eclesiologÍas neotestamentarias

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ECLESIOLOGÍAS NEOTESTAMENTARIAS Empezamos por san Pablo. Su primera obra, y la más antigua también del Nuevo Testamento, es la Primera Carta a los tesalonicenses (50 d.C.). Les ha sido predicado el evangelio a los tesalonicenses, y estos lo han aceptado en la fe, la esperanza y el amor (1,2-3; 3,6-7); han de seguir viviendo en santidad (4,1-12; 5,14-18). El retraso de la parusía está causando ya cierta inquietud, y la respuesta de los tesalonicenses ha de ser estar alerta (4,14—5,11). La comunidad está dando testimonio (1,8). Hay responsables de cierto tipo (5,12). Parece haber ya ciertos problemas derivados de los carismas del Espíritu Santo; de ahí la llamada al discernimiento y a la aceptación de los dones auténticos (5,19-22). El carisma parece estar implicado también en el poder con que se ha proclamado el evangelio (2,5.13). Hay por último alguna referencia a la oposición por parte de los judíos (2,14; cf 1,6; 3,2-4). Si la Segunda Carta a los tesalonicenses fue escrita por Pablo, podría datar aproximadamente del año 51, pero muchos exegetas la consideran pseudónima y la colocan varias décadas más tarde. Vuelven a aparecer muchos de los temas anteriores, pero con ulterior profundización: la vida en la fe, la esperanza y el amor (1,23; 3,16); la persecución (1,4-7); el retraso de la parusía (2,1-12). Se insiste fuertemente en la fidelidad a la predicación apostólica y a la tradición (2,13-15; 3,6.13-14). En ambas cartas ocupa un lugar central la proclamación del Señor resucitado. Las cartas a los corintios pueden datarse hacia el 57. La Iglesia de Corinto estaba formada en su mayoría por gentiles convertidos, la mayor parte de ellos probablemente de clase social baja (lCor 1,26-28). Después del fracaso de Atenas, la predicación de Pablo, basada

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Eclesiología de las comunidades cristianas

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Page 1: ECLESIOLOGÍAS NEOTESTAMENTARIAS

ECLESIOLOGÍAS NEOTESTAMENTARIAS

Empezamos por san Pablo. Su primera obra, y la más antigua también del Nuevo Testamento, es la Primera Carta a los tesalonicenses

(50 d.C.). Les ha sido predicado el evangelio a los tesalonicenses, y estos lo han aceptado en la fe, la esperanza y el amor (1,2-3; 3,6-7);

han de seguir viviendo en santidad (4,1-12; 5,14-18). El retraso de la parusía está causando ya cierta inquietud, y la respuesta de los

tesalonicenses ha de ser estar alerta (4,14—5,11). La comunidad está dando testimonio (1,8). Hay responsables de cierto tipo (5,12).

Parece haber ya ciertos problemas derivados de los carismas del Espíritu Santo; de ahí la llamada al discernimiento y a la aceptación de

los dones auténticos (5,19-22). El carisma parece estar implicado también en el poder con que se ha proclamado el evangelio (2,5.13). Hay

por último alguna referencia a la oposición por parte de los judíos (2,14; cf 1,6; 3,2-4). Si la Segunda Carta a los tesalonicenses fue escrita

por Pablo, podría datar aproximadamente del año 51, pero muchos exegetas la consideran pseudónima y la colocan varias décadas más

tarde. Vuelven a aparecer muchos de los temas anteriores, pero con ulterior profundización: la vida en la fe, la esperanza y el amor (1,23;

3,16); la persecución (1,4-7); el retraso de la parusía (2,1-12). Se insiste fuertemente en la fidelidad a la predicación apostólica y a la

tradición (2,13-15; 3,6.13-14). En ambas cartas ocupa un lugar central la proclamación del Señor resucitado.

Las cartas a los corintios pueden datarse hacia el 57. La Iglesia de Corinto estaba formada en su mayoría por gentiles convertidos, la

mayor parte de ellos probablemente de clase social baja (lCor 1,26-28). Después del fracaso de Atenas, la predicación de Pablo, basada en

el poder del Espíritu, está centrada en la cruz de Jesús (cf He 17,16—18,1 con lCor 2,1-5). Ricamente dotada de dones carismáticos (ICor

1,4-7), la comunidad está acuciada por numerosos problemas: divisiones (ICor 1,4-7), comportamientos sexuales desviados (5,1-13; 6,12-

20), abusos en el culto —especialmente en la celebración de la cena del Señor (1Cor 11)—, desórdenes en el uso de los carismas (lCor 12;

14), confusión en torno a la resurrección (ICor 15; 16) y el rechazo por parte de algunos de la misma autoridad apostólica de Pablo (lCor

9; 2Cor 10-12).

