dias de paso

278

Upload: others

Post on 26-Jul-2022

0 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Dias de paso
Page 2: Dias de paso

Javier Estévez

Días de Paso

Page 3: Dias de paso

Primera edición: febrero 2014

© Derechos de edición reservados. Editorial Círculo Rojo. www.editorialcirculorojo.com

[email protected] Colección Novela

© Javier Estévez

Edición: Editorial Círculo Rojo.

Maquetación: Editorial Círculo Rojo.

Fotografía de cubierta: © Tato Gonçalves

Diseño de portada: © Editorial Círculo Rojo.

Producido por: Editorial Círculo Rojo.

ISBN: 978-84-1350-754-5

Impreso en España — Printed in Spain

Editorial Círculo Rojo apoya la creación artística y la protección del copyright. Queda totalmente

prohibida la reproducción, escaneo o distribución de esta obra por cualquier medio o canal sin

permiso expreso tanto de autor como de editor, bajo la sanción establecida por la legislación.

Círculo Rojo no se hace responsable del contenido de la obra y/o de las opiniones que el autor

manifieste en ella.

El papel utilizado para imprimir este libro es 100% libre de cloro y por tanto, ecológico.

Page 4: Dias de paso

A Olga y a Bruno, sentido y luz de mis días

Page 5: Dias de paso

“Nuestra naturaleza reside en el movimiento; la calma

completa es la muerte”.

Pascal

“Haz que tus conversaciones tengan más que ver con

preguntas y con dudas que con afirmaciones perentorias o

disputas ya que la misión del viajero es aprender no enseñar”.

Newton

Page 6: Dias de paso

La ciudad donde vivo está semivacía. Muchas de las casas que la

pueblan están deshabitadas desde hace décadas y un porcentaje

importante de las mismas presentan un preocupante riesgo de derrumbe

y desplome. Incluso antes de la crisis, cuando todos los centros

históricos de la nación parecían vivir una nueva oportunidad, pocas

fueron las casas de mi ciudad que se vendieron y consiguieron después

rehabilitarse. La ciudad se muere, aseguran muchos urbanistas,

sociólogos e historiadores. Ha perdido atractivo.

En este contexto, sin embargo, hace unos meses tuve la oportunidad de

entrar en una mansión que llevaba cerrada, según me contó su nuevo

propietario, que es un viejo amigo mío, más de sesenta años. La casa es

un edificio noble de fachada perfectamente simétrica, planta en U y una

galería de madera sobre el patio cuadrado. Sus últimos habitantes

fueron un adinerado matrimonio madrileño. Ellos se la habían

comprado a un viejo empresario agrícola que se había arruinado por la

crisis de la cochinilla. Ambos llegaron a Lucena tras decidirse él a

cubrir la plaza vacante de notario. Dicen que murió de gripe española a

los pocos años de instalarse. Su mujer, para sorpresa de todos, no quiso

regresar a Madrid y permaneció en Lucena, sola y entregada al auxilio

de los más necesitados. Hasta el último día de su vida. No tuvieron

hijos. Mi amigo, obsesionado con la casa, consiguió dar con sus

herederos, unos sobrinos cántabros, que rápidamente acordaron la

venta a un precio más que aceptable. Una tarde de octubre me llamó

para contarme la noticia de la compra y para invitarme a visitar “su

última adquisición” cuando yo quisiera.

Sorprendentemente la casa estaba en muy buen estado. La intención de

mi amigo era conservar todo lo que se pudiera y respetar al máximo la

tipología original de la edificación. Además, los muebles, numerosos e

insólitos, estaban en perfecto estado de conservación. La casa por

dentro parecía el plató de una película de principios del siglo XX. Una

vecina, que falleció hace unos años y que creo recordar, se encargó del

cuidado de la casa tras acordarlo con los sobrinos en la única visita que

Page 7: Dias de paso

hicieron a Lucena. Hay que reconocerle que hizo su labor a la

perfección, comenté mientras admirábamos la cocina principal.

De todas las estancias de la casa, fue la biblioteca la que llamó

especialmente mi atención. Mi amigo me adelantó que ya había tenido

algunas conversaciones con el actual concejal de cultura y que tenía

pensado donar todos los libros a la Biblioteca Municipal. Al acercarme

a las baldas, tomé algunos libros al azar y ojeé sus contenidos. En todos

me encontré un curioso exlibris diseñado exclusivamente para su

propietario: dos círculos concéntricos envolvían una vieja encina que

mostraba dos ramas simétricas y poderosas. Con toda probabilidad se

trata de un sello medieval de una ciudad castellana, de donde, según

pude averiguar después, procedían originariamente sus ancestros.

Imaginé entonces que los más de cinco mil volúmenes que conformaban

esta original biblioteca exhibirían en sus primeras páginas el marchamo

de su propietario original.

Una silla fuera de lugar, emplazada entre las ventanas que se

asomaban al callejón, y que estaba justo debajo de un retrato del

notario y su mujer, atrajo mi interés. En su asiento descansaban tres

cajas apiladas que parecían no formar parte del equilibrado conjunto

que era la biblioteca con sus estanterías de madera de roble y de cristal.

Al preguntarle a mi amigo si ya había empezado a empaquetar los

libros me respondió que no y al advertir mi interés por esas cajas y su

contenido, se encogió de hombros como haciéndome ver que no sabía en

absoluto qué hacían allí. Luego, tras confesarme que no las había visto

antes, me invitó a que las abriese.

La mayor de las tres cajas, que curiosamente ilustraba el logo de una

vieja tienda de sombreros que hacía décadas había cerrado en plena

decadencia comercial de Lucena, cobijaba una colección de libros en

formato pequeño de filosofía y teoría social. Allí convivían ensayos de

filósofos clásicos, pensadores modernos e investigadores

contemporáneos de las ciencias sociales. Lo mejor del pensamiento

humano apilado en una caja de cartón. Sin pararme a analizar su

Page 8: Dias de paso

contenido, cogí la caja pequeña, igualmente de cartón, que descansaba

junto a su pareja, y desplegué las solapas que impedían adivinar el

contenido que ocultaban.

Entonces lo vi por primera vez. Sobre todos los libros, yo creo que con

cierta intención, reposaba un cuadernillo de tapas duras y oscuras. En

la portada, centrado en su tercio superior, había un pequeño recuadro

enmarcado por unas ramas dibujadas a mano. En su interior, alguien

había escrito el título: Días de paso.

Al abrirlo me encontré con un manuscrito de una caligrafía perfecta,

impecable, cuya inclinación natural generaba un inevitable sentimiento

de dulzura. Las fechas recurridas delataron su naturaleza cotidiana: el

cuadernillo era un diario. Deduje que aquellas cuartillas habían

permanecido ocultas muchos lustros, durante varias generaciones y que,

quizás por exigencia de ellas mismas, necesitaban darse definitivamente

a conocer. El amarilleo de las páginas por el tiempo, la caligrafía

decimonónica y las fechas expuestas mostraban un documento que se

remontaba hasta los lejanos años de 1811 y 1812.

Sencillas y asequibles indagaciones posteriores me presentaron a su

autor. Sin embargo, he decidido respetar su anonimato porque creo que

ustedes, amables lectores, deben leerlo tal y como yo lo leí la primera

vez.

He estrujado este diario al igual que se constriñe con dos manos una

toalla mojada hasta que cae la última gota. La lectura pormenorizada

de las cuartillas me ha estimulado a escribir varios artículos

relacionados con su contenido que me han granjeado cierto prestigio

profesional. Incluso he llegado a publicar uno de ellos en la Revista de

Estudios Históricos de las Ciencias Médicas.

No quiero dilatar más este preámbulo. Les pongo sobre sus manos

unas letras que si bien no cambiaron irremediablemente mi vida, si me

regalaron pequeños momentos de placer, al leerlas, y protagonismo, al

Page 9: Dias de paso

darlas a conocer, que han permitido a mi mesetaria existencia alcanzar

cimas insospechadas por mí hasta hace tan sólo unos meses.

Un escritor norteamericano, cuyo nombre ahora no recuerdo, afirmó

una vez que todos sus conocimientos los adquirió mientras buscaba una

cosa y se encontraba otra que llamaba más su atención. Yo, en este

caso, puedo asegurar que todo lo que aprendí al leer este diario es

gracias al inestimable arte de encontrar sin buscar.

Page 10: Dias de paso

Días de paso

Page 11: Dias de paso
Page 12: Dias de paso

12 de febrero de 1811

El mar. El gran océano. La abundancia de luz y de azul. Hoy es la

primera vez que navego. Mis ojos nunca antes habían visto tanto mar y

tanto cielo juntos porque mi vida, hasta hace tan solo unas horas, había

transcurrido en su integridad sobre tierra firme. Soy oriundo del secano,

de ese otro vasto océano pardo, liso y nervado que es la meseta.

Además, he pasado los últimos años, no recuerdo cuántos ahora, entre

bosques, jardines y bibliotecas estudiando, recolectando y catalogando

plantas. Anoto esto porque nunca antes imaginé que tal día como hoy

llegara a suceder. Yo, en un bergantín, cruzando el océano. Pero la

jornada me iba a deparar un estreno más. También hoy debuto como

escritor, aunque este escritorzuelo tendrá como único lector a sí mismo.

Trataré de explicarme mejor: antes de que las luces de la tarde se

replegaran bajo la oscuridad de la noche, decidí visitar al capitán del

barco para presentarle los saludos que llevaba del capitán Pablo Romero,

del que ambos éramos amigos. Lo encontré en el puente de mando,

escribiendo, sentado de espalda a la puerta. Tan concentrado estaba que

no se percató de mi presencia. Esperé un tiempo prudencial en el umbral

de la puerta, intentando no interrumpir su escritura. Tras varios minutos

sin que notara mi presencia, me decidí y golpeé con mis nudillos

suavemente la puerta entornada. Al girarse y descubrirme allí plantado,

me invitó a pasar con un gesto de sus dedos y me pidió que lo

disculpara: estaba terminando de registrar los datos de la travesía que

acabábamos de comenzar. Cuando finalizó nuestro encuentro, y mientras

me dirigía a descansar al camarote que me habían asignado esta tarde al

embarcar, tuve la ocurrencia de imitarlo. Si el viaje es una de las mejores

metáforas que conozco del transcurso de la vida, un diario podría ser un

buen testimonio de mi avance a través del espacio y del tiempo.

Page 13: Dias de paso

Al llegar al camarote saqué de mi morral el cuaderno que había

comprado en Cádiz para dibujar en sus láminas aún desnudas plantas y

paisajes. Sin embargo, la idea de convertir sus hojas en un diario me

sedujo sobremanera. Al ver que no tenía ni pluma ni tintero, para los

dibujos me basta un crayón, regresé al puente de mando para ver si el

capitán podía facilitármelos. Para mi sorpresa no solo accedió a

prestarme un tintero sin usar y un viejo cálamo que extrajo de su gaveta,

sino que al oír mi promesa de devolvérselos antes de llegar a puerto, me

dijo que no, que los aceptara como un pequeño regalo sin importancia.

Como estaba anunciado, esta tarde, con el cambio de mareas, levamos

ancla, nos hicimos a la vela y zarpamos. Y tal y como esperaba la

tripulación, ningún barco francés partió desde Rota para impedirnos

alcanzar el océano que se extendía justo al otro lado de la bahía. Al

parecer, el miedo al contagio, se rumoreaba estos días por las calles de la

ciudad que hubo un rebrote de fiebres y vómitos en el barrio de los

Capuchinos, intimidaba más a la flota francesa que los barcos ingleses

que navegaban junto al nuestro y que nos acompañaron hasta que ya en

alta mar tomamos rumbo sur en solitario.

Antes de bajar al camarote, he estado sentado en cubierta observando la

belleza del mar abierto, la luz extensa del atardecer y el prolongado

planeo de las aves que se acercan hasta la cubierta. Atrás queda ya

Cádiz. A medida que avanzábamos la ciudad se empequeñecía hasta

reducirse a tan solo una línea que se dibujaba en el horizonte como

último perfil. Ahora, al contrario que esta tarde cuando una extraña

melancolía me abatía mientras embarcaba, me siento profundamente

tranquilo, sereno, feliz. Si desde alta mar la ciudad parece un espacio

fulgurante por la luz que la envuelve, el mar que la rodea, e incluso por

esas esperanzas e ideales de progreso y libertad que la habitan, vista

desde sus calles es un espacio asfixiante, agobiante, donde sus habitantes

sobreviven como pueden, hacinados y aterrados desde hace meses por el

hostigamiento francés y por el miedo al contagio de las fiebres que

matan sin distinguir clase ni condición.

Page 14: Dias de paso

Hay marejada y sopla débil el viento de poniente. Nos dirigimos a las

islas Canarias, única escala que hará este navío, un viejo bergantín de

dos mástiles de nombre Peregrino, antes de llegar a su destino final, la

ciudad de la Habana. El bergantín era un antiguo navío de línea

reconvertido por sus nuevos dueños en un barco de provisiones. ¡Hay

incluso animales a bordo, a tenor de los relinchos, mugidos y balidos

que se escuchan! Lo peor que llevo de esta travesía no es el bamboleo

del barco y el mareo consecuente sino el mal olor penetrante que hay

bajo el puente, en el vestíbulo, en el camarote e incluso en el pequeño

salón que hará de comedor durante la travesía. Es un hedor insoportable.

Otra cuestión menor es el ruido de la madera. Cruje como si afuera

hubiese una tormenta y el barco no resistiera las embestidas del viento y

las olas y fuera a partirse en dos.

Yo no seguiré hasta el Caribe, ya que desembarcaré en el puerto de

Santa Cruz de Tenerife donde me espera Pablo Romero. Pablo es capitán

de los granaderos canarios que vinieron desde las islas para unirse a las

tropas nacionales en su lucha contra el ejército de Napoleón. Unas

semanas antes de regresar a las islas, mientras esperaban en Cádiz, quiso

el azar que coincidiéramos. Luego fue mi interés por esa naturaleza

prodigiosa de las islas lo que permitió una incipiente amistad que me ha

permitido primero, poder abandonar Cádiz en este bergantín y si nada lo

impide, alcanzar uno de los sueños que todo botánico y naturalista se

preste a cumplir si tiene oportunidad: visitar la isla de Tenerife y

ascender al volcán del Teide, la montaña que más fascina a los

científicos europeos. De igual manera, aprovecharé mi estancia en la isla

para ver ese descomunal drago que crece al norte de la isla y que tantos

viajeros y botánicos relatan en sus crónicas. Pablo, antes de partir de

Cádiz, me prometió organizar una expedición por la isla si, antes de

arribar a las costas de Nueva Granada finalmente me decidía a visitarlo.

Evidentemente, acepté. Así pues, en unos días, unos seis según las

estimaciones del capitán, viendo que los alisios soplan constantes,

alcanzaremos las costas del archipiélago canario.

Page 15: Dias de paso

13 de febrero

El calor en el camarote y el mareo persistente no me dejan dormir bien.

Y menos escribir. Llevo todo el día como si estuviera agotado,

incómodo. Trato de disfrutar los momentos que estoy en la borda. He

leído algo e incluso he intentado tocar en el violín alguna pieza breve y

sencilla que no exigiera especial concentración, pero el continuo vaivén

del barco me lo impide.

Permanezco muchas horas tumbado en el catre con los ojos cerrados.

La idea de no saber cuándo regresaré al solar ibérico no me asusta pero

reconozco que cuando menos, es solemne. Es mi primer día fuera y la

idea del posible regreso, si llegara a fracasar mi aventura americana, ha

anclado con una inesperada firmeza en mi cabeza.

Page 16: Dias de paso

14 de febrero

En contra de lo previsto, pues soy el único novel en esta travesía, hoy

me he encontrado muy bien. He subido temprano a cubierta, cuando el

alba asomaba a estribor y el cielo se tornaba azul con las primeras luces

del día. He hecho una pequeña expedición por el barco, un

reconocimiento topográfico de esta pequeña isla flotante en la que vivo.

Luego, apoyado en la amura de estribor, en voluntario silencio, he

observado a parte de la tripulación realizar sus tareas, especialmente a

los jóvenes encargados de realizar las labores de estiba, del

mantenimiento y de la intendencia del barco. Hay silencio, jerarquía,

orden y pasión en sus labores. Entre la marinería hay algunos niños que

se encargan de ayudar en la cocina y de la limpieza de las bodegas. En

cambio, sólo los más fuertes y ágiles se reservan los trabajos más arduos

y peligrosos. Con gran asombro los he visto caminar sin miedo alguno

por el bauprés, limpiar el mascarón o subir por el mástil de forma ágil y

eficiente.

De pronto me doy cuenta de que puedo pasar horas observando la

belleza insólita del mar, el avance lento de este viejo corcel de madera,

la inclinación pendular de los mástiles, el viento insuflando el velamen,

la espuma sobrevolando la cubierta. El barco es en esencia uno de los

inventos más maravillosos y eficaces que haya disfrutado jamás la

humanidad: avanzar sin esfuerzo alguno aprovechando nada menos que

la fuerza del viento y las corrientes marinas.

¿Qué tiene el mar que su contemplación no cansa nunca? Creo que

estoy ante una nueva pasión que no había ni tan siquiera sospechado. Mi

peculiar insomnio me ha impedido dormir y he decidido subir de

madrugada a cubierta. La ausencia de la luna me ha permitido descubrir

Page 17: Dias de paso

un espectacular cielo estrellado sobre nosotros. ¿Por qué nos gusta tanto

observar las estrellas? ¿Qué vemos en ellas? Quizás sea la misma razón

que nos lleva a contemplar el mar. ¿Por qué el vacío, la infinitud del

espacio y el silencio nos desvisten de inquietudes y nos llenan siempre

de una agradable serenidad? Recuerdo ahora a Faustino, hermano de mi

madre, quien salía a contar cada noche las estrellas y hasta que no

comprobaba que estaban todas en el cielo no se iba tranquilo y en paz a

la cama.

Page 18: Dias de paso

16 de febrero

Esta mañana, mientras afinaba una cuerda nueva del violín, han tocado

en la puerta del camarote. En un principio pensé que sería algún joven

tripulante, los que limpian las bodegas y los camarotes, que vendría a

preguntarme si querría renovar el agua de las jarras. Para mi sorpresa,

era el capitán del bergantín quien apareció tras la puerta. Tras rechazar

mi invitación a entrar, se interesó por cómo habían transcurrido mis

primeros días en alta mar. Le confesé lo sorprendido que estaba por lo

bien que me había encontrado y lo placentero que me estaba resultando

el viaje. Yo hace años que encuentro más estable el mar que la tierra

firme, comentó sonriendo. Luego, y mirando para el arco y el violín que

aún sostenía yo en mi mano, me sugirió que si no tenía nada más

importante que hacer, podía acompañarlo y así descubrir lo más

interesante del barco, puntualizó. Dejé el instrumento sobre el catre y

mientras me ajustaba la casaca, observé que el capitán miraba el

cuaderno que estaba abierto sobre la mesa. Escribo un diario, le expliqué

tratando de satisfacer su curiosidad. Buena iniciativa, consideró. Su

memoria se lo agradecerá dentro de unos años, dijo antes de terminar

con una contundente advertencia: espero que no sea autocomplaciente.

Cuando escriba, hágalo con humildad y valentía. Escribir un diario no es

un ejercicio de vanidad. Para eso, le basta con mirarse en el espejo,

abundó. Llene esas páginas de ideas, sentimientos, reflexiones y

circunstancias. No todo es autobiografía, concluyó antes de invitarme a

pasar delante para subir las escaleras que nos llevaban a la cubierta.

Tanto por el peculiar nombre que tienen las diferentes partes del

bergantín, como por la jerga que emplea la tripulación para nominar sus

tareas, quien no esté relacionado con el mundo de la navegación podría

Page 19: Dias de paso

pensar que en el barco se habla un idioma propio y desconocido para

todos aquellos que, como yo, no estén familiarizados con el cabotaje. Es

imposible memorizar en un día todos los términos que utilizó el capitán

mientras trataba de instruirme. Hago un ejercicio de memoria y consigo

citar: jarcia, trinquete, mesana, botavara, estay, obenque, bolina, sentina,

pantoque, drizas y cabestrante. Dejo en el olvido muchísimos términos

que probablemente nunca más vuelva a oír. Mientras observaba con

aparente satisfacción como las velas del bergantín se curvaban y

tensaban por el empuje del viento, el capitán, antes de despedirse y

regresar al puente de mando, me anunció que si los alisios seguían

soplando como lo habían hecho hoy y estos días pasados, con toda

probabilidad mañana arribaremos a las islas Canarias. Al quedarme solo

he aspirado bien hondo la brisa que asciende por la borda y con los

pulmones hinchados he sentido verdadera emoción.

Page 20: Dias de paso

17 de febrero

Llevamos unas horas fondeados en una bahía amplia frente a la ciudad

de Las Palmas, primera escala en el archipiélago y por el panorama que

nos hemos encontrado, la última. Tan pronto ancló el barco frente a la

ciudad, se acercó por babor un pequeño bote guardacostas. Tras

comprobar el oficial que partimos de Cádiz sin una carta de salud que

certificara la ausencia de enfermos a bordo, advirtió al capitán del

bergantín bajo aviso de detención y encarcelamiento, que nadie de la

tripulación podría bajar del barco. En la ciudad hay un miedo terrible a

un posible contagio. Quienes han comprado el trayecto hacia La Habana,

dijo forzando notablemente la voz, subirán mañana por la tarde en un

bote que los acercará hasta la nave. En un principio asistí tranquilo al

diálogo entre el guardacostas y el capitán pues al fin y al cabo, este

hecho no significaba ningún contratiempo en mis planes. Sin embargo,

el oficial guardacostas continuó advirtiéndole al capitán de la

imposibilidad de atracar en el puerto de Santa Cruz de Tenerife por la

epidemia de fiebres que allí se padecen. La Junta de Sanidad había

decidido acordonarla por tierra y mar. Al parecer, la ciudad está aislada

desde hace meses. Las fiebres han hecho tal estrago que, según comentó

santiguándose repetidamente el guardacostas mientras continuaba con su

narración, más que una ciudad aquello era una morgue inimaginable.

Este hecho sí que era un serio contratiempo para mí. Sin dilación,

visiblemente agitado, me dirigí al capitán y le expuse mi situación: yo

había pagado solamente el trayecto hasta el puerto de Santa Cruz de

Tenerife. Sin embargo, disponía de los pesos suficientes para pagar el

resto del trayecto hasta la Habana. El capitán tras repasar el cuadrante de

pasajeros, me negó dicha posibilidad. Con los viajeros que embarcarán

aquí mañana ya quedarán ocupados todos los camarotes, me aclaró de

Page 21: Dias de paso

forma concisa. Tras un breve silencio, continuó explicándome que a

pesar de la prohibición notificada por el oficial de amarrar en Santa

Cruz, desde que partieron de Cádiz yo era la única persona entre los

pasajeros que tenía como destino final esa plaza, por lo que mi camarote

quedaba libre mañana. Lo ofrecieron porque por lo general, si no hay

ningún contratiempo y saliendo temprano de Las Palmas se llega antes

del anochecer a Tenerife. Un canónigo lo ocupará mañana por la tarde

cuando suba al bergantín junto al resto de los pasajeros. Lo lamento

mucho, se disculpó el capitán mirándome por primera vez a los ojos.

Con gesto serio y sincero concluyó que a partir de mañana, en el

bergantín no había sitio para mí.

Un joven marinero que esperaba tras él interrumpió el silencio que se

había instalado entre nosotros para acercarle la camisa limpia que

previamente el capitán le había solicitado. Una vez puesta, y mientras se

la remangaba me dijo con gesto pensativo:

— ¿Va usted a Tenerife, no? Pues bien, las fiebres que allí padecen

deben finalizar más pronto que tarde por el tiempo que ya ha

transcurrido desde que se registraron los primeros brotes— dijo tratando

de tranquilizarme —. Al noroeste de esta isla hay dos pequeños

fondeaderos donde a diario parten barcos de mercancías para el puerto

de Santa Cruz. ¿Ve esa pequeña goleta de dos mástiles que fondea a

estribor?— me preguntó mientras señalaba con la nariz hacia donde

debía mirar—. Son unas gentes del país que conozco desde hace tiempo

y que se dedican al transporte de maderas y leña. Seguro que partirán

pronto hacia el puerto de Laguete, al poniente de la isla. Desde allí luego

podrá dirigirse a Lucena, situada en el interior de la isla y emplazada a

unas pocas leguas del puerto. En esa ciudad encontrará hospedaje sin

problema alguno en el cuartel del regimiento de milicias. Allí podrá

permanecer hasta que se restaure la normalidad con el puerto de Santa

Cruz de Tenerife.

El capitán finalizó de recoger las mangas de su camisa y, mirándome de

nuevo a los ojos, me espetó con una inesperada e incómoda seriedad:

usted dirá. O esta opción, o alcanzar la orilla esta noche sin que lo vean

Page 22: Dias de paso

los guardacostas, me propuso advirtiendo con sus ojos el peligro que

entrañaba esta última sugerencia. Si asiente, dijo, me dirijo ahora mismo

al capitán de la goleta y le pido que le ayude debido a este inesperado

contratiempo. Si no, tendrá que disculparme pero tengo muchas cosas

que hacer.

Antes de aceptar, suspiré honda y sonoramente. El mismo camino que

en el océano se me mostraba expedito, libre de todo infortunio, tomaba

ahora un giro inesperado y se adentraba en el territorio cenagoso de la

incertidumbre.

— Dadas las circunstancias, capitán —contesté con un mohín de

resignación—, es evidente que no tengo más remedio que aceptar. Le

ruego hable usted con esos compatriotas suyos de la mar y que sea lo

que Dios quiera porque parece que mi deseo y mi voluntad en estas

latitudes poco pueden hacer.

El cercano perfil de la costa y la ciudad comenzó a difuminarse con la

llegada de la noche. Desde el bergantín, con la visión en mis ojos

melancólicos de las casas que ascendían por la ladera, de ciertos

campanarios y las altas palmeras, trataba de asimilar con suspiros largos

e inconscientes el infortunio siempre inesperado, siempre indeseado y

amargo. Cuando las estrellas comenzaron a bañarse en la superficie

espejeante de la ensenada, decidí bajar al camarote y pasar la última

noche en el barco de la forma más apacible posible: durmiendo.

Page 23: Dias de paso

18 de febrero

Sucedió tal y como lo habían adelantado: después del almuerzo y antes

de que subieran a bordo los nuevos viajeros, hice el trasbordo hacia la

pequeña goleta. La tripulación de La Marciega, así se llama la humilde

embarcación, me recibió con indiferencia pero lejos de molestarme, y en

honor a la verdad, lo agradecí. No estaba de humor. Una vez embarcado

y tras indicarme un tripulante dónde debía dejar mi equipaje, me senté

sobre unas cuerdas enrolladas a babor. Cuando había decidido sacar el

diario para continuar con mis anotaciones, un hombre de aspecto fuerte

y ojos coléricos se me presentó como el capitán de la nave. Colegí con

rapidez que el único motivo que lo había traído hasta donde yo estaba

era el de cobrar el precio estipulado del viaje. Tras darle lo convenido le

pregunté cuánto duraría el trayecto. Tras finalizar de contar las monedas

y encerrarlas en su puño, me respondió con voz áspera que por la

mañana estaríamos en la bahía de Laguete. Disfrute de la travesía, dijo

con ironía alejándose hacia el timón. Con el resto de la tripulación

apenas he hablado. No consigo nunca entender lo que me dicen. Siempre

les hago repetirme todo varias veces hasta que terminan desistiendo por

cansancio. Hablan muy rápido y vocalizan poco y mal.

