VIII Congreso Centroamericano de Historia, Antigua Guatemala, 10 al 14 de julio de
2006
La Geografía del siglo XIX y la obra de Manuel Orozco y Berra
Carlos Contreras Servín, Doctor en Geografía por la UNAM, Coordinador de la Licenciatura en Geografía en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades. Teléfono y fax (444)818-2475 correo electrónico [email protected]
María Guadalupe Galindo Mendoza, Doctora en Geografía por la UNAM, Profesora-investigadora de la Licenciatura en Geografía en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades. Teléfono y fax (444)818-2475 correo electrónico [email protected]
La Geografía del siglo XIX y la obra de Manuel Orozco y Berra
Resumen
México heredó de España una extensa área territorial. Pero bajo el número alentador de las
leguas que conforman el nuevo país, yacían serios problemas, que dificultarían la
integración nacional. En estos primeros años independientes, aparecen también numerosas
propuestas para el conocimiento del país. Entretanto, algunos gobiernos del interior
efectuaron estudios geográficos y estadísticos de sus localidades. Pero cada vez se hacía
más evidente la necesidad de contar con estudios de carácter general que sirvieran como
fundamento para la planeación a largo plazo y la organización de la República. Estos
elementos estuvieron presentes a lo largo del siglo XIX, aquí se ubica el interés por el
estudio de la Geografía, circunstancia que obligó a fundar en 1833 la Sociedad Mexicana
de Geografía y Estadística; y la profesión de Ingeniero Geógrafo en 1843. A partir de estos
dos acontecimientos, de forma paulatina, se incorporan a los planteles de la Ciudad de
México, asignaturas relacionadas con la Geografía, particularmente en el Colegió de
Minería, las escuelas de Agricultura, Comercio y la Escuela Nacional Preparatoria, entre
otras. Dentro de este contexto, sobresale la presencia de Manuel Orozco y Berra (1816-
1881), como parteguas entre la Geografía de la primera mitad del siglo XIX y el Porfiriato.
Su obra permite comprender la forma en que los diversos gobiernos comprendieron y
trataron de utilizar los conocimientos geográficos en el ordenamiento del territorio
nacional.
Introducción
México heredó de España una extensa área territorial. Pero bajo el número alentador de las
leguas que conforman el nuevo país, yacían serios problemas, que dificultarían la
integración nacional. No obstante, en la cultura de las elites permanecieron los ideales
ilustrados, en particular, la concepción racionalista y progresista del orden que debería
imponer el Estado. Este proyecto exigía la integración de técnicos y expertos a la
burocracia; la creación de instituciones y organizaciones de estudio y fomento a la
actividad científica; y sobre todo la creación, y la formación de nuevos cuadros
profesionales. Entretanto, algunos gobiernos del interior efectuaron estudios geográficos y
estadísticos de sus localidades (Martín, 2002, p. 37-39). De esta manera, la Geografía se fue
desarrollando a través de cuatro vías:
1. A partir de esfuerzos individuales –en especial científicos amateurs; viajeros y
empresarios.
2. Como uno de los objetivos de los proyectos gubernamentales –comisiones de
exploración y límites; estudios sanitarios; proyectos de vías de comunicación y estudios
para la promoción de la inmigración y/o la inversión extranjera.
3. Dentro de los programas de enseñanza media y superior
4. Y para el último tercio del siglo, como fundamento de un ambicioso programa
institucional
Para efectos expositivos, no obstante, es posible establecer tres etapas diferenciadas: la de
los viajeros y los primeros proyectos gubernamentales (1803-1840); la de los colegios y los
proyectos intervencionistas (1841-1876); para finalizar con la creación y reorganización de
las instituciones científicas del país (1877-1900)
Los viajeros y los primeros proyectos gubernamentales (1803-1840)
El tránsito de los estudios geográficos hacia el siglo XIX está marcado por la expedición de
Alejandro de Humboldt al continente americano (1799-1804), que incluyó una larga
estancia en la capital de la Nueva España su obra Ensayo Político sobre el Reino de la
Nueva España (1807-1811), recibió el reconocimiento oficial en 1824, cuando se le declaró
“la fuente estadística e informativa más confiable para reorganizar el país” (Azuela, 2000,
p.20). Con estos comentarios no implicamos que se adoptaran sus resultados acríticamente,
ni que el Ensayo se convirtiera en la única fuente del desarrollo ulterior de la geografía
mexicana. Pues lo que mantuvo su continuidad fue sin lugar a dudas, la fuerza inercial de la
Ilustración. Con respecto al estudio de la Geografía, podemos mencionar como primer
antecedente de su enseñanza en el siglo XIX, la clase semanal de Elementos de Geografía,
impartida por Manuel Ruiz de Tejada, ayudante de clase y encargado del segundo curso de
matemáticas, mismo que empezó a impartir dicha cátedra en 1802, dentro del Colegio de
Minería (Moncada, 1994, p. 60-61).
