domingo de la tercera semana de pascua-.- · 2011-03-08 · con Él a mi derecha no vacilaré. por...

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DOMINGO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA REFLEXIONES Entrada: «Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya» (Sal 65,1-2). Colecta (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente». Ofertorio (del Misal anterior, retocada con textos de los Sacramentarios Gelasiano y de Bérgamo): «Recibe, Señor, las ofrendas de su Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de su Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno». Comunión: Año A: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya» (Lc 24,35). Año B: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos. Aleluya» (Lc 24,46-47). Año C: «Jesús dice a sus discípulos: “Vamos, comed”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (Jn 21,12-13). Postcomunión (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa». Ciclo A

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DOMINGO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA

REFLEXIONES

Entrada: «Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya» (Sal 65,1-2).

Colecta (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente».

Ofertorio (del Misal anterior, retocada con textos de los Sacramentarios Gelasiano y de Bérgamo): «Recibe, Señor, las ofrendas de su Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de su Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno».

Comunión: Año A: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya» (Lc 24,35). Año B: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos. Aleluya» (Lc 24,46-47). Año C: «Jesús dice a sus discípulos: “Vamos, comed”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (Jn 21,12-13).

Postcomunión (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».

Ciclo A

La Iglesia en su liturgia nos sigue mostrando su gozo por la resurrección del Señor, como lo tuvo la primitiva comunidad cristiana, que tomó en serio todo el significado de esa resurrección. También nosotros hemos de corresponder con una fe profunda y vivificante.

–Hechos 2,14.22-28: No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio. Pedro fue el primero en proclamar ante el mundo el hecho de la resurrección del Señor. Así lo hace hoy para nosotros en la primera lectura de este Domingo.

–Y lo corrobora con textos del Salmo 15, que utiliza como Salmo responso-rial: «Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa serena, porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has ensanchado el sendero de la Vida. Me saciarás de gozo en tu presencia». San Juan Crisóstomo comenta:

«¡Admirad la armonía que reina entre los Apóstoles! ¡Cómo ceden a Pedro la carga de tomar la palabra en nombre de todos! Pedro eleva su voz y habla a la muchedumbre con intrépida confianza. Tal es el coraje del hombre instrumento del Espíritu Santo... Igual que un carbón encendido, lejos de perder su ardor al caer sobre un montón de paja, encuentra allí la ocasión de sacar su calor, así Pedro, en contacto con el Espíritu Santo que le anima, extiende a su alrededor el fuego que le devora» (Homilía sobre los Hechos 4).

–1 Pedro 1,17-21: Habéis sido redimidos con la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto. También es Pedro quien continúa emplazándonos a vivir en serio el Misterio de la Resurrección del Señor, como exigencia de vida nueva en cuantos hemos sido redimidos. Melitón de Sardes adora el Misterio de la Pascua de Cristo:

«Este es el Cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa Cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquél que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro» (Homilía sobre la Pascua 71).

–Lucas 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan. Como en Emaús, la presencia de Cristo rehace de nuevo la fe vacilante y desconcertada de cuantos aún no han alcanzado a vivir la alegría santificadora de la resurrección. San León Magno explica el profundo cambio que experimentan los discípulos, en sus mentes y corazones:

«Durante estos días, el Señor se juntó, como uno más, a los dos discípulos que iban de camino y les reprendió por su resistencia en creer, a ellos que estaban temerosos y turbados, para disipar en nosotros toda tiniebla de duda. Sus corazones, por Él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la fracción del pan, cuando estaban sentados con Él a la mesa, se abrieron también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar su naturaleza glorificada» (Sermón 73).

Nuestro reencuentro con Cristo resucitado debe dar sentido evangélico a toda nuestra vida. En la medida en que seamos conscientes de nuestra unión responsable con Cristo, el Señor, estaremos en actitud de ser testigos de su obra redentora en medio de los hombres, con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida.

1.

NOVEDAD CÓSMICA. CREACIÓN.RECREACIÓN.

-Dimensión cósmica de la Pascua. Este domingo extiende la Pascua de JC a toda la tierra. La antífona de entrada, tomada del sal 65, 1s canta: "Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre...". La muerte y resurrección del Señor renueva todo el universo. El pecado había afeado la belleza de Dios en las criaturas y la Pascua de Jesús devuelve su belleza a todo lo creado; es como si el mundo fuese creado nuevamente. Dice al respecto San Ambrosio: "en ella (en la Pascua) resucitó el mundo, el cielo y la tierra; en adelante habrá un cielo nuevo y una tierra nueva".

2.

AL PARTIR EL PAN

El relato evangélico de hoy dice precisamente que aquellos dos discípulos que, descorazonados y desengañados, caminaban hacia Emaús, conocieron a Jesús al "partir el pan". Conocer a Jesús y cambiar el sentido de su ánimo, fue todo uno. La angustia desapareció y fueron conscientes de que, mientras caminaban con aquel desconocido que les iba explicando las Escrituras, sus corazones ardían. La reacción no se hizo esperar: se levantaron al instante y volvieron hacia Jerusalén, la misma ciudad que habían abandonado tristemente.

Los cristianos tenemos un momento en el que partimos el pan y oímos las Escrituras: es la Misa. EU/CAMINO-EMAUS

Y ¿se han fijado ustedes en los asistentes a las Misas de la mayor parte de nuestras iglesias?

-En gran medida, llegan a la hora justa y se acomodan resignadamente, con mentalidad de acudir puntualmente para cumplir una obligación.

-Escuchan con aire distraído, y mirando sin disimulo el reloj, el sermón que toca y que difícilmente podrían repetir

al salir de la iglesia, porque posiblemente han aprovechado ese momento para pensar tranquilamente en algo que les interesaba mucho más que aquello que decía el predicador de turno. En defensa de los asistentes y en honor a la verdad, habría que decir que, en demasiadas ocasiones, esta actitud está plenamente justificada, porque un gran número de sermones no dicen nada a quienes los escuchan y aquéllos que los dicen hacen gala de no poseer la mínima posibilidad de establecer contacto con el auditorio.

-Muchos no participan en la partición del pan.

-Casi todos, con la última bendición en los talones, abandonan la iglesia y cierran tranquilamente esa página dominical, para volverla a abrir el domingo siguiente, sin que, posiblemente, en sus vidas tenga la menor trascendencia.

Creo que no exagero. De esas Misas multitudinarias, que tan orgullosamente apuntamos en las estadísticas, ¿quién sale enardecido?, ¿a quién le arde el corazón?, ¿quién sale con una idea vital para rumiar en el resto de la semana y hacerla vida propia?, ¿qué profundización suponen en la vida cristiana? Y ¿cuántos se encuentran con Cristo en la fracción del pan que supone la Eucaristía? Porque esto es fundamentalmente y nada más la Misa.

Cierto que en las grandes urbes no es fácil conseguir que las Misas multitudinarias tengan sabor de comunidad, de encuentro personal con Cristo y con los hermanos. Nos acomodamos junto a personas que no conocemos y difícilmente establecemos con ellas el menor tipo de relación. Todos tenemos la experiencia de cómo la Misa vivida en comunidad tiene un talante diferente y deja de ser un rito obligado para convertirse en un gratísimo lugar de encuentro con Cristo y con los hermanos, en un sitio donde se escucha la palabra de Dios atentamente y de donde se sale fortalecido para enfrentar la dureza que, en algunos casos, puede suponer vivir en cristiano. Habría, por tanto, que intentar seriamente que el cristiano viviese

el encuentro semanal con Cristo como algo trascendente en su vida religiosa, como el momento más importante del día, ese momento que deje en cada uno de nosotros la misma impresión indeleble que el encuentro con Cristo dejó en los discípulos de Emaús y por las mismas causas.

Caer en la indiferencia, y aun en el pesimismo, es algo que está al alcance de la mano. Renovar semanalmente el impulso que nos hace seguir a Jesucristo es algo importantísimo. Eso podría conseguir la Misa si la despojamos de su carácter jurídico para convertirla en un encuentro deseado y vivido que nos haga salir corriendo al mundo para contarle la gran nueva que los de Emaús dieron a los discípulos de Jerusalén: es cierto que Jesucristo ha resucitado. Y si esto es cierto, los cristianos no nos hemos equivocado al elegirlo a El como Señor de nuestra existencia y modelo de nuestra vida. Si es cierto que Jesús ha resucitado, podremos superar el pesimismo y el desaliento y encontrar, cada vez que nos encontremos con Cristo al partir el pan, la respuesta para tantas preguntas que, sin duda, se nos plantearán a nuestro alrededor y la fuerza para hacer realidad el contenido de esas respuestas.

No creo que haya un ejemplo más palpable de lo que debieran ser nuestras Eucaristías que el relato evangélico de hoy. Cualquier parecido de este relato con la realidad que vivimos los domingos la mayor parte de los cristianos es, por desgracia, pura coincidencia.

3.

El caminar de los discípulos de Emaús constituye una especie de fenomenología precisa del acto de la fe. Al comienzo se les descubre cargados de las creencias de la religión judía: indicio de que la religión judía no coincide necesariamente con la fe. Después se les ve compartiendo con Jesús una vida de hombres: palabra, camino, comida,

esperanza y decepción. Esto constituye el segundo tiempo: no se llega hasta la fe si no es perteneciendo realmente a la humanidad y descubriendo a Jesús en esa humanidad.

Entonces es cuando aparece el Señor, no tanto como quien aporta soluciones a los interrogantes formulados, sino como quien también formula interrogantes, aprende a formularlos correctamente y llega hasta el final de la búsqueda que ellos mismos ponen en marcha. Que es, si se quiere, el tercer tiempo en el proceso evolutivo de la fe. Inmediatamente después, los discípulos vuelven a Jerusalén, en donde encuentran a la Iglesia, simbolizada en el grupo de los Once; y encuentran que también ellos viven de la fe en el Señor resucitado y se organizan para vivir cada vez mejor de ella. Los discípulos se incorporan a esa Iglesia, a su mensaje y a sus instituciones esenciales. Esta es la última etapa de su caminar y ha supuesto en ellos una vuelta sobre sí mismos, una conversión. Veamos lo que esto significa para el cristiano moderno que se pregunta si tiene fe. Podría ayudársele a preguntarse en cuál de estas cuatro etapas se sitúa.

FE/RELIGION: Parece, en primer lugar, que no hay que confundir la fe con la religiosidad o con una simple creencia más o menos intelectual en la existencia de Dios. La fe no se tiene porque se tenga "necesidad" de Dios para tranquilizarse y estar seguro o para explicar la creación o la moral. De igual modo, la fe no se tiene realmente porque se atribuya mucha importancia al contenido de la fe, a los diferentes dogmas que encierra o a los sistemas de pensamiento que consagra en su formulación: antes de ser un contenido preciso, la fe es ante todo una actitud. El contenido puede variar en su expresión o en el interés que se atribuye a sus elementos, sin por ello afectar a la actitud fundamental de la fe. Pero ¿cuál es esa actitud? Parece que hay que empezar por ser plenamente hombre para ser plenamente creyente. En otros términos, la fe es la actitud de un hombre que vive al máximo su pertenencia a la humanidad. Ahora bien: por encima de las alegrías y de las desventuras, por encima de los éxitos y de los fracasos, el

hombre experimenta la alienación y la pobreza de su condición, se produce en él una sed de absoluto que no llega a satisfacer o que aplaca a base de las absolutizaciones o de las idealizaciones que, finalmente, no valen la pena. Además, la humanidad no consigue desprenderse de ciertas alienaciones: la pobreza, la guerra, la enemistad del hombre hacia su hermano, el repliegue dentro del egoísmo, el sufrimiento y sobre todo la muerte. Viviendo estas condiciones, el hombre, cristiano o no, formula algunas preguntas: ¿cuál es el sentido de todo eso, cuál es el significado de nuestra condición humana? Entonces es cuando aparece Cristo: no como alguien que tiene la contestación a esas preguntas, sino, ante todo, como alguien que, hombre entre nosotros, se ha formulado esas mismas preguntas, que se ha sublevado igualmente contra esa condición impuesta al hombre. Jesús ha soñado como nosotros con una humanidad mejor, y lo dijo y lo hizo todo con la intención de construirla, pero llegó a la muerte sin haberlo conseguido y viendo morir su proyecto al mismo tiempo que Él.

"Nosotros habíamos creído que sería Él..." Y entonces fue cuando se le concedió la nueva humanidad, como un regalo del Padre, en su resurrección y su función de primogénito de una nueva humanidad. Yo puedo decir que tengo la fe en JC cuando descubro en Él un hombre que vive los problemas que la humanidad se plantea en torno al sentido de su condición, pero que aporta un estilo especial, personal, incluso misterioso para vivir esos problemas, el estilo de una absoluta fidelidad a su Padre y a la pobreza y a las lagunas de la condición humana que llega hasta la muerte. Jesús ha vivido abriéndose totalmente al otro, a sus hermanos los hombres y preparándose así a abrirse al Padre y recibir de Él el don de la vida. No se puede decir que Cristo aporte una solución a mis problemas. Lo que realmente aporta Jesús es una manera de vivir esos problemas en la apertura al otro, en el amor al otro. Lo que en Él me satisface, lo que me impulsa a buscar su amistad, a vivir en su presencia, a compartir su Espíritu y su

comunión con el Padre es esa estilo de vida de Jesús, esa manera suya de dar un sentido a la condición humana.

