturna. Unos cabellos castaños ycortos, una faz recia de barba escasa,con una marca oscura, más grande queun lunar, en la mejilla. Bajo laspobladas cejas brillaban unos ojosclaros de color oliváceo. Al hablar, unavoz ronca, masculina a la vez que suave,sonó en su garganta:

—¿Quién sois? ¿Por qué paráis auna cuadrilla de soldados godos?

—Me llamo Alodia. Huyo de un ritonefando que no quiero nombrar… Mesometo a vos como sierva y esclava. Elespíritu me ha guiado hacia vos.

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El resto de los bucelariosmurmuraba. El joven capitán dudó; en lapenumbra vislumbraba lágrimas en elrostro de la doncella, con decisión sedirigió a la tropa.

—Nos la llevamos. Vendrá connosotros.

La montaron en uno de los caballosde refresco, un animal manso. Alodianunca había cabalgado, por lo que seencontraba inestable sobre el bruto, leparecía que iba a caerse en cualquiermomento. Los soldados galoparon hastaaltas horas de la noche, sin detenerse,precedidos por las luces de lasantorchas. La compañía goda tenía prisa,

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abandonaban la fortaleza del Norteporque habían sido convocados enToledo. El rey Witiza reunía a sus fielesante una nueva revuelta nobiliaria, quizála que fuera a derrocarle; una vez más sehabía producido una insurrección de lospoderosos del reino.

A altas horas de la noche, llegó elmomento del descanso. Alodia estabatan cansada que no podía dormir. Habíaescapado del sacrificio, pero ¿a quéprecio? Se encontraba sola en un mundode hombres. Los guerreros cansados seacostaron en torno al fuego, sin prestarleatención. El capitán le acercó una mantagruesa de lana, sus ojos la observaron

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amables. Ella se sintió protegida y, anteesa mirada, la esperanza se abrió pasoen su corazón.

El descanso duró poco, las primerasluces del alba marcaron el inicio de unanueva jornada de viaje; a marchasforzadas cruzaron la planicie inmensaque se abría ante ellos.

Por las noches, Alodia les servía:preparaba los alimentos, ayudaba acepillar los caballos. No era más queuna sierva, a la que trataban conindiferencia. Sólo el capitán, Atanarik, aveces era amable. Nunca hablódetenidamente con ella, no le preguntósu nombre, ni su historia, pero

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veladamente la cuidaba. Alodiaprocuraba estar cerca de él,observándole sin que él se diese cuenta.Así, fue descubriendo la confianza queinspiraba en sus hombres. Atanarik lestrataba de modo benévolo peroguardando la disciplina. No era demuchas palabras, un hombre calladoque, a menudo, se quedaba abstraídojunto al fuego.

A su mente tornó el momentocuando, en una de las poblaciones, unavilla grande en la meseta, los soldadosse emborracharon y uno de elloscomenzó a perseguir a la sierva,acosándola. Alodia recordaba con

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horror el aliento beodo de aquelhombre, su boca babosa intentandobesarla. Con una palabra, el capitán lodetuvo; pero tampoco pareció darsecuenta de la mirada agradecida deAlodia.

Para ella, poco a poco, Atanarik sefue convirtiendo en el centro de su vida,sin que el godo pareciese advertir lossentimientos de la doncella.

Cerca ya de Toledo, él la llamó y depie, como si estuviese ordenando algo aun soldado de su destacamento, le dijo:

—Una tropa no es lugar para unamujer.

Alodia se sintió azorada, intuía lo

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que vendría después:—Yo con vos estoy bien. Puedo

serviros… —farfulló.—No —repitió él—, una tropa no es

el lugar adecuado. Te entregaré aFloriana, la servirás fielmente. Ella teprotegerá.

Alodia le observó sorprendida aloírle nombrar a una mujer; sin darletiempo a protestar de nuevo, él leexplicó:

—Es la dama más hermosa delreino. Mi amada Floriana, como unahermana para mí y, algún día, será miesposa. Nos criamos juntos en laTingitana.

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Alodia lloró sin que él advirtiesesus lágrimas.

La sierva recuerda bien la primeravez que vio a la noble dama. Mayor queAtanarik. Muy alta, casi tanto comoAtanarik, con una larga cabellera negraque, como era propio de las doncellasgodas, corría suelta a su espalda; unahermosa nariz fina y de puente alto; unosojos grandes almendrados de color clarogrisáceo; una piel blanca y delicada; laboca grande, carnosa y sonrosada, unaboca hecha para ser besada.

El bebía los vientos por ella.Floriana trató a Alodia con frialdad,

pero sin desprecio.

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Al poco de llegar al palacio de losreyes godos, la adscribió a laservidumbre de palacio y fue enviada atrabajar en las cocinas: fregaba grandesollas de cobre, algunas de un tamañocasi tan grande como la misma sierva,cortaba las verduras, limpiaba las aves,baldeaba los suelos; un trabajo cansadoy rutinario.

Cuando más tarde, Floriana precisóuna doncella, recuperó a la sierva. Lallamó para ponerla a prueba. Pronto lagoda entendió que Alodia conocíamuchas cosas, no sólo era despierta einteligente, sino que estaba versada enuna sabiduría antigua. Decidió que la

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criada era la persona indicada para suspropósitos. Así Alodia se convirtió enla mensajera entre la dama y el judío,entre la dama y los miembros de la sectagnóstica a la que Floriana pertenecía,entre el judío y los conjurados en contrade Roderik.

De todos ellos, Samuel el judío latrató con una especial benevolencia. Él,miembro de una raza maltratada, eracapaz de comprender lo que suponía laindiferencia y el menosprecio, por eso amenudo hablaba con ella: le preguntabapor las tierras del Norte, sobre sus ritospaganos. Así, llegó a conocer el porquéde su huida de las montañas,

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admirándose de su coraje. Samuelposeía una mente perspicaz, capaz deintuir los misterios, por lo que no tardóen sospechar que en Alodia se escondíaalgún secreto, que intentó sonsacarle. Lamontañesa saciaba su curiosidad, perose abstenía de relatarle la historia de suhermano Voto y de la copa sagrada.Aquella historia no le pertenecía, quizásel único en quien podría confiarsehubiera sido Atanarik, el hombre nobleque la había salvado en su huida. Perodesde el tiempo de la huida al Norte, elcapitán godo no volvió a hablardirectamente con ella.

A temporadas, Alodia se alojaba en

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la casa del judío, entre los siervos. Lamontañesa era útil tanto a la goda comoal judío; una criada desconocida paratodos, una mujer que no provocabasospechas en aquella corte llena deconspiraciones e intrigas, que seescabullía casi sin ser vista, atravesandolos gruesos muros del palacio porpasadizos que llegó a dominar como sifueran los caminos del bosque de suinfancia. No tenía miedo, porque notenía nada que perder.

En la corte toledana, aislada detodos, siguió buscando la luz del ÚnicoPosible, aquel que la había librado delrito inicuo; pero el Único Posible había

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callado. Se sentía vacía y desamparada,con una especie de aridez interior,abandonada de todo don sobrenatural.En esos momentos, su única luz eraAtanarik; pero éste permanecía ausentepor largas temporadas. Sin él, la vida deAlodia se volvió gris, sometida alimperio de Floriana.

La hija de Olbán era una mujerextraña. No creía en el Único Posible alque Alodia buscaba sino en un conjuntode fuerzas que dominaban el universo.De todas las fuerzas en las que creía, ladama adoraba al dios andrógino, Baal.En las habitaciones de Floriana, losgnósticos hablaban de un saber oculto,

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un saber capaz de proporcionar elpoder, un saber que no podía sercompartido. Alodia no entendía elporqué; pero, en su simplicidad, se dabacuenta de que en aquel saber cabalísticono estaba el Único Posible que ellahabía entrevisto en el Norte. El Dios conel que ella había hablado, el Dios de susvisiones era el Dios de Voto, y ese Diosno era una fuerza de la naturaleza, noeran círculos ni esferas, era un Padre, unDios Persona cercano al hombre y llenode Amor. Ella lo había sentido así en supoblado en las montañas cántabras, perodesde que había llegado a la ciudad deToledo, ese Dios amable se ocultaba de

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ella, quizá porque Atanarik se habíaconvertido en el único dios de su vida.

Alguna vez, Alodia había entrado enlas numerosas iglesias de la ciudad. Seescondía entre las columnas y seguíaunos ritos que no entendía. Un hombrede espaldas, detrás de una cancela,elevaba una copa en medio del humo delincienso, entre cantos hermosos.Aquello era de lo que Voto le habíahablado. Ella se sentía tan impresionadapor los hermosos ritos de la liturgiavisigoda, como asustada por lascreencias esotéricas de la Gnosis deBaal.

Los componentes de la secta

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gnóstica, cautivados por la dama, queparecía ejercer una especial fascinaciónsobre todos ellos, se reunían confrecuencia en las habitaciones deFloriana.

Atanarik no pertenecía a la secta;cuando él se acercaba a sus aposentos,ella evitaba a los gnósticos. Esos días,Alodia no se apartaba de lasdependencias de Floriana. Los oía reírjuntos, discutir, amarse… Oculta tras lascortinas espiaba cada uno de los gestos,de las palabras del godo. Llegó a pensarque un hechizo se había apoderado deella y que por eso le amaba tanto.

Para salir de la obsesión que le

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causaba el capitán godo, intentórecordar lo que Arga, la sacerdotisa desu poblado, la hermana de su madre, lehabía enseñado en el período deiniciación a los ritos de la diosa tierra.Le solía decir que debía concentrarse,buscando dentro de sí la sabiduría, nadadebía distraerla: en el interior de cadaser humano se halla presente el pasado yel futuro, lo que debe hacer en cadamomento. Gracias a aquellasenseñanzas, Alodia había logradoalcanzar una enorme capacidad deconcentración, de resistencia alsufrimiento, una gran estabilidad deánimo. Intentaba aplicar toda su energía

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para retirar a Atanarik de su mente; perotanto cuando él estaba cercano comocuando se hallaba lejos, su imagen seadueñaba de ella, sin saber cómo, sinque nada pudiera apartarle de supensamiento.

Desde niña, había sido educadarígidamente, para que un día ellatambién fuese la sacerdotisa de la diosatierra. A través de los elementosnaturales, la sacerdotisa poseía el poderde sanar a personas y animales, eracapaz de controlar la interioridad de lasgentes. Alodia había aprendido muchode Arga, por eso sabía adivinar el futuroy podía introducirse en las mentes de los

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hombres; pero de todas las personas queconocía, la mente de Atanarik le estabacerrada. La de los otros hombres, no.Así, Alodia percibía una gran amarguraen el alma de Samuel, adivinaba que eljudío sufría por su pueblo, perseguido ydespreciado, amenazado de extinciónpor la tiranía de los godos. Le costabapenetrar, algo más, en los pensamientosde Floriana; advirtió que la goda amabaa Atanarik, pero también palpó una granfrialdad en la mente de la hija de Olbánporque la goda estaba entregada a unacausa, y debía guiarse por ella. La mentede Floriana destilaba algo glacial y loúnico que caldeaba aquella gélida

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insensibilidad del alma de la visigodaera Atanarik; pero, por algún motivo queAlodia desconocía, la dama se resistía adejarse arrastrar por ese amor. La siervadescubría un intenso sufrimiento en elalma helada de la noble visigoda.

Sí, Alodia era capaz de penetrar enlas mentes de las gentes y controlar lapropia porque era la Hija de la Diosa.Su vida había estado prefijada, cuandollegase a la edad fértil sería consagradaa la divinidad, convirtiéndose en susacerdotisa, siguiendo el camino que lehabía trazado Arga.

Sin embargo, poco antes de alcanzarla adolescencia, Voto, su hermano, que

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había sido como un padre para ella, lecomenzó a hablar del Único, del ÚnicoPosible y de su Palabra. Le advirtió queel rito al que querían someterla era algopérfido e idolátrico. Le dijo que un díatendría que huir, pero que el Únicopondría a alguien en su camino que leayudaría. Así, llegó el momento en queAlodia se convirtió en mujer, y seacercó la noche en que iba a realizarseel antiguo culto pagano. Una luz llenó sumente, recordó las palabras de Voto, yconfiando enteramente en el ÚnicoPosible, huyó de la aldea, de lasmontañas donde había nacido.

Fue entonces cuando encontró a

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Atanarik y desde entonces su mundocambió.

Pero ahora, Alodia lo ha perdido.No sabe dónde está, sólo ve cómo la

luz penetra por un ventanuco en aquellaestancia oscura y pequeña; quizás unacárcel. Se esfuerza por distinguir losobjetos; en la penumbra, al fondo, en unapared vislumbra una cruz tosca, demadera.

Alodia confía en él, en el Dios deVoto presente, de alguna manera, enaquel crucifijo.

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2

El cenobio

Dolorida en el cuerpo y en el alma,Alodia intenta moverse en el lechosobre el jergón de paja, poco más que unpequeño catre; el dolor la atenaza, y ellaeleva los ojos, mirando al techo dondese cruzan vigas de roble con travesañosde madera de pino. En el suelo, sobreuna banqueta de madera hay un lebrillocon agua, al lado, un tazón. Intentaincorporarse para beber, pero el dolor

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le atraviesa el costado. Precisa tomaragua, siente la boca áspera, le duele lalengua por la sequedad. Está sedienta, lanecesidad de beber la atormenta. Congran esfuerzo, consigue alzarse dellecho; entonces siente cómo algo líquidole corre por el torso. La herida se haabierto. Su ropa se llena de sangre. Sedeja caer, pero al tiempo se alza denuevo del lecho, volviéndose condificultad, consigue por fin introducir lataza en el agua; bebe con ansia. Sientealivio al notar cómo el líquido lerecorre las entrañas, permanece unosinstantes sentada, pero enseguida todocomienza a darle vueltas y debe

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tumbarse de nuevo; la taza cae, rodandopor el suelo.

Respira hondo, el dolor vuelve acruzarle el costado.

Fuera de la estancia se escuchanunos pasos gráciles, unas sayas quearrastran por el suelo.

Se abre la puerta.Una mujer con vestiduras pardas

entra en la pequeña celda. En Toledo havisto mujeres como aquélla,consagradas a Dios, al Único.

—Veo que estás despierta. Hasdormido mucho tiempo.

La voz suena dulce y acogedora.—¿Cuánto?

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Se sienta en el borde del catre en elque Alodia descansa y le retira elcobertor, y le levanta la ropa paraexaminar las heridas. La sangre que hamanchado las ropas es ahora fresca, yano hay pus, la inflamación ha cedido y,al fin, tras días de delirio einconsciencia, la joven está despierta.La monja le coloca los cobertores,mientas con tono optimista le dice:

—Tienes mejor aspecto.Ahora Alodia observa el rostro más

de cerca, es una mujer mayor ydesdentada, pero la piel casi no tienearrugas, y es suave, muy blanca, de uncolor nacarado debido a la falta de

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contacto con el sol.—¿Dónde estoy? ¿Quién me ha

traído aquí?Los ojos claros de pestañas canosas

la observan con dulzura, la hermanasonríe.

—Estás en Astigis, no muy lejos dela capital de la Bética. Te trajeron unosnobles godos. Uno de ellos, un hombrealto de piel morena y ojos claros, conuna marca en la cara, nos pidió quecuidáramos de ti…

—Atanarik —dice Alodia, y eldolor reaparece.

—No mencionó su nombre; sólo quedebía dirigirse hacia Hispalis para

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hablar con el obispo Oppas.—¿Os dijo él algo más?—No.—¿Dijo si volvería?—No.Alodia vuelve la cabeza en el lecho

para que no se note su profundaturbación y sufrimiento. Se sienteenferma, extenuada, todo la afecta, yecha de menos a Atanarik.

La hermana percibe el desasosiegode la doncella y entiende que tiene quever con aquel hombre, le acaricia elcabello.

—Aún estás débil, no te preocupes,os vais a recuperar. Sé que os atacaron

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los hombres del rey, pero mi obispo osprotege. Aquí no corres peligro.

—¿Quiénes sois?—Este es un antiguo convento que

fundó Leandro, obispo de Hispalis, aquívivió su hermana Florentina, que fue laprimera abadesa… Te cuidaremos.

—Monjas… Yo… no soycristiana…

La hermana la observa concuriosidad, la doncella prosiguehablando:

—Huí del Norte, mi aldea erapagana, he buscado durante largo tiempola luz de un dios… pero nadie me haayudado.

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La monja recuerda que en el Norteaún hay pueblos idólatras. Se habla deritos indignos, vergonzosos. En el Sur yen el Levante, en las costasmediterráneas, la fe en Cristo llegó enlos primeros siglos, dispersando lasbrumas paganas. La hermana suspiramientras se levanta para dirigirse haciael ventano entrecerrado. Al abrirlo,entra una luz radiante que inunda lapequeña celda con el aire fresco delinvierno en el Sur.

—Aquí no te faltará la luz… eso teayudará a curarte. Debes comer algo.

La hermana sale de la cámara. Através de las ventanas abiertas, Alodia

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divisa un ciprés y a lo lejos, un pino. Elcielo, despejado y brillante, no estácruzado por las nubes. La paz retorna asu espíritu, está en un lugar seguro y,aunque siente dolor, sabe que se va arecuperar. Sólo una sombra de tristezaenturbia su ánimo cuando recuerda aAtanarik, quizá nunca más le vuelva aver, pero una esperanza ciega,irracional, le golpea el corazón: ella hasido hecha para él.

El volverá.

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3

La mandadera

Alodia se va recuperando poco a poco.Va conociendo aquel lugar de paz dondehabitan las hermanas. Una gran iglesiade muros ciclópeos y planta cruciformedesde donde se accede al claustro por elque corre el agua de una fuente;cruzándolo se llega a las dependenciasde las hermanas, pobres casitas deadobe y mampostería, muy similares alas de los labriegos de la Bética. En una

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de las pequeñas celdas, Alodia pasalargas horas acostada, recuperandofuerzas, recordando el pasado, pensandosin cesar en Atanarik.

No permiten que salga a la calle. Lahermana Justa, la de la piel nacarada yojos verde agua, la que la ha cuidadocon desvelos de madre, le ha informadode que los hombres del rey la siguenbuscando. Mientras estuvo inconsciente,los soldados llamaron un día a la puertadel cenobio preguntando por losevadidos. Estuvieron a punto de entrar yregistrarlo todo, pero la hermana Justa,con su aspecto bondadoso y dulce, sinembargo, posee un carácter fuerte;

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cuando la intimidan saca fuerzas deflaqueza, enfrentándose a los soldados,incapaces de doblegar a aquella furiaenvelada.

Con la ayuda de las hermanas, cadadía recupera más fuerzas, sale de vez encuando al claustro. Allí, mana una fuentey el sol brilla, jugando a esconderse traslos arcos y las columnas. En el centro,cercano a un pozo, un ciprés parecellegar al cielo, sus raíces han roto elsuelo, las losetas se abren, dejando pasoa la hiedra. Al fondo, se abre unpequeño huerto donde las hermanascultivan hortalizas y verduras.

Circundando el claustro, unas

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pilastras no muy altas de piedradescansan sobre basas de granito; esallí, en las basas de las columnas,apoyando la espalda en ellas, dondeAlodia, aún convaleciente, se sientaviendo pasar las nubes. Todavía estámaltrecha y dolorida. Día tras día,sentada en aquel lugar divisa el cielohabitualmente despejado, el cielo de unañil intenso de la Bética, cruzado porlas aves migratorias, que van al Sur, allugar donde ha huido Atanarik. A veces,le parece que él nunca ha existido. Leparece imposible tanta paz, tanta lejaníade las guerras de los hombres, de lasintrigas palatinas, de la peste y la

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enfermedad, de los sufrimientos de lospobres, de las envidias en la corte delos godos…

La regla permite a las monjas untiempo de recreo. Las hermanas sesientan junto a Alodia en el hermosoclaustro, rodeando la fuente, la que sabeleer les recita textos de los padres, oretazos de las Escrituras, a menudocantan. Sin embargo, lo que más lesagrada a aquellas mujeres encerradas depor vida son los chismes y los cuentos.Aunque aparentemente apartado delmundo, el cenobio es un lugar al quellegan todos los rumores de la villa, enocasiones deformados por las gentes. A

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veces Alodia ríe con ellas. Le sorprendela bondad ingenua, los pequeñosenfados, las trifulcas nimias, lasenvidias y los celos entre mujeres quehan escogido al Dios de amor de loscristianos para servirle, o que han sidoenviadas de niñas a aquel lugar de paz,donde las guerras no las alcanzarán,donde no hay hambre, donde no hallegado la peste, la sequía o elsufrimiento.

De madrugada, antes de queamanezca, escucha los pasos de lasmonjas hacia la iglesia: a lo lejos seoyen sus cantos al dios al que sirven;maitines y laudes. Los cánticos

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atraviesan el grueso portón entreabierto,el claustro y a través de las rendijas dela puerta alcanzan la celda de Alodia.Nunca en su vida la sierva ha estado enun lugar con tanta paz, tanta serenidad ysosiego.

Las hermanas le van transmitiendosu fe, una fe candorosa, en la que estápresente un Dios amable que es Padre,el Padre que Alodia no tuvo, el quenunca tendrá. Un día la invitan aacercarse al sacrificio del altar, aquelrito que ella no entendía cuando era unasierva en Toledo. Un sacerdote celebraun ceremonial hermoso; en él se elevauna copa que le recuerda la de Voto, la

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que todos buscan y está oculta en unlugar del Norte, que sólo ella conoce.

En un rincón del cenobio descubreuna imagen que le recuerda a larepresentación que había en su pobladode la diosa madre. Cuando les preguntapor aquella figura, si acaso es la diosatierra, las hermanas ríen, sorprendidasde su ingenuidad. Le explican que es lamadre de Cristo, el Redentor. Alodiatoma por costumbre acercarse a aquellaestatua, tan parecida a la diosa tierra, yle rinde culto con sencillez.

Cuando se recupera por completo,

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han pasado muchas lunas. Fuera enAstigis, ya no la buscan los soldados delrey. En el mundo exterior hay guerras.Las gentes acuden al convento parapedir a las hermanas que rueguen por loque está sucediendo más allá de losmuros. Así, penetran en el cenobio lasnoticias de lo que ocurre en el país.Ahora todos están asustados por unafuria que viene del África Tingitana. Losbereberes han asolado las costas de laBética, han raptado a sus mujeres ysaqueado los pueblos. El conde Tiudmirse ha enfrentado a los invasores, pero noha podido evitar el saqueo y el botín.Una mujer acude llorando al convento,

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necesita que las hermanas recen paraque ocurra un milagro: que le devuelvana su hija; una razia bereber se la hallevado hacia las costas africanas. Lastropas del rey no se oponen a losataques, están en el Norte, en lacampaña contra los vascones, unenfrentamiento que es, en realidad, partede la guerra civil que divide el reino.

Ante aquellas noticias, la faz deAlodia se ha tornado pálida, tan pálidacomo la de aquellas mujeres que,encerradas tras los muros, no han salidoa las bulliciosas calles de Astigis desdeaños atrás. Al verla así, macilenta yojerosa, la madre abadesa decide que,

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puesto que ya las tropas del rey no lapersiguen, puede salir a la calle, y leencarga que acompañe a la mandaderadel convento, Rufina, una mujer que seva haciendo anciana. Cada mañana, lasdos mujeres recorren las calles de lapequeña ciudad, un lugar amuralladocon casas blancas de muros gruesos,patios interiores claros y ventilados,mujeres en las puertas de las casascosiendo o comadreando; y la plazaamplia y porticada, donde en los días deferia se acumulan los mercaderesambulantes y más cotidianamente elpanadero, los que venden fruta, loscarniceros o aquellos que ofrecen el

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pescado que han traído desde la costa,en salazón. El mercado está lleno, hayriqueza, en el valle del Sanil,[29] lastierras son de regadío; no hay hambrecomo en la meseta.

Alodia escucha con avidez lo quecircula por la ciudad. Sí, la montañesanecesita conocer las nuevas queprovienen de un lugar o de otro, porquequizás en algún momento consiga captaralguna referencia sobre aquel noblevisigodo, huido al Sur, a quien ella amamás que a su propia vida.

En una de aquellas ocasiones setopan con un buhonero, que parecellegar de un largo viaje. Le ven

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aproximarse a uno de los puestos dondese vende el vino fuerte del paísacompañado de aceitunas o trozos detocino seco; y tras beber varios vasos,comenta a gritos con los que le rodeanlas últimas noticias:

—Hay guerra en el Norte, loscampos han sido destrozados… Hayhambre… No, no hay negocio…Pompaelo ha sido sitiada por las tropasdel rey. Los vascones se han unido a loswitizianos…

Al oír hablar de los vascones,Alodia piensa que los así azotados porlas guerras podrían ser los de su mismopoblado. No puede escuchar más,

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porque la mandadera se aleja de aquellugar.

—¿Por qué te detienes? —lepregunta Rufina, mientras la arrastratomándola del brazo—. Se hace tarde.

—No has oído… —responde Alodia—, el rey lucha con los vascones.

—¿Y…?Alodia sigue caminando junto a la

mandadera mientras le va explicando:—Pienso en los hombres, en las

mujeres de aquel poblado que fue mihogar de niña. Recuerdo a mi hermano, ytemo por él, oculto en algún lugar delNorte, acechado por los paganos y porla guerra de los godos…

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Rufina parece no escuchar lo que lajoven le dice, piensa en sus propiosproblemas, en lo que ha ocurrido en sufamilia.

—La guerra… Sí, niña, la guerra.No pienses que está tan lejos. En el Sur,los bereberes han atacado en muchasocasiones los puertos. Hace no tantotiempo un grupo de bereberes asaltóSidonia, se han llevado un buen botín,pero lo que más les gusta a esos paganosson las mujeres. Ya en tiempos del reyWamba, una prima mía fue tomadaprisionera por los africanos, era muyhermosa. Eso sucedió hace más deveinte años, no hemos vuelto a saber

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más de ella. Las incursiones de esagente son cada vez más habituales. Elreino no tiene fuerza para rechazarlas.El país se desgarra en peleas entreclanes nobiliarios. Sin recursos paradefenderse… Algún día nos invadiránlos africanos.

—La Tingitana está más allá del mar—Alodia piensa en Atanarik—. Lascostas están lejos de Astigis.

—No tan lejos, no tan lejos —repone la mandadera—. Hasta elestrecho, no hay más de una semana demarcha y desde allí, en un día debonanza, no tardas más de unas horas encruzar el mar que nos separa de África.

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Las palabras de la mandadera leindican que el que ama podría no estartan lejos, intranquilizando a Alodia, quedesea retornar cuanto antes a los segurosmuros del cenobio, a su vida monótona yrutinaria al lado de las hermanas.

Regresan al convento. Dejan lo quehan mercado en unas baldas de piedra,al lado del horno. Después preparan lacomida para las hermanas, verdurascocidas rehogadas con aceite. Cuandolas monjas entran en el refectorio,Alodia se dirige al templo del conventoque está vacío. En la gran iglesia depiedra, la luz entra por un vano con laforma del ojo de una cerradura, situado

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en el ábside. El presbiterio, el lugardonde se celebra el misterio cristiano,está separado del templo por un cancel yrejas. Más allá está lo sagrado, el lugardonde sólo puede acceder el sacerdote.En una de las capillas laterales hay unagran cruz con un crucificado, Alodia searrodilla bajo la cruz. Le parece queaquel hombre en el suplicio soportasobre sí el mal, las guerras, el odio en elcorazón de los hombres, la vanidad, lasiras y las envidias. Él carga con lossacrificios paganos, el afán de dominioy de poder, la lascivia de los hombresde su poblado, la de tantos otros.

Alodia combate la tristeza, la

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melancolía por el que ama, refugiándosejunto a la cruz, o junto a la imagen de ladiosa que es madre, la Madre delCrucificado. Frente a ella, se sientesucia, pecadora, sabe que no debe amarde aquella forma a Atanarik, que eseamor no correspondido la destroza.

La hermana Justa percibe que en elcorazón de aquella doncella late unagran búsqueda de Dios, y poco a poco leva explicando la salvadora fe cristiana.Le habla del amor de Dios que ha hechoque el Unigénito del Padre se hagahombre y que después muera por cadauno del género humano. Alodia, que estállena de amor, capta fácilmente esas

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enseñanzas, aceptando la fe que leexplican.

Así, las hermanas la preparan pararecibir el agua que borra todo pecado.Una mañana en el baptisterio de laiglesia del cenobio, Alodia es bautizada,en el nombre del Padre, del HijoUnigénito y del Espíritu, Aquel quesiempre la ha guiado.

La vida de Alodia se llena de unaluz que antes no conocía. Algo mágico lainvade, algo que la llena de alegría, laVida se ha introducido en su alma. Aveces piensa que le gustaría ser comolas hermanas, pero intuye que ése no essu destino, porque ella no es capaz de

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olvidar a Atanarik.Llegan más advertencias desde del

Sur, se avecina la guerra. Los rumoresque se extienden por toda la ciudadhablan de un desembarco. Las hermanasinquietas envían a Alodia para conseguirnoticias recientes.

En el mercado se escuchan diversashabladurías sobre lo que estásucediendo. Unos creen que es unaincursión más de los bereberesafricanos, como ya ha sucedido en otrasocasiones. Otros callan asustados, anteel avance de aquellas tropas forasteras.Se dice que nunca un desembarco debereberes ha traído tantos hombres a las

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tierras hispanas.El conde de la ciudad leva hombres

para la guerra.

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4

El sueño

Alodia trabaja de sol a sol, alegre, ya nohay tristeza desde que la luz del ÚnicoPosible mora en su alma, desde que escristiana. Es aquello lo que ha buscadosiempre, un calor suave se extiendesobre su corazón. Las hermanas la dejanlibre para ir adonde le plazca, confíanen ella, y nadie la persigue ya en laciudad.

Al atravesar la retícula ordenada de

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las calles de la antigua urbe romana,observa la vida de un lugar próspero yen paz: los menestrales, los tintoreros,los curtidores, el lugar donde se cuece yamasa el pan. Después traspasa lamuralla y sale por el puente por dondela antigua Vía Augusta cruza el río Sanil.Desde un cerro cercano observa loscampos de olivares, los cultivos regadospor aguas del río, y el puente y lasmurallas. Se pregunta ante esa imagen detranquilidad campestre y de calma cómoes posible que la guerra se acerque.Reza para que la invasión no llegue allí,porque intuye que con ella, Atanarikvendrá, sospecha que deshará la quietud

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que llena su alma, la serenidad querodea los campos y la ciudad de Astigis.

En un principio, los rumores que sehabían difundido por las calles y lasplazas eran solamente eso: habladurías,comadrees que entretenía a gentes queviven existencias monótonas en unambiente rural; pero en un momentodado, en la ciudad aparecen hombresheridos y derrotados, soldados yoficiales que han combatido en unabatalla que se ha perdido. Algunos deellos son trasladados al convento de lashermanas, porque desde los tiempos dela abadesa Florentina, en aquel lugar seacostumbraba cuidar a los pobres, a los

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transeúntes y peregrinos sin familia.Alodia ayuda a las hermanas,

recuerda lo que Arga le enseñó de niña,los misterios de la sanación. Se aplica aaliviar el sufrimiento de seres humanosheridos por la guerra, maltrechos por lahuida. Ella intenta obtener noticias delos que atiende, le cuentan que un granejército ha atravesado el estrecho, queacampa junto a la gran roca de MonsCalpe. Ansia saber quién está entreellos. Le hablan de un hombre muy alto,con una marca en la mejilla, quecapitanea a los invasores. Ese hombreha traído la guerra y a los bereberes. Sehace llamar Tariq.

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El sol tranquilo de la vida sosegadade Alodia parece oscurecerse por lapreocupación y la angustia. Atanarikestá cerca otra vez, quizá volverá averle.

Se vuelve taciturna, su mirada haperdido la luz que la iluminó tras el ritosagrado. Las hermanas se inquietan porella, y desean ayudarla; sobre todo sorJusta, para quien Alodia se haconvertido en una hija. Un día, al verlamás pensativa que de costumbre, lainvita a entrar con ella en la iglesia.Aunque es posible que Alodia estépreocupada por una guerra que ya hasufrido en sus propias carnes, algo le

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dice a la hermana que no es solamenteeso; intuye que la mujer del Norte ocultaalgún misterio, algo que no quiere o nopuede confiarles. Sor Justa cruza eltemplo con paso decidido hacia una delas naves. En una capilla lateral hay ungran arquisolio y, bajo él, una tumba,con una inscripción que Alodia no lograentender.

Sor Justa le explica:—Aquí descansa Florentina, nuestra

santa madre, la primera abadesa de esteconvento. Ella nos protegió en lostiempos de la invasión de los bizantinosy también tiempo atrás en la guerra civilentre los godos. Ahora que de nuevo se

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acerca una ofensiva extranjera, ahoraque se aproxima la guerra a nuestraspuertas, pídele tú también que te protejade lo que tanto temes., que nos cuide atodas.

Aquella noche Alodia tiene unsueño. Una mujer de belleza inmaterialaparece ante ella, en su cara brilla la luzde lo divino. Alodia sabe que esFlorentina. Los ojos de la aparición sonoliváceos, del mismo color que los ojosde Atanarik. La muchacha se sienteamada por aquella criatura celestial; porlo que se atreve a preguntar.

—¿Estáis contenta conmigo?—Sí, hija mía.

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Alodia se siente atravesada por unapaz que no es de este mundo y continúainterrogándola:

—¿Por qué habéis venido? ¿Quéqueréis de mí?

—Yo fui durante años la guardianade la copa. Ahora, en esta vida, micorazón sigue custodiándola. Tú tambiéntienes una misión.

—¿Cuál es?—Serás la guardiana del secreto de

la copa, no podrás revelárselo a nadie.—Yo soy una pobre mujer.—Yo te ayudaré… te sostendrá la

fuerza del favor divino. ¿Lo harás?—Sí —musita Alodia.

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Florentina la mira con una profundacompasión como una madre a un hijoque tiene por delante de sí una pruebaamarga e inevitable. Ante esa mirada,tan compasiva, Alodia pregunta lo quemás acucia su corazón.

—¿Volveré a ver a Atanarik?La visión fija sus ojos en ella,

atravesándola con una mirada en la quelate una profunda tristeza.

—Sí, pronto lo verás. Escúchamebien, en Atanarik hay ahora odio yvenganza. Es necesario, es imperativo,que no le conduzcas junto a la copa quecustodia tu hermano.

—No seré capaz de negarle nada —

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confiesa Alodia.—Debes negarle esto, si no le

conducirás a su propia destrucción.¿Quieres su bien?

—Yo le quiero tanto… sólo deseolo bueno para él.

—Si es así, no permitas que llegue asu poder la copa de ónice.

—Haré lo que me indicáis, no deseonada malo para Atanarik.

—El te destrozará el corazón.Alodia se despierta con la sensación

de la belleza de la aparición mezcladacon la melancolía que el recuerdo deAtanarik le provoca. Se levanta dellecho y se encamina al claustro, es de

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noche, una corta noche de veranoiluminada por la luz de miles deestrellas en el firmamento. Algunas deellas son estrellas fugaces. Se sienta enuna de las basas de las columnas y miraal cielo, sin una nube. Durante el día hahecho calor, pero ahora ha refrescadopor el relente nocturno.

En la temprana luz del alba, unaestrella de penetrante luz brilla en elcielo hacia el oriente. El astro sedesvanece con las primeras luces delamanecer. Contemplándolo a Alodia leparece un presagio, que quizás anunciael retorno del que ama.

La fuente mana sin cesar, ese rumor

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cadencioso y continuo parece aliviar laspenas del corazón de la doncella.

Piensa una y otra vez en su sueño.Ella es quien únicamente conoce elparadero de la copa de ónice, ella yVoto. Sabe que Atanarik regresarápidiéndole ayuda para encontrarla, perolas palabras de la visión han sido claras.No debe hacerlo y aquello va aromperle el corazón.

Pero… ¿por qué debe ocultarle algoa Atanarik? Para ella, él es el hombrenoble que la ha respetado y la haprotegido. ¿Qué hay ahora en el corazóndel que ama más que a sí misma? ¿Quéha cambiado para que un espíritu le

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avise de lo contrario de lo que una vezle había advertido?

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5

La conquista de Astigis

Astigis se transforma en una ciudad desombras. Alodia, en sus recadosmatutinos, cruza por delante de genteasustada, que habla entre susurros, haymiedo. Cada vez llegan más soldadosheridos. Relatan que ha tenido lugar unabatalla, cerca de la laguna de la Janda,unos invasores extranjeros handerrotado al ejército visigodo. Se hablade una traición. El rey Roderik ha

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muerto o ha desaparecido.Alodia va escuchando las

conversaciones. Unos nobles vestidoscon ropas de buen paño hablan en vozmás alta y parecen no dar importancia alos hechos.

—¿Qué más da ser dominados porunos o por otros? ¿Qué más da pagartributo a los godos o a los nuevosinvasores?

La sierva se da cuenta de que losdos caballeros, de origenhispanorromano, pertenecen a las másantiguas familias de la ciudad.

Pasa por delante de una antiguasinagoga, varios judíos están

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congregados en la puerta. Aunque suexpresión es alegre, hablan en voz baja.Tampoco los judíos se preocupan poraquellos que los han tiranizado durantemás de dos siglos. Lo mismo ocurre conlos siervos de la gleba, humillados yesclavizados por el orgullo visigodo.

En cambio, al llegar a una plaza,bajo las puertas del palacio delgobernador, observa preocupación ymovimiento. Astigis es una antiguaciudad, regida desde la época deLeovigildo por un noble visigodo.Escucha a unos sayones diciendo que elconde de la ciudad, y los otros noblesgodos no se rendirán sin plantarle cara

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al enemigo. Tienen órdenes deprepararse para un asedio, quizá largo.

Alodia pasa deprisa ante aquelloshombres, se dirige a la plaza dondemerca algo de pan y fruta en un puesto.Después retorna con algo más delentitud hacia el convento de lashermanas, pero no lo hace directamente,sino que se entretiene en la calleprincipal viendo pasar soldados heridosque siguen llegando, procedentes delSur. Unos cuantos atraviesan la callegalopando con prisa, casi se la llevanpor delante. Con su pequeño hato llenode pan y fruta, se protege contra unapared y observa a los restos del ejército

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visigodo: los supervivientes de Waddi-Lakka, una larga comitiva de soldadoscon aspecto de haber combatido.Reconoce a algunos de ellos: oficialeswitizianos que caminan con la cabezabaja, abochornados por la actitud de sussuperiores, saben que el reino ha caídoen manos extranjeras, por la traición desus capitanes. Ahora, se suman a lasdefensas de la ciudad.

Entre los soldados, se repite una yotra vez el nombre de Oppas y Sisberto.Ha corrido el rumor de la perfidia delos hermanos de Witiza. Uno de suspartidarios le comenta a otro en vozalta:

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—Sisberto, un renegado y untraidor… dicen que se ha dirigido aToledo para cobrar el botín, parahacerse con el trono.

—No le arriendo la ganancia, pareceser que el jefe de los invasores no hacumplido las promesas que hizo a loshermanos de Witiza… Los extranjerosse están adueñando de todo.

Alodia se acerca a aquellos doshombres, le piden algo del pan queacaba de mercar, quiere averiguar quiénes el jefe de los invasores.

—Un demonio del desierto, vestidocon túnica blanca, y una marca en lamejilla… Los hombres de África le

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siguen ciegamente.Alodia les agradece la información

con la cara enrojecida por la emoción yla vergüenza.

Retorna al convento. Al llegar, larodean las hermanas, que deseanconocer quiénes son los invasores, sirespetarán el lugar sagrado, si creen enel mismo Dios que ellas. Todas estánávidas de conocer qué va a ocurrir.Alodia no puede aclararles nada.

Mientras las monjas se refugian en eltemplo y rezan solicitando lamisericordia divina, la sierva se alejade ellas, preocupada y entristecida, atrabajar en la huerta y en la cocina.

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Al día siguiente, cuando de nuevosale a hacer los recados de cadamañana, le acucian para que recabe másnoticias.

Tras hacer sus compras, Alodia sedirige de nuevo hacia las puertas de laciudad, hacia la vía principal, por allíya no acceden demasiadas gentes. Peropoco a poco, van entrando soldadosdesperdigados, quizá las tropas quepermanecieron en la batalla hasta elfinal. Son los leales al rey Roderik. Sí,aquellos soldados que alcanzan elrefugio tras las murallas los últimos detodos, han sido los que más han resistidoante el invasor.

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Entre ellos, Alodia divisa a tresindividuos con aspecto de oficiales delejército godo. Tienen trazas de hombresque han sufrido una gran pérdida,guerreros a los que algo terrible hasucedido. Uno lleva un vendaje en lacabeza, manchado de sangre. El otro tirade las riendas de un penco que cabalgadespacio, exhausto. Sobre el caballo, sederrumba un hombre joven con cabello ybarba que un día fueron claros, ahoraoscurecidos por la suciedad.

Alodia reconoce a aquel hombreherido, que se agarra con dificultad a lascrines del caballo y se dirige a los quele acompañan:

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—¿Es Belay?—Sí —responde uno de ellos, un

hombre alto de barba oscura—. ¿Quiéneres?

—Me llaman Alodia, un día suamigo me ayudó… Os ruego, mi señor,que vengáis conmigo… sé dónde puedencurarlo.

—Me llamo Tiudmir, este otro queme acompaña es Casio. Pertenecíamosal ejército de Roderik… Nuestrasheridas son leves, pero Belay estágrave.

—Venid conmigo…Por el camino hacia el cenobio, le

confirman a Alodia noticias que ella

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había escuchado ya: el rey ha muerto, eltesoro real que llevaba en la batalla hasido tomado por los invasores, que estánsedientos de botín y prisioneros.

Las puertas del convento se abren,dejando pasar el ruido del desorden, losgritos y los quejidos lastimeros; el olora sangre y a putrefacción. Las hermanascorren de un lado a otro atendiendo a lasvíctimas de la guerra. Tiudmir y Casiollevan a Belay hasta el claustro, dondelo depositan en un improvisadocamastro, al cuidado de las hermanas;después se marchan para incorporarse alas defensas de la ciudad.

El espathario real ha sido herido por

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un tajo en el costado, que se ha infectadoy le provoca fiebre. En los díassiguientes, la sierva le cura con grandelicadeza. Poco a poco, gracias a suscuidados, se va recuperando e intentahablar. Mientras ella le lava con agua elcorte y lo limpia con vino, Belay relatacómo fue la batalla. Atanarik ha abiertolas puertas de Hispania a los hombresdel desierto, ha traído a los bereberes.Los witizianos creían que iba a resolversus problemas, pensaron que vendría ensu ayuda. Sólo cuando ya era tarde, sedieron cuenta de que ésa no era suintención. Atanarik, el antiguo Capitánde Espatharios, busca hundir el reino

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godo. Sus tropas, los hombres deldesierto, han arrasado las tierrasibéricas, pero la entrada de losbereberes no es una incursión sin máspara conseguir botín; no sólo quierencautivos y caudales, avanzan ocupandolas tierras hispanas. «No —le dice denuevo Belay a Alodia—, no es una raziacomo las que ocurrieron años atrás enlos tiempos de Egica y Wamba. Ni unacampaña de apoyo al rey Agila…»Detrás del afán de saqueo hay una menteque quiere conquistar el reino: la deAtanarik. Belay lo ha visto en la batalla,atacando la tienda de Roderik, lleno deodio y de furia. Ahora, se arrepiente de

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haberle ayudado unos meses atrás, en suhuida hacia África.

Alodia ahora comprende que algo hacambiado en el que ama. La visión quele había avisado de que en él había odioy venganza no era una advertenciaerrada. Ni siquiera su nombre es elmismo, todos le llaman ahora Tariq.Alodia sabe bien, desde los tiempos enque aprendía los rudimentos de laciencia profética, con la sacerdotisaArga, que el nombre marca a la persona.Ahora que Atanarik posee un nombrenuevo, él mismo debe de ser un hombredistinto al que era.

La sierva se apresura a terminar la

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cura. Le duele mucho todo lo que elcapitán le cuenta; por eso, al acabar, sedirige con decisión a la basílica. Entrelas sombras, Alodia se abisma en suspensamientos, alzando una mudaplegaria. Fuera en el claustro seacumulan los heridos. Puede oír lasvoces del dolor, el lamento de la agonía.Pocos días más tarde, el ruido detrompas desde las torres atraviesa laurbe. Los vigías señalan en la llanura aun ejército que se aproxima. Prontocercarán la villa. Se sabe que otrasciudades próximas se han rendido sinapenas luchar, y han sido respetadas;pero las autoridades de Astigis deciden

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oponerles resistencia.Al oír que el enemigo se aproxima,

Belay se incorpora del lecho,vistiéndose las ropas y saliendo delcenobio. Alodia al verlo aún débil,intenta detenerlo, pero él hace casoomiso y prosigue su camino. Afirma conrotundidad que se encuentra ya fuerte ydebe retornar a la lucha: su puesto estáallí.

Alodia lo ve marchar con ciertamelancolía, Ella se siente de nuevoencerrada entre los muros del convento.Hace días que ya no sale a la calle acomprar. ¿Para qué? Los víveresescasean, no hay ya mercado en la

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ciudad. Las hermanas viven de lo queproduce el huerto, de lo poco que hanalmacenado. Hay muchas bocas quealimentar dentro de las paredes delcenobio. La comida se hace paupérrimay comienzan a pasar hambre. Reservanlo que pueden para los heridos.Trabajan desde el alba y a menudosiguen tras la puesta del sol,iluminándose con las luces de loscandiles.

El cerco se hace muy duro. En elinterior del convento se produce unmomento de calma en el asedio antes decomenzar la batalla. Aunque sigue sinhaber casi nada que comer; poco a poco

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hay menos bocas que alimentar. Losheridos que se agolpaban en el claustrovan menguando. Unos mueren, otros securan y se disponen a participar en ladefensa de la ciudad. Poco a pocodisminuyen algo las labores de sanacióndel convento; por lo que Alodia sedecide a salir de nuevo a la calle.

Se encamina hacia las murallas de laciudad. Allí, desde una barbacana, oteaa lo lejos, entre los olivares ysembrados, el campamento enemigorodeado por banderas multicolores queondean al viento. Desde su atalaya,Alodia divisa las figuras de unosoficiales enemigos que se acercan a

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conferenciar: al parecer, piden larendición de la plaza. Les lidera unhombre alto con largos ropajes de colorclaro, podría ser Atanarik, aunque no lodistingue con claridad. El corazón de lasierva parece romperse.

Aquel hombre propone la sumisión,a cambio se respetarán las vidas y laposición social de las gentes en laciudad. El conde de la plaza no se fía,cree que no cumplirán lo pactado, seniega a entregarles la plaza. Sonhombres recios los que quedan enAstigis, casi todos del partido del finadoRoderik. Aunque quedan aún witizianosfieles a su país; la mayoría de ellos ha

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huido al Norte, a la corte de Toledo,donde intenta conseguir que sucandidato, Agila, acceda al tronovisigodo, sin sospechar todavía que elreino de Toledo ha muerto.

La ciudad de Astigis resiste todavíaun tiempo rodeada por las tropas deTariq, quizá cansadas por los combatesprevios; hasta que una mañana seescuchan trompetas, que anuncian lallegada de tropas de refuerzo alcampamento enemigo. Al frente de ellas,un hombre: el conde Olbán de Septa. Seincrementa la presión sobre la ciudad,que aguanta el sitio protegida bajo lasmurallas y abastecida de agua por el río.

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Mientras tanto, los soldados de lamedia luna realizan incursiones por lospueblos vecinos. A la vuelta de una deellas, en la confluencia del río Blancocon el Sanil, en un lugar donde hay unafuente, apresan a un pastor al quetorturan, hasta que les revela una entradaescondida en las murallas.

Pocos días más tarde, cae la granpuerta, la que se abre al puente sobre elSanil, y las banderas bereberes, las milbanderas beduinas formando unaserpiente multicolor, entran en la ciudad.Al mando se encuentra, Atanarik. Elcombate dentro de los muros de Astigises feroz, no hay piedad para la

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población que se ha opuesto al poder delos ismaelitas. Se disputa casa a casa,palmo a palmo. Desde lo alto, desde unterrado, Alodia puede divisar a Atanarikluchando, los ojos chispeantes de odio,toda su faz encendida por la furia,golpeando a un enemigo. Tras rematarle,le ve alejarse, galopando por lascallejas, hacia el palacio delgobernador.

El haberle visto así, lleno de rencor,hace que le parezca a Alodia un serextraño; no se asemeja a aquel a quienella amó, al guerrero recto y bondadoso,que se compadeció de ella y la protegióen su huida del poblado, el hombre

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deshecho por la muerte de su amadaFloriana, el hombre justo.

Baja del terrado y pegándose a lasparedes para no ser descubierta, se alejade allí, cruzando la ciudad. De pronto,escucha los cascos de unos caballosgalopando deprisa, la sierva se protegetras una columna, bajo las ruinas de unaantigua mansión romana. En esemomento, Alodia lo ve pasar de nuevo,un ferviente seguidor de la bandera de lamedia luna.

Detrás de él sus hombres gritan:—Tariq ben Ziyad… ¡Tariq! ¡Tariq!Aquel grito le golpea el corazón:

¡Tariq! ¡Tariq! Para ella no es Tariq,

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para ella siempre será Atanarik, el queama su corazón.

Tras el paso de los jinetes, prosiguela huida hacia el convento. Allí espera.Asustada. No quiere verle y, al mismotiempo, es lo que más desea en elmundo. Está segura de que vendrá a porella.

Pasan las horas. Al convento lesllegan noticias del conquistador, creenque es un bereber. Dicen que es unhombre orgulloso, incapaz de clemencia,que desprecia a los vencidos. Alodiasiente que no es así; recuerda la largahuida desde Toledo, el tiempo en el quela recogió en las montañas del Norte,

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recuerda bien su bondad. No. Atanarikno puede haber cambiado tanto.

Pasan las horas de una espera cadavez más tensa.

Un jinete se detiene en la puerta delconvento, las hermanas intentanprohibirle el paso. Alodia oye la voz deAtanarik, airada, pronunciando sunombre: «¡Alodia!», y después: «Buscoa la sierva. ¿Acaso ha muerto? ¡Osmataré a vosotras si no la habéiscuidado! ¡Sufriréis mi castigo si algo lehubiese ocurrido!»

Finalmente, penetra en el interior delconvento, deshaciéndose conbrusquedad de todo el que intente

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interponerse a su paso. Busca a Alodia.Las monjas revolotean asustadas.Escucha los gritos de protesta de sorJusta, de Rufina y de la abadesa.

La sierva escucha una llamada, envoz muy alta, como un rugido:

—¡Alodia!El grito atraviesa el corazón de la

doncella que, inmóvil, espera su venida.Retornan de nuevo a su mente laspalabras de la abadesa en su sueñoprofético. Recuerda todo lo que le harelatado Belay. Ella debe proteger lacopa, no puede dejarse llevar por aquelamor ciego.

Aguarda unos instantes escondida

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mientras escucha cómo Tariq injuria auna hermana y a otra, con impaciencia,pero llega un momento en el que noaguanta más y se hace ver.

Súbitamente, sin poder evitarlo, seencuentra hundida en sus brazos,apretada contra el pecho del que ama.Con un gesto, Atanarik ordena a lashermanas que abandonen aquel lugar,que les dejen solos. A lo que las monjasobedecen sin tardanza.

El la separa de sí, y con pesar lerevela:

—He matado a Roderik.Ella balbucea.—Sé… sé que ha muerto.

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Camina, convertido en una furia, porla habitación, mientras le va diciendo aAlodia:

—Pero mi venganza aún no hallegado. Ahora sé que él no asesinó aFloriana. Cuando agonizaba, ante elDios Todopoderoso, me juró que no lohabía hecho. Sólo quiero saber una cosa,si no mi venganza nunca será completa yjamás podré tener paz. ¿Quién lo hizo?Tú viste el crimen. Cuéntame de nuevolos detalles…

—Ya os lo relaté, se trataba de unhombre alto, encapuchado…

—Roderik en su agonía me habló deljudío…

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—Él no pudo haberla matado, eso esimposible, el judío adoraba a su nieta,lo sé bien porque yo les servía demensajera; Samuel había puesto todassus esperanzas en Floriana. El judío esun hombre bueno, incapaz de matar. Elhombre que la asesinó era alto y fuerte.

—Pudo habérselo encargado aalguien. ¿Vistes alguna vez a alguienvestido así?

En ese momento, mientras intentarecuperar sus recuerdos, Alodia sedetiene y finalmente afirma, lentamente:

—Así vestían los hombres de laGnosis de Baal.

—¡Debo ver al judío! Vendrás

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conmigo. Te necesito, Alodia…Ella le mira con los ojos llenos de

lágrimas. También ella le necesita a él,pero de otra manera, Tariq prosigue:

—Tengo la copa de oro, la copa depoder. Tú sabes dónde se oculta la copade la sabiduría.

—No os lo puedo decir…Los ojos de Atanarik, toda la

expresión de su rostro, se llena de furia.—Debes hacerlo.—No puedo.—He encontrado a un Dios terrible y

guerrero. Un Dios que destruirá estereino corrupto y lo cambiará. El Dios dela guerra, el Clemente, el

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Misericordioso para con sus fieles, perotambién el Vengador, el Dios terribleque destruye a quien se le opone.

Alodia le observa con tristeza, tienelas manos cruzadas sobre su falda, lassepara y replica con expresión dulce:

—El Único Posible es el Dios delAmor… es mi Padre. Ahora, yo soycristiana.

—No. Eso es absurdo. Tú misma meenseñaste la Fe en el Único. El dios delos cristianos no es Uno, son Tres. Loscristianos adoran a un hombre, sonpoliteístas. Ahora, yo sirvo al Único, aAllah, a un Dios terrible que debe serimpuesto en los corazones. Hay un solo

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Dios —exclama con ojos de iluminado—, un Solo Dios y Mahoma, su profeta.

De nuevo, con palabras suaves ymesuradas, sin enfadarse, en voz queda,Alodia se le enfrenta.

—Creo en Jesucristo, creoverdaderamente en Él; Verbo Unigénitodel Padre. Un solo Dios verdadero, tresPersonas distintas.

—¡Blasfemas! ¡Jesús es un profetamás!

—No —dijo ella—. Es mi Dios.—¿Qué dices, mujer? Tus palabras

son sacrílegas. Éste es un reino deinfieles, debe ser sometido a Allah,debe ser cambiado.

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—Hubo un tiempo en que vosdecíais que queríais ante todo la paz,que queríais la justicia… Sólo habéistraído la guerra.

—Después de la guerra vendrá lapaz. Para ello necesito tu ayuda.

—¿Para qué?Tariq lleva consigo una faltriquera,

la abre, extrayendo con reverencia unobjeto.

—Ésta es la copa de poder, la deoro, pero está incompleta, necesito laque tú conoces, la de ónice. Ayúdame aencontraría; con ella, venceremos… yEse a quien tú llamas el Único Posiblereinará sobre estas tierras.

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—No puedo. No. No debo.—Lo harás quieras o no.Él suelta la copa y la aprisiona entre

sus brazos.Alodia intenta defenderse del abrazo

de alguien que se encuentra poseído porla pasión.

—Las mujeres no sois nada, soistierra, tierra donde poner una semilla.No se puede confiar en una mujer.

—Vos lo hicisteis…—Lo hice y me traicionó.—Yo… siempre os he ayudado.

Dejadme, dejadme vivir en paz.—Quiero la copa…—No puedo… —repite Alodia.

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—Quiero la copa y te quiero a ti.Eres mía, tú lo sabes, lo eres desdetiempo atrás. Siempre me has querido…,¿crees que no lo sé?

Tariq la estrecha fuertemente, lerasga los vestidos, busca su boca, elescote de su túnica, la besa por todaspartes, ella se resiste.

—No. Así no. —Llora ella—. Yo osamo; vos me salvasteis, pero no deboconsentir lo que es impuro. Recordadque yo huí de lo mismo que ahora vosintentáis hacer. Os ruego me respetéis.¡Os lo suplico!

Ante la queja de la doncella, ante suvoz dolida, él se detiene.

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Tariq la contempla un instante y ensu corazón, endurecido por la guerra,narcotizado por haber bebido de la copade poder, se abre paso la compasión.

Alodia se tapa la cara con lasmanos, entre sollozos. Se escuchanruidos fuera. Alguien llama a Tariq.

Cuando Alodia consigue serenarseun tanto, baja las manos, está temblando,no puede tenerse en pie y cae al suelo,doblada sobre sus rodillas; al tiempoque se da cuenta de que él se ha ido.

Se ha salvado de su odio, de sulujuria; pero de modo incongruente, sesiente abandonada.

Con dificultad, la doncella se

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levanta y sale de aquel aposento contodas sus vestiduras revueltas. Seencuentra con las miradas compasivasde las hermanas, quienes piensan que hasido violentada. Sólo ella sabe que noha sido así.

Enrojece de vergüenza al ver elrostro blanco y puro de las hermanas.

—Debo irme. Él volverá. No podréresistirme.

—Sí. Hija mía… pero ¿adonde irás?—Con los soldados que se retiran…—Necesitas alguien que te

acompañe.—No. Sé cuidarme sola. Siempre lo

he hecho.

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—Han puesto una guardia en lapuerta, no puedes salir de aquí.

—Sí, puedo. Saltaré la tapia delhuerto…

Le dan comida y algunas monedas.Ella se dirige al arquisolio, a la tumbadonde tuvo la visión. Le pide ayuda.Después, acompañada por las hermanas,salen al huerto, apoyan una escala en latapia, por la que Alodia asciende con supequeño morral, y con un gesto suave sedespide de ellas.

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6

La huida de Toledo

Huye hacia el norte, huye de Tariq, unhombre que no parece el mismo que ellaha amado y, a pesar de ello, su amorhacia él no ha muerto del todo, se hateñido de una añoranza infinita hacia loque fue y ya no es. Se aleja de él, con elalma desconsolada por la violencia queha sufrido e inquieta por el destino de lacopa. No duda de que él la perseguirá,que seguirá cada uno de sus pasos, no

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porque la ame, sino porque él, Atanarik,desea ante todo la copa de ónice yAlodia es la única persona que puedeguiarle hasta ella.

Ahora que lo ha visto, que ha sentidoen sus propias carnes la ferocidad delfanático, ahora que ha hablado con él,entiende claramente el peligro. Tariqestá lleno de afán de venganza, derencor. No, él no debe encontrar la copasagrada, no sólo porque es peligrosopara las gentes de las tierras ibéricas,sino sobre todo porque intuye que unobjeto tan sagrado no puede caer en lasmanos de alguien tan lleno deresentimiento como el que ahora se hace

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llamar Tariq.No sabe adonde dirigir sus pasos.

Quizá debiera advertir a Voto que lacopa está en peligro; pero no puedeacercase a su aldea. Si la descubren, lamatarán por haber huido del sacrificio alque había sido destinada desde niña.Además, el camino hacia el lugar de suinfancia es demasiado largo para ella.Mientras aclara sus dudas, descubregrupos de fugitivos que se dirigen aToledo y decide unirse a ellos. Allí viveSamuel, el judío. No sabe bien elporqué, quizá porque no conoce a nadiemás, pero intuye que el judío, quesiempre fue amable con ella, podría

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ayudarla. Así, Alodia deshace el caminoque meses atrás la condujo a la villa delrío Sanil, retornando a través de laSierra Morena hacia la ciudad junto alTagus, en las tierras de la meseta.

Tras muchas leguas de camino, notaa alguien a su lado, es Cebrián. Elmuchacho se refugió en Astigis,vagabundeó por las calles cuando ellaestaba enferma. Después fue levado parala guerra en el Sur; y tras la derrota deWaddi-Lakka volvió. El chico la buscóen el cenobio, pero las hermanas ledijeron que ella había huido hacia elnorte, que se había ido con la larga colade refugiados que partía hacia Toledo.

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Desde ese momento, él no paró hastaencontrarla; quiere estar al lado deaquella que le cuidó tras el fallecimientode su madre.

La larga caravana se extiende comoun gran gusano hacia el norte buscandola seguridad de la capital del reino.Toledo no puede caer, allí resistirán a lafuria musulmana. La comitiva humanaque intenta llegar a Toledo cruza losríos y enfila el camino a los riscos, quese vislumbran a lo lejos. El poderosoejército visigodo se ha deshecho, se haconvertido en unos cuantos guerrerosdesarrapados que huyen por las tierrasdel valle del Betis, buscando la

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seguridad de la meseta. Alodia escuchalas conversaciones de los vencidos, sumelancolía y tristeza tras la derrota. Amenudo los huidos callan, porquecuando la tristeza es muy honda, esdifícil de expresarla en palabras.

Entre la muchedumbre, caminanalgunos clérigos, quienes afirman que laocupación extranjera se debe a lospecados de los hispanos, es preciso quese arrepientan del mal que hayan hecho;pero muchos de ellos no saben a quépecados se refieren, padres y madres defamilia que viven de su trabajo,menestrales de la ciudad, labriegos, quehan perdido sus tierras, los talleres en

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los que trabajaban, sus animales y susbienes. A todos les sostiene unaesperanza, quizá Toledo resista la furiadel invasor.

Se internan por las serranías, notransitan por la calzada que une Córdubacon Toledo sino que cruzarán el valle deAlcudia, más al norte, entre bosques dealcornoques y pinos. Pronto a la largafila de fugitivos se unen pobladores deotras ciudades de la Bética; algunos delos recién llegados les avisan de que lossarracenos han dividido en cuatro partesel ya enorme ejército invasor, que hasido incrementado con hombresenviados por Olbán, con bereberes que

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han cruzado el estrecho e incluso conárabes que quieren sumarse a la guerracontra el infiel. Alodia escucha que lastropas de Tariq están saqueando dosciudades al sureste: Elvira[30] yMalaca.[31]También oye que ha enviadoun contingente de tropas hacia elextremo más occidental de la Bética,junto al río Urrium,[32] y que ha tomadola ciudad de Moguar.[33]

Unos soldados godos que se hanunido recientemente al grupo de gentesque se dirige al norte, les informan queOlbán ha regresado a IuliaTransductina[34] para seguir coordinandoel paso del estrecho. El conde de Septa

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es para todos un traidor y como talpasará a los romances y a la historia.Entre ellos, corre la leyenda de su hijaFloriana cargada de sensualidad y tintesoscuros, de aromas de venganza. Alodiano puede escuchar todo aquello que sabefalso o desfigurado y se aleja de lasconversaciones, aislándose con Cebrián.

Desde lo alto de la sierra, losprófugos divisan la ciudad de Córduba,rodeada por el meandro del río con lastorres de las iglesias y el antiguopalacio godo; la ciudad humeaincendiada por las tropas invasoras.Tariq ha enviado a su lugartenienteMugit al Rumí, el Bizantino, hacia

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Córduba y a las poblaciones cercanas.El sarraceno está asolando con susrazias e incursiones todo el valle delBetis.

Al divisar los incendios a lo lejos,Alodia acelera su paso, debe llegar aToledo cuanto antes, está segura de queTariq ha enviado a gente en su busca.Junto a la sierva, Cebrián salta hablandosin parar. Le cuenta que en Astigismendigó por las calles y sobreviviócomo pudo. Alodia logra entender que elchico participó en la batalla de Waddi-Lakka, con su jerigonza inacabable lenarra cómo los «malos» —refiriéndosequizás a los witizianos— se pasaron al

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enemigo. Ahora está contento, con lasierva se siente a gusto, de cuando encuando habla de su madre, expresándosecomo siempre, como si estuviese viva yla fuese a ver al día siguiente.

Entre los huidos hay gentes de todasclases; escapan a otros lugares dondetienen familia o hacienda. Son deciudades, de aldeas que se han opuestoal invasor y, por tanto, han sido tratadassin piedad por aquellos nuevosdominadores. Sin embargo, entre ellos,algunos opinan que los bereberes no sonpeores que los godos, y que lo másadecuado sería no enfrentarse a ellos.Refieren que las ciudades que se han

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rendido sin guerrear no han sufrido laira del vencedor.

Una matrona madura con varioshijos comparte la comida con Alodia yCebrián, un pan blanco pero ya correosopor el viaje, que a la sierva le sabe bien.Ella, por su lado, divide con la mujer lopoco que le han podido proporcionar enel convento, pan moreno, queso yalgunos frutos secos.

Atraviesan colinas de mediana alturacubiertas de olivos. Más allá les rodeanencinares y las montañas van creciendoante su vista. Al fin llegan a un valle,lleno de alisedas, fresnedas y adelfares.La Sierra Madrona les recibe. Grandes

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bandadas de aves surcan los cielos.Cebrián señala el vuelo de una

oropéndola. Alodia sonríe. Aquel lugares hermoso, durante unos instantes leparece que la paz que la habíaabandonado en Astigis ahora retorna aella.

Al caer la noche, una luna llena, entodo su esplendor, ilumina el valle.Desde la montaña puede ver cómo ungrupo de hombres a caballo iluminadopor hachones encendidos siguencabalgando a pesar de la oscuridad.Quizás aquellos jinetes la esténbuscando, enviados por el que ella ama.

Una y otra vez piensa en Atanarik.

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¿Cómo ha podido cambiar tanto enaquellos meses? ¿Por qué está ahora tanlleno de odio y de pasión? Algo le hatrastornado. Desilusionada,profundamente dolida, vuelve a sucabeza el abuso al que intentó someterlacomo si ella fuese un objeto de suposesión, tornando un acto que debieraser de amor en un acto de dominio.Tiempo atrás, en su viaje al Sur, lahabía respetado siempre. Se habíasentido protegida a su lado. ¿Por quéaquella transformación? Se repite a símisma una y otra vez que Atanarik no esasí; algo le ha convertido en un seriracundo y lujurioso.

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La noche se le hace larga. La siervano puede conciliar el sueño. ¿Adonde leconduce la vida? Han pasado variosaños desde que huyó de su poblado yAtanarik entró en su existenciaarrastrándola hacia el ahora caído reinode Toledo. A ella, a la pobre montañesade las montañas pirenaicas, el país delos godos le había parecido un lugarinquebrantable, inexpugnable, poderoso.Sin embargo, en poco tiempo, el reino seha desintegrado por la conquista de loshombres del desierto, por la guerra civilque asola el país. Se sorprende una yotra vez pensando en Atanarik: aquelque había sido un noble godo, un

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gardingo real, lucha ahora contra suspropios compatriotas. Siente que sumundo se ha trastocado por completo.

Se hace de día y la multitud deprófugos se levanta. Cerca hay unafuente donde las mujeres se lavan,algunas bañan a sus hijos. La sierva sacasu pequeño peine, aquel que le regalóFloriana, y se acicala los cabellos. Otrodía de marcha hacia el norte.Descienden ya la sierra. Ahora están enuna llanura ondulada. Aquel lugar queatraviesan es el mismo que ella yAtanarik cruzaron cuando huían deToledo.

Tras varios días más de caminata

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avistan los muros de la ciudad. Laspuertas están abiertas permitiéndoles elpaso. No ven signos de preocupaciónentre los toledanos; tampoco deresistencia a los invasores. Loswitizianos han desplazado a los altoscargos en la urbe regia. Ahora controlanel palacio del rey y las calles. Hanlanzado bandos en los que se habla delos conquistadores como delibertadores. Oppas predica desde laiglesia de los Santos Apóstoles que hayque rendirse a los extranjeros hasta queDios mejore los tiempos; él y susfamiliares han hecho lo mismo parasobrevivir. Nadie habla de que tengan

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distinta fe o creencias, se dice que sonarrianos, que no creen que Cristo seaDios, pero que le respetan como profeta.Se dice que no son otra raza porque losbereberes más allá del estrecho en pocose diferencian de las gentes de lapenínsula Ibérica. Se dice que hablan sumismo lenguaje, porque muchos de loshombres de Tariq son capaces de hablarun latín de baja latinidad, con un acentodistinto pero comprensible a los oídosde los hispanos. Hay muchos rumores,pero nadie sabe, en realidad, nada.

Los refugiados provenientes de lastierras de la B ética intentan explicar alas gentes de la ciudad que realmente

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han sido invadidos por extranjeros dedistintas costumbres y religión, que nocreen en lo que ellos creen, que norespetarán sus costumbres, pero lostoledanos prefieren la tranquilidad, nocomplicarse la existencia. Algunos delos huidos se aposentan en Toledo, perola mayoría, dándose cuenta de la pocaseguridad de la urbe regia, prosiguen sucamino dirigiéndose hacia las montañas,hacia la sierra de Gredos, o aún másallá, hacia la cordillera Cantábrica o elPirineo.

Para Alodia se ha cumplido unaetapa de su largo viaje. Se dirige a lacasa del judío, la acompaña Cebrián. La

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sierva le indica que debe esperarle. Elchico la observa con expresiónentristecida sin entenderla bien. En sulenguaje farfullante responde que laesperará, pero que si tarda muchoentrará a buscarla.

Alodia llama con la contraseña quesiempre ha utilizado pero no le abren lapuerta. Vuelve a llamar; esta vez untoque rápido, sin ninguna cadenciaespecial. Piensa que quizá se hacambiado la consigna. Al fin se abre lapuerta y un hombre de pequeña estaturase dirige a ella de modo desabrido.

La prófuga solicita ver a Samuel. Elcriado, que inmediatamente la reconoce

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como la servidora de Floriana, tambiénrecuerda de modo vago que tuvo algoque ver con la muerte de la dama. Lahace pasar y va a buscar a su amo.

Pronto llega el judío. Alodia seinclina respetuosamente ante él; quien lehabla con cierta dureza.

—Huiste de mi casa, a la quepertenecías. ¡Eres una sierva! Tu culpaes grave.

—Mi señor —se disculpa ella—,me buscaban los hombres de Roderik,temí que vuestros servidores medenunciasen ante los soldados del rey.Es por eso por lo que huí hacia el surcon mi señor, Atanarik. Los hombres del

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rey nos persiguieron. Fui herida ypermanecí en un convento en Astigis.Hace apenas dos semanas, Atanariktomó la ciudad. Ahora viste como loshombres de África y se hace llamarTariq. Busca desesperadamente alasesino de Floriana. He venido aadvertiros: cree que sois vos.

—¿Yo?—Mi señor, Atanarik acaudilla el

ejército invasor, mató al rey en labatalla. Roderik antes de morir, en suagonía, en ese momento en el que loshombres no mienten, le dijo que vosconocíais por qué murió Floriana. —Repite—. Viene a por vos.

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El judío la observó condetenimiento, y aquel hombre ducho enlas Escrituras, aquel hombre que conoceel interior de las personas y que haestudiado una antigua sabiduría, una vezmás percibe que Alodia sabe más de loque expresa.

—Esas noticias que me relatas hacetiempo que llegaron a Toledo. Tambiéndicen que Atanarik ha conseguido unacopa, una copa misteriosa, que da elpoder a quien la posee. ¿Es cierto eso?

—No lo sé.—Pues yo sí. Creo que tú sabes más

cosas; tanto sobre la muerte de mi nieta,como sobre otros misterios.

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Alodia tiembla pensando que él serefiere a la copa sagrada.

—No sé nada más que lo que osdigo. He venido porque queríapreveniros…

—Tú conoces secretos que no hasrevelado…

Ella palidece, pero no pronunciapalabra. Samuel prosigue:

—Me dijiste que en vuestra huida através de los túneles encontrasteis elantiguo tesoro de los godos. El tesorooculto en la cueva de Hércules. Visteuna mesa de oro con piedras preciosas.

Ahora los sentimientos de Alodiason de alivio, se ha atemorizado al

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pensar que su antiguo amo le podríasonsacar el secreto que no debe revelar,pero parece que al judío le interesa antetodo el tesoro escondido en losbasamentos de la ciudad de Toledo.

Así que contesta:—Sí, mi señor…—La mesa que una vez me

describiste perteneció al rey Salomón,es un tesoro muy querido para mipueblo… debes llevarme allí antes deque Atanarik vuelva y quiera tomarla.

—No sé si seré capaz de encontrarel camino.

—Lo harás. He enviado a distintoshombres a los pasadizos bajo el palacio

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del rey godo. Han explorado uno a unolos túneles, no dan con la entrada.

—En cambio, Atanarik y yo sinproponérnoslo encontramos la cueva.

—Quizás hicisteis algo que misenviados no son capaces de hacer.

—¿Algo como qué?—No lo sé.—Simplemente huimos, alejándonos

lo más posible del palacio, descendimossiempre. La cueva está en el lugar másprofundo de la montaña sobre la que sealza la ciudad de Toledo.

—Mis hombres no se atreven aavanzar más profundamente. Tú conocesla entrada, llegaste hasta allí… Bajarás

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a las cuevas.—No quiero ir —exclamó Alodia

—. Es un lugar de horror.—Lo sé, pero la mesa de Salomón

pertenece a mi pueblo y yo deborecuperarla. No es sólo por eso. Dijisteque en la cueva había muchos objetospreciosos, quizás allí esté la copa deónice que falta.

—No lo sé, mi señor.—Debemos hacerlo pronto. Antes de

que Atanarik llegue a la ciudad. Estoyseguro de que buscará el tesoro, necesitacaudales para pagar a las tropas; dineropara entregar a los árabes que apoyan laconquista, se dice que pronto cruzarán el

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estrecho. Antes también de que el rumorde un tesoro llegue a los witizianos…

Al oír que el judío se expresabacomo si los witizianos fuesen gentesajenas a él, la sierva le pregunta:

—¿No confiáis ya en ellos? —pregunta Alodia.

Samuel le revela:—Los witizianos han asesinado a

los fieles a Roderik. Han sustituidotodos los cargos públicos con personasafines a sus intereses. Han olvidado suscompromisos para conmigo y persiguende nuevo a mis compatriotas hebreos,como lo hicieron antaño, nosextorsionan buscando dinero para sus

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arcas exhaustas. Yo no estoy con nadie,yo no soy fiel a Witiza ni a Roderik. Losgodos han tiranizado a mi pueblo. Yosólo soy fiel a la estirpe de Abraham.Los que avanzan desde el Sur sonismaelitas, descienden también denuestro padre Abraham y nos salvarán.

Su expresión muestra dolor, elsufrimiento de una raza maldita, siempreperseguida, pero nunca enteramentedoblegada. Ahora, ha depositado suesperanza en un pueblo con las mismasraíces que el suyo, un pueblo semita queavanza desde el África norteafricana,asolándolo todo. Samuel sabe estoporque las aljamas judías, dispersas por

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el Mediterráneo, están conectadas entresí y transmiten las noticias de unas aotras con gran celeridad. Por ellasconocen bien el mensaje de Mahoma;saben que los seguidores del Profeta lesrespetarán.

Pasados unos instantes de silencio,Samuel prosigue con voz que intenta serconvincente:

—Alodia, tu ama Floriana y yoconspiramos para evitar que nuestropueblo fuese destruido por la tiranía delos godos. Buscábamos además el tesoroque nos pertenece y que nos ayudará aretornar a nuestra tierra, a las tierrasmás allá del mar. Ella lo encontró pero

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la asesinaron antes de que pudierarevelármelo. Debes ayudarme.

Aunque tiene miedo de los túneles,Alodia piensa que no le queda másremedio; el judío es poderoso, si noconsiente en sus peticiones, de cualquiermodo la obligará a hacerlo.

—Lo haré —accede.Samuel se siente satisfecho. Sonríe a

la sierva y llama a los criados.—Debéis alojar a la sierva.—Sí, mi señor.Después, dirigiéndose a ella,

ordena:—Esta noche, inmediatamente

después de caer el sol, entraremos en

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los túneles.Los criados conducen a Alodia a las

cocinas, le dan algo de comer, después,hacen un hueco en las habitaciones delos criados, allí hay un jergón de paja.La sierva se duerme casiinmediatamente. Su sueño es intranquilo:puede ver a Atanarik, acercándose aToledo, con aquel mismo rostro fiero,que ella pudo descubrir en Astigis.

Le parece que han transcurridoapenas unos segundos cuando ladespiertan. Se viste deprisa, con suspobres ropas campesinas. Toma elalimento que le ofrecen; aunque, por elnerviosismo, le cuesta tragarlo. Está

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asustada, recuerda con espanto lacámara de Hércules y el lago.

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7

La mesa del reySalomón

Al salir a la calle, ya se ha hecho denoche, las estrellas iluminan débilmenteel cielo, pero aún persiste el tenueresplandor del crepúsculo.

Samuel avanza con Alodia,acompañados por tres hombresencapuchados, se cubren por capasoscuras, llevan grandes sacos vacíos y

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se iluminan con antorchas. La sierva lesguía hacia el tesoro, el tesoro de losreyes godos, oculto en las profundascavernas de Hércules.

La ciudad no recuerda a la urbebulliciosa del esplendor de lamonarquía visigoda cuando al atardecerlas gentes salían a beber vino en lastabernas cercanas a la plaza. El mercadoestá ahora vacío; algunos restos deverdura caídos por el suelo,excrementos de animales, señalan queallí, durante el día, se realizan ventas,intercambios y permutas.

La noche se ha tornado cerrada peroel firmamento está cuajado de estrellas.

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Las calles están oscuras, salvo en algúnlugar iluminado por teas en la entrada decasas nobles. Al transitar por lascallejuelas, la sierva descubre quemuchas de las viviendas, deshabitadas yruinosas, han sido saqueadas pormaleantes, que aprovechan los malostiempos para medrar. Las puertas,abiertas o caídas al suelo, dejan ver elinterior desvalijado. Los nobles, que undía apoyaron al monarca depuesto, hanhuido a los predios que les pertenecíanpara fortificarse y luchar o paracapitular una rendición honrosa anteaquel enemigo extraño que parece va adominar todo el reino godo. Los siervos

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de aquellos nobles se han ido con susamos. La ruina de la capital del reino deToledo entristece a Alodia. Todo hacambiado.

Los judíos guiados por la siervaalcanzan un portillo oculto en la murallapor el verdín y los ramajes. Por aquellugar se accede a los túneles bajo laciudad. No mucho tiempo atrás, Alodiase desplazaba por ellos de la corte a lacasa del judío. Samuel hace que Alodiale preceda. Al entrar en los pasadizos,la sierva revive la huida con un Atanarikconmocionado por el asesinato deFloriana, e intenta acordarse de loslugares que recorrió no tantos meses

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atrás. Aquellos túneles son un auténticolaberinto. La sierva intenta reconstruir lahuida, le parece recordar que el caminohacia la cueva de Hércules era siemprehacia abajo. Cuando huían escapando delos soldados del rey, nunca ascendieronhasta el momento en que llegaron a lacueva. Avanza deprisa guiada por unaintuición que se va demostrando certera,cuando hay una bifurcación, optasiempre por el camino de bajada. Aveces les parece que retornan hacia laentrada, pero los túneles se vanhundiendo más y más en la roca, en lahumedad oscura y subterránea.

Subrepticiamente, la sierva observa

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a los hombres que les acompañan:judíos, hombres de confianza de Samuel;los ha visto a menudo en la casa delisraelita. Ahora, después de lo que le haexplicado el judío, ella entiende quetodos tienen un fin, una consigna: lasalvaguarda del pueblo de Israel paraevitar su destrucción, que en tiempos delos últimos reyes godos parecía casisegura.

Mientras recorren los túneles, a lolejos, se percibe un movimiento en latierra, como un relámpago queconmueve los cimientos de la ciudad. Elestruendo proviene de abajo, del lugaral que se dirigen. La sierva se asusta,

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sus compañeros detienen el paso; peroSamuel, que mira hacia delante con ojosvivos, les anima a continuar. Llegan auna bifurcación; los dos caminos anteellos se dirigen hacia abajo con lamisma inclinación, pero en direccionesopuestas. Alodia se detiene pensando.Tiempo atrás, la primera vez que bajópor los túneles, habían dado infinitasvueltas, pero recuerda que descendierona través de un regato que avanzaba haciael lago subterráneo. Uno de los doscaminos es un cauce labrado por elagua, por el que todavía discurre unbarro oscuro. Alodia elige estadirección.

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El túnel se estrecha y, el humo de lasantorchas provoca que el ambiente sehaga más y más irrespirable. Al finllegan a un hueco angosto y de pocaaltura por donde el paso ha de hacersede uno en uno, agachándose alfranquearlo. Alodia lo atraviesa, loshombres le pasan la tea encendida,entonces ella ilumina al frente la antiguacueva con el lago. La cueva del reySalomón que sustenta la ciudad deToledo. La luz de la antorcha se reflejaen las aguas. De nuevo, como aquellaprimera vez, se produce un movimientoen el interior de la gran charca. Alodiaestá segura de que hay algo en las aguas,

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le parece entrever una criatura grande yalargada. Desde la orilla del lago, conla antorcha, la sierva alumbra la entradade la cámara, abierta a un lado en lapared de la enorme gruta. Sigue igualque cuando meses atrás llegó allí con elque entonces se llamaba Atanarik.

Poco a poco, los hombres vantraspasando la abertura de entrada a lacueva. Cuando están todos dentro,Alodia le indica al judío la entrada de lacámara. Este se dirige hacia allí conrapidez. La puerta sigue abierta con loscandados rotos, ahora de nuevocubiertos por el polvo.

Con el judío, Alodia entra en la

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cámara y con una tea enciende lalámpara en forma de dragones yserpientes. Entonces, el oro y laspiedras preciosas que encierra aquellugar se hacen patentes para todos. Loshombres se detienen en la puerta, sinatreverse a entrar, con exclamaciones deadmiración. Samuel avanza torpementepor la cámara unos pasos y cae derodillas ante la mesa:

—¡Qué hermosa! ¡Qué hermosa! —repite.

La antigua mesa que la reina de Sabaregaló al rey Salomón más de milquinientos años atrás está ante él. Sobreella, una espada de bronce, de un

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tamaño grande, con forma de serpienteenroscada sobre sí misma, laempuñadura es la cabeza del ofidio,unos rubíes le marcan los ojos, queparecen vivos, en la punta muy afiladase arquea la cola. Samuel la empuñaemocionado entre las manos.

—¡La serpiente de Moisés! ¡Es laserpiente de bronce que Moisés empuñóen alto para salvar al pueblo de Israel!—exclama.

Todos enmudecen por el asombro.Los siervos del judío doblan la rodillaante la serpiente de bronce. Después, eljudío les indica que amontonen todasaquellas inmensas riquezas y las

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introduzcan en los sacos. Comienzan ahacerlo. Samuel va de un lado a otro,escudriñando todo. Alodia se da cuentade que busca la copa de ónice. Ella sabebien que no está allí. No puede moverse,paralizada por el horror de la muerteque se acumula en aquellas estancias.Muchos han fallecido allí.Entremezclados entre el oro y los restoshumanos, puede ver los huesos ydespojos de los que un día buscaron lariqueza. Todo es siniestro. Un hedornauseabundo colma la cámara; llena derestos humanos y de algo más, un olor acorrupción e inmundicia.

El silencio se interrumpe por ruidos

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en el agua del lago y un silbido extrañoque no perciben, absortos por elesfuerzo de acopiar tanta riqueza.

De pronto Alodia escucha unbisbiseo tras ella, algo se desliza sobreel suelo, algo que proviene del lago. Alvolverse, un sudor frío le recorre laespalda, porque del agua emerge un serenorme que repta por el suelocontorneándose. El monstruo protege lasriquezas de la cámara. Lo que quieraque sea alcanza la estancia iluminadapor la lámpara de largos brazos deserpientes y dragones. Es entoncescuando, en la claridad de la estancia,pueden ver cómo el dintel de la puerta

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enmarca una especie de serpienteenorme, que se levanta sobre sí misma.Su altura podría ser de más de veintepies. El extraño ser cierra la salida,alzándose enhiesto frente a ellos. Unenorme reptil, de tiempos remotos, quese balancea peligrosamente; las faucesabiertas con colmillos afilados y unalarga lengua partida en dos que silbaamenazadora.

Alodia grita, los hombresretroceden.

Sólo Samuel permanece sereno ydirigiéndose a ella, pronuncia unasantiguas palabras que detienen almonstruo. Paralizada por el conjuro, la

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serpiente continúa oscilando en la puertade la cueva.

Cuando el ofidio se detiene, loshombres que rodean a Samueldesenvainan las espadas.

El judío les grita:—¡Quietos…! Es el guardián del

tesoro.Entonces, el judío aprieta con más

fuerza el pomo de la espada de bronceen forma de serpiente. Los ojos de rubíde la empuñadura de oro brillan llenosde vida. Samuel lanza la extraña espaday atraviesa al reptil. La serpiente dellago cae en tierra herida, pero no hamuerto, intenta levantarse para atacar.

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En ese momento se produce un fenómenoinimaginable, la serpiente de broncedespierta a la vida, se transforma en otroofidio de igual tamaño que se enfrenta alreptil que tapa la puerta. Se enroscan launa en la otra, y al fin la de bronceengulle a aquella que había surgido delas profundidades del lago. Tras elenfrentamiento, la serpiente de broncevuelve a transformarse en un objetoinerte. Los presentes no saben si lo quehan visto es real o si han sido víctimasde una ilusión. La luz de la cueva setorna más brillante.

—La maldición ha sido vencida —exclamó Samuel eufórico—. ¡Deprisa,

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debemos hacernos con el tesoro!Los siervos del judío comienzan de

nuevo a llenar los sacos. Alodia sesienta a un lado, en el suelo, junto a lapared, observándoles. Los rasgos detodos aquellos hombres están llenos deafán de oro y riquezas. Pero no essolamente la codicia lo que los mueve,las riquezas tienen para ellos unsignificado más profundo, hanrecuperado el tesoro que pertenecía a supueblo, el bastón de Moisés, la mesa delrey Salomón. Con la ayuda de doshombres, el judío desmonta la mesa; laspatas pueden separarse del tablero.Meten cada una de ellas en un saco.

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El ruido que hacen apaga todosonido exterior.

Pasa el tiempo. Los hombres deSamuel han acabado ya casi de llenarlos sacos, cuando se escuchan ruidosfuera, en la cueva junto al lago.

Alodia es la primera que los ve.Junto a la puerta hay un grupo deguerreros. Son witizianos. Al frente deellos, está Sisberto.

—¡Buen amigo! ¡Buen amigo,Samuel! —exclama sarcásticamente elhermano de Witiza—. Sabía quebuscabas el tesoro, pero no sabía que telo ibas a apropiar para ti solo.

—Esto nos pertenece —contesta el

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judío—, es el tesoro que los godosrobasteis en Roma, el tesoro de Alarico,en él está la mesa, la mesa de miantepasado Salomón, eso significa quees nuestro.

—El tesoro es de los godos, es denuestro rey Agila, recientementeproclamado. Tú, Samuel, nos hasprestado un buen servicio alejando lamaldición, y guiándonos hasta la cuevade Hércules.

Los dos grupos desenvainan lasespadas. Los witizianos, másnumerosos, no tienen piedad delpequeño grupo encerrado en la cámara.Alodia ve con sus propios ojos cómo

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Sisberto atraviesa a Samuel con laespada. Los hombres que le acompañanvan siendo asesinados uno a uno.Después, los witizianos avanzan hacia eltesoro.

Entonces, Sisberto descubre aAlodia en el suelo, asustada y medioescondida. Uno de los hombres la aferrapor los cabellos.

—Déjala —ordena Sisberto—, ladejaremos aquí, en la cueva.

