Download - Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
1/40
CoLECC
IÓ N FR ONTERAS
Director Juan Arana
Con l patrocinio de la Asociación
de Filosofía y Ciencia Co ntemp oránea
\
\
\
l
JUAN ARANA CAÑEDO ARGÜELLES
LA CONCIENCIA
INEXPLICADA
Ensayo sobre los límites de la comprensión
naturalista de la mente
BIBLIOTECA NUEVA
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
2/40
C PÍTULO VI
a inexplicabilidad explicada
La consciencia s una supe
rficie
.
Fr u
EDR I
CH
N IETZSC
HE
,
Eccehomo.
43. UN MET TE
ORÍ
DE
L CONCIENCI
Un querido amigo, que sigue siéndolo a pesar de haberle hecho leer
la mayor parte de las páginas precedentes me dijo al acabar: « Está muy
bien, pero sobre todo te dedicas a discutir lo que otros afirman sobre la
conciencia. ¿Por qué
no
nos dices de w1a vez lo que piensas tÚ? » Si
fuera susceptible diría que
me
estaba acusando
de parasitismo intelec-
tual: «¡Ya está bien
de
vivir del trabajo ajeno ¡Ponte a
andar
de una vez
sobre tus propios pies » Pero no soy tan susceptible. Asumo la idea de
pasar a la pequeña historia (hace tiempo renuncié a la gran historia)
como recopilador y crítico. Me disgusta en cambio la idea
de
aumentar
la entropía literaria
con
la pretensión
de
descubrir
un
nuevo
Med
iterrá-
neo
en
campos tan intensamente trabajados como este. Estamos
en
la
cultura del reciclaje y
no
es
de
shonroso contar lo que el prójimo ha des-
cubierto, hacer balance y sentar las bases para que otros puedan l e ~ r
w1 poco
más lejos.
Me
veo a
mí
mismo apilando
junto
al
muro
fardos
que no he liado, pero que pueden servir para que
un
espíritu sagaz se
empine
un
poco más alto y acaso atisbe al otro lado.
Por
lo demás, poco importan las falsas o genuinas modestias. Si he
titulado el libro a conciencia inexplic ada es porque defiendo que hasta
ahora no ha sido explicada satisfactoriamente, a pesar de que se ha in-
tentado de muchas maneras. Demostrar esa «no explicación» lleva
tiempo y esfuerzo y justifica de por sí
un
libro como este. No pretendo
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
3/40
130
Juan Arana Cañedo-Argüelles
triunfar
donde
tantos
han
fracasado.
Ya sé
que los «ingenieros de
acera» siempre tienen un diagnóstico a pw1to para aclarar
por
qué se
cayó la grúa de la obra que observan ociosos, sin ser capaces
por
ello de
ponerla de nuevo en pie. La única vez
en mi
vida que asistÍ a un espectá
culo de lucha libre me divirtió mucho un t ipo bastante canijo que, sen
tado en la última fila de la grada, gritaba de vez en cuando
con
voz atro
nadora:
«j
¡¡Ay,
como baje » ¿Qué habría ocurrido
si
los forzudos que
se
daban mamporros en
l
ringle-hubiesen replicado: «¡ Pues baja de
una vez, valiente »? ¿Y qué pasaría
si
los Dennett, Crick, Llinás, Mins
ky,
Edelman, etc., me invitaran a dejar de ponerles peros y pegas, para
ver si a ellos les gustaban mis conjeturas?
No
me serviría de mucho ale
gar que no quiero construir una teoría alternativa, sino
mo
strar las grie
tas de las suyas. « ¡Nada de eso
-podrían
replicar con bastante ra
zó ¡Tú has pretendido bastante más que rechazar nuestra explica
ción de la conciencia
De
hecho, nosotros mismos hemos reconocido
con
toda
honestidad que
no
lo hemos logrado del todo. Lo que sostie
nes
es
que n siquiera hemos empezado a explicarla. En ot ras palabras,
defiendes que somos rematadamente tontos a pesarde nuestrospremios
nobel y
bestsellers
o bien que la conciencia
es, se
ncillamente,
inexplica-
ble. Y eso, amigo mío, tendrás que acreditarlo
un
poco mejor, no yendo
a la contra como hasta ahora, sino exponiéndote a que seamos nosotros
los que te lancemos
dardos».
Por supuesto dudo mucho que las mentadas eminencias vayan a
perder el sueño
por
mis críticas y ni de lejos aspiro a que se tomen la
molestia de rebatirme. Supongo que (salvo los que ya han pasado a me
jor vida) seguirán muy ocupados acabando de explicar la conciencia.
Pero algunos de mis hipotéticos lectores pueden estar con ellos ames
que conmigo y tal vez deseen escuchar algo de mi propia cosecha para
ver si se viene abajo al menor soplo como
w1
castillo de naip
es.
Me pa
rece justo satisfacerles, puesto que
no es
de caballeros afrontar
un
duelo
escondido detrás de un parapeto. Pase que
uno
se ponga de perfil para
ofrecer
un
blanco más pequeño, pero
no
debe meterse en
un
agujero a
menos que el rival haga otro tanto. Mis adversarios han tenido la genti
leza de exponer bien a la vista su idea de conciencia e indicar cómo pue
de ser desmontada, analizada, despiezada, deconstruida y diseccionada.
Es muy cómodo decir con Ortega y Gasset: «No es esto,
no es
esto» y
dejar luego
el
trabajo sin hacer. Así pues, acepto mi respon
sa
bilidad y
me dispongo a dejar de ser flecha para convertirme en diana.
Si
no me equivoco, esta denominación la inventó Rockefeller, a quien gust aba
curiosear las obras del cenero que construyó en Nueva York. Un día lo echó del lugar
un capataz. En lugar de encararse con él, ordenó que se construyera una tribuna para
uso y abuso de mirones con el letrero: « Reservada a los inge nieros de acera» .
La conciencia inexplicada 131
No
lo haré, sin embargo, hasta haber dejado bien
se
ntadas algunas
pumualizaciones. La primera es que mi « teoría » nace de la vergüenza
torera y no de que esté convencido de su valor intrínseco.
He
aprendido
mucho de las « malas» explicaciones ajenas, así que me toca ofrecer al
prójimo el modelo al que
he
llegado y darle así ocasión de «aprender
destruyendo», si después de todo no
es
tan bueno como pienso. Pero
- y
es
la segun
da puntualización-
los defectos de
mi
tesis
no
depre
ciarían el valor de las críticas precedentes. Ruego a cualquier lector bien
dispuesto que juzgue separadamente una y otras. Sería una pena qu e me
ocurriera como a
Penrose, cuya espléndida crítica a las interpretaciones
algorítmicas de la conciencia ha quedado ensombrecida
por
su recurso
a la «ciencia-ficción» para encontrar una explicación mejor. Lo siento
si dejo a
mi
criatura en precario y le niego la paternal protección que
tiene derecho a esperar de mí.
He
sido padre a la fuerza y la prole de los
vecinos me
ha
causado tantas molestias, que no quiero acallar con inti
midaciones sus eventuales réplicas.
Un tercer
punto es
que
-como
ya habrá sospechado el lector- la
mía
es
menos una teoría que una metateoría. O sea: no pretendo tanto
«explicar la conciencia» como «explicar
por
qué la conciencia
es
inex
plicab le». Así justifico el tÍtulo del libro y de paso absuelvo a mis opo
nentes: no
es
tan grave haber fallado: ¡pretendían un imposible Apa
rentemente estoy bajando la puntería, pero
en
realidad me
meto en un
buen lío. Una cosa
es
decir que Pedro, Pablo yJuan se han equivocado y
otra que nadie en el pasado, presente o futuro, consiguió, consigue o
conseguirá acertar. Suponiendo que haya tenido éxito con diez o doce
refutaciones, lo desmesurado es proyectar hasta el infinito la eficacia de
la refutación.
44. VIRTUDES
DE
LA
EXPLICACIÓN
NATURALISTA
¿Y
por
qué pretendo que
es
imposible explicar la conciencia? ¿Por
qué debe permanecer para siempre inexplicada? Muy sencillo: porque
con
las
explicaciones ocurre como c on las madres: de ver
dad no hay
más
que una.
Aquí rindo tributo al naturalismo pues reconozco, en definiti
va, que la única explicación de la conciencia que podría ser satisfactoria
sería la naturalista, de maneraque su fracaso nos deja sin repuestosacep
tables para resolver
el
expediente. Comprenderesto supone una clarifi
cación previa del concepto de
«ex
plicación» en general y de
«exp
lica
ción naturali
sta»
en particular. Para explicar algo hay que tener un
concepto inequívocode lo explicado y encontrar principios claros e idó
neos para dar cuenta y razón tanto del hecho mismo de darse
s
u exis
tencia) como de los modos de ese darse (su esencia). En la explicación
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
4/40
132 Juan Arana Cai'ledo-Argüdles
«naturalista» los principios utilizados no
pueden
ser otros que los de
las ciencias
«duras»,
esto
es,
la cosmología, física, química y biología
(preferentemente, la biología molecular). Subsidiariamente podrían
admitirse pr ocedimiento s explicativos de las ciencias
«blanda
s»
en
concreto, los
de
la hi
stor
ia natural y las ciencias humanas, como la psi
cología, la sociología o
la
economía), siempre que quedara abierta (y
casi
prometida)
la
futura
remisión de estos a
lo
s de las disciplinas ya
convalidadas y reconocidas.
Sostener que solo la explicación naturalista de la conciencia real
mente
podría explica0 seguramente me convierte
en
sospechoso de ser
víctima del
síndrome de Estocolmo:
un libro entero criticando la natura
lización de la conciencia y
ahora
salgo con que las únicas explicaciones
váLdas
son
las naturalistas.