Posteriormente, en los primeros años de la Independencia de México, empezaron a
desembarcar en México viajeros relacionados con compañías mineras que realizaron
estudios encaminados a promover la colonización y la explotación mineral. Estos viajeros
publicarían posteriormente obras, tales como las de: Joel R. Poinsett, Notas sobre México
en 1822; George F. Lyon, Viaje por la República de México en 1826; Henry G. Ward,
México en 1827. Sin embargo, la obra de mayor transcendencia científica y que desarrollo
el tema que nos ocupa, fue escrita por el mineralogista Joseph Bukart (1798-1870) como
resultado de una década de investigaciones en el país. Se trata del libro Estancia y viajes en
México en los años 1825 hasta 1834, observaciones sobre el país, sus productos, la vida y
costumbres de sus habitantes, así como observaciones en las ramas de mineralogía
geognosia, ciencia de minas, meteorología, geografía (Von Mentz, 1982, p. 66-80, 76 y
471)
Con este trabajo, Burkart se distinguió entre los viajeros ligados con la explotación minera
por el amplio espectro de estudios que efectuó y por el uso de instrumentos y métodos de
investigación rigurosos, con los que realizó el registro y la interpretación de los datos. En la
obra aparecen estudios sobre “las ciudades y los diferentes climas, los volcanes, las fuentes
termales, los distritos mineros y los edificios precolombinas”, que se acompañan de tablas,
mapas, mediciones, observaciones y estadísticas, que corrigieron y completaron la visión de
Humboldt sobre la geografía y la naturaleza mexicanas para los europeos interesados en el
país –imperios políticos y financieros, empresarios y desde luego, científicos.
Por otra parte, durante esta misma etapa, hubo una serie de proyectos impulsados por los
sucesivos gobiernos, en los que se efectuaron estudios y observaciones de carácter
geográfico. Destacan los trabajos del Istmo de Tehuantepec (1823-1826), de los alrededores
de la Ciudad de México (1825) y de la frontera noreste de México y los Estados Unidos
(1827-1829), que tuvieron por objeto “observar los rasgos naturales, obtener información
geográfica y apuntar datos exactos para los mapas” de cada región (Mendoza, Héctor, 2000.
p. 92). De todas, la primera se convertiría con el paso de los años, en una de las regiones
mejor estudiadas del país, por su presumible potencial para comunicación interoceánica.
En estos primeros años independientes, aparecen también numerosas propuestas para el
conocimiento del país. Así, en 1832 Tadeo Ortiz de Ayala, en una obra titulada México
considerado como nación independiente, ofrece, de hecho, un programa de gobierno que
incluye la necesidad del conocimiento geográfico y de la riqueza del país, paralelo a una
propuesta de desarrollo de las diversas ramas de la economía, de las comunicaciones, del
crecimiento demográfico y de la colonización.
Entretanto, algunos gobiernos del interior efectuaron estudios geográficos y estadísticos de
sus localidades. Pero cada vez se hacía más evidente la necesidad de contar con estudios de
carácter general que sirvieran como fundamento para la planeación a largo plazo y la
organización de la República. Estos elementos estuvieron presentes a lo largo del siglo
XIX, aquí se ubica el interés por el estudio de la Geografía, circunstancia que obligó a
fundar en 1833 la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; y la profesión de
Ingeniero Geógrafo en 1843. A partir de estos dos acontecimientos, de forma paulatina, se
incorporan a los planteles de la Ciudad de México, asignaturas relacionadas con la
Geografía, particularmente en el Colegió de Minería, las escuelas de Agricultura, Comercio
y la Escuela Nacional Preparatoria, entre otras.
La idea de construir la Carta de la República y levantar la Estadística Nacional fueron los
dos principales objetivos que dieron vida a la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística (SMGE); dicha Sociedad, contribuyó significativamente al desarrollo de la
disciplina, pues promovió su estudio y difundió los resultados que se iban obteniendo, a
nivel nacional e internacional.