Durante toda la tarde y hasta que la noche ha impuesto su oscuridad

sobre las últimas luces rosáceas y anaranjadas del día, permanecí

sentado solo en la proa. Mientras hubo suficiente luz, pude escudriñar la

costa y algo del interior de esta isla que parece estar totalmente

deshabitada si no es por el fulgor de algunas hogueras que despuntan

tierra adentro y por ciertas aldeas que aunque dispersas, conseguí

distinguir desde alta mar. El atardecer dibujó ante nosotros un escenario

de una hermosura indecible. La isla exhibía a contraluz un perfil alto y

Page 24: Dias de paso

sinuoso que se recortaba con precisión bajo un cielo aún intensamente

anaranjado. Desde la goleta, la topografía de la isla parece reducirse a un

enorme triángulo sombrío cuyos lados descienden progresivamente hasta

el mar. Pero fue la silueta lejana de la isla de Tenerife la que cautivó mi

atención.

Era la primera vez en mi vida que veía con mis propios ojos el volcán

que a tantos seduce por su insólita esencia, sustancia y condición: el

Teide. Visto desde la perspectiva que nos ofrecía la travesía, el volcán

parece una isla que crece sobre otra isla. La imagen del Teide era tan

hermosa y original que por un instante dudé. No sabía si lo que veían

mis ojos era un espejismo o una imagen real. A veces, la belleza de la

naturaleza es tan perfecta, tan contundente, que somos incapaces de

asimilarla en primera instancia.

Sin embargo, el atardecer y sus fuegos incandescentes aún me

reservaban otra sorpresa. Al navegar paralelos al litoral norte de Gran

Canaria, se puede contemplar junto al Teide otra montaña, más cercana,

de perfil similar y ubicada en la isla que ahora rodeamos. Sobre unos

pequeños acantilados de la costa norte se eleva esta montaña

desconocida. Son tan similares las siluetas de ambas que a pesar de estar

en islas diferentes, parecen hitos del paisaje hechos con el mismo molde

geológico. Esta peculiar pareja de volcanes protagonizó uno atardecer

bellísimo. El agradable encanto que a veces encierra lo inesperado, lo

imprevisible. El avistamiento del Teide, bajo los rescoldos del atardecer,

su presencia sobrecogedora, ha atenuado el amargor de este imprevisto

viaje que hasta ahora me ha convertido en un esclavo mudo y obediente

del azar.

Para mi sorpresa, la noche en alta mar no es fría. He podido escribir

estas líneas gracias a una tabla que he encontrado junto a las cuerdas y

que me sirve para apoyar el cuaderno. Un tripulante, al descubrir los

esfuerzos que hacía por escribir con las últimas luces del atardecer, me

ha ofrecido un candil. Su luz temblorosa me ha permitido continuar

escribiendo estas letras a pesar de la oscuridad. No podría finalizar sin

Page 25: Dias de paso

hacerle un hueco en estas líneas a las incontables estrellas que ahora

mismo titilan con ligero temblor sobre nosotros. No encuentro la forma

de explicar lo que me produce dormir al raso, teniendo como único techo

un cielo alto repleto de estrellas. Pienso en el privilegio inconsciente de

los tripulantes de la goleta mientras los observo sentados, callados, unos

comiendo y otros hablando. Qué placer es disfrutar de este cielo tan

limpio, tan fabuloso. La noche que ahora nos envuelve es una de las más

hermosas que me ha abrigado jamás. Inspira una paz agradable de la que

estaba realmente necesitado.

Page 26: Dias de paso

19 de febrero

Es tan profundo mi cansancio que no puedo dormir. Ya estoy en

Lucena, en el cuartel del Regimiento de Milicias y en efecto, tal y como

me había indicado el capitán del bergantín, la ciudad está emplazada en

el interior, apartada del mar.

Aún estoy mareado. Es como si mi cabeza no reconociese la tierra

firme y permaneciese aún en la goleta. En momentos inesperados, todo

se balancea a mi alrededor y me siento inestable. Cuando eso ocurre, me

siento donde puedo, cierro los ojos y espero unos segundos.

Afortunadamente, cuando los abro ya me encuentro mejor.

Llegué a Lucena cuando la tarde comenzaba a caer sobre los tejados.

Por la mañana, con las primeras luces del día, desembarqué en Laguete y

tras despedirme en la orilla de la tripulación me dirigí hacia un grupo de

personas que estaban justo al otro lado de la playa. Sin embargo, a pesar

de la determinación que mostraba por alcanzarlos, entre mi equipaje y

las grandes piedras que debía sortear para avanzar, pensé que no llegaría

jamás hasta ellos. Era como esas pesadillas en las que por más que

corres y te esfuerzas no consigues avanzar un metro de donde estás. Por

fortuna, fueron ellos quienes al ver mi dificultad para avanzar, sonrío

ahora al recordar la escena, se dirigieron hasta donde estaba y me

ayudaron a superar el trecho de playa que aún me quedaba por recorrer.

Con su ayuda alcanzamos pronto una explanada donde se juntaban

pescadores, barcas y algunos enseres de pesca. Tras agradecer

insistentemente la ayuda, pregunté a un pescador de ojos afligidos, la

melancolía hermosa de quienes pasan toda su vida a orillas del mar, el

camino hacia Lucena. Me indicó, sin apenas reparar en mi presencia,

cosía una red que se extendía a sus pies, que si esperaba a que terminara

Page 27: Dias de paso

su faena, podría acompañarlos. Todos ellos, dijo mientras señalaba con

la aguja a otros pescadores que permanecían atentos a la conversación,

también irán. Le confirmé que esperaría sin problema alguno. El

pescador, tras escuchar mi conformidad, mandó a un jovenzuelo que

andaba descalzo y con actitud holgazán a que pusiera mi equipaje en los

serones de una mula que, junto a otras tres esperaban amarradas en la

sombra que proyectaba sobre el terrero un pequeño almacén.

Mientras esperaba, pude observar la cadencia que le imprimían estos

hombres a su trabajo. Todos se ocupaban de sus tareas de una manera

tan orquestada que parecían más actos mecánicos que intencionados. Era

como si trabajar allí fuese algo tan natural como respirar. Todo sucedía

de una manera inconsciente pero efectiva. Unos remendaban redes, otros

cerraban las juntas de las maderas de las barcas con estopa y brea, y

unos últimos repasaban las cañas de pescar y ordenaban los anzuelos y

sedales en una pequeña caja de madera. Sentado entre ellos había un

viejo pescador de piel morena y cuarteada, pelo canoso y

extremadamente delgado. Estaba descalzo, con calzones blancos

recogidos sobre sus rodillas y camisa azul. No ayudaba a sus paisanos.

De hecho ni tan siquiera se fijaba en ellos. Sentí curiosidad por saber

qué miraba con tanta fijeza y al dirigir mi mirada hacia donde él posaba

sus ojos descubrí ante mí la lisura del mar. El océano por el que había

navegado toda la noche aparecía ahora ante mis ojos como una extensa

meseta serena y luminosa. Al sur, una cresta rocosa descendía desde la

isla de forma sinuosa hasta adentrarse paulatinamente en el mar y

desaparecer bajo él. A los pies de los acantilados se extendía el sonoro

alboroto de las olas y las gaviotas graznaban y revoloteaban en torno a

las barcas varadas en la orilla. Al volver mi mirada de nuevo hacia el

viejo pescador comprendí por qué su rostro exhibía esa placidez .

Cuando concluyeron sus trabajos, los pescadores calzaron sus pies

desnudos y uno de ellos, con un gesto de cabeza me indicó que los

siguiera. El camino pronto nos condujo por el fondo de un pequeño valle

estéril y pedregoso, cruzó una aldea de casas bajas y encaladas

orientadas todas a poniente y tan pronto alcanzó la última casa, ascendió

Page 28: Dias de paso

escabrosamente por un lomo áspero y ventoso donde no crecía

vegetación alguna. Es el paisaje más árido que he atravesado jamás, un

auténtico calvero de piedras blanquecinas y viento insoportable. Al

cruzar un llano igualmente inhóspito y abierto entre montañas, el bosque

que desde la playa crecía lejano e inaccesible, aparecía ahora en toda su

extensión coronando un impecable y aislado macizo que daba a la zona

cierto empaque y singularidad frente al resto del paisaje.

Pronto coronamos un amplio collado donde el viento aún jugaba

libremente. Desde allí, el sendero descendió indolente, lánguido, hacia el

fondo de otro valle más ancho que el anterior, más amplio pero

magníficamente cultivado, que se mostraba a la vista esplendoroso e

inundado por la luz del sol. El paisaje que estaba a mis espaldas, nada

tenía que ver con el que se mostraba ante mis ojos. Junto a las primeras

casas que nos salían al camino la campiña estaba esparcida de grandes

palmeras que nunca antes había visto pero que, por paradójico que pueda

parecer, ya conocía. En el jardín botánico de Madrid estudié con

atención las láminas que un naturalista y diplomático francés había

enviado a la colección del jardín y que ilustraban especies de las islas

aún desconocidas en suelo peninsular. Recuerdo que me llamó

poderosamente la atención la variedad de especies que poblaban unas

islas tan pequeñas. Entre todas las láminas, dos, especialmente, captaron

mi atención: la belleza casi mística de los dragos, aún no he visto

ninguno, y las palmeras, cuyas copas redondas punteaban de sombras el

camino por el que avanzábamos.

Finalmente, tras cruzar un pequeño arroyo, el camino desembocó en

una calle ancha y polvorienta que, con un trazado curvo, ascendía hacia

las primeras casas de Lucena que por su cercanía ya se distinguía con

claridad. Mis acompañantes me señalaron la sede del Regimiento. Es

una de las primeras edificaciones con las que recibe la ciudad a quienes

entran por poniente. Descargué mi equipaje de las albardas y me despedí

calurosamente de todos y cada uno de ellos. Busqué en el morral la carta

de presentación que me había firmado Pablo Romero para que la

empleara cuando llegara al cuartel de Santa Cruz y la desplegué ante el

Page 29: Dias de paso

soldado de la entrada. Cuando fui a explicarle mi condición y las

circunstancias que me habían llevado hasta allí, ya había recogido parte

de mi equipaje y con voz juvenil me había invitado a que lo siguiera.

Cruzamos varias dependencias, pasillos, patios interiores y traspatios,

hasta subir por unas escaleras exteriores a un balcón corredor donde me

indicó que entre las tres últimas habitaciones que se encontraban al final

del pasillo, podía escoger la que quisiera. Antes de despedirse me sugirió

que mañana sin falta me presentara al administrador del cuartel,

simplemente para que tenga constancia de su presencia, comentó. Él

finalizaba su servicio en unas horas y no regresaría al cuartel hasta

dentro de unos días. Le confirmé que, por supuesto, así lo haría y el

soldado, tras dejar en el suelo el equipaje, me deseó buena estancia y se

marchó silbando alegremente una canción.

Es la primera noche de mi vida en ultramar. Nunca antes había llegado

tan lejos. Quizás por esa sensación de lejanía, el sueño tarda en llegar a

mis ojos a pesar del cansancio de mi cuerpo. Sentado en una banqueta,

que descubrí oculta bajo una mesa adosada a la pared, observo

lentamente la habitación. Afuera, el aire se puebla de ladridos que se

pierden en la inmensidad de la noche. De repente, una ráfaga de aire,

que había sacudido con violencia las hojas de unos árboles cercanos,

irrumpe inesperadamente en la habitación y abre totalmente la ventana.

Al acercarme para cerrarla, me detengo unos segundos y contemplo la

tenue luz de la luna creciente que anega la vega cultivada y la montaña

cuya alta silueta emerge de la tierra con tal vitalidad que podría

confundirse con una ola gigante que aprovecha la oscuridad de la noche

para salirse del mar.

Page 30: Dias de paso

20 de febrero

La mañana, a pesar de las nubes perezosas que cubrían el cielo, ha sido

agradable. Tuve la curiosidad de salir y reconocer las calles de la ciudad

pero pensé que sería inoportuno que llegara el administrador y no me

encontrara en el cuartel. Así que opté por quedarme. Apenas me he

encontrado con soldados y con los dos que coincidí esta mañana en el

comedor, aparte de ir sin armar iban uniformados con casacas llenas de

zurcidos y con unas botas viejas y agujereadas. Tras desayunar, decidí

subir a la habitación. En un principio dudé en elegir pasatiempo: o el

violín o sacar del morral uno de los libros que adquirí en Cádiz y leer.

Tras decidirme por el libro, bajé de nuevo las escaleras y regresé al patio

central del cuartel donde crece una conífera de altura considerable. Me

senté en un pequeño banco de piedra y aproveché la sombra del árbol y

el silencio del patio, solo interrumpido por el gorjeo de algunos pájaros y

por el sonido, apenas imperceptible, del viento que silba entre sus ramas,

para leer.

Cuando llevaba más de una hora imbuido en la lectura, una voz que me

tenía como destino consiguió que abandonara la página que ojeaba para

prestarle atención.

—Leyendo en público se expone usted a que esta escena, de una belleza brutal para el deleite de mis ojos, llegue a un miembro del Santo

Tribunal y le cueste un serio disgusto. Y más si, como advierto por lo que dice el lomo del libro, lee usted a un prohibido — dijo —. Y

disculpe la interrupción, soy Ernesto Martín, administrador y contable de

este cuartel. Llevo varios minutos observándolo tras la celosía de esa ventana porque no daba crédito a lo que acababan de anunciarme: hay

un nuevo huésped en el cuartel que lleva toda la mañana leyendo a los

pies de la araucaria. Desconozco de dónde viene pero le informo que la

Page 31: Dias de paso

suya no es una imagen habitual por estas latitudes. En cualquier caso,

sea bienvenido a Lucena y a este cuartel de milicias, añadió mientras daba unos pasos hacia su derecha que lo sacaron del contraluz y me

permitieron ver con nitidez su rostro.

Ante mí se erguía un hombre de mediana edad y al contrario que la gran

mayoría de los varones de este país, no llevaba patillas alargadas ni

bigote. Su semblante es enjuto y anguloso, en perfecta armonía con la

nariz delgada y levemente aguileña que muestra cuando ladea su cara.

Me sorprendió no solo el estado impecable de sus ropas sino también su

mirada, dirigida con decisión a mis ojos.

—¿Conoce a Locke? — fue lo único que se me ocurrió decir mientras cerraba lentamente el libro.

—El deseo y la búsqueda de la felicidad tienen el carácter de un

derecho absoluto, de un derecho natural —respondió citando de memoria un párrafo de su obra —. Existe, pues, un derecho natural

innato mientras que de forma natural e innata no existe ningún deber

— continuó quitándose con firmeza los guantes. La sonrisa había desaparecido. Su cara mostró entonces un semblante de plena

satisfacción, como si le hubiese producido un enorme placer citar de

memoria al pensador inglés.

—Entonces quien debe disculparse soy yo —sugerí —. No ha sido mi interés provocar malestar alguno. La mañana y el sitio invitan a la

lectura, además, pensé que Locke tendría por estas tierras la misma

condición que yo, ser un completo desconocido —dije con cierta teatralidad —. Imagino la situación si en vez de un uniforme quien me

hubiese descubierto llevara una sotana, bromeé.

La sonrisa regresó a su rostro. Sus ojos eran pequeños, muy vivos y

expresivos. Tanto, que a veces parecía hablar a través de su mirada y no

por el ejercicio voluntario de su boca.

—Como bien sabrá, ahora mismo está usted entre Europa y América —dijo abriendo ostensiblemente sus brazos, como si cada uno de ellos

fuera un continente —. Piense que prácticamente todo lo que parte del viejo continente y se dirige hacia el nuevo mundo, antes de alcanzar su

destino final, pasa inevitablemente por estas islas. To-do — repitió con

Page 32: Dias de paso

especial énfasis—. En los barcos no van solo mercancías. A bordo

también viajan ideas, inquietudes, esperanzas. Y como le acabo de decir, todas las naves, para nuestra fortuna, deben hacer antes escala en el

archipiélago. Uy —dijo con gesto de sincero arrepentimiento—,

disculpe mi facundia, es incorregible. Me permite que le pregunte cuál es el motivo de su estancia entre nosotros —preguntó.

Le hablé entonces del motivo de mi viaje a Canarias, del destino final

del mismo al otro lado del océano y del infortunio con el que me había

encontrado nada más llegar a las islas. Al oír mis palabras, pareció

reflexionar unos segundos para luego regresar a la conversación

ofreciéndome su ayuda. Al parecer, me explicó, la comunicación con

Santa Cruz de Tenerife es escasa dada la situación que allí padecen por

la epidemia, pero entre cuarteles se mantiene cierta correspondencia,

matizó. Me sugirió escribir una carta al capitán haciéndole saber que

estaba aquí, en la isla, en Lucena e informándole igualmente que

esperaría en esta ciudad hasta que concluyera la cuarentena. Y mientras

llega respuesta, sugirió, puede usted pernoctar aquí en el cuartel el

tiempo que sea necesario. ¿Le parece?, me preguntó mientras guiñaba un

ojo y me ofrecía su mano para sellar el acuerdo.

—¡Claro! —exclamé —. Es usted muy generoso, dije estrechando su mano con sincero entusiasmo.

Antes de abandonar el cuartel, me informó que un soldado pasaría a

recoger la carta en unos días. Luego, haciendo gala de una curiosidad

insaciable, me preguntó si era científico, a tenor de lo que le han dicho

que llevo conmigo. Le aclaré entonces que era botánico de profesión y

naturalista de vocación y que como tal, llevo siempre conmigo los útiles

necesarios para recolectar hojas, semillas y flores y también cuadernos y

lápices para hacer ilustraciones. Me apasionan las plantas, le dije, los

árboles, los bosques. También tengo varios libros, unas partituras y un

violín heredado de mi abuelo que me acompaña desde mi infancia. Ese

es mi equipaje. No hay más, concluí.

Tras ponerse el sombrero, me invitó a seguir disfrutando de la lectura y

de la sombra gratificante de la araucaria, dijo abarcando con sus ojos

toda su dimensión. Este árbol parece tener la misma obsesión que Ícaro,

Page 33: Dias de paso

comentó con los brazos en jarras y la mirada apuntando al cielo: parece

obsesionado por ascender y ascender, como si así alcanzara antes el

paraíso.

Page 34: Dias de paso

23 de febrero

Lucena es una ciudad pequeña, atildada y singular. No tiene castillo, ni

murallas, ni ríos ni se asoma a ningún mar. Es una gran solana, ordenada

y limpia, donde no hay más árboles que los álamos anémicos que crecen

alineados en la plaza principal. Sus calles son estrechas, ventosas,

húmedas y empinadas y la gran mayoría están sin empedrar, con la

salvedad del entorno de la iglesia principal, que al igual que este país

insípido, aún está por finalizar. Sus gentes carecen de recelo y

desconfianza hacia el forastero pues todos me saludan aunque nadie me

conozca. Hoy he paseado por la ciudad, que en realidad parece reducirse

a dos calles paralelas que comunican la zona alta con la alameda, y otras

dos que suben y bajan del camino principal. El resto son callejones

oscuros y fríos que cruzan la ciudad de un lado a otro. Me gusta su

barrio alto. Terminé mi recorrido allí, en una taberna que está en una

plaza terregosa e inclinada. Las casas que asoman sus fachadas a este

espacio son pequeñas, simples, de aspecto viejuno pero bien

conservadas. Tiene este peculiar rincón cierta atmósfera marinera, pero

sin mar. Es el barrio de los artesanos y jornaleros. Un lugar bullicioso

donde hay muchas fraguas y talleres y gente de condición sencilla en sus

calles. La taberna, oscura y maloliente, está situada frente a la ermita que

preside la plaza.

Tan pronto irrumpí en aquella penumbra apestosa todos los hombres

que allí se encontraban callaron repentinamente y se despojaron de sus

sombreros. Algunos murmuraron algo entre ellos que no conseguí

entender. Solo la osadía del tabernero rompió el silencio incómodo que

se había instalado. Tras aclararle que yo no era el nuevo alguacil, al que

por lo visto se le espera en la ciudad desde hace unas semanas, y

exponerles el motivo de mi estancia en la ciudad, soltó una carcajada al

Page 35: Dias de paso

aire y anunció, para la tranquilidad de todos, que yo era el tipo que está

alojado en el cuartel. Al que le gustan los árboles, dijo en voz alta a

modo de presentación. Al descubrir cómo se arrebolaban mis mejillas,

me convidó a un vaso de vino. Invita la casa, por las molestias, aclaró

entre risas. Cuando me apuré el vino, que encontré áspero y con un

fuerte sabor a tierra, y pensé en marcharme, un hombre alto, enhiesto,

ágil en sus movimientos, de rostro endurecido y ojos azules que se

empequeñecían hasta prácticamente desaparecer cuando sonreía, se

acercó hasta donde yo estaba y me preguntó con la nariz y el entrecejo

arrugado: ¿árboles? Sus manos eran enormes, desproporcionadas para el

tamaño de su cuerpo, duras y ásperas como una cáscara de nuez. Tras el

saludo de manos, me preguntó con verdadera curiosidad cuál era el

sentido de mi oficio porque por mucho que lo imaginara no llegaba a

comprender qué era eso de estudiar los árboles. Intenté explicarle lo

apasionante que es acercarse a las plantas, describirlas, clasificarlas,

saber cuál es su distribución, su aportación al lugar donde crecen pero

por la expresión regañada de su cara advertí o que no me había

comprendido o que mi profesión le parecía poco atractiva. Traté de

inventar una explicación convincente y no tuve otra ocurrencia que

hacerle imaginar que entraba a una casa desconocida por primera vez.

Tenía que imaginarse que tras adentrarse en ella descubría numerosos

objetos que antes no había visto. Le dije que lo lógico sería recopilar

esos objetos y ordenarlos, bien por la habitación donde los encontró,

bien por los materiales de los que están hechos. El hombre asentía con la

cabeza, haciéndome ver que esta vez sí me entendía. Yo proseguí con el

siguiente argumento: como nadie había visto jamás esos objetos con

anterioridad, se veía en la obligación de tener que ponerles un nombre.

Una vez bautizados y ordenados, argumenté, tratará de saber para qué

sirven y qué provecho puede sacar de cada uno de ellos. Terminé

diciéndole que para mí, los bosques son como esa casa desconocida y

que a los botánicos, tuve la impresión que era la primera vez que oía esta

palabra, nos encanta entrar en las casas lejanas donde nadie ha estado

antes y nos apasiona estudiar los objetos que las habitan, aunque esos

Page 36: Dias de paso

objetos a los ojos de los demás no sean más que meras plantas. Terminé

declarándole que por lo general los botánicos no nos quedamos con

nuestros descubrimientos sino que los registramos en dibujos y en unas

fichas donde se anotan datos singulares de esas plantas y los enviamos a

jardines botánicos, donde se archivan y publican todos los nuevos

hallazgos. Así ayudamos a quienes en un futuro quieran identificarlas,

saber más sobre ellas. Entonces le hablé del jardín botánico de Madrid y

de cómo allí, tan lejos del archipiélago, por ejemplo, ya se tenía

conocimiento de muchos árboles y plantas que solo crecen aquí, en las

islas. El hombre, continuaba callado y asintiendo mientras yo hablaba, y

creo que no solo me entendió, sino que se sorprendió al oírme decir que

en Madrid, por ejemplo crecen otros árboles y otras plantas distintas de

las que crecen aquí. Vive usted en un sitio muy peculiar, le dije en tono

de felicitación. Continuamos hablando de árboles y me confesó, por

ejemplo, que no había oído jamás hablar de robles, ni de hayas y mostró

gran asombro cuando le comenté que yo había visitado bosques que eran

tan extensos y planos como el mar. Me escuchó con un silencio

exquisito y por la profundidad que alcanzó su mirada mientras yo le

describía los bosques de otras geografías, entendí que su imaginación

trataba de dibujarle unos paisajes que para él, hasta hoy, eran

inimaginables. Animado por la posibilidad de aportar algo a la

conversación, me habló de un bosque que crece cerca de aquí, de

Lucena. Incluso me indicó que me basta seguir el camino que sale justo

detrás de la pequeña ermita de la plaza para llegar hasta él. No sé si era

verdad o fruto de los numerosos aguardientes que había bebido pero con

sus manos me señalaba la anchura de los troncos de los árboles que

crecen en ese bosque y por el espacio que abarcaban sus brazos parecía

que hablara más de columnas de una iglesia que del fuste de un árbol. Le

comenté que me costaba imaginarme bosques en la isla. Pocos árboles

por aquí, dije con gesto renuente. Claro, y dibujó en su rostro una

sonrisa paternal, es que aquí, el árbol que no frutea donde mejor está es

en la chimenea.

Page 37: Dias de paso

Abandonamos juntos la taberna y nos despedimos con un saludo

sincero. La tarde estaba avanzada y decidí regresar al cuartel. Cuando

cruzaba la alameda, un tipo de mirada azorada y que parecía fingir una

cojera en su pie izquierdo, me salió al paso y me preguntó con cierta

ansiedad si ya había terminado la guerra. Sin esperar la respuesta se dio

la vuelta y desapareció por la esquina más cercana. Allí, solo, en medio

de la alameda, miré al cielo y reconocí el vuelo de unas garzas que

sobrevolaban la ciudad anunciando la melancolía que traería a las calles

las luces grises del atardecer.

Tengo curiosidad por conocer ese bosque, por comprobar si es verdad o

no la dimensión que señaló el hombre de sus árboles. Si la epidemia que

aún arrecia en Tenerife me mantiene aquí unos días más de lo esperado,

buscaré entonces la oportunidad para ver con mis propios ojos ese

prodigio de la naturaleza que parece guardar esta isla con tanto celo y

silencio.

Page 38: Dias de paso

26 de febrero

Gracias a Cavanilles y su indomable espíritu juvenil, siempre que una

montaña se alza ante mis ojos nace en mi interior la curiosidad por saber

qué hay detrás, qué paisajes esconde tras ella. Una vez que alcanzas la

cima, además de sentir el placer de ver el camino que has dejado atrás,

conviene apresar al tiempo para el deleite de la vista y el sosiego del

alma.

La montaña que se levanta frente a Lucena es la misma que descubrí

aquel atardecer que tanto disfruté desde la goleta cuando navegaba hacia

Laguete. Es asombrosamente estéril, desértica; sin embargo, exhibe una

belleza incuestionable. Quizás sea por su altura, o por la variedad de

colores terrosos que se desparraman de forma caótica por sus pendientes,

o por ese contraste tan nítido que tiene con la vega que limita: el verde

frente al ocre, lo horizontal contra lo vertical, el espacio fértil y la

geografía yerma, lo cultivado por el hombre y lo que aún permanece

salvaje. Una curiosa sucesión de contrastes en un espacio reducido.

Page 39: Dias de paso

1 de marzo

Desde que estoy en Lucena escribo siempre por las noches porque es

cuando puedo disfrutar con plenitud y sin interrupción de la soledad que

me ofrece esta habitación. Sin embargo, hoy, tan pronto me he

despertado he decidido abrir el diario y registrar en sus páginas la

angustiosa pesadilla que he sufrido. La escena es bien simple: una tropa

de soldados me persigue y al llegar a la orilla del caño de Sancti Petri

descubro que el puente de Suazo que me permitiría cruzar a la isla de

León, no está. Como si nunca hubiese existido. Impelido por el miedo,

caigo al canal y a pesar de mis agónicas brazadas, los franceses me

alcanzan con facilidad. Me sacan del agua y me conducen a un patíbulo

envuelto en una noche oscura. Cuando creo que me van a fusilar, un

soldado francés que se destaca entre el pelotón por su altitud y fortaleza

recibe la orden desde la oscuridad de degollarme. Para mi suerte, cuando

va a ejecutar la orden con una frialdad que aún me conmueve recordar,

me despierto sobresaltado.

Qué paz se respira aquí en Lucena. Qué privilegio es el transcurso de

los días sin la angustia constante de la guerra.