La fe es, pues, en primer lugar, una actitud de vida con Jesús. Después y progresivamente es un contenido: me propongo conocer mejor a esa Jesús de quien quiero hacer un amigo; me fijo especialmente en su comunión con el Padre y con el Espíritu y en su comunión con todos los hombres, puesto que esos son los elementos principales de la significación que quiero dar a todas las cosas en la amistad con JC.

Ese deseo de comunión con Jesús y con los demás me impulsa a encontrar a la Iglesia o a descubrirla de nuevo si ya vivo en ella: la Iglesia se me presenta no como una institución encargada de aportar soluciones ya elaboradas a mi problema, sino como un pueblo que trata de vivir los problemas propios de todos los hombres, sin necesariamente resolverlos, sino profundizándolos en su comunión con el Espíritu de Jesús. Este pueblo cuenta ya con una larga tradición, tiene veinte siglos de experiencia en la materia: me apoyo, por consiguiente, en una experiencia y recibo todo lo que ha ido atesorando: experiencia de los doce apóstoles en particular, experiencia de quienes les han sucedido, experiencia de todo el pueblo. Esta adhesión no me impide criticar: cada generación, y la nuestra en particular, busca una adaptación del mensaje que llega incluso a exigir una nueva formulación de las cosas antiguas. Por otro lado, la Iglesia no es aún el Reino; simplemente está en camino hacia él: es decir, que algunas de sus posiciones y de sus instituciones podrán verse posiblemente relativizadas. Además, el pecado existe en la Iglesia lo mismo que en mí, y su constante conversión es solidaria de la mía.

La misión de los miembros del pueblo de la Iglesia consiste, individual y colectivamente, en vivir los problemas del hombre en comunión con Cristo, en sobrellevar realmente la pobreza del mundo, en rebelarse profundamente contra las alienaciones que separan a los

hombres, y todo ello "en" JC. La Iglesia tiene así una "misión", es decir, que tiene algo que decir a los hombres inquietos y angustiados respecto a su condición; tiene también una "mediación" que ejercer, es decir, una especie de sacerdocio mediante el cual representa a toda la humanidad ante Dios. Para celebrar esa mediación y hacer efectiva esa misión se conjuga regularmente en la Eucaristía, hasta los tiempos en que el Reino sea una realidad y Cristo esté todo en todos.

4.

ALIENACION/ESPERANZA /Rm/04/18.

"Nosotros esperábamos..." Esta frase, de marcado matiz evangélico y de tanta humana amargura, asoma una y otra vez a los labios del hombre que va perdiendo la esperanza. Uno se pregunta: ¿qué puede ocurrirle a un hombre para que pierda la esperanza, qué puede ocurrirle a un cristiano para que desespere? ¿Esperábamos del Concilio? ¿Esperábamos del Papa, del obispo, de...? Uno acaba por convencerse de que quizá en ese lamentable "esperábamos" más que una frustración de la esperanza hay y sigue habiendo una profunda desilusión, una autoconfesión de nuestro propio fracaso, de nuestra evasión.

Porque, vamos a ver: ¿Qué es lo que esperábamos? ¿Acaso esperábamos que nos lo diesen todo hecho? ¿Que el Concilio fuese como un organigrama de acción para la Iglesia, que el Papa o el obispo nos diesen una receta o una fórmula magistral? Entonces estábamos esperando vanamente porque esa falsa esperanza no es sino la tonta pretensión de querer descargar nuestra responsabilidad de cristianos en los hombros de los demás.

No podemos esperar así. Mejor dicho, esas "esperas" no tienen nada que ver con la esperanza cristiana. Para el

creyente, esperar es siempre "esperar contra toda esperanza". Es saber que los hombres somos injustos y seguir luchando por la justicia. Es saber que los hombres somos egoístas y seguir luchando por el amor. Es ver que el mundo no tiene arreglo y, por eso, dar la vida para arreglarlo.

5.

DESEO/BUSQUEDA FE/AUTOSUFICIENCIA /Mt/6/33

Si repasamos los personajes que aparecen a lo largo de los cuatro evangelios y que llegan a tener un encuentro auténtico con Jesús, veremos que en todos ellos se repite esta constante: son personas en situación de búsqueda: la curiosidad de Zaqueo, el dolor de Marta y María, el afán de ver de los ciegos, la sed de la samaritana, la esperanza de la hemorroísa... Al contrario, aquellos que estaban convencidos de tener las respuestas, o no se planteaban ninguna cuestión, se cerraban el camino de acceso hasta Jesús: "vino a los suyos, y los suyos no le recibieron".

Pero, ¿qué se pregunta el hombre de nuestros días?, ¿qué busca?, ¿qué afanes tiene? Para muchos, la capacidad de buscar se agota en cómo pasarlo bien, cómo tener más dinero, cómo vivir más cómodos, cómo alcanzar más fama, poder, prestigio... Y a esos interrogantes Jesús no tiene más que una respuesta: "todo eso es añadidura; vosotros buscad el Reino de Dios".

6.

"No podía vivir una vida religiosa sin identificarme con el conjunto de la humanidad. Y no podía hacer esto sin mezclarme en la política. Si me ocupo de política, simplemente es porque, hoy día, la política se enrosca en

torno a nosotros como los pliegues de una serpiente de la que no puede uno librarse, aunque se luche contra ella".

7. GOZO PASCUAL

1.-El gozo desbordante de la Pascua. A lo largo de toda la Cincuentena el gozo es tema constante. Todos los prefacios de este tiempo cantan unánimes: "Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría"... Pero este gozo se explicita de modo peculiar en los textos propios de este domingo. La antífona de entrada desborda de júbilo empleando tres verbos significativos: "aclamad", "tocad" y "cantad himnos". La oración colecta pide "exultar siempre" y que "la alegría... afiance su esperanza"... La oración sobre las ofrendas contempla a la "Iglesia exultante de gozo", porque en Cristo resucitado "nos diste motivo para tanta alegría"...

Sería significativo destacar, en la Eucaristía de hoy, este gozo concretándolo en algún detalle. Podría ser el mismo canto de entrada seleccionado en sintonía con la antífona, participando toda la comunidad entusiasmada y con acompañamiento de instrumentos musicales, expresivos del gozo. Podría ser también algún gesto de despedida que suscitase en los fieles el deseo de testimoniar esta alegría.

2.-Los motivos de este gozo. El mejor modo de que este gozo no se convierta en vano o puramente externo, es ahondar en las motivaciones que la liturgia señala como justificantes del mismo.

Los prefacios del tiempo pascual exponen sintéticamente tales motivaciones:

-Porque el mundo ha sido liberado del pecado por Cristo; "muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró la vida" (I).

-"Porque en la muerte de Cristo y en su resurrección hemos resucitado todos" (II).

-"Porque él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante ti; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre" (III).

-"Porque en él fue demolida nuestra antigua miseria, reconstruido cuanto estaba derrumbado y renovada en plenitud la salvación" (IV).

-"Porque él... ofreciéndose a sí mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar" (V).

De un modo más concreto los textos de este domingo ofrecen los motivos siguientes:

-La renovación y rejuvenecimiento en el espíritu (Oración colecta)

-La adopción filial recobrada (Ibid.)

-La resurrección de Cristo (Oración sobre las ofrendas).

-La esperanza de la resurrección final (Oración poscomunión).

8.

-PASCUA EN TRES DIMENSIONES

En este ciclo A las lecturas nos ayudan a vivir la Pascua en tres grandes líneas: a) la persona de Cristo Resucitado, b) la comunidad eclesial que da testimonio de él, y c) la vida pascual de cada creyente.

Habrá que pensar en cada caso si es posible seguir con los tres filones o es mejor concentrarse en uno o dos, y cómo aplicarlos a la existencia de cada comunidad.

-CRISTO HA RESUCITADO

El anuncio primario sigue siendo el de los domingos anteriores: «Vosotros le matasteis, pero Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la muerte» ( 1ª lectura), «Dios le resucitó y le dio gloria» (segunda), «es verdad: ha resucitado el Señor y se ha aparecido» (tercera).

Esta es la Buena Noticia, el Evangelio central que da sentido a todo en nuestra vida: «En la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría...» (oración sobre las ofrendas). Esto es lo que nos convoca a la Eucaristía, nos mueve a cantar alabanzas a Dios, y nos compromete a sacar consecuencias para la vida: «Me enseñarás el sendero de la vida» (salmo).

-EL QUE LE NEGÓ, DA AHORA TESTIMONIO

Este año, dentro de la comunidad apostólica que creyó en Cristo y dio testimonio de él, destaca la figura de Pedro, que se convierte en el principal predicador de Cristo, según los Hechos en sus primeros capítulos, y también en la carta que leemos y que lleva su nombre.

Como durante la vida de Jesús él fue como el portavoz de los demás, Pedro, el que por cobardía negó a Cristo, ahora, cambiado por la gran experiencia de la Pascua y la venida del Espíritu en Pentecostés, se muestra el más decidido en la confesión de su fe ante el pueblo y las autoridades, aunque tenga que ir una y otra vez a la cárcel. El discurso del día de Pentecostés (1ª lectura) es un magnífico ejemplo del anuncio evangelizador de Cristo a la sociedad. Un ejemplo para la Iglesia de ahora, que de modos variados (la catequesis humilde y constante de los grupos o el impacto evangelizador del nuevo Catecismo), y con protagonistas múltiples (desde el Papa en sus viajes y

documentos hasta el testimonio sencillo pero eficaz en el ámbito familiar, parroquial o social), está intentando lo mismo que Pedro y la primera comunidad: anunciar a nuestra generación que la salvación está en Cristo: «habéis sido rescatados a precio de la sangre de Cristo», y por eso «habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza» (segunda).

Todos somos débiles, como Pedro, pero la Pascua nos invita a reaccionar y a dar un claro testimonio de nuestra fe en Cristo.

-LA PRESENCIA DE CRISTO JESÚS EN NUESTRA VIDA

El evangelio, con el episodio de Emaús, magnífico ejemplo también de catequesis cristocéntrica, nos ayuda a entender dónde y cómo podemos experimentar nosotros, después de dos mil años, la presencia misteriosa pero real de Cristo en nuestra vida. Lucas organiza la respuesta, en clave histórico-catequética, en tres direcciones. Los que no le hemos conocido en persona, podemos descubrir a Cristo presente: a) en la Palabra. «Les explicó las Escrituras... ¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba? b) en la Eucaristía: «Se les abrieron los ojos y lo reconocieron... y contaron cómo le habían reconocido al partir el pan», c) en la comunidad: «Y se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: es verdad, ha resucitado el Señor».

Ante todo está la persona de Jesús Resucitado, que sigue siendo Buen Pastor y sale al encuentro de los dos discípulos desanimados y despistados, que han huido de la comunidad y han perdido la esperanza. Y les «recupera».

Luego está la experiencia de esos discípulos, que se nos presenta como un modelo de lo que tendría que ser la Eucaristía dominical para nosotros, que también en determinados momentos podemos estar desesperanzados y desorientados. a) La Palabra que se nos proclama, siempre Palabra viva de Dios para nosotros hoy y aquí,

Palabra salvadora, llena de esperanza; b) la Eucaristía: Cristo mismo, Glorioso, que se hace alimento para nosotros, porque ya sabe que somos débiles y el camino es duro; c) y la comunidad, los hermanos, que nos ayudan con su cercanía y su testimonio a no perder el ánimo y a seguir perseverantes en el camino de la fe.

Esa es la mejor dinámica del domingo y de su Eucaristía: un encuentro reanimador, cada semana, con el «desconocido», presente pero invisible Resucitado, que no se nos aparece milagrosamente, sino en esos tres modos admirables: Palabra, Eucaristía y Fraternidad.

9.

Introducción

Hermanos: durante este tiempo pascual repetimos hasta la saciedad que Jesús ha resucitado y que está en medio de nosotros. Efectivamente, esta afirmación es el centro de nuestra fe, tal como se predicó desde un comienzo.

Sin embargo, hoy nos seguimos preguntando: ¿Cómo ver a Jesús? ¿Dónde verlo? La liturgia de este domingo gira sobre esta gran preocupación de todos los creyentes: encontrarse con Jesús y comprenderlo.

El evangelio de este tercer domingo de Pascua nos muestra a dos discípulos que, bajo el signo de la derrota, vuelven a su antigua vida sin descubrir a Cristo que camina con ellos... Hoy nosotros nos preguntaremos si esta comunidad avanza con aquellos dos discípulos de Emaús, o si vivimos con la convicción de que, aunque invisible, se ha hecho visible en la misma realidad de nuestra vida.

10.

HIMNOS DE VÍSPERAS PASCUALES

Quédate con nosotros, la tarde está cayendo. ¿Cómo te encontraremos al declinar el día, si tu camino no es nuestro camino?

Detente con nosotros; la mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres un hombre entre los hombres, si no compartes nuestra mesa humilde? Repártenos tu cuerpo, y el gozo irá alejando la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día sobre tu hermoso rostro, y al sol abrirse paso por tu frente. Que el viento de la noche no apague el fuego vivo que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos, tendidas en tu busca, las ascuas encendidas del Espíritu; y limpia, en lo más hondo del corazón del hombre, tu imagen empañada por la culpa.

...............................

Porque anochece ya, porque es tarde, Dios mío, porque temo perder las huellas del camino, no me dejes tan solo

y quédate conmigo. Porque he sido rebelde y he buscado el peligro y escudriñé curioso las cumbres y el abismo, perdóname, Señor, y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de ti en hambre de tu trigo, ven, siéntate a mi mesa, bendice el pan y el vino. ¡Qué aprisa cae la tarde! ¡Quédate al fin conmigo! Amén.

