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Discipulado de la Palabra Tercera semana de Adviento C. James, “Thoseeyes”, Pastel, 2011 ¡Oh amor que cautivas a Jesús en María y a María en Jesús! Cautiva mi corazón, mi espíritu, mis pensamientos, mis deseos y afecto en Jesús. Y establece a Jesús en mí para yo me llene de él y él viva y reine en mí perfectamente. ¡Oh abismo de amor! Al contemplarte en las sagradas entrañas de tu Santa Madre, te veo como perdido y sumergido en el océano de tu divino amor. Haz que yo también me pierda y me hunda contigo en el mismo amor. Amén. (San Juan Eudes)

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Discipulado de la Palabra

Tercera semana de Adviento

C. James, “Thoseeyes”, Pastel, 2011

¡Oh amor que cautivas a Jesús en María y a María en Jesús! Cautiva mi corazón, mi espíritu, mis pensamientos, mis deseos

y afecto en Jesús. Y establece a Jesús en mí para yo me llene de él

y él viva y reine en mí perfectamente.

¡Oh abismo de amor! Al contemplarte en las sagradas entrañas de tu Santa Madre,

te veo como perdido y sumergido en el océano de tu divino amor. Haz que yo también me pierda

y me hunda contigo en el mismo amor. Amén.

(San Juan Eudes)

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Tercer DOMINGO de Adviento

La identidad del que prepara el camino del Señor Juan 1, 6-8.19-28

“Yo soy una voz que grita en el desierto” Junto con María, la figura de Juan Bautista es emblemática en este tiempo del Adviento; para él el mayor gozo de su vida fue: “Que él (Jesús) crezca y que yo disminuya” (Jn 3,29-30). El domingo pasado, el comienzo del evangelio de Marcos nos relató su actividad de preparación del camino del Señor; en esta ocasión con el evangelio de Juan, entramos en su “vida interior”, en su identidad personal de cara al Mesías que viene. Para poder dar cuenta de “quién es Jesús” es necesario que sepamos también “quiénes somos” nosotros; mejor aún, el verdadero testimonio acerca de Jesús debe ir acompañado de un sano, realista y humilde conocimiento de sí mismo. Dos partes de la primera página del evangelio de Juan están puestas a nuestra consideración, la primera es un párrafo del Himno-Prólogo (Jn 1,6-8) que retrata a Juan bautista como el “testigo de la luz”, y la segunda retoma la primera escena del evangelio en que Juan muestra cómo lleva a cabo dicho testimonio (Jn 1,19-28), ahí está subrayado el tema de la “identidad”. 1. El “Testigo” La lectura nos invita a considerar primero un párrafo del Himno-Prólogo del Cuarto Evangelio (Jn 1,6-8). En este evangelio Juan, más que como bautista, es retratado como el “testigo del Cordero”, como el que reconoce a Jesús como el enviado del Padre y sobre quien reposa el Santo Espíritu. Esta figura del “testigo” es importante: un testigo es una persona que ha sido tocada por lo que ha visto y marcada por el encuentro que ha tenido. Nada de exhibición personal, ni de protagonismo o de auto-referencialidad. Lo que él lleva a ver es a otro y su tarea es conducir hacia ese otro, hacia Jesús, a quien todavía no conocen, y favorecer el comienzo de una relación personal de esas personas con Jesús. Se ha dicho correctamente que “testimoniar es el arte de decir la verdad sobre sí mismo, sobre los otros y sobre la realidad” (L. Manicardi). Por tanto dar testimonio de Jesús, presentarlo a otras personas, requiere el descubrirse a sí mismo a fondo y en relación con él. La función del testigo es suscitar el sentido de una presencia diferente, la presencia de aquel que testimonia. Esto aparece al final, cuando Juan dice: “En medio de vosotros está uno a quien no conocen” (Jn 1,26-27). 2. ¿Cuál es tu identidad? Apenas termina el prólogo del evangelio de Juan (Jn 1,1-18), la narración propiamente dicha comienza. En la primera escena no aparece Jesús sino Juan Bautista. A los ojos de

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las autoridades judías la presencia de Juan no había pasado desapercibida y en ciertos momentos causaba perplejidad y una cierta incomodidad, no sólo por sus palabras sino por su forma radical de vida. Lo mejor era salir de dudas y por eso “enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas” (v.19) a interrogarlo. El texto nos deja entrever que lo que primero le preguntaron fue si él era el Mesías. La expectativa por la venida del Mesías era fuerte, por lo tanto la pregunta parecía muy lógica: ¿Cuál es tu identidad? ¿Quién eres tú? Tres veces le preguntan lo mismo. A dicha pregunta Juan contestó categóricamente, o como dice el texto: “confesó y no negó”. Él dijo claramente: “Yo no soy el Mesías” (v. 20). Esta respuesta negativa es importante porque para declarar quiénes somos también tenemos que reconocer quiénes no somos. En el caso de Juan Bautista, él niega la identidad que otros le están proyectando. La clarificación sobre quién no es, le ayuda a encuadrar su lugar propio, a situarse frente a Jesús y también frente a sí mismo. Por otra parte, quien en el cuarto evangelio dice con propiedad la expresión “Yo soy”, connotando el nombre divino (cf. Ex 3,14), es Jesús. Pero si no es el Mesías, ¿Quién es? Ellos insisten preguntándole si es Elías, uno de los profetas más significativos del pueblo de Israel. Elías había terminado sus días desapareciendo en un carro de fuego y el pueblo esperaba su regreso. Tampoco esta vez las autoridades judías tuvieron respuesta positiva. No les quedaba otra alternativa que preguntarle si era el “profeta que había de venir”según la expectativa de ellos. También esta vez la respuesta fue negativa. Entonces cambiaron la pregunta y le dijeron directamente: ¿Quién eres entonces? ¿Qué nos puedes decir de ti mismo? (v. 22). Ellos sentían la responsabilidad de llevar una respuesta a las autoridades que los habían mandado. Ante la cascada de preguntas contestadas abiertamente por Juan y ante esta última en la cual lo interpelaban a él en primera persona, Juan responde cuatro preguntas: 1. ¿Quién es? 2. ¿Qué hace? 3. ¿En qué lugar? 4. ¿Qué dice? La respuesta de Juan está calcada de la profecía de Isaías 40,3, pero con alguna ligera adaptación: 1: ¿Quién es? “Yo soy una voz” 2. ¿Qué hace? “Que grita” 3. ¿En qué lugar? “En el desierto” 4. ¿Qué dice? “Preparad un camino al Señor”. Primero. Juan se autodefine como “una voz”. San Agustín comenta esta frase haciendo la distinción: “Yo soy la voz (Juan Bautista), Él (Jesús) es la Palabra”. “Yo soy la voz” se entiende, entonces, como mediador, como el canal que da paso a la Palabra. Es como si dijera: “Yo soy solamente una voz, una voz prestada a otro, el eco de una palabra que no es mía”.

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Segundo. Se caracteriza como una “voz que grita” Alguien que interpela, que habla, que cuestiona, que no se calla. Es alguien que pretende hacerse sentir. No es una voz cualquiera, es una voz que se debe oír guste o no guste. Por esto es una voz que grita, Su mensaje no es para que se quede cautelosamente oculto en el silencio, o para que lo escuchen unos pocos. Cuando se grita lo que se desea es que muchos escuchen. No es una voz al oído. Tercero. Juan continúa diciendo que es una voz que grita en el desierto. No sólo porque este es el ‘habitat’ escogido como espacio ideal para la “escucha” interior (como en Lc 1,80); no sólo porque se remite a la experiencia fundante de la fe de Israel; no sólo porque en la Biblia es paradigma de renovación; sino porque hay una llamada de atención: se hace desierto en los corazones cuando existe resistencia para que penetre Dios en ellos. Es ahí donde Dios quiere hablar fuerte. Juan predica a los corazones y en muchos corazones existe la sequedad y la aridez del desierto. Cuarto. Fundamentalmente ¿cuál es el mensaje de Juan? ¿qué dice? Sus palabras son provocadoras y claras:“Preparad un camino al Señor”. Nuevamente sale a relucir claramente su misión como la vimos el domingo pasado: preparar y hacer preparar el camino al Señor. Parece que no a todos los entrevistadores esto les haya quedado claro y hacen una última pregunta. Piden una explicación porque para ellos no es claro cómo que es bautiza, si él no es el Mesías ni el profeta. Juan les aclara que él bautiza sólo en agua, y termina, como diríamos periodísticamente, con “una chiva”: “Entre vosotros hay uno que no conocen y que viene después de mi”(v.26-27) El evangelio no nos informa qué entendieron finalmente los enviados que escucharon estas respuestas de Juan, lo más probable es que haya sido muy poco. Pero quien puede ahora decir qué ha entendido somos nosotros los lectores. 3. Testimonio e identidad Los dos puntos clave del evangelio de este domingo pueden ser leídos juntos en una lectura cristiana. La identidad cristiana (¿quién soy?) no es otra cosa que el testimonio que transparenta mi relación con Jesús. La identidad es relacional. Esto puede implicar el testimonio extremo, último y radical, de morir por Jesús, como fue el caso de Juan. Pero igualmente importante es ir hasta el día de la muerte siendo fiel a la amistad con Jesús, dando la vida voluntariamente por el amigo. Al respecto, decía el Padre de la Iglesia san Cipriano de Cartago que no se necesita ser asesinado para ser mártir, se puede ser “mártir” siendo testigo en vida diaria: “La corona de la gloria de su confesión se quitará de la cabeza de los mártires, si se descubre que ellos no la han adquirido con la fidelidad al Evangelio, la única que hace que los mártires sean mártires”. Juan fue el primer testigo de Jesús, el Mesías que viene. La figura de Juan, los tonos y los rasgos de su ministerio de dar testimonio, es tema de meditación en este domingo. Como testigo, Juan no tiene luz propia, sino luz reflejada sobre él por al Palabra que es “la luz verdadera” que cuando viene al mundo “ilumina a todo hombre” (Jn 1,9).Esto implica una actitud de despojo, de resistencia a toda tentación de mirarse a sí mismo y

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de vivir en permanente adoración de aquél que es “más grande”, que “ha pasado delante” (Jn 1,15). La historia del arte lo ha retratado con una mano que hace un signo, un índice que hace que la mirada del espectador se dirija siempre hacia Jesús, el “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Él es el hombre de la vida interior que escucha la Palabra para poder ser “voz” de ella. Él es el amigo del novio que se goza dejándolo hablar y traspasándole el protagonismo. Él es imagen de una Iglesia que tiene en su centro al Señor pero que no lo sustituye. Pues sí, en el centro siempre está Jesús, el desconocido que siempre hay que buscar, el “incógnito” que está ahí pero cuya presencia no reconocemos. Necesitamos de un Juan que nos lo indique; él lo señalará con la voz, nosotros lo veremos con el amor. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón. 1. ¿Por qué podemos afirmar que Juan tiene bien clara su propia identidad y misión? 2. ¿Qué claridad tengo yo de mi identidad y de mi misión en el mundo? 3. ¿En nuestra familia o comunidad, cómo podemos ayudarnos mutuamente a clarificar y a vivir nuestra propia identidad y misión? 4. ¿Cuál es el mensaje central de este tercer domingo de Adviento y de qué forma concreta nos prepara para la venida del Señor? “El ministerio de Juan se cumple en el mundo hasta el día de hoy. En todo aquel que está por entrar en la fe en Jesucristo, es necesario que primero venga a su corazón el espíritu y la fuerza de Juan para prepararle al Señor un hombre bien dispuesto y para allanar los caminos y enderezar las asperezas de su corazón” (Orígenes)

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Tercera semana de Adviento LUNES

La profecía de la estrella Números 24,2-7 y 15-17

“En el pueblo de Jacob brilla una estrella, un jefe empuña el cetro de Israel”

Comencemos contextualizando el pasaje Cuenta el libro de los Números que cuando el pueblo de Israel, liderado por Moisés, ya estaba a punto de llegar a la tierra prometida, tuvo que acampar en las estepas de Moab (22,1; ojalá se leyera por cuenta propia todo el relato de Números 22 al 24). El entonces rey de esta región, llamado Balak, quien tenía conocimiento del último combate y de la victoria de los israelitas sobre los amorreos, decidió preventivamente contratar a un profeta independiente, traído del oriente (de Aram, según 23,7), con el fin de que hiciera uso de sus artes mágicas en contra del pueblo de Israel. De esta manera, el profeta Balaam, tenía como tarea no sólo evitar la ruina de Balak ―invocando bendiciones sobre el que lo contrató y maldiciones sobre el enemigo― sino, en última instancia, impedir la culminación del éxodo de Israel. Ahora sí, vamos directo al texto El profeta Balaám intenta en cuatro ocasiones cumplir con su tarea, pero no lo consigue. El trata de cumplir su contrato, pero en cada ocasión Dios invierte las cosas: en lugar de maldecir, lo que hace Balaam –inspirado por Yahvé- es enviarle grandes bendiciones a Israel. A pesar de ser un profeta que sale de un trasfondo oscuro, Balaám es un tipo honesto, él deja que Yaveh tome posesión de él y dice la verdad ante todo, a pesar de que le han pagado para que profetice según los intereses de su contratista. Por eso es interesante notar en el texto de hoy la respectiva acreditación profética que recibe, la cual se repite dos veces en el pasaje: “profecía del hombre clarividente que escucha palabras de Dios, y conoce los planes del Altísimo; que tiene visiones del Todopoderoso, y cae en trance y se le abren los ojos” (Nm 24,3-4 y 15-16). En el marco de estas palabras se introducen dos predicciones ―las más altas de las cuatro que pronuncia Balaam― sobre el futuro de Israel: Primer oráculo:

“¡Jacob, qué bellos son tus campamentos!” (24,5-7). Balaám predice la prosperidad de Israel en todos los sentidos: a nivel urbano el signo son sus construcciones, y a nivel rural la fertilidad de sus sembrados. La gloria de Israel cruzará incluso las fronteras, ya que de su descendencia anuncia la venida de “un héroe que dominará pueblos numerosos” (v.7).

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Segundo oráculo:

“Lo veo en el futuro, lo diviso allá muy lejos: en el pueblo de Jacob brilla una estrella, un jefe empuña el cetro de Israel” (24,17).

De nuevo Balaám pronuncia palabras de alabanza para Israel. Con la visión de la “estrella” y del “cetro” se apunta a la esperanza futura, no sólo de Israel sino del mundo entero. Con estos dos símbolos, la profecía se refiere al surgimiento de la monarquía davídica: David era la “estrella” que el profeta extranjero estaba prediciendo y el hombre al cual se le daría el “cetro” del reino unificado de Judá y de Israel. BALAAM, EL MESÍAS Y JUAN BAUTISTA En el judaísmo tardío esta profecía fue interpretada como un anuncio del Mesías, quien sería un rey, un ungido, de descendencia davídica. El Mesías sería “un hijo de la estrella”. Esta profecía está en el trasfondo del relato de los magos y la estrella que leeremos próximamente en Mateo 2,1-10, especialmente en la frase: “Vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle” (v.2b). Al rey moabita Balak no le funcionó el plan de guerra, más bien, por el contrario, Dios hizo de su enemigo un instrumento de bendición. Igualmente en el camino de Jesús, ya desde su nacimiento ―como efectivamente le sucedió con el rey Herodes―, se presentarán nuevos y peligrosos adversarios. En el Evangelio de hoy, en Mateo 21,23-27, las máximas autoridades judías se interponen en el camino de Jesús para cuestionar hipócritamente su autoridad. Pero Jesús revierte el ataque a Él, en un serio cuestionamiento a la actitud religiosa de los líderes de Israel que no tomaron en serio a Juan Bautista, de ahí que tengan desacreditada su autoridad. De nuevo hoy la figura de Juan Bautista aparece en primer plano en la pregunta de Jesús: “El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?” (v.25). La bella historia del profeta Balaam, cuyo ministerio oscila entre los intereses “de los hombres” y los del “cielo”, le sirve de telón de fondo al ministerio del último de los profetas que le preparó el camino al Señor y nos cuestiona a nosotros sobre las componendas que hacemos para no tomar en serio la Palabra que viene de Dios. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: 1. De vez en cuando vemos cómo Dios obra giros extraños, en los que un enemigo puede convertirse en amigo, así como sucedió con Balaám. ¿Puedo constatar en mi vida o en mi comunidad algún caso? 2. El rey Balak se valió de la religión para intentar bendecir la guerra e implorar el castigo contra los adversarios. ¿Esto es válido?

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3. ¿Cómo entendemos el símbolo de la “estrella” que se coloca en estos días en los pesebres, en los alumbrados y las otras decoraciones navideñas? ¿Es un simple objeto decorativo? 4. ¿Al servicio de quién está mi compromiso profético en el mundo? 5. Con alguna frecuencia se oye decir: “las cosas se toman según de quien vengan”. ¿De dónde viene la Palabra que leo en la Escritura y cómo debo recibirla? “Danos tus ojos, oh María, para descifrar el misterio que se esconde dentro de los frágiles miembros del Hijo. Enséñanos a reconocer su rostro en el rostro de los niños de toda raza y cultura. Ayúdanos a ser testigos creíbles de su mensaje de paz y de amor”

(San Juan Pablo II)

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Tercera semana de Adviento MARTES

Una gran transformación en el mundo a partir de los humildes Sofonías 3,1-2.9-13

“Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahveh se cobijará”

Antes de concentrarnos en los relatos evangélicos relacionados con el nacimiento de Jesús, leamos hoy la última de la serie de profecías que nos colocan ante el esplendor de la venida del Señor, la que ocurre discretamente en todos los momentos de la historia y la que se consumará al final de los tiempos. Las profecías que hemos venido leyendo desde el primero de diciembre nos han colocado frente a las grandes acciones salvíficas pero también nos han mostrado lo que nos corresponde hacer. Vale la pena que la leamos cuidadosamente la profecía de hoy y alimentemos con ella en este día de oración. Mientras mucha gente está agitada estos días por las fiestas, a nosotros nos corresponde escrutar amorosamente, por los caminos de la Palabra, los motivos de la fiesta. El texto tiene tres partes: (1) el pecado (Sofonías 3,1-2); (2) la salvación (vv.9-10); (3) el nuevo pueblo (vv.11-13). 1. De espaldas a Dios (vv.1-2) El ¡Ay! inicial tiene el sabor de una lamentación. El dolor interno es profundo. Están a punto de asomarse las lágrimas de Dios en los ojos del profeta que contempla la ruina de la ciudad. El tejido urbano de Jerusalén, llamado a ser modelo de las relaciones de justicia, ha sido descompuesto por la corrupción de sus líderes. El profeta describe ―desde la óptica de Dios― la dolorosa situación de la ciudad con tres calificativos (ver el v.1): • “Rebelde”: Como una persona inmadura que se mueve al vaivén de los impulsos, el

criterio de acción es el capricho y no el proyecto de Dios; en el fondo hay una tremenda arrogancia humana.

• “Manchada”: Su distanciamiento de Dios coloca al pueblo en situación de impureza, apta para cualquier tipo de pecado.

• “Opresora”: El pecado se manifiesta en diversas formas de egoísmo y niega el caminar comunitario, predominan los intereses de los que detentan el poder y la fraternidad se trueca en dominación de unos sobre otros.

Detrás de estos calificativos hay una realidad más profunda que la origina: el rechazo a Dios. El profeta la expresa con los dos frases, cada una con dos negativos: • “No ha escuchado... no ha aceptado”: Se trata del “no” a la Palabra de Dios, no hay

apertura ni docilidad. • “No ha puesto su confianza... no se ha acercado”. Se trata del “no” a la Persona de

Dios, se establece con él una distancia para no involucrarlo en la propia vida.

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Este es el panorama inicial sobre el cual el profeta Sofonías, después de asegurar el juicio de Dios (ver los vv.3-8), proclama la obra salvífica de Dios. 2. Dios restaura a su Pueblo (vv.9-10) A pesar de su pecado, Dios no abandona a los que ha llamado y ama. El profeta acentúa tres iniciativas de Dios que le dan un giro a la situación inicialmente descrita: (1) Dios “purifica” (v.9); (2) Dios “extirpa” las causas de la rebeldía (v.11) ; y (3) Dios “deja” en medio de la ciudad a “un pueblo humilde y pobre” a partir del cual se realiza el proyecto de comunidad (v.12). La primera acción positiva de Dios es el núcleo de la segunda parte de la profecía: “Volveré puro el labio de los pueblos” (v.9). Se trata de una obra realmente restauradora porque de la purificación resulta un pueblo justo. Leyendo muy despacio los versículos 9 y 10 se nota cómo se reconstruye el pueblo de Dios: • “Invocan el nombre de Yahveh”: El pueblo antaño orgulloso ahora confiesa la fe,

los labios purificados reconocen la Persona de Dios, lo confiesan como su Dios y le suplican con confianza.

• “Le sirven bajo un mismo yugo”: como consecuencia de la aceptación del señorío de Dios, aceptan su proyecto. Ya no priman los intereses de unos sobre otros, sino que hay “comunión” de intereses en Dios.

• “De la dispersión me traerán ofrendas”: La “dispersión” se vuelve congregación en Jerusalén; en este movimiento los dispersos no regresan solos sino que atraen con ellos a los pueblos paganos. La conversión del pueblo atrae a todos los que le rodean. “La ofrenda” es señal externa de la comunión de todos en torno a Dios.

La soberbia se cambia por humildad, por entrega total a Dios. La dispersión causada por el conflicto de intereses se cambia por comunión, gracias a la purificación profunda que remueve todos los distanciamientos. 3. El nuevo pueblo cuyo modelo son los humildes y los pobres que aprenden el proyecto de Dios (vv.11-13) Las iniciativas de Dios continúan, según lo indicamos arriba. Pero en la tercera parte de esta profecía el énfasis se pone en la nueva situación del pueblo restaurado por Dios; el profeta retrata “Aquel día” (v.11ª). La frase principal es “Ya no tendrás que avergonzarte de todos los delitos que cometiste contra mí” (v.11b). La “vergüenza” de que se habla aquí es como lo que siente un padre o madre de familia cuando un hijo comete una falta grave y pública, convirtiéndose en motivo de señalamiento y comentario por parte de quienes los conocen. Según esta palabra profética, “Aquel día” ―el día esperado― no hay lugar para la vergüenza ni para la confusión en el pueblo de Dios. No debe haber motivo de queja ni lamentación de nadie contra nadie, ni señalamiento de oscuros y humillantes cuadros de pecado.

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El profeta Sofonías profundiza enseguida. Hay dos “porque” en los que el oyente de la Palabra de Dios debe reparar: • “Porque quitaré” (v.11c) • “Porque dejaré” (v.12) Observemos sobre todo la contraposición de los verbos. El primer verbo, “quitaré”, en realidad es “extirparé”, porque no se trata tanto del quitar de en medio a alguien (la Biblia de Jerusalén traduce: “quitaré a tus alegres orgullosos”) sino de un ir a las causas de los comportamientos dañinos para la sociedad (“extirparé tus soberbias bravatas”, como suena literalmente en hebreo). Según esto, no hay más motivo de “vergüenza”, porque ha habido “perdón” real. Detrás de esta afirmación profética está la noción bíblica del perdón, que no consiste en la disculpa por una falla cometida sino en una transformación de fondo en aquello que la origina, en una purificación del mal. Por lo tanto, no hay lamentación sencillamente porque no hay pecado. El segundo verbo, “dejaré”, describe la acción creadora de Dios, quien saca luz en medio de la oscuridad, quien reconstruye la comunidad y le restaura su vitalidad a partir de un “grupo semilla” que es modelo y al mismo tiempo fuerza de transformación. El profeta lo llama “el Resto de Israel” (v.13ª). Se trata del pueblo humilde que ―por encima de todo― se mantiene firme en su fe, que encuentra en Yahveh su refugio. Su fe tiene más fuerza que el poder de los líderes que, apoyados en la roca firme del “monte santo” (v.11d) de Dios, encontraban fuerza para cometer sus delitos. Al contrario de los que se aferran al poder que detentan en el “monte santo”, el “Resto de Israel” se apoya en el mismo “nombre de Yahveh”, lo cual indica una apertura a sus exigencias éticas. A partir del ejemplo de este “pueblo humilde y pobre” (v.12b), todo el pueblo está llamado a cambiar su conducta. Al comienza de esta profecía, precisamente por su orgullo, el pueblo no aceptaba la corrección (vv.1-2). Ahora en tres “no” finales se describe la comunión con el querer de Dios, que es la vida y la comunidad fraterna: • “No cometerán más injusticia” • “No dirán mentiras” • “No más se encontrará en su boca lengua embustera” El énfasis en la eliminación de la mentira hace referencia a los “labios purificados” (v.9), lo cual tiene una traducción en la vida social: (1) desde el punto de vista negativo: no hay proyectos ocultos que favorecen los intereses de pocos; (2) desde el punto de vista positivo: la trasparencia de la comunicación edifica la comunidad (ver lo contrario en el relato de la torre de Babel, Génesis 11,1-9, y el revés en Pentecostés, Hch 2,1-13). La comunidad se forma en el aprendizaje del un lenguaje común. Al ser purificado de su soberbia, el pueblo aprenderá un lenguaje común (=proyecto de vida compartido) vivirá caminos de crecimiento comunitario sin encontrar obstáculos en su realización histórica: “Se apacentarán y reposarán, sin que nadie los turbe” (v.13c).

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JUAN BAUTISTA Y EL RESTO DE ISRAEL El Evangelio de hoy (ver Mateo 21,28-32) le hace eco a la profecía de Sofonías. Jesús dice que “Vino Juan por camino de Justicia” (v.32). El evangelista Mateo, en sintonía con el pensamiento del Antiguo Testamento, entiende por “justicia” la comunión de voluntad con Dios, de donde se desprende todo comportamiento “justo” en las relaciones sociales y en el uso de los bienes de la tierra. Juan se encontró con la pared infranqueable del orgullo de las autoridades religiosas, quienes se sostuvieron en su soberbia (apoyada en la religión) y no se abrieron a la conversión. El rechazo del profeta ―“ni viéndolo os arrepentisteis después, para creer en él”― fue la manera de esquivar el llamado al cambio de comportamiento que les era exigido. Por el contrario, un pueblo nuevo que recorre caminos de justicia, abierto a la venida del Mesías predicada por el Bautista, surge como creación de Dios. Se trata de un pueblo cuya “semilla” son “publicanos y rameras” que dejaron su orgullo a un lado para entrar humildemente en un camino de conversión y vivir según el querer de Dios. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: 1. ¿Cuáles son los motivos de “vergüenza” en mi vida personal, en mi comunidad y en mi país? ¿Cuál es el cuadro oscuro del pecado que emerge de la soberbia humana? 2. ¿En qué consiste el “orgullo” y en qué consiste la “humildad” en la profecía de Sofonías? ¿Cómo somete Dios al “orgulloso” y puerexalta al “humilde”? 3. ¿En este Adviento qué cambios profundos esperamos que obre la venida del Señor? ¿Qué esperamos poder vivir en nuestra familia, en nuestra comunidad eclesial y en nuestra sociedad? 4. ¿Cómo entender el “Resto de Israel” hoy? ¿Qué pista nos dan los Evangelios? ¿Hay alguna luz al respecto en los relatos de la navidad? 5. ¿Qué interpelación me hacen los “humildes y pobres” cuya fuerza es la fe, y también los “publicados y rameras” que le dieron su “sí” a la Palabra de Dios? ¿Cuál es el primer paso para participar de la obra de Dios en el mundo? “Por tanto, esta venida intermedia, es un camino que une la primera con la última venida: en la primera Cristo fue nuestra redención, en la última se manifestará como nuestra vida, en esta es nuestro reposo y consolación” (San Bernardo)

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Tercera semana de Adviento MIÉRCOLES

17 de diciembre

Los orígenes de Jesús (I): en la historia de la salvación Mateo 1, 1-17

“Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” A partir de hoy la lectura de la Palabra de Dios en el Adviento toma un nuevo rumbo. En las primeras lecturas seguiremos escuchando textos del Antiguo Testamento que están relacionados con la venida del Mesías y en el Evangelio de cada día ―desde hoy hasta el 24 de diciembre― seguiremos paso a paso los eventos relacionados directamente con el nacimiento de Jesús y el 24 a medianoche comenzará la gran fiesta. En el encabezamiento de estas páginas hemos puesto la fecha (17 de diciembre) porque la liturgia hace un conteo de expectativa a partir de un octavario de preparación inmediata para la Navidad. 1. ¿Por qué una genealogía? El Evangelio de hoy nos remite hasta los orígenes de Jesús dentro de la historia. Partamos de esta base: en oriente ―como sucede también todavía hoy en los pueblo africanos― una persona que no conoce su árbol familiar (genealogía) es una persona perdida en el mundo. La familia y la tribu a la que se pertenece es una referencia importante para construir la propia identidad. La genealogía que acabamos de leer ubica la identidad de Jesús, en cuanto Mesías, en medio de su pueblo. Como quien dice: Jesús no vino al mundo como un “aerolito” caído del cielo, sino más bien insertándose dentro de la historia humana, que es una historia de familias. Por eso, en este camino de preparación inmediata para la Navidad, lo primero que hacemos es situar a Jesús en medio de su pueblo, en el amplio contexto histórico al que pertenece y dentro del cual Él tiene un puesto especial. 2. El colorido de la genealogía de Jesús La lectura suena, a primera vista, un poco monótona ―al menos 39 veces se repite la frase: “tal engendró a tal persona” ―, pero en realidad no es así, en la lista de los descendientes se presenta una serie de acentos que le dan colorido a la lectura. Al leer muy despacio la genealogía vamos descubriendo que está hecha de muchas generaciones, de personas concretas con destinos concretos, de conexiones y de sucesos algunas veces irregulares, pero así es toda historia humana. Nos llama la atención, por ejemplo, la presencia de algunas mujeres, lo cual no es habitual en las genealogías: Tamar (la nuera incestuosa de Judá), Rajab (la prostituta de Jericó), Ruth (una extranjera) y la mujer de Urías (con quien David tuvo un adulterio). Vemos que no es necesariamente el ideal de familia que se quisiera tener.

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Pero todo se comprende mejor cuando llegamos al punto final de la lista. El Mesías que corona esta lista de generaciones y personas, sana la historia familiar de su pueblo. Él brota de un terreno histórico-familiar en el que no falta alguno que otro pecado, pero allí Él es el Salvador. 3. La conexión familiar con Abraham y con David El Evangelio comienza diciendo: “libro de los orígenes de Jesús” a quien confesamos como el Mesías (Mt 1,1). Y aprendemos enseguida que es a través de toda esta larga historia del pueblo de Israel, que Jesús se conecta con David y con Abraham, respectivamente el rey del que parte la dinastía y el patriarca del que origina el mismo pueblo. Jesús y Abraham La lista de los antepasados de Jesús, que comienza en el versículo 2, coloca la raíz de ésta en el patriarca Abraham, ya que se trata del origen de un pueblo que ha sido creación de Dios, nacido de la fe en la promesa del Señor. Con el llamado de Dios a Abraham comenzó un nuevo caminar histórico de Dios en la historia de la humanidad y por medio de él bendijo a todas las naciones de la tierra (ver Génesis 12,1-3). Jesús es el hijo de Abraham, en quien se realiza esta promesa de la bendición. Enseguida le sigue una lista de catorce generaciones (7+7: dos veces la plenitud) Jesús y David La lista toma impulso por segunda vez a partir del rey David (v.6b). Comienza así la genealogía de los reyes. La conexión no es extraña porque Jesús es confesado el Evangelio como “el Cristo” (que significa “ungido”). Y término “Cristo” tiene que ver con una de las designaciones del rey de Israel (ver 1 Samuel 9,26-10,1). Pero claro, esto no quiere decir que Jesús sea cualquier tipo de “rey”. Recordemos que a David Dios le había hecho la promesa de que su casa y su reino permanecerían para siempre (ver 2 Samuel 7,16). Esta promesa se realiza en Jesús, en cuanto hijo de David. Jesús, entonces, es el último y definitivo Rey y Pastor (ver Mateo 2,6) del pueblo de Israel, prometido y enviado por Dios, esperado por el pueblo. El cálculo final En la genealogía de Jesús, según Mateo, no basta con hacer una enumeración de nombres, muchos de ellos desconocidos para nosotros, también el número de las generaciones tiene un sentido. Si observamos los versículos 12 a 16, notamos que, después de las listas que siguen a Abraham y a David, el evangelista coloca una tercera lista que parte del exilio a Babilonia y culmina con Jesús. Resultan así tres pequeños listados, cada uno de 14

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generaciones. Si tenemos en cuenta que el número 14 es el la suma de 2 veces 7, y que siete indica perfección, vemos claramente que Mateo está dando un mensaje con números (7+7=plenitud x 3). Jesús es la plenitud de la historia de la salvación Este cálculo que el evangelista hace al final de la lista de las generaciones (1,17), nos hace notar que esta historia no es un caos, sino una serie de acontecimientos dispuestos por Dios. El curso de esta historia ha sido querido por Dios y Él mismo lo ha orientado hasta su culminación en el Mesías (1,16). Por lo tanto, toda la historia tiene sentido en Jesús de Nazareth, todo lo que le precede prepara su llegada y con su llegada comienza el tiempo de la plenitud y el cumplimiento. Jesús es el punto culminante y el cumplimiento del actuar de Dios con su pueblo. Notemos además que la serie de las generaciones se interrumpió de improviso en la persona de Jesús. No se dice: “José engendró a Jesús”, sino “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (1,16). Es decir, que José es el esposo de María, pero no el padre carnal de Jesús. Por lo tanto, la genealogía termina con un enigma: ¿De dónde viene Jesús, si no es el hijo de José? Este enigma se resuelve en la lectura de mañana. En fin... Hoy aprendemos que Dios realiza sus promesas en Jesús. Lo que comenzó con Abraham, Dios lo ha llevado a término con Jesús. Jesús está profundamente enraizado en la historia de Dios con su pueblo porque proviene de él en la carne. Precisamente en esa carnalidad están asumidos y redimidos los pecados de esta historia. Las búsquedas más legítimas del pueblo que progresivamente fue comprendiendo el plan de Dios encuentran en reposo en Él, porque ¡Él es su fin y su cumplimiento! Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: 1. ¿Por qué leemos la genealogía de Jesús en este contexto de preparación para la Navidad? ¿Cuál es el mensaje? 2. ¿Cómo ha sido mi historia familiar? ¿Qué viene a salvar Jesús? 3. ¿Qué relación tiene Jesús con Abraham y David? ¿Qué tiene que ver esta conexión familiar conmigo? “Dios es eterno, ha nacido de una mujer y permanece con nosotros todos los días. Con esta confianza vivimos, con esta confianza encontramos el camino de nuestra vida” (San Cirilo de Alejandría)

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Tercera semana de Adviento JUEVES

18 de diciembre

Los orígenes de Jesús (II): un nuevo comienzo por la obra del Espíritu Santo Mateo 1, 18-24

“Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús,

porque él salvará a su pueblo de sus pecados” Nuestra lectura de ayer dejó pendiente la pregunta: ¿De dónde viene Jesús? El pasaje de Mateo 1,18-25 responde así: Jesús no le debe su existencia a una generación humana sino a la obra creadora de Dios. Profundicemos este mensaje. La idea central del pasaje está subrayada en los versículos 18 y 20: “Lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo”. Esto quiere decir que el Espíritu Santo está en el origen de la vida de Jesús. Tanto es así, que al final del pasaje se recalca que José no tuvo nada que ver con el nacimiento del niño, que Jesús no es el resultado de una relación conyugal entre José y María: “Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo” (v.25). Jesús no es hijo de José sino creatura del Espíritu Santo. Por lo tanto, Jesús no es el fruto natural de esta historia humana, no depende únicamente de la serie de generaciones y de los nacimientos humanos que vimos ayer. Jesús es el cumplimiento y al mismo tiempo un comienzo completamente nuevo realizado por el poder creador de Dios. Éste es el “origen” de Jesús, como dice el primer versículo del relato de hoy: “la generación de Jesucristo fue de esta manera” (1,18). Observémoslo más de cerca en los puntos principales del relato: 1. Una situación difícil en la relación de pareja de José y María (vv.18-19) Notemos dos frases importantes: “María estaba desposada con José” (v.18b). Según el derecho hebreo los futuros esposos, son considerados como Marido y Mujer pero no conviven sino hasta un año y después de haberse comprometido, este período de tiempo se llama “el desposorio”. Solo después la mujer es llevada a la casa del esposo para iniciar la vida conyugal. “Se encontró en cinta por obra del Espíritu Santo” (v.18c). Precisamente en ese período José descubre que María está embarazada y toma la decisión de repudiarla en secreto. Es tanto el amor de José por María que no la quiere exponer a la pena de muerte por un supuesto adulterio. Él decide dejar vivir a María y realizarse con su nueva familia.

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2. Dios cambia los planes de José y lo pone al servicio de su plan de salvación (vv.20-23) El Señor interviene y e involucra a José en su plan. Le da como tarea el tomar consigo a María y darle el nombre al niño. Es así como José se responsabiliza de la vida de María y de la del niño, reconociéndolos ante la Ley como sus legítimos mujer e hijo. Y puesto que José asume la paternidad legal de Jesús, el niño se convierte en su heredero y así entra en la genealogía davídica, llevando la historia de la salvación a su culmen y cumplimiento. 3. En el fondo de todo está la obra de Dios Con relación a Jesús la tarea de José es ésta: “Tú le pondrás por nombre Jesús” (1,21). El mismo Dios que le da existencia a Jesús, también le da un nombre y en este nombre está implicada su misión. El nombre: “Jesús” (en hebreo Jeshua o Jehoshua, que traduce “Dios es salvación”). En la Biblia, dar un nombre significa dar una nueva vida que se realiza en una misión. En el pasaje que estamos leyendo es Dios quien decide cuál será el nombre del niño, así queda claro que la existencia y la misión de Jesús provienen de Dios Padre. La misión: “Él salvará a su pueblo de sus pecados”. La frase nos recuerda el Salmo 130,8 donde dice: “Y Él redimirá a Israel de todas sus culpas”. Jesús es mucho más que un hijo de David en el sentido político o militar, Él es el salvador del hombre, quien recupera a las personas perdidas en su lejanía de Dios para traerlas de nuevo a la comunión plena con Él. Con términos muy precisos, el evangelio de hoy, nos enseña que Jesús es el verdadero Mesías que toma sobre sus hombros a su pueblo y lo conduce a la plenitud de vida. Es para eso viene Jesús vino al mundo. La misión de Jesús desciende hasta las raíces de la vida humana dándole un vuelco profundo a nuestra manera de vivir. Con este acontecimiento, se realiza lo que Dios anunció por boca de los profetas. En Jesús está Dios salvando al hombre. Y este “estar” de Dios se resume en el nombre “Enmanuel”, que significa “Dios está con nosotros”, el cual expresa que en Jesús se revela el rostro misericordioso de Dios, que nos ayuda y nos salva, y también su proyecto amoroso para nosotros los hombres. Dios no nos abandona. En la base de la obra de Dios en el mundo está Jesús, a quién Él le dio la existencia, el nombre y la misión. Jesús es el regalo, el don auténtico de Dios a su pueblo, para que no sufra más con tanta maldad, para que viva plenamente en la comunión con Él y con los hermanos, porque Él es el “Dios que está con nosotros”. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: 1. Jesús le debe su existencia no a una generación humana, sino a la obra creadora de Dios, ¿Qué significa esto?

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2. ¿Qué dones de Dios para la humanidad están contenidos en el nombre “Jesús”? ¿Cuál es el don más importante que Dios me ofrece en esta Navidad? 3. ¿Qué función tiene el Espíritu Santo en el originarse terreno de Jesús? ¿Qué lugar ocupa en mi vida cristiana? 4. ¿Cuál es el sentido del nombre de Jesús? ¿Qué tiene que ver conmigo? “El punto más alto al que llega la fe es el permanecer en silencio y dejar que Dios hable y obre internamente” (Maestro Eckhart) “La palabra es un ala del silencio” (Pablo Neruda)

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Tercera semana de Adviento VIERNES

19 de diciembre

Una pareja estéril experimenta la misericordia de Dios Lucas 1, 5-25

“No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan;

será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento” En los dos días anteriores leímos el primer capítulo del Evangelio de Mateo, a partir de hoy comenzamos la lectura de los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas. Siguiendo el orden de los llamados “Relatos de Infancia”, vamos a ver cómo la venida histórica de Dios entre nosotros, en Jesús, es la respuesta definitiva a la larga esperanza del pueblo de Israel. Después un breve prólogo (ver Lucas 1,1-4), comienza el relato con estas palabras: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías... casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel” (v.5). Una vez que se menciona la época y se presentan la pareja de Zacarías e Isabel, se narra la concepción milagrosa de Juan Bautista, el precursor del Mesías. Releyendo el texto podríamos descubrir algunos puntos que el evangelista acentúa: 1. La “Buena Nueva” para una pareja Dios actúa dentro de la realidad concreta de una pareja que tiene todos los títulos para ser considerada “santa” (ver 1,6) pero que ve empañada la felicidad de su hogar por una desgracia: no pueden tener hijos, ante todo por causa de la esterilidad pero también ahora por la vejez (ver 1,7). El anuncio que cambia la situación de Zacarías e Isabel, y que es también el comienzo de una serie de acciones salvíficas de Dios en una nueva y definitiva etapa de la historia, es calificado de “Buena Noticia” (1,19). Esta es la primera buena noticia que se anuncia de parte de Dios. El gozo que trae la realización de lo anunciado lo vemos expresado en las palabras de Isabel al final del evento: “El Señor se dignó quitar mi oprobio entre los hombres” (1,25). 2. Las actitudes de una familia que sabe esperar las promesas del Señor Ya que Zacarías y el pueblo en oración en el Templo representan al Israel que espera la venida del Mesías, podemos ver cómo sus actitudes corresponden a las que debe tener una persona que espera en las promesas del Señor. Aprendamos de ellos estas tres actitudes:

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• Confiar en el Señor (1,12-13): Es el Ángel el que le dice “no temas”, invitándolo

así a dejar a un lado el miedo y la confusión que se siente cuando no se ve claro el futuro, para confiar y tener seguridad sólo en Dios. La espera debe estar sostenida por la confianza en Dios.

• Orar al Señor (1,8-10.13): Por la oración en el Templo, Zacarías y el pueblo le

recuerdan a Dios su pacto y su fidelidad, su compromiso para intervenir por su pueblo. Zacarías como sacerdote unió a esta oración las expectativas concretas de este pueblo y también sus propias necesidades. Dios lo escuchó: “Tu petición ha sido escuchada” (v.13). También en la oración Isabel toma conciencia de la manera como Dios ha respondido a la oración (ver 1,25).

• Creer en el Señor. El Ángel le dice a Zacarías: “mis palabras... se cumplirán a

su tiempo”, y le da un signo: “no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas” (1,20). La actitud de Zacarías, que le merece el reproche del Ángel ―“no diste crédito a mis palabras”―, es exactamente contraria a la de María: “Feliz la que ha creido que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (1,45). Hay que creer en la eficacia de la Palabra de Dios.

Estas tres actitudes que caracterizan a estos personajes que representan la etapa final del largo Adviento del pueblo de Israel, tienen un fundamento que está enunciado en una promesa: “Será para ti gozo y alegría, y muchos se alegrarán con su nacimiento” (1,14). El don de la vida que nace trae “alegría” y la “exultación” a quien lo sabe acoger. El Evangelio es invitación a la alegría plena y auténtica. Y de esto nos da ejemplo el pueblo que acoge la obra salvífica de Dios a lo largo de todo el Evangelio (ver el caso de María, 1,48; de los parientes de Isabel, 1,58; de los pastores y de todo el pueblo, 2,19; de los discípulos, 10,17; de Jesús, 10,21). 3. El perfil del hijo La respuesta de Dios a la oración de Zacarías es el don de un hijo. Con este don Dios no sólo ha respondido a la petición personal de un hombre atribulado por no haber tenido hijos sino también a la oración del pueblo en el Templo que suplica la venida del Mesías. El niño que viene es precisamente el precursor del Mesías: Juan. En el relato de hoy vemos cómo se describe cuidadosamente la persona y la misión de Juan. La persona de Juan Notemos las cuatro características de la persona de Juan que el Ángel Gabriel enuncia: (1) “será grande” (1,15ª); (2) “no beberá vino ni licor” (1,15b); (3) “estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (1,15c); (4) “irá delante... con el espíritu y el poder de Elías” (1,17).

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Observemos, sobre todo, que Dios prepara a sus enviados. En el caso de Juan, se ve que ya desde el período prenatal Dios posa su mano sobre él (1,66) para santificarlo con su Santo Espíritu. La misión de Juan La misión de Juan está enunciada en esta frase: “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (1,17). “Bien dispuesto” quiere decir “abierto a Dios en un camino de conversión”. La misión de Juan consiste en hacer que todos se interesen por la voluntad de Dios y caminen según sus criterios, dándole así una orientación nueva y profunda al corazón: (1) en la relación con Dios: “a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios” (1,16); (2) en la relación con los otros, especialmente la relación familiar: “hacer volver los corazones de los padres a los hijos” (1,17). ¡La conversión comienza por la casa! Con el anuncio del nacimiento del precursor del Mesías, se avisa que está llegando el nuevo tiempo largamente esperado. El gran gozo que inundó vida de un par de ancianos, Zacarías e Isabel, que hallaron respuesta a sus oraciones, será también el nuestro si le damos continuidad a sus actitudes en nuestras vidas.. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: 1. ¿Cómo vivimos nuestras situaciones negativas? ¿Qué nos enseñan las actitudes de Zacarías? 2. ¿Cuáles son las características de la figura de Juan Bautista y cuál es su misión? Y bajo esta luz: ¿Cuáles son las características de un Evangelizador? 3. ¿Cómo acojo las buenas noticias que el Señor me da a través de su Palabra (en la Sagrada Escritura y por la voz de sus mensajeros)? “En el silencio de la vigilancia se comprende la urgencia de construir la gramática del diálogo que hace germinar paz y justicia, signos visibles de la tierra que se abre al cielo” (A. Augruso) “Es el tiempo del silencio, de la pobreza, de la ausencia, de la humildad, de la espera. Y la finalidad de nuestra soledad silenciosa es la escucha del Señor, quien habla de nuevo al corazón de su esposa: la Iglesia, el alma nuestra” (A. M. Canopi)

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Tercera semana de Adviento SÁBADO

20 de diciembre

María es llamada para ser la madre del Señor Lucas 1, 26-38

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús”

El personaje central del relato de hoy es María. Su vocación para ser la madre del Mesías es única, pero permanece como el modelo para cada uno de nosotros que estamos llamados a “encarnar el Verbo” en esta Navidad que se aproxima. El relato comienza ubicándonos en el tiempo (seis meses después de la concepción de Juan) y en el espacio (Nazareth, ciudad de Galilea). Luego nos presenta el personaje central, María, y nos da algunas informaciones sobre ella (su desposorio con José, de la descendencia de David, y su virginidad). Con todos estos datos iniciales, el relato se concentra en la narración del llamado que Dios, por medio del Ángel Gabriel, le hace a María para cooperar en el plan de Dios: 1. La experiencia de fondo sobre la cual se apoya el llamado que el Señor le hace a María (1,28-29) Lo primero que destaca el relato es que la vocación de María se apoya en la acción de Dios. En cada una de las tres palabras del saludo del Ángel ― “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está contigo”― hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella (ver 1,28): La alegría: “¡Alégrate!” El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino que comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz del “Magníficat”: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (1,47). Se podría decir que la alegría caracteriza una auténtica vocación. La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!” Este es el motivo de la alegría, Dios le hace conocer la inmensidad de su amor predilecto por ella, cómo ha puesto sus ojos en ella, colmándola de su favor y de su complacencia. Su amor es definitivo e irrevocable. Esta afirmación es tan importante que el Ángel se la va a repetir en 1,30. La confianza que se necesita para poder responderle al Señor cuando nos llama viene de la certeza de su amor.

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La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!”. Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarla de manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los grandes vocacionados de la Biblia (Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías...). Lo que se anuncia en Lucas 1,28 se realiza en 1,35, donde se dice cómo es que Dios ayuda a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. La acción del Espíritu nos remite a Génesis 1,1. Por lo tanto María es el lugar donde se cumple la acción poderosa del Dios creador, y Jesús es el nuevo comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios. Con esta promesa María es interpelada: “no será imposible ninguna palabra que proviene de Dios” (1,37, que traducimos literalmente) y un signo de ello es lo que ha hecho en Isabel, la mujer que no podía dar vida. 2. La misión concreta de María con la persona del Mesías (1,30-33) María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas a concebir y dar a luz un hijo” (1,31). Pero su misión no se limita sólo a esto, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le pondrás por nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo eduque. Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su proyecto de vida al servicio de Dios. 3. La acción creadora del Espíritu Santo en el vientre de María (Lc 1,34-35) Cuando María le pregunta al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (1,34), el Ángel le responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal (1,35). Retomemos las palabras del Ángel: • “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti...” El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo debía “reposar” de manera especial sobre el Mesías (cfr. Is 11,1-6; 61,1-3; ver el texto del pasado 2 de diciembre). La frase nos recuerda la acción creadora de Dios en Gn 1,1-2: el Espíritu de Dios genera vida.

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• “El poder del Altísimo te pondrá bajo su sombra” La acción eficaz de Dios pone a María “bajo su sombra”. Esta frase nos remite a Exodo 40,35, donde aparece la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de su pueblo en la “tienda del encuentro” o “tienda de las citas divinas”. Se trata de una imagen muy diciente. Retomando lo esencial podemos decir que la acción del Espíritu en María es la expresión concreta: (1) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador, (2) del poder de Dios creador, (3) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al sumergirla en su propia gloria. En conclusión Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús: el Mesías entra en la historia humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María. De esta manera el relato de la vocación de María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la naturaleza humana. Todo se hace posible gracias al “sí” de María. Hoy contemplamos en oración, guiados por la Palabra del Evangelio, el misterio de esta vocación que cambió la historia del mundo. La Palabra suscita en nosotros una gran acción de gracias y al mismo tiempo la conciencia profunda de que cada uno de nosotros tiene un llamado para participar activamente en la obra de la salvación. Se esperaría que nuestra respuesta sea tan clara y decidida como la de María (ver el evangelio del 8 de diciembre). Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: Releamos despacio, en oración, el relato bíblico. Sintamos la fuerza de cada palabra. Coloquémonos dentro de los personajes. Escuchemos y respondamos como ellos. 1. ¿Cuáles son las características que debe tener una persona que se coloca al servicio de Jesús? 2. ¿En qué se parece el camino de discernimiento de María al mío? ¿Qué me enseña? 3. ¿Cómo interviene Dios en la vida de María para capacitarla para su misión? ¿Cómo lo hace en la mía? “El Señor asume un cuerpo como el nuestro, no se contenta simplemente con revestirse de él, sino que quiere hacerlo naciendo de una virgen sin culpa ni mancha, que no conocía hombre. Aún siendo omnipotente, en esta virgen él se edifica su propio cuerpo como un templo y, manifestándose y morando en él, se vale de él” (San Atanasio)

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Cuarto DOMINGO de Adviento

María de Nazaret: La puerta de la Navidad

San Lucas 1, 26-38 “Concebirás y darás a luz un hijo a quien podrás por nombre Jesús”

“Aquel que existe antes que tú, hoy está contigo

y dentro de poco nacerá de ti” (San Andrés de Creta)

“A mil años de distancia de la promesa, un rey y una joven virgen están juntos en su casa. La Palabra de Dios entra en su casa... ellos solos con ella”. Estas palabras recogen bastantebien el itinerario interno que recorren las lecturas de este Domingo. La Virgen María fue llamada por el Papa Benedicto XVI, “la Puerta de la Navidad”,expresando así el lugar que ella ocupa dentro del misterio que estamos a punto de celebrar.En el relato de la anunciación, María le abre la puerta al Señor con su “Fiat” y la entrega desu vida entera le permite al Hijo de Dios hacerse humanidad y llegar a toda la humanidad. La vocación de María para ser la madre del Mesías es única, pero permanece como modelo para cada uno de nosotros que estamos llamados a “encarnar el Verbo” en esta Navidad que se aproxima. 1. El texto El relato de Lucas 1,26-38 comienza ubicándonos en el tiempo (seis meses después de laconcepción de Juan) y en el espacio (Nazareth, ciudad de Galilea). Luego nos presenta el personaje central, María, y nos da algunas informaciones sobre ella (su desposorio con José, de la descendencia de David, y su virginidad). En correlación con la profecía de Natán (que escuchamos en la primera lectura) comprendemos la importancia de la frase: “desposada con un hombre llamadoJosé, de la casa de David”. El profeta Natán dice: “El Señor Dios le dará el trono deDavid su padre”. De esta forma, el relato de Lucas está enraizado en la larga historia desalvación que espera la venida del Mesías, el hijo de David. Con todos estos datos iniciales, el relato se concentra en la narración del llamado que Dios, por medio del Ángel Gabriel, le hace a María para cooperar en el plan de Dios engendrando al Mesías esperado, quien es descendiente de David, pero sobre todo “Hijo de Dios”.

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2. Profundicemos El anuncio del Ángel progresa en tres momentos: (1) el saludo, (2) el anuncio del hijo de David, y (3) el anuncio del Hijo de Dios. Todo el mensaje se apoya en un único signo: lafecundidad (biológicamente imposible) de la anciana Isabel. En cuanto leemos el relato no perdamos de vista las tres reacciones de María: (1) una emoción, una reacción de “temor” (ante el saludo y no ante el anuncio), (2) una pregunta, y (3) un acto de obediencia generosa. 2.1. El saludo: la experiencia de fondo sobre la cual se apoya el llamado que el Señor le hace a María (1,28-29) Lo primero que destaca el relato es que la vocación de María se apoya en la acción de Dios. En cada una de las tres palabras del saludo del Ángel ― “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está contigo”― hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella (ver 1,28): (1) La alegría: “¡Alégrate!” El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino que comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz del“Magníficat”: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (1,47). Se podría decir que laalegría caracteriza una auténtica vocación. (2) La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!” Este es el motivo de la alegría, Dios le hace conocer la inmensidad de su amor predilectopor ella, cómo ha puesto sus ojos en ella, colmándola de su favor y de su complacencia.Su amor es definitivo e irrevocable. Esta afirmación es tan importante que el Ángel se lava a repetir en 1,30. La confianza que se necesita para poder responderle al Señorcuando nos llama viene de la certeza de su amor. (3) La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!”. Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarlade manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los grandesvocacionados de la Biblia (Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías...). Lo que se anuncia en Lucas 1,28 se realiza en 1,35, donde se dice cómo es que Dios ayuda a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

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Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. La acción del Espíritu nos remite a Génesis 1,1. Por lo tanto María es el lugar donde se cumple la acción poderosa del Dios creador, y Jesús es el nuevo comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios. Con esta promesa María es interpelada: “no será imposible ninguna palabra que proviene de Dios” (1,37, que traducimos literalmente) y un signo de ello es lo que ha hecho en Isabel, la mujer que no podía dar vida. Todo el anuncio del Ángel se apoya en este signo de fecundidad de la mujer anciana. Lo mismo hará Dios con una virgen. 2.2. La misión concreta de María con la persona del Mesías: la concepción y nacimiento del hijo de David (1,30-33) María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas a concebir y dar a luz un hijo” (1,31). Pero su misión no se limita sólo a esto, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le pondrás por nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo eduque. Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su proyecto de vida al servicio de Dios. 2.3. La acción creadora del Espíritu Santo en el vientre de María: se engendra al Hijo de Dios (Lc 1,34-35) Cuando María le pregunta al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (1,34), el Ángel le responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal (1,35). Retomemos las palabras del Ángel: (1) “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti...” El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo debía “reposar” de manera especialsobre el Mesías (cfr. Is 11,1-6; 61,1-3; ver el texto del pasado 2 de diciembre). La frase nosrecuerda la acción creadora de Dios en Gn 1,1-2: el Espíritu de Dios genera vida. (2) “El poder del Altísimo te pondrá bajo su sombra” Tenemos en esta frase tan importante el mensaje de la novedad de la virginidad fecunda. La acción eficaz de Dios pone a María “bajo su sombra”. Esta frase nos remite a Éxodo 40,35, donde aparece la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de su pueblo en la “Tienda del Encuentro” o “Tienda de las citas divinas”. Se trata de una imagen muy diciente: la nube que “cubre” la

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Tienda delEncuentro significaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pues bien, ahora el senode María “cubierto por la sombra” es el lugar de la presencia divina. Retomando lo esencial de estas dos expresiones puestas juntas, “el Espíritu vendrá sobre ti” y “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, podemos decir que la acción del Espíritu en María es la expresión concreta: (a) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador, (b) del poder de Dios creador, (c) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al sumergirla en su propia gloria. (3) “Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” En la Biblia, la santidad es el atributo esencial de Dios. En la visión de Isaías, lo serafinescantaban: “Santo, Santo, Santo, el Señor, Dios del universo” (Isaías 6,3). La santidad hará de Jesús un “Hijo de Dios” diferente de los reyes de Israel quienes se consideraban “hijos adoptivos de Dios” cuando ascendían al trono. El niño que va a nacer tendrá un punto en común con los reyes de Israel: será rey. Pero también una gran diferencia: “reinará para siempre sobre la casa de Jabob”. Curiosamentesu reinado se ejercerá en la pobreza, en la humildad y en la misericordia. Jesús estarárevestido de la santidad del Padre. 2.4. El signo: la anciana que engendra en la vejez (1,36-37) El Ángel le da a María este signo: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido unhijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”. En este punto se cruzan las dos escenas de anunciación, la que recibió Zacarías y la querecibió María: se anuncian nacimientos en circunstancias prácticamente imposibles. Una pareja estéril y una pareja que no ha tenido relaciones conyugales no pueden dar vida. Portanto: “Ninguna cosa es imposible para Dios”, dice el Ángel, citando las palabras de Dios aAbraham en Mambré, cuando Sara se rió ante el increíble anuncio del nacimiento de Isaac(ver Génesis 18,14). El anciano Zacarías dudó y pidió un signo. Dios le concedió uno, quizás no el que esperaba:se quedó mudo. El Ángel lo reprendió ante su falta de fe. María, por el contrario no tienedudas, ella no pide un signo, simplemente una aclaración. Con todo, sin que se haya pedido,María es remitida al signo del vientre fecundo de la estéril. 2.5. María acepta la anunciación (1,38) Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús: el Mesías entra en lahistoria humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María. De estamanera el relato de la vocación de María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la naturaleza humana.

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Todo se hace posible gracias al “sí” de María: “Hágase en mí según tu Palabra” (1,28).Entonces María entra en el proyecto de Dios. Con sus mismas palabras se da el título másbello del Evangelio: “servidora”. Jesús en la última cena se hará llamar de la misma manera: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (22,27). Al ponerse al servicio de Dios, con entrega total como la de una esclava, María se convierteen modelo de los discípulos y en modelo de toda la Iglesia. Acogerá al Señor en su seno,pero no se lo guardará para ella: primero lo llevará hasta la casa de Zacarías e Isabel, luegolo presentará a los pastores el día del nacimiento y finalmente se lo ofrendará a Dios y a lahumanidad tanto en el Templo como en la Cruz. En fin… Cuando la navidad está ya muy próxima nos unimos a María, “la puerta de la Navidad”, y contemplamos en oración, guiados por la Palabra del Evangelio, el misterio de su vocación que cambió la historia del mundo. La Palabra suscita en nosotros una gran acción de gracias y al mismo tiempo la conciencia profunda de que cada uno de nosotros tiene unllamado para participar activamente en la obra de la salvación. 4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: 4.1. ¿Cómo se correlaciona la profecía de Natán con el relato de la Anunciación? 4.2. ¿Qué pasos da el Ángel en la Anunciación? ¿Cómo reacciona María? 4.3. ¿Cómo interviene Dios en la vida de María para capacitarla para su misión? ¿Cómo lo hace en la mía? 4.4. ¿Por qué María es la “Puerta de la Navidad”? 4.5. ¿Qué actitud me enseña María para estos últimos días de preparación de la Navidad? “‘¡Yo te saludo, oh llena de gracia, el Señor está contigo!’ Aquel que existe antes que tú, hoy está contigo y dentro de poco nacerá de ti: de un modo en la eternidad y de otro modo en el tiempo. El Ángel no se contentaba con revelar simplemente la alegre noticia sin anunciar que el mismo autor de la alegría vendría a nacer de la Virgen. Aquel, ‘el Señor está contigo’, muestra claramente la presencia del propio Rey... ‘¡Yo te saludo, oh llena de gracia, el Señor está contigo!’ Yo te saludo, oh Templo magnífico de la gloria divina. Yo te saludo, tálamo en el que Cristo desposó la naturaleza humana. Yo te saludo, santa tierra virginal en la cual, con inefable arte divina, fue plasmado el nuevo Adán, para recuperar el antiguo Adán. Yo te saludo, oh sagrado y perfecto fermento de Dios, con el cual toda la masa del género humano fue horneada y recogida después, bajo la forma de panes, en una nueva unidad enel único cuerpo de Cristo”.

(San Andrés de Creta, Discurso 5)