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Discipulado de la Palabra Primera semana de Cuaresma (Fotografía: Rob Blakers) “Muéstrame, Señor, tu camino, que recorreré con fidelidad; concentra toda mi voluntad en la adhesión a tu nombre” (Salmo 86,11) Primera semana de Cuaresma LUNES La cuaresma como ejercicio de amor Mateo 25,31-46 Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteisLa cuaresma es un ejercicio del corazón. El desierto de soledades rugientes que espantan se encuentra visitado por una presencia que seduce con su ternura, sana el amor herido y atrae fuertemente para restaurar la comunión rota o descuidada (ver Dt, 32,10 y Os 2,16).

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Discipulado de la Palabra Primera semana de Cuaresma

(Fotografía: Rob Blakers)

“Muéstrame, Señor, tu camino,

que recorreré con fidelidad; concentra toda mi voluntad en la adhesión a tu nombre”

(Salmo 86,11) Primera semana de Cuaresma LUNES

La cuaresma como ejercicio de amor

Mateo 25,31-46 “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”

La cuaresma es un ejercicio del corazón. El desierto de soledades rugientes que espantan se encuentra visitado por una presencia que seduce con su ternura, sana el amor herido y atrae fuertemente para restaurar la comunión rota o descuidada (ver Dt, 32,10 y Os 2,16).

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Jesús también en su cuaresma en el desierto renovó a fondo su “sí” al Dios que lo reconoció públicamente como Hijo suyo y lo inundó con su Espíritu de amor. Allí dejó en claro la pureza de sus intenciones en la misión al colocar el querer de su Padre como el valor primero que guiaría su ministerio entero y el vivir en función de los demás como criterio básico de todas sus acciones, es decir, no utilizando jamás su poder para su propio beneficio. El “Otro”, que es el Padre, y los “otros” que somos los hombres, son los puntos referenciales de la vida y ministerio de Jesús; en su caminar estará siempre tejiendo esta doble relacionalidad. Todo discípulo está llamado a seguir este camino de descentramiento personal combatiendo el mal que lo aprisiona en su egoísmo. El ejercicio del amor es el gran horizonte espiritual de la cuaresma (ver la separata de esta revista). Y, por supuesto, el amor tiene que ser probado verificando sus motivos internos. Por eso el evangelio de hoy se presenta en términos de juicio, de evaluación. Por un momento nos transportamos hasta lo que será el momento final de nuestras vidas, el encuentro cara a cara con Jesús para responder por lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer, de manera que tomemos a tiempo decisiones que nos permitan llegar a alcanzar el mayor deseo de nuestro corazón: “¡Que mi vida futura espejo sea sin fin de tu hermosura!” (Himno de Laudes). En la parábola de Mateo 25,31-46, la majestad del Rey no anula la premura delicada del pastor que presta su último servicio al rebaño que ha pastoreado un día entero. Se tiene presente el momento en el que, al guardar el rebaño en el aprisco, se da a la tarea de separar las ovejas de los cabritos, los cuales necesitan mayor calor. El miedo que causa la idea de un juicio viene matizado con esta imagen del Pastor, quien representa siempre cuidado, atención y amor con su rebaño. La separación que opera el Rey con actitud de pastor es una invitación para que revisemos de qué lado está cada uno de nosotros. El criterio fundamental es el amor y está formulado en la frase: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (v.40; que aparece de nuevo en forma negativa en el v.45). Tres puntos fuertes aparecen: (1) El amor se mide por el “hacer” no por los sentimientos que declaramos ni simplemente por la intención. (2) El amor pedido tiene un distintivo: a “los más pequeños”. En Mateo el pequeño es el frágil física, emocional y espiritualmente; el que necesita todo tipo de apoyo. Se caracteriza también por su invisibilidad social. (3) Jesús se identifica con los “pequeños” a quienes llama “hermanos míos”. Hay una presencia sacramental de Jesús en ellos y con mayor densidad porque son sus hermanos en el sufrimiento. Por eso al pequeño se le respeta como se respeta la inmensa grandeza de Jesús coronada por el camino de la Cruz (sentido del título “Hijo del hombre”). Es en ellos donde Jesús -el amado- pide ser buscado, honrado y servido. La parábola no deja nada en abstracto. Los indicadores específicos de este “hacer” en el que se ejercita todo el que ama a Jesús son seis situaciones de precariedad donde la ayuda es inaplazable: (1) el hambre, (2) la sed, (3) la necesidad de techo, (4) la