11.

-Jesús está presente en la fracción del pan

«Pues bien, hermanos, ¿cuándo se dejó reconocer el Señor? En la fracción del pan. En nosotros no hay ninguna sorpresa: partimos el pan y reconocemos al Señor. (...) Tú, que crees en El, que no llevas en vano el nombre de cristiano; tú, que no entras en la Iglesia por azar; tú, que escuchas la palabra de Dios con temor y esperanza, hallas consuelo en la fracción del pan. La ausencia de Dios no es una ausencia. Ten fe, y El estará contigo, aunque no lo veas. Estos discípulos durante su conversación con el Señor no tenían fe. No creían que hubiese resucitado y no sabían que podía resucitar. Caminaban, muertos, junto a un viviente; caminaban, muertos, junto a la vida. Junto a ellos caminaba la vida. Pero en sus corazones no había renacido vida alguna.

Si tú quieres la vida, imita a los discípulos y reconocerás al Señor. Le ofrecieron su hospitalidad. El Señor parecía decidido a seguir camino, pero lo retuvieron. Cuando

llegaron al término de su viaje, le dijeron: «Quédate con nosotros, porque es tarde y el día se acaba» Retened con vosotros al extranjero, si queréis reconocer al Señor. La hospitalidad les devolvió lo que la duda les había quitado. El Señor se manifestó en la fracción del pan. Aprended a buscar al Señor, a poseerlo, a reconocerlo cuando coméis. Instruidos en esta verdad, los fieles entienden el sentido de este texto mejor que aquéllos que no son iniciados.

12. RECONOCER A CRISTO EN LA ALEGRÍA DE LA FE

El evangelista San Lucas habla de dos discípulos de Emaús, comentarista solitarios de los hechos acaecidos en Jerusalén. Pero cuántos discípulos de Emaús han existido a lo largo de la historia: los caminantes en soledad por las múltiples calzadas de la vida, los pensadores aislados que rumian ilusiones perdidas. Los pesimistas miopes ante los acontecimientos que configuran el misterio de la existencia. Los discípulos de Emaús de quienes habla el evangelio de este tercer domingo de Pascua, estaban tristes porque creían muerto a Cristo; muchos cristianos de hoy están tristes a pesar de creerle vivo y haber proclamado su resurrección en la Noche Santa.

Es un misterio que Dios camine al lado del hombre, sin darse a conocer de entrada. No deja de ser sorprendente que Cristo esté cerca de cada uno en el mismo momento en que se deplora su ausencia. Jesús va de camino con todos.

Es verdad que el creyente necesita la explicación de las Escrituras para poder creer lo anunciado, es decir, ver la historia del pasado cumplida en el presente. Cuando se recibe limpiamente la iluminación de la Palabra de Dios se supera la radical necedad y torpeza humana.

La conversación del camino a Emaús se concluye con una invitación a compartir la mesa del atardecer. El compañero

todavía desconocido, que había impresionado a los dos discípulos por la autoridad y conocimiento con que hablaba de las Escrituras, bendijo, partió y dio el pan. La Palabra se hizo comida, sacramento, y el amigo hasta entonces visible se hace invisible desde este momento. Los que habían visto sin conocer, ahora conocen sin ver. No son los ojos de la cara, sino los de la fe los que permiten ver resucitado a Cristo.

Se levantaron y desandaron el camino para ir al encuentro de los demás y comunicarles que habían reconocido a Jesús en el gozo de la fracción del pan. Solamente desde la experiencia pascual se puede entender la Palabra que se cumple en la Eucaristía.

13.

Para orar con la liturgia

Te glorificamos, Padre santo, porque estás siempre con nosotros en el camino de la vida; sobre todo cuando Cristo, tu Hijo, nos congrega para el banquete pascual de su amor.

Como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús, él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pa

PRIMERA LECTURA

San Pedro, en su predicación directa al pueblo, no utiliza un lenguaje diplomático, sino claro e incisivo: «Vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz.» Una evangelización, que no señala con el dedo las lacras

morales de los individuos y de la sociedad, es un escamoteo de la Palabra de Dios.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-28.

El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los once, levantó la voz y dirigió la palabra:

Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice:

Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada.

Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.

SALMO RESPONSORIAL Sal 15,7-2a y 5. 7-8. 9-10. 11

R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida. [o, Aleluya]

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.» El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano.

Bendeciré al Señor que me aconseja; hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.

COMENTARIOS AL SALMO 15

1.

Pido permiso para confesar a media voz mi alegría y así no molestar

¡Cuántas complicaciones por un grito de alegría! Parece imposible. Pero una oración de abandono confiado, de alegría, de paz, de seguridad, que quiere simplemente cantar las dulzuras de la intimidad divina, crea una serie considerable de rompecabezas a los intérpretes más cualificados.

Los v. 3-4 son una verdadera cruz para los exegetas. Además de la traducción que hemos hecho se podría haber hecho otra:

Los santos de la tierra, hombres excelentes, tienen todos mi favor (v. 3).

También los últimos dos versículos plantean grandes problemas: ¿se indica claramente la fe en una vida eterna o no?

De este modo un salmo de abandono confiado en el Señor desencadena una multitud de problemas llenos de dificultades y hace enloquecer la pluma de los estudiosos. Lo cual nos indica que si es difícil «entrar» en el sufrimiento de alguien, es aún más difícil «entrar» en la alegría de un hombre.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien» (v. 1-2).

Después de este arranque, que constituye el tema principal de toda su oración, el salmista debería haberse defendido: «Y protege mi alegría de las indiscreciones y de las vivisecciones de los estudiosos». Naturalmente, no pensó en ello.

Un individuo que ha apostado todo por Dios

Pero, ¿quién es este individuo? Aquí la mayoría de los intérpretes están de acuerdo. Se trataría de un sacerdote al servicio del templo. De sus labios brota uno de los más bellos cantos de confianza y de paz que se han cantado jamás.

No se limita a gritarnos su propia alegría. Nos da también la clave de ella. Vuelto hacia el Señor puede decir: «Tú eres mi bien» (v. 2).

El rasgo característico de este individuo es el de uno que ha apostado todo por Dios. Se ha «jugado» hasta su vida por él.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano (v. 5).

Ha aprendido un «ejercicio de piedad» fundamental: «Tengo siempre presente al Señor» (v. 8). Los resultados de este «ejercicio piadoso» son evidentes:

Con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena (v. 8-9).

No se para a hacer inventario de lo que está en manos de los demás. El tesoro que le espera está en buenas manos (v. 5).

Tampoco se dedica a repasar la lista de las cosas que le faltan, a las que ha renunciado. Está demasiado ocupado en descubrir la belleza de lo que el Señor le ha regalado:

Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad (v. 6).

No bastará toda la vida para la exploración de este «lote» que le ha tocado en suerte. 1 Ciertamente no es, como sería hoy, fácil calificar o descalificar según las categorías en boga «un asegurado», en el sentido más banal del término. Su vida no está exenta de pruebas, de dudas y de peligros. La «seguridad» de Dios no elimina los propios riesgos de toda aventura humana y religiosa.

Apunta su desánimo al ver como se corre desenfrenadamente tras los ídolos (v. 4). Soledad, deserción en masa, competencia despiadada de los «ritos» más llamativos y más fáciles, el gusto inextinguible por la vanidad.

Pero él no cede ante soluciones fáciles. No se deja impresionar por las modas. No es conformista. No está dispuesto a correr tras naderías. Ni quiere rifar su propio corazón y llenarlo de bagatelas. Sabe que su Dios es terriblemente celoso.

Yo no derramaré sus libaciones con mis manos, ni tomaré sus nombres en mis labios (v. 4).

Es el rechazo intransigente de todos los ídolos en sus formas más variadas y fascinantes.

Pero no está inmune ni siquiera de dudas, inquietudes, equivocaciones. El versículo 7: «hasta de noche me instruye internamente» nos hace imaginar que no está asegurado contra el insomnio.

Sin embargo, no es presuntuoso. Sabe a quién dirigirse. Sabe orar para descubrir los planes de Dios para él: «Bendeciré al Señor que me aconseja» (v. 7).

La muerte es sólo para los egoístas

Incluso cuando se encuentra zambullido en un grave peligro, tiene una certeza:

Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel 2 conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha (v. 10-11).

En este punto no me siento con fuerzas para embrollarme en las opiniones de los estudiosos acerca del alcance de estos dos versículos: es decir, si el salmista expresa una fe explícita en la vida eterna.

Para mí se trata de una intuición psicológica de la seguridad de uno que ama y por eso «siente» que la muerte no puede separarle de esa persona amada. Y como Dios es esta persona amada su omnipotencia puede

extenderse sobre la vida y sobre la muerte. Estamos en la lógica del amor. El amor que desarma a la muerte: un tema vivo en cierta literatura contemporánea. Un novelista pone en boca de Cristo estas palabras:

Sí; esto es el milagro. Quien ame a los demás como yo he amado, después de la muerte vivirá...

Y el ángel del sepulcro dice: él no puede permanecer en la muerte; la muerte es el castigo del egoísmo, se apodera sólo de quien elige existir para si solo (L. Santucci).

Nos queda la expresión final:

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha (v. 11).

Quizá estas palabras molesten a más de un lector de nuestro tiempo. Parecerán dulcemente consoladoras.

El hecho es que, quizá, nos estamos avergonzando de hablar de la alegría. Afirmaba Bertrand Russel: «Lo único que necesita hay el hombre para elevarse es abrir el corazón a la alegría y dejar que el miedo continúe rechinando los dientes como un fantasma entre las sombras del pasado olvidado».

De acuerdo, con tal de no olvidar la primera fuente de la alegría; con tal de no perder tiempo detrás de todos los ídolos que van pregonando sus baratijas.

Yo digo al Señor: «Tú eres mi bien» (v. 2).

Un sacerdote reivindica la alegría de ser verdadero

Un sacerdote del antiguo testamento no duda en divulgar la propia gloria. Pienso que le será lícito a un sacerdote del nuevo testamento, que interpreta este salmo, abrir un paréntesis personal.

Hoy se sabe todo, o al menos se cree saber todo sobre el sacerdote: crisis, exigencias, dificultades, inquietudes, sufrimientos y dichas.

Libros y periódicos, películas y asambleas, encuestas y noticias, revistas especializadas o no, intentan desvelar la problemática sacerdotal de hay que está a la búsqueda de su identidad en un mundo que se ha trasformado rápidamente.

Comprendo todo. Sería ridículo e incluso perjudicial ignorar que existen problemas complejos, malestar y fatigas no pequeñas.

Entiendo incluso a aquel predicador encargado de hablar en la jornada por las vocaciones. Había seguido el esquema clásico: el sacerdote es indispensable para la sociedad. Ahora bien, nos encontramos ante una preocupante falta de sacerdotes. Se había dirigido en primer término a los padres y les había suplicado que respetasen y no obstaculizasen jamás una eventual vocación religiosa de sus hijos. Después, dirigiéndose a los jóvenes, les rogaba que prestasen atención a la llamada del Señor, porque es imposible que esta llamada tenga menos fuerza hoy que en tiempos pasados.

Había puesto toda su fuerza, su convicción y su... voz. Cuando entraba en la sacristía, acalorado todavía, mientras se pasaba la mano por la frente sudorosa, se le oyó mascullar:

Menudo oficio...

Entiendo todo.

Pero en tiempos de reivindicaciones quisiera únicamente reivindicar por mi parte el derecho a la alegría. Sí, pido permiso para confesar sumisamente mi alegría. Alegría de ser sacerdote en este tiempo tremendamente incómodo. Mientras no se duda en hablar públicamente de las propias

crisis y sufrimientos, no veo por qué se deba tener tanto pudor para hablar de la propia alegría. Por eso me parece un deber de honradez, al comentar este salmo, manifestar a media voz, para no molestar a nadie, mi alegría.

Alegría de quien puede proclamar una palabra. Una palabra que le molesta y le serena, le inquieta y le conforta, le hace daño y le cura, le amedrenta y le da valor. Alegría de quien puede partir el pan todos los días entre los hermanos. Alegría de quien para no citar más que un ejemplo ha podido celebrar la eucaristía entre unos centenares de presidiarios, unidos alrededor de un altar improvisado en un oscuro corredor de la cárcel, custodiado por una implacable fila de rejas. Era el 11 de mayo de 1969. Porto Azzurro, Isla de Elba. Una fecha fundamental de mi sacerdocio. La acción de gracias se ha convertido en lágrimas. Y he sido capaz de balbucir: «Aunque sólo me hubiese hecho sacerdote para esta hora, valía realmente la pena... Gracias, Señor». Podría aún continuar... Pero que nadie crea que mi vida es coser y cantar y que mi camino está siempre iluminado por un haz de luz. Conozco momentos de equivocaciones, de desilusión, de desánimo. Alguna vez me sorprendo incluso mirando de reojo «el trozo de tierra» de los otros. Pero después, al hacer el inventario de lo que he recibido, me veo obligado a reconocer que «me ha tocado un lote hermoso» y a gritar que «me encanta mi heredad» (v. 6).

Es un lote que exteriormente puede parecer modesto y limitado. Pero me sobra. Es suficiente. Tengo mi cruz. Y también la de muchos otros. Puedo cultivar mis esperanzas y mis alegrías. Pero también las esperanzas y alegrías de los demás. Contiene mis afanes. Pero también las penas, los sufrimientos y las angustias de tantos otros hermanos. En definitiva estoy seguro de no mentir cuando exclamo:

Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad (v. 6).