Page 40: Dias de paso

3 de marzo

He pasado toda la mañana tocando el violín. Tras un frugal desayuno a

base de pan y queso, y aprovechando que el silencio del cuartel y de la

mañana era hondo, asombroso, casi sedante, regresé a la habitación y

abrí las ventanas para disfrutar de un cielo despejado, sin nubes, azul,

extraordinariamente luminoso. Volví sobre mis pasos y saqué de debajo

del catre la pequeña caja de madera con forma de espátula donde guardo

el violín. La abrí, limpié el instrumento con la gamuza escarlata y ya

sentado frente a la ventana abierta, apoyé la barbilla en el instrumento,

cerré los ojos, respiré con profundidad y me impregné del aroma a

pinsapo que aún desprende el violín. Me fascina ese olor. Me recuerda a

mi casa, a mi infancia y trae siempre a mi memoria la imagen de mi

abuelo tocando apasionadamente el violín. Esta íntima ceremonia que

despliego cada vez que tengo la oportunidad de tocar en un ambiente de

agradable tranquilidad e intimidad, me aporta una sensación de felicidad

a la que no encuentro ni comparación ni sustitutos.

Cuando los acordes, junto a la luz del día, colmaban la habitación,

irrumpió Ernesto en el cuarto en el momento preciso en el que ejecutaba

el último pentagrama de la pieza. Ha venido a recoger la carta en la que

informo al capitán Pablo Romero de mi presencia en Lucena y de mi

intención de permanecer aquí hasta que finalice el tiempo de aislamiento

que padece su ciudad.

Ernesto, mostrándome el sobre que le acababa de entregar, me comenta

que la carta saldrá en unos días para Santa Cruz en un barco que fletarán

con alimentos. El destino de ese envío es socorrer al vecindario que,

asediado por la terrible enfermedad, ve como disminuye su población sin

que surtan efecto las medidas que se adoptaron para erradicar los

estragos de la epidemia.

Page 41: Dias de paso

Antes de irse, y dirigiéndose a mí con voz moderada, como si temiera

estropear con sus palabras la atmósfera de silencio que flotaba a nuestro

alrededor, me reveló su deseo de que cenara en su casa. Tanto mi esposa

como mi suegro tienen gran curiosidad por conocerle, me comentó con

inesperada sinceridad. Si acepta, dijo, vendré a buscarlo mañana por la

tarde, cuando deba regresar al cuartel por el cambio de guardia. Por

cierto, añadió con un mohín de complicidad en su cara, están los dos

invitados. ¿Los dos?, le pregunté. Sí, los dos, insistió, usted y él, dijo

señalando el violín. ¡Por supuesto! le confirmé al disiparse mi confusión.

Cuente con nosotros, exclamé entusiasmado, y ambos miramos al violín

esperando a que saliera de sus cuerdas una nota de corroboración.

Nos despedimos en el corredor y antes de regresar a la habitación

detuve mis pasos y fijé la vista en la isla de Tenerife. Desde que estoy en

Lucena, hoy es el día en el que se aprecia la isla con mayor nitidez. Está

el aire tan limpio que se puede distinguir con sorprendente facilidad el

poblado que la lejanía dibuja como una irregular línea blanca que flota

sobre el mar, los bosques que orlan el Teide y el volcán mostrando un

sorprendente cromatismo en sus laderas y en el pequeño triángulo que lo

corona. Tan cerca parece Tenerife que da la sensación de que hasta

nadando, hoy al menos, se puede alcanzar su costa sin dificultad. Le

pregunté a un soldado que estaba de guardia por el nombre de esa ciudad

que se veía allí, dije señalando, al otro lado del mar. La respuesta

confirmó lo que sospechaba. Es Santa Cruz.

Regresé a la habitación con cierto desánimo y con la sensación de lo

injusta y arbitraria que es a veces la vida. Yo, disfrutando de esta

inesperada prerrogativa, de estos días colmados de serenidad mientras en

este mismo instante, esa ciudad que se adivina a lo lejos una angustia

terrible, una ansiedad extrema habita en las calles, casas y desarbola el

alma de sus habitantes.

Page 42: Dias de paso

5 de marzo

Definitivamente, el vino que aquí elaboran es malo, terroso, áspero. Y

cabezón. Hoy debo ser lo más parecido a un espectro, un alma en pena

que vaga del catre a la jofaina, donde me refresco el rostro y la nuca, y

de la jofaina al catre. He estado así prácticamente hasta después de la

siesta, cuando por fin he comenzado a recuperar el ritmo normal de los

días. Creo que anoche bebí demasiado. Aunque debo reconocer que la

cena y la posterior velada fue maravillosa, al igual que el cordero, que

estaba exquisito. Don Diego, el suegro de Ernesto, es un hombre

bastante afable, orondo, de frente despejada y carrillos sonrosados y con

un continuo aire de cansancio que llegaba en ciertos momentos a

exasperar. Es el escribano municipal. Inés, la esposa de Ernesto es una

mujer extraordinariamente dulce y suave en la conversación y en el

trato. Además tiene unas manos bellísimas, pequeñas, blancas, de dedos

finos y ágiles, según pude comprobar cada vez que se acercaba hasta

donde yo estaba para llenar mi copa de ese vino terrible.

Tal y como imaginé, la conversación durante la cena giró en torno a

Cádiz, la actividad de las cortes y la guerra contra los franceses. Para mi

sorpresa, tanto Ernesto como su familia parecen estar mejor informados

de lo que sucede en la isla de León que yo. Mantienen fluida

comunicación con un sacerdote liberal que nacido aquí, en Lucena,

ocupa un escaño en las cortes desde el pasado mes de diciembre. Por esa

razón, les interesaron más mis palabras sobre la ciudad que mis

impresiones sobre el devenir de la guerra o la actividad parlamentaria. A

veces, tenía la impresión de que más que de Cádiz parecía que hablaba

de la Arcadia, a la vista del interesado silencio que mostraban, en

especial Ernesto que se retorció en su asiento cuando les comenté que a

día de hoy, Cádiz, no solo es la ciudad más cosmopolita de España sino

Page 43: Dias de paso

la urbe más liberal de Europa. Es un espacio, dije, que se abraza con

igual determinación al mar que a las ideas liberales que por sus calles

circulan. Pero si hay algo de la ciudad que me fascina, continué

espoleado por el ardor del vino, son sus tabernas, donde se consume

ingentes cantidades de política y de café. Nunca antes, juré, había visto

tal efervescencia y excitación por lo que editan los periódicos y por lo

que se debatía en las cortes. Las tertulias acogen debates tan

apasionados, proseguí subiendo considerablemente mi voz como si

estuviera en medio del fragor de los debates, que a veces daba la

sensación de que las ideas y principios se defienden con más ardor en los

cafés que en las sesiones que se celebran en la isla de León.

No sé cuánto tiempo estuve hablando de Cádiz, pero intuyo que en

algún momento mi monólogo tuvo que perder interés, al menos para

Don Diego, porque sin preámbulos ni rodeos, se levantó de la silla del

comedor e invitándonos a que lo siguiéramos al salón dijo que era hora

de cambiar las palabras por acordes. Una vez nos acomodamos, quiso

comprobar que lo dicho por su yerno, acerca de mi habilidad con el

violín, era cierto.

Toqué varias piezas de Scarlatti, Paganini, Vivaldi y Haydn. Dejé

adrede para el final una de mis obras preferidas: el segundo movimiento

del concierto número tres para violín y orquesta de Mozart. Tan pronto

terminé, irrumpió la voz de Ernesto, visiblemente emocionado,

confesando a todos que era lo más hermoso que había escuchado jamás.

A petición suya toqué varias obras más hasta que Inés y su padre

anunciaron que se retiraban a descansar, no sin antes prometerles una

nueva visita antes de que abandonara la ciudad. Ernesto los acompañó

hasta la puerta del comedor y cuando volvió al salón lo hizo con una

botella de aguardiente que había cogido de la alacena. Con cierta alegría

juvenil me invitó a continuar la velada abajo, en el patio central de la

casa. Bajamos por una amplia escalera de canto azul que nos condujo

hasta un patio en cuyo centro crecía una palmera muy alta y solitaria. No

había luna en el cielo y parecía que la noche aprovechaba su ausencia

para brillar a través de las estrellas. A lo lejos se repetía como una

Page 44: Dias de paso

letanía el ladrido de unos perros, que con insistencia larga y reiterada

acribillaban la inmensa oscuridad. Una ligera brisa mecía las hojas de un

árbol cercano pero era un sonido tan débil que llegaba extenuado hasta

nuestros oídos.

Hablamos de banalidades hasta que comenté la ilusión que me haría

visitar el bosque que me había descrito el hombre en la taberna. Ernesto

confirmó las descripciones que me había hecho aquel hombre de los

árboles que allí crecen. Incluso se refirió al bosque como un auténtico

santuario de la naturaleza, un prodigio forestal. Sin embargo, advirtió,

no es un lugar seguro. La razón: soy un completo desconocido y podrían

confundirme con un fiscal de la audiencia o con un alguacil y entonces,

dijo mostrando una sonrisa ambigua, mezcla entre ironía y advertencia,

no te aseguro que regreses íntegro al cuartel. Ahora mismo, continuó

llenándose el vaso de aguardiente, en el bosque hay más tensión que

árboles. Pregunté por qué casi por obligación mientras impedía con mi

mano que sirviera más alcohol en el mío. Ambición, codicia, hambre,

apuntó con lentitud. Hasta hace poco ese bosque solo interesaba a poetas

y algún que otro viajero despistado, pero ahora son muchos los ojos que

lo miran e intereses que lo cercan. A nadie le importa el bosque, dijo en

tono indignado sin soltar el vaso de la mano. Lo que todos quieren es

talar el monte para luego cultivar, unos con la intención de matar el

hambre antes de que el hambre los mate a ellos y otros para simplemente

engordar su avidez de tierras y propiedades. Piensa, trataba de

explicarme haciendo gestos ostensibles con sus manos, que bajo la

amplia y fresca sombra que ofrece el bosque se extienden las últimas

tierras fértiles de la isla. Las últimas, subrayó. En una isla de este

tamaño, salvo el mar, todo es limitado y escaso. La realidad es que hay

mucha penuria entre los campesinos que no son propietarios de tierras,

que son la gran mayoría de los isleños. El hambre los azuza y las deudas

que contraen por arrendar terrenos y abandonar así su condición de

jornaleros o medianeros terminan por ahogarlos. Ernesto interrumpió su

alocución para beberse de un trago el aguardiente que le quedaba en el

vaso. Esta comunidad de campesinos pobres, continuó tras secarse la

Page 45: Dias de paso

boca con la manga, ven en el bosque, o mejor dicho, en las tierras que

según ellos ocupa el bosque, su última oportunidad para convertirse en

propietarios de las tierras que labran. Sueñan con hacerse con una

pequeña suerte que les permita cultivar y sobrevivir con cierta dignidad.

¿Quieres que siga?, me preguntó escudriñando la botella, como si

calculara cuántos vasos quedaban aún dentro de ella. Por favor, supliqué.

Pues bien, ese bosque que aún no conoces es propiedad real. Si bien es

cierto que en un principio la Real Audiencia trató de cubrir la demanda

de tierras de los campesinos pobres mediante algunos repartos, fue tan

escasa la superficie ofertada que solo se beneficiaron unos pocos. El

resultado fue que más que un sentimiento de agradecimiento lo que

floreció entre la masa campesina fue una indignación sin precedentes

que se tradujo en más talas ilegales y en quemas sin control. Ahora la

audiencia busca frenar la usurpación del bosque vigilando sus fronteras.

Los fiscales han comenzado a denunciar y a multar a quienes se atreven

a apoderarse de tierras aún boscosas, pero no son más que medidas

coercitivas sin eficacia porque las talas y los incendios siguen sin

control. En los últimos años los campesinos brutalmente empobrecidos,

relataba Ernesto con vehemencia, muerden al amparo de la noche los

bordes del bosque hasta convertirlos en tierras desarboladas listas para

cultivar. Están tan desesperados, admitía, que serían capaces de surcar la

tierra con sus puños y regar las sementeras con lágrimas y escupitajos si

hiciera falta. ¿Otro aguardiente?, me preguntó mientras llenaba mi vaso

sin esperar a que me pronunciara. Tras beber de un solo trago todo el

aguardiente que se había servido continuó explicándome que

desgraciadamente el bosque no desaparece solo por la desesperación de

los pobres. Ahora aparece en escena, dijo enardecido, la codicia de los

ricos, que no contentos ni satisfechos con lo mucho que tienen, siempre

anhelan más. Siempre, puntualizó con indignación. Ellos fuerzan a la

corona para hacerse con los mejores terrenos del bosque. La diferencia

reside en que lo que piden no es precisamente una o dos fanegas de

tierra como la mayoría de los jornaleros. No, no, repitió moviendo el

dedo índice como si fuera un péndulo. Lo que quieren son grandes

Page 46: Dias de paso

extensiones, las mejores tierras. Si por ellos fuese, ya se hubiesen

repartido toda el agua de los océanos, dijo dibujando un mohín de burla

en su cara. Y saben que la corona cederá finalmente a sus pretensiones

porque la falta de liquidez que tiene le obliga a pagar sus deudas con lo

que más tiene y menos le duele perder: sus bosques. A pesar de que el

aguardiente ya comenzaba a hacer evidentes estragos en su dicción,

Ernesto siguió contándome que hasta algunos soldados del Regimiento,

aprovechando las tareas de vigilancia del monte que se les encomienda y

sobre todo aprovechando el fuero militar, se han hecho con tierras

forestales.

Era inevitable que preguntara quién protegía entonces el bosque, en

vista del paisaje que acababa de describirme. La respuesta, en cierto

modo, era la esperada: pues aquellos que aún viven de lo que el bosque

les ofrece. Pero curiosamente, dijo adquiriendo su rostro un semblante

despectivo, ahora hay un nuevo grupo que se opone a las talas y a las

generosas datas. A ver si sabes quién, me retó. Le bastaron unos

segundos para adivinar mi desconocimiento: los que temen quedarse

fuera de los repartos, los pequeños propietarios. Pero éstos carecen de

elementos reales de presión, declaró con cierto desdén . Por otro lado,

dijo serenando de forma ostensible su tono de voz, desde hace unos años

hay un grupo de intelectuales que intentan conservar a toda costa el

bosque que aún perdura. Ellos opinan que la destrucción y desaparición

del mismo sería el síntoma más evidente de la pobreza atávica que sufre

la isla.

Proponen mejorar la sociedad de la isla modernizando la agricultura,

abriendo nuevas rutas comerciales y sobre todo a través de la instrucción

del campesinado, esclavo de su embrutecimiento y hambriento por su

analfabetismo. Sin embargo, creo que en terreno boscoso el hacha es

más eficaz que el intelecto, dijo con un rictus de resignación. Parece que

nadie ni nada pueda evitar lo inevitable.

El silencio de la noche nos abrazó con todo su peso. Tan afligido me

sentí por la dramática perspectiva que acababa de dibujarme Ernesto que

esta vez fui yo quien llenó con decisión los vasos de aguardiente. Pues

Page 47: Dias de paso

con la ilusión que me había hecho, acerté a comentar notando también

los efectos del aguardiente en mí. No te preocupes, trató de consolarme

Ernesto. Estos días tendré que ir a Las Palmas. Como la respuesta que

esperas de Tenerife tardará unos días en llegar, si quieres, bajas conmigo

a la ciudad y cuando regresemos a Lucena, si aún no hay respuesta de

Tenerife, me comprometo a acompañarte al bosque. Volví a llenar los

vasos y brindamos por su propuesta, deseando ambos que así fuera.

Continuamos la conversación bajo el cielo estrellado entre fruslerías y

tragos de aguardiente hasta que en un momento de inesperada lucidez

decidí que ya era hora de regresar al cuartel. Nos despedimos y atravesé

en silencio la ciudad, bajo las estrellas que aún pestañeaban en el cielo, y

tan callada encontré la noche, que llegué a pensar si no estaría

deshabitada la ciudad. Hasta los álamos dormían. Y esa impresión de

ancho silencio, más propio de mar adentro que de ciudad, me gustó. Y

mucho.

Page 48: Dias de paso

6 de marzo

¿Cómo pueden los hombres vivir sin árboles? ¿Cómo?

Page 49: Dias de paso

12 de marzo

Se suceden los días sin recibir respuesta alguna de Tenerife. Aún así, no

estoy ni impaciente ni expectante. Sé que tarde o temprano llegará pero

mientras, disfruto plenamente de una quietud, de una tranquilidad

inimaginable ahora mismo en ningún punto de la España peninsular. Es

difícil imaginar que aún estoy en un país invadido por las tropas de

Napoleón. La gente vive absolutamente ajena a la contienda. Sus

palabras, sus gestos, solo revelan las inquietudes propias de la existencia

humana. Aquellas que emanan del día a día. Nadie habla de la guerra, ni

de política, ni de leyes ni se discute sobre propuestas liberales o

estrategias conservadoras.

La presencia de Ernesto es siempre gratificante. A pesar de los pocos

días que han transcurrido desde nuestro primer encuentro, nuestra

actitud es como si fuésemos amigos de siempre, de toda la vida. Flota

entre nosotros una agradable sensación de confianza que he sentido

pocas veces en mi vida y con muy pocas personas. Y a pesar de ser tan

diferentes el uno del otro. No nos parecemos en nada. Yo, soy retraído,

introvertido, atribulado tal vez. Él, por el contrario, es audaz, sonoro y

exageradamente optimista. Es de esa raza de hombres que confían en

cambiar el mundo solo a golpes de voluntad. Tiene un carácter tan

abierto que no le cuesta esfuerzo alguno entablar conversación, sea cual

sea la condición del interlocutor. Inspira una confianza inmensa, inédita

para mí. Tanto hemos intimado estos días que he llegado a compartir con

él episodios de mi vida que creo no haber contado a nadie. Jamás. Y no

me arrepiento de ello.

Page 50: Dias de paso

En el cuartel le tienen un aprecio especial. Todos disfrutan con su

presencia por su alegría perenne y contagiosa y esa atención

desinteresada hacia los demás es francamente muy inusual.

Ernesto siempre tiene tiempo para dialogar con todos, aunque sea de

cosas sin trascendencia. Me he dado cuenta de que despierta entre

quienes lo escuchan un sentimiento de orgullo y aprecio inimaginables.

Es locuaz, mucho, y generoso. Estos días me ha prestado varios libros de

su biblioteca y hemos intercambiado opiniones sobre fragmentos de los

mismos, muchas de ellas dispares, totalmente opuestas, pero que al

debatir la sustancia de las mismas, me han permitido descubrir en él una

cualidad a la hora del debate que lamentablemente escasea en este país:

la tolerancia. Tengo la certeza de estar ante alguien dotado de un aura

especial, de una fuerza de espíritu fuera de lo común.

Anoche confirmé un hecho que venía sospechando desde una

conversación que tuvimos hace unos días y que finalmente me reveló sin

titubeos tras cenar en la cocina del cuartel. Me refiero a la honda

nostalgia que siente y transmite por las ausencias. Ernesto habla mucho

de su padre, fallecido hace más de una década. Antes de regresar a su

casa, la noche nos invitó a sentarnos en el patio, bajo la araucaria, y allí

me confesó que heredó de sus padres dos cualidades que no las

cambiaría ni por la mayor de las fortunas: la pasión por la vida y la

necesidad constante de aprender. El mayor deseo de su padre, según me

declaró, era que hiciese carrera eclesiástica y para ello removió Roma

con Santiago para que, siendo aún un niño, ingresara en el seminario que

existe en Las Palmas. Una vez dentro, Ernesto estudió con denuedo.

Nada le hacía más ilusión que contentar a su padre porque era consciente

del enorme esfuerzo que realizaba para que él pudiese estar allí, para que

estudiara, para que ensanchara su alma a base de conocimientos; sin

embargo, me dijo, con el paso de los años, cada vez con más certeza,

intuía que mi destino no iba por donde transitaban los anhelos de mi

padre. Habla de su estancia en el seminario como los años más felices de

su existencia. Allí leía febrilmente todo lo que caía en sus manos, sobre

todo, poesía. Vivía para la lectura. Con quince años ya sabía que no

Page 51: Dias de paso

había enfermedad del alma que una hora de lectura no curase y que una

lectura constante te hace instintivamente curioso. Y fue en el seminario

donde comenzó a escribir sus primeros versos. No es normal esa

inteligencia y sensibilidad en la esfera militar, le dije bromeando. Esta

sorprendente revelación, que sea escritor, aumenta más mi admiración

hacia él, porque siendo alguien tan volcado hacia el mundo exterior que

le rodea y que disfruta tanto de las multitudes y del bullicio que genera

el paso de los días, me sorprende enormemente que sea capaz de

dedicarse a una tarea tan interior y solitaria como lo es la escritura.

Ernesto, antes de ser administrador del cuartel, ya había abandonado la

carrera de clérigo. La muerte de sus padres, estando aún en el seminario,

le apartó definitivamente de la tonsura. Concluyó sus estudios y regresó

a Lucena, donde conoció a Inés que, gracias al traslado de su padre a la

escribanía, acababa de llegar a la ciudad. Se enamoraron perdidamente

el uno del otro, se casaron y decidió aceptar la administración del

Regimiento de milicias. No era el mejor empleo al que podía optar pero

por lo que comentó, esta opción le permitía disponer de tiempo para leer

y para escribir, pasiones que junto a Inés forman los cimientos sobre los

que descansa su existencia.

Ahora entiendo la extraña melancolía que expresaba su rostro la noche

de la primera cena en su casa. Es un ser muy emotivo, extremadamente

sensible, al que le mata la estupidez, tal y como le he oído aclamar en

varias ocasiones. Muchas veces, sobre todo cuando la realidad choca con

sus ideales de justicia, cuando siente que se golpea deliberadamente la

dignidad humana, clama contra el cielo con una ira y una irritación que

consigue silenciar de golpe toda la bulla y el fragor que había desatado a

su alrededor. ¿Cómo pueden cohabitar dentro un mismo ser un talante

tan dulce y un espíritu tan colérico a la vez? Es demasiado imprevisible,

agitador, enérgico, tanto que a veces agota seguirlo en sus empeños. En

ocasiones creo que estoy frente a mi opuesto, porque él se encuentra en

las antípodas de mi personalidad. Por ejemplo, nunca ha salido de la isla,

ni siente necesidad ni curiosidad por explorar el mundo que le rodea,

mientras que yo padezco el prurito perenne del traslado, de la

Page 52: Dias de paso

exploración continua de paisajes y del descubrimiento de bosques aún

desconocidos, de selvas insospechadas. Tengo la impresión de que no

sabría vivir sin su familia, sin la cercana presencia de Inés. Me gusta esa

complicidad que disfrutan ambos, esa connivencia que se adquiere con

los años, sabiendo que basta una mirada para decirlo todo. Yo, en

cambio, ando solo por el mundo, como si me bastasen los árboles y otras

plantas para vivir, como si mi existencia fuese paralela a la del resto de

la humanidad, siempre juntos en el trayecto pero siempre sin

encontrarnos. Él disfruta en compañía, yo, en soledad. Me aíslan los

bosques, a él, el mar que le rodea. A él, igualmente, le apasiona el

mundo interior de los hombres, a mí, la naturaleza exterior.

El azar me ha conducido a Lucena, donde me asomo a diario a su

tranquilidad, me ha presentado a Ernesto y me seduce con ese bosque

cercano y desconocido por mí. La suprema belleza de lo inesperado.

Page 53: Dias de paso

16 de marzo

Hoy he vuelto a subir a la cima de la montaña que se alza frente a

Lucena por el viejo camino que asciende desde la pequeña aldea que

descansa en su falda. El sendero muere en la cima tras cruzar

previamente, en un divertido zig zag, sus escarpes desiertos y

pedregosos. Sorprende el tapiz, inimaginable en la distancia, que

conforman unas minúsculas y delicadas margaritas y un pequeño arbusto

que prescinde de hojas y flores, y que conjuntamente acompañan al

sendero hasta alcanzar el retén de vigilancia que ha instalado en su

cumbre el Regimiento de Lucena. A medida que uno asciende va siendo

consciente de la irrepetible escenografía del volcán, de sus dimensiones

reales. La excursión fue más breve de lo deseado porque una niebla

inesperada cegó toda visión desde la cima. Aún así, sea como sea, se

capta de inmediato que la montaña es el centro de gravedad de la

comarca, un impresionante promontorio convertido en punto estratégico

para el control visual de todo el territorio. La panorámica no puede ser

más impresionante: antes de que la niebla de la tarde ocultara la cumbre

de la montaña pude contemplar los llanos estériles, pedregosos,

volcánicos, que se extienden hasta el mar, la fértil campiña que rodea

Lucena y otros pueblos cercanos y las montañas que se despliegan con

abundancia en el interior de la isla, justo hasta donde llega la vista. Me

sigue llamando la atención los acentuados contrastes que se dan en tan

reducido espacio en esta isla. Y lo desarbolado que está el paisaje. Lo

que cuesta ver un árbol en esta geografía.

Page 54: Dias de paso

19 de marzo

Apenas he comido pan en Lucena. Haberlo haylo, como se dice, pero al

menos en el cuartel solo aparece en días puntuales. Aquí, todo parece

girar en torno al gofio, una especie de harina, hecha a base de cereales

que luego mezclan con agua, leche o caldo. En ocasiones le añaden miel,

trozos de frutas o verduras previamente cocidas. Gracias al clima de

temperaturas siempre moderadas tienen producción de verduras y

hortalizas prácticamente todo el año. Aquí se comen potajes de enero a

diciembre. ¡La suerte de no tener inviernos! Por lo general almorzamos

potajes o carne con garbanzos. Los pescados, casi siempre salados o

asados, se reservan para días puntuales. Las frutas son muchas y

diversas, e incluso producen dulces que gustan mucho en el cuartel,

tanto, que ayer se gastaron unos veintidós pesos en la adquisición de

varios sacos de azúcar y cajas llenas de la repostería local. Son

excesivamente glotones en el cuartel. Pero lo verdaderamente exquisito

que he encontrado aquí son sus quesos, especialmente unos de oveja que

se pueden comprar cada domingo en el mercado, y una mantequilla

elaborada con leche de vaca que envuelta en hojas de ñamera causa

verdadero furor. Los días que en el cuartel hay pan y mantequilla para

desayunar, me retraso adrede para disfrutar de semejante bendición en

silencio, sin los ruidos y gritos de la tropa y así poder alargar el

desayuno hasta que mi estómago grite basta.

Page 55: Dias de paso

21 de marzo

Hoy comienza la primavera. Sin embargo, aquí en Lucena parece no

haber finalizado nunca.

Page 56: Dias de paso

23 de marzo

Hay en Lucena un lugar peculiar que permite observar magníficamente

el breve tránsito del día a la noche. Es el punto de máxima elevación de

la calle de la Salvia que en ascenso y posterior descenso transcurre desde

el camino que conduce a la aldea vecina hasta el barranco de poniente.

Este punto álgido, que es como una pequeña demostración de la

curvatura del planeta, permite contemplar si miras a poniente la última

luz del día, la llama serena y cobriza del atardecer; y sin moverte, si

giras el cuello y miras hacia naciente verás el despliegue de las sombras,

el dominio transitorio de las tinieblas. Es como si estuviéramos en la

genuina frontera entre el día y la noche. Maravilloso.

Durante varios días, mañana, tarde y noche, ha llovido de forma

intensa. Me enardece ver llover sobre todo cuando la lluvia arrecia sobre

las calles. Luego, cuando amaina, una agradable melancolía se instala en

mi interior. Me embelesa la cadencia constante del goteo que cae del

alero de los tejados. Mientras llueve, recuerdo la felicidad de mi padre

cuando salía a la intemperie, jubiloso, a empaparse con el agua de la

lluvia. En mi casa, el prodigio de la lluvia se celebraba como el

nacimiento de un hijo: era una dicha intensa. La alegría absoluta del

agricultor. A pesar de las desgracias, la vida es bonita, me solía repetir

mi padre ya dentro, cuando entraba de nuevo a casa a secar su cuerpo

empapado.

