dionisio escobar cuentos.pdf · 2019-04-24 · distinta al libro cuentos cortos de los sesenta del...
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DIONISIO ESCOBAR
SETENTAcuENToSiluSTrAcioNES dE ANAmAríA briEdE w.
EdicioNES uNiVErSiTAriAS dE VAlPArAíSoPoNTiFiciA uNiVErSidAd cATÓlicA dE VAlPArAíSo
© dionisio escobar fernández, 2013inscripción nº 235.120isbn 978-956-17-0569-2derechos reservados
tirada: 300 ejemplares
acuarelas anamaría briede westermeyerdirección de arte peter kroeger claussen
diseño sandra marín ureta
proyecto de investigación en creación artísticapontificia universidad católica de valparaíso
ediciones universitarias de valparaísopontificia universidad católica de valparaíso
www.euv.cl
impreso por salesianos s.a.
hecho en chile
A mis hijos Daniel, Francisco y Claudio.
Y a mis amigos Santiago Schöll, Chago
y Leonidas Emilfork, Leo, que se fueron
antes y me dejaron el recuerdo de una
gran amistad.
Agradecimientos especiales
Joel Saavedra Alvear
Paula Rojas Saperas
María Paz García Cusacovic
Nieves Rossel Salas
Eugenio Donoso Vargas
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ÍNDICE
Cambia todo cambia Cemento fresco Marcas de la vida Se casó con la hija del rey El “cariñoso” ladrón Dime cómo caminas… El vaso roto Cuando nos cambia la vida Histeriquito Semanero La violencia nuestra de cada día El pica-pica Peregrino del mundo Las bodas de corbatín Campeona de natación Cuando el sol no debiera salir Temblores Ataúdes a domicilio Cerro La Campana Gallinas con eclipse Abogada Amor sobre ruedas Celos Intruso La micro de los carteros Año nuevo en silencio El sol a cuadritos Memoria de elefante La media pocita Doctor Desnudos en la escuela Padre Nuestro Los sonidos del amor El sonido del sepulcro Las muletas milagrosas El chavo del ocho Buena la vieja Quemado Celestes Peluquería Beatle Indumentaria Las colas Enemigos todos Cambia todo El primer anuncio De armas tomar
Llegan nuevos tiempos Toque de queda Toque de queda (2) Humor Sueldo de torturador Exiliados Amigos Osamentas Talento natural Inocente Al día siguiente Corte de cabello Escuela de inteligentes Baño “Estudiantes” El disparo de la palabra Soplones Huesos Niños L. Mamarracho La noche Vagamundito La burra Creyentes Monarquía Nuevos ricos Cobrar la deuda Temporada de patos y conejos Viajes gratis Metralletas al paso De toque a toque “Doctora” Autoridades Q.E.P.D. Amiga “Enfermito” Hay que quitarse la piel Esperanzas Ñoquis El toque Jinete Amigos Delatores Con libreta De uniforme
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Cómo caminamos La radio Diario del ché Alacena provisoria Cementerio parque Imaginando Cuando nos vamos, pero ahí estamos (1) Cuando nos vamos, pero ahí estamos (2) La linda del barrio El paco vecino El matón cobarde La linda profesora Boticario doctor ¿Qué pasó? Casas amigables Personajes de Valparaíso Creyente Caras vemos, corazones no sabemos Lunes Al pasar A dedo (1) A dedo (2) A dedo (3) Ex amigo Una cervecita El baile de la gigante Náufragos El triste El entierro Cuando muere un inocente…
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Prólogo
“En torno a la memoria…”
Setenta Cuentos es un libro único. ¿Se acuerdan de la década de
los 70 en Chile o ya lo hemos olvidado? ¿Es posible olvidar pre-
cisamente esa década? ¿La memoria nos falla? ¿Es posible que
la memoria no quiera recordar? ¿Es posible que la memoria no
pueda rememorar? ¿Es posible una memoria des-memorizada?
¿Qué es la memoria?
No puedo dejar de pensar cuando leo cada uno de estos cuentos
en nuestra memoria; una memoria de cada uno y, además, una
memoria colectiva. Chile se expresa en cada uno de estos cuen-
tos y, a la vez, cada uno de estos cuentos se expresa en cada uno
de nosotros. Y esta expresión es Chile mismo. Los cuentos son
modos expresivos de Chile. Pero modos rememorantes, modos
que nos traen a presencia distintos destellos de este país en el
que vivimos. Y esos destellos son de un país que ya no es el de
hoy, pero que ha permitido que este país sea el de hoy. Es un
país que en su pasado nos relata la historia de una década que
nos dejó en lo que ahora somos. La década de los `70 es la déca-
da del Acontecimiento.
¿Cuál Acontecimiento? El Acontecimiento que nos narra su
propio autor, Dionisio Escobar al comienzo de su libro. El Golpe
de Estado del 11 de septiembre de 1973 que instauró la Dic-
tadura del General Augusto Pinochet. Ese hecho histórico es
el Acontecimiento por excelencia que constituyó un modo de
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ser y habitar chileno; modo que perdura hasta nuestros días:
“Con las dificultades propias de ir desarrollando este extenso
país a lo largo de algunos siglos y, en especial, en el siglo XX (no
podemos olvidar las permanentes catástrofes naturales y cam-
bios políticos nacionales y mundiales), éste se fue polarizando
dialécticamente; y creemos que la brecha se volvía más difícil
de reconciliar en la medida que la escisión se tornaba en mera
oposición sin diálogo posible que hiciera de mediación entre las
partes; y la confianza y esperanza en el otro desaparecía para
construir la nación en los momentos que más se necesitaba, y
este otro se tornaba ya no en mi ‘amigo’ sino en mi ‘enemigo’
que se debía eliminar: estábamos a las puertas de la Guerra
Civil; la guerra de hermanos contra hermanos, la guerra más
cruel y sanguinaria, la de Caín y Abel. La fe nos falló cuando la
política también hizo aguas y ya no buscaba el bien de todos
sino de algunos; nos falló cuando hay muchos que sobran, son
excluidos o empiezan a estorbar, cuando comienzan a habitar
de manera residual en la construcción de una nación pues ya
no son necesarios; falló cuando, en definitiva, el poder lo tie-
nen algunos. Cuando perdemos la fe y la patria se vuelve en ‘mi
patria’ y solamente más; cuando el punto de vista distinto se
ve como lo que nos perjudica y nos daña, estamos barruntando
el fracaso de toda institucionalidad” . Ese Acontecimiento está
atravesando todo el libro en sus múltiples cuentos. Y se deja
sentir claramente en el trazo dinámico y jovial y, a la vez, preci-
so del autor Dionisio Escobar.
Estos cuentos de los setenta no nos dejan indiferente; nos per-
turban, nos conmueven, nos hacen reflexionar, nos dan alegría,
nos dan tristeza, nos dan rabia. Son cuentos de una tonalidad
distinta al libro Cuentos Cortos de los Sesenta del mismo autor.
En aquél libro el temple fundante era la alegría, la picardía, la
luminosidad de un Chile que despertaba de lo rural, de la ha-
cienda y se colocaba los pantalones largos de la ciudad. En este
libro, en cambio, el temple es otro; su luminosidad es otoñal y
marina. Se siente la bruma, la niebla, el viento, la tempestad de
este Chile que se empieza a escindir, luego se rompe y no puede
volver a componerse. Incluso creemos que todavía hoy, ya en
pleno siglo XXI, se sigue sintiendo los efectos de dicha fractura
de los setenta. El terremoto más grande que ha sufrido Chile
no es un terremoto natural sino el hecho del Golpe que permi-
tió el Acontecimiento de re-territorializar todo un modo de ser
chileno por otro. Chile es otro después de los setenta y esto se
percibe con total claridad en estos cuentos setenteros.
Si rememoramos esos cuentos, se siente el paso poco a poco
de un territorio a otro; o como diría Gilles Deleuze, se siente
la des-territorialización de un Chile en los setenta para luego
re-territorializarlo en el Chile que quedó y es en el que vivimos
ahora. El Chile del neoliberalismo salvaje post Dictadura. ¿Y
cómo se da ese Chile en la memoria de Escobar al contar sus
cuentos otoñales? Es un Chile en el roce, en la agresión, en la
neurosis, en la intolerancia, en la agresividad, en la violencia,
en la sangre, en la rabia, en la falta de institucionalidad, en ha-
cer lo que uno quiera, en la falta de diálogo, en la carencia de
sueños, de proyectos, en el mero sobrevivir del diario vivir, en
el descompromiso, en la ausencia del otro, en la molestia con
el otro, en el fastidio del otro, etc. Los cuentos van perfilando
de manera maestra, cual escultor, esa des-territorialización
de un modo de habitar y la re-territorialización de otro modo
individual, narciso, controlador, vigilante y competitivo que
surge y se apodera vorazmente de todo. En Chile, entonces, se
instaura en los setenta de modo explícito el modo “panóptico”
de ser y de habitar; usando la terminología de Foucault en vigi-
lar y castigar. Es un sistema que opera en una falsa y mala en-
tendida libertad, donde todos son vistos como pseudos sujetos
responsables de sí, pero que para triunfar y tener éxito en el
sistema de emprendimiento del modelo neoliberal se debe ser
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“perfecto”. Empero tal perfección se construye en los setenta en
ese temple de la desconfianza y donde el otro en su diferencia
sobra y molesta: el otro en tanto que Otro no es necesario en
este modelo. El Panóptico nos rige desde los setenta en adelan-
te y estos cuentos son bellamente certeros para mostrar cómo
se da este sistema de ordenación, corrección, vigilancia en este
Chile des-territorializado. El Panóptico en Chile es “el” mal, lo
horroroso, lo siniestro pues nos vuelve en agresores, guardia-
nes, vigilantes, enemigos, delatores, traidores entre nosotros
mismos. Y en los cuentos de los setenta esto se dibuja de modo
muy certero. Traicionamos a nuestro Estado, a nuestra Iglesia,
a nuestra sociedad, a nuestra familia, a nosotros mismos; nos
traicionamos en lo más propio de cada uno, pues se piensa que
no se puede hacer nada para dejar de “ser visto” ante la fuerza
violenta y normalizadora de la institución, ante la presencia del
poder por el poder de unos sobre otros. En el Chile de los seten-
ta ya se siente ese tono neurótico y neurotizante de estar siem-
pre alerta, cual lobo, del otro que me puede agredir, del otro
que me puede competir, del otro que me puede delatar, del otro
que siempre me perjudica. El Panóptico se asienta a vivir en lo
más propio y oscuro de nosotros, ahí se aloja como un parásito,
en ese cuerpo vive y se alimenta de nuestro miedo, de nues-
tra inseguridad, de nuestro egoísmo; ahí mismo donde habita
la muerte, nuestra mortalidad, fuente del miedo más radical,
decimos, ahí mismo, el Panóptico nos vigila, nos controla, nos
castiga y nos “premia” con algún “maná” de turno y nos promete
el mejor de los mundos posibles, la “tierra prometida” del Mall
en donde todos vivirán en la normalización por antonomasia;
ahí en esa tierra, en este nuevo territorio que nació de las des-
territorialización del pasado chileno, en esa patria cada uno
hará lo que tiene que hacer, según sea lo que el cuerpo organi-
zado le asigne (pensemos en el modelo de competencias que se
nos impone actualmente en todo el orbe); por eso el Panóptico
no está fuera de nosotros sino que está en nosotros mismos, en
cierta forma el Panóptico somos nosotros mismos, pues los chi-
lenos de los setenta no pudieron resistir a este modo neoliberal
que la Dictadura impuso. De allí que el neoliberalismo sabe que
somos nosotros mismos fuente de consumo, nuestro deseo es
parte del sistema (pensemos en la publicidad) y se nos alimenta
como a borregos (se podría analizar la dieta del chileno actual);
es decir, nosotros, nuestros cuerpos, nuestros deseos, nuestros
miedos, nuestra mortalidad es el último reducto del dominio de
este modo imperial que nos vigila, controla, castiga y “premia”.
Setenta Cuentos, en definitiva, nos habla a nosotros de nosotros
mismos y nos fuerza a rememorar esos años setenta; años que
no se han ido del todo y que levantaron a un Chile distinto. Los
cuentos en su tranquilidad narrativa son estremecedores y nos
hacen reflexionar una y otra vez sobre el Acontecimiento que
nos cambió el territorio en que habitábamos.
Ricardo Espinoza Lolas
Hay personas que tienen el don de ver lo que otros no ven, oír
lo que otros no oyen, o palpar lo que otros no palpan. Dionisio
Escobar es una de esas personas, que logra a través de su aguda
observación extraer de la vida toda aquella sabia que fluye por
las arterias de la compleja trama de las infinitas situaciones que
constituyen el diario vivir.
Los cuentos o pequeños relatos que conforman este libro son
una prueba manifiesta de lo dicho anteriormente; en cada uno
está la mágica mirada del autor, que significa y connota todo
cuanto acontece, desde aquellas situaciones nimias y casi sin
importancia hasta las más dolorosas y profundas.
He aquí su gran valor. El autor nos interpela mostrándonos la
trascendencia de lo efímero, y lo efímero de lo trascendente;
sólo una imaginación fecunda y un oficio construido golpe a
golpe y verso a verso, como nos diría el poeta Machado, puede
capturar poéticamente ese único, irrepetible y mágico instante.
Es así que este segundo libro de cuentos, cual pequeñas mi-
niaturas musicales se armonizan entre sí en un conjunto de
acordes, formando parte de una exuberante polifonía que se
teje cuidadosamente entre “amigos” y en “toque de queda” con
“humor” y “esperanzas” …
En fin, toda una colección de escritos que a cualquier lector,
atento o distraído, no lo dejará indiferente sino muy por el con-
trario fascinado por introducirse en el mundo de estos relatos y
cuentos que el autor nos regala una vez más.
Enrique Reyes Segura
Dionisio Escobar nos regala nuevamente momentos de risa,
nostalgia, pena y reflexión con su segundo volumen de cuentos.
No son setenta cuentos, son muchos más, pero parece que el
número quiere significar la época en que ocurrieron y no su
cantidad.
Lo especial de este “cuenta cuentos” escritor, es la autenticidad
y la viveza en que relata sus experiencias, recuerdos y aventu-
ras.
Debemos agradecer a Dionisio los momentos que nos brinda
con estos relatos y admirar la gracia, y particular picardía, con
que los entrega.
R.P. Jorge Sapunar Dubravcic
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Cambia todo cambia
El mundo está cambiando. Se ven movimientos nunca antes vis-
tos. La gente está belicosa. Los vecinos casi no nos miramos. En
cualquier negocio de barrio estamos dispuestos a irnos a los
puños por conseguir un kilo de azúcar. La televisión no da noti-
cias alentadoras. En los programas políticos las peleas llegan a
los gritos. Se culpan unos a otros. Pero nadie parece darse cuen-
ta que el mundo que difícilmente habíamos construido se está
acabando. La tragedia comienza a crecer frente a nuestros ojos
y nadie la ve. Cada uno preocupado de su kilo de pan. Los mo-
vimientos de tropas son pan de cada noche. Parece que nadie
notaba que la debilitada democracia, estaba llegando a su fin.
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Cemento fresco
Nosotros los chilenos no soportamos ver en las calles un pavi-
mento fresco. Tenemos que dejar “para siempre” nuestras pi-
sadas, nuestro nombre o el nombre de algún amor. ¿Será que
tenemos ansias de inmortalidad?
Hace unos años atrás conseguí un par de maestros que pavi-
mentaran una parte de la vereda fuera de mi casa. Como no me
salió nada de barato, pensé asegurarme que no pasara alguien y
dejara sus señas. Me instalé adentro del auto en la calle, frente
a la casa. Pasaba la gente, miraba el cemento fresco, me miraba
a mí y seguía su camino. Durante algún tiempo esta escena se
repitió muchas veces. Pasado largo rato en esto me sentí ridícu-
lo y entré a mi casa, pero aún con esta imagen rondando por mi
cabeza. No pasaron cinco minutos cuando decidí salir nueva-
mente a la calle para ver cómo estaba mi pavimento. Ya estaba
rayado y con unas pisadas.
Ansias de destruir no nos faltan. Es que somos así. Vamos por
el desierto más árido, vemos a lo lejos una pequeña y hermosa
flor, desviamos nuestros pasos y la pisamos como corresponde.
Marcas de la vida
Recuerdo una pequeña iglesia, en la frontera de dos países lati-
noamericanos, la cual visité por casualidad. Era una iglesia po-
bre, como lo son en los pueblos chicos. En las paredes interio-
res había manchas oscuras, más o menos a un metro de altura.
Eran manchas extrañas. No podía distinguir de qué se trataba.
Hasta podía imaginar algún misterio. Pregunté a algunas perso-
nas pero nadie parecía saber nada. Es más, la gente de pueblo
no quería hablar de aquello. Tanta fue la intriga, que volví a en-
trar a la iglesia. Me senté y comencé a mirar nuevamente. Ahí
caí en cuenta que las manchas eran de sangre. La gente parece
que por alguna creencia, golpeaba su cabeza contra los muros
del interior de la iglesia.