Al ocuparse de estos problemas propios de una Iglesia inmadura (lCor 3,1-3), Pablo desarrolla con detenimiento varios temas

eclesiológicos: el papel unificador y vigorizador del Espíritu Santo (lCor 2; 12,3-11); la comunidad local como cuerpo de Cristo (lCor

12,12-27; 10,16-17; cf 6,15-20); la autoridad para regular los carismas (ICor 14); el carácter central de la eucaristía (ICor 11,23-26) y de la

resurrección de Cristo (ICor 15,3-19) en la fe y en la vida de la Iglesia; las características del ministerio cristiano, avalado por el Espíritu

(2Cor 3,1-6), el esplendor (3,7-18), la honradez (4,1-6), las pruebas (4,7-10; 6,1-12), la reconciliación (5,11-21). Por otro lado, la colecta

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en favor de la Iglesia de Jerusalén, castigada por el hambre, pone de manifiesto tanto el valor de las obras de caridad como la necesidad

que tiene Pablo de ahondar sus vínculos con la Iglesia madre (ICor 16,1-4; 2Cor 8,1—9,15; cf He 11,27-30; 24,17; Rom 15,25-31). La

abundancia de carismas en Corinto y la ausencia de autoridades aparte de Pablo y sus colaboradores han llevado a algunos a preferir el

modelo corintio de ordenamiento eclesiástico como más auténtico. Suele pasarse por alto el mandamiento de someterse a la familia de

Esteban (1Cor 16,15-16). Es indudable, no obstante, que la práctica y la eclesiología católicas han considerado en el pasado más estimable

el modelo de las epístolas pastorales que el modelo corintio.

Las Cartas a los gálatas y a los romanos pertenecen al mismo período, en torno al 57-58. En ambas es dominante el interés por la

relación de la Iglesia con el judaísmo y el Antiguo Testamento. En Gál 2,1-10 encontramos la versión de Pablo de las discusiones de

Jerusalén, que no cuadra en todos sus detalles con la de He 15,1-35 ( Iglesia primitiva)". En esta carta el tema más importante es el papel

de la ley y el de la fe (2,11-5,6), ulteriormente desarrollado en Rom 4 y 7. Esta última carta se ocupa también en profundidad de las

relaciones entre el Israel del Antiguo Testamento y el Israel constituido por los discípulos de Jesús (Rom 9-11). Son importantes temas

eclesiológicos: la igualdad radical de todos los bautizados (Gál 3,29; cf Rom 8,14-17); la importancia de los carismas —que se suponen

conocidos en una Iglesia que Pablo no ha visitado (Rom 12,6-8)—; la tradición transmitida de viva voz (Gál 1,8.11; Rom 1,1-5); la

vida en Christo crucificado y resucitado (Gál 2,19-20; Rom 6,1-11); la obediencia a las autoridades seculares (Rom 13,1-7). Como en

otras cartas paulinas, los capítulos finales consisten en una exhortación moral; la unidad y la caridad son de nuevo temas importantes

(Rom 12,4-5.9-21; 16,17; Gál 5,15; 6,2.10). Ninguna de las dos cartas ofrece mucha información acerca de ninguna estructura jerárquica

en Galacia o en Roma. En Romanos, sin embargo, Pablo se denomina a sí mismo apóstol (Rom 1,1). Este mismo título lo usa también

referido a Andrónico y Junias —nombre este último probablemente de una mujer (Rom 16,7)—. Algunos de los carismas de Rom 12,6-8

podrían indicar oficios tanto como dones. En Rom 16 se mencionan muchas personas que trabajan por el evangelio; de Febe, una mujer,

se dice que es diakonos (Rom 16,1; >Diaconisas), lo que puede referirse bien a un oficio (cf 1Tim 3,8) bien al servicio en general (cf 2Cor

11,23).