Esta lluvia inesperada ha retrasado la salida hacia la capital. Como esta

tarde ha amainado definitivamente, Ernesto me anuncia que partiremos a

la capital mañana, temprano, antes de que lleguen a Lucena los primeros

rayos del amanecer.

Page 57: Dias de paso

28 de marzo

Llegamos a Las Palmas antes de que lo hiciera el anochecer, cuando aún

las calles contaban con la suficiente luz para que pudiésemos ver las

primeras casas de la ciudad. Atrás queda ya esta larga jornada

cabalgando sobre caminos pedregosos y polvorientos que tanto subían y

bajaban barrancos, como se acercaban y alejaban del mar.

Nos alojaremos todos estos días en casa de un arquitecto y también

escultor amigo de Ernesto y oriundo también de Lucena, quien hace

años cambió su ciudad de nacimiento por la abundancia de encargos que

le proporcionaba la capital. Tras llamar a la puerta de la casa que

Ernesto señaló como el final del viaje, nos recibió un criado de avanzada

edad, robusto y mal encarado. Su voz, sorprendentemente tamizada, nos

dio la bienvenida y nos anunció la ausencia del arquitecto, quien por

motivos de trabajo llegaría bien avanzada la noche. Asió las riendas de

los caballos y antes de llevarlos a las cuadras por una puerta abierta en el

lateral de la fachada, nos invitó a pasar a la cocina donde había pescado

salado, frutas y vino del país.

Ya en el cuarto que me había asignado el criado, tumbado en la cama

con las manos entrelazadas bajo la nuca, lo único que deseaba era cerrar

los ojos, detener el pensamiento y sumergirme en un sueño ancho, sin

orillas. Pero por más que lo intentaba no conseguía dormir. En mi pecho

aún latía la emoción que había sentido durante la mañana cuando el

camino, sin previo aviso, se precipitó por una cuesta escarpada y nos

condujo hasta la misma orilla del mar. Durante una legua atravesamos

un llano por un camino ancho que transcurría, para mi deleite, siempre

junto al mar.

Tan intensa es mi impresión que en la oscuridad de la noche aún veo el

mar abierto, constante en su movimiento, cadencioso, inagotable; cierro

Page 58: Dias de paso

los ojos y puedo ver con claridad el avance de una ola y detrás otra, una

y después otra, oír el rumor bronco de la espuma esparciéndose en la

orilla y oler la penetrante humedad del musgo de las rocas. Me recreo en

mi propia imagen junto al mar y mi espíritu crece y se dilata. Acabo de

levantarme y he abierto la ventana con la esperanza de oír el mar

rodando en la lejana orilla, pero solo penetra en la habitación un silencio

hondo y el aliento caluroso de la noche. ¿Por qué me embelesa ahora

tanto el mar? Ignoro qué es lo que provoca esta emoción, similar a la que

surge de la música. Quizás sean estos días ociosos y sin amenazas,

porque el mar es el mismo mar aquí y en Cádiz. ¿O tal vez no?

La luz tenue de la vela dificulta este placentero ejercicio de escribir.

Nunca imaginé que pudiese disfrutar tanto escribiendo y más cuando

escribo sobre el mar.

Page 59: Dias de paso

29 de marzo

El alba confirmó las impresiones de la noche: hay aire caliente en el

ambiente, un aire pesado, denso, capaz de aletargar cualquier voluntad.

Tan pronto llegué a la cocina el criado me indicó, mientras colocaba la

loza, que Ernesto ya había desayunado y estaba con el arquitecto.

Desayuné y mientras cruzaba el patio para ir al taller, me llamó la

atención la suciedad del cielo, la inesperada turbidez del aire de la

mañana.

El taller me gustó mucho. Es un espacio rectangular sin tabiques

interiores, de aspecto caótico que olía intensamente a madera serrada y

barniz. A primera vista todo parece en desorden, como el interior de los

bosques, pero luego, una vez que se educa la mirada todo responde a un

orden riguroso, como los bosques también. Había varias tallas aún por

finalizar, cabezas esculpidas en mármol y unas manos talladas en

madera de cedro tan hermosas que al verlas sentí esa agradable

impresión que solo se siente ante las cosas perfectas. En el suelo había

esparcidos cinceles, gubias, escoplos, buriles, lijas. Las paredes están

cubiertas en su totalidad de dibujos hechos a carbón, esbozos de

edificios, de mediciones y cálculos, de cuerpos y escenas simples, como

si el arquitecto tuviese en el paramento el papel más inmediato. Junto a

la entrada hay unos taburetes, una mesa y una balda con varios libros

entre los que reconocí una enciclopedia de tres tomos y un manual de

arquitectura. Al fondo, ambos charlaban en torno a una escultura en

ciernes, sin percatarse en un principio de mi presencia. Bastaron unos

golpes en la puerta para que el arquitecto, con enorme teatralidad en su

gesto, me invitara a entrar.

Tiene los ojos grandes, oscuros e inquietos, como de ave rapaz, el pelo

ondulado y unos antebrazos fuertes, desproporcionados con el resto de

Page 60: Dias de paso

su cuerpo. Habla siempre con gestos airados como si con ellos quisiera

subrayar las palabras que dice siempre en alta voz. De entre toda su obra

que reúne en el taller, hay un busto de mujer cuyos ojos muestran una

insoportable expresión de dolor. Es imposible mostrarse indiferente ante

el mismo. Escuece, incomoda, apena, acongoja. Según me comentó

antes de abandonar el taller, lleva un tiempo tratando de esculpir el

dolor, esa herida interna, molesta y aflictiva, exclusivamente humana.

Tras el busto, un lienzo ilustra a un hombre que se arroja al mar desde

unas columnas. En la orilla opuesta al hombre se alza un árbol solitario,

sin hojas. Il tuffatore, exclamó el arquitecto al descubrir el interés que

mostraba por el dibujo. El salto a lo desconocido, continuó visiblemente

excitado y mostrándome el espacio donde se encontraba dibujado el mar.

Nadar en las aguas procelosas de la incertidumbre, dijo con un gesto de

convicción. Esta imagen, explicaba, muestra como debe ser nuestra

actitud en la vida: el reto de arriesgar, el desafío de vivir, de avanzar con

determinación hacia lo desconocido, de romper con los límites

establecidos y aceptados. Siempre sin miedo.

El arquitecto continuó mostrándome su obra, moviéndose por el taller

con tal ímpetu que parecía que sus propias esculturas eran

descubrimientos insólitos incluso para él. Yo observaba más su ir y venir

que su obra, veía sus movimientos y confirmaba que tenía ante mí a un

hombre ágil, inquieto, contundente. Antes de que el criado asomara por

la puerta y le recordara la hora, desplegó sobre la mesa su obra máxima,

nos indicó, el alzado de la fachada de la nueva catedral. De forma

inesperada, el arquitecto guardó silencio y asentía con la cabeza mientras

sus ojos escrutaban el plano. Luego se tocó la barba, en pose meditativo

y sonrió. Cuando replegó el plano, nos miró y nos invitó a visitar las

obras con él. Cuando ustedes quieran, sugirió.

Nosotros, apresurando el paso pues se nos hacía tarde, nos dirigimos al

juramento que harían las tropas ante el nuevo Capitán General. La plaza

estaba ocupada por un multitud bulliciosa y pintoresca que calló tan

pronto hicieron aparición en el estrado las autoridades militares,

acompañadas por otras civiles y religiosas. Ernesto es tan conocido en la

Page 61: Dias de paso

capital como en Lucena. Se le acercaban muchos soldados a saludarlo y

él también, cuando descubría entre la multitud a algún conocido, no

dudaba en acercarse, estrechar su mano e intercambiar algunas palabras

afables. Uno de las muchas personas que saludó fue un anciano, bastante

pequeño, con el pelo canoso cuidadosamente peinado hacia atrás que

juntaba las manos junto al regazo y escuchaba con atención las palabras

que Ernesto le dirigía asintiendo suavemente con su cabeza.

Cuando el Capitán General comenzó a hablar se hizo un silencio solo

interrumpido por la desbandada tardía de algunas palomas. Antes de

finalizar su discurso, plagado de apelaciones al delicado momento que

vive la nación, el Capitán llenó el aire de la plaza de vivas al rey que

acompañaron los soldados con gritos exaltados. Al presenciar al clero y

la multitud gritar vivas emocionados, Ernesto se indignó y comenzó a

mascullar frases ininteligibles. Luego se me acercó al oído y me

preguntó cómo podían alegrarse de tener un rey tan felón, cobarde y

traicionero. Entonces se giró y le dio la espalda al estrado, invitándome a

seguirlo. Avanzamos entre la multitud y llegamos al extremo opuesto de

la plaza donde el gentío se diluía y se podía contemplar en su integridad

la obra de la nueva catedral. Ante nosotros se trazaban las sólidas líneas

del dibujo que nos mostró en el taller el arquitecto, aquella geometría

contundente que se alzaba, que irrumpía de la nada en un proceso

aparentemente lento pero que estaba destinada a perdurar en el tiempo

tanto como las montañas, como los bosques o los ríos. Cuando esté

concluida, me dijo Ernesto, no habrá nada más hermoso en todo el

archipiélago. Sin estar finalizada ya es hermosa, le contesté, porque ya

se adivina en ella orden, armonía y sentido.

Pero te diré, y apoyé mi mano sobre su hombro, que desde que he

pisado esta isla aún no he visto nada más sublime y majestuoso que el

mar.

Tras la finalización del discurso del Capitán General, un silencio

caluroso y espeso se instaló sobre la plaza. A continuación se convocó

una procesión que recorrería las calles adyacentes a la catedral. Cuando

le pregunté el motivo, Ernesto me reveló que era para mostrar la

Page 62: Dias de paso

solidaridad de la ciudad con la situación agónica que se vive en Tenerife,

pero luego con gesto pícaro me afirmó que el verdadero motivo era

aplacar el miedo que empezaba a instalarse entre los ciudadanos ante la

probabilidad de que la fiebre amarilla hubiese arribado a la isla y ya esté

merodeando por aquí, dijo mientras movía con agilidad sus dedos.

Page 63: Dias de paso

1 de abril

Llevo todo el día rumiando un sueño que tuve anoche y que me ha

dejado una extraña sensación de culpabilidad. Aún me veo caminando

con paso agitado por un bosque de aspecto otoñal y donde solo escucho

el crepitar de la hojarasca que tapiza el sendero por el que avanzo. Me

dirijo a un monasterio que se alza en la cima de una montaña que aunque

presiento lejana alcanzo con sorprendente rapidez. Estoy solo. Una

honda angustia dirige mis pasos, pues acabo de saber que mi padre lejos

de estar muerto ha permanecido en ese monasterio todo el tiempo que ha

transcurrido desde su fallecimiento. Pero la noticia vino acompañada de

un extraño mensaje con aire de advertencia: alguien que no consigo

identificar me conmina a no subir hasta allí, fundamentalmente porque él

no quiere contacto alguno conmigo. Cuando al fin alcanzo las puertas

entreabiertas del monasterio y trato de entrar, un portero me impide el

paso. Me extraña enormemente que sepa no solo quién soy sino por qué

estoy allí. Con gesto lento y señalándome el camino por el que he

subido, me sugiere que me vaya y confirma lo que ya me habían

advertido: mi padre se niega a recibirme. Está bastante decepcionado

con la actitud de desdén y olvido que he tenido hacia su persona. El

portero baja la mirada y continúa explicándome que mi padre llevaba

años esperando una visita mía y que una tarde, cansado de esperar allí

donde termina el camino, se internó definitivamente en el monasterio no

sin antes advertir que si algún día yo pasaba por allí, me transmitieran su

voluntad de no recibirme. Entonces, entre las puertas abiertas, advertí a

lo lejos su presencia. Era él, mi padre. Lo reconocí con facilidad a pesar

de lo incierto que parecía su figura. Está de pie, de espalda a nosotros y

solo se dibuja su silueta a contraluz. A pesar de llamarlo reiteradamente,

no se gira. Continúa con su postura hierática, ajeno a mis llamadas.

Page 64: Dias de paso

Trato de convencer al portero, con gran desesperación, para que me deje

entrar. Su negativa insistente me hace desistir. Cambio de estrategia y le

imploro que se acerque él hasta donde está mi padre y le diga que todo

es un mal entendido. Si yo lo vi inerte sobre la cama la tarde que

falleció, cómo iba a imaginar, vocifero con la intención de que mis

palabras lleguen hasta mi padre, que estaba vivo y que encima estaba

aquí. Cómo, repito en mi desesperación.

Ahí finaliza el sueño y comienza mi inquietud. Tan pronto despierto me

asiste primero una sensación de incredulidad que me lleva hasta la

vigilia, para luego anclarse en mi interior un sentimiento de culpa que

me incomoda y zozobra enormemente.

La pregunta que me ronda la cabeza y que rumio una y otra vez es por

qué me siento culpable. ¿Por qué he tenido este sueño? ¿Qué he hecho o

qué he podido decir para que mi padre, ya muerto, aparezca como

revivido y encima rechace cualquier forma de comunicación conmigo?

Por más que busque y revuelva en el cajón de sastre que es mi memoria,

no encuentro nada, en primera instancia, que responda

satisfactoriamente a mis preguntas. Nada. Y la nada acrecienta mi

desazón.

Page 65: Dias de paso

3 de abril

A pesar de mi abotargamiento, hoy he hecho una pequeña excursión por

la ciudad y sus alrededores, dominados inevitablemente por la presencia

del mar. He llegado hasta el límite norte de esta pequeña ciudad, allí

donde el océano se embate contra un pequeño muelle y he seguido

cabalgando a través de un camino ancho y arenoso hacia el norte, hasta

una pequeña península desierta y montañosa. Esta singular isleta está

unida con el resto de la isla a través de unos arenales extensos que

flanquea el mar a naciente y poniente. Un ejército de dunas,

progresivamente más altas cuanto más alejadas de la costa estén, reptan

por las lomas desnudas que frenan con su piel de piedra y arbustos su

avance hacia el interior. Las dunas, como olas de arena, parecen tener la

plasticidad de un trigal mecido por el viento. Este paisaje es muy similar

a los llanos arenosos que se extienden desde la puerta de tierra en Cádiz

hasta prácticamente el castillo de Sancti Petri. Curiosamente, uno de los

lados de ambos arenales, tienen la misma denominación: la Cortadura

del Arrecife en Cádiz y la playa del Arrecife aquí.

Si las similitudes entre ambas ciudades son sorprendentes, sus

diferencias son notables. La más evidente, al igual que sucede en

Lucena, es que sus ciudadanos, en general, parecen no tener las

inquietudes políticas que palpitan ahora mismo en Cádiz. El mar parece

que no solo atempera el clima de esta ciudad sino que también lo hace

con el espíritu de sus ciudadanos. Me impresiona, casi sería más sincero

escribir que me conmueve, la aparente tranquilidad con la que estas

gentes parecen llevar su existencia. No sé si la presencia de buques

ingleses en sus fondeaderos les tranquiliza hasta el punto de no vivir

atemorizados ante una posible invasión francesa. Esta ausencia de temor

se refleja en la propia ciudad, imbuida en una apreciable transformación

Page 66: Dias de paso

arquitectónica, como si aprovechara esta calma para cambiar de piel.

Casas recién finalizadas y otras muchas aún en construcción se alzan

magníficamente guiadas por el orden y la simetría, remarcándose sus

líneas principales por una cantería de sorprendente calidad. Las

viviendas más antiguas, en cambio, son anárquicas, mal compuestas en

su distribución exterior de puertas y vanos, como si se hubiesen

edificado siguiendo más la necesidad de sus moradores que

determinadas reglas estéticas.

Hay un elemento en el paisaje humano que la iguala el resto de las

ciudades de España: la abundancia de curas. Los hay por todos lados, en

todas las casas, en todas las calles. Es extraordinario su número, así

como los edificios dedicados al culto religioso: la catedral, iglesias,

ermitas, conventos. Si hubiera un árbol por tonsura, la ciudad se

extendería bajo un bosque frondoso. Sin embargo, como el resto de la

isla que he podido conocer hasta hoy, la ausencia de árboles, a pesar de

las enormes palmeras que se yerguen en las huertas que alimentan la

ciudad, parece no preocuparles a sus ciudadanos. Definitivamente, estos

isleños están acostumbrados a vivir en una continua solana. Trabajando

una vez en el botánico de Madrid llegué a escuchar a un naturalista

italiano que un país con árboles es mucho más rico que otro cuyo único

patrimonio se limite al oro que guarda en sus bancos. ¿Qué pensaría este

personaje si visitara un país que no tuviera ni árboles ni ese caudal?

Page 67: Dias de paso

5 de abril

Viernes santo. Tarde de procesión como lo han sido todas las tardes de

la semana. La gente asiste con gestos de seriedad y solemnidad en sus

rostros. Ernesto me comenta visiblemente enojado que hay familias que

a duras penas tienen para comer y aún así se endeudan por vestir con

buenas ropas para esta fecha. Algunos han llegado a empeñar hasta sus

casas con tal de aparentar lo que no son. No te exagero, insiste. La

iglesia y sus alrededores están abarrotados. Los que no pudieron asistir a

la misa por no encontrar sitio dentro no tuvieron más remedio que

esperar fuera. El sol del atardecer quiso también participar en la

ceremonia iluminando con una luz vieja y delicada la ciudad. El cielo

estaba despejado y hacía calor. Cuando asomaba a la puerta de la

catedral la primera imagen de la procesión, desde la cornisa de una casa

cercana emergió el canto de un mirlo. Durante unos minutos sobrevoló a

la multitud que ajena a su reclamo aún guardaba un silencio expectante.

Siempre me ha embelesado el canto del mirlo. Es durante estas semanas

cuando están en pleno apareamiento y cuando son más vistosos y

melódicos que nunca, sobre todo al amanecer y al atardecer, que por lo

general es cuando mejor se escucha la naturaleza. Fue espectacular oír

su canto mientras se incorporaba a la procesión el sepulcro con el cuerpo

de Jesús yacente. La vida natural irrumpía en ese momento y envolvía

con su voz melodiosa el cuerpo muerto del hijo de dios, preludio quizás

de esa soñada resurrección, cíclica y necesaria que alimenta la famélica

fe del hombre y que hace posible ese milagro complejo y hermoso que

es la naturaleza, donde todo nace y todo muere en un ciclo sin fin.

Page 68: Dias de paso

7 de abril

Asistí con Ernesto a la última procesión del día con cierta destemplanza

en mi cuerpo. Mientras nos encaminábamos con la multitud, despacio,

siguiendo los pasos lentos de la procesión, distinguí en una bocacalle,

sin que él se apercibiera, al arquitecto, vestido con casaca negra, calzón

corto y medias de seda, chaleco de damasco blanco y corbatín de igual

color. Caminaba ensimismado, circunspecto, alzando la vista a

momentos, escudriñando los nuevos edificios que se alzan en el barrio

viejo de la ciudad como si quisiera encontrar en ellos la respuesta a

alguna inquietud, la solución a alguna cuestión que solo en sus adentros

anida. Pensé entonces en lo paradójico de ese silencio, donde subyace un

ruido sordo de pensamientos. Aunque todo estaba callado, intensamente

mudo, bastaba aguzar el oído y distinguir entre el aparente silencio el

rumor permanente que recorre la ciudad, la música del aire o el

ceremonioso canto de un pájaro que desde una rama alta acribillaba la

luz cenital que se colaba entre las callejuelas tortuosas de la ciudad.

Tan pronto terminó la procesión, Ernesto me asió del brazo y me sacó

bruscamente de la multitud. Sin dejarme apenas hablar me condujo entre

calles estrechas hasta una explanada que se extendía delante de unas

casas alineadas junto al mar. El paisaje que se abrió ante nosotros era

maravilloso: una atmósfera bulliciosa donde se concentraban hombres

de calzones cortos y camisas remangadas que bebían, cantaban y

vociferaban entre ellos, mujeres que amamantaban a sus pequeños

ocultas entre las barcas que descansaban en la orilla, y otras que se

cepillaban el pelo o se asomaban en las puertas y ventanas de sus casas

de madera mientras comían frutas, pescados y otras cosas de la mar.

No pude más que sonreír airadamente ante el escenario que mis ojos

contemplaban. Ernesto me señaló una pequeña taberna hacia la que

Page 69: Dias de paso

pensaba dirigirse y que exigía, para alcanzar su entrada, atravesar la

festiva muchedumbre. Antes de mezclarnos con la multitud, le agarré del

brazo y le comenté, acercándome a su oído, la necesidad que tenía de

estar en un sitio así. La cercanía del mar nos refrescaba y además

prefería aquella celebración espontánea de la vida al solemne ritual que

se paseaba por la ciudad impelido por el miedo a la muerte.

Mientras Ernesto pedía vino y sardinas asadas, yo accedí a una pequeña

terraza a la que se podía llegar desde la taberna. Desde allí descubrí la

caleta que se dibujaba tras las viviendas, el juego repetido de las olas

con la orilla, la extensión palpitante del mar y a lo lejos un velero que

abandonaba la bahía y cuya estela rayaba la lisura prodigiosa del océano.

En el cielo, una bandada de gaviotas ruidosas se adentraba con ella mar

adentro con su letanía de graznidos y lamentos. La visión del mar me

estremece el ánimo. Siempre. Gracias, muchísimas gracias le dije

emocionado a Ernesto tras regresar al interior de la taberna y sentarme

junto a él. En la mesa nos esperaba una jarra de vino y un plato con

sardinas. Una vez llenos los vasos brindamos por la vida, la amistad y el

mar. Era inevitable.

Page 70: Dias de paso

9 de abril

No me encuentro bien. Estoy apesadumbrado, molesto por un dolor

confuso, residual, que abotarga mi cuerpo. Esta mañana, al despertar, he

salido al patio y he podido comprobar que aún había calima en el

ambiente. Pensé que quizás fuese la respuesta natural de mi cuerpo al

calor tan especial y a la turbidez del aire que sofoca estos días la ciudad.

Desayuné con Ernesto. Apenas pudimos conversar. Varios asuntos

personales le apremiaban y su agitación impedía establecer un diálogo

mínimamente coherente. Antes de salir y mientras se anudaba el corbatín

blanco, me anunció que alguien quería conocerme, así que si no tenía

nada mejor que hacer, podía acercarme durante la mañana hasta la casa

del arcediano de Fuerteventura y archivero de la Catedral, que según me

aclaró antes de irse, era el anciano con quien hablaba en la plaza justo

antes del discurso del Capitán General.

—Te será fácil encontrar la casa donde vive. Regresa a la plaza y

cuando llegues sitúate en su centro de espaldas a la catedral. La casa que

está justo a la mitad de las que jalonan la plaza por su lado izquierdo es

la suya. Te estará esperando — me indicó.

Tras el desayuno regresé a la habitación y me tendí en la cama junto a

mi malestar. Intenté leer un poco pero a las pocas líneas de iniciar la

lectura me asaltó una inesperada duermevela. No tardé una hora en

levantarme, y a pesar de mi atolondramiento, abandoné la estancia para

callejear por la ciudad en dirección a la plaza.

Mientras andaba con ánimo aletargado pensé en la cantidad de sotanas

que pululaban por la ciudad. El tiempo es imprevisible, pienso

igualmente: a la sombra el aire se muestra sorprendentemente frío

mientras que al sol el calor me obliga a despojarme de la casaca.

Page 71: Dias de paso

Fue sencillo dar con la casa del arcediano. La fachada era de factura

clásica, equilibrada, racional en sus proporciones y en la distribución de

sus vanos, muy a la moda. Desde la plaza vi que la puerta principal

estaba abierta; mientras avanzaba hacia la misma, creí ver la silueta de

alguien tras los cristales de un ventanal en la planta alta. El estrecho y

oscuro zaguán finalizaba en una cancela de hierro que me cerraba el

paso. Sin embargo, mi vista sobrepasó la cancela y se paseó por un patio

luminoso donde una señora mayor, sentada en una butaca, limpiaba un

gran helecho que descansaba en el suelo. Di los buenos días bien alto. La

señora respondió con un saludo brioso. Tras presentarme e indicarle que

el arcediano me esperaba por mediación de Ernesto Martín,

administrador del Regimiento de Lucena, la señora abrió la cancela y me

indicó la escalera por la que debía subir a la planta alta, el pasillo por el

que caminar y la puerta a la que tocar.

Como encontré la puerta abierta, pude ver al arcediano junto a la

ventana con las manos unidas tras la espalda, mirando la plaza desierta.

El gesto de su mano, tan pronto me vio en el umbral , con el que me

invitaba a pasar y a tomar asiento en las butacas instaladas junto a él,

reveló sin equívoco que me esperaba. Es un anciano de frente amplia,

nariz larga y ojos almendrados. Sus manos son huesudas y los nudillos

sobresalen en ellas como una alineación de pequeñas montañas. Su piel

llena de manchas revelaba una edad avanzada.

El salón donde me esperaba es amplio, espacioso, muy luminoso

gracias a las grandes ventanas que abren la habitación a la plaza. He de

confesar que su biblioteca es considerable. Casi todas las paredes, con la

excepción del vano de la puerta donde cuelgan varios retratos, están

llenas de baldas repletas de libros. No hay hueco para uno más. Pero no

fue la biblioteca ni su hablar sereno y cadencioso lo que más me

sorprendió del encuentro. Fue el intenso aroma a café que había en el

salón.

—Le agradezco su visita — dijo mostrándome con exquisita cortesía la butaca que me había reservado. Mientras servía café, me preguntó —:

Page 72: Dias de paso

¿Llegó a coincidir con Cavanilles? Sé que usted es botánico y que ha

tenido el privilegio de trabajar en el Jardín de Madrid.

—Sí —respondí —. Tuve la enorme fortuna de trabajar con él y la desgracia de hacerlo tan solo durante unos meses —dije mientras me

acomodaba en el ancho asiento.

—Nosotros nos conocimos en París hace muchos años. Antes de la revolución —y volvió su mirada de nuevo hacia la ventana

permaneciendo unos segundos ensimismado, como si tras el ventanal no estuviese la ciudad, sino algún recuerdo —: ¿Y el jardín? —preguntó

pestañeando repetidamente, como si ese gesto automático lo devolviera

al tiempo presente.

—En Cádiz coincidí con un capataz que había trabajado en las últimas plantaciones hasta su abandono, tras la ocupación francesa. Me comentó

que, por fortuna, los herbarios, la librería y las colecciones están a buen

recaudo, pero que muchas especies de árboles cultivadas, sin las debidas atenciones, es probable que se pierdan. Para siempre — subrayé.

—Malos tiempos para ser árbol —dijo con rotundidad el arcediano —. Aquí padecemos una actitud similar hacia nuestras arboledas, pero con

la peculiaridad de que el peligro no lo trae el abandono sino el hacha. En

esta isla los árboles no mueren por olvido sino por aversión — y volvió a mirar a través de la ventana, pero esta vez hacia una bandada de

palomas que aleteaban el calor que aún flotaba sobre la plaza —. El

páramo gana terrenos al bosque día tras día — abundó.

Por su gesto, el arcediano parecía resignado ante la fatalidad.

—Ernesto ya me ha informado de la situación que padece uno de los bosques de esta isla. Doramas, ¿no? —pregunté mientras alzaba la taza

hasta la altura del mentón para disfrutar con intensidad del aroma del

café. Primero —continué brevemente antes de dar un pequeño sorbo al café —le he de confesar que es todo un ejercicio de fe creer que hay

bosques en esta isla. Todo parece tan desolado, tan yermo.

El arcediano, al oír mis palabras, se dirigió hacia un escritorio que

estaba en la esquina opuesta, junto a unos estantes. Yo aproveché su

movimiento para dar dos pequeños sorbos y terminar mi taza de café. Al

Page 73: Dias de paso

llegar al escritorio me sugirió, con un movimiento rápido de sus dedos y

sin mirarme, que me acercara hasta allí.