Me viene a la mente el título de un libro del sacerdote escritor J. Montaurier: «La alegría de ser verdadero». Pienso que se aplica especialmente al sacerdote. El sacerdote es verdadero cuando desaparece. Cuando detrás de sí deja adivinar, trasparentar a Alguien. Nuestro papel es el de ser «signos». «Significar» es ciertamente un papel ingrato porque deja subsistir la inquietud, la duda de la propia opacidad. Además nunca se sabe si se llega a hacer algo en el corazón del hombre.

Cuando se es «signo» no es posible jamás hablar de éxito, de conquistas, y ni quisiera tener una contabilidad que tranquilice en los momentos de desaliento. El éxito es siempre el éxito de otro 3.

Sin embargo es ésta precisamente la fuente más segura de la alegría de un sacerdote. Desaparecer la gloria del «siervo inútil», hacerse trasparente, para dejar entrever la presencia de otro. Con esta clave creo que hemos de leer el v. 1 del salmo: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti».

Este «refugiarse» no es una evasión, una solución cómoda impuesta por el miedo. Es simplemente la «verdad» del sacerdote. De quien puede gritar la propia alegría de ser verdadero.

(Creo que no habré hecho enfadar a nadie por haber hablado de mi alegría, si he reivindicado públicamente el derecho a confesar a media voz mi alegría). Pero el salmo es para todos. Porque la alegría, la paz, la seguridad afectan a todos. El salmo 16 nos propone un test para la verificación de nuestra alegría.

Yo digo al Señor: «Tu eres mi bien» (v. 2).

Hagamos la prueba de repetir cientos, miles de veces esta frase. Especialmente la última palabra: «Tú eres mi bien».

Puede suceder que un cierto momento el disco se raye y que oigamos un chirriar estridente.

Signo inequívoco de que nuestro corazón alberga muchas baratijas. Que además de «apostar» por el Señor, hemos «apostado» también por la vanidad, el vacío, el éxito, el prestigio y por mil bagatelas más...

Por tanto, no hemos de admirarnos de que nuestra alegría haya sido hecha pedazos. Y que los pedazos que fatigosamente recogemos nos hieren las manos...

2.

La resurrección de Cristo es esperanza de incorrupción. Ella hace posible que las afirmaciones del salmista tengan plenitud de sentido en los labios del cristiano. Por Cristo, el cristiano puede vivir su vida en clave de inmortalidad.

3.

DICHOSA LA INTIMIDAD CON DIOS:

"No me arrepiento de nada", mi opción es maravillosa. Dios "mi consejero"... Dios "presencia constante y protectora"... Dios "mi alegría, mi fiesta"... Dios "mi vida, mi resurrección".., Dios "mi camino, el sentido de mi vida"... Dios "mi felicidad eterna"...

Este salmo se clasifica en la categoría de los "Salmos del huésped de Yahveh". El hombre que ora aquí, vive en un mundo materialista, en que los cultos paganos han invadido la sociedad "tras los ídolos van corriendo".. se someten a sus "libaciones sangrientas". En esa época se inmolaban niños a Moloc. El autor denuncia esta increíble propagación del paganismo, sus prácticas y sus devastaciones.

Es más: este hombre está tentado por este mundo circundante, por "los ídolos del país, sus dioses que tanto amé". Convertido al verdadero Dios, está turbado por el éxito y la prosperidad aparente de las grandes naciones paganas. El materialismo sin Dios es atractivo: "tras ellos van corriendo"... hay que armarse de valor para enfrentarse a una corriente de opinión. La gran tentación en todos los tiempos, ha sido el "sincretismo": esto es, juntar una pequeña dosis de "fe y una gran dosis de "materialismo"... algo de verdadera religión y algo de ídolos... un poco de Dios y mucho del dios Mamon, el dinero...

Tentado, turbado, por el mundo circundante el salmista pide a Dios ilumine el sentido de su existencia como "pueblo separado", "pueblo elegido". Siente en el fondo de su corazón la seguridad de "tener la mejor parte". Su opción de creyente y practicante, lejos de ser un peso, una obligación onerosa, es para él fuente pura de dicha incomprensible para los paganos, y describe su vida de intimidad con Dios. Entonces todo el vocabulario de dicha aflora a sus labios: "mi refugio"... "mi dicha"... "mi heredad"... "mi copa embriagadora"... "mi destino"... "suerte maravillosa"... "mi herencia primorosa" "mi alegría"... "mi fiesta"...

Los versículos 5 y 6 hacen alusión al hecho de que la tribu de Leví (aquellos que servían a Dios en el templo), en el momento de la división de Palestina, hecha por suerte, no recibieron territorio: su parte, su heredad, era Yahveh. (/Nm/18/20, Deuteronomio 10,9, Sirac, el sabio 45,22). En

esta forma la "vida de los levitas", que vivían en el templo, se convirtió en un símbolo de intimidad con Dios: la tierra de Canaán, dominio sagrado de Dios, dado a su pueblo... la casa de Dios, dominio sagrado al que introdujo a sus huéspedes... anuncios proféticos de la "era mesiánica" en que Dios "morará con los suyos y ellos con El".

"Tú no puedes abandonarme a la muerte, ni dejar que tu "Hassid", tu "amigo", vea la corrupción."

En hebreo hay una palabra cuyos matices son intraducibles. El "Hassid" es el hombre que ha sido objeto de la Hessed divina: el amor misericordioso. El hombre se convierte en "fiel", "amigo", de Dios: él corresponde al amor. ·Chouraqui, antiguo alcalde de Jerusalén, gran conocedor de la lengua judía traduce así este texto: "tu no puedes permitir que tu "amante" vea la corrupción".

El verdadero "Hassid ", es Jesús. El único que puede hoy recitar este salmo es Cristo resucitado, vencedor de la muerte. "Aun durante la noche mi corazón se alegra... mi carne reposa tranquila... ¡Tú no puedes abandonarme a la muerte, ni dejar que aquel que tú amas y que te ama, vea la corrupción!" Seguramente el levita que escribió esto, no pensó en la doctrina de la resurrección, sino confusamente, y adivinó que una de las exigencias del amor es la no separación del ser amado: nuestra fe en la resurrección se apoya en esta certeza, miles de veces repetida, que Dios nos ama con amor (Hessed).

"Señor, la parte de mi herencia, y mi copa". Jesús, un día tomó también una "copa" ... y nosotros la tomamos siguiendo su mandato: "Tomad y bebed". Sí, nuestra suerte es maravillosa, nuestra parte la más bella... y sin cesar nos reunimos para dar "gracias". Esto es la Eucaristía.

"Tengo al Señor ante mí... está a mi derecha... en tu presencia, la alegría... a tu derecha la felicidad..." ¿Escuchamos a Jesús que pronuncia estas palabras

ardientes? Nos preguntamos a veces lo que Jesús podría decir durante las largas noches que pasaba en oración (Lucas 6,12 - Mateo 5,1 - Marcos 3,13). Formado en la oración mediante los salmos, era quizá este salmo el que repetía. Al recitarlo nosotros, repetimos la "oración de Jesús". Para expresar su intimidad con el Padre, Jesús utilizó a menudo la imagen de la "morada", de la "casa" de Dios. "Permaneced en mí, como yo permanezco en vosotros" (Juan 15,4). "Estoy a la puerta y llamo... si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Apocalipsis 3,20). No es por mera casualidad que Jesús tomara como signo de su presencia ¡"una comida", a la cual nos invita!...

El lado dramático de la vida de un verdadero creyente. Quien tiene fe es un hombre inmerso en un mundo que vive en forma muy diferente a él. "Nosotros por causa de Cristo, pasamos por locos" (/1Co/04/10). Podemos, como el levita de este salmo, sentirnos muy solos; el paganismo nos rodea por todas partes. Los "ídolos" están cerca, siempre tentadores: el sexo, el poder, el placer, la independencia total, etc... Si miro la vida de cerca, descubro mi idolillo personal... esta fruslería a la que doy demasiada importancia. Mediante este salmo pedimos a Dios no "absolutizar" nada. ¡Dios es el único absoluto! Nadie más... Si doy a algo distinto un carácter absoluto, estoy creando un ídolo, que tarde o temprano se romperá en mis manos. "¡Señor, líbrame, líbranos de los ídolos!"

La certeza que Dios está con nosotros, Emmanuel. Podemos mantener con él una conversación continua, día y noche: meditación-conversación-oración... De lo contrario preferiremos los ídolos del mundo. Señor, que te busque, que Tú seas mi único amor absoluto.

El tema de la felicidad. Escuchemos una traducción del Padre Claudel "Permitidme medir maravillado esta herencia que me cayó del cielo... Tú me has saciado con tu rostro... Escucha lo que te digo muy quedo para que solamente Tú lo oigas: Oh, el Señor que no he merecido de ninguna

manera... ¡Magnífico! ¡La porción que me tocó es algo del otro mundo! ¡La parte que me tocó no hay cómo ponderarla, es algo bello!... Tú has embriagado mi corazón, Tú has desatado mi lengua... Lléname de las delicias de tu rostro, lugar en que todos los caminos terminan..."

Este salmo nos permite descubrir con Dios el lenguaje de los "enamorados", de los "Hassidim" (plural de "Hassid").

4.

1. Espiritualidad sacerdotal en el salmo 15

En segundo lugar, y dado que me interesa mucho insistir en la unidad de los dos Testamentos, deseo abordar ahora un texto del Antiguo Testamento, el salmo 16 (15 según la numeración griega). Los mayores de entre nosotros pronunciaron el versículo 5 de este salmo en el momento de recibir la tonsura, cuando fueron aceptados al estado clerical, casi como divisa de la misión que entonces asumieron. Cuando vuelvo sobre este salmo (ahora se reza en las Completas del jueves) me viene siempre a la memoria cómo traté entonces, penetrando el sentido de este texto, de hacerme cargo del compromiso que abrazaba, para poder vivirlo desde una comprensión profunda. Y así, este versículo ha venido a ser para mí una luz preciosa, de suerte que lo he tenido siempre como emblema de lo que significa ser sacerdote y de cómo vivirlo en la práctica. Así reza este versículo en la traducción de la Vulgata: «Dominus pars haereditatis meae, et calicis mei. Tu es qui restitues haereditatem meam mihi» («El Señor es la parte de mi heredad y mi cáliz; tú eres quien me garantizas mi lote»).

Estas palabras expresan de manera concreta el contenido del versículo 2: «¡No hay dicha para mí fuera de ti!» Lo hacen en un lenguaje realmente profano, en un contexto pragmático y casi me atrevería a decir no teológico, es

decir, en el lenguaje del propietario de hacienda y de la distribución de la tierra en Israel, tal como se describe en el Pentateuco y en el libro de Josué.

De esta distribución de la tierra entre las tribus de Israel quedó excluida la tribu de Leví, la tribu de los sacerdotes. Esta no recibió territorio alguno. A ella se refieren estas palabras: «Es Yahveh su heredad» (Dt 10,9; Jos 14,4); «Soy yo (Yahveh); tu parte y heredad» (Núm 18,20). Aquí se trata, ante todo, de una ley de conservación simple y concreta: los israelitas viven de la tierra que les es asignada; la tierra es la base física de su existencia. A través de la posesión de la tierra, el israelita recibe la parte de vida que le corresponde, valga la expresión. Sólo los sacerdotes no logran su sustento por medio del trabajo agrícola, al modo de los campesinos, que viven del cultivo de sus campos; el único fundamento de su vida, incluso de su vida física, es el mismo Yahveh. En términos concretos: los sacerdotes viven de su participación en las ofrendas y otras donaciones cultuales, de los bienes que se ofrecen a Dios; de estos bienes reciben ellos una parte, como encargados del servicio divino.

Se trata, en primer término, de dos formas de sustento físico; pero, en el contexto general del pensamiento de Israel, estas formas entrañan una significación mucho más profunda. Para un israelita, la tierra no es únicamente garantía de subsistencia; es el modo en que participa de la promesa hecha por Dios a Abraham, es decir, la promesa de su inserción en el contexto vital del futuro pueblo elegido. De este modo, la tierra vino a garantizar, al mismo tiempo, la participación en el poder mismo del Dios vivo. El levita, por el contrario, se caracteriza por no tener parte en la tierra y, en este sentido, es el hombre que no se halla protegido por garantía terrena alguna, que se encuentra excluido de tales garantías. Su vida se proyecta directa y exclusivamente hacia Yahveh, como se afirma en el salmo 22 (v.11). Tal vez pueda parecer, a primera vista, que la tierra viene a sustituir a Dios como garantía de subsistencia, casi como si ofreciera una forma

independiente de seguridad; pero es ésta una visión que nada tiene que ver con la concepción levítica de la existencia. Dios es el único que garantiza la vida de una manera directa; en El se funda incluso la vida terrena, la vida física. En el momento en que desapareciera el culto divino, la vida perdería la fuente de su sustento. De esta suerte, la vida del levita es, al tiempo, privilegio y riesgo. La cercanía de Dios es su único y directo medio de vida.

Me parece importante introducir aquí una consideración. Resulta evidente que la terminología de los versículos 5 y 6 es la terminología de la apropiación de la tierra y de la diferente atribución a la tribu de Leví de lo necesario para el sustento. Esto significa que este salmo es el canto de un sacerdote que expresa aquello que constituye el centro físico y espiritual de su existencia. Quien en este salmo ora, cumple todo cuanto la Ley ha establecido para él: la privación de posesiones exteriores y una vida sustentada por el culto divino y para el culto divino, de tal manera que este culto no se entiende únicamente en el sentido de una forma determinada de subsistencia, sino que se vive como verdadero fundamento. Este orante espiritualiza la Ley, la transfiere a Cristo, precisamente porque en él no llega a realizarse en plenitud su genuino contenido. Este salmo reviste indudable importancia para nosotros: en primer lugar, porque se trata de una plegaria sacerdotal; en segundo lugar, porque encontramos aquí la autosuperación interna del Antiguo Testamento en movimiento hacia Cristo, el impulso de aproximación por el que el Antiguo Testamento se proyecta hacia el Nuevo, y de este modo podemos admirar la unidad de la historia de la salvación. No vivir en virtud de lo que uno posee, sino del culto, significa para el orante vivir en la presencia de Dios, fundar la propia existencia en un confiarse a El desde lo más íntimo. A este propósito, Hans-Joachim Kraus observa acertadamente que el Antiguo Testamento nos permite entrever aquí una cierta comunión mística con Dios, que se desarrolla a partir de esa singular condición de la prerrogativa levítica.

Dios ha venido a ser, por consiguiente, la «Tierra» del orante. En los versículos siguientes aparece con toda claridad qué dimensiones asume concretamente esta realidad en la vida cotidiana. En ellos se dice: «El Señor está siempre a mi diestra». Caminar con Dios, saberlo siempre cercano, tratar con él, mirarle y dejarse examinar por El, he ahí lo que constituye el centro de esta prerrogativa de los levitas. De esta suerte, Dios se hace verdaderamente una tierra, el territorio de nuestra vida. Y así vivimos y «moramos» en su casa. El salmo enlaza aquí con todo lo que hemos encontrado en Juan. En consecuencia, ser sacerdote significa: ir a su casa y de este modo aprender a ver, permanecer en su morada.

En los versículos siguientes se aprecia de una manera todavía más intensa cómo esto puede acontecer. El salmista ora a Yahveh, que le «aconseja»; o le da gracias porque de noche le «instruye». Es evidente que, con estas expresiones, los Setenta y la Vulgata piensan en la corrección física, que «educa» al hombre. La «educación» se entiende como un someterse el hombre a su verdadera medida, lo cual no se realiza sin sufrimiento. La palabra «educación», en este caso, quiere expresar en suma la orientación del hombre en el camino de la salvación, el proceso de transformaciones en virtud del cual pasamos de ser barro a ser imagen de Dios, y así nos hacemos capaces de Dios para la eternidad. La vara de aquel que corrige es aquí sustituida por el sufrimiento de la vida, por medio del cual Dios nos conduce y nos lleva a habitar en su morada. Todo esto trae a nuestra memoria el gran salmo de la palabra de Dios, el /sal/119, que recitamos a lo largo de la semana en la Hora intermedia.

Este salmo se halla construido en torno a la afirmación fundamental de la existencia del levita: «El Señor es mi porción» (v.57; cf. v.14). Y con esta afirmación se hacen de nuevo presentes, en múltiples variaciones, los motivos mediante los cuales el salmo 16 explica esta realidad: «Tus preceptos (...) son mis consejeros» (v.24). «Bien me ha estado ser humillado para aprender tus estatutos» (v.71).

«Conozco, oh Yahveh, que son justos tus juicios y que con razón me afligiste» (v.75). De este modo se comienza a comprender la profundidad de la invocación que recorre todo el salmo, como un ritornello: «¡Enséñame tus preceptos!» (v.12.26.29.33.64). Cuando nuestra vida se halla verdaderamente anclada en la palabra de Dios, el Señor nos «aconseja». La palabra bíblica deja de ser entonces un vocablo cualquiera, genérico y distante, y se convierte en un término que compromete directamente mi vida. Supera la distancia de la historia y se hace para mí palabra personal. «El Señor me aconseja»; mi vida se convierte en una palabra que proviene de El. De esta suerte se hace realidad el dicho: «Tú me enseñarás el sendero de la vida» (Sal 16,11). La vida deja de ser un oscuro enigma. Aprendemos qué significa vivir. La vida se aclara, y, en el centro mismo de ese «ser educado», se transforma en alegría. «Fueron para mí cantos tus estatutos», leemos en el salmo 119 (v.54); no de otro modo se expresa el salmo 16: «Por eso se alegra mi corazón, jubila mi lengua» (v.9); «la hartura de alegría ante ti, las delicias a tu diestra para siempre» (v.11).

Cuando estas lecturas del Antiguo Testamento se ponen en práctica y la palabra de Dios es acogida como tierra de la vida, entonces surge espontáneamente el contacto con aquel en quien creemos como Palabra viviente de Dios. No me parece en absoluto casual que este salmo representara para la Iglesia antigua la gran profecía de la Resurrección, la descripción del nuevo David y del Sacerdote definitivo, Jesucristo. Conocer la vida no significa dominar una técnica cualquiera, sino superar los límites de la muerte. El misterio de Jesucristo, su muerte y su resurrección resplandecen allí donde la pasión de la palabra y su indestructible fuerza vital se hacen experiencia viva.

Para que esto se haga realidad no es preciso llevar a cabo grandes transposiciones en nuestra propia espiritualidad. Pertenecen a la esencia misma del sacerdocio aspectos tales como el estar expuesto del levita, la carencia de una tierra, el vivir proyectado hacia Dios. El relato de la

vocación de Lucas (5,1-11), que consideramos al principio, concluye lógicamente con estas palabras: «Ellos lo dejaron todo y le siguieron» (v.11). Sin ese despojarse de todas nuestras posesiones no hay sacerdocio. La llamada al seguimiento de Cristo no es posible sin ese gesto de libertad y de renuncia ante cualquier compromiso. Creo que, bajo esta luz, adquiere todo su profundo significado el celibato como renuncia a un futuro afincamiento terreno y a un ámbito propio de vida familiar; más aún, se hace indispensable para asegurar el carácter fundamental y la realización concreta de la entrega a Dios. Esto significa, claro está, que el celibato impone sus exigencias respecto a toda forma de plantearse la existencia. No puede alcanzar su pleno significado si nos plegamos a las reglas de la propiedad y del juego de la vida, tal como hoy se aceptan comúnmente. Sobre todo, no puede consolidarse si no hacemos de ese nuestro habitar en la presencia de Dios el centro de nuestra existencia. El salmo 16, como el salmo 119, acentúa vigorosamente la necesidad de una continua familiaridad meditativa con la palabra de Dios; únicamente así puede esta palabra convertirse en morada nuestra. El aspecto comunitario de la piedad litúrgica, que esta plegaria sálmica necesariamente implica, queda de manifiesto cuando el salmo habla del Señor como «mi cáliz» (v.5). Según el lenguaje habitual del Antiguo Testamento, esta alusión se refiere al cáliz festivo que se hacía pasar de mano en mano durante la cena cultual, o al cáliz fatídico, al cáliz de la ira o al de la salvación. El orante sacerdotal del Nuevo Testamento puede encontrar aquí indicado, de un modo particular, aquel cáliz por medio del cual el Señor, en el más profundo de los sentidos, se ha hecho nuestra tierra, el Cáliz eucarístico, en el que él se entrega como vida nuestra. La vida sacerdotal en la presencia de Dios viene de este modo a realizarse de una manera concreta como vida que vive en virtud del misterio eucarístico. La Eucaristía, en su más profunda significación, es la tierra que se ha hecho nuestra heredad y de la que podemos decir: «Cayó para mí la suerte en parajes amenos y es mi heredad muy agradable para mí» (v.6).

5. SINCERIDAD CONMIGO MISMO

Digo a mi Señor: «Tú eres mi Dios; mi felicidad está en ti. Los que buscan a otros dioses no hacen más que aumentar sus penas; jamás pronunciarán mis labios su nombre».

Repito esas palabras, te digo a ti y a todo el mundo y a mí mismo que soy de veras feliz en tu servicio, que me dan pena los que siguen a «otros dioses»; los que hacen del dinero o del placer, de la fama o del éxito, la meta de sus vidas; los que se afanan sólo por los bienes de este mundo y sólo piensan en disfrutar de gozos terrenos y ganancias perecederas. Yo no he de adorar a sus «dioses».

Y, sin embargo, en momentos de sinceridad conmigo mismo caigo en la cuenta, con claridad irrefutable, que también yo adoro a esos dioses en secreto y me postro ante sus altares. También yo busco el placer y las alabanzas y el éxito, y aun llego a envidiar a aquellos que disfrutan los «bienes de este mundo» que a mí me prohíbe mi fe. Sí que renuevo mi entrega a ti, Señor, pero confieso que sigo sintiendo en mi alma y en mi cuerpo la atracción de los placeres de la materia, la fuerza de gravedad de la tierra, la pena escondida de no poder disfrutar de lo que otros disfrutan. Aún tomo parte, al amparo de la oscuridad y el anónimo, en la idolatría de dioses falsos, y ofrezco irresponsablemente sacrificios en sus altares. Aún sigo buscando la felicidad fuera de ti, a pesar de saber perfectamente que sólo se encuentra en ti.

Por eso mis palabras hoy no son jactancia, sino plegaria; no son constancia de victoria, sino petición de ayuda. Hazme encontrar la verdadera felicidad en ti; hazme sentirme satisfecho con mi «heredad», mi «lote» y mi «suerte», como me has enseñado a decir.

«El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en su mano:

me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad».

Enséñame a apreciar la propiedad que me has asignado en tu Tierra Santa, a disfrutar de veras con tu herencia, a deleitarme en tu palabra y descansar en tu amor. Y prepárame con eso a hacer mías en fe y en experiencia las palabras esperanzadoras que pones en mis labios al acabar este Salmo:

«Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha».

Hazlo así, Señor.

SEGUNDA LECTURA

La aceptación de Cristo como único salvador implica el rechazo de toda virtualidad dinástica, como si fuera necesario ser de buena familia o pertenecer a altos grados de la sociedad, para acercarse a las metas de la auténtica realización y plenitud humanas.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 1,17-21.

Queridos hermanos:

Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida.

Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre

de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.

Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA 1 P 1, 17-21

1.

Si hacemos abstracción del comienzo (1 Pe 1-2) y del final de esta carta (1 Pe 5, 12-14), nos encontramos ante una especie de libreto pastoral para la celebración de la vigilia pascual conforme al rito cristiano y del bautismo. Los primeros versículos (1 Pe 1, 3-17) reproducen la oración inicial de la liturgia, inspirada a su vez en un antiguo himno bautismal. Los versículos que estamos comentando podrían constituir el cañamazo de la homilía sobre la lectura de Ex 12. Esta homilía se extiende del v. 13 al v. 21 y va seguida inmediatamente de una exhortación a los recién bautizados (vv. 22-23).

* * *

a) La homilía contiene un comentario cristiano del ritual de la Pascua judía que desacraliza a este último en beneficio de las actitudes de fe y de conversión a la persona viva de Jesucristo sacrificado.

Lo mismo que los hebreos en el banquete pascual, los cristianos tienen que ceñirse los lomos (1 Pe 1, 13; cf. Ex 12, 11), pero han de ser los "lomos del espíritu". Lo mismo que los primeros debían velar toda la noche, los segundos tienen que estar "vigilantes" (1 Pe 1, 13; cf. Ex 12, 8). Los hebreos se vieron libres de la esclavitud de Egipto por la

sangre de un cordero "corruptible"; los cristianos son salvados por una sangre "preciosa", la del mismo Cristo (v. 19). Y el autor lo prueba así: más aún que el cordero pascual, Cristo está libre de mancha (Ex 12, 5) y, sobre todo, ha sido "elegido de antemano" (v. 20).

Este último aserto hace alusión al ritual que establecía que el cordero pascual debía ser escogido ya en el décimo día del mes para ser sacrificado el día decimocuarto (Ex 12, 3). Como la tradición judía aseguraba, por otro lado, que el carnero que sustituyó a Isaac en la hoguera (Gén 22, 13) era realmente un cordero "elegido de antemano" por Dios, quienes escuchaban la homilía de 1 Pe estaban hechos a la idea de un cordero elegido previamente por Dios para la liberación del pueblo (versículos 19-20).

b) La muerte y la liberación de Cristo se presentaban, pues, como un misterio del amor de Dios para con nosotros: recibir el bautismo es ser admitido a ese misterio y profesar su fe el él (v. 21).

El bautismo se convierte entonces en un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 11). La tradición cristiana hablará de nuevo nacimiento en el Espíritu (Jn 3, 11) o por la Palabra (v. 23; cf. Sant 1, 18). De cualquier forma, importa hacer depender de Dios la propia salvación dejando de contar con la "carne" o lo "corruptible" (v. 23).

Se trata, pues, de dar un giro completo a la existencia, situada de ahora en adelante en dependencia de Dios (la obediencia a la verdad: v. 22), y de traducirla en un amor a los hermanos que sólo Dios puede inspirar (vv. 21-22).

2.

Continúa la exhortación de este escrito sin nuevos motivos ni ideas, sino insistiendo en un estilo de predicación en los puntos fundamentales de la existencia cristiana. La fe y

adhesión a Cristo han de manifestarse de un modo concreto, de acuerdo a las circunstancias de las respectivas vidas. Del mismo modo que El ha padecido y ha sido glorificado, también nosotros debemos pensar eso mismo de nuestros padecimientos actuales, cuando los hay.

No es raro que no en todos los pasajes bíblicos se encuentren ideas o mensajes nuevos. De hecho, lo importante no es la ilustración del entendimiento o el juego intelectual o novedoso, sino la interiorización de los puntos fundamentales. Tanto para los destinatarios de esta carta/escrito como para los actuales lectores del mismo. Por eso se trata casi más de meditar o dejarse empapar de textos como éste que de reflexionar activamente sobre ellos.

Y no sólo sobre éste, sino sobre otros muchos, y casi, casi, sobre todos. Solemos perdernos en palabras, escritas o predicadas, dejando menos espacio a que calen los motivos cristianos fundamentales como los que se afirman y recuerdan en estas líneas.

3.

Se exhorta a obrar como hijos ejemplares de quien llamamos Padre. La fe nos ha de hacer que, de corazón, practiquemos la solidaridad (efectiva y afectiva), la libertad, la sinceridad. La suma de estas actitudes es la bondad que constituye el culto que Dios quiere (sacerdocio cristiano).

Promover la construcción de la persona por encima de cualquier materialismo es la tarea que se ha de hacer también desde las instituciones, incluso transformándolas según Cristo, nuestro guía.

Hay que saber dar razón de este actuar y, si es necesario, saber sufrir por no adorar a los ídolos.

4.

-El invocar a Dios como "Padre nuestro" (Mt 6, 9; Rm 8, 15; Gál 4, 6) no debe hacernos olvidar que es también el juez que juzga sin acepción de personas. El temor de Dios nos ayudará a superar los peligros de nuestra marcha hacia la casa del Padre. Otro motivo para vivir santamente es el recuerdo del alto precio con el que hemos sido rescatados de una vida sin sentido y sin libertad. Este precio ha sido nada menos que "la sangre de Cristo" (cfr 1. Cor 6, 20; Ap 5, 9).

J/CORDERO J/CENTRO-HISTORIA: Cristo es el verdadero "Cordero de Dios" (Jn 1, 29 y 36), sin mancha y sin pecado, que se ha ofrecido a sí mismo en sacrificio para satisfacer por todos los pecados del mundo y alcanzar así la verdadera libertad de los hombres. Todo lo que estaba ya prefigurado en el sacrificio del cordero pascual en el A.T. (cfr.Lv 1, 10; 3, 6; 4, 32; 22, 19-21; Ex 29, 1) se cumple abundantemente en el sacrificio de la cruz (Mt 26, 28; Mc 14, 24: Rm 3, 25; Ef 1, 7; Heb 9, 14, etc.).

Pues no sólo el A.T. sino toda la historia llega a su destino en Cristo, muerto y resucitado, que inaugura "el final de los tiempos". Es así como lo ha ordenado el Dios vivo, el Dios de la historia, desde toda la eternidad. Todo lo que estaba escondido en la voluntad de Dios se ha manifestado al final de los tiempos, en su Hijo que vino al mundo a cumplir su voluntad (Rm 16, 25s.; Col 1, 26).

5.

La primera de Pedro anima a los creyentes que se encuentran en un momento de particular dificultad (persecución de Nerón probablemente). De ahí que se recuerden los pilares de la fe: Dios es un juez justo (Rom 2, 11), pero también es un padre (Mt 6, 9). El hombre no

sabe unir estos dos elementos en la proporción buena; pero solamente si tenemos en cuenta estos dos puntos nuestra vida puede ser tomada en serio. No podremos aprovecharnos nunca de la plusvalía de los demás, pero hay un Padre que, por el triunfo de Jesús, sabe perdonar.

El verbo "rescatar" (lytroo) hunde sus raíces en el At, designando a Dios como el rescatador del pueblo (Dt 7, 5; 15, 15). El rescate mesiánico se ha realizado en Jesucristo (1 Cor 1, 30; Col 1, 14) con la finalidad de hacer un pueblo de características nuevas (Ef 1, 14), pero no será pleno hasta el final de los tiempos (Ef 1, 14). Detrás de esta concepción teológica está la idea de "rescate" o precio pagado por la libertad de un prisionero. El recordarnos el rescate no es para sonrojarnos por un beneficio parternalistamente dado por el Dios de poder, sino para hacernos una llamada a la seriedad de vida: no podemos vivir en cristiano como si Jesús no hubiera pagado un alto precio humano por nosotros. V. 19: Son las cualidades exigidas al cordero pascual (cf. Ex 12, 5). La honradez de vida de Jesús ha quedado clara y confirmada con su entrega en la cruz. Al creyente le toca ahora el mostrar que ha aceptado la fe. Somos llamados a un tipo de vida nuevo, con sentido. No da lo mismo vivir en el tiempo de Jesús o fuera del tiempo de Jesús. El plan de Dios tiene una perfecta continuidad. Nosotros somos los continuadores de la ley primera de Dios, del deseo santo de Dios. Nosotros, los que creemos en Jesús, somos el verdadero pueblo de Abrahan (Rom 11,). No ha habido ningún cambio radical: Jesús ha venido a culminar el proceso. De ahí que la llamada se hace, aún más si cabe, a la responsabilidad última del hombre.

6.

Con imágenes y frases provenientes del Antiguo Testamento y de otras que parten de la situaci6n de los destinatarios (extranjeros y provenientes del paganismo),

el autor de la carta recuerda dónde se fundamenta la exigencia de una vida santa.

Hay que ir con cuidado mientras peregrinamos por este mundo. Seremos juzgados por las obras. El juez es Dios, a quien invocamos como Padre. Pero la atenci6n sobre las propias obras no viene impuesta por una exigencia ascética, sino porque hemos sido rescatados de una manera de vivir que conduce a la muerte.

El precio del rescate tiene mucho más valor que todo lo que tenemos por más valioso. Es la sangre de Cristo, el cordero verdadero, sacrificado para que los demás tengamos vida. Esta realidad forma parte del plan salvador de Dios, que ha culminado en la resurrección y glorificación de Jesús. De aquí nace la posibilidad de poner en este Dios la fe y la esperanza, que comportan, claro está, un estilo de vida determinado: el mismo que llevó a Jesús a la glorificación.

7.

El escrito que iniciamos hoy, la llamada primera carta de Pedro, se inscribe en el género epistolar por su encabezamiento y por la despedida final. Por lo demás, podría ser considerado como un conjunto de exhortaciones basadas en motivos cristológicos. Pues bien: esa estructura que combina el motivo cristológico con la exhortación se encuentra perfectamente delimitada en el fragmento que acabamos de leer: tras el encabezamiento y el saludo (1-2) aparece una larga sección que describe y define la vida cristiana como un nacimiento a la esperanza (3-12). Finalmente se nos exhorta a que vivamos nuestra esperanza en obediencia y temor (13-21).

En las cartas paulinas, esta combinación de motivos cristológicos y exhortaciones constituye el núcleo del escrito: hay una primera parte teológica y una segunda

más práctica, que apunta a la vida de cada día y a sus dificultades y tropiezos. Así, las exhortaciones no surgen de la nada, no quedan vacías y lejanas: tienen su fundamento y razón de ser en la experiencia de Cristo, en la participación del Espíritu como raíz de la nueva vida, del renacimiento.

Tal vez esto nos ayude a entender el sentido de la exhortación que encontramos en el texto de hoy a la obediencia y al temor. Muchas veces nos sorprende que se aplique a nuestra relación con Dios la palabra temor, y la rechazamos sin más. Pero ese término, tal como se utiliza en nuestro texto, debe entenderse en el marco de la experiencia cristiana de la esperanza, tan claramente expuesta en el fragmento dogmático. Si queremos describir la experiencia del cristiano tendremos que utilizar palabras y conceptos tomados de nuestra vida. Pero no poseerán un sentido cristiano si no han sido confrontados con el seguimiento de Jesús. Tal es la enseñanza del fragmento de hoy.

SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

1 Pe 1,17-21: Salta de gozo, cristiano: tú saliste vencedor del contrato de tus enemigos

Para no perdernos en muchas palabras, volvamos a lo que antes hemos cantado. ¿Cómo dice Cristo: Rompiste mi saco y me ceñiste de alegría? (Sal 29,12). Su saco era la semejanza de la carne de pecado. No te parezca vil porque diga mi saco; dentro de él estaba tu precio. Rompiste mi saco. Hemos venido a parar a este saco. Rompiste mi saco. Fue roto en la pasión. ¿Cómo, pues, dice a Dios Padre: Rompiste mi saco? ¿Quieres saber por qué dice a Dios Padre: Rompiste mi saco? Porque no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos (Rom 8,32). Lo hizo por medio de los judíos, sin que ellos fueran conscientes, para

redimir a los que lo sabían y confundir a los que lo negaban. Ellos ignoraban, en efecto, el bien que con su mal obrar nos causaron a nosotros. El saco fue colgado, y el impío pareció llenarse de alegría. El perseguidor rompió el saco con la lanza, y el Redentor derramó nuestro precio.

Cante Cristo el Redentor; gima Judas el vendedor, y ruborícese el judío, el comprador. Judas efectuó una venta y el judío una compra. Hicieron un mal negocio, ambos sufrieron pérdidas, y se perdieron a sí mismos, tanto el vendedor como el comprador. Quisisteis comprar; ¡cuánto mejor os hubiera sido ser rescatados! Judas vendió, el judío compró. ¡Desdichado contrato! Ni el primero tiene el precio, ni el segundo a Cristo. A uno le digo: «¿Dónde está lo que recibiste?»; y al otro: «¿Dónde está lo que compraste?». A aquél le digo: «Tu venta fue un defraudarte a ti mismo». ¡Salta de gozo, cristiano; tú saliste vencedor del contrato entre tus enemigos! Tú adquiriste lo que uno vendió y el otro compró.

EVANGELIO

Los relatos evangélicos sobre las apariciones de Jesús resucitado están muy lejos del «milagrismo». El triunfo de Jesús sobre la muerte no suprimía mágicamente la marcha fatigosa de la humanidad en busca de su liberación histórica y de su salvación final. Según el proyecto primitivo de Dios, «era necesario que el Mesías padeciera antes de entrar en su gloria».

La Eucaristía es un signo de acogida hacia todos los peregrinos que coinciden en el mismo camino que nosotros realizamos. «Quédate con nosotros, porque atardece». La salvación nos aparece cuando nos sentamos fraternalmente en la misma mesa y partimos el pan, y lo damos a los compañeros del camino. Entonces «se les abrieron los ojos y lo reconocieron».

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 24,13-35.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

El les dijo:

-¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: .

-¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

El les preguntó:

-¿Qué?

Ellos le contestaron:

-Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que

estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.

Entonces Jesús les dijo: .

-¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo:

-Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.

Y entró para quedarse con ellos. Sentado á la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.

Ellos comentaron:

-¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo:

-Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

COMENTARIOS AL EVANGELIO Lc 24, 13-35

Par: /Mc/16/12-13

1.

El evangelio de Emaús es demasiado conocido para que sea necesario describir toda su riqueza; su tono, tan humano, hace resonar un eco tan profundo en nuestros corazones, en el corazón de todos sus oyentes, que cualquier comentario corre el peligro de alterar su excepcional transparencia. Arriesguemos, no obstante, algunas sugerencias.

Leído a continuación de las frases paulinas de las segundas lecturas, el episodio de los peregrinos de Emaús aparece como la celebración de la renovación que la resurrección de Jesús opera en aquellos que aceptan tal mensaje. Al final de su larga marcha, los dos discípulos están renovados por completo. Su comprensión de la vida ya es "otra". Hasta entonces, veían en la muerte el fracaso último de la humanidad. A sus ojos, cualquiera, por gran profeta que hubiera parecido, "por poderoso en obras y en palabras" que hubiese podido ser "delante de Dios y todo el pueblo", cualquiera que es "condenado a muerte y crucificado", corona su vida con un fracaso radical que destruye todo su significado. Ahora bien, esa teoría sobre la existencia, teoría que la experiencia corriente corrobora, es la que es falsa desde ahora.

Debido, en primer término, al Antiguo Testamento, que anunció por la voz de "Moisés y de los Profetas" que un hombre, el Mesías, tras haber soportado tales sufrimientos y experimentado el fracaso que significaban, "entraría", no obstante, "en la gloria" y obtendría el éxito verdadero.

Y ese anuncio de un vuelco tan categórico de las cosas, objeto por largo tiempo de una promesa, se ha hecho, a partir de ese día, realidad. El compañero de camino de los

dos discípulos es "Jesús, el Nazareno", el mismo sobre el que se lamentaban los dos viajeros, a quien "concernía" la enseñanza de Moisés y de los Profetas, el que vive el destino inédito que aquellos héroes del pasado habían definido de antemano. Tras haber "soportado los sufrimientos predichos", "entra ahora en su gloria".

Se trata, pues, de una comprensión de la vida totalmente renovada, que Jesús, con su recuerdo del Antiguo Testamento, con su palabra, con su propia presencia, ofrece a los discípulos. Una teoría de las cosas que empalma con sus íntimas aspiraciones: se lo dicen uno a otro, reconociendo que la palabra de Jesús avivaba en ellos un deseo que el tema de la muerte había como sumido en el olvido.

Señalemos dos aspectos de esta renovación total que modifica la persona de los discípulos. En primer lugar, que esta novedad es necesariamente objeto de un compartir, de una comunicación, de un testimonio. No es posible guardar para sí tan "buena noticia". Una vez que se les muestra la verdad, los discípulos se van precipitadamente a Jerusalén para compartir su experiencia y proclamar su descubrimiento... El autor, además, señala un rasgo sugestivo: Jesús termina su comunicación con la fracción del pan.

En este gesto, en que san Lucas ve el acto eucarístico, el evangelista percibe como el espejo en el que aparecen en claro los rasgos de Jesucristo esbozados ya por "Moisés y los Profetas": ¿no es en ese momento cuando ambos compañeros reconocen a Jesús? La Eucaristía no celebra a un muerto, sino que proclama que el que estaba muerto vive, y corresponde a esta nueva representación de las cosas que sitúa la gloria más allá de los sufrimientos. Participar en la Eucaristía es adherirse a una comprensión de la vida que encuentra su realización en Jesucristo vivo, resucitado.

Decididamente, para los cristianos que celebran la Pascua, nada puede en absoluto ser como antes.

2.

La narración parte de Jerusalén y termina en Jerusalén. Un mismo itinerario inversamente recorrido: de Jerusalén a Emaús (vv.13-32) y de Emaús a Jerusalén (vv. 33-35). Pero, para Lucas, Jerusalén es algo más que una ciudad. Es el lugar donde están los once y los demás. Jerusalén es el grupo creyente. Los dos de Emaús han abandonado el grupo y retornan a él.

Cuando retornan se encuentran con un grupo que ya cree en Jesús resucitado (v. 34). No son, pues, los dos de Emaús los que hacen que el grupo sea creyente. Este dato es importante a la hora de determinar el sentido del relato: éste no va en línea apologética (demostrar la resurrección de Jesús), sino en línea catequética (mostrar las vías de acceso a Jesús resucitado, cómo encontrarse con Jesús resucitado). Los destinatarios del relato no son los que rechazan la resurrección de Jesús, sino los cristianos que no han tenido el tipo de acceso que tuvieron los testigos presenciales. En los dos de Emaús estamos tipificados todos los cristianos que no hemos tenido el tipo de acceso a Jesús que tuvieron los testigos presenciales.

¿Cuáles son nuestras vías de acceso a Jesús? En primer lugar, la lectura profundizada del Antiguo Testamento. (vv. 25-27). En segundo lugar, y como culminación de la anterior, la celebración de la Eucaristía.

Es en esta celebración donde finalmente se abren nuestros ojos para reconocer a Jesús (v. 31). El encuentro interpersonal, dicen los psicólogos, sólo se da en la medida en que nos situamos en una realidad que nos trasciende a todos, al mismo tiempo que nos constituye. Esta realidad

es la celebración eucarística en su doble vertiente de Palabra y de Comida.

3.

Para la liturgia, la semana de Pascua constituye una perfecta unidad con el mismo día de la resurrección (el prefacio nos hace decir todos los días de la semana: "en este día". No es fácil, ni incluso posible, establecer un determinado orden entre las diversas apariciones relatadas por los evangelistas.

"Si bien es verdad que ellos están de acuerdo al referir la aparición inicial del ángel (Mt 28. 5-7; Mc 16. 5-7; Lc 24. 4-7; Jn 10. 12-13), los cuatro evangelistas divergen en lo que respecta a la apariciones del mismo Jesús".

"La comparación con la detallada y tan antigua enumeración de 1 Co 15. 5-7, demuestra, por lo demás, que cada evangelista no quiso relatar todas las apariciones de Jesús resucitado".

En todo caso, resulta difícil señalar con precisión la fecha de algunas apariciones. Sin embargo, es cierto que el primer día de la resurrección fue un día repleto. Citemos las apariciones que entre todos refieren y sitúan en esta jornada histórica: a María Magdalena en el huerto (Jn 20. 11-18); a Pedro (alusión en Lc 24.34, consignada también en 1 Co 15. 5); siempre dentro de esta jornada, al caer de la tarde tiene lugar la conversación con los discípulos de Emaús y después la aparición a los once. El estupendo relato del reencuentro de Emaús nos recuerda a su modo la importancia capital, esencial, única, de la resurrección para nuestra fe. Hay cristianos que dan la impresión en ocasiones de conceder una importancia demasiado exclusiva a la muerte redentora del Salvador. Los discípulos de Emaús constituyen un ejemplo estupendo de

los creyentes que detienen su creencia en la muerte... Les falta lo principal, lo que da sentido a todo lo demás, incluso a esa muerte que, sin la resurrección, es un fracaso: "Nosotros esperábamos", en imperfecto.

Este pasaje tiene para nosotros un especial interés. Es la primera vigilia bíblica del Nuevo Testamento, ¡y bajo la dirección de qué celebrante! "Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a él se refería en todas las Escrituras".

Ahí tenemos el hilo conductor y el plan ideal de una velada bíblica sobre un tema determinado: recorrer el A.T. bajo un punto de vista concreto y desembocar en Cristo que es la realización del mismo.

Esta "velada bíblica" de Emaús no es la única que en esta tarde dirige el celebrante extraordinario que es el Señor. En efecto, el evangelio de Lc, en el relato que hace de la aparición a los once de la misma tarde del día de la resurrección, nos dice: "Jesús les dijo: era preciso que se cumpliera todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos de mí. Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras" (Lc 24. 44-45).

Es característico señalar la unión existente entre estas meditaciones bíblicas y la comida. Cuando tiene lugar la aparición a los once, Jesús come con ellos para disipar toda duda sobre la realidad de su presencia (Lc 24. 43). Ya hemos leído que la conversación de Emaús desemboca en una comida. Incluso muy bien puede suceder que se trate de la primera eucaristía que fuese, a diferencia de la Cena, el Memorial de una realidad cumplida; en este caso tendríamos ahí el modelo de todas nuestras misas: Palabra y después Pan (Lc, al emplear aquí este término técnico -Fracción del Pan- que repetirá en Hch 2. 42, piensa, sin duda, en la Eucaristía.-Biblia de Jerusalén. Nota relativa a Lc 24. 35).

4.

Buscar todo "lo bueno" que un hombre puede compartir con otro hombre, cualquiera que éste sea, es hacer un camino que, según la fe cristiana, desemboca en la fraternidad universal. Jesús caminaba junto a dos hombres que sólo iban a Emaús. Estos andaban un camino muy corto; aquél, resucitado, acababa de comenzar con su vida y con su entrega a la muerte un camino mucho más largo y ambicioso, el camino del hombre, de todo hombre hacia el Reino de Dios. Unos y otros, al partir y al compartir, se juntaron en una misma marcha hacia un mismo destino.

5. EU/CAMINO-EMAUS.

Este evangelio es -precisamente porque refleja nuestro propio camino de fe- un retrato de la Eucaristía que celebramos cada domingo. Cuando nos juntamos para la celebración hemos estado haciendo camino, durante la semana, con ilusiones y decepciones, con momentos de búsqueda y de duda, con experiencias dolorosas y otras de alegría. Es el camino de Emaús. Y aquí, en la asamblea, los compartimos con Jesús, en la Escritura. Los "sucesos" de nuestra vida los ponemos ante los "sucesos" vividos por Jesús. La Palabra viva del Señor "enciende nuestros corazones" y da una nueva luz a todo aquello vivido. Después, en el gesto de compartir la mesa, renovamos aquel gesto del Señor, la fracción del pan, y todos sus actos de amor a hombres y mujeres concretos.

Jesús se nos hace presente y se nos hace alimento. Finalmente nos levantamos y volvemos al lugar de donde hemos venido, nos disponemos a rehacer el camino, a vivirlo con nueva ilusión, a anunciar a los demás la alegría de haber visto al Señor.

6.

La fe en Jesucristo tiene además una historia personal que acontece en cada individuo. Al comienzo de esa historia se encuentra casi siempre la admiración. Y es que nos admiramos cuando topamos con algo que, anteriormente, no nos habíamos encontrado, que sobrepasa nuestra capacidad de imaginación y de lo que en adelante ya no nos podemos deshacer; ésta es, precisamente, la experiencia del evangelio cuando en él se describe que "ardía el corazón".

7.

Texto: Este domingo no está tomado de Juan, sino de Lucas. Muy en consonancia con los gustos de este autor, el texto es un relato de viaje o de camino. Pero el sentido del camino que hacen los dos discípulos es exactamente el contrario del que habían hecho antes siguiendo a Jesús. Contrario en geografía, porque se marchan de Jerusalén; contrario sobre todo en motivación, porque el camino que ahora hacen es el de la desesperanza. "Nosotros teníamos la esperanza de que él fuera el libertador de Israel". El término "libertador" y la expresión "libertador de Israel" son característicos de Lucas. Remiten a la expresión "liberación de Israel", usada en los comienzos de la obra para expresar las esperanzas del pueblo, representadas por Simeón (Lc 2, 25) y por Ana (Lc 2, 38). Esta liberación debía ser función del Mesías. Ya desde esos comienzos ha dejado Lucas muy claro su punto de vista: Jesús es el Mesías y, consiguientemente, el libertador de Israel.

Los dos discípulos, en cambio, han dejado de compartir este punto de vista. La condena a muerte de Jesús por la autoridad competente les cierra toda posibilidad de ver en Jesús al libertador de Israel. La cruz no encajaba en sus esquemas de Mesías y por ello mismo era un escándalo y un obstáculo insalvable. De ahí su camino de

desesperanza. El desconocido caminante que se ha unido a los dos discípulos les echa en cara su desconocimiento del Antiguo Testamento. La frase "lo que anunciaron los profetas" es una expresión que designa al Antiguo Testamento en su totalidad. La cruz del Mesías no es un escándalo; es una misteriosa necesidad recogida en todo el Antiguo Testamento.

La hospitalidad de los dos discípulos hace posible el reconocimiento definitivo del desconocido en la mesa al partir el pan, en clara preferencia al gesto de la cena del Señor de Lc.22, 19. Los dos discípulos pueden así rehacer el camino a Jerusalén y formar parte del grupo cristiano, el cual lo es por vivir la certeza de la resurrección de Jesús. Comentario: Es bastante perceptible que la finalidad de Lucas es didáctica: hacer ver que al libertador o Mesías se le encuentra en la lectura de la Palabra de Dios y en la celebración de la Eucaristía. El relato no responde al qué, sino al dónde. No pretende hacer ver que Jesús ha resucitado, sino dónde encontrar a Jesús resucitado.

Biblia y Eucaristía. Lectura y celebración. Ambas le son necesarias al cristiano si ha de ser portador de esperanza.

8.

La narración parte de Jerusalén (v. 13) y termina en Jerusalén (v. 33). Un mismo itinerario inversamente recorrido: de Jerusalén a Emaús, salida de (vs. 13-32), de Emaús a Jerusalén, vuelta a (vs. 33-35). Pero para Lucas Jerusalén es algo más que una ciudad; es el lugar donde están "los once y los demás" (vs. 9 y 33). Jerusalén es algo más que una referencia geográfica; es una referencia a un grupo de personas. A este nivel hay que hablar de abandono del grupo y retorno al grupo.

La situación del grupo es distinta al comienzo y al final del relato. Al comienzo es una situación de incredulidad (cfr.

24, 11: "Ellos lo tomaron por un delirio y se negaron a creerlas").

Al final es una situación de fe (cfr. 24, 34: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón"). Nótese que esta situación existe ya cuando los dos de Emaús se reencuentran con el grupo; no son ellos los que la crean. Este dato literario es muy importante para detectar el sentido del texto.

Fijémonos detenidamente en el v. 34. Es una exclamación entusiasta. Pero en esta exclamación puede distinguirse un doble momento: "El Señor ha resucitado", "se ha aparecido a Simón". Es decir, el v. 34 reproduce en pequeño lo que el lector ha podido ver desarrollado en los vs. 13-32. La creencia en Jesús resucitado descansa en unos testigos presenciales en nada predispuestos a tal creencia. La fe en la resurrección tiene una base pericial suficiente para generar una certeza histórica. La estructuración global del relato y la particular del v. 34 están al servicio de esta certeza. Lucas viene a decir lo siguiente: la fe en la resurrección de Jesús está fundamentada en criterios de autenticidad histórica. Por consiguiente, añadimos nosotros, la opción creyente es más fidedigna que la no creyente. Pero esta última afirmación es sólo un añadido nuestro. El análisis literario revela que la finalidad de Lucas al componer el relato no va por la línea apologética (demostrar la resurrección de Jesús). La finalidad de Lucas es catequética: mostrar las vías de acceso a Jesús resucitado, cómo encontrarse con Jesús resucitado. Los destinatarios del relato no son los que rechazan la resurrección de Jesús, sino los cristianos que no han tenido el tipo de acceso que tuvieron los testigos presenciales.

El paradigma de estos cristianos son los dos de Emaús. Ellos experimentan el desencanto y la duda. El símbolo de esta experiencia es el camino de Emaús (cfr. vs. 13-14. 21-24). Es un camino de retirada, de falta de visibilidad (v. 16). ¿Por qué asustarnos si hacemos esta misma experiencia? Teniendo a la vista esta experiencia y en

respuesta a la misma compone Lucas el relato. Una primera vía de acceso a Jesús resucitado es la lectura profundizada del Antiguo Testamento (vs.25-27). ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras? (v. 32). Una segunda vía, culminación de la anterior, es la fracción del pan (v. 30), término técnico para designar la Eucaristía (cfr. Hech. 2, 42; 20, 7). Es aquí donde finalmente "se les abrieron los ojos y lo reconocieron" (v. 31). En la Palabra y la Cena (las dos partes de la Misa) es donde nos encontraremos también nosotros con Jesús resucitado. Este encuentro del mismo tipo (tipo de encuentro, no tipo de acceso; no hay, pues, contradicción con lo escrito anteriormente) al vivido por los primeros testigos. Ellos garantizan un encuentro por el tipo de acceso que tuvieron a él, pero no son los únicos en poder vivir el encuentro con el resucitado; también nosotros podemos vivirlo si escuchamos la Palabra e insistimos en hospedar al que viene tan desapercibidamente que puede confundírsele con unas raciones de pan y vino.