Puede
que sea así, pero, si se considera el
asunto con un
poco
de calma, mi postura es
comp
rensible y nada ruptu
rista. Ya he advertido que por vocación y profesión soy un ilósofo de la
naturaleza Los filósofos de la naturaleza estudiamos y admiramos el
modo en que se
ha
conseguido reunir una cantidad inmensa
de
fenóme
nos bajo un puñado escaso de leyes y principios. Las leyes no tienen por
qué
impon
er
una
necesidad ineluctable a aquello
que
regulan.
De
he
cho, la mayor parte de las leyes vigentes en la ciencia
no
obedecen al es
quema: «si se dan tales y cuales condiciones, entonces ocurre necesaria-
mente tal y cual cosa»,
sino
a este
otro:
«s i se dan tales y cuales
condi
ciones, entonces hay tal probabilidad
de
que ocurra tal y cual
cosa».
Llamamos «naturalista» a este tipo de explicación porque se supone
que los principios y leyes que
permiten
pronosticarapriori y
entender
a
posteriori l
as
cosas constituyen
de
al
guna
manerasu naturaleza
La
natu
raleza de los entes naturales está a la vez dentro y fuera de ellos. Dentro,
porque
sin violencia les hac
en comportarse
así y no de otro
modo.
Fue
ra,
porque es
idéntica a la
de
otros entes de la misma especie, género,
clase, etc., de suerte que es legítimo abstraerla de cada uno de ellos y ex
propiársela. En
una
de sus patéticas escenas, Castelao dibuja un campe
sino gallego
con
el apero al hombro que espeta a sus hijos:
« nosa
terra
non é nosa rapaces» Si fuesen capaces de hablar, lo mismo dirían las
piedras de la ley de gravedad, las hogueras de los principios de termodi
námica, y las bacterias de las leyes
de
Mendel.
Hay sin duda muchos otro s modos de responder a las preguntas que
nos acucian. La filosofía, que inventó la explicación naturalista, tam
bién buscó decenas - quizá ciemos-
de
alternativas teóricas. Pero re
conozcámoslo: no hay color. Si se trata de reunir lo disperso, de llevar lo
múltiple a lo uno, de
encontrar
lo
permanente en
lo pasajero, lo fijo
en
lo
variable, lo idéntico en lo diverso, al final
no
hay expedient e más efi
caz que el de las causas, principios y leyes. Cabe reivindicar la analogía
de los conceptos, la polisemia de los principios, la pluralidad de las
cau
-
La conciencia inexplicada
133
sas ¡el gran Aristóteles distinguió cuatro ). Es permisible ensayar teori
zaciones que van de arriba abajo, de abajo arriba, o de lado a lado. Pode
mos
adoptar una
perspectiva externa o interna, sintética o analítica, or
aánica o inorgánica. También es legítimo usar una panoplia de verbos
(sobre todo si usamos la lengua alemana) para introducir toda clase de
matices y gradaciones: explicar, comprender, vislumbrar, d iscernir, en
tender, advertir, intuir, percibir, descifrar, etc.
Nadie nos
prohíbe
ser
deductivos, inductivos, intuitivos, empáticos, racionales, lúcidos u oní
ricos. Cada cual es muy libre de imp rimir el giro, estilo y aire que más le
plazca al
fruto
de sus desvelos. Por ú ltimo ,
en mano
de
todos
está anotar
si
los datos
que
alimentan la fábrica del saber
son
empíricos o aprióricos,
seguros o inseguros, conjeturales, probables o improbables; subjetivos,
objetivos o intersubjetivos. Es responsabilidad personal e intransferible
del investigador de turno dec idir cuáles de estas posibilidades desechará
o aprovechará y hasta qué punto. El recetario es variadísimo,
pero
a la
hora
de la verdad, insisto, la mayoría se inclina
por
las generalizaciones
más unívocas y rigurosas extraíbles de datos empíricos re
petid
a e ínter
subjetivamente contrastables. Eso es la ciencia natural y no por casuali
dad
sigue
reinando en una
cultura
que
antes era occidental,
pero ahora
ya es planetaria. La lógica y la matemática pura admiten un tratamiento
aún más riguroso, debido a que no están obligadas a contar
con
la per
turbadora
ayuda de la experiencia.
Por suerte o por desgracia no todos
los
asuntos admiten la aplicación
de los protocolos de la ciencia natural. Más aún : en
la
práctica
no
hay
ni
w1o solo sobre el
que
dichos protocolos aclaren absolutame
nte todo
lo
que nos gustaría averiguar. Las cosas que tienen que ver con el hombre y
la cultura resultan normalmente mucho más problemáticas.Sin embargo,
pa rece
que
algo se
puede
ir avanzando
por
esta se
nda
y
hí
está precisa
mente la fuerza del programa naturalis
ta
que en definitiva defiende la
estrategia de emplear el modo explicativo de la ciencia natural sin ningu
na
limitación
en
cualquier ámbito donde tengamos algo
que
decir. Uno
es
naturalista y aplica el programa naturalista cuando afirma que todo lo
que es susceptible de ser conocido en el marco de la experiencia, lo es o lo
será
en
términos de ciencia natural. En cierto se
ntid
o, para adscribirse al
naturalismo hay que ser « más
pa
pista que el Papa», porque uno de los
más fumes signos de identidad de la ciencia en todasu historia es ser cons
ciente de los límites de aplicabilidadde los
método
s
que
usa y no_ r ~ s r -
dirlos. Por ese motivo ninguno de los grandes fundadores de la c1enCia fue
« naturalista» y los primeros en nutrir las ftlas del naturalismo fueron
epígonos de corrientes científico-Hlosóficas en boga,
como
el cartesianis
mo
o el newtonismo. El Hlósofo Georges
Gusdorf
ha efectuado
un
dete
nido estudio de lo que denomina
«la
aeneralización del paradigma
newtoniano» (Gusdorf, 1971: 180-212), fenómeno
que
sacudió Europa
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
5/40
134
Juan Arana Cañedo-Argüelles
durante todo el siglo XVIII tanto en el campo de las ciencia naturales
como humanas.
Es un
episodio que constituye el espécimen de todas
las
modas naturalistas que han ido sucediéndose después.
Conviene distinguir no obstante entre dos tipos de naturalismos. Al
primero podríamos llamarlo «naturalismo undamentalista»
por
cuando
defiende que una teoría o método concreto el de Newton , el de Darwin,
el
de Maxwell o el que
sea)
es
de aplicación wüversal y servirápar a resolver
todas
las
cuestiones planteadas o por plantear.El segundo seríael «natura-
lismo historicista»
porque acepta que los métodos y teorías de la ciencia
tienen ámbitos y fechas de caducidad, pero afirma que con el avance de la
ciencia surgen nuevas teorías y métodos, de manera que no hay desafío
cognitivo que a la corta o a la larga no pueda ser resuelto por antiguas o
nuevas formas de investigación natural. Mi discrepancia respecto a ambas
formas del naturalismo me obliga a validar la tesis
de
que algunas cuestio
nes muy significativas en concreto, el problema de la
conciencia
es-
tán más allá de lo que es posible responder desde cualquier teoría científica
habida o por haber. Como
no
soy profeta ni poseo una bola de cristal con
virtudes anticipatorias, tendré que abandonar el terreno de los hechos
para internarme en el de lo meramente posible o imposible).
45. LIMITACIONES INTERNAS DE
LOS
NATURALISMOS
Para llevar a cabo mi propósito es útil recordar un libro en el que deja
mos los dientes muchos estudiantes de filosofía de mi generación y que
llevaba el sugestivo tÍtulo de Limitaciones internas de
los
formalismos La
driere, 1969 . Allí se explicaba cómo Godel, Church, Genzen, Kleene y
otros habían descubierto cosas que determinadas estrategias de investiga
ción las formalistas- nunca podrían conseguir. Pues bien, lo que ahora
convendría escribir
mutatis mutandis
sería otro libro sobre
«Limitaciones
internas de los naturalismos». Desde luego no pretendo hacerlo ahora
mismo, sino adoptar
un
punto
de vista
eq
uiparable en lo que
se
refiere al
asunto de la conciencia. Afirmo, en resumidas cuentas, que la conciencia
está más allá de los límites internos del naturalismo. Ni más ni menos. Para
alcanzar mi objetivo tendría, en primer lugar, que detectar dónde se en
cuentran esos límites internos, si es que los ha
y,
y, en segun
do
lugar, mos
trar que la conciencia se encuentra oera y no dentro de dichos límites.
Abordemos el
primer
punto.
Hay
una característica que es común a
todos los planteamientos naturalistas pasados y presentes. Pienso que
también se dará en los que pue dan ser reconocidos en el futuro con ese
adjetivo. Consiste en que adopta n elpunto de vista nomológico.
«Punto
de vista nomológico» significa que se reúnen muchos casos análogos
por medio de observaciones o experiencias contrastadas intersubjetiva-
La conciencia inexplicada 135
mente y luego se comparan entre sí para encontrar constancias, pautas e
identidades que trascienden a lo que en ellos hay
de
diverso, variable e
irrepetible. Así
se
abstrae la regla, el
nomos
la cual constituye la materia
prima refinada que elabora la cienciapara
o ~ r r
la unificación progresi
va de
las
reglas mediante procedimientos lógico-matemáticos.