—¡No! —grita ella.—No nos mancharemos con la

sangre de una mujer. —Sisberto seexpresa sin un ápice de compasión en suvoz—. Morirás aquí, y el secreto del

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tesoro morirá contigo.Atan a Alodia, abandonándola en un

rincón. A continuación, cargan con lossacos, salen de la cámara de Hércules,cierran los candados de la puerta y,rodeando el lago, abandonan la cueva.

En el interior de la cámara, la luz dela lámpara de los dragones se vatornando más tenue. Alodia sabe que vaa morir. Siente horror, la estancia es unaenorme tumba, con los cadáveres de losjudíos recién asesinados y de los otroshombres, ya corruptos. Hay huesos ycalaveras. Un lugar pavoroso,escalofriante. Alodia intenta levantarsepara aproximarse al judío porque le

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parece que aún vive. Es así. Samuelhace una mueca de dolor.

—No… no… he… conseguido nada—balbucea—, yo que puedo dominar ahombres y animales por un poderinmemorial, yo que conozco un saberarcano, no he conseguido nada. He sidovencido. Mi nieta ha muerto. El asesinoquizás ande suelto… Quizá detrás de lamuerte de Floriana, detrás de la traiciónestá Sisberto, y yo ayudé a loswitizianos, a los que la han asesinado.

—No habléis…—Sí. Me han engañado. Daré

cuentas ante el Altísimo, pero Él losabe, lo sabe bien: yo sólo quería

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proteger a mi gente. El pueblo de Israeldestrozado por el cruel poder de losgodos… Señor, Señor, trae la venganzasobre estos hombres salvajes,¡Levántate, Yahveh! ¡Dios mío,sálvame! Tú hieres en la mejilla atodos mis enemigos…[35]

Samuel sigue recitando las palabrasdel salmo. El salmo tercero, el de lahuida de David frente a Absalón, elsalmo de la derrota. Poco a poco laspalabras se van haciendo más débiles,más lejanas.

Al fin, Samuel entrega su alma alAltísimo, en el que cree.

Alodia queda sola entre los muertos.

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La desolación la rodea.Pronto, cuando el aceite de la

lámpara se consuma, llegará laoscuridad y después la sed, el hambre yla muerte. Arrastrándose nuevamente, sealeja de Samuel. Se acurruca en unextremo de la cueva, donde descubreque resbala un hilo de agua por la pared;quizá las aguas del Tagus filtrándose através de la tierra.

Chupa la piedra, sedienta, las gotasde agua la reconfortan. Intenta tirar delas cuerdas que le atan las manos, perono consigue nada. Al fin se detieneexhausta, con las muñecasensangrentadas.

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La cámara, sin las riquezas que hacontenido durante siglos, parece aúnmás amplia. El hedor es insoportable.Alodia está aterida de frío, la humedadla atraviesa.

No hay ya esperanza para ella.Sólo cabe morir.Sólo una Luz, una Luz en el fondo de

su alma la conforta, ha encontrado la luzdel Único Posible. Eso la consuela. Oraa Aquel que ha sido el motivo de suhuida. Piensa en Atanarik, nunca más levolverá a ver. Quizás en la otra vida,más allá de la muerte.

Se queda dormida.Despierta.

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Vuelve a dormir y a despertar, en unduermevela intermitente. El tiempo dejade tener sentido.

Ya no tiene fuerzas para tirar de lasligaduras que le atan las manos. De vezen cuando chupa la piedra extrayendoalgo de humedad. A veces se aleja,reptando por el suelo y buscando unlugar menos húmedo y quizás algomenos frío.

Nota algo vivo en la cueva. Algovuela. Es un murciélago. Desde niña,aquellos animales la asustan. Se encogesobre sí misma.

De nuevo se duerme. Al despertarsiente sed, pero no tiene fuerzas para

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acercarse al hilo de agua en la pared.Ahora sí que ha llegado el fin para

ella.Entra en la inconsciencia que

precede a la muerte.El aceite de la lámpara deja de

brillar, la luz agoniza lentamente.La oscuridad la rodea.Intenta rezar a su ángel. Recuerda

que en Astigis le han explicado quetodos tenemos un ángel, un ángel que vadelante de nosotros y nos precede. En laoscuridad le parece ver la luz de suángel. Su ángel tiene que ser un hombrealto, de ojos castaños oliváceos con unamarca en la mejilla. En su

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desesperación, Alodia sonríe. Cuandomuera verá a su ángel.

Pasa mucho tiempo. Nunca sabrácuánto hasta que se escucha un fuerteruido. Las puertas de la cámara seabren. La claridad llena la cueva.

En la luz le parece escuchar sunombre. Su ángel ha venido a salvarla.Ve un resplandor blanco ante ella. Es elfin.

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8

Los witizanos

Provenientes del Sur, desde un otero,Belay y Casio divisan las murallas deToledo circundadas por el Tagus conpalacios e iglesias tras ellas. La ciudadparece en paz, las campanas de lasiglesias tañen acompasadamente, esmediodía. Hay guardia en las torres.Nada parece haber cambiado en lacapital del reino godo.

Los dos gardingos reales avanzan

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hacia la urbe regia entre olivos yviñedos. Su amigo Tiudmir, compañeroen Astigis y en la batalla de Waddi-Lakka, ha regresado ya a las heredadesde su familia en el Levante; las tierrasde Orcelis,[36]Bigastro y Lurqa.

Casio y Belay han caminado desdelas lejanas tierras de la Botica.Participaron en la defensa de Córdubafrente a las tropas de Al Rumí, dondefueron malheridos. Después pudieronrefugiarse en una alquería de la sierraMágina, donde sus habitantes losacogieron durante unas semanas. Allícuraron sus heridas y, ya restablecidos,reemprendieron su camino hacia el

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norte, querían llegar a Toledo, suponíanque la última resistencia tendría lugarallí, donde se concentraban los efectivosdel ejército.

Su objetivo último, que Tiudmir yaha alcanzado, era regresar a sus predios,a los lugares donde habitan sus familias,pero antes se detienen en la capital delreino. Esperan que en Toledo todavíaexista una cierta resistencia frente a losinvasores. Su sentido de la lealtad lesimpulsa a intentar la defensa de laciudad. Después ambos se dirigirán alnorte: hacia las montañas cántabras,Belay; hacia el Pirineo, el noble Casio.

Al avistar la urbe regia desde las

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colinas cercanas, una tristeza amarga seabrió en los corazones de ambos; elsinsabor tras la derrota, tras la caída deun mundo familiar y conocido paraellos. En cambio, al entrar en la ciudaddel Tagus, observan con sorpresa quetodo parece tranquilo, se escuchanapagados los ecos de la guerra. En laplaza del mercado, junto a la cuesta queconduce al antiguo palacio del reyRoderik, persiste algo de comercio,algún campesino vende verduras de lavega del Tagus, el herrero trabaja en sufragua, en una taberna aún corre el vino.

Necesitan recabar información.Quizá Sinderedo, obispo de la ciudad,

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pueda ayudarles. Desde el mercado,bajan por una calle algo más ancha, enla que solía haber talleres de tintorerosy ceramistas. Muchos han cerrado, conla guerra no llegan los productos a laciudad. Desembocan en una plaza en laque se sitúa la Sede Episcopal, laiglesia de San Pedro y San Pablo, juntoa ella una casa de piedra de dos plantasen la que solía vivir el obispo de laciudad, Sinderedo.

Ya no hay guardia en la puerta, unhombre anciano barre el zaguán deentrada con una escoba de ramas.

—¡Queremos ver al obispo!El anciano levanta los ojos,

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mirándoles extrañado.—No está… —responde al cabo de

unos instantes.—¿Ha salido?—Mi señor Sinderedo se ha ido muy

lejos…—¿Adonde…?—No sabemos, quizás a Roma…—¿Cómo?—Le llegaron noticias del avance de

la invasión africana, perdió los nerviosy ha huido.

—¿Abandonó a su grey?—Como si fuera un mercenario en

lugar de un pastor y, en contra de lospreceptos de los antiguos, abandonó el

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rebaño de Cristo y marchó a la patriaromana…[37]

Mientras pronuncia estas palabras,el criado los observa con una tristezamelancólica, apoyado en el mango de laescoba. Después, no habla ya más ysigue barriendo la puerta.

—¿Podréis vos informarnos de loque ocurre en la ciudad?

—Na… Nada bueno…—¿Quién gobierna la ciudad?—Los witizianos. Han ejecutado a

los partidarios de Roderik, ahoraesperan que lleguen las tropas delinvasor para entregarles el poder. Creenque han ganado la guerra a Roderik.

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Creen que el invasor les va a otorgarcargos y preeminencia. Sin embargo, esono está tan claro. Los hermanos deWitiza, Sisberto y Oppas, no están enToledo, se han ido también.

—¿Adonde han ido?—De momento, Oppas, el obispo de

Hispalis, ha regresado a su sede. Sedice que ha enviado diversas embajadasa Tariq, y que a pesar de sus insistentespeticiones, el conquistador no haproclamado rey a Agila, el hijo deWitiza; sino que se ha apoderado de lastierras de la Bética, despreciando tantoa witizianos como a partidarios deRoderik.

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—Y… ¿Sisberto?—El noble señor Sisberto —

responde el criado sarcásticamente—estuvo en Toledo. Tras la batalla en laque traicionó a su rey, llegó aquí comovencedor, proclamando que el reyRoderik había sido derrotado y quereinaba Agila. Sin embargo, hace un parde días ha huido también de la ciudad.Ha dejado gente de su confianza alfrente de la corte. Los que dominan elAula Regia y los cargos palatinos sonnobles de segundo orden, afectos alpartido de Witiza. No se sabe si losnuevos conquistadores los respetarán.Hace unos días llegó un correo enviado

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por Oppas desde Hispalis a mi señor elobispo Sinderedo. No debían de serbuenas noticias, porque el obispo, trasrecibir la misiva, huyó. Las mismasnoticias debieron de llegar a Sisberto,porque también, pocos días más tarde,salió de la ciudad con unos carromatoscargados hasta los topes. Correnrumores de que en los carromatos iba eltesoro real, y que se ha dirigido a laSeptimania, donde resiste el nuevo reyde los godos, el hijo de Witiza, Agila.

Al escuchar tan malas noticias, losrecién llegados se miran entre sí;abochornados y pesarosos por tantatraición.

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—No son buenos tiempos —prosigue el criado—. Tiempos detraiciones. Sé que sois nobles delpartido de Roderik. ¡Haríais bienyéndoos de la ciudad y protegiendovuestras tierras!

—Lo que nos contáis son noticiasmuy graves… ¿Nadie va a oponerse alinvasor?

—Aquí en Toledo sólo haytraición… Nadie os seguirá.

Tras recabar esta información, y trasdespedirse del siervo del obispo; Belayy Casio se encaminan hacia el palacio,hacia los lugares donde no muchotiempo atrás se alojaba la Guardia

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Palatina. Franquean el puesto deguardia, los soldados no hacen el saludomilitar a su paso. Belay saluda a uno deellos, que le resulta familiar, elcentinela le mira como si estuvieseviendo una aparición, simula noreconocerle; sin embargo, le deja pasar,no se atreve a oponerse al que fueraCapitán de Espatharios del rey.

Belay, seguido por Casio, entra enlos aposentos que un día lepertenecieron, las estancias del Jefe dela Guardia Palatina. Abre la puertabruscamente. Allí hay otro hombre:Audemundo. Está sentado junto a unamesa con unos mapas delante, frente a

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él, otros dos hombres tambiénwitizianos ocupan la estancia.

Al levantar la vista, la sorpresa lestiñe los rostros.

—¡Soy Belay, Capitán de la GuardiaPalatina! —se presenta el recién llegado—. ¿Qué hacéis aquí?

—Habéis sido relevado de esecargo… —responde Audemundo confuria.

—¿Por quién?—Por el nuevo rey Agila y por su

lugarteniente Sisberto.—Y ese a quien vosotros llamáis

rey, ¿ha sido jurado por los nobles?, ¿hasido refrendado por el Concilio?

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—Son nuevos tiempos.—Sí. Los tiempos de la traición.Los witizianos, enfurecidos ante el

insulto, desenvainan las espadas, Belay,sin mediar un instante, lo hace también.

—El rey Roderik ha caído —gritaAudemundo—, atrapado en sus propiasfelonías.

—¡No! —exclama Belay—.Traicionado por los que debíandefenderle.

Audemundo, envalentonado por sunuevo cargo, le espeta orgulloso:

—¡Ahora soy yo quien da órdenesaquí! ¡Soy yo quien manda sobre laGuardia Palatina! Veo que no habéis aún

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entendido que el rey Roderik ha caído.—Vos no os dais cuenta de que ha

habido una invasión, que peligra vuestrasupervivencia y la mía —intervienefuribundo Casio—. Venimos del Sur yhemos visto cómo ataca el enemigo,robando, destruyendo iglesias,campanas, y cómo se va acercando a lacapital. No ha respetado a Roderik, nicreo que respeten a Agila…

—Os equivocáis. Mi señor Sisbertonos ha dicho que los que avanzan sonhombres leales al rey Agila.

—¡Eso no es así! Sino, decidme¿cómo es posible que Sisberto hayahuido?

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—No ha huido. Retornará a Toledopara que el rey Agila sea coronado yrefrendado por el Concilio.

Casio se asombra ante lo que estáoyendo. En voz muy alta, airada,enfurecida, responde:

—Ese tiempo ha pasado. Os engañany os engañáis. Más valdría que nosaprestásemos a defender la ciudad.

—¿De quien?—De los invasores bereberes…—¡Estáis locos! No existe tal

invasión. Ha tenido lugar una batalla enla que las dos facciones del reino se hanenfrentado y la vuestra ha perdido.Reconoced vuestra derrota.

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—¡Convocaré a la guardia! ¡Aún meobedecen!

—No. No lo haréis…. ¡Quedáispreso!

—¡A mí! ¡Hombres de Roderik! ¡Amí, Guardia Palatina!

Audemundo sonríe, piensa que Belayno ha entendido aún con claridad cuál esla situación del reino. Ahora ha llegadoel turno de los nobles fieles a Witiza,como antes lo fue el de los fieles aRoderik. Ante él, Belay y Casio no sonmás que adversarios políticos,partidarios del rey caído. Llama a laguardia, que apresa y encadena a los dosantiguos espatharios reales,

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conduciéndoles a las mazmorras.

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9

La ocupación

Tariq envía a Abd al Aziz hacia el este,el árabe cerca Elvira[38] y despuésMalaca,[39] consiguen pactos con losseñores y obispos de ambas ciudades.Garantizan la lealtad de los lugares queconquistan dejando guarniciones queimpidan cualquier revuelta en contra delnuevo poder establecido, un poder quedomina ya el Sur de Hispania, esastierras que por estar más allá del Atlas,

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los invasores comienzan a llamar AlAndalus, los restos de la míticaAtlántida.

Habiéndose asegurado laretaguardia, Tariq se encamina al norte,Toledo. Le han llegado noticias de quelos witizianos se han hecho con lacapital del reino. Desde Astigis, subepasando Ipagro,[40] Iponoba[41], Tucci[42]

—ciudades que se someten sin guerrear— hasta llegar a Mentesa,[43] dondecruza el río Betis por el vado de la torreBlanca; más allá vadea el ríoBermejo.[44] Se encuentra al frente conlas imponentes montañas de color pardo,montañas de bosque poco tupido,

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formado por alcornoques, encinas ypinares. Las tropas musulmanasascienden por una garganta de afiladosdespeñaderos. Al dejar las montañas, unpaisaje llano se abre ante ellos, a laizquierda se divisa un pobladovisigodo[45] en la ladera de un monte. Elconquistador deja en la cima, un lugarcon buena visibilidad, una guarnición;después baja al poblado, dondeconsigue alimentos y agua para queabreven los caballos. Cruzan campos deolivos y cereal y llegan a Oreto,[46] sedeepiscopal visigoda. El obispo de laciudad los recibe y tras negociar conellos un pacto, los aprovisiona con

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víveres para ellos y forraje para loscaballos. Prosiguen por la antiguacalzada romana que une Córduba conToledo.

Las tropas marchan ahora por lameseta ordenadamente: delante, lacaballería árabe, con Tariq al frente;detrás, los bereberes del desierto, loshombres de Altahay, Kenan, Samal y demuchas otras tribus; por último, algunasacémilas con provisiones y armas.

Más allá de Oreto, las tropasalcanzan unas marismas, las marismasdel río Anas. Atardece. El sol desciendea lo lejos, en las estribaciones de laserranía toledana. Corre el viento fresco

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del inicio del otoño y unas nubes sobrelos montes reflejan la luz solar.Entonces, los hombres del desiertocontemplan un atardecer como nunca lohan visto en sus vidas, un atardecer queles recuerda a los amaneceres delSahara. Las nubes y el cielo se iluminande un color rojizo, anaranjado,bermellón. El firmamento parecehaberse incendiado por un sol que ya noestá porque ha descendido tras lameseta. Más a lo alto, el cielo se tornalila y después violáceo. Las aguas de lasmarismas adoptan el color malva delcielo. Hay silencio, sólo interrumpidopor el ruido cadencioso de los patos y el

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croar de las ranas. Los bereberes,hombres aguerridos, callan ante labelleza del espectáculo. Los montes sevuelven más sombríos y el horizonte, deun color cada vez más cárdeno, se tiñede un rojo oscuro. Las aguas plateadas,malvas, violetas y moradas, seoscurecen. Ya no queda luz. Enciendenlas hogueras. Después de ponerse el sol,bajo la luz de las fogatas, los hombresse arrodillan mirando a La Meca, dandogracias a Allah, que los ha conducido alparaíso.

Al amanecer, continúan la marcha,se detienen a mediodía en unas antiguasruinas, la fortaleza de Godalferga;[47] de

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allí emprenden el ascenso a lo alto delos Montes de Toledo, Tariq deja unaguarnición, alrededor de la cual creceríaun pueblo que se denominará como losmontes que le rodean, Yébenes.[48] Anteellos se extiende la llanura carpetana,más adelante llegan a la antiguaBarnices[49] de Ptolomeo. Más adelante,rodean por el Oeste el poblado visigodode Fonsicca.[50] El sol del comienzo delotoño les quema las carnes, y hace máslenta la subida hasta los montes, desdelos que se divisa la capital visigoda,Toledo.

Las tropas de Tariq, sin guerrear,van a entrar vencedoras a una ciudad

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medio vacía. Ante la muralla, loswitizianos les abren las puertas de lacapital del reino y se prosternan anteTariq. Los nobles fieles a Roderik hanhuido o han sido ajusticiados oapresados, por lo que no hay lucha enlas calles de la urbe. Ante el silencioexpectante de los toledanos, losconquistadores suben por la cuesta queconduce a la gran plaza, el mercado, dela ciudad. Nadie sabe qué es lo que va aocurrir, qué represalias tomarán losinvasores. Éstos hacen tocar un bando enel que pregonan que se respetarán laspropiedades y las tierras de los que serindan al poder de los seguidores de

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Mahoma.Desde el mercado, Tariq se

encamina hasta el antiguo palacio delrey Roderik. En el atrio, bajo la granarcada de acceso al palacio, la guardiase cuadra ante él. Les pasa revista.Después, en el gran patio de armas, losaltos dignatarios del reino godo lerinden pleitesía: el Conde de lasCaballerizas, el Conde de los Establos,el Conde de los Notarios y Audemundo,que ahora dirige el Aula Regia. Entreellos, una mujer, Egilo, la esposa deRoderik. Una dama de cabello castañoclaro, de complexión fuerte y de bajaestatura; mayor ya pero con cara

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aniñada. Tariq la reconoce de sustiempos en la corte; le parece ver aFloriana cerca de ella, asistiendo a lareina. Sí. Recuerda bien a aquella damapequeña de carácter fuerte.

—¿Sois los asesinos de mi esposo?—pregunta con dureza.

—Vuestro esposo murió en unabatalla —contesta Abd al Aziz benMusa.

Tariq calla.—Vos lo matasteis —los ojos de la

dama se cubren de lágrimas. Abd alAziz se siente incómodo ante la antiguadueña de los destinos de los godos, unamujer que aparenta ser débil, aunque en

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realidad no lo es.—Respetaremos vuestras

prerrogativas, mantendremos vuestracorte —promete Abd al Aziz—. Notendréis que abandonar este palacio.

La mujer baja los ojos, con decoro yaparente modestia. Abd al Aziz laobserva con curiosidad, representa laúnica continuidad del antiguo reino delos godos.

Tariq interviene. El no estima aEgilo. Floriana desconfiaba de la reina ymuchas veces lo había dejado trasluciren sus conversaciones. Dirigiéndose aella pero también a los witizianos que larodean, les informa:

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—Los cargos de palacio seránsustituidos.

Abd al Aziz confirma:—Todos los altos cargos de este

reino pertenecen ahora al califa deDamasco.

—Sí. Debéis entregar las llaves ytodo lo que os da acceso a lasdependencias de palacio —prosigueTariq.

—Hemos sido nombrados por elnoble Sisberto, hermano del rey Agila…—se defiende Audemundo.

—No existe más soberano en estastierras que el califa, el Jefe de Todoslos Creyentes —insiste Abd al Aziz.

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—El nuevo gobernador de la ciudadde Toledo —proclama Tariq— será deahora en adelante Abd al Aziz benMusa, hijo de Musa ben Nusayr,gobernador de Kairuán. Reservo para míel mando del ejército.

Audemundo y el resto de los noblescomprenden que no pueden resistirse yentregan las llaves de la ciudad, signode su poder y de su cargo a losvencedores. Los witizianos se reúnencon los hombres de Tariq, procurandocolaborar en todo lo que éstos les piden.Inmediatamente convoca al Conde delTesoro. El conquistador conoce bien loque aquel hombre custodia. Cuando no

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era más que un joven espathario real, eljoven Atanarik había hecho muchasveces guardia ante el tesoro regio, poreso sabe bien que está formado porgrandes cantidades de oro, plata y joyasque los visigodos han conseguido en lasmil guerras a lo largo de su historia. Noolvida que lo componen dos partes. Porun lado, el Tesoro Nuevo: monedas deoro y plata con las que se paga alejército, a la administración y a laservidumbre de palacio ya manumitida.Por otro, el Tesoro Antiguo, en el que secustodia, entre otros objetos, la bandejade oro que el general romano Aeciohabía donado a Turismundo tras la

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batalla de los campos cataláunicos,junto a coronas y joyas de todo tipo.

El tesoro regio constituye unareserva muy importante para el reinovisigodo y sus monarcas no han dudadoen utilizarlo para comprar aliados en laguerra y en las luchas internas. Tariqprecisa de aquel caudal para laremuneración de sus tropas.

Al ser apremiado a que entregue eltesoro regio, el comites thesauri seintranquiliza. Amenazado por Tariq yseguido por un escuadrón de soldados,el conde avanza por los pasillos oscurosy amplios, de piedra, iluminados porantorchas de gran tamaño, hasta llegar a

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una cámara que está cerrada por unapuerta de hierro y custodiada por variossoldados.

A una orden suya, la guardia seaparta y el conde saca una enorme llaveque introduce en la cerradura. Seescucha el giro de la llave, y la puerta seabre chirriando sobre sus goznes. Lacámara del tesoro se halla medio vacía,quedan aún monedas pero faltan joyas, ygran cantidad de objetos preciosos.

Tariq se encara con el Conde delTesoro.

—No. No he sido yo… —respondeel hombre aterrorizado—. Sisberto hahuido con lo que falta; dijo que tras la

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muerte de Roderik el tesoro lepertenecía a Agila. Hace unos días quemarchó de Toledo.

—El tesoro visigodo no correspondeal rey sino al estado. Vos erais elresponsable de que este caudal nosaliese de la ciudad. Permaneceréisdetenido hasta que se encuentre.

Tariq le entrega las llaves de lacámara del tesoro a Ilyas, un hombre deconfianza de la tribu de su padre. Abd alAziz protesta. El tesoro de los godospertenece al califa, deben hacerse cargode él los árabes, no los bereberes, peroTariq no escucha sus protestas.

Después el hijo de Ziyad y el resto

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de los jefes de la conquista se reúnencon el Conde de las Caballerizas, y conel mayordomo de palacio. Mantienen ensus puestos a algunos, que parecenquerer colaborar; otros son sustituidospor gentes de plena confianza.

Por la noche, el estruendo y laalegría de los vencedores se difunden enel palacio de Roderik y alcanzan lascalles de Toledo. Corre el vino. El tabíprotesta ante las bebidas alcohólicas,pero uno de los presentes, hombre yamayor y de prestigio, proveniente de lastierras yemeníes, arguye que en el Coránse prohíbe el vino, pero también se diceque en el paraíso habrá arroyos de vino,

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delicia para quienes lo beban. Ahorahan llegado al paraíso y tras el esfuerzode meses de lucha los guerreroscansados pueden beberlo. El festínconsta de todo tipo de manjares del paísconquistado: tordos sobre fondo deespárragos, empanadas de gallina,cabeza de jabalí, liebres, patos, cordero,panes, cremas y pasteles de sémola.

Aquel día, Tariq no prueba el vino,guardando las prescripciones de Alí benRabah. Quiere agradecer la facilidad dela conquista, que atribuye a Allah, elVencedor, Clemente con los que lesiguen, el Justiciero.

Los guerreros tanto bereberes como

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árabes se emborrachan y comen hastaperder cualquier medida. Alí ben Rabahlos observa con disgusto.

Al caer la noche, cansado por un díalleno de cambio y novedades, Tariqreposa en las que fueron las estanciasdel rey godo. Piensa en la copa, sientenecesidad de beber. La ha guardado enun cofre al que le es difícil acceder;pero finalmente sucumbe ante el intensodeseo y sorteando los obstáculos que élmismo se ha puesto, lo abre y acaricia lacopa de oro sin atreverse a beber deella.

Recuerda a Alodia; debe encontrar ala sierva. Sólo ella sabe dónde está la

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copa de ónice. Ha sabido que Alodia sedirigió hacia Toledo. Sus espías le handicho que ella huyó entre los que sedirigían a la capital del reino,acompañada por un muchacho con lamente dañada, le han dicho también quela han visto en la ciudad, cerca de lacasa del judío.

Algunas veces piensa en ella. Hayuna belleza escondida en el rostro de lasierva, una belleza que ha llegado aconmoverle. Advierte que Alodia ejerceun cierto poder sobre él. En Astigis, lodetuvo, cuando quiso forzarla. Ella lerechazó, como si no lo amase, cuando élsabía desde largo tiempo atrás del amor

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que ella le profesaba. Floriana, entrerisas, se lo había contado: cómo lacriadita no se movía del palacio cuandoél estaba allí, cómo les espiaba. Sí,Alodia le amaba, pero cuando le pidióla copa de ónice se negó con decisión,zafándose de él para luego escapar.Había algo fuerte en el interior de lasierva.

El recuerdo de la dama goda, deFloriana, aún le atenaza. Tras aquellalarga campaña guerrera, sigue sin saberquién la mató, aquello le molestaprofundamente, lo exaspera. Sientetambién arrepentimiento por habermatado a Roderik; ahora que tiene la

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seguridad de que no ha sido culpable delasesinato. Por otro lado, echa de menosa su padre, culpabilizándoseindirectamente de su muerte. Beber de lacopa le serena, le calma el dolor y losremordimientos, pero también excita susmás bajas pasiones. Aquella nocherecuerda unas palabras de Ziyad:«Nunca podremos emborracharnossuficientemente para no sufrir.» Por eso,aunque acaricia la copa, no bebe de ella.Quiere dejar un vicio que día a día sabeque le va destruyendo.

Atanarik se da cuenta de que élmismo ha cambiado. Desde que probó lacopa ha sentido el goce del poder, un

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placer extraño que le hace sentirsevigoroso y lleno de brío. Sí. El cáliz deoro le ha dado energía, pero el rencor,el odio y el afán de venganza le hanoprimido más y más. Otros vicios, sobretodo la lujuria, se han desatado, sinllegar a ser nunca saciados. Paracalmarse, ha probado de una mujer y deotra, siempre descontento, siemprebuscando más, nunca enteramentesatisfecho.

A pesar de las advertencias de supadre, de los avisos de Olbán, de lasprohibiciones de Alí ben Rabah, duranteun tiempo ha seguido bebiendo. Muchasveces ha querido dejarlo pero le resulta

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muy arduo. Ahora quizá lo hace conmenos frecuencia porque estáembriagado por el triunfo. Se sienteorgulloso de lo conseguido: con unamilicia de apenas siete mil hombres haderrotado al poderoso ejército visigodo.Eso le llena de satisfacción perotampoco es suficiente, siguedependiendo de la copa de oro. Confrecuencia, la acaricia como si fuera unamujer amada. Aún, de cuando en cuando,bebe de ella. Hoy, no. Es el día de lavictoria, el día de la conquista de laciudad que le despreció. Tras un tiempocorto en el que mira la copa, comienza adudar y, sin poder evitarlo, pocos

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instantes más tarde, se dice a sí mismoque sólo una vez más, que sólo una.Mañana lo dejará. Sabe que se engaña.Una vez que empieza, no puedecontrolarse y, a menudo, está borracho.

Tras beber de la copa, cae en unsueño intranquilo. Al despertar, salta dellecho y ordena que sus capitanes sereúnan. Comienza a dictar disposicionespara el control de la urbe. Respeta a loswitizianos a los que debe la victoriapero no les concede prerrogativas. Encuanto a los escasos hombres deRoderik que quedan en la ciudad, no lespersigue con saña, no los envía a lahorca ni al verdugo, su furia ha

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amainado. Ahora está seguro de queRoderik no ha sido el causante de lamuerte de Floriana, pero los hombresdel rey caído siguen siendo enemigospolíticos, por lo que procura detenerloso desterrarlos.

Ordena que algunas de las iglesiascristianas se transformen en mezquitas.Pronto —ante la sorpresa de las gentesde Toledo— el canto del muecín llena laciudad y sus habitantes se acostumbran aver a los hombres del conquistadorprosternándose en el suelo varias vecesal día para cumplir sus obligacionesreligiosas. La antigua iglesia de SanPedro y San Pablo, sede de concilios, se

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convierte en la Mezquita Aljama, cabezade todas las mezquitas de la ciudad.Delante de ella, se construye un patiopara las abluciones del ritual.

Algunos de los toledanos piensanque aquella religión puede ser tan válidacomo cualquier otra. Sobre todo, alconocer que su apostasía delcristianismo los va a liberar deimpuestos, se rinden ante Allah ycomienzan a producirse conversiones ala nueva fe. Alí ben Rabah y otroshombres santos les explican la sencillareligión en la que creen y muchos llegana aceptarla de corazón.

El orden impera en la antigua capital

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de los godos.Poco tiempo después de la conquista

de Toledo, Tariq se dirige a la casa deljudío. Al llegar, comprueba que Samuelse ha ausentado desde varios días atrás.Poco antes de que los bereberesentrasen victoriosos en la ciudad, unanoche desapareció con varios de sushombres. También, por algunosconfidentes, se entera de que hace unassemanas había llegado una sierva a lacasa del judío, una doncella que habíaservido con la dama Floriana.Comprende que sólo puede ser Alodia, ycomienza a inquietarse cuando ni a ellani a Samuel se les encuentra por ningún

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lugar, parece que la tierra se los hatragado.

Envía espías hacia el norte, haciaCaesaraugusta, y los países francos,quiere continuar la campañadirigiéndose hacia allí. Les encarga quebusquen a la sierva y al judío. Quizáshayan huido al norte. También busca aSisberto, el que se ha apropiadoindebidamente del tesoro de los reyesgodos.

Aunque los quehaceres dereorganización del reino y deprosecución de la campaña llenan lasjornadas del conquistador, a Tariq legusta recorrer la hermosa ciudad del

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Tagus en donde se crió y llegó a ser unguerrero. Suele acercarse a las gentespara hablar con ellas y practicar lalimosna, tal y como indican las normasdel Islam.

En uno de aquellos paseos, unmuchacho se dirige hacia él, comopidiéndole algo. Sin detenerse mucho leda limosna; pero el mendigo continúainsistente tras él; un mozo andrajoso,larguirucho y de ojos expresivos.Entonces, Tariq reconoce a Cebrián.

Ordena que lo conduzcan al palaciode Roderik; donde le interroga,preguntándole por el paradero deAlodia.

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El muchacho comienza a hablar, sulenguaje es prolijo e inacabable y haymomentos en los que Tariq piensa queva a perder la paciencia. Al fin, lograentender que pocos días antes de suentrada en la ciudad, Alodia y otroshombres desaparecieron tragados por latierra cerca de un lugar en la muralla. Elchico está asustado, pero en medio delbalbuceo le va explicando que al judío ya Alodia los siguieron unos hombres«malos» armados. Cuando Tariq lepregunta si retornaron, el muchacho leresponde que nadie ha vuelto a salir porallí. Al interrogarle sobre quién dirigíaa estos últimos, Cebrián le da los datos

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de un hombre que coincide con Sisberto.Una luz se hace en la mente de

Tariq. Se acuerda del tesoro. Recuerdaque el itinerario de entrada en lascámaras del tesoro no es igual al desalida. Muchos caminos conducen allago. Comprende que tanto Sisbertocomo Samuel lo han estado buscando, yquizá lo hayan conseguido ya. Tariqtambién lo necesita, lo que ha quedadoen el palacio del rey godo es claramenteinsuficiente para la retribución de lastropas.

Él, que muchos meses atrás huyó porlos túneles y acertó con el camino haciala cámara de Hércules, quizá logre

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encontrarla de nuevo.Rodeado de los hombres de su

guardia, acompañado por Abd al Aziz ypor Altahay, se introducen en aquellaberinto, que Tariq evoca con angustiay aprensión.

Lentamente van bajando. Se extravíaa menudo en el laberinto de túneles. Norecuerda con claridad nada del día en elque bajó por aquellos pasadizos.Aquella noche estaba abrumado por eldolor de la pérdida de Floriana, y sólole viene a la memoria que la sierva leprecedía, su cabello rubio ceniza,brillando bajo la luz de la antorcha.Sólo recuerda vagamente que bajaban

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cada vez más profundamente.Así lo hacen, dando infinitas vueltas

y revueltas. Tariq no nota —comoaquella vez— la sensación de que hayalgo maligno en el fondo; sino sólo fríoy humedad. Al fin, encuentra el arroyoque desciende hasta el lago; siguiéndolollegan hasta las aguas tersas y negras dela laguna, las antorchas de susacompañantes la iluminan. En aquellugar, tiempo atrás, algo se habíamovido, pero hoy eso no sucede.

Comprueba que la cámara deHércules ha sido de nuevo cerrada.

A una orden suya, los hombres abrenla puerta, que cae con un gran estrépito.

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Tariq intenta encender la lámpara, peroel aceite que solía arder allí se haconsumido. Pronto entran más soldadosen el interior de la cámara, que seilumina con la luz de las antorchas.

Las riquezas han desaparecido.Sólo quedan por doquier restos

humanos malolientes, que indican que hahabido una lucha no muchos días atrás.En el centro, las banderas, las banderasverdes que su abuelo Kusayla habíaconquistado a los árabes; pero el antiguotesoro, que él había visto con suspropios ojos en su huida hacía algo másde un año, ya no está allí.

Tariq se enfurece.

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Alguien conoce aquel lugar y lo haprofanado.

Con el pie va moviendo loscadáveres que llenan la sala, descubrelos restos del judío.

Se pregunta una y otra vez qué es loque ha sucedido, cómo han conseguidollegar allí los que ahora han muerto.¿Cómo han perdido la vida? Quizá no losabrá nunca, los muertos no hablan. Sinembargo, está claro: quienes fueran losque se han llevado el tesoro están vivos.

Sigue examinando los cadáveres.Al fin en una esquina, un bulto de

color claro con un ropaje blanco. Searrodilla y lo toca, es Alodia. Le invade

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la compasión, el pesar y el horror.Le parece que está muerta.La toca, poniendo la mano sobre su

pecho, para comprobar si aún respira.Está caliente, aún vive, al volverla

para verle la cara, el rostro macilento deAlodia se contrae de dolor. Abre losojos y esboza una sonrisa.

Ha visto a su ángel.

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Alodia y Egilo

A través de un mirador bajo una arcadaojival, una mujer de cabello dorado yojos claros, de piel blanca,extremadamente delgada, demacrada, seentretiene contemplando el horizonte.Las aves migratorias cruzan los cielossin nubes de la ciudad de Toledo, huyendel frío y escapan al sur, a la tierra delos conquistadores. Ha llegado el otoño,los días comienzan a acortarse. La mujer

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rubia, Alodia, baja los ojosdistraídamente hacia la muralla. Loscentinelas sobre las torres ya no son losespatharios de la Guardia Palatina deRoderik. En las almenas de la fortalezaondean las banderas del Islam. A lolejos, sobre las callejas de la ciudad, seescucha gritar al muecín desde la torrede una de las, anteriormente, iglesiascristianas.

Alodia, de pie con las manoscruzadas sobre las haldas de un colorblancuzco, lo contempla todo sin fijarseen nada. Sirve a la reina. Despuésparece volver en sí al escuchar la vozaguda de Egilo, la ahora viuda de

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Roderik. La faz aniñada pero firme de lareina de los godos muestra ciertodisgusto; sin embargo, no cesa deparlotear con las dueñas que laacompañan. Sentadas sobre mullidoscojines de lana, en un escaño de maderalabrada, bordan sin preocuparse de lalabor, más por entretenerse que porrealizar algo útil. Hablan de joyas,brocados y tapices de los que gustanmucho. Por lo que está diciendo, sepodría deducir que Egilo ha asumidocon conformidad dolorida el cambio enel reino. No parece que eche de menos aRoderik. Es verdad que recuerda lasfiestas y banquetes de los tiempos de su

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esposo, pero no con la añoranza del rey,sino de los placeres y comodidades dela corte visigoda. Después continúa consu charla incesante, critica duramente alos conquistadores. Los considerazafios. Las otras dueñas que laacompañan ríen complacientemente antelas palabras irónicas de la reina, que serefiere a los invasores como los«africanos». Alodia baja la cabeza, leda igual lo que digan, las risas de lasdamas, su actitud, un tanto despreciativapara con todo. De pronto, la siervaescucha un nombre que le hace levantarla cabeza con interés. La reina estádiciendo que el peor no es el extranjero;

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el más insociable y grosero es unhombre criado en la corte, el antiguogardingo real Atanarik.

Al escuchar su nombre, la sierva seaparta del mirador, da algún pasoadelante hacia donde las damas cosen.Las observa con sus ojos grandes,claros, rodeados de una leve sombraolivácea. El semblante de la jovensierva muestra aún los restos delsufrimiento pasado, sus rasgos finos sehan vuelto más marcados tras el largoencierro en las cuevas de Hércules. Porlas noches, se despierta llena de horrorrecordando los cadáveres, la luzmortecina de la lámpara, la oscuridad y

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el murciélago sobrevolándolo todo.Cuando rescató a la sierva, casi

moribunda, Tariq impuso a Egilo laobligación de admitirla entre sus damas.La viuda de Roderik se vio obligada aaceptar pero, al no tener sangre noble, laconvirtió en su criada. Tariq le indicótambién que Alodia no podría salir delpalacio, debía estar vigilada en todomomento. En las órdenes de Tariq habíauna cierta lástima junto a la necesidadde salvaguardar el misterio que la siervaoculta.

La reina continúa hablando deAtanarik en tono despectivo. Contimidez, Alodia las observa durante un

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breve lapso de tiempo y, al fin, preguntacasi en un susurro:

—¿Dónde está…?—Al parecer, Atanarik persigue a

Sisberto…La reina alza la vista de la labor,

molesta de que la muchacha se hayaatrevido a hablarle así, directamente, sinceremonia. Siente curiosidad por lahistoria de aquella mujer. En la corte,corre la voz de que la sierva ha sidoliberada de un prolongado encierro en lacámara de Hércules, y que conocesecretos acerca de un tesoro. A la reinay a las que la acompañan les interesaaveriguar qué hay de cierto en esos

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rumores.—Vos estuvisteis allí, en ese lugar,

en la cámara, se dice que el renegadoSisberto robó allí un antiguo tesoroescondido. Decidme qué sucedió.

La piel de Alodia palidece aún más.Todavía está herida por lo sucedido enlas tinieblas, en los túneles bajo elcastillo. La sierva, al contestar, parecesalir como de una pesadilla.

—No deseo recordarlo. No puedo…mi mente está vacía.

No es la primera vez que lepreguntan sobre la cámara de Hércules.Días atrás, antes de partir tras Sisberto;Tariq también había intentado

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interrogarla; pero ella no le respondió.Cuando él repitió las preguntas, Alodiale miró confusa y aturdida. Todo estabaoscuro en la mente de la sierva; como sisu espíritu desease borrar la atrocidad ala que había sido sometida. Tariq,compadecido, la dejó descansar y noforzó su respuesta.

Tras la marcha de él, ladesesperación más profunda ha invadidoel corazón de Alodia, la melancolía lecorroe las entrañas. Las pesadillaspueblan sus sueños. Revive la cueva, elsacrificio en el Norte, su escapada… Leparece ver a un joven guerrero,Atanarik, que la cuida y la tapa con una

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manta. Después el guerrero setransforma en una serpiente. Otras, unmurciélago de enormes dimensiones laataca. A veces cree que va a volverseloca.

Ahora él, Atanarik, lleva variassemanas fuera. En aquel tiempo, Alodiano ha superado aún las privaciones y elencierro, se encuentra todavía débil. Lapiel de la doncella, de por sí pálida, traslos días en el fondo de los túneles se hatornado de alabastro y transparentatodas las venillas. Los huesos de la carase le marcan, encuadrando un rostro quese muestra más espiritual, más alejadodel mundo.

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Mientras Alodia enmudece denuevo, sumida en sus pensamientos, lareina sigue hablando. Egilo se dirige unay otra vez a la sierva, pero ésta no laescucha. Como idiotizada, observa a lareina, que prosigue hablando conseguridad y prepotencia, dejandotraslucir que sabe muchas cosas. Enalgún momento de la perorata se llega ajactar de conocer el secreto de la cueva;afirma que su finado esposo también loconocía. Alodia se da cuenta de queEgilo expone rumores, datos que intuyepero que realmente no conoce,suposiciones… Quizá todo es unaañagaza para conseguir que le descubra

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lo que ocurrió en la cueva. La reina va arepetirle una pregunta cuando un hombrese hace anunciar.

Es Abd al Aziz.Egilo sonríe suavemente y cesa en su

insistencia, se queda expectante, comocentrada en sí misma, una suave sonrisacurva sus labios. El árabe se inclina antela reina levemente, sin doblar la rodilla;con la impericia de quien nunca hasaludado así a una mujer noble. La reinano se pone de pie, simplemente levantalos ojos de la costura, fijándolos en él.Las otras damas se miran entre sí y conuna excusa banal se retiran.

El árabe y la reina comienzan a

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hablar en voz baja. Alodia, aúnenajenada y aturdida, como fuera de sí,viéndose excluida de la conversación,se dirige vacilante hacia el gran ventanalque da paso a una terraza. Sale afuera,apoyada en la pared, semioculta.Entiende que Egilo y el árabe buscanintimidad, pero ella desea conocernoticias de Tariq.

El viento mueve suavemente loscabellos de Alodia, sus ropas finas. Labrisa de la tarde le lleva retazos de laconversación entre la reina y el árabe.Hablan de Atanarik. La reina lo hacecon desprecio; Abd al Aziz con palabrasdisplicentes. El hijo de Musa, un árabe

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de la raza del Profeta, se siente superiorcon respecto al bereber. Le anuncia a lareina que, en primavera, un nuevoejército desembarcará en las costas dela Bética. Esta vez serán tropasmayoritariamente árabes, lideradas porsu padre, Musa, gobernador de Kairuán.Entonces se sabrá quién manda en elantiguo reino de Toledo. Egilo sonríe aAbd al Aziz complacientemente, porquereconoce que en manos del árabe está elfuturo del reino, y quizá también, supropio porvenir.

Alodia, al escuchar la conversación,teme que algo malo pueda ocurrirle aAtanarik. Hace tiempo que no le ha

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visto. Antes de salir en busca deSisberto, el capitán bereber habíaacudido repetidamente a las estancias depalacio donde ella se curaba. El físicode la corte ayudado por una dueña yvarias criadas atiende a los enfermos,tumbados en jergones de paja separadospor cortinas. Allí la sierva se fuerecuperando gracias a espesos caldos deave y al reposo. Por una ventana con lasmaderas abiertas, Alodia divisaba elcielo de Toledo. El viento suave delotoño movía la estameña que separabael lecho de Alodia de otros camastros,en aquel tiempo vacíos.

En los días previos a su marcha, la

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actitud del capitán de los bereberesrecordó a Alodia la época en la que,después de huir del poblado, él laprotegía frente a los soldados godos, sinhablar demasiado con ella pero estandopendiente de todo Sí, antes de irse,Tariq había vuelto a ser el Atanarik delos primeros tiempos. Cuando acudía averla no solía acercarse solo, sino quele acompañaba alguno de aquelloshombres de piel oscura llegados deldesierto que hablaban un latín conacento africano. Los bereberes sedetenían en el umbral de la puerta, yAtanarik entraba en la pequeña estanciadonde Alodia yacía postrada y débil.

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Tariq se sentaba en el borde del lecho yla atravesaba con la luz clara de susojos. El corazón de la sierva latíadesaforadamente al verle allí, quieto,mirándola, y el rostro de la doncella setornaba aún más pálido.

Atanarik parecía cohibido ante ella,era indudable que deseaba que Alodia lerevelase el secreto pero, al verla tanenferma, se sentía incapaz de forzarla ahablar. Quizá temía dañarla. Quizárecordaba con vergüenza su actitudagresiva en Astigis. Quizá tras la durezade la guerra, Atanarik había recuperadohumanidad.

Cada vez con más confianza,

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recuperaron sus antiguas charlas por loscaminos de la Bética, hablaban de loacaecido en los últimos tiempos. La luzdorada del atardecer les encontrabamuchas tardes juntos, cercanos el uno alotro, conversando acerca de cosassencillas, de sucesos de la corte, delpasado. Tariq le relató la historia de supadre, le describió las montañas delAtlas, el reino perdido de Ziyad, lahermosa ciudad de Kairuán…

Alguna vez, él le habla de su nuevafe. La que le proporciona paz y fuerza.Era en aquel aspecto en el que Alodiaencontraba a Tariq más cambiado, eldios de Atanarik no era ya solamente el

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Dios Guerrero sino también era un diosClemente y Compasivo, que se apiadabade él, de su pueblo y del hombre. AquelDios se iba pareciendo más y más alDios Padre, al dios que Alodia amaba,al Único Posible.

Sí. Los días antes de su partida,Alodia pasó el tiempo en tensión,atormentada, abrumada por el temor y elamor, en un ansia continua del capitánde los invasores. De lejos escuchabacómo Tariq y los bereberes seacercaban: las risas y las bromas que segritaban aquellos hombres cuyo oficioera la guerra. En sus acciones y palabraspercibía que los soldados bereberes

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mostraban a su capitán la mismaconsideración que los espatharios godosrendían al que, tiempo atrás, había sidoconocido como Atanarik. Los africanoscompartían con él una camaraderíajovial, que se cimentaba en las jornadasvividas en campaña.

De entre todos los bereberes, uno deellos, Samal, parecía más especialmentecompenetrado con Tariq, y era a éste alque había encomendado la custodia deAlodia.

Tras la ida de su capitán enpersecución de Sisberto, Samal nocesaba de vigilarla. Muy posiblemente,en aquel claro día de otoño, estuviese

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ante la puerta de las estancias dondeEgilo solía coser acompañada de susdamas.

Ahora, en la brisa de la tarde, a lasierva le llegan las palabras y risas deEgilo y el hijo de Musa. A Alodia leduele que la reina y Abd al Aziz hablencon tal desprecio de Tariq. Abd al Azizse refiere a él como un traidor que noobedece ya las órdenes de su padre, lasde la Cabeza de Todos los Creyentes, elcalifa Al Walid.

La reina asiente, afirma que elantiguo espathario nunca ha sido hombrede fiar. Le ridiculiza sin perder ocasiónde rebajarle ante el árabe.

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Abd al Aziz se manifiesta una y otravez como el futuro dueño del reinogodo. Todo va a cambiar, y serásometido a su padre, Musa, el legítimorepresentante del califa. Llega a afirmarque él mismo y su linaje controlarán losdestinos del país, dando de lado a Tariq,un mestizo de godos y bereberes.Hispania debe ser sojuzgada por la razaárabe, la raza del profeta Muhammad, laPaz sea con él, el pueblo que ha sidollamado por Allah a subyugar el mundode los incircuncisos. Al hablar así, Abdal Aziz se exalta cada vez más, mientrasque Egilo sonríe sin entender claramentetodo lo que le está diciendo. Sólo

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advierte con claridad que aquel hombrees el hijo de un hombre importante y queva a ser el nuevo amo de las tierrasibéricas, las tierras sobre las que ellareinó durante un breve lapso de tiempo.

El rumor de la conversación cruza laterraza y las almenas, las palabras sonescuchadas por Alodia y laintranquilizan cada vez más. Entonces,sin saber bien por qué, a la sierva leviene a la cabeza la discusión queAtanarik había sostenido tiempo atráscon su compañero de armas, Belay,junto a una hoguera, en los bosquescercanos a Norba. Atanarik gritaba convehemencia que había que cambiar el

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reino, derrocar al tirano y promover unnuevo orden de cosas en un reinocorrupto, de conseguir un régimen másjusto; recordaba bien cómo había dichoque era necesario quemar la tierra paraque ésta produjese un fruto sano.

Belay, entonces, le había contestadoque las tierras quemadas se convertían aveces en tierras baldías. ¿Era posibleque Belay hubiese tenido razón? ¿Podríaocurrir que el reino de Toledo sehubiese transformado en un campobaldío? ¿Que el reino visigodo dejasetotalmente de existir? Quizás el antiguoreino godo iba a ser suplantado por otro,el árabe, que poco tiene que ver con lo

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que Tariq había soñado. El mundoromano visigodo, aquel en el queAtanarik había crecido, se habíaquebrado, sólo quedaba ya en lamemoria de las gentes como algo lejano,algo que no iba a volver.

Si lo que Abd al Aziz le ibadiciendo a Egilo era verdad, si unejército árabe iba a cruzar el estrecho,todo caería en manos extranjeras. Losproyectos y esperanzas de Tariq derenovación del reino se vendrían abajo.Quizás él mismo podría estar en peligro.

Alodia desea advertirle del peligro,pero no sabe dónde está y ella misma seencuentra sin fuerzas. Sólo desea que

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regrese pronto.

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Las mazmorras

En el Alcázar de Toledo, en unamazmorra, Belay yace tumbado sobre unjergón de paja. Con la mirada abarca loque le rodea: una antigua cueva ancladaen la roca horadada sobre la cual, siglosatrás, se edificó Toledo. Hace frío, unfrío glacial que atraviesa el cuerpo delCapitán de Espatharios pero también sualma, herida por la melancolía y larabia.

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La cueva es de dimensiones enormesy está dividida por mamparas y tabiquesde madera en distintos cubículos,atestados de presos. Belay está aisladode los demás. A veces, le llegan gritosde otros calabozos, pero a menudo unsilencio dolorido se extiende por laprisión. En el centro de la cárcel, unossoldados de piel oscura los vigilan,matan las horas jugando a los dados, odormitando.

Para Belay, el tiempo parece estarmuerto, no pasan las horas, losrecuerdos se agolpan en la mente delque fuera Capitán de la GuardiaPalatina. Le parece asombroso que en

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unos pocos meses todo haya dado uncambio tan drástico. Roderik ha muerto,pero el reino no ha sido ocupado por loswitizianos, que según los rumores, hansido arrinconados en las tierras de laSeptimania y en el norte de laCartaginense. El precario reino visigodose ha colapsado, hundido por una fuerzanimia. Recuerda lo que Atanarik, suantiguo compañero de armas, le dijotiempo atrás junto a la hoguera, en lasafueras de Norba: se había quejado dela degradación que se había producidoen el reino de Toledo, un reino podridoque se derrumbaba. Su hermano dearmas se hallaba en lo cierto. El, por su

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parte, le había advertido de que podríadesencadenar una fuerza que después leiba a ser imposible dominar. También,él había tenido razón.

Entre los presos, circula el rumor deque más hombres, de una raza distinta,árabes, han desembarcado procedentesde las costas tingitanas. El país, laantigua tierra hispana, ha dado un girocompleto sobre sus goznes gracias a suantiguo camarada de las EscuelasPalatinas. Belay cavila pensando queAtanarik no ha conseguido la depuraciónde un reino corrupto sino que ha atraídola desgracia, la invasión y la guerrasobre las tierras visigodas. Sin embargo,

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el Capitán de Espatharios no quieremirar atrás. Ahora, Belay sólo piensa enque debe salvar a los suyos, a su familiay clientela del desastre. En la prisiónmaquina una y otra vez cómo huir de suencierro para retornar al Norte, a lastierras de su mayores donde su hermanaAdosinda y los astur cántabros que lerinden pleitesía tendrán que defendersede unos enemigos que, más pronto o mástarde, avanzarán hasta conquistarlo todo,hasta llegar al lugar más al norte de lastierras hispanas, las costas que baña elmar Cantábrico.

En aquellos días de inactividadterrible, en la cueva del Alcázar de

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Toledo, cuando entrecierra los ojos leparece escuchar el rumor de las olasestrellándose sobre la costa, lasllamadas de los barcos, los gritos de lasgaviotas, el sonido a lo lejos de latempestad o de la calma. Después, enaquel estado de ensueño, la figura deuna mujer se alza ante él, su cabellocastaño entreverado de vetas de oro, susojos claros de mirar altivo y a la vezdulce. Divisa aquella figura montandosobre un caballo tordo.

En la época en que era perseguidopor Witiza, cuando fue expulsadoinjustamente de las Escuelas Palatinas,Belay se refugió en las montañas de

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Vindión,[51] en Siero, donde estaban lasposesiones de su familia, en un lugarcercano a la Cova de Ongar. Allí se hizocargo de la administración de las tierrasque les habían pertenecido durantegeneraciones.

Por su familia materna, Belaydescendía de Aster, el príncipe de losalbiones y estaba llamado a regir a losclanes astures. Gentilidades siemprerebeldes y difíciles de controlar por elgobierno de Toledo. En las décadasprevias, los astures habían luchadocontra los godos, como en tiempos deWamba, o mantenido relaciones deamistad, como en tiempos de Ervigio.

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Cuando entre los godos reinaba lafamilia real de los Balthos, los asturesse mantenían fieles a ellos porque losdescendientes de Aster se hallabanemparentados con los Balthos. Cuandoen el Sur, la nobleza goda, orgullosa eintransigente, se mantenía en el poder;cuando los avasallaban con tributos, losastures, secundados por los cántabros,se alzaban en armas.

No muchos años atrás, Belay, huidode la corte de Toledo, se fortaleció enlas montañas frente a los godos, y lossuyos le eligieron como a su señor, perono todos aceptaron.

Fueron los duros tiempos de Egica,

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seguidos por los aún más duros tiemposde Witiza, ambos monarcas visigodos lepersiguieron a él, que pudo mantenersehasta cierto punto independiente. Losreyes godos tenían demasiadosproblemas en la corte para enfrentarse aun rebelde en las montañas cántabras.Belay consiguió rechazar a las tropasdel rey, hasta que al fin le dejaron a sulibre albedrío, como a un rebeldeimposible de domeñar. En aquel tiempo,Belay se convirtió en un noble rural, y eldescendiente de Aster se dedicó a laganadería y a la caza.

Fue entonces cuando conoció aGadea.

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A pesar de las guerras del Sur, semantenían los mercados y las fiestas.Varios años atrás, una primavera Belayse había dirigido a una feria de ganadoen el cerrado valle de Liébana, paramercar algunas reses que necesitaba.Antes de llegar a la villa de Pautes, seperdió por los caminos intrincados de lamontaña. Llegó a una pradera de hierbatierna donde pastaban caballos, yeguas ypotrillos. Vigilándolos estaba un mozo,y junto a él una mujer de cabellocastaño, entreverado en oro, muyhermosa. Belay la espió, oculto entre losárboles del claro del bosque.

La mujer acariciaba uno de los

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caballos jóvenes de la yeguada. Unanimal que, por lo que ocurrió acontinuación, nunca había sido montadoantes. La joven le ciñó unas riendas y,de un salto, se montó en él. El animalcomenzó a caracolear, se abalanzó haciadelante, manoteando al aire yrelinchando, se volvió hacia un lado eintentó tirar al suelo a la amazona. Peroantes de llegar completamente al suelo,ella le clavó la espuela en el vientre ysujetó fuerte las cinchas. El animal selevantó dando cabriolas y se lanzó haciadelante. La mujer le cruzó el morro conun látigo. El bruto comenzó a dar saltospor la pradera… Para nada le servían

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las riendas a la mujer, que hubo deacostumbrarse al ritmo de la galopada.Al fin, el trote del potro se tornó máslento. Ella sonrió, y desde los árboles,la luz de aquella sonrisa le llegó aljoven godo que la contemplaba absorto.

Belay se asombró de la habilidad deaquella mujer, de su destreza en elmanejo del caballo. Salió de entre losárboles, y se acercó hacia el mozo,preguntándole la dirección hacia Pautes,a la feria de ganado. La amazona no hizocaso del forastero, ni se apeó delcaballo, galopaba suavemente paraterminar la doma. Belay prosiguió sucamino, con la imagen de ella grabada

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en la retina.En la feria, tras comprar las reses

que necesitaba, permaneció un par dedías allí, alojado en la casa de unconocido. El segundo día de la feriatuvo lugar una fiesta en la que al son degaitas y dulzainas, las parejas bailaban.

De pronto, entre las muchachas queacudían a la fiesta, la vio. Al principiole pareció una campesina más, quemovía los pies al ritmo de la flauta y eltambor; una mujer de pelo entreveradoen oro, con los ojos de un azul oscuro yfuerte, la nariz recta. Preguntó quién era.Le contestaron que era la hija del jefedel clan de aquellas tierras, Ormiso. Sin

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dudarlo se acercó a su padre y solicitóbailar con la doncella.

Sonaba una música con una cadenciaque movía los pies. Una mujer con vozaguda cantaba. Los bailarines trenzabany destrenzaban una danza quealternativamente los alejaba y losacercaba. Al entrecruzarse, Belayconsiguió hablar con la hija de Ormiso.

—¿Cuál es tu nombre?—Gaudiosa, me llaman Gadea.—Mi nombre es Belay.—Lo sé —dijo ella, mirándole con

una actitud franca a los ojos— el queacaudilla los clanes de las tierrasoccidentales.

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Muchas veces se dirigió Belay alvalle de Liébana a verla, él la cortejabasiempre en presencia de otras mujeresde su familia. A veces montaban juntos acaballo seguidos por los mozos deOrmiso. Belay pidió su mano y seprometieron. La boda tendría lugar enunos meses. Fue entonces cuando setramó la conjura frente a Witiza y Belay,nieto del rey Ervigio, fue requerido porel partido contrario a Witiza a la cortede Toledo. Dudó entre seguir con elpueblo de su madre, en la cordilleracántabra, o volver a la vida de la corte.Al fin, prevaleció lo que consideraba sudeber. Se consideraba a sí mismo un

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noble godo, no se conformaba siendopoco más que un campesino, jefe de unmundo rural, por eso se sumó a laconjura. La conspiración derrotó aWitiza, que murió. Roderik, enagradecimiento, le nombró Jefe de laGuardia Palatina. La muerte de Witiza yla conjura había ocurrido apenas dosaños atrás, pero le parecía que habíasucedido hacía ya largo tiempo.

Ahora, en su prisión en la cuevabajo el Alcázar, recuerda cómo sedespidió de Gadea y de las gentes de lasmontañas. Le juró que volvería a porella. Nada se había cumplido; ahoraBelay estaba en una mazmorra. El reino

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había caído. El descendiente de Aster nosabía cuándo retornaría a las montañascántabras, cuándo volvería a ver a laque amaba, a su prometida. A vecesdudaba de que ella le hubiera esperado.

En las sombras le parece verla y suimagen le conforta. Después piensa en lacasona de sus mayores, Fidel, Crispo, suhermana Adosinda y el noble Pedro deCantabria, su pariente y amigo. ¿Quéhabrá ocurrido con su gente? Quizánunca debió servir a Roderik, niabandonar su tierra, ni colaborar en laconjura que derrocó a Witiza, perodebía vengar a su padre, y sabía bienque en Toledo serviría mejor a los

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astures que en la cordillera de Vindión.Consiguió que se nombrase a Pedro,familiar suyo, como duque de Cantabria.Sin embargo, en los días que Belay pasóen Toledo, siendo la mano derecha deRoderik, su pensamiento había estadosiempre en los altos riscos quecoronaban el macizo cantábrico, en lassuaves laderas de pastos, en el marbravío, en los torrentes caudalosos delas montañas.

El pasado y el presente seentrecruzan en sus pensamientos. Detestaestar inactivo, encerrado, por lo que selevanta de su lecho y comienza a darvueltas por la celda; pero no puede dar

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más de dos o tres pasos. Después seagarra a los barrotes de la portezuela deentrada. Enfrente hay unas mazmorrascon hombres como él, godos de altolinaje a los que los invasores conservanla vida, entre ellos está Casio; pero enaquella prisión también hay asesinos yladrones, que turban el ambiente conbromas obscenas y gritos. A un lado,vigilando las celdas, unos soldadosjuegan a los dados. Son bereberes de latropa que ha traído Tariq. Hablan unlenguaje raro, similar al latín, pero másentrecortado y con un acento gutural.

Belay les observa jugar, se aburretras días y días en los que está aislado y

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sin poder hablar con nadie. Se abstraeen la partida de los carceleros ycomienza a contar el resultado de cadagolpe de dados. Llegado un momento, seda cuenta de que uno de ellos ganasiempre. Al principio no le daimportancia, pero después como no tienenada más que hacer se implica en eljuego. Empieza a calcular quécombinación de dados va a salir, y sueleacertar. Comienza a decirlo en voz altaEl perdedor se da cuenta de lo queocurre y se enfrenta a su compañero.

—¡Haces trampas!Los dos guardianes comienzan a

discutir.

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—Cállate, perro…—Déjame ver esos dados.—No tienes nada que ver.—Lo que te ocurre es que no quieres

que vea tus trampas, que se descubrantus mentiras.

—¡El tramposo lo serás tú!Ante la discusión de los centinelas,

los demás presos se asoman a las rejasde las celdas. Los dos guardiascomienzan a pelearse, uno golpea alotro, que cae al suelo inconsciente. Elque ha quedado en pie se tambalea porel golpe, da unos pasos hacia atrás y seapoya en la puerta cercana a una de lasrejas donde hay un cautivo, quien

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consigue atraparle y echarle las manosal cuello; se trata de un hombrefortísimo, de elevada estatura. El rostrodel guardia se pone lívido ycongestionado, los ojos se le salen delas órbitas e intenta quitarse aquellafuerza que le está asfixiando, pero no loconsigue. El preso no cede; finalmente,el guardia deja de hacer fuerza, y alsoltarle cae muerto al suelo.

Los centinelas han sido abatidos, lasllaves están en la mesa de los dados.¿Cómo llegar hasta ellas?

Al cadáver del hombre estranguladole cuelga un cuchillo de la cintura; elcautivo que le ha matado logra

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alcanzarlo y con él consigue forzar lapuerta. Los hombres de las otras celdaspiden ser liberados. El evadido los miracomo dudando. No sabe cómo escaparde allí, quizá tendrá más posibilidadesyéndose solo que liberando a los demásque han presenciado la escena. Belay sedirige a él, persuasivamente. Le explicaque va a ser más fácil huir todos juntos ydespistar a la guardia. Al fin, leconvence y el hombre fornido se dirige ala mesa, toma las llaves y valiberándolos. Los presos al salir de lasangostas mazmorras estiran losmúsculos. Han salido de las celdas perosiguen presos. Más allá, hay guardia y

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varias puertas. Todos comienzan adiscutir cuál es la mejor salida.

Entonces, sobre el griterío y ladiscusión, se impone la voz de Belay:

—¡Yo conozco bien esta zona delpalacio…!

Todos van guardando silencio y leobservan con curiosidad. Muchos sabenquién es. Con el cuchillo que le haservido al hombre fuerte para saltar lareja, marca en la mesa de los dados unaespecie de mapa.

—Estamos en un laberinto. Si lascosas no han cambiado desde que yo erajefe de la guardia, esa puerta —señalala de salida— comunica con un pasillo

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general al que salen más grupos deceldas como éste. En cada uno de elloshay dos sujetos de guardia.

Casio corrobora sus palabras congestos afirmativos, mientras Belay lessigue explicando:

—Debemos pasar sin hacer ruidodelante de ellos. Al final del pasillo hayuna sala grande donde se hacen loscambios de guardia y en la que suelehaber bastantes soldados. La sala tieneuna puerta sólida con una mirilla; elportero la abrirá y nos preguntará lacontraseña, si la sabemos nos abrirá lapuerta. Ahí es donde tendremos elproblema.

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—¿Qué hay que hacer?—Dos de nosotros… quizás este

hombre…—Tengo nombre. Me llaman Toribio

—le interrumpe con su voz fuerte elhombre que estranguló al carcelero.

—Te va bien el nombre, Toribio, eltoro… —Belay le palmea la espalda,después sigue hablando—, y yo mismopodemos vestirnos con las ropas deestos guardias; al llegar al lugar,conseguir que nos abra la puerta.

—¡No sabemos la contraseña! —exclama uno de los evadidos—. Nosejecutarán cuando descubran que noshemos escapado y que hemos matado a

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uno de los guardias.—Si tanto miedo tienes, te dejamos

en la celda encerrado… —le proponeCasio.

—No —se niega con vozquejumbrosa—. No me dejéis aquí.

Belay les interrumpe:—Bien. Creo que conozco la

contraseña.—¿Cuál es?—Suelen poner las contraseñas

siguiendo una serie, días de la semana,estaciones, meses del año. Hace cincodías pude escuchar que la contraseña eraEnero, pienso que la contraseña esMayo.

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—¿Si no aciertas?—El portero pensará que ocurre

algo raro. Llamará a la guardia y abrirála puerta, les atacaremos, pero llevamostodas las de perder. Sin embargo, si miidea es cierta y la contraseña es la quepienso, nos abrirá descuidando la puertay puede que esté solo. Éste y yo —Belayseñala a Toribio— podremos muy bienlibrarnos de él.

—¡Buen plan!—Una vez pasada la sala de guardia,

ésta comunica con un largo pasillo, alfinal de él se abren distintas salidas,creo que son tres o cuatro. Debemosdividirnos, todas conducen al exterior

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menos una, la de la derecha, esaconduce otra vez a las mazmorras. Lomejor es dividirnos al salir y obrarcomo si no estuviésemos huyendo, comosi fuésemos sayones de la corte.

—Iré contigo —dice Toribio.Belay hace un gesto de aceptación y

después prosigue.—Vamos, deprisa, puede haber un

cambio de guardia o que alguien venga ainspeccionar las prisiones. Hay que irsecuanto antes.

Ambos se visten con las ropas de losguardias. Con cuidado atraviesan elpasillo central, a derecha e izquierda lesrodean muros de piedra oscura. Al

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llegar al final del corredor, Belay leshace un signo para que se dispongan a unlado y al otro, pegados a la pared. Sonunos diez hombres. Llama a la puerta demadera. Se abre la mirilla.

—¿Contraseña?—Maius.El portero les franquea la entrada e

inmediatamente Toribio entra y tapa laboca del centinela para evitar un grito.No hay nadie más en el cuarto delcambio de guardia. Le atan y amordazanpara que no grite, dando la voz dealarma. Los diez hombres siguen por elpasillo de frente y, al llegar al lugardonde se dividen los caminos, se

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separan en tres grupos. Casio huye conBelay; Toribio se une a ellos. Los trestoman uno de los corredores que suben alas almenas. La guardia recorre lamuralla por el paseo de ronda. Casio yBelay se orientan enseguida, han hechomil veces la ronda por la muralla. Aaquel lugar sólo acceden los centinelasde la Guardia Palatina; saben bien quegran parte de ellos siguen siendo losmismos que en tiempos del rey Roderik,muchos de ellos witizianos que se handoblegado al invasor. Si les ven lesreconocerán enseguida, y darán la vozde alarma.

Belay avanza, pegado a las paredes,

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detrás de él Toribio y Casio. Al girar unrecodo de la muralla, se encuentran a laguardia de frente, hombres bienarmados. Uno de ellos es Vítulo, uno delos witizianos, que reconoce a suantiguo capitán y exclama:

—¡Belay…!Llaman a la guardia y aparece un

pelotón, los detienen.

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12

La mano vendada

Ha anochecido. La luz del crepúsculopenetra a través del ventanuco. Sentadasobre el jergón de paja sobre el queduerme, Alodia observa sus manoscallosas, se ha herido una de ellas conun trozo de cerámica rota cuandofregaba el suelo. Egilo, tras los primerosdías en los que estuvo atemorizada porlas órdenes de Tariq, la ha postergado aun trabajo de esclava. Cuando no está

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ocupada en las múltiples tareas de unacriada, Alodia permanece encerrada enaquel pequeño habitáculo bajo lasescaleras de acceso a una de las torres,comunicado con la azotea cercana a lashabitaciones de la reina.

Ahora está pensando en Tariqmientras, con un trozo de tela, se vendala mano dañada. Por el ventanuco ya noentra la claridad diurna, sólo elresplandor de las estrellas, las últimasluces del ocaso. Buscando la luz, lasierva se levanta del jergón de paja,abre la portezuela y sale al exterior, alterrado.

La noche es clara, la luz de la luna

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torna plateadas las vestiduras de ladoncella. Abajo en la muralla delpalacio divisa las antorchas de laguardia y más allá las luces de las casasde Toledo de noche, reflejándose en lacorriente del Tagus, que baja crecida.Aún más allá, el puente romano con losarcos y las hogueras de los guardias.

La terraza de piedra se ilumina entonos pardos por la luz de la luna llena;después, los resplandores de las velasen las ventanas de la reina se vanapagando una a una. Todo es silencio.Una brisa fresca recorre las almenas, lasierva cruza los brazos sobre su pecho yse acurruca contra sí misma como para

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entrar en calor. Una nube en forma deestrato oculta parcialmente la luna. Depronto, en la quietud de la noche, seescucha el paso de botas militares a lolejos. Una gran llave gira dentro de sucerradura, se abren los goznes de unapuerta herrumbrosa. Un hombre deelevada estatura penetra en la ampliaazotea del palacio. Entre las sombras,Alodia no le reconoce, y retrocedeasustada. El blanco estrato despeja laluna que ahora brilla en su esplendor. Esentonces cuando lo distingue; elplenilunio ilumina débilmente un rostrocon una señal estrellada. Atanarik sehace presente a su lado. Al verlo allí,

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tan cerca, Alodia se estremece. No hacambiado mucho, el mismo que la salvóde la cueva de Hércules, el que cruzócon ella las tierras de la Bética, el quela encontró en el Pirineo. Su barba esescasa como de pocos días; sus rasgosmuestran cansancio, pero, ahora, en losojos de Tariq no se observa afán devenganza ni rencor, no revelan ira, sóloparecen acariciarla.

—¿Cómo estás? —preguntasuavemente.

—Bien… —responde ella.Alodia está temblando. No es de

frío.—No. No estás bien…

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Tariq se detiene, en los ojos de élhay un afecto distinto; un sentimientosuave como el que se tiene con un amigoal que no se ha visto tiempo atrás.

—Mi compañera del Norte, la queencontré junto a un camino: la que huíapara proteger su virtud contra elsacrificio pagano.

El hijo de Ziyad le sonríe y prosiguediciéndole con cierto pesar:

—Después en Astigis te protegistede mí…

Alodia baja los ojos, con vergüenza,después levanta la mirada y le hablamansamente, sin rencor.

—Tratasteis de hacer conmigo lo

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que tiempo atrás intentaron hacer en mipoblado.

Al oír estas palabras, serenas pero,al mismo tiempo, duras en una mujer tansuave como Alodia, Tariq se sienteconfuso. Hay algo firme en el interior dela doncella. Nunca ninguna mujer se haopuesto a sus deseos. No quiereperderla, tampoco desea obligarla. Legustaría que ella colaborase librementecon él. Como en el tiempo en que leayudó en el camino de Toledo hastaAstigis.

—Me dominaba una pasión interiorque no podía controlar… —en su vozlate un eco de disculpa—. Era la copa

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de oro. Me transformó. Me la dio mipadre, Ziyad, quien me dijo que en ellahabía poder. Me pidió que no lautilizase, pero no le hice caso y bebí enella durante demasiado tiempo.Trastornaba mis pensamientos,desordenaba todas mis pasiones, misinstintos más bajos. Me volvió loco.Cuando bebía de ella ansiabacontinuamente una mujer. Al verte tedeseé, te necesitaba… —se detuvo uninstante para proseguir después confuerza—. Veo que quizá te sigonecesitando… Te pido que seas mía…

Ella desvió la cabeza, no podíasostenerle la mirada. Después,

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pronunció unas palabras extrañas en unasierva.

—No seré de nadie si el espíritu delÚnico no está por medio… Si no hay unvínculo sagrado ante Dios y ante loshombres…

Tariq enmudece pensando. Lanecesita, sí, sólo a través de ella puedeconseguir el poder supremo. El silenciose extiende por las torres hasta que lesllega el ruido de voces en las estanciasde la reina. Después, los ruidos seapagan y de nuevo Tariq le siguehablando lentamente, de modopersuasivo.

—Si para que estés conmigo es

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preciso que seas mi esposa, me casarécontigo. Reinaremos aquí en la corte deToledo; tendrás todo lo que una mujerpueda desear. Podrás adorar al Dios quetú quieras y de la forma que desees.

A ella no le parecen verosímilesaquellas palabras.

—No. Vos no me queréis, sólobuscáis que os revele el secreto de lacopa. ¡No puedo revelároslo! —declaraella, con fuerza.

A la sierva le parece que el queantes llamaban Atanarik juega con ella.No le cree.

—¡Quiero que seas mi esposa!—¿Cómo podréis contraer

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matrimonio conmigo? ¿Con una sierva?—Se me ha indicado —dice él—

que contraiga matrimonio… Serás unade mis esposas.

—¡Nunca! ¡No seré una más entremuchas! —exclamó y después en vozmás baja susurró—: No podríasoportarlo…

—¡Serás la primera entre todas!—No. Nunca seré la primera en

vuestro corazón. Sé que no habéisolvidado a Floriana. Lo sé.

Cuando Alodia pronuncia el nombrede la goda, los rasgos de Atanarik denuevo reflejan la íntima amargura que leatenaza, el dolor y el odio.

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—Hasta que un amor no muere, nose puede volver a querer… —le siguediciendo Alodia—. Floriana no hamuerto para vos.

Entristecido, Tariq reconoce que loque ella dice es verdad:

—Sí. Ella aún no ha desaparecidode mi vida, sé que debo vengarla…Entonces se calmará la sed que meconsume.

—Hasta que un amor no ha muertodel todo —le repite Alodia— no sepuede volver a amar. En vos, Florianaestá viva porque la mantiene viva lavenganza.

Tariq calla. Al balcón del palacio

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del rey godo, llega el ruido del cambiode guardia. El hijo de Ziyad siguepensando, sabe que debe rehacer suvida, que aquella que está junto a él hasido la única mujer, desde la muerte deFloriana, que le ha proporcionadososiego. Además, es la guardiana de lacopa de ónice. Tariq vacila alresponder:

—Por ti… No… No siento la pasiónque sentí por ella —se detiene, le cuestapronunciar el nombre de Floriana—.Pero a tu lado he vivido momentos depaz. ¿Recuerdas los días que pasamosjuntos? ¿La huida desde Toledo?

—No puedo olvidarlo… —los ojos

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de ella brillan—, ahora cuando laoscuridad llena mi mente, cuando sóloveo los cadáveres de la cueva deHércules… cuando me parece que voy amorir, enterrada viva en aquel lugarinmundo… sólo los recuerdos de losdías junto a vos curan el dolor de mialma.

Él se le acerca más y apoya lasmanos en sus hombros. Después laabraza. Ella se siente acogida en esosbrazos fuertes. ¡Cuánto le quiere! Sinembargo, sabe que él no corresponde enigual medida a su amor. Además, intuyeque Tariq la quiere porque busca elsecreto, lo que ella sabe. No, no puede

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ceder. Se retira de él ligeramente, sesitúa a su lado y pierde la vista en elhorizonte. Ahora, el silencio reina en lasalmenas de la torre. Tras la puesta desol, brilla una estrella con un fulgor máspenetrante, más intenso que todas lasdemás. Tariq la ve en la lejanía y lepregunta a Alodia:

—¿Ves aquella estrella?—Sí, mi señor.—Es el astro nocturno, la estrella

del amanecer. Hay unas aleyas delCorán que hablan de ella: At Tariq.Ahora mi nombre es Tariq. Mi padre medio ese nombre: el astro nocturno, laestrella de penetrante luz.

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Alodia mira a la estrella: su luz essuave y penetrante pero su brillo nodurará mucho en el cielo.

—Me dijo que yo soy ese astronocturno. La luz que llega al oscurecer.Una estrella que brilla pero cuyo fulgorno permanece largo tiempo en el cielo,una estrella que retorna siempre al alba.

La sierva piensa que así es Tariqpara ella, una estrella que se oculta antela noche, ante el brillo del sol. La nochey el sol son la pasión que él sintió porFloriana y el secreto que ella oculta.Alodia le teme porque tiene un secretoque custodiar.

Ahora la sierva le escucha decir:

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—No quiero ya el secreto que contanto celo guardas. Te juro que si eresmi esposa no volveré a pedírtelo.

Tariq piensa que, al estar juntos,cuando confíe nuevamente en él, ellamisma se lo revelará; Alodia siente unaliento de esperanza ante aquellaspalabras. Después, él le abre su corazónde nuevo:

—Hace unos días dejé de beber dela copa de oro, me estaba envenenando.¡Tantos han muerto! Quiero cambiar,quiero llegar a amarte y encontrar laserenidad a tu lado.

—Me engañáis, mi señor… —insiste Alodia con nerviosismo en la voz

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—. A mí no me buscáis…Se aleja de nuevo de él, como

asustada, y entra en el minúsculoaposento que da a las almenas. Dentrodel pequeño cuarto, se sienta en un catrejunto a la pared, apoyando las manos enla cara. El tarda en seguirla, duda. Porun lado, debe conseguir el secreto de lacopa y entiende que no va a ser fácilconvencerla. Por otro, no quiere hacerledaño, ni que sufra. Intuye que la tiene ensus manos; en ese momento, siente unacierta vergüenza. Se detiene a meditar loque debe decirle, mientras contempla laluna que ilumina el río, las murallas, lastorres de las iglesias, la ciudad que él ha

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conquistado. Sobre el horizonte laestrella del ocaso desciende haciadonde el sol se ha ido.

Al fin, Tariq entra en el cubículodonde está Alodia y se sitúa de pie, anteella, mirándola, le parece pequeña,débil, pero él sabe que es una mujerrecia, que no cederá.

—Sé que no me crees, pero hecambiado. No quiero seguir atrapadopor el afán de poder y por el oro.Muchos han muerto ya, no quiero acabarasí.

—Sí —afirma reviviendo de nuevoel horror de la cueva—, muchos hanmuerto…

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El se sienta a su lado, en el pequeñolecho donde la sierva suele dormir.Alodia se aparta y tensa, rígida, seapoya en la pared. Tariq permanecequieto unos instantes, a su lado,contemplando su perfil. Después, ella serelaja un poco, se vuelve y le mira a losojos. Se ilusiona pensando que quizápudiera ser posible que él no laengañase. El semblante de Tariq nomuestra el gesto fanático de Astigis, laexpresión de un hombre loco, ebrio devenganza y ciego de lujuria. Tampoco esla actitud del capitán godo, amable ycallado, que conoció en las montañasdel Pirineo. Alodia no sabe a qué

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atenerse. Al mirarle, se emociona, laslágrimas corren por su rostro pálido yenflaquecido. Se apoya de nuevo en lapared, dejando caer mansamente laslágrimas.

Tariq se levanta. Le ponen nerviosolas lágrimas de ella. Comienza acaminar por la pequeña estancia, dandozancadas de un lado a otro, agitado.

—He bebido vino en la copa de oro,he ido en contra de los preceptos deldios de Mahoma, el dios Clemente, elMisericordioso.

Alodia recordó sus palabras enAstigis.

—En Astigis, me dijisteis que era el

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dios de la guerra, un dios terrible quedebía ser impuesto en los corazones.

Atanarik sonríe suavemente y leaclara:

—Sí, pero también es el Compasivo,el que se apiada del hombre. Se hacompadecido de mí; puso a mi lado unhombre, un tabí, un hombre respetadopor ser discípulo de los compañeros delProfeta. Me dijo que debía olvidar. Medijo que la venganza de Allah es máspoderosa que la venganza de loshombres, como así ha sido. ¿Recuerdasla cueva?

—No quiero recordarla.—De repente entendí el horror de la

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muerte y pensé que Allah se habíavengado de los asesinos de Floriana;Allah es el Justo. Él lo conoce todo, suvenganza llega a todos y habíaalcanzado a aquellos hombres…

—El poder puede envilecer alhombre, el odio le envenena —replicamansamente Alodia—, la avaricia ledestruye.

—Sí, deshace los corazones de loshombres… Después de haberteencontrado en la cueva, comencé abuscar a Sisberto. Ordené que lelocalizasen, sin éxito. Daba la impresiónde que la tierra se le hubiese tragado.Envié espías a todas partes intentando

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dar con su paradero. Por ellos supe queno había llegado a las tierras que aúnocupan los witizianos en el Norte, quese ocultaba en algún lugar de la meseta.Al fin, mis bereberes lograrondescubrirle, en un lugar próximo a laantigua ciudad de Complutum. Allí lesencontré y me fue muy fácil hacerme contodas aquellas riquezas. ¿Las recuerdas?

Alodia asintió, no quería pensar enaquel tesoro rodeado de inmundicia y decadáveres. Tariq prosiguió:

—Llevaban una buena tropa, máshombres que los míos, pero desde quehabían salido de Toledo no habíandejado de discutir por las riquezas, creo

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que algunos estaban heridos por laspeleas… ¡Ni siquiera se dieron cuentade que les habíamos rodeado! Me hicecon el tesoro de los reyes godos sinapenas luchar…

«El oro corrompe y destroza a loshombres», pensó Alodia. Al hablar denuevo del tesoro de la cueva se acuerdade la conversación entre Egilo y Abd alAziz. Debe advertir a Tariq.

—Algunos piensan que el botín deguerra pertenece al califa… —comienzaAlodia—. Escuché a un hombre, Abd alAziz, conspirando con la reina en contravuestra.

Tariq mueve afirmativamente la

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cabeza.—Tú piensas que esta religión

nuestra es de salvajes. No es así, elProfeta era un hombre sabio, dio unasinstrucciones concretas para ladistribución del botín: un quinto para elque lo conquista y el resto para laumma, para la comunidad musulmana.Yo así lo he hecho. No tengo nada de loque avergonzarme. El Profeta era unhombre justo, yo quiero seguir tambiénel camino de la justicia que conduce a lapaz.

Al oírle hablar de justicia, la siervapiensa que Tariq no está tan lejos deAtanarik, de aquel Capitán de

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Espatharios que ella tiempo atrásconoció, aquel que la salvó delsacrificio ritual, aquel con quien todo lohabía compartido. Quizás él no la estémintiendo. Quizás en lo más íntimo deTariq podría existir un afecto suave, nola pasión con la que él quiso a Floriana,pero sí el afecto debido alagradecimiento.

Por su parte, él presiente que aquellamujer podría hacerle feliz. Ella siemprele sería fiel, no le traicionaría. Tariq seda cuenta de que la vida que ha llevadolos últimos meses le es un tanto ajena.Él no había sido así, un hombrevengativo y cruel. Es verdad que

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siempre había sido colérico, con untemperamento fuerte que se revelabaante la injusticia, ante la deslealtad y elabuso de poder; pero en los últimostiempos su corazón se había endurecido.El hijo de Ziyad quiere tornar a lainocencia y sencillez de antes de lamuerte de Floriana. Le parece que sólocon Alodia eso podría ser posible.

Quiere cambiar. Algo en él se haabierto hacia una nueva vida. El tabí Alíben Rabah le ha acompañado en sucamino y se ha convertido en su guía. Leha dicho que la fuerza de Allah está conél. Le ha instado a no beber alcohol, ano hacerlo en la copa sagrada. Por eso,

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ha guardado la maravillosa copa doradaen un lugar oculto; ya casi nunca bebe deella. Desde entonces, ha recuperado enparte la serenidad.

Ha luchado por Allah y ha cumplidosu misión, conquistando el reino de losgodos. Ahora deberá reconstruirlo. Es elmomento también del premio y deldescanso, Alí ben Rabah le ha invitado acontraer matrimonio. Unos días atrás, leexplicó algo que él había escuchado deuno de los compañeros del Profeta.

El profeta Muhammad, Paz yBendición sean siempre con él, habíadicho: «Ciertamente la mujer es la mitadgemela del hombre.» Todo hombre

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necesita una mujer, en ella encontrará sudescanso, por eso él, Tariq, habíabuscado a Alodia. Con ella, ya no quierela venganza sino una vida en paz; unavida feliz, sin los sobresaltos y lasfatigas de la lucha por el poder. Tendráhijos con ella, los verá crecer, formaránuna estirpe de guerreros. Quizá, como supadre, tendrá otras esposas. Piensa queella le ayudará a asegurarse la conquistay que, más pronto o más tarde, leentregará la copa. Ambos vivirán enpaz; a las tierras del antiguo reinovisigodo, retornará la justicia y el orden.

Atanarik toma las manos de Alodia,viendo la venda. Con cuidado la desata

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y contempla la herida. Nota las palmasásperas por el trabajo; besa aquellasmanos callosas en las palmas y a la vezsuaves en el dorso, mientras le dice:

—Ordené a la reina que te admitieseentre sus damas, no que te hiciese suesclava. No lo serás ya más.

Después, levanta los ojos eindignado exclama:

—Fue un error entregarte a esamujer.

Ella se ruboriza, confundida. Sesiente avergonzada por su pobreza, porser una humilde sierva. Un nudo leatenaza la garganta, impidiéndolehablar. Él prosigue:

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—Hace unos días llegaron lasmujeres de Samal y de algunos de miscompañeros de conquista. Ellas se haráncargo de tu custodia, te enseñarán a seruna buena esposa musulmana.

—¿Cómo podéis convertirme envuestra esposa? Yo no soy más que unasierva, una criada del palacio del rey.

—Una de las más amadas esposasdel Profeta, la Paz sea con él, fue unamujer capturada en un combate, otra fueuna judía… Tú serás mi esposa. Allah teha puesto en mi camino, te necesito a milado.

Ahora están juntos de nuevo, comoocurrió en las montañas, en su huida por

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la Bética, un solo corazón, una solaalma.

—Nada ya me separará de ti —diceél.

—Nada ni nadie me separará de vos—dice ella.

Sin embargo, aunque ellos no losaben, nada es tan simple.