La Geografía en los colegios y en los proyectos intervencionistas (1841-1876)
Este segundo período que vamos a abordar, para la historia general de las ciencias;
representa la emergencia de la Geografía como una nueva disciplina científica: con un
objeto de estudio y una metodología perfectamente definidos y delimitados, a partir de los
cuales se conforman instituciones especializadas y se deslinda una práctica profesional
específica, con la creación en 1843 de la carrera de Ingeniero Geógrafo, profesión que se
incluye dentro de los planes de estudio del Colegio de Minería. Entre los trabajos
geográficos más destacados, durante esta época, destaca el papel desempeñado por los
primeros ingenieros geógrafos para fijar los límites de la frontera México-Norteamericana -
al término de la Guerra de 1847- (Moncada, 1994, p. 63-65); así como los que realizaron
posteriormente, los franceses durante el Imperio de Maximiliano (1864-1867); y continúa
con los trabajos publicados por comisiones gubernamentales, observadores amateurs y
viajeros.
De particular interés para el desarrollo de la geografía en este periodo, fueron: las leyes de
1° de junio de 1839, 2 de diciembre de 1842 y 27 de noviembre de 1846, mismas que
crearon la Dirección General de Colonización e Industria; posteriormente, en el año de
1853, esta Dirección se transformaría en la Secretaría de Fomento. (García Cubas, A. 1904,
p. 447)
La fundación del Ministerio de Fomento expresa un cambio en la concepción del territorio
que se tenía desde la Administración Federal. Este ministerio como era habitual, se ocupaba
de incentivar aquellas obras públicas que permitiesen rendir las potencialidades del país.
Trataba sobre colonización y deslinde de tierras baldías, de las principales ramas
productivas, de la construcción de obras públicas, canales, desagües, y transporte, puertos
incluidos, y del control de aranceles y aduanas. Era asimismo, el que intervenía en la
desamortización de bienes, en el levantamiento de las cartas topográficas y de la
información estadística. Dentro de esta Dirección de Colonización en 1851, trabajaba
Antonio García Cubas, un joven de 24 años, quien ganaba 15 pesos mensuales como
empleado meritorio. Son particularmente ilustrativas las palabras de este personaje, sobre la
forma en que dicha Institución, se llevaba a cabo labores de carácter geográfico, mismas
que describe de esta manera:
“Era tal mi inclinación a los conocimientos geográficos, que nunca dejé de aprovechar los
momentos que me dejaban libres mis ocupaciones en el Ministerio, ya para hacer mis
ensayos del dibujo de cartas, para mi obra magna de copiar la Carta de la República, que en
escala muy grande había formado la sociedad de Geografía y Estadística. Grande era el
abandono en que se encontraba la Geografía Nacional, excepción hecha de los loables
esfuerzos de la Sociedad de Geografía y Estadística. Tan marcado era aquel abandono, que
para el tratado de límites entre México y los Estados Unidos echóse mano en 1848 de la
incorrecta y muy deficiente carta de los Estados Unidos Mexicanos, publicada en Londres
por J. Desturnell; Así es que aquella deficiencia enalteció mis trabajos hasta el grado de que
el Ministro Don Joaquín Velásquez de León me llevase a la presencia del Presidente Santa-
Anna.
El omnipotente personaje examinó con detenimiento la carta que se le presentó, y al
observar en ella la grande extensión del territorio que tan injustamente nos arrebataron
nuestros vecinos, dijo no sé qué palabras llenas de amargura, lo que no dejó de causarme
grande extrañeza pues advertí que antes de la presentación de aquella Carta, no se tenía la
menor idea acerca de la importancia del territorio perdido (García Cubas, 1904, p. 450-
452)”
Es importante resaltar que el mapa de la República Mexicana de García Cubas, fue
considera en esos momentos, como la primera carta realizada por un mexicano después de
la Independencia, motivo que despertó diversos elogios y un ofrecimiento por parte de un
director de Escuela Superior, para que aceptase el nombramiento de profesor de dibujo
geográfico y topográfico. El ofrecimiento de forma humilde, fue rechazado, argumentando
la siguiente razón:. “Yo, que conocía mi insuficiencia, rehusé el bondadoso ofrecimiento,
manifestando con toda ingenuidad que el cargo aquel era muy superior a mis fuerzas, no
poseyendo, como no poseía, los conocimientos necesarios que debiera trasmitir a los
alumnos. El director insistió en sus propósitos y yo en mi negativa, pues desde entonces
comprendí cuán grande era la responsabilidad de un profesor que se aventura a enseñar lo
que no sabe Así fue como me inicié en el hermoso estudio de la Geografía, y así es como
comprendo la enseñanza de ésta (García Cubas, 1904. p. 452)”. Sin embargo, conviene
destacar que posteriormente, en 1888 y hasta 1910, desempeñaría una importante labor
docente, como profesor de Historia, Geografía y Cronología, en la Escuela Normal para
Señoritas.