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Aunque la unidad de Filipenses se ha puesto en tela de juicio, su autoría paulina no suele ser contestada. La carta tiene un estilo

marcadamente personal y consiste en gran medida en una exhortación a profundizar en la koinónia (>Comunión) y a estar alegres. Hay en

ella algunas indicaciones acerca de la jerarquía eclesial: va dirigida a los santos (hagioi) con sus obispos y diáconos (sun episkopois kai

diakonois, 1,1);  tanto Timoteo como Epafrodito han de ser bien recibidos (2,19-30). No es posible sacar ninguna conclusión cierta en

relación con las estructuras jerárquicas en torno a los años 53-63, década durante la cual Pablo escribe su carta (o cartas).

La breve carta dirigida a Filemón a propósito del esclavo fugado Onésimo data probablemente del 62-63. Suele estudiarse en relación

con la postura ante la esclavitud, tema que Pablo sólo menciona en otra ocasión (ICor 7,17-24). Pero tiene también notable interés

eclesiológico: la Iglesia se reúne en casa de Filemón (v. 2); la fe ha de compartirse (v. 6); Pablo afirma su derecho a mandar sobre

Filemón, aunque no quiere ejercer dicho derecho (vv. 8-9.21); Onésimo es «hermano» de Filemón: el esclavo transformado en Cristo

puede ofrecer a su vez la libertad a su amo; porque aunque parece que Pablo deja el asunto enteramente a discreción de Filemón, de hecho

lo coloca en el dilema de tener que elegir entre la doctrina cristiana del amor y la igualdad de todos y los esquemas sociales de su tiempo.

Después de tratar de las cartas indudablemente auténticas de Pablo, podemos volvernos ahora a los evangelios sinópticos, el primero de los cuales es

el de Marcos, al que se atribuyen diversas fechas de redacción, siendo no obstante las más frecuentes entre el 65 y el 75. Desde el punto de vista de

la eclesiología.

El evangelio de Marcos es especialmente importante por tres temas. En primer lugar, la predicación y el ministerio de Jesús se encuentran

resumidos al comienzo y a lo largo del evangelio en torno al >Reino: «Se ha cumplido el tiempo, el reino de Dios está cerca; arrepentíos y creed la

buena noticia» (1,15). Segundo: «Marcos describe a Jesús constituyendo una familia nueva y radical, de la que él es el modelo» (cf 3,31-35;

10,29-30). Por tanto, el principal ideal propuesto a la comunidad cristiana es el discipulado, aunque las respuestas puedan variar enormemente en

cada caso. Tercero: los doce (>Apóstoles) tienen como función primordial estar con Jesús y llevar a término su misión (3,14-15). Tres de ellos,

Pedro, Santiago y Juan (a veces con Andrés), son receptores de una revelación especial acerca de Jesús (cf 1,29; 5,37; 9,2-8; 13,3; 14,32-42).

Podemos datar el evangelio de Mateo aproximadamente una década después que el de Marcos. Sus destinatarios eran una comunidad

judeocristiana, posiblemente Antioquía. Sus fuentes son el evangelio de Marcos, la fuente Q –tradición conocida también por Lucas— y otros

materiales propios de Mateo. Estas tradiciones probablemente se mezclaban con toda libertad antes de la redacción del evangelio. Mateo quiere

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exponer «cosas nuevas y antiguas» (cf 13,52), quiere conservar los odres viejos y los nuevos (cf 9,17). En su evangelio hay muchos puntos

importantes para la eclesiología: tiene una visión de la historia de la salvación que incluye tres etapas —el Antiguo Testamento, el tiempo del

cumplimiento en Jesús y la misión universal de la Iglesia—; da cuenta del desplazamiento de los israelitas por los gentiles (21,43); hay

consiguientemente un gran interés en el papel de la Torá para la comunidad cristiana; se ha dicho que la característica específica de este evangelio

es el nexo entre Cristo, la Iglesia y la moralidad; Mateo es el único evangelista que usa la palabra «Iglesia», siempre en el contexto de la autoridad

(Mt 16,18; 18,17), y edita además materiales de Marcos subrayando su significación eclesial (por ejemplo, el poder para perdonar pecados

concedido a los hombres, 9,8); aparecen figuras carismáticas, pero la advertencia de que el hecho de poseer carismas no implica necesariamente la

salvación (7,21-23) puede indicar cierta tensión en relación a los mismos, de ahí la necesidad del discernimiento (7,15-20); como en Marcos, la

proclamación del Reino ocupa un lugar destacado, pero hay discursos importantes sobre la comunidad que no aparecen en Marcos (cc. 5-7; 10,

18); se insiste poderosamente en la fraternidad (por ejemplo, 23,8; 25,40) entre todos los que tienen un mismo Padre en el cielo; finalmente, el

relato del ministerio de Jesús no puede hacerse sin poner de relieve el papel de >Pedro, lo que parece sugerir que la descripción mateana de este

apóstol coincide con la experiencia y el recuerdo de los destinatarios del evangelio. Se habla poco directamente sobre el liderazgo en la

comunidad, salvo las advertencias frente a la pretensión de imitar a los escribas y fariseos (23,1-12).