Los deseos de los amantes son loque más se parece en este mundo a laEternidad, al deseo que late en el fondodel hombre de Inmortalidad, pero, enesta vida, todo es caduco.

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13

En las torres

Los evadidos se enfrentan a la GuardiaReal. Vítulo hace sonar una trompasembrando la alerta en las torres. Variasdecenas de hombres se dirigen hacia ellugar donde ha sonado la voz de alarma.

Casio, Belay y Toribio intentandefenderse como pueden; el fornidoToribio da golpes a uno y otro lado. Porfin son apresados y cargados decadenas, amarrados entre dos palos en

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el patio central con los brazosextendidos. Todo ha acabado, piensaBelay, mira a Casio, que baja la cabezacon rabia. Los van a ajusticiar, pero hanresistido hasta el final.

Cae la noche, tras un día de crudoinvierno. En el patio hace mucho frío.Los tres hombres tiritan semidesnudos yatados a los palos. En algún momento, apesar del frío y el dolor, les rinde elcansancio y dan una cabezada, pero lascuerdas que los sujetan tiran de elloshacia arriba.

Al alba escuchan las trompastocando a diana. Tienen tanto frío que nopueden hablar. Amanece un sol de

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invierno; una fría neblina envuelve laciudad del Tagus.

—Por orden del alcalde del Alcázarse condena a estos hombres a muerte porsedición y asesinato.

El patíbulo se alza sobre una tarimade madera con un tronco grande en elcentro. A su lado, un hacha. Cortan lascuerdas que atan las manos de lospresos, y los tres hombres caen al suelo,sienten los miembros entumecidos, ycomienzan a frotárselos para entrar encalor. Los soldados del Alcázar no lesdejan permanecer en el suelo,apremiándoles para que sigan.

Se escucha el redoble de un tambor.

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Empujan a Casio, que se arrodillaapoyando la cabeza sobre el tronco delárbol. Un sudor glacial le recorre elcuerpo, aterido aún por el frío nocturno.

En ese instante se escucha un grito.—¿Se condena a muerte sin

obedecer a la ley de la Sharia, sin unjuicio justo, sin escuchar la voz del quemanda en la ciudad, la voz delconquistador?

Es Tariq.Los verdugos se detienen.—Estos hombres —dice Tariq

señalando a Casio, y a Belay— han sidomuy valiosos para la conquista.

—Son traidores y posiblemente

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espías. Han escapado de la prisiónmatando a los guardias de las puertas.Aquél —afirma Vítulo señalando aBelay— fue Capitán de Espatharios conRoderik, es un renegado, un hombre quemerece morir.

—Soy yo quien decide si un hombredebe morir o no —le contesta Tariq—.¡Lleváoslos! Se reunirá el tribunal yserán juzgados.

Belay y Casio miran a Tariq conagradecimiento. Les conducen a unacelda lejos de las mazmorras dondeestuvieron presos. Allí sigue haciendofrío pero en comparación con el patio sesienten confortados. Aún tiritando, se

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abrigan con las mantas que hay sobre loscatres y se sientan pegados unos a otros.No son capaces de hablar, todavía seencuentran en una situación de enormeconmoción mental ante lo ocurrido.

Unas horas más tarde, los conducenhasta la sala de justicia. En un estradoles espera Tariq. Junto a Tariq está Alíben Rabah y Mugit al Rumi, que actúancomo intérpretes de la ley. Allí lesesperan también los witizianos,Audemundo y Vítulo. El guardia haceque los cautivos se inclinen ante eltribunal, presidido por Tariq. Belaypiensa que el proscrito, al que no tantotiempo atrás habían perseguido por toda

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la Bética, es ahora quien les estájuzgando.

—¿Habéis matado a los hombres dela guardia?

—Sí… —responde Belay.—¿Por qué lo hicisteis? —le

interrumpe Tariq.—Buscábamos la libertad… Nos

encerraron los hombres de Witizaporque nos opusimos a ellos…

—¡Atanarik! —le grita Casio—.Recuerda que te protegimos cuandotodos iban contra ti. Gracias a nosotrosllegaste a Hispalis… Nos debes algo.

Vítulo los acusa:—Se encerró a estos hombres en

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prisión porque animaron a sublevarse alas gentes de la ciudad.

Belay intenta defenderse frente aaquella acusación que es cierta:

—Apoyábamos al fenecido reyRoderik. Los hombres de Witiza habíanocupado los cargos del Aula Regia ynombrado un rey sin el apoyo delConcilio.

—Ya no hay Aula Regia ni Concilio.Las cosas en la ciudad han cambiado —les confirma Tariq— ya no mandan loswitizianos…

De nuevo Vítulo les inculpa.—Eso no les exime de haber matado

a los hombres de la guardia.

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Belay se expresa con suavidad,intentando ser conciliador, mostrandorespeto ante su antiguo camarada:

—Mi señor Atanarik, entended queno podíamos permanecer en la prisión,sin un juicio… Transcurrieron días ydías en los que nos consumíamosencerrados sin una sentencia, sin unfuturo… Solicitamos veros, mi señor.Debíamos retornar a nuestras tierras enel Norte. Sabemos bien que el país es uncaos, que se extiende el bandolerismo yel pillaje. Yo debo volver a lasmontañas cántabras, mi compañeroCasio a sus tierras. Es verdad que fuiCapitán de Espatharios de Roderik, pero

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también soy el jefe de mi linaje… Debovolver a mis tierras…

Casio se defiende:—Mis dominios se sitúan junto al

Pirineo, en las tierras fértiles del valledel río Iberos. Regresábamos hacia elNorte, hacia nuestras tierras, pero loswitizianos nos detuvieronindebidamente…

Tariq los examina con una miradaamable, comprensiva. Son sus antiguoscamaradas, le salvaron pocos mesesatrás. Sin embargo, no puede darmuestras de debilidad ni ante loswitizianos ni ante los árabes. Suexpresión se torna dura mientras les

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acusa:—Por lo que habéis hecho debierais

morir… pero, también es cierto quehabéis sido privados de un juicio justo.Esa no es la ley del Profeta.

Después Tariq se dirige a los otrosmusulmanes que forman parte deltribunal.

—¡Sin estos hombres habría sidoimposible la conquista! ¡Sin ellos yohabría muerto y las tropas del Sur nohabrían venido conmigo! Estoy en deudacon ellos. Allah me ha protegido pormedio de ellos.

Al Rumí, Ben Rabah y los ulemasasienten sin decir nada, dejan obrar a

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Tariq. Este prosigue:—Conmuto la pena de muerte por el

destierro. Regresarán a sus tierras parano volver nunca más a la capital delreino.

Vítulo, el witiziano, mostrando sudescontento, le pregunta:

—¿Y el otro hombre, el siervo?—¿Cuál es vuestro crimen? —le

interroga Tariq.—Defendí a mi esposa de los que

pretendían saquear mi casa, de vuestroshombres. Ella ha muerto asesinada.

—¿Tenéis pruebas de ello?—No. Os juro que yo nunca habría

matado a nadie, que soy un modesto

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campesino, sólo sé labrar la tierra. Yonunca habría matado a nadie si nohubiera tenido que defenderme.

—Sois un hombre corpulento…Necesito siervos fuertes en mis tropas.

Toribio calla. Se ha librado de unamuerte segura. En su interior persiste unodio inmenso al invasor musulmán, alque considera invasor y asesino de sufamilia.

—¡Podéis retiraros! —les conminaTariq—. ¡Que permanezcan aquí losacusados!

Mientras los asistentes al juicio seretiran, Tariq se acerca a sus antiguoscamaradas. Cuando todos se han ido, los

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antiguos hermanos de armas se quedanfrente a frente y se abrazan.

—Debéis la vida a la sierva, aAlodia —le dice Tariq—. Ella supo lainiquidad que pretendían cometer y melo advirtió.

—Es una mujer inteligente —afirmaBelay.

—Sí. Lo es. Va a ser mi esposa. Losdos deseamos que os quedéis aquí hastala ceremonia.

—¿Te unirás con una sierva? —seasombra Casio.

—Mi guía espiritual me harecomendado el matrimonio como curade las pasiones que me atrapan. Podré

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tener varias esposas, como tuvo elProfeta. Las mujeres son tierra, la tierraen la que los hombres ponemos lasemilla, para un hombre no hay siervasni esclavas…

Mientras habla, le observan conextrañeza. Al parecer aquel hombre, suantiguo camarada, cree en una nuevareligión, una nueva fe, ha cambiado suscostumbres. Belay se atreve aenfrentarse a él, le interrumpe:

—Estás loco…, ¿crees en la fe delos herejes, de los invasores del reino?

—Sí. Me ha salvado de ladestrucción.

—Quizás a ti te haya salvado del

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dolor de la pérdida de Floriana pero…¿y el reino? ¡Has destruido el reino!

Tariq siente subir a su corazón la iraentremezclada con vergüenza. Belayparecía no entenderle. No conoce aúnlas verdades salvadoras del Profeta.

—No. Simplemente, he impuesto unaley más justa, otro orden de cosas…

—Todo seguirá igual mientras nocambien los que mandan en las ciudades—le reprocha Casio—. Has traído alinvasor.

—¡He traído la verdadera religión!—¿Cuál?—La fe de Mahoma, ¡la paz sea con

él! Cristo fue un gran profeta, pero no

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fue Dios. Hay un único Dios, y Mahoma,su profeta.

—No sé qué quieres decir con eso—habla Belay—. Ya hubo una guerracivil hace más de cien años en tiemposde nuestros comunes antepasadosHermenegildo y Recaredo por asuntosde religión. En aquel tiempo, unosafirmaban que Cristo era Dios mientrasque otros lo negaban. Murió muchagente. ¡No puedo creer que hayascausado otra guerra civil!

—Sin el Todopoderoso, sin elClemente, sin Dios, la vida del hombreno tiene sentido… —le explica Tariq.

—¡Dios! ¿De qué Dios estás

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hablando? ¿Del que destruye a loshombres en las batallas libradas a sucosta? No sé a qué Dios te refieres.

—Al Único Dios, al Dios deMahoma… —se expresa Tariq, con laconvicción de un iluminado.

—¿No es el Dios de los cristianos?En la ciudad, todos dicen que soisherejes arríanos, que creéis en Diospero no en la Divinidad de Cristo.

—No es así. Nosotros creemos en unsolo Dios; Mahoma es únicamente elprofeta del Dios Altísimo. Cristo estambién un hombre santo, pero no esDios. Los nazarenos habéis deformadoal Único Dios, os habéis convertido en

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politeístas y mi Dios, Allah, es el Únicoque debe ser adorado… ¡No hay otroDios sino Allah, y Mahoma, su profeta!

Casio y Belay callan. Contemplan elrostro exaltado de Tariq, convencidopor una fe firme, se sientenpreocupados. Tariq prosigue hablando.

—Vosotros también deberéissometeros. Belay se expresa de modoamigable:

—Yo llevo muchos años siendocristiano… para cambiar ahora. Yodesciendo de Aster, el primer astur queconoció a Cristo, y del mártirHermenegildo. Es muy tarde paracambiar.

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—Mi familia proviene de losantiguos romanos que trajeron la fe alvalle del Iberos… —le dice Casio—,no cambiaré mis creencias…

Tariq, inspirado por unpresentimiento, realiza un vaticinio queparece en aquel momento poco creíble,pero que un día se cumplirá.

—Algún día lo harás. Algún díaabrazarás la fe del Profeta.

Casio no le contesta. Tariq prosiguehablando imperativamente, encendido enardor religioso; Belay entiende que nodeben continuar con la discusión, porquepueden acabar mal, y decide nocontradecirle, por eso calla.

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Al fin, Tariq indica a Belay:—Irás al Norte y respetarás a

Munuza, el nuevo gobernador de lastierras astures.

—Está Pedro, duque de Cantabria—se extraña Belay.

—No, cerqué Amaia. No fue precisodestruirla porque Pedro firmó unacuerdo. Le permití continuar en lafortaleza de Amaia. Después, ataquéGigia, dejé una guarnición del Profetaallí, la lidera un fiel servidor del Islam,Munuza, ahora gobernador de las tierrasastures. Deberás respetarle, es el legadodel califa, Jefe de Todos los Creyentes.

Belay se estremece. ¿Cómo es

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posible que en pocos meses aquelhombre alto y arrogante, su antiguocompañero de milicias, haya recorridolas tierras de la península Ibérica desdeel estrecho a las montañas cántabras? Loha hecho, las ha dominado y sometido.¿Cómo es posible que haya cambiadotan profundamente sus creencias y sehaya convertido en un fanático? No leentiende y baja la cabeza, mientrasTariq le explica.

—Firmaremos un pacto para que selo muestres al nuevo gobernador de lastierras astures, a Munuza, éste respetarátus hombres y tus tierras. Ese pacto lo hefirmado ya con otros, será un trato justo.

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No se te impondrá ningún tipo dedominio sobre ti ni sobre ninguno de lostuyos. No podrás ser apresado nidespojado de tu señorío. Tus hombresno podrán ser muertos, ni cautivados, niapartados unos dé otros, ni de sus hijosni de sus mujeres, ni violentados en sureligión, ni quemadas las iglesias. Noserás despojado de tu señorío mientrasseas fiel y sincero y cumplas el pacto.¿Colaborarás?

Belay entiende que es un tratoventajoso; por lo que acepta.

—Sí, lo haré.—Y tú… ¿Casio? ¿Serás capaz de

firmar un pacto semejante?

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—No lo sé.Tariq se da cuenta de que el

hispanorromano va a ser más difícil deconvencer. Casio es un hombre visceralque rechaza o acata los pactos, según loque su criterio le indica en cadamomento.

—El dominio del Islam es undominio suave. Viviréis tranquilos bajolas leyes del Profeta.

Casio le observa dubitativo. Tariqya no es el espathario que adoraba aFloriana, su amigo joven e inexperto;ahora es un ardoroso partidario de unanueva fe, de un nuevo orden, de unnuevo Señor.

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Casio se niega a acatar el pacto. Sele encierra en la prisión.

Unos días más tarde, alguien le abrelas puertas de la celda y el hispano seescapa hacia el Norte, hacia lasmontañas que separan Hispania de laGalia, hacia el fértil valle de río Iberos,la tierra de sus mayores.

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14

El enlace

El día amanece cubierto por una neblinasuave, pero al levantarse el sol sobre elhorizonte, la niebla se abre y la luz seadueña de todos los rincones, de cadacalleja, de las plantas mojadas por elrocío de la mañana. La luz brilla sobrelos adoquines, sobre las hojas de losárboles, en las ventanas de las casas. Amediodía, en el cielo de la ciudad delTagus no cruza ya ninguna nube.

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Alodia es feliz, ha llegado el día desu boda, de la boda con quien ella amadesde tanto tiempo atrás. Tariq haordenado que se hagan cargo de lospreparativos las mujeres musulmanas, laesposa de Samal y de los otrosbereberes, llegadas desde el Atlas, elSahara, y las costas norteafricanas, nomucho tiempo atrás. El conquistadordesea contraer matrimonio según lasprescripciones de la nueva fe en la quecree.

Los días anteriores, matronasbereberes y jóvenes casaderas la hanpreparado para la ceremonia. Hanlavado sus cabellos con esencias

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olorosas, la han llevado a los baños yhan procedido a limpiar su cuerpo y anutrirlo con aceite de rosas. Después decubrirla con los velos blancos de ladoncellez, la han conducido a uncarruaje que recorrerá las calles de laciudad.

Desde los arrabales donde habitanlas familias de los nuevos invasores, unacomitiva con velas encendidasacompaña a la novia. Son las mujeres ylos niños, hombres adultos de razabereber, que gritan rezos y fórmulasrituales norteafricanas para ahuyentar alos malos espíritus y dar suerte a losnovios. El cortejo nupcial sube por la

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cuesta junto a la muralla hasta elmercado. Alodia va en medio, en uncarruaje semicerrado y arrastrado pormulas. A través de unas cortinillas deseda, se vislumbra la sombra de lafutura desposada.

Las calles de Toledo se han llenadode curiosos que observan sorprendidosel ritual islámico. No ha pasado un añodesde la caída del reino godo, todo loque los conquistadores realizan provocacuriosidad entre las gentes.

Al llegar a la plaza del mercado, ellugar que ahora llaman el zoco; lasgentes abarrotan la plaza y se aproximanpara ver a la novia. Después el carruaje

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y la comitiva nupcial bajan por unacallejuela no muy ancha, en las ventanasse asoman las comadres a chismorrear.Alguien grita un piropo, un requiebro, uncanto a la novia. La conducen a lamezquita, antes un templo cristiano, laantigua iglesia de San Pedro y SanPablo, la vieja catedral de los godos.

Al llegar a la plaza frente a lamezquita, la que poco tiempo atrás habíasido una sierva desciende del carruaje,se abren las cortinas y unos finosborceguíes de cuero asoman seguidospor una larga túnica de color claro. Surostro está cubierto por un velo tan finoque permite ver la expresión seria del

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rostro de la futura desposada. Frente a laentrada del templo, una escolta deguerreros bereberes monta guardia. Ladoncella atraviesa entre las dos filas desoldados, cruza el umbral de la puerta yavanza a través del anteriormente templocristiano hasta una sala lateral, unaantigua capilla, donde la espera Tariq.

El está de pie; a su lado, Samal, quehará las veces del wali, el guardián dela novia, esto es la persona que a la horade que se haga el contrato matrimonialvela para que se cumplan todas lasestipulaciones escritas en el mismo.

Días atrás, como prescriben lasleyes coránicas, se firmó un contrato

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ante Samal, guardián de la novia. En élse acordó la dote, que Tariq secomprometía a dar a Alodia, y laobligación de ésta de obedecerlesiempre.

Entre Samal y Tariq se encuentra Alíben Rabah, el testigo cualificado delcontrato, el que llevará el peso religiosode la ceremonia. Tariq y Samal se tomande la mano como en un saludo. Ambossonríen. Entonces, el tabí habla sobre laimportancia del matrimonio, y recitaalgunas suras que ilustran cómo debe serel comportamiento del uno con el otro.Después, Alí ben Rabah le pregunta aAlodia si desea contraer matrimonio.

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Ella débilmente afirma que estáconforme. Su voz apenas se escucha. Encambio, al preguntarle al novio, la vozde éste resuena fuerte y decidida,mientras acepta el compromisomatrimonial.

Al fin, se recita la sura Al Fatiha, laque abre el Corán. Palabras que Alodiano entiende, pero que suenan hermosas asus oídos.

Alabado sea Dios, Señor delUniverso,

el Compasivo, el Misericordioso,Soberano del día del Juicio.

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A Ti solo servimos y a Ti soloimploramos ayuda.

Dirígenos por la vía recta,la vía de la que Tú nos has

agraciado,no de los que han incurrido la irani de los extraviados.

Ya están casados.Tariq alza los velos que tapan el

rostro de ella. Cuando Tariq descubre elsemblante de Alodia, se da cuenta de subelleza, de lo hermosa que es aquella ala que va a unir su vida. Una hermosurasuave y llena de ternura, no la seducción

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deslumbradora de Floriana. No elatractivo arrebatador de la dama goda,que se imponía sobre los corazones,sino el suave encanto unido a la bondadde corazón. Los rasgos de Alodia sontan delicados, como los de Floriana eranfuertes y bien trazados. El que, en untiempo, se llamó Atanarik, intenta alejaren aquel momento de su memoria a laque amó de niño y adolescente. La mujerque le traicionó. Un amor que debedesaparecer de su mente, aunque él sabeque aún no ha muerto del todo.

El novio, en presencia de losbereberes, del tabí Alí ben Rabah besala frente de la novia.

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La ceremonia sencilla e íntima a laque asisten muy pocas personas finalizay los novios abandonan la mezquita; élla precede y ella camina detrás. A lasalida, Alodia monta en el carruaje quela ha traído. Delante de ella, como sudueño y señor, cabalga lentamente elnovio. Ambos se dirigen hacia elpalacio del rey godo donde tendrá lugarla fiesta. Por las calles, les esperan loscuriosos. Niños y mozos siguen elcarruaje nupcial cantando y gritandoexpresiones jubilosas.

La celebración tiene lugar en laantigua sala de recepciones del reyRoderik. En el centro de la sala, sobre

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un estrado hay un pequeño trono. Tariqavanza por la sala, cerca de él, un pasomás atrás, envelada, camina Alodia. Ella toma de la mano y le indica que sesitúe junto a él, en un escabel más abajodel estrado. El asciende hasta la jamugay le sonríe como dándole ánimos. Dancomienzo el convite y las celebraciones.Se escucha la música y el rumor dedanzarinas. Los criados sirven manjaresdelicados a los asistentes, que observantodo reclinados en divanes o levantadospor la sala, parloteando continuamente.

Los otros jefes bereberes se acercanal estrado de Tariq para expresarle suenhorabuena, y para continuar hablando

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de la guerra. Él, quizá por la felicidaddel momento, se encuentra lleno deoptimismo, diseña nuevos planes deconquista; el reino godo está ya en susmanos. De cuando en cuando observalos rasgos de Alodia a través del tenuevelo que la envuelve. Piensa que va aser una buena esposa y se sientecontento de la decisión que ha tomado.

Ella, en cambio, se siente tímida,está envarada y tensa ante el jolgorio,los bailes y la música. Experimenta unacontinua desazón, como si no semereciese ser el centro de aquel festejo.Por ello, se alegra de estar cubierta porun tul fino que le cubre parcialmente el

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rostro. En aquel lugar inferior al de suesposo, ella baja los ojos modestamente.Desde los días en los que su vida era lade una doncella en un poblado en lasmontañas, destinada a un sacrificioritual, y él apareció en sus visiones,sabe que su destino es pertenecerle. Porlas profecías intuye también que a sulado encontrará el sufrimiento pero, enel amor, el dolor es parte de la alegría.Ella siempre le querrá, tanto en losmomentos de bonanza como en los dedesventura. Al pensar en el pasadodoloroso, en el futuro incierto, el rostrode Alodia blanquísimo se torna rojo porla angustia. Al fin logra serenarse,

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levanta los ojos hacia Tariq y le miracon un amor profundo y limpio de todoegoísmo. Ahora, él es su presente y ellano quiere pensar en nada más.

La fiesta prosigue animadamente.Entre los presentes al casamiento deTariq están los jefes militares, losbereberes de la tribu de Ziyad. Lerodean los hombres del desierto y de lasmontañas, los tan cercanos Altahay benOsset y Kenan, el negro jefe de losHausa; los hombres de la tribu Barani,la tribu de Kusayla; los árabes Abd alAziz y Alí ben Rabah; el bizantino Mugital Rumí, converso musulmán,conquistador de Córduba; algunos

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witizianos y, cerca de ellos, Belay, elespathario real, que aún no ha partidohacia las tierras cántabras, acompaña asu amigo, Atanarik, en aquel momentofeliz. Algunas mujeres se sitúan a unlado, observando entre celosías elbanquete. Entre ellas está Egilo con lasdamas de la corte que lo observan todocon envidia. Lejos de ellas, perotambién detrás de celosías, las mujeresmusulmanas, las que han preparado laceremonia, se alegran por Alodia, a laque han tomado afecto. Han asadocordero, aderezado con hierbas amargasal estilo bereber. Han preparado frutascubiertas con miel y pasteles de

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almendra.

Transcurren alegres las horas,cuando la celebración parece haberllegado a su culmen, los noviosabandonan el recinto por una puertalateral mientras dentro prosigue elbanquete. Al cerrarla, Alodiacomprende de un modo especial que yano se pertenece, en el rito musulmán laesposa es posesión del marido, pero esono supone ningún cambio para ella,Alodia ha sido siempre toda de él.Detrás de la puerta, unos peldañosconducen a las habitaciones que ocupa

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Tariq. Suben lentamente aquellasescaleras, la mano de él en la cintura deella. El nota que Alodia va temblando.Se detienen en el umbral, y Tariq abre lapuerta. Las estancias nupciales se hanembellecido para la primera noche delos que ya son esposos. Los suelos estáncubiertos de alfombras traídas deOriente; en la pared lucen multitud deantorchas; del fondo del cuarto, unrecipiente de bronce sobre un pequeñofuego escancia olores suaves; lienzos deseda cubren el lecho.

Las luces de las antorchas alumbranel cuarto. En la penumbra, Alodia se vea sí misma a través de aquellos ojos

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color oliváceo que se fijan en ella; losojos cuya mirada ha deseado desde tantotiempo atrás, cuando no era más que unamontañesa que servía en el campamentode unos guerreros godos. Siente queestar sola junto a él es el mayor don quepueda conseguir en esta tierra, consideraque mirarse en él es una bendición delos cielos, le parece imposible que ellasea de él y que Tariq esté allí tan cerca,contemplándola con un deseo ardiente,acariciándola sin impaciencia, conternura.

Durante un tiempo los dos callan, lescubre un silencio lleno de palabras queno precisan ser pronunciadas. Todos sus

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sentidos se vuelven más sensibles y sellenan de la luz de antorchas de coloramarillo dorado que alumbran laestancia, del olor a malvasía y a rosasque inunda la estancia, del sonido de suspropias respiraciones cada vez máslentas, y luego ardorosas. Después llegala embriaguez mutua, hasta el culmen dela excitación. Es, en ese momentocuando Tariq, apoyando la mano sobrela frente de la que ya es su esposa,exclama: «¡En el nombre de Dios!», eirrumpe en ella, profundamente, conansia. El matrimonio se consuma, son yaun mismo corazón, una misma alma parasiempre.

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Para Alodia, el tiempo puededetenerse.

El astro nocturno se oculta. Lasestrellas giran lentamente en el cielocubriendo el sueño de los esposos. Laluz de la aurora hiere las tinieblasnocturnas y, con ella, retorna el lucerodel alba. Amanece un nuevo día sobreellos. Al fin, la luz del sol toledanoinunda la estancia. Alodia se despierta.Se incorpora sobre la cama, ycontempla, enamorada, al que ya es suesposo. En el rostro de Tariq se dibujauna sonrisa suave, de virilidad

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satisfecha, parece balbucir algo ensueños. Alodia se emociona cuando seda cuenta de que lo que Tariq estámusitando es su propio nombre. Seinclina hacia él y le besa, entonces, élabre los ojos y su luz verdosa se fija enla que fue un día sierva. Ya despierto, leacaricia suavemente el cabello,pensativo. Pasa el tiempo. Alodia se dacuenta de que algo le preocupa. Al fin,Tariq le dice:

—Debo mostrarte una cosa…Se levanta bruscamente del lecho,

cubierto apenas por un calzón, y vavistiéndose. Ella ve cómo sus espaldas,poderosas, los músculos de luchador y

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de guerrero, se cubren con una túnicacorta, cómo se ciñe un cinturón gruesode cuero, cómo se calza las altas botasde cuero. Después, se dirige hacia elfondo de la estancia, donde hay un arcónsobre una mesa. Lo abre, extrae unacopa, un cáliz dorado de palmo y mediode altura con incrustaciones de ámbar ycoral; y se sienta junto a ella en el lecho,mostrándoselo. A través de las rendijasde la puerta un soplo frío cruza laestancia. Alodia siente que, en pocossegundos, todo ha cambiado en lacámara nupcial.

—Es la copa de poder. Un tiempoatrás me atrapó y no podía dejar de

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beber de ella. Ahora soy capaz devencerme a mí mismo —dijo Tariq—,antes no lo era. Mi padre me loadvirtió… es peligrosa…

—Lo sé.—Hace tiempo que ni siquiera la

miro porque, incluso ahora, al volver amirarla me cuesta conservar eldominio… Bebería de ella…

Tariq la toca suavemente y levantalos ojos. Alodia adivina que buscabebida.

—No debéis.Él habla con esfuerzo.—No sé qué debo hacer… El

equilibrio tornará cuando se una a la de

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ónice.Calla un momento, mirando

alternativamente a la copa de oro y aAlodia.

—¡Condúceme hasta ella!—¡No! —exclama dolorida Alodia

—. No puedo… No puedo revelar elsecreto. Me asegurasteis que lo habíaisolvidado. Me jurasteis que no me lopediríais.

—¿Acaso no confías en mí? ¿Acasono me amas?

—Hay cosas que no puedo hacer,incluso aunque os ame más que a nadaen el mundo. Os destruiría…

—No. Eso no es así. Tú y yo

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construiríamos juntos un nuevo mundo,un mundo más justo.

—Mi señor, sé que os convertiríaisen un tirano. No seríais ya vos. La copade poder, la copa de sabiduría nopueden usarse para beneficio propio.

—Yo no quiero nada para mí, quierola justicia, la…

Alodia llora. Ante su llanto, Tariq lepregunta con irritación:

—¿Por qué lloras ahora?—Me lo advirtió la visión. Me dijo

que me exigiríais lo que no puedo daros,me previno…

Tariq se levantó furioso, gritando:—¡Tú y tus visiones…!

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—Yo… soy vuestra esclava, perohay cosas que no puedo hacer…

—Las harás, quieras o no.—¡No! Me habéis engañado… No

me queréis a mí, sólo buscáis la copa deónice.

Alodia llora decepcionada, élparece no advertir sus lágrimas,mientras se cubre con una capa y secuelga las armas, el puñal en el cinturónde cuero e introduce la espada en lavaina, le dice:

—Te quiero a ti, bien lo sabes,deseo que seas mi esposa, que llevesdentro de ti a mis hijos, pero tambiénnecesito lo que me dará el poder sobre

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el reino.Después abandona, con un portazo,

la habitación nupcial.

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15

Las nuevas

Los últimos días la lluvia ha empapadola ciudad de Toledo, en los adoquinesde las calles, en las piedras de lasparedes ha crecido el verdín, en elsuelo, sobre el adoquinado, correnregueros de agua cristalina. Ahora queha escampado, y el cielo brilla claro, sinnubes, Alodia ansia salir del palacio. Enlas amplias estancias donde mora tras suboda con Tariq, la que un día fuera una

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sierva se aburre. El conquistador hapuesto a su disposición una servidumbreque está pendiente de ella, de obedecersus órdenes; pero Alodia no estáacostumbrada a mandar, a menudo seavergüenza cuando una doncella leprepara la ropa o cuando un siervobruñe su calzado. No tiene nada quehacer en aquel palacio de largoscorredores, de paredes oscuras. Lapasada noche, la reina Egilo se dignóinvitarla, como si fuera una mujer noble,a las reuniones donde las damascotillean o algunas de ellas cantancanciones del antiguo reino godo. Seencontró incómoda y cohibida ante sus

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antiguas señoras, le pareció percibir undeje de burla en las conversacionescuando se dirigían a ella.

No. A Alodia no le gusta el palaciode corredores largos y oscuros, deantorchas y tapices en las paredes. Poreso, cuando puede se escapa, y se dirigesiempre al mismo lugar, más allá de lamuralla. No se le permite hacerlo sola:un guardia, Samal o uno de sus hombres,custodia siempre sus pasos.

Con la lluvia torrencial de losúltimos días Alodia no ha podido salir,pero ahora el cielo brilla, y en una mulabaja por la cuesta que rodea la muralla,seguida por una escolta a pie que le grita

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para que no vaya tan deprisa.A su izquierda sobre las piedras

mojadas, caen enredaderas que cubren aretazos los muros de la ciudad. Sobreuno de los portillos de la muralla, hay unreloj de sol, la sombra está marcando elmediodía. Alodia espolea a la mula, quecorre por el camino abajo. Más adelantellega al puente romano sobre el Tagus.Lo cruza y se dirige a la vega. Allí hayun arrabal de casas bajas con huertos enla parte de atrás y callejas embarradascuando llueve. Aquel lugar, antes de lallegada de las tropas de Tariq, era unbarrio extramuros de menestrales ycampesinos; ahora, lo habitan también

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las familias de los soldados bereberes,que cruzaron el estrecho meses atrás,poco después de la victoria de Waddi-Lakka. Las mujeres que la ayudaron enlos preparativos de la boda viven allí,con ellas Alodia se siente a gusto, unamás. Además la respetan por ser laesposa de Tariq, el jefe de la conquista.

Atraviesa el umbral, siempreabierto, de una de las anteriormentegranjas romanas. Sus moradores huyeronal Norte, asustados con el avance de lastropas musulmanas. Allí,provisionalmente, Samal ha establecidoa su familia, esperando que Tariq lesconceda tierras.

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Las dependencias de un solo piso,encaladas, cierran el espacio en torno aun huerto grande donde corren losanimales y juegan los niños. Sentadassobre unas sillejas de madera lasesposas de Samal, con otras mujeres,han esquilado las ovejas y cardan lalana. Hay ruido, risas por todas partes.

Al ver a Alodia, Yaiza, la esposapreferida de Samal, se levanta y se llegahasta la entrada, saludándolaalegremente con una inclinación derespeto. La esposa de Tariq enrojece. Seavergüenza de ser tratada con tantaceremonia, abraza a Yaiza. Después,ambas mujeres se dirigen hacia los

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asientos bajos charlando animadamente.Las otras mujeres la reciben sinextrañeza, están habituadas a quemuchas tardes las acompañe y no leschoca que la esposa del conquistadortrabaje como una sierva. Alodia toma unhuso y comienza a devanar la lana,disfruta realizando aquel trabajomecánico, que la distrae.

Las musulmanas no cesan de hablary de gritar en aquel lenguaje del Nortede África que ahora Alodia vacomprendiendo cada vez mejor. Laconversación gira en torno a lacampaña. Ayer llegó un grupo deguerreros de la tribu Barani anunciando

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que pronto las tropas tornarán a casapara pasar el invierno en la ciudad deToledo. Han traído noticias que se handifundido rápidamente entre lapoblación bereber de la vega. Lasmujeres de Samal le cuentan a Alodiaque las tropas del Islam, unas vecespactando y otras guerreando, controlanya gran parte del Sur del territoriohispano, de las tierras de Al Andalus, yla meseta. En cambio, las montañas delNorte se resisten. También se oponen alpoder islámico las tierras situadas aleste, un lugar llamado la Septimaniadonde se refugian los restos de loswitizianos. Tras el cruce de novedades,

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prosiguen charlando acerca de lasenfermedades de los hijos, de partos ycasorios, de las mil labores del hogar.

Alodia se distrae de la conversacióncuando un niño pequeño, quizás el hijomenor de Yaiza, se le sube a las haldas:lo acaricia y dejando de lado la lana,juega con él, preguntándole las milcosas que le preocupan a un niño.Después el chavalín corre a jugar consus hermanos, y con un perro pulgoso.

Alodia acerca su asiento al deYaiza.

—Le echo de menos —le dice—,pero temo su regreso…

—¿Por qué?

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Alodia duda antes de contestar:—Me pedirá algo… que no puedo

hacer.—Una esposa musulmana es de su

marido, debe respetarle y complacerleen todo. Debe velar por la paz familiar.

—Antes de contraer matrimonio, measeguró que no me lo pediría. Lamañana después de nuestra primeranoche… ya había olvidado su promesa.

Yaiza ríe, no le parece extraño loque ella le cuenta:

—Ellos son así. En lascapitulaciones de mi boda, mi esposoacordó con mi padre que nunca mellevaría lejos de las tierras de mi

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familia. Y… ¡mírame dónde estoy! Másallá del mar. En un lugar donde lasgentes nos rechazan…

Alodia la observa con lástima. Lasgentes de Toledo ven con reticencia aaquellas familias formadas por variasesposas de un solo hombre. Por otrolado, se les teme. Era cierto que muchasde las casas que ocupaban en la vega, alllegar ellos estaban ya vacías y ruinosas;pero, en otras, los musulmanes habíanexpulsado a los moradores para asentara sus familias, y las gentes que lashabitaban debieron huir. De cuando encuando aparecían nuevas gentesafricanas y les requisaban granjas o

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tierras.A pesar de la ocupación bereber, en

el arrabal de la vega aún hay muchasfamilias sencillas de origenhispanorromano y visigodo, unabarriada llena de alfareros, talabarteros,carpinteros y herreros que venden susproductos en el zoco de Toledo. Yaiza ylas otras mujeres poco tienen en comúncon aquel suburbio de menestrales.

—No nos gusta vivir aquí —leexplica Yaiza—, bajo los muros de laciudad. Nuestro lugar es el campo,somos labriegos y pastores. Ayer losmensajeros nos trajeron noticias de quetu esposo nos ha concedido tierras al

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Norte, en un lugar en el que corren losríos…

Con tristeza, Alodia le interrumpe:—¡Os iréis!—Sí. Las ves… —Yaiza señala a

sus compañeras—, están contentas demarcharse de aquí. Parece ser que mástribus bereberes con sus ganados y suspertenencias han ido atravesando elestrecho. Tu esposo quiere repoblar lastierras más allá de las montañas deToledo, tierras amplias con buenospastos.

—¿Cuándo os vais…?—Quizás en unas semanas… Creo

que nos uniremos a las gentes que llegan

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de África.—Sin vosotras me encontraré muy

sola.—Te debes a tu esposo. Debes estar

orgullosa de pertenecer al hijo de Ziyad.Es un hombre muy valiente, lucha por lafe de Muhammad, ¡la paz y la bendiciónsean con Él! Tu esposo es un verdaderomuyaidin, un guerrero de Allah. Lastribus bereberes siempre han luchadoentre sí, sólo Tarik y antes que él, Ziyad,han conseguido aunarlas. Ahora todasobedecen y respetan a tu esposo, el hijode Ziyad, a él le son fieles. Se te haconcedido ser la esposa de un granhombre.

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Alodia calla. Ella sabe bien cómo esTariq. Le conoce mejor que nadie, sucarácter colérico y visceral que amenudo la ofende con su modo de serbrusco. Pero otras es también un hombretierno y cariñoso para con ella, alguienque la cuida y se preocupa de subienestar. Su carácter empeora cuandobebe, sí, cuando bebe de aquella copaque guarda tan celosamente. A pesar detodo, Alodia le quiere profundamente, ysus defectos quedan superados por todolo bueno que ella ve en él. La antiguasierva siempre ha confiado en que Tariqcambiará, que un día la copa de poderperderá el influjo que ejerce sobre él.

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Quizás un día Tariq volverá a ser elAtanarik que ella conoció, el hombreque no estaba poseído por la venganza yla locura del poder.

—Sí, lo es —afirma Alodia—, perohay algo que le envenena… A vecesbebe…

—¡Ah…! El alcohol. El Profeta, pazy bendición, lo prohibió. Mi esposoSamal también bebía, pero cuandoconoció la fe de Allah, cambió. Dejó labebida, se tornó un esposo cariñoso ybueno con nosotras. Dejó de pegarnos…

Alodia la observa sin entender bienlo que Yaiza quiere decir con esaspalabras. Aprovecha la ocasión para

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interrogarla sobre un tema que le davueltas en la cabeza.

—¿Cómo toleras compartir su lechoy su corazón con otras?

—Siempre ha sido así entre lastribus bereberes. Incluso antes de lallegada de la fe del Profeta. Las mujeresnecesitamos la protección de un hombre,de un guerrero. Muchas de las otras sonviudas de compañeros de guerra a lasque Samal protege. Yo siempre he sidola primera en su corazón. Además, lasotras me ayudan, nos ayudamosmutuamente en el cuidado de los niños yen la atención de los campos y elganado.

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—¿Si no fueras la primera en sucorazón? ¿Lo soportarías?

Yaiza calla, después en voz bajaafirma:

—No lo sé.Alodia desde la celebración viene

pensando que no tiene porqué juzgaraquellas costumbres que no entiende.Sabe bien que ella no es la primera en elcorazón de Tariq, que comparte sucorazón con un fantasma, con una mujermuerta. Alodia cree que tal vez él latrata mal porque la compara con unamujer que, en su recuerdo, se ha idohermoseando. Quizá preferiría que Tariqcompartiese su afecto con una mujer

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real, con una mujer de carne y hueso. Almenos podría competir con ella; con unespejismo, no puede.

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16

La esposa

En los arrabales de la ciudad de Toledo,junto a la planicie cercana al puenteromano, se agrupa una comitiva decarromatos y cabalgaduras, que poco apoco cruzará el puente y se iráinternando como un reguero de hormigasen los caminos que desde la ciudadparten hacia el norte. Alodia, desde lagran terraza del palacio del rey godo, vepartir la larga caravana de las familias

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bereberes con sus ganados. Se entristeceal verlos marchar. Se siente sola, cadavez más aislada en la corte. Aquellosque parten ahora son los últimos de losmuchos que ya habían salido antes. Alfinal del verano pasado se fue Yaiza conlas otras mujeres de Samal. A los que vepartir ahora son gentes que llegaron unosmeses atrás de África. Gentes a las queella ayudó durante el tiempo en quemoraron en los arrabales, gentes a lasque proporcionó comida y a las quecuidó. De nuevo, las personas a las queha tomado afecto, las gentes a las que haayudado y protegido, se van y lasensación de soledad se hace punzante

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en el interior de Alodia.Dos semanas atrás, Tariq abandonó

la ciudad, aquella vez había partido parasofocar una revuelta de unos nobles másallá del río Douro.

Los primeros tiempos después de suboda, cuando él se ausentaba, Alodiaestaba llena de ansias de volverle a ver.A su regreso, él le contaba la campaña.Sus palabras animosas y esforzadas ledescribían las hazañas de la guerracomo si todo fuese fácil, sin quejas porel cansancio o por el sufrimiento.Parecía que a su lado nunca sucedíanada triste o doloroso; él se hallabasiempre lleno de ansias de justicia, de

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orden en el reino. Alguna vez le habíarelatado a Alodia la muerte de algúnhermano de armas, con pena intensapero también con esperanza, porque losguerreros de Allah encontrarán a sumuerte un paraíso. Tariq quería vencer ysojuzgar al enemigo para imponer la leyislámica, que es lo que daba sentido a suexistencia.

Alguna vez le hablaba de Floriana, yde la venganza que dominó su corazónun tiempo atrás; pero su ira se habíacalmado en cierta medida con la victoriasobre sus enemigos. Los recuerdos de ladama goda se han tornado suaves, yTariq retorna en su mente a la infancia y

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adolescencia, a los tiempos felices conFloriana. Cuando esto ocurre, lamelancolía por lo que ha perdido vuelvea teñir la luz de su mirada. Alodia leescucha en silencio, sin hablar, se sientellena de celos, piensa que nunca podrácompararse a la hermosa dama, sabebien que él no la quiere como quiso a laotra. A pesar de la sombra de la mujermuerta que planea a menudo sobre ellos,ambos viven en paz, y se sientencontentos el uno junto al otro.

Toda aquella vida conyugalrelativamente feliz cambia bruscamentecuando llegan noticias de que Musa hadesembarcado en las costas del Sur, y

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de que avanza, tras conquistar lasciudades de la Lusitania, encaminándosehacia Toledo. Es entonces cuando Tariqvuelve a recurrir a la copa con másfrecuencia. Las misivas de Musa sesuceden, insultantes e imperativas. Elhijo de Ziyad hace caso omiso, y no sedirige al encuentro de Musa, sino quesigue por su cuenta guerreando,asegurándose las plazas que ya hatomado. Por eso, a menudo está fuera dela corte. Cuando regresa, muchas vecesestá borracho o, al menos, tocado por labebida. Alodia está asustada porque seha vuelto más brusco, más irascible ycada vez más insistentemente le apremia

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para que le revele el secreto. Ellacontinúa resistiéndose, pero sientemiedo, sabe que su voluntad es débil,también reconoce que no puede seguirasí, un día tras otro. Ante la presiónahora continua del que ama, duda,piensa una y otra vez si es justo negarlea Tariq la posesión del vaso de ónice,pero en el fondo de su alma, sabe concerteza meridiana que no puedeentregársela. Ella lo conoce mejor quenadie. Cuando bebe, no se controla, ypuede volverse agresivo, incluso cruelcon ella y con la servidumbre. ¿Cómo vaa darle a Tariq algo tan peligroso comoes la copa de poder, cuando está fuera

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de sí? No necesita escuchar las vocesinteriores que un día la avisaron de queno le entregase la copa, para entenderque no debe dársela. Recuerda muy bienlas palabras de Voto, no debe hablar anadie de la copa, sólo al hombre justo, aaquel que no se moviese por el odio nipor la ira. Ahora Tariq no es digno de lacopa, que podría llegar a ser un peligropara él, pero la presión se hace másfuerte cada día. La intimidación llega aser tal que Alodia piensa en la huida.Sin embargo, antes de que tome taldecisión, nota que su cuerpo cambia. Enlos últimos días, por las mañanas sesiente molesta y con náuseas. Al cabo de

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poco tiempo entiende con claridad loque le está ocurriendo. Se alegraprofundamente. Desea ver a Tarik. Poreso ahora, ella le espera en la terrazadel palacio del rey godo, mientrasobserva con tristeza la partida de losbereberes hacia las tierras junto másallá del río Douro, las tierras que les haentregado Tariq.

En la antigua calzada romana quelleva al norte, los carromatos de losnorteafricanos avanzan, lentamente. Depronto, más allá, en el horizonte se elevauna nube de polvo, son jinetes bereberesque regresan a Toledo. Poco a poco, elpolvo se transforma en las siluetas de

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hombres y caballos, con banderasverdes al frente, las de la tribu Barani,la tribu de Ziyad, la tribu de Tariq.

Alodia abandona la terraza, se dirigea las habitaciones donde mora con elbereber. Antes de que él llegue, con unpequeño peine, se atusa los cabellos yse mira en un espejo oscuro. Se cubrecon el velo y espera. Pronto, escucha lospasos firmes de su esposo, fuera de lacámara. Al fin, se abre la puerta de laestancia, y la fuerza del conquistador sehace presente ante ella.

Tariq está enfadado. No la saluda.Atraviesa la estancia y se sienta en ellecho. Empieza a quitarse las espuelas

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con evidente enojo, se despoja de lacoraza y la tira a un lado, Alodia varecogiendo las pertenencias de suesposo, colocándolas en el lugar que lescorresponde. Mientras realiza estaoperación, él no le dirige la mirada. Losdías pasados de campaña han sidoduros. Está cada vez más preocupado, elárabe se aproxima, al parecer con ungran ejército. Le han llegado noticias deque Musa ha conquistado Qarmuna,[52] ysube hacia Emérita Augusta. Toda suobra de pacificación y de imposición deun orden justo está en peligro. Sabe queMusa sólo quiere riqueza y poder. Sucompañero de campaña, en el que no

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confiaba plenamente, Abd al Aziz benMusa, le ha abandonado.

Tariq se siente dolido por ello. Elárabe ha ido al encuentro de su padre.Después, ambos irán contra él. Paraevitar la confrontación directa, unosmeses atrás, cuando supo que Musahabía desembarcado en Hispania, Tarikenvió a recibirlo en el puerto de Al-Yazi-ra,[53] al tabí Alí ben Rabah. Elhijo de Ziyad intenta que aquel hombrede fe calme al árabe.

Está muy preocupado, por lo quenecesita más que nunca beber de lacopa, aunque sabe que eso le daña. Siposeyese la copa de ónice y la uniese a

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la de oro no precisaría beber, la victoriale vendría dada. Pero Alodia no lerevela el secreto; ése es el motivoúltimo de su enfado. No, ella, su amanteesposa, no sólo no le obedece en estepunto, sino que le reprocha mudamenteque beba.

Después de haberse retirado lasarmas, Tariq se levanta para dirigirse allugar donde guarda el cáliz de poder.Está cansado y debe aliviar su fatiga. Sesienta en una amplia jamuga; abre elcofre. Alodia le observa desde unaesquina de la estancia.

Cada vez se siente más molesto conella, que no le dice nada abiertamente

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pero que le observa con un mudoreproche. Sabe que, una vez más, ellaintentará disuadirle de que beba, por esoantes de que ella hable, él ya estáairado.

—Mi señor Atanarik… —musitacon voz trémula.

—No me llames así; mi nombre esTariq ben Ziyad. No soy un godocristiano politeísta, sino un bereber,creyente en la fe de Allah, el ÚnicoDios…

Alodia cruza la estancia, y se dirigejunto a su esposo, se arrodilla a suspies:

—Mi señor…

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Enfadado la observa, la cabeza deella está baja, se le ha caído el velo, supelo color de trigo cuelga hacia delante.No puede verle la cara, que estáenrojecida. Con un cierto esfuerzoAlodia consigue pronunciar unas frases,las palabras que lleva algún tiempopensando.

—La simiente que habéis depositadoen mí, ha prendido. Espero un hijovuestro.

El enfado de Atanarik se torna ensorpresa. No sabe qué contestar. Deja lacopa a un lado, en el arcón.

—Bien. Bien —repite.Se sienta en el suelo, junto a ella.

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Con las dos manos, le levanta la cabezatomándola suavemente por las sienes. Elrostro de la esposa está enrojecido porun cierto pudor, se siente turbada.

—Cuida de ese hijo. Será un varón—le augura— el descendiente deKusayla y de Ziyad; el heredero de losBalthos.

Después, las manos de él desciendensuavemente sobre la cara de ella, laacaricia y, al fin, palpa suavemente suabdomen, que aún no está abultado.

—¿Cuándo…?—El próximo otoño…Llaman a la puerta.Alodia se levanta rápidamente,

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avergonzada.Avisan al conquistador: alguien lo

espera. Él abandona la estancia. Alodiasólo piensa ya en su hijo, el don queAtanarik le ha dado. Sabe que a sumanera, él, su esposo, también estácontento.

Aquella misma mañana, un correohabía cruzado el puente y la plaza delzoco, llevaba unas extrañas vestiduras,árabes, parecía un correo que proveníadel sur. Al llegar al palacio, solicitóhablar con el general bereber. Ahoracuando se encuentra en su presencia, leentrega un pergamino que Tariqdesenvuelve con serenidad. Son órdenes

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directas de Musa. Debe presentarse anteél, en el plazo más breve de tiempo. Sele ordena además que lleve con él unacopa de oro y ónice.

El rostro de Tariq se ensombrece,debe acatar las disposiciones de Musasin más retrasos. Da instrucciones paraque se le reúnan los hombres que sehallan dispersos por las tierras de lameseta. Sobre todo en estos momentosde crisis, necesita junto a sí a la tribuBarani, la que le es más fiel.

Organiza a sus hombres y envíamensajeros a los montes de la Orospeda,a un lugar situado a unos dos días decamino desde Toledo. Allí están

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instalados en las tierras que lesdistribuyó, procediendo con justicia yequidad. A la tribu de su padre, la tribuBarani, la más numerosa e implicada enla campaña, les concedió un amplioterritorio más allá de la antigua ciudadde Complutum; tierras de hermosospinares donde cantan los ríos; tierras derobledales y amplios pastos. Samal,Uvas y Gamil se han establecido enellas, y realizaron la primera siembra enel otoño. Ahora en primavera, cuando elcampo florece ya en sazón, regresan a lallamada de Tariq a Toledo para ayudara su señor.

Hacia el final de la semana. Alodia

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les ve regresar con sus airosas banderasal viento, bereberes de la tribu Barani,fieles a Tariq; sólo llegan los hombres,las esposas, hijos y animalespermanecen en las tierras de laOrospeda. La joven echa de menos aYaiza y a las otras mujeres, ahora que unhijo va creciendo en su vientre.

La noche antes de partir, Tariqacude junto a ella. El rostro de él esdistinto al de días anteriores. Su actitudya no es el gesto imperativo, exigente,casi desdeñoso que requería la entregade la copa de ónice. Es como si hubieseaceptado que ella no se la va a entregar,y quizá siente alivio de que ese objeto

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valioso esté oculto a la avaricia deMusa.

La expresión de Tariq se dulcifica alcontemplar a su esposa.

—El representante del califa, elgobernador de Kairuán, me haconvocado. Le debo sumisión absoluta,es el legado de la Cabeza de Todos losCreyentes. Está al frente de un numerosoejército árabe. Han conquistadoHispalis, Emérita Augusta y muchasotras ciudades.

Alodia, dirigiéndole una miradallena de un profundo afecto yadmiración, le dice:

—Vos le habéis preparado el

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terreno. ¡Os premiarán por todo lo quehabéis realizado!

Tariq se conmueve una vez más anteel afecto y la ingenuidad de su esposa yreplica:

—No lo creo. Su carta me dice queme he extralimitado en mis funciones.¡Que he puesto en peligro a sushombres! Al ejército del califa. Meacusa de haberme apropiado del tesororeal visigodo… No sé si volveré junto ati. Intuyo que no será un premio lo quereciba del gobernador.

—¡No! —se horroriza ella.—Si no vuelvo. Cuida a mi hijo. No

descubras a nadie el secreto…

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—No os lo he revelado a vos, aquien tanto amo… Él se da cuenta deque ella no sabe hasta qué punto está enpeligro.

—En la carta que me ha enviadoMusa, me pide que le entregue la copade oro y la sierva que conoce el secretodel vaso de ónice. Quizás Olbán le hadesvelado el misterio. Musa busca elpoder, y sabe que está en la copa. Túque lo conoces todo, estás también enpeligro. Si no vuelvo, debes huir.

—¿Adonde iré? —solloza ella.Tariq se pregunta dónde puede ir

ella, en qué lugar no la alcanzará la furiay la ambición de Musa, una luz se abre

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en su mente; él sólo tiene un aliado fuerade los hombres de su padre de las tribusbereberes, un amigo que vive en tierraslejanas, en la cordillera cántabra.

—Samal te protegerá, pero si un díatodo se vuelve en contra, si te persigueno intentan torturarte para conseguir elsecreto, sólo hay un lugar donde elpoder de Musa no logrará encontrarte.Es un lugar fuera de las tierras quecontrola el Islam. Vete a las montañascántabras, ve junto a Belay. Él es unverdadero amigo, Belay te conoce, y teestá agradecido. Velará por ti.

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17

La campaña de Musa

En el camino hacia Caesarobriga, unacomitiva de hombres de aspectonorteafricano se encuentra con Tariq. Alfrente de ellos está Alí ben Rabah, eltabí que tanto le ha ayudado, el hombreque le acercó a la fe de Allah. Tariq sealegra de encontrarse con aquel hombrepequeño, de faz arrugada y cabelloencanecido, que ha sido su compañero yamigo, su consejero durante los últimos

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años. Desmontan de los caballos y seabrazan, besándose tres veces al modoárabe.

Después, cabalgando a orillas delTagus, en el viaje hacia donde elbereber debe encontrarse con Musa, eltabí le va relatando cómo está el ánimodel gobernador de Ifriquiya.

Al parecer, en la ciudad de Kairuán,los acontecimientos hispanos lecogieron a Musa por sorpresa. Cartasprovenientes de su hijo Abd al Azizhabían encendido el ánimo delgobernador de Kairuán en contra deTariq. Le acusaban de hacerseindependiente, de entregar el botín y las

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tierras conquistadas en manosbereberes, y dar de lado a los árabes.Musa se enfureció. El gobernador debióentonces optar entre una disyuntivapeligrosa, desobedecer las órdenes delcalifa o permitir que Tariq se hiciesecada vez más poderoso e independiente.

El tabí le informó a Tariq de que elcalifa Al Walid no había autorizadoexpresamente la campaña. El califatoOmeya mantenía en ese momento unacostosa guerra en Oriente, que sedesarrollaba a la vez en dos frentes debatalla, uno en Persia y otro enBizancio. Por ello, Al Walid no deseabaotra guerra en el lugar más alejado del

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orbe, las tierras hispanas que baña elAtlántico; por eso no había manifestadonunca su conformidad para la invasiónde la península Ibérica.

Sin embargo, Musa no podíapermitir que un bereber siguieseconquistando territorios, haciéndosecada vez más fuerte, aislado del restodel ejército musulmán, olvidando que noera más que un vasallo del gobernadorde Kairuán. Por eso, Musa ben Nusayrhabía levado una gran cantidad dehombres en las tierras del Magreb, deIfriquiya y de Egipto. Además habíadesplazado hacia el occidente delMediterráneo a soldados de procedencia

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árabe que no podían ser trasladados sinla aprobación del califa. «Musa se haarriesgado mucho al contravenir lasórdenes de Damasco», le explica el tabí.«De producirse una derrota, la pérdidade las mejores tropas que el Islam poseeen el litoral norteafricano puedeconducirle a que sea degradado de sucargo, juzgado y condenado a muerte o aprisión.»

Según se dice, prosigue relatándoleel tabí, al llegar a Septa, Musa seenfrentó con Olbán, y el conde de Septano tuvo más remedio que doblegarseante el inmenso ejército que acampabamás allá del istmo de la ciudad,

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pendiente de atravesar el estrecho.Olbán hubo de colaborar con Musa. Asíque, le propuso guiarle a través de lastierras ibéricas por ciudades que nohabían sido aún saqueadas y de las queambos podrían apoderarse fácilmente.

Musa, entonces, cruzó el estrecho enbarcos del conde de Septa y llegó a AlYazira.[54] Allí se encontró con Alí benRabah. Con emoción, Alí le relató aTariq que en esa ciudad se habíaconstruido la primera mezquita del Islamen tierras hispanas, la primera que seedificó de nueva planta. Desde suminarete se llama a la oración a loscreyentes en Allah, el Clemente, el

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Misericordioso, el de los CienNombres.

De Al Yazira, Musa se dirigió aSidonia,[55] que se rindió sin apenasguerrear. De allí continuó su marchavictoriosa hasta Qarmu-na,[56] unaciudad casi inexpugnable, construidasobre unos alcores. Alzada sobre loalto, Qarmuna les pareció imposible derendir. Y así fue. Durante unos días, laciudad resistió a los árabes. Entonces

Musa se encolerizó contra Olbán,quien le había prometido entregarleciudades ricas y desguarnecidas,ciudades que se someterían fácilmente.Sin embargo, Qarmuna, subida a un

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cerro, no parecía fácil de conquistar.Olbán imaginó entonces una treta.

Envió a algunos de sus hombres, deaspecto godo o hispanorromano,armados y fingiéndose fugitivos, que sepresentaron ante las puertas de la villa,solicitando asilo. Los de Qarmuna, sintemer nada, les albergaron en la ciudad.Por la noche, los hombres de Olbánasesinaron a los guardias de la Puerta deCórduba e introdujeron a la caballeríade Musa. La ciudad fue tomada por latraición y la fuerza de las armas.

«Desde entonces, le dice el tabí conorgullo, Qarmuna se ha mostrado fiel alas gentes de Allah.» El tabí continúa

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relatando cómo Musa enfiló la hermosay antigua ciudad de Hispalis. Asediadaunos meses, fue ocupada mediante unpacto. Para su control se formó unaguarnición con judíos locales y unoscuantos musulmanes. Muchos de loscristianos hispalenses huyeron a laciudad de Beja.

Atravesando Curriga, Contribusta yPerceiana[57], Musa recorrió la Vía de laPlata, camino que le condujo a EméritaAugusta.[58]

La ocupación de Emérita resultócomplicada y laboriosa. Emérita, en elúltimo período visigodo, había sido casiindependiente, gobernada por nobles

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locales muchos de ellos de procedenciahispanorromana. No se iba a rendir singuerrear contra aquellos hombres queles parecían extranjeros, con un lenguajemuy distinto al de los otros invasores,los bereberes, un lenguajeincomprensible para los emeritenses.Así, la ciudad de Emérita ofreció unalarga y tenaz resistencia. Era un recintoamurallado con hermosos edificios eiglesias, con el puente sobre el río Anas,el puente más largo que nunca hubieranvisto los árabes.

Alí ben Rabah describe a Tariq lolaborioso de la conquista de EméritaAugusta. Sus murallas alzadas por los

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romanos, y reparadas por los godos,parecían inexpugnables. Los hombres deMusa, para abrir brechas en el pétreocinturón defensivo de la ciudad,utilizaron arietes, vigas largas y robustasde madera con un extremo de metal. Lossoldados islámicos, protegidos bajo unamarquesina móvil de madera, revestidapor materiales resistentes al fuego,lanzaban la gran viga de madera contrala muralla. Así iniciaron la zapa de unade las torres, arrancaron un sillar perotropezaron con la dureza de la argamasa.Los habitantes de la ciudad, saliendopor las puertas de la muralla odescolgándose desde las torres,

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destruyeron los arietes, impidiendo laacción del ejército musulmán.

El asedio se prolongó durante variassemanas, pero finalmente, losemeritenses, acuciados por el hambre,diezmados por proyectiles de fuego quesaltaban las murallas, negociaron larendición a cambio de sus vidas,entregando las posesiones de los huidosal Norte, así como los bienes y lasalhajas de las iglesias. Allí Musaconsiguió uno de los mayores tesoros dela campaña en Hispania, el Jacinto deAlejandría, un gigantesco topacio queiluminaba el altar de una iglesia. El tabíintentó convencer a Musa de que el botín

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debía ser repartido equitativamente, taly como prescribe la Sharia, pero elárabe lo hizo a su manera. El topacio deAlejandría desapareció inopinadamente.«Me siento avergonzado por Musa.» Alíle confiesa a Tariq. «Sin embargo, es unbuen guerrero de Allah, que haextendido las tierras en las que se adoraal Único.»

Mientras Musa estaba ocupado en elasedio de Emérita; se sublevaron loscristianos de Hispalis, a los que sesumaron los que habían huido a lasciudades de Beja[59] y Elepla.[60] En larefriega murieron ochenta musulmanes ylos supervivientes acudieron hasta

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Emérita, donde pidieron ayuda a Musa.El gobernador de Kairuán envió a

combatir la rebelión de Hispalis a suhijo Abd al Aziz, con un cuerpo delejército. El hijo de Musa asedióHispalis y la tomó por asalto, matando alos responsables de la rebelión.Inmediatamente, se dirigió a Elepla yBeja, a las que debía castigar por habersostenido a los rebeldes hispalenses. Seadueñó de ellas sin apenas combatir,pues las dos ciudades capitularonrápidamente ante las noticias que lesllegaban de Hispalis.

Actualmente dueño de Emérita,Hispalis y las ciudades del Al-garbe,

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Musa está avanzando con las tropas porla calzada romana que une EméritaAugusta con Caesarobriga, ha travesadoya Metellinum,[61] Lacipea,[62] yAugustobriga[63] y pronto apareceráfrente a ellos.

Después de haberle relatado conorgullo la gloriosa campaña de Musa, eltabí le ruega a Tariq que se someta alrepresentante del califa. Si se enfrenta alárabe, las consecuencias serán unaguerra civil entre árabes y bereberes, elderramamiento de sangre entrehermanos. «El Profeta, paz y bien —ledice Alí ben Rabah—, siempre haordenado la paz entre los hombres

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unidos por una misma fe. Eres unmuyaidin, un guerrero musulmán y,como tal, debes acatamiento al Jefe deTodos los Creyentes, el califa Al Walid,del cual Musa es el legítimorepresentante.»

Ante aquellas palabrasconciliadoras, Tariq decide someterseal wali de Kairuán. A pesar de haberoptado por calmar a Musa, Tariq estáintranquilo, cabalga impaciente haciadonde avanza el ejército árabe. Junto aél, marchan Ilyas y Razin, sus hermanosbereberes. Samal se ha quedado enToledo al cuidado de Alodia. Tariqpiensa continuamente en ella. Sabe bien

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que si Musa decide castigarle, suvenganza puede dirigirse contra lo queTariq ama, contra su familia yposesiones; por eso, está preocupadopor su esposa, por el hijo que nacerádentro de algunos meses.

El conquistador bereber contemplael horizonte, abstrayéndose; brilla el solentre nubes que, movidas por una brisasuave, circulan hacia el este; en una deellas le parece reconocer la forma deuna copa.

Los dos ejércitos se avistan a un díade marcha de la ciudad deCaesarobriga[64], un lugar que años mástarde recordarán las crónicas como Al

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Maraz[65], el encuentro, porque allí seunieron las tropas de Musa y de Tariq.

A Musa le rodean las huestes árabesque ahora duplican a todos los soldadosbereberes de los que Tariq podríadisponer. Las banderas de las tribusquaryshíes y yemeníes vibran ondeadaspor hombres de piel oscura, cubiertospor los blancos velos de los hombresdel desierto y nublan el horizonte.

En la ribera del río se encuentran elárabe y el bereber. Tariq se apea delcaballo, y dobla la rodilla ante susuperior. Musa desmonta y abofeteapúblicamente a Tariq. Alí ben Rabah,que está junto al gobernador de Kairuán,

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no puede hacer nada por su pupilo. Lasoberbia y el poder de Musa lo dominantodo. Abd al Aziz ben Musa observadisplicentemente la escena. Desde quese ha convertido en el amante de unareina, instigado por ella, se sientellamado a regir los destinos deHispania, a ser emir de los nuevosterritorios conquistados, las tierras deAl Andalus.

—Te has abrogado unas atribucionesque no te pertenecen —le increpa—, haspuesto en peligro a los hombres delcalifa, te has hecho con el tesoro de losgodos que pertenece a la comunidadmusulmana…

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Tariq se humilla delante delrepresentante del califa, el Jefe deTodos los Creyentes, e intenta aplacarlemediante palabras de sumisión:

—Yo no soy más que uno de tusservidores, y de tus lugartenientes,cuanto he conquistado te pertenece y sugloria ha de serte atribuida.[66]

No contento con sus palabras, Musaordena que le detengan y le degradenante ambos ejércitos, el árabe y elbereber. Al requisar sus pertenencias,encuentran la copa. Musa se admira anteaquella joya de oro con incrustacionesde ámbar y la suma al botín que hanobtenido en otras ciudades.

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El gobernador de Kairuán parececalmarse algo con el escarmientopúblico de Tariq, no obstante ordenaque sea encerrado. El bereber sedesespera al verse tratado taninjustamente. Se da cuenta de que algobernador le corroe el afán de riquezasy la envidia. Hasta el árabe ha llegadola fama del enorme botín que haconseguido en la corte toledana, la famadel tesoro de Hércules, en el que seoculta la mesa del rey Salomón. Musaquiere oro, quiere poder.

Ambos ejércitos quedan unidos yforman una gran tropa que avanza porlos caminos cercanos al Tagus que

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conducen a Toledo.La marcha es lenta.Al fin, al nordeste divisan la ciudad,

como una isla rodeada por el río, enmedio de olivares y viñedos. Alacercarse escuchan los gritos del muecínjunto al toque armonioso de unascampanas cristianas.

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18

La prisión de Tariq

En Toledo, Alodia está siendofuertemente vigilada. Dos días despuésde la marcha de Tariq, Abd al Aziz hadado un golpe de mando y, siguiendoinstrucciones de su padre, la hadetenido. Al parecer, para el nuevopoder constituido, la sierva es valiosa.Ha sido apresada y confinada a aquellugar bajo las escaleras que suben a latorre, cercano a los aposentos de Egilo,

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la pequeña estancia que habitaba antesde ser la esposa del conquistador. Allícamina de un lado a otro, nerviosa. Porel estrecho ventano penetra un reguerode luz brillante desde el exterior. Ahorael acceso a la terraza le está vedado, porlo que se sube en el camastro y puedever desde allí el patio de armas delpalacio, lleno de guerreros de vestidurasextrañas.

Las trompas resuenan en la ciudad.Anuncian la llegada del ejército deMusa, las tropas del califa. En la capitaldel reino hay ahora muchos conversos,hombres que sirven al enviado de Dios,al califa de Damasco. A Alodia, desde

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la torre, le llegan, como un murmullo,las aclamaciones de las gentes al legadodel califa: el wali de Kairuán, Musa benNusayr.

Desde el pequeño ventano puededivisar cómo suben desde el zoco unoshombres de piel oscura, que gritanpalabras extrañas, en un lenguaje similaral que canta el muecín desde laMezquita Aljama. La comitiva llega alpatio de armas del Alcázar de Toledo.Una nutrida tropa rodea a los carromatosdonde llevan a los presos, se abren laspuertas de las carretas y de su interiordescienden Tariq, Ilyas y Razinencadenados. Alodia los distingue desde

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lejos. Observa cómo Tariq se inclinahacia delante, vacilando al caminar, trasun largo encierro. El no puede verla. Elcorazón de Alodia late aceleradamente.Después, los presos son conducidoshacia unas escaleras que desciendenhacia las mazmorras, desapareciendo enla oscuridad.

La sierva se estremece, de un paso,atraviesa el cuartucho en el que estáconfinada, golpea una y otra vez lapuerta para que la dejen salir, nadiecontesta. El guardián que la custodiatiene órdenes de no abrir la puerta.Transcurren las horas, nadie le trae decomer, parecen haberse olvidado de

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ella; al fin exhausta se derrumba en eljergón de paja. Se encuentra mal, estáasustada. La luz del día se va apagando.Cierra los ojos, rendida por la fatiga, eintenta descansar; pero es inútil, estádemasiado preocupada. Al fin, los abre.A través del hueco de la ventana, en elcielo, luce un astro de rutilante luz. Es elastro nocturno. La primera estrella delocaso. La visión le da esperanza y seincorpora en el lecho.

Fuera escucha susurros quedos y elrumor de una pelea. El golpe de uncuerpo al chocar contra el suelo. Al fin,la puerta se abre. Es Samal, al queacompañan otros soldados bereberes.

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Alodia exclama:—¿Qué le ha ocurrido a mi señor

Tariq? Con nerviosismo, Samalcontesta:

—Preso… ¡Vamos, deprisa…! Séque conoces los túneles. ¡Guíanos!

Atraviesan la terraza, y por unportillo que la une con el palaciopenetran en corredores alumbrados conla luz de las antorchas. Alodia agarrauna de ellas, para que los ilumine. Pocomás allá, un tapiz cubre la pared. Alodialo levanta, descubriendo tras él unapequeña puerta que comunica con lazona de paso de la servidumbre. Unoscriados cargados con bandejas de

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comida circulan hacia la zona noble.Observan a Alodia con asombro, perono dicen nada; por el contrario, seapartan para dejarles pasar, sindetenerlos. Son tiempos difíciles, unassemanas atrás aquélla había sido suseñora, y poco antes una criada comoellos. Prefieren continuar como si nadaestuviese ocurriendo.

En su camino descubre unaportezuela que la esposa de Tariq abre.Comunica con unas escaleras empinadasque descienden hacia la profundidad.Seguida por los bereberes, baja deprisa,saltando los peldaños de dos en dos,resbalándose a menudo. Al llegar al

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fondo de las escaleras, enciendenantorchas que han ido recogiendo a supaso por los corredores. Se detienen.Samal, dirigiéndose a ella, le pide:

—Condúcenos hasta tu señor Tariq.—¿Cómo? —pregunta ella, dudando.—Sabemos que está preso en las

mazmorras del ala norte. Tu señor nosdijo muchas veces que conoces lostúneles y alcantarillas bajo el palacio.Guíanos hasta allí.

Alodia, impulsada por una energíarenovada, se dirige sin vacilación a unpasadizo por el que se accede a lossubterráneos más profundos, los quellegan hacia aquel lugar de horror, que

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no desea recordar. Sabe que hay cloacasbajo las mazmorras; que encima de ellasse encuentra Tariq, apresado; lesconduce hasta las alcantarillas. Han deagacharse para poder atravesar lossumideros bajo la prisión, el olor delambiente es fétido, a heces y residuosalimenticios. Se oyen gritos eimprecaciones a través de lastrampillas, que separan las mazmorrasde las cloacas. Finalmente en una deellas, escuchan que un hombre recita enalta voz las plegarias musulmanas.Reconocen su voz, es la voz de Tariq.Rápidamente se dirigen a la trampillaque se encuentra en el suelo de aquella

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mazmorra.Tariq está profundamente

concentrado, rezando las oraciones aldios Clemente en voz alta. De pronto,algo le distrae, un ruido como si unanimal estuviese hurgando por debajodel suelo, el sonido de alguien que roealgo, un ruido rotatorio. Piensa quequizás haya una rata cerca. Escucha.Ahora oye una voz que pronuncia sunombre. La voz viene del suelo, a travésde la pequeña trampilla, en la celda deTariq penetra un tenue resplandor.

El bereber se arrodilla en el suelo y,en voz baja para no despertar a losguardianes, pregunta:

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—¿Quién va ahí?—Soy yo. Soy Alodia.—¡Alodia! —repite con alegría—.

Olvidé que eres capaz de atravesar lostúneles.

—¿Estáis bien, mi señor?—Todo lo bien que se puede estar,

preso y atrapado en este lugar inmundo—escucha más ruidos que provienen delsuelo e inquiere—. ¿Hay alguien másahí?

Alodia introduce los dedos por lasrejas de la alcantarilla. Tariq se agarra alos barrotes que la separan de ella ycomienza a moverlos con fuerza,intentando no hacer ruido, pero no puede

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desprenderlos.—Sí, mi señor.—¡Samal!—Decidnos qué debemos hacer…

—le pregunta el africano.—Avisa a los otros bereberes.

Cuando la luna haya madurado porcompleto, tendrá lugar un juicio en elque Musa puede condenarme osalvarme. Es vital que os levantéiscontra él… Diles que organicen unarevuelta y que pidan mi regreso. Hablacon Kenan y Altahay, habla con los jefesbereberes, dirígete a mis hermanosBarani. Recuérdales que le debenvasallaje y sumisión al hijo de Ziyad.

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—Todos están listos para luchar porvos… —responde Samal.

—Recluta a cuantos más hombrespuedas…

—Lo haré.La voz de Tariq se torna más suave,

cuando le pide al bereber:—Samal, buen amigo, cuida de mi

esposa… ¡Que Allah el Todopoderosoos guíe y acompañe! Escuchadme bien,Alodia debe huir inmediatamente de laciudad, la usarán en mi contra.

Él la escucha llorar. Alodia seacerca a la reja que le separa de suesposo, y agarrándose a los barrotesprorrumpe en sollozos:

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—¡No puedo! ¡No puedo seguir!Tariq se impacienta ante la

debilidad de su esposa y le dice:—¿Qué te ocurre ahora?Ella, ahogada por la angustia, repite

sin cesar:—No puedo, no tengo fuerzas…

Llevo a vuestro hijo. Quiero que mi hijotenga padre.

Tariq, cada vez más agitado, leordena:

—¡Por Allah Misericordioso!¡Huye!

Después susurra en una voz queparece fría y dura para Alodia, pero queestá llena de desesperación:

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—Irán a por ti, te torturarán, teutilizarán para tenerme bajo su poder.Quieren el secreto. ¡Samal! ¡Cuídala,condúcela lo más lejos posible de aquí!

Alodia se retira de la reja en elsuelo. Desearía que él le hubiese dichoalguna palabra amable, algo que laconfortase. Samal tira de ellaempujándola hacia delante. Alodiacamina vacilante y cansada.

La luz de la antorcha que penetra porla alcantarilla desaparece. Tariq sehunde en la tristeza al ver desapareceraquel brillo suave que parece siempreenvolver a Alodia.

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19

La revuelta bereber

Las calles de la ciudad de Toledo hansido tomadas por los hombres de Tariq,por las tropas bereberes. Los clanes, lastribus, las kabilas piden el regreso de suseñor, Tariq ben Ziyad. Samal hadesempeñado bien su cometido y haconseguido levarlas. Les ha hablado dela injusticia cometida contra Tariq.Aquellas tribus, siempre belicosas,pocas veces aunadas entre sí, se han

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unido contra lo que consideran unaafrenta. La organización tribal de losbereberes suele cifrarse en unproverbio: «Yo contra mi hermano; mihermano y yo contra mi tío; yo, mishermanos y los hijos de mi tío contratodos los demás.» Tariq es de los suyos,el hijo de Ziyad, por eso ahora lodefienden aunque en muchos momentosde la conquista no le hayan obedecido y,contraviniendo sus órdenes, hayansaqueado campos y ciudades sin atendera ninguna norma.

Musa se asoma a las ventanas de lafortaleza y ve la ciudad tomada por lastropas del Magreb. Ante él se presentan

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dos opciones: someterlas a través de unbaño de sangre, que no le va a reportarbeneficios para la campaña, o negociar.El gobernador de Kairuán sabe quenecesita a aquellos hombres, por eso seapresta a pactar.

Los cerrojos que atrancan lamazmorra donde Tariq permaneceencerrado se descorren con un ruidometálico y el general bereber esconducido fuera de la prisión. Al llegaral patio central, la luz brillante del solde Toledo le molesta, haciéndoleparpadear. Le llevan a las estancias deMusa.

Éste, al verle llegar, abre los brazos,

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estrechándole como signo de paz,mientras le susurra con voz suave peroamenazadora.

—Puedes colaborar conmigo oenfrentarte a mí. Sé que tienes unaesposa, si no obedeces mis órdenes, labuscaré dondequiera que se encuentre yno la volverás a ver. Si no colaboras,muchos bereberes morirán.

Después, le besa tres veces en lasmejillas, en gesto de amistad y lepromete que le repondrá al mando de lastropas. Tariq se estremece ante elcontacto con el árabe; odia a aquelhombre que después de haberlehumillado le halaga porque le necesita

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para conseguir el tesoro y paraproseguir la campaña al tiempo que leamenaza con dañar a su familia y a susgentes.

Desde un balcón de piedra, los doshombres se dirigen a la multitud bereberen el patio de armas del palacio.Públicamente Musa expresa suconsideración a Tariq ben Ziyad, el jefebereber, y le confirma como su generalpara la campaña que se avecina.

Los hombres del desierto y lamontaña magrebí gritan el nombre deTariq una y otra vez. El hijo de Ziyad,apoyándose en la balaustrada, les saludacon la mano y dirigiéndose a ellos

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anuncia:—Debemos seguir luchando por

Allah, en contra de los incircuncisos.Debemos estar unidos a los hermanosmusulmanes. Aún queda un reino poracabar de conquistar, aún quedantesoros. Seguimos en la yihad, la GuerraSanta de Allah, el Clemente, elMisericordioso.

Un grito de alegría y de victoria seextiende entre las tropas bereberes aldistinguir a su señor, al escuchar suspalabras. Tariq no sonríe. Aquellaspalabras no le han salido del corazón.Junto a él en la balconada se hallanMusa y su hijo Abd al Aziz; siente la

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amenaza de los árabes sobre él. Éltambién tiene dos opciones: someterseal califa, representado en Musa, orebelarse, pero el precio de esto últimosería su vida, y con su caída arrastraríaa muchos compatriotas, y si el árabe laencuentra, también a Alodia.

En cualquier caso, lo que más muevea Tariq para seguir en la lucha junto alos árabes es la fidelidad hacia lastribus del desierto, a lo que un díaprometió a su padre. Muchos de los quehan cruzado el mar forman parte de sufamilia, hermanos, primos, o hijos desus hermanos. No puede abandonarlos.Se retira del balcón y los hombres que

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abarrotaban el patio de armas delpalacio se dispersan.

Musa le ordena que le muestre ellugar donde ha guardado el tesoro; debepagar el precio de su perdón. Sólo Tariqsabe dónde está y dónde se encuentranlas llaves de la cámara en la que seguarda. Tariq pide que liberen a Ilyas, aquien meses atrás nombró comoguardián del tesoro. Después, Musa,Tariq e Ilyas junto con los otrosconquistadores, avanzan por losintrincados corredores de piedra delAlcázar. Llegan frente a la gran cámaracon su pesada puerta de hierro. Tariqordena a Ilyas que abra la puerta. Este

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saca una enorme llave de una faltriquerae introduciéndola en el agujero de lacerradura la hace girar. La puerta sedesliza sobre sus goznes. La luz de lasantorchas ilumina la sala; brilla elcuantioso tesoro de los godos, al que seune el botín que ha conseguido el propioTariq en la campaña, así como lasriquezas de la cámara de Hércules.Desparramado por la estancia refulge ungran caudal de oro, plata, adornos,perlas de valioso oriente y piedraspreciosas: rubíes, topacios,esmeraldas… Deshecha en trozos por elsuelo está también el objeto máspreciado, la mesa del rey Salomón que

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los godos obtuvieron tras el saqueo deRoma; una joya de valor incalculableque el emperador Tito consiguió tras ladestrucción del Templo de Jerusalén.

Tariq le hace una señal, que Musano aprecia, a Ilyas, ambos se entienden.

El wali de Kairuán no tiene ojos másque para aquellas riquezas. Su alegría esinmensa, se considera a sí mismo elhombre más poderoso de la tierra. Searrodilla ante el tesoro, besa laspiedras, las joyas… Ya nada importa,ante aquel botín el califa le elevará, letomará de la mano. Ahora Musa puedeafirmar que el hijo de un esclavo haconquistado para el califa, para el Islam,

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un país de amplias tierras, hermosasmujeres y un tesoro de valorinconmensurable.

Sí. Musa puede borrar su pasadopara siempre; el origen humilde quesiempre le ha avergonzado. El wali erahijo de Nusayr, un judío capturado enlos primeros tiempos del Islam, duranteuna de las primeras campañas en lapenínsula arábiga, un hombre que fueesclavo y años después medró en lacorte de Damasco. Tras su conversión alIslam, Nusayr consiguió colocar a sudescendencia en puestos clave en laadministración omeya. El hijo delesclavo ha sido despreciado en muchas

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ocasiones por los árabes de pura raza,ha tenido que humillarse. Con suvictoria, con la adquisición del tesoro,Musa puede rehabilitar aquel pasadodeshonroso para un conquistador.

El árabe sale de la cámara deltesoro tan satisfecho y lleno de gozo,que decide celebrar un gran banquete enel que sienta a Tariq a su derecha. Elbereber ha enmudecido, y apenas puedetragar bocado.

Después del festín, los jefes árabes ybereberes se reúnen. Ahora que los dosejércitos se han unido, es preciso queprosigan la campaña, el país no estátotalmente pacificado ni enteramente

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ocupado.En la reunión de capitanes, Musa se

muestra ávido de nuevo botín, deseosode continuar la guerra. Sin embargo,Tariq no muestra el entusiasmo, niaquellas ganas de revancha y deconquista, que sentía al inicio de lashostilidades, hace algo más de un año enla lejana ciudad de Kairuán. Ahora suvenganza ha quedado atrás. El rastro dela mujer muerta se ha diluido en labatalla, su ánimo no está dirigido yahacia el desquite. Lo que un día moviósus pasos, el afán de justicia en elantiguo reino godo, se ha mostradoirrealizable. La idea de un reino más

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justo, en el que la sagrada ley islámicasea impuesta, se ha desvanecido anteaquel Musa ávido de riqueza y poder.Con toda claridad percibe que losbereberes, el pueblo que trajo de África,van a ser sojuzgados por losconquistadores árabes.

Se extienden mapas sobre unaamplia mesa de campaña. Los jefesárabes y bereberes discuten sobre elcamino que deben seguir. Tariq escuchalos planes que se están trazando, sinpronunciar palabra, a menos que sedirijan a él directamente. Está resentidopor el trato recibido y por las amenazas.Entre los capitanes está Olbán, que le

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saluda con displicencia. El conde deSepta, que buscaba el dominio sobre elreino visigodo, se ha de contentar conser sólo un peón en la conquista, y noestá contento con ello.

La reunión se prolonga hasta bienentrada la noche. Deciden proseguir laguerra cuanto antes, en otoño, antes deque se aproxime el invierno.

Al fin, Tariq consigue retirarse a sushabitaciones, las mismas que compartiócon Alodia.

Al entrar en ellas, percibe, con unasensación afilada y dolorosa, que estánvacías. Los meses pasados, al llegar trasuna campaña, se había encontrado con

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su esposa. Había discutido con ellasobre la copa, se habían amado, habíanreído, habían contemplado las estrellasjuntos, o hablado de mil cosas. Despuésde años de vida solitaria, Tariq teníaalgo, lo más parecido a un hogar quenunca hubiera vivido. Ahora, ellaesperaba un hijo de él, alguien quecontinuase lo que Ziyad, tiempo atrás,había iniciado. Tariq ignora si algún díallegará a conocer a su hijo; si volverá aver a Alodia o no.

Todo aquel espejismo detranquilidad, de vida familiar, se hadesvanecido. Se tumba en el lechomirando a las vigas de madera de roble

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que se entrecruzan. Arriba, en el pisosuperior, los criados pasan de un lado aotro, haciendo ruidos en la madera.

La tristeza le corroe las entrañas.Se levanta; fuera, encuentra a los

soldados bereberes que custodian sushabitaciones. Les ordena que busquen aSamal. Le explican que su camarada yano está en la corte. Unos días antes de larevuelta se había marchado con algunoshombres y un joven muchacho rubiohacia las tierras más allá del Tagus, lasque el mismo Tariq le diera tiempo atráscomo propiedad.

Sí, Samal se había ido y con él se hallevado a Alodia. Se pregunta, una y otra

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vez, si volverá a verla. Después seinquieta por si su joven esposa estará asalvo.

La noche es intranquila. Ha vencidopero no ha conseguido nada de lo quebuscaba. A pesar de ello, debe volver ala guerra, a la Guerra Santa paraextender el Nombre de Allah, elMisericordioso, el Justiciero, el de losCien Nombres. Ahora, esta idea no leproduce entusiasmo, como en losprimeros tiempos tras su conversión alIslam, sino una dolorosa sensación deinterno desconcierto.

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20

Hacia la Fronterasuperior

Los álamos del camino junto a un ríosombrean el paso de las tropas delIslam. Un corredor formado por laerosión fluvial abre paso a una antiguacalzada romana que discurre hacia elnorte. Tariq galopa al frente de lavanguardia bereber, rodeado de Ilyas,Razin y un poco más atrás Kenan y

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Altahay. Su ánimo está confuso; por unlado se recrea en la brisa de la tarde,que le acaricia la cara y mueve sucabello castaño, se siente libre y gozacon ello. Sin embargo, no puede olvidarlas humillaciones que días atrás leinflingió Musa. Sólo cuando Tariq leentregó el tesoro real visigodo, y se lesometió, Musa se ha mostrado satisfechode él, confirmándole en el mando de lavanguardia del ejército; el hijo de Ziyadconoce que el árabe no se fía totalmentede él. La tropa bereber también estáresentida por los acuerdos; se sientenutilizados, galopan en el frente delejército islámico, en el lugar de mayor

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peligro, protegiendo a los árabes.Actúan como la fuerza de choque.Inmediatamente detrás les siguen lastropas de Musa, supervisando que elbotín no se vaya a extraviar y exigiendosiempre la mejor parte.

Aunque Tariq escucha las protestasde sus capitanes, no puede hacer nada,sólo templar ánimos y seguir luchandopor Allah. Las aguas han tornado a sucauce; el lugarteniente de Musa, Tariq,debe obedecer las órdenes de su señor.Ordena a las filas bereberesmulticolores, con mil banderas, queavancen y embistan a un enemigo quehuye, ya muy debilitado.

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Cuando el ejército ha dejado atráslas montañas de la sierra de laOrospeda, un grupo de hombres acaballo se les une, pertenecen a la tribude Samal, quien galopa al frente deellos. Tariq se alegra al ver al viejoamigo. Aquella noche, una vez que elejército ha acampado. Tariq llama aSamal ben Manquaya, su pariente ycamarada.

—¿Dónde está…?—La acomodé con mis esposas, en

las tierras que nos disteis. Los hombresde Musa llegaron buscándola; pero noconsiguieron encontrarla porque laescondimos. Desde entonces, ella estaba

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continuamente nerviosa, asustada. Undía llegó un muchacho, un chiconervioso, de menguada inteligencia. Sealegró mucho al verle. Al día siguiente,ambos habían desaparecido.