—Hasta hace unas pocas décadas —dijo tras sacar de una gaveta una gran hoja en blanco sobre la que comenzó a dibujar el contorno de la isla

—toda esta superficie estaba intensamente arbolada —y trazó varios círculos irregulares en el interior del perímetro dibujado —.

Prácticamente la isla era un gran bosque. Hoy, en cambio, solo nos

queda esta pequeña mancha de aquí —señaló con el cálamo —que es Doramas, ésta otra, conocida como el Monte Lentiscal y varios pinares

en los altos de la isla, que si bien es cierto que aún son grandes en

superficie son ya tan ralos y dispersos que nadie diría que esas arboledas, hoy testimoniales, casi anecdóticas, fueron hasta hace unas

décadas unos bosques sombríos.

—¿Y no han denunciado esta situación a la Real Audiencia o ante el Consejo de Regencia? — le pregunté sin saber dónde poner la taza ya

vacía. El arcediano, que se percató de mi indecisión, tomó la taza entre sus manos y se dirigió hacia la mesa cercana a la ventana, donde estaba

la bandeja.

—Las denuncias fueron eficaces durante un tiempo porque consiguieron frenar las talas y los incendios.

—Pero... —me anticipé.

—Pero fueron insuficientes e ineficaces. Cuanto más intensa sea la guerra contra los franceses, más devastadora será para los montes la paz que aparenta la isla.

—¿Aparenta? —le pregunté con evidente gesto de incomprensión.

—Aquí hay una guerra declarada al bosque. Para muchos isleños, el enemigo no son los franceses, son los árboles.

El arcediano me invitó a una nueva taza de café. Yo, asintiendo con

ojos expresivos, acepté. ¿Azúcar?, sugirió. Tras negar con la cabeza, y

con un tono que mostraba cierta indignación, traje a la conversación una

frase que repetía reiteradamente Cavanilles: quien pierde sus bosques

pierde su futuro.

—En efecto, asintió. No es casual que las naciones más ricas y poderosas sean regiones boscosas.

Page 74: Dias de paso

—Entonces, si la relación entre progreso y bosques está más que demostrada, ¿por qué no se actúa? ¿Por qué se ha llegado a esta

situación tan delicada?

—Quizás el fallo que hemos cometido en esta isla es que hemos

idealizado demasiado el bosque.

—¿Hemos? —interrumpí.

—Hemos —repitió —. No solo los carboneros y los ebanistas sacan

partido del bosque. Nosotros, los afrancesados —dijo con evidente sarcasmo —enriquecemos nuestro espíritu a través del estudio de la

naturaleza y la contemplación de la misma. El resto de la población

padece más que siente la existencia de los bosques en la isla. Unos, porque el hambre y la desesperación les ciega. Y otros por mera codicia,

pero igual de ciegos, al fin y al cabo.

—¿Entonces? —insistí.

—Heráclito hablaba de la necesidad de buscar lo inesperado en lo cotidiano, comentó mientras se acercaba a una estantería. Y lo

inesperado ahora mismo —continuó mientras extraía de las baldas superiores un libro forrado en percalina —es salir de esta vía mortal que

seguimos —. Lo hojeó durante unos segundos y como no pareció

encontrar lo que buscaba, lo cerró y lo devolvió de nuevo al lugar de la balda de donde lo había cogido previamente. Yo observaba

detenidamente los movimientos del arcediano. A pesar de su avanzada

edad, aún eran ágiles y decididos. Solo por cómo se expresaba y se movía supe que pertenecía a esa raza de personas que no se rinden

nunca. Pero hay que buscar, insistió mientras volvía a sentarse en su butaca y volvía a escudriñar el cielo a través de la ventana. Solo

buscando encontraremos la solución. Y yo creo firmemente que existen

posibilidades, que no probabilidades, de esperanza, sentenció dirigiendo su mirada de rapaz hacia mis ojos.

—¿Posibilidades y probabilidades? —. Seguía sin entender nada.

—La ciencia —aclaró —. Afortunadamente tenemos suficientes conocimientos en agronomía, en botánica, en matemáticas, en física, o

en medicina como para aportar luz donde otros solo ven tinieblas y

oscuridad. La ciencia nos demuestra que siempre hay posibilidades.

Page 75: Dias de paso

—¿Hablamos entonces de fe?

—En cierto modo sí —reconoció —.La fe ya no es patrimonio exclusivo de Dios. Ahora se puede tener fe en el hombre, en la razón y

las luces que arroja sobre nuestra existencia.

—Necesito un ejemplo — supliqué.

—El bosque solo se salvará si se moderniza la agricultura. No hay otra solución, sentenció. El ejemplo de Inglaterra y Holanda nos demuestra

que la mejora en la ciencia agronómica permite avances insospechados hasta hace décadas

—¿Por ejemplo? —volví a preguntar. Él sonrió dulcemente ante mi insistencia.

—La eliminación del barbecho, una de las principales causas de atraso de nuestra agricultura, argumentó serenamente. Mediante un novedoso y

exitoso método de rotación de cultivos se aumenta considerablemente los rendimientos de la superficie cultivada. La ciencia es la esperanza y

el estudio es el camino.

—Hace años, recuerdo que en el Jardín botánico, en Madrid, se formaron profesores para que difundieran esos avances.

—Si señor —confirmó con efusión —. Godoy lo intentó, hay que

reconocerlo, pero esa medida, muy al gusto de Jovellanos, solo iba dirigida a los propietarios de tierras, no a quienes las trabajan. El ocio de

los pudientes, en primer lugar, y la guerra contra los franceses después

abortaron la iniciativa, dijo con el gesto torcido. Podía haber sido un buen comienzo...

—...pero no era suficiente —añadí.

—No lo es, no. A este país de pocas luces y muchas sombras le falta ambición pero sobre todo, instrucción, declaró.

Durante un instante permanecimos en silencio, cabizbajos. Luego,

continuamos hablando de agricultura, de la relación que hay entre

pobreza y analfabetismo, de miseria y oscuridad y de la inclinación

natural que tiene el ser humano de asomarse al abismo. Cuando la

conversación adquirió un sostenido tono de derrota, el arcediano quedó

sumido durante unos segundos en sus pensamientos para regresar

después con su voz grave y aterciopelada y extraordinariamente

Page 76: Dias de paso

persuasiva. Habló entonces de la felicidad, de nuestro deber moral de

buscarla y de encontrarla no solo en el amor fraterno, en la comprensión

humana o en la solidaridad, sino también en la poesía que escribimos

cada día con nuestros gestos, en el silencio del bosque o en la razón,

insistió señalándose la cabeza y luego el corazón. Todo ha de

recomenzar, sugirió con natural sosiego. Hay que mirar al mundo, a la

naturaleza con nuevos ojos, una nueva mirada, aceptando que allí donde

está el peligro, también se encuentra la esperanza. Es algo que puede

parecer terrible, pero me reconocerá también que es maravilloso, dijo

con un brillo infantil en sus ojos.

Sus argumentos sonaban meditados, ecuánimes. Entonces tocaron

varias veces en la puerta del salón y antes de responder una voz ligera

llamó al arcediano por su nombre. Cuando asomó tras la puerta, reconocí

a la señora de la entrada. Nuestro encuentro tocaba a su fin. Un

mensajero lo esperaba para saber si acudiría a una reunión de urgencia

que acababa de convocar la Junta de Sanidad. Algo sucede, comentó el

arcediano levantándose de su butaca con evidentes signos de

preocupación. ¿Qué le digo?, preguntó la señora. Que bajo de inmediato,

respondió con tono grave el arcediano. Me temo que es algo relacionado

con los brotes de fiebres que se dan desde hace unos días en un barrio de

la ciudad. Tememos un contagio de las fiebres que se padecen en

Tenerife, dijo.

Antes de que el arcediano partiera le confesé tanto el deseo que tenía de

visitar el bosque de Doramas como de leer alguna publicación sobre la

flora de las islas. El arcediano, sin pensarlo, se acercó a una de las

estanterías y extrajo un cartapacio que depositó sobre el buró.

—Este es un diccionario de historia natural —dijo —que he escrito de forma constante durante muchos años. Aún no está publicado y me temo

que durante el poco tiempo de vida que sé que me resta, no se publicará.

Puede consultarlo aquí todo el tiempo que desee. Es más, tiene esta biblioteca a su merced.

—¡Gracias! —exclamé sin ocultar mi emoción.

Page 77: Dias de paso

—Creo que la reunión a la que me convocan se extenderá durante toda la jornada. En mi ausencia, considere esta biblioteca como su biblioteca.

Y sí, me parece que una expedición a Doramas no solo tiene trascendencia intelectual. Ya verá como es igualmente alimento para su

alma.

Nos despedimos con cierta urgencia estrechándonos la mano de forma

efusiva. Yo no hacía más que repetir las gracias por el grato momento

que había pasado.

—No —manifestó el arcediano apoyando su mano izquierda en mi hombro derecho —, las gracias debo dárselas yo a usted por haber

aceptado mi invitación. Los viejos como yo absorbemos el tiempo de los jóvenes, dijo sonriendo mansamente.

Continué hasta bien entrada la tarde leyendo embelesado el diccionario.

Me pareció una obra monumental, como lo es la naturaleza de estas

islas. Al cabo de unas horas de lectura, el apetito me empujó a comer

algo pronto aunque fuese de modo frugal. Fue en ese momento cuando

sentí que el malestar matutino lejos de remitir arreciaba con preocupante

intensidad. Cerré el cartapacio y antes de abandonar el salón, acaricié su

portada sabiendo que dejaba atrás una obra inaudita, colosal.

Al salir al pasillo no me encontré con nadie y deshaciendo el camino

que había hecho al entrar iba cerrando con intencionada delicadeza las

puertas que tras de mí dejaba. Salí de la casa sin enturbiar el silencio que

allí flotaba. Tan pronto pisé la calle miré al cielo y me pareció más irreal

e incierto que cuando entré. Un soplo de aire fresco ascendió con

decisión por la calle. Pensé en ir a aquel barrio que había visitado con

Ernesto la tarde anterior, e incluso ir de nuevo a la misma taberna,

sentarme en la terraza y contemplar desde allí el mismo horizonte y el

mismo mar, pero me encontré fatigado y adormecido.

Regresé a casa del arquitecto con paso afligido y con la impresión de

que el camino de vuelta, a pesar de ser el mismo recorrido que el de ida,

era incomprensiblemente más largo. Todo me parecía molesto pero en

especial aquella luz blanquecina que inundaba la ciudad. Cuando

finalmente llegué me recibió el criado con su gesto adusto y su rostro

sumergido en una seriedad impenetrable. Al entrar al comedor, Ernesto,

Page 78: Dias de paso

nada más verme, se interesó por la visita al arcediano. Sin embargo, al

descubrir mi palidez, la lentitud y pesadez de mis gestos y el umbral

ceniciento de la cuenca de mis ojos, volvió a interrogarme pero esta vez

para saber cómo me encontraba. Mal, declaré. Estoy como si mi cuerpo

fuera un lastre pesado que arrastro sin fuerzas y sin voluntad. Solo me

apetece estar acostado. Ernesto me miró con cierta preocupación, me

sugirió comer todo lo que pudiera y descansar el resto de la tarde y toda

la noche ya que a la mañana siguiente, con las primeras luces del alba,

abandonaríamos la ciudad para regresar a Lucena.

Page 79: Dias de paso

10 de abril

Por los síntomas que tengo, creo que debo estar enfermo. Me duele todo

el cuerpo y tengo una sensación interna de agotamiento. Por los

escalofríos que me acompañaron desde las últimas luces de la tarde y

hasta bien entrada la noche debo tener fiebre. No puedo dormir. El temor

me lo impide. ¿Y si me he contagiado de la fiebre amarilla? Tanto el

arcediano como el arquitecto señalaron la probabilidad de que, a pesar

de tantas precauciones, el contagio de las fiebres ya haya empezado a

hacer estragos entre la población. Tengo miedo.

Partimos de la ciudad cuando el día comenzaba a despertarse bajo una

luz aún tímida y una agradable sensación de orden y silencio.

Cabalgamos durante toda la jornada, a pesar de las insistentes

invitaciones de Ernesto a parar cada vez que yo lo necesitara. Pero las

rechacé todas porque quería llegar a Lucena cuanto antes. Quizás por

eso siempre he oído que el camino más largo siempre es el de vuelta. A

diferencia de la ida, hoy el mar transmitía la sensación de que en su seno

todo es movimiento y sonido. Parece que es imposible que algo quede

inerte y callado en sus dominios. Cuando el camino nos devolvió a la

costa, antes de remontar el puerto tras el que se vislumbra por primera

vez Lucena, pudimos disfrutar de una escena bellísima: la espuma del

mar parecía elevarse en el aire, disuelta, y se elevaba hasta la cornisa de

los acantilados, donde finalmente se esfumaba. Todo el litoral era una

orla de espumas, un paisaje hermoso e indefinido compuesto por una

relación ordenada de líneas que se dibujaban con insólita precisión y que

enmarcaban una sucesión prolongada de claros y sombras. Mientras

atravesábamos este escenario, miré varias veces el rostro de Ernesto y al

Page 80: Dias de paso

verlo cabalgar con aire distraído pensé que esta gente de las islas vive

sin reparar en el privilegio que es la cercanía del mar.

Tan pronto llegamos, mientras desembridaba los caballos, Ernesto me

invitó a cenar en su casa, pero desestimé la invitación porque me

encontraba débil e inapetente. Le agradecí sinceramente la estancia en

Las Palmas. Le confesé que habían sido unos días estupendos, me

despedí y caminé calle abajo hacia el cuartel. Como era de esperar, la

ciudad estaba desierta y solo se oía la actividad frenética de algunas

cocinas.

Mis miedos contrastan con la serena atmósfera que hay afuera. Cuando

llega la noche, todo tiene una nueva dimensión gracias a la luz blanca de

la luna creciente, casi llena, de las estridencias de los grillos, el croar de

las ranas, el silbido oculto de las lechuzas y el grito infantil de algunos

alcaravanes.

Con esta sinfonía inesperada yo también me lleno, pero no de luz, sino

de sensaciones, de imágenes, de recuerdos y sobre todo, de miedos.

Page 81: Dias de paso

16 de abril

Tras varios días enfermo, con fiebre, de sueño pesado y escalofríos

discontinuos, en los que he permanecido acostado en el catre totalmente

tapado con el cuerpo tiritando bajo el embozo, al fin he mejorado. Aún

estoy débil pero las fiebres han remitido. No he vomitado en ningún

momento y gracias al agua, a los paños húmedos y fríos y tisanas para

controlar la fiebre que me subían Bernarda, la cocinera que atiende a

todos los soldados del cuartel como si fueran sus hijos, y Ernesto, que

me visitaba a diario, he mejorado de forma considerable. Hoy ya me

siento con fuerzas suficientes como para retomar el diario, hecho

sintomático de esta mejoría apuntada. Sin duda. Sin embargo, poco dura

la alegría en la casa del pobre. Esta tarde cuando desperté de la

sobremesa, me encontré con Ernesto ya en la habitación, sentado en el

taburete junto a la ventana. Estuve varios minutos observándolo

mientras él leía un libro que sostenía entre sus manos. Luego interrumpí

su lectura con un carraspeo prolongado.

—Perdona si te he despertado —se disculpó Ernesto tan pronto me vio despierto.

—No te preocupes. Me relaja verte leer —contesté desde la cama —. ¿Cómo te encuentras? —me preguntó cerrando con suavidad el libro que tenía entre las manos.

—Bastante mejor. Llevo todo el día empapado en sudor, señal inequívoca de que las fiebres comienzan a remitir.

Y para demostrar mi mejoría me incorporé y apoyé mi espalda en el

dosel. Ernesto cogió una taza que humeaba en la mesa y me la acercó.

La tisana estaba tan caliente que traté de enfriarla soplando lentamente

sobre la taza. En unos días, continué entre soplidos, espero estar

incorporado.

Page 82: Dias de paso

—Bueno, no tienes de qué preocuparte, declaró con la intención de evitar prisas innecesarias. Has tenido suerte de padecer fiebres

estacionales y no la temida fiebre amarilla. Gracias a Dios —alzó sus ojos hacia lo alto—, porque no me quiero ni imaginar qué pasaría si se

presentara el contagio en Lucena —. Ernesto se levantó y dio varios

pasos hacia la puerta con gesto de indudable preocupación. Pensé que iba a salir de la habitación, sin embargo, se giró de nuevo hacia mí y me

indicó que aún así, siendo estacionales mis fiebres, lo mejor es que

permaneciera en la habitación y no saliera de ella hasta que me repusiera totalmente —. No hay médicos en Lucena —declaró —, pero sí

remedios para tus fiebres. Continuaré visitándote a diario y daré

instrucciones a Bernarda para que te suba alimentos y todo lo necesario para mantener controlada la fiebre. Guarda reposo y trata de descansar

— me ordenó antes de cerrar la puerta con sutileza, como para evitar que

desde fuera alguien oyera lo que iba a decirme —: Ha llegado esto de Tenerife —dijo mostrando un sobre que acababa de sacar de uno de los

bolsillos interiores de su casaca —. El remite es del cuartel de la

Capitanía General. Creo que es la respuesta que esperabas.

La expectación me desbordaba mientras abría el sobre. Sin embargo,

tan pronto advertí el mal olor que desprendía el papel, la curiosidad fue

reemplazada por un expresivo gesto de contrariedad.

—Es vinagre —comentó —. Mojan el sobre en un vaso ancho con

vinagre —me explicó Ernesto al ver mi entrecejo fruncido por el hedor —. Creen que así desinfectan el sobre para evitar un posible contagio —

dijo sonriendo.

La carta era concisa, tanto que me permitió leerla varias veces hasta que

habló la curiosidad de Ernesto.

—¿Y bien? —preguntó.

—Ha muerto.

—¿Qué? —volvió a preguntar arrugando el ceño.

—Toma —respondí con sequedad —. Lee tú la carta —dije mientras se la devolvía. Antes de que Ernesto comenzara a leerla, fui desvelando

lentamente su contenido. En voz alta, como si al oír su contenido de mi

propia voz adquiriera la condición de verdad irrefutable —: El capitán

Page 83: Dias de paso

Pablo Romero ha muerto —conseguí decir mientras deshacía el nudo del

camisón —. La fiebre amarilla lo ha matado —sentencié.

—¡Santa Madre de Dios! —exclamó Ernesto al finalizar de leer la carta —. Mata más la epidemia que la guerra contra los franceses —dijo. Un

silencio de derrota se instaló en la habitación. Ni yo tenía ganas de

hablar, ni Ernesto sabía qué decir. Hasta que se pronunció ante la evidencia —: ¿Y ahora qué harás? —me preguntó. Yo me había

incorporado por primera vez en varios días y caminaba despacio y sin

rumbo por la habitación.

—No lo sé —le respondí mientras me sentaba con gesto cansino en un

taburete —. ¡Maldita fiebre amarilla! —maldije con sincera rabia mirando a través de la ventana abierta sin importarme en absoluto el

paisaje que ante mí se extendía —. La verdad es que no sé qué hacer —

confesé. La muerte del capitán deja sin sentido mi estancia aquí en Lucena.

—Bueno, ahora la prioridad es recuperarte —dijo Ernesto tratando de consolar mi desolación —. Una vez te repongas —continuó —, ya

decidirás de forma más serena qué hacer. Mañana te veré de nuevo — dijo conduciendo sus pasos hacia la puerta. Antes de abandonar la

habitación, volvió sus ojos hacia mí y al verme sentado, con la cabeza

hundida entre mis manos, se acercó hasta donde yo estaba y me frotó cariñosamente el pelo —: No te preocupes por nada y descansa —dijo

—. Mañana, por suerte, volverá a salir el sol.

Page 84: Dias de paso

19 de abril

Hoy hace siete años que murió mi padre. La primera imagen que

siempre me viene a la cabeza por esta efeméride es la de mi hermana

esperando mi regreso para anunciarme su muerte. Ese día había salido

con la intención de recolectar varias hierbas y terminar de una vez el

herbario que estaba confeccionando con las plantas que crecían

silvestres en mi comarca. Me hubiese gustado estar junto a él y junto a

los míos en ese momento. Pero mi consuelo siempre es la determinación

que he mostrado ante mi destino. Yo elegí mi camino y lo seguí. Vivir

es, en cierto modo, elegir. Y una de las consecuencias al optar por esta

forma de vida que llevo es la distancia que existe ahora entre mi familia,

a la que cada vez veo menos, y yo.

De mi padre siempre me gustó su sonrisa y su natural emoción por las

cosas más básicas de la vida. A veces me pregunto qué hubiese sido de

mi vida si nunca se hubiese producido el encuentro fortuito entre mi

padre y don Eutimio, aquel maestro tan peculiar que andaba solo por el

monte estudiando y recolectando plantas. Y sobre su beneplácito a la

propuesta que le hizo don Eutimio de enviarme a la escuela municipal

bajo su tutela, como si hubiese visto en las palabras del maestro lo que al

final ha resultado ser, la liberación de un miembro de su familia de ese

trabajo inmenso y desagradecido que es siempre la supervivencia en el

campo.

Page 85: Dias de paso

20 de abril

Anoche no conseguí dormir hasta bien entrada la madrugada. Y cuando

desperté con el amanecer no quise incorporarme. Me quedé retozando en

la cama mientras fuera el canto de un mirlo anunciaba las primeras luces

de la mañana. Bernarda apareció con el desayuno antes de lo esperado y

tras sugerirle que lo dejara en la mesa, junto a la ventana, esperé a que

abandonara la habitación para incorporarme. Con el paso y el ánimo aún

renqueante me acerqué hasta la ventana. Al abrir las hojas, una luz

polvorienta inundó la habitación cegándome durante varios segundos,

hasta que mis ojos lograron adaptarse al fulgor vespertino. Me senté

junto a la ventana abierta y mientras arrancaba a jirones la cáscara de

una naranja, observé el cielo limpio, de un intenso color azul.

Como es habitual, el fondo de este escenario lo preside la imagen del

Teide, hoy igual de visible que otros días pero más inaccesible que

nunca, más inalcanzable. La muerte del capitán Romero es también la

muerte de un viejo sueño que estuvo a punto de materializarse. Es,

igualmente, el final de mis días en Lucena. Retomo el objetivo que me

llevó a Cádiz: alcanzar las costas de Nueva Granada. Sin embargo, antes

de partir definitivamente de esta isla, me gustaría compensar la

oportunidad perdida del Teide con una excursión a ese bosque ignoto y

enigmático. Además, cuento con la proposición que me hizo Ernesto

hace unas semanas. Solo espero que, a la vista de lo sucedido, tenga más

éxito en estas islas mi deseo de explorar sus bosques que el de subir a

sus volcanes.

Page 86: Dias de paso

24 de abril

Para mi sorpresa, parece que me acostumbro rápido a la incertidumbre

que dirige mi existencia. No sé dónde estaré en unas semanas, o en unos

meses, pero poco me importa. El objetivo permanece inmutable, Nueva

Granada, pero los días en Lucena transcurren tan plácidos que me

sorprendo deseando que el paso de los días se ralentice. Además, he

decidido no forzar al destino y dejarme llevar por la corriente siempre

inescrutable del azar. Me iré de Lucena cuando verdaderamente sienta

que deba irme. Antes, no.

A pesar de que la fiebre ha remitido, la mayor parte del día me

encuentro cansado. Sin embargo, ya disfruto por las mañanas de la

sombra prolongada de la araucaria, leo, aunque no todo lo que quisiera,

y toco el violín todo el tiempo que puedo. Ernesto, aprovechando el

tiempo que invierto en la lectura, me ha pasado el borrador de una

pequeña obra de teatro que ha escrito él mismo y que acaba de finalizar.

Es un diálogo entre dos personajes, uno indígena de la isla, moribundo, y

otro, conquistador, que a traición consigue herir al indígena mortalmente

de una lanzada. Lo realmente hermoso es el escenario donde transcurre

la acción: el bosque que tanto ansío ver.

Esta tarde, cuando Ernesto ha venido a escuchar mis impresiones sobre

su obra, he aprovechado el encuentro para recordarle mi interés por

visitar el bosque antes de embarcar hacia América. Tan pronto yo esté

totalmente repuesto, ha prometido, embridaremos los caballos y

cabalgaremos de una vez hacia el monte. Luego, dijo advirtiendo yo

cierto aire de tristeza en sus palabras, podrás partir del cuartel, de

Lucena y de la isla hacia ese futuro prometedor que te aguarda al otro

lado del océano.

Page 87: Dias de paso

25 de abril

Llevo todo el día pensando si yo sería capaz de escribir una novela.

Page 88: Dias de paso

27 de abril

Confirmado. El próximo miércoles, primero de mayo, saldremos hacia el

bosque de Doramas. La noticia ha sido el espaldarazo definitivo a mi

recuperación.

Page 89: Dias de paso

28 de abril

Hoy Ernesto me ha pedido que le acompañe a un pequeño caserío para

retirar varias pipas de vino. Era un encargo que había hecho hace unos

meses a petición del arquitecto. Mientras preparaban los caldos, Ernesto

me propuso acercarnos hasta unos acantilados cercanos que ofrecen una

panorámica que te gustará mucho, aseguró. Y acertó. Sin transición

alguna, la horizontalidad de los cultivos se desploma a través de unos

escarpes totalmente verticales que se hunden en un mar oscuro, que

imagino profundo, muy profundo. Abajo, dijo señalándome un lugar

donde yo solo veía la espuma de las olas que sin pausa rompían contra la

base del cantil, hay una cueva donde el mar penetra tierra adentro. En

realidad nadie sabe hasta dónde llega pero los hay que juran haber

entrado en esa cueva. Cuentan que en realidad es la boca de un túnel

excavado en la noche de los tiempos que enlaza esta bahía con algún

lugar secreto de Lucena. A falta de bosques, comentó con ironía, la

imaginación crea nuevos espacios encantados. Yo, en cierto modo, lo

entiendo: el mar, los acantilados, sus fondos desconocidos, su extensión.

Donde aún no llega la luz de la razón, nos encontramos con las sombras

de la superstición.

Antes de regresar quise volver a mirar el mar. El aire estaba limpio. Un

velero cruzaba el océano con sus velas desplegadas y su estela rayaba la

extensa horizontalidad del mar bajo la línea siempre lejana del horizonte.

El eco de las olas parece no tener escapatoria del lugar. Las paredes

enfrentadas son una caja de resonancia que impulsa el sonido bronco del

mar hasta más allá del cantil. La vieja canción marina se oía incluso

cuando nuestros pasos ya nos habían devuelto a la geometría previsible

de los cultivos.

Page 90: Dias de paso

29 de abril

Una isla no es solo una porción de tierra rodeada de mar.

¿Cuál es el entonces su verdadero límite, donde empieza o donde

termina el mar? Éste, el mar, es parte de la isla, porque la isla nunca se

entendería sin él. Jamás. Por eso, la última frontera de una isla nunca

será el mar, sino el horizonte. Ahí es donde verdaderamente termina la

isla, en el horizonte, su última frontera, ese confín lejano e inalcanzable

donde simulan encontrarse cielo y mar.

Page 91: Dias de paso

1 de mayo

Adentrarse en un bosque es como entrar en uno mismo y retroceder en

un viaje alucinante hasta la raíz de la propia existencia, a los inicios de la

vida silvestre, cuando los árboles eran los reyes de la tierra, hoy

vergonzosamente convertidos en súbditos del hombre. ¡Quién pudiera

volver a aquel tiempo de libertad inicial cuando la única ley que

imperaba sobre la tierra era la dictada por la propia naturaleza!

He de reconocer que el bosque de Doramas, que por fin he podido

conocer, aún conserva el misterio y la sugestión que sólo son capaces de

evocar los bosques que proceden de la mismísima naturaleza primitiva,

cada vez más reducida y día tras día cada vez más alejada del hombre y

esta desnaturalizada civilización.

El relieve en el interior de la isla es muy accidentado, tanto que no

permite descubrir el bosque hasta que no estás prácticamente ante él.