El evangelio de Lucas y el libro de los Hechos pueden considerarse juntos, ya que en ambos se refleja una misma visión, derivada de su único

autor. Los dos libros fueron escritos por el mismo tiempo que el de Mateo, es decir, probablemente en la década de los 80. Lucas presenta varias

fases en el desarrollo de la Iglesia: el Antiguo Testamento; el ministerio de Juan Bautista; la comunidad de los discípulos formada en torno a Jesús

durante su vida pública, con cierta relevancia de los apóstoles y de una misión dirigida a Israel; las apariciones del Señor resucitado; Pentecostés,

que lleva a la predicación a Israel con signos y prodigios; la proclamación de la palabra con franqueza y valentía; la admisión de los paganos en la

Iglesia. Anunciado ya en el Evangelio, el Espíritu Santo domina el relato de los Hechos, guiando a la Iglesia naciente y sosteniéndola a pesar de

las persecuciones y una serie de crisis y desafíos: el problema de los helenistas (He 6); la necesidad de una identidad más allá de la de una mera

secta del judaísmo (Esteban); el ingreso de los paganos (Cornelio); el empuje misionero de la joven Iglesia de Antioquía; la relación entre la Torá

y la libertad cristiana (encuentro de Jerusalén). Por encima de todo, Lucas presenta unos cuadros idealizados de la comunidad primitiva (He 2,42-

47; 4,23-37; 5,12-16)3, que han sido desde entonces inspiración constante para multitud de grupos dentro de la Iglesia. Pero no todo es fácil,

aunque Lucas se esfuerza en dar un barniz conciliador a las serias dificultades que se presentan, especialmente las planteadas por la relación entre

los cristianos judaizantes y los helenistas (>Iglesia primitiva). La cuestión del liderazgo es compleja: Pedro es la figura clave en los primeros

capítulos de los Hechos, pero luego parece dejarle el sitio a Santiago; los apóstoles desempeñan al principio un papel importante (He 1,15-26),

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pero este va atenuándose a medida que progresa la historia de los Hechos; parece como si hubiera una autoridad estructurada en torno a los

«doce» para los judeocristianos, y otra, en cierto modo subordinada a la primera, en torno a los «siete» para los helenistas (cf He 6-8, donde los

siete no limitan su ministerio al servicio de las mesas: He 6,1-3); Pablo manda llamar a los ancianos de la Iglesia  (tous presbyterous  tés

ekklésias) de Efeso (He 20,17) —estos mismos son también episkopoi que tienen a su cargo la grey que el Espíritu les ha confiado (He 20,28)—.

Pablo y Bernabé se presentan nombrando ancianos (presbyteroi)en cada lugar (He 14,23).

Las Cartas a los efesios y a los colosenses son difíciles de datar. Los numerosos exegetas que las denominan deuteropaulinas las sitúan en la

década de los 80; en cambio, los que las consideran obra de Pablo las colocan en la década de los 60. Aun cuando no fueran directamente dictadas

por Pablo, las cartas son indudablemente de la escuela paulina. Estamos con ellas en presencia de una profunda eclesiología, no en términos de las

instituciones de la Iglesia sino de su significación. He aquí algunos elementos importantes: el acento, más que en la Iglesia local, se pone ahora en

la Iglesia universal o cósmica, que es el >cuerpo de Cristo; la Iglesia es santa como este cuerpo (Ef 1,22-23; 5,32); en Cristo habita la

plenitud (pléróma, Col 2,9; Ef 1,23); la Iglesia penetra en los lugares celestes (Ef 3,9-10; Col 1,15-20). Pero la insistencia en la belleza de la

Iglesia no atenúa la necesidad de una conducta moral basada en los dones recibidos (Ef 4-6; Col 3-4). Los dones carismáticos y los oficios son

otorgados de cara a la edificación de la Iglesia (Ef 4,11-12). En conjunto la eclesiología de Efesios está más desarrollada que la de Colosenses.