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desnudez, (5) la enfermedad, (6) la perdida de la libertad en una cárcel. Todas ellas, si las leemos en binas, nos piden una apertura grande de corazón para (1) compartir la mesa, (2) acoger con el doble abrigo de la casa y del vestido propio y (3) salir de la comodidad para buscar a uno que está solo y que, humillado, no puede valerse por sí mismo. La capacidad de respuesta efectiva ante el sufrimiento del otro es la medida del amor. La cuaresma nos pide este ejercicio del amor: dilatar el corazón hasta que sea tan grande, tan descentrado de sí mismo y salvífico como el del Crucificado. “Al atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor”, dice san Juan de la Cruz. Al atardecer, al final de esta cuaresma, a los pies del Crucificado su amor de pastor que sufre y se ocupa de los más desvalidos evaluará si en esta cuaresma dimos pasos concretos en nuestra capacidad de amar. Luego en la Vigilia Pascual , porque dijimos “sí” al llamado de Dios en el hermano, tendremos autoridad para volver a prometer nuestro “sí” bautismal de entrega total a Dios. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida: 1. ¿Por qué la cuaresma comienza con una invitación a revisarnos en la caridad hacia los hermanos que sufren? 2. ¿Cómo se correlacionan la imagen del juez y la del pastor? ¿Qué quieren decirnos? 3. ¿Qué tareas concretas que expresen el “ejercicio del amor” voy a realizar de manera especial en esta cuaresma? ¿A quién(es)? ¿En qué momentos?

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Primera semana de Cuaresma MARTES

Primera semana de Cuaresma

La cuaresma como ejercicio de oración

Mateo 6,7-15 “Vosotros, pues, orad así”

La segunda tarea del ejercicio cuaresmal es la oración. Este es un tiempo en el que reforzamos nuestros tiempos de oración y los cualificamos. La oración va unida al compromiso, por eso la primera lección de la cuaresma fue que el amor a Dios se ejercita en el amor al hermano. Pero como no se trata de un mero ejercicio de altruismo, sino de expresión del amor de Dios que nos habita, es fundamental el ejercicio de la oración. La oración vivifica y ahonda la relación con Dios generando espacios estrechos de confianza, haciendo palpitar al unísono los dos amores y haciendo que se impregne más en nosotros el rostro del Padre de quien nos reconocemos hijos. En la catequesis sobre la oración, en el sermón de la montaña, Jesús nos da pautas concretas para que le demos vida a la oración: (1) Al contraponer dos tipos de oración, la de los paganos y la de los discípulos de Jesús, invita a dar un salto cualitativo en el espíritu de oración. El pagano apoya su oración en el ejercicio de la retórica: la oración se vuelve discurso preocupado por la belleza del discurso que seduce al oyente para arrancarle lo pedido (ver Mt 6,7). El discípulo de Jesús, por su parte, apoya su oración en el ejercicio de la confianza: la convicción de lo que más conmueve a un papá es ver a su hijo necesitado, él lo percibe antes que el hijo abra la boca (ver 6,8). El fundamento, la atmósfera y la manera de hacer la oración, entonces, es diferente al de una persona que no conoce el amor de Dios. (2) En el Padre Nuestro, Jesús recoge la última idea y muestra cómo se lleva a cabo. La atmósfera de la oración se crea en invocación fundamental a partir de tres elementos: (a) atreverse a llamar a Dios “Papá”, el trascendente se aprehende en su inmensa cercanía; (b) presentarse ante él no como orante solitario sino como miembro de una familia que sabe decir “nuestro”; (c) percatarse que la paternidad de Dios no es una proyección de las paternidades humanas, sino al contrario, una revelación que viene de lo alto: “que estás en el cielo”. (3) Al interior de la oración notamos que la oración básica es la repetición de los pronombres “Tú” y “Nosotros”. La relación se teje en este encuentro: el “Tú” se inserta en “nosotros” y viceversa, generando una mutua posesión que no es de sometimiento sino de libre Alianza de amor fecundada por bendiciones.

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(4) Lo primero que se acentúa es el “Tú”: lo que se pide ante todo es a Dios mismo; antes que cualquier otra cosa, Él es el bien mayor que necesitamos e imploramos. Esto purifica el corazón de cualquier otro interés secundario en la relación con Dios y para doblegar la existencia entera ante las tres grandes acciones de un Dios que viene a nuestro encuentro: “Santificado sea tu Nombre” (6,9c), “venga tu Reino” (6,10ª), “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (6,10b). (5) Luego se acentúa el “Nos”: el corazón se abre para recibir las bendiciones cotidianas del amor fundante. Dios viene al encuentro de nuestras necesidades como un Papá responsable que trae el pan a su familia (“Nuestro pan cotidiano dánosle hoy”, v.11), que vela por la unidad de su familia muchas veces quebrantadas por discordias (“Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”, v.12), que sostiene en la debilidad (“No nos dejes caer en tentación”, v.13ª) y que libera –con la sangre de su Hijo- el mal que se anida en el corazón, para que el hijo no vuelva a irse de su casa (“Mas líbranos del mal”, v.13b). (6) Cuando el hijo es auténtico refleja el rostro de su Padre, por eso en la oración el hijo se vuelve “padre” para los demás. Esto se nota en la capacidad para perdonar. Pero la disposición para el perdón por parte nuestra es la condición primera para que esto sea posible (ver 6,14-15). Durante la cuaresma volvemos a la escuela de la oración. En esta escuela lo central es el aprendizaje de la apertura de corazón de un hijo que redescubre fascinado todos los días –como Jesús- el amor de su Padre y se inserta en lo más profundo de ese amor por el abandono en él. En la Cruz del viernes santo contemplaremos a un Hijo que, habiendo optado por la voluntad de Él en el Getsemaní, le confía completamente su vida en sus manos. En la Vigilia Pascual, junto con él bendeciremos nuestra filiación en las aguas de las nacimos como hijos de Dios. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida: 1. A partir de la lectura del evangelio de hoy, ¿siento necesidad de volver a la escuela de la oración de Jesús? ¿Qué considero que está flojo en mi vida de oración? 2. ¿Qué lecciones me da Jesús en su catequesis sobre la oración y qué relación tienen con el camino cuaresmal? 3. ¿Qué programación especial podría hacerme para cultivar en esta cuaresma espacios de tiempo más amplios y cualificados de oración?

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Primera semana de Cuaresma MIÉRCOLES

La cuaresma como ejercicio de conversión en la escucha de la Palabra Lucas 11, 29-32

“Así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación”

En estos días la Palabra de Dios resuena de manera especial. Es ella la que conduce los ejercicios que dilatan el corazón en el amor del crucificado y la oración que nos atrae para vivir más estrechamente en sintonía con el querer de Dios. En pocas palabras, la Palabra de Dios que proviene de la boca de Jesús, nos marca la ruta del proceso de conversión. En el evangelio el personaje central es Jesús: él es “más que Salomón” (v.31) y “más que Jonás” (v.32). La inmensa dignidad de Jesús que emerge en contraluz con estos dos personajes consiste en la grandeza de su Palabra, la cual es superior a la predicación profética de Jonás y a la sabiduría de Salomón. Observando el movimiento del texto, notamos que la mención del profeta Jonás se hace al comienzo y al final de nuestro pasaje (ver 11,29-30 y 11,32), quedando en el centro la mención del rey Salomón. Este destaque del profeta Jonás se explica por la frase: “Así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación” (v.30). ¿Y cual fue la señal de Jonás para los ninivitas? Pues nada distinto de su predicación: los ninivitas “se convirtieron por la predicación de Jonás” (v.32b). Por otra parte, sus oyentes eran extranjeros y, a pesar de eso estuvieron bien dispuestos y fueron capaces de dar el paso de la conversión. Ellos -desde el rey hasta el último de los súbditos- dejaron todos sus oficios para dedicarse a la penitencia pregonada por Jonás. Esto se ilustra mejor con el ejemplo de una reina quien, dejando un reino entero y todas sus dignidades, viajó desde su lejana nación sureña en busca del hombre más sabio del que se había escuchado: el rey Salomón. Ella vino “a oír la sabiduría de Salomón” (v.31b). La buena disposición de la Reina para escuchar y la prontitud para la conversión que manifestaron los ninivitas para tomarse en serio la predicación de la penitencia, contrasta fuertemente con la actitud de “esta generación” de israelitas, ¡precisamente los de casa!, quienes se presentan como los más duros de corazón para tomar en serio a Jesús y su mensaje. Por eso la Reina y los ninivitas “se levantarán en Juicio contra esta generación” (v.31ª.32ª) que busca “señales”, es decir, milagros que los convenzan. De hecho es más fácil pedir milagros que nos deslumbren y nos eviten el esfuerzo del creer, que abrirnos al encuentro personal con una persona que nos exige y que con su

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presencia y su palabra nos cambia la vida. Y la verdad sea dicha: ese es el verdadero milagro, el hay que pedir. El evangelio de hoy nos invita a que cedamos en esa dureza de corazón que nos mantiene presos de otras cosas que consideramos importantes, pero que en realidad no son realmente fundamentales, para ponernos a escuchar a Jesús. No tendremos que hacer el largo viaje de la Reina de Sabá ni Jonás tendrá que ir a llevarnos el mensaje a ciudades lejanas: a Jesús lo tenemos “aquí” (lo enfatiza el evangelio). La predicación de Jesús resuena primero de viva voz, pero su máxima palabra, la que está a punto de pregonar será su estar silencioso de brazos abiertos en la cruz llamándonos a hacer la correcciones que sean necesarias y a darle un nuevo impulso a nuestra vida en el gozo de su amor. Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón: 1. ¿Cuál es finalidad de la cuaresma? ¿Cuál es el camino que se nos ofrece para lograrlo? 2. ¿Cuál es la señal de Jonás y como se actualiza en la cuaresma y la pascua? 3. ¿Qué decisiones voy a tomar dentro de mi agenda para permitir que esta cuaresma tenga espacio de intensa escucha y oración de la Palabra, de encuentro personal con Jesús, en función de un cambio de vida?

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Primera semana de Cuaresma JUEVES

Primera semana de Cuaresma

Disponerse para la conversión (I): La oración confiada de un hijo necesitado

Mateo 7, 7-12 “Porque todo el que pide recibe”

El primer paso en el camino de conversión no es poner la mirada en el pecado sino en el amor de Dios. No se trata de hacernos acusaciones sino de dejarnos atraer por el cariño de un Padre que, porque conoce nuestros vacíos, nos ofrece lo mejor, lo que más necesitamos para que nuestra vida tenga la calidad y la dignidad de un hijo suyo. Sólo en la medida en que seamos capaces de descubrirnos amados estaremos en condiciones reales de descubrir cuán distantes estamos de Dios y de valorar los dones perdidos. Por otra parte, puesto que no se trata de perfeccionismo moral sino de acogida de la gracia de un Dios que hace pascua en nosotros, el punto de partida es la confesión de nuestra impotencia, el reconocimiento abierto de que somos necesitados, que no podemos salir adelante con nuestras solas fuerzas y que, por tanto, necesitamos extender las manos en súplica confiada. La segunda catequesis de Jesús sobre la oración en el sermón de la montaña (Mt 7,7-12), entrena los movimientos del corazón que se dispone a acoger los dones de vida que vienen del Padre: (1) En los vv.7-8 encontramos una serie de tres imperativos (“Pedid”, “buscad” y “llamad”). El énfasis está en el movimiento de salida. El orante es esencialmente un buscador cuya certeza de la bondad de Dios lo pone en movimiento hacia él. Y se sale con la certeza de la respuesta, por eso se inculca que cuando uno acude a Dios, jamás se encuentra con un vacío silencioso que desanima, sino que por el contrario: se “recibe”, se “halla” y “se le abrirá”. Dios siempre escucha, con Él nadie sale con las manos vacías. (2) En los vv.9-11 encontramos primero dos hipótesis (vv.9-10) que se inspiran en el mundo de los pescadores de Galilea, donde las piedras redondas y blancas del lago asemejan panes y donde los largos peces –anguilas incluidas- asemejan culebras. Cualquier persona con mínima salud mental admitiría que un papá nunca le daría a su hijo dones engañosos que al fin le harían daño. Así se inculca la certeza con la que el orante se dirige a Dios: lo que nos ofrece siempre nos hace bien, así no lo entendamos a primera vista. Enseguida, en el v.11, se llega al punto alto de la catequesis. Las comparaciones anteriores son la plataforma para afirmar que la bondad de Dios supera con creces el amor paterno/materno humano que ya de por sí era extraordinario. Si al principio se inculca la certeza de la respuesta ahora se inculca la certeza de la bondad.

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(4) En el v.12, finalmente, se pasa al plano de las relaciones cotidianas: allí no se admiten dicotomías espirituales, sino al contrario se construye una profunda unidad de vida: si recibimos también “damos” tomando la iniciativa en el amor “hace” el bien a los demás. La oración aterriza en un imperativo ético, ella es fuerza interior que cualifica las demás relaciones. Notemos que Jesús invierte la antigua frase de Tobías 4,15, “no le hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti”, y la pone en positivo: “todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos”. La nueva fórmula es mucho más exigente porque pide tomar la iniciativa, lo cual –si se hace- ya es un buen signo de que se entró en un camino de conversión porque el centro ya no es uno mismo (egoísmo) sino el otro. Y es que así es Dios (“esta es la Ley y los Profetas”). El camino de la conversión se recorre por el camino de la oración, cuyos indicadores de la ruta cierta son estas tres convicciones. Pero la cuaresma nos recuerda que no somos orantes solitarios sino orantes que caminan juntos dentro de una comunidad que reconoce toda ella pecadora. En el evangelio de hoy, de punta a punta, se insiste una y otra vez en el plural comunitario que converge en la expresión “Vuestro Padre” (v.11). La pascua no es un acto individual, es la pascua de un pueblo que cada día se purifica más para ser una verdadera familia. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida: 1. ¿Mi vida de oración está sostenida por las tres convicciones que Jesús inculca en el evangelio de hoy? 2. ¿Dónde tengo que poner primero la mirada para iniciar “con pie derecho” el camino de vuelta a la casa del Padre? 3. El Señor me invita a frecuentar más la oración comunitaria como espacio por excelencia de la oración cuaresmal, ¿Cómo le voy a responder?

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Primera semana de Cuaresma VIERNES

Primera semana de Cuaresma

Disponerse para la conversión (II): Parar para revisar la vida

Mateo 5,20-26 “Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu

hermano” Este viernes penitencial nos dice fuertemente: ¡Detente! En la cuaresma sucede como cuando uno pasa en carro por un cruce de ferrocarril: primero hay que parar para luego mirar (e incluso escuchar) si no está viniendo el tren. El evangelio de hoy va lejos en este punto: hay parar incluso lo más sagrado para darle prioridad a la reconciliación con el hermano. Precisamente en el cuadro central que nos presenta el evangelio de hoy (Mt 7,23-24), tenemos el caso de un orante que ha peregrinado desde lejos hasta el Templo de Jerusalén, y quien –quizás con gran esfuerzo- ha dejado atrás todas las demás actividades cotidianas para darle prioridad al encuentro con Dios en el culto. Resulta que en medio del culto se “acuerda” de una relación que se ha roto (muchas veces es así: justo cuando estamos orando emergen rostros y sentimientos, generalmente de los que no andan bien). Al fin y al cabo, como vimos ayer la oración y las relaciones con los demás van de la mano. Entonces Jesús coloca ahí la enseñanza: “Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (v.24). La frase “vete primero” señala una escala de valores. Si bien es verdad que no puede haber nada más importante que buscar a Dios (“Busca primero el Reino de Dios...”, Mt 6,33), que ninguna actividad por importante que sea supera la oración y la liturgia, hay un valor mayor, esto es, una prioridad: ¡la reconciliación con el hermano! (la “justicia” del Reino que Mt 6,33). La reconciliación con el hermano ofendido es tan importante que no da esperas ni dilaciones, tanto es así que se puede interrumpir el acto más sagrado del mundo para hacerlo. Pero la enseñanza va más a fondo: si bien es normal que en algún momento las relaciones pasen por crisis, la persona se hace irresponsable si deja que los problemas avancen. Es ahí donde está el pecado: el problema no es un momento de enojo sino dejarse conducir por él hasta llegar a nefastas consecuencias. Veámoslo en el texto: (1) En el v.22 se describen tres niveles de agravamiento de una enemistad: (a) nivel 1: la cólera; (b) nivel 2: la agresión verbal; (c) nivel 3: el no reconocimiento del otro como persona. Del tercer nivel al asesinato no hay sino un paso (porque el otro ya no es ningún valor para mí, ni siquiera es gente; este es el sentido de la palabra aramea “Raqa”, que traduce “cabeza hueca”, citada al final de este versículo). (2) Contemporáneamente en cada nivel de agravamiento, Jesús indica gradualmente un mayor responsabilidad que se adquiere: (a) te juzgará el tribunal (local); (b) te juzgará el Sanedrín (tribunal nacional); (c) te juzgará el mismo Dios. Este proceso se ilustra luego

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con el ejemplo de dos enemigos que por no conciliar a tiempo fueron hasta las últimas consecuencias (ver los vv.25-26). En fin, al leer este texto en la cuaresma, comprendemos que la penitencia está hecha de relaciones personales que se reanudan. La vida en el seguimiento de Jesús exige estar muy atentos a hacer continuamente actos de reconciliación que consisten en: (1) Ir a buscar cuanto antes a aquel a quien yo le hecho daño: “el hermano tuyo que tiene algo contra ti”. (2) Reconocer que, por encima de toda, esa persona es un “hermano” (el texto repite cuatro veces “su” o “tu hermano”). Se trata de relaciones en las cuales las buenas relaciones se rompieron y el amigo se volvió enemigo (= “tu adversario”, v.15ª). Reconciliarse es reconstruir la fraternidad. (3) Salvar la vida, porque sabemos cómo comienza el camino del odio pero nunca sabemos en qué puede terminar. Por eso, cultivar una relación de odio, es entrar irresponsablemente en el camino del “asesinato” (v.21). El primer mandamiento de la Ley de Dios pide amar a Dios sobre todas las cosas, pero esta prioridad de Dios (confesada en la liturgia) no se realiza si no se llega a él recomponiendo prioritariamente las relaciones descompuestas: la reconciliación. Entonces el culto –que pone el corazón en comunión con Dios- será verdadero. Ahora ya sabemos como quiere el Señor que lleguemos a la gran liturgia pascual del gran Reconciliador de la humanidad. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida: 1. ¿Tengo algún enemigo? 2. ¿La restauración de relaciones rotas es una prioridad que desplaza todas mis demás ocupaciones? ¿Dejo avanzar los problemas? ¿O simplemente desisto? 3. ¿Qué reconciliaciones concretas voy a trabajar durante esta cuaresma, de manera que la celebración pascual sea una verdadera y auténtica fiesta de la reconciliación?

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Primera semana de Cuaresma SÁBADO

Reposo sabático: Contemplar la grandeza del corazón del Padre Mateo 5, 43- 48

“Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” En el caminar se necesitan momentos de reposo que permiten retomar contemplativamente lo vivido. El evangelio de hoy nos invita a una experiencia de este tipo. El horizonte de la contemplación es una realidad que está por encima de nosotros mismos y de nuestros pecados: la extraordinaria grandeza del corazón de Dios Padre. El imperativo “sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (5,48) es la conclusión de la serie de antítesis entre la antigua Ley (“no matarás”, “no cometerás adulterio”, “no jurarás en falso”...) y la novedad de vida según el Reino de Dios (“Pues yo os digo...”). Jesús, quien siempre pide ir más allá de la Ley, llevándola a su plenitud junto con él –el Hijo que puede revelar su sentido más profundo-, nos dice su secreto: el parámetro de su comportamiento y lo que inspira ese ir más allá de las primeras normas es la perfección de Dios en cuanto Padre. La perfección del Padre tiene que ver en primer lugar con su magnánimo amor en el que no hay estrechez ni mezquindad ni discriminación sino espacio para todos: “Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (v.45b). Para todos irradia vida y bendición. Por eso es que hay que dar un paso hacia delante con relación al mandato del amor que restringía el amor al círculo estrecho de los compatriotas (v.43). Las barreras se rompen de forma inaudita cuando Jesús manda amar al enemigo: “Amad a vuestro enemigos y rogad por los que os persigan” (v.44). Es fácil amar allí donde hay armonía y afinidad, donde el otro no invade mi terreno ni sus compartimientos son una amenaza para mí. Lo difícil es amar a quien no se merece mi amor, a quien me jugó una mala pasada y tengo suficientes motivos para no volver a confiar en él. El amor que pide Jesús se edifica sobre el terreno frágil de las ambigüedades donde en principio no se dan las condiciones para entablar una relación y sobre todo donde se pierden todas las seguridades personales quedando permanentemente expuesto a cualquier agresión sorpresiva. Es duro. Pero el parámetro es el corazón de Dios Padre y no el mezquino corazón humano que busca siempre que se firmen garantías para poder abrirse, no hay otra alternativa. Puesto que un hijo se parece a su papá, no sólo físicamente sino en sus actitudes, así un hijo de Dios –en Jesús- está llamado a transparentar en todos sus comportamientos el amor perfecto de Dios Padre (v.45ª). En esto se diferencia un discípulo de Jesús de un no convertido: sea publicano o gentil (vv.46-47). Para dilatar el corazón hay que poner la mirada en la perfección del Padre que es ese adorable corazón que se dilató por nosotros en el corazón de su Hijo crucificado para invadirnos gratuitamente de su incomparable amor y constituirnos en hijos que son

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como Él. Es recibiendo ese amor como podremos darlo una vez que –al purificarnos- se haya hecho uno con el nuestro. Este llegar a ser con Él un solo corazón que palpita de amor al unísono por todos los que él ama –buenos y malos, justos e injustos, amigos y enemigos- es la plenitud de la Alianza que sellamos con Él en el Bautismo. Gocémonos en ese amor que nos abrazó primero, no precisamente por el hecho de que fuéramos buenos o justos. La vida nueva que hace brotar en nosotros por la nutrición de su sol (luz) y de su lluvia (agua) es pura gratuidad suya. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida: 1. ¿Tengo restricciones para admitir personas en mi círculo de relaciones? ¿Hay alguien que no me cabe en el corazón? 2. ¿Qué caracteriza el amor de Dios Padre, ése amor que inspiró todas las actitudes, comportamientos y relaciones de Jesús? 3. ¿Qué debemos hacer para ser reconocidos como hijos del Padre celestial? ¿Cómo lo voy a ejercitar en este día?

P. Fidel Oñoro, cjm