Es un
trabajo que
se
lleva a cabo en continuo diálogo con la experiencia ya
conocida y proo-resivamente ampliada,
por
medio
de
pronósticos, con
firmacione
s,
refutaciones, etc. Lo que se obtiene es un sistema de leyes
en part
e deducibles de principios y en parte simplemente subordinadas
a ellos en una jerarquía que empieza por abajo con las leyes m
ás
concre
tas y culmina
con
l
as
más comprehensivas. En pocas palabras: un puña
do de leyes y nada más
es
lo que proporciona la ciencia, cuya explicación
consiste básicamente en ver cómo tal fenómeno corres
pond
e a tal cate
goría de casos, que a su vez están regidos por tales y cuales leyes, en cuya
virtud resulta altamente probable tanto que haya ocurrido como sus
propiedades más relevantes.
~ á debería yo dec ir a continuac ión algo así como: « pues bien, la
conciencia
en modo
alguno
es
un fenómeno explicable en términos de
leyes naturales y de su aplicación». Sin embargo,
no
sostengo exacta
mente eso,
porque
en buena parte, la conciencia sí que está sometida al
entramado de leyes naturales que sostiene el universo.
La conciencia del
que se despeñe desde un risco experimentará una aceleración de 9,8 me
tros po r segundo en cada segundo, al igual que el cerebro y resto del
organismo despeñado.
Ha
y un montón de leyes físicas, químicas, bioló
gicas y fisiológicas que cond icionan y cuasi determin an el contexto es
pacio-temporal
de
la conciencia, su encendido y apagado, sus conteni
dos y modos. Podemos establecer con cierta exactitud la temperatura o
la concentración alcohólica en la que empezará a delirar, y las estructu
ras cerebrales
de
cuyo correcto funcionamiento depende. Sabemos se-
guir siquiera
de
lejos la actividad neuronal que se le asocia y desentrañar
una gran cantidad de procesos bioquímicos que no solo la hacen posible
sino
que
la condicionan fuertemente
en un
se
nt
ido u otro Blanco,
2014: 239-240). quedaentonces fuera de la explicación natural ya
disponible o de la que podemos esperar en buena ley alcanzar más ade
lante? Pues únicamente una sola cosa: el hecho de que mientras somos
conscientes nos damos cuenta de parte
de lo
que nos pasa.
Si
tenemos
curiosidad y adquirimos cultura científica sabremos de muchas leyes
que pueden explicarlo casi todo
2
pero n unca el fino matiz del «darse
2
En este sentido, soy mucho más explicitO que Donald Davidson, cuyo principio
de la nom
a
lí
a
e lo
Mental
afirma en sentido basta
nt
e genérico « que no hay leyes
deterministas con base en las cuales puedan predecirsey explicarse los sucesos menta
les» Davidson, 1995: 265).
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
6/40
136
Juan Arana Cañedo-Argüelles
cuenta » s i fuera metaRsico añadiría quizá: « del darse cuenta en cuan
to darse
cuenta» .
6 EL
VACÍO DE
LA CONC
IEN
C IA
COMO CIFRA
DE
SU INDEPENDENCIA
Intentaré mostrar que no sostengo la tÍpica sut
il
eza especulativa.
Hay un principio que
el
Código Civil español tipifica en el artÍculo 6.1,
según el cual: «La ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimien
to». Esto se refiere a las leyes humanas, porque en lo que respecta a
las
leyes naturales habría que reformularlo así: «El hecho de que los hom
bres, los vivientes o las cosas no sean conscientes de las leyes naturales
para nada afecta a su vigencia». Sencillamente, al universo
e da igual
que haya dentro de él QUsanos que se retuerzan al darse cuenta de su
propia miseria. Ya puede imprecar Zaratustra todo lo que quiera: el as
tro rey pasa olímpicamente de sus amenazas y halagos. Hay una canción
en momentos solemnes me gusta escucharla in terpretada por Liza Mi
nelli) que subraya esto del
modo
más descarnado:
Somebody loses and somebody wins
nd
one day i
ts
kicks then its kicks
in
the shins
But
theplanetspins
nd he worldgoes round
nd round and roundand round and round
The worldgoes round
ndround
ndround
ndround
Tremendo sin duda, aunque magnífico. A pesar de mi humanismo
comprendo las razones del epifenomenis
mo
y del
mater
ialis
mo
elimina
tivista: físicamente considerada la conciencia solo es un cero a la izquier
da . No debiera estar aquí
3
.
El planeta giraría igual de bien. No hay una
so la ley salvo el maldito colapso de la ecuación de ondas de Schrodin
ger, que los físicos cuánticos son los primeros en odiar) que requiera su
pre sencia. Más adelante me referiré a otro
punto
de vista que trastoca
bastante esta composición
de
lugar, pero sin apelar a él debo matizar
que la
prescindibilidad
de la conciencia es al mismo tiempo una cifra de
su
independencia
Si desde la perspectiva de la l
ey
natural la conciencia
3
La indagación de David Chalmers sobre la conciencia concluye en que riene nn
carácrer no -físico Soler, 2011: 168-169).
La
conciencia inexplicada
137
está de más, entonces la presencia de la conciencia, lo específico
de
la
conciencia, el « volver sobre sí» de la conciencia, no tiene ni puede te
ner una explicación nomológica. Así de claro. A no ser, por supuesto,
que encontremos leyes naturales para las que la «conciencia » sea algo
tan necesario - y por tanto tan «explicable» - como la noción de
« masa» lo es a la teoría newtoniana de la gravedad. Una de las frases
que más recuerdo de
mi
maestro
es
: « Lo que
no
es necesario
es
incon
veniente». Altamente inconveniente se ha convertido la conciencia
para la ftlosofía naturalista, precisamente porque no ven el
modo
de
convertirla en necesaria. Lo que sí
puede
intentarse
es
confeccionar un
simulacro de explicación de la conciencia.Es lo que hace Hofstadter a lo
largo del libro Yo soy
un extraño bucle
Sus argumentos se apoyan en el
procedimiento estándar para fabricar dispositivos como
un
autorregu
lador de velocidad: construya usted una válvula conectada a
un
disposi
tivo giratorio unido al eje del motor. En virtud de la fuerza centrífuga,
cuando
el
dispositivo gira muy rápido dos brazos que hay en él
se
sepa
ran, lo cual cierra la válvula que controla el suministro de combustible.
La falta de gasolina hace
que
bajen las revolucionesdel
motor
y el dispo
sitivo vuel
ve
a plegar sus brazos hasta que la válvula
se
abre de nuevo. Así
una y otra vez. Hofstadter sostiene que el mecanismo descrito de alguna
manera «es consciente» de su propia velocidad. Postula que compli
cando este tipo
de
autorregulaciones meramente
fí
sicas
podríamo
s lle
gar a alcanzar la «conciencia psicológica». Pero en lo que concierne a
te
rm
ostatos y autorreguladores, ni quiera soy epifenomenista: opto de
cididamente
por
el materialismo eliminativista, ya que
no
veo la men or
necesidad ni el menor indicio de que el autorregulador se dé cuenta ca
bal de su situación . ¿Hay alguna base para sospechar que, cuando sus
brazos permanecen sin desplegar, el mecanis
mo
sopese otras
po
sibilida
des además de la disminución de la velocidad de giro, como una even
tual fuga en el sistema o el atoramiento de un muelle?
No
. En definitiva
- y en
todo
caso-
esa presunta conciencia sería una
«c o
nciencia redu
ci
da»
de las ley
es
del momento angular, etc., no una «conciencia de
sÍ» . El más grandioso ejemplo de «conciencia reducida» es el que ge
neran todos los
pro
cesos
de
autorregulación presentes en el planeta Tie
rra, contemplados
por
Lovelock en su hipótesis de Ga
ia
Lovelock,
1993). Sin embargo, por es te camino lo que
ha
cemos es s
um
ar más y
más sucedáneos de « tener conciencia de esta ley» o « de aquella
otra»,
pero
no
hay modo de lograr la integración de todos ellos en una «con
ciencia de sÍ» . Por decirlo de un modo impropio, se trata de «concien
cias que carecen
de
espejo retrovisor»; son conscientes de lo que casual
o premeditadamente están programadas para percibir, son
«c o
ncien
cias» que en sí mismas no pueden ser ampliadas en lo más mínimo. Por
eso
es
imperativo
qu
e
se
les adosen
nu
evas conciencias reducidas
de
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
7/40
138
Juan Arana Cañedo-Argüelles
esto o de aquello) para
creceé.
En realidad la «conciencia
reducida» se
resuelve ella misma en la ley o leyes naturales que la generan: la fuerza
centrífuga hace que el móvil se aleje del centr o de giro; eso es todo. El
regulador
no
tiene
que
pasar
ningún
examen de física; no debe saber
nada; lo único que precisa es obedecer, acatar la ley que lo gobierna
como el ente natural que es . El mismo seguimiento pasivo de una ley
mecánica hace que la piedra salga disparada de la
honda
y el brazo del
regulador cierre la válvula. No es legítimo presumir mayor sabiduría ni
conciencia en uno que en otra. Con toda justicia hay que decir que «no
hay nada
personal»
en ello. La «conciencia
reducida» en
conclusión,
no es verdadera conciencia, ni tampoco lo será la agregación de trillones
de conciencias reducidas,
por
bien compensadas que estén unas con
otras Schrodinger, 1984: 445-448.) Nilas neuronas aisladas,ni
tampo
co las asambleas de neuronas
aportan
ninguna novedad en este sentido.
La conciencia o es «conciencia de sí» t a l como empírica e inmedia
tamente
comprobamos en nosotros
mismos-
o no
es
nada.