Las cartas pastorales, 1 y 2 Timoteo y 1 y 2 Tito, no suelen considerarse en la actualidad escritas por Pablo, aunque hay en ellas una buena

dosis de teología paulina. Parece probable una datación algo posterior al año 95. La situación ha cambiado mucho con respecto a las primeras

décadas. El problema eclesial al que quieren dar respuesta las cartas es la preservación de la integridad doctrinal en una época de transición. Los

medios para conseguirlo serán las personas revestidas de autoridad, los inspectores (episkopoi),  los ancianos (presbyteroi) y  los

ministros (diakonoi), cuya misión será velar en cada lugar por la rectitud de la doctrina (Tit 1,9—2,1; 1Tim 4,1-11; cf 2Tim 1,14). Los

presbíteros-obispos habían de regir las Iglesias locales como un padre que tiene la responsabilidad de gobernar su casa, de ahí las virtudes

exigidas (Tit 1,5-11; 1Tim 3,2-7). Se comprende fácilmente por qué será sobre todo de las estructuradas Iglesias de las epístolas pastorales

dedonde se derivará la constitución de la Iglesia a comienzos del siglo II (por ejemplo en >Ignacio de Antioquía). Para algunos exegetas

protestantes, estas características, especialmente las normas institucionales, serán signos de >protocatolicismo».

Con respecto al evangelio de Juan, que puede datarse hacia el 95, F. Schüssler Fiorenza observa acertadamente: «Buscar en el evangelio de Juan

una concreción de la relación entre Jesús y la Iglesia es adentrarse en un campo de batalla sembrado de cadáveres de hipótesis caídas».  Puede

decirse que en Juan hay sólo una eclesiología implícita. Lo central es la relación de Jesús con sus discípulos. Al oyente se le coloca en el dilema

de ponerse de parte de los incrédulos judíos o de unirse a Jesús, es decir, formar parte del redil (c. 10), estar unido a la vid (15,1-11). La sinagoga

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y la comunidad joánica son extrañas entre sí. Las grandes afirmaciones iniciadas por «yo soy» no son sino declaraciones de que el juicio ya se ha

producido y la sentencia la ejecutará el Espíritu en nombre de Jesús (16,7-10). Aunque Pedro y el «discípulo amado» desempeñan papeles

notoriamente destacados, el mensaje es claro: «Todos los cristianos son discípulos y entre ellos la grandeza está determinada por la relación

amorosa con Jesús, no por la función u oficio desempeñado». Pedro habrá de aprender que la condición para ejercer la autoridad es el amor (cf

21,15-17 con 10,1-18). Es la elevada cristología de Juan la que le permite penetrar en lo que constituye el corazón mismo de la Iglesia: el amor a

Jesús y el amor a los demás (15,9-17).

La eclesiología joánica es el más atractivo y estimulante del Nuevo Testamento, y al mismo tiempo la menos estable. Es menester dirigir la

atención a las cartas de Juan, pertenecientes a la misma tradición que el Evangelio, para completar el cuadro. Uno de los elementos más

destacados en el Evangelio de Juan es la venida del Paráclito, que prolongará para siempre en el creyente la presencia de Jesús. El Espíritu, por

otro lado, es también el Maestro (14,15-17.26; 16,13-14). R. E. Brown, que sitúa las cartas una década después del evangelio, ve en ellas indicios

de interna división en la comunidad: se desatiende la humanidad de Jesús (Un 4,2; 2Jn 7); el único pecado consiste en negarse a creer en Jesús

(1Jn 1,8.10); el amor parece limitado a los verdaderos hermanos (1Jn 2,7-11; 4,21; 2Jn 4-6); la guía de los individuos por parte del Espíritu Santo

requiere no sólo discernimiento (lJn 2,27; 4,1-6), sino también cierta autoridad externa. La eclesiología joánica, como las demás del Nuevo

Testamento, no es suficientemente completa para sobrevivir en estado puro.

Aunque sea «muy poco el consenso existente en relación con la mayor parte de los puntos de la Carta a los hebreos», se puede afirmar que fue

escrita antes del año 95, y dirigida probablemente a un grupo de judeocristianos que suspiraban por el esplendor de los ritos del Antiguo

Testamento. Pero se ha producido un cambio radical: hay sólo un tabernáculo, que está en los cielos (8,1-2; 9,24); la antigua alianza ha quedado

anulada por la nueva (8,13); la Iglesia es el pueblo peregrino de Dios (3,74,1 1); la ley y el sacerdocio han sido transformados (7,12); el culto de la

Iglesia no es un sacrificio externo, sino el culto de Cristo, el sumo sacerdote eterno (cc. 3-10). Hay una escatología realizada: estamos ya unidos al

mediador celeste, cuya sangre nos ha lavado del pecado (9,12-15; 10,10.14). Y por medio de él entramos en el santuario (10,19-22). De esta

exposición doctrinal se desprenden claros imperativos: la fe, la perseverancia, la fortaleza (cc. 11-13). Aunque el lenguaje, los intereses teológicos

y las imágenes difieren, la eclesiología de hebreos se asemeja más a la de Efesios y Apocalipsis que a la de cualquier otro libro del Nuevo

Testamento.