—¿No la buscasteis?—Por todas partes. Pensamos que la

encontraríamos enseguida porque dadosu estado no podía caminar muy lejos,pero no fue así, se desvaneció. Yaiza,mi primera esposa, y las otras mujeresle han tomado mucho afecto: piensan quealgo le ha sucedido. Otras piensan quese ha esfumado porque era bruja…

—Lo es… —afirma Tariq para sí.El jefe bereber no sigue

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preguntando. Sabe que la ha perdido. Esinútil insistir. Siente que la suerte le hadado la espalda. Sí, se la dio años atrás,cuando Floriana fue asesinada. Leparece que todo lo que ama se esfumaante sus ojos, que todo en su vida estásiendo un espejismo. La justicia y la pazpara las tierras ibéricas que Tariqanhelaba tras la victoria sobre Roderikse han esfumado ante la presión delárabe. Ahora siente la ausencia deaquella mujer, Alodia, alguien que habíallevado algo de calor a su corazónhelado. De nuevo, su espíritu seendurece y decide olvidar a una mujer ala que no comprende. La vida le ha

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llevado a una conquista que quizá ya nodesea, pero no es el momento de volveratrás. Él es un muyaidin, un hombre dela yihad, que debe proseguir el combateaunque quien controle al ejército deAllah, el Todopoderoso, el de los CienNombres, sea alguien a quien consideradespreciable.

La campaña militar se desarrollabajo la protección de Allah, Señor delUniverso, el Compasivo, elMisericordioso, el Dueño del día delJuicio.

Nadie se opone a su paso.Siguen el curso del Henares por la

antigua calzada que une Complutum con

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Caesaraugusta. A través de Titulcia, [67]

Complutum,[68] Arriaca,[69] Caesada,[70]

Segontia,[71] la senda romana llega aArcóbriga,[72] a la ciudad iberorromanade Bilbilis[73] y Nertóbrida.[74]

El ejército de Allah, las tropasislámicas, prácticamente no encuentranresistencia. Al escuchar el estruendo delos tambores árabes, el corazón de lasgentes cristianas se encoge por el temor.Las ciudades al paso del enormeejército musulmán solicitan la paz y serinden ante Tariq sin apenas guerrear.Musa confirma las capitulaciones de sulugarteniente mediante diversos pactosque se conservarán durante siglos y

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darán lugar a las heterogéneasrelaciones de cada ciudad, cada villa,cada pueblo con el gobierno del Islam.

Las siempre victoriosas huestesmusulmanas avanzan rápidamente haciala Frontera superior. Al no haber luchas,no hay desgaste ni tampoco tiempoperdido en neutralizar resistencias. Enpoco más de una semana, el ejército deAllah alcanza Caesaraugusta.[75] Musa yTariq comienzan a sitiarla, pero no haynecesidad de un enfrentamiento armado,la capital junto al río Iberos se rinde sincombatir ante las fuerzas enemigas.

Las puertas de Cesaraugusta seabren y los conquistadores atraviesan

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las murallas, cabalgando lentamente porel antiguo cardus romano, eje de laciudad. Dejan a su derecha las ruinasdel teatro y de las termas romanas,cruzan el decumanus maximus y llegan alo que resta de los foros, convertidosahora en mercado público. Allí seagolpan las gentes de la urbe, unamezcla de godos e hispanorromanos,entre los que se pueden ver muchaspersonas de aspecto judío. Tariq se dacuenta de que son estos últimos los quemás aclaman la llegada de suscorreligionarios. El resto de loshabitantes de Caesaraugusta observa aaquellos hombres envelados y de piel

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oscura con curiosidad y con una ciertaprevención.

Ya en los foros, ven a la izquierda ellugar donde, siglos atrás, una leyendacuenta que se apareció la Madre deCristo. Allí se alza una pequeñaconstrucción de piedra muy cercana altemplo de Augusto, y contigua al puertofluvial. En la parte derecha se alza laiglesia de San Vicente, la sedeepiscopal, un edificio de piedra, degruesas paredes y estrechas ventanas.Las puertas están abiertas para permitirque el obispo reciba a losconquistadores. Dentro de la iglesia,bajo aquellos anchos muros, el prelado

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firma un pacto por el cual cede a losconquistadores la mitad de las iglesiasde Caesaraugusta, que serán convertidasen mezquitas.

Musa se encamina al palacio delgobernador visigodo, ya sabe que hahuido días atrás hacia tierras francas.Allí distribuye entre los jefes árabes lospalacios de los nobles de la ciudad, quehan marchado ya a guarecerse en lugaresmás seguros de las montañas delPirineo. Aquella noche, a pesar delpacto, las tropas árabes arrasan la urbe.Necesitan comida y mujeres. Elgobernador de Kairuán no impide elpillaje.

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Al oscurecer, mientras la ciudad estásiendo saqueada, en la nueva residenciade Musa se celebra un gran banquete. Elvino corre entre las mesas, pese a lasprotestas de los más religiosos. Elgobernador Musa bebe en la gran copadorada con incrustaciones de ámbar ycoral, ahíto de orgullo y de soberbia.Tariq, ante aquel espectáculo, seestremece, retirándose a una balconadaque se abre a las callejas deCaesaraugusta. Desde allí escucha loschillidos y lamentos de alguna mujer quequizás está siendo mancillada, risasobscenas y a lo lejos, gritos. Es laguerra, las tropas se solazan tras los

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pesados días de marcha. Tariq piensa enel piadoso tabí, que no hubieraaprobado aquel comportamiento; peropoco antes de iniciar la campaña haciala Frontera superior, Alí ben Rabahjunto con Al Rumí, el bizantino, habíasido enviado a Damasco por Musa. Elcalifa había reclamado la presencia delgobernador, pero éste decidió enviaruna delegación liderada por Alí, paradivulgar en la corte los méritos de laconquista de Hispania; alejándolo así delas tierras ibéricas, para evitar todocontrol político o religioso sobre susacciones.

Hacia el Levante, hacia el lugar

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donde se ha ido su amigo Alí ben Rabah,la estrella del ocaso luce en elhorizonte. Harto de las risas y las vocesde la fiesta, Tariq abandona el palaciovisigodo y, atravesando las callesoscuras y ensangrentadas, iluminadas decuando en cuando por algunas casas quesiguen ardiendo, se encamina hacia losarrabales de la ciudad.

A los bereberes no se les hapermitido la entrada en Caesaraugusta,acampan en una llanura junto al Iberos.Cuando Tariq, cercana ya lamedianoche, alcanza el asentamientobereber, se encuentra con un granalboroto. Las tropas de las tribus

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norteafricanas han arrasado los fértilescampos de la vega del río. Precisanalimentarse. Tariq pone orden, permiteque se aprovisionen pero evita que aldía siguiente sigan cometiendo másdesmanes. Castiga a algunos, perdona aotros.

Esa noche no puede dormir. Trasvarias horas de insomnio, antes del alba,se levanta de su lecho y se dirige a lavega del río. Empieza a clarear el día,con el sol iluminando el meandro delIberos.

Piensa que la distancia entre losbereberes y los árabes se ha hecho cadavez más grande. Quizá meses atrás no

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debió haber seguido los consejos deltabí, quizá debió haberse enfrentado aMusa, pero el Islam es sometimiento, yél debe someterse al Guardián de Todoslos Creyentes, el califa Al Walid, dequien Musa es representante cualificado.

En los días sucesivos, descansa dela campaña y aprovecha para organizara sus hombres, mientras Musa se hacecon los tesoros que albergan lasiglesias, los palacios de la antiguaciudad romana. A ruegos de Tariq, sereparte algo de lo capturado entre lastropas, lo que hace que cesen lossaqueos y se logre una cierta calma. Sinembargo, la conquista aún no ha

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finalizado.No ha pasado aún una semana de la

conquista de Caesaraugusta cuando elgobernador árabe de Ifriquiya hacellamar al bereber. Por la puerta que daal este, Tariq atraviesa de nuevo lamuralla y se encamina a través deldecumanus maximus al palacio delgobernador; una fortaleza de piedra queMusa encuentra incómoda frente a loslujos y comodidades de su palacio enKairuán o en la corte de Damasco.

En una amplia sala, parcialmentereclinado sobre los mullidos cojines deun diván, el nuevo gobernador de laciudad recibe a Tariq. Le explica que

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los nobles godos se han aliado con losfrangyi,[76] las gentes de la antiguaGalia, y resisten en predios fortificadossalvaguardados por las montañas. En lasregiones de la Septimania, el rey Agila ylos descendientes de Witiza intentanaunar los restos del reino godo. Hay queenderezar este estado de cosas, que alargo plazo podría hacer peligrar laconquista.

Musa desea que Tariq se encamineal este, que actúe contra los restos delejército visigodo, contra losdescendientes de Witiza, que habitan laTarraconense y la Septimania. El árabeestá contento con la campaña realizada

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por el bereber. Le hablacondescendientemente explicándole queen la próxima operación deseaconcederle una cierta autonomía demovimientos. La empresa consistirá enla conquista de las tierras de la antiguaSeptimania, donde se han refugiado loswitizianos y se esconde el rey Agila.

Primero a través de un caminorodeado de tierras yermas, y más tarde,atravesando montañas escarpadas demediana altura, en unas semanas Tariqalcanza las tierras de la Tarraconense.El lugar más al este de la penínsulaIbérica al que llega Tariq es la propiaciudad de Tarraco.[77] Cuando los

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bereberes que le acompañan divisan losciclópeos muros de la urbe que asoma almar, se maravillan. La cercan por lafuerza de las armas y la aíslan. Nomucho tiempo después, la urbe abre suscuatro puertas a las tropas bereberes yfirma un pacto.

Dentro de ella, los invasoresencuentran hermosas iglesias y palacios.Entre la muralla y la costa, los restos deun anfiteatro, en el que se erige unaantigua basílica que venera a sanFructuoso y sus compañeros,martirizados durante la persecuciónromana. Tariq recuerda remotamenteque allí ha sido ajusticiado

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Hermenegildo, un antepasado suyo,hermano de su bisabuelo. Un hombreque, como él, había originado una guerrafratricida. Ahora, algunos lo venerancomo santo.

Desde Tarraco, las tropas de Tariqsaquean las tierras vecinas y hostigan laSeptimania. Son hombres disciplinadosque se mueven buscando botín. El hijode Ziyad intenta, sin mucho éxito, querespeten sus órdenes. A continuación, sedirigen más al norte, hacia Barcino,donde Agila mantiene aún un simulacrode corte; incluso acuña monedas. Sonlos restos del reino visigodo que prontomorirá.

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El lugarteniente de Musa estáagotado, en los últimos meses no hacesado de luchar. Una actividadincesante le espolea. En la guerra notiene tiempo de pensar, resuelve losproblemas que se van presentando encada instante, y eso le impideangustiarse. Cuando se detiene, lasnoches son a menudo largas, no puedeconciliar el sueño. Le parece que, apesar de tantas victorias, a pesar delbotín y de haber conquistado el reino delos godos, él, el godo Atanarik, hafracasado. Así, un amanecer en Tarraco,sobre la alta fortaleza que se asoma alMediterráneo, se abisma en la

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contemplación del mar, que brillaintensamente bajo el sol naciente delverano; más allá de los restos delanfiteatro romano. Tariq dirige sumirada hacia el este. Muchas millaslejos de allí está la ciudad de Damasco.Allí, el sucesor del profeta Mahoma, lapaz y el bien le sean siempre dados,desconoce quizá la indignidad de Musa,su afán de rapiña y poder.

Una noche tiene un sueño, un hombrede cabellos oscuros y ojos claros, al quele cruza una cicatriz roja por el cuello,le revela que un día cruzará el mar haciael lugar donde nace el sol.

Por la mañana, un correo de Musa le

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aguarda. Le reclaman en Caesaraugusta.Ese mismo día emprende el retornohacia la ciudad del Iberos. A su paso,puede contemplar la campiña arrasadapor la guerra y el pillaje; casasquemadas, campos sembrados de sal. Seestremece al ver el caos. Se sienteculpable del desastre del país.

Al llegar a la urbe, comprueba quedurante aquellos meses Caesaraugustaha cambiado. Por doquier se advierte lapresencia del Islam. En los patios de lanueva mezquita, la antigua iglesia de SanVicente, puede ver a suscorreligionarios haciendo las ablucionesy las oraciones de la tarde.

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Tariq se encamina a la fortaleza queocupa Musa, sede del gobierno local.Allí desmonta del caballo; un criadoconduce al animal hacia las cuadras.Tariq golpea en los flancos suavementea su montura y se dirige hacia lasestancias de Musa ben Nusayr, wali dela lejana ciudad de Kairuán, ahora,señor de Al Andalus, de las tierrasconquistadas que ocupan desde lascostas mediterráneas al río Iberos.

Antes de llegar, un anciano depequeña estatura le sale al paso, es Alíben Rabah. El hombrecillo se regocijaal ver a su antiguo prosélito. Tariq sealegra aún más.

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—Te hacía en Damasco, con elcalifa —dice Tariq—, pensé que no ibasa regresar tan pronto.

—Hemos tenido buenos vientos,cruzamos en unas semanas elMediterráneo.

—¿Has visto al califa?—Lo he visto. Mi señor, Al Walid

nos ha enviado con un encargo urgente.—¿Nos?—Sí, tu amigo Al Rumí también está

de vuelta.—¿Cuál es el encargo?—El Padre de Todos los Creyentes

os ordena a ti y a Musa presentaros anteél en Damasco.

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Tariq extrañado pregunta:—¿Ahora? ¿Cuando comenzamos a

controlar las tierras godas? ¿Cuando aúnno ha acabado la conquista?

—La corte de Damasco es un nidode habladurías y de intrigas; se habla deun tesoro fabuloso, del que Musa y tú oshabéis apropiado. Se dice también queMusa se quiere desvincular del califa.En Oriente la guerra continúa, no sepueden mantener dos guerras a la par enpuntos tan distantes. Además mi señorAl Walid, la paz de Allah sea siemprecon él, está molesto con Ben Nusayr,porque él, como bien sabrás, nuncaautorizó la conquista.

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—¿No le habéis dicho lo querealmente ha ocurrido en Hispania?

—El califa no es un hombre al quese le puedan dar explicaciones que no hasolicitado. Yo estoy cansado y mayor —le confiesa Alí—. Mi deseo es retirarmea las tierras que me vieron nacer. Megustaría descansar ya de tantas luchas yque finalizase esta guerra…

—¿Al Rumí, el conquistador deCórduba, ha dicho lo mismo que tú?

—No. Ha intentado convencer alcalifa para continuar la campaña, perono ha sido autorizado para ello. Ahorase está entrevistando con Musa benNusayr.

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Se abren las puertas que dan paso allugar donde el wali recibe a las gentes,al lugar donde dirime los juicios. Hacenpasar a Alí ben Rabah y a Tariq benZiyad. Musa sonríe y Al Rumí muestraclaros signos de excitación.

Tariq avanza, mientras elgobernador de Kairuán anuncia a los quele rodean en un tono laudatorio para elbereber:

—Mi lugarteniente, el más fiel, haatacado las tierras de los witizianos, hallegado hasta el extremo más oriental dela Septimania. ¿Qué noticias me traes?

—Tarraco ha sido tomada, susmurallas, doblegadas, sus iglesias,

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saqueadas. Traigo un buen botín.—¿Lo veis, Al Rumí? Mientras los

buenos muyaidines, las tropas de layihad, consiguen trofeos y tesoros parala comunidad de los creyentes, loscortesanos de Damasco intrigan sobre siesta conquista es o no oportuna.

Alí ben Rabah interviene:—¡Debéis retornar a Damasco, son

órdenes del califa!—Lejos de nosotros, buenos

servidores de Allah, el Todopoderoso,desobedecer a su representante en latierra. Debo decirte, Alí, que iremos aDamasco.

—Eso está bien…

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—Pero, no inmediatamente.—¡Corre peligro vuestra cabeza! —

le advierte Alí.—No, cuando retornemos con un

tesoro que se contará en las baladas, concautivos y reyes en nuestra comitiva.

Al Rumí está de acuerdo.Mugit al Rumí se dirige a Alí ben

Rabah.—Ayudaré al wali a terminar la

campaña…—Someteremos los baskuni, los

cantabri y llegaremos a Galiquiya.[78]

Los nobles de este país nos han pedidoya un pacto, debemos ir hasta allí paraacordarlo. Las tierras del antiguo reino

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suevo son ricas en plata y oro.Alí se dirige a su compañero de

embajada ante el califa, asustado por sudesobediencia:

—Dime, Mugit, ¿qué te ha ofrecidoMusa ben Nusayr?

—Una sustanciosa parte del saqueoy de lo que se obtenga en la campaña,tierras y cautivos —le explica el propioMusa—. Mientras Mugit ha estado deembajador al otro lado delMediterráneo, se ha perdido gran partede lo capturado. ¿No estás de acuerdo,amigo Tariq ben Ziyad?

Tariq no responde; está cansado delpillaje, del afán de lucro del wali.

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Desearía ir a Damasco, presentarse anteel califa y relatarle de viva voz lo quepiensa de aquel hombre que se ha hechocon una gloria que sólo a él, Tariq,realmente corresponde.

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21

Los Pirineos

El sol se alza tras las cumbres nevadas,es el invierno del 713, año 94 de laHégira. Desde lo alto, Tariq divisa unvalle neblinoso. Allá en el fondo pareceque va a clarear. Se ha alejado delgrueso del ejército de Musa, al frente deun pequeño destacamento. Arrastradopor una idea, por un presentimiento, sedirige hacia la fortaleza donde hace unosaños, en la época en la que su mente

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sólo estaba llena de Floriana, halló unadoncella en un camino.

Su encuentro con ella, que hapermanecido como entre brumas, ahorase torna claro al ver el paisaje. Laantigua fortaleza de Galagurris,[79]

también llamada Fibularia, fue el lugardonde estuvieron acuartelados enaquella campaña contra los vascones.Casio estaba con él, recuerda queGalagurris había pertenecido durantegeneraciones a la familia de sucompañero de armas.

Las tierras llanas comienzan aalzarse y allá en lo alto, la fortaleza seeleva imperiosa, soberbia en sus alturas.

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Alcanzan el pueblo de casas de barropequeñas, lo rodean y se internan por unsendero que a través de los bosquesconduce al castillo. Tariq cabalga cadavez más despacio, aquel día, el día enque conoció a la sierva, galopabandeprisa pero en sentido contrario al quellevan hoy. Se detiene de pronto, alrecordar que aquél fue el lugar donde laencontró.

Recuerda el camino rodeado deespesos bosques de abetos y pinos. Elrío, al fondo, desde donde ascendía unaneblina que iba a cubrir la llanura. Hoytambién atardece, un rubor rojizo coronala neblina. El sol lentamente se esconde

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y todo se torna umbrío, fantasmagórico eirreal.

En el ambiente hay algo mágico.Atanarik recuerda cómo el aliento

del ocaso acarició aquel día el vestidotosco de la montañesa. La luz es cadavez más tenue.

Allá en ese punto exacto, fue dondela encontró. Pensó que estaba loca. Mirade frente un roble mojado por lasúltimas lluvias, recubierto por unaespesa capa de musgo. Aquel árbolmarca el lugar donde ella apareció porprimera vez. Desmonta del caballo.Junto al roble, hay un pequeño senderoque se introduce en el bosque.

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Ha anochecido ya del todo cuandollegan al castillo, desde el bosque deabetos descienden por el camino yrodean parcialmente la muralla quecircunda el alcázar. Uno de los hombresde Tariq toca un cuerno ante las puertasde la fortaleza. En lo alto hay banderasque puede reconocer, las banderas deMugit.

Las puertas de la muralla se abren ala tropa que acompaña al bereber. Elcastillo ha sido ocupado por tropas delbizantino. Musa en su avance hacia eloeste no quiere dejar lugares peligrosostras de sí, y su retaguardia la ha idocubriendo Mugit.

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Le sale al encuentro la guardia, quese cuadra ante él. Le conducen hacia elinterior, sube unas escaleras que lellevan a la sala más grande del castillo.Se celebra un gran banquete conhombres de procedencia musulmana,algunos godos e hispanorromanos.

Es el mismo Mugit al Rumí el queviene a saludarle. Le relata cómo hanconquistado la fortaleza gracias alsoborno, y cómo tienen apresado alcastellano.

—¿Cuál es su nombre?—Le llaman Casio.La sorpresa aparece en el rostro de

Tariq.

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—Me gustaría verle —solicita.—No se ha rendido. Es un hombre

tozudo; afirma que estas tierras sonsuyas y no quiere llegar a ningún pacto.Quiere hablar con Musa… y si no esposible llegar a un acuerdo con él, creoque recurriría al mismo califa.

—Yo…, ¿no le sirvo? —se burlaTariq.

—No. Tú eres el lugarteniente deMusa, creo que no será suficiente.

—Traédmelo, a pesar de todo…A la sala del banquete sube Casio

encadenado. Sus ojos muestran unacierta fiereza.

—No te rindes, viejo amigo.

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—No. Estas tierras han sido de mifamilia desde la conquista de Augusto.Nadie nos ha sometido nunca, ni losvascones al Norte, ni los visigodos alSur. Somos el paso a la Fronterasuperior. Yo y mis hermanos queremosconservar los acuerdos a los quehabíamos llegado con los godos.

—Yo no puedo ratificar esosacuerdos. Tendrás que hablar con Musa.

—¡Eso pretendo! Pero este bizantinosalvaje —dice señalando a Al Rumí—me tiene encerrado en mi propiafortaleza.

Tariq le observa entre divertido ypreocupado.

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—Te podré facilitar un encuentrocon Musa, al fin y al cabo, sigodebiéndote que me ayudases cuando eraun prófugo que huía hacia el sur.

—Si Musa no me concede losprivilegios que pretendo, si no meconsidera su igual, acudiré adonde seapreciso, llegaré al califa de Damasco.Me debo a mi gente. Debo proteger a loshombres que dependen de mí, y me hanhecho un juramento de obediencia.

—Bien, bien —responde Tariq, altiempo que ordena que lo liberen y quele sirvan algo de cenar.

Después se sienta a su lado, mientrascomen entablan una conversación. No

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hace tanto tiempo, ambos eran soldadosbisoños del ejército visigodo queluchaban juntos, frente a vascones o afrancos.

—Una venganza te ha llevado adestruir el reino… —le diceamargamente Casio— y, al fin, lo hasconseguido…

—No. No lo he hecho —replicaTariq.

—Has doblegado a todos tusenemigos.

—Pero no he podido averiguar quiénrealmente mató a Floriana. Aunqueahora ya no sé si me importa tanto quiénla asesinó. En la batalla en la que me

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enfrenté a Roderik, mientras agonizaba,él me juró que no había cometido aquelasesinato. Ahora le creo. Nadie mienteen un momento como aquél.

—¿Has hablado con Egilo?Tariq le mira sorprendido.—Muchas veces lo he pensado —

continúa Casio—. Egilo odiaba aFloriana. Realmente la verdadera reina,la dueña de la corte goda, durante eltiempo final del reinado de Witiza, ydespués con Roderik, fue Floriana.Egilo la odiaba por ello, además sabíaque su esposo le había sido infiel conella.

—¡Egilo…! Fue un hombre el que

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mató a Floriana.—Lo sé, pero también está claro que

la guardia obedecía a la reina ycualquiera de aquellos hombres hubierahecho lo que ella le ordenase. Cualquiercosa.

Tariq piensa en Egilo. Ahora entrelos islámicos es conocida como Ailo, sehabía apresurado a desposarse con unode los conquistadores, el hijo de Musa.Una mujer ambiciosa en un mundocontrolado por hombres.

Los dos antiguos camaradasenmudecen. Casio piensa que sontiempos difíciles para sus gentes. Tariqrecuerda a Floriana, muerta. Casio bebe

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el vino rojo y espeso de aquellas tierras,hace semanas que no lo ha probado.Tariq está serio, pensativo. Elhispanorromano entrechoca la copa conla del bereber.

—Por el futuro, que no parecehalagüeño, por mis gentes…

Tras el brindis, Tariq le explica.—Cuando estábamos juntos en las

Escuelas Palatinas. ¿Recuerdas? Belay,Tiudmir, tú y yo. Os envidiaba porqueteníais vuestros predios, gentessometidas a vasallaje; un lugar dondevolver, que era vuestro hogar. Yoprocedía de la Tingitana, del castillo deOlbán. Lo único agradable en mi

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pasado, lo único familiar, era Floriana yella murió de aquel modo terrible. Todomi mundo se desintegró al morir ella,sentí la soledad más profunda…Después buscando mi venganza,encontré a mi padre; ahora yo tambiéntengo un pueblo, el suyo, los hombres deZiyad me son fieles. Les he traído aestas tierras: son ganaderos yagricultores, ocupan la meseta. Cuandoacabe la guerra creo que iré con ellos…

—¿No quieres ya vengarte?—Cuando invadí la península, yo…

yo estaba borracho de rencor y de deseode venganza. Ahora ya no es así. Alprincipio fue el dolor espantoso de

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haberla perdido, luego encontré unabebida, una copa en la que exacerbabatodo lo que yo sentía… He perdido esacopa que ha dejado un daño en mi alma.También he perdido una mujer quecalmaba mi dolor, Alodia. Tú… tú laconociste.

—Sí. La sierva.—Lleva un hijo mío… Escapó… No

sé dónde está.No habló más.Al cabo de un tiempo de silencio, en

el que recordó toda la historia de Alodiay de la copa de ónice; volvió a tomar lapalabra.

—Ella, Alodia, me habló de un vaso

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de ónice que calma todos los dolores,todas las heridas, un vaso que anula lamalignidad que hay en la copa de oro.Alodia me dijo que ese vaso de ónice locustodia un ermitaño. Su nombre esVoto. La cueva en la que vive no debede estar muy lejos de aquí.

—Yo sé dónde mora Voto.Tariq le mira estupefacto, no es

posible que aquel hombre, al quesiempre buscó, sea ahora tan fácil deencontrar.

—¡No es posible! ¿Conoces a Voto?—Sí. Voto es ahora un ermitaño muy

famoso en estas tierras…—¿Me conducirás hasta el lugar

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donde vive?—Es difícil de llegar porque le

protegen los baskuni, sobre todo uno deellos, un tal Eneko; uno de los jefesvascos que ha abrazado el cristianismo.

Casio le propone a Tariq:—Te ayudaré si me ayudas.—¿En qué? —le pregunta Tariq.—Conseguir la libertad para mis

gentes, sin un tributo, sin que losmuslimes esquilmen mis tierras.

—Lo haré —le promete el berebercon un nuevo brillo en sus ojos.

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22

Siempre hacia el oeste

Las montañas les rodean, riscosinaccesibles de cumbres siemprenevadas. Aquel invierno ha llovido enabundancia y los bosques tupidos, llenosde maleza, con helechos de gran tamaño,dificultan el paso a los guerreros. Eltronco cubierto de robles y castaños sereviste de musgo, los líquenes cuelgande las ramas. Entre los árboles sevislumbran los frutos rojos del acebo y

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los blancos del muérdago. Caen lasgotas de agua acumulada en las hojassobre los jinetes. Cruza un jabalí,emitiendo un bronco gruñido, quizásasustado por el ruido de las tropas. Seescucha en la lejanía el aullar de unlobo. El día, nublado y gris, imprime unaspecto irreal a la floresta. En lo másalto de la cordillera se posan las nubesque descienden hasta el valle.

A lo lejos escuchan el sonido de uncuerno de caza. Los hombres del Surpresienten que los están siguiendo.

Los caballos ascienden condificultad por las peñas escarpadas; amenudo, al poner el casco sobre la tierra

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mojada, los brutos resbalan. Los jinetesles clavan las espuelas para que siganhacia delante.

El bosque se torna más y másespeso. Tariq galopa un poco más atrásde Casio, que guía la marcha; bastantemás alejados los bereberes les siguen.Rebasan un lugar estrecho, casi unagarganta.

Al fin ante ellos se abre unaexplanada y detrás de ella la roca, unparedón de gran altura, que retrocedeformando una concavidad. Al fondo deaquella oquedad inmensa, una grutaabierta al aire libre, se distingue unhueco por el que se accede a un pasillo

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que conduce a una cueva más profunda.Casio le explica que por ahí se llega alrefugio del ermitaño. Sobre la gruta hayun terrado, como un atrio de piedra, másarriba, bosques espesos.

Los jinetes se despliegan en abanicoen la explanada que antecede la cueva.Tariq grita.

Nadie contesta.Tariq vuelve a gritar.Del interior del pasillo oscuro, de

piedra, emerge un hombre, de edadindefinida, pero su rostro,extremadamente delgado, muestra unavida de austeridad y penitencia. Enalgunos de sus rasgos, Tariq descubre el

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rostro de Alodia.El ermitaño le habla con voz bronca

como si llevara largo tiempo sinpronunciar ni un sonido.

—¿Qué buscáis?—Me envía tu hermana Alodia… —

responde Tariq.—¿Vive? Hace años que huyó de

aquí, buscando la luz.—Vive… —La voz de Tariq salió

sin seguridad alguna.—¿Dónde está ella?—No lo sé.—¿Quién eres tú?—Mi nombre es Tariq, soy su

esposo. Ella me envía para que me des

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una copa, un cáliz de ónice que guardasdesde hace mucho tiempo atrás.

—La copa no le pertenece a Alodia;tampoco me pertenece a mí. Yo sólo soysu guardián.

—Debes entregármela, esa copacurará la herida que se ha producido enmi alma.

—No soy quién para darte algo queno me pertenece.

—Estamos en guerra.—Lo sé.—Ese vaso de ónice debe unirse a

otra que poseemos. Con ellasalcanzaremos la victoria y la paz.

—Te he dicho que no está en mi

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mano darte la copa.—Estamos en guerra, es la yihad, la

Guerra Santa de Allah, queremos quetodos adoren al Único Dios. Tú eres unhombre creyente, tienes fama de hombresanto. Debes ayudarnos. La copa esbotín de guerra, pertenece a Al Walid, elcalifa de Damasco; el Jefe de Todos losCreyentes en el Verdadero Dios. Deberáser guardada y venerada.

—La copa es sagrada… Es para elculto cristiano, en ella se celebra elmisterio. La copa no es para las luchasde los hombres.

—¡Apresadle! —ordena Tariq.Las huestes del bereber rodean al

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monje amenazadoras, éste se resiste ygrita pidiendo auxilio. En ese momento,sobre la cubierta de rocas que cubren elpaso a la cueva, hace su aparición unacuadrilla de montañeses, armados conarcos y flechas. Asaetean a los hombresque tratan de apresar a Voto.

Uno de ellos, muy musculoso, dandoun gran salto, desde el repecho quecubre la gruta, cae en el terreno llano.Inmediatamente, desenvainando laespada, como para proteger al monje, loempuja con decisión a través del pasilloen la piedra que conduce al eremitorio.Los hombres de Tariq intentan seguirle,pero tras ese guerrero que ha saltado,

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otros muchos se arrojan desde la peñapara proteger la huida del monje y deaquel que debe de ser su capitán.

—Ihesi, Eneko. Ihesi, Eneko![80] —le gritan al que ha huido—. Babestu,monako![81]

La lucha es encarnizada. Parece quelos montañeses estén por todas partes;los hombres de Tariq se ven obligados aretroceder. Finalmente, Tariq toca uncuerno que indica la retirada para evitaruna matanza.

El hijo de Ziyad está rabioso. Hastaaquel momento, no había conocido laderrota, la todopoderosa mano de Allahle había protegido siempre. En la

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refriega han caído algunos de losbereberes, que son ya como hermanospara él, se siente avergonzado y dolidopor la muerte de aquellos camaradas.

¿Cómo iba a suponer que unaexpedición frente a un monje solitarioacabaría en una masacre?

Descienden con rapidez por lamontaña, aún perseguidos por lasflechas de los montañeses.

Casio está con él. Tariq quiere saberquiénes son los atacantes.

—Son baskuni —responde éste—.No los conocemos bien. Se habla de unpueblo formado por hombres que soncomo bestias, un pueblo imposible de

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domeñar. Muchos de ellos no hanrecibido aún el cristianismo. En lasmontañas han existido costumbressalvajes hasta hace muy pocos años.

—Lo sé. —Tariq piensa en Alodia yen el extraño sacrificio que la llevóhacia él.

—Son sociedades extrañas, enalgunas de ellas manda la mujer. Esehombre enorme que los lidera se llamaEneko. Siempre ha sido arrojado yvaliente, un hombre brutal, con unafuerza impresionante, un hombre quesabe hacerse respetar. Hace unos añosdicen que se rebeló contra el poderío deuna bruja, Arga, la llamaban, y la

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venció.—He oído hablar de Arga. Alodia

decía que era una mujer sabia.—Sí. Sabia y fanática, adoradora de

la diosa, con fama de bruja. Eneko serebeló contra ella. Dicen que la brujalanzó un conjuro contra una hijita deEneko, el mal de ojo. La niña enfermó.Eneko adoraba a aquella niña. Alguienle dijo que el ermitaño, Voto, podríacurarla y él cruzó las montañas con suhijita entre los brazos. Cuando llegó aesa cueva que hemos visto, Voto le diode beber a la niña en una copa mágica.La niña se curó. Eneko se convirtió alcristianismo y con él todas sus gentes.

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Ahora adoran al único Dios. Pero suforma de creer en él es como todo enEneko, extremado. No dejan que nadiese acerque a la cueva de Voto. Leprotegen constantemente y le considerancasi como un dios.

—¿Y, Voto?—A partir del milagro, goza de una

gran influencia en todas las montañasvascas y en el Pirineo. Poco a poco haacercado a la fe en el único Dios amuchos baskuni. Voto es un hombrepoco común, Yo le he conocido, irradiaalgo espiritual que no sé definir.

—¿Has visto la copa?—Sí. Es muy hermosa. ¡Tan simple!

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Un sencillo vaso de un materialsemiprecioso. Le he visto celebrar enella el oficio divino; la forma en la quelo hace llena de paz los corazones.

—¡Necesito esa copa!

En los días siguientes, Tariq seenfrenta repetidamente a los baskuni,poniendo cerco al territorio que rodea lacueva, atacando desde los montes, perotambién desde las tierras llanas. Cuandole parece que los ha dominado; forma ungran ejército expedicionario y retorna ala explanada frente a la cueva. Elbosque al frente, sobre la oquedad en la

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roca está silencioso, llueve mansamente.Con cuidado, escoltado por multitud dehombres, se van acercando al lugardonde vive el monje. Ante tantosilencio, temen una añagaza de losbaskuni. Tariq, con precaución, con laespada desenvainada, entra por elpasillo por donde huyó el monje. La luzse introduce desde el techo, velada porla llovizna. Al fondo de la cuevaencuentran el pequeño eremitorioincrustado en la roca, el lugar quehabitaba Voto. Dentro de la propiacueva mana un arroyo. En la estanciabajo la roca se alza un pequeño altar.Quizás allí se veneraba la copa que

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ahora ha desaparecido. Inspeccionan elinterior, pero todo está vacío. Tariq seencoleriza.

El monje no puede habersedesvanecido en la nada; así que, un díatras otro, le buscan por todo el Pirineo,atacando a los baskuni en sus refugios.Cuando tras haber asolado villas,fortalezas y poblados vascos, regresan ala fortaleza de Galagurris, Casio parecereírse del bereber. El Conde de laFrontera superior ha luchadorepetidamente contra los baskuni y losconoce bien:

—A veces atrapas a unos cuantos,otras te parece que has destruido una

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gran cantidad de ellos, pero siempreresurgen ocultos en sus montañas y enlos Pirineos. De entre los godos, sóloSwinthila, el gran general de Sisebuto,luego rey, consiguió dominarlosparcialmente, y fundó Oligiticum.

—Son como Alodia, ella era de sumisma raza. ¿La recuerdas?

—Sé que llegó a ser tu esposa.Tariq musita un breve sí y se queda

pensativo, tras un instante prosiguehablando.

—Te parece que la posees, que estuya, pero nunca la consigues del todo.Mantiene siempre una profundadignidad. Hay cosas que no hará por

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mucho que se lo pidas.—¿Dónde está?—En realidad no lo sé. Yo mismo le

indiqué que regresase al Norte… Leindiqué que se ocultase con Belay.Quizás haya ido hasta allí, a las lejanasmontañas de Vindión… A las tierras delos astures…

Tariq calla. Casio entiende que elbereber la recuerda con añoranza.Desde los tiempos de la corte deToledo, el joven Atanarik había sido untipo duro, poco hablador, difícil deconmover. Ahora se expresa casi conternura. Casio se da cuenta de que lasierva ha marcado profundamente a su

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amigo.Desengañado, unos días más tarde,

Tariq abandona las tierras de losvascos. Se traslada con Mugit hacia eloeste y ambos se incorporan al ejércitode Musa. Se llevan como rehén a Casio.El bizantino no se fía de él, ni quieredejar tras de sí a un rebelde.

Atraviesan las feraces tierras delalto Iberos, y después los montes deAuca; de allí llegan a Segisamone,[82] laciudad de los turmódigos, asiento de unaguarnición romana y fortaleza godafrente a astures, cántabros y baskuni.

Desde Segisamone, el ejército árabeataca Amaia, antiguo castro celta,

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capital de la provincia de Cantabria.Allí se enfrenta al duque Pedro.Destruyen la ciudad y Pedro se refugia—atravesando la cordillera de Vindión— en Campodium,[83] una poblaciónrodeada de montañas que los árabes noosan cruzar.

Desde Amaia, las tropas árabes sedirigen a Lacóbriga,[84] villa de origencelta, amurallada. Nadie se opone alconquistador. Atraviesan Viminacio,Carmalla, llegando a Pallantia,[85]

ciudad de los vacceos, sede visigodadonde en algún momento residió lacorte. El obispo de la ciudad, Ascario,sale a recibirlos. Les pide que les

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respeten; ellos aceptan, a cambio de queles entreguen joyas y un rescate en oro.Después, firman capitulaciones entre lasede episcopal y el califato.

Mientras Musa y Mugit avanzandirectamente hacia Galiquiya, Tariq sesepara de ellos y permanece algorezagado, en la retaguardia del ejércitoárabe, asegurándose de que las tierrasque el gobernador de Kairuán conquistasiguen siendo fieles al dominio delcalifa. Un emisario informa al bereberque se han producido revueltas enLeggio, la antigua ciudad romana, sede

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episcopal visigoda, que ha recuperadosu independencia tras haber sidosometida por Musa. Tariq se dirigehacia allí. Arrasa los alrededores y tomala ciudad.

Permanece algunos días en Leggio.Le rinden sumisión muchos nobleslocales, tanto de la cordilleraCantábrica como de las llanuras querodean la ciudad. Aprovechando lacercanía, se interna hacia el norte, hacialas montañas de Vindión. Allí, quizásesté su esposa. Su hijo debe de habernacido ya. Toma prisioneros paraencontrar alguna pista sobre el paraderode ella. Les interroga también intentando

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averiguar datos sobre Belay. Noconsigue noticias. Nadie ha visto alespathario godo ni a la mujer vasca.

Envía embajadores a Munuza, elgobernador de Gigia. Organizarastreadores que marchan en busca de suesposa. Todo es en vano. Es comointentar encontrar un grano de arena enel mar. Además, las inclemencias deltiempo, en lo más crudo del inviernocantábrico, cierran el paso a losenviados de Tariq.

La tristeza se apodera del ánimo delbereber. Ahora que su esposa no tienesecretos ya que ocultar. Ahora que él haencontrado a Voto y la copa ha

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desaparecido del lugar que Alodiaconocía. Ahora que ya nada les separa,parece que ella se ha desvanecido traslos muros de aquellas altas montañas.

Todo es en vano.Mientras tanto, Musa y Al Rumí

recorren el Norte, atravesando Lance,Interaminio, Vallata; al fin se enfrentan alas amuralladas calles de la antiguaAstúrica Augusta.[86]

La ciudad les abre sus puertas. Allí,las personas destacadas de Galiquiyaacuden a Musa solicitando la paz,desean confirmar sus antiguosprivilegios.

A diferencia de lo que hiciera en el

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Sur, en las zonas conquistadas por lafuerza de las armas; Musa ben Nusayrdeja a los señores de las tierras galaicas—que habitan áreas difíciles decontrolar— sus bienes y su libertad acambio del pago de un tributo másmoderado. Pactan que tanto el productode los frutales como los valles desembradura serían suyos a cambio de undiezmo de las cosechas.

El general árabe y el bizantinoconquistan las fortalezas de Bracea[87] lavieja capital del reino suevo y LuccusAugusti,[88] un antiguo campamentoromano. Allí se asienta un tiempo ydesde Luccus establece destacamentos

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por toda la zona que controlan las tierrashasta el Finisterrae, el fin del mundoconocido.

Musa sabe que es invencible. Lo esgracias a la copa sagrada, la copa de laque bebe y que impide que seaderrotado. Cada vez está másalcoholizado, y a la vez más sediento deriquezas y de poder.

En ese momento, cuando Musacelebra sus victorias en Luccus, cuandoestá más confiado y optimista con lasvictorias, cuando su triunfo es total, lellega un enviado del califa, el yemeníAbu Nasr. Le trae un mensaje del califaAl Walid.

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El Jefe de Todos los Creyentes, elcalifa Al Walid, en su misiva lereprocha su dilación, debe volver. AbuNasr le indica que debe regresar con él,por lo que lo arranca de la ciudad deLuccus, en Galiquiya.

Las órdenes del califa indicantambién que al wali le debe acompañarsu lugarteniente, el bereber Tariq, paradar cuenta de lo realizado en laconquista de la península Ibérica.

Musa envía a Al Mugit hacia lastierras astures, para reclamar al bereber;Tariq no quiere seguirle, se resiste avolver al Sur sin haber encontrado a suesposa. Mugit le obliga a retornar hacia

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la Bética para encaminarse haciaOriente. Son órdenes del califa.

Las tropas de Mugit y de Tariq seencaminan a Toledo; allí se encuentrancon las de Musa ben Nusayr.

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23

Hispalis

Sin detenerse mucho tiempo en la capitaldel antiguo reino visigodo, prosiguenhacia el sur; Abd al Aziz aguarda a supadre Musa en la ciudad del río Betis.Ha sido nombrado nuevo gobernador delas tierras conquistadas, tal y como suhermano Abd al Allah lo fuera deKairuán y de la provincia de Ifriquiya.El nuevo gobernador ha contraídomatrimonio con Egilo, la que fuera

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esposa del rey Roderik, para asegurarseuna posición preeminente ante laaristocracia del país.

A Tariq le acompañan ahora muypocos bereberes; ninguno de ellos irá aDamasco. En su paso por la meseta sehan replegado a las heredades que Tariqles concedió un tiempo atrás. El bereberecha de menos a sus gentes.

El alcázar de Hispalis se abre a losvencedores. Entre los árabes hayalegría: la satisfacción del botín, elorgullo de haber dominado al enemigo,la ilusión por el regreso a las tierras queles vieron nacer. Pronto zarparán haciaDamasco con cautivos, tesoros y

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rehenes. Los pocos bereberes quequedan junto a Tariq no comparten laeuforia de los árabes. Tariq, indignado,cavila pensando en aquellos hombresque parecen más una banda desaqueadores que guerreroscomprometidos con la Guerra Santa deAllah. No son los gloriosos soldados deMuhammad, de los que una vez Alí benRabah le había hablado en sus tiemposde iniciación al Islam, los hombres queemprenden la yihad, la Guerra Santa,buscando la extensión del Islam. Sólohan respetado las ciudades que serindieron ante el avance imparable delas tropas de los ismaelitas, pero

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sometiéndolas a condiciones leoninas,obligándolas a entregar todas susriquezas; los lugares que plantearon lamás mínima resistencia han sidosaqueados y muchos de sus habitantes,reducidos al cautiverio. En todas partes,los conquistadores han reclamado oro,joyas, tributos.

El bereber pasea por la orilla delBetis. No es posible que sus nuevascreencias le decepcionen. El Islam lepareció el camino justo, ¿no se le pedíadiariamente a Allah que les dirigiesenpor la vía recta, no de los que hanincurrido en la ira, ni de losextraviados? Le parece que muchos de

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aquellos hombres han traicionado su fe.Recuerda cuando con mil banderas

al viento recorrían el Magreb y laIfriquiya rumbo hacia Hispania, parasanarla de todo mal, para borrar lacorrupción del país. No puede olvidarcuando cabalgaba entre Ziyad y Alí benRabah, dos musulmanes a los que haadmirado tanto. Su padre, Ziyad, murióen el combate. Hace tiempo que no tienenoticias del tabí que, desdeCaesaraugusta, regresó a Damasco,cuando no consiguió que Musaobedeciese las órdenes del califa.

Antes de partir, Alí ben Rabah leaseguró a Tariq que el califa Al Walid

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era un hombre justo, piadoso y temerosode Dios, pero que estaba enfermo. Si elcalifa es un creyente sincero, el hijo deZiyad piensa que aún hay esperanza. Iráa Damasco, solicitará audiencia con AlWalid, le hablará de los desmanes, lacodicia, la corrupción de Musa benNusayr. Está convencido de que, alenterarse de lo ocurrido en Hispania, elpiadoso Al Walid castigará los abusosde su wali.

En Hispalis le acompaña otro de losconquistadores, el bizantino conversoMugit al Rumí, uno de los jefes de lacampaña. Mugit también estádescontento. Él rindió Córduba, la

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hermosa ciudad del interior, fundada porlos cartagineses, circundada por elmeandro del Betis. Tras una difícilconquista, Mugit obtuvo un rico botín,apresó cautivos y tomó como rehén alconde de la ciudad. Musa se haapropiado de todo. Además, tras laarriesgada campaña de los mesespasados, tampoco ha recibido nada; poreso está de acuerdo con Tariq. Debendenunciar a Musa ante Al Walid. El Jefede los Creyentes no puede permitir lacorrupción de sus jefes militares. Lerefiere las habladurías que corren por lacorte:

—Su hijo Abd al Aziz quiere

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proclamarse emir de Hispania. Quiereser rey…

—Tendremos otro Roderik… —diceTariq, y la sola idea de un nuevo tiranole produce asco.

El bizantino comparte su rechazo,también él es un sincero creyente en lafe de Muhammad.

—En el Islam no hay reyes, el vínicorey es Allah, el califa es la Cabeza deTodos los Creyentes, pero no es un rey ala manera del rey de los francos…

—Estoy seguro de que Egilo le estáempujando, no puede tolerar dejar deser reina. Siempre ha sido así, una mujerambiciosa… no soporta no ser la

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primera…Tariq se detiene, recuerda quién era

la primera en la corte del rey Roderik;la hermosa figura de Floriana, su largamelena lacia y oscura, sus hermososojos grises se hacen presente ante él.

—Desearía ver a Egilo.—A la reina Ailo no se le permite

participar en fiestas ni en convites, peromantiene algunas costumbres de cuandoera la reina de los nazarenos. Sueleacudir a los oficios matutinos en laiglesia de Santa Justa.

—Debo verla, ella es la única queresta de una corte que ya no existe. Esposible —le confiesa a Mugit— que

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conozca la clave de un crimen queocurrió poco antes de la caída del reinogodo y que ha marcado mi vida.

La noche cae refrescando elambiente de la ciudad de Hispalis.Mugit y Tariq atraviesan las calles.Antes de llegar al alcázar, el bizantinose separa del bereber en dirección allugar en donde están acuartelados sushombres. Tariq prosigue su camino solo,en dirección al alcázar, cruza unaplazuela, en la que se siguen escuchandorisas y bailes como en tiempos de losgodos.

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Suena una música alegre junto a unacasa, se percibe una voz femeninacantando una balada sobre un amordespechado, es una letra graciosa. Sevuelven a oír las risas. A través de unseto, Tariq entrevé cómo una mujer selevanta y alza los brazos; otras lo hacentambién, forman un corro y bailan,cruzándose unas con las otras, se mojanen el agua de un aljibe para disipar elcalor.

Se da cuenta de que no todo hacambiado tras la conquista; la vidasigue. Al contemplar a aquellas mujeresse acuerda de Floriana, intenta recordarsu rostro, pero ya no es capaz. Sin saber

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por qué a su cabeza acude la suavefigura de Alodia. Quizás algún díaregrese a ella. En una ocasión, la siervale dijo que era preciso que un amormuriera antes de que naciese otro. Sidesea una vida en paz, es preciso queresuelva lo que ocurrió con Floriana.Quizá la reina Egilo lo sepa, quizás ellasea la culpable de todo. Entonces,cuando lo averigüe, podrá descansar.

Por la noche, en sus aposentos delalcázar duerme intranquilo. Se despiertaantes del amanecer, empapado en sudor.Hace aún calor. Se asoma a la ventana,en el horizonte divisa su estrella: laestrella que luce en el ocaso y al alba.

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Le parece que la fortuna podría hoyacompañarle.

Se viste lentamente, pensando cómopodrá acceder a la reina. Atraviesa loscorredores del alcázar donde soldadosárabes se cuadran ante él. Sale a lascalles de la ciudad, una brisa matutinarefresca el ambiente y hace ondear lacapa del conquistador bereber. Lascalles lo conducen hasta el río que ahoralos árabes nombran como Al-Wadi al-Kabir,[89] el mismo río que antes losromanos llamaron Betis y los griegos,Tharsis. Las aguas mansas discurrenconstantemente hacia el mar, sinimportarle nombres ni conquistas. Poco

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a poco va amaneciendo, sobre lacorriente brilla el sol. Al otro lado delrío se extiende una vega fértil, loscampos de frutales y hortalizas queenriquecen la ciudad.

Tariq abandona la ribera del Betis yavanza hacia las estrechas calles querodean el templo de Santa Justa. Secamufla entre las gentes que acuden aloficio matutino, embozado. Aguardasemioculto tras una columna de enormebasa, observando las ceremonias, en lasque unos años antes había participadodistraídamente, pero que ahora leparecen ajenas a él.

Desde lejos vigila a una mujer de

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mediana estatura, cubierta por una capa.De la capucha se escapa algún mechónde pelo castaño claro que comienza aencanecer. Posee un porte digno, inclusoarrogante.

La mujer, posiblemente la reinaEgilo, va acompañada por susdoncellas. Ahora, las damas son másvigiladas que en los tiempos de la cortede Toledo. Egilo no es capaz demantenerse encerrada, la iglesia se haconvertido en la única escapatoria de larutina diaria en el Alcázar donde laguarda su esposo, el hijo de Musa, juntocon otras esposas y concubinas.

Los cantos de los monjes se

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prolongan, Tariq se siente mareado antetanto incienso. Al fin, la ceremoniatermina. La reina se detiene unosminutos orando; sale la última cuando yase han dispersado las gentes. Sus damasavanzan por el pasillo centralprecediéndola.

Egilo se aproxima a la columnadonde Tariq se oculta. Cuando pasa a sulado, él la agarra bruscamente de unbrazo, arrastrándola a la nave lateral,cerca de un arquisolio donde quizás unnoble godo o un clérigo yace sepultado.En voz muy baja le habla al oído:

—Deseo haceros algunas preguntas.En un primer momento la reina se

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atemoriza, pero pronto se recompone.En los últimos tiempos, se le hanprohibido todo tipo de visitasmasculinas. Se aburre en las estanciasen las que la guarda su actual esposoAbd al Aziz. Egilo piensa que por lomenos podrá hablar con aquel antiguogardingo real, por eso no se alterademasiado ante su intromisión. Nuncaguardó excesiva simpatía a aquelhombre, que ahora se ha convertido enel conquistador del reino. Atanarikpertenece al pasado de la reina, untiempo ya ido en el que ella era unamujer respetada y adulada por todos.Las damas se vuelven para esperarla,

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sorprendidas al verla hablar con unhombre, pero ella les hace un gesto paraque sigan adelante. Las doncellasprosiguen su camino, sonriendo entreellas con complicidad; quizá su amatenga un nuevo admirador. Cuando sehan alejado lo bastante, Egilo se dirige aAtanarik preguntando:

—¿Qué queréis?—Sé que tenéis algo que ver en la

muerte de una dama de la corte, mipariente Floriana, la hija del conde deSepta, Olbán…

Ella palidece.—No recuerdo bien de quién me

estáis hablando, eso ocurrió hace mucho

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tiempo atrás… Se dijo que vos lahabíais asesinado…

—Al contrario —exclama furioso—,tengo muy buenas razones para creer quela asesina habéis sido vos.

La reina frunce el ceño, enfadadaante semejante acusación, y replica:

—Estas equivocado…—Tal vez no lo hicisteis vos en

persona, pero encargasteis su muerte aalguno de vuestros fieles.

La reina se da cuenta ahora por laexpresión amenazadora de Atanarik queestá en peligro, aquel hombre está loco.Ha pasado mucho tiempo desde lamuerte de la dama, y él parece no

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haberla olvidado. Egilo sabe muchascosas, no tiene la concienciaenteramente tranquila, por eso su voztiembla al rebatirle la acusación.

—No lo hice. Lo juro.Tariq inmoviliza a la reina,

amenazándola con un cuchillo, le pinchael cuello. Después, mirándola fijamentea los ojos, la interroga otra vez.

—Decidme…, ¿quién lo hizo?—No. No lo hice. —La cara de ella

sigue manifestando una actitud arrogantea la vez que digna—. Aunque confiesoque me alegré cuando supe que habíamuerto.

—¡Perra! ¡Ni aun después de muerta

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la respetas!La reina se asusta aún más y

palidece intensamente. Tariq se separaalgo de ella, sin dejar de controlarla entodo momento. Ella se apoya en la tumbabajo el arquisolio, reclinándose un pocohacia atrás, casi sentándose en eltúmulo.

—Podéis matarme. Ya nada importa.Sí, lo confieso, la odié y la envidié…Llegó un momento en que pensé inclusoen matarla, pero juro, por lo mássagrado, que yo no lo hice. Esa mujer,Floriana, llegó a ser la reina de la cortede Toledo. Por mis damas, supe que mimarido me había traicionado con ella.

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Después, la muy… —Egilo se detuvoante la hosca mirada de Tariq—…vuestra amada Floriana, se negó avolver a concederle sus favores. Letenía prendido, a él como a tantosotros…

Tariq reconoce que lo que dice lareina puede ser verdad, porque coincidecon lo que Alodia le contó hace tiempo.Su prima se comportaba como unavulgar cortesana, no como una mujerhonesta. Él, Atanarik, también estuvoprendido en su hechizo, un hechizo delque, a pesar del tiempo transcurrido, leestá siendo difícil escapar.

—Decidme todo lo que sepáis.

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—En los últimos tiempos, mi esposono me respetaba. El reino se hundía díaa día. Como recordaréis, en el Norte seproclamó rey Agila, los nobles noobedecían a Roderik, la recaudación detributos se tornó ineficaz por la pobrezade las gentes y la corrupción de losrecaudadores.

La reina se detiene, herida por losrecuerdos de la etapa final del reinogodo, después continúa:

—Roderik estaba cada vez másangustiado, el reino se le escapaba delas manos. Era un hombre muysupersticioso que tenía trato con magosy nigromantes, buscaba un milagro que

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le ayudase a salir de la crisis por la queatravesaba el país. Comenzó a hablarmede una copa de poder. Durante un tiempose mostró esperanzado con aquella ideaque podía ser la solución de un reinoque se hundía. Al principio se hallabaeufórico, pero enseguida comenzó adespertarse por las noches gritando…Yo no sabía lo que le estaba ocurriendo.Intuía que tenía que ver con Floriana.Conseguí comprar a una de sus damas,una mujer en la que ella confiaba y queme tenía continuamente informada de loque ocurría entre ellos. Descubrí queFloriana jugaba con el rey, ella tambiénbuscaba la copa. Por aquel tiempo,

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Roderik comenzó a hablarme de unaantigua leyenda que corría por la ciudadde Toledo. Me pareció que estabaobsesionado con ella. Se decía que en elinterior de la montaña sobre la que selevanta la urbe regia había un tesoro.Alguno de los nigromantes le habíadicho al rey que la copa podría estaunida al tesoro; pero que era peligrosollegar hasta él, porque lo guardaba unser maligno y poderoso. Roderik envió avarios de sus hombres al interior de lostúneles que horadaban Toledo y ningunoregresó. Al parecer, un día Roderik lehabló también a Floriana de la leyenda,le aseguró que la copa estaba allí, en la

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cámara de Hércules. Entonces, ella lepropuso al rey que ambos bajasen juntoshasta la cueva, asegurándole que ellasabría levantar el maleficio. Florianaera poderosa, pertenecía a una secta, lasecta de Baal. La llamaban también laKahina, que en un lenguaje antiguoquiere decir la Hechicera. Al parecer,Floriana y Roderik bajaron hasta lacámara, donde vieron muchos objetospreciosos y unas banderas. Cuandoquisieron tocar el tesoro, el guardián dela cueva se alzó contra ellos; peroaunque Floriana fue capaz de detenerloconjurándolo con un hechizo, debieronescapar de aquel lugar sin atreverse a

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tocar nada. Roderik volvió a lasestancias reales con una expresión dehorror, estaba como enajenado, parte desu cabello encaneció. Él, sin referirse aFloriana, me habló del guardián de lacueva, me relató que había visto unaenorme serpiente, una serpiente quecorroía la ciudad. El rey Roderik seconsideraba un muerto en vida. Pensabaque los días de su reino estabancontados. Por aquel entonces, Florianafue asesinada. Roderik lo interpretócomo un castigo del guardián de lacueva. Al mismo tiempo se sublevaronlos witizianos y los vascones, lo que elrey juzgó como otro signo del maleficio

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dirigido contra él. Se fue al Nortehuyendo del guardián de la cueva,pensando que el maleficio no leseguiría. Un claro error… El enemigoentraba por el Sur. Vos erais el enemigo.Yo siempre pensé que vos habíais sidoel asesino de Floriana, todo osinculpaba… Un amante despechado…

—Yo la amaba… ¿Cómo podíahaberla asesinado? Los witizianos meconvencieron de que Roderik la mató…

—No, él no lo hizo. La necesitabapara acceder a la cueva de Hércules.Había sido seducido por ella, ladeseaba con delirio. Sé que él no lamató. Ella era una zorra… —sollozó—,

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una perdida que me quitó a mi esposo.Tariq, al oír aquellos insultos, le

clava ligeramente el cuchillo en elcuello, que comienza a sangrar. Al sentirel pinchazo, Egilo eleva ligeramente lavoz diciéndole con imperio:

—¡No respetas a tu reina y señora!Las palabras de Egilo son de tal

dominio sobre la situación, de talautoridad, que Atanarik ha de soltarla.Tras ese momento de dignidad, la reina,jadeando por el miedo, le revela:

—Pregúntale a Olbán, él sabe más.¡No es el padre herido que sufre por lamuerte de su hija! Él la utilizó. Sé quehas traído a todos estos hombres

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africanos por una venganza. Te hasvengado de mi primer esposo Roderik, yle has matado, pero te equivocaste alconsiderarle un asesino. No teequivoques conmigo ahora, yo tampocohe cometido ese crimen. Busca alverdadero responsable, busca a Olbánde Septa, dile que yo le acuso.

—¡No puede ser!—Sí. Lo es.Egilo intenta escapar de él, forcejea

con Atanarik:—Déjame libre —ordena.Tariq la libera al fin.—Sí, mi señora —asegura con

aparente respeto—. Os dejaré ir. Pero si

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compruebo que habéis tenido algo quever en la muerte de Floriana, os juro queno volveréis a ver la luz del día.

—¿No os habéis vengado yasuficiente? —le pregunta ella—. Todoel reino godo ha caído.

Tariq baja la cabeza, sabe que eneso ella tiene razón, él ha provocado laguerra, arrastrado por una falsasospecha. Se separa aún más de ella y lamira de nuevo. En la discusión se haabierto la capa que la cubre dejando versus vestiduras. La viuda de Roderik seatavía de modo elegante, una saya verdeadamascada con corte alto bajo elpecho, con ribete dorado, un velo de

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seda le cubre parcialmente las faccionesalgo avejentadas, cubiertas por afeitesque intentan tapar los estragos que causaya la edad. Ella ha sabido salir adelantecuando el reino ha caído. No ha sufridohambre, ni persecución, ni violencia, halogrado conservar gran parte de susprivilegios, confraternizando con elenemigo; de tal modo que los invasoresla han respetado. Al fin Tariq, volcandosu amargura en ella, le dice:

—Pero vos, mi señora, no habéisnotado excesivamente el cambio. Seguíssiendo una mujer elegante y poderosa, apesar de todo lo que ha ocurrido.

Ante aquellas palabras que son a la

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vez un insulto y un halago, ella le da laespalda, alejándose rápidamente por elpasillo central. El antiguo gardingo realla deja ir. Egilo sale del templo,atusándose el ropaje y secándose con unpañuelo las gotas de sangre que le hancaído por el cuello.

Tariq, ensimismado, se introduce enla oscuridad de la iglesia. Al fondoalgunas lámparas votivas resplandecencon un brillo rojizo. Han pasado casicuatro años desde la muerte de Floriana,y su asesinato es cada vez más oscuropara él. No cree que Olbán tenga nadaque ver en su muerte. Tampoco quierevolver a equivocarse vengándose en

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alguien que, como Roderik, no hacometido el crimen.

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24

Olbán de Septa

Unos enormes carromatos salen deHispalis, en ellos va el botín saqueadoen tantos lugares de Hispania. Despuésmultitud de cautivos encadenados sevenderán a buen precio en el Norte deÁfrica. Detrás, los rehenes, entre otros,el Conde de la Frontera superior, Casio,Tiudmir de Orcelis, muchos witizianos,y Sisberto y Agila. Estos últimosquieren negociar con el califa el pago de

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su traición, no se consideran bientratados por el wali Musa.

A finales del verano del año 95 dela Hégira, llegan a Al Yazira y desdeallí, cruzan el estrecho hasta Septa. Enel barco, Tariq permanece hosco,prácticamente no habla con nadie. No seatreve a dialogar con Casio y Tiudmir,que muestran disgusto por la separaciónde sus familias, por el largo viaje que seven obligados a realizar. Ahora están endistinto bando. Los siente distantes deél. Por otro lado, no se siente a gustoentre los árabes, que desconfían de él.No han permitido que, en el largocamino a Damasco, le acompañe ningún

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bereber. Así, los hombres queatravesaron el estrecho sin saber a loque se enfrentaban, los que arriesgaronsus vidas en el combate inicial,permanecen en Hispania. Se les hanconfirmado las tierras que Tariq lesentregó, pero no se les ha distribuido elbotín como a los soldados árabes. Alhijo de Ziyad le parece algo injusto, noes posible que en la umma, lacomunidad de todos los creyentes,existan diferencias raciales. No, ésa noes la doctrina de Muhammad. Todoscreen en un mismo Dios, Allah y enMuhammad, su profeta. La Cabeza deTodos los Creyentes debe conocer lo

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que está sucediendo y hacer justicia.Atracan en un día soleado en el

puerto de Septa. El conde de la ciudadles acoge, alojando a los jefes militaresen la fortaleza. Tariq desea hablar conOlbán, pronto se le hace evidente que elconde de Septa procura evitarle.Durante unos días, antes de reemprenderel camino por el Norte de África, el hijode Ziyad descansa en el alcázar, lamorada de su niñez y primera juventudtan llena de recuerdos para él. Los díasse le hacen largos. Intenta una y otra vezhablar con Olbán, pero su pariente oestá rodeado por los árabes, o seencierra aislándose en sus aposentos.

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Al fin consigue encontrarse con él, asolas, en el pequeño huerto donde estánenterradas Raquel y Floriana. Unaescalera de piedra sube a la muralla querodea al recinto por detrás; delante, unabrupto acantilado desciende hasta elmar. En el jardín, los árboles frutalesdan sombra, refrescando del calor de lacanícula.

Tariq se acerca a Olbán. Lo veenvejecido, se inclina hacia delanteapoyándose sobre un bastón. Levanta lacabeza cuando nota que alguien se leacerca y reconoce a Tariq. Su expresiónse torna dura:

—No has seguido mis indicaciones,

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debiste haberme dado la copa cuando tela pedí.

—Musa ben Nusayr ha robado lacopa de oro… Fuisteis vos mismo quienle indicasteis su existencia y para quéservía.

Olbán tarda algún momento antes decontestar:

—No. No fui yo. Musa pertenece ala secta, la secta de Baal. Todos loshombres de la secta buscan el poder dela copa. Sin embargo, cada vez estoymás convencido de que la copa querealmente importa no es la de poder, esla de la sabiduría. La copa de ónice —repite Olbán—, la de ónice es la que

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importa…Tariq recuerda a Eneko y a Voto.—Ha desaparecido también, la tuve

muy cerca…Olbán muestra un semblante

entristecido, lleno de desesperación, aldecir:

—Si Floriana no hubiese muerto…todo esto no habría ocurrido.

—¿Qué más sabéis de la muerte deFloriana? Egilo os ha acusado delasesinato de vuestra hija.

—Quizá tenga razón… Quizá sea elculpable… Nunca debí haberla enviadoa la corte con una misión tan peligrosa.

—¿Qué misión?

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—Recuperar la copa de ónice. Yosabía bien dónde estaba la de oro. Latenía Ziyad. Tu madre me lo reveló. Tumadre me odiaba por haberla entregadocomo rehén a Kusayla, pero yo lo habíahecho para buscarle un futurohonorable… Hubiera sido la esposa delgobernador árabe de Ifriquiya…

Tariq le escucha atentamente. Anteél se halla un hombre muy distinto al quese condolió con él de la muerte deFloriana, al que le incitó a buscar aZiyad, al que le animó a iniciar laconquista. Un hombre frío y endurecido.Olbán prosiguió entonces desvelándoleel pasado.

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—Sí… Tu madre se burló de mí ensu lecho de muerte cuando me revelóque la copa la tenía Ziyad. Afirmó queun día la copa sería tuya y que túconquistarías el mundo… Me humillódiciendo que yo era un loco y unnecio… que un comerciante como yo nose merecía el trono visigodo… que túeras el único verdadero descendiente delos Balthos. Las palabras de tu madreme hirieron profundamente, por eso en tuinfancia te desprecié y en cuanto pude teenvié a las Escuelas Palatinas, paraalejarte de tu padre y del poder que tepertenecía. Cuando después me convino,te utilicé para alcanzar la copa… —le

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confesó Olbán—. Pero ni tú ni yo hemosconseguido nada… Tú estás siendoconducido a la corte del califa, dondeaunque no lo creas, te humillarán por serun extranjero… Yo lo he perdido todo…a lo que más amaba, a mi hija Floriana.

—¿Quién la mató? —insiste Tariq.—No lo sé. Quizá los partidarios de

Roderik que se sintieron traicionados…los de Witiza. Algún amantedespechado…

—Poco antes de morir le enviasteisuna carta en la que le preveníais conrespecto a mí. Le reprochabais sucomportamiento. El judío me dijo quenuestra relación era peligrosa… ¿Por

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qué era peligrosa?Olbán cambia su expresión,

poniéndose nervioso al contestarle:—Nunca escribí esa carta…—¿Estáis seguro?—Sí.Tariq se da cuenta de que esa

afirmación no ha salido de la boca deOlbán con seguridad, que el padre deFloriana posiblemente miente, por eso lerebate con fuerza.

—El judío me lo confirmó.—Samuel quería que te pusieses de

parte de los witizianos, que odiases aRoderik. Quizás inventó muchas de lascosas que te dijo. También buscaba

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tenerte de nuestro lado, contigo teníamosa Ziyad; como así fue. Nuestro plan eraun buen plan. Gracias a él, el reinovisigodo ha caído. El problema es quehemos abierto la caja de Pandora, lacaja que contiene todos los males.Hemos abierto el estrecho a losbereberes. Con los bereberes hanentrado también los árabes, como unatormenta del desierto. Musa haconseguido lo que yo quería, el reino deToledo y la copa de poder… Mi hija hamuerto, yo he fracasado.

La cara de Olbán se torna macilenta.Mira hacia arriba a las torres de lafortaleza de piedra ennegrecida por los

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vientos marinos, a la hiedra que subehasta las torres.

—Un tiempo atrás me opuse a Uqba,el noble conquistador árabe. Uqba eraun gran hombre, en cambio, Musa es unmequetrefe, un hombre vanidoso, confama de malversador de fondos entre lospropios árabes. Sí, recuerdo a Uqba,intentaba atacar el reino godo, entiempos de Wamba. Le envié hacia elinterior y le entregué a tu madre. ¡Quécurioso! En aquel tiempo yo poseía lacopa de poder, sin saberlo, y tu madre lallevó como dote a tu padre, Ziyad. Lacopa se escapó de mis manos y fue aparar a Ziyad. En aquel tiempo, yo era

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leal al reino godo. Raquel todavíaestaba viva y yo era feliz. DespuésRaquel murió, dejándome a Floriana.Años más tarde, en Toledo cambió elpoder dominante. Yo debía cambiar debando si deseaba sobrevivir. Losislámicos dicen que todo está escrito,todo predeterminado, que debemossometernos a la voluntad de un Dios quees ciego y que golpea a los hombres. Amí me ha golpeado. Lo he perdido todo,querría morir ya, pero no me atrevo aquitarme la vida, tengo miedo, no sé quéhay en el más allá. Los suicidas enninguna religión tienen premio. Yodesearía morir pero ni siquiera soy

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capaz de procurarme la muerte.Tariq ha escuchado atentamente todo

lo que Olbán le ha ido contando. Éltampoco entiende cuáles eran losdesignios del Todopoderoso para él, sumente está confusa, en su interior varecapitulando lo que ha sido su vidadesde la muerte de Floriana:

—Durante años, me sostuvo el afánde venganza, la copa me colmó de ira eincrementó el rencor contra los que mehabían hecho daño en el pasado.Después me ha mantenido vivo la fe enel Dios de Muhammad, la conquista detierras donde se alabe al Todopoderoso.Ahora la venganza no es lo importante,

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no quiero venganza, quiero justicia paralos pueblos bereberes, para mí mismo,que he logrado la conquista de un reinoy he sido rechazado, para mis gentes,que han luchado por el Islam y se vendespreciadas. El califa me escuchará, elcalifa hará justicia.

—¿Lo crees así?Y lo observa con compasión, como

se mira a un loco o a un demente. Olbánde Septa ya no confía en nadie.

Dos días más tarde, la comitivapartía de Septa hacia Kairuán, de allí alas tierras de Egipto y, al fin, aDamasco.

Tariq se pierde para la memoria de

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los hombres en Hispania.

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III

Los hombres de las montañas

Dice Isa ibn Ahman al Raqi que en tiempos de Anbasa ibn Suanin al Qalbi se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay. Desde entonces, empezaron los cristianos de Al Andalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los creyentes en el Único Dios lucharon contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta llegar a

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Pamplona y no había quedado sino la roca donde se refugió el señor Belay con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarles hasta que no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de las rocas. La situación de estos hombres llegó a ser penosa y al cabo los despreciaron diciendo: treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?

Crónica de Al Maquarique recoge un texto de Al Razi en torno al

año 870

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1

Belay

El corazón del godo casi deja de latir aldivisar las montañas de su tierra, lasladeras cubiertas por mantos debosques, coronados por muros pétreosdesarbolados que en la cima se tornanblancos por la nieve, los prados dondepastan las vacas, el rumor de los ríos,llenos de agua. Belay detiene su caballo,desmonta y le señala a un hombre fuertey desmañado que cabalga junto a él un

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camino que asciende entre barrancos.Toribio ha logrado también salir deToledo, desertando de aquel ejércitoque ha matado a su esposa, y cabalga allado del que ha elegido como su señor.El hombre del Sur odia a los invasoresafricanos, tanto como a Belay le sonindiferentes. A Belay le parece que loshombres más allá del mar no han sido lacausa del desastre. El daño estaba yaenraizado dentro del mismo reinovisigodo, pero Belay desea olvidar. Norecordar que un día hubo un reino enToledo, con un rey de quien fue un fielvasallo. No recordar que él pertenece ala estirpe que debió dirigir los destinos

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de ese reino. Ahora ya no quiere sentirsegodo, sino un montañés: un hombre quepertenece a la cordillera de Vindión, unastur cántabro. No quiere mirar haciaatrás. El reino godo ha caído presa desus propios errores, y debe olvidarlo;porque él no es sólo un noble godo, estambién un hombre del Norte, un hombrenacido cerca del Mar de los Cántabros.Su nombre —de origen grecorromano—lo significa: Pelagius, Pelayo, el hombredel mar. El mar le reclama, el bravíomar cántabro; las montañas le llevan almar, las estrellas guían su destino. Unafase de su existencia ha tocado fin. Suvida junto al rey de los godos ha sido un

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sueño efímero que ya ha acabado. Unengaño. Ahora regresa junto a sufamilia, junto a su linaje, junto a su clan,junto a las tribus que pueblan aquellasamadas montañas, que siente suyas.Debe proteger a sus gentes del invasor,trae un pacto, un acuerdo que llevará lapaz a sus gentes, un contrato con el quedeberán ser respetados sus siervos, suspropiedades y sus tierras. Las que lecorresponden por ser el hijo de Eunice,la nieta de Nícer, la descendiente deAster, el mítico caudillo cántabro, elque fortificó Ongar, el que cerró lospasos de las montañas al godo.

Le duelen los hombres perdidos, los

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amigos caídos en la batalla. Leatormenta que tantos hayan claudicadosin guerrear, sin oponerse al enemigo,acomodados en sus propiedades,olvidando fidelidades y deberes. Lehace daño la deslealtad. El ha hechotodo lo que ha sido posible poroponerse al invasor, pero ahora tambiénha claudicado. Gracias a su antiguocompañero de armas. Atanarik, el queahora se hace llamar Tariq, haconseguido que el acuerdo con el nuevopoder que domina el reino seaventajoso. Consiste en un pequeñotributo y libertad para las gentes. EnGigia está Munuza, el gobernador

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bereber que el conquistador ha impuestosobre las tierras cántabras. A él ledeben rendir pleitesía y pagar las rentas,pero él, Belay, seguirá al frente de lastierras astures por los privilegios que leha concedido Tariq en lascapitulaciones.

Se inicia el otoño, los labriegossiegan los campos para almacenar lahierba seca que será el alimento delganado en invierno. Llovizna, la lluviafina e interminable del Norte querefresca el ambiente. Recorren un ríocuajado por las últimas lluvias. El ruidodel agua es atronador, en los rápidos,entre las piedras, se levantan cascadas

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de espuma blanca. Más allá de los saltosde agua, la corriente se torna de nuevocristalina. Cabalgan lentamente junto alrío, sin hablar. Primero irá a la casafortaleza de sus mayores en el valle deSiero, allí se encontrará con sus tíos, suhermana y el resto de la familia. No hatenido noticias de ellos desde antes dela batalla de Waddi-Lakka, en su menteparece que aquello ocurrió hace unaeternidad.

Después buscará a Gadea. No sabesi ella le habrá esperado.

Recuerda cuando salió hacia el sur,reclamado por los conjurados contraWitiza. En aquel tiempo, su único

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pensamiento era destronar al tirano paraponer orden, pacificar el reino, y así,vengar la muerte de su padre y eldeshonor de su madre.

Ahora todo aquello le da ya igual, loque le ha movido años atrás se haperdido en las brumas del pasado.Ahora, para él, sólo existe el ruido delagua, el olor de las tierras norteñas, elverde de los campos y los cielosentreverados en nubes. El reino deToledo ha caído, incapaz de subsistir.Unos invasores extraños, en pocosmeses, han destruido Hispania, el paísque los reyes visigodos durante tressiglos habían intentado unir, consolidar

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y ensamblar. El sistema de ocupación hasido sencillo: han implantadoguarniciones en puntos estratégicos,encomendando su cuidado a ungobernador que exige a las poblacionesde la zona tributos, a través de losseñores locales, sin alterar el ordensocial preexistente.

En las ciudades, los obispos —únicaestructura administrativa remanente detiempos pasados— han capituladofinalmente ante el invasor. En el agro,los nobles resisten en algunos puntospero pronto llegan a acuerdos con elnuevo poder imperante. El es uno deellos, necesita la tranquilidad y la paz,

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cuidar a sus ganados y a sus gentes.Una suave melancolía se extiende

por el espíritu de Belay. Él tambiénhabía capitulado ante aquellosinvasores, no tan distintos de lospropios godos. Ahora quieretranquilidad, está descorazonado,desesperanzado de ambiciones políticas,desilusionado de sus propioscompatriotas que no se han opuesto alinvasor. Dos siglos atrás, en la guerracivil que ocurrió en tiempos del reyAgila, ante la invasión bizantina, lasfacciones visigodas enfrentadas entre síse habían puesto de acuerdo pararechazar a los imperiales. Ahora no

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había sido así. Nadie, o muy pocos,habían defendido el reino de Toledo.Belay está triste, cansado y sin ánimos.Ha estado enfermo, quizá por laspenalidades de los últimos tiempos.Hace ya casi un año que salió deToledo, en el camino hubieron dedetenerse cerca de Leggio, pasó variosmeses con fiebres muy altas,desvariando a veces. Toribio le cuidó.Ahora se ha repuesto, pero aún seencuentra débil, quizá más en el espírituque en el cuerpo.

Se da cuenta de que, aunque todoaparentemente permanece igual, no esasí, todo ha cambiado. Sólo las

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montañas se mantienen firmes, siguenallí, enhiestas, rozando el cielo. Desdeellas descienden prados brillantes por elrocío, con animales pastando en lasladeras. El es un pastor, un ganadero.Retorna a su pasado, regresa a su hogar.

Toribio, hombre de planicie, seabisma en la contemplación de aquellospicos que rozan el cielo, abrumado antela inmensidad. Cabalgando en direccióncontraria al sentido de la corriente delrío, ascienden hasta un picacho. Desdeallí, en la lejanía, se divisa el mar,picado por el oleaje. A Belay le pareceque le llega el aroma de la brisa marina.Su espíritu desanimado se torna más

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optimista. A la vuelta de aquella cuestapodrá ver la manada de yeguas queconstituye su más preciado tesoro. Amaa aquellas bestias. Durante los años queduró su destierro en las montañascántabras fueron su mayor afán. Las hacriado, ocupándose con los mozos de sumantenimiento, de buscarles los pastosmás fértiles, de aparearlas con losmejores sementales. Gracias a ellasconoció a Gadea en aquel mercado deganado de Liébana.

Con avidez dirige la vista a lasmajadas donde deberían estar paciendolos caballos, pero en el lugar dondeantes pastaban varias decenas de yeguas,

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con los sementales y los potrillos,descubre únicamente dos o tres. El pastoverde se cubre de pequeñas flores deotoño blancas y amarillas; no están lejosdel mar y una bandada de gaviotas se haposado sobre la hierba verde del prado.Baja por un sendero de piedras y verdín,resbaloso por la lluvia hacia dondetiempo atrás se albergaba la granyeguada. Allí sólo restan dos caballoscastaños de piel brillante y de granalzada, más atrás una yegua blanca devientre tordo; a su lado dos potrillos,uno de ellos recién parido no se sostienesobre sus patas. Belay se acerca a lavalla de piedra, uno de los caballos y la

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yegua se le aproximan, les acaricia losbelfos y les da un resto de pan duro queguarda en la faltriquera. Los brutoslevantan la cabeza, relinchandoagradecidos.

Belay se pregunta dónde estará elresto de la manada. Quizás estén enotras dehesas, piensa, pero le asalta unacierta intranquilidad. También podríaser que algún cuatrero los haya robado.Lleva años fuera, su hermana Adosindase ha quedado al cargo de la haciendacon los mayorales y peones, ayudadapor gentes de la familia y por algunosclientes de la casa de Favila. Sinembargo, Adosinda es una mujer, y

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aquél es un mundo difícil, un mundo dehombres.

Tras una curva del camino, en elfondo del valle, junto a un arroyuelo,Belay divisa la casona, la antiguaheredad de su familia, un lugarfortificado, rodeado por un alto muro depiedra, con aspecto más de granja quede castillo. En el techo de pizarra sealza una chimenea, de la que sale humo.La casa está viva y sus habitantestambién.

Desde un torreón, el vigía avisa dela llegada de desconocidos. Se abren losportones que cierran la finca. Salen arecibir a los recién llegados. La lluvia

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se ha vuelto más continua, más intensa,pero el agua no molesta a las gentes,acostumbradas al orvallo incesante delas tierras del Norte. Al cruzar el muro,los perros ladran rodeando a lasmonturas de Toribio y Belay. Pronto seven rodeados de gentes, los criados queconocieron a su madre y al padre de sumadre. Gentes para quienes Belay esalgo más que el amo de la casa; es aquelen quienes los pueblos astures hanpuesto sus esperanzas. Cuando se fue allejano reino godo del Sur, supieron quevolvería. Ahora, tras la llegada de losconquistadores, rogaban al cielo por suretorno.

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Se escuchan gritos de alegría. Elvigía toca el cuerno. Belay reconoce elama que lo amamantó de niño, como unamadre para él; el antiguo casero, lospastores, mayorales y menestrales de lacasa. Hay alegría pero en algunosrostros se adivina restos de sufrimiento.

Entre tantos conocidos, no ve a suhermana Adosinda.

Desmonta del caballo. Fructuosa, elama que le ha criado, dobla la rodillaante él, pero Belay la levanta del suelo yla abraza llamándola madre. Despuéssaluda afectuosamente a Crispo y aCayo, dos de los mayorales. Entre lamultitud que le rodea sigue intentando

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divisar a Adosinda.Extrañado se dirige a Fructuosa.—¿Mi hermana…?—No está… —responde titubeando.—¿Cómo?El rostro de Fructuosa muestra una

extrema preocupación.—Os lo explicaré dentro.La intranquilidad abruma al antiguo

espathario real. Presenta a Toribio a losmayorales y les pide que lo acomoden.Después, entra en la casa, a un zaguán degrandes dimensiones; a la derecha, granparte del piso bajo de la fortaleza estáocupada por cuadras, a la izquierda, lascocinas, alrededor de las mismas,

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habitáculos donde se alojan los criados.Al atravesar el zaguán, dirigiéndose alfrente a los espacios más nobles, a unlado distingue en la oscuridad de lascuadras los cuartos traseros de losanimales. Los establos están semivacíos.Pasado un arco se accede a otraestancia, un lugar de acogida donde elseñor local recibe a sus pecheros; lopreside el estrado de madera cubiertapor pieles, en el que hay una jamuga conaspecto de pequeño trono. Hacia laderecha, lindando con la zona deservicio, una puerta grande claveteadaque da paso a un aposento muy amplioque es a la vez el hogar, la cocina y el

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comedor, en el centro hay una mesa paramultitud de comensales; rodeando laestancia, una gran bancada de piedra y alos lados, asientos de madera.

De pie junto al hogar, Belay recibelas noticias. Le rodean los mayorales yel ama. Se dirige a Fructuosa,intranquilo.

—¿Me puedes decir donde está mihermana?

—Una deshonra para la familia… Sela han llevado…

—¿Adonde?—A Gigia.—¿A Gigia?—Sí. El nuevo gobernador. Desde

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que llegó, nos ha atormentado conimpuestos y tributos. Nos ha sustraídogran parte de la caballada…

—Ya lo he visto. Así que ha sido elnuevo conquistador, el extranjero…Creí que habían sido los cuatreros, losladrones de caballos… ¿Qué tiene esoque ver con mi hermana?

—Adosinda se opuso a que sellevasen los caballos. La caballada hasido el más grande bien de esta casa,ella lo conoce bien, adora a loscaballos. Un día llegó una gran cantidadde hombres, forasteros de lenguajeextraño. Nos quitaron todos los caballosque les pareció. El gobernador Munuza

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estaba con ellos. Vio a vuestrahermana… y decidió que era un buenpartido. Quiere unirla a sus otrasmujeres. Al parecer, los invasores secasan con muchas esposas…

—¿No ha habido nadie quedefendiese a mi hermana? ¿Ningúnhombre de bien? —se enfada Belay.

—El gobernador llegó cuando lamayoría de los peones estabantrabajando en los campos. Despuéspedimos ayuda a los señores cercanospero todos los nobles locales estándemasiado ocupados protegiendo suspropios bienes. Los invasores buscanoro, buscan botín y ganado, buscan

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mujeres. ¡Oh! ¡Mi señor! Malo era elpoder de los godos, pero habíamosllegado a un acuerdo con ellos. No nosextorsionaban ya con tantos tributos, notenían fuerza para llegar a estasmontañas, pero ahora estos hombres noshan sojuzgado de nuevo.

—¿Nadie resiste?—Amaia aguanta aún con el duque

Pedro al frente, pero nos han llegadorumores de que ha sido cercada una vezmás.

—¿Ongar?—Nadie lo defiende. Los monjes

están asustados. Los ismaelitas lesobligaron a entregar los vasos sagrados

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y las pocas pertenencias que poseían.En voz baja, Belay dijo:—¿Se llevaron la copa sagrada?—¡No, mi señor! ¿No recordáis que

hace algunos años esa copa desaparecióde Ongar?

Él no le contesta y Fructuosaprosigue con tristeza, exclamando:

—De ahí provienen nuestrasdesgracias.

—¿No se han cerrado los pasos enlas montañas?

—No, mi señor —niega Fructuosa—. Nadie organiza nada, todo el mundoestá demasiado apurado…

En ese momento un antiguo criado,

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Fidel, interviene:—Cuando se está tan ocupado en

resistir a la rapiña de losconquistadores, nadie piensa en otracosa si no es en la propia salvaguarda.

—¿No se ha convocado el Senadode los pueblos cántabros?

—¿Y quién podría hacerlo?—Los jefes de los distintos linajes,

los dueños de las villas de las tierrasllanas, los señores de los clanes…

—Ninguno lo ha hecho. Nadie tienefuerza para hacerlo. Os aguardaban. Vossois la esperanza…

Belay se detuvo.—Bien. Yo querría la paz, he

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suscrito un convenio con el hombre quegobierna a los ismaelitas. El gobernadorMunuza debe respetarlo. No puedetomar a mi hermana como si fuese unacautiva de guerra. Tengo el aman deTariq, él manda en Toledo. Iré a Gigia.Debemos ir cuanto antes…

Al oír estas palabras llenas dedeterminación, Fructuosa se sienteesperanzada; una corriente de alivio seextiende entre los habitantes de lacasona.

Belay recorre los campos y la casa.Descubre más caballos en un bosque

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cercano; allí, su hermana habíaconseguido esconder parte del ganado,lo mejor de la yeguada, algunossementales, potrillos y vacas. Belay seacerca a los caballos y los acariciasuavemente. Descubre a uno, apenas unjaquillo cuando él se fue hacia el sur,que ahora es un soberbio alazán. De unsalto monta en el animal que, levantandosus cuartos traseros, finalmente se dejadomeñar.

A galope recorre las tierras que hanpertenecido a su familia. Saluda a loscolonos, que en aquellos tiemposdifíciles le muestran su lealtad, como alseñor de aquellas tierras. Se acerca a

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los collados y prados vecinos; habla conlas gentes. Todos le refieren la extorsióna la que han sido sometidos por lastropas sarracenas. Los convoca esanoche, en la casona que preside el valle.

Al anochecer, las estancias de lacasa se llenan del olor de caldo converdura y grasa de cerdo. La granjafortaleza es un lugar abierto dondemuchos comen habitualmente en laamplia cocina. Se reúnen losmenestrales de la casa y algunos de losseñores vecinos. En el hogar brilla unfuego tenue. Huele al ganado de lascuadras cercanas. En el ambiente hay unnerviosismo indefinible. Los hombres

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están contentos al tener de nuevo a aquelhombre joven y fuerte, un soldadoaguerrido formado en las EscuelasPalatinas de Toledo. Los más jóvenes dela casa, Fidel y Crispo, están deseososde guerrear contra los hombres que lesroban los ganados. Algunos otros, comoToribio, que ha conocido al invasor y haperdido a su familia, en la lucha buscanla venganza porque profesan a losextranjeros un odio enconado.