Por otra parte, la ley de desamortización civil y eclesiástica de 1856, y el artículo 27 de la
Constitución de la Reforma, de 1857, permitiría la privatización de las tierras comunales,
cuyo ordenamiento jurídico había respetado la dotación de tierras otorgada durante el
periodo colonial, con lo cual se asestaría un golpe a los derechos indígenas al declarar nulos
sus ordenamientos y sus territorios, en cuanto a “tierras ociosas” y, por lo tanto, enajenables
(Martín, 2002. p. 45-47).
Contemporáneo de García Cubas, Manuel Orozco y Berra (1816-1881), comparte la
formación de haber egresado como ingenieros del Colegio de Minería, no obstante, los dos
mostrarían posteriormente, un profundo interés por la Historia: Sin lugar a dudas, este
interés por la Historia, puede considerarse, como una reflexión necesaria, para que pudieran
emprenderse los estudios geográficos del territorio nacional, en una época en que el trabajo
técnico de la cartografía, era considerado como sinónimo de geografía. Este aspecto es
importante, porque se puede considerar la obra de estos dos autores, como los primeros
antecedentes de los trabajos de Geografía Humana en México.
En lo que respecta a la enseñanza de la Geografía en colegios de la capital, esta se impartía
además del Colegio de Minería; en la Escuela de Agricultura –desde su fundación en 1854-
y a partir de 1868 en la Escuela Nacional Preparatoria.
Dentro de este apartado, es importante mencionar que los casi diez meses que
transcurrieron entre el 5 de junio de 1867 y el 26 de marzo de 1868, que comprenden el
tránsito del régimen Imperialista al Republicano, la Sociedad de Geografía y Estadística
estuvo a punto de haber desaparecido para siempre, bajo el peso del estigma que ante el
partido liberal le imponían sus complacencias con el Imperio, y los servicios que a este
prestaron muchos de sus socios que en empleos y puestos prominentes figuraron en él, la
lista la encabezaba principalmente Manuel Orozco y Berra. El Gobierno Liberal estuvo
resuelto a la extinción de aquel cuerpo científico por causa de infidencia; sin embargo, los
socios acudieron ante Blas Valcárcel, Ministro de Fomento, y pudieron convencerlo de la
conveniencia de conservar a la Sociedad y con ello, contener el golpe ya preparado (De
Olavarria, 1901: p. 103-104).
La trascendencia de la Obra de Manuel Orozco y Berra.
a) Breve semblanza de su vida de Don Manuel Orozco y Berra: Oriundo de la ciudad de
México, en donde vio la luz el 8 de junio de 1816, falleció en esta misma ciudad el 27 de
enero de 1881. Estudió en México en el Colegio de Minería, habiéndose graduado de
ingeniero agrimensor. Sus estudios en esta rama de las ciencias organizaron su mente y le
posibilitaron para realizar trabajos posteriores de gran valor. En Puebla estudió leyes y
obtuvo título de abogado en 1847. Apoyado por José Fernando Ramírez, quien le auxilió
como maestro y amigo, ocupó y desempeñó con eficacia y honestidad algunos empleos.