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La Primera carta de Pedro suele situarse entre la década de los 70 y la de los 90, aunque algunos exegetas llegan a datarla en la década de los

60. Los lectores parecen estar sometidos a padecimientos; si no a verdadera persecución, sí por lo menos a pruebas sociales y religiosas (4,12-14),

que hacen que vivan dispersos (1,1; 2,11). La carta, que tiene un marcado carácter bautismal, es una exhortación a mantenerse firmes; se

recuerdan temas del Exodo (cc. 1-2); tienen que pensar en su dignidad como pueblo de Dios (2,4-10, que asume las promesas y los títulos del

Antiguo Testamento); en medio de un ambiente hostil han de estar atentos para no ofender a nadie (2,11—3,7; 4,4.14-18), sino más bien dar

testimonio de la Palabra (2,9). Las Iglesias presentan una estructura similar a la de las Iglesias de las cartas pastorales, a saber, con

ancianos (presbyteroi, 5,1.5). La autoridad ha de ejercerse como en Mc 10,42, no siendo prepotentes (katakyrieuontes, 5,3). La carta se

caracteriza también por su insistencia en la pertenencia, a pesar de ser «tiempo de exilio» (1,17).

Uno de los últimos libros del Nuevo Testamento en escribirse fue 2 Pedro. Al igual que la carta de Judas, con la que tiene algunas afinidades, su

principal preocupación se centra en los falsos maestros (2,1-2; cf Jds 4,18-19). Se exhorta a los destinatarios a mantenerse firmes en la enseñanza

apostólica que han recibido (1,12-19; 3,2; cf Jds 3). En la época de composición de estas dos cartas es claro que la Iglesia cuenta ya con un cuerpo

doctrinal aceptado como normativo.

La carta de Santiago ha de datarse antes del año 95. Su significación para la eclesiología reside principalmente en sus exhortaciones morales,

que la asemejan a la literatura sapiencial del Antiguo Testamento. Se describe una Iglesia comprometida en la vida del mundo y luchando contra

los pecados y los valores inaceptables que encuentra en su entorno. Un rasgo importante de la carta es su sentido de continuidad con el Antiguo

Testamento, en lo cual se diferencia absolutamente de la carta a los Hebreos.

Está por último el difícil libro del Apocalipsis, que ha de datarse entre el 90 y el 95. Se trata de un «apocalipsis», es decir, de una obra constituida

por visiones y símbolos con un mensaje dirigido a quienes sufren persecución y padecimientos. La situación de la Iglesia es difícil a causa de la

creciente hostilidad del Imperio romano, y la lucha que lleva a cabo la Iglesia en la tierra es reflejo del enfrentamiento cósmico entre el bien y el

mal. La unidad de la obra puede descubrirse en el triple tema recurrente de la persecución, el juicio y el triunfo. Otra idea clave es la de la firmeza

en el testimonio". Las cartas a las siete Iglesias (cc. 2-3) ponen de manifiesto sus problemas y deficiencias: falta de amor (2,4); seguimiento de

dirigentes y maestros falsos (2,6.14-15.20); compromisos (3,20); decadencia (3,3); complacencia (3,15-18). Se las invita a la fidelidad (2,10.23;

3,9-10), al arrepentimiento (3,3.18-20), a la firmeza (2,3.17), y a todas se les prometen dones divinos si perseveran. El libro del Apocalipsis sigue

estando siempre de actualidad, no por los temas destacados por los >milenarismos de ayer y de hoy, sino por su permanente desafío a los

cristianos que viven en el mundo para que se mantengan fieles al señorío de Jesús (13,8), apoyados en la promesa de la victoria última, celebrada

ya por los que se han mantenido firmes en la fe. Al igual que Efesios y hebreos, la doctrina del Apocalipsis nos invita a considerar la Iglesia

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gloriosa como estímulo para la Iglesia todavía militante.