—Tariq, el conquistador, ha suscritoun acuerdo conmigo y poseo las actasque lo certifican. Las llevaré a Gigia,espero que el gobernador Munuza loacepte, pero lo haga o no, tendremos que

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organizamos. No puede ser que losextranjeros esquilmen nuestros ganadosy nuestras tierras. Pagaremos un tributo,si es necesario, pero no permitiremosque nos despojen sin defendernos.

Se muestran de acuerdo; rodean aBelay porque necesitan a alguien quedirija la resistencia. Muchos hanperdido las cosechas, incendiadas por elinvasor, algunos sus mujeres, otros susganados. Quieren libertad.

Belay organiza la resistencia en losvalles, una forma de avisarse unascasonas a otras cuando los enemigosataquen buscando animales y botín.

La semana siguiente va recorriendo

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distintos lugares; casi todos los hombresde aquellos valles le prometen fidelidady le rinden acatamiento. A cambio, él lespromete protección.

Está preocupado por Adosinda, seimagina a su hermana, tan valerosa, tanindependiente, enfrentándose a aquelque se la ha llevado a la fuerza. Encuanto puede, parte para Gigiaatravesando la Braña con su pequeñaermita dedicada a la Virgen, despuéspasa por el lugar de Ceis, donde loscolonos han podido defenderse de lasaña islámica. De Ceis atraviesa losantiguos castros, convertidos ahora enlas pequeñas aldeas del Otero y la

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Felguera. Se interesa por lo que lessucede a los campesinos. No hablamucho con ellos, pero les escucha, yante sus quejas la expresión de su rostrose torna más y más preocupada.

Antes de llegar a Gigia se detiene enGranda, una población con un nobleseñor rural que habita en una antiguavilla romana. Él —aunque no es afecto alos godos— detesta a los invasores, apesar de haber pactado con ellos. Lereconoce como descendiente de laantigua familia goda y astur que, duranteaños, ha gobernado aquellas tierras. Lepromete ayuda si se opone a losislámicos, pero no se compromete

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demasiado.

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2

Gigia

Una media luna arenosa[90] se extiendeante Belay, la marea está baja y a travésde la franja de arena se puede llegar apie a un cerro amurallado,[91] que quedaaislado al subir la marea. Al pie de lasfortificaciones, divisa las antiguasconstrucciones romanas rodeadas por lamuralla, sobre las que ondea la banderaislámica. Las puertas de la ciudad estánabiertas, es día de mercado y a la villa

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llegan lugareños con productos de latierra. Hay feria de quesos y embutidos;al entrar en la ciudad le llega el olor acomida, gritos de las pescantinas yvendedores ambulantes.

Rodeando la parte interior de lamuralla se encuentra con un edificioruinoso, pero en el que viven algunasfamilias; bajo él se ocultan los restos deunas antiguas termas. Se cruza con loshombres de Gigia, en algunos su estirpese adivina romana, en otros, de piel másblanca y ojos claros, se dejan ver lasantiguas razas protocélticas quepoblaron la cordillera.

La temperatura es suave, una brisa

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marina llega desde la costa. Loshombres de Siero abren los mantos,sienten calor tras la galopada, sus capasondean con el soplo del mar. Alatravesar las calles de la urbe, lasgentes de Gigia reconocen en Belay, alhijo de Favila, al bisnieto de Nícer, jefede los clanes albiones.

Cuando se fijan en su rostrodecidido, su piel blanca, sus cabellosrubios hablan del hijo del hada. Se diceque la familia de la madre de Belaydesciende de una jana de los bosques ydel mítico Príncipe de los Albiones,Aster. Aunque la esperanza y la alegríase traslucen en los rostros, los hombres

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y las mujeres de Gigia no se atreven aaclamarle; hay demasiados soldadosextranjeros por doquier.

Tras recorrer las calles y las plazasde la villa, los hombres de Belay seencuentran ante las puertas de lafortaleza del wali de la ciudad, un lugarde origen romano, que se alza sobre elpromontorio que se asoma alCantábrico. La guardia les impide elpaso, ordenándoles que se identifiquen.

—Mi nombre es Pelagius, cabeza delas gentes de las montañas, espatharioreal, aliado de Tariq, el conquistador.

Al nombre de Tariq, la guardia nomuestra ninguna señal de respeto ni

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reconocimiento. A Belay le extrañaaquella actitud. Les hacen pasar a unpatio abierto al sol. Sobre las cabezasde Belay y sus acompañantessobrevuelan las gaviotas con unestruendo casi continuo, con gritos que aveces parecen desgarradores. Las avesmarinas planean en el cielo, subiendo ybajando sobre ellos; divisan su plumajeblanco, negro o ceniciento. No hace fríopara los hombres de las montañas; encambio, los guardias musulmanes losienten de modo más intenso, susvestiduras son de lana fina, no estánpreparadas para el húmedo clima delnorte de Hispania.

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Al fin, les permiten el paso hacia sussuperiores. La fortaleza es la misma queBelay recordaba de niño, donde supadre le había llevado en muchasocasiones a hablar con el legado del reygodo. En Belay aún resuena la expresiónde enfado de su padre ante laspeticiones desaforadas de los hombresde la casa de Egica y Witiza. Loscorredores de aquel recinto fortificadole recuerdan un lejano tiempo, en el quesu padre y su madre aún vivían.

Munuza les espera en una salacaldeada por una chimenea, donde ardeun fuego.

—¿Quién sois?

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—Me llamo Pelagius, entre losvuestros me llaman Belay. He sidoespathario del caído rey Roderik… soyjefe de los pueblos de estas tierras porlinaje y elección.

—¡Alguien importante! —afirmaMunuza, el tono de voz del gobernadorno es el de un cumplido sino más biende una burla.

Belay no se da por aludido.—Tenéis a mi hermana Adosinda

con vos.—Una mujer obstinada… Es

valiente, se opuso a los hombres delIslam.

—¡Deseo verla!

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—Vuestros deseos son órdenes…Munuza ordena a sus siervos que le

traigan a la dama.—Debe volver con su gente. —

Belay se expresa firmemente.—Ahí os equivocáis. Adosinda va a

ser una de mis esposas, la principal. Laque me hará tener ascendiente sobre loshombres de vuestras tierras…

—Entre nuestras gentes se precisa elpermiso del jefe de la familia paracontraer matrimonio, el jefe de lafamilia soy yo.

—¿Me lo vais a negar?—Sé que estáis ya casado.—Eso no es óbice… Los hombres

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del desierto tenemos varias esposas. Yodeseo la boda con vuestra hermana paraunirme a vuestras gentes. Se dice que esuna mujer que sabe ser obedecida.

—Entre los hispanos esa boda no esposible, a no ser que renunciéis avuestras esposas.

—Entre nosotros lo es.En aquel momento, una mujer de

amplias caderas y estrecha cintura, connariz recta y piel blanca, entra en lasala. Belay piensa que su hermana notiene el atractivo, quizá fatal, que perdióa su madre, pero es una mujer fuerte, quesabe dirigir a los peones y a las criadas;que nunca se ha preocupado por su

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belleza. Belay la quiere, es su únicafamilia. Al encontrarse con él, la damaexclama con sorpresa:

—¡Hermano!—¡Adosinda!—No permitas que me unan a este

hombre…Belay la abraza, se da cuenta de que

está algo más delgada, su rostro reflejael sufrimiento y el cansancio. El godo sesepara de ella, volviéndose hacia elsarraceno.

—¡Mi hermana debe venir conmigo!Debéis respetarla a ella, y debéisrespetar también el aman que he pactadocon vuestro jefe Tariq. Él me permitió

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volver a estas tierras y recuperar misposesiones. Es el jefe de vuestro pueblo.

Munuza sonríe despectivamente.—Estáis muy equivocado. Tariq ya

no es jefe de nada, ha sido relevado delmando de las tropas victoriosas delglorioso ejército de Allah. Nuestroúnico jefe es el califa de Damasco, AlWalid, y en estas tierras su representantees Musa ben Nusayr, gobernador deKairuán. El que llamáis Tariq ha sidoencarcelado.

—¿Qué?—Mis últimas noticias son que ha

sido puesto en libertad para liderar lacampaña al Norte, pero está bajo

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vigilancia y todos los acuerdos que éltomó deben ser ratificados ante Musa.Incluso el cargo que ostento ha sidotenido que ser ratificado por Musa. Elamán que pactasteis con él no tiene yaningún valor.

Belay se enfada e indignadoexclama;

—¡No es posible!—Sí, lo es. Los árabes somos los

que controlamos los destinos del Islam.Somos los guerreros de Dios, no esosbereberes que se han excedido en susprerrogativas. Os respetaré como alhermano de mi esposa…

—¡No! —exclama Adosinda—. No

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seré vuestra esposa, no seré una másentre vuestras mujeres…

—Es un privilegio que os caséis conel jefe del Islam en estas tierras… —leinterrumpe Munuza complacientemente—. Sé que vuestra herencia es cuantiosa,y que nuestros hijos llegarán a ser loscabecillas de los astures, porque entrevosotros existe la curiosa costumbre deque los derechos sobre el patrimonio setransmitan por vía materna. El hijo deMusa, Abd al Aziz, ha contraídomatrimonio con la esposa del difunto reyRoderik, con la reina Ailo. Ahora yo meuniré a la hermana del hombre quedomina el Norte de las tierras

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cántabras…—¡No! —repite Adosinda.—Lo harás. El contrato esponsal

tendrá lugar mañana.Adosinda se vuelve a Belay; furiosa,

le increpa:—¡No puedes entregarme a este

hombre! ¡Al que roba nuestros ganados!—se rebela Adosinda—. ¡Al que nosesquilma las tierras!

Belay decide no oponerse algobernador.

—Quizás así llegue la paz —musitaBelay.

—No… —exclama furiosaAdosinda—. No puedo creer que me

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entregues a ese hombre…Sin hacer caso a la mujer, el árabe

afirma complacido:—Muy bien, veo que sois un hombre

razonable. Os alojaréis aquí en lafortaleza. Deseo que hablemos más tardede vuestro pariente Pedro, el duque deCantabria. Aún resiste en Amaia. Quizápodáis convencerlo de una rendiciónhonrosa…

Belay muestra de nuevo una posturaconciliadora.

—Sí, quizá sea posible.—Me alegro de que seáis tan

razonable…—Deseo hablar con mi hermana a

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solas, quizá así la vuelva más conformecon su destino.

Ante esa petición, Munuza da largas,invitándole con tono conciliador:

—Debéis descansar de un largoviaje; después conoceréis lahospitalidad de los hombres del Islam.Ya hablaréis con vuestra hermana… Sí,cuando se haya firmado el contratoesponsal… —En voz más baja el waliprosigue—: Cuando no haya vueltaatrás. Vuestros hombres se alojarán conla guardia.

Acomodan a Belay en un aposentoen la zona de los oficiales. A los que loacompañan les conducen hacia los

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alojamientos militares. No permiten queBelay vea a su hermana. Adosinda hasido recluida en las dependencias de lasesposas de Munuza, un lugar prohibidopara los varones. El godo solicita verlauna y otra vez, pero sus peticiones sonrechazadas.

Aquella noche, Belay no puededormir. Piensa en Tariq. Gracias a él hasido posible la conquista de Hispania.Ha destruido un mundo antiguo ypodrido, pero no cree que lo hayasustituido por uno mejor. Los nuevosdominadores del país no le parecenmucho mejores que los antiguosvisigodos. Belay piensa que Tariq

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también ha caído en desgracia, le hanencarcelado, y se pregunta qué pensarásu antiguo compañero de armas de loocurrido, de la ruina del país, de laextorsión a la que está siendo sometidopor los invasores.

Piensa en Adosinda, una mujer fuerteque ha sacado adelante el patrimoniofamiliar cuando él estaba fuera, mientrassu hermano luchaba en una guerra queahora ve ajena a sus propios intereses.Se da cuenta con claridad de que lo quedebe importarle es su heredad, elpatrimonio de su familia; los hombresque le son vasallos y con los que tieneun compromiso de tutela y defensa.

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Debe ser realista y olvidarse de losasuntos del reino de los godos, un reinoque ya nunca volverá a ser. Belay no esahora un espathario real sino un jeferural que debe defender a los suyos.

Le preocupa Adosinda, a la que veenvejecida y cansada. Cuando Witiza,años atrás, raptó a su madre Eunice,llevándosela a las tierras galaicas, a laciudad de Tuy, Adosinda, adolescenteaún, se hizo cargo de la heredad de susmayores. En aquel lugar entre lasmontañas, en el que los hombres partena menudo a la guerra o al mar, no esinfrecuente que una mujer controle lahacienda. Cuando sucedió todo aquello,

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Belay estaba lejos, adiestrándose en lasEscuelas Palatinas para ser espatharioreal. Fueron los tiempos en los queBelay conoció a un hombre procedentede Septa, un hombre con una marca en lamejilla, quizá su mejor amigo y tambiénaquel por quien años después se iba adestruir el reino y todo aquello en lo queBelay había creído.

Adosinda había sido pretendida enrepetidas ocasiones, si no por subelleza, por su patrimonio. Pero con sufuerte carácter no se había doblegadoante las propuestas: se debía a sufamilia. Sólo accedería a casarsecuando alguien de la familia se hiciese

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cargo de la heredad de sus mayores, y alque le correspondía hacerlo, Belay,estaba lejos, implicado siempre en unaguerra y en otra. Los años fueronpasando y a Adosinda se le fueescapando el tiempo en el que unadoncella es pretendida en matrimonio.Además, ella no deseaba un casorio queharía que tuviese que compartir su camay su vida con alguien que podíasojuzgarla. Adosinda había sido felizentre los hombres rudos del campo, lossementales y las vacas. Algún día Belayregresaría, y contraería matrimonio conalguna dama local. Entonces ellaseguiría gobernando la casa y cuidando

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de la prole de su hermano. Todosaquellos proyectos habían sidodestruidos con la invasión árabe. Ahora,cuando ya había pasado la época de sudoncellez, cuando ya era una mujermadura, un salvaje, un hombre sinprincipios, quería someterla a un harén,en el que ella sería una más entremuchas otras mujeres del conquistador.

Adosinda amaba los prados de sucasa, le gustaba supervisar la época delas cosechas, dirigir la cocción del pan,y la producción de los quesos, y el vino.Supervisar los partos de las mujeres yayudar cuando algún hombre selesionaba en el trabajo o enfermaba.

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Belay conoce a su hermana, y sabebien que Adosinda no concibe otraforma de vida que la que ha llevadohasta el momento. Con estospensamientos el espathario real se hundeen un sueño intranquilo, en el que divisael mar, y los muros de Toledo, y la carade su amada, todo confuso y lejano.

En mitad de la noche, se despiertabruscamente, hay alguien a su lado.Asustado, alza el cuchillo que guardabajo el lecho. Escucha en un susurroquedo el viejo nombre familiar.

—¡Pelagius! Hijo del mar, despierta.Entre las sombras reconoce a

Adosinda. Él baja el cuchillo y la

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abraza. Los dos hermanos se sientansobre el lecho de Belay. Ella le cuentade modo sucinto y rápido lo ocurridotras la marcha de él a Toledo.

—Desde que te fuiste, todo han sidodesgracias. Nos robaban el ganado y yono era capaz de defender nuestrastierras. Hubo peleas entre los clanes.Pedí ayuda a Pedro de Cantabria… peroél poco podía hacer, el caos reinabaaquí en el Norte como en muchoslugares del antiguo reino godo. Haceunos meses llegó ese nuevo gobernadorenviado desde la corte de Toledo.Creíamos que era un witiziano, perodespués me di cuenta de que no tenía

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nada que ver con los godos. Nosempezaron a cobrar tributos de maneradespiadada. Los clanes cesaron en suspeleas para defenderse del invasor, perotampoco se unían entre ellos de formaeficaz, ni organizaban la lucha contra elenemigo común. Hace dos semanas, elmoro se acercó a nuestras tierras.Averiguó que nuestra familia goza deuna cierta preeminencia en la zona.Sabía también que teníamos una ampliayeguada. Me opuse a que nos robase loscaballos y entonces me llevó con él. Esun ser despreciable. Ha intentado abusarde mí en varias ocasiones. No loconsentí. He conocido a sus mujeres,

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que le temen. No seré la esposa de esehombre… —concluye.

—¡Huiremos!—¿Cómo? —le pregunta ella

esperanzada—. Las puertas de la ciudadestán cerradas…

—Hay otro camino —dice Pelayo.—¿Cuál?—El puerto y el mar.—¿Qué debo hacer? —le pregunta

ella con determinación.—Mañana es el contrato esponsal…

Algo muy simple, suscribiré un acuerdocon él entregándote como su esposa…

—¡No lo harás!—No queda más remedio. Piensa

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que ese acuerdo no es válido, Munuza yaestá casado.

—¡Me da igual! No me uniré a esebárbaro.

Belay intenta calmar a Adosinda,que se rebela ante su destino.

—Te juro que no serás su esposa. Teliberaremos, pero dentro de la fortalezano podemos hacerlo. Debes transigir.Por mis espías, he sabido que despuésdel acuerdo, Munuza hará que recorrasla ciudad para que te rindan pleitesía losque deberán ser sus vasallos. Quieredejar claro que se ha casado con la hijade uno de los linajes más antiguos deestas tierras.

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—¡No quiero ni pensarlo! Pretendeasí controlar a nuestra familia y con ellaa todas las villas, clanes y tribus —seindigna Adosinda enfurecida—. ¡No! Nolo podré soportar. No lo consentiré.

Belay la agarra e intenta abrazarla,animándola, ella se envara ante lacaricia fraterna de él.

—No te preocupes, eso no va asuceder. He venido con bastanteshombres; todos están de acuerdo enliberarte.

—¡No sé cómo lo vais a hacer, laciudad cuenta con una guarnición muynumerosa! Munuza no quiere que nadiele estropee el día de su triunfo.

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El espathario real la acariciapasándole la mano por el pelo, e intentatranquilizarla.

—He trazado un plan con mishombres. De modo casual habrá unincendio. He visto grandes almacenes deforraje. Cuando oigas el toque de uncuerno de caza eso te indicará que debeshuir. Huye hacia el puerto. Allí alguiente ayudará.

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3

Adosinda

Amanece. Las aguas del mar vantomando el color claro de un cieloiluminado por un sol de otoño, sin nubesen el horizonte. Las aves marinas,gritando, sobrevuelan las torres de lafortaleza donde ondea la bandera de lamedia luna. La ciudad de Gigiadespierta; el gobernador Munuza se va adesposar con la hija de un noble delinaje astur, de una rancia aristocracia

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goda.Es el día del enlace. La ceremonia

tendrá lugar en la fortaleza delgobernador, ante testigos. Se permiteque Belay se acerque a la cámara de suhermana, como cabeza de familia debeconducirla ante el gobernador de Gigia,Munuza. Después, en la sala deaudiencias, uno de los ulemas queacompañan a Munuza desenrolla unpergamino. Belay estampa su sello sobrela piel de cordero lechal. Munuza seacerca a la novia, a la que besa enambas mejillas. Ella se pone rígida anteel contacto de los labios y la barba delbereber.

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Suenan las trompas en la fortaleza;se abren las puertas. Las gentes de Gigiasalen a las calles. No hay demasiadosgritos de euforia ante la boda. Saben queaquello es una maniobra más de lapolítica del wali para sojuzgarlos.Todos murmuran ante la pálida faz deAdosinda, ante los rasgos de una noviaque ha llorado. La conducen sobre unalitera descubierta, junto a ella, montadosobre un alazán, va Munuza, y un tantomás atrás, acompañando a la comitiva,cabalga lentamente con una expresiónseria su hermano Belay. Se oyen gritosdespectivos al paso del gobernador. Unborracho piropea a la novia. La guardia

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le detiene y le golpea.La comitiva nupcial avanza por las

calles de la ciudad. Entonces se escuchaun estruendo. Hay gritos. Al paso delcarruaje de la novia se ha incendiado unsilo de grano. Los porteadoresabandonan el carruaje nupcial. Hay quesofocar aquel fuego que hace peligrarlas casas de alrededor, de madera yfácilmente inflamables. El incendio seextiende por zonas adyacentes alalmacén, cada vez más amplias. En elalboroto, la novia salta de la litera y sepierde entre la multitud.

Munuza no se da cuenta de que ellaha huido hasta que se ha alejado un

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tramo. Ordena a la guardia que la sigan,pero hay tal tumulto de gentes que lesresulta imposible. Los soldados se dancuenta de que la novia se les escapa y segritan unos a otros en ese lenguaje quenadie entiende, señalan hacia las callesde la ciudad pero no saben adonde seencamina la novia.

Belay se enfrenta a los que lapersiguen, varios hombres más salen decasas cercanas, se produce un combatecuerpo a cuerpo, y la insurrección segeneraliza, al tiempo que las llamas sealzan sobre las viviendas, sobre losalmacenes.

Adosinda, tal y como le ha indicado

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Belay, se dirige hacia el puerto, bajandodeprisa por las calles del barrio deCimadevilla, la rodean antiguas ínsulasromanas que sombrean su paso. Loshombres del wali la siguen de cerca,intentando apartar a la multitud queobstruye las calles. Adosinda se haperdido entre el laberinto de callejuelas,una mujer arrugada por el viento del marla introduce en una casa; atravesandovarios patios y los establos llega a laparte de atrás. La mujer le indica elcamino hacia el puerto pesquero.

La hermana de Belay siguecorriendo. En una callejuela, desde laque ya se ve el mar, un hombre alto, muy

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fuerte, la detiene, es Toribio. Le explicarápidamente que le envía Belay. Laconduce hacia el malecón del puerto. Alfinal de los barcos, hay una navepequeña, de pesca. Saltan dentro y seocultan entre las redes.

Desde su escondrijo, divisan elhumo saliendo de las casas y adivinan eltumulto que se ha producido en laciudad. En el malecón hay otras barcaspesqueras boca abajo, entre ellas, redesde pescadores. De una de las calles quedesemboca junto a una taberna portuaria,surge Belay. Le persiguen unos cuantoshombres de Munuza, pero le protegenmontañeses y menestrales de la urbe. En

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el puerto se produce un enfrentamientoentre los dos grupos. Belay consiguealejarse por el malecón mientras lapelea persiste tras de sí; salvandoaparejos de pesca y redes, lograacercarse a la barca, salta dentro y sehace a la mar.

Toribio no sabe manejar la falúa.Belay, sí. Él es un hombre de mar.Desde niño, por el camino de la costadesde Siero se acercaba a los pequeñospueblos de las playas cantábricas, yjunto con su padre, Favila, aprendió delas gentes del mar el arte de la vela.

El viento les es propicio, seadentran rápidamente en el Atlántico.

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Hay un fuerte oleaje. Poco a poco lasmurallas de Gigia se alejan, pueden verúnicamente el humo del incendioascendiendo hacia el cielo.

La costa cántabra, con sus altosacantilados y las playas doradasrodeadas de prados, va desfilando en sunavegación. Nadie los ha seguido.Llegan a un cabo formado por una paredde roca oscura que se hunde en el mar ylo rodean. Por fin, pierden de vista laciudad de Gigia. Belay sabe manejarbien aquel pequeño velero de pesca.Aprovecha los vientos. Su idea es llegara Portus Vereasueca, [92] de ahí parte laantigua calzada de Burela que conduce a

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Amaia. Le gustaría dejar a su hermana asalvo en la fortaleza cántabra, protegidapor Pedro de Cantabria. Después desearegresar a su heredad, pretendeorganizar la resistencia contra Munuza.

Se da cuenta de que debe oponerseal invasor.

Piensa también en Gadea, la antiguacalzada romana pasa muy cerca deLiébana. Su hermana no ha sabidodecirle si Gadea permanece libre. Esdifícil comunicarse en estos tiempos.

Él desea que no le haya olvidado,pero han pasado varios años, y unadama debe contraer matrimonio parasobrevivir en estos momentos difíciles

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de invasión y de guerra.A través de la costa, divisa la

desembocadura de un río. Más allá, lasplayas son de arena gris, con las olasdescargando sobre el litoral. A lo lejos,un pescador ha echado las redes. Aúnmás allá, navega un barco de mayorcalado, seguramente procedente de lasislas del Norte, o de las tierras francas.

A Belay le gusta el mar. Desde niñose crió junto a las rocas y aprendió lastécnicas de navegación. Después supadre le envió a las Escuelas Palatinas.Pasó muchos años sin ver las olasestrellándose contra los rompientes, sinoler el aroma a salitre, sin escuchar los

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ruidos de las gaviotas. A menudo, en lasnoches, tras los muros de la fortaleza delos reyes godos, se despertaba soñandocon aguas inmensas, con tormentas ytempestades.

Cuando Witiza asesinó a su padre,causó la muerte de su madre y Belayhubo de huir, la fuga le condujo hastaHispalis. Desde allí, navegó hacia elnorte, en una embarcación de velarecorrió toda la costa lusitana yascendió por las riberas de la Gallaecia,hasta las costas astur cántabras.

Luego vinieron los años de ocuparsede las tareas rurales, junto a Adosinda.Su hermana había sido siempre una

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mujer de carácter, una montañesaindómita. Antes de tornar al Sur, cuandoRoderik le reclamó junto a él, quiso queella contrajese matrimonio con algúnjefe local, pero ella consiguió evitartodos los enlaces que le propuso.

La observa ahora con afecto,dormitando en la barca, agotada por lahuida: sus rasgos rectos, quizá duros;sus párpados, ahora entrecerrados, quecubren unos ojos castaños; las arrugasque empiezan a surcar su frente. Noposee la belleza de su madre, pero paraBelay el rostro de ella es el rostro delhogar, de los cuidados femeninos, de latranquilidad.

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No debió de ser fácil aquel tiempodesde que Roderik ascendió al tronohasta que él, Belay, pudo volver del Sur.No habían sido más que dos o tres añospero muchas cosas habían cambiado enel reino. Allí en el Norte, sin un jefe defamilia, Adosinda tenía que habersehecho obedecer en un mundo dehombres.

La mar está picada, Adosinda sedespierta asustada ante el ruido deloleaje, ante el balanceo de la barca.Mira a lo lejos, el mar inmenso leimpone. Al poco tiempo, comienza amarearse por las subidas y bajadas deaquel cascarón que la va a conducir a un

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lugar seguro. Tiembla estremecida porla brisa; Belay le acerca una capaencerada que ha encontrado en el barco,para que se guarezca del frío del mar.Han pasado por Colunga, allá en lo altoestá un santuario a Lug,[93] ahoradestruido y convertido en ermitacristiana. El viento les dirige hacia eleste, desde tierras de los salaenos alterritorio de los antiguos cántabrosorgenomescos, lugares ahora ocupadospor señores locales que habitan en villasde origen romano. En la cordillera aúnquedan restos de gentes que pertenecen alas antiguas tribus, gentes que evitanacercarse a las grandes villas de

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señorío, pobladores de las montañas queaún viven costumbres ancestrales ypractican ritos arcaicos. Él desciende deaquellas antiguas tribus astures, almismo tiempo que de los reyes godos.Entre las tribus célticas de las montañas,a Belay se le conoce como el Hijo delHada, el descendiente del mítico Aster.

Más allá el barco navega delante deun pequeño puerto de pescadores, sobrela ría de Noega,[94] hacia las tierras delos cántabros. El mar ante ellos a vecesse oscurece por las nubes, otras se tornaintensamente azul en los claros. Desdelejos pueden divisar playas yacantilados, prados y bosques. En las

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campiñas entrevén puntos blanquecinos,el ganado pastando. Belay quiere atracarya, pero el mar le arrastra más y máshacia el este, hacia las tierras cántabras.

En el horizonte divisan, hacia eloeste, una población portuaria con unafortaleza en la cima, PortusVereasueca:[95] tras el baluarte, losmontes cubiertos de bosques y lascumbres de piedra grisácea ornadas porla nieve; a lo lejos, praderas de hierbaaterciopelada, playas arenosas, la ría yel estuario, atravesado por el granpuente que construyeron los romanos.

Junto al malecón del muelle seagrupan las casas de pescadores. Los

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barcos son todos de pequeño tamaño,barcas de remos o falúas con aparejo devela. El barco choca contra el muelle demadera, y Toribio lo ata a un saliente enel puerto. Belay ayuda a bajar a suhermana, que está aún mareada. Seacercan a una de las casas depescadores. Una vieja desdentada lessonríe, le piden algo caliente paraAdosinda, que está pálida y caminainestable apoyándose en su hermano.

Pasan adentro de la casuca. La viejacuece flores de manzanilla, y le da abeber una tisana, que la reconforta. Lesdice que está sola porque los hombresse han ido a la mar, y su nuera cultiva un

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campo no muy lejano a la villa. Lesanima a acomodarse junto al hogar. Sesientan. La mujer, que tiene ganas dehablar, les informa de lo que estáocurriendo.

—No. Los hombres de Munuza nosuelen acercarse por aquí,afortunadamente no nos consideranvaliosos —relata la vieja—. ¿Adondeos encamináis?

—Quisiéramos ir a Amaia,atravesando Liébana. Necesitamoscaballos.

—En Pautes los encontraréis.Ormiso posee una amplia yeguada.Belay recuerda a Ormiso, un hombre

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fuerte que controlaba todo el clan delvalle de Liébana. Años atrás le habíaconcedido su permiso para cortejar a suhija Gadea. Habían fechado incluso eldía de la boda; pero él se había ido,reclamado por los asuntos de la corte, laconjura contra Witiza. Quizás el nobleOrmiso se habría sentido ofendido porsu desaparición.

—A menos de dos días de marcha,atajando entre bosques, podréis llegar ala villa de Pautes. Quizás en vuestratravesía os habéis alejado demasiado,debéis retornar hacia el oeste y seguir elcauce del Deva.

Belay le pide que les muestre el

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camino que cruza las montañas Laanciana les acompaña. En las calles dela población se cruzan con unos niños demuy corta edad que juegan con espadasde madera. Cuando llegan a la salida delpueblo, la lugareña les enseña el atajo,una senda estrecha entre bosques por laque atravesarán montes y prados hastallegar al Deva. Después deberán seguirsu curso ascendiendo entre la cordillera,atravesando el desfiladero de laHermida. La anciana les advierte quetengan cuidado con losdesprendimientos de rocas en el pasopor entre los macizos pétreos. Belayagradece con una moneda sus servicios.

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Entre nogales y chopos, entrebosques de robles y castaños, Toribio,Belay y Adosinda caminanfatigosamente. A menudo, ella tiene quedetenerse tras una empinada subidaporque el corazón parece írsele a salirpor la boca. Desde una altura, en unvalle junto a un río, observan un oso quese solaza en las aguas. Adosinda leshace callar para que no espanten a labestia. Ella, como muchos otros en lasmontañas, sigue considerando a la fieraun animal sagrado.

Más tarde descienden. El caminodiscurre paralelo al río Deva entreescarpadas murallas de roca caliza, casi

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verticales; en algunos lugares deldesfiladero, los rayos del sol no lleganal valle desde el otoño hasta laprimavera. Es un lugar umbrío yhermoso, rodeado por riscos con el ríocantando en el fondo. En lo alto de unade aquellas rocas, un ave de grantamaño, con cola en abanico, plumasdebajo del pico en forma de barba yunas protuberancias de color cárdenosobre los ojos, emite un característicosonido. Es un urogallo.

El ruido rítmico del agua del ríoDeva les acompaña, ahora el camino nose hace tan duro para Adosinda. Comenbayas y otros frutos silvestres,

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descansan. Se hace de noche; un ocasotemprano porque el cielo está cubiertode nubes. Buscan un lugar para dormir,lo encuentran bajo un puente que cruzael río Deva. Belay dispone las capasenceradas en el suelo para que seacueste Adosinda. Toribio y él lo hacensobre un lecho que forma con hojas deárboles muertas. Hace frío.

Duermen intranquilos, se despiertanentumecidos antes de las primeras lucesdel alba. Un rayo de luz diurna incidesobre las aguas del Deva, haciéndolasbrillar. Más adelante, las aguas saltan enrápidos, formando espuma, el río estáhenchido por las últimas lluvias.

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Algún prado parece comosuspendido en lo alto, rodeado debosques, y más allá, las piedras grisesteñidas de verdín. Las nubes bajan hastabesar suavemente las cumbres, lascampiñas y los árboles. Llovizna.

Continúan la marcha por la sendaque discurre junto al río. En las riberas,chopos y álamos, la vegetación de laribera, teñida por los colores del otoño,anaranjados y amarillos, se ilumina conlas primeras luces de la mañana. Elcamino se les hace largo y al fin, alllegar la tarde, las montañas se abrenante ellos en un valle fértil cruzado porríos. Los álamos dejan caer las hojas

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sobre la ribera, como una lluvia ocre.Allí, en el lugar donde el Deva se une alQuiviesa, se alza una gran casa señorialde piedra, rodeada por casitas másmodestas, una pequeña iglesia cristianay una plaza sombreada por un tejocentenario, al que en tiempos no tanlejanos adoraban los labriegos. En laplaza solía tener lugar un mercado. Allífue donde unos años atrás Belay conocióa Gadea.

Alrededor del río Deva, lospastizales albergan ganado, vacuno perotambién caballar. Desde lo alto vencómo las reses abrevan en el agua otrotan por las praderas cercanas al río.

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Adosinda está agotada, llevan todoel día caminando, anochece ya. Si durafue la subida, la bajada lo ha sido aúnmás. Las rocas están mojadas por elorvallo caído en la tarde, por elloresbala al caminar. No se queja, paraella es vulgar quejarse, pero en su rostrose refleja que no puede dar un paso más.

Las puertas de la villa de Pautes secierran al anochecer. Las atraviesan y seencuentran en el recinto de casas demadera o piedra que rodean a la casasolariega, más grande y de aspectoseñorial.

Al acercarse al portal de lafortaleza, brota un olor a comida que les

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despierta el apetito. Atraviesan unzaguán de moderado tamaño desdedonde unas escaleras ascienden hacia elpiso superior; detrás de ellas están lascuadras. A la derecha, una amplia saladonde el señor de la casa, Ormiso,recibe a su clientela; detrás, las cocinasy el lugar donde viven los criados. Alentrar preguntan a uno de los mozos quetrajina por las cuadras si está el señorde las tierras.

Antes de que les respondan seescucha el crujido de las escaleras demadera al avanzar varias personas.Belay mira hacia arriba y distingue unasfaldas de mujer y las botas altas de unos

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jóvenes. Por las escaleras descienden elama de la casa seguida por algunos desus hijos. Detrás de todos, una joven decabello dorado y ojos grises. Es Gadea.

La dama se dirige a Belay, quien aldistinguir a la que fuera su prometida, seturba profundamente. Titubeando, Belaysaluda a la señora de la casa, de nombreOrosia, y solicita su hospitalidad.

—Hace unos años —le dice la dama— os la concedimos e incluso algo más;vos faltasteis a vuestra palabra y osfuisteis sin prácticamente excusaros.

—Mi señora, en aquella época yome debía al reino godo, a mi rey.

—Sí, un rey que no supo conservar

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su reino —replica con dureza la dama—. ¡Poco habéis hecho por mantenerlo!Todo ha cambiado desde que os fuisteis.Ha llegado ese hombre, Munuza, que nosextorsiona. Sin embargo, mi esposoafirma que todos son iguales, que da lomismo unos que otros. Quiere llegar a unpacto como los otros señores de lamontaña; yo en esto no estoy de acuerdocon él, me da miedo esa gente de pieloscura que habla un lenguaje difícil deentender…

La voz de la dama es severa, unamujer acostumbrada a hacerse obedecer,con su esposo continuamente fuera porla guerra. Orosia escruta a los recién

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llegados y se da cuenta de que unamujer, Adosinda, está con el forastero.

—¿Qué os trae por aquí?—He huido de Gigia, con mi

hermana. El gobernador Munuza queríacontraer matrimonio con ella. Ya estácasado; es una deshonra para mi familiaque ese hombre intente algo así.

—Sí —dijo la dama enfadada—. Mehan llegado noticias de las costumbresdel nuevo gobernador y de sus gentes.Ese hombre, Munuza, me desagradaprofundamente, sólo quiere mujeres ybotín.

La esposa de Ormiso examina aAdosinda, su cabellera despeinada

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asoma bajo la capa encerada con la quese ha protegido durante el viaje, la caramacilenta y pálida; algunas arrugas másmarcadas en torno a los ojos danmuestra de su agotamiento. El ama de lacasa confraterniza con su situación.

—A pesar de vuestra desaparición,ya tantos años atrás, os damos acogidaen nuestra morada. Estaréis cansados,sobre todo vuestra hermana…Aguardaréis con nosotros, junto alfuego, hasta que venga mi esposo.

—Mi señora, os agradezco vuestraamable acogida.

La esposa de Ormiso ordena a loscriados que acomoden a Toribio con los

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siervos e indica que Belay y Adosindavayan con ella al piso superior.

Suben por la escalera que conduce ala zona noble de la casa. Se abre lapuerta que separa las escaleras de lavivienda y se encuentran con unasestancias de madera de pino, cubiertaspor un techo con vigas de roble.

Unos tabiques de madera separanunas habitaciones de otras, todascomunican con una gran estancia central,donde hay un hogar. Orosia les invita aque se sienten en torno al fuego, lesindica que se despojen de las capas paraque éstas se sequen. Al retirarse la capaque cubre a Adosinda queda al

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descubierto el ropaje de telas finas queiba a ser su vestido de boda. Gadea seacerca a ella, las dos mujeres comienzana hablar susurrando.

Mientras se calientan en el fuego dela casa, les dan un potaje espeso converduras y carne en unos recipientes debarro. Belay come lentamente, no puederetirar los ojos de Gadea.

La conversación se va animando, loshijos del noble Ormiso les cuentan laextorsión y el pillaje de los invasores.Hombres viscerales, quieren oponerseal gobernador, la madre los calma; delas palabras de todos se deduce que elseñor de la casa quiere ser conciliador,

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pero los hijos no están de acuerdo conél.

Fuera se hace noche cerrada. Seescucha la subida de unos hombres, enla puerta aparece Ormiso acompañadode varios vasallos. Vienen de caza y devigilar que los invasores no roben en sustierras.

Al reconocerle, Ormiso se dirige aBelay con voz colérica.

—No debiera estar contento convuestro retorno. Os fuisteis sindespediros y dejasteis a mi hija en unasituación delicada. Ella os ha esperadotodo este tiempo, confío en quemantengáis vuestras promesas.

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Belay, que no retira la vista deGadea, se llena de alegría y le dice alseñor de Liébana:

—No ha pasado un día sin que yome acuerde de vuestra hija. Temía queno me hubiese esperado.

—Mis hijos cumplen lo queprometen… Pero con la guerra en el Surnos llegaron noticias de que habíais sidoherido. No sabíamos si habíais muerto ono. Intenté buscar algún nuevopretendiente pero mi hija se negó, estestaruda. Decía que os debía fidelidad.

Gadea enrojece ante las palabras desu padre. Belay se siente confundido yse dirige a ella hablándole con voz

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suave:—¡Hermosa Gadea! Deseo con toda

mi alma convertirme en vuestroesposo…

Ella le observa con una miradaaltiva y a la vez dulce. No le contesta,pero sus ojos brillan.

—Bien, bien… —interrumpe supadre—, ahora no sé si será tiempo deretomar esos, antiguos compromisos.Nos han llegado noticias de una revueltaen Gigia y de vuestra huida por mar.¿Me podéis explicar lo ocurrido?

Belay le dio cumplida cuenta de loshechos acaecidos en Gigia. Ormisocomenzó a caminar de un lado a otro de

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la estancia, un poco preocupado,recordando el pasado.

—Las tierras de Liébana se hanmantenido al margen de las guerras ypeleas de los clanes de las montañas,porque estamos en valle cerrado, bienprotegido. ¿Por dónde habéis entrado?¿Cómo es que mis vigías no os handetectado?

—Huimos desde Gigia en barco,desembarcamos en Portus Vereasueca;allí una anciana nos reveló un senderoque cruzaba los montes…

—¿Os vio alguien más?—No. Los niños del poblado, nadie

más.

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—Las noticias vuelan, podríanhaberos seguido.

—Necesitamos vuestra protecciónesta noche, mañana continuaremoscamino hacia Amaia. Quiero ponerme encontacto con el duque Pedro.

—Poco puede hacer ese hombre —afirma Ormiso—, sólo tiene susmesnadas, las tropas que lecorresponden por su familia. Nadie leapoya.

—Es… —dice Belay—. Ha sidoduque de Cantabria.

—Sí, lo fue, pero el reino godo hacaído y todos tenemos que ocuparnos denuestra propia guerra.

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—¡Es necesario unirse! ¡Esnecesario oponerse al invasor!

Al oír las palabras de Belayincitando a la lucha y a la resistencia,los hijos de la casa manifiestan suconformidad. En cambio el nobleOrmiso expresa con una mueca sudesagrado. Le molesta que sus hijosestén de parte del recién llegado.Interviene la dama Orosia:

—Es muy tarde, es tiempo paradescansar.

Acomodan a Adosinda con Gadea.Mientras que a Belay le alojan en unaestancia que hace esquina, con dosventanas cerradas por postigos de

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madera. En aquel lugar hay poco másque el lecho y un cajón de madera, sobreel que se apoya una palangana con unajofaina para asearse.

Belay no se encuentra tranquilo.Tiene muchos motivos para no poderdormir. El más importante, haber vistode nuevo a su prometida. Siente un fuegodentro y abre las ventanas, por una deellas se introduce la luz del claro deluna, a través de la otra ve las estrellastitilar apagadamente. Se escuchan losruidos del campo, el sonido del grillo,el ladrar de un perro y, a lo lejos, el

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mugir de una vaca en un establo.Después los ruidos se van apagandolentamente, Belay se queda adormilado.De pronto, en el silencio de la noche,nota tras de sí que la manilla que cierrasu cuarto se mueve. Belay se vuelvellevándose la mano a la cintura, parasacar el cuchillo de monte. La puerta seabre silenciosamente. En el dintel,iluminado por la luz de la luna que entraa través del ventanal abierto, estáGadea. Tras ella, Adosinda. Ambasentran despacio y cierran la puerta trasde sí.

Belay se acerca a ellas. No tieneojos más que para Gadea. Intenta hablar,

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pero su prometida le pone la mano sobrela boca. Sin importarle la presencia desu hermana, él besa suavemente aquellamano blanca.

Gadea le retira la mano, mientras leavisa.

—No hagáis ruido, todo se escuchaen esta casa.

—¿Qué ocurre?Habla Adosinda:—¡Debemos irnos! —¿Por qué?—Ormiso nos entregará a Munuza.

Por favor, escucha lo que Gadea debedecirte.

Gadea, muy nerviosa, le explica lasituación:

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—Todos los señores de las villashan pactado con Munuza. Mi padre elprimero. He venido para advertiros. Mipadre no os va a proteger, os entregará aMunuza, y también a vuestra hermana.Debéis huir.

—¿Cuándo?—Ahora, cuando todos duermen —

se detiene un instante, entonces Gadeasigue hablando en voz suave pero firme—. Yo me iré con vos.

Belay se alegra, pero conocetambién las costumbres, no quierecomprometer a su futura esposa. Sedirige a ella con confianza, tuteándola:

—Puede ser tu deshonra.

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—Confío en ti. Sí, confío en ti másque en mi propio padre. Llevodemasiado tiempo esperándote paradejarte ir ahora.

Belay roza con la mano su cabellocolor del trigo, lo acaricia y se lleva unode aquellos rizos dorados a la boca,besándolo. Ella se desprende de sucaricia, e indica a los hermanos que lasigan.

Descienden por las escaleras, quecrujen a su paso, hacia las cocinas.Gadea les ordena a ambos que laesperen ocultos en el hueco de laescalera y se introduce en las cocinas.

Entre los hombres que duermen junto

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al fuego está Toribio, le encuentran en lacocina junto al hogar. Los otros criadosque descansan en el mismo lugar sedespiertan, pero al ver a la hija deOrmiso, se dan la vuelta y siguendurmiendo. Gadea conoce bien lasestancias y corredores de la fortaleza desu padre. Salen de la casa sin hacerruido por un portillo lateral. La luna lesilumina, Gadea les conduce a un pastizaljunto al río Quiviesa. Allí hay caballos yyeguas. A la hija de Ormiso le sonfamiliares, los ha montado desde que erauna niña. Los caballos son el don máspreciado del valle de Liébana. Así fuecomo Belay llegó a aquella tierra,

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buscando sementales y yeguas. Gadeatoma del ronzal a dos jacos jóvenes,animales mansos. Belay y Toribio semontan sobre ellos. Después, Belay alzaa su hermana para ayudarle a colocarsedelante de él. La hija de Ormiso silbasuavemente y una yegua de color oscurose le acerca; de un salto se sube a ella.

Los fugados salen de Pautes por unasenda estrecha que Gadea conoce, unatajo. La luna los ilumina. No haamanecido cuando están ya muy lejosdel valle de Liébana.

Al cabo de unas horas de galopada,clarea el día sobre las montañascántabras. El sol se cuela por un camino

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entre robles altos que forman un techo.La luz del sol se filtra entre las hojas delos árboles dibujando figuras polimorfasen el suelo. Adosinda dormita sobre elcaballo de Belay. Este mira al frente.Gadea cabalga delante de él cubiertapor un manto. Su cabello claro se escapade la capucha que le cubre la cabeza. Vaerguida en el penco, parece no notar elcansancio, está acostumbrada a galoparpor las tierras de su padre.

No está asustada. Sabe lo quequiere, quiere a Belay. Le ha esperadodurante casi cinco años, oponiéndose asu padre, arriesgándose a ser una viejasolterona dependiente de sus hermanos.

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Ha pasado el tiempo de su primerajuventud, anhelando su regreso y ahorano le dejará escapar.

Galopan todo el día, alejándose delas tierras de Ormiso. No paran si no espara abrevar a los caballos. Cuando elsol desciende sobre las cumbresnevadas, hacen un alto en una praderapor la que cruza un río. Adosinda estáagotada tras la larga huida desde Gigia.Se sienta en el suelo con la espaldaapoyada en un castaño. Belay y Gadeaconducen a los animales al río. Se alejanmientras Toribio esboza una sonrisamaliciosa, piensa que ya es tiempo deque Belay encuentre esposa. Una cierta

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melancolía le invade; él lo ha perdidotodo en la guerra en el Sur; prefiere nopensar en el pasado.

Belay y Gadea caminan entrehelechos, que mueven la falda de ella.Oyen el canto repetitivo de un jilguerosalvaje. Necesitan estar solos, hapasado tanto tiempo… Todo su mundoha cambiado. Gadea está seria; él,intimidado por su silencio. Al fin, Belaycomienza a expresarse con ciertadificultad, parece que no le salen laspalabras.

—Tengo tanto que decir y no sé pordónde empezar.

Gadea se para ante un árbol, apoya

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la mano en el tronco, de espaldas aBelay. La voz se le quiebra, comopartida por el dolor de un tiempopasado, en el que todo lo llenaba laañoranza de él.

—Yo sí que tengo que decirte, tengomuchas cosas que reprocharte. ¿Dóndeestabas? ¿Dónde has estado todos estosaños? No he sabido nada de ti. Mi padrequería casarme. He ido rechazando unoa uno a todos los pretendientes…confiaba en ti. No sé por qué, aún no sépor qué confío en un hombre que durantetantos años me ha abandonado.

El apoya las manos sobre loshombros de ella, en actitud amorosa, le

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dice.—Gadea, ni un día, ni un solo

instante ha pasado sin que me acuerdede ti.

Ella no consiente aquel gesto, sevuelve hacia él, en los ojos de la damahay lágrimas.

—Creí que me habías olvidado. Alprincipio me moría de celos, pensabaque en la corte de Toledo habríamujeres hermosas, también se decía quea los espatharios los casaba el rey. Notenía noticias. Mi padre cada vez meinsistía más. Me castigaba…

Belay la interrumpe, intentaexcusarse contándole lo sucedido:

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—Al principio fue la conjura contraWitiza, nos ocultábamos. Después,cuando Roderik llegó al poder, debimoslimpiar el reino de adversarios…Después llegó la guerra.

—Sí. Aquí también llegó el rumorde una guerra, pensé que eran combatescontra los vascones o los francos, peropronto, por comerciantes arribados delSur, nos llegaron noticias de que el reyhabía muerto y que el ejército había sidoderrotado y deshecho en algún lejanolugar de la Bética. ¡Dudé de queestuvieses vivo! Mi padre insistía encasarme, mi madre más aún, decía queme quedaría soltera, que nadie cuidaría

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de mí en mi ancianidad. Después nohubo más noticias, llegaron… ellos. Esegobernador, Munuza, a Gigia. Buscabanmujeres y botín. Mi padre me ocultó…

—Las gentes de Liébana hanresistido la presión del invasor…

Gadea esbozó una sonrisa triste, susdientes blancos brillaron, después suboca se curvó en un rictus de tristeza.

—Te equivocas. Los nobles hansalvaguardado sus privilegios, algunoshan entregado incluso a sus hijas. Yopodía ser la siguiente… Ayer, Adosinday yo hablamos. Ella me contó sucalvario con Munuza… Mi padre noquiere ya que me case con un noble

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local, aunque sea de la estirpe de Aster,como lo eres tú. Mi padre negociaría mimatrimonio con uno de esos extranjeros,yo ya no me hubiera podido negar…

—Deseo, lo deseo tanto, y desdehace tanto tiempo, que seas mi esposa.

Se abrazan bajo las copas de losárboles centenarios, beben el uno delotro con el ansia del sediento.

—Te juro que nunca más nossepararemos. —Le promete Belay aGadea.

Después regresan junto a Adosinda ya Toribio. La hermana de Belay mira aGadea con complicidad. La nocheanterior las dos mujeres se han

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desahogado la una con la otra.—No podremos llegar a Amaia hoy

—dice el antiguo Capitán deEspatharios—, tendremos que parar yhacer noche en algún sitio.

Prosiguen el camino, más allá en loalto, hay una cabaña de leñadores,abandonada desde largo tiempo atrás.Anochece, no pueden continuarcaminando por aquellas trochasperdidas. Entran en la cabaña, despuésde atar a los caballos fuera. Todos estánagotados de la larga marcha, loshombres se echan sobre el suelo; ellas,en un montón de paja seca. Ni Belay niGadea pueden dormir hasta bien entrada

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la noche.Cuando el primer rayo de sol

atraviesa las rendijas del techo, losevadidos se levantan.

El camino, restos de una calzada, sehace más y más empinado, bordea lavertiente montañosa retorciéndose. Loscaballos ascienden con dificultad.Llegan al alto de Piedrasluengas, desdeallí se divisa una panorámica de lacordillera, que dejan atrás. Al nortecumbres nevadas, al sur descienden lasladeras, entrecruzándose grandesbosques y algún pastizal. Belay sabe queun poco más allá, la cordillera cederá yaparecerá la llanura. Más adelante, en

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un cerro grande, las murallas de lacapital del ducado de Cantabria, elantiguo castro de Amaia, la Peña Amaia,que años atrás ha controlado el destinode cántabros y las rebeliones de losbaskuni.

Ahora, los tres caballos desciendencon dificultad la cuesta. Un robledal lesoculta la panorámica. Al fin, al girar unacurva, el paisaje se abre. Al frente,divisan la llanura y la Peña Amaia. Dela ciudad sale humo. Belay detiene lacabalgadura y señala el lugar. Lasmurallas, tantas veces atacadas, seentreven derruidas. El humo asciendehasta el cielo, ennegreciendo el

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horizonte. Es indudable que Amaia hasido atacada y ha caído.

En las laderas de las montañas, losbosques han sido incendiados. Poco másallá, el que fuera un hermoso robledalno es más que un lugar muerto por elfuego, los troncos de los árbolescalcinados ascienden hacia las nubescomo lanzas negras. En el suelo sólo haycenizas.

Belay decide retroceder, primeropor la antigua calzada romana, ydirigirse después, hacia Campodium,[96]

es posible que aquella antigua villacántabra no haya sido conquistada aún.El lugar rodeado de montañas y cercano

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a un río dificulta cualquier ataque. Elhijo de Favila obliga a los demás aponer los caballos a trote rápido.

Adosinda está asustada. Gadeaparece no inmutarse, pero se sienteinquieta, ir hacia atrás significa retornarhacia Liébana, a las tierras de su padre.Todos los hombres de Pautes los estaránbuscando.

Avanzan con rapidez. Entoncesescuchan los cascos de muchos caballosa lo lejos, por lo que se esconden entrelos bosques.

Aguardan escondidos, y al cabo deun tiempo, Belay divisa ascendiendo porel camino en la montaña el pendón del

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duque de Cantabria, que huye de lacaída ciudad de Amaia, rodeado de sushuestes. Belay sale del bosque,deteniéndose en medio del camino.

Efectivamente, es Pedro, duque deCantabria, que abandona la capital de suterritorio e intenta refugiarse en lo altodel macizo montañoso.

Las tropas del duque de Cantabriarodean a aquel jinete que, con aspectode guerrero godo, se ha detenido en elcentro del camino. Belay solicita hablarcon el duque. Al comprobar que lastropas no son enemigas, hace un signo albosque para que salgan las mujeres yToribio.

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Belay desmonta del caballo y rindepleitesía a aquel que en un tiempo no tanlejano controló los destinos de lastierras cántabras. Pedro es un hombremaduro, de cabello cano, de rasgosmarcados por la lucha, fuerte aún y conrecia fisonomía. En los años anteriores,gobernó a sus gentes en un régimen decasi independencia, incluso en lostiempos de mayor tiranía de los reyesgodos, quienes le han respetado por suprestigio. Ahora no ha querido rendirsea aquel enemigo que ha avanzadoimparable.

—Han destruido Amaia.—¿Quién? ¿Munuza?

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—No. Munuza, el bereber, apenas siposee una guarnición con la que controlaGigia. Un ejército atraviesa todo elNorte, desde Pompado hasta AstúricaAugusta. El ejército de Musa ben Nusayren su paso hacia las tierras galaicas hadesmantelado cualquier foco deresistencia, ha destruido Amaia y hareforzado el poder de Munuza.

—¿Un nuevo ejército avanza?—Sí, se ha abierto la puerta que

controla el estrecho. En los últimosmeses han atravesado más guerrerosdesde África de los que imaginarsepueda. Al frente, unos hombres con unlenguaje poco inteligible para nosotros.

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Los lidera un tal Musa ben Nusayr, quedepende del califa de Damasco. Todosse han rendido a su paso, menos yo; peroahora he sido derrotado, y Amaia hasido saqueada por segunda vez. Elpasado año la atacó Tariq, ahora, lacapital de Cantabria ha caído ante elempuje de Musa.

—¿Adonde os dirigís?—A Campodium. No creo que las

tropas de Musa se internen en lacordillera. Y, vos…, ¿cuál es vuestrodestino?

Belay Le relata su historia; mientrasPedro de Cantabria mira a Adosinda y aGadea, pensando que esta última, más

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hermosa, es la pretendida por Munuza.Enseguida descubre que no es así, que labella joven es la hija de Ormiso. Almencionar al señor de Pautes, Pedro ledice a Belay.

—Él también ha sido atacado uno odos días atrás.

—¡Al día siguiente de irnos!—Posiblemente. Desde Gigia, las

tropas de Munuza cruzaron los montespor la antigua calzada romana que sedirige a Pisoraca, y apoyaron el sitio deAmaia.

—¿Mi padre? ¿Mi familia? —lepregunta ansiosamente Gadea.

Pedro la tranquiliza.

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—La casa no ha sido incendiada,Ormiso no combatió, pero él ha sidotomado prisionero. Le liberarán cuandopague el rescate.

Ante estas noticias, Belay solicitaunirse al duque y marchar hastaCampodium protegido por sus huestes.

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Siero

Suenan las campanas en Campodium. Suson es un rumor alegre en aquel tiempode guerra. El sol brilla esplendoroso.Nubes blancas, gruesas pero aisladas,pasean por el cielo, sombreando aretazos los campos.

Belay y Gadea se unen enmatrimonio en el monasterio de SantaMaría delante del duque de Cantabria yde Opila, el abad. No hay que esperar

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más, han estado separados demasiadotiempo. No hay banquete nupcial nicelebraciones. La familia de la novia noacude a la ceremonia esponsal. Ormisoha sido detenido por Munuza, los demásno pueden cruzar las montañas,inseguras en aquel tiempo de guerra.Sólo Adosinda acompaña a la novia.Está contenta, para ella Gadea no essólo la esposa de su hermano, sino lamujer que dará continuidad a su linaje.La vida de Adosinda, toda su vida, estádedicada a un único fin: incrementar lahonra, el prestigio y la consideración dela familia a la que pertenece. Gadeaproporcionará un hijo a su hermano, que

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será el heredero de la progenie de Siero,el nuevo descendiente de Aster, elcontinuador de la casa de los Balthos.Ese niño, Adosinda no lo duda nunca,volverá a reinar algún día en todo elterritorio que ahora les han arrebatadolos usurpadores.

Tras la breve ceremonia, escoltadospor una tropilla de soldados, fieles alduque de Cantabria, emprenden lamarcha hacia Siero, la casona fortalezade Belay y Adosinda, en el occidente delas tierras astures. La casa que durantegeneraciones ha pertenecido a la familiade Belay.

Antes de partir, Pedro y Belay se

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despiden aunque pronto volverán averse, porque han decidido unir susfuerzas y convocar en la campa de Onís,lugar intermedio entre las tierras deBelay y las del duque de Cantabria, alos nobles astures y cántabros, de losque ambos son representantesdestacados. Han acordado que las tribusde las montañas, los nobles asturromanos de los valles, la antiguaaristocracia goda, deben unirse paratomar una postura común ante Munuza.

El camino hacia Siero se hace largo,tardan cinco días en atravesar lacordillera, no se atreven a transitar porlos valles. Al dejar Campodium, los

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bosques de robles, castaños y abedulessombrean su paso, atravesados porrayos de sol. Más arriba, al ascender lamontaña, atraviesan un hayedo, cuyasramas forman un denso techo que nodeja pasar el brillo de la luz solar, ytodo lo tornan umbrío. A través decaminos recónditos, de cazadores yleñadores, cubiertos a menudo pormaleza, los caballos avanzan condificultad.

Por las noches hace frío y lacomitiva se guarece en refugios demontaña o en aldeas perdidas, dondemoran gentes a las que nunca llega laguerra. Gadea cabalga sin miedo, por

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trochas y riscos. Adosinda no se quejapero la palidez de su semblante muestrael cansancio tras tantos días de marcha.No le gusta montar a caballo y siempreque puede prosigue el camino andando.Una tarde, caminando por una estrechavereda junto a un precipicio, Adosindadeja pasar a unos leñadores que avanzanen sentido contrario al de la comitiva,hacia los bosques de la montaña. Aldarles paso, tropieza, cae, resbalándoseen el suelo mojado, y después seprecipita hacia una pradera casi verticalque se continúa con una garganta depiedra de cientos de codos de altura.Queda colgando en el abismo sujeta por

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unos hierbajos. Los leñadores laauxilian y consiguen devolverla alcamino. Belay, que cabalga delante juntoa Gadea, escucha los gritos de lahermana. Afortunadamente, al volveratrás ella ya está a salvo gracias a laayuda de los leñadores. Preocupado, lepregunta si se encuentra bien. Ellaresponde que sí, pero su semblante haempalidecido. Durante todo el día,Adosinda nota la angustia acumuladacomo una tenaza sobre el cuello. Suhermano y Gadea intentan animarla. Ellano protesta, pero se da cuenta de que lasuya es la vida sedentaria de ama de unacasona rural, que todas aquellas

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aventuras no van con su carácter.Rodean la zona de Laviana, en la

que aún quedan restos de los antiguoscastros astures. Más adelante atraviesanla Babia y las fuentes del Sil.

Tiempo de otoño, el ocre, elbermellón y el amarillo tiñen robles,nogales y castaños. En un vallerecóndito, una fresneda deja caer sushojas, como una lluvia de oro, sobre elrío. A Belay los colores del otoño leparecen más vivos, quizá porque esfeliz. Junto a él, en la hermosa yegua decolor oscuro, cabalga Gadea. Detrás, enuna mula torda de fácil manejo, suhermana Adosinda, que ya no se atreve a

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bajar del animal. A su lado, Toribio. Nohablan, avanzan discretamente evitandollamar la atención de algún espía deMunuza. La marcha hasta Siero discurresin más incidencias que la felicidad queembarga los corazones de los reciéncasados.

Desde un altozano, Gadea divisa lacasa que va a ser su hogar, la granjafortaleza, rodeada de pastizales,higueras, cerezos, avellanos, perales ygrandes campos de manzanos. Despuésde tantos años de espera ha llegado allugar en el que compartirá su vida conaquel con quien en las largas noches deausencia soñaba. La servidumbre recibe

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a su señor y parlotean sobre la bellezade la nueva ama. Gadea esbozacontinuamente una sonrisa de felicidad.

Adosinda le muestra el recintofortificado y le entrega las llaves de lacasona de la que Gadea es ya ama yseñora. En una tradición inmemorial, lamujer que ha regido la casa debeentregar el poder de sus dominios a laesposa del nuevo señor de las tierras.

Transcurren unos días de paz.Munuza no ataca las tierras de los

campesinos astures. Está lejos, enAstúrica Augusta. Ha acompañado aMusa ben Nusayr a la campaña delNorte, intentando mantener su puesto

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como gobernador de Gigia; un puestoque peligra por su procedencia bereber.Ahora, los jerarcas de la conquista sonárabes.

Sí. El sosiego de los días sin lucha,sin incursiones de cuatreros, sinextorsiones extranjeras, aquieta loscorazones. Adosinda está contenta,serena, sin tener que defendersecontinuamente. Está Belay, que se hacecargo de ello; mientras tanto, la hermanasigue dirigiendo las tareas del campo yla casona.

Belay y Gadea intuyen que aquellono puede durar eternamente, pero losdías se suceden unos a otros en la rutina

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que constituye la paz.Una mañana, los recientemente

desposados pasean por un prado en elque pastan caballos y vacas.

—Son los restos de la manada queposeíamos —le dice con tristeza Belay—, Munuza se llevó gran cantidad deellos. Mi padre Favila amaba loscaballos. Mi… mi madre tenía un donpara curarlos, para saber lo quenecesitaban.

Se aproximan a una yegua blanca,está preñada; su abdomen abulta y elanimal camina lentamente. La suavemano de Gadea le acaricia los belfos.Belay le palpa el abdomen.

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—Son dos crías… —afirma Belay—. Mira, toca aquí, esto es la cabeza deuno, aquí está la del otro. Parirá pronto.

Gadea sonríe, ella también ha sidoeducada entre caballos y vacas.

Se inclina a examinar a la yegua.—La ubre ha aumentado ya de

tamaño, la vulva está inflamada ysuelta… Parirá antes de que cambie laluna.

Belay piensa que para entonces él yano estará allí, y que es el momento decomunicarle algo:

—Pronto habré de irme.Gadea se levanta al escuchar las

palabras de su esposo como si un tábano

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le hubiese picado.—¡No! —gime ella—. No hace ni

dos semanas que nos hemos casado.—Recuerda que me comprometí con

Pedro de Cantabria en que iría a Onís.La reunión de los nobles astures ycántabros es crucial para el futuro deestas tierras.

—¿Plantearás la guerra?—Nadie me seguiría. Además, ahora

quiero la paz. Quiero estar contigo.Ella le sonríe, mirándole mientras

sigue acariciando la yegua. Belaycontinúa hablando.

—No. Debemos llegar a un pactocon Munuza. Intentar negociar los

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tributos.—¿Pactará…? —le pregunta Gadea.—Sí, pero ¿a qué precio? —le

responde él.—¿Adosinda? Crees que querrá a

Adosinda.—No. Me han llegado rumores de

que está tan despechado con su huidaque no quiere volver a oír hablar deella. —Belay ríe divertido—. Fue unbaldón para él que la novia huyese elmismo día de la boda. Me hará pagar unrescate por ella. Munuza quería a mihermana para asegurarse su posicióncomo gobernador de la zona. Pero, al finy al cabo, Munuza no es Witiza. Le ciega

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la codicia, no la lujuria.Guarda silencio durante unos

instantes y comienza a caminaralejándose de la yeguada. Gadea caminaa su lado.

—Witiza se llevó a mi madre porquese encaprichó salvajemente de ella…

—Lo sé.Belay le relata la antigua historia, un

recuerdo del que no gusta hablar. Quizánunca la había contado antes a nadie.Los rumores corren por la zona, algunosdeformados, por eso le cuenta a suesposa la realidad de lo que sucediócuando él era un joven espathario yestaba lejos de aquellas tierras.

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—Yo no estaba aquí, quizásAdosinda puede contártelo todo mejor…si te interesa. Yo estaba en Toledo enlas Escuelas Palatinas… Witiza seperdió por estas serranías cuando iba deGigia a la ciudad de los tudetanos,[97] laciudad que está situada en las orillas delrío Minius. Mis padres le acogieron.Dicen que mi madre era muy hermosa, lacomparaban con una jana. Había unaleyenda en la familia de mi madre. Sedecía que un guerrero astur se unió a unajana y tuvieron un hijo, del quedescendemos. Sí, la recuerdo bien, mimadre era muy hermosa, una mujer alta,casi tanto como mi padre, con ojos

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azules de mirada oscura… Witiza seencaprichó de ella. Con una serie deañagazas, reclamó a mi padre a laciudad del Minius, exigió que mi madrele acompañase. Mi padre no podíaoponerse al hijo del rey. Desde Tuy leenvió a diversas campañas depacificación de los nobles gallegos. A lavuelta de una de ellas, le atacaron unosdesconocidos, se dice que entre ellosestaba el mismo Witiza. Le golpearon lacabeza y le causaron múltiples heridas.El, que había sido un hábil guerrero, fueapaleado como si fuera un perro. Se lollevaron a mi madre, inconsciente. A laspocas horas murió. Aún estaba caliente

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el cuerpo de mi padre, cuando Witizaintentó forzar a mi madre. Dicen queella, al verse violentada por aquelhombre, se causó la muerte a sí misma…

Él, conmovido, deja de hablar uninstante.

Gadea le acaricia con sus manoslargas, de dedos finos, la mejilla.

—¿Entiendes ahora por qué cuandome llamaron de la corte, en la revueltacontra Witiza, lo dejé todo y regresé aToledo?

—Sí —susurró ella.—De poco me ha servido la

venganza… quizá para favorecer que elreino haya caído en manos de esos

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hombres extraños del desierto. Niwitizianos ni partidarios de Roderikhemos conseguido nada…

—La vida cambia mucho, todo davueltas en un sentido u otro —diceGadea—. No estoy segura de que lavida de los hombres esté controlada porlos actos que hacemos, a veces piensoque hay algo más allá de nosotrosmismos. Ahora, tú y yo hemos empezadouna nueva vida, tendremos hijos.

Se apartó ligeramente de ella parapoder contemplarla mejor, despuésapoyó las manos sobre los hombros desu esposa y mirándola a los ojos, ledijo:

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—Si algún día tenemos un hijo,quiero que se llame como mi padre,Favila.

—Tendremos muchos hijos —dijoella riendo para quitar la amargura y eldolor por el pasado que se traslucía enla voz de él—, poblaremos lasmontañas. Nacerá un mundo nuevo.

El la abrazó sin importarle quedesde la fortaleza, los siervos, lascriadas y los mozos de cuadra losvieran.

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Onís

Una ingente multitud cruza el puentesobre el Sella. En la gran planiciedelante del río, sombreada por tejoscentenarios y robles, se reúnen losrepresentantes de todos los clanes, detodas las villas, de pueblos astures ygentilidades cántabras. Hay tristeza enlos corazones, saben que no tienenopción, deberán pactar con un invasorque les supera en número y en

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armamento.Belay se mantiene callado.No. Belay no habla cuando los otros

exponen que si un ejército como el deRoderik fue destruido en un día, ¿cómovan a resistir ellos, que son muchosmenos? Belay no habla porque vuelve aver ante sí la traición en Waddi-Lakka.Tampoco habla cuando se dice que losinvasores son respetuosos de los pactos.Recuerda que el trato al que llegó conTariq no le ha servido para nada.Recuerda que hace apenas unassemanas, su hermana iba a ser encerradaen el harén del gobernador de Gigia.Recuerda su yeguada, esquilmada por

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las aceifas de los invasores. Nopronuncia una palabra, aunque gritaríacuando algunos afirman que losinvasores respetarán a sus mujeres y asus tierras.

Al fin, uno de los dirigentescántabros se atreve a decir que Munuzaes un hombre digno, que le ha respetadocuando estuvo cautivo. El hombre esOrmiso. Entonces, Belay ya no puedecallar más.

—El hombre que robó mi ganado, elque saqueó mis tierras, el que secuestróa mi hermana, no es un hombre en quiendebamos confiar —le dice.

—¡Tú! ¡Pelagius! ¡No te atrevas a

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hablar! Tú, que has robado miscaballos… —se le opone Ormiso—, notienes derecho a decir nada. No eres unhombre digno.

Belay sonríe irónicamente mientrasle contesta:

—Considéralo como la dote de tuhermosa hija Gadea. Ormiso debecallar. Ahora Gadea es la esposa deBelay y Ormiso ha de transigir.Cualquier protesta ante aquellas gentesde rancias costumbres con respecto almatrimonio de sus hijas supondría eldeshonor de Gadea y un baldón para lafamilia del señor de Liébana.

El ambiente se enrarece. Los

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montañeses, los que moran en las alturasde los valles de la cordillera, los queproceden de las razas celtas, los queviven en los antiguos castros, no quierenni oír hablar de lo que consideran unarendición. La mayoría de aquelloslugares de la cordillera de Vindión soninaccesibles para cualquier enemigo. Lohan sido para los romanos, para lainvasión sueva y, durante décadas, hanresistido a los godos.

Sin embargo, los propietarios de lasgrandes villas en las llanuras, losterratenientes de los lugares cercanos ala costa, los comerciantes que quierenmantener sus privilegios, necesitan el

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pacto para proteger sus intereses y, porello, desean negociar. Hablan de la paz,de que la guerra sólo trae desgracias ydesastres. Dicen que también se hapagado tributos a los reyes godos, ¿quémás da un gobernante que otro? En esemomento, algunos gritan que esostributos llevaban años sin entregarse;que en los últimos tiempos la situaciónen las tierras astures y cántabras ha sidode libertad y de independencia casitotal. Les contestan que lo que piden losinvasores es muy poco precio paraconservar un bien muy grande que es lapaz. Al hablar de paz se les llena laboca. Uno de los dirigentes cántabros

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responde que la paz es resultado de lajusticia entre los hombres, y que lo quelos invasores proponen es inicuo.

Se produce un enorme griterío entreunos y otros. Nadie parece ponerse deacuerdo.

Es el propio duque Pedro quiendirime la cuestión, intentando plantearlas condiciones de las capitulaciones dela forma más honrosa y ventajosa paratodos. Al fin, los astures aceptan larendición y el pago de tributos conalgunas condiciones: no entregarán a lasmujeres y solamente pagarán unporcentaje de animales y cosechas.

Después, cada uno de ellos se

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dispersa hacia el lugar de donde es sufamilia, su linaje. Por los valles y lascimas de la cordillera cántabra sedifunde un ambiente triste y pesimista.

Belay regresa a Siero, sólo piensaen Gadea y en una nueva vida alejada dela guerra y de las intrigas por el poder.

Pedro de Cantabria, acompañado deuna escolta, se dirige a Gigia paranegociar con los invasores lascondiciones del tratado. Munuza aceptalas capitulaciones de astures y cántabrospero no en todos sus extremos. Demomento, sus hombres se tomarán lostributos como les parezca bien hasta quelos acuerdos sean refrendados ante el

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representante del califa, el gobernadorMusa ben Nusayr.

Alguien deberá presentarse anteMusa, que ahora ha retornado al Sur, yrealizar las capitulaciones. Munuza diceno tener potestad para hacerlo y piderehenes para asegurarse la lealtad de losque ya se han rendido. Considera que elmás peligroso entre todos sus enemigoses ese Belay de Siero, al que odia por loocurrido con Adosinda. Belay deberápagar una indemnización por la boda norealizada. Además, Munuza ordena quesea Belay quien se dirija a Córduba arefrendar el pacto y a llevar el tributo delos nobles cántabros.

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No transcurre mucho tiempo desdelas capitulaciones cuando los hombresde Munuza, entre los que se encuentranmontañeses que colaboran con elgobernador, apresan a Belay en su hogarde Siero para conducirle a la lejanaciudad de Córduba. Un pelotón dehombres a caballo requisan los animalesde la casona, que no se han podidoesconder, y exigen el pago de lacompensación por la boda de Adosinda.

Belay no se enfrenta a aquelloshombres, entiende que no tiene másremedio que acatar la sinrazón y eldesafuero, si no quiere ver su casa

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destruida, sus cosechas quemadas, sushombres y animales masacrados.

Ante la gran puerta de la casona,Gadea se despide de Belay. Suslágrimas mojan la barba del Capitán deEspatharios cuando él la besa aldespedirse. Belay nota en su boca elsabor salado del llanto de aquella a laque una vez más abandona.

Gadea y Adosinda se hacen cargo dela hacienda familiar, las ayudan lospeones, los hombres afectos a la casa deFavila y Toribio, que se demuestra unhombre capaz de manejar los asuntos delcampo y a quien confían el cargo decapataz.

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Unas semanas más tarde Gadea seencuentra mareada y nota en su cuerpolos cambios que produce en una mujer lallegada de una nueva vida al mundo.Gadea espera un hijo. A Adosinda leparece que todos sus antepasados sealegran ante la llegada de un nuevohombre a la familia.

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La prófuga

A las tierras norteñas, poco a poco vanllegando gentes procedentes del Sur. Aalgunos, los invasores les han destruidolas casas, o quemado las cosechas; otroshan perdido su familia; muchos máshuyen de tributos excesivos. Hay lugaresdonde se respetan los pactos y la vidasigue más o menos igual que en tiemposde los reyes godos. Sin embargo, enotros hay abusos y presiones. Muchos se

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sienten intimidados por los invasores yno desean seguir en las regiones quecontrolan los hombres del desierto.

En la casona de Siero, es frecuenteque pidan asilo algunos de esos huidos.Adosinda y Gadea les acogen y les dantrabajo en los campos. Los fugitivos sesometen como siervos de aquella casaque les brinda protección. Son tiemposdifíciles, de guerra latente. Los siervosque han escapado hacia el norte buscanuna nueva vida.

Cierto día, Crispo, uno de loscriados, llama a Adosinda.

—Ha llegado una mujer joven conun niño en brazos, a la que acompaña un

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muchacho retrasado. Dicen que conocena vuestro hermano Belay.

—Decidles que pasen.Una mujer con pelo color de trigo

maduro, oculto por un manto,pobremente vestida y extremadamentedelgada, entra en la sala que sirve a lavez de comedor y cocina. Junto a ella,un mozo enteco que no para de moversey tiene aspecto de gozar de pocas luces.

El muchacho escuálido musitaalgunas palabras farfullantes eininteligibles al ver a Adosinda; algo asícomo «dama poderosa y alta»,inclinándose ante el ama de la casa,después dice «Belay nos salvó…», y

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saltando desaparece por la puerta.La mujer se queda sola ante

Adosinda y la mira con timidez con unosojos hermosos en los que se puede verla huella profunda de un sufrimientointenso, unos ojos limpios y bondadososque parecen suplicar compasión. Llevaen los brazos una criatura pequeñadormida, a la que abraza con ternura.

Adosinda se apiada.—¿Quién sois?—Me llamo Alodia…Aquel nombre procede del oriente

de las montañas cántabras, de las tierrasvascas junto al Pirineo.

—¿Pertenecéis, entonces, al pueblo

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de los baskuni?—Sí, mi señora.—¿Venís de allí?—No. Vengo de Toledo, salí tras la

invasión.—Decís que conocéis a mi hermano

Pelagius.Alodia afirmó con la cabeza:—Mi esposo compartió las Escuelas

Palatinas con él.—¿Cómo se llamaba vuestro

esposo?—Atanarik…—¿Ha muerto?—No lo sé. La guerra nos separó…—¿Sois la esposa de un noble

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visigodo?—No sé si él lo es ya, no sé si ha

muerto. Sólo sé que él me dijo que aquíen la casa del noble Belay encontraríaseguridad. Los hombres de Musa mepersiguen desde que salí de Toledo.

Adosinda no sabe si creerse aquellahistoria, la mujer no parece noble sinouna sierva. ¿Cómo un noble visigodo vaa contraer matrimonio con una sierva?El ama de la casa se inclina a pensarque aquella mujer ha sido la concubinadel noble y no su esposa; sin embargo,la expresión en los ojos de la mujer eslimpia y franca, de alguien que estádiciendo la verdad.

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—Son tiempos difíciles, podréisquedaros si os ganáis el sustento. ¿Quésabéis hacer?

—Tengo fuerzas para hacer lo queme ordenéis. He servido a una nobledama en la corte, he trabajado en lascocinas del palacio del rey godo, y enmi infancia me dediqué a las labores delcampo.

De nuevo. Adosinda se extraña deque una mujer que trabajó en las cocinasy el campo haya contraído matrimoniocon un hombre formado en las EscuelasPalatinas de Toledo, un espathario real.La observa con curiosidad. Entonces elbulto que la sierva tiene entre sus brazos

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comienza a lloriquear. Adosinda seacerca y descubre a la criatura. Es unaniña, toda rizos dorados, con unos ojosde color aún indefinido que observan ala dama, muy despiertos. Adosinda tomaa la niña de los brazos de la sierva, laacuna, y la pequeña deja de llorar. Larecia faz del ama de Siero se transformaen una expresión más suave e indulgente.El corazón de la dama alberga unaternura maternal nunca enteramentecolmada.

—¿Cómo se llama?—Izar. Significa estrella en mi

lengua.Durante un tiempo Adosinda

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continúa con la niña en los brazos,haciéndole arrumacos, hasta que ésta denuevo comienza a llorar. Se la devuelvea la madre.

—Tiene hambre —dice Alodia.Adosinda llama a uno de los

criados, Crispo, y le indica:—Trabajará con el ganado. Conduce

a esta sierva junto a Benina, que lebusque un acomodo en las cocinas, juntoa las cuadras.

Alodia inclina una rodilla,mostrando agradecimiento hacia ladama. Antes de irse, Adosinda lepregunta:

—Ese hombre joven que va contigo.

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¿Dónde ha ido? ¿Puede trabajar en algo?—No. A él no le podéis dar ningún

trabajo. Su cabeza no rige bien. Sólo ospido que me permitáis compartir con élmi plato.

Adosinda acepta, y la ve marchar.Algún día, si Belay regresa, le contarála historia de aquella muchacha. Ladama pronto la olvida, ocupada por lasmil tareas en las que se encarga desdeque, de nuevo, su hermano se ha ido.

Crispo conduce a Alodia junto aBenina, una mujer pequeña de fazaniñada ya mayor que es la cocinera;Benina protesta para sus adentros: «Otramujer más, y con una chica a cuestas,

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¡veremos a ver lo que es capaz dehacer!» La lleva a un lugar cercano a lacocina, un estrecho cuchitril con unpequeño catre con paja, sobre él hay unamanta de lana oscura. Alodia deja a laniña en el pobre lecho. La criaturarompe a llorar. «Tiene que comer», ledice a Benina. La cocinera se va, Alodiase sienta en el lecho junto a su hija,entonces se descubre el pecho y acercala boca de la niña al pezón. Izar chupaávidamente. A Alodia la niña le hacedaño porque ya ha echado los primerosdientes, pero la sierva no se atreve aún adestetarla. Sabe que muchos niñosmueren al dejar la lactancia y Alodia

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está sola, únicamente tiene a su hija.Cuando la vio al nacer, la sierva

lloró. El, Atanarik, hubiera querido unvarón, un guerrero, y ella hubieradeseado también darle un hijo paracomplacerle, pero ahora la niña es loque Alodia más quiere en este mundo.Es la hija de un conquistador. Su hijaconocerá sus orígenes, porque su niñatiene un padre. No le ocurre como a lamisma Alodia, que no conoce quién laengendró. La sierva llamó a la reciénnacida Izar, la estrella, porque es elnombre con el que ahora losconquistadores designan a Atanarik. Sí,ahora su amado es Tariq, la estrella de

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la mañana y la del ocaso, la quealumbraba al amanecer y el crepúsculo,con un fulgor superior al de cualquierotro astro del firmamento, el astro quedespués desaparece del cielo, oculto porla luz del sol o por la oscuridad de lanoche.

Su hija es una estrella, en la sangrede aquella niña corre la semilla de reyesy de hombres del desierto; la fuerza deun hombre a la que ella adora con todaslas fuerzas de su alma.

Cuando Alodia piensa en Tariq seduele. Hace mucho tiempo que no sabenada de él. La sierva cree que elespathario godo, el ahora general

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bereber, no la ama, sólo quiere a aquellamujer, Floriana, que le ha hecho tandesgraciado, aquella mujer que hamuerto dejando un rastro de sangre queel godo va siguiendo, extendiéndolo yacrecentándolo. Atanarik no descansaráhasta que vengue a la hija de Olbán.Alodia sufre cuando recuerda que él secasó con ella sólo por conseguir la copay cumplir una venganza. No puedeolvidar cómo él, en la mazmorra, sedespidió de ella sin una palabra deafecto. Aquel pensamiento la mortifica,le hace daño, por eso procura nodetenerse en esas ideas tristes. AhoraAlodia tiene a su hija y luchará por ella,

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por sacarla adelante. Izar es la semillade Tariq, que ha fructificado en suvientre.

Todos los días piensa en él.No puede olvidarlo.Al fin, ha llegado adonde Atanarik le

indicó, aquel lugar del Norte, a lastierras de Belay. La señora de lastierras, la dama que la ha recibido, unamujer dura e impositiva, no se ha creídosu historia. ¡Es tan difícil de creer! Ella,una pobre sierva, no puede ser la esposade un guerrero visigodo. Y, sin embargo,lo es. Alodia sabe que le pertenece, quees la esposa de aquel que ha traicionadoa su país y a su raza y ahora es un

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invasor de la nación que le vio nacer.Alodia ha pasado muchos meses

huyendo.Otra vez escapando de alguien que

la persigue, otra vez lejos de Atanarik.Quizá nunca más le vuelva a ver. Sinembargo, en el fondo de su alma, algo ledice que Atanarik algún día regresará aella. Por eso la mujer vascona se hadirigido a estas tierras tan lejanas y hahecho lo que él le ordenó, pensando quecuando las guerras cesen, cuando todose haya calmado y esté en paz, quizás élla busque, vuelva a por ella y a por suhijo.

Cebrián entra saltando en la pequeña

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estancia donde Alodia amamanta a laniña. Ella se tapa pudorosamente elpecho, ocultando a Izar tras su manto.

—Me voy —le dice el chico con suvoz torpe.

—Muy bien —le responde Alodia—, haz lo que quieras. Vuelve cuandotengas hambre, yo te guardaré comida…

Sabe que Cebrián no puede estarencerrado, y también que no obedece anadie, hace siempre lo que se le antoja;pero la quiere, y a su manera la protege.Nunca la deja, la vigila de lejos ycuando alguien intenta hacerle daño, ladefiende, tal y como ha ocurrido en losmeses pasados.

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Mientras coloca sus pobres enseressobre el camastro que va a ser su lugarde reposo, Alodia recuerda cómo, trassu huida de Toledo, Samal la condujo alcampamento donde los bereberes sehabían asentado tras la conquista. Unvalle con ríos de corrientes rumorosas,en los montes de la Orospeda.[98] Haciael este se divisaban los Siete Picos, conel Monte de Peñalara al fondo; hacia eloeste, una cadena de pequeñas montañascon la figura de una mujer muerta.Aquellas formas pétreas y femeninas aAlodia le evocaban la figura muerta deFloriana. Al frente y hacia el norte del

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campamento bereber se extendía unaplanicie en la que crecían pastos ytrigales, rastrojos y barbecheras. En lasladeras de las montañas, los pinos depiel dorada dejaban caer estrellas al seragitados por el viento. Un lugarhermoso, muy distinto a las tierraspirenaicas de su niñez.

Las mujeres de Samal la recibieroncon honor, sin preguntarle su raza o susorígenes. Para ellas, Alodia era laesposa del conquistador Tariq, quedescendía del legendario Ziyad. Ademásllevaba en su vientre un hijo; para ellas,para las hembras de raza bereber, lamujer adquiere su pleno sentido con la

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maternidad. Cuando en una de ellasprende la semilla de una vida naciente,el mundo se completa con un nuevo serque, para procurar más honor a lamadre, ha de ser un varón.

Sí. Alodia, guiada por Samal, habíallegado a la falda de la sierra donde losbereberes construyeron tiempo atrás unpoblado de casas de troncos y piedrasayudados por cautivos de la campaña.Fue al final de la primavera, cuando loscampos comenzaban a amarillear por elcalor. El campamento bereber se situabapróximo a una corriente de aguascaudalosas; tras el río, un bosque conaquellos pinos de tronco anaranjado y

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piñones en sus largas ramas. Subiendola montaña, boscajes de robles, piornosy enebros. Más arriba, hayedos.

Más lejos, en la meseta, restos deuna población goda cuyos moradoreshabían huido ante el avance de lastropas musulmanas. Los hombres delMagreb utilizaron las piedras de aquelpoblado para construir el nuevoasentamiento junto al agua, unasentamiento de pastores y ganaderos.

Alodia recuerda que había siempreun ambiente festivo entre las gentes deSamal, que habían conseguido nuevastierras fértiles y extensas, con agua yganado. Las mujeres roturaban las

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tierras y sembraban, los hombrespastoreaban las ovejas y cazaban.

Compartía las tareas del campo conlas mujeres. Ninguna la miraba porencima del hombro, ninguna ladespreciaba. Echaba de menos a Tariq,pero Samal le había dicho que tras larevuelta bereber había sido liberado porMusa, que estaba bien, y le aseguró queun día vendría a verla.

El verano avanzaba, al tiempo quesu vientre iba creciendo. Poco a pococomenzó a notar el ser que vivía dentrode ella. Por las tardes, cuando la vidadel poblado se tornaba tranquila, salíahasta un altozano y miraba hacia el sur,

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al lugar donde ella pensaba que podríaestar Tariq. La brisa movía sus ropas, yal caminar notaba que la criatura legolpeaba suavemente por dentro, en lasentrañas. En aquellos momentos erafeliz, la vida fluía a través suyo.

Un día a lo lejos, estando en elcollado donde solía sentarse pensandoen Tariq, divisó unos puntos oscuros quese transformaron en jinetes galopandopor la meseta hacia el poblado bereber.Adivinó tropas del ejército invasor. Unaalegría loca, la ilusión de ver a suamado, le atravesó el pecho. Corrióhacia la aldea, pero antes de entrar,Yaiza la detuvo, ocultándola en un

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bosque cercano; mientras corrían le fuediciendo:

—Te buscan. Samal me advirtió quete ocultara.