Desde muy pronto se vio que, en lo
tocante
a la conciencia, las má
quinas tropiezan
con
un abismo imposible de salva
r
A finales de los
años cuarenta
William
Grey Walter construyó
unos
robots pioneros
que recibieron por su aspecto el familiar nombre de
«t o
rtugas » . Estas
tortugas estaban ideadas para reaccionar ante el ambiente, como por
ejemplo, moverse hacia
la
luz.
De
este
comportamiento
«abierto» re
sultó un inesperado «bucle» de la clase que más interesa a Hofstadter:
Existían asim ismo otros
casos
de conducta emergente. Las tortu
gas se
hallaban equipadas de una bombilla indicadora de que estaba
en marcha el motor de conducción. Cuando
el
aparato llegaba ante
un espejo, surgía un acoplamiento a través del mundo exterior y co
menzaba una osc ilación. El robot se vería atraído hacia su propia luz
reflejada, efecto que a su
vez
detendría de inmediato el motor de
conducción y apagaría la luz; al desaparecer la atracción
se
encende-
ría otra
vez
la bombilla, etc. Sucedían otras
cosas
interesantes cuando
se
encontraban de frente dos tortugas. [ ] Walter observó que
el
comportamiento de
las
tortugas era «notablemente imprevisible».
Abundaban las causas de variacionessutiles .Por ejemplo, se registra-
4
Rodney Brooks asume sin tapujos esa estrategia para desarrollar sus propios ro
bots: « Esta fue la metáfora que elegí para mis robots. Construiríasistemas simples de
control para nna conducta sencilla. Luego añadiría sistemas adicionales de control
para un comportamiento más complejo, dejando todavía en su sirio y operativos los
an tiguos sistemas de control. Si era necesario, los sistemas más recientes podrían asu
mir ocasionalmente capacidades a
nt
eriores del sistema, y así se agreo-arían capa tras
capa, repitiendo el proceso de la evolución natural de sistemas neuraks cada vez más
complejos» Brooks, 2003: 52).
La conciencia inexplicada
139
ron cambios en el nivel luminoso percibido por obra de pequeií as
alteraciones de la fuente de luz empleada y en razón de cambios to
davía menores de vo ltaje en los circuitos de detección cuando los
motores util
iz
aban más o menos corriente en respuesta a
la
diversi
dad de fue
rzas
aplicad
as
a
la
tortuga
al
cambiar
el
ángulo de conduc
ción. Estos microefectos se combinaban de modos tan complejos
gue resultaba muy difícil prever
el
comportamiento de
la
tortuga.
l ] A un observador le resulta más fácil describi r el comporta
miento de las tortugas en términos habitualmente asociados con
el
libre albedrío -«decidió ir a su cobertizo» - que recurrir a mi
nuciosas explicaciones mecanicistas de determinados detalles ines
crutables sobre lo que exactamente
re
velaron los sensores Brooks,
2003: 29-30).
Hay mucha
implicación personal en la valoración
de
estos triviales
efectos de retroalimentación. El hombre de la calle no encuentra «inte
resante» que objetos sensibles a lo que sucede en el exterior se convier
tan
en
fuentes de informa ción de sí mismose inicien
un
proceso hacia el
infinitO del que no saben cómo salir. En casos así los ordenadores «se
cuelgan»
y los altavoces acoplados a micrófonos provocan
un
insopor
table pitido, situaciones ante las que difícilmente se extasiará nadie
que
no esté contagiado de la mística maquinista. Lo inédito tiene que ver
aquí no
con
la evolución del bucle de retroalimentación que
en
cuanto
tal perseverará indefinidamente), sino
con
la incertidumbre de hasta
qué puntO resistirán los dispositivos acoplados antes de romperse y dar
una solución propia al impasse Para que
se
produzca
es
ta clase de bucle
es
esencial que el agente no se reconozca y siga
«c o
n
siderando» como
procedentes del exterior los mensajes que se envía a sí mismo en l caso
de las tOrtugas de Walter,
no se
daban
cuenta
de que la luz que percibían
en el espejo era la
que
ellas mismas emitían).
Por
consiguiente,
no es
un
bucle que nazca de una vuelta
por dentro
sobre sí, como ocurre con la
conciencia, sino muy al contrario de
una
vuelta sob re sí
por fuera
Brooks lo reconoce explícitamente
cuando
aclara: «surgía
un
acopla
miento a tra
vé
s del mundo exterior» . ¿Y
cómo
podría haber sido de
otra
manera, dado que las en tidades privadas de conciencia carecen de
un
«interior » transitable? Al
no
existir esa dimensión,
es
imposible
llenar de contenido lo «notablemente imprevisible» del comporta
miento del objeto en cuestión. Si no hay disponible una conciencia para
hacerse cargo del proceso,
no
hay más
que
dos opciones en l menú:
atascarse o echar los dados para iniciar al azar una nueva apuesta.
Se
obt
iene
una
aclaración adicional mediante
una
comparación con
el bucle
que
forma l corazón de la demostración
de Godel llí
aparece
una proposición que afirma su propia indemostrabilidad formal, lo cual
tiene
que
ser verdad para no incurrir
en
un contrasentido semántico.
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
8/40
140
Juan Arana Cañedo-Argüelles
Pero, claro, esta consideración no
es
formalmente demostrable. Si en
tonces la añadimos como un postulado adicional al sistema formal que
estábamos utilizando,
se
supera la dificultad concreta que habíamos en
contrado, pero de inmediato vuelve a aparecer a otro nivel, porque sur
gen proposiciones indemostrables para
el
sistema formal ampliado con
el postulado añadido. Para verlo hay
qu
e efectuar una nueva vuelta so
bre sí de la conciencia, lo cual
no
es difícil para ella, porque propiamen
te no consiste en
un
« bucle» concreto y definido, sino un « bucle
abierto» esto
es,
en un dinamismo que fabrica automáticamente todos
los bucles que sean menester.
En
cambio, el «bucle hofstadteriano»
es
cerrado. Paraél volver una y ot ra vez so
br
e sí es tan imposible como para
el barón de Münchhausen salir de la ciénaga en que había caído tirando
de su propia coleta.
Cuando
Roger Penrose afirma que son necesarias «leyes naturales
de otro tipo» para explicar la conciencia tiene razón en lo que niega,
porque
es
cierto que con
las
leyes conocidas
no
hay forma de hacer el
trabajo. Pero se equivoca
en
lo que afirma, puesto que con las nuevas
leyes cuya búsqueda promociona, tampoco. A pesar de la dificultad
para contrastar nuestras respectivas experiencias, hay rasgos de la con
ciencia que a todas luces concuerdan,
como
la
unid d
y continuidad.
Son raso-os difícilmente cuestionables
5
que obstaculizan el hallazgo de
una
explicación neuronal reduccionista. Sobre ellos
han
incidido una y
otra vez los especialistas más aurocríticos y menos doctrinarios Prinz,
2012: 238-239). Según Eric Kandel, « la unidad de la conciencia o
sentido de
uno
mismo- constituye el mayor misterio
por
resolver del
cerebro»
6
•
Y no
es
solamente que
ha
sta ahora
ha
ya sido imposible en
contrar mecanismos de conexión neural capaces de ofrecer un suced
á
neo creíble de estos atributos, sino que a un nivel
má
s básico tampoco
se
encuentra dónde asentar
una
protoconciencia, aun dejando a un lado el
problema de in tegrar miríadas de protoconciencias en una conciencia
como la que fenoménicamente
det
ectamos en nosotros mismos.
Ya
lla
mó la atención sobre esta última dificultad el cofundador de la teoría de
la evolución Alfred N . Wallace B lanco, 2014: 237) y desde entonces
acá
se ha
avanzado muy poco en la tarea de encontrar
un
modo creíble
de resolverla. Es co
mpr
ensible
qu
e se h
aya
querido ir
mu
y lejos para in
tentar superar este hándicap. Y el mecanis
mo
más recóndito de todos
ha
si
do
acudir a la no localidad y el entrelazamiento cuánticos para do
tarse de armas explicativas más
ef
icaces.
De
nuevo rozamos aquí puntos
donde las complicaciones técnicas hacen aconsejable
un
respetuoso si-
5
Lo
cual no impide que ha
ya
n sido cuestionados,
por
ejemplo,
por
Semir Zeki
Cavanna, Nani, 2014: 175-179).
6
Kandel, 2013: 546, citado por Blanco, 2014: 235.
La conciencia inexpLcada
141
lencio. Pero como he prometido no retraerme, ahí va mi dictamen de
hasta qué
punto se
pueden encontrar aquí
como
sostiene Penros e -
atisbos de solución. La no-localidad tiene que ver co n la imposibilidad
de aislar razonablemente
las
entidades que estudia la física de altas ener
gías
en
un ámbito espacio-temporal circunscrito. Estos objetos pueden
s in perjuicio de su
unidad
desdoblarse hasta cubrir distancias
mu
y
considerables, y mantener durante lapsos dilatados un estatuto ontoló
gico
en
el que pred omina claramente lo virtual, de manera que la actua
lización de los atr ibutos asignables a dichas entidades desafían
por
com
pleto l
as
descripciones causales clásicas. Simplificando groseramente, lo
que ocurre
«a
quí » parece influir de inmediato
en
lo que pasa
«allí».
Es como si
el
universo estuviera horadado
por
secretos
pa
sadizos
por
los
que cabe saltar
con
suma facilidad
por
encima de
las
barrer
as
del espacio
y tiempo. Todo esto es sin discusión inconcebible, misterioso y fasci
nante. Sin embargo,
no
desborda el marco nomológico de la ciencia,
puesto que todas las correlaciones cuánticas son ejemplos hermosísimos
de la vigencia de leyes del tipo
«S
i
se
dan tales y cuales con diciones, en
tonces hay t lprobabilidadde que ocurra tal y cual cosa» . Son estas le
yes las que definen la más radical ese ncia del
punto
de vista
natur
al ista.
Así pues, y
por
mucho que moleste al naturalista medio, la mecánica
cuántica no deja de moverse en
l
plano de la más rancia ortodoxia na-
turalista. Eso
por
un lado. Por otro,
al
igual que
no
hay contradicción
entre
las
peculiaridades cuánticas y las exigencias explicativas de la cien
cia, tampoco hay en ellas el menor atisbo de
«entender»
la autotrans
parencia del yo consciente. Simplemente las propiedades de los objetos
cuánticos
se
mueven
en
un plano d
if
erente. Así pues,
l
er
ror
categorial
no es
menor al pretender dilucidar la conciencia con ayuda de la mecá
nica cuántica que cuando
se qu
iso lograrlo desde la mecánica racional
clásica. La mecánica cuántica tiene una enorme trascendencia filosófica,
pero solo en cuan to limita las pretensiones de una descripción objetiva
de la realidad natural y en cuanto ilumina las condiciones de posibilidad
de dicha objetividad.
No
está
en
mejor situación que la físico-química
clásica para ofrecer una explicación sustantiva de la conciencia; tan solo
ofrece mejores armas que aquellapara detectar y asumir los límites de la
aproximación naturalista.
47
.
Lo ESPECÍFICO DE LA CONCIENCIA
Sostengo,
en
resumidas cuentas, que la conciencia tiene at
ri
butos
unidad y continuidad) para los que no existe un m odo creíble de expli
caci
ón
basa
do
en la física tanto clásica como cuántica), en la neurofisio
logía o
en
la psiquiatría, a pesar de la exhaustiva
ex
ploración de las lesio-
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
9/40
142 Juan Arana Cañedo-Argüelles
nes cerebrales, la modularización del sistema nervioso central, el seccio
namiemo del cuerpo calloso estructura que
comunica entre
sí los
hemisferios cerebrales) y el análisis de los trastornos de personalidad,
conciencia escindida, esquizofrenias, etc. Resulta más llamativa esta
unidad
por
cuanto contrasta
fuertemente
con
otros aspectos de lamen-
te. La v
ida
emocional,
por
ejemplo, está muy lejos
de
la conciencia
en
este aspecto,
como apuntan entre
otras
mucha
s las investigaciones
de
Joseph LeDoux,
convincentemente resumidas en su libro l cerebro
emocional:
No existe
la
facultad de la «emoción» y no hay un único meca
nismo cerebral dedicado a esta imaginaria función. Para entender los
diversos fenómenos a los que nos referimos con l término «emo
ción» , tenemos que analizar
sus
diferentes tipos. No podemos mez
clar l
os
hallazgos
so
bre diferentes emocione
s,
sin tener en cuenta a
qué tipo de emoción se refieren. Lamentablemente, gran parte de la
investigación psicológica y neurológica ha caído en este error (Le
Dowc, 1999: 19
).
Profundizar en
estas diferencias
no
s llevaría
mu
y lejos
y,
no
habién
dolo hecho en los capítulos anteriores, tampoco lo haré ahora. En reali
dad,
cuando entramos
en casuísticas la discusión corre el riesgo de em
pamanarse en pros y contras donde juegan un papel importante las
preferencias subjetivas de los contendientes. Además,
no
es la unidad y
continuidad
de la conciencia mi principal punto
de
apoyo para defen
der la
insuficiencia expli
cat
i
va
del naturalismo. El
centro
neurálgico
de
mi
argumentación radica en la entraña misma de la conciencia la consti-
tución
de un sujeto consciente ante
el
que aparecen
desfilan
una serie de
contenido/
Numerosos
autores
demuestran una
sorprende
nte
incapaci
dad
para
advertir este aspecto del asumo, porque no saben salir de
la
órbita de
las objetividades, y así no tienen más remedio
que
convertir el
yo
en
una
representación. Veámoslo reflejado en el siguiente texto:
Para John Kihltrom, elyo es una representación mental de la pro
pia personalidad o identidad, formada a partir de experiencias viv
i-
da
s, de pensamientos codificados en la memoria. Todo lo que nues-
tra memoria episódica ha almacenado,
la
sexperiencias, las relaciones
con otras personas, los éxitos o los fracasos, forma una representa
ción (a menudo inconsciente) de lo que nuestro yo ha vivido y del
modo en que lo ha hecho (Eustach
e,
Desgranges, 2010: 56).
7
Esta crucial circunstancia
da
mucha fuerza a los amores que, como Tim Crane,
sub
ra
yan la
intencionalidad
como rasgo definitori o yclave de la conciencia (Cavanna,
Nani, 2014: 15-18).
La conciencia inexplicada 143
Ni
siquiera advierten lo paradójico de que el
yo
sea algo «a menudo
inconsciente».
Antonio Damasio trata
de
remediar la insuficiencia de
esta
fórmu
la y
nos habla
no
de
un representación,
sino
de
una
acumu
lación de ellas mediante un mecanismo análogo al cinematógrafo, en el
que
el movimiento se recrea gracias a la proyección sucesiva de instantá
neas fijas:
«la
reactivación incesante
de
imágenes actualizadas acerca de
nuestra
identidad
(
una
combinación de memorias
del pasado y del futu
ro planeado) constituye una parte considerable del estado del yo, tal
como
yo lo
entiendo»
(Damasio, 2009:
275)
. Y si
una
sola clase
de
re
presentaciones
no
fuera suficiente, siempre podría mezclarse con
una
segunda e incluso
una
tercera:
Propongo que la subjetividad emerge durante
el
último paso,
cuando el cerebro está produciendo no solo imágenes de un objeto,
no solo i m á ~ e n e s de las respuestas del organismo
al
objeto, sino un
tercer tipo de imagen,
l
de un organismo en el acto de percibir un
objeto y responder a él. Creo que la perspecti
va
subjetiva surge del
contenido del último tipo
de
imagen Danmio,
2009: 278-279).
La
cárcel
conceptual
del naturalismo imposibilita aceptar
una
ver
dad tan elemental
como
esta: ames
de
que se dé el
fenómeno de
la
con-
ciencia ni siquiera tiene sentido contraponer el sujeto y sus representa
ciones. Ambos polos subjetivo y objetivo) son el resultado inmediato de
ella, de manera
que cu
ando desaparece no hay evidencia alguna
de
que
sobreviva ninguno de los dos . Desaparecida la conciencia en general, ya
no hay de qué hablar
ni
quien lo haga
8
. Los fllósofos idealistas han dado
mil vueltas a esta perspectiva,
que
incluso
admite una
versión
te
ológica,
según la cual la conciencia divina sostiene
el
universo. El agnóst ico Jorge
Luis Borges poetizó el motivo con
unos
versos memorables:
Si
el Eterno
Espectador dejara
de
soñamos
Un solo instante, nos fulminaría,
Blanco y brusco
relá
mpago,
Su olvido (Borges,
1989:
2,
316).
8
Sobre este
punto
ha insistido el filósofo Mariano Álvarez: «Decir para el cere
bro es un tanro equívoco, pues es como si el cerebro ruviera conciencia.Y algo similar
ocurriría con la expresión desde el
punto
de vista del cerebro . En realidad, esto nos
lleva a darnos cuenta de que ineludiblemente caemos en una cierta trampa, si preten
demos hablar del cerebro al margen de la conciencia, pues no es posible decir nada
sobre el
ce
rebro si no es desde la conciel}cia. [ .. ] Dejemos aquí apuntada la paradoja:
el cere
br
o no conoce
ni
tiene
e n g u a j ~
El no es capaz de atribuirse nada. Solo la con
ciencia puede hacerlo en su
lugar»
(Alvarez, 2007: 48).
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
10/40
44 Juan Arana Cañedo-Argüelles
Y
es
que
el
cartesiano
cogito
ergo sum no equivalía según su propo
nente a un certificado de inmortalidad, sino que, al igual que cualquier
fe de vida,
tenía que ser renovado puntu almente cada vez que el sujeto
interesado necesitaba cerciorarse de su propia existencia Descartes,
1977: 25). Pero no voy a hacer m
ás
come
nt
arios en este sentido. Volveré
en cambio al
punto
crucial
de mi
alegato: ¿Por qué sostengo que la cien
cia natural carece de recursos
para
explicar el hecho puro y duro de la
conciencia reducida a su mínima expresión? Me temo qu e desilusionaré
al lector porque mi respuesta no puede ser más obvia
9
:
porque la ciencia
no habla ni puede hablar de
otra
cosa que de objetividades
a
l fin y al
cabo, ¿no está tan ufana - y con motivo- de su objetividad? . La cien
cia no
es
capaz de resolver el problema de la conciencia porque
neces -
riamente tiene que presuponerlo resuelto
1
• En su libro Mente materia, el
físico Erwin Schroding er ha efectuado in extenso
una
reflexión particu
larmente penetrante sobre todo esto
Según él, si la conciencia
no
apa
rece ni puede aparecer) entre los contenidos de la ciencia
es
porque ella
misma se ha autoexcluido de su criatura para hacer posible que exista:
La mente ha erigido el
mundo
ex terior objetivo del filósofo natu
ral, ex
tr
ayéndolo de su propia sustancia. La mente no podría
en f
ren
tarse con esta tareagigantesca sino mediante el recurso simplificador
de excluirse a sí misma, r
et
irándose de su creación conceptual. De
aquí que esta última
no
contenga a su creador Sc
hrod
in
ger,
1958:
52 .
Cuando
iba al colegio nuestro profesor nos aconsejó una vez que no
hablásemos en casa de cierto asunto relacionado con
una
excursión,
porque
rguyó-
« l
as
madres siempre causan problemas.»
Mi
aira-
da progenitora no recuerdo si fui yo mismo quien se chivó se enca
ró con él y le dijo:
«Puede
que l
as
madres causemos problemas, pero
¿sabe usted?, si no hubiera madres, tampoco habría niños ni usted ten
dría a quién llevar de excursi
ón
..
» Si
no
hay madres, tampoc o hay hijos,
y
si
no h
ay
conciencia, tampoco cienci
a.
La etim ología engaña aquí,
porque la realidad básica y sustentadora no
es
designa
da
con la voz que
carece de prefijo, sino con la que lo ostenta. La ciencia
es
algo derivado.
9
Obvia yEoco original. Luciano Espinosa reswne el núcleo de mi arg¡.m1enro
brillantemente Espinosa, 2011: 62), sin extraer la consecuencia antinaturalista que yo
saco. La diferencia entre nosotros probablemente es que él cree en la
po
sibilidad de
una «naturalismo bl
ando»,
mientras que para mí
el
naturalismo o es duro o no lo es.
10
Uno de los intentos más elaborados para conseguir una teoría naturalista del yo
es
el
de
Thoma
s Metzinger, pero presupone solapadamente
una
y otra vez lo que iba a
explicar Murillo, 201 1).
También
Thoma
s Nagel insiste sobre este
punto
20 14: 34).
La conciencia inexplicada 145
Lo primitivo
es
la conciencia. Importa recordar que aquí estamos ha
blando de la conciencia prescindiendo de contextos y modalizaciones
12
•
En
esta reducidísima expresión, laciencia no está legitimada para hablar
de la conciencia precisamente porque est oper como presupuesto,
es
su
condición de posibilidad. En algunas películas de ciencia ficción un hijo
viaja al pasado y arregla el encuentro de sus padres, pero la ciencia seria
nunca
ha
admitido este tipo de paradojas causales. Volver sobre sí mis
ma sigue constituyendo para la ciencia un círculo vicioso y no hay forma
de volverlo virtuoso.
Ya
he
confesado que no pretendía que mi
ju
stificación de la inexpli
cabilidad de la conciencia fuera original. Me conformo con que funcio
ne.
No
ocultaré sin embargo que he asumido al usarla
una
versión mini
malista de «conciencia» que arr
as
tra graves dificultades. En solventar
las se cifra todo el mérito que ambiciono. Dicho sea del modo más
directo y brutal:
«mi»
conciencia quizá sea inexplicable, pero también
está vacía. Así
es:
lo reconozco y acepto. Incluso me atrevo a agudizar la
paradoja y diré que el « misterio » de la conciencia es precisamente el
misterio de su insuperable levedad. Supera en varios órdenes de magni
tud
la que Kundera atribuye al ser.
Lo
usual es que
un
misterio lo sea
por
profundo e insondable, una cueva oscura llena de recovecos que nadie
acaba de explora
r.
Sin embargo también
ha
y laberintos
de
espejos, luga
res inaccesibles precisamente porque cuando
se
logra poner el pie
en
ellos, ya han quedado atrás. Si la conciencia qua conciencia tuviera un
«espesor»,
lo inexplicable sería no poder explicarla, porque siempre
cabría el expediente de distinguir en ella capas, estructuras, heterogenei
dades. La comprensión empieza por la disección; la fisiología, por la
anatomía.
En
cambio, si la
pura
conciencia
es
algo infinitamente delga
do, ¿dónde podríamos meter el bisturí?
No
hay un
«dentro»
de la con
ciencia, porque, más que tener una consistencia fronteriza, ellamisma es
fronteray nada más. Algo significa que la sede «fís
ica»
de la conciencia
valga la impropiedad de la exp
re
sión) sea la corteza
cerebr l
y no la glán
du
la pineal, situada com o es sabido en la «entraña» del ce rebro.
No
en
la médula, sino
en
la superficie está lo m
ás
sustancioso. Para hablar con
propiedad de la conciencia conviene
se
r un
poco
menos profundo y un
poco
más superficial aunque no en la usual acepción del término) . Po-
12
El texto que acabo de citar de Schrodinger no tiene en cuenta esta restricción y
p or eso habla más de «mente» que de «conciencia». En consecuencia se ve abocado
al
idealismo filosófico, del cual estoy muy alejado. Yo afirmo que la conciencia es pre
via a
la
ciencia e independiente de la naturaleza. Sin embargo, rodo lo que emprende y
realiza se convierte
en
naturaleza
en
cuanto sale de ella. En este sentido la indigencia
de la conciencia en cuanto conciencia es insuperable. Nace p
obre
y permanece
así
du
rante roda su t rayectoria mundana.
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
11/40
146
Juan Arana Cañedo-Argüelles
cos
se
dan cuenta de hasta qué punto es verídica la afirmación de que la
conciencia
es
algo que emerge: no esposo es
nata.
Adviene a la naturale
za muy tarde, despuésde seis arduas jornadas de transformaciones galác
ticas y cataclismos telúricos. Nada ni nadie la esperaba, por eso tiene tan
incómodo y provisional asiento,
tanto
en el mapa del ser como en el del
conocer.
Alguna vez
he
contado que, ya muy mayorcito, padecí esa enferme
dad infantil que
es
la
tosferina
y
con
ella tales ataques
de
tos que recu
rrentemente llegaba a perder el conocimiento. Envidioso de la capaci
dad que tienen los científicos para documenta r empíricamente sus teo
rías, me dediqué a hacer una fenomenología de mis propias pérdidas de
conciencia. Eran bas tante previsibles cuando el picor de la garganta
se
agudizaba. Llegué a la conclusión de
que
los humanos perdemos la con
ciencia con pasmosa facilidad. Una puntual bajada de tensión, una bre
ve
anoxia, unasub ida o bajada del azúcar y ya estamos fuera de combate.
La llamita de una vela describe con bastante exactitud lo que nos ocurre
cuando estamos despiertos:
no
solo por lo vacilante del ardiente pábilo,
sino porque está situado
en
la
punta
del objeto físico que lo sostiene y
alin1enta. El defecto de la imagen
es
que la llama es una vez más,
un
fe
nómen o físico-químico, ergo natural, que no tiene nada
de «m
ilagro
so».
Tampoco la conciencia es algo « milagroso» o
«s
obrenatural»,
porque es de lo más cotidiano; tanto su aparición como su desaparición,
están presididas y arropadas por innumerables leyes y causas naturales.
Lo radicalmente a natural no
se me
ocurre mejor palab ra para desig
narlo) es su entra ña misma.
A fines del siglo XIX el
Times
de Londres publicó la carta al director
de una respetable dama victoriana que manifestaba su total incompren
sión «p or el procedimiento tan repugnante elegido por Dios nuestro
Señor para propagar la especie human a» . Pues bien, el expediente ele
gido por .. ponga el lector la palabra que su fe aconseje) para suscitar en
los humanos la conciencia no merece seguramente el calificativo de
« repugnante » , pero bien
puede
parecer « chapucero
»,
«frágil», «in-
seguro», « poco fiable », etc. ¿Por
qu
é entonces? Dejando aparte su
inconstancia e inseguridad, ¿por qué precisamente
en
los cerebros del
Romo sapiens sapiens
parece que hubiera que repetir dos veces lo de
«sapiens» para creerlo)? ¿No podría habérsele dado conciencia a las
piedras, las hortensias o los salmonetes? ¿ é tienen las neuronas y sus
asambleas que
no
tengan las vejigas natatorias, los estambres o las esta
lactitas? Después de lo que he leído sobre el tema, tengo que decir que,
en
sí mismas,
nada
en absoluto
.
Me
apresuro a añadir que sería
peor
que
kafkiano descubrirse como la conciencia de
un
pedrusco enterrado en
una montaña, o de un pólipo filtrando agua
en un
arrecife de coral.
Puestos a imaginar situaciones horripilantes, pocas superan a la de un
La conciencia inexplicada
147
espír
itu
lúcido atado a un organismo paralítico de pies a cabeza.
Ni en
broma
quisieravolver a ver la
películajohnny
cogió su
fusil;
con una ten
go de sobra para alimentar mis peores pesadillas. Pero volviendo a don
de estábamos y puestos a emerger, mejor hacerlo donde convergen un
buen
puñado
de estructuras portadoras de información y se localizan
inestables configuraciones cuyas minúsculas fluctuaciones controlan el
movimiento macroscópico
de
pies, manos, alas o aletas. O lo que
es
lo
mismo: en la glándula pineal si manejo la información disponible a
mediados del siglo XVII o cerca
de
la corteza motora y somato-senso
rial si mi in formación es de principios del siglo XXI). Tal vez haya aquí
una explicación de la precariedad del asiento material de la conciencia:
existen luga
re
s mucho más seguros y estables pero sin excepción son de
nulo interés. Si uno pretende hacer historia, no
se
encerrará en una isla
desierta; si quiere salir de la ignorancia, irá a
donde
haya maestros, libros
o al menos una conexión a
in t
ernet.
48 . ENTRE
CERO E
INFINITO
Salto ahora a otra pregunta obligada: ¿cuántos
yos
conscientes
hay?
13
Con toda
honestidad tengo que empezar asegurando que al
menos uno: el mío. La cortesía y el agradecimiento me llevan a añadir
además tantos como lectores tenga el libro. Y puestos a ser democrá
ticos, aceptemos que
todo
s los seres humanos adecuadamente consti
tuidos, educados y alimentados ti
enen
cada uno de ellos su
propia
alma ubicada en el correspondiente almario. Si hasta aquí hay consen
so, nos movemos
en una po
sición intermedia entre no dos, sino tres
extremos: O 1 e infinito. El cero se asigna al materialismo eliminato
rio. Sería lo más cómodo de todo, pero aun
supon
iendo que afirme la
verdad, cie
rta
s disfunciones materiales hacen
que
alg
un
os cerebros
crean poseer lo
que
no tienen. En el uno se encuentran más de los
que
espontáneamente pensaríamos: en primer lugar los solipsistas que
con seguridad forman el colectivo más ferozmente insolidario de
to-
dos. En segundo , los
que
afirman que tan solo existe una sustancia, al
modo de Spinoza. En tercero, los que mantienen que todos los
yos
fi
nitos o particulares se integran
y
colapsan
en
un solo yo.
Aquí
halla
mos de nuevo al ya
mentado
Schrodinger, quien asegura que cada ce
rebro o estructura asimilada es una ventanita por la que se asoma al
mundo
elyo único y pleno. Según él «JO» es una noción que nunca
3
Hay una presentación sumariade la oferta existente al respecto en el mercado de
l
as
ideas en Bennetr, H acker, 2003: 316-322.
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
12/40
148
Juan Arana Cañedo-Argüelles
debiera flexion arse
en
plural, pecado
que
he cometido en este mismo
párrafo
14
.
La única alternativa posible es sencillamente la de atenerse a la
expe riencia inmediata de que la conciencia es un singular del que se
des
conoce el plural; que existe una sola cosa que lo que parece una
pluralidad no
es
m
ás
que una
se
rie de aspectos diferent
es
de esa mis
ma cosa, originadospor una quimera Schrodinger, 1986: 121).
El principal motivo por el qu e rechazo es ta propuesta es que no veo
la razón
de
que ese exclusivo y solitario Superyó pierda la conciencia de
su íntima unidad al mirar simultáneamente
por
los innumerabl
es
aguje
ritos que lepermiten observar lo
qu
e hay aquí abajo. ¿Por
qu
é es incapaz
de reconocerse en los otros espectadores? Schrodinger responde que
po r una ilusión la maya indostaní) , lo cual valdría si hablásemos de los
innumerables reflejos del so l en las aguas de un
mar
rizado, pero losyos
o yoes hay que reconocer que es duro pluralizar este pronombre)
no
son los reflejos,
si
no en to
do
caso quien
es
los perciben. Y si sus perce
p-
ciones son ilusorias, eso no les arrebata su pe rsonal e intransferible mis
midad:
un
yo equivocado es t
an
real como otro que rebose acierto.
Vayamos ah
ora
al
otro
lado del espectro. La teoría de las infinitas
subjetividades es elpampsiquismo. Tanta proliferación c b ~ P? r depre
ciar los
yos sin contar con que
es
inev
it
able pensar en el
ammzsmo
de las primeras formas que adop tó la religiosidad humana y que no d
eJa
de tener ciertos resabios de primitivismo. Pero si innumerable es el
monto
de sujetos que esta opción teórica contempl
a,
tampoco son
po-
cas l
as
escuelas de pensamiento que la
han
adoptado, movténdose ent re
varia
nt
es del idealismo, espiritualismo y la teología emanatista. De e
nt r
e
todos sus
s o r e ~
quedo con la
i g u r
Gottfried por
que más que una mtsttca
bu
sca en el pampstqmsmo la solu
c10
n a graves
cues tiones metafísicas. La primera de rodas, la de la unidad de la sustan
cia, de cualqui
er
sustancia, entiéndase bien. La tesis de fondo es que
«
uno»
y
«se
r »
han
de convertirse, mientras que lo material
es
.por
esencia ex tenso, compuesto, plural. Se
nt
ados a
mbo
s supuestos, la tdea
de
«s
ustancia material» resulta tan incongrue
nt
e como la de « hierro
de
madera».
Para
se
r sustancia hay que ser esencialme
nt
e una; pero la
materia es por esencia multiplicidad de partes, partes que a su vez tienen
subpartes y así hasta llegar
no
a los átomos
fí
sicos
nu
evo absurdo a jui-
I4 José Luis
Go
nzález ~ ó s ha efectuado un atinadísimo análisis del fenómeno
de la inasequibilidad de las mentes González Qu irós, 2011: 9_2-95). Un u j e ~ o no
puede ver
otro
sujeta en cuanto sujeto po rque todOlo que ve hawz afitera son obJetOs,
yhacia dentro solo se ve a sí mismo
y
además, como de rebote).
La conciencia inexplicada 149
cio de Leibniz), sino áto
mo
s metafísicos, seres simples y esencialmente
unidos, es decir, « sujetos». Para Leibniz la sustancia o es psíquica, o no
es. La unidad
qu
e
pres
ume en la mónada el
nombr
e « m
ónada»
revela
hasta qué p unto identifica este autor unicidad y ser) es la unidad de la
percepción, del acto intencional que manifiesta la entraña í ~ t ~ a de la
conciencia. Para poner un poco de orden
en
esta acumulac10n mgente
de
espíritus, Leibniz establece una gradación según la mayor distinción
o confusión perceptiva. Así reintroduce la distinción entre conciencia y
consciencia
que yo he
prefer
ido obviar en
es
te libro. Solo l
as
mónadas
que perciben y expresan el wliverso i n c i ó n son
ces también de autoexpresarse y adqumr la consCiencia que las plemflca.
No es momento ni
lugar para discutir a f
ondo
los pu
nt
os capitales
de la propues
ta
leibniziana.
Concedo
a i b ~ i que en los 360
r d ~ s
del horizonte no hay nada que posea una unidad comparable a la uni
dad de la conciencia. Sin embargo,
¿es
menester
sustancia/izarla?
La
noci
ón
de «s ust
ancia» es
funcional
como
pocas ot ras, pero solo puede
cumplir las numerosísimas tareas que los filósofos le asignan si no nos la
tom
amos comple
ta
mente en serio. Es algo que Ar i
stót
eles y su escuela
consiguieron hacer
mu
y bien, atemperár:dola gracias a
a r : ~ L o g í a .
En
cambio, cuando los racionalistas pretendieron darle un sigmficado pre
ciso y eliminar cualquier rastro de ambiruedad, se produjo
una
cadena
de cat
ás trofes
teóricas: según unos no había
modo
de comunicar las sus
tancias ent re sí; según otro no había sitio más que para una sola; según
un
tercero era obligado con
vertir
el universo
en
una gigantesca sopa de
ojos. El concepto racionalista de sustancia es un nudo gordiano que no
hay forma de desatar; por fuerza hay que cortarlo. Por consiguiente diré
qu
e abla
nd
o en clave racionalista
a conciencia tiene unidad pero
no
es
sustancia. Si retornamos al uso aristotélico la conciencia puede
muy bien ser una parte, propiedad o dimensión de las sustancias que,
como el hombre, la tengan.
Cómo
pueda ser algo a la vez
uno
y
parte es
un interesante e
ni
gma metafísico que no considero indispensable resol
ve r en persona.
49
.
¿ A N I M A L E S M Á ~ I N A O ANIMALES ALMA?
Las reflexiones que aca
bo
de exponer autorizan a excluir cero,
uno
e
infinito como cardinales apropiados para numerar al conjunto de los
seres conscient
es
. Lo dicho
en
epígrafes anteriores hacen
poco
verosímil
que posea conciencia quien no tenga
suf
iciente capacidad l s ~ c a el adje
tivo no es ocioso) para recopilar información del entorno e
p l ~ m ~ n -
tar respuestas adecuadas incidie
nd
o en dicho entorno. O sea:
s i ~ i l -
ción de info rmaci
ón
y coordinación de movimientos son los reqmSitos
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
13/40
150
Juan Arana Cañedo-Argüelles
que
han
de cumplir las entidades físicas que aspiren a poseer algo que
merezca ser llamado
«c o
nciencia » . Los
espíritus puros
constituyen una
innegable posibilidad ontológica sobre la que me declaro incompeten
te. Solo hablo de los
es
píritus
«mixtos»,
«encarnados» o como
se
les
quiera llamar. Entiendo haber concedido tal prerrogativa al conjunto de
los
se
res
humanos carentes de impedimentos serios. Pero a renglón
se-
guido las dudas proliferan: ¿Solo
nosotros
poseemos conciencia? ¿Cuán
do
surgieron los primeros hombres sobre este planeta? ¿Tenía concien
cia el neandertal, el
Homo
erectus el
Homo habilis
los australopitecos, el
ramapiqueco? ¿Son conscientes los primates, los delfines, los cánidos,
los elefantes, las gaviotas? ¿En qué especie, familia, género,
philum se
acabó lo que
se
daba?
¿Y
qué pasa c on los marcianos saturninos, andro
medianos?
¿ ~ é
razón hay para discriminar a los computadores actua
les o del porvenir, a la máquina que ganó
una
part ida a Kaspárov,
por
ejemplo?
Noten
la astucia con que he ido acumulando suficientes pre
guntas difíciles para que
no
se note mucho si dejo algunas sin respuesta.
Ya
sería bastante solucionar alguna a plena satisfacción.
Empezaré rompiendo otra lanza más en favor del presunto culpable
de todos los males, Descartes. Son kilómetros de buen tejido los que
han sido
rasgados
por
escandalizados oponentes a su doctrina del
an i
mal máquina
15
. Lo más sorprendente es que muchosde ellos en realidad
defienden la alternativa del
cualquier-bicho-viviente-máquina
hombre
incluido). Quizás les molesta cualquier tipo de diferenciación: o todos
moros, o todo s cristianos. También es posible que encuentren ofensiva
no
la idea de máquina en
sí
sino la clase de artilugios en que el ftlósofo
francés quiso convertir a los animales: meros ingenios hidráulicos a base
de bombas, tuberías presurizadas, cilindros y émbolos. Ahora bien, para
que esta censura no resulte intempest
iv
a, convendría aceptar que
si
Des
cartes empleó el más avanzado tipo de máquinas disponible
en
el mer
cado de las ideas de la época - como en efecto
hizo-, no
cometió nin
gún desafuero.
Lo que más molesta a muchos críticos
es
la discontinuidad que el
dualismo cartesiano introduce
en el
reino de la vida Churchland, 2001:
247). ¿Por qué hacer del
hombr
e una excepción, cuando a veces
es
m
ás
fácil entender se con
el
gato del vecino que con el vecino mismo? Aquí
topamos con la
ley de continuidad
que Aristóteles, Newton, Leibniz y
Darwi n usaron con tanto éxito. Si esa
es
la dificultad,
no
sería insolubl
e
porque,
en
prime r lugar, los grandes hombres mencionados admitieron
la existencia de excepciones en la vigencia de la ley; en segundo porque,
aun reservando la conciencia a los humanos, se puede mantener cierta
15
Doctóna, porcierro, que fue anticipada porGómez Pereira Carpintero,2000: 38).
La conciencia n e ~ p l i c a d a
151
continuidad con los no-humanos;
en
tercero porque la r uptura de la
continuidad se replantea a pesar de que dotemos de conciencia a los
animales,
solamente que esta vez se traslada a la franja que separa los anima
les
superiores de los inferio r
es
los animales de los vegetales, los vegetales
de los hongos, o los eucariotas de los procariotas. Por ese derrumbadero
pronto
desembocamos en el pampsiquismo.
Una
y otra vez olvido que estas páginas deben subordinar la reseña
de lo que otros han dicho a la exposición de mi propia alternativa, sin
poner mucho empeño en maquillar sus insuficiencias. Me reporto y
anuncio que defiendo
una
neta discontinuidad entre ser consciente y no
serlo. Es algo
como el swing
o
el duende:
se tiene o
no
se tiene. Debe te
nerse en cuenta que mi discurso no
es
teológico ni metafísico: me mue
vo en
un
campo intermedio entre la antropología y la ftlosofía
de
la na
turaleza, abierto además al diálogo interdisciplinar. Contemplaré dos
aspectos del problema:
a é n s
podrían dentro del horizonte cósmi
co tener conciencia.
b Q0énes
la tienen
deJacto.
A la cuestión
a
ya he respondido.
Por lo que
respecta a la ciencia
natural, ta nto podría n tener conciencia todas las entidades mundanas
como ninguna, ya que la ciencia
no
es competente para explicar qué es y
quién la puede
adqu
irir. Sin embargo, el sentido común dicta que la
conciencia solo tendrá provecho y utilidad de asociarse a configuracio
nes corpóreas capaces de asimilar información y coordinar movimien
tos. Este ftltro deja pasar tanto al género humano como a los, digámoslo
así, «animales superiores» . También a otras formas de vida eventual
mente aparecidas
en
otros lugares del universo con prestaciones equiva
lentes o superiores a los animales superiores. Tampoco podrían ser
ex-
cluidos dispositivos no vivos
c o ~ t i t ~
p ~ r a c ~ p t a r
informac_ión
y
cuyo comportamiento no sea caonco este regido
por
mecamsmos
deterministas o meramente aleatorios.
En definitiva, la respuesta a
a es
que están en principio abiertos a la
posibilidad de la conciencia todos aquellos agentes capaces de actuar
dentro del universo y hacer
un
uso inteligente de la información a su
alcance sin que,
no
obstante, la ciencia n
atu
ral sea capaz de explicarlos
exhaustivamente ahora mismo o en
un
futuro previsible.
Toca ahora afrontar la pregunta
b .
Pues bien: defiendo que son
conscientes los seres que, independientemente de su aspecto, manifie
s-
tan signos de conciencia y son capaces de probarlo fehacientemente a
otros seres cuya conciencia se considere indudable.
Si
se quiere interpre
tar así defiendo que
el
club de la conciencia solo admite nuevos socios
por
cooptación. Los que desconfíen de la política en general y de la de
mocracia en particular estarán poco satisfechos. Sabido
es
que Calígula
nombró cónsul a su caballo. A pesar de este antecedente y de la nómina
casi infinita de males perpetrados desde todos los sistemas políticos, lo
-
8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada
14/40
152
Juan Arana Cañedo-Argüelles
cierto
es
que
se
cuentan con los dedos de la mano los despropósitos a la
hora de conceder derechos de ciudadanía a vivientes
no
humanos. Por
que, digámoslo de una vez: estoy persuadido de que sobre este planeta
los únicos que tenemos conciencia somos nosotros .
Co
nfieso haber es
tado tentado a pensar de
otro modo
tras observar la mirada inteligente
de las vacas mientras rum ian el rico pasto de los campos, la triste expre
sión de un perro mo ribun do mientras espera que el veterinario le admi
nistre la inyección que
pondrá
fin a sus desdichas, o las festivas piruetas
de los delfines en el acuario. Pensemos
en
el entrenador o entrenadora
que
ll
eva años adiestrando a
un
inteligente chimpancé, o simplemente
en el empleado del zoo que al imenta a lustrosos y aburridos mamíferos.
Ambos nos contarán portentos y retarán a señalar una sola habilidad
humana
en
la que
no
hayan dado los primeros pasos. Antonio Diéguez
y José María Atienza
han
recopilado las evidencias disponibles que
apuntan
en
esta dirección (Diéguez, Atienza, 2014). Sin embargo, no
estoy regateando a los animales
-sobre
todo a los más
aventajados
inteligencia, habilidad, cuquería, sentimientos, memoria, previsión, es
trategia y muchas cosas más. Lo que afirmo
es
que
no
tien
en
conciencia,
es decir, que carecen de la capacidad de ser espectadores de sí mismos, de
constituirse frente al
mundo
como sujetos de conocimiento y volición.
¿Cómo
podría salir de mi error
si
estoy equivocado? Sin
duda
ha
bría que desarrollar una versión del test de Turing, enfocado a la con
ciencia más que a la mera inteligencia.Prohibiríamos enmascarar la apa
riencia del candidato, ya que no habría que «parecer humano», sino
demostrar que
se es un
mono o un computador
«realm
ente conscien
te
».
Tampoco exigiríamos alcanzar metas concretas, porque cualquier
tarea bien especificada
que se pueda
completar en un número finito de
pasos puede resolverse de modo algorítmico. El test contemplaría
un
prolongada interacción con otros seres conscientes, con idea de mani
festar
si
realmente hay alguien « detrás» de todos los órganos, disposi
tivos, instintos, instrucciones y programaciones recibidos
como
dota
ción genética o adquiridos automáticamente a partir de ellos. El proce
dimiento no tendría que ser infalible. Pod ría darse el caso de que a lguna
persona descubriera un buen día que llevaba diez años casada con
un
zombie
des lm do
o un
robot
diseñado para desorientarla. Pero estoy
convencido de que
en
un 99 por 100 de los casos cualquier
duda
razo
nable quedaría rápidamente despejada.
Mi
colegaJavier Hernández-Pacheco propuso una
prueba
bien sen
cilla a
laque he dado en llamar «el test de Kant» . Supongamos que una
mañana de estas aterriza frente a nuestra casa un vehículo con forma de
disco de un br uñido refulgente.
De una
trampilla surge una criatura de
color verde con trompetillas
donde
nosotros tenemos orejas. Su aspecto
es
amistoso, despliega
un
aparato electrónico frente a
nue
stra puerta,
La conciencia inexplicada
153
mascullasonidos inauditos que tras algunos ajustes una pantalla tradu
ce
en
frases castellanas
in t
eligibles. Por señas nos anima a responder
ante el o_tro
m i r ~ o n o
el cual suscita
en
otra pantalla raros jerogUficos
que fascman
al
VISitante. ¡Se ha consumado un encuentro
en
la tercera
fase ¿Cómo averiguamos
si
de verdad tiene conciencia nuestro interlo
cutor? Hernández-Pacheco propone indagar
si
el cielo estrellado sobre
sus trompetillas act iva los paneles de admiración que tiene al efecto y
si
la ley moral acelera la
bomba
de distribución de fluidos que hay
en
su
interior. Si la respuesta
es
doblemente positiva, propone darle un abra
zo, siempre que no
ha
ya riesgo de contagio o reacciones alérgicas.
Desde luego no será nada fácil llegar a conclusiones definitivas en
muchos casos. Más improb able todavía será que nos veamos
en
la tesitu
ra de aplicar el test
de
Kant o cualquier otro equivalente. Mi conclusión
en este asunto
es
que resulta
má
s importante y decisivo ser racional (en
tendiendo aquí la racionalidad como sinónimo de conciencia) que hu
mano, vital o terráqueo. Páginas atrás recogía la acusación de racismo
que lanzó Minsky contra cualquiera que
por
principio distinga entre
ell s
(las máquinas) y
nosotros
(los humanos).
Yo
estaría de acuerdo si
esas máquinas demostraran tener lo que según él tampoco tiene el hom
bre: conciencia.
50.
MONISMO, DUALISMO, PLURALISMO
Pasemos ahora de considerar el número de
yos
que hay dentro del
escenario cósmico a evaluar
cuánt
os tipos de sustancias operan en
él.
Aquí, ya lo siento,
no
puedo estar con Descartes y
su
calumniado dua
lismo. Más aceptable me parece el dualismo que mucho más reciente
mente
han
defendido
John
Eccles y sobre tod o Karl Popper. Este último
dictamina que todos los