Fue director del Archivo General de la Nación y en 1856 tuvo el cargo de oficial mayor del
Ministerio de Fomento. Guillermo Prieto le había pedido a Orozco y Berra se encargarse de
la formación del mapa postal de la República Mexicana debido a sus excelentes trabajos
cartográficos y a sus profundos conocimientos geográficos e históricos del país. Liberal
distinguido, ocupó durante la administración de Juárez el puesto de Ministro de la Suprema
Corte en sustitución de Ignacio Mariscal. Durante el gobierno de Maximiliano, al igual que
otros connotados liberales, colaboró con él, ocupado en trabajos científicos. De su vasta
producción se pueden destacar los siguientes trabajos: Materiales para una cartografía
mexicana; Memoria para la carta hidrográfica del Valle de México: Geografía de las
lenguas y carta etnográfica de México. Pero en particular, en donde mejor se vislumbra la
idea de ordenar el territorio, es en la Carta General del Imperio, misma que fue solicitada
por el Emperador Maximiliano, durante la intervención francesa y el llamado Segundo
Imperio. A este valioso personaje que poseía tantos atributos (ingeniero, escritor, abogado,
geógrafo, historiador, funcionario público), le fue encomendada la tarea de elaborar una
nueva organización territorial del Imperio Mexicano. El 27 de julio de 1864 recibió una
comunicación del Ministerio de Fomento en la que se solicitaba que, por orden del
emperador formase un proyecto de división territorial y política en el término de ocho
meses. Con fecha 15 de febrero de 1865, Orozco y Berra contestaba que dentro del plazo
que se le había señalado presentaba la memoria respectiva para la nueva división territorial,
mencionando que el país debía de reorganizarse según las bases siguientes:
1. La extensión total del territorio del país quedará dividido por lo menos en cincuenta
departamentos.
2. Se elegirán en cuanto sea posible límites naturales para la subdivisión
3. Para la extensión superficial de cada departamento se atenderá a la configuración
del terreno, clima y elementos todos de producción de manera que se pueda conseguir con
el transcurso del tiempo la igualdad del número de habitantes de cada uno (García, 1934,
Commons, 1989, p. 91)
b) La Carta General del Imperio. La elaboración de este mapa es de suma importancia
dentro de los planes que pretendieron reorganizar el territorio en el pasado, ya que se
tomaron en cuenta básicamente elementos geográficos para la delimitación de las
jurisdicciones y el futuro desarrollo de las nuevas demarcaciones; así como, porque dentro
de estas áreas sería más fácil la comunicación y esto influiría en su actividad comercial. Por
otra parte, Orozco y Berra indican qué elementos deben considerarse para elaborar la
división territorial del Imperio:
“Una buena división territorial es un problema complejo compuesto de multitud de
elementos, de los cuales los unos pueden ser fácilmente puestos en relación, mientras los
otros presentan en su conjunto dificultades insuperables a veces. Dependerá de los límites,
de su extensión, de los accidentes naturales del terreno, de la feracidad del suelo, del modo
con que estén distribuidos los depósitos de las aguas, los ríos y las montañas, de los centros
principales de población, de su fuerza y de sus recursos, de los medios de comunicarse, de
las razas allí establecidas, y, además de otros mil pormenores; ni habrá que olvidar los
idiomas hablados por los habitantes del país, ni usos, su religión y sus costumbres” (Orozco
y Berra, 1878).
De la demarcación se dice que “la elección de límites naturales es la más perfecta que
puede adoptarse, así para separar un país de otro, como una fracción política de su vecina
dentro de una misma nación “. Del número y tamaño de las jurisdicciones indica que:
“Debía procurarse también, en cuanto fuera posible, que no resultaran fracciones inmensas
y llenas de recursos, que por sí solas pudieran convertirse en árbitros de la suerte común, al
lado de otras despobladas y sin medios de subsistencia, privadas de los elementos
necesarios y por consecuencia débiles e incapaces para vivir y desarrollarse”. (Orozco y
Berra, 1878).
De aquí provino sin duda la división fraccionando la superficie del país en cincuenta
departamentos. Posteriormente, hace una observación de mucha importancia en lo relativo
a la población:
“Tomados en conjunto los departamentos, presentan dos grandes divisiones: los marítimos
y los interiores: los primeros forman un total de 61 625 leguas cuadradas, con 2 860 536
almas; los segundos cuentan 52 431 leguas cuadradas con 5 537 544 individuos.
Comparando estos dos grandes grupos se advierte, que aquél tiene una superficie mucho
mayor que éste, mientras que el segundo apenas cuenta con la mitad de la población. De
aquí se infiere que, mientras nuestras inmensas costas están poco habitadas, la gente se
agrupa en la parte central. Éste viene a ser el núcleo de la nación, donde cuenta su mayor
fuerza física e intelectual, la riqueza agrícola, industrial y manufacturera. Mirando la carta,
este espacio se extiende de Oaxaca al sur, al Potosí y a Durango al norte: el resto aun no
entra con paso firme en el movimiento general del país “(Orozco y Berra, 1878).