—¿Quién?—Hombres de Musa. Hablan de que

conoces un secreto, que Tariq no quiereentregar algo, que tú lo harás.

Al oír aquello, a Alodia le dio unvuelco el corazón. Volverían y se lallevarían, la torturarían y la obligarían ahablar. Pensó que quizá perdería a suhijo o se lo quitarían. Desde aquelmomento, su vida cambió. Por lasnoches tenía pesadillas en las que unaserpiente se tragaba a su hijo, una

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serpiente igual a la que había visto en lacueva de Hércules. Los días de la cuevavolvieron a su mente y con ellos elsufrimiento de verse encerrada ydestinada a morir. A veces sedespertaba gimiendo e incluso gritando.

El muchacho, Cebrián, aquel chicode rostro torpe, de lenguaje inacabable,apareció en el poblado. Se rió de ella alver su embarazo, preguntándole si habíacomido muchas ciruelas aquel verano.Ella suavemente le explicó que era unhijo, un hijo de Tariq. Al evocar alconquistador, la cara de Cebrián seensombreció.

—Te ha hecho desgraciada, con él

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has llorado.Alodia no le contestó, simplemente

le abrazó contenta de volver a verlo.Entre las otras tribus bereberes

había corrido el rumor de que la mujerde Tariq moraba entre las gentes deSamal. Los árabes volvieron,buscándola una y otra vez. Las mujeresla escondían y sufrían los abusos de losguerreros de Musa, quienes presionaronal jeque para que la entregase. Samal notransigió, cumplía las órdenes que lehabía dado Tariq: proteger a Alodia.

La sierva estaba asustada, cada vezmás; las mujeres veían cómo se ibaconsumiendo, su rostro se volvió pálido

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y demacrado. No se quejaba, pero noemitía una palabra, alguna vez se dirigíaa Cebrián. Sólo el muchacho con sujerga continua e ininteligible leproporcionaba un cierto sosiego.

Al verla así, los habitantes delpoblado se intranquilizaron y hablaroncon el jefe del clan. Samal la llamó paraintentar calmarla, asegurándole que allíestaría protegida: nunca la entregarían aMusa. Samal era un hombre bueno.Quizá las privaciones, quizás elembarazo, hicieron que ella no leescuchara. Temía por todo y huyó.

Cebrián se fue con ella. Cebrián erasu guardián, entre los musulmanes se

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decía que cada hombre posee suguardián. Alodia pensó que el suyo erael muchacho, siempre había aparecidocuando lo necesitaba; siempre la habíaguardado y querido.

Las aves migraban hacia África, alas tierras del Magreb, cuando ellaemprendió el camino al Norte, al lugarque Atanarik un día le había señalado,hacia las montañas lindantes con el marcántabro, al lugar donde moraba Belay.

No podía caminar deprisa porque seencontraba pesada por la preñez, sinfuerzas. Para evitar encontrarse connadie solían marchar de noche.Avanzaban muy despacio. Siempre

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asustada de que alguien la siguiese.Cebrián no se separaba de ella. Aunquea menudo parecía que habíadesaparecido, la vigilaba continuamente.Comenzó a hacer frío, el invierno seadelantó en aquellas tierras del norte dela meseta, unas tierras esteparias yllanas, en donde no se había podidosembrar cereal por la guerra siemprelatente.

Al final de una larga jornada, sedetuvo fatigada y molesta, sentándose enuna piedra, la espalda apoyada junto aun árbol.

Cebrián le preguntó.—Tu hijo… ¿va a nacer?

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Ella asintió.—Sí. No es todavía inminente, pero

no tardará mucho en llegar.—Debemos parar.—No podemos. Los hombres de

Musa me persiguen…—¿Adonde vamos?—Al Norte, a buscar a Belay.—¿Falta mucho para el Norte? —

Cebrián hablaba del Norte como si fueseun lugar o una villa.

—Sí, quizá semanas. Yo no puedoseguir, hay que buscar un lugar donde mihijo pueda nacer.

—Tú, aquí —Cebrián le señaló ellugar donde estaba sentada—, yo voy a

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buscar.Salió corriendo. Ella se quedó

sentada en una piedra mirando alhorizonte. El sol estaba en su ocaso; depronto hacia el oeste, la vio, la estrellade la tarde, la estrella de Tariq. Elanhelo por el amado colmó el corazónde Alodia, deseó estar junto a él,servirle y sentirse segura como entiempos pasados.

La estrella se ocultó tras el horizontey desapareció del firmamento al tiempoque Cebrián regresaba. Era de noche. Elchico saltaba contento.

—He visto un lugar… Hay mujeres yniños chicos…

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Pesadamente, Alodia se levantó y lesiguió, era una alquería. Les acogieronaquella noche, la noche en la que ellacomenzó a sentir los dolores del parto,en una casa de suelo de tierra batida,con un hogar y un arco en la entrada. Lasmujeres de la granja, compasivas, lacuidaron. A Alodia le parecía que iba amorir al sentir el dolor de cadacontracción, el parto se prolongó horas yhoras. Sin embargo, no gritaba. El sudorcubría su faz enrojecida por el esfuerzo.Al amanecer, su hija vino al mundo. Porla ventana abierta entraba el olor delcampo y en el cielo brillaba la estrellade Tariq, la estrella de la mañana. Por

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eso, llamó Izar a su hija y la acogió conamor aunque se dolió por no habertraído al mundo a un varón, tal y comohubiera querido Tariq.

Pasaron los meses de invierno en laalquería. Allí vivía una familia: elmarido, la mujer, los abuelos, varioshijos, algún siervo… Alodia procurabaayudar en los trabajos de la granja, perotodavía estaba débil por el parto. Sedaba cuenta de que la comida era escasay que ella suponía una carga para loscampesinos. Todavía el invierno nohabía finalizado cuando se fue de lagranja, prosiguiendo el camino hacia elnorte. Se ató a su hija a la espalda, y con

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ella a cuestas comenzó a caminar denuevo. Cebrián una vez más la siguió.

Antes de salir, en la alquería, leindicaron que tomase la antigua calzadaromana que conducía hasta AstúricaAugusta, y allí preguntase por el nobleque buscaba; quizá le conociesen en lastierras astures.

Un día y otro día de marcha. Alodiano recuerda nada del trayecto al Norte,porque no veía el paisaje que larodeaba, sólo el polvo y las piedras delcamino. Se recuerda a sí misma al bordede una senda; a veces mendigando,solicitando comida en los pueblos. Enocasiones tenía suerte y otras no.

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Cebrián le traía raíces y bayassilvestres. Temía que con tan pocacomida se le cortase la leche, pero nofue así y su hija iba creciendo. La niñale daba fuerzas para seguir.

Atravesaron las puertas de AstúricaAugusta en un día de primavera, pero nose demoraron allí. En la ciudad seaguardaba la llegada del ejército deMusa en su campaña hacia Galiquiya.Alodia se asustó.

En Astúrica preguntó por el nobleBelay. Le dijeron que su heredad estabamás allá de las montañas, hacia el este,en las tierras astures. Le aconsejaronseguir hacia Leggio y de allí tomar un

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camino que conducía hacia la costa.Tras muchas penalidades, llegó a la

granja fortaleza en Siero. Cuandopreguntó por Belay y le dijeron queestaba preso en el Sur, rompió a llorar.Las lágrimas de ella le ablandaron elcorazón a Crispo, el criado al que sehabía dirigido. Se apiadó de aquellamujer joven con una criatura en losbrazos a la que acompañaba un mozoretrasado.

—¿Qué deseas de mi señor?—Protección y amparo. Mi esposo,

el noble Atanarik, me dijo que vuestroseñor me daría asilo.

—Espera aquí.

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Crispo buscó al ama Gadea,embarazada de varios meses, pensó quese solidarizaría con aquella mujer queacababa de ser madre, le daba miedopreguntarle a Adosinda, que era unamujer con un carácter fuerte. No laencontró, Gadea estaba en los campossupervisando y vigilando la cría de loscaballos de su esposo, por ello Crispoacudió a Adosinda.

La hermana de Belay tuvo piedad.

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7

La sierva

Fuera canta un gallo.Alodia se despereza en el jergón

donde suele dormir, en aquel pequeñocuchitril, húmedo y frío, calentado algopor los establos, de los que es contiguo.Después se incorpora y se vuelve haciaIzar. La niña dormita, está chupándoseun dedo y musita algo entre sueños. Hacrecido en los últimos meses, empieza adar los primeros pasos. Su madre la

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observa durante unos segundos conternura, sin levantarse del lecho. Al fin,Alodia vence la pereza, salta delcamastro y se levanta. Se dirige a lascuadras. Fuera del establo hay unabrevadero para los animales con aguaque corre limpia. Allí se lavarápidamente, saca el pequeño peine, quele diera tanto tiempo atrás Floriana, y searregla el pelo.

Retorna junto a la niña, Izar siguedurmiendo con su dedito en la boca.Alodia se dirige al establo, las vacasestán de pie en el comedero. Cercano ala pared hay un balde de madera. Lasierva se sienta en un pequeño trípode,

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se acerca el balde. Acaricia la granpanza del animal. Después suavemente yde forma discontinua va apretando elpezón de la vaca con todos los dedos dela mano. Lentamente se van vaciando lasubres, al caer la leche sobre el cubo seoye un ruido rítmico. Cuando haacabado de ordeñar la primera vaca,sigue con otra y otra. En el establo entrasuavemente la luz de un nuevo día. Losmozos de cuadra comienzan a trajinarllevando hierba seca a los pesebres.

El trabajo monótono le permitereflexionar. Ya lleva varios meses enaquella casona de Siero. Nadie lamolesta, pero tampoco ha sido aceptada

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como lo fue con las gentes de Samal,que la apreciaban como si fuera unamás. Adosinda no ha vuelto a hablar conella, incluso la trata con ciertabrusquedad, porque considera la historiaque ha contado como increíble. Laesposa de Tariq muchas veces seacuerda de Yaiza y de Samal, que secompadecieron de ella y la cuidaron condesvelo. Recuerda cómo Samal laprotegió porque Tariq se lo habíaordenado, y en aquel momentocomprende que Atanarik siempre la haamparado, desde los lejanos tiempos enlos que la salvó del sacrificio ritual.

A su mente retorna el rostro amado

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de Atanarik, su expresión bondadosacuando velaba por ella en el caminodesde el Pirineo a Toledo o sus rasgosdoloridos tras la muerte de Floriana, ola actitud airada y llena de pasión enAstigis, o sus ademanes serenos en lanoche de su boda, cuando ella fue tanfeliz.

El recuerdo de Atanarik la inunda detal modo que casi no se da cuenta de queel balde se ha llenado ya. Se detiene y lolleva a una cántara donde se guardará laleche para hacer quesos. Bebe un vasode aquel líquido lechoso aún caliente.Entonces escucha a su hija lloriquear enel cuartucho a su espalda. Tendrá

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hambre. La levanta de la cama,acariciándola, y la conduce al fogónjunto al establo, allí cuece una manzanay se la da de comer.

La casona ha despertado. Escuchaunos pasos rápidos que descienden porlas escaleras. Es Gadea. La dama seocupa de supervisar los animalesestabulados. Después se acerca a layeguada y como casi todas las mañanas,incluso tras su reciente parto, la esposade Belay galopa por las tierras de suesposo.

Cuando Gadea pasa a su lado,parece no darse cuenta de la presenciade Alodia; para ella, la montañesa no es

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más que una sierva de la hacienda de suesposo.

Desde que la conoció, a Alodia le haimpresionado la hermosura de la hija deOrmiso, su fortaleza. Hace apenas unmes la mujer de Belay ha dado a luz a suprimer hijo, un muchacho fuerte que lehan puesto el nombre de su abuelo,Favila. La dama no le ha dado demamar. Ha buscado un ama de cría.

Escucha cómo Gadea amonesta auno de los siervos por no limpiar bien layegua que ella suele montar. Después lave subirse al animal y salir galopandohacia los prados.

Alodia, con su hija en brazos, se

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dirige al huerto tras el horno, allí secultivan verduras, debe llevarle aBenina las que necesita para que lacocinera prepare la comida. La siervadeposita a su niña sobre la hierba y nole quita ojo, mientras corta unas cuantascoles y puerros. Pone las verduras en ungran cesto, que se coloca sobre lacabeza, sujetándolo con un brazo;mientras que, con el otro, toma a la niñade la mano. Deposita las verduras en lacocina y después se dirige a los camposa segar con otras criadas, que la saludanamigablemente. Alcanza una pradera quedesciende hacia el río, allí se escucha elrumor del agua al mover las piedras del

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molino. A uno de los lados, la praderalimita con un bosque de robles ycastaños.

Dejan a los niños junto al bosque enunas mantas sobre la hierba, al cuidadode una muchachita algo mayor que ellos,casi una adolescente.

Con la guadaña van segando elpasto, los mozos organizan grandesmontones.

Alodia se siente observada. Notacomo un cosquilleo en la espalda.Levantándose de la posición en la queestá segando, se vuelve. Toribio, elcapataz, centra su atención en ella,mirándola desde lo alto del caballo,

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mientras supervisa la labor de loslabriegos. Toribio desvía la miradacuando ella se vuelve. Una de lassiervas se da cuenta de la expresión deToribio y, a espaldas de él, le hace aAlodia un gesto de complicidad. Ellaparece no entenderla, de nuevo seabstrae en su tarea. La faena es cansaday monótona. Sin embargo, Alodia seencuentra en paz y le da gracias al ÚnicoPosible, por estar segura allí entreaquellas gentes del Norte. Mientrastrabaja sin cesar, Alodia vigila a suniña, que gatea sola y se aleja de losotros niños. Le da un grito para quevuelva con los demás chiquillos.

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De pronto se escucha el sonidograve y fuerte de una trompa. Indicapeligro. Los campesinos dejan lo queestán haciendo y huyen a refugiarse en elbosque. Alodia se dirige hacia su hija,que se ha alejado gateando hacia el río.Detrás de la sierva se escuchan loscascos de caballos avanzando. Mientrascorre hacia la niña, Alodia mirasubrepticiamente hacia atrás. Sonbereberes de Munuza, llevan armas yantorchas encendidas. Prenden fuego alhenar donde se almacena la hierba quehan recolectado los días pasados.

Izar gatea cada vez más alejada. Losjinetes se dirigen hacia donde está la

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niña. Alodia grita mientras corre por lapradera abajo hasta alcanzar a su hija, ala que cubre con su cuerpo. Unos cascoscasi la rozan; un caballo ha pasado juntoa ella; otro que galopa muy cerca la va aarrollar. En ese momento, nota cómoalguien la alza del suelo junto con laniña hasta la montura, y sale con ellahacia el bosquecillo donde mana elarroyo. Los jinetes sarracenos se van.

Cuando en el bosque desmonta delcaballo, se da cuenta de que su salvadores Toribio. Alodia se le abrazasollozando; después besa a la niña, queestá a salvo. Ante el abrazo, Toribioenrojece.

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Han quemado la hierba seca y elprado, las llamas se elevan junto a lacasa fortaleza de la familia de Belay. Elcapataz comienza a gritar y a organizar alos siervos de la hacienda, desde el ríoforman una cadena de cubos con los quevan arrojando el agua al fuego. Prontoconsiguen apagarlo; por suerte eldestrozo no es demasiado importante.Las llamas se detienen rápidamente.

Gadea aparece a caballo, estáfuriosa, le han robado el bien que ellamás quiere: las yeguas. Con algunoshombres sale tras los cuatreros. Nopueden hacer nada, ya están lejos.

Adosinda está al frente de las tareas

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para sofocar el incendio y reparardesperfectos.

Alodia la escucha musitando:—¿Cuándo volverá Belay? ¿Cuándo

nos dejarán en paz?

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8

La proposición

—Deseo hablar contigo.—Decidme, mi señora.A pesar de que ha hablado muy

pocas veces con ella, a pesar de que nosuele ser amable, Alodia ha llegado aapreciar a aquella dama de modalesbruscos, capaz de solucionar losproblemas de la hacienda de su hermanoy de ocuparse solícitamente de susgentes. La dama y la sierva están junto a

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las cuadras. Un poco más allá, Izarcorretea con los otros niños.

—No, aquí no.La conduce tras la arcada, atraviesan

la amplia estancia donde el sitial vacíorecuerda a todos que el dueño aún no havuelto. Cruzan la puerta de maderaclaveteada, y llegan al aposento que es ala vez el hogar, la cocina y el comedor.No hay nadie. Adosinda se sienta en lagran bancada de piedra que lo rodea, leindica a Alodia que se acomode a sulado. La sierva se siente extrañada antetanta ceremonia a la que no estáacostumbrada.

—Un hombre de buen corazón y

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grandes prendas ha hablado conmigo.Ante la mirada inquisitiva y

sorprendida de Alodia, Adosindaprosigue.

—Es Toribio. Quiere hacerte suesposa. Considero que es una buenaoportunidad para ti. Estás sola, tu hijanecesita un padre, y tú, alguien que teproteja.

La faz de Alodia se enciende, rojacomo las ascuas del fuego de la cocina.

—Yo… yo ya estoy casada.—¡No estoy tan segura de ello! —se

enfada Adosinda.Alodia le repite con firmeza:—Lo estoy.

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—¿Cómo vas a estarlo? Dices que tuesposo es un noble, pero eso es absurdo.Tú eres una sierva que trabaja en elcampo. No puede ser que estés casadacon un compañero de mi hermano Belayen las Escuelas Palatinas.

Alodia, muy violenta, rápidamenteinsiste.

—Soy la esposa del nobleAtanarik…

Adosinda le responde de un modoimpaciente:

—Que seguramente habrá muerto.—No. No es así —casi grita Alodia,

dolorida—. No ha muerto.—¿Cómo puedes saberlo?

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—Mis voces me lo dicen, lo sientoen el corazón, él volverá. No puedotraicionarle, a él…

Adosinda piensa que la pobrecillaestá loca.

—No sé a qué voces te refieres. Laguerra y las penurias te han vuelto loca.—Replica con dureza, después prosiguede modo más condescendiente—. Debesconsiderarlo, Toribio es un buen hombreque te dará seguridad.

—Sé que es un buen hombre, perono… no puedo.

—Debes casarte con él.—Mi señora, os he obedecido en

todo en estos años que llevo con vos. Os

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agradezco que me hayáis acogido, peroyo no puedo contraer matrimonio. Soy…

—¡No te quería tanto, cuando te haabandonado!

Alodia se echa a llorar, la dama leha tocado en el punto que más le duelepero ni ruegos, ni órdenes, ni súplicashacen que Alodia varíe su postura; alfin, Adosinda se retira indignada.

La reclaman fuera.Alodia logra serenarse y se

incorpora a sus tareas habituales. Unsentimiento agridulce llena su corazón.Por un lado, se da cuenta de que Toribioes un buen hombre, y se encuentraconfusa ante la proposición del capataz.

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Por otro, la figura de Tariq parecedesdibujarse en su mente. QuizásAdosinda tenga razón, quizás él hayamuerto. Ese pensamiento sólo leproduce tristeza. De todos modos; ellale será fiel, por ello procurará evitar aToribio, que la observa con un afectoentremezclado de un cierto despecho.

Afortunadamente para Alodia,Toribio no permanece mucho tiempo enla casona de Siero, tiene nuevas tareasde las que encargarse.

Aquellos días llegan noticias dediversas revueltas en los pasos de lacordillera. Atacan a caravanas, a lasexpediciones con los tributos, e incluso

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a patrullas del gobernador. La vida enlas montañas se torna insegura. Elgobernador Munuza proclama bandos enlos que advierte de que hay cuadrillasde bandoleros, a los que nadie debeayudar. Con la excusa de que se harefugiado en las villas de la planiciecercana a la costa, Munuza saquea lasposesiones de algunos terratenientes. Enlas tierras astures se palpa una inquietudconstante.

A Adosinda le llegan noticias de lossaqueos del gobernador y de los robosen las montañas. No sabe cómo protegera sus gentes, hasta ahora han sufridoalgunos asaltos del gobernador Munuza,

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pero han podido rechazarlos pagándolealgún tributo o caudales. La nuevaamenaza es distinta por desconocida.¿Qué podrán hacer unas mujeres conunos cuantos peones y jornaleros, antelos ataques de los bandidos?

Trata del problema con la esposa deBelay. Gadea no se amilana, y decidearmar a los campesinos; ordena aToribio que les enseñe a luchar.Adosinda está en desacuerdo, y protesta.Piensa que es peligroso que los siervosmanejen un arma, quizás un día puedanlevantarse contra sus propios amos.Gadea le replica que ésas son maníasabsurdas. Los hombres de la casa de

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Belay son fieles a la familia de Belay yespecialmente a ellas.

Gadea arguye frente a su cuñada quesu esposo estaría de acuerdo, que prontovolverá y se hará cargo de todo, quenecesitará gentes que luchen con él,protegiendo las tierras.

Las mujeres discuten, perofinalmente Adosinda acepta lo que elama de la casa, la esposa de su hermano,decide.

Pasan los días, se palpa una granintranquilidad, como si algo grave seavecinase, algo más grave aún que laconquista, que las extorsiones deMunuza, que la prisión de Belay. Se

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habla de que el gobernador saquea lashaciendas de la costa, que buscadoncellas de hermosa presencia yjovencitos, que luego envía al Sur, quede allí pasan a los mercados de esclavosde África. Hay miedo.

Un hombre se acerca, aparece heridoen la puerta de la casa. Es un noblehispanorromano de una villa cercana aGigia: un hombre fuerte de barbaentrecana y aspecto desolado. Leacompaña una comitiva de fieles quetambién muestran las huellas de larefriega. Dobla la rodilla ante la dama ycomienza a relatar su historia. Afirmallamarse Bermudo, su linaje procede del

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lugar de Laviana, en las montañas más aloeste de Siero. El padre de Bermudorecibió una donación real en tiempos deChindaswintho: una antigua villa romanacon sus colonos y tierras. Ha moradoallí hasta que unos meses atrás, uno delos hombres de Munuza puso su miradaen las tierras de Bermudo. Hacía apenasuna semana, había sido atacado poraquellos hombres extraños queprocedían del Sur. Había tenido quehuir. Ahora se dirige a buscar refugio enlas tierras de su linaje, en Laviana, enlas montañas.

Acude a Adosinda preguntándolepor Belay. Ante la mención del nombre

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de su hermano, la expresión deAdosinda cambia. «¿Qué sabes de él?»El noble herido le contesta: «Se diceque ha huido de Córduba, se dice que esel único que puede enfrentarse a losinvasores, se dice que ha traído hombresy armas de las tierras conquistadas.» Alfin, Bermudo concluye: «La esperanzade muchos está puesta en tu hermano.»Adosinda no logra que le diga nada más.

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9

El regreso

Un hombre a caballo retorna tras unlargo viaje. Le siguen un grupo defugitivos, hombres que han perdido sustierras, muchos de ellos espatharios deRoderik, otros, witizianos como Wimarque han luchado contra los extranjeros yno se han sometido a los invasores. Hanconseguido fugarse de la prisión deCórduba donde los árabes hanconcentrado a nobles que consideran

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rebeldes o, sencillamente, a aquellosque no han colaborado en la conquista.Han escapado en un momento deconfusión debido a una revuelta popularen la ciudad. Los islámicos habíanconvertido a la antigua iglesia de SanVicente en una mezquita musulmana. Lacólera se ha desatado por las calles dela antigua urbe romana. La prisión haquedado desguarnecida porque granparte de los carceleros han debidoacudir a sofocar la revuelta. Dentro dela cárcel se ha producido un motín,algunos presos han logrado escapar,entre ellos se encuentra Belay.

Los fugados se suman al

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levantamiento; la lucha se extiende porlas calles; pero, al fin, los árabessofocan la revuelta, y los causantes de lasublevación, perseguidos, han derefugiarse en las montañas cercanas,Belay se une a ellos.

En las serranías de Córduba seconvierten en bandoleros; atacan a lascomitivas que intentan atravesar lasierra oscura y morena que enmarca elvalle del Betis. Tras resistir unos meses,alguien les traiciona y revela el refugiode los rebeldes a las tropas delgobernador de Córduba. Son cercadosen las montañas, muchos mueren, y lospocos supervivientes deben huir. Belay,

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entonces, dirige a aquellas gentes sinpatria, hacia los picos nevados delNorte, hacia las montañas junto a lascuales transcurrió su infancia y juventud.Nadie entre las tropas le cuestiona comodirigente, y le siguen en su huida hacialas tierras cercanas al mar de loscántabros. Galopa, atravesando lastierras llanas de la meseta, mientrasmedita lo ocurrido en los últimostiempos. En sus días como rehén enCórduba le llegaron noticias de quetiene un hijo y de que Munuzaextorsionaba a sus gentes. Desea contodo su ser regresar a las tierras dondesu esposa Gadea le aguarda; pero esto

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no le va a ser fácil, sabe que elgobernador Munuza ha asentado más aúnsu poder en las tierras astures. En elcamino hacia el norte, intentando evitarlas patrullas bereberes que recorren lameseta, va diseñando un plan.

Al salir del Sur lleva consigo sólouna tropilla de fieles; pero otros se lesvan uniendo: witizianos y fieles aRoderik, nobles y plebeyos, gentes quenunca han tenido dónde caerse muertos ygentes que lo han perdido todo. Conaquel pequeño ejército ha recorrido lastierras de la antigua Hispania romana,las tierras del reino de Toledo. Ha vistola destrucción en muchos lugares. En

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otros, la vida florece de nuevo. En elSur, en las antiguas ciudades romanas,se construyen mezquitas y se clausuraniglesias. Las aljamas judías cobran unnuevo esplendor. Las ciudades en lasque predominan los hebreos han sidototalmente respetadas.

Sí. Belay se dirige hacia el norte. Asu paso, ve los campos quemados,tierras de las que los dueños hanescapado. En otros lugares, sobre todoen los pastizales de la meseta norte, losbereberes se han instalado y críanganado; allí parece haber ciertaprosperidad. Los nómadas del Norte delMagreb han ido ocupando aquellas

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tierras anteriormente vacías de hombres,tanto por la peste y la sequía como porla crisis económica y humana que asolóel reino visigodo en sus últimostiempos. En otros lugares, los berebereshan desplazado a antiguas poblacionesde origen celtíbero o visigodo, trassometerlas.

En su recorrido al Norte, se dacuenta de que ya ha pasado con creces latreintena, que se aproxima a loscuarenta, edad de madurez. Ha dedicadocasi toda su vida a la guerra o a lasintrigas en la corte toledana. Percibe conclaridad dolorosa que tiene un hijo, alque no conoce, y una esposa, a la que

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añora, y con la que no puede convivir.En su mente sólo hay un pensamiento,rebelarse contra los que oprimen lastierras cántabras para conseguir unacierta autonomía para sus gentes, yseguridad para sus hombres y ganados.

Regresa al Norte. Retorna a laantigua tierra de sus antepasados. Ahoraya no lleva un pacto con él, que por lodemás no fue respetado, sino la firmedecisión de enfrentarse al invasor.Recuerda aquella reunión en Onís,varios años atrás. En aquel momento secalló, pensaba en la paz, en una vidatranquila con su esposa Gadea. Le vienea la mente lo que en la campa de Onís

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dijo uno de los que se oponían a unacuerdo con el invasor; aquel hombrehabía manifestado que la paz no esposible cuando no hay justicia. Piensaque el gobernador de Gigia supone unabuso para las tierras astur cántabras,Munuza es el atropello y la iniquidadcontinuos, la arbitrariedad de una leyque se amolda a la voluntad cambiantedel conquistador.

Sí, durante el camino al Norte, Belayva diseñando un plan.

No volverá directamente a Siero, ala heredad de los Balthos, a las tierrasde los antepasados de su padre,fácilmente atacables. No. Se refugiará

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en las tierras de la familia de su madre,cercanas a Ongar. Tierras tanmontañosas que impiden el paso acualquier persona que las desconozca.Desde allí, comenzará a actuar. Suscompaisanos están asustados por lasfuerzas de Munuza, por su política deacoso constante, de aceifas y saqueos.Hay que conseguir demostrar a lasgentes que Munuza no es invencible.Habla con los hombres que leacompañan, quienes se muestran deacuerdo con él.

Las montañas les abren su interior,picachos como agujas de piedra calizacon vetas verdes de una vegetación que

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desafía a la altura, matojos en lo alto delas peñas o incluso algún árbol de hojasoscuras. En lo más alto, la roca blanca,negra y con vetas anaranjadas. Junto alestrecho camino que bordea el Sella,bosques de robles centenarios, algúnprado tratando de encaramarse en lamontaña. La niebla les rodea por todaspartes, aunque a menudo se abre y dejaver una nube, a lo lejos, posándose enlos prados y en las montañas.

El río Sella levanta espumas en losrápidos e incluso vaho. Llueve pero nohace frío. Entre los macizos de piedra yla lluvia avanza el derrotado ejércitoque acompaña a Belay desde la meseta.

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A retazos, los árboles forman casi untúnel de verdor sobre el camino y juntoa la ribera del río; son fresnos, abedulesy avellanos.

Al fin las montañas se abren, en unespacio más amplio, rodeado aún porlas montañas; es la campa de Onís. Consu tropilla, sube por la ribera del Deva,más allá hay una fortificación ruinosaque se edificó sobre un antiguo castrocelta. Está atardeciendo, en el horizonte,el lucero del crepúsculo brilla confuerza. Se ocultará cuando desaparezcanlos últimos rayos del sol. A un lado dela fortaleza, arriba en la pared en laroca, se ven las luces de la cueva de

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Ongar, el santuario de los monjes.Se refugia en las ruinas cercanas a

Ongar, él y sus hombres las fortifican.Son gentes aguerridas de muy diversoorigen: leñadores y pastores de lasmontañas, hombres que lo han perdidotodo en el Sur, nobles y siervos. Todos,individuos valerosos que quierenguerrear.

Hay trabajo, mucho trabajo paraacondicionar el lugar devastado en laspurgas de Chindaswintho, más decincuenta años atrás. La antiguafortaleza se elevaba sobre lo que ahoraes una hondonada cubierta de maleza.Bajando las faldas de la colina, se llega

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al torrente y más arriba a la cascada;sobre la que en una cueva se levanta unaermita de madera, la Santa Cova deOngar.

Por las laderas, Belay y sus hombressuben piedras que arrastran sobregrandes planchas de madera contracción animal; con ellas reconstruyenla perdida muralla del recinto. En laparte baja de la hondonada talan algunosárboles, dejando las tierras limpias pararoturar. Con la madera y sobre loscimientos de piedra que aún restan,rehacen las antiguas construcciones detiempos pasados, que en un tiempoconstituían la fortaleza.

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Belay se atrinchera en aquelpequeño baluarte, tras los picos de lacordillera del Mons Vindius, en elmismo lugar en el que dos siglos atrás suantepasado Aster peleó contra losgodos. Poco a poco, el lugar selváticose va tornando habitable.

El antiguo espathario real vaganando adeptos en la cordillera, gentesque detestan al invasor y que letransmiten los movimientos de las tropassarracenas. En manos de los proscritosvan cayendo víveres, armas y caudales.Bajo la fortaleza y en las tierrasroturadas se instala un pequeño pobladode labriegos, la vida retorna al mítico

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valle de Ongar. Belay gusta pasear entreaquellas gentes sencillas que hablan conel dialecto que él mismo utilizaba en suinfancia. Suele caminar entre las chozasjunto al río y detenerse bajo la cascada,que en días de lluvia cae con unestruendo impetuoso. Siente que hayalgo mágico en aquel lugar y se abstraepensando en la futura campaña hasta quenota una presencia tras de sí. Es unhombre anciano, que ha vivido en losbosques que rodean la fortaleza deOngar; ahora todos han bajado de suescondrijo y se han unido a la rebeliónde Belay.

El anciano se inclina ante el que

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considera su señor, saludándole conrespeto:

—Mi señor, el padre de mi padreoyó muchos años atrás una antiguaprofecía que decía «la salvación vendráde las montañas cántabras». Vos sois elHijo del Hada, el descendiente de Aster.Vos sois la salvación de estas tierras.

Belay sonríe, recuerda que esaleyenda circuló en su familia, en loslejanos días de su infancia. Alguiencambiaría el mundo que conocían y trasél vendría algo mejor. Mira hacia lo altoa los picachos que se alzan a lo lejosante él, al monte Auseba que pareceguarecerle de todo mal. Se vuelve, no

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desea que el anciano vea la emoción desu rostro. Quizá no es él, el llamado asalvaguardar las tierras de su infanciafrente a un enemigo poderoso; él, que hasido vencido en el Sur repetidamente.No, no se siente capaz de cambiar elmundo, pero va a poner todo lo que estéen su mano para defender a sus gentes.Soñará, trabajando y trabajará soñando.Aunque él piensa que en otro está lallave de su destino. Ha cerrado lospasos que rodeaban a Ongar, como undía lo hiciera su antepasado Aster.

Al ver cómo Belay contempla elvalle, el anciano le dice:

—En el pasado el valle era aún más

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impenetrable, una hechicera, cuandoChindaswintho destruyó Ongar, hizocaer aquella parte de la montaña, la quecomunica con la campa de Onís.

—Lo sé —responde Belay—. Poreso he fortificado la entrada al valle.Allí mis tropas hacen guardiacontinuamente impidiendo que nadiepueda entrar ni salir.

Belay sonríe a aquel hombre y denuevo mira hacia lo alto; se abstrae, seda cuenta de que aires de rebeldíarecorren los valles y las montañasastures, llegando hasta las cumbres, quesobrevuelan águilas y buitres leonados.

Cuando Belay intenta seguir

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hablando con el anciano, éste hadesaparecido.

Pasan los días y al fin, eldescendiente de Aster se sienteconvenientemente resguardado por lasnuevas construcciones. Es entoncescuando convoca a las antiguasgentilidades cántabras y astures, a losdueños de las villas saqueadas, a todosaquellos que en la reunión de Onís,pocos años atrás, se mostraronreticentes al invasor.

Elude a aquellos otros que en aqueltiempo colaboraron abiertamente con elinvasor: los comerciantes de la costa,los propietarios de las ricas villas junto

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a Gigia, los renegados.De este modo, en la gran campa de

Onís junto al río Sella, se reúnen los quequieren rebelarse frente al gobernador.Son multitud de hombres de la costa y delas altas montañas, también de lastierras más llanas del occidente astur.En la campa de Onís se enciendenfuegos y Belay, rico ahora tras el ataquea varios cargamentos del gobernador,ordena que se asen corderos, terneros ycerdos. La sidra corre entre los hombresdel mar y de las montañas produciendoun ambiente festivo en el corazón deaquellos hombres, que no mucho tiempoatrás se habían rendido al enemigo.

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Los cabecillas, tanto de lasgentilidades cántabras como de lasastures, le relatan lo ocurrido durante eltiempo que el Capitán de Espatharios hapasado en Córduba, le explican que hansido oprimidos por las aceifas deMunuza. Cada uno describe la extorsiónque el gobernador ha obrado sobre sustierras, sobre sus ganados, sobre susmujeres. Belay les escucha atentamentesin interrumpirles. Al fin, toma lapalabra para arengarlos.

—Se acabó la sumisión a esoshombres ajenos a nosotros. Esoshombres que nos han quemado loscampos, que se llevan a nuestras

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mujeres, que roban nuestro patrimonio.No les dejaremos pasar más.Comenzaremos a asediarles, lentamentehasta que se vayan. Cerraremos lospasos en las montañas. Levantaremosfortalezas, en estos antiguos castros denuestros antepasados. ¡No volverán aoprimirnos!

—¡No! ¡No lo harán!Después de la reunión se unen

muchos más hombres a los proscritosdel valle de Ongar. Además, en otroslugares de la cordillera, los señoreslocales se atrincheran; la sublevación seextiende con rapidez. En las tierras deLaviana, el noble Bermudo se fortifica

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con sus gentes e impide el paso poraquel lugar a las tropas musulmanas. Enlos valles de Luna, en la región deBabia, sucede algo similar. En las zonascántabras, también hay resistenciasaisladas. Belay se pone en contacto conPedro de Cantabria, que le brinda suapoyo. Los distintos puntos de hostilidadse comunican por medio de mensajeroso por fogatas en los montes. Lacordillera, el Mons Vindius, arde enrebeldía frente a los invasores. Se atacaa los hombres de Munuza cuando estánmás desprevenidos; en un combateconstante de guerrillas, se les hostigacontinuamente. No se permite que los

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cargamentos que salen del puerto deGigia atraviesen las montañas, saquealos carros que conducen los tributoshacia el Sur, a la corte del emir deCórduba.

La vida se vuelve cada vez másinsegura para los conquistadores.

El gobernador Munuza se preguntaquién estará detrás de aquellosconstantes ataques.

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10

El reencuentro

Es de noche, en la casona de Siero cadadía transcurre igual al siguiente, lastareas del campo se suceden monótonas.Izar, Favila y los otros niños de lacasona van creciendo; es quizá la únicamanifestación de que el tiempo vapasando en aquel lugar de las tierrascántabras. Una noche, alguien golpea lapuerta. Es un encapuchado. Solicita vera la dama Gadea.

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La señora de la casa baja por lasescaleras que conducen desde la plantasuperior al zaguán de entrada, extrañada,preguntándose quién querrá hablar conella a horas tan tardías. El hombre quela espera inclinado sobre un bastón mirahacia el suelo, parece un mendigo de losque llegan del Sur. Con una extrañaarticulación de voz, requiere que sevaya la sierva que la acompaña. En vozbaja, el desconocido le informa de quele trae noticias de su esposo, pero debetransmitírselas solamente a ella.

Cuando ha salido la criada, elhombre la agarra fuertemente de la manoy la arrastra con él. Gadea sorprendida

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no reacciona, se deja llevar. Elencapuchado la encajona en un lugaroscuro, dentro de las cuadras.

Allí el hombre se descubre.Es Belay.Ella se abraza a él, sollozando.

Belay le pide que no grite, ni llore.—Nadie debe saber que he venido.

Hay espías de Munuza por todas partes.Me iré pronto.

—¿Cuándo has vuelto?—Hace bastantes meses. Me fugué

de la prisión de Córduba con otroshombres. Nos sublevamos frente algobierno de Córduba y les combatimosen el Sur, fuimos derrotados y tuve que

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huir hacia aquí. Se ha puesto precio a micabeza, no podía volver a Siero sinponeros en peligro. Munuza no debesaber que estoy aquí. Estamos atacandoa las tropas del gobernador. Somos aúnpocos, pero la rebelión se vaextendiendo y se nos van uniendo demodo paulatino los hombres de lacordillera. Aún no somos los suficientespara atacarle abiertamente, pero sí paracombatirle sin pausa, sin cejar en ningúnmomento…

—Entonces… ¿eras tú el que estabadetrás de los bandidos de la cordillera?

—Sí —confirma Belay—. Estoyconvencido de que esta guerra de

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guerrillas, con hombres emboscados enlas montañas, es la única manera delograr derrotarles. Queremos minar supoder y, sobre todo, conseguir borrar elmiedo… Tengo que lograr que lasgentes de nuestras tierras sepan que loshombres de Munuza no son invencibles.De momento no quiero que se propalequién es el cabecilla de la rebelión;destruirían Siero y nuestras tierras, osexpulsarían de aquí… Por una largatemporada, me ocultaré en las montañasdel oriente, que son más seguras. Nopuedo retornar aquí.

Gadea lo mira desesperada:—¿No volverás aquí conmigo? ¿Con

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tu hijo?—Ahora no. Os haría correr peligro

a todos. No. No se lo digas ni siquiera aAdosinda. Es mejor que Munuza pienseque sigo en la Bética, huido.

—El secreto no durará mucho… —dice Gadea.

—Si Munuza llegase a saber que soyyo quien le está atacando —le repiteBelay—, se vengaría en mi familia.Arrasaría nuestras tierras. No. Yo y mishombres debemos seguir ocultos enOngar.

—¿Quién te ayuda?—Se han unido a mí las gentes de

las montañas, las del pueblo de mi

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madre. También algunos terratenientesque han sido desposeídos de sus tierrasy ganados. Hace poco llegó Bermudo, elde las tierras de Laviana. Por último, hemandado mensajes a Pedro de Cantabriaque se ha refugiado más allá de Liébana.Pedro nunca ha dejado de oponerse en lamedida de lo posible al invasor. Perofalta alguien… Necesitaríamos el apoyode tu familia.

Gadea habla con pena:—Mi padre ha muerto.—Lo sé —se compadece Belay,

acariciándole el rostro—. ¿Quién mandaahora en Liébana? El valle de Pautes escrucial porque es lo que separa las

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tierras del valle de Ongar de las tierrascántabras hacia el oriente, donde estáPedro.

—Las tierras de mi padre las rigeahora uno de mis hermanos, Arnulfo. Nosoporta a Munuza.

—Deseo que vayas a Liébana. Dique no aguantas la vida aquí y quequieres volver con tu familia paterna,haz correr la voz, que crees que hemuerto.

Al oír hablar de la muerte, ellaasustada le abraza; pero él sonríe,susurrándole:

—Sí. Estoy vivo. Necesito estarcontigo una vez más, pero ya no me fío

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de nadie, ni siquiera aquí en las tierrasde mi familia. —La separó de él, y lamiró con gran amor—. Quieroestrecharte, deshacerte entre mis brazos.Cada día que pasaba fuera de aquí meacordaba del color de tu pelo, de tusojos. Deseaba volver contigo…

Belay enmarca con sus manos lacara pálida de ella. La contempladeseando fijar aquella imagen amadapara siempre en su cabeza. Pasa untiempo. Seguirían siempre así. Depronto, nota junto a él alguien que le tirade la capa. Emite un ruido, como unanimalillo que juega. Belay baja lamirada y en la penumbra de las cuadras

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entrevé un niño de unos tres o cuatroaños, con cabello rubio y de ojos claros,del color de su padre.

Gadea le dice:—Es tu hijo, se llama como tú

quisiste, Favila.El guerrero inclina toda su elevada

estatura hasta la altura del niño, leacaricia el cabello claro y le mira a losojos. El niño se asusta y corre lejos,hasta las cocinas, donde se refugia entrelos fogones y la leña del hogar. Gadeamarcha tras el niño, le encuentra allíescondido. Su madre, suavemente, lehace salir. Favila le pregunta quién esese hombre malo; su madre, al oído, le

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dice que no es malo, que no diga nada anadie. Favila afirma con la cabeza,asegurándole a su madre que laobedecerá, que no dirá nada de aquelhombre. El ama de la casona le pide aBenina, la cocinera, que se haga cargode él y que lo vigile, que no le deje salirde allí, mientras ella tiene la entrevistacon el hombre que ha llegado del Sur…

Después, Gadea regresa adondeBelay se oculta, en la penumbra de lascuadras. Al antiguo espathario real, laspalabras se le acumulan en la bocacontándole lo ocurrido en el tiempo quehan estado separados. Después calla, denuevo la observa como si fuera algo muy

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precioso, la acaricia al principiosuavemente, después de modo salvaje.La desea tanto, ha soñado tantas nochescon estar junto a su esposa, con hacerlade nuevo suya. Sobre los establos, hayun pajar donde se almacena la hierbaseca para la comida de las vacas eninvierno. Suben hasta allí. Se recuestansobre la paja, y allí les une la pasión demodo tan intenso, tan íntimo, tan visceralque les cuesta hasta respirar. El sienteque tiene entre sus manos algo delicado,frágil, que es suyo y que se podríaromper. Ella se encuentra protegida yamada. Disfrutan tanto más con lafelicidad del otro que con el propio

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placer.Cuando el arrebato cesa, acostados

el uno junto al otro, callan unosinstantes. Al fin, Belay le dice:

—Regresa a Liébana, estarás másprotegida allí. Llévate contigo a Favila.No quiero que se quede aquí, me havisto y los niños hablan. Llévate lomejor de la manada de caballos. Losnecesitaremos.

Se abrazan una vez más, no puedensepararse, demasiado poco tiempojuntos tras una espera tan dilatada.

Gadea le acompaña hasta la granportalada en la entrada; después bajanpor el camino que conduce a los pastos.

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Una luna en su cuarto creciente losilumina. Al llegar junto a la cerca,Gadea llama a uno de ellos, el másfuerte, el más resistente. De un salto,Belay monta en el bruto.

Al cabo de un tiempo, se escuchanlos cascos del caballo alejándose deSiero, y simultáneamente Gadea regresaa la sala donde Adosinda la espera. Alpreguntarle quién era el visitante, laesposa de Belay le responde que untratante de caballos, al que ha vendidouno, después de un largo regateo.

Adosinda intuye que su cuñada no leestá diciendo la verdad, que oculta algoy que lo que oculta tiene que ver con

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Belay, se siente postergada. No hablannada más entre ellas.

Al cabo de pocos días, Gadeaanuncia que se irá a Liébana, que no sesiente a gusto y que debe tornar a latierra que la vio nacer. Se llevará aFavila con ella. Adosinda llora defrustración, su sobrino es el futuro de lacasa y no puede soportar que se lolleven.

Las mujeres discuten entre ellas, losgritos de la hermana de Belay seescuchan por toda la casa. Gadea calla,sabe que no puede hablar sincomprometer a su esposo. Se va con lomejor de la manada de caballos y con

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los hombres más fieles, los mejoradiestrados, entre ellos, Toribio.

El hombretón del Sur se despide deAlodia, le dice que espera que algún díacambie de parecer. A la sierva le apenala expresión compungida del capataz,pero no le da esperanzas.

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11

La revuelta en losvalles

Al valle de Liébana llega Gadea con suhijo y unos cuantos criados. Transmitelas ideas de Belay a su hermanoArnulfo, a quien convence para la causade su esposo. Pronto, aquel valle setransforma en un lugar infranqueablepara los hombres de Munuza. En eldesfiladero de la Hermida, único acceso

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amplio al valle y uno de los pocos pasoshacia el oriente de la meseta, comienza aestar dominado por una partida debandoleros. Los pequeños caminos demontaña, difíciles de recorrer, nopermiten la salida hacia el sur de loshombres de Munuza.

Después de Liébana, otros vallessiguen su ejemplo y comienzan acerrarse, impidiendo todo movimiento através de la cordillera. El cruce de losmusulmanes hacia la meseta, hacia elsur, se hace gradualmente impracticable:un valle se cierra, después otro muypróximo y así, uno tras otro. Munuza enGigia se encuentra como en una

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ratonera, rodeado de montañasinfranqueables. Se da cuenta de que susenemigos le van cercando, le cuestamantener el contacto con los hombresdel Sur, con el gobernador de Córduba.No confía en los astures, incluso losgrandes terratenientes de las tierrasllanas, que hasta el momento han sidocomplacientes con el invasor, semuestran reticentes al pago de impuestosy tributos. Munuza cuenta únicamentecon algunos montañeses renegados y conlas tropas bereberes, pero eso no es lobastante como para mantener su poder.

No entiende qué está ocurriendoexactamente en las montañas, ni en las

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tierras llanas. Tiene la sensación de quelo que está sucediendo no es fruto delacaso, de un azar. Que detrás de todoaquel bandolerismo que impregnan susdominios, hay alguien que coordina losataques de forma intencionada y demodo organizado.

Al fin, un espía le revela lo querealmente está ocurriendo en lacordillera de Vindión.

—Mi señor, se han reunido loscántabros y los astures más allá del ríoPiloña. Han jurado que no pagarán mástributos, ni el jaray ni el yizia. Hanelegido un jefe.

—¿Quién?

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—Su nombre es Belay, hijo deFavila, nieto del rey Ervigio. Le apoyaPedro de Cantabria, así como los noblesde la costa y la cordillera.

—¿Cómo…? ¿Ese hombre no estabade rehén en Córduba?

—Dicen que ha huido de la prisión,que en su camino hacia el Norte hareclutado gentes descontentas. No sonmuchos pero están en lugaresestratégicos e impiden el paso a travésde las montañas.

Munuza entiende ahora que lasituación se ha vuelto difícil para él. Supoder, indiscutido hasta el momento,peligra. Salen correos hacia la Bética,

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donde ahora gobierna el hombre fuertedel nuevo califa Al Malik, un hombrellamado Ambassa. En ellos, se transmiteal gobernador de Córduba que lossucesos en las tierras cántabras y asturesson graves. Munuza precisa apoyos delSur, no puede consentir que la rebelióntriunfe, podría propagarse a otroslugares del Norte, sobre todo a lastierras gallegas, ricas en oro, con noblespoderosos descendientes de los reyessuevos.

El emir actual de Córduba perteneceal ala más dura árabe. Desde que enDamasco está gobernando Al Malik, sehan doblado los tributos a los cristianos,

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se han confiscado los bienes a losjudíos, y se trata a los musulmanesnuevos casi como si fueran infieles. Esamisma política opresora alcanza a lastierras hispanas conquistadas, por lo quese producen rebeliones de bereberes enla meseta y en los Campos Góticos. Lasituación en las tierras ibéricas se vahaciendo más y más complicada, inclusopeligrosa; por eso no es posible enviarninguna fuerza de refuerzo al wali deGigia.

El gobernador se encuentra solo conalgunas tropas fieles, y debe tomarmedidas para volver a asegurarse elcontrol del territorio. Ahora ya sabe

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contra quién tiene que dirigir susrepresalias. Debe tomar medidas, y lastoma. Encauza su furor contra la heredaddel jefe de la revuelta, contra las tierrasde Belay, que ahora tienen al frente unamujer valerosa, Adosinda, pero sinningún guerrero ni nadie que la ayude.

Por aquellos días, un hombreencapuchado llega a la fortaleza deSiero, a la casa que rige Adosinda. EsToribio, enviado por Belay. Le informaal ama que su hermano ha sido elegidoPrinceps de las tierras astures, como lofue Aster dos siglos atrás. La elección

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de Belay va a llegar a los oídos deMunuza antes o después; posiblementeSiero será atacado. Toribio le transmitelas órdenes de su hermano: ella y todoslos colonos y siervos de la casa deSiero deben cobijarse en Ongar.

Adosinda se niega.Toribio le suplica que, al menos,

ponga vigías para poder refugiarse atiempo en caso de que se produzca elasalto que todos prevén. Adosindaconsiente en ello, y en una torre alejadade la casona, en dirección a Gigia,apresta a varios hombres que secomunican con la casa a través detrompas o mediante fogatas nocturnas.

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No ha pasado una semana cuando lastrompas alarman al valle de Siero. Unejército musulmán avanza hacia la casa.

Hombres, mujeres y niños escapanhacia los bosques cercanos. Desde allípueden ver cómo los soldados deMunuza saquean la casa, laspropiedades, roban los animales que nose han podido llevar, después entran enla fortaleza y le prenden fuego.

Las llamas se alzan hacia el cielo, unhumo oscuro de olor acre y penetrantecubre todo el valle.

Adosinda se lamenta, desde lo altodel bosque en el que se esconde, al versu casa, la hermosa casona, derruida. A

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su lado, Alodia contempla una vez másel destrozo que la guerra ha causadosobre un lugar en donde ella habíaencontrado un cierto sosiego, una débiltranquilidad. Aprieta la mano de Izar enla suya. La casa de Belay se hadestruido, ella pensaba que quizás undía, allí la buscaría Tariq. Ahora…nunca la encontrará. ¿Adonde van adirigirse?

Junto a ella está Toribio. Se sienteprotegida.

El fuerte guerrero está tambiénconmovido por la destrucción de lastierras de su señor; quizá le recuerden laruina de su propia casa, allá en la

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Bética, en el Sur, la muerte de su esposay de sus hijos.

Al ver la cara de tristeza de Alodia,le anuncia:

—Iremos a Ongar.Sin entender lo que él le está

diciendo, Alodia repite de modomaquinal:

—¿Ongar?—Sí. Es un valle entre montañas,

donde ahora habita mi señor Belay, en élmoran los monjes santos.

Alodia piensa que aquel nombre,Ongar, no le es desconocido. Recuerdaentonces a su hermano Voto, que fuesalvado en Ongar y allí encontró la luz

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del Único. Algo dentro de ella se llenade esperanza, al oír hablar del valleperdido de Ongar, del santuario dondehabita la diosa madre.

Adosinda y los de la casa de Belaydejan pasar unas horas, hasta que lasllamas ya no se alzan sobre la gran casafortaleza que fuera para muchos de ellossu único hogar. Esperan que los hombresde Munuza se alejen del valle. Despuéshombres, mujeres y niños emprendenuna larga marcha, cruzando los monteshacia el valle sagrado de Ongar.

Una nueva vida los espera.

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12

Ongar

A través de caminos reales, veredasrecónditas o marchando campo a través,pesadamente, con lentitud, avanzan losevadidos de Siero. Es primavera peroaún hace frío, el sol calienta débilmente,a menudo llovizna; en los rebordes delos caminos, en las praderastímidamente comienzan a salirmargaritas de primavera, pequeñoslirios.

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A su paso por los bosques, el aguaacumulada en las hojas tras las últimaslluvias, se derrama sobre las cabezas delos que huyen; su paso se hace a menudolento y cansino, retrasado por los niñosde corta edad. Son apenas unas veintepersonas; algunos de los hombres deSiero han abandonado al ama, que ya nopuede protegerlos. Alodia sigue con elama, conduce de la mano a Izar, que nose queja de tan largo viaje.

Hacen noche en el camino, en lasruinas de un antiguo castro, ahora uncorral de animales. Al amanecerprosiguen caminando hacia el este.

Antes del mediodía de la segunda

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jornada, alcanzan la ribera del Sella, ensu confluencia con el río Güeña. Son losllanos de Oms, allí les sale a recibirBelay.

El antiguo Capitán de Espathariosabraza a su hermana, que está consumiday profundamente triste por la pérdida dela heredad de sus mayores. Belay haceque Adosinda suba al caballo junto a ély ambos galopan deprisa por una veredasombreada de robles que se introduce enlas montañas. Desde un alto en elcamino, divisan el valle de Ongar. Lasnieblas matutinas aún lo cubren. Es deun color verde intenso, con praderas ybosques de hoja caduca. En lo alto de

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una colina, en el centro del valle yrodeado de nubes bajas se alza laantigua fortaleza que Belay harehabilitado; parece alzarse flotandosobre la niebla, como si hubiera sidoconstruida sobre el aire.

Las brumas matinales se disuelvenlentamente con el calor del sol, el juegode las nieblas en el bosque confiere alvalle un aspecto encantado como siestuviese habitado por brujas, janas oduendes.

Belay y Adosinda llegan a lafortaleza que domina el valle, desde allíse ve la cueva de Ongar, muy cerca estáel cenobio de los monjes. Un puñado de

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montañeses y godos huidos de lasantiguas tierras del reino de Toledo sehan refugiado allí, obedecen a Belay.Por debajo de la cueva, mana, a cientosde codos de altura, un gran salto deagua. Allí se origina el río de Ongar,que se precipita colina abajo formandopequeñas cascadas y rápidos, a travésde un valle de frondosa vegetación,hasta alcanzar el Sella.

Belay detiene el caballo a la entradade la fortaleza, después ayuda a suhermana a apearse. Al verse en aquellugar que desconoce, Adosinda se echade nuevo a llorar.

—¿Qué te ocurre?

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—Lo hemos perdido todo, tu esposa,esa mujer, ha huido, llevándose a tu hijo,y yo no he podido hacer nada.

Adosinda no cesa de llorar, agotadapor la larga marcha, deshecha por lossucesos luctuosos de los últimos días,dolida por la marcha de Gadea y por lapérdida de Favila.

—Hace dos o tres meses estuve enSiero y me reuní con Gadea. Fui yomismo quien le ordené que se fuese aLiébana y que no te dijese nada. En esemomento, Munuza no sabía que yoestaba liderando la rebelión. Queríaevitar que cuando se enterase tomararepresalias, como así ha sido.

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—¿Por qué no me dijiste nada? Yono te hubiera traicionado nunca, bien losabes.

—Quería evitar que sufrieses, queríaprotegerte.

Belay acaricia el cabello de suhermana. Ella suspira, sin estarconforme con su respuesta.

—Todos los días he rezado por ti alAltísimo pidiendo tu vuelta, creyendo aveces que estabas muerto. La heredad demis mayores es lo que más me importaen la vida. Creí que todo estaba yaperdido.

—Pues no lo está, éstas son lastierras de nuestra madre. También nos

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pertenecen. Esa fortaleza es un antiguocastro donde hace dos siglos habitó elpríncipe de los Albiones, Aster, cuando—como ahora nos ha ocurrido anosotros— destruyeron sus tierras aloccidente, la antigua ciudad de Albión,aquella de las que hablan las baladas.Aquí resistiremos. Éste es un lugarseguro.

A Belay no le parece que Adosindaesté muy conforme, e intenta animarla:

—¡Ven! Te enseñaré el lugar del quevas a ser señora.

La conduce al interior de lafortaleza. Allí no existen lascomodidades de su casa de Siero, los

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colchones y almohadas, los tapices,cobertores y mantas. Tampoco están laantigua vajilla, con las cazuelas,morteros, artesas y arcas. Todo lo queposeía en la casona, Adosinda lo haperdido, por ello continúa protestando,pero al mismo tiempo dispone yaalgunos cambios y piensa enposibilidades de mejora.

Ésta sería su nueva casa,posiblemente más segura que su hogarde Siero donde ha sufrido multitud depenas y agravios.

Le parece que Belay y Gadea la hanmarginado de sus vidas, que ellapretendía controlar. No perdona a su

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hermano que no le haya hecho partícipede su retorno. Rezonga, cuando suhermano le describe las maravillas deaquella fortaleza ruinosa. Pero por otrolado, allí no estará Gadea, que continúaen Liébana, manteniendo a sus hermanosdel lado de la rebelión. Ella, de nuevo,será ama y señora del lugar. Esepensamiento, que reconoce un tantomezquino, le da ánimos. Belay, que laentiende bien, sabe que Adosinda poco apoco se conformará con su situación eincluso que llegará a estar contenta.

Se escuchan ruidos fuera de lafortaleza. Toribio y el resto de loshuidos de Siero han llegado. Belay sale

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con Adosinda a recibirlos, desde tiempoatrás echa de menos a los criadosCrispo y Cayo; también a Fructuosa y ala vieja cocinera Benina, servidumbreque forma parte de su familia, y a losque quiere desde la infancia. Estádeseando verlos.

El valle de Ongar se puebla degentes.

Abrazos y saludos a los antiguoscriados, la alegría recorre los rostros delas gentes al ver a su señor.

Entre toda aquella multitud, depronto, Belay divisa unas faccionesdelgadas y hermosas que le resultanfamiliares, una mujer que lleva de la

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mano una niña de unos ocho años. Miraa Adosinda que está a su lado, comopreguntándole quién es ella.

—Es una sierva huida del Sur.Alodia entonces se dirige a Belay,

su semblante se ruboriza y exclama:—¡Mi señor Belay…!Belay se sorprende:—¿Alodia…?—Sí, soy yo.—¿Cómo has llegado hasta aquí?—Cuando Musa apresó a mi señor

Atanarik, éste me pidió que huyera, medijo que estaría a salvo en vuestrastierras… Que vos me protegeríais.

Belay sonríe:

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—No haría nada más que devolverteel favor que un día me hiciste, cuandoevitaste que me ejecutaran.

—¿Realmente conoces a esta mujer?—pregunta Adosinda.

—Sí. Es la esposa de aquel quecercó Amaia, que destruyó el reino. Miantiguo compañero de armas, Atanarik,que se hace llamar ahora Tariq.

—Llegó al poco de irte —recuerdaAdosinda—. Nos dijo que era esposa deun noble godo. Ni Gadea ni yo lacreímos.

Belay observa, pensativo, a lacriada e intuye en su rostro enflaquecidolas penalidades de los últimos años:

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—Lo es.Alodia no aguanta más.—¿Sabéis algo de mi señor

Atanarik?—¿Le sigues aguardando?—Sí, siempre…—¿A pesar de lo que hizo? —

interrumpe Belay—. ¿A pesar de todo loque ha destruido?

—El destino le condujo, pero yo veoen él al hombre bueno. Os ruego, miseñor, que me digáis si conocéis suparadero, si sabéis si está o no vivo.

—No lo sé. En Córduba, en laprisión, escuché que los conquistadoresTariq y Musa debieron partir hacia

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Damasco, convocados por el califa.Esto ocurrió hace unos seis o siete años.Se dice que allí Atanarik acusó a Musade malversación de fondos; se dice quecayó en desgracia. No ha regresadodesde entonces a Hispania. —Con unacierta compasión Belay prosiguehablando—. Quizás haya muerto.

—¡No! —grita Alodia—. Sé que élvive.

—Quizá sea así —la voz de Belaysuena compasiva.

Adosinda escucha toda aquellahistoria con asombro. Observadesconcertada a Alodia, mientras dice:

—Si es la esposa de un noble, no

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puede seguir sirviendo en las cocinas ycuidando a los animales, como lo hahecho hasta ahora.

Alodia no lo entiende así.—Mi señora, mi lugar es allí. Me

gusta trabajar donde lo he estadohaciendo. Nada ha cambiado por quevuestro hermano verifique mi historia.

—De ninguna manera —le replicaAdosinda—, a partir de ahora estarás ami lado.

La dama sonríe y su rostroendurecido se ilumina, mientras le dice:

—Trabajarás pero de otro modo.—Que así sea —responde Belay.Al fin, se despide de ellas, ha

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sonado el cuerno del vigía en el otrolado del valle y le reclaman sushombres.

Adosinda y Alodia entran en lafortaleza y comienzan a disponer dellugar. La primera medida es organizarlos establos, separando a los animalesde las personas mediante tabiques demadera. La fortaleza es amplia perosolamente tiene un piso. Entre loshombres que han llegado de Siero,Adosinda busca a leñadores ycarpinteros y comienzan a construir unsegundo nivel con un techo de maderasobre las cuadras, como es costumbre enlas casonas del interior. Los animales

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desprenden calor corporal y templan lasviviendas.

No ven a Belay, que pasatemporadas en Liébana con su esposa ysu hijo, o con las tropas que vancreciendo en número y en armamentoacantonadas en el valle de Onís.

En aquel tiempo Munuza envíaalgunas tropas que son rechazadas en lacampa de Onís, sin llegar a penetrar enOngar.

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13

El monje

Las campanas en el cenobio contiguo ala cueva de Ongar doblan alegremente,difunden su son festivo por todo el valle,que hoy ha amanecido sin nieblas, plenode luz. Los campos refulgen verdor, unanube se pierde perezosamente en elciclo. Es domingo, el día primero de lasemana, dies Dominica, el día delSeñor. No hace mucho que los huidos deSiero han llegado al valle sagrado, los

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días se han sucedido saturados demultitud de labores para acondicionar elantiguo castro, las ruinas de la fortalezade Ongar. Alodia, Adosinda y el restode los huidos de Siero no han parado detrabajar, intentando transformar aquellasparedes ruinosas a las que les haconducido Belay, en algo parecido a unhogar.

Al escuchar las campanas, Adosindaordena que todos acudan al santuario aloficio divino a dar gracias por habersalvado sus vidas, nadie se atreve aoponérsele.

Alodia se peina y después arregla asu hija. La niña le pregunta adonde van.

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Suavemente, Alodia le explica quedeben ir a la cueva de los monjes, queallí ocurrirá un milagro.

—¿Qué es?—Algo mágico. No puedo decírtelo.La niña abre sus ojos de color

verdoso con admiración, Alodia se ríeante la expresión de su carita.

Adosinda dispone que Alodia y suhija vayan con ella. La sierva no hadejado de trabajar en las faenas delcampo, pero desde que el ama de Sierosabe que su historia es verdadera, queno existe nada vergonzoso en su pasado,la tiene en mayor consideración.

Además, Adosinda se ha encariñado

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con Izar. La toma de la mano y sube porlas escaleras esculpidas en piedra queascienden hasta el santuario. La niña vasaltando al lado de la noble dama.Alodia las sigue ligeramente detrás.

En la cueva se entrevé la toscaimagen de una virgen con un niño enbrazos, a Alodia le recuerda a la diosamadre de su pueblo y le dirige unasencilla plegaria. Pide lo que siempre leha pedido, que Atanarik esté bien, quealgún día regrese junto a ella, queconozca a su hija, que la herida de sucorazón se cierre.

Los monjes avanzan entonandohimnos por detrás de las mujeres a

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través de un pasillo en la roca. Elantiguo canto de la liturgia visigodaeleva el alma al cielo. Alodia estáarrodillada, cierra los ojos paraimbuirse más profundamente de lamúsica sagrada, el que dirige laceremonia comienza a hablar usandopalabras latinas y griegas con una vozlejana y profunda.

Hagios, Hagios, HagiosDominus Deus, rex aeterne,Tibi laudes et gratias

Bruscamente, asustada, Alodia abre

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los ojos. Frente a ella, dirigiendo losrezos, hay alguien muy querido, unapersona a la que le debe todo, unhombre al que le unen lazos de sangre:es su hermano Voto.

La antigua sierva palideceintensamente. Se estremece, Adosinda seda cuenta de que algo ocurre. Ella niegacon la cabeza, asegurándole que no lepasa nada, mientras intentarecomponerse.

La ceremonia prosigue, Voto noreconoce a su hermana, tan concentradoestá en el oficio divino. Entonces, elevael cáliz pronunciando las palabrassagradas.

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Alodia mira al cáliz, la antigua copade ónice, que se ha guardado durantemás de dos siglos en las montañas delnorte de Hispania, la copa a la que nohan llegado los hombres de Musa, lacopa que ha hecho que ella se separe deAtanarik.

No puede retirar la vista de la copade ónice sobre el altar. La ceremoniaprosigue pero Alodia solamente estápendiente de la copa sobre el ara. Llegael momento de la comunión. El monje dade beber del cáliz a los presentes, alllegar a Alodia, se turba y le tiembla lamano.

Acabada la liturgia, los monjes se

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dirigen según el ceremonial formandouna hilera, con recogimiento hacia elconvento. Alodia cierra los ojos,intentando reflexionar sobre lo que haocurrido. Al salir los celebrantes, lagente comienza a hablar en susurrosdentro de la iglesia.

Adosinda pregunta a Alodia por losucedido, ella todavía conmocionadarepite una y otra vez:

—¡Mi hermano! ¡El cáliz…!—¿Qué dices?—El monje que celebra es mi

hermano Voto, hace más de diez añosque no le veo. Tiene con él la copa.

—¿Qué copa?

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—La copa de la salvación. Deboverle.

Mientras se dirigen hacia el lugardonde habitan los monjes, Alodia vatemblando sin pronunciar palabra,Adosinda la acompaña con la niña de lamano, las dos mujeres atraviesan elpasillo labrado en la roca y se dirigenhacia el interior.

Al llegar a la puerta del monasterio,un monje espera a Alodia en la puerta.

Es Voto.Los dos hermanos se abrazan.Alodia llora, llora tanto como no ha

llorado nunca antes en su vida; laslágrimas le caen por las mejillas, sin

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que pueda retenerlas. Solloza. Los añosde penalidades pasados desde que erauna niña en la aldea, todos sussufrimientos, retornan una y otra vez a sumente al encontrarse con Voto. No escapaz de dejar de llorar. Voto la abrazade nuevo, para consolarla.

Izar, al ver a su madre de aquelmodo, le dice:

—¡Madre, no llores!—¿Tu hija? —le pregunta Voto.—Sí.—¿Estás casada?—Sí.—¿Eres cristiana?—Lo soy de todo corazón.

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—¿Su padre?—No lo sé, quizás haya muerto, está

lejos… El espíritu, aquel espíritu defuego del que te hablé años atrás, mecondujo hasta él.

Adosinda coge a la niña de la manoy se la lleva, discretamente desaparece.Es necesario que los dos hermanoshablen a solas.

Fuera del cenobio hay una granbancada de piedra. Allí, uno junto alotro, se sientan Alodia y Voto. No sabenpor dónde empezar. Es Alodia quientoma la palabra, necesita desahogarse.El monje escucha atentamente suhistoria, la historia de Tariq, el hombre

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al que ama.Al fin ella acaba, diciendo:—Aquel que me guió a la luz se ha

convertido para mí en tinieblas y dolor.Voto calla y recuerda. Hace unos

seis años hubo de huir de la cuevadonde moraba en el Pirineo. Recordabaa aquel hombre…, ¿cómo olvidarlo? Elque dirigía las tropas que asaltaron laermita. Más tarde por Eneko supo queaquel hombre se llamaba Tariq, y era elconquistador del reino de Toledo.Ahora, por las palabras de Alodia,descubre que aquel mismo hombre era aquien amaba su hermana, el mismohombre a quien muchos años atrás,

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Alodia fue conducida por la luz delEspíritu. Voto penetra en los entresijosde los corazones, posee una profundaintuición que le hace capaz de presagiarel futuro; por eso, con seguridad plena,le confía a Alodia:

—En el corazón del que amas hayuna herida profunda, busca la copaporque deseaba curarse del odio que ledestroza las entrañas.

Alodia se asombra al oír aquellaspalabras.

—Entonces… ¿Lo has visto? ¿Leconoces?

—Sí. Sus tropas irrumpieron en laermita del Pirineo, sólo quería una cosa:

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la copa. No podía dársela. Pude huir ylogré llegar hasta este lugar donde elcáliz está a salvo, donde Liuva la guardódurante muchos años. Eneko me ayudó.

Al oír aquel nombre, Eneko, laantigua sierva abre los ojos sorprendida.Recuerda a Eneko, uno más del poblado,mayor que ella. Eneko procede de unade las familias más nobles de las tierrasvascas, seguidores de la religión deArga.

—¿Eneko? ¿Te refieres al pagano?¿Al pariente de la sacerdotisa Arga?

Voto le sonríe, poniéndole alcorriente del pasado.

—Desde que te fuiste, muchas cosas

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cambiaron en el poblado del Norte, enlas tierras de nuestros mayores. Tras tuhuida se decidió que una doncella,escogida al azar, asumiese el papel devíctima del sacrificio. Nadie queríaentregar a su hija para tal horror. FueEneko quien se enfrentó a Arga y serebeló contra la antigua religión. Pocotiempo después, una hijita de Enekoenfermó. Se decía que había sido Argaquien le había causado el mal de ojopara vengarse de su padre. Enekoadoraba a aquella niña y vino a mícargando con su hijita en los brazos.Hice que la niña bebiese en la copa dela salud. La niña se curó. Eneko se hizo

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cristiano y gran parte del poblado lesiguió. En aquel tiempo, Arga sufrió unamisteriosa enfermedad y murió. Hayquien dice que fue de tristeza, al ver quesu pueblo abandonaba el culto de ladiosa madre… No hubo una nuevasacerdotisa. —Voto la miró—. Lasacerdotisa deberías haber sido tú,Alodia, y tú no estabas. Los hombres delpoblado eligieron como jefe a Eneko. Senecesitaba a un guerrero, porque lastropas del rey Roderik comenzaron aasolar de nuevo las tierras vasconas.Eneko venció en muchas batallas, y losmontañeses le siguieron, le aceptaroncomo cabecilla. Eneko creía que sus

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victorias y la curación de su hija se lasdebía a la copa de poder; por eso laprotegía y siempre había montañesesque vigilaban la cueva. Cuando fuiatacado por los musulmanes lideradospor Tariq, Eneko y sus hombres mesalvaron. Me di cuenta de que la cuevadel Pirineo ya no era segura y entendíque debía regresar a Ongar. Eneko meacompañó pero me hizo jurar quecuando tornase la paz a la cordillerapirenaica debería regresar al poblado, alas tierras de los baskuni.

Voto se detiene unos instantes,después prosigue, hablando lentamente:

—Ese tiempo aún no ha llegado.

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Ahora, Belay me necesita aquí.—¿Belay…?—Sí, él protege este lugar sagrado y

la copa de poder.—¿Algún día regresarás al poblado?—Sí —le contesta Voto—, pero

ahora no puedo, el camino es peligroso.Creo que debo permanecer aquí. Elespíritu que me guía me lo confirma.Hice bien en volver. Siento que ahora seestá cumpliendo la antigua profecía.

Mientras Voto calla unos instantes,Alodia le observa con curiosidad,deseosa de conocer la profecía, pero sininterrumpirle. Él se detiene recordandoaquel tiempo, lejano ya para él, cuando

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descubrió un ermitaño en una cueva, unanciano moribundo que le reveló unsecreto y le encargó una misión.

—Recuerdas que encontré la copaen las manos de un ermitaño en suagonía. Aquel ermitaño era un monjeque se llamaba Liuva. Hace muchos,muchos años, cuando el monje Liuvahalló la copa, hubo un milagro, vieronun hombre muerto que volvía a la vida.La aparición habló al corazón a cadauno de los que la habían encontrado. Auno de los allí presentes le reveló unaspalabras misteriosas: «Llegará untiempo en el que todo se derrumbará, lasalvación vendrá de las montañas

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cántabras», ese hombre era unantepasado de Belay, se llamaba Nícer,hijo de Aster. La aparición también ledijo a Nícer que la salvación vendría através del hijo de sus hijos. Por sumadre, Belay es el único heredero deAster, el mítico fundador de las tribusastures, quien originó su estirpeuniéndose a una jana. En estas tierras losderechos se transmiten por vía materna.Estoy convencido de que Belay es esehombre que traerá la salvación a lasmontañas. Siento que debo permanecer asu lado, ahora que se decide el futuro deestas tierras. Belay me necesita aquí,con él.

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Alodia observa a Voto, su faz revelauna vida de rigor y penitencia. ¡Cuántohabía cambiado desde que años atrás lehabía hablado de la luz del ÚnicoPosible! Alodia pone su mano sobre lasdel monje, como para apoyarle y darlefuerza. Los dos hermanos guardansilencio unos minutos, al cabo de untiempo es interrumpido por la voz deAlodia.

—Es algo insólito que hayamosllegado aquí, que nos hayamosencontrado en este santuario entremontañas…

Voto sonríe. El ve algo escondido enlos sucesos de la vida, algo regido por

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el Todopoderoso.—No existe el acaso, no existe el

azar. Estamos gobernados por un Diosque es Padre, que cuida de nosotros. Túme necesitabas en la oscuridad, en lanoche de tu soledad. Yo debía recordaren ti el pasado.

La antigua sierva, la que pudo ser lasacerdotisa de la diosa, advierte que suhermano no se halla totalmente en estemundo, su vida le ha conducido a estarsituado entre el cielo y la tierra, entre lomaterial y lo espiritual. Voto ve másallá, a través del tiempo y del espacio,por eso le pide consejo.

—¡Hermano mío! ¿Qué debo hacer

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ahora? Estos años he esperado en lacasa de Belay, Tariq me dijo que meocultara allí, que un día volvería a pormí y a por nuestro hijo. Ahora hemosllegado a este lugar perdido donde élnunca me va a alcanzar. Sé que no hamuerto, algo me lo dice en lo másprofundo de mi alma. Mi hija necesita asu padre, ¿debería irme otra vez?,¿debería buscarle?

—Tienes que aguardar. Si el Diosprovidente quiere que le encuentres, tuesposo volverá…

—Yo le pido al Altísimo que se curede la herida que daña su corazón y lepido al que todo lo puede que Tariq

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regrese, que regrese sano y salvo.Voto apoya la mano sobre el cabello

de ella, en los ojos de Alodia brilla denuevo la tristeza.

Al fin, el monje le confía a suhermana:

—La guerra se acerca incluso aestas montañas en paz, del resultado deuna pequeña batalla en un lugar perdidodependerá el futuro de muchas gentes.

—¿Qué puedo hacer yo?—Tú y yo somos los guardianes de

la copa. Tú has sufrido al protegerla contu silencio. Yo llevo su carga, que aveces se vuelve demasiado onerosa.

Se escucha una campana, convocan

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al monje a proseguir sus oraciones. Votose levanta pesadamente, es ya mayor, noun anciano pero sí un hombre desgastadopor la vida de penitencia. Alodia lecontempla mientras se aleja, inclinadohacia delante, como llevando el peso delos pecados de los hombres sobre susespaldas, el peso de la codicia, de laintemperancia y de la violencia.

Después Alodia regresa hacia lafortaleza donde vive con su hija. Allí laespera Adosinda, que la abraza alllegar.

Muchos domingos después de aquelprimero, Alodia se encuentra al monje,que le habla del cielo, de la felicidad

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última y de un Dios bueno. El alma de lasierva encuentra un cierto sosiego, peropara Alodia la dicha no existe de modocompleto lejos de Atanarik.

El tiempo transcurre lentamente,pasan al menos dos años en los queBelay va fortaleciendo sus dominios,muchos astures y cántabros le apoyan,ven en él su esperanza. Poco a poco, sehace fuerte y abandona Ongar, se asientaen una antigua villa romana en la campade Onís, junto a la desembocadura delGüeña en el río Sella. Allí acuden consus quejas y pleitos los astures y

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cántabros. El prestigio de Belay vacreciendo. Junto a él regresa Gadea, queespera otro hijo. Adosinda permaneceen la fortaleza de Ongar. No quierevolver con su cuñada Gadea, y Ongar noestá lejos de lo que ella más quiere eneste mundo: los hijos de Belay, quecontinúan su estirpe: el linaje dellegendario Aster y la reina innombrada;la estirpe de la casa real de los Balthos.

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La batalla de la Cova deOngar

Una vez más, las banderas árabes sedirigen rumbo al Norte, recorriendo lastierras llanas de campos baldíos,inmensurables. Surcan una meseta deejidos vacíos, de viñas y olivos sinlabrar por la guerra. Bordean robledalesy pinares. Atraviesan rañas de encinas ypraderas de cereal, donde los ciervos

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huyen a su paso. Sí. Las tropas islámicascruzan ríos y suben cordilleras. Avanzansin detenerse. Atrás, en las llanurascercanas a la Oróspeda, han destruidocampamentos bereberes que se hanalzado frente al poder omnímodo delcalifa. Apresan cautivos, tropas derefuerzo para la guerra que se avecinaen las montañas cántabras. Las gentes dela tribu bereber se refugian en losbosques. El poblado de cabañas demadera que, con tanto esfuerzo habíanconstruido, ha sido saqueado por lastropas árabes. Se han llevado a un hijode Samal, su madre Yaiza llora lapérdida.

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El ejército musulmán atraviesa elTorio y el Benesga, pasando cerca delas murallas de la antigua ciudad deLeggio, semirruinosas desde lascampañas de Tariq y Musa, unos diezaños atrás. Franquean el páramo cercanoa Leggio, se dirigen a Gigia a ponerorden en las tierras cántabras. Al fin, elwali de Córduba, Ambassa, responde alas llamadas insistentes de Munuza,gobernador de Gigia.

Desde el páramo, las tropas árabescontemplan la barrera de montañas quese alza, enhiesta ante ellos,dificultándoles el paso hacia la costa.Las estribaciones de la cordillera,

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cubiertas de arbolado o matorral,forman un complicado laberinto devalles cortados, retorcidos a veces, sinsalida posible otras, en los que elenemigo puede impedirles el paso. Losmontes, hendidos por la corriente de losríos, intentan unirse unos a otros en lascumbres.

Ahora, las tropas árabes hanalcanzado un valle tortuoso entre cimasaún nevadas. Se oyen los cánticos, losorgullosos gritos de los soldados. Lashordas musulmanas nunca han sidoderrotadas, su Dios va con ellos.

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«No hay más Dios que Allah, yMahoma, su profeta.»

En las angosturas de las montañas,este grito resuena una y otra vez,repetido por el eco. Cuando cesa, no seescucha el ruido de los pájaros ni losrumores de la Naturaleza. Los árabessospechan que son observados desde lasalturas. A veces se escucha una trompa,alguien avisa a algún otro; desde unvalle hasta el siguiente. La mirada de loshombres de África se detiene ante lospeñascos grises moteados de verdín, unaenorme muralla defensiva que se pierde

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hasta donde llega la vista. De cuando encuando, en la roca, crecen arbustos eincluso algún haya que se bambolea conlos vientos. Una cresta de piedra semejala espina de un dragón dormido.Atraviesan la región de cimas altísimas,país de breñas y de nieblas, de tajoshondos, de gargantas cerradas o de ríostorrenciales. Las nubes oscuras,amenazadoras, cruzan la cordilleracántabra, formando figuras de aspectomaligno sobre los riscos. Muchos de loshombres que provienen del Sur seestremecen presintiendo un destinoaciago, un mal augurio.

Encaran un viento salvaje y fuerte,

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que mueve las crines de los caballos ylas túnicas de los hombres. Hombres acaballo, aguerridos en mil luchas,infantes a pie con lorigas de cuero ycascos puntiagudos. Su señor, el generalAl Qama, les precede en un caballo depelaje oscuro al que le cuesta avanzarentre los peñascos. El general no lespermite detenerse un instante, marchantodo lo deprisa que pueden en aquelloslargos días del principio de primavera.

Los riscos, inabarcables por lamirada, van quedando en la retaguardia.Ahora cruzan laderas pobladas derobles, hayas, castaños, alisos,abedules, espinos, helechos y grosellas.

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Los valles en la falda de la cordillerason más amplios y hondos. Han llegadoa tierras de praderas y bosques, dondeen las laderas de las montañas sebalancean los antiguos castrossemiabandonados, caseríos y aldeas.

Los espíritus de capitanes árabes yguerreros de múltiples lugares seesponjan, cuando dejan las montañasatrás y alcanzan la gran llanura costerade clima húmedo y más templado,tierras donde florecen higueras ylaureles, junto a robles, nogales ycastaños. Han llegado a los vallesabiertos cercanos a la costa, llanuras depomares fecundos, de vacadas y pastos.

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Al fin, ante ellos se extiende el marcántabro, picado por la marejada. Es undía de sol, en el que las aves marinasplanean sobre la costa, con gritos de unllanto antiguo. Frente a los guerrerosllegados del Sur se abre una bahía,enmarcada por dos grandes salientes enla costa. En uno, los restos del antiguopoblado de los cilúrnigos, el castro deNoega; allí, el humo asciende entre lascabañas circulares o cuadradas. En elotro extremo de la bahía, sobre un cerro—el cerro de Santa Catalina— que, alsubir la marea, queda aislado de lacosta, se alza Gigia, ciudad romana.Apoyado en el cerro y hundiéndose en la

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bahía está el puerto.El gran ejército de Al Qama acampa

en la llanura costera y paraaprovisionarse asalta las villas romanascercanas a la ciudad. En aquelloscampos asolados, Al Qama ordena quese disponga un campamento para lastropas, después se dirige a la antiguaurbe romana. El promontorio de laciudad de Gigia está ahora accesible, habajado la marea, una lengua de arenaune el cerro de Santa Catalina con elcontinente.

El árabe sube por la cuesta queconduce a la ciudad acompañado de suscapitanes. Las puertas de la gran

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alcazaba, que siglos atrás fue unafortaleza romana y después residenciadel gobernador visigodo, se abren antelos oficiales árabes. Munuza se sienteintimidado por Al Qama. El gobernadorde Gigia es un bereber que, tiempoatrás, fue apoyado por Musa. Ahora,Munuza no tiene ningún valedor en lacorte cordobesa. Sabe que va a recibirmuchos reproches y pocos parabienesdel general Al Qama, un hombre de pieloscura, con cicatrices que le atraviesanel rostro. Vacilando, con vozentrecortada, Munuza expone lasituación de las tierras que gobierna:

—¡La bendición de Allah sea

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contigo! Doy gracias al Todopoderosode vuestra presencia en estas tierrascántabras. Al fin habéis venido, llevomás de dos años solicitando ayuda. Losastures se han fortificado, junto a ellosse han refugiado algunos godosescapados del Sur. Nos acosan en unacampaña de guerrillas. Su táctica es lade atacar a los carros y convoyes quesalen hacia la Bética, e impedir el pasode los que desde el sur atraviesan lasmontañas hacia el mar cántabro. Nosahogan…

La voz de Al Qama es dura ehiriente cuando le interrumpe:

—No has sabido hacerlo. No has

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sabido ahogar a la víbora en su cueva.Requieres las tropas del califa, quedeben resolver asuntos más importantesque unos cuantos rebeldes en lasmontañas.

Munuza inclina la cabeza,suavizando las quejas:

—Todavía controlamos en parte lasituación, los rebeldes no son capacesde enfrentarse abiertamente a lasvictoriosas tropas del Islam. Muchasvillas y poblados siguen sometidas alpoder del califa y no se atreven a eludirel pago de impuestos…

Al Qama se enfurece, le disgusta laineficacia del gobernador de Gigia, por

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lo que le responde airadamente:—El pasado año no llegó ni un solo

sueldo, ni de oro, ni de plata, a la cortede Córduba. Esos caudales son de laumma, del Islam. Ambassa está muydisgustado por tu cobardía. Se necesitanesos recursos para continuar lascampañas frente a los politeístas… Sontiempos difíciles para la conquista,muchos se rebelan a la par en diversoslugares.

—Sí, mi señor —afirma con tonohumilde Munuza.

Al general Al Qama le irrita laactitud servil del gobernador, al queconsidera un incompetente. Ahora será

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él quien tome la iniciativa, quien dirijauna nueva ofensiva; por eso, le preguntasobre quién dirige la revuelta en lastierras cántabras, y dónde se oculta.

—La cabeza de todos es un talBelay. Fue espathario de Roderik,procede de estas tierras, su familiaposee aquí un gran prestigio. Cuandoregresó del Sur se refugió en el lugarque ellos consideran sagrado: Ongar, unvalle inaccesible en las montañas. Pocoa poco, se ha hecho fuerte y se haasentado en la comarca del Sella,ocupando las tierras de Onís, en unaantigua villa romana que ha fortificado.Me han llegado noticias de que le han

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nombrado Princeps de los astures, algoasí como su señor. Ahora, losmontañeses acuden a él, que actúa comojuez, dirimiendo pleitos entre ellos, eincitándoles a no pagar los tributos. Haconseguido que la cordillera seainfranqueable, su prestigio crece de díaen día…

—¿Quiénes le apoyan?—A Belay le apoya Bermudo, un

Rumi de las tierras de Laviana, y Pedro,señor de Cantabria. Los rebeldes se hanrefugiado en los valles abruptos de lasmontañas de Vindión. Nos tiendencontinuamente emboscadas, es muydifícil atravesar la cordillera.

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—¿Mantenéis el control sobre lastierras llanas?

—Sí, pero ese hombre las atacacontinuamente. El tal Belay es imposiblede atrapar. Hay muchas gentes que, ensecreto, lo apoyan. Nunca se enfrentadirectamente en campo abierto sino quenos atrae hacia lugares inhóspitos y nosdestroza. Cada vez es más fuerte. Unosmeses atrás, asaltó el convoy con lostributos del último año… fue por esopor lo que no llegó ni un diñar aCórduba.

El general Al Qama le observadespreciativo:

—Veo que no eres capaz de destruir

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las madrigueras de la víbora. Para ellohay que enfrentarse directamente yextinguir en su raíz cualquier foco deresistencia. Todas las villas que rehúsenpagar el tributo serán consideradasrebeldes y serán arrasadas. Hay queprovocar el miedo entre las gentes.Después, le plantaremos cara a ese asnosalvaje, le iremos arrinconando hastaaniquilarle.

Al Qama emprende una campaña deterror, de destrucción y de pillaje. Elgran ejército proveniente del Sur, juntocon las tropas de Munuza, destruye una a

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una las zonas en las que se sospecha quehay resistencia. Comienzan con lasvillas cercanas a la costa, las alquerías,los puertos pesqueros; después, valletras valle, penetran en el interior y losrebeldes van cayendo en sus manos.Después, río Sella arriba, se encaminanhacia la villa romana que Belay hafortificado. Cuando los vigías de lospasos comunican a su señor el avance delas tropas musulmanas hacia Onís, elpríncipe de los astures traslada a Gadeay a sus hijos al valle de Liébana, dondepiensa que estarán más seguros bajo laprotección de la familia de Ormiso y delduque Pedro.

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Belay envía a sus hombres a pedirayuda a las gentilidades que duranteaños han vivido ajenas al destino de losgodos, ocultas en la cordillera. Esperaque acudan a la llamada del heredero deAster.

Los árabes, al avanzar, queman yarrasan las tierras de Onís, cercan lahermosa casona de Belay, casi unafortaleza, junto al río Sella. Dentro deella se organiza una tenaz resistencia;los rebeldes se fortifican. El ejércitomusulmán utiliza para rendirlosmáquinas de guerra: grandes arieteshoradan los muros firmes que rodean lavilla, y catapultas incendiarias lanzan

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bolas de fuego sobre la morada deBelay. Las llamas se alzan al cielo, quese cubre de un humo oscuro. El príncipede los astures entiende que la derrota esinminente y es entonces cuando sucuerno de caza resuena en retirada.

El descendiente de Aster, comotiempo atrás lo hiciera su antepasado, seinterna en las montañas, buscando elrefugio inaccesible de Ongar. En aquellugar sagrado, Adosinda y los fieles a lacasa de Belay les acogen, reciben a unoscuantos guerreros heridos, tan sólo unoscentenares, los restos de la resistencia alos invasores árabes. Hombres que hanperdido ya una batalla en campo abierto,

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en la campa de Onís, hombresdesmoralizados y heridos. Belaycabalga al frente, con el cabello clarotiznado de hollín, magullado, con lasropas manchadas de sangre, está llenode melancolía, se sabe vencido, en sucorazón no cabe ya la esperanza.

A llegar a la fortaleza de Ongar,derrotado y entristecido, Adosinda seabraza a su hermano intentando darleánimos. El le relata lo ocurrido.«Resistiremos», afirma con decisiónAdosinda, pero ella sabe bien quecualquier oposición es imposible.Disponen a las tropas en lugaresestratégicos del baluarte y aguardan la

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llegada de las tropas sarracenas.Desde la altura de la fortaleza que

flota entre neblinas, divisan en el fondodel valle a los islámicos que avanzangritando palabras en una lengua extraña,seguros de su victoria.

Los ismaelitas rodean los fuertesmuros de Ongar. Los alaridosininteligibles, cargados de sonidosguturales, de los musulmanes aterrorizana los moradores del reducto. Vistosdesde las murallas, los árabes parecenun enjambre de pequeños animales depresa que se mueven de formaamenazadora. Sitúan catapultas bajo lafortificación, y comienzan a lanzar

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enormes piedras contra las murallas, quese abren y van cayendo. Los muslimespenetran en el interior del baluarte,emitiendo gritos salvajes.

Al llegar al patio central, rodean aAdosinda, que se defiende bien con unalarga guadaña. Toribio le grita que debeirse y la conduce hacia fuera, hacia eltúnel que, labrado en la roca, acaba enla cueva. Antes de abandonar lasparedes de la que ha sido su morada enlos últimos meses, puede ver cómoagarran a una mujer por los cabellos, esFructuosa, el ama que ha criado a Belay.No puede auxiliarla.

A Alodia sólo le importa una cosa,

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su hija Izar. Agarra fuerte la mano de laniña y huye con ella hacia la cueva,hacia el santuario, quizás aquelloshombres respeten el lugar sagrado. Losarqueros y los guerreros de Belayamparan la huida de las mujeres y losniños por el túnel que conduce hacia lacueva de Ongar. Desde la montaña, en laentrada del túnel, uno de los hombres deBelay provoca un desprendimiento detierras que impide el paso de losismaelitas.

Después, todos los que quedan fuerade la cueva suben por la escalera demadera que conduce al cenobio de losmonjes y se refugian en aquella

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oquedad, elevada en lo alto, como suúltima posibilidad de salvación. Elúltimo que llega es Belay. Es él mismoquien, a golpe de espada, destruye laescala que constituye ahora el únicolugar de acceso a la gruta.

En el interior del repecho bajo laroca, las gentes lloran y rezan a aquellafigura que a Alodia le recuerda a ladiosa madre. En la abertura de la cueva,mirando la masacre que han ocasionadolas tropas musulmanas, examinando ladestrucción de la fortaleza de susantepasados, se halla Belay. Su rostroensombrecido muestra signos deangustia y de pesar, no puede soportar

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ver el desastre. Adosinda está con él,con la mano le estrecha fuerte un brazo,intentando indicarle que debesobreponerse a la derrota. Él respirahondo, tratando de liberarse de laangustia que le atenaza el corazón.Transcurren unos segundos en los quemira fijamente a sus enemigos, sinverlos, abstraído por el dolor de laderrota. Un ruido le hace volver en sí,son sus gentes que rezan, suspiran ylloran junto a la imagen en el fondo de lacueva. Volviéndose se acerca a todosellos, que rodean la imagen pidiendo unmilagro. Él, que nunca ha sido unpiadoso creyente, en aquel momento de

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gran necesidad, mira a la imagen y ledirige también una súplica.

A su lado aparece Voto, lleva unacruz en una mano y la copa sagrada en laotra, le dice:

—¡Vencerás!—Se ha perdido todo, debería

rendirme.—¡No! ¡Arrodíllate!Belay se arrodilla.Voto le bendice con una cruz

sencilla, dos palos entrecruzados.Después le hace beber el vino de lacopa.

—Ésta es la copa del bien y de lasabiduría. Pídele a Dios la victoria.

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Belay así lo hace y pide la victoria.Una nueva fuerza le llena. Ladesesperación cede, comienza a dirigirla batalla de un modo distinto. En laabertura de la Cova de Ongar dispone alos arqueros. Después hace que Toribio,acompañado de otros hombres fuertes,derriben una de las paredes del cenobiode los monjes. Con las piedras de lapared consigne proyectiles, que sonarrojados hacia los invasores pormujeres e incluso por los niños.

Izar disfruta lanzando las piedras,una flecha se clava detrás de la niña.Alodia angustiada grita, ordenando a suhija que se sitúe atrás, en el fondo de la

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cueva, sin moverse de allí.Los árabes, desde abajo, les

acorralan con más flechas y más piedraspero, muchas de ellas, por la fuerza dela gravedad, son devueltas a los que lasenvían. Los de la gruta empiezan a decirque es un milagro. Cede en algo elpesimismo que envuelve a los cercados.

Adosinda, desde la altura de laoquedad en la ladera del monte Atiseba,fija la vista en las minas de la fortalezade Ongar, los musulmanes han destruidola casa que había organizado con tantoesfuerzo en los últimos meses. No haytiempo para llorarla, la situación se havuelto crítica. El ama de Siero se

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convierte en un guerrero más.Los moros ascienden con escalas.

Son rechazados una y otra vez. Cae lanoche.

Al amanecer, el territorio bajo lacueva ha sido ocupado por las tiendasislámicas, que se asientan en todo elvalle, en la destruida fortaleza de Ongar.

Las gentes de Belay se instalan alláarriba, en la cueva en las alturas. Notienen víveres, poco pueden comer si noes la miel de las colmenas asentadas enlas rocas. Desde la cueva, la lluvia,omnipresente en las tierras del Norte, loempapa todo, forma una cortina que, dealguna manera, aísla a los refugiados en

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la cueva. Tras el agua de la lluvia, frentea ellos se alza la montaña, un bosque derobles y helechos. Continuamenteescuchan la cascada que mana bajo lacueva con un ruido rítmico ycadencioso. En la cueva de Ongar, eltiempo transcurre entre suspiros, vocesquedas y rezos.

Ha anochecido, más pronto que otrosdías, por la lluvia que todo lo oscurece.Belay reposa a un lado de la gruta, juntoa la gran oquedad de entrada; no puededormir. Le parece que aquello es unsuicidio en el que muchos van a morir.Quizá debería pactar y salvar a su gente.Sin embargo, algo le dice que no debe

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rendirse. Quizás en el cáliz de ónice hayuna fuerza que le da esperanza. Pasanlas horas, un viento suave borra lasnubes del cielo y, en el firmamento, lasestrellas giran en una noche clara, deambiente límpido tras la lluvia. Al piede la cueva, Belay divisa las luces delcampamento enemigo. Intuye que puedeaún resistir, que debe hacerlo. Piensaque no están solos, los hombres deBermudo, Pedro, tantos pequeñosterratenientes, tantos hombres libres,tantos siervos están de su lado. Todosquieren vivir en paz, pero para ellodeben vencer al enemigo. Una luz sehace en su mente: ellos, las gentes

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refugiadas en la Cova de Ongar, retienenallí al ejército del califa, son el señueloa las fuerzas sarracenas. Un puñado dehombres ha puesto en jaque a todo elejército musulmán, que no ataca el restode las tierras cántabras. Sin embargo,necesitan ayuda.

Reclama a Crispo, un hombrepequeño y ágil, de mediana edad, unhombre que le es fiel. Amanece una lunarojiza en el horizonte, apagando el brillode las estrellas. La noche se torna másclara. Entonces le confía a Crispo sumisión, pedir ayuda entre las gentesafines a su casa, convocar a Bermudo ya Pedro. En la claridad del plenilunio,

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Crispo es izado sobre la roca que formala cueva y trepa la ladera del monteAuseba. Sólo tiene una idea: llevar acabo pase lo que pase el encargo deBelay. Buscar auxilio entre los hombresque no quieren pagar impuestosabusivos, que no desean que susesposas, hermanas e hijas sean vendidascomo esclavas, que buscan mantener suscostumbres y su forma de vivir. Sí, tieneque convocar a aquellos que desean lalibertad para las tierras astures.

Transcurren varios días. Losasediados recogen el agua de las rocas,comen las plantas que crecen en laabertura de su refugio. No se rinden. Las

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tropas musulmanas se hartan de laresistencia de aquellas gentes indómitas.

Una mañana, un hombre se adelanta,es Al Qama.

—Nos iremos si nos entregas lacopa.

Belay se sorprende al darse cuentade que el general árabe sabe que allíestá la copa.

—No se de qué me hablas, aquí nohay más copa que la que utilizan losmonjes para el culto divino.

—Sé que allí se guarda una copasagrada de ónice, una joya preciosa degran valor.

—No está en mi mano dárosla,

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pertenece a los monjes de Ongar.Desde abajo, Al Qama le grita:—Ríndete, no sois nada más que

unos pocos hombres, ¿cómo vais aoponeros al ejército del califa? Unejército mayor que el que os destruyó enel Sur.

—Entre mis hombres no hay ahoratraidores como los hubo en el ejércitode Roderik, como los hubo en Waddi-Lakka, no somos muchos pero osllevamos ventaja.

Al Qama se ríe en sus narices:—¿Qué ventaja podéis llevar?La voz poderosa de Belay se

escucha por toda la explanada junto al

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río, en el valle de Ongar.—Poseemos la copa sagrada,

confiamos en el Dios de Voto, en laimagen de la Cova de Ongar.

El general árabe se retira más alláde la roca. En los días anteriores hanllegado catapultas capaces de lanzarpiedras de gran tamaño a mucha altura.Las disponen bajo la cueva. Entonces,comienzan a lanzarlas. Ninguna llegahasta arriba. De modo sorprendente, losproyectiles rebotan en las rocas, y caensobre el ejército musulmán, aplastando ahombres y bestias.

Hay algo misterioso en ello.Se produce una situación de

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desconcierto entre los islámicos, que seasustan. Los árabes son supersticiosos,corre entre ellos la voz de que en lacueva, los hombres de Belay poseen lafigura de una diosa y un misteriosoamuleto.

Las tropas comienzan adesmoralizarse, algunos hombresprotestan. Al Qama se da cuenta de quellevan varios días sitiando aquel lugar yque las posibilidades de rendición deaquellas gentes son escasas. Ha perdidomuchos hombres con las piedras yflechas de aquellos salvajes subidos arocas inaccesibles.

En ese momento de desconcierto,

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suena un cuerno en la embocadura delvalle de Ongar. La cañada se va llenadode una multitud armada: hombres delinaje astur romano, gentilidades de lacosta —los descendientes de losantiguos pésicos y cilúrnigos—,gentilidades de las montañas,orgenomescos y lugones, acuden ahoraunidos a la llamada del descendiente deAster, del Hijo del Hada. Pero no sóloson los astur cántabros, a ellos se unenhombres de origen godo o romano, delas villas de la llanura y de las ciudadescercanas a la costa. No son un grancontingente de guerreros, pero imponenpor su coraje y decisión. Las tropas

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musulmanas tras el largo asedio a Ongarestán desmoralizadas, Al Qama, tras unbreve enfrentamiento con los hombresque penetran en el valle, se da cuenta deque su ejército no está en condiciones deluchar. No quiere enfrentarsefrontalmente a aquel ejército que taponala salida natural del valle, por lo queresuelve retirarse. Cortada la huidahacia las llanuras costeras, al lugardonde está su cuartel general, gran partede los islámicos busca la únicaescapatoria posible: el camino que enrápida pendiente conduce desde lasfaldas del monte Auseba a los lagos deErcina y de Enol. Unos pocos logran

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salir de aquel valle maldito, y consiguenhuir hacia la costa, difundiendo lanoticia de la derrota; pero la granmayoría de las tropas de Al Qama seadentra por el interior del país. Singuías de confianza, en un terrenodesconocido y escabroso, las huestesrestantes han optado por una vía deevacuación arriesgada.

Al ver el camino que emprenden,Belay juzga que ha llegado la hora de surevancha, y avisa a sus fieles para quese apresten a proseguir la lucha. Desdearriba, desde las montañas, el sonido deun cuerno rebota en las rocas. Aquelcuerno es la señal, la indicación que

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muestra el recorrido de los ismaelitas,para que los montañeses les sigan,atacándoles al paso.

Ahora, todo se conjura a favor delos astures. Ágiles para trepar portrochas y senderos, o para arrojarse másque descender desde las rocas,conocedores de los lugares con matorralespeso para ocultarse y de las sendasque atajan el camino, las tropas deBelay se disponen a perseguir a losárabes. Aquellos vericuetos le sonfamiliares al príncipe de los astures. Losmontes de Vindión han sido la defensade sus antepasados durante siglos, y él ylos que lo acompañan dominan las

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encrucijadas de la cordillera. Al Qama,con los guerreros que aún le siguen, seintroduce más y más en las entrañas delos riscos de Vindión, hostigadocontinuamente por los montañeses fielesa Belay.

El cielo se torna cada vez másoscuro, una tormenta se aproxima. Untrueno resuena entre las montañas,difundiendo un eco ensordecedor.Parece una advertencia sobrenatural, unallamada al dios que se esconde en elMons Vindius.

Las tropas de Al Qama sedesordenan ante la lluvia, losrelámpagos y los truenos. Un terror

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supersticioso los envuelve y les hacehuir en desbandada. Al Qama intentacontrolarlos y dirigirlos pero lasituación de las tropas lo haceimposible. Los fugitivos llegan a lospuertos del Ostón, con sus vallesestrechos bordeados de cerros rocosos,con vegas cubiertas por praderías defresca hierba. Tras atravesar aquellugar, ante los islámicos se abre labrecha del Cares, magnífica en sugrandeza, pero imponente y aterradora.Siguiendo el curso del río, ascienden lamontaña hasta Amuesa, una ásperasubida bajo peñas salientes queamenazan con caer a cada paso.

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Marchan al borde de morrenas y dematorral espeso, expuestos a sersepultados entre peñascos desprendidospor los rebecos o las cabras, oarrojados por los hombres de Belaydesde la cima de los montes. En unmomento de la subida, a causa de lalluvia, se produce algúndesprendimiento que alcanza a uno delos componentes de la expedición,derribándolo. El general árabe ordena asus tropas que cabalguen con cuidado;pero sus hombres, sin hacerle caso,galopan todo lo rápidamente quepueden; ansían alejarse cuanto antes deaquella pesadilla de lluvia y rocas. La

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huida desordenada constituye superdición. El camino en la montaña esestrecho y no es infrecuente que algunosde los hombres tropiecen y resbalen enla roca mojada, precipitándose al vacío.Nadie se detiene a auxiliar a los caídosen la profundidad del barranco.

A la sombra del hayedo de Amuesaabandonan el desfiladero del Cares.Hacia el noroeste, la salida parece másfácil, en esta dirección prosiguen suhuida. Faldeando las cumbres,protegidos por bosques de hayas, lossarracenos consiguen ganar un terrenomás abierto.

Después de tanto tiempo de saltar

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sobre rocas, se encuentran las praderasde Amuesa, frescas y cubiertas depastos. Más allá, aparece ante ellos denuevo una pedriza, por la quedescienden casi despeñándose, hastallegar a la región de Bulnes.

Por las faldas que dan al sur de lasierra de Main y por entre praderasflorecidas de fresnos, marzales, espinosy avellanos, los árabes suben deprisadesde Bulnes. A su derecha dejan lamole caliza del Picu Urriellu. Las hayascubren las laderas de las montañas enbosques apretados para despuésdispersarse ante las rocas calcáreas quese les oponen.

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Dando la espalda a aquellospicachos, los islámicos llegan hasta unpoblado de pastores,[99] que asustadoshan abandonado sus moradas,refugiándose en cuevas a mayor altura.Los guías les dirigen hacia una rutadespejada que sigue un riachuelo haciael sur. Encuentran allí un camino, restode una pequeña vía romana que lesconducirá hacia las planicies de laAliva.

Cruzan el valle. Se ha terminado yaaquella serie terrible de sierrasaltísimas y gargantas abismales. Todo hacambiado en el paisaje, al descender lesaguarda la fecunda y agradable tierra de

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Liébana.Pero sus problemas no han acabado

aún. La lluvia suave que les haacompañado se transforma en un intensoaguacero. Después, en el valle deLiébana, se encuentran con Gadea y sushermanos, a los que se suman losrefuerzos que aporta Pedro deCantabria. Desde las montañas, losjinetes lebaniegos, que no notan lalluvia, acosan a los hombres del Sur,con flechas y lanzas. Gadea lucha comoun guerrero más, lidera a las tropas desu casa montada en una yegua torda. Losislámicos intentan salir de aquel infiernodirigiéndose hacia la vega del Deva.

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Alcanzan el río y siguen su curso, hastaalcanzar Cosgaya. En los estrechosvalles cántabros, los hombres de AlQama son hostigados de modoinmisericorde por los hombres deArnulfo, los astures de Belay y losguerreros de Pedro de Cantabria, que leslanzan piedras y flechas desde la altura.Un relámpago destella en la oscuridadde la tormenta, poco después resuena untrueno. El fogonazo de luz ilumina entrelas gotas de la lluvia las enormesmontañas, picachos como agujas decaliza. En ese instante se escucha unruido fragoroso. No es un trueno. Loscántabros vociferan: «el argayo», y se

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protegen. Los árabes gritan. Muchos vana encontrar la muerte allí. La montaña sedesploma sobre ellos, un argayo, unenorme desprendimiento de tierrassepulta a muchos musulmanes y hace queotros perezcan ahogados en el río Deva.

Belay y los suyos, en silencio,observan el fin de gran parte de susenemigos. No son capaces de gritarvictoria, les asusta comprobar que lamano de Dios ha deshecho a susenemigos. Los árabes que quedan tras labatalla, aún un numeroso ejército, huyenhacia el Sur y nunca más regresarán alas montañas cántabras. Mientras tanto,el príncipe de los astures y los suyos

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vuelven grupas hacia Liébana.Por todos los valles de la cordillera

se escucha el rumor del triunfo. Aquellapequeña victoria se convierte en algolegendario y el motivo por el cual lasgentes de las montañas se unen frente alenemigo común: Munuza.

Las noticias de la derrota delejército de Al Qama llegan algobernador Munuza, con los restos delcuerpo expedicionario islámico quedesde el valle de Onís retrocede hastaGigia. Son tropas desmoralizadas yasustadas, que magnifican en la ciudad

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los hechos acaecidos en las montañas,quizá para lavar su buen nombre deguerreros. Afirman que un gran ejércitorebelde se aproxima a la ciudad costera;lo que provoca que muchos asturesrenegados abandonen al wali. CuandoMunuza intenta rearmarse compruebaque en sus dominios son pocos los quepermanecen fieles. Sólo las tropas quevarios años atrás se trajo del Sur,algunos bereberes y árabes. La mayoríade los renegados le han abandonado,asustados por el supuesto avance de unejército liderado por Belay, al quetemen. El pueblo envalentonado atacalas pertenencias y propiedades

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musulmanas: un silo es incendiado,después varios barcos son hundidos enla bahía.

Al cabo de poco tiempo, un correode Córduba comparece ante elgobernador bereber, convocando al walia la capital de la Bética. Munuza evacúaGigia. Con él se van sus mujeres,fámulos e hijos.

El wali abandona las tierras asturespor una antigua senda romana que enlazacon la calzada de la Mesa y la Vía de laPlata, la ruta que, desde siglos atrás,conecta Gigia con la Bética. Cruzandolas tierras ribereñas del Nora y laantigua Luccus Augusti, Munuza alcanza

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el río Trubia. Los espías de la zona ledan cumplida cuenta a Belay de lospasos del gobernador. En un lugarcercano al río, en la región de Olalíes,Belay se enfrenta a lo que resta detropas musulmanas. Ahora todos lospueblos cántabros y astures se le hanunido. Ni las crónicas árabes ni losromances cristianos han relatado nuncalos detalles de esta derrota de las tropasdel Islam en la que se produjo la muertede Munuza, el único hombre bereber quedurante varios años gobernó las tierrastrasmontanas. Tras este triunfo, no quedóni un solo musulmán en la región asturcántabra. Poco a poco, se repueblan las

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tierras y se restauran las iglesias.Los valles recuperan la paz. Cada

tribu retorna a su lugar de origen,organizándose como quiere, pero eligena Belay como su señor. El príncipe delos astures se asienta en la campa deOnís, reconstruyendo la antigua villaromana, con él retorna Gadea. Procede aregularizar las defensas piensa que undía aquellos a quienes ha vencidopodrían intentar regresar a las tierrasastur cántabras, entonces debería denuevo volver a combatirles, por ello seapresta a protegerse, cerrando de nuevolos pasos de las montañas.

Los musulmanes no regresan, ahora

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tienen otros problemas. En la meseta lospueblos bereberes se alzan contra losárabes opresores. También allí alguienestá uniendo a las tribus norteafricanasque un día cruzaron el estrecho buscadouna vida más próspera.

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15

Los bereberes en guerra

Samal ben Manquaya no puede ya más.Los árabes una y otra vez reclaman a losbereberes tributos como si fueranincircuncisos. Está furioso. Aquellamañana han vuelto al poblado quereconstruyeron unos meses atrás tras elúltimo saqueo, y se han llevado lacosecha. Está furioso, tan furioso que seha marchado de la aldea intentandocalmarse para no golpear a un siervo o

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pegar a sus esposas. No puede hacernada, no hace mucho tiempo atrás intentóresistirse al expolio, sufriendo lasrepresalias de los árabes, se han llevadoa varias de sus hijas y a lo más hermosode su ganado. Al pensar en ello, no sabequé le duele más, si las hijas o elganado.

Samal posee muchas ovejas, muchasmás de las que nunca hubieran podidopertenecerle en las tierras del Magrebde donde proviene. Además, está aquellugar… el lugar adonde han llegado trasla guerra de conquista, que es hermoso.El bereber se ha construido una nuevavida. Las tierras le pertenecen a él y a

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los suyos. Sus esposas son fértiles, lehan dado muchos hijos, le sirven condevoción; él las cuida con desvelo.

Está en lo alto de un pequeño cerro,sopla un viento suave que le mueve lasvestiduras; detrás de él se alzan unasmontañas de poca altura; al frente, unadehesa con buenos pastos.

A lo lejos divisa el rebaño deovejas que representa su mayor tesoro,lo pastorean varios de sus hijos. Pareceque le hacen una señal desde lejos.

Piensa que los árabes les oprimen,pero que los bereberes no están exentosde culpa. Quizá la culpa sea suya, sólosuya. Los jefes de las otras tribus

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bereberes que un día cruzaron con él elestrecho no se ponen de acuerdo entresí. Se pelean continuamente por losganados y las tierras. No se unen ante eladversario común. De ese modo, losárabes disciplinados y obedientes alcalifa siempre los vencerán.

Precisan a alguien que los una,alguien con el prestigio de Ziyad, o conel poder mágico de la Kahina. Pero ésasson figuras de tiempos pasados. Amenudo, Samal piensa que son sóloleyendas. Tariq, el hijo de Ziyad, éseera el hombre que necesitarían paraoponerse a los abusos de los hombresdel califa. Sí, Tariq no es una leyenda,

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él, Samal, luchó junto a él. Sabíahacerse obedecer y dirigir el combate.No, no hay noticias de Tariq. Algunosdicen que ha muerto, otros que el califale ha hecho desaparecer.

Samal mordisquea un hierbajo, legusta arrancar aquellas espigas verdesde largo tallo y chupar la savia en suextremo, que suele ser de sabor dulce.Después, con el tallo más duro, semonda los dientes.

Mira hacia el poblado, casaspequeñas de barro, que parecen fundirsecon la llanura. De ellas sale humo. Unamujer atraviesa la empalizada exteriordel poblado. No va envelada. La guardia

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le saluda al pasar. Mueve las caderasrítmicamente, de un modo que a Samalle es familiar. Sabe quién es, pero fingeno reconocerla hasta que no está cercade la colina, es entonces cuando lasaluda.

La mujer, su esposa Yaiza, le traealgo de comida. Samal suspira; Yaiza, lamás antigua de sus mujeres, una hermanay una madre para él, vino del Magrebaños atrás. Es de raza bereber, su pelooscuro ya ha encanecido. Su piel, que undía fue blanca, está arrugada y morenapor las faenas agrícolas. Samal amacada una de las arrugas de su esposa; lasconoce todas, han ido apareciendo con

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el trabajo en el campo, los partos y elcuidado de los hijos. Ahora Yaiza estátriste. En el último levantamiento contralos hombres del emir de Córduba, unode sus hijos, Salek, el mayor, el másamado, fue tomado prisionero. Otro desus hijos, herido por una flecha en elataque al poblado, ha muerto. Cuando lesepultaban gritó como una más de lasplañideras, y así siguió gritando variosdías, sin encontrar ningún consuelo. Unavez que cesaron sus lamentos, nunca másha vuelto a hablar de aquel hijo.

Ahora, la esposa se sienta junto albereber sobre la hierba, un poco másabajo en el collado.

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—Mi señor…—¡Ay! Yaiza, nuestro destino es

incierto. Os he traído de África a estastierras, a ser oprimidos por los árabes…

—Aquí hay agua, buenos pastos, túnos cuidas, mi señor.

—Pero no estamos seguros, losárabes nos atacan continuamente. Heperdido a algunos de nuestros hijos.

—Allah se los llevó, estaba escrito.Las ovejas pacen más abajo, las

escucha balar. Yaiza extrae de unafaltriquera un trozo de queso blando, queextiende sobre una torta de pan de trigo.Le da la tajada a su esposo.

Samal lo mastica lentamente.

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A lo lejos, por el camino, venavanzar a un hombre: no es muy mayorpero camina encorvado. Quizá por elcansancio del viaje. La figura de aquelindividuo le resulta familiar a Samal:quizá se trate de uno de sus hermanos deotras tribus. El bereber piensa que silograsen entenderse entre ellos, losárabes no los oprimirían tanto, su vidasería diferente. Quizás aquel hombre lestraiga noticias.

Samal le grita al desconocido que seacerca, le ofrece su hospitalidad y elpan y el queso que están comiendo.

El forastero sube la cuesta endirección al bereber y a su esposa.

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Cuando está a mitad de camino,Samal lo reconoce. Una marca señala sumejilla, los ojos son de color oliváceo,hay canas en su barba y en su cabellera.Es Tariq.

El bereber se levanta, corre hacia ély se postra a sus pies.

—¡Mi señor! ¡Mi señor Tariq benZiyad!

Tariq le levanta del suelo,emocionado, hace años que no encuentraun amigo, años que nadie le ha llamadopor su nombre.

—¡Oh! Samal, no soy tu señor, soyun proscrito que viene de muy lejos.

—Se lo hemos pedido tanto al Dios

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Misericordioso y Clemente —le diceYaiza, sin rubor ni timidez— que, al fin,habéis tornado a estas tierras. ¡Osnecesitamos, mi señor!

—¿A mí…? ¿Yo? ¿Qué puedo haceryo por vosotros?

—Los árabes nos oprimen contributos, hacen aceifas contra nosotros,se llevan a los jóvenes a los mercadosde esclavos, saquean nuestras cosechas.

Tariq ha viajado por el Norte deÁfrica, sabe bien que la presión de losárabes sobre los pueblos conquistadoses abusiva e injusta; él, que sigue siendoun musulmán piadoso, piensa que la leyde Mahoma no es así.

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—Eso ocurre aquí pero también enel Magreb. He visto a los hijos de mipadre en el Atlas luchar y levantarsecontra ellos. Pero ¿yo qué puedo hacer?

—Vos podéis unir a los pueblos quehabitan estas tierras, fuisteis vos quiennos trajisteis aquí, con vos nosacercamos a la fe del Profeta, la fe delÚnico Dios, con vos emprendimos laGuerra Santa. Los árabes nos destrozanporque no estamos unidos, con vospodríamos estarlo.

Los verdosos ojos de Tariq se hanllenado de alegría al ver a Samal y a suesposa; sonríe abiertamente pero, alescuchar estas palabras, su expresión

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cambia, como si aquello que Samal lepropone fuera un imposible.

—Estoy cansado de luchar. Toda mivida se dirigió a una venganza que ya seha cumplido; a castigar a los asesinos dealguien a quien amé. Ahora, eso haconcluido. Estoy en paz. Mi viaje a estastierras tiene otro motivo… Venía a vertepara hacerte una pregunta.

—¿Cuál?—Hace años albergasteis entre

vosotros a una mujer, mi esposa,esperaba un hijo. Deseo encontrarla.

Yaiza recuerda muy bien a Alodia,le tomó un gran afecto a aquella mujerhumilde que compartía las tareas del

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campo con ellas, que era una más entrelas mujeres de Samal.

—Hace mucho tiempo que ella sefue.

—¿Adonde se marchó?—No lo sabemos —responde Yaiza

—. Dijo algo de ir al Norte. A lastierras de los astures…

—¿Habló de alguna persona?Ella se esfuerza en recordar:—Sí, habló de alguien a quien la

habíais encomendado, un cristiano alque vos, mi señor Tariq, conocíaisdesde los tiempos en que erais unguerrero visigodo.

—¿Belay?

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—No me acuerdo de su nombre.La luz se abre en la mente de

Atanarik, vuelve aquel momento en elque le dijo a Alodia que se refugiase enel Norte, en las tierras de Belay. Si ellalo amaba, habría hecho lo que le pidió.

Se mantiene en silencio durante unosinstantes, Samal y Yaiza se miran, en losojos de ambos late la luz de laesperanza. Al fin Yaiza le invita con vozsuave.

—Descansad entre nosotros.Se sienta junto a ellos, a lo lejos

divisa los prados y rastrojeras, lasdehesas donde pastan las ovejas. Sientealgo parecido a la paz. Yaiza le pasa un

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trozo de pan con queso, que él masticalentamente. Samal no pregunta qué le haocurrido ni de dónde viene; quizá no seaasunto suyo, pero le insiste para que sequede con ellos al menos unos días.

Tariq accede.Son días sosegados en los que caza

con el bereber o pesca en el río. Es elprincipio del otoño, el tiempo de lascosechas. Un día le dice a Samal que hade irse, si quiere viajar al Norte deberáhacerlo antes de que el invierno cierretodos los pasos. Debe llegar junto aAlodia, tiene una deuda con ella. Quieretambién encontrar a su hijo y reiniciaruna vida nueva. El bereber se pone

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nervioso y le dice que se quede unasemana más. Tariq accede.

Duerme mucho. Sus sueños sontranquilos, en ellos ve a Alodia que lellama. Se dice a sí mismo que debepartir hacia el Norte, pero cada díaSamal encuentra alguna excusa para quelo demore.

Una mañana se despierta muy cercadel mediodía. Fuera del lugar dondeduerme se escuchan gritos, como de unamuchedumbre congregada. Se preguntasi habrán atacado los árabes, por lo quese viste deprisa y empuña las armas.

Al salir de la casa de adobe en laque vive, contempla una muchedumbre,

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muchos rostros queridos. Ve a Kenan, aIlyas, a Altahay. Samal les haconvocado a todos. Escucha cómo leaclaman y le nombran como su señor. Élintenta negarse pero entre todos lo alzanen hombros.

Durante todo el día hay fiesta en elcampamento de Samal; siguenreuniéndose bereberes de todas partesde la meseta. Al llegar la noche, junto ala hoguera, llega el momento deconfidencias y peticiones.

Le informan de que el ejército árabeque partió hacia el Norte a sofocar unarevuelta de los astures ha sidoderrotado, pero temen que a su paso

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hacia Córduba les ataque de nuevo.«Los árabes no se resignarán a retornara la corte de Córduba sin botín —ledicen—, si no lo han encontrado en elNorte, lo tomarán cuando pasen hacia elSur por nuestras tierras.»

El negro Kenan le pregunta:—¿Qué debemos hacer?Tariq los mira, buscan a alguien que

los lidere. Él es un militar formado enlas Escuelas Palatinas de Toledo, unhombre que sabe de tácticas y debatallas. Ellos son valientes guerreros,capaces de combatir en luchas tribales,pero no experimentados en elenfrentamiento con un ejército

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organizado.—No quiero luchar más… —les

dice por toda respuesta.—No podréis dejar de luchar, mi

señor —arguye Samal—. Estamos enguerra, acosados continuamente por losárabes.

Es entonces cuando se escucha lavoz serena de Altahay:

—Nos has traído a esta tierra fértilcruzando el mar. Dejamos atrás un lugarseguro…

—No soy capaz de volver atrás…—interviene Kenan—, siento terrorhacia el mar, me gusta esta tierra ampliaque nos habéis dado.

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Altahay habla de nuevo, es unhombre ya mayor, con prestigio entre losotros bereberes:

—En la playa, junto a las rocas querodeaban la playa, junto al Mons Calpede los romanos, escuché tus palabras,recuerdo muy bien la arenga. Nos dijisteque dejábamos atrás la desdicha, queante nosotros se abría una tierra debendición, nos dijiste que tu destinoestaría unido al nuestro, que irías pordelante en el combate, que irías en lavanguardia. Ahora no nos puedesabandonar. Los árabes nos destrozan yesclavizan, roban a nuestros hijos y anuestras mujeres. Tariq, estrella de la

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mañana, astro de penetrante luz, guíanospor el sendero justo.

Tariq les observa, sabe que laverdad aflora a través de las palabras deAltahay, se debe a ellos. No le parecejusto que los haya utilizado para suvenganza y que ahora, cuando ya todo seha cumplido, les abandone.

El hijo de Ziyad se levanta delsuelo, en el lugar junto a la hogueradonde está sentado.

—Mis hermanos, los hombres de lastribus que obedecíais a mi padre, miscompatriotas, mis amigos, estoy avuestro lado. Lucharemos contra laopresión de los árabes, para que se

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imponga la bendita ley de Allah. Osprometo que, tras la lucha, todosalcanzaremos una vida segura, una vidatranquila, con paz para nuestras familias,en estas tierras que son nuestras porquelas hemos conquistado.

Entre los hombres que rodean aTariq se escuchan gritos de alegría. Lasmujeres les observan sonrientes. Denuevo, la esperanza retorna a ellos, aaquellas tribus que han cruzado elestrecho buscando un mundo mejor, unmundo lejos de la sequía y la pobreza,Tariq comienza a trazar planes paraenfrentarse al enemigo poderoso que seaproxima. Los otros le secundan. Han de

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avisarse unos a otros ante el avance deuna aceifa árabe, deberán acudir asocorrerse mutuamente cuando seproduzca el asalto del enemigo. Ahoradeben prepararse ante el posible avancede aquel ejército que, procedente delNorte, puede atacarles. Tendrán queesperarles en la cordillera; en un lugarresguardado, usando la sorpresa.

Se ha hecho muy tarde, debenretirarse a descansar. Cada jefe bereberse alberga en una tienda amplia que sussiervos han levantado a las afueras,junto al bosque. Mientras van saliendodel poblado, Tariq se despide de cadauno de ellos, con una broma, una puya;

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recordándoles algo de luchas pasadas.Son sus compañeros.

La estrella de la noche hadesaparecido, una luna grande y nuevailumina los rescoldos de la hoguera. Loshombres ya se han retirado, pero Tariqcontinúa junto al fuego. En la penumbrael perfil de Tariq muestra sufrimiento.

Escucha a su lado un ruido.Es Samal.—¿Qué os ocurre? —le pregunta el

bereber.—Debo encontrar a Alodia, debo

encontrar a mi esposa…—Tengo mujeres suficientes para

calmar la sed de cualquier hombre —le

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dice Samal.—No. Yo la necesito a ella, debo

buscarla. Ella calmará mis heridas, eldolor que llevo dentro. Tengo quedecirle que la traté injustamente.

—Ahora no es el momento. Unejército avanza de las tierras delNorte…

—Lo sé.—Combatid con nosotros, después

os juro que la encontraremos.Encontraremos a la mujer que mi señordesea.

Tariq se levanta dejando a Samal.Sale del poblado y se sienta lejos. Nopuede dormir. Poco a poco las luces

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rosáceas del amanecer tiñen la mañana.Su estrella, la estrella que aparece en elocaso y al alba, surge en el cielo. Con laluz del nuevo día, se dibuja en elhorizonte la forma de las montañasdelante de él, una cordillera de pocaaltura. De pronto, su corazón deja delatir, aquellas colinas delinean lassuaves curvas de una mujer, parece estarmuerta o dormida. Los rasgos deaquellas montañas no son como los delos cerros cercanos a Septa, allí tambiénhabía unos alcores que semejaban unamujer muerta, pero la silueta eraenorme, quizás un tanto monstruosa. Encambio, la figura que se adivinaba al

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frente, es la de una mujer que duerme enpaz.

Ahora, desde que sabe la verdad dela muerte de Floriana, él también se haserenado. Sólo necesita ya encontrar aAlodia, a Alodia y a su hijo. Quizáshaya muerto, quizá se ha perdido parasiempre, pero si vive, está seguro de queella no le ha olvidado.

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Quad-al-Ramal

Las tropas árabes atraviesan el puertoentre montañas, la sierra en la que naceel río de las arenas, Quad-al-Ramal,[100]

en el límite entre la montaña de PeñaLara y el macizo granítico de los SietePicos. Regresan del Norte tras habersido derrotadas en las montañascántabras. En la sierra de la Orospeda eldía es gris, neblinoso y lluvioso.

Tariq aposta a las tropas bereberes

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en el puerto, son más de cinco milhombres, muchos de ellos han cruzadocon él el estrecho, años atrás leobedecen ciegamente.

Los árabes marchan confiados entrela niebla, sin esperar ningún ataque,están en terreno dominado por el califa.Los poblados bereberes en la llanura noson un adversario para ellos. Avanzanpor la calzada romana que une el puertoentre montañas con Titulcia, paradespués seguir hacia Córduba. Aquellugar es paso obligado a través de lacadena montañosa del Sistema Centralpara llegar a las tierras más llanaslindantes ya con Toledo. Por eso Tariq,

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suponiendo que antes o después losárabes deberán atravesar aquel lugar, hasituado sobre los peñascos que bordeanel camino ascendente a una multitud debereberes armados con arcos y hondas.

Cuando las tropas árabes llegan alpuerto, una nube de flechas, piedras ylanzas los envuelve. Los invasores sedetienen, no pueden franquear el pasoentre las montañas. Los caballos seencabritan y a los jinetes les cuestadominarlos.

A ciegas, el general árabe ordena asu caballería ligera que embista contralas posiciones bereberes. Los jinetes selanzan a la carga a través de la niebla,

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por un camino de fuerte pendienteascendente. Allí, clavadas en el suelo,Tariq ha dispuesto estacas puntiagudas,que por la niebla no son descubiertaspor los jinetes árabes hasta que esdemasiado tarde. Las estacas se hincanen los vientres de los caballos, que caenal suelo arrastrando a sus jinetes. Allílos rematan los hombres de Samal, deKenan y de Altahay, que están apostadosen los bordes del camino. La caballeríaárabe es destruida por el ataque.

Después, con gritos salvajes, más ymás bereberes bajan de las montañas yse enfrentan a las tropas enemigas en unalucha cuerpo a cuerpo. Llenos de odio

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por las humillaciones sufridas losúltimos años, destrozan la retaguardiadel ejército árabe.

La batalla se prolonga durante todoel día.

Al atardecer, se abren las nubes y unsol de luz cansada ilumina la victoria delas tropas fieles a Tariq. Le aclaman. Seconsiguen despojos y se apresancautivos. Entre ellos descubre a unjoven de raza bereber al que Samalreconoce, es Salek. El que meses atrásfue levado para la campaña del Norte.Padre e hijo se abrazan. Samal piensa enla alegría de su esposa favorita alrecuperar al hijo.

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Pocos días después, los escasosefectivos del ejército árabe que hanlogrado sobrevivir llegan a Córduba ydan cuenta de la victoria de losbereberes, que ya no son un pueblosometido; sino que se han organizado encontra del poder del emir de Córduba.Alguien los guía. Las autoridadescordobesas no saben quién los aúna. Enlos meses siguientes la revuelta bereberva creciendo y se extiendepaulatinamente por toda la meseta.

En Córduba se suceden distintosemires, hay también luchas entre losdiferentes clanes árabes. No hay paz enlas tierras conquistadas.

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Tariq, poco tiempo más tarde, setraslada con parte de sus gentes desdelas tierras de Samal a una antiguaconstrucción, una fortaleza sobre unaltozano, a la que amuralla.

Los bereberes van organizando susvidas en un poblado junto al río y bajola fortaleza. Allí cultivan la tierra ocazan y pastorean ovejas. De cuando encuando hay ataques árabes, las gentesdel poblado se refugian en el alcázar;ahora un castillo invulnerable frente alos asaltos del enemigo. Al tornar a suscasas, éstas a menudo están destrozadasy los campos, arrasados. Una y otra vez,vuelven a reconstruirlas y a sembrar las

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tierras. Al ser hostigados, otras tribusbereberes se asientan en lugarescercanos, para aprovechar la seguridadque la fortaleza les ofrece. Rindenpleitesía a Tarik, quien les protege delos ataques árabes, a cambio, le pagandiezmos y tributos.

Tariq se da cuenta ahora de que elverdadero enemigo es el árabe; por ellotodos los que se le oponen deben unirseentre sí. Por ello se va reuniendo con losjeques de los distintos pueblosbereberes para crear una conciencia deunidad. Así, las gentilidades bereberesllegan a la fortaleza de uno y otro lado adirimir cuestiones o a solicitar ayuda.

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Altahay acude con frecuencia a lamorada de Tariq. Sigue dedicándose alcomercio, como lo hacía en las tierrasdel desierto. Es capaz de vendercualquier cosa en estos tiempos tanrevueltos. Es una tarea peligrosa, perotambién lucrativa, el bereber consiguecolocar sus productos al precio quequiere: no hay ningún otro proveedorque se atreva a llevar telas, afeites ojoyas a los lugares perdidos de lameseta o de la cordillera.

El hijo de Ziyad se alegra siemprede reencontrarse con el viejo amigo.Tras tantos años fuera, desconoce lasituación del país. Altahay, con ironía,

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le resume la situación de las tierrashispanas. En el antiguo país de losgodos se suceden las revueltas:

—En las tierras de Galiquiya[101] losnobles de origen suevo se hancomprometido a rendir tributo a losárabes, pero éstos no están contentos —le explica el jeque bereber—, lesprometen que sí, que pagarán, pero loretrasan y al final no lo hacen, ni estánrealmente sometidos. Toledo y Méridason casi independientes por los pactosque se hicieron en los tiempos de laconquista.

El jeque bereber le cuenta que en elPirineo, aquel pueblo al que los árabes

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llaman baskuni persiste tanindependiente como lo fue en tiempos delos romanos, o de los godos. Araba,Bizcaia, Orduña y Carranza nunca hansido ocupadas por los musulmanes.Después sigue diciendo:

—El cabecilla de los vascones, untal Eneko, se ha rebelado en el MontePuno, a ellos se les han unido unosdoscientos godos provenientes del Sur;controlan los caminos del oestepirenaico, las tropas de losgobernadores árabes no son capaces dederrotarlos. Al sur de Eneko, en losfértiles valles de la tierra del norte delIberos, hay un musulmán converso,

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Casio…Tariq se alegra mucho de oír

noticias de su amigo Casio, compañeroen las Escuelas Palatinas, un hombre queno había querido someterse y por ellofue conducido hasta Damasco; allí,impresionado por la fuerza del Islam,cambió sus convicciones.

—¡Mi amigo Casio! Lo recuerdobien, fue a Damasco con Musa yconmigo… —Tarik se detiene unmomento dolorido, al recordar a Musa,pero después siguió más animadorecordando al amigo—. Sí, Casio sequedó maravillado por la ciudad y porla doctrina de Mahoma. Él, que no había

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querido someterse ni pagar tributos,finalmente consiguió esto último graciasa su conversión a la fe de Allah.Podremos negociar con él. ¿Quién másqueda?

—En la región del Levante, enAuriola,[102] Valentia, [103] Leukante,[104]

Bigastre[105] y Lurqa,[106] un antiguonoble godo ha hecho un pacto ventajosocon los conquistadores y esprácticamente independiente. Se llamaTiudmir. Sigue siendo cristiano y sustierras están protegidas por el acuerdoal que ha llegado con los de Córduba.

Tariq sonríe, aquél es también unantiguo amigo, un hombre fuerte que no

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se rinde ante el enemigo, que no cambiasus convicciones como lo ha hechoCasio.

—¡Un antiguo amigo…! ¿Qué másconoces?

—En las tierras de la Septimania,queda algún descendiente de Witiza quepaga tributo a los árabes. Más arriba enla cornisa cantábrica hay alguien que seha enfrentado al ejército de Al Qama ylo ha derrotado. Se llama Belay…

Tariq se queda pensativo.Belay aún resiste.Sigue escuchando a Altahay como en

la lejanía. No sólo resiste sino quecontrola los valles del Norte.

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Posesiones lindantes con las tierras queocupan los bereberes.

—Iré al Norte… debo ver a Belay.—Son pasos peligrosos entre

montañas. Pueden atacaros, nadie seatreve a ir allí.

—Iré con una pequeña escolta, enson de paz. Belay es un hombre noble,me respetará.

Ante la mirada preocupada deAltahay, le tranquiliza diciéndole:

—Regresaré pronto.—Iré con vos.—No. Mi querido Altahay, no eres

ya joven, tus gentes te necesitan.—¡Volved, mi señor! El futuro de

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nuestras gentes depende de vos.—Sí. Volveré y me quedaré. Ésta es

mi tierra, vosotros sois mis hermanos,mi familia, mis parientes. He encontradomi lugar en el mundo, pero hay algo másque debo terminar.

No mucho tiempo después de estaconversación, Tariq sale hacia el Nortedesde su alcázar cercano a las tierras deSamal. Le acompaña Salek, uno de loshijos de Samal, el que salvó en lospuertos de Quad-al-Ramal, y algunosotros guerreros jóvenes.

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Onís

Adosinda y Alodia, con Izar, han bajadodesde Ongar a la villa en la campa deOnís, donde mora Belay. Su esposaGadea ha dado a luz una niña, y lasmujeres acuden al bautizo. Dejan lasmontañas atrás, que las protegen, por elcamino que bordea el río Sella, entrealisos y abedules; las dos mujerescabalgan en dos mulas mansas, la niñase sienta delante de su madre. Al llegar

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al valle, ante ellas se extiende unaextensa pradera circundada por helechosy grosellas, higueras y laureles. La casade Belay está junto al río, rodeada porla pradera en la que nogales y castañosextienden sus ramas.

Se escucha la gaita y la dulzaina,toca una campana anunciando la fiesta.Las mozas están contentas, habrá baile yen la casa se repartirá pan blanco; el quenunca se come en aquellas tierras.

La casona de Belay es una granfortaleza de piedra, reconstruida tras laruina sufrida antes de la batalla de laCova de Ongar. Rodeada por un gruesomuro que es casi una muralla, en una

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esquina se eleva un torreón defensivo.Al acercarse la hermana del nobleBelay, el vigía lo anuncia con el toquede una trompa de caza.

Belay sale a recibirlas. Haengordado y su barba es canosa, perosus ojos muestran la misma expresiónamable y comprensiva que le caracterizadesde su juventud. Se alegra mucho alver a Adosinda, hace pasar dentro de lacasa a las dos mujeres y a la niña. Lesquiere mostrar su descendencia.

Izar se acerca a la cama, dondereposa Gadea, a su lado está un bultollorón. Izar tiene ya once años. Es unamuchachita alta, de ojos claros y cabello

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castaño. Alodia se da cuenta de que sólole recuerda a su padre en la pequeñamancha que tiene en la mejilla, unamancha con forma de estrella.

Belay alguna vez más ha presionadoa Alodia para que contraiga matrimoniocon Toribio o con algún otro. Ellasiempre se ha negado. La antigua siervaestá a gusto en Ongar, viviendo conAdosinda en la fortaleza y cercana alcenobio donde a menudo habla conVoto. No ha olvidado a Atanarik, letiene presente al mirar la marcaestrellada en la mejilla de su hija. Lorecuerda en la estrella que nace alamanecer y se oculta en el ocaso.

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Belay bromea de nuevo con ella,advirtiéndole que sigue estando hermosay que hay muchos pretendientes paraella, si lo desea. Alodia se sonroja, sincontestarle.

Hay fiesta en la casa con el nuevonacimiento, Belay ha querido que alcristianarla se le imponga un nombregodo: Ermesinda.

A la comida asisten muchos de loscabecillas locales; desde la región delas fuentes del río Iberos ha llegadoPedro de Cantabria acompañado por suhijo Alfonso y muchos otros señores yjefes de clanes.

La villa de la campa de Onís se ha

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convertido en una pequeña corte dondeno hay rey. Belay es uno más entremuchos nobles, pero su prestigio es talque dirime los pleitos, impone justicia yorganiza a las tropas si se produce algúnataque.

Es un cálido día de primavera, losconvidados a la fiesta del nacimiento deErmesinda comen en una gran mesa demadera al aire libre bajo las ramas deun roble. Gadea se recupera del parto, yel convite lo presiden Adosinda y Belay.

En un momento determinado, Pedrode Cantabria se acerca al señor de lacasa. Su rostro está serio. Mantienen unaalianza basada en una gran confianza

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mutua; aunque no se ven con demasiadafrecuencia. Ahora Pedro vive en lasfértiles tierras del río Iberos, en un lugarllamado Tritium Megalon, la patria de laantigua tribu de los tricios.

—Hemos sido atacados por losvascones. Recuerdas que cuando Musadestruyó Amaia nos refugiamos en laregión del nacimiento del río Iberos, entierras de los baskuni. No teníamosadonde ir. Los vascones, en unprincipio, afanosos porque las luchascontra los islámicos no les afectasen,nos dejaron ocupar el territorio. Peroahora quieren echarnos porque afirmanque esas tierras son suyas.

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—¿No podéis negociar?—Lidera a los vascones un tal

Eneko; un hombre duro que no quiereacuerdos ni componendas, dice que laregión de las fuentes del Iberos es de lasgentes vasconas. Considera que nosotrossomos sus únicos enemigos porque notiene ya que enfrentarse a los árabes deCórduba. Mas abajo del curso del ríoIberos se encuentran las tierras delconde Casio, que se ha convertido alIslam y constituye una barrera entre losataques de Córduba y los vascones.Eneko mantiene muy buenas relacionescon Casio. Ya que no necesita unaprotección hacia el Sur, quiere que

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abandonemos las tierras del Iberos. Noshemos negado y Eneko nos considera susenemigos.

—La tierra es ancha, venid a lastierras astures.

—He perdido la fortaleza de Amaia—le recuerda Pedro con pesar—, lastierras de mis antepasados. No soycapaz de empezar de nuevo, yo soy yamayor y no puedo seguir luchando…¡Esos vascones! ¡Si pudiéramos llegar aun acuerdo! Es un pueblo tosco y tozudo,con quien es imposible negociar… Nohay nada que podamos ofrecerles paraconseguir la paz…

La faz de Pedro muestra las huellas

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del cansancio. Los vascones sonbelicosos, difíciles de apaciguar, no serinden ante nadie. En aquel momento,torna a la mente de Belay la figura de unhombre de pardas vestiduras.

—En Ongar vive un monje. Procedede las tierras vascas. Entiende su lengua.El me habló de ese Eneko, quizás elmonje pueda ayudaros.

—¿Cómo?—No lo sé, hablad con él. Esta tarde

podéis regresar a Ongar con mi hermanaAdosinda, que mora en la fortalezacercana a la cueva. Desde aquí es pocomás de una hora de marcha. Voto es unhombre sabio, que puede ayudaros a

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tratar con los vascones, pues es uno deellos.

Pedro acepta. Después de la comidaacompaña a Adosinda y al séquito queésta trae consigo hacia el valle deOngar. Marchan cuando el sol aún estáalto, pero comienza lentamente adescender en aquel largo día deprimavera. Siguen la ribera del río, paradespués entre bosques de robles ycastaños introducirse en el sagrado vallede Ongar. La vegetación exuberante porlas lluvias casi continuas hace que elvalle muestre un aspecto selvático; en lafrondosidad de la floresta los caminos amenudo son ahogados o borrados por la

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vegetación.Por el camino, Adosinda habla con

Alfonso, un muchacho alto de unosquince años. Alfonso será el herederode Pedro, un hombre que un día llegará aser poderoso en aquellas tierras. Apesar de su juventud, el muchacho ya haluchado en alguna batalla. Los tiemposdifíciles le han hecho recio ydeterminado. El ama de Ongar sesorprende de su desparpajo y firmeza.

Al llegar a la fortaleza, desmontan.Adosinda acompaña a Pedro hacia elmonasterio a hablar con Voto.

El monje sale del cenobio, lahermana de Belay hace las

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presentaciones y se retira. El eremita sesienta en la bancada de piedra dondetiempo atrás habló con Alodia. El rostrode Voto es amable, es un conocedor deespíritus, y adivina que en Pedro puedeencontrar a alguien afín a él. El antiguoduque de Cantabria se desahoga ante lamirada amable del monje, exponiendo susituación con detenimiento. Al oír todoaquello, Voto se sorprende:

—¿Que Eneko no tiene ya másenemigos que vos? —le pregunta Voto—. ¿Que hay paz en las tierras vascas?

—Sí. Casio impide el paso de losmusulmanes por el sur. Las tribusvasconas se han unido entre sí porque

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son cristianas…—Entonces ha llegado el momento

de la partida. Debo retornar a la tierrade mis mayores, juré que volveríacuando llegase la paz. Hablaré conEneko, no se podrá negar a lo que lepida.

—¿Qué queréis decir?—Eneko me protegió frente a los

hombres del conquistador Tariq, elbereber. Me condujo aquí pero con lacondición de que regresase cuando lapaz hubiera llegado a sus tierras. Tengoalgo que él desea mucho. Ese algo sepuede cambiar por la paz. Sí. Es elmomento de que los pueblos cristianos

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del Norte lleguemos a un acuerdo, deque estemos en paz. Hablaré con él. Irécon vos hasta Tritium y después seguiréhasta el Pirineo. A las tierras de mismayores.

—Si conseguís un acuerdo conEneko tendréis todo mi agradecimiento.¿Cuándo podréis partir?

—Debo despedirme de los monjes ysolucionar algún que otro problema.

—Os esperaré dos días en la campade Onís, en la morada del noble Belay,iremos por los caminos de la costa queson más seguros que los del interior.

Pedro se retira, intercambiandoambos palabras de despedida y

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agradecimiento.El monje se queda pensativo, desde

el lugar en donde está puede escuchar elruido monótono de la cascada cayendo.Abajo la figura del antiguo duque deCantabria, una figura con los hombroscaídos, con aspecto cansado, montaayudado por sus fámulos en un caballotordo. Después lo ve alejarse por elcamino que pasa por delante de lafortaleza. Al llegar a la puerta, sinapearse del caballo, se despide con unrespetuoso saludo de Adosinda.Después, aquel noble, resto de la antiguaaristocracia visigoda, desaparece en laselva de Ongar, rumbo a Onís.

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Voto continúa un tiempo sentado, enactitud meditabunda. Después se dirigehacia la fortaleza.

Debe hablar con Alodia.Quizás es el momento de regresar a

las tierras que les vieron nacer.

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18

Los adversarios

Se escucha el sonido de la alarma, unacampana dobla a rebato, hacia la entradadel valle. En la villa de la campa deOnís todos se alzan nerviosos,abandonando sus tareas. Belay de unsalto monta sobre su caballo, le siguenlos campesinos armados de guadañas yhoces.

Podría estar produciéndose unataque a la entrada del valle.

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Salen galopando y se dirigen haciadonde la campana todavía dobla sincesar. Belay piensa para sí: «¿Cómo esposible que se produzca un ataque?Llevamos un largo tiempo en paz.» ABelay le han llegado noticias de larevuelta bereber en la meseta y sabe quees difícil que, ahora que están divididosen una guerra civil, los musulmanes leataquen. En cualquier caso, espoleafirmemente a su caballo para que sigaadelante.

Al llegar a la entrada del valle,desde la altura, los vigías allí apostadosapuntan con sus arcos a un grupo deguerreros musulmanes, una tropa

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pequeña.Cuando Belay puede observar más

de cerca la escena, se da cuenta de queaquellos hombres, los islámicos, vienenen son de paz, no muestran disposiciónde atacar. De hecho, en ese momento hansido reducidos y están rodeados por losarqueros, sus armas depuestas. Elvencedor de Ongar desmonta, le parecefamiliar el que comanda las tropas. Seacerca a él, es un hombre alto concabello entrecano y mirada de coloroliváceo, en la mejilla, una señal.

—¡Atanarik!—¡Belay!—¿A qué vienes a mis tierras? —le

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pregunta el antiguo Capitán deEspatharios—. ¿A atacarnos?

—No. Quiero negociar…—¿Cuándo has regresado a

Hispania?—Hace poco más de un año. He

vuelto a mis gentes, a los hombres de mipadre, los bereberes que cruzaronconmigo años atrás el estrecho. Noshemos levantado en contra de los árabesque dominan Al Andalus. Vengo en sonde paz, a llegar a un acuerdo contigo encontra del enemigo común.

A Belay la parece insólito que,frente a frente, se encuentre el antiguocompañero de las Escuelas Palatinas, el

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hombre que traicionó a su país, eladversario que sólo buscaba vengarse,pero para Belay, Atanarik es también suamigo, el que le ayudó a fugarse, añosatrás, del palacio del rey godo, el únicoque le protegió en aquella corte corruptaen la que reinaba Witiza, el tirano quecausó la muerte de su padre, Favila. Enunos segundos, durante los que guardasilencio, rememora todo aquello; porello le dice esperanzadamente:

—¡Quizá volvamos a estar delmismo lado!

—No hay ya witizianos, ni tampocohombres de Roderik, si es a lo que terefieres; pero yo soy un musulmán, creo

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en Allah, el Único, el Todopoderoso yClemente. Creo también que éste es unpaís de anchas tierras, en el quepodemos vivir en paz…

Belay hace un gesto de asentimientocon la cabeza. Ambos se abrazan, lesrodea una multitud de gentes, las deBelay —cristianas—, las de Tariq —con el signo de la media luna—. Antesde separarse del abrazo de Belay, Tariqmusita en voz baja:

—Busco algo más.—Me imagino qué es, a quién

buscas. Nunca creímos que volvieses apor ella…

—¿Está aquí? ¿Es libre?

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Belay habla con melancolía, comoocultando algo. Tariq se inquieta.

—Sí, ella está libre. No te haolvidado, quisimos que contrajesematrimonio, pero ella siempre se negó.—Al ver la expresión alegre de Tariq,Belay prosigue—. No. No está aquí.Hace unos meses se fue, regresó con suhermano Voto a las tierras vascas dedonde procede.

—¿Qué? —se inquieta Atanarik—.¿Se ha ido?

—Está en un poblado cercano a lacueva de un monje, en las montañas delPirineo.

—Y… ¿mi hijo?

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—Es una niña, se llama Izar, creoque eso quiere decir estrella en lalengua de Alodia.

Tariq se conmueve y le dice con untono de voz en el que late la impacienciatras una larga búsqueda:

—Bien. Creí haber llegado al finalde mi camino, pero debo proseguir…

—No es seguro que recorras estastierras sin una escolta de montañeses. Teacompañarán algunos de los nuestros.

—¿No te fías de mí, viejo amigo?Belay se siente confuso ante estas

palabras. No es un tiempo de paz, elconquistador de Hispania no es alguienque sea bienvenido en las tierras de los

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que resisten al avance de los árabes.—Digamos que obro con prudencia,

no es bueno para ti ni para mí quecircules libremente por estas tierras quenos ha costado tanto liberar de laopresión árabe. Puedes alojarte en micasa, pero después deberás partir.Deseo que permanezcas unos días aquí,que conozcas a mi esposa, Gadea.

Los bereberes de Tariq y los fieles aBelay entran en la villa, poco más queuna aldea. Gadea sale a recibirles. Tariqdescubre con admiración su belleza, elencanto de una mujer madura de buenver, con curvas llenas y piel blanca.

Los campesinos rodean a los

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bereberes, observándolos concuriosidad. Hay un pequeño barullo degentes que curiosean la novedad de unosdesconocidos, llegados a una tierradonde nadie va de paso.

De entre los campesinos se lesacerca un hombre joven con aspectoeternamente de niño, con rostro pocointeligente. Camina realizandomovimientos incontrolados. Mira conodio al bereber. Le grita algo que no seentiende.

Tariq y Belay desmontan delcaballo. Caminan hacia la casa, haymurmullos que hablan de Tariq, elantiguo godo convertido en general de

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las tropas que conquistaron la península;unos están de acuerdo en que se aloje enlas tierras astures —es amigo de Belay—, otros —entre ellos Toribio—tuercen el ceño.

El hombre de aspecto infantil sigueal bereber de lejos, después, musitandosin cesar palabras que nadie capta, se vahacia las cocinas de la casona. De allíregresa al poco con algo brillante en lamano.

Al acercarse a la fortaleza dondevive Belay, aquel muchacho, el delhombre con rostro de niño, se abalanzasobre Tariq. Es Cebrián:

—¡Tú! ¡Te la has llevado! ¡La has

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hecho sufrir! ¡A ella, que era más que mimadre! ¡Ella se ha ido por tu culpa! —después de estos gritos, solloza—. Laniña, la nena, Izar, no está…

Cebrián empuña un pequeñocuchillo, e intenta clavárselo a Tariq.Éste se defiende rechazando el ataque,pero sin poder impedir que Cebrián lehiera en el costado.

Los hombres de la casa apresan alretrasado, que solloza y grita.

Tariq se le acerca, la herida parecesuperficial pero es dolorosa, hace quese tambalee, habla con él. La voz delbereber no es airada, actúa como sifuese culpable de algo, como si

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mereciese aquel castigo. Se dirige a suagresor, expresándose con suavidad.

—Lo sé, sé que le hice daño. Vengoa pedirle perdón a ella, vengo abuscarla.

Al ver el rostro compasivo de Tariq,el pequeño loco llora de nuevo.

—No quería hacerte daño, sólo queme la devolvieses —exclama Cebrián—. Te grité que me la devolvieses perono me oías.

De la casa salen las criadas conGadea. Ésta examina la herida de Tariq,que no parece importante.

—¿Qué le ocurre a este chico? —pregunta Tariq.

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Gadea le explica:—Hace unos meses, Alodia se fue.

Cebrián no la pudo seguir, desdeentonces vaga por todas partes comoenloquecido.

El bereber les cuenta que conoce almuchacho desde años atrás, que esinofensivo, hace mucho tiempo lesliberó a él y a Alodia cuando estabanpresos.

—Se le castigará —dijo Belay—.Es un peligro.

Tariq no está de acuerdo y,dirigiéndose a Gadea, le explica:

—Le conozco desde el tiempo en elque estas tierras estaban regidas por los

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godos. Cuando yo huía de Toledo,proscrito por un crimen que no cometí,el muchacho soltó las ataduras y pudeescapar. Le estoy agradecido. La heridaque me ha causado es superficial.

Después, dirigiéndose a Belay, lesolicita:

—No le hagáis nada al muchacho.A continuación prosigue hablando

suavemente con el chico:—Si lo deseas puedo llevarte

conmigo, verás a Alodia.Cebrián no hace más que llorar,

repite una y otra vez que él no queríahacerle daño, que sólo quiere ver aAlodia.

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—Nunca ha estado en su juicio —leexplica Gadea—, pero estabacompletamente unido a Alodia. Se havuelto loco cuando ella se ha ido.

Tariq se toca el costado paraencontrar alivio, nota un dolor lacerante,que le molesta algo al respirar. El hijode Ziyad le cuenta a Gadea:

—Le encontramos cuando su madrehabía muerto, Alodia siempre le tratócon afecto, siempre le cuidó.

Gadea le relata lo sucedido losúltimos días:

—Cuando Alodia se fue con Voto,Cebrián, que nunca para mucho tiempoen un mismo sitio, llevaba varios días

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fuera de aquí. Cuando regresó y no laencontró aquí, estuvo varios díasbuscándola; al ver que pasaba el tiempoy no aparecía comenzó a gemir y amesarse los cabellos. Gritaba «Alodia»e «Izar» continuamente. Nunca le hemosvisto así. ¿Qué podemos hacer con él?

—Me lo llevaré conmigo —lecontesta Tariq—, Allah, el Compasivo,el Misericordioso, se apiadará de él.Encontraremos a Alodia, él y yorecuperaremos la paz.

El bereber no se demora demasiadoen la casa de Belay. La herida le duelebastante pero ahora está ansioso porproseguir la búsqueda de aquella que

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aún es su esposa.Belay dispone que le acompañe

Toribio y otros hombres de la casa.Salen al amanecer del siguiente día,

cuando el sol se eleva lentamente sobreel cielo, cuando el astro nocturno sedesvanece.

El camino se les hace largo,recorren el camino de la costa a travésde acantilados, el océano Atlántico a suspies, después las tierras llanas dellitoral y las suaves montañas vascas.Más allá, enfilan las cumbres nevadasdel Pirineo, hacia las tierras jacetanas.Los vascones respetan su paso, sabenque el regreso de Voto traerá sobre ellos

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la bendición de lo Alto.Durante el largo viaje, la herida de

Tariq se infecta, cada vez le cuesta másy más respirar. A menudo tiene fiebre eincluso delira. Le oyen hablar de lamujer muerta, de Alodia, de una estrellaque es una niña.

Al fin, tras más de una semana demarcha divisan las montañas, lascumbres nevadas del Pirineo, y seintroducen entre los vericuetos queconducen a la morada del ermitaño.Cuando llegan a la cueva de Voto, Tariqpierde el sentido.

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La aldea

Con el caldero de hierro, Alodia sacaagua de un pozo, después vuelca elcontenido en un cántaro de barro, y se locoloca en la cintura. Se dirige a su casaatravesando la aldea. Las calles estánembarradas por las últimas lluvias. Unperro corretea entre las piernas junto aAlodia, la sigue porque ella a menudo loalimenta con sobras. En las puertas, haymujeres barriendo con escobas de ramas

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el umbral de las casas. La saludan conaparente amabilidad, es la hermana deVoto y se dice que la protege Eneko.

Llegó a la aldea unos meses atrás yse estableció en una cabaña en lasafueras. La misma que hace añosperteneció a Arga y que hubieraheredado Voto. Para conseguir aguadebe cruzar el poblado y llegarse a lafuente en el otro lado de la aldea,pasando por delante de las casas. Lasbuenas amas del pueblo aún no se hanacostumbrado a la novedad que suponepara ellas una mujer a la que consideranextranjera. Por eso cuchichean a supaso: que si es la sobrina de Arga, que

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si se cree algo en la vida, que quién esel padre de esa niña que lleva consigo.Afirma ser viuda, pero todas las mujeressolteras con hijos se excusan así enestos tiempos difíciles. No tanto tiempoatrás, aquella niña, Izar, sería elresultado del sacrificio y tendría unosprivilegios que ahora no posee. Con losnuevos tiempos y las nuevas ideas, a lasmismas montañesas que considerabanhace unos años el antiguo sacrifico ritualcomo algo sagrado, ahora les parecerepugnante.

Alodia les va devolviendo el saludoy no se inmuta por los comentarios quedeja tras de sí. No se entretiene, transita

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apresuradamente por las callesirregulares de la aldea, para despuéssalir del pueblo y llegar a una pequeñachoza un poco más allá del poblado, enun claro entre robles. Al acercarse a lapequeña cabaña donde vive con Izar,deja el cántaro con agua y la llama. Laniña se asoma por la puerta. La madre lesonríe, su niña se va haciendo mayor,tiene casi doce años. A su edad, ellamisma se preparaba para el sacrificioritual y poco tiempo después huía hacialos valles, hacia aquel sendero cercanoa la fortaleza de Galagurris, el sitiodonde encontró a Atanarik.

No puede olvidarlo. Todos los días

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piensa en él. Ahora sus recuerdos se handulcificado, se acuerda de él como algoque ocurrió en el pasado, algo muylejano, algo que quizás no va a volver.A menudo evoca su figura en la mente,en esos momentos un dolor sordo ycontinuo le atraviesa las entrañas y, amenudo, no le deja respirar. Siente quelo ha perdido, que nunca más lo volveráa ver.

La antigua sierva deja el cántaro conagua, barre el suelo con una escoba deramas y prepara un caldo de verdura quele llevará a Voto. Izar le ayuda. Alfinalizar la tarea, madre e hija se dirigenhacia el bosque, suben la montaña al

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lugar donde hay una cueva, Izar vasaltando por el robledal. Alodia vacaminando más despacio, para evitarque se le vuelquen los alimentos quelleva en la cesta.

Hace días que no ve a su hermano.En un momento determinado, Izar sedetiene, esperando que su madre se leaproxime.

—¡Madre!Alodia, que avanza mirando al

empedrado de la vereda estrecha eirregular, alza la cabeza y sonríe,contenta de estar sola junto a su hija.

—¿Sí?—Echo de menos a Adosinda. Se

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quedó muy triste al irnos. ¿Volveremos averla?

La madre añora también a su ama, sesentía protegida por la vigorosa hermanade Belay. En la aldea del Pirineo no hasido muy bien aceptada; con su tía Argamuerta, sus hermanos más pequeñoscasados, viviendo en nuevos hogares ylos parientes más lejanos ajenos a ella,Alodia sólo conserva a Voto, más queun hermano para ella, pero que vivealejado del poblado, dedicado a susoraciones y obras de caridad. No sabe sifue buena idea alejarse de Adosinda,por eso exclama:

—Quizás algún día…

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—No me gusta el poblado —le diceIzar—, les oí el otro día a las dueñascriticándote. Hablaban de que yo notenía padre…

A Alodia le duele profundamenteque la censuren, justamente por eso. Lahermana de Voto había sufrido durantetoda su vida no tener padre, había huidode la aldea para que su hija lo tuviera,se había opuesto siendo una niña alrégimen degradante y despiadado de lasacerdotisa Arga. Las otras, no. Lasotras de la aldea habían dado culto a ladiosa y ahora con los nuevos tiemposhabían aceptado la fe cristiana queparecía más humana que los antiguos

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ritos. Toda una vida de penurias y dolorse alza ante ella, que casi gritaenfurecida:

—¡Eso es falso! Tienes un padre,está lejos…

—Siempre dices que mi padre va avolver, pero no regresa…

—El volverá —no hay seguridad ensu voz—. ¿Qué más decían?

—Oí algo de un sacrificio ritual…—Esos sacrificios no existen…—Ellas dicen que eran de los

paganos, que había una mujer, Arga, queera malvada.

—Arga no era malvada, creía enalgo distinto a lo que creemos nosotros.

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Hace años yo me fui de aquí por Arga,porque no me gustaba lo que ella hacía,pero… no era una mujer malvada.Quizás era fanática y me obligaba a algoque yo no quería.

Alodia está indignada con las gentesde la aldea, ¿cómo le han podido ir conesos cuentos a Izar? Las palabras de Izarla reafirman en que no ha hecho bienalejándose de la casa de Belay. Voto laconvenció, le dijo que su lugar estabaallí, con su familia, con las mujeres ylos hombres de la aldea; pero no ha sidobien acogida, sólo tolerada por ser lahermana de Voto, a quien protege Eneko.Además, aquella noche ha soñado con

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Atanarik, le veía herido. Se despertóangustiada. Arga siempre le decía queen los sueños había premoniciones delfuturo.

Es por ese motivo, para que leaclare el sueño, por lo que se dirige aver a Voto.

Al acercarse a la cueva, escucharuido como de hombres a caballoatravesando el bosque y, cuando llega, através de los árboles que rodean laexplanada, distingue a algunos vasconesarmados de los de Eneko, cántabros delas tierras de Belay y musulmanes delSur con aspecto bereber.

Hay mucha gente cerca de la cueva,

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hablan en tono muy alto, comopeleándose entre ellos. Al parecer, losvascones han rodeado la cueva paraproteger al ermitaño de los reciénllegados del Sur, en quienes no confían.Pero estos últimos no muestran unaactitud beligerante, su aspecto denotaque vienen en son de paz.

Alodia se deja ver en el claro. Unode los bereberes la reconoce, lentamentetodos se vuelven hacia ella y se produceun extraño silencio, para dejar luegopaso a los murmullos entre las gentesdel Sur, que la señalan. Algunos deaquellos bereberes son hombres deSamal.

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Al identificarlos, Alodia se detieney les sonríe pero las facciones de losmusulmanes muestran inquietud.Transcurren unos instantes antes de queVoto salga de la cueva, distinguiendo elmanto pardo de Alodia. El ermitañotambién se queda parado, sin saber quédecirle. Al fin, articula unas palabras:

—Ha llegado alguien a la cueva…—Sí —le responde ella, sonriendo

aunque algo intranquila—, veo quetienes visita…

No puede seguir hablando porque seescucha un grito penetrante.

—Dama Alodia, dama Alodia.—¡Oh! Cebrián…, ¿qué haces tú

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aquí? Me fui sin despedirme de ti… Medio tanta pena, pero pensé que meseguirías… Siempre lo has hecho así.

El hombre niño la sonríe con su fazbobalicona de siempre, está muy, muycontento de verla y se acerca a ella, quele abraza. El mozo se deja querer,sonríe. Después se aparta y anuncia,como si hubiera conseguido algo muyimportante:

—Os traigo al señor Atanarik. Estádurmiendo.

Alodia palidece.—¿Qué…? ¿Qué me estás diciendo?—Sí, sí, el señor Atanarik.La mujer dirige la mirada hacia

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Voto, quien mueve la cabezaafirmativamente, pero está muy serio,entristecido.

—¿Qué ocurre?—Ven.Alodia entra en la oquedad

siguiendo a su hermano. Tras ella, en laexplanada ante la cueva, permanecen loshombres de Eneko, Toribio, con loscántabros, y los bereberes de Samal.Cebrián se queda también fuera de lacueva hablando y jugando con Izar, queestá encantada de ver a un viejo amigo.

La cueva de Voto no está en lasalturas como la de Ongar, es unahendidura irregular en las rocas,

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cubierta por una especie de arcadanatural en la misma piedra. Desde laabertura se accede a una estanciaamplia, en la que brota un manantial. Alfondo, se abre una oquedad grandedonde sobre un altar está la copa. Másal fondo y a la derecha, hay un espacioen la roca, una cueva dentro de la cueva,allí vive Voto. Entran en la pobrehabitación. En el lecho, un hombre estáacostado. Delira, inconsciente. Alodiase arrodilla junto a él. Permanece con lacara vuelta hacia la pared. Ella la girahacia sí. Le examina detenidamente elrostro, con amor, su mirada se fija en lamarca de la mejilla. La antigua sierva se

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abraza a él.—¡Atanarik! ¡Respóndeme! ¿Qué te

ocurre?—Está muy grave. Puede morir —le

dice Voto.—¡No!Alodia le mira sin poderse creer que

él esté allí. Después besa suavemente lafaz del hombre que ama. El entreabre losojos y los torna a cerrar.

—¿Que le ocurre? —le pregunta aVoto.

—Le hirieron.—¿En un combate?—No —se detiene un momento antes

de seguir hablando—. Me han dicho que

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fue Cebrián, se volvió loco cuando sedio cuenta de que te habías ido. Atanarikllegó a Onís buscándote, al verloCebrián le agredió porque pensaba quete había raptado. Le hirió con uncuchillo en las costillas, la lesión no eramuy profunda; eso ocurrió hace casi dossemanas. En un principio se pensó queno era nada, de hecho, Cebrián vino conellos todo el camino desde Ongar. Tu…tu esposo ha cabalgado con la heridaabierta, se le ha infectado. Mira…

El monje descubre el pecho deAtanarik, en él hay una herida purulentay una inflamación sobre las costillas.

—¡Oh! ¡Dios mío! —suplica Alodia.

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—No se puede hacer nada.Solamente dejarle descansar. Yo lecuidaré.

La montañesa mira desafiante alermitaño, le parece que Voto le estádiciendo con su actitud que se vaya perono está dispuesta, por lo que se expresasuave pero firmemente.

—No. No me iré de su lado.Alodia se sienta en el suelo, junto a

él, se agarra de la mano de Tariq.Dentro del corazón de Alodia hay unaemoción agridulce en la que se mezclanla alegría por estar al lado del que tantoha esperado, con el dolor al haberloencontrado herido.

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Voto, que se da cuenta de lossentimientos de su hermana, se retira alfondo de la cueva y al cabo de un rato seva, dejándoles a solas. Alodia seacurruca junto a su esposo en el suelo,no le suelta la mano, ni deja de mirarlo,como si quisiese introducir cada rasgode él en su alma. El rostro de Tariq esahora enjuto, quemado por el sol, frágil.Una barba castaña puebla las mejillasdel conquistador. Cuando entorna losojos, Alodia observa en ellos la mismaluz verde que la enamoró, tantos añosatrás. Él entreabre los labios resecos. Aun lado hay un cántaro y un vaso debarro cocido con el que la esposa le da

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agua.Transcurren lentas, agobiantes, las

horas. La respiración de Tariq se hacemás pausada, más estertorosa. No hareconocido a Alodia en ningúnmomento. Ella sigue junto a su lecho, lepasa un paño húmedo por la frente. Nollora.

De cuando en cuando, Izar entra aver a su madre, y se sienta cerca, a lospies de la cama de aquel enfermo quetiene la misma marca estrellada que ella,una peca, como un lunar, en la mejilla.Al fin, la niña se queda dormida.

La luz del día, que penetra en lacueva por una grieta amplia en el techo,

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lentamente se va apagando. Pasa unanoche. El herido duerme agitado, habladel crimen, de una traición, de la Gnosisde Baal, de un asesino, de Alodia y deuna estrella. Por la abertura del techosólo se ve oscuridad. Alodia ve, depronto, en el cielo, el astro nocturno, laluminaria del ocaso, la estrella depenetrante luz. Está tan lejana… pero surayo parece iluminar la faz del herido,que no abre los ojos.

Nota que Voto de nuevo está junto aella. Le mira y en su expresión, sólo lateuna pregunta; una pregunta que Votorápidamente entiende: «¿Qué podemoshacer?»

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El monje con voz pausada le dice:—Sólo hay algo que pueda hacerse,

pero he dudado hacerlo. Se podría usarla copa de ónice, la que sana todos losmales. Es el cáliz del bien, de lasabiduría. Sin embargo, es tambiénpeligrosa. En ella se bebe la salud o laperdición. Si su corazón es recto, élsanará, si no lo es, morirá. Dime,Alodia, ¿tú crees que su corazón lo es?

Alodia le responde con seguridadabsoluta:

—Hubo mal en él, pero su corazónha tornado hacia el bien… Me habuscado en este lugar lejano de todo, unlugar donde nadie llega si no es por

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algo, el lugar donde lo encontré…¡Sálvale, por Dios te lo pido, sálvale!

Voto se levanta pesadamente, cruzala cueva y se dirige hacia el ara dondeestá la copa sagrada. Se arrodilla anteella y la acerca al manantial en la roca.Después, el ermitaño regresa al lugardonde reposa Tariq, con la copa en lasmanos, la preciosa copa de ónice. Se lada a Alodia, indicándole que le dé abeber el agua del manantial. Ella leacerca la copa a los labios, mientras élsigue inconsciente, sin hacer ningúngesto. Entonces, Alodia sostiene la copacon la mano izquierda, mientras que conun dedo de la derecha le moja los

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labios, una y otra vez. Por fin, al cabode un tiempo que se le hace eterno, élentreabre los ojos. Alodia deja la copaen el suelo, le levanta la cabeza,acercándole de nuevo la copa a la boca.El parece recuperar algo de conciencia,al notar el contacto del ónice en loslabios, los separa lo suficiente comopara permitir que Alodia le introduzcael agua que puede darle la salud y lavida.

Tariq la traga. La expresión doloridade su rostro se calma, cesan los sueñosvividos, y se queda apaciblementedormido. Alodia se siente consolada yen paz, un sueño poderoso hace que ella

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también caiga en la inconsciencia.Todos duermen.A través de la oquedad en la roca,

un rayo de luz de luna atraviesa lacueva. Después, la claridad tibia delalba acaricia suavemente la faz oscuradel bereber.

Al despuntar la mañana, Tariq abrelos ojos, se incorpora del lecho. Nosabe bien dónde está. A sus pies divisados bultos; una mujer y una niña. Estándormidas.

Acaricia suavemente el cabelloclaro de la mujer, que está sentada en elsuelo, con las rodillas dobladas y lafrente apoyada en ellas.

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Ante la caricia, Alodia despierta yalza la cabeza; al verle despierto y sano,todo en ella se colma de alegría. Secruzan las miradas de ambos, duranteunos instantes, el tiempo se detiene.

La sierva llena sus ojos de la faz deTariq.

Le sonríe.Ha cambiado tanto… En su rostro ya

no hay dureza, ni tampoco la ingenuidadde los años en los que amaba a la damagoda, ahora refleja una profundaserenidad y sosiego.

Después de un tiempo de silencio, elsemblante de Tariq se transforma, quierehablar, pero no sabe cómo comenzar, al

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fin articula unas palabras:—Alodia… una vez me dijiste que

era preciso que un amor muriese paraque naciese otro. Eso ha ocurrido. Ella,Floriana, ahora ha muerto para mí, y…—se detuvo un momento como buscandolas palabras— ahora me doy cuenta delo equivocado que estaba… ¿Cómopude estar tan ciego todos estos años?Poco a poco, tu recuerdo se fueadueñando de mi mente, te he añoradotanto… He cruzado el mundo buscandolo que nunca debí haber dejado escapar,buscándote a ti.

Aquellas palabras eran las queAlodia siempre había anhelado. Le

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parecía imposible que él estuviese allí,mirándole con afecto infinito,revelándole sus sentimientos.

—Os he aguardado siempre… —ella se expresa con suavidad—. Unailusión inconsciente, un anhelo de vos,la confianza en que volveríais llenabanmi alma. Sí, una esperanza que se ibaapagando, pero que no moría. Os veía almirar cada atardecer, la estrella delocaso. Al divisar el astro nocturno en laamanecida, siempre pensaba en vos.Porque vos, mi señor, sois la estrellaque guía mi vida.

—Nunca más te dejaré ir. —La vozdel que un día fue Atanarik se quiebra

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por la emoción—. Estaré siempre a tulado.

Están muy cerca el uno del otro.Alodia, sentada aún en el suelo. Tariq,en el lecho, se incorpora y apoya lasmanos sobre los hombros de Alodia, ydespués, se la acerca y reclina su frentesobre la de ella, los ojos de ambos muycerca. Se abrazan así, sin reparar ennada de lo que les rodea.

Tras unos momentos de profundafelicidad, Alodia se libera del lazo deTariq, volviéndose hacia el fondo de lacueva, en la penumbra hay alguien quedormitaba y ya se ha despertado. EsIzar. La niña se siente al margen de

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ellos. Su madre le hace un gesto paraque se acerque, y cuando la niña estájunto al lecho de Tariq, le dice:

—Es tu padre… Ha vuelto. Te dijeque algún día regresaría.

—Sí, lo sé —afirma la niña,llevándose la mano a su marca en lamejilla.

Después volviéndose a Tariq, laseñala:

—Tenéis una hija.—Lo sé, Belay me lo dijo.Alodia algo entristecida prosigue:—Lo siento, mi señor.—¿Por qué?—Vos queríais un varón.

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—Tiene tu rostro, tu cara, y la marcaque yo llevo en la mejilla, ¿Qué máspuedo desear? Tendremos más hijos.

Alodia le sonríe de nuevo y afirmaconfiadamente.

—Sí. Los tendremos.

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20

El rastro de la mujermuerta

Las heridas corporales de Tariq securan en la cueva del monje. Las delalma sanan ante la mirada de Alodia.Izar regresa al poblado, la acompañaCebrián. La antigua sierva cuidaamorosamente a Tariq que, a su lado,está por fin en paz. Se sucede unatardecer, un ocaso poblado de

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estrellas, un amanecer luminoso y a ese,otro, y otro más. Al fin, en las últimasluces de una tarde clara, Tariq sale de lacueva del monje, sus hombres contentosle rodean. Tras él, unos pasos más atrás,Alodia permanece de pie con la miradatímida fija alternativamente en el suelo yen las espaldas de Tariq, al que harecobrado del destierro y de las manosde la muerte.

En la puerta de la cueva, duranteaquellos días de convalecencia, losbereberes han mantenido la guardiavelando a su señor natural, a aquel aquien no desean perder. Se cuadran anteél y Salek, el hijo de Samal, que tiene el

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mando, da un paso al frente.—¿Cuándo nos iremos? —le

pregunta.—Mañana. Preparad la partida.El bereber inclina la cabeza ante

Tariq. En sus rasgos poco expresivos seadivina la alegría por el regreso y por lacuración de aquel al que todos losbereberes respetan.

Cuando el hijo de Samal se ha ido,Tariq se vuelve hacia Alodia,diciéndole con suavidad.

—Quiero que regreses conmigo alSur. En las tierras de Samal, en lameseta, junto a las montañas de la mujermuerta, hay ahora una fortaleza que he

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construido para defendernos deldespotismo de los árabes. Allí, en lafrontera del Sur, muy cerca de dondemoraba Samal, es donde vivo yo ahora,y cuando tú llegues, será nuestro hogar.

—Iré adonde tú vayas.—Samal, Yaiza y las otras mujeres

te esperan.Alodia sonríe, al recordar:—Fui feliz con el pueblo de Samal.—Ahora lo serás aún más.Se alejan lentamente de la cueva de

Voto. Tras los largos días de encierro yconvalecencia Tariq necesita respiraraire puro. Precisa tranquilidad paraexplicarle a Alodia la transformación

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que ha ocurrido en él durante los añosde separación. El sabe que realmente hacambiado, ya no es el hombre lleno deambición y egoísmo de los días deToledo. El afán de poder y riquezas hadado paso a un hombre nuevo. Seavergüenza de muchas de sus accionespasadas. Le abochorna el desprecio, lafalta de consideración, el abandono enque la ha tenido. No sabe qué decirle,por dónde empezar.

Caminan subiendo por la vereda queconduce hacia un claro en el bosque;desde allí se divisan las copas de losárboles descendiendo hacia la llanura.Más a lo lejos, hacia el oeste, se alzan

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las montañas grises, las cumbresnevadas del Pirineo. La luz del solbrilla, no hay ninguna nube ante ellos, nohace frío, ni tampoco calor excesivo.Huele a pinos, a romero y a naturalezaabierta.

Tariq se sienta en una piedra alta yalargada, aún le molesta la herida, ellase acomoda junto a él, respetando elsilencio del que sigue considerandocomo su amo y señor. Al fin con vozdulce, casi como en un susurro, se dirigea él:

—Ya no oigo voces. Ya no siento elespíritu diciéndome que proteja a lacopa. Ya no recuerdo la cueva de

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Hércules. Mi única ilusión, miesperanza, el motivo de mi vivir eravuestro retorno. Ahora, con vos, notengo miedo, estoy en paz.

Tariq mira al frente, al día suave yclaro, a los espesos bosques quedescienden ante ellos:

—Yo también lo estoy. Años atrásconquisté estas tierras, las que seextienden desde el Pirineo hasta el MonsCalpe, recorrí los caminos que llevan deHispalis a Damasco, llegué hasta lastierras de Arabia, buscando la paz quepensaba iba a alcanzar a través de lavenganza. Ahora entiendo que tú,Alodia, eres la única paz que yo anhelo.

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Tú, Alodia, me transformas, sacas lomejor que hay en mi alma, contigo estoyseguro, contigo soy feliz. Tú eres mihogar, el lugar al que se vuelve cuandouno está fatigado.

Al escuchar aquellas frases, aAlodia se le forma un nudo en lagarganta, las palabras no pueden salirpor su boca, le parece un sueño lo queestá escuchando.

—Conozco la verdad sobreFloriana. Sé cómo murió y lo que hacía,el misterio que la rodeaba. He regresadoporque, desde que lo descubrí, desdeque mi alma se liberó del peso delcrimen; todo el amor que te profesaba

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sin quererlo reconocer, el que duranteaños te negué, se ha derramado en mícomo un torrente. Tú eres lo único queme importa. Tú, que me has esperado.Tú, que siempre, a pesar de mis locuras,has confiado en mí. Tengo una deudapara contigo, quiero contarte lo querealmente ocurrió, lo que hizo cambiarel reino de los godos y lo destrozó.

Lentamente el que los godosllamaban Atanarik, y los bereberesTariq ben Ziyad, va desgranando lahistoria de lo sucedido en los largosaños de separación, los años en los quese había alejado de Alodia:

—Recordarás que la conquista de

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Hispania fue muy rápida, la mayoría delas ciudades se rindió ante nosotros sincasi guerrear, excepto Astigis, EméritaAugusta y Córduba. Había algo detrásde todo eso, en aquel momento yo nosabía lo que era. Ahora lo sé, detrás detodo estaba la copa de poder, la copa deoro que destruye los corazones y unasecta, la Gnosis de Baal, aquella a laque pertenecía Floriana. Fueron ellosquienes facilitaron la conquista, teníainfiltrados en cada ciudad, hombres quebuscaban riquezas y poder. Hombresque deseaban reabrir las rutascomerciales con Oriente para lo que erapreciso sacudirse el yugo de los godos.

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»La conquista de la penínsulaIbérica no fue planeada por el califa AlWalid, sino que se produjo a través delas maquinaciones de la secta. No estabaen la mente del califa la invasión delreino godo. En realidad, losconquistadores de Hispaniadesobedecíamos las órdenes de AlWalid, por eso, cuando aún no habíamossometido por completo los territoriospeninsulares, el califa nos ordenó aMusa y a mí que detuviésemos unaguerra peligrosa y en los confines delimperio islámico. Se nos ordenó quecesásemos en la invasión y rindiésemoscuentas de nuestras acciones en la corte

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de Damasco. Retrasamos todo lo quepudimos el regreso: Musa, porquedeseaba acumular más riquezas ysometer enteramente a la península; yo,porque me debía a mis compatriotas, alejército bereber que había levado enÁfrica, injustamente tratado por losárabes y del que me sentía responsablepor las promesas hechas a mi padre.Además, en aquel tiempo, aún creía queel asesino de Floriana estaba enHispania, y deseaba vengarme. Aunqueen aquel tiempo no era capaz dereconocerlo, no quería irme porque nodeseaba alejarme de ti. Finalmente notuvimos más remedio que obedecer, las

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órdenes del califa fueron perentorias yclaras, debíamos acudir a Damasco paradeclarar sobre la gestión en las tierrasconquistadas y el botín capturado. Noera solamente que nos hubiésemosextralimitado en las órdenes del califa;además habían llegado a la corterumores sobre la deshonesta actuaciónde Musa. Todos los que habíamosluchado en Hispania sabíamos bien queel gobernador de Ifriquiya se habíaapropiado de tesoros que pertenecían al a umma, a la comunidad islámica.Además, mis tropas se quejaban porquea los bereberes, los que habíanarriesgado sus vidas cruzando el

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estrecho e iniciando la campaña, se leshabían dejado únicamente las tierras desecano de la meseta y su participaciónen el botín era mínima. Era injusto.Entre los musulmanes corría la historiade que Musa ya había antes malversadofondos públicos, cuando había sidorecaudador de impuestos en Basora.

»Yo, que odiaba a Musa, porque mehabía avergonzado públicamente, mehabía arrebatado la copa de poder yhabía cometido una flagrante injusticiacon mis tropas, pensé que en Damascopodría enmendar los abusos cometidospor el antiguo gobernador de Ifriquiya.Alguien debía informar al califa del

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despotismo y arbitrariedad de los árabessobre los auténticos ejecutores de laconquista, los bereberes. Esperaba quela Cabeza de Todos los Creyentes fuesealguien justo, alguien cercano a Allah, alDios Misericordioso, en el que creía yen el que aún hoy sigo creyendo.Además me había guardado pruebas delfraude que Musa había realizado con elbotín de guerra, evidencias de suavaricia y prepotencia. En Toledo, Ilyas,guardián del tesoro, obedeciendo misórdenes, se había reservado una pruebapara implicar a Musa si era preciso.Además, conmigo iba Mugit al Rumí, elconquistador de Córduba, y mawla del

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califa Al Walid. Él también odiaba aMusa, le había arrebatado los despojosque había conseguido en la ciudad delrío Anas. Al Rumí me apreciaba ydurante el viaje me explicó mucho de loque iba a ver en Damasco, cómo seorganizaba la corte, qué era lo que debíahacer para agradar a Al Walid.

»Partimos hacia Oriente pasando porla hermosa ciudad de Hispalis. Allí,Musa dejó a su hijo Abd al Aziz comogobernador de Al Andalus con cargo dewali. Le recordarás bien, aquel Abd alAziz, ambicioso y arrogante, que se casócon Egilo, la viuda de Roderik. Abd alAziz prosiguió la conquista que nosotros

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habíamos iniciado e invadióScalabis,[107] Conimbriga[108] y otrasciudades lusitanas. Durante su mandato,se completó la rendición de Hispania.Sé que dos años después de nuestrapartida a Damasco, fue acusado por elsector más intransigente de abandonarlas tradiciones musulmanas porinstigación de su esposa. Egilo le habíaanimado a ceñir una corona e incitado aobligar a los nobles árabes a inclinarseante su presencia. Esto era contrario a lacostumbre islámica. Me llegaronnoticias de que Abd al Aziz fueasesinado en marzo del 716 en la iglesiade Santa Rufina, consagrada como

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mezquita, en Hispalis. Egilo murió de unmodo extraño, no se sabe si la mataron ose suicidó al no poder soportar lapérdida de su dignidad real, a la que tanapegada se hallaba.

»Embarcamos hacia Damasco aquelverano del año 714, el año 95 de laHégira. Con nosotros una larga caravanade botín, rehenes y esclavos. Musaquería imitar a los emperadoresromanos, que entraban en la capital delimperio haciendo gala de lo capturado.

»Nos acompañaban hijos y parientesde Witiza a alegar ante el califa susderechos sobre las tierras hispanas,nobles apresados en Mallorca, Tiudmir,

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de la región de Orcelis, mi antiguoamigo el conde Casio, y tantos y tantosmás. Los árabes les llamaban reyespero, exceptuando a los hijos de Witiza,los cautivos no eran más que nobles delos distintos lugares.

»Recuerdo el calor y el solcontinuos, el Mediterráneo ardía en losdías de aquel tórrido verano. Fuimos aKairuán, donde celebramos la Fiesta delCordero, o del Sacrificio, en la que lasangre de miles de carneros, toros,camellos y bueyes es derramada paraconmemorar el sacrificio de Abraham,padre del pueblo árabe. La alegríallenaba el corazón de las gentes en esos

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días, en los que ricos y pobres, letradosy analfabetos, nobles y mendigos de laciudad, se confundían bajo la mismavestimenta blanca que ponía demanifiesto la igualdad de los hombres ymujeres ante el Dios Misericordioso yClemente, el Dios de los Cien Nombres.Yo les miraba ajeno a la alegría de lafiesta. En aquella misma ciudad deKairuán había conocido la doctrinasalvadora del Islam, en los tiempos enlos que aún vivía mi padre Ziyad, al quede nuevo recordé con añoranza.

»De Kairuán nos dirigimos a lastierras de Egipto, donde Musa colmó deregalos a ulemas y alfaquíes, cabezas de

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la comunidad islámica. Quizá deseabaganárselos para librarse de la fama decorrupto y estafador que le precedía ensu avance hacia la capital del califato.El gobernador de Kairuán queríahacerse pasar por un musulmán piadoso.

»Más tarde recorrimos las resecastierras de Palestina, cruzamos el Jordán,atravesando llanuras de cereales,colinas con olivos y un desierto arenoso.Al fin, llegamos a Damasco, la ciudaddel califa, una hermosa y antigua urbe,rodeada por una muralla romana conocho puertas. Franqueamos la llamadaPuerta del Paraíso, y recorrimos lametrópoli a través de la Vía Recta.

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Recuerdo bien las calles abarrotadas degentes que deseaban congratularse por lavictoria de las tropas del Islam en lastierras ibéricas, el lugar más alejado delMediterráneo. Todo era griterío yexultación de las gentes. Para dar mayoresplendor a su victoria, Musa dispusoque los nobles se vistieran ricamente,con coronas y joyas, e hizo anunciarloscomo reyes cautivados en las remotasregiones del occidente del mundo, a lasque la luz de Allah finalmente habíallegado.

»Tras la cáfila de nobles cautivos,sojuzgados o que habían llegado a unpacto, venía el botín, un caudal de

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inmensas proporciones que dejó a loshombres de Damasco deslumbrados. Enuna gran carreta descubierta se mostrabael gran tesoro de los godos: oro, plata,ricos adornos, piedras preciosas: perlas,jacintos, rubíes, topacios, esmeraldas…Más atrás, en una amplia plataformatirada por bueyes se mostraba la mesadel rey Salomón, hecha de oro puro,incrustado con perlas, rubíes yesmeraldas. Yo, uno más de losgenerales victoriosos, me paseaba acaballo entre las carretas. Miré a lamesa, algo me pareció extraño en ella, ya pesar del griterío de la fiesta, delasombro por la ciudad, no lo olvidé.

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Tras la mesa del rey Salomón, seguían,transportados en andas, el Jacinto deAlejandría, el enorme topacio que Musahabía capturado en Mérida, lamaravillosa copa de oro, que me hizoperder durante tanto tiempo la cabeza,coronas votivas, cruces de oroprocesionales…

»Los hombres y mujeres deDamasco gritaban al ver tantas riquezas,tantos reyes prisioneros, tantos noblessometidos…

»Tras el tesoro y las gentesdistinguidas, desfilaron los plebeyoscautivos, más de diez mil hombres,mujeres y niños que iban a ser vendidos

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en los mercados de esclavos deDamasco y de las ciudades del imperioomeya. Tantos fueron que el piadosocalifa Al Walid dispuso que algunos deaquellos esclavos fueran entregados amusulmanes necesitados.

»La ciudad, sembrada de mezquitas,atravesada continuamente por los cantosde los muecines, llena de sol y deriquezas, nos fascinó tanto a mí como alos que me acompañaban.

»Al fin, llegamos al palacio delcalifa Al Walid.

»Pese al maravilloso tesoro y algran botín humano conseguido, elrecibimiento dispensado a Musa por el

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califa Al Walid, no fue excesivamenteentusiasta ni caluroso. Aunque en aqueltiempo yo no entendía bien la lengua delos árabes, ni sus costumbres, pudedarme cuenta de que algo ocurría. Musamostraba los tesoros y cautivos;mientras tanto, los ojos del califaparecían indiferentes ante tanta riqueza.Dado el enorme éxito de Musa, la fríaactitud de la Cabeza de Todos losCreyentes parecía extraña. Elgobernador de Kairuán pronunció undiscurso solemne. Al Walid no se dignómirarle, mantuvo el rostro como ausenteen una actitud extraña que cabríaachacar a las molestias de la grave

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enfermedad que padecía.»Después de las palabras de Musa,

Mugit al Rumí protestó vivamente anteel califa. Yo no entendía bien lo queestaba diciendo. Supe después por elmismo Mugit que le había expuesto alPadre de Todos los Creyentes la verdadsobre la conquista de Córduba y sobreel resto de las actividades de Musa enHispania. Al Walid no contestó. El viejocalifa se hallaba enfermo, no leafectaban ya ni el triunfo de Musa ni lasprotestas de Mugit. Además el partidoárabe, contrario a la conquista,dominaba en la corte.

»Los parientes de Witiza se hicieron

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traducir un discurso en el que pedían alcalifa que les retornase sus tierras yprebendas. Sé que no consiguieron todassus pretensiones, pero llegaron a unpacto con los musulmanes y un tiempodespués regresaron a sus tierras. A loshijos de Witiza se les concedieron grancantidad de tierras y el gobierno dediversas regiones en Hispania; a Agilase le entregó la Septimania, a Olmundo,tierras en Hispalis, y Ardabastoconsiguió un alto poder social enCórduba. Ahora viven como nobleslocales. Ninguno de ellos ha vuelto acontrolar los destinos de Hispania, sehan convertido al Islam y sus familias se

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han integrado en el mundo árabe,logrando formar parte de la aristocraciade las tierras del Sur.

»Yo por mi parte intenté defender miparticipación en la conquista, y, sobretodo, la injusticia que se había cometidocon los bereberes. No se me tuvo encuenta. Para ellos, yo no era un árabe deraza sino un bereber converso de unatribu perdida del Magreb. Mi lengua noera la suya, y los intérpretes quetraducían mis palabras al árabe piensoque no me hicieron ningún servicio.Tanto el califa como los ulemas que leacompañaban no querían disminuir lagloria que correspondía al ejército

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árabe en la conquista, para enaltecer aunas tribus bereberes recién conversasal Islam.

»La entrevista finalizó sin queninguno claramente hubiéramosconseguido los objetivos que nosllevaban ante el califa. Se nos prometióúnicamente que más adelante serevisaría nuestro caso.

»En aquellos primeros días en lacorte de Al Walid, pude al fin descansardel largo camino recorrido, pero yo nome hallaba en paz. ¿Por qué se nos habíallamado desde las lejanas tierrasibéricas? ¿Por qué no habíamos podidoconcluir la conquista, tal y como era

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nuestro deseo? ¿Por qué a los bereberesse les situaba al margen de todo? Enaquella primera época en la que yo noentendía bien su lenguaje, no podíasaberlo. Después me fui dando cuenta deque la corte del califa era un nido deintrigantes, que conspiraban paraconseguir designar al candidato para lasucesión de Al Walid, que ya nogobernaba por hallarse muy enfermo. Enrealidad, no había sido Al Walid el quenos había mandado llamar, sino suhermano Suleyman, quien después seríasu sucesor. Suleyman controlaba losdestinos de un imperio, el Imperioárabe, que se había construido en menos

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de cien años. El príncipe Suleyman eracontrario a las conquistas y estabaenfrentado a los grandes generales quelas habían llevado a cabo. Se oponía pordos motivos: en primer lugar porque leparecían fatuos engreídos y hombrespeligrosos para la fe islámica; ensegundo lugar, porque aquellos hombrescon su inmensa popularidad podíanhacer peligrar el poder de la dinastíaOmeya a la que él pertenecía. Suleymanaspiraba al trono y los grandes generalesárabes no pertenecían a su partido sinoal del hijo de Al Walid. Así que,consideraba a Musa un enemigo enpotencia, un hombre que había levado un

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gran ejército en el Magreb, y que, poreso mismo, tenía poder. Ese era elmotivo por el que había influido ante elcalifa Al Walid para que se dejaseinconclusa la conquista de Hispania ypara que Musa tornase a dar cuenta de lagestión realizada tanto en las tierras dela península como en Ifriquiya.

»Aunque las acusaciones deSuleyman fueron serias, el califa AlWalid estaba demasiado enfermo, y losvaledores de Musa eran demasiadopoderosos para que se le aplicaseningún castigo.

»Suleyman esperaba su momento.»Mi vida en Damasco se tornó

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monótona. Esperaba ser recibido por AlWalid para hacerle llegar mis peticionessobre el pueblo bereber, pero pasabanlos días y no se me concedía unaaudiencia.

»Me despedí de los nobles hispanos,que tras conseguir acuerdos con elcalifato tornaron a sus tierras. A algunosde ellos, compañeros desde las EscuelasPalatinas, como Tiudmir y Casio, lesayudé con oro y conseguí que lesfacilitaran salvoconductos para el viaje.Casio había abrazado la fe salvadoradel Islam, nuestra amistad se rehízo.Recuerdo cómo nos abrazamos,pensando que nunca más nos

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volveríamos a ver.»En los primeros meses me alojé en

la corte, pero después, con mi parte delbotín, conseguí un antiguo palacioromano, que reconstruí. Tenía todo loque quería, riquezas, criados, mujeres…No me hallaba en paz. En mis sueños,por un lado persistía el fantasmaensangrentado de Floriana, pero por otrosurgía el cálido recuerdo de una vidasencilla al lado de una mujer quecalmaba mis dolores, mi ansiedad, miangustia y mi pena. Una mujer queposiblemente me había dado un hijo alque no conocía. De modo casiimperceptible, tu figura, Alodia, se iba

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alzando en mi interior. Al principiocomo una suave brisa, después como unviento más fuerte, cuyo recuerdoserenaba mi corazón. Ahora era rico,tenía concubinas y podía poseer todaslas mujeres que desease, pero no mesaciaban, necesitaba tu afecto sencillo,suave y fuerte a la vez. En una y otraencontraba tus rasgos, Alodia. Llegó unmomento en el que ninguna me atraía.Regresó a mí la tristeza, me hundí en lamelancolía. Había desbaratado todo unreino para vengarme y no habíaconseguido nada. Había arrastrado a lastropas bereberes en una campaña parabuscar tierras y libertad, y mis hombres

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habían sido subyugados por laprepotencia de Musa. En lo más íntimode mi alma, lamentaba haber perdido laoportunidad de una vida en paz junto ati, dándome cuenta de que aquellastierras tan lejanas, en las que yo eraverdaderamente un extranjero, no eranmi lugar en el mundo.

»Por otro lado, sabía que no podíaaún regresar, porque mi misión junto alcalifa no había terminado. Yo habíaviajado hasta Damasco para denunciarlos abusos de Musa frente a losbereberes, su prepotencia y corrupción.Había solicitado que se revisasen lascondiciones de la conquista para los

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bereberes, pero me daban largas sinconducirme hasta el califa, que seguíaenfermo.

»Me hallaba preso de una inquietudy un desasosiego constantes. Yo siemprehe sido un guerrero, un hombre quenecesita combatir; por ello, la vidaregalada de la corte de Damasco meenervaba. Buscando una vida másserena, y para evitar el tedio que meinvadía en aquella corte oriental, metransformé en un fiel cumplidor de lareligión de Mahoma. Intentaba encontraren el cumplimiento estricto de misoraciones, el equilibrio interior del quecarecía. Por eso frecuenté la compañía

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de Alí ben Rabah, el tabí, quiencontinuaba siendo mi guía espiritual, miamigo y consejero. Al notar mi crecienteintranquilidad, me aconsejó peregrinaral lugar sagrado de los musulmanes, a laciudad de La Meca. La peregrinación,me explicó, posee un alto valorexpiatorio y purificador para los fielesal Dios de Mahoma, quizá yo necesitabavisitar los lugares sagrados del Islam.

»Partimos hacia La Meca.»Alí ben Rabah me acompañó en

aquel viaje al que yo acudí esperanzado,con el objetivo claro de limpiarme de unpasado que me agobiaba, anhelandoencontrar la tranquilidad perdida.

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Recuerdo el desierto envuelto en unanube de calor, los pasos lentos a lomosde camello, la luz de un sol que todo loinundaba, el cansancio por el viajeinterminable.

»En la Sagrada Ciudad de La Meca,di las siete vueltas a la Kaaba; recorrísiete veces la distancia entre las colinasde Saafa y Marwa; sacrifiqué el corderoritual. Después, torné a circunvalar laKaaba, me corté el pelo y las uñas, y alfin arrojé unas piedras contra unospilares que simbolizan el mal.

»Me impresionaron aquellos actosde devoción que me hicieron sentir quepertenecía a la umma, la comunidad

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musulmana, la comunidad madrefundada por Muhammad y dispersa porel mundo. Me uní a los hermanosmusulmanes, pero no hallé la paz de miconciencia.

»En el camino de retorno aDamasco, Alí ben Rabah enfermó ymurió. Antes de morir, me dijo: “Tellamaron Tariq, la estrella del ocaso, elastro que se ve al atardecer y al salir elsol, recuerda las aleyas de la sura que teda nombre: Cada hombre tiene suguardián, tú aún tienes que encontrar eltuyo.” No puedo olvidar cómopronunció aquellas sus últimas palabras.Alí se detuvo porque le costaba hablar

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y, al fin me anunció algo, como unaprofecía: “El Todopoderoso tiene sustiempos, sus lugares, cuando pasen losdías, cuando estés purificado, sabrásaquello que te importa, y hallarás lapaz.”

»Sentí la muerte del viejo tabí, másque ninguna otra cosa en aquel tiempo.El me había acercado a la luz delTodopoderoso, gracias a él habíadejado las costumbres que meenvilecían, la adicción a las mujeres, ala copa de poder… Alí había sido unfiel amigo y un compañero en el viaje dela vida.

»Al regreso, Damasco estaba sumida

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en una revolución, el califa Al Walidhabía muerto. En los últimos meses, eldifunto califa había intentado designar asu hijo Abd al Aziz ben al Walid comosucesor. Pero Suleyman esperaba elmomento; sí, lo esperaba desde largotiempo atrás, por lo que se hizo con elpoder. El ascenso de Suleyman al tronoomeya suponía un giro claro y previsibleen la política del califato. Al Walidapoyaba la política del partido quaryshí,Suleyman había llegado al poder graciasal apoyo político de clanes yemeníes. Elpartido del califa fallecido buscaba unapolítica expansionista, el del califaSuleyman, una política de consolidación

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de las conquistas y de fidelidad a ladoctrina del Profeta. El califa Al Walidera un nacionalista árabe. Suleyman seapoyaba en los musulmanes de otrasrazas, muchos de ellos reciénconvertidos.

»Por eso Suleyman acosó a losgenerales más famosos del califato deorigen árabe. El nuevo califa quería lasriquezas y proclamaba que losconquistadores árabes habían invadidotierras, únicamente en beneficio propio,no en el del Islam, les acusó deirreligiosidad, descreimiento e inclusodel grave crimen de apostasía, penadocon la muerte.

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»Sin cortesías de ningún tipo, mandóllamar a los conquistadores árabes deOriente, los generales Qutaibah benMuslin, conquistador de Jorasán, de lastierras más allá del Oxus, el que abriólos caminos hacia Samarcanda yMuhammad ben Qasim al Thaqafi,conquistador de la India. El primero fueasesinado por sus tropas, al haber caídoen desgracia ante el califa; al segundo loencerró, torturó y murió en prisión.

»Después de perseguir a losgenerales de Oriente, se encarnizó conMusa, el conquistador de Hispania, conantecedentes de corrupción ymalversación de fondos y que se

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apoyaba en el partido quaryshí. Ademásse había corrido el rumor por la corte deque practicaba la idolatría en una copamágica. Se le acusaba de consumiralcohol en ella.

»Suleyman le hizo llamar,maltratándole de palabra, y avisándolede su intención de reducirle a lapobreza. La inquina del nuevo califa ibadirigida contra quien considerabarepresentante de una política quedetestaba. Suleyman no era un guerrero,pensaba que todos aquellosconquistadores eran un peligro para laestabilidad del califato; hombresriquísimos, llenos de vanidad y de

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soberbia, que competían en riquezas yen esplendor con la propia familiacalifal, descendiente de Mahoma.Suleyman acusaba a los conquistadoresde haber incurrido en la apropiaciónindebida de un botín que no era suyo.Los sometió a juicio. El nuevo califasostenía que los conquistadores sólopodían quedarse con el quinto del botín,mientras que los bienes inmuebles —lastierras, las casas conquistadas, losganados— pertenecerían a lacomunidad. Para los conquistadores,todo era botín, por lo que un quinto delas tierras y heredades conquistadas erasuyo.

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»Mugit y yo aprovechamos elcambio de política para saldar losagravios contra Musa. Se acusó a Musade haberse apropiado de joyas de granvalor, tales como no poseyera reyalguno después de la conquista dePersia. Fuimos llamados al juicio y letachamos de corrupción, malversaciónde fondos y deslealtad. Informamos alcalifa Suleyman de que Musa se habíaapropiado indebidamente de la mesa delrey Salomón, de la copa sagrada y delJacinto de Alejandría. Musa había hechodesfilar delante del califa anterior unacopia de los tesoros, hecha concristales, apropiándose de las joyas

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auténticas. Para confirmar mi tesis,mostré una de las patas de la mesa, queIlyas había conseguido para mí enToledo. Se vio claramente la diferenciaentre las piedras preciosas del objetoque yo presentaba y lo que habíaentregado Musa al erario.

»Después, convoqué a alguno de mishombres del Magreb, y a oficialesárabes que le inculparon de habermaltratado a las tropas bereberes, lasque habían llevado el peso de laconquista.

»Mugit le acusó de haber usurpadolas tierras cordobesas, y de haberledespojado de los cautivos de Córduba

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que le pertenecían.»Suleyman escuchó atentamente

estos cargos, tras los cuales Musa se lehizo insufrible y decidió castigarlo,condenándolo a muerte. Sin embargo,Musa, que tenía importantes valedoresen la corte, consiguió librarse de la penacapital a cambio de una enorme multa.Fue destituido de todas sus provincias,se le alejó de la corte y se le encarceló.El califa ordenó una investigación desus bienes, que fueron confiscados. Parapagar la multa se vio impelido a pedirayuda a los árabes de su tierra natal.

»Cuando el proceso judicialterminó, Musa fue liberado. Entonces

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comenzaron mis problemas, porque yohabía sido el desencadenante delproceso contra él y Musa lo sabía.Comenzó a perseguirme y, a través depersonalidades influyentes en la corte, alas que compró, consiguió que yotambién cayera en desgracia. Sin juicio,al fin y al cabo yo no era más que unextranjero, fui detenido, encarcelado ytodas mis posesiones, confiscadas. En laterrible cárcel de Damasco, la sed y elhambre me torturaron; pensé que elTodopoderoso me había abandonado ami suerte, que Allah, el que conduceinexorable el Destino de todos, el quejuzga a los hombres, me hacía purgar

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por mis pecados: mi soberbia al quererdominar el mundo godo, la lujuria queme había dominado tantos años.Inexplicablemente, en medio de ladesgracia, conseguí hallar una ciertapaz. Fue en aquella cárcel de Damascocuando tu imagen, Alodia, se hizo másvivida, como algo bueno en mi pasado.Recordé cuando habías sido enterradaviva y te rescaté descubriendo todosaquellos tesoros que fueron la causafinal de la ruina de Musa y de la míapropia. Recordé tu integridad y fortalezafrente a un mundo en que todo estabacorrupto. Los días, los años pasaron,pero en mi interior se abría un cambio,

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se iba encendiendo una luz diferente.»En el año 716 de la era cristiana,

97 de la Hégira, Musa fue asesinado enuna mezquita de Damasco por alguno desus múltiples enemigos. Mi principaladversario había muerto pero aúntranscurrió largo tiempo antes de que yofuese liberado. Gracias a la ayuda deMugit se revisó mi caso y se meconcedió una amnistía. Sin embargo, elcalifa me desterró de las tierras sirias.Sin amigos, en un país extranjero,empobrecido y sin recursos, emprendí elregreso hacia las tierras del occidentedel imperio omeya. Crucé Egipto y medirigí hacia el Magreb. En Kairuán, los

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hijos de Musa seguían controlando lastierras de Ifriquiya, por lo que debí huir.Siempre al oeste, solo, con una soledadque se me metía en las entrañas,comenzó una extraña purificacióninterior. Comprendía que lo poco buenoque había existido en mi vida iba ligadoa tu imagen, Alodia. En cambio, lafigura de Floriana se iba desvaneciendo,aunque por las noches aún clamabavenganza en mis sueños.

»Mendigué, robé comida para podersobrevivir, me acogieron los bereberesdel desierto. No sabía muy bien haciadónde ir, pero de modo inconsciente, meiba dirigiendo hacia las tierras ibéricas,

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hacia el perdido reino de los godos.»Llegué a la ciudad portuaria de

Tingis, la antigua capital de laMauritania Tingitana, el lugar que yotiempo atrás había gobernado.Trabajaba en el puerto por una míserasoldada. Una noche en una taberna seprodujo una reyerta. Un hombre ancianocon una capa negra fue golpeado porunos ladrones que querían quitarle labolsa. Me apiadé de él y le defendí. Élme invitó a beber. Tras los primerossorbos comenzó a hablar, había luchadoen las campañas del Norte de África conUqba ibn Nafti, el mítico conquistadordel Magreb. Hablaba sin cesar, en un

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monólogo que me pareció interminable yaburrido. De pronto, en la taberna, seescuchó música y comenzó a danzar unabailarina. El anciano la miró comohipnotizado y prosiguió su perorata, estavez acerca de las mujeres. Habíaconocido a muchas, y había disfrutadode los placeres de la carne. Entonces medijo que, de todas las mujeres con lasque había yacido, había habido una quele había proporcionado un placer másallá de cualquier otro. Ningún hombreconoce lo que es el éxtasis del amor sino ha gozado con una mujer comoaquélla. Pensé que era una historia comocualquier otra, un cuento de un

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octogenario libertino que desvariaba.Me reí diciéndole que exageraba, congran indignación profirió un no rotundo.Nadie había conocido un placer talcomo el que produce la Kahina. Alpronunciar aquel nombre, a pesar deestar borracho, el anciano bajó el tonode voz.

Miró en derredor suyo. Recordé ami padre, Ziyad, él había sidoamamantado por una mujer llamada laKahina, también me acordé que elnombre de Kahina quería decirhechicera y que la reina Egilo me habíarevelado que Floriana era llamadaKahina por los suyos. Muy excitado, le

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pregunté sobre la Kahina, sobre quiénera ella y cuánto tiempo estuvo a sulado. El viejo, aunque seguía borracho,parecía haber recuperado algo elsentido. Me dijo que sólo una noche, laKahina es poseída por muchos pero sólouna noche con cada uno. No puedeenamorarse, ni tener amantes, si algunavez se une a alguien de modocontinuado, la Gnosis, la Gnosis deBaal, la secta a la que pertenece, laasesina a ella y a su amante. La Kahinatiene mucho poder sobre los hombrescon los que ha yacido, lo utiliza porquequiere cambiar el mundo. Hay una solaGnosis que es eterna, y siempre hay una

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Kahina, generación tras generación.»Un sudor frío me recorrió la

espalda. Le pregunté qué quería decir, aqué se refería con Gnosis. Él me miróaún más asustado, y me dijo: “Gnosis esconocimiento, conocimiento es poder,poder es dominio sobre los hombres.”

»Al terminar de pronunciar aquellaspalabras, se levantó aterrorizado y huyó.

»Aquella revelación me estremeció.Tardé en reaccionar. Me quedéparalizado frente al vaso de barro en elque estaba bebiendo y cuando quisereaccionar, el hombre se hallaba lejos,quizás acobardado de haberse ido de lalengua.

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»Le busqué días y días por la ciudadde Tingis.

»No le encontré.»El recuerdo de Floriana se hizo

vivido, su imagen en mi mente se tornócasi real.

»Ella pertenecía a la Gnosis, estabaasustada siempre que nos veíamos,decía que era peligroso. Pero… ¿porqué? Ahora lo entendía, ella era laKahina, la que dominaba la Gnosis deBaal en la ciudad de Toledo. Sí. LaGnosis tenía que ver con el asesinato deFloriana. Me preguntaba quién la habríaintroducido en la Gnosis, ¿quién la habíahecho pertenecer a una secta tan

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peligrosa? Recordé a su padre, él queríala riqueza y comerciar en elMediterráneo sin trabas, a su padre, quedeseaba controlar el trono de los godos.Rememoré a su abuelo, que queríaliberar al pueblo judío. Evoqué la cartade Olbán en la que le recriminaba susamores conmigo. La carta enviada pocoantes de que Floriana muriese. Me dicuenta de que habían descubierto elamor que compartíamos, que nuestrapasión ilícita la había sentenciado amuerte. Mi amor la había matado; pero¿por qué yo no había muerto? De pronto,me vino a la mente que la misma nocheque encontramos a Floriana,

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descubrimos un hombre asesinado, deuna forma ritual. Ese hombre vestía lacapa de la Guardia Real, y era de miestatura. Ese hombre era mi amigoGránista. Él había amado a Floriana. Lacortejaba. Alguna noche que yo habíaido a la habitación de ella me habíatropezado con Gránista, que la rondaba.Floriana y yo nos reíamos de él. Sí. Lasecta gnóstica a la que pertenecía habíamatado a Floriana y después a Gránista,porque quizá le habían confundidoconmigo.

»Necesitaba saber quién había sidoen concreto. Por eso dejé la ciudad deTingis, me encaminé a Septa. Allí, solo,

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olvidado de todos y arruinado, vivía yamuy envejecido el que un día fueraOlbán, gobernador godo de la Tingitana.Aquel hombre estaba hundido en unasituación de inmensa melancolía, habíaperdido su preeminencia y su fortuna.

»Muchos gobernadores árabeshabían pasado ya por Kairuán y porCórduba, la nueva capital de Hispania;para ellos él, Olbán, no era ya nadieinfluyente. Le habían retirado susprebendas y el control del estrecho.

»Le conté mis sospechas y lepregunté por el nombre del asesino de suhija. Me respondió que nadie enconcreto y todos, que él mismo había

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sido responsable del crimen. AFloriana, la habían ejecutado en unasesinato ritual por transgredir la ley dela secta gnóstica a la que pertenecía, unohabía sido el designado, pero aquelhombre era tan culpable como losdemás, tan culpable como el propioOlbán, que desde entonces estabadesesperado por la muerte de su hija.No quería hablar de ello, no queríareconocerlo. Había abandonado la sectatiempo atrás, la Gnosis no perdonaba alos prófugos y había contribuido a labrarsu ruina.

»Me di cuenta de que Olbán mehabía engañado, siempre había sabido

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cómo se había producido la muerte deFloriana. Sin embargo, para él habíasido más conveniente que yo pensaseque la había matado Roderik. Después,me había utilizado para conseguir lacopa sagrada de manos de mi padre,Ziyad, para lograr así que las tribusbereberes se alzasen en guerra ycruzasen el estrecho.

»Había más. Olbán había estadoimplicado en el ataque a Ongar entiempos de Chindaswintho, el que llevóa Ricimero y al monje lejos del lugarsagrado. Alguien había revelado laentrada secreta al valle de Ongar al rey,ese alguien había sido Olbán, en aquel

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momento leal al reino godo. Además,junto a las tropas de Chindaswinthohabía una mujer, una hechicera que lanzóun maleficio, una mujer que logró que lamagia benévola que emanaba de la copa,y que había protegido el valle de Ongar,cesase. Aquella mujer era también unaKahina, la hechicera que dominaba lasecta gnóstica en los tiempos de lajuventud de Olbán. Aquella Kahina erala mujer que había amamantado a Ziyad,mi padre. Después, Olbán ayudó a miabuelo Ricimero, ambos regresaron aSepta. Años más tarde, Olbán consiguióque su hija fuera la nueva Kahina.

»Le pregunté que si Samuel, el judío,

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también sabía el secreto; si él estabaimplicado en la muerte de Floriana. Medijo que no. Samuel creía en el Dios delos judíos, no en el dios andrógino de lasecta gnóstica. El nunca hubiera estadode acuerdo en que su nieta abrazase lasecta impía.

»Floriana quería a su abuelo, amabaa Raquel, su madre, se sentía humilladapor ser judía; por ello, se habíaintroducido en la Gnosis para ser laKahina, de este modo conseguir poder yasí utilizarlo para hacer caer a Roderikpara liberar al pueblo judío y ayudar asu padre Olbán a conseguir el dominiosobre el Mediterráneo.

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»En cualquier caso, ya todo dabaigual.

»Aquel anciano, el antaño poderosoconde Olbán, señor de Septa, ya noprovocaba otra cosa más quecompasión. Había perdido todo supoder, su hija estaba muerta.

»De pronto me encontré en paz. Eradoloroso saber la verdad; pero laverdad redime y limpia. Un calor suavellegó a mi corazón. A pesar de su vidade mujer perdida, entregada a aquellasecta extraña, Floriana me había amadohasta arriesgarlo todo por mí. Ella, enrealidad, nunca me había traicionado.No podía hacer otra cosa sino cumplir

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su papel como Kahina. Había sido unavíctima, víctima de las ambiciones de supadre y del afán de liberación delpueblo judío, que dominaba a su abuelo.Sí, Floriana me había amado pero, sinsaberlo quizá, recorría la senda de losextraviados.

»Recordé las aleyas introductoriasdel Corán, las que rezábamos todos losdías, los creyentes en el Único DiosVerdadero, los creyentes en el ÚnicoPosible, el Dios Omnisciente, el quetodo lo sabe.

¡En el nombre de Alá, elCompasivo, el Misericordioso!

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Alabado sea Alá, Señor deluniverso,

el Compasivo, el Misericordioso,Dueño del día del Juicio,A Ti solo servimos y a Ti solo

imploramos ayuda.Dirígenos por la vía recta.la vía de los que Tú has agraciado,no de los que han incurrido en la

ira,ni de los extraviados.

»Recité estos versos lentamente. Sí.Floriana se había perdido en aquellasecta gnóstica, aquella secta que lahabía utilizado para controlar los

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destinos del reino. Los versos del Coránme hicieron sentir en paz. Había un Diosque se compadecía, que nos protegía delmaligno. Pensé en mi propio nombre,Tariq. El nombre que me dio mi padre.Yo era el astro nocturno, el que brillabaen las tinieblas del ocaso. Recordé lasúltimas palabras de Alí ben Rabah antesde pasar al lugar de donde no se retorna.Cada hombre tiene su guardián, yo teníaque encontrar el mío. Recité la suraochenta y seis, la que me daba a mí elnombre, la sura del astro nocturno:

¡Considera los cielos y lo que vienede noche!

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¿Y qué puede hacerte concebir quées lo que viene de noche?

Es la estrella cuya luz atraviesa lastinieblas de la vida,

pues no hay ser humano que notenga un guardián.

»No hay nadie que no tenga unguardián. Entendí con toda claridad,como en una luz, que yo tenía unguardián, alguien que me protegía. Mevino a la mente tu rostro, Alodia, tusemblante lleno de amor. Tu faz alnegarme lo que yo no debía tomar. Turostro alegre el día de nuestras bodas.Recordé que yo tenía un hijo en un lugar

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lejano. Tú te habías negado siendo casiuna niña al sacrificio pagano, mientrasque Floriana, mujer adulta, habíaseguido el camino extraviado.

»Tú, Alodia, eras mi guía segura, miguardián.

»Desde las costas del Magreb,divisé las costas de Hispania, las tierraspor las que yo había luchado años atrás.El país en el que te había abandonado.

«Entonces, un amor grande se abriódentro de mí. Entendí que si cadahombre tiene su guardián, tú eras el mío.Pensé que te había maltratado, renegado,herido. Debía regresar y lo he hecho.Nunca me separaré de ti: quiero

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envejecer a tu lado, quiero sentirmecuidado por ti. Quiero cuidarte hasta elfin de nuestros días en este mundo, ymás allá en el otro, tú y yo seguiremosjuntos más allá de las estrellas.

En los ojos de Alodia se refleja laluz de los de Tariq. Después amboscontemplan el valle, el sol que se ocultaentre las montañas. Al oeste brilla unastro en el ocaso, un lucero depenetrante luz, la estrella de Tariq.

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EPÍLOGO

En nombre del Dios Clemente yMisericordioso, la bendición de Diossea sobre Nuestro Señor Muhammad ysu familia.

Yo, Ahmad ben Muhamad ben Musaal Razi, os contaré el fin de la historiade ese hombre que surgió como el astrode la noche, para iluminar ydesvanecerse en las sombras.

Tariq fue la estrella de penetranteluz. Como el astro del ocaso, su fulgordesapareció pronto de los pueblos

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árabes. Pero los bereberes, los hombresque le siguieron desde el Magreb, loshombres de las tribus de su padre, leamaron. Guió a su pueblo y vivió largosaños luchando por la paz que nace de lajusticia. El resto de las hazañas de susdías no aparecen ni en las crónicasmusulmanas ni en los romancescristianos.

Envejeció junto a Alodia, fue amadopor sus hijos y vio nacer a los hijos desus hijos en las tierras de la meseta,junto a las montañas de la mujer muerta,en las sierras de la Orospeda. Respetó aAllah, el Dios Misericordioso yClemente; murió en la fe del Único.

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Os contaré el fin de la historia delincircunciso, del hombre que descendíade un hada. Este hombre creó un mundonuevo, un linaje que se perpetuó porsiglos, una estirpe que lentamenteavanza hacia el Sur. Guardaos, mi señor,de los que descienden del Hijo delHada.

La copa sagrada, el cáliz de ónice,se guardó durante siglos bajo lascumbres nevadas del Pirineo y protegióa los pueblos del Norte.

La copa de oro guió a los pueblosárabes que dominaron el mundo, desdela India y las llanuras de la Transoxana,hasta las tierras ibéricas. Un día se

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perdió su memoria y algún hombreignorante la hizo fundir para conseguirsu oro y sus piedras hermosas.

Yo, Ahmad ben Muhamad ben Musaal Razi, te he contado esta historia, lahistoria de aquellos que vivieron en untiempo lejano y cambiaron el destino deun reino.

Ciudad Real, a 26 de abril de 2011

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Ficción yrealidad

La conquista musulmana de la penínsulaIbérica, con la caída del reino visigodode Toledo, es uno de los períodos másinteresantes de la historia de Europa, ala vez que uno de los menosdocumentados por fuentes fiables. Lasfuentes cristianas, más próximas a lafecha de la conquista, son fragmentariasy parciales o bien se centran en ensalzarla epopeya de la primera resistencia

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cristiana. Las musulmanas, más tardías—y por tanto más alejadas de los hechosque relatan—, proporcionan con todomayor número de datos, sin evitartampoco la mezcla de leyenda y realidady la voluntad de los conquistadores dereescribir la historia para justificar unosprivilegios avalados por los pactos deépoca de la conquista. En unas y otras,el mito y la leyenda se entremezclan conla realidad de modo inseparable. De ahíque El astro nocturno —en definitiva,un intento de acercarnos a este períodohistórico— se haya planteado como unacrónica legendaria del famosohistoriador árabe Al Razi, mezclando

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personajes históricos con otrosinventados, fruto de la imaginación de laautora.

Al Razi, conocido entre loscristianos como el moro Rasis, fue uncronista andalusí de tiempos deAbderramán III que escribió una historiade la conquista musulmana, hoy perdida.Sin embargo, conservamos referencias yfragmentos de su crónica en lahistoriografía árabe y cristiana. Sidispusiéramos de su crónica completa,nuestro conocimiento de la época sería—sin duda— mucho más cercano ycompletaría las informacionestransmitidas por las crónicas cristianas

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Albendense —coetánea al relato de AlRazi— y Rotense. Todas ellas, tanto lashistorias árabes como las escritas enlatín, presentan la misma amalgama deverdad y ficción que las convierte enrelatos casi legendarios, donde elsustrato histórico se adorna con datospiadosos, partidistas o de exaltaciónpolítica.

El astro nocturno se centra en elpersonaje de Tariq. En diversasinterpretaciones históricas se le haconsiderado un bereber, un visigodorebelde e incluso un romano del Nortede África o un bizantino. En la novela esun hombre, mezcla de razas, que se

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levanta contra el poder establecido: enun principio para vengarse del asesinatode la mujer que ama, y posteriormente,de un modo más idealista, buscandomejorar las condiciones de vida delpueblo bereber y cambiar la situación decrisis económica y moral del final delreino visigodo. Aunque desconocemosla historia personal de Tariq, todos lostestimonios coinciden en señalar laprofunda crisis que atravesaba lamonarquía visigoda a finales del sigloVIL Por otro lado, los habitantes delMagreb siempre han mirado al otro ladodel estrecho en busca de una mejora desus condiciones de vida, como prueban

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las múltiples invasiones a lo largo detoda la Edad Media, e inclusoactualmente con el paso de multitud depateras a través del estrecho.

En el mismo sentido, es de sobraconocido que la primera invasión de laHispania visigoda se debió a tribusbereberes, posiblemente lideradas porun caudillo bereber. Por eso entra dentrode lo lógico que Tariq tuviera unasraíces familiares norteafricanas. De ahínace el personaje de Ziyad, padre deTariq, del que conocemos únicamente elnombre. Tariq ben Ziyad significa«Tariq hijo de Ziyad». El patronímiconos aporta, por tanto, el nombre del

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padre de Tariq. Su relación con laKahina, heroína y hechiceranorteafricana que se enfrentó a laprimera invasión árabe del Magreb, esun dato de ficción. Sin embargo, laKahina existió; se llamaba Dihia oDahia y se alió con el jeque Kusaylapara luchar contra los musulmanes.Siendo ya anciana, adoptó a un guerrerodesconocido mediante un antiguo ritualen el que le amamantó. Se dice que eseguerrero la traicionó y que esta traiciónfue la causa de su caída. Con todos estosdatos se ha compuesto el personaje deZiyad, hijo supuestamente de Kusayla —el gran líder bereber— y adoptado por

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la Kahina.Por otro lado, el nombre de Tariq se

asemeja más a un nombre germánico,como Alarico, Teodorico o Eurico, quea un nombre árabe; de ahí que se puedapensar en un origen godo del nombre y,por tanto, del personaje. Sin embargo,los musulmanes lo relacionan con lasura 86 del Corán que comienza con laspalabras At-Tariq, el astro nocturno. Elastro nocturno es, en realidad, unplaneta: Venus que, situado entre el Soly la Tierra, es visible únicamentedurante un período de tiempo muy breveen el ocaso o al alba. La epopeya deTariq, que cambia el curso de la

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historia, es breve como el brillo de eseastro nocturno. Desembarca en el sur deHispania en la primavera-verano del711, y en el 714 es llamado a Damascopor el califa. En el espacio de los tresaños que median entre estas dos fechas,cruzó la península Ibérica desdeGibraltar —Yebel Tarik, la Peña deTarik— hasta la cordillera Cantábrica, ydesde Tarragona hasta Braga, enPortugal.

Por un lado bereber, por otro ladovisigodo, el personaje de Tariq es unamezcla de razas y un personaje complejoen sí mismo. Su relación con elgobernador de Kairuán, Musa, parece

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que fue compleja. Ni siquiera es seguroque Musa ordenase la invasión de lapenínsula; se cree que el califa deDamasco, en aquel tiempo Al Walid, nola autorizó. Para tener la certeza de si sedio o no la orden, tendríamos que contarcon los archivos de Damasco. Peroéstos no lograron sobrevivir a la caídade la dinastía Omeya en Oriente yardieron en el siglo VIII.

Musa es un personaje más conocido,se sabe que fue hijo de un esclavo judío,que medró en la corte omeya protegidopor diversos valedores hasta alcanzar elnombramiento de gobernador deKairuán, en la actual Túnez. En las

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crónicas musulmanas se le acusa demalversación de fondos. Se le conocendos hijos: Abd al Allah y Abd al Aziz;el primero llega a ser, como su padre,gobernador de Kairuán, mientras que elsegundo ostentará el mando en Hispania,cuando su padre Musa sea convocadopor el califa, al tiempo que lo es Tariq.

La invasión de la Hispania visigodase produjo, por tanto, en dos oleadas:una primera oleada, quizá la másnumerosa, la bereber —dirigida porTariq—, y una segunda oleada, árabe —dirigida por Musa—. El desencuentroentre árabes y bereberes estádocumentado prácticamente desde el

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primer momento y afectó a los caudillos,Musa y Tariq, respectivamente, y a sustropas. Musa, a la cabeza de la éliteárabe, deseaba implantar el derecho deconquista en sentido estricto,desplazando y lesionando en susderechos a las tropas bereberes que, aunsin asumir en su mayor parte el credoislámico, protagonizaron la primeraconquista de Al Andalus. Lo cierto esque el enfrentamiento entre ambosgrupos se prolonga tras la conquista deHispania a lo largo de todo el siglo VIIIy es lo que permitió un cierto respiro ala primera resistencia cristiana quecomenzaba a organizarse en el norte de

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España.Casio, Teodomiro (islamizado en

Tiudmir) y Don Pelayo son personajeshistóricos, aunque en El astro nocturnohayan sido muy novelados. Se hapreferido utilizar Belay, el nombreárabe de Pelayo, para evitar lasconnotaciones históricas e inclusopolíticas que el nombre de Don Pelayoguarda para generaciones de españoles.Pelayo, al parecer, no fue rey sinoPrinceps, y en este punto enlaza conAster, el mítico protagonista de laprimera novela de la saga.

Eneko podría considerarse unantepasado ficticio de Iñigo (Eneko)

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Arista. Con este personaje se pretendeseñalar que la resistencia frente a losmusulmanes no se produjoexclusivamente en la cordilleraCantábrica, como cierta propagandapatriótica propagó durante décadas.Araba, Bizcaia, Orduña y Carranzanunca fueron ocupadas por losmusulmanes y está claro que en elPirineo se produjo una primeraresistencia quizás anterior a Covadonga,de la que no se conservan fuentesescritas, como en Asturias. Los reyesdel reino astur-leonés, en especialAlfonso II y Alfonso III, facilitaron laelaboración de unas crónicas (la

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Albendense y la Rotense) comoelemento de propaganda política ylegitimación moral de su recién creadoreino. En ambos relatos se pone demanifiesto el interés por presentar a losreyes asturianos como los directoscontinuadores de la monarquía visigoda.

También es histórico el personaje deEgilo, esposa del último rey visigodo,Don Rodrigo. Egilo contrajo matrimoniocon el hijo de Musa, Abd al Aziz, ysegún las crónicas intentó modificar lascostumbres de su esposo, hasta el puntode ser la causa de su caída y asesinato.

Rodrigo —Roderik— efectivamentemurió en la batalla de Guadalete o a

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consecuencia de la misma. En la ciudadde Viseu en Portugal se conserva latumba en la que al parecer fue enterrado;un rey de breve reinado y de largamemoria.

Es totalmente imaginario elpersonaje de Alodia, así como lascostumbres y rituales que la empujaron ala huida. Sin embargo, es cierto que lacristianización de las montañascántabras y el Pirineo fue mucho mástardía que la del resto de la penínsulaIbérica, y que en esta zona pervivieronantiquísimos cultos y ritos paganos.

Las sectas gnósticas existen muchoantes de Cristo. Se conoce una secta, la

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Gnosis de Barbelo, que existió en elsiglo IV, en la que me he basado paracrear la Gnosis de Baal. El haberlasasociado con ciertos ritos es algototalmente ficticio. En la novela la sectagnóstica es un elemento de ficción.

Los nombres árabes de la novela sehan simplificado, castellanizándose suortografía. Esta opción, aunquediscutible para un experto, posiblementefacilitará la lectura.

Los nombres de las ciudades y villasse han acercado a los epónimos de laépoca. Las notas finales y a pie depágina pretenden ayudar al lector paraque se familiarice con los lugares que

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atravesaron los protagonistas de lahistoria.

Aunque el tono general de la novelaes legendario y épico; el recorrido delos conquistadores por la penínsulaIbérica se ha ajustado al documentadoen las fuentes, fundamentalmentemusulmanas, con ligeras adaptaciones enrelación a la trama de la novela.

La cueva de Hércules, la mesa delrey Salomón, la figura de la CavaFloriana son leyendas tan unidas a laconquista musulmana y de tal peso en elacervo cultural hispano, que meparecieron imprescindibles en unahistoria, como es ésta, donde se mezclan

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la ficción y la realidad de un tiempo delque tenemos tan pocos datos fehacientescomo es el siglo VIII.

El cáliz de ónice se guardaactualmente en la catedral de Valencia,pero durante toda la Edad Media seconservó en el Pirineo, en el monasteriode San Juan de la Peña. Al parecer fueencontrado por un cazador llamadoVoto, que se hizo ermitaño allí. Junto aSan Juan de la Peña tuvo lugar unaprimera revuelta frente al poderislámico, que se recoge en la novela enel levantamiento de Eneko. El cáliz deoro es una figura de ficción que ha unidolas tres novelas de la saga (La reina sin

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nombre, Hijos de un rey godo y Elastro nocturno) y desaparece de lahistoria en la última de ellas. Como enlas novelas anteriores, la copa de poderse comporta como un elementometafórico, una piedra de toque delcomportamiento de los personajes frenteal poder y a las pasiones humanas.

Las tres novelas de la saga hanconstituido para mí un reto dedocumentación histórica, partiendo deuna época —el siglo V— en el que ladocumentación era mínima, he llegado aun período de tiempo mucho máscercano a épocas en las que los datoshistóricos son múltiples, aunque

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difíciles de valorar. Sin embargo, miinterés principal no es la historia comociencia, lo que realmente me interesanson las reacciones de los personajes,sobre todo los protagonistas de cadanovela, en unas vidas guiadas siemprede modo quizás un tanto idealista, por labúsqueda de la verdad y el bien, aunquecon fallos afines a todos los sereshumanos.

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Glosario

Abd al Allah, hijo de Musa benNusayr, cuando su padre Musapartió para la conquista de lapenínsula Ibérica se quedó comogobernador en Kairuán.Abd al Aziz, hijo de Musa benNusayr, acompañó a Tariq y luegoa Musa en la conquista deHispania. Cuando su padre fuereclamado a Damasco fue

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nombrado gobernador en Córduba.Se casó con la reina Egilo, esposadel rey don Rodrigo.Adosinda, hermana de Belay oPelayo.Agila, hijo de Witiza; pudo ser reyvisigodo tras la caída del reino deToledo, en la región de laSeptimania.Al Qama, general árabe, enviadopor Ambassa, el wali de Córduba,para sofocar la revuelta en lacordillera Cantábrica. Se enfrenta aDon Pelayo en Covadonga.Al Razi, llamado también el moroRasis por los cristianos, de modo

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más completo: Muhamad ben Musaal Razi (885-955). Es unhistoriador árabe muchas de cuyasobras se han perdido. En la novelaes el narrador.Al Yazira, Algeciras, Cádiz.Al Maraz, Almaraz, Cáceres.Al Walid ben Abd al Malik o AlWalid I (668-715), califa Omeya,gobernó entre el 705 y el 715.Continuó la ampliación del imperioislámico que había iniciado supadre. Durante su gobierno seconquistó la península Ibérica, laTransoxana, y el Sindh.Alí ben Rabah, personaje real, fue

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un tabí, un discípulo de losprimeros seguidores de Mahoma,que participó en la conquista deHispania. Es el guía espiritual deTariq en su camino hacia el Islam.Alodia, personaje ficticio de origenvasco.Altahay ben Osset, personaje deficción, jeque bereber.Ambassa, cuyo nombre real eraAmbasa ben Suhaym alKhalbi.Wali de Al Andalus (721-725). Durante su mandato tienelugar la batalla de Covadonga(722), donde los asturesacaudillados por Pelayo derrotan a

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los musulmanes al mando de AlQama y hacen huir al gobernadormusulmán de Gijón, Munuza.Muere en el 726.Amir al Mafiri, en la realidad esuno de los conquistadores deorigen bereber, en la ficción es unbereber de la tribu de Ziyad.Anas, río Guadiana.Arcóbriga, Montreal de Ariza, enla provincia de Zaragoza.Arriaca, un lugar cerca deGuadalajara.Arcis, Arcos de la Frontera, Cádiz.Ardabasto, Ardobás o Ardón, hijode Witiza.

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Arga, personaje de ficción,sacerdotisa de la diosa tierra en lasmontañas del Pirineo. Es la madrede Voto y hermana de la madre deAlodia, por tanto, tía de Alodia.Arnulfo, hermano de Gadea, hijode Ormiso.Astigis, la villa de Écija enSevilla.Astúrica Augusta, Astorga, León.Atanarik, noble visigodo,personaje de ficción que en lanovela evoluciona hastaconvertirse en el conquistadorTariq.Atlas o Mons Atlas, Montes Atlas,

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Marruecos.Awraba, tribu bereber.Audemundo, personaje de ficción,noble visigodo del partidowitiziano.Augustobriga, Talavera la Vieja,bajo el actual embalse deValdecañas, en Cáceres.Aurés o Awras, el Aurés o Awrashace referencia a una regiónsociolingüística en el este deArgelia, así como a una extensiónde las montañas del Atlas quelimitan con el este del Atlassahariano en el este de Argelia ynoroeste de Túnez.

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Balthos, estirpe real visigoda.Descienden de un héroe míticollamado Balthas. En la realidad esasupuesta estirpe real visigoda seextingue con Amalarico. En estasaga de novelas godas continúa através de la descendencia de Lareina sin nombre, un personajeficticio, hija de Amalarico.Barani, tribu bereber a la quepertenece Kusayla, Ziyad y Tariq.Barcino, la ciudad de Barcelona.Barnices, Orgaz, en la provincia deToledo.Baskuni, así llaman las crónicasárabes a los vascos.

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Bayajidda, héroe legendario delpueblo Hausa.Bedunia, San Martín de Torres,León.Benina, cocinera en la casa deAdosinda en Siero.Beja, la ciudad de Beja enPortugal.Belay, Peiagius, Pelayo. Se le haconsiderado tradicionalmente comoel fundador del reino de Asturias,aunque recientes investigacionesarqueológicas sugieren que podríahaberlo hecho sobre unaorganización política local previa.En la novela se le nombra con el

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apelativo Belay, que es el que ledan los árabes en las crónicasmusulmanas.Benilde, madre de Atanarik,personaje ficticio, hija deRicimero, hijo de Swinthila (verárbol genealógico).Bermudo, personaje de ficción, esun noble hispanorromano queprocede de la zona de Laviana.Betis, río Guadalquivir.Bigastre, Bigastro, en Alicante.Bilbilis, Calatayud, Zaragoza.Brigeco, Castro Gonzalo,provincia de Zamora.Bracea, Braga, en Portugal.

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Burr, tribu bereber a la quepertenece la Kahina.Caelionico, Finca de la Vega,Peñacaballera, Salamanca.Caesada, Espinosa de los Henares,Guadalajara.Caesaraugusta, la ciudad deZaragoza.Caesarobriga, Talavera de laReina, Toledo.Casio, conde Casio, fundador delos Banu Qasi. Estirpe de origenhispanorromano que controló laregión del Alto Ebro, parte deNavarra y parte de Aragón, durantela Alta Edad Media. En la novela

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es un compañero del protagonista—Atanarik— en las EscuelasPalatinas de Toledo.Calpe o Mons Calpe, el peñón deGibraltar en tiempos antiguos.Campodium, Aguilar de Campoo,Palencia.Capara, Caparra es una antiguaciudad situada en el norte deExtremadura, cerca de Oliva dePlasencia, en Cáceres.Cayo, mayoral de la casa de Belayen Siero.Cebrián, personaje de ficción, conun cierto retraso mental, queacompaña a Alodia y a Atanarik

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durante su huida hacia el Sur.Cebrián equivale a Cipriano.Complutum, Alcalá de Henares,Madrid.Conimbriga, la ciudad de Coimbra,en Portugal.Córduba, la ciudad de Córdoba.Crispo, criado de la familia deBelay.Chindaswintho, fue rey de losvisigodos (642-653). En su reinadoel estado fue saneado, seeliminaron corrupciones, sesofocaron revueltas y seimpulsaron nuevas leyes. Eliminó atodos sus oponentes con purgas en

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las que murieron multitud de nobleso fueron deportados. A partir deChindaswintho los enfrentamientosentre nobles de uno y otro bando sehacen más frecuentes.Daura, una de las siete tribusHausa. Douro, río Duero. Drawa,tribu bereber.Egica, o Ergica, fue uno de losúltimos reyes del reino visigodo deToledo (687-702). Egilo, personajehistórico, al parecer fue esposa deDon Rodrigo, y posteriormente sedesposó con Abd al Aziz, un hijode Musa. Elepia, la villa deNiebla, en Huelva.

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Elvira, antiguo nombre de laciudad de Granada.Emérita Augusta, Mérida, capitalde la provincia romana de laLusitania.Eneko, jefe de los vascones,personaje de ficción. Su nombrealude a Iñigo Arista, a quien seconsidera el patriarca de la lista dereyes de Navarra, el primer rey dela dinastía Arista (781-852). Enekopodría ser un antepasado de IñigoArista.Ermesinda, hija de Don Pelayo.Ervigio, rey de los visigodos (680-687). Era bisnieto de san

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Hermenegildo y tataranieto del reyLeovigildo. Ervigio llega al tronotras la conjura durante la cual seengañó y narcotizó al rey Wamba,para una vez en ese estadotonsurarle y hacerle tomar loshábitos, cosa que le impedía volvera ser rey. En la ficción es el abuelode Pelayo por ser padre de Favila(ver árbol genealógico).Eunice, personaje de ficción,esposa de Favila, madre de Belay yAdosinda. Desciende de Aster y deJana, la reina sin nombre, por elloes heredera de los derechos sobrelos pueblos cántabros que posee

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Aster.Favila, tanto el padre como el hijode Don Pelayo se llamaron, alparecer, Favila. En la novela,Favila es el padre de Belay ypertenece a la estirpe real de losBalthos, por ser hijo del reyErvigio (ver árbol genealógico).Fidel, criado de la casa de Belayen Siero.Floriana, en los romances: la CavaFloriana, personaje legendario, alparecer hija del conde de Ceuta,don Julián, Olbán en la novela, quesedujo o fue seducida por el reyRodrigo, su muerte o violación fue

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la causa de la traición de donJulián, y la conquista del reinovisigodo por los árabes.Florentina, hermana de san Isidoroy san Leandro, abadesa en unconvento en Astigis. Es unpersonaje central en Hijos de unrey godo. En El astro nocturnoaparece en los sueños de, Alodia.Fructuosa, ama que ha criado aPelayo, personaje ficticio.Gadea, la esposa de Belay, esdecir, de Don Pelayo. En larealidad se llamaba Gaudiosa, peropara evitar este nombre pocoeufónico bien se ha sustituido por

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Gadea.Gades, la antigua ciudad de Cádiz.Galagurris, Loarre, ZaragozaGaliquiya, en árabe Galicia.Gallaecia, el nombre romano deGalicia.Gamil, nombre de uno de losconquistadores bereberes. En laficción es hijo de una hermana deZiyad, y por tanto, primo de Tariq.garum, salsa hecha de víscerasfermentadas de pescado que eraconsiderada por los habitantes dela antigua Roma como un alimentoafrodisíaco, solamente consumidopor las capas altas de la sociedad.

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Gigia, la ciudad de Gijón enAsturias.Gnosis de Baal, secta de ficción ala que pertenece Floriana.Godalferga, castillo deGuadalerzas, Toledo.Gobir, reyezuelo Hausa.Gomara o Gumara, tribu bereber.Gránista, gardingo visigodo,compañero de Atanarik en lasEscuelas Palatinas y enamorado deFloriana.Hassan ben Numan, general árabedel ejército omeya que participó enla conquista del Norte de África.Hausa, reino mítico situado al sur

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de Argelia, norte de Nigeria.Hawraba, tribu bereber.Hispalis, la ciudad de Sevilla.Iberos, río Ebro.Ifriquiya, territorio del Norte deÁfrica que correspondeaproximadamente al actual Túnez,excluyendo las partes másdesérticas, un fragmento delnordeste de Argelia y laTripolitania (actual Libia). Sucapital fue Kairuán (Túnez).Ilerda, Lérida.Ilyas, bereber, en la realidad fueuno de los conquistadoresbereberes que acompañaron a

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Tariq. En la novela es hijo deZiyad, y por tanto hermano deTariq.Ipagro, Aguilar de la Frontera,Córdoba.Iponoba, Baena, en Córdoba.Izar, estrella en vasco, personajede ficción, hija de Tariq y Alodia.Justa, monja en el monasterio deAstigis, que cuida a Alodia.Kairuán, Keirouán, en Túnez,capital de la provincia árabe deIfriquiya.Kahina, Kahina o Kahena (muereen torno al 701), cuyo verdaderonombre habría sido Dihia o Dahia,

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reina y guerrera bereber quecombatió la expansión islámica enel Norte de África durante el sigloVII En tal lucha fue la principalprotagonista, junto con Kusayla.Kenan, personaje de ficción, jefede un pueblo —los Hausa— en elinterior de África.Kusayla, muerto en torno al 690,fue un jefe de una tribu bereber enel siglo VII, lideró la resistenciaromano-bereber a la expansiónárabe musulmana sobre el Norte deÁfrica en los años 680.Kutama, tribu bereber.Lacipea, Villar de la Reina,

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Badajoz.Lacóbriga, Carrión de los Condes,Palencia.Larre-On, Laredo, en Cantabria.Lawatta, tribu bereber.Leovigildo, fue rey de losvisigodos del 572 al 586. Obtuvoel reinado después de la muerte desu hermano Liuva I.Se casó dosveces: con una primera esposa denombre desconocido tuvo a sushijos Hermenegildo y Recaredo I;su segunda esposa fue Goswintha(viuda del rey visigodoAtanagildo).Leukante, la ciudad de Alicante.

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Liuva, en la novela es un personajede ficción que guarda la copasagrada durante más de cien años.También es Liuva II, hijo deRecaredo, que en la realidad fueejecutado a los dieciocho años, enla ficción, sobrevive a esaejecución y es el personaje quehace de puente entre Hijos de unrey godo y El astro nocturno.Lurqa, Lorca, Murcia.Luccus Augusti, la ciudad deLugo.Malaca, la ciudad de Málaga.Masnuda, tribu bereber.Mentesa, La Guardia, en Jaén.

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Metellinum, Medellín, en Badajoz.Minius, río Miño.Moguar, la villa de Moguer, en laprovincia de Huelva.Mugit al Rumí, Mugit el romano,bizantino converso al Islam,conquistador de Córdoba y mawla,es decir, vasallo directo del califaAl Walid.Mahoma (570/571-632), fue elprofeta fundador del Islam. Sunombre completo en lengua árabees Abul-Qasim Muhammad ibn'Abd Allah al-Hashimi al-Qurashidel que, castellanizando su nombrecoloquial Muhammad, se obtiene

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Mahoma. De acuerdo a la religiónmusulmana, Mahoma esconsiderado el «sello de losprofetas», por ser el último de unalarga cadena de mensajerosenviados por Dios para actualizarsu mensaje. En la novela se ledenomina en unas ocasionesMahoma y en otras, Muhammad. Engeneral los personajes deprocedencia hispana le denominanMahoma, los árabes utilizanMuhammad.Munuza, fue, al parecer, ungobernador bereber de Gijón. En lanovela es nombrado por Tariq y

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después conservado en el puestopor Musa.Musa ben Nusayr, gobernador(wali) árabe de Kairuán, uno de loslíderes de la conquista.Narbona, Narbona, sur de Francia.Nertóbrida, cerca de la Almuniade Doña Godina, Zaragoza.Noega, Ribadesella, Asturias.Norba Caesarina, la antiguaciudad de Cáceres.Olbán, Illán, Julián, personajemitad real, mitad legendario, alparecer conde de Ceuta. Ha pasadoa los romances como el conde donJulián. Al parecer fue conde o

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gobernador de Septa, controlaba elactual estrecho de Gibraltar en laconquista islámica de España.Olmundo, hijo de Witiza.Ongar, en la ficción es el valle deCovadonga, en él hay una cueva, yjunto a la cueva en lo alto de laroca, un monasterio. En el centrodel valle estaría la fortaleza, que secorrespondería con lo queactualmente es la basílica deCovadonga. Desde la fortalezahasta la cueva habría un túnel, quelos hombres de Belay cierran en labatalla de Covadonga.Onís, Cangas de Onís, Asturias.

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Olalíes, este lugar donde Munuzafue vencido por los astures, parececorresponder a Santa Eulalia deTuriellos, cerca del río Trubia, enAsturias.Oppas, hermano de Witiza, alparecer, obispo de Hispalis.Orcelis, Orihuela, Alicante.Oreto, Granátula de Calatrava, enCiudad Real.Orosia, madre de Gadea, esposade Ormiso.Orospeda, Sierra de Guadarrama,en Madrid.Ormiso, personaje de ficción, jefecántabro en el valle de Liébana,

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padre de Gadea.Pallantia, la ciudad de Palencia.Pautes, Potes, Cantabria.Pedro de Cantabria, personajereal, clave en el inicio de laresistencia cristiana, en la novelaes un pariente lejano de Pelayo. Elducado visigodo de Cantabria(Norte de Palencia y Burgos, LaRioja, Álava y parte de la actualCantabria y País Vasco) eragobernado a la llegada de losmusulmanes por el conde Pedro,con residencia en Tritium yfortalezas en Amaia, Victoriacum(Vitoria) y Sierra de Cantabria (en

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La Rioja). Tras la invasión,abandonó las tierras más llanas deLa Rioja, Álava y Burgos,retirándose a la zona másmontañosa de su territorio. Desdeeste refugio ayudó militarmente aPelayo en su rebeldía y tambiénapoyándole en su elección comocaudillo.Pompado, Pamplona.Porcelana, Villafranca de losBarros, Badajoz.Portus Vereasueca, San Vicentede la Barquera, en la provincia deSantander.Quad-al-Ramal, río Manzanares,

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da nombre a la sierra deGuadarrama en Madrid.Qarmuna, Carmona, Sevilla.Quaryshíes, tribu árabe a la queperteneció Mahoma.Raquel, personaje de ficción, judíamadre de Floriana, esposa deOlbán e hija de Samuel.Razin al Burmussi, Razin el rojo,en la realidad fue uno de losconquistadores bereberes queacompañaron a Tariq, en la ficciónes hijo de Ziyad, y por tantohermano de Tariq.Regina Turditana, Alcalá de losGazules, en la provincia de Cádiz.

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Ricimero, personaje real, fue hijode Swinthila, y asociado al tronocon él. Su padre fue depuesto en el631. En la ficción deben refugiarseen un lugar cerca de Ongar —Covadonga— tras la renuncia altrono de su padre. En la novela esquien se lleva la copa de poder a laTingitana. Es el padre de Benilde,madre de Atanarik.Roderik, Roderico o Rodrigo enespañol y portugués, Roderic,Roderick, Roderik en idiomasgermánicos, Rurik en eslavo, fuerey visigodo de Hispania entre el 1de marzo del 710 y el mes de julio

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del 711, fecha en la que fuevencido por los musulmanes en labatalla de Guadalete y desapareció,presumiblemente muerto.Rufina, mandadera (recadera) en elconvento de Astigis. Salek,bereber, hijo de Samal benManquaya.Salmantica, Salamanca.Samal ben Manquaya, jefebereber, su nombre quiere decir:Samal hijo de Manquaya. Esposode Yaiza y padre de Salek.Samuel, personaje de ficción,padre de Raquel, que a su vez esmadre de Floriana.

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Sanil, río Genil.Sarki-i, quiere decir jefe en lenguaHausa, personaje ficticio contra elque se enfrenta Kenan pararecobrar el poder en su tribu.Segontia, Sigüenza, enGuadalajara.Sentice, Pedrosillo de los Aires,Salamanca.Septa, la ciudad de Ceuta.Septimania, región occidental dela provincia romana de GaliaNarbonense, se corresponde con laregión francesa moderna deLanguedoc-Rosellón, así como laCataluña Norte. Tras la invasión

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musulmana fue el último territoriodel reino de Toledo en serconquistado. Allí residió un hijo deWitiza, Ardabasto o Ardón, comorey visigodo, hasta que en el 719fue conquistado por Samh ibnMalik al-Jawlani.Scalabis, Santarem, Portugal.Sibarim, Peñausende, Zamora.Sidonia, Medina Sidonia, Cádiz.Sinhaga, tribu bereber.Sisberto, hermano de Witiza yenemigo del rey Roderik.Soussi, tribu bereber.Suleyman ben Abd al Malik,califa Omeya, gobernó a partir del

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715 hasta el 717. Su padre era Abdal Malik, y él era el hermano menordel califa anterior Al Walid I.Swinthila, fue rey de los visigodosentre el 621 y el 631. Su nombretambién puede encontrarse escritocomo Suinthila. Consiguió culminarla unificación de los territoriosibéricos. Aparece en Hijos de unrey godo como uno de lospersonajes centrales. Es el padrede Ricimero, padre a su vez deBenilde, la madre de Atanarik.Tagus, río Tajo.Tahuda, ciudad marroquí, cerca deella tiene lugar la escaramuza en la

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que muere Uqba ibn Nafti.Tarif ben Zora, bereber que atacólas costas andaluzas poco tiempoantes de la conquista de Tariq.Tariq, conquistador de Hispania,en la ficción se llamaba Atanarik ytras su encuentro con Ziyad,comienza a llamarse Tariq.Tarraco, la ciudad de Tarragona.Teodoredo, noble visigodo, cuyastierras cruzan Alodia y Atanarik ensu camino hacia el Sur.Tingis, la ciudad de Tánger enMarruecos.Titulcia, Titulcia en Madrid.Tiudmir o Teodomiro, personaje

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real que hizo un pacto que seconserva con los musulmanes, enépoca de la conquista. En la novelaes también compañero de Atanariken las Escuelas Palatinas deToledo.Toribio, personaje de ficción,campesino de la Bética al que hanmatado a su familia y que huye conBelay.Tuqbal, cima en la cordillera delAtlas, en Argelia.Tucci, Martos, en Jaén.Tuy, la villa de Tuy, enPontevedra.Toledo, capital del reino visigodo.

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Uqba, su nombre completo es Uqbaibn Nafti (622-683), general árabedel califato Omeya, que inició laconquista islámica del Magreb,incluidos los actuales oeste deArgelia y Marruecos, en África delNorte.Valentía, la ciudad de Valencia.Vico Aquario, ruinas deCastrotorafe, en el municipio deSan Cebrián de Castro, Zamora.Vindión o el Mons Vindius, (vienedel celta indoeuropeo vindos«blancos»), es la denominaciónhistórica de un monte pertenecientea la Cordillera Cantábrica. El lugar

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de su localización exacta sigue sinestar fijado. Esta novela se utilizacomo sinónimo de «Picos deEuropa».Viseu, la ciudad de Viseu, enPortugal.Vítulo, personaje de ficción, noblevisigodo del partido witiziano.Voto, hijo de Arga, se crió conAlodia y ella lo considera suhermano, aunque en realidad esmedio primo, porque ninguno delos dos, al ser resultado de unsacrificio —en el que se viola auna virgen por múltiples hombres—, tiene padre conocido.

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Wamba, rey visigodo (672-680),personaje real, de él —indirectamente— descienden en lanovela los witizianos. Fue elúltimo rey que proporcionó uncierto esplendor a los visigodos.Con su derrocamiento comienza ladecadencia.Wimar, personaje de ficción, noblevisigodo del partido witiziano.Witiza, rey visigodo que sucedióen el trono a Égica y cuyo reinadocoincide con la crisis final delreino de Toledo. En el 698 fueasociado al trono para garantizar susucesión; reinó conjuntamente

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regni concordia con su padredesde el 15 de noviembre del 700hasta el 702, fecha en que fallecióÉgica, su progenitor, reinandocomo rey único desde estemomento y hasta su muerte ocurridaen el 710.Yaiza, esposa de Samal.Yebel Tariq, la roca de Tariq,Gibraltar.Yébenes, Los Yébenes, Toledo.Zamata, tribu bereber.Ziyad ben Kusayla, Ziyad hijo deKusayla, personaje de ficción,jeque bereber; un hombre llamadoZiyad fue seguramente el padre de

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Tariq, el conquistador musulmán.

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Mapas

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Familiasvisigodas

en el final delreino de Toledo

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AGRADECIMIENTOS

El Astro Nocturno es una novela decorte fantástico, aunque basada ensucesos reales, no es un tratado dehistoria; por esta mezcla de ficción yrealidad, su elaboración ha resultadocompleja, y para ella he contado con lainestimable colaboración de muchaspersonas.

En primer lugar, agradecer a mihermano José María Gudín, por todassus aportaciones, gracias a él he idomadurando situaciones y personajes.

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A Lourdes Álvarez Rico le debo lacorrección estilística y muchos ratosagradables en los que hemos disfrutadoreparando los múltiples errores quesuelen aparecer en una primeraescritura.

A Licinio Moreno y a toda sufamilia, que durante los nueve años queha durado la creación de esta saga, hansido amigos incondicionales.

A Santiago Castellanos, que en suvalioso libro Los godos y la cruztransformó la visión que yo tenía sobreel mundo visigodo y que en estos añosse ha convertido en un amigo.

Agradezco al profesor Eduardo

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Manzano los datos sobre la conquistaislámica; su libro Conquistadores,Emires y Califas es ya un clásico paraentender la conquista e islamización dela península ibérica.

Iñaki Martín Viso me haproporcionado la bibliografía precisapara acercarme al periodo final delreino visigodo de Toledo.

A Juanjo García Peña le agradezcosus aportaciones sobre las migracionesde los godos a través de Europa.

A Marga Sánchez, M.a José PeñaCárdenas, Ma Angeles RodríguezDoménech que han colaboradoeficazmente ayudándome a conseguir

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gran parte de la documentaciónnecesaria.

A Mercedes Martínez Ayuso, quecasi se cae por un barranco mientrasrecorríamos el camino de don Pelayo enlos Picos de Europa, le agradezco seruna amiga incondicional para todos losviajes que se han derivado de lacreación literaria.

A Darío Husseinian, siempre el granolvidado.

A Zouhair Haloui, amigo yconsejero.

A todo el equipo de Neurología delHospital General Universitario deCiudad Real, y especialmente a la Jefe

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de Servicio, Dra. Vaamonde, que hansido amigos pacientes y comprensivosante la multiplicidad de trabajos en queme he visto implicada.

A Fernando García Mon que meanimó en la fase final de la novela.

A Pilar de Cecilia que es una de laspersonas que más me ha influido yayudado desde el punto de vistaliterario.

A Nieves García Hoz, PiliCastellanos, Fuencisla Arroyo, Virginiadel Campo, Chus Díaz Santos, AcenValderas, María Menor, Mamen Antón,Conchi Aranguren, M.a Rosa Almagro,Mariana Portilla, y Lola Mínguez, por

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sus ánimos y por compartirmensualmente impresiones literarias.

Finalmente, agradecer a YolandaCespedosa de Ediciones B y a RamónConesa de la Agencia Literaria CarmenBalcells su profesionalidad ycompetencia.

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MARÍA GUDIN RODRÍGUEZ-MAGARIÑOS, nació en Oviedo en1962. Estudió Medicina en laUniversidad complutense de Madrid, ehizo la especialidad de Neurología víaMIR. Premio «Alberto Rábano» 1992 ala mejor Tesis Doctoral en el área deNeurociencias. Ayudante de

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Investigación en el Instituto de cienciasNeurológicas de la Universidad McGillde Montreal (Canadá) en 1996.Ayudante de Investigación Clínica en laUnidad de Epilepsia del HospitalClínico de San Carlos de 1993 a 1998.

Desde 1992 trabaja en el HospitalNtra Sra. de Alarcos de Ciudad Real,ciudad donde reside. Colabora condiversas revistas científicas nacionalese internacionales. Es secretaria de laSociedad Castellano-Manchega deNeurología y vocal Director del Boletínde la Liga Española Contra la Epilepsia.Además de sus obras científicas haescrito dos novelas de ficción y relatos

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cortos.

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NOTAS

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[1] Ceuta. <<

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[2] Sur de Argelia, norte de Nigeria. <<

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[3] Parte de la montaña del Atlas. <<

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[4] Uqbah ibn Nāfi (622-683), generalárabe del califato Omeya, inició laconquista islámica del Magreb, hastallegar a los actuales Argelia yMarruecos. <<

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[5] En la actual Túnez. <<

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[6] Tánger, Marruecos. <<

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[7] Sarki-i quiere decir jefe en lenguaHausa. <<

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[8] Norba Caesarina, la antigua ciudadde Cáceres. <<

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[9] Antiguo nombre vasco de Laredo, enCantabria. <<

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[10] Gijón. Asturias. <<

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[11] Mérida. <<

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[12] Una de las lenguas bereberes. <<

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[13] Ciudad romana de la Bética, en laactualidad, Algeciras. <<

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[14] Musa ben Nusayr fue nombradogobernador de Ifriquiya y del Magrebpor el califa Al Walid, en el 705 d. C.(año 84 de la Hégira). También se ledenomina como wali de estos territoriosque quedaron así desgajados en laadministración musulmana de Egipto. <<

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[15] General árabe, controla el Magrebmás o menos del 692 d.C. al 705 d.C.cuando es sustituido por Musa. <<

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[16] Sura 93. Surat ad duha. Sura laclaridad de la mañana. Revelada en LaMeca. <<

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[17] Sura 9. At-Tawba, aleya 29. <<

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[18] Sura 2. Al-Bahqarah, aleya 216. <<

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[19] Antiguo nombre del río Genil. <<

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[20] Ebro. <<

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[21] Algeciras. <<

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[22] Gibraltar. <<

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[23] Discurso apócrifo de Tariq,modificado. <<

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[24] Alcalá de los Gazules. Cádiz <<

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[25] Medina Sidonia. Cádiz <<

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[26] Arcos de la Frontera. Cádiz <<

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[27] Cádiz. <<

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[28] Pamplona. Navarra. <<

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[29] Genil. <<

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[30] Granada. <<

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[31] Málaga. <<

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[32] Río Tinto. <<

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[33] Moguer. <<

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[34] Algeciras. <<

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[35] Salmo 3. <<

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[36] Orihuela. <<

Page 1994: El astro nocturno - Maria Gudin.pdf

[37] Crónica del 754. <<

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[38] Granada. <<

Page 1996: El astro nocturno - Maria Gudin.pdf

[39] Málaga. <<

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[40] Aguilar de la Frontera, Córdoba. <<

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[41] Baena, Córdoba. <<

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[42] Marcos, Jaén. <<

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[43] La Guardia, Jaén. <<

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[44] Guadalimar. <<

Page 2002: El astro nocturno - Maria Gudin.pdf

[45] En las laderas del actual castillo deCalatrava la Nueva hubo una poblaciónvisigoda, Tariq subió por Almuradiel yCalzada, sólo que en esa época no habíaprácticamente población. <<

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[46] Granátula de Calatrava, CiudadReal. <<

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[47] Guadalerzas. <<

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[48] Los Yébenes. <<

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[49] Orgaz. <<

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[50] Sonseca. <<

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[51] El Mons Vindius: nombre antiguo dela Cordillera Cantábrica. <<

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[52] Carmona. <<

Page 2010: El astro nocturno - Maria Gudin.pdf

[53] Algeciras. <<

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[54] Algeciras. <<

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[55] Medina Sidonia. <<

Page 2013: El astro nocturno - Maria Gudin.pdf

[56] Carmona. <<

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[57] Villafranca de los Barros, Badajoz.<<

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[58] Mérida. <<

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[59] Beja, Portugal. <<

Page 2017: El astro nocturno - Maria Gudin.pdf

[60] Niebla, Huelva. <<

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[61] Medellín, Badajoz. <<

Page 2019: El astro nocturno - Maria Gudin.pdf

[62] Villar de la Reina, Badajoz. <<

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[63] Talavera la Vieja, sepultada bajo elembalse de Valdecañas, Cáceres. <<

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[64] Talavera de la Reina, Toledo. <<

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[65] Almaraz, Cáceres. <<

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[66] Palabras atribuidas a Tariq según AlRazi. <<

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[67] Titulcia, Madrid. <<

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[68] Alcalá de Henares, Madrid. <<

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[69] Cerca de Guadalajara. <<

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[70] Espinosa de Henares, Guadalajara.<<

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[71] Sigüenza, Guadalajara. <<

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[72] Yacimiento romano en el cerro delVillar, Montreal de Ariza, provincia deZaragoza. <<

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[73] Calatayud, Zaragoza. <<>

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[74] Cerca de la Almunia de doñaGodina, Zaragoza. <<

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[75] Zaragoza. <<

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[76] Los cronistas árabes de la conquistade Hispania llaman frangyi a loshombres del norte del Pirineo. Mástarde, los árabes denominarán frangy alos cruzados. <<

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[77] Tarragona. <<

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[78] Galicia <<

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[79] Loarre, Huesca. <<

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[80] Huye, Eneko. <<

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[81] Protege al monje. <<

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[82] Sasamón, Burgos. <<

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[83] Aguilar de Campoo, Palencia. <<

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[84] Carrión de los Condes, Palencia. <<

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[85] Palencia. <<

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[86] Astorga, León. <<

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[87] Braga, Portugal. <<

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[88] Lugo, Lugo. <<

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[89] Al-Wadi al-Kabir: el río Grande: elGuadalquivir. <<

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[90] Playa de San Lorenzo. Gijón.Asturias. <<

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[91] Cimadevilla. Gijón. Asturias. <<

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[92] San Vicente de la Barquera.Cantabria. <<

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[93] Ermita de San Roque, Lastres.Asturias. <<

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[94] Ribadesella. Asturias. <<

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[95] San Vicente de la Barquera.Cantabria. <<

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[96] Aguilar de Campoo, Palencia. <<

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[97] Tuy, Pontevedra. <<

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[98] Sierra de Guadarrama. Madrid. <<

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[99] Sotres. Asturias. <<

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[100] El río de las arenas es elManzanares. Quad-al-Ramal, que danombre a la sierra de Madrid:Guadarrama. <<

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[101] Galicia. <<

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[102] Orihuela. Alicante. <<

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[103] Valencia. <<

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[104] Alicante. <<

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[105] Bigastro. Alicante. <<

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[106] Lorca. Murcia. <<

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[107] Santarem. Portugal. <<

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[108] Coimbra. Portugal. <<