Según Ernesto, hay otros caminos que nos hubiesen llevado más

rápidamente al corazón de esta selva pero me confesó que escogió la

senda por la que entramos porque ofrece una perspectiva exterior del

bosque bellísima e impactante. Ernesto imaginó que esta visión me

causaría una gran impresión y así ha sido. Ante nosotros, de repente, sin

transición alguna, se abría una sucesión equilibrada de lomos alargados

y barrancos profundos tapizados por un manto vegetal denso y uniforme.

La combinación de bosque y topografía quebrada, profundamente

arrugada que se recorta contra el cielo en sus cimas y se oscurece en sus

hondas vaguadas, crea un paisaje de una hermosura casi indescriptible.

Es una arboleda tan densa, tan abigarrada, que vista desde fuera parece

una enorme moqueta, una tela fuerte cuya trama adquiere ese aspecto de

tapiz sobrepuesto a los caprichosos devaneos del terreno. El lugar desde

Page 92: Dias de paso

el que tuvimos este primer contacto, esta primera panorámica, es

conocido como el lomo de la Raya. No me ha hecho falta preguntar el

origen del topónimo. Bastaba con volver la vista atrás y ver el paisaje

desarbolado, manchado de pastos y cultivos, y volver de nuevo la vista

hacia adelante, hacia el bosque que se extendía ante nosotros, para

entender el sentido de frontera que adquiría el lugar donde nos

encontrábamos. He de confesar que me ha sorprendido la contundente

rigidez y nitidez que adquieren los límites del bosque, al menos en esta

zona, donde bastan unos metros para pasar de la solana de los prados a la

umbría arbolada, o viceversa. Fue aquí donde nos esperaba Mateo,

amigo de Ernesto, cazador y leñador y según Ernesto, el lugareño que

mejor conoce el bosque. Mateo es alto de estatura, de piel morena y

fuertes brazos. Su pelo cano y su rostro arrugado revelan una edad ya

avanzada pero él se mantiene erguido como un mástil, pisa con inusitada

firmeza y aún goza de una agilidad casi juvenil. Sin embargo, creo que

el rasgo que mejor lo caracteriza es ese silencio tan natural, tan auténtico

que siempre le acompaña.

Una vez reunidos los tres, comenzamos a descender por un sendero

empedrado que salvaba la fuerte pendiente de la ladera en lazadas

trazadas con una audacia admirable. No habíamos alcanzado aún la

vaguada cuando en una vuelta del camino surgió ante nosotros un

escenario tenebroso e inesperado y en apariencia caótico, compuesto de

árboles que se alzaban con retorcida angustia hacia un cielo invisible, y

al que acompañaban musgos, helechos y otras plantas menores.

Entrábamos, al fin, en el bosque de Doramas y lo hacíamos a través de

un paisaje alucinante que me recordó inevitablemente al ejército

fantástico de árboles que Macbeth veía marchar hacia su castillo. Pero es

en el fondo de los valles, en las alargadas hondonadas donde se extiende

el reino de la umbría, donde crecen los árboles más espléndidos de todo

el bosque, donde cada ejemplar irradia tal majestad y solemnidad, tal

porte y altura que entremezclados con la bruma ofrecen una atmósfera

irreal. Fue en este punto donde al unísono descendimos de nuestras

monturas. Nadie nos obligó y nadie lo propuso, pero de una manera

Page 93: Dias de paso

natural entendimos que nuestro comportamiento a partir de ese punto

tendría que ser igual de respetuoso que si estuviésemos dentro de una

catedral. Y no es un ejemplo caprichoso pues es este bosque un inmenso

templo pagano que parece no haber visitado nunca el tiempo. Y de la

misma manera, se impuso entre nosotros un silencio absoluto solo

interrumpido por el bisbiseo del arroyo, de las fuentes, que aquí no

callan nunca, por el aleteo revelador de las palomas y el silbido

constante de otros pájaros y del viento que sacudía con timidez las copas

altas de los árboles. Aquí, en las vaguadas más profundas, las nieblas se

remansan y como si de un mar dócil se tratara, bañan el bosque durante

todo el año creando un ambiente de humedad tan extrema que la

vegetación permanece empapada incluso en el estío. Hay tal serenidad

dentro del bosque que uno aseguraría que la vida, bajo estas sombras, se

sucede sin drama alguno.

Mateo se acercaba a los árboles, tocaba sus troncos y los golpeaba con

sorprendente entusiasmo, como quien golpea cariñosa y repetidamente la

espalda de un amigo. A cada árbol o planta que yo me acercaba a

observar él iba detrás, indicándome su nombre. Lo hacía con tal ánimo

que cualquiera que observara la escena podría pensar que más que

decirme su nombre, parecía estar presentándome a las mismas. En

muchas ocasiones, se detenía y recogía una hoja de entre la hojarasca, y

por el color, por su tamaño o por su forma me mostraba a qué especie

pertenecía. Así, por ejemplo, he aprendido a diferenciar entre ellos los

laureles, los tiles y los barbusanos. Son tan similares estas especies entre

sí que si Mateo no me hubiese explicado las sutiles diferencias que

existen entre ellas, yo hubiese pensado que el bosque lo conformaba una

única especie. Incluso me enseñó a reconocer la presencia de los

viñátigos entre la arboleda sin haberlos localizado previamente. Basta

con distinguir las hojas anaranjadas que destacan entre la variedad de

verdes y colores pardos que se amontonan en el suelo. Es sobrecogedor

observar como esta especie, el viñátigo, retrasa su muerte mediante una

estrategia de renovación continua e insólita: sus viejos tocones, de

aspecto moribundo, se rodean de nuevos retoños, que vigorosos y

Page 94: Dias de paso

extremadamente verticales, parecen obsesionados por alcanzar cuanto

antes la luz que inunda el dosel del bosque. Por lo que veo, esquivar la

muerte no es una inquietud exclusiva de los humanos. Sin embargo, la

estupidez sí es patrimonio exclusivo de nuestra especie. Nos cuenta

Mateo que esta forma de delatarse tan ingenua que tiene el viñátigo ha

ocasionado su tala desmedida y no por gentes que buscan aprovechar la

excelente calidad de su madera, apunta. Muchos pastores los cortan,

sobre todo cuando aún son jóvenes, porque sus hojas son tóxicas para el

ganado, dice con una mueca de incomprensión. Luego, nos ha invitado a

que nos acerquemos hasta un rincón del bosque donde había cientos de

pequeñas plántulas que apenas sobresalían de la hojarasca. Ésta es la

táctica del til, ha comentado en voz baja, como quien cuenta un secreto

inconfesable y teme que lo escuchen. Es como si uno de nosotros

pudiera parar el paso del tiempo tomando la decisión de seguir siendo un

niño. Cuando sus semillas caen al suelo, nos explicaba mientras nos

abría un fruto de til que acaba de recoger entre la hojarasca, germinan

rápidamente. El suelo entonces, y señaló con sus dos manos la totalidad

de la extensión, se llena de pequeñas plántulas que logran crecer con

sorprendente rapidez y facilidad entre la broza. Pero curiosamente, estas

plántulas, como si estuviesen dotadas de una voluntad humana, deciden

no crecer más. Así, lo que nuestros ojos ven como delicados brotes

infantiles son en realidad pequeños ejemplares de til con más de veinte

años de edad. Tan solo unos pocos de entre los cientos de estas pequeñas

plantas que tapizan el suelo crecerán. Y lo harán con una única

condición: tendrán que convertirse en los árboles más altos del bosque,

nos reveló sin ocultar su emoción.

A pesar de la aparente monotonía que a primera vista transmite el

bosque, he de confesar que nunca había visto tanta diversidad de árboles

en un espacio tan reducido. Y si una vez dentro puede resultar caótica la

distribución de las especies, este caos es pura apariencia porque tras ese

aparente desconcierto subyace un orden insospechado. Cada especie

tiene sus apetencias y mientras unas prefieren la exposición directa al

sol, otras, en cambio, se esconden en los rincones más sombríos del

Page 95: Dias de paso

monte, como el saúco, que por suerte vimos florecido. Algunas especies

son muy parecidas a las que crecen en la península, como los laureles, el

acebo de las islas y los madroños, pero son los brezos los que realmente

me han causado especial asombro por sus insólitas alturas. Los brezos

que hasta hoy conocía no sobrepasan por lo general la altura de un

hombre y aquí, en este bosque, son verdaderos árboles de troncos

encrespados, sinuosos, altísimos.

A pesar de su buen estado de conservación, Mateo nos revela viejas

heridas del bosque como tocones o carboneras que sus ojos avezados

descubren donde nosotros solo vemos hojas secas y ramas amontonadas.

He recolectado todo el material que he podido entre hojas, flores y

frutos. Llevo toda la tarde junto a Mateo, a las puertas de su casa, en un

viejo caserío que surge en medio del bosque, ordenando y clasificando

multitud de hojas para luego crear un herbario lo más detallado posible

que recoja la amplia diversidad de plantas que hoy he descubierto.

Desde la solana de la casa, en un pequeño banco de madera adosado a

la misma, esperamos sentados ambos la llegada de la noche en silencio,

observando como la niebla se acerca, ocultando los valles profundos y

dejando en resaltes los lomos que ahora se aparecen ante nuestros ojos

como pequeños islotes que sobresalen sobre el mar de nubes. Las nieblas

ascienden e inciden sobre las crestas. El interior del bosque, siempre tan

atractivo, gotea con persistencia y es aún más sugestivo cuando

permanece envuelto por el tenue velo de la niebla. Es un privilegio

observar esta naturaleza majestuosa, disfrutar estos espacios donde el

espíritu se recrea y se alimenta del silencio y las sensaciones que

emanan del paisaje, del aire, de los árboles. Apenas he estado unas horas

con Mateo, pero me ha bastado ese tiempo para afirmar sin temor a

equivocarme que es ese tipo de personajes que recoge la esencia de la

verdadera inteligencia, la que reside en el corazón. Mateo no sabe de

libros o del precio de las cosas, sabe de la vida, de los árboles, de la

naturaleza, sabe de la esencia del hombre y nos recuerda que lo que

debemos hacer es recuperarla.

Page 96: Dias de paso

3 de mayo

Partimos de noche, antes de que despertara el caserío con el ruido del

amanecer. Mientras comenzaba a bañarnos la pleamar del día,

alcanzamos en continuo y duro ascenso la cornisa de un volcán

extinguido que ya avisaba de su presencia por el sustrato inestable y de

color negro que alfombraba un paisaje desolado, seco y de apariencia

estéril. La subida final la realizamos bajo un sol tibio por una empinada

cañada que acompañaban una veintena de pinos enormes, de copas

aparasoladas y ramas increíblemente retorcidas. Me pregunto qué

imagen hubiese tenido de los mismos el ínclito manchego don Alonso

Quijano si su creador lo hubiese hecho cabalgar por estos cortijos y entre

estas coníferas de aspecto casi irreal. Mateo nos comenta que todos esos

pinos descomunales tienen sus nombres propios, como nosotros, dijo

con orgullo. Y al irnos recitando de memoria los nombres de cada uno

tanto Ernesto como yo caemos rápidamente en la cuenta de que esos

nombres son los de antiguos emperadores romanos. ¿Sabes quién

bautizó a estos pinos con esos nombres, Mateo?, pregunté esperando que

nos contara alguna historia fascinante. Sin embargo, Mateo dijo lo que

realmente sabía: su padre fue quien le enseño a él esos nombres y a su

vez, su abuelo fue quien le transmitió a su padre ese mismo

conocimiento. Tengo la impresión de que para Mateo los nombres son

tan viejos como los pinos y preguntarse quién les puso sus nombres es

tan vano como intentar averiguar quién los plantó.

Una vez coronamos el volcán, la cima se transformó en una magnífica

atalaya desde la que pudimos contemplar prácticamente todo el norte de

la isla. La caldera, como llaman aquí al profundo cráter del volcán, se

abre en primer término en perfecto círculo teñido de colores rojos, ocres

y negros. La imaginación vuelve entonces a desatarse para retroceder a

Page 97: Dias de paso

un tiempo desconocido y recorre con increíble precisión el momento de

la erupción, recreándose en las fumarolas desde las que ascienden

sinuosos hilos de humo, en la lluvia negra de cenizas, en la lava que se

precipita y serpentea por el cauce de los barrancos y en el fuego, que

consume el bosque de manera lenta e implacable.

Fue aquí donde Mateo nos abandonó. Más que un breve saludo de

despedida, este tipo de hombres se merece un sincero y prolongado

abrazo de hermano. Cuando desapareció su figura entre la cañada, le

pedí a Ernesto prolongar nuestra estancia para dibujar en mi cuaderno el

soberbio paisaje que disfrutaban mis ojos, mi alma y mis pies.

Tan pronto finalicé, seguimos avanzando y ascendiendo entre campos

de retama florecida y mantos de negro picón. Cabalgábamos con

tranquilidad disfrutando de las amplias panorámicas que ofrecía el

camino, del amplio y sereno pinar entre el que se distinguía un pequeño

volcán, hasta que de pronto nuestras monturas pararon. Nadie había

dado la orden de parada. Era el camino quien se detenía de pronto como

si hubiésemos alcanzado un finisterre inesperado. Sin tránsito alguno, la

loma por la que ascendimos se desplomaba y aparecía ante nosotros un

paisaje extenso y hermoso, intensamente erosionado y desgastado por el

paso del agua, del viento y del tiempo. Era como si nos encontráramos

ante una isla distina. La visión que se abría ante nosotros, nada tenía que

ver con lo visto hasta entonces. Ernesto fue mostrándome el nombre de

los principales hitos que sobresalían en ese paisaje dramático. Rocas

gigantescas hermosamente pulidas por las manos del viento que

destacaban en el relieve como mojones desproporcionados, gigantes,

elementos más propios de una escenografía diseñada más para la

mitología que para la vida en apariencia insignificante de los hombres.

Esparcidos por el fondo quebrado de aquella enorme depresión, los

caseríos demostraban la inveterada capacidad humana por sobrevivir en

donde la vida parece algo improbable e inimaginable. Rápidamente me

invadió la sensación de tiempo detenido, como si allí no pasara nada

desde hace siglos. Adivinando mis intenciones, Ernesto se bajó de su

caballo y se sentó bajo un árbol mientras yo comenzaba a dibujar en mi

Page 98: Dias de paso

cuaderno las líneas destacadas del paisaje. Primero las de las cumbres,

simples al norte, exageradamente quebradas al sur y al poniente, donde

los estratos presentaban una inclinación tan sorprendente como

inimaginable. La ausencia significativa de arboledas la compensaba el

protagonismo de las curiosas formas del relieve. No hay orden aparente.

Como si ningún elemento del paisaje atendiera a una lógica creativa. La

naturaleza a pesar de su simple apariencia, encierra siempre una

complejidad que pocos ojos son capaces de captar y un enigma que

menos aún somos capaces de descifrar. El reto del hombre siempre ha

sido captar, reproducir e imitar la belleza limpia y enigmática de la

naturaleza.

Por la tarde, tras parar en un pequeño caserío conformado en su

totalidad por cuevas, alcanzamos un frondoso pinar. Al principio pensé

que estábamos en una meseta prolongada. Sin embargo, y como parece

habitual en la topografía esta la isla, el llano finalizaba en unos

acantilados vertiginosos que se arrojaban desde una altura considerable

hacia el mar.

Hicimos noche en una cueva amplia y abrigada no sin antes despedir el

día como se merecía. Encaramados en un gran piedra y envueltos en el

aroma de la trementina, donde se escuchaba la sinfonía silenciosa que

entonan conjuntamente los precipicios y el mar, el viento nos sonreía

silbando su vieja canción de cuna entre las acículas de los pinos, casi tan

viejos como él. A lo lejos, sobre la línea del horizonte flota la isla de

Tenerife. Un roque, como extensión final de la meseta, parece apuntar

hacia el Teide, como si ese ángulo caprichoso del relieve fuese el

mascarón de proa de un barco que navega sobre un mar de nubes hacia

un destino concreto pero eternamente inalcanzable. Permanecimos allí

sentados compartiendo una conversación sencilla hasta que la bruma y el

frío nos sorprendieron mientras observábamos con deleite el extenso

cielo estrellado que brillaba sobre nosotros.

Días como éstos pasados siempre hacen que la vida valga la pena.

Descubrir la geografía en la que nos introducen las sendas por las que

Page 99: Dias de paso

avanzamos es uno de los mayores placeres que he podido disfrutar y

para los que definitivamente no tengo sustitutivos. El reencuentro con

las montañas, con la belleza, con la soledad y ese sentido de misterio

primitivo que solo los bosques proporcionan, con los claroscuros de

luces y sombras creadas por los rayos solares, sus inesperados e

inescrutables sonidos, los atardeceres vividos. Ahora, con el silencio de

la noche instalado junto a la ventana de mi habitación disfruto de la

plenitud y la felicidad que acompañan a mi espíritu. Tras experiencias

como ésta, a veces me planteo lo temerario y estúpido que es por parte

de los hombres renegar de las bendiciones que continuamente nos ofrece

la naturaleza.

Page 100: Dias de paso

6 de mayo

Llevo varios días ordenando el material recolectado. Hojas, flores,

piedras e insectos invaden con apariencia caótica mi habitación. Una

clasificación artificial del mundo natural. Qué sentido tiene ordenar y

clasificar algo que ya de por sí es perfecto, me pregunta Ernesto con

sincera curiosidad. La naturaleza como pregunta, como misterio a

descifrar. Traducir las claves del equilibrio, la estructura interna de la

armonía, y por extensión, de la belleza. Qué sería de la medicina sin la

anatomía, le respondo. ¿Ordenar para entender?, vuelve a preguntar. No,

contesto con franqueza. Se trata solo de organizar, de establecer un

modelo que recoja la arquitectura de la naturaleza, sencillo y útil de

aplicar en cualquier lugar del planeta. El orden como idioma universal

que te permite leer la naturaleza allí donde estés. Comprender la

naturaleza es una cuestión de actitud, no de conocimientos, concluyo.

Ernesto insiste y se ahonda su curiosidad: ¿por qué te gustan tanto los

árboles, las plantas, la naturaleza? Breve silencio antes de responder a

una pregunta que para mi sorpresa nadie antes me había formulado. Me

sorprende oír la contundencia de mi respuesta, como si llevara largo

tiempo preparada cuando en realidad fue un ejercicio de sincera

espontaneidad. Porque solo en la naturaleza se dan la mano lo útil y lo

grato. Además, continúo, pocas cosas me fascinan tanto como sentarme

bajo un árbol y ver la vida pasar. Lo mío es la observación detallada, la

contemplación meticulosa. Es mi vocación, y para mi satisfacción, mi

profesión.

Las tardes las he reservado para finalizar los dibujos que empecé y que

deseo finalizar antes de partir: el interior del bosque, los claroscuros, el

paisaje que veo desde una posición elevada, el cromatismo de la

Page 101: Dias de paso

hojarasca, los brezos que se retuercen en su esfuerzo por alcanzar la luz.

El dibujo detallado de una hoja, de una flor. La voluntad y la necesidad

de exactitud. La observación minuciosa, el sonido del lápiz llenando la

habitación mientras traza en la hoja del cuaderno, con la punta tan

afilada que parece quebrarse en cada bosquejo, un árbol y junto a él otro

árbol y otro y otro más. A veces, parece que la mano actúa más rápido y

con más determinación que el pensamiento. Afuera, mientras yo dibujo,

solo se oye el viento silbar y jugar entre las ramas de los frutales. Es

como si fuera un niño cantarín que no deseara crecer nunca. Como el til.

Page 102: Dias de paso

8 de mayo

Me pregunto si somos nosotros quienes elegimos los libros o si

realmente son ellos quienes nos escogen a nosotros. Y me lo pregunto al

recordar una cita escrita en la entrada de la biblioteca del botánico que

venía a decir más o menos que el hallazgo casual de un libro puede

cambiar tu vida irremediablemente. Hoy me he acordado de esa alusión

nada más pisar la biblioteca personal de Ernesto. Siendo ésta realmente

modesta ha causado en mí la misma impresión que puede sentir quien

descubra un oasis en medio del desierto con abundante agua fresca en su

seno. Solo el amante de los libros sabrá a qué me refiero al describir la

placentera sensación que se desprende al acariciar los libros útiles,

contemplar su portada, sopesar su volumen y descubrir el enigma de su

contenido en sus primeras líneas, sus formatos de tapa dura con el lomo

de piel y pequeñas manchas de óxido en su interior, máculas del tiempo

inevitable que descubres al examinarlos.

Las bibliotecas personales son algo más que un acúmulo de libros. En

las bibliotecas está presente la vida de sus dueños. Dime qué lees y te

diré quién eres. Dime quién eres y te diré qué lees. Las bibliotecas

narran a viva voz la vida de sus lectores. Estos volúmenes delatan los

primeros enamoramientos; éstos otros, sus primeras inquietudes

intelectuales; aquellos del fondo, su dilatada y ascendente evolución

profesional; o este pequeño rincón, que nos revela un episodio de amor y

muerte. Basta con acercarse a los anaqueles y coger al azar uno de los

cuerpos inclinados de aquel montón ordenado para sentir el dolor y la

desesperación de su dueño, que al abrirlo buscaba ansiosamente entre

sus letras impresas el lenitivo que aliviara y consolase su angustiada

existencia.

Page 103: Dias de paso

Pero no eran solo libros lo que encerraba la biblioteca. Ernesto, imagino

que por contactos profesionales, acumula una interesante cartoteca con

mapas de las islas y sus regiones de diferentes autores y siglos. Entre

mis manos tuve un mapa de la isla realizado hace unos cincuenta años

por una expedición genovesa en la que encontré por primera vez la

ubicación exacta del bosque de Doramas. Me gusta leer mapas. Yo he

visto a geógrafos emocionarse y llorar ante un mapa extendido. También

la geografía encierra su poesía, pues, ¿no es cierto que mientras vivimos

vamos trazando el mapa de nuestra propia existencia? En las curvas de

nivel hay esperanzas y frustraciones, la línea costera no sólo perfila la

tristeza quebrada de los acantilados y la vida, que transita por los

caminos, también tiene tramos sin empedrar.

Aprovechando la estancia en la biblioteca y sabiendo ya mi interés por

la lectura, Ernesto me propuso algo que nadie antes había hecho: enseñar

a leer a sus dos hijos mayores, Pedro, que tiene seis años y Lorenzo, de

cinco. Me confiesa que ya muestran cierto interés por el mundo que les

rodea, y que le gustaría aprovechar el momento para enseñarles a leer.

Quiero enseñar a mis hijos, subrayó, que la vida es hermosa, el hombre

imperfecto y que existe la muerte. ¿De qué sirve la educación si no es

para emocionar?, ha manifestado. No, prosiguió, los educo para que sean

ciudadanos libres y justos, buenos profesionales y sobre todo, que sean

capaces de proponerse metas en su vida sin otro objetivo que el de ser

felices.

Llevaba unos meses rondándole la idea por la cabeza pero no

encontraba a nadie en Lucena que le convenciera para ejercer esta labor

de forma efectiva. Además, tratándose de alguien a quien no conocen,

me dijo, seguro que se lo tomarán mucho más en serio. He aceptado

encantado. Mañana mismo empezamos, le aseguré.

Page 104: Dias de paso

9 de mayo

Como en todos los pueblos y ciudades de este país, en Lucena también

hay personajes singulares. Entre todos, y hay unos cuantos para lo

pequeña que es la ciudad, hay uno que me genera más simpatías que los

demás. Se llama, o mejor dicho, lo llaman Juan Mirlo por lo bien que

imita el canto del pájaro. Quien no lo conozca podría confundirlo con un

gitano por el tizne innato de su pelo y de su piel. Vive en un pequeño

cuarto junto a una gran acequia a las afueras de la ciudad y está siempre

acompañado por dos perros tan peculiares como él: uno se llama Godoy

y el otro Napoleón y según he podido comprobar, el temperamento de

cada uno de ellos se corresponde fielmente al nombre designado: uno es

un felón mientras que su compañero de andanzas camina con un

innegable aire marcial. No necesita a nadie más. Siempre está solo y

camina patizambo, con una pequeña caña en su mano que emplea tanto

de bastón innecesario como de espada imaginaria. Desde nuestro primer

encuentro me sorprendió su manera de saludarme, tan cercana y tan

intensa como si nos conociéramos de toda la vida. Llegué a pensar que

me confundía con alguien, pero luego, esta impresión me pareció trivial.

Ahora, la rutina ha convertido nuestros encuentros en un simpático ritual

en el que yo transito por una calle o un camino cualquiera y él aparece

en el lugar que menos te lo esperas. Entonces se encuentran nuestras

miradas y él, sin esperar ni tan siquiera mi saludo, alza la mano sobre la

cabeza con inusitado entusiasmo, achina sus ojos y sonríe mostrando una

dentadura de ausencias, un vacío interrumpido tan solo por dos colmillos

solitarios y ennegrecidos. Adiós amigo, dice amistosamente. Adiós, le

respondo devolviéndole siempre la sonrisa. Y tras mi paso nada más

sucede pero reconozco que esa sonrisa peculiar, nacida más para la pena

o la ignominia, ensancha en cada encuentro mi alma peregrina.

Page 105: Dias de paso

11 de mayo

Asomados al corredor, vemos jugar a los hijos de Ernesto en el patio.

Me dice que tan pronto nació Pedro, su primogénito, cambió su actitud

con el tiempo. Antes de su nacimiento, comenta sin mirarme mientras

sigue con detalle los movimientos de sus hijos, ni existía el futuro ni tan

siquiera me asustaba la muerte. Me importaba más cómo transcurría el

día a día. Si me iba a la cama con la sensación de haber disfrutado y

aprovechado el día, me era suficiente. Había cumplido. Ahora solo

pienso en llegar con ellos en este viaje imprevisible que es la vida lo más

lejos posible. No quisiera que un día ellos me necesitaran y yo no

estuviese porque yo sé lo que es sentir la ausencia temprana de alguien a

quien quieres. Sé lo que se siente al ir a buscarlo y verte ante ese rayo

terrible que es la ausencia, cuando te das cuenta no solo de que no está

sino que no estará nunca más, confiesa mirándome finalmente a los ojos.

Me revela dos momentos que nunca olvidará gracias a la existencia de

sus hijos. El primero era esa paz indescriptible que sentía cada noche

cuando antes de acostarse se asomaba a la cuna de su hijo y lo veía

dormido. Eran los diez minutos de más placidez que he sentido jamás,

me dice. El otro fue cuando abrazó a su hijo Lorenzo por primera vez.

Tuve la impresión de tener a mi padre en mis brazos, me dijo con gesto

emocionado. Lorenzo entonces apenas tenía unos minutos de vida.

Si yo muriese hoy mismo, ¿quién me echaría de menos? ¿Quién lloraría

mi ausencia?

Page 106: Dias de paso

19 de mayo

Hoy, durante toda la tarde varios soldados del cuartel han estado

disparando cañonazos al aire sin apenas interrupción. Luego, todo el

regimiento acudió a la misa, con Te deum incluido, que se celebró en la

iglesia parroquial. También asistieron todas las personalidades políticas

de Lucena. El motivo de tal algarabía es la noticia que ha llegado hace

unos días a esta ciudad: el pasado cinco de abril el ejército español ha

recuperado Figueras tras vencer a las tropas de Napoleón. Para finalizar

la jornada de celebración ha habido un pequeño ágape improvisado en el

cuartel con bebidas y voladores. Muchos voladores. Estas gentes parecen

tener la misma inclinación que los pueblos del sur por el ruido y la

fiesta.

Y yo, que pienso y siento que las guerras nunca las gana nadie.