Como se puede apreciar, de sus observaciones hay dos puntos que resaltan: la
configuración física del país que en la mayoría de los casos es un obstáculo casi insalvable
para la relación entre algunas regiones del país y la preocupación de que la producción
estuviese en relación con el número de habitantes, nos da la idea que lo que se quería era
llegar a tener un equilibrio económico dentro de estas jurisdicciones.
Por otra parte, si observamos la orografía y la hidrografía descrita en el terreno, se aprecia
lo siguiente: con esta división tenemos a la vista la red hidrográfica en su conjunto, ya que
de los cincuenta departamentos en que fue dividido el país sólo ocho fueron delimitados
teniendo en cuenta grandes elevaciones, montañas, cadenas montañosas, sierras madres y
sierras menores. Para los cuarenta y dos departamentos restantes sirvieron de límites
principalmente los ríos del país, lagunas, mares, golfos y océanos, por lo que las cuencas
hidrográficas se convierten en la base de la organización territorial.
Por último, quisiera señalar dos cosas, aparentemente contradictorias entre sí, que valdría la
pena reflexionar: Edmundo O´Gorman calificó el proyecto territorial del imperio como el
único intento científico de organización territorial, que tenía una intención “organizadora y
constructiva”, a diferencia de las leyes y decretos de la república que, en esa materia,
expresaban “la anarquía y la desidia” (O´Gorman, 1979: p. 163-165); sin embargo , hoy en
día, nuestra organización territorial es, en sus términos básicos, heredera de la tradición
colonial, reformulada en la época de la “anarquía y la desidia”.
El mismo O´Gorman reconoció que a pesar de su carácter científico, fruto del examen
“maduro y concienzudo” hecho por Orozco y Berra, la propuesta de división imperial trató
de imponer “ciertas ideas europeas demasiado extrañas por entonces”, como el hecho de
tomar como base la experiencia francesa centralista de organizar su territorio en
departamentos. Por otra parte, la división territorial propuesta por Orozco y Berra, refleja
el escenario del encuentro complejo y conflictivo de una tradición histórico-geográfica, de
los propósitos de afirmación de un poder político nacional en proceso de construcción, por
esa razón esta división no puede ser solo vista como un intento de reorganización regional,
sino es necesario revalorar la carta de “La División Territorial del Segundo Imperio
Mexicano”, como uno de los primeros antecedentes científicos del hoy llamado
“ordenamiento territorial”.
En 1870, la Sociedad de Geografía y Estadística, reconociendo la gran labor científica de
Orozco y Berra, solicito llamarlo de nuevo a su seno. En 1871 fue propuesto par ocupar la
vicepresidencia de la Sociedad; sin embargo, fueron las pasiones políticas no calmadas aún
en ese tiempo, las que mencionaron que había servido al Imperio en la Secretaría de
Fomento y otros puestos importantes, y su elección fue mal recibida, con modestia y
conformidad siguió perteneciendo a la Sociedad como miembro de ella hasta su muerte el
jueves 27 de enero de 1881 (De Olavarria, 1901: p. 109-112).
La creación y reorganización de las instituciones científicas del país (1877-1900)
La dualidad entre la enseñanza y la practica científica de la Geografía al finalizar el siglo
XIX, admite la consolidación en nuestro país de los procesos de institucionalización de esta
ciencia, circunstancia que permite explicar no solamente la actual evolución de la
disciplina, sino también inferir el papel que jugó, en el establecimiento de varios de las
principales dependencias científicas contemporáneas.
La consolidación institucional de la Geografía y su profesionalización en el último cuarto
del siglo XIX en nuestro país, se inscribe dentro de un movimiento de promoción de la
práctica científica durante el mandato del Gral. Porfirió Díaz (1876-1911), en el que se
estableció más de una veintena de instituciones de carácter científico, que transformaron la
práctica y el pensamiento científico de México, el surgimiento de estas dependencias, en
gran parte se puede explicar, a partir de las necesidades planteadas por los estudios
geográficos, por ejemplo, Riva Palacio, como Secretario de Fomento, encargado de
reactivar en 1877 la economía del país, fundamentaba su proyecto en la urgente necesidad
de materializar finalmente los estudios geográficos emprendidos hasta entonces, en relación
con la carta General de la República y las cartas particulares, cuya construcción dependería
de la existencia de un Observatorio Astronómico y Meteorológico.
Así, el Supremo Poder Ejecutivo emitió el decreto del 8 de febrero de 1877, con el que se
creaba un Observatorio Meteorología que sería atendido por la Primera Comisión
Geográfico-Exploradora del Territorio Nacional. Antes de entrar en detalle sobre los
trabajos meteorológicos que se hicieron en el Observatorio Central, en los últimos 23 años
del siglo pasado, es importante mencionar que en los tres primeros años de vida de este, se
sostuvo con recursos económicos que provenían de la Primera Comisión Geográfica
Exploradora del Territorio Nacional, debido a que el estudio climatológico del país le
estaba encomendado a esta Comisión, y por lo tanto necesitaba de un plantel que sirviera de
centro a esa clase de investigación; posteriormente, en el año de 1880 al Observatorio, se le
asignó una partida especial del presupuesto Federal para su propio sostenimiento (Barcena,
1882, p 182), la “Primera Comisión Geográfica Exploradora”, fue la primera dependencia
del Gobierno Federal, encargada de elaborar la cartografía del territorio nacional. La
comisión emprendió la ambiciosa tarea de editar la Carta de la República Mexicana, pero
en sus 36 años de vida (desaparece en 1914), solo logró cubrir una extensión de 210 708
kilómetros cuadrados. Realizó trabajos en los estados de Puebla, Veracruz, Tamaulipas,
San Luis Potosí, Nuevo León, Tlaxcala y Morelos, que le permitieron publicar las cartas de
esas entidades a escala de 1: 500 000. Además, obtuvo datos de campo de los estados de
Hidalgo, Yucatán, Chihuahua y la mayor parte de Oaxaca. Levantó el límite entre los
estados de nuevo León y Tamaulipas e hizo algunos levantamientos aislados en Sonora
(Tamayo, 1984: p.19). Posteriormente, en 1915 se fusionaron las oficinas que realizaban
trabajos geodésicos, geográficos y climatológicos para crear la Dirección de Geografía,
Meteorología e Hidrología.
Por otra parte, una de las primeras tareas que se le encomendó al Observatorio Central, fue
el estudio de la Climatología General de la República; por ese motivo, la Secretaria de
Fomento dispuso que la Comisión Geográfica a la que pertenecía el Observatorio, no
tuviera residencia fija, permaneciendo solamente en cada uno de los lugares designados por
la Superioridad, cuando más dos años, y eso en el caso especial de que los fenómenos
observados durante los primeros doce meses hubieran sido notoriamente anormales, siendo
por esa causa preciso confirmarlos o desecharlos basándose para ello en una segunda serie
de observaciones.
El primer punto que se escogió para comenzar estas series de observaciones fue la Ciudad
de México, lugar en donde más tarde se establecería la Oficina Central. Después de la
Ciudad de México, la Comisión se trasladaría sucesivamente a cada una de las capitales de
los Estados (Torres, 1947, p. 11-12). Este objetivo no se llegó a cumplir, debido a que el
Observatorio Central después de permanecer tres años en dicha Comisión, se independizó
de ésta, en el año de 1880.
Los trabajos meteorológicos en la última década del siglo XIX, se siguieron realizando de
forma semejante a los efectuados en la década de los años 80s., el único acontecimiento
importante de esos años, ocurrió poco antes de la muerte del Sr. Bárcena, cuando el Ing.
Agustín Chavez, director de Telégrafos Federales, propuso a la Secretaría de
Comunicaciones y Obras Públicas, la creación de una serie de estaciones meteorológicas en
todo el país, que estuvieran a cargo de los mismos telegrafistas, quienes deberían enviar
diariamente el resultado de sus observaciones a la Dirección de Telégrafos, para que con
esos datos hacer una carta del tiempo, la cual serviría para hacer estudios de prevención.
Aceptada la proposición por la misma Secretaría, comenzó a publicarse la Carta del Tiempo
de los Telégrafos Federales, en el año de 1898. El primer resultado que trajo consigo la
construcción de estas cartas fue el poder hacer el pronóstico de los nortes en el Golfo de
México. (González García, 1911, p. 8-9)
Al finalizar el siglo pasado, la red meteorológica en México varío muy poco en número de
estaciones en comparación a la del año de 1879; no obstante, que en los diarios de la
Federación aparecen más de 70 estaciones. Este número se debe a que mientras unas
estaciones se establecían, otras dejaban de funcionar, por lo que su número no varió gran
cosa; por ejemplo en el año de 1899, de los 37 observatorios que habían funcionado de
forma más o menos continúa, solo los de Guadalajara, Guanajuato, León, México,
Mazatlán, Oaxaca, Pabellón, Puebla (dos observatorios), Querétaro, San Luis Potosí,
Saltillo, Tacubaya , Túxpan y Zacatecas, lo habían hecho por mas de diez años. Todos estos
observatorios eran sostenidos por los gobiernos de los estados y particulares, únicamente el
Observatorio Central y el de Mazatlán, eran sostenidos por el Gobierno Federal.
Al ser nombrado el Ing. Manuel E. Pastrana, nuevo Director del Observatorio Central,
después del fallecimiento de Mariano Barcena en el año de 1899; tuvo como preocupación
principal la de ensanchar a toda costa la red meteorológica del país; como siempre la
principal dificultad consistía en la falta de dinero, pues para establecer sobre poco mas o
menos cien estaciones repartidas en todo el país, el gasto de adquisición de instrumentos,
sumado a los de instalación y sostenimiento de ellas, importaba una cantidad superior a la
que Federación podría suministrar. Sin embargo, con la información acumulada de los
registros meteorológicos del Observatorio Central y las estaciones del interior de la
República Mexicana, en los últimos años del siglo pasado y los primeros años del siglo XX,
se llevaron a cabo los primeros estudios referentes a la meteorología y climatología del país
(Pastrana, 1906, p. 164). Con estos estudios se cierra, un capítulo sobre la historia de la
Geografía en el siglo XIX
CONCLUSIONES
Al conocer el contexto general, en el que se desarrolla el estudio y enseñanza de la
Geografía en México, durante el siglo XIX podemos señalar que a pesar del caos político y
las guerras de intervención que marca a dicho siglo, la actividad científica sobrevivió,
generalmente a cargo de una comunidad pequeña de profesionistas y amateurs, mismos que
desarrollaron estudios significativos de manera constante. Con ello no quiero expresar que
los hombres de ciencia permanecieron al margen de las disputas políticas, pues son
numerosos los casos en que personajes de la talla de Antonio García Cubas o Manuel
Orozco y Berra, desempeñaron cargos públicos y fueron personajes en los que su actividad
como geógrafos fue fundamental para el desarrollo de los proyectos gubernamentales. Por
otra parte, en relación con la “comunidad científica”, a lo largo del siglo XIX, existen
indicios de continuidad: publicaciones, organización, proyectos y cátedras. Sobre todo en
aquellas disciplinas que se vinculaban directamente con el conocimiento del territorio con
la finalidad de buscar la explotación racional de sus recursos, que conduciría al anhelado
bienestar y al eventual progreso de la nación. Aquí se ubica el interés sostenido por el
estudio de las ciencias geográficas, principalmente para la cartografía y la climatología.
La importancia que se le da al estudio de la meteorología y la climatología, con la
institucionalización de estas dos ciencias, se debe a la necesidad que tiene el gobierno
porfirista de reactivar la agricultura en México.
La climatología aplicada, con una base científica, aparece casi al mismo tiempo que se
lleva a cabo la institucionalización de la meteorología. Los estudios de climatología
aplicada, se ligan a tres aspectos principales: la correlación de los registros meteorológicos
con la flora del lugar, ejemplo de este caso, lo constituye la publicación del Calendario
Botánico del Valle de México (nace propiamente la bioclimatología); la vinculación de los
datos del estado del tiempo, con los registros patológicos (nacimiento de la Geografía
Médica); finalmente, dentro del trabajo meteorológico se trato de descubrir, la relación del
crecimiento de los cultivos, con la temperatura y la precipitación (nace la
agroclimatología), esta última tarea, fue a la que se le dio mayor importancia.
Por último, es conveniente destacar la importancia que tuvieron en el siglo XIX, los
estudios geográficos y la labor docente de esta ciencia, para formar y consolidar las
instituciones científicas del Porfiriato, como: el Observatorio Astronómico y
Meteorológico, entre otras instituciones, particular mención merecen los egresados del
Colegio de Minería, debido a que fueron los principales profesionistas que le permitieron
tanto a la cartografía, meteorología, climatología, entre otras disciplinas, alcanzar la
madurez como ciencias, con campo y método de estudio propio. Dentro de este contexto,
destacan los ingenieros geógrafos y la Comisión Geográfico Exploradora, al finalizar el
dicho siglo; por esa razón, se puede decir que la práctica científica y la docencia van de la
mano, circunstancia que va desaparecer en la actualidad, en donde docencia e investigación
parecen ser trabajos separados, a diferencia del pasado en donde se veían como tareas de
apoyo mutuo.
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