9.

Jesús alcanza a estos dos discípulos que marchan hacia Emaús que dista de Jerusalén unos treinta kilómetros. Ellos han oído hablar a las mujeres sobre la tumba vacía, pero, al parecer, no hacen mucho caso de esta noticia. Jesús les invita a conversar con él mediante su pregunta y ellos se desahogan contándole los sucesos que han tenido lugar en Jerusalén. Su situación de ánimo es significativa y debe considerarse que era común entre todos los discípulos de Jesús. Vieron en el Maestro a un gran profeta, acreditado por sus palabras y obras ante todo el pueblo; pero al fin sucedió lo incomprensible: sus enemigos, los que ostentaban el poder temporal y espiritual de Israel, lo han crucificado.

Estos discípulos no culpan de la muerte de Jesús al pueblo, sino sólo a las autoridades. En el Profeta de Nazaret

creyeron haber encontrado al Mesías prometido que libraría a Israel de todas las opresiones, y ahora resulta que, antes de iniciar su obra, ha sucumbido ante sus enemigos sin que Dios haya intervenido ni antes ni después de su muerte. Por eso no comprenden nada y marchan derrotados y sin esperanza, que ya han pasado tres días y el "asunto" del Nazareno parece haber sido liquidado para siempre.

Si hubieran contado con la resurrección, estos discípulos hubieran recibido con gozo la noticia de las mujeres y no hubieran dejado que su escepticismo les quitara la esperanza. Jesús no les reprocha su falta de fe, sino su falta de entendimiento para comprender las Escrituras. Ellos sólo habían tenido ojos y oídos para la gloria del Mesías, pero no comprendieron una sola palabra de lo que habían anunciado los profetas sobre el "Siervo de Yavé". No comprendieron que el camino hacia la gloria pasaba por la cruz. No comprendieron que Jesús "tenía" que padecer según el plan de Dios y según lo que él mismo les había dicho repetidamente (9, 22; 13, 33; 17, 25; 22, 37; 24, 44) Y no comprendieron nada de esto porque estaban llenos de prejuicios sobre un mesianismo a ras de tierra y de los problemas meramente temporales de Israel. Jesús les muestra cuán equivocados andaban y les interpreta el sentido de los textos mesiánicos del A.T. Pero no les recuerda lo que él mismo ya había anunciado porque todavía no quiere darse a conocer.

Jesús quiere hacerse invitar por los dos discípulos, según el modo de hablar de los judíos, "el día va de caída" a partir de mediodía. No hace falta pensar que fuera excesivamente tarde.

Para honrar a su huésped le invitan a que presida la mesa. Y según era costumbre entre los judíos, Jesús pronunció la acción de gracias, bendiciendo a Dios por el pan, lo partió y les dio para que comieran. En este momento le reconocieron. Jesús resucitado se les manifestó y ellos se convirtieron en sus testigos. Naturalmente, corrieron a comunicar la noticia.

10.

El camino a Emaús es el camino de la fe a partir de la vida y acción ("¿eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?"), el camino del reconocimiento, el camino de experimentar como se van abriendo los ojos (te son abiertos y no sabes cómo), escuchando la Palabra de Dios y participando de la fracción del pan, alrededor del Resucitado (un ausente presente).

Lucas, a partir de un "material común", elabora una preciosa catequesis cristológica sobre la fracción del pan y sobre cómo se lee la Escritura desde el acontecimiento pascual. La clave interpretativa gira alrededor del hecho de reconocer a Jesús resucitado, que, al mismo tiempo, implica la misión de anunciarlo vivo. Esta catequesis tiene como marco "el primer día de la semana" (Día del Señor) y como objetivo posibilitar que los ojos "te sean abiertos" después de participar en la escuela de la Palabra y en la fracción del pan, aspectos de la presencia del Resucitado (en un contexto de ausencia: "pero él desapareció").

Es necesaria la iniciativa de Jesús: "se acercó y se puso a caminar con ellos"; pero, sus ojos eran incapaces de reconocerlo.

Al final del camino (que, a pie, notemos, es largo, y que parte del lugar clave: Jerusalén), "a ellos se les abrieron los ojos" (gratuitamente, no por iniciativa suya) "y lo reconocieron " (cumbre del texto).

Una vez lo han reconocido, vuelven a Jerusalén, donde con los Once hacen la profesión de fe (cf. 1C 15,4-5). Lucas hace coincidir la reunión de todos los discípulos en Jerusalén porque es desde allí, una vez recibido el Espíritu Santo, que el anuncio pascual se extenderá a todos los rincones de la tierra (cf.continuación en el Libro de los Hechos). La escena del camino de Emaús no tiene paralelos

en los evangelios, excepto un eco en el final canónico de Mc 16,9-20(vv. 12-13).

11.

Como otros relatos y secciones de la obra lucana, este relato tiene una estructura concéntrica bien definida, al servicio del interés teológico. El encuentro del eunuco con Felipe que hallamos en el libro de los Hechos de los Ap6stoles sigue una estructura idéntica al relato de los dos discípulos de Emaús.

Desde la salida de Jerusalén hasta la vuelta, diversas correspondencias convergen en el centro: "¡El está vivo!" El intento de Lucas es mostrar la presencia viva del crucificado-resucitado entre sus discípulos.

La tristeza inicial contrasta con la alegría del final que hay que comunicar inmediatamente.

Los dos discípulos hablan de Jesús de Nazaret, de sus obras y palabras poderosas, de su crucifixión. Jesús les dará el sentido de su vida a la luz de las Escrituras. Ellas hablan de Jesús. Jesús habla de ellas.

La fe en Jesús resucitado no nace del sepulcro vacío, sino del encuentro con él. Lucas centra este encuentro en las Escrituras (que preparan el corazón) y en la Eucaristía (lo reconocen al partir el pan).

Ni que decir tiene que, además del mensaje central de este relato, hay una infinidad de elementos vitales que Lucas sabe describir o insinuar con una gran belleza y eficacia, y que nos pueden ayudar a comprender el itinerario de la fe.

12.

Lc/24/13-35

El relato de la aparición a los discípulos de Emaús nos presenta la experiencia de dos discípulos el día de Pascua. Son dos seguidores de Jesús -uno de ellos se llamaba Cleofás (v 18) y no pertenecía al grupo de los once.

El episodio transmite, con un arte difícil de igualar, una experiencia humana única, en la que advertimos tanto el abatimiento y la desolación por lo que había acontecido a Jesús de Nazaret como el renacimiento de la esperanza gracias a una manifestación del resucitado. El encuentro (13-16) y el diálogo (17-27) permiten ver los límites de la fe que aquellos discípulos tenían puesta en Jesús. Veían en él a «un hombre y profeta poderoso» (19) que hubiera podido redimir a Israel como un nuevo Moisés -también llamado profeta poderoso en Hch 7,22-35-, pero no habían descubierto todavía que Jesús redimiría a Israel precisamente a través de su muerte y resurrección. Habían oído los rumores de las apariciones de los ángeles a las mujeres, afirmando que «Jesús estaba vivo» (23; cf. v 5 y Hch 1,3- 25,19), pero no las habían creído. Haciendo camino (25-27), Jesús les interpreta las profecías del AT, que anunciaban el sufrimiento del Mesías (cf. Lc 18,31- Hch 26,23). Así les ayuda a aceptar que la pasión de Jesús era su camino hacia la gloria (26; cf. Lc 9,22; 22,69).

La escena en la que culmina la narración es -como en todas las apariciones del resucitado- la del reconocimiento: «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (31) Eso ocurría cuando Jesús, al ser convidado a casa de uno de ellos, tomó la iniciativa de bendecir, partir y darles el pan. Jesús quiere que le reconozcan al principio de la cena, mientras él, bendiciendo el pan, cumple la función de cabeza de familia. Al descubrirlo los dos, se les hace invisible, porque su presencia gloriosa no es ya la misma que la de su vida terrena.

El final de la narración nos presenta a los discípulos corriendo a comunicar la noticia a los once y a sus

compañeros (33). Los encuentran comentando lo que le había pasado a Simón: «Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón» (34). La narración incorpora así otra aparición del resucitado, en este caso a uno de los once, aparición referida también en la primera carta a los corintios (15,5).

SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

Lc 24,13-35: El Camino comenzó a hablar con ellos en el camino

Esta esperanza de la resurrección, este don, esta promesa, esta gracia tan grande la vieron desaparecer de su alma los discípulos cuando murió Cristo. Con su muerte, se les vino abajo toda su esperanza. Se les anunciaba que había resucitado, y les parecían un delirio las palabras de quienes lo anunciaban. ¡La verdad se había convertido en un delirio! Si alguna vez se anuncia la resurrección en nuestro tiempo, y a alguno le parece que es un delirio ¿no dicen todos que bastante desgracia tiene? ¿No lo detestan todos, lo aborrecen, se apartan de él y no quieren escucharlo? Esto eran los discípulos tras la muerte del Señor; lo que nosotros detestamos, eso eran ellos. Los carneros poseían el mal que aborrecen los corderos.

Sus palabras indican dónde tenían el corazón estos dos discípulos a quienes se apareció el Señor y que tenían los ojos enturbiados, lo que les impedía el reconocerlo. La voz es indicadora de lo que pasa en el alma; mas para nosotros, pues para Jesús hasta el corazón estaba abierto. Conversaban acerca de su muerte. Se les agregó como un tercer viajero, y el Camino comenzó a hablar con ellos durante el camino; tomó parte en su conversación. Sabiéndolo todo, les pregunta de qué van hablando, para conducirlos, fingiendo no saber, a la confesión. Ellos le dicen: ¿Sólo tú eres peregrino en Jerusalén, y no sabes lo

que ha sucedido en la ciudad en estos días con Jesús de Nazaret que era un gran profeta? (Lc 24,18-19). Ya no le llaman Señor, sino sólo profeta. Eso pensaban que había sido, después que le vieron morir. Aún le honraban como a un profeta; aún no le reconocían como Señor no sólo de los profetas, sino también de los ángeles. Cómo, le dicen, nuestros ancianos y jefes de los sacerdotes lo entregaron para condenarlo a muerte. He aquí que ya han pasado tres días desde que estas cosas sucedieron. Nosotros esperábamos que él iba a redimir a Israel (Lc 24,18-21). ¿A esto conduce todo su trabajo? Esperabais, ¿habéis perdido ya la esperanza? Veis que la habían perdido. Comenzó, pues a exponerles las Escrituras para que reconociesen a Cristo precisamente allí donde lo habían abandonado. Al verlo muerto, perdieron la esperanza en él. Les abrió las Escrituras para que advirtiesen que, si no hubiese muerto, no hubiera podido ser el Cristo. Con textos de Moisés, del resto de las Escrituras, de los profetas, les mostró lo que les había dicho: Convenía que Cristo muriera y entrase en su gloria (Lc 24,26-27). Lo escuchaban, se llenaban de gozo, suspiraban; y, según confesión propia, ardían; pero no reconocían la luz que estaba presente.

¡Qué misterio, hermanos míos! Entra en casa de ellos, se convierte en su huésped, y el que no había sido reconocido en todo el camino, lo es en la fracción del pan. Aprended a acoger a los huéspedes, pues en ellos se reconoce a Cristo. ¿O ignoráis que, si acogéis a un cristiano, le acogéis a él? ¿No dice él mismo: Fui huésped, y me acogisteis. Y cuando se le pregunte: Señor, cuándo te vimos huésped?, responderá: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños, conmigo lo hicisteis (Mt 25,35.38.40). Por tanto, cuando un cristiano acoge a otro cristiano, sirve un miembro a los restantes miembros, se alegra de ello la Cabeza y considera como dado a sí misma lo que se otorgó a cada uno de sus miembros. Demos de comer en esta tierra a Cristo hambriento, démosle de beber cuando sienta sed, vistámosle si está desnudo, acojámosle si es peregrino, visitémosle si está enfermo. Son necesidades del viaje. Así

hemos de vivir en esta peregrinación, donde Cristo está necesitado. Personalmente está lleno, pero siente necesidad en los suyos. Quien personalmente está lleno, pero necesitado en los suyos, conduce a sí a los necesitados. En él no habrá hambre, ni sed, ni desnudez, ni enfermedad, ni peregrinación, ni fatiga, ni dolor.

No sé lo que habrá allí, pero sé que estas cosas no existirán. Estas cosas que no existirán allí las conozco; en cambio, lo que hemos de encontrar, ni el ojo lo vio, ni el oído lo oyó, ni subió al corazón del hombre (1 Cor 2,9). Podemos amarlo, podemos desearlo; en esta peregrinación podemos suspirar por tan gran bien, pero no podemos pensarlo ni expresarlo de manera digna con palabras. Yo, al menos, no puedo. Por tanto, hermanos míos, buscad a alguien que pueda, si es que podéis encontrarlo, y llevadme a mí como discípulo a vuestro lado. Sólo sé que como dice el Apóstol, quien es poderoso para hacer en nosotros más de lo que pedimos o pensamos (Ef 3,20), nos llevará al lugar donde se haga realidad lo que está escrito: Dichosos los que habitan en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos (Sal 83,5). Toda nuestra ocupación será la alabanza de Dios. ¿Qué vamos a alabar si no lo amamos? También amaremos lo que veremos. Veremos, pues, la verdad, y la verdad misma será Dios a quien alabaremos. Allí encontraremos lo que hoy hemos cantado. Amen: es verdad; Aleluya: alabad al Señor.