Page 107: Dias de paso

20 de mayo

Hace unos días, dos médicos, al parecer con amplia experiencia en el

diagnóstico de la epidemia, certificaron que las fiebres que se sufren en

Las Palmas no responden a los síntomas de la fiebre amarilla. Según

afirmaron se trata de una fiebre endémica, estacional y contagiosa,

pútrida maligna, como se refirieron a ella algunos mientras se

santiguaban al saber la noticia. Ernesto me comenta que había una gran

presión sobre los médicos para que desmintieran tajantemente la

existencia de la epidemia. Hay muchos intereses en juego, comenta con

honda sinceridad, y más ahora, que aprovechando la parálisis que sufre

la isla de Tenerife por la epidemia, algunos en esta isla hacen caja

gracias a la desgracia ajena. A estas alturas de la vida, aún no sé quién

ha causado más muertes a la humanidad, si la codicia o las epidemias, se

pregunta en voz alta.

Page 108: Dias de paso

27 de mayo

Comida con Ernesto y larga sobremesa que parece ya una costumbre que

nace en las raíces del tiempo. Casi enlazamos con la cena. El tiempo no

tiene lugar en la mesa, comenta Ernesto cuando le apunto las horas

transcurridas. Luego se justifica añadiendo que eso lo saben siempre los

auténticos degustadores de las sobremesas. Una vez finalizado el

almuerzo, ayudamos a Inés a retirar todo vestigio de comida y nos

servimos unos aguardientes para facilitar la digestión y la conversación,

sugiere Ernesto siempre sonriente. Hablamos de todo pero sobre todo de

Bacon y su aportación a las ciencias naturales en particular. Sin un

conocimiento profundo de su obra, como sí demuestra Ernesto, ambos

coincidimos en bendecir la propuesta del filósofo inglés de considerar la

observación como el único método de conocimiento de la naturaleza.

Ernesto me comenta su fascinación por esa idea de acercarse al

conocimiento eliminando antes todas las ideas preconcebidas. Fuera

prejuicios, exclama. Nos vuelve escépticos por naturaleza. La propuesta

de Bacon nos obliga a no aceptar todo aquello que no se pueda probar

por la observación y la experiencia. En definitiva, dijo incorporándose

en la silla y acercando su cuerpo a la mesa como si así tratara de que yo

oyera bien lo que iba a decir: la verdad ya no procede de la autoridad

sino que nace del conocimiento que hunde sus raíces en la experiencia.

Luego continuamos hablando de literatura (rechaza esa dialéctica tan

estúpida de o bien decantarse por Moratín o bien por Quintana ya que

considera a ambos insoportables), de historia y de política. Vivimos

tiempos interesantes y delicados, comentó. La guerra contra Francia, la

constitución, los aires de independencia que soplan en América. Muchos

retos para una nación que no sabe hacia dónde va. Ya sabes, el barco que

Page 109: Dias de paso

no sabe a qué puerto dirigirse nunca navegará con el viento a favor,

comentó.

Da gusto escuchar su verbo sincero y vehemente, sus frases ingeniosas

o sus destellos culturales. Con comidas y sobremesas como la de hoy

uno alimenta su cuerpo primero y su espíritu después. Y hablando de

espíritu, hoy es Pentecostés.

Page 110: Dias de paso

30 de mayo

Cuando nos obstinamos en pensar y creer que nuestra vida la gobierna la

mala suerte, se nos pasa que la buena suerte, al igual que la mala,

también existe. Digo esto porque el próximo sábado embarcaré junto a

Ernesto y otras gentes de Lucena rumbo a Tenerife. En un pequeño

puerto situado en la costa de la aldea vecina, hay una humilde

embarcación que nos espera para llevarnos primero a Santa Cruz y luego

al puerto de La Orotava. El objetivo es recoger en un vivero de la villa

plántulas de varias especies que quieren cultivar aquí. Ernesto me ha

dicho que en la villa estarán cuatro días, por lo que tendré tiempo

suficiente para hacer una excursión al volcán del Teide.

Hay que reconocer que sin la sal del destino, la vida sería muy insípida.

Mucho.

Page 111: Dias de paso

31 de mayo

Llevo todo el día observando el Teide desde el cuartel. No es un día

claro, pero su silueta sigue observándonos en la distancia, hermosa,

atractiva, sugerente, enigmática. Antes de que el cielo virara hacia una

oscuridad rojiza, antes de que las nubes adquirieran ese tono violáceo

que me gusta tanto, el azul del cielo y del mar eran idénticos.

Ya tengo todo mi instrumental preparado: pliegos de marquilla, un

cuadernillo de papel blanco, lápices, papel de estraza, mis lupas, las

reglas regalo de Cavanilles y la brújula comprada en Sevilla y que según

me confesó a quien se la adquirí, pertenecía a un médico y naturalista

español ya muerto que vivió muchos años en Cartagena de Indias.

Page 112: Dias de paso

1 de junio

Partimos por la mañana, temprano, con los alisios soplando con fuerza

desde una amplia bahía que llaman Sardina. Me gusta el nombre de la

nave: La lontananza. Llegamos por la tarde a la rada de Santa Cruz y con

el tiempo suficiente para acercarnos en bote a la ciudad. Ernesto y el

resto de la comitiva nos dirigimos antes que nada a la sede de la

Capitanía General. Allí, tras preguntar a varios soldados, conseguí

averiguar dónde vivía el capitán Pablo Romero. Con el beneplácito de

Ernesto y con mi compromiso de regresar al muelle en dos horas, me

dirigí hacia su casa. Mi intención era presentarle mis condolencias a su

viuda, de la que tanto me habló en Cádiz y a la que, según supe después,

tanto le habló de mí en las numerosas cartas que le envió.

Fue ella quien abrió la puerta tras tocar yo con cierta sutileza y

brevedad. Al presentarme y reconocer mi nombre me invitó a entrar sin

poder ocultar su emoción. Nos acomodamos en un pequeño salón bien

iluminado donde se disculpó por no tener nada que ofrecerme. Las

medallas y reconocimientos no dan para comer, se excusa con cierta

timidez. Después hablamos inevitablemente del capitán y de la terrible

epidemia que se lo llevó. Según me contó, con ademanes lentos y ojos

oscuros sombreados por unas ojeras que apagaban y entristecían un

rostro que tuvo que ser atractivo, la epidemia fue especialmente cruel

con la ciudad. Primero porque la mitad de la población abandonó sus

casas y huyeron ocultos en la oscuridad de las noches sin luna que

siguieron a las primeras muertes. Todos sabían que la imposición de un

cordón sanitario por la Junta de Sanidad y la imposibilidad luego de salir

estaba al caer. Los que permanecieron en la ciudad tuvieron que ver

como la mitad enfermaba y como un porcentaje alto, prácticamente uno

de cada dos enfermos, moría. A pesar de que la Junta decretó el fin de la

Page 113: Dias de paso

epidemia el pasado veintiuno de enero, la presión de la municipios

vecinos y en especial de la capital de la isla obligó a prorrogar su cierre

hasta hace poco más de un mes. Su relato corroboró lo que me temía: los

médicos concluyeron que el origen de la epidemia era la ciudad de

Cádiz. Algún pasajero o marinero procedente del puerto gaditano

introdujo las fiebres en la ciudad, y seguramente en la isla, explicó

azorada. Me comenta, para su consuelo, que en medio de tanto dolor el

capitán tuvo siempre auxilio médico y espiritual. Murió como debe

morir un buen cristiano, dijo con sorprendente serenidad. Nos

despedimos en la puerta, ella dándome reiteradamente las gracias por la

visita y yo sin decir palabra alguna pero lamentando de forma callada no

poder abrazarla para expresarle realmente cuánto siento la pérdida de su

marido, el capitán, mi amigo.

Page 114: Dias de paso

2 de junio

Navegamos con lentitud durante la noche y amanecimos fondeados

frente al puerto de La Orotava. El valle se abría ante nosotros como un

gran anfiteatro. La isla, vista desde el mar, parecía la fachada de un

enorme tejado a dos aguas. La cima del Teide asomaba tras la línea

cumbrera que dibujaban las montañas más altas. El necesario acicalado

que a diario se impone Juan Fernando, viejo maestro de Primeras Letras

de Lucena, alto, cejijunto, delgado, de aire despistado, pelo siempre bien

peinado y ropas que aunque modestas dan impresión de impecables,

retrasó más de lo deseado la hora prevista del desembarco. Las plantas

esperan, decía tratando de quitar hierro al retraso mientras enarcaba la

única ceja que raya su frente. El resto del grupo lo formaba Anselmo,

joven arrendatario al que le gusta crear nuevas variedades de plantas a

partir de injertos que prueba él mismo en sus frutales. Ernesto me había

comentado en Lucena que venían a buscar nuevas especies para una

finca experimental que quieren crear en los arrabales de la ciudad.

Mientras el bote nos conducía a puerto, me concretó que se trata

fundamentalmente de cafetales, cacao y tabaco. El resto eran plantas

más de ornato que de cultivo, para embellecer Lucena y convertir sus

montañas, hoy yermas y estériles, en espacios frondosos y sombríos, me

explicó antes de arribar al muelle. Te sugiero que mientras nosotros

estemos en el vivero recogiendo las plantaciones encargadas, tú visites el

jardín, me dijo Ernesto antes de separarnos.

El Jardín es un espacio simple, rectangular, un sencillo damero

recorrido principalmente por dos paseos anchos y perpendiculares. El

lugar donde deberían encontrarse, el centro geométrico del jardín, es un

estanque circular. Unas veredas más humildes pero igualmente regulares

Page 115: Dias de paso

y geométricas en su trazado, ayudan a acceder a cualquier punto del

jardín. Pero son estos paseos los que realmente organizan la plantación,

ya que los cuatro rectángulos que resultan de su trazado permiten exhibir

la colección cultivada siguiendo el criterio de clasificación propuesto por

Linneo. De este modo se distribuyen ordenadamente en el espacio

ajardinado las veinticuatro clases en las que el botánico sueco dividió el

reino vegetal.

El agua para el riego de toda la plantación se almacena al final del

paseo central, en un estanque rectangular elevado del terreno ajardinado.

Próximo a éste, y en el mismo nivel superior, un pequeño invernadero

alberga las plantas más delicadas y exóticas de la colección,

especialmente pequeños arbustos y otras flores procedentes de los

interiores oscuros y húmedos de las selvas americanas. Creo que a pesar

de las dimensiones humildes del jardín, el esfuerzo que realizan por

domesticar la salvaje naturaleza vegetal es encomiable.

Almorzamos en una fonda cercana y luego subimos a la villa en unas

monturas que nos tenían preparadas. Ernesto me indicó que

probablemente allí, en la villa, podría buscar algún guía para ascender al

Teide. En efecto, tan pronto llegamos, la villa es de una elegancia y

sobriedad inesperada, tuve la suerte de encontrar en una posada a un

joven con el que tras acordar el precio, quedamos para mañana, al alba,

en las puertas de la iglesia parroquial.

Pero el día me tenía reservado para sus últimas luces una de las visiones

más esperadas y emotivas que he tenido desde que estoy en este

archipiélago: el drago milenario. Emplazado en un jardín privado, más

humilde que el que visité por la mañana, pero de similar diseño, muy

afrancesado, el árbol, enorme, solitario, es una de las bellezas vegetales

absolutas del planeta. Su peculiar forma de cáliz lo convierte en el Santo

Grial de la naturaleza.

Siempre es mejor visitar estos gigantes solos, sin las prisas que

imponen quienes ni se emocionan ni padecen la presencia de estos seres

insólitos. Al lado de estos viejos árboles uno siempre desea poder

Page 116: Dias de paso

ralentizar el paso del tiempo tal y como parecen haber hecho ellos. He

estado observándolo, lo he rodeado, contemplando su copa, las

numerosas e incontables ramas, que se ensanchan y engordan como los

brazos de un bebé y sus hojas estrechas y alargadas como dagas. Es tan

grueso el tronco que han colocado una puerta en el mismo para cerrar el

acceso a un hueco que tenía el árbol. La puerta como acceso y como

hermosa metáfora, sin duda, de una naturaleza que se presenta ante

nuestros ojos siempre enigmática y misteriosa. ¿Por qué tienen los

árboles esta relación tan privilegiada con el tiempo?

No pudo ser. Definitivamente en la vida hay que dedicar el mayor

tiempo posible en celebrar las victorias que se consiguen antes que

malgastarlo lamentado las derrotas inevitables. No subimos al Teide. El

día amaneció despejado, con una temperatura agradable, pero empeoró a

medida que ascendíamos por el valle. Tanto que al atardecer comenzó a

llover, a momentos con una furia insoportable. Por la noche, dormimos a

la intemperie. El frío era inaguantable por las rachas de viento que

empezaron a levantarse. Dos pastores que venían del alto de la isla nos

avisaron de que el tiempo más arriba estaba difícil y comenzaron a bajar

a la villa por el camino que nosotros habíamos recorrido. Sin embargo,

mi terquedad me ayudó a continuar y el guía me siguió en principio con

aire dubitativo hasta que las densas nieblas y el viento, cada vez más

fuerte y constante me obligó a desistir. Tuve que rendirme. Era

imposible seguir avanzando en esas condiciones. El guía me comentó

que este tipo de tiempo en el mes de junio no es habitual. Es la primera

vez que veo algo así por estas fechas, dijo haciendo gestos

grandilocuentes en medio de las rachas insoportables de viento. Si aquí

ya es difícil caminar, me dijo con una clara voluntad de prevención,

cuando subamos al pico será imposible. ¡Imposible!, gritó. Regresamos

a la villa, yo con un sentimiento de derrota y el guía, que quería

devolverme el dinero que honradamente se había ganado al no haber

alcanzado nuestro objetivo, con unos pesos más en sus bolsillos.

Page 117: Dias de paso

He vuelto esta tarde al jardín, a ver el drago. La visión de este árbol

mítico y místico me consoló por el fracaso del ascenso al pico. He

buscado la perspectiva que más me gusta y he grabado en mi cuadernillo

un retrato detallado del mismo. Al finalizar, he imitado a Mateo y le he

dado unos golpes fraternales a su tronco, a modo de despedida. Luego,

he vuelto al lugar donde había hecho el dibujo, he recogido el

cuadernillo y los lápices y me he marchado con una agradable sensación

de felicidad. Deberíamos vivir como viven estos árboles prodigiosos:

mereciéndonos la eternidad.

Mañana regresamos a Lucena.

Page 118: Dias de paso

6 de junio

De nuevo en el cuartel. Otra vez en Lucena. El viaje de vuelta fue lento,

desesperante. Navegar en sentido contrario al que soplan los alisios,

especialmente fuertes, fue todo un ejercicio de paciencia. Desesperaba

tener la isla siempre delante y ver que pasa el tiempo y no hay sensación

de avance. Durante la travesía fui muchas veces a popa, para ver la

silueta del Teide hoy de nuevo visible porque el día amaneció despejado,

en calma aparente. También aproveché para preguntarle a Ernesto por el

destino de los cafetales y demás plantas y me emplazó a una futura cena

o almuerzo, estaba visiblemente mareado, para explicarme de forma más

pormenorizada una idea que lleva cierto tiempo madurando. Incluso,

añadió, mi participación podría enriquecer sustancialmente la misma. No

hay nadie en Lucena con tus conocimientos, agregó antes de advertirme

con un gesto de la mano que no iba a seguir hablando. Cerró los ojos y

expuso el rostro contra el viento con el ánimo de atenuar su evidente

malestar. Estaba lívido.

Vuelvo a asomarme a la ventana de la habitación. A lo lejos veo la

silueta del Teide. La tarde está callada, serena. El volcán vuelve a

presentarse como un sueño inalcanzable. Sin embargo, solo de pensar

que hace unos días estuve muy cerca de hacer posible esa vieja ilusión,

se me pone un nudo en la garganta.

Page 119: Dias de paso

11 de junio

Loooo-la leyeron lenta y conjuntamente. ¡Lola!, exclamó luego Pedro

con los ojos muy abiertos, sorprendidos por el reciente descubrimiento.

Acababa de comprender por primera vez en su vida que la palabra

escrita se correspondía con el nombre de Lola, la señora que se ocupa de

las tareas domésticas en la casa de Ernesto. Luego sonrió sonoramente y

pidió más. Quería probar con nuevas palabras. Así seguimos la clase,

leyendo ellos las palabras lentamente, juntando las sílabas cuando les era

fácil, pronunciándolas luego en voz alta, llenándose de satisfacción por

las pequeñas pero novedosas conquistas que eran capaces ya de afrontar.

Si la palabra leída les agradaba especialmente, la repetían luego muchas

veces, transformando su descubrimiento en un juego divertido.

A partir de hoy, tanto a Pedro como a Lorenzo se les abre una nueva

ventana a un universo infinito, inimaginable e inagotable. Con los libros

se viaja, se sale de esta isla yendo de palabra en palabra hacia geografías

de ensueño, lugares que no figurarán jamás en ningún mapa pero que

permanecerán luego para siempre en la cartografía ilimitada de la

imaginación y de la ensoñación. Lee y conducirás. No leas y serás

conducido, nos advirtió Santa Teresa.

Trato de recordar mi primera lectura y no encuentro en mi memoria ese

instante. Es una pena que no siempre recuerde uno todos los momentos

que podríamos calificar como decisivos o trascendentales de su vida. Y

aprender a leer lo es, sin duda. No recuerdo ni mi primera vez ni cuál fue

el primer libro que leí. Sin embargo sí recuerdo aquella inquietud

infantil por terminar mis obligaciones para ir a la biblioteca y continuar

con la lectura que había tenido que interrumpir el día anterior, o el

descubrimiento de un libro desconocido hasta entonces cuya lectura me

Page 120: Dias de paso

dejaba una impresión que aún creo indecible. Recuerdo perfectamente el

impacto que me causó leer la primera línea de la Metafísica de

Aristóteles, aquel pensamiento brillante, que afirmaba con rotundidad

que todos los hombres tienden por naturaleza a ver, a mirar, a entender,

a interpretar el mundo. Hoy creo, sin miedo a equivocarme, que fue a

partir de ese día cuando empezó a nacer mi vocación.

Page 121: Dias de paso

23 de junio

Noche de cabañuelas. Para pronosticar las lluvias futuras los soldados

escriben los meses en doce papeles diferentes y los dejan al sereno.

Sobre cada papel, amontonan un poco de sal. Mañana, al amanecer

revisarán los papeles uno a uno y tendrán entonces un calendario de

lluvias que estará en correspondencia con el estado del papel: el mes

será lluvioso si el papel amaneció muy húmedo. Por el contrario, los

papeles que despierten secos, meses secos serán.

Otros, en cambio, se acercarán a la costa para vaticinar igualmente las

lluvias del próximo calendario. Les he preguntado cómo adivinarán las

precipitaciones venideras. Al parecer, les basta con observar las

tonalidades del mar. Si está irisado de matices verdes, entonces será un

buen año de lluvias. Esta forma de pronosticar el tiempo es menos

precisa que la anterior y sin embargo tiene muchas más probabilidades

de acertar. Yo, en cambio, creo cada vez menos en el poder predictivo

de las cabañuelas. Será porque aún me conmueve el comportamiento

inescrutable de la naturaleza.

Page 122: Dias de paso

10 de julio

Estas islas tienen el mejor clima que he disfrutado jamás. Es cierto que

es monótono pero igualmente es cierto que es delicioso. Sin embargo las

gentes del lugar están continuamente lamentándose de él. Quejarse del

tiempo que hace debe ser un viejo entretenimiento en Lucena porque no

hay día que no lo hagan. Si hace calor, claman al cielo por los ardores, si

llueve, también y como haga algo de frío (lo justo sería llamarlo fresco)

y llueva ya tienen queja para todo el día. Es cierto que llevamos unas

semanas de cielo gris, plomizo y noches más bien frescas pero ya me

gustaría a mí oír lo que dirían estas gentes si tuvieran que sufrir el

tórrido calor que debe hacer estos días por el solar peninsular.

Page 123: Dias de paso

13 de julio

Al amanecer el paisaje parecía invertido: las nubes, bajas, ocultaban las

faldas yermas de la montaña, las palmeras salteadas y las escasas

viviendas que se extienden por sus pendientes ocres. Sobre las nubes

solo se podía ver la cima de la montaña, desnuda, solitaria, lejana. He

pensado al ver este paisaje si nuestras vidas se asemejaran a estos

elementos, qué preferiría ser, si montaña, siempre estática, hermosa,

solitaria, imperecedera, o como las nubes, peregrinas, transitorias y

eternamente fugaces.

Page 124: Dias de paso

15 de julio

Cena en el cuartel con Ernesto. Conversación larga y, como siempre,

caudalosa y fluida. En un principio se había acercado hasta mi

habitación para comunicarme su intención de bajar de nuevo a la capital

en unos días y para decirme si quería acompañarlo pues esta mañana oyó

decir en la escribanía que en Las Palmas hay fondeada una fragata que

partirá el día de Santiago para la costa de Caracas. Iré con él a la capital

para explorar la posibilidad de embarcarme en ese navío. Luego,

bajamos a la cocina y comimos algo de pescado, verduras y bajo el calor

del vino, con el reposo de la comida, Ernesto me habló de un poemario

que está a punto de finalizar y que sueña con publicar. Es una vieja

aspiración personal, me confiesa, una sincera necesidad de escribir no

sobre lo que imponen las mal llamadas modas culturales, sino de hablar

de aquello que realmente me arde aquí adentro, dijo señalándose el

corazón. Yo soy de la estirpe de los rebeldes y todo gran escritor es, al

fin, un gran rebelde, dijo de forma apasionada, alguien que no teme

explorar, que le gusta inventar y no por llevar la contraria a la tradición

sino por necesidad, por curiosidad. El ardor del vino y de su declaración

le llevó a confesarme el tiempo de felicidad y serenidad por el que ahora

atraviesa. La buena salud suya y de su familia, el amor y la amistad

correspondida, el trabajo que sin ser lo que soñaba le permite cierta

solvencia económica y cierto reconocimiento. Brindamos con efusión

por la continuidad de este tiempo de plenitud. Lo sorprendente fue que

luego continuáramos hablando con inusitada vehemencia de política, del

horizonte que se atisba por primera vez en este país de libertad e

igualdad, de la regeneración de la nación, de la posibilidad real que

existe de decidir entre todos, todas las cuestiones que nos son comunes.

Políticos elegidos por los ciudadanos y no reyes por designación divina,

Page 125: Dias de paso

decía Ernesto ilusionado. Imagina, parlamentos por palacios. Ése es el

cambio, pronosticó visiblemente agitado. ¿Cuál es el motor de la

humanidad? Me preguntó tras el silencio que había seguido a su anterior

confesión. La razón o la pasión, dijo dándome a elegir. Y sin darme

tiempo para poder decidir, afirmó que las dos. Sin duda, aseveró.

Aunque si nacen con la intención de servir a las ideologías son muy

peligrosas, porque a veces, en vez de solucionar conflictos los crean

donde antes no había.

Cuando quisimos darnos cuenta, la madrugada ya nos había alcanzado.

Lejos de despedirnos, Ernesto me sugirió pasear por la ciudad, ahora,

mientras las calles duermen, dijo colocándose la casaca y haciéndome un

gesto con la cabeza para que lo acompañara. Es una vieja afición que

tiene gracias a ese insomnio irremediable que le acompaña desde hace

años. Mañana no hay nada que hacer, dije, como si tuviese que justificar

la disponibilidad de tiempo de la que disfruto desde que llegué a Lucena.

La luna iluminaba nuestros pasos que resonaban con intensidad en el

vacío sonoro que eran a esa hora las calles y callejones de la ciudad. El

silencio nocturno es lo más parecido al silencio que se oye bajo el mar,

dijo Ernesto mientras subíamos hacia la alameda. No me he bañado

nunca en el mar, me sinceré bajando notablemente el tono de mi voz,

como si temiera ser descubierto por alguien escondido tras las ventanas.

Qué mejor bautizo entonces que una isla, propuso animado Ernesto

deteniendo su avance, como si al pararse dotara a sus palabras de más

arraigo, de más solemnidad. Antes de partir a América, continuó en su

empeño, deberíamos acercarnos a alguna playa para que descubras por ti

mismo cómo redime al alma un baño en el mar. En la alameda, dos

pequeños búhos nos observaban desde las ramas de los árboles mientras

cruzábamos la explanada rectangular por su eje más corto.

De vuelta a la habitación, el tic tac de los grillos no consigue detener

esta sensación de parálisis del tiempo que se experimenta al caminar por

la noche. Por cierto, me hago aquí una pregunta que nunca he sabido

responder: ¿los grillos no duermen nunca?

Page 126: Dias de paso

17 de julio

Ahora que ya tengo fecha de partida, el tiempo se precipita

inexorablemente por las calles empinadas de esta ciudad. Sé cuánto me

queda, pero miro hacia atrás y es como si no supiera cuánto tiempo llevo

aquí. Como si hiciera años ya de mi llegada y tan solo han transcurrido

cinco meses desde que llegué. Siempre se nos olvida que todo comienzo

tiene su final. Con la mano en el corazón, no sé si me alegro de irme.

Comienza a cansarme esta vida itinerante que he llevado en los últimos

años. Sé que ha sido de manera involuntaria, pero necesito sincerarme:

estoy cansado de estar hoy aquí sin saber dónde amaneceré mañana.

Como las plantas, nada me gustaría más que ahondar mis raíces en algún

punto de este planeta aún indescifrable.

Hoy he comenzado a despedirme de algunas personas y de ciertos

rincones de la ciudad aprovechando que he tenido que hacer algunos

recados menores. Pero lo que más me gustaría es despedirme de todos

los árboles de esta geografía que sin saber yo sus nombres, me han

ofrecido sus sombras y sus silencios. Nada me gustaría más que poder

abrazarlos a todos, uno a uno. Con esta intención, de hacer una ronda

callada de adioses, me he acercado esta tarde al viejo drago que crece en

el patio del hostal, a los laureles que crecen retorcidos y sombrean el

camino que une esta ciudad con la aldea vecina, al pequeño rodal de

palmeras que crecen altas y serenas en el poniente en las huertas traseras

y a la araucaria del cuartel, notaria de mis días en Lucena.

Page 127: Dias de paso

21 de julio

Ya en Las Palmas y de nuevo alojados en casa del arquitecto. Asisto

gracias a Ernesto a la cena de despedida del Capitán General, con

presencia notable del clero, de la nobleza de la ciudad y de la plebe,

entre la que me sitúo cómodamente. Como gesto de despedida de la

ciudad, se representa una obra de teatro que los que estábamos situados

al fondo de la sala apenas pudimos seguir. Se oía muy mal. Sin embargo,

sí que pude escuchar emocionado la interpretación de Jesus bleibet

meine Freude, décimo movimiento de la cantata Herz und Mund und Tat

und Leben, de Bach. Es de una belleza y una simplicidad sonora que

conmueve. El silencio que se instaló en la sala mientras ejecutaban la

pieza era indicativo de que el público tenía la misma opinión y

sentimiento que yo. Aunque me apropie de lo que no fue concebido para

mí, y sea de una forma anónima, al igual que el Capitán General puedo

afirmar que me siento halagado con esta despedida que me brinda la

ciudad.

Mañana tendré que acercarme a las oficinas del muelle para ver las

posibilidades reales que hay de embarcar hacia Caracas.

Page 128: Dias de paso

23 de julio

Tras dirigirme a la dirección que me habían facilitado en el muelle y tras

esperar varias horas sentado, pude al fin acordar el precio del viaje hacia

Caracas con el capitán de la fragata. Como no hay apenas demanda de

viajeros, el pago del mismo podré hacerlo en el momento del embarque,

fijado para las nueve de la mañana del próximo viernes. Luego, me he

dirigido a la casa del arcediano. He tenido suerte de encontrarlo aún allí.

Me recibió con su mirada brillante y con la natural bonhomía que lo

caracteriza. He disfrutado unas horas de su verbo siempre interesante y

de su buen café, que creía exportado de América pero que es cultivado

aquí, en Canarias. Hablamos de mis impresiones del bosque de

Doramas. Se sorprendió gratamente cuando le entregué las láminas que

había dibujado durante mi excursión. Para ilustrar ese maravilloso

diccionario, le sugerí. Luego intercambiamos opiniones sobre las

similitudes y diferencias entre los bosques insulares y peninsulares. Me

habló de su especial pasión por la vida desbordante de los humedales, en

especial las tablas manchegas de las que hizo alarde de verdadero

conocimiento, y de los colores encendidos que caracterizan a los

hayedos y robledales durante el otoño. Aquí en las islas, admite, la

naturaleza es más perenne, sin apenas fluctuaciones, impermeable a los

ciclos estacionales que se viven en Europa. Volvemos a coincidir en la

necesidad de conseguir la protección de los bosques. Sean los que sean y

estén donde estén. Hay que elegir entre la utopía y la catástrofe, dice en

clara alusión al momento crítico que viven los montes. Debemos seguir

buscando la Atlántida, hasta nuestro último aliento, dice como si fuera

más una orden que una sugerencia. El arcediano acuña frases, una tras

otras, que se graban con facilidad en la memoria. Cuando la visita toca a

su fin, me acompaña hasta la puerta de su casa, me abraza y me mira con

Page 129: Dias de paso

ternura paternal desde sus ojos pequeños. Me emociono aún al

recordarlo e imagino que ese sincero sentimiento surge de una pasión

que nos hermana: la naturaleza.

Page 130: Dias de paso

24 de julio

Se suspende el embarque al confirmarse que hay muertos por fiebres en

la ciudad. Varios barrios de la ciudad registran un alto número de

fallecidos que presentan los síntomas inequívocos de la fiebre amarilla.

Era algo que se sabía pero que se evitaba reconocer, dice molesto

Ernesto mientras intercambiamos pareceres sobre qué hacer entonces. La

estrategia del beneficio económico antes de la salud de la población ha

fracasado, concluye. En unos días, o quizá en cuestión de horas la Junta

de Sanidad establecerá la incomunicación de la ciudad. Mejor regresar a

Lucena con Ernesto. Cuanto antes, mejor, ordena. Yo, siento una pereza

indescriptible por tener que volver. Y una frustración inmensa.

Page 131: Dias de paso

26 de julio

No sé qué tiene la palabra regreso que me hace llorar como un niño.

Hay caminos que alejan y caminos que acercan. Vadean ríos, atraviesan

valles o sortean colinas. Senderos que suben o bajan, que confunden o

aciertan. Caminos condenados, callejones sin salida. Muchos llevan a

algún sitio; el resto, a ninguna parte. Pues bien, yo parece que estoy

condenado a no tener más destino que ninguna parte.

Mientras regresábamos tenía la misma sensación de vacío y de extraña

melancolía que tenía de pequeño cuando volvía a mi hogar tras la

clausura del curso escolar.

Page 132: Dias de paso

1 de agosto

Amanecimos con la noticia, ignominia más bien, de la tala de los árboles

que crecían alineados a la entrada de la ciudad. Eran árboles tan viejos

que nadie sabía cuándo se habían plantado. Daban una sombra agradable

y necesaria al camino que en larga recta salía de la ciudad para dirigirse

a la aldea vecina. Los talan sin criterio alguno. Señalan que es por

prevención. Los temporales pueden ocasionar que alguno de estos

árboles caiga sobre algún caminante, dicen. Seres vivos que nos dan

frescor, sombra y silencio a cambio de casi nada: un poco de agua, algo

de afecto y una mirada para contemplar su incuestionable belleza.

Escasa la sensibilidad de los hombres para con los árboles en esta tierra.

El camino, hasta ayer de una confortable umbría, recorre ahora una

solana insoportable. Si no son para mejor, entonces, ¿para qué estos

cambios?

Page 133: Dias de paso

5 de agosto

A petición de Ernesto, he asistido esta tarde a una reunión que tuvo lugar

en su biblioteca. El motivo no era otro que el de iniciar la redacción de

un proyecto ambicioso pero igual de necesario e ilusionante: crear una

escuela de capacitación agrícola en Lucena, un lugar donde formar a

pequeños y medianos labradores independientes. Para burlar a la

pobreza, comenta, debemos fomentar la figura del labrador

independiente, instruido. La escuela se ubicaría en unos terrenos de unas

doce fanegadas, y con suelos de primera calidad, que ha heredado la

parroquia por voluntad de su legítimo dueño, un hombre oriundo de

Lucena que falleció hace unos meses y que legó esta propiedad para que

se alimentara con la producción que allí se obtuviese, según su voluntad,

a los pobres solemnes del municipio. Ernesto cree que el mejor alimento

que se le puede ofrecer a cualquier ser humano es la educación, porque

ésta sacia siempre el hambre físico y el espiritual, además de aportar

virtud y valor como verdaderos garantes de la prosperidad social. Una

sociedad instruida, comenta con lentitud para que todos subrayemos la

importancia de su discurso, es una sociedad feliz. Hay que redactar una

memoria y hacer unos planos y unos bosquejos para que el párroco

pueda hacerse una idea exacta del proyecto. Ahí estará mi cometido.

Juan Fernando, el maestro que nos acompañó a Tenerife, se encargará de

la parte didáctica y pedagógica, que descansará en las ciencias útiles,

aquellas que formarán a los futuros alumnos, dijo con un exceso de

teatralidad en sus gestos, en el gran arte de la agricultura. Ernesto, por

último, se encargará quizá de la parte más delicada y determinante en el

éxito o fracaso de la propuesta: la justificación y la viabilidad económica

del mismo.

Page 134: Dias de paso

Creo que nunca he conocido a nadie con la determinación de Ernesto.

No solo es de los que pertenecen a esa clase de hombres que creen

firmemente un mundo más justo y equitativo. Es de los que sacrifican un

tiempo de su vida para crearlo.

Page 135: Dias de paso

7 de agosto

Hoy ha venido Ernesto hasta el cuartel para disculparse por no haberme

ofrecido antes una remuneración justa por el trabajo realizado.

¿Pagarme?, le he preguntado sorprendido. Mi estancia en Lucena me ha

permitido poder caminar con plena libertad de movimiento por esas

maravillosas montañas que nos contemplen día y noche, por estos

campos tan bien cultivados, he conocido el bosque de Doramas, hemos

ido a Tenerife, hemos disfrutado de esas dilatadas y fecundas cenas y

sobremesas. Lo verdaderamente justo sería que fuese yo quien pagara

por todo lo que he recibido de ustedes y en especial de ti, Ernesto, desde

el primer día que llegué. Justo al terminar mi confesión, noté que había

hablado a Ernesto todo el rato con la mano en el corazón.

Page 136: Dias de paso

10 de agosto

Me piden ayer unas gentes de la comisión de fiestas, a última hora, si

puedo tocar alguna pieza durante las inminentes fiestas patronales. El

lugar del concierto, a falta de teatro en Lucena, sería la iglesia. No solo

acepto la invitación sino que accedo a la petición del sacristán de tocar

algo con él puesto que toca el órgano desde mucho antes de aprender a

leer, bromea. Lee bien las partituras que le ofrezco y tiene un nivel

básico pero suficiente para tocar algunas piezas. Es un hombre

increíblemente ocurrente, un poco charlatán pero de un ingenio

asombroso con sus ideas y palabras. Hace continuamente bromas con

sofisticados juegos de palabras. A veces tengo que hacerle un gesto para

que entienda que debemos seguir ensayando si queremos que nuestra

actuación suene bien. Otras acepto sus pausas y lo escucho. Y sonrío con

sus ocurrencias. Mucho.

Page 137: Dias de paso

12 de agosto

No lo he podido evitar. Al ver sus ojos, iguales que los de su hijo el

arquitecto no solo en su forma sino en la inusual inquietud que

mostraban al posarse sobre los sacos de granos de un comercio que está

junto al cuartel, le he preguntado si era su madre. Al mirarme para

confirmar lo que era una evidencia, hundió su mirada en mis ojos y sentí

en ese momento no que estaba ante una mujer desconocida sino que

estaba frente al arquitecto otra vez, pero disfrazado de mujer y

notablemente envejecido. El parecido con su madre es asombroso.

Realmente increíble.

Page 138: Dias de paso

15 de agosto

Anunciaron el concierto tan pronto finalizó la misa principal de las

fiestas para evitar que los asistentes a la misma abandonaran la iglesia.

En los bancos no había sitio libre y los pasillos estaban llenos de gente

que imagino serían de Lucena y de otros barrios cercanos. Lo

sorprendente fue que nadie abandonó su sitio. Nadie salió de la iglesia.

Al principio un murmullo denso flotó en el ambiente hasta el momento

en el que el párroco, de pie y desde el crucero, nos llamó al sacristán y a

mí para que nos acercáramos hasta donde él estaba y así nos pudieran

ver desde todos los puntos de la iglesia. Reunidos los tres, comentó el

programa que interpretaríamos mientras un grupo de hombres

trasladaban el órgano desde la capilla hasta el crucero, donde finalmente

y tras acomodarnos comenzamos a tocar.

Tan pronto sonó el primer acorde, la bóveda de la iglesia, como un

cuenco cálido de mano de tea, recogía y distribuía el placer en forma de

música por todo el recinto. A parte de ser el público más numeroso ante

el que he tocado jamás, creo que me salió la mejor interpretación de mi

vida. A cada nota sentía que tocaba no para mí, sino para aquella gente,

que de forma tan silenciosa asistía al que para muchos era su primer

concierto. Creo sinceramente que en el interior de aquel volumen

inimaginable de madera y de piedra, el sacristán y yo regalábamos a la

parroquia un concierto para degustar no solo con el oído sino también

con el corazón y con el paladar.

La mejor pieza de la noche fue sin duda el largo de la ópera Xerxes. La

interpretación fue un sorprendente viaje imaginario y emocionante en el

que ambos pasamos de la inagotable expresividad del compositor a los

laberintos más oscuros del alma humana. La interpretación que ambos

Page 139: Dias de paso

hicimos de la pieza de Häendel fue sencillamente asombrosa. Rica y

sorprendente. Cálida, fresca y arriesgada.

Al finalizar, y creo que no exagero un ápice, todos los que asistieron al

concierto nos envolvieron con su aplauso emocionado. Muchos, antes de

abandonar la iglesia, se acercaban hasta nosotros y nos felicitaban

efusiva y calurosamente. Un hombre, que según me confesó nunca antes

había visto un violín, tras pedirme previamente si podía sostenerlo entre

sus manos, aún se preguntaba cómo podían salir del vientre de aquel

instrumento tan pequeño esas melodías tan prodigiosas. La madre del

arquitecto, con sonora brevedad, nos confesó a ambos que habíamos

arrullado a Lucena con un concierto inolvidable. Magnífico, exclamó

emocionada. El sacristán, cuando ya solo quedábamos en el interior de la

iglesia, él, yo y unos hombres que se encargaban de devolver el orden a

la iglesia, se me acercó, me agarró del brazo y me aseguró que hoy, esta

noche, habíamos demostrado a Lucena que la música tiene un poder

sobrenatural: el de la emoción. Y me abrazó.

Page 140: Dias de paso

16 de agosto

Un soldado del cuartel al ver que esta mañana, como tantas otras, me

dirigía a leer bajo la araucaria, me ha sugerido que subiera hoy al barrio

alto de Lucena. Es la festividad de su santo patrón, y tras la misa, las

tabernas se llenan de jornaleros y artesanos. En efecto, una vez me

decidí a subir, comprobé que el paisaje del barrio era tal cual me lo había

descrito el soldado. Bebí unos vinos en varias tabernas y pude constatar

que el tema de conversación común era la epidemia de fiebre amarilla

que se padece en Las Palmas. Unos dicen que los muertos aumentan por

día ante el silencio general de quienes escuchaban. Otros afirman que la

ciudad ya está sitiada por las tropas. El cordón de seguridad, apunta un

tercero. Algunos advierten incluso la seria posibilidad de que la

epidemia irrumpa en Lucena. ¿Cómo saber si ya hay contagiados fuera

de la capital?, pregunta desde el rincón un joven mientras se mesa su

barba. Un hombre de aspecto rudo, y muy bebido, puso fin a tanto

comentario tremebundo gritando a viva voz, pues si tiene que venir esa

fiebre que venga pero que nos coja con la barriga llena y, llevándose de

forma visible y ostensible la mano a la entrepierna, y con esto vacío,

gritó causando la carcajada general. Con la ocurrencia, todos apuran sus

vasos, cambian luego de tema de conversación y varios se van de la

taberna dispuestos a satisfacer sus deseos en los lupanares hoy repletos

que se esconden en las afueras de la ciudad. Los que permanecen en la

taberna, por los cálculos que algunos han hecho observando la luna de

agosto, hablan de los buenos pronósticos que se esperan en las próximas

cosechas.

Me sorprende la naturalidad con la que se habla en las tabernas de

temas tan incómodos como la ausencia, el dolor y la pérdida. Quizás sea

Page 141: Dias de paso

porque el alcohol nos hace confesar aquellas inquietudes que es incapaz

de resolver la fe. Quizás.

Page 142: Dias de paso

20 de agosto

La reunión para la presentación del proyecto se celebró en un salón

pequeño y oscuro del ayuntamiento. Asistieron el párroco, el alcalde y

Don Matías Ariñez en representación de los grandes hacendados de

Lucena. Ernesto era la parte visible y responsable del proyecto.

Acompañándolo estuvimos Juan Fernando y yo, sentados en un

apartado. Nuestro cometido era darle apoyo con nuestra presencia a

Ernesto, quien se encargaría de exponer y defender la propuesta. El

párroco de Lucena es pequeño, prognato, de trato afable y espíritu

afectuoso. El alcalde no tendrá más de treinta y cinco años y sonríe

siempre con forzoso azoramiento. Es rubio, de cabellos ondulados y se

peina con la raya en medio dibujada con asombrosa precisión. Viste

prendas de seda y calzones ligeros, casaca ancha, chaleco floreado,

camisa blanca con chorrera y pañuelo al cuello en lugar de corbatín.

Huele a perfumes y presume de forma ostensible de su figura esbelta. Su

fatuidad es evidente e intencionada, al igual que su locuacidad. La

dentadura impecable y esa sonrisa luminosa le dan una imagen más de

seductor que del máximo responsable de la política en esta ciudad. Don

Matías Ariñez me descubrió mientras me reía con afortunado disimulo

de la geometría exagerada de su rostro anguloso, cuadrado, con el pelo

cortado a cepillo y un fino bigote que parece subrayar su nariz

exagerada. Exhibe una visible cojera que le obliga a apoyarse en un

bastón de empuñadura nacarada. Su piel morena resalta con el blanco

intenso y ondulado de su cabellera, que peina hacia atrás con frecuencia

gracias a un peine de púas anchas que oculta en un bolsillo interno de su

levita. En función de los comentarios vertidos, además de ser un

soberano antipático, es un hombre prepotente, impermeable a la sonrisa,

intolerante y descortés y vive tan obsesionado en la administración de

Page 143: Dias de paso

sus bienes que economiza sus palabras como si también fueran parte de

su hacienda.

La reunión comenzó con Ernesto reconociendo el buen momento que

vive la agricultura en el municipio. No hay dudas de que la actividad

económica nunca antes había estado tan floreciente, apuntó. Por eso

cada vez somos más en Lucena. La ciudad crece y se renueva, se tiran

viejas casas y se construyen nuevas, más amplias, de más solera. Un

síntoma incuestionable de este progreso es que somos de las pocas

ciudades donde hay más rentistas que sacerdotes, bromeó y miró al

párroco quien le devolvió la sonrisa con un ademán de complicidad.

Como bien saben ustedes, comentó ya serio, el dinero llama al dinero.

Sin embargo, tanta riqueza, tanta prosperidad parece no haber llegado a

todos los hogares por igual. Alcalde, corríjame si me equivoco, le

sugirió Ernesto, pero la gran mayoría de los ciudadanos de este

municipio viven en cuevas, son analfabetos y no tienen más ambición

que poder comer un día sí y otro también. El alcalde lo confirmó con un

gesto afirmativo de su cabeza. Cada vez hay más pobres y cada vez

curiosamente, hay más hambre. Sin embargo, de los puertos de Sardina,

el Juncal, La Caleta y Laguete, parten casi a diario barcos para Tenerife

fletados con nuestras hortalizas, con nuestros mejores cereales, con

nuestras frutas, quesos, carnes y mantequillas para regresar después con

un caudal nada desdeñable. Mientras este fértil intercambio sucede, hay

cada vez más pobres que tocan en la puerta de la parroquia pidiendo algo

para comer. El párroco en tono conciliador, más como revelación que

rectificación o aclaración, añadió que la parroquia trata de ayudar a esas

gentes necesitadas con media libra de pan por hombre y día. Este año

hemos comprado 60 fanegadas de trigo, a pesar de la sequía, puntualizó.

Tan pronto se nombró la sequía, Ernesto volvió a tomar la palabra para

hilvanar su exposición con el argumento recién comentado por el

párroco. Este año ha sido malo en lluvias, dijo levantándose de su

asiento con lentitud. Comenzó con buenas lluvias en noviembre pero

luego se mantuvo seco. Muy seco, recalcó. Ni el invierno ni la primavera

fueron pródigos en lluvias. Fueron tan malos que ni tan siquiera los

Page 144: Dias de paso

novenarios salvaron la cosecha de papas, padre, y la de millo y trigo

mejor ni hablar. Pésimas, lamentó. Encima, la plaga de langosta del país

se ha comido todo el centeno. Hasta los pastores han tenido que

adelantar unos meses la temporada de quesos. Y aún así, al final fue

como la de las frutas, temprana y escasa. El resultado de la sequía y las

plagas no es solo un paisaje seco y yermo, sino también un drama

humano de hambre, desolación, emigración y muerte. Y sabe usted que

no exagero, y miró de nuevo al párroco que asistía al discurso de Ernesto

en silencio con los brazos cruzados sobre el regazo. Lo que he visto este

año no lo había visto nunca antes. Jamás, anunció: campesinos cargados

con sus hijos de apenas unos años buscando raíces de helechos para

hacer un gofio precario, insípido e insuficiente para engañar al hambre.

Para sobrevivir, subrayó.

Don Matías, temiendo que la arenga tarde o temprano atacase su

condición, interrumpió a Ernesto para aclarar que las sequías, guste o no

guste, es voluntad de Dios. Si así sucede es porque así Dios lo quiere,

dijo mientras buscaba con su mirada la aprobación del resto de los

participantes a su ocurrencia. Cierto, aplaudió únicamente Ernesto. Muy

cierto, insistió. Pero no olvide que la ayuda al prójimo es también deseo

divino. Don Matías, visiblemente azorado, se agarró fuertemente a su

bastón. Ahí fuera, dijo Ernesto señalando para la única ventana que

había en el salón, hay muchísima pobreza y la solución a ese problema,

que nos atañe a todos como sociedad, dijo mientras trazaba un círculo en

el aire, no es la limosna, precisó. Ernesto jugó sabiamente con la

expectación de los asistentes creando un silencio de apenas unos

segundos antes de revelar la respuesta. La solución definitiva a la

pobreza, y a cualquier problema de la sociedad, se atrevió a añadir, es la

instrucción del prójimo. En una palabra: educación.

No sé adónde quieres llegar Ernesto, irrumpió el alcalde peinándose los

cabellos con la punta de sus dedos. Ernesto se acercó hasta donde yo

estaba para, según habíamos planeado, pasar a la parte más importante

de la exposición: la presentación del proyecto. En la añeja mesa del

Page 145: Dias de paso

salón fue desplegando los planos y las láminas que ilustraban, desde

diferentes perspectivas, el resultado final del proyecto.

Como no hay nada nuevo bajo el sol, dijo Ernesto estirando los planos

en la mesa, solo se trata de imitar lo que en otros lugares ya funciona.

Una escuela de capacitación agraria, concretó finalmente. Estas

experiencias se han llevado a cabo ya con asombroso éxito en otros

lugares de esta nación, y miró para mí denunciando con sus ojos el

origen de la información. Las escuelas agrarias de Aranjuez o San

Ildefonso, por ejemplo, funcionaban muy bien hasta la invasión

francesa, teniendo unos resultados muy satisfactorios. Ellos, y volvió a

señalar para la ventana, tienen la impresión de que nosotros los

abandonamos, que solo los atendemos cuando los necesitamos. La

educación es el abrazo que ellos esperan, el verdadero pan que aplacará

de forma definitiva su hambre. Sin proyectos no hay esperanzas para

ellos. Los estamos condenando a ser pobres para siempre. ¿Desea que

así sea su grey, padre? ¿No le seduce la idea de prosperidad, alcalde?

¿Jornaleros que gracias a sus conocimientos le permitan variar y mejorar

su producción, señor Ariñez?, les inquirió correlativamente a todos.

El murmullo que se instaló en el salón lo rasgó don Matías matizando a

Ernesto que lo de mejorar lo veía difícil, si no complicado. Es imposible

que una fanega de tierra de más de lo que actualmente da. Y lo de

cambiar de cultivos, ¿para qué?, si la agricultura y el comercio en esta

ciudad dan unos beneficios envidiables, formuló.

Ernesto sonrió de la misma manera que lo hace un alumno cuando le

hacen una pregunta cuya respuesta domina sobradamente. Porque la

reciente epidemia de fiebre amarilla en Santa Cruz nos ha mostrado lo

frágil que es la prosperidad, respondió. Si el comercio de nuestros

productos o la misma actividad agrícola se constipa por los caprichos de

nuestro clima, la economía se enfría y la sociedad de Lucena enferma,

don Matías. Mientras Tenerife mantenga su producción de vino,

nosotros somos su despensa. Esto nos beneficia enormemente. Sin duda.

Pero puede cambiar, advirtió. El momento dulce que viven los caldos

tinerfeños, gracias a la demanda americana y sobre todo gracias a las

Page 146: Dias de paso

guerras contra los ingleses primero y a Napoleón después, no será

eterno. La guerra ha hundido la producción de su principal competencia.

Pero los vinos castellanos, catalanes y andaluces, una vez terminada la

contienda, porque esta guerra tarde o temprano terminará, auguró

Ernesto, recuperarán fácilmente sus mercados y entonces veremos qué le

pasa a los vinos tinerfeños y a nuestra producción agrícola después.

Por eso, animó a los presentes, ahora es el momento propicio. Sin

angustias, sin presión. Es el momento ideal de probar nuevos cultivos,

de mejorar la calidad de nuestros productos gracias a la instrucción de

los jóvenes. Las escuelas de capacitación permiten educar e innovar al

mismo tiempo. Probemos nuevas especies que tengan hueco en los

mercados europeos. Café, cacao, tabaco, nuevos frutales, sugirió.

América se independiza. No lo veamos como una fatalidad para la

nación sino como una oportunidad para relanzar nuestro comercio. Pero

depender exclusivamente de lo que pase allí, y volvió a señalar pero esta

vez no a la ventana sino hacia donde supuestamente debía estar Tenerife,

es muy arriesgado, don Matías. Muy arriesgado, repitió.

El párroco, haciendo un esfuerzo evidente por concretar la conversación

en el proyecto preguntó: ¿y quién cubrirá los gastos que genere esa

escuela, Ernesto? ¿Quién costeará el salario de los profesores, la compra

de libros, de semillas, de agua, de herramientas?

Ernesto respondió que sin ser suficiente, el ayuntamiento podría ceder

lo que obtiene de las subastas de las dehesas y otros baldíos comunales

de su propiedad. Además, se debería hacer un censo real de ciudadanos

y que se imponga un tributo de acuerdo a las capacidades económicas de

cada vecino, tal y como ya se ha hecho en otros municipios españoles.

Al decir esta última propuesta, don Matías frunció el ceño y el alcalde

torció el gesto antes de negar taxativamente esa posibilidad, a menos que

me obligue el rey, dijo con cierto desdén mientras volvía a peinarse con

la punta de los dedos.

Ernesto, que ya nos había adelantado la respuesta que le darían por

plantear esta iniciativa, ignoró las palabras del alcalde y se dirigió al

párroco con un señuelo que nadie esperaba: incluir el gasto de la escuela

Page 147: Dias de paso

como un motivo más para reclamar la recaudación del diezmo por la

parroquia. Ya va siendo hora, dijo, de que los tributos que pagan los

fieles permanezcan en las arcas de la parroquia de Lucena y no

engrosen, como sucede desde su emancipación, los beneficios de la

parroquia vecina. Esta reivindicación histórica ya no se basaría solo en

sufragar los gastos de mantenimiento del culto. Se sumarían los gastos

derivados de la educación de sus parroquianos. Es difícil que el consejo

de Regencia rechace esta vez la petición de la parroquia, finalizó su

discurso volviéndose a sentar en la silla que le habían asignado.

El párroco y don Matías se miraron varias veces antes de levantarse el

primero y revelar que hacía unas semanas, y ahora al tratarse de un

secreto, Ernesto, te tendría que matar por contártelo, bromeó el párroco,

don Matías nos ha puesto en contacto con un procurador de Cádiz, dicen

que el mejor, interrumpió el alcalde dando a entender que estaba al tanto

de la situación, para solicitar del Consejo la concesión anual de

quinientos pesos en concepto de compensación por el histórico desvío

del diezmo a la parroquia vecina, comentó el párroco. Los gastos del

procurador los cubre el propio don Matías desinteresadamente, informó

el párroco mientras este asentía con airada complacencia. También, he

de decirles que don Matías ha mostrado su interés por arrendar esos

mismos terrenos que ocuparía tu propuesta, Ernesto. Con la oferta que

nos ha hecho por el arrendamiento, podríamos cubrir los gastos de

atención a los pobres, los gastos de culto e incluso los de sepelio. Y si

consiguiéramos la cesión de esos quinientos pesos anuales, podríamos

terminar por fin la torre de poniente de la iglesia y concluir su fachada

tras varios siglos de espera. Les informo que no seré yo quien tome la

decisión del destino final de esas tierras, señaló. En unas semanas bajaré

a la capital e informaré al Obispado de ambas propuestas. La decisión

final se tomará allí, atendiendo siempre al beneficio de la parroquia,

como siempre ha sido, dijo. En cualquier caso, he de estarles

infinitamente agradecidos a ambos porque sus propuestas suponen una

mejora innegable de las prestaciones de la parroquia, comentó antes de

disculparse por tener que abandonar la reunión antes de tiempo.

Page 148: Dias de paso

No contaba con don Matías, decía una y otra vez Ernesto en la taberna a

la que nos dirigimos tras la reunión. Sabía que era difícil convencer al

párroco y al alcalde por lo novedoso del proyecto y porque aún hay

aspectos que pulir, admitió, pero competir con un rival que nos ha

tomado la delantera y que encima juega a un juego al que yo me niego a

entrar. Es imposible. Es imposible, repitió. A veces, sucede lo

imprevisible, Ernesto, dije tratando de consolarle. Y si no me crees,

mírame a mí. Estoy aquí, tomándome un vino contigo y esto era

impensable hace unos meses. Es cierto que la anticipación de Don

Matías supone un serio hándicap para la aprobación de tu iniciativa, pero

tendrás que reconocerme que en la reunión nadie ha dicho no al

proyecto. Cada vez estoy más convencido de que lo verdaderamente

jugoso de la vida procede siempre de lo inesperado, nunca de lo que

hemos concienzudamente previsto.

Page 149: Dias de paso

24 de agosto

Sufrimos, ya por tercer día consecutivo, un calor insoportable. Hay una

extraña combinación de altas temperaturas, humedad y calima. Llevo

muy mal el calor, así que he permanecido estos días, prácticamente hasta

que anochece, encerrado en mi habitación donde al menos hace más

fresco que en la calle. Apenas abro el diario y escribo en él, pero leo

mucho, gracias a varios libros que me ha prestado Ernesto. También

ensayo piezas breves en el violín. Hoy echo en falta las amplias y frescas

alamedas, las saucedas o las choperas que crecen paralelas a los ríos y

que permiten sombrear y sobrellevar con cierta confortabilidad la

canícula. Aquí, sin arboledas ni ríos parece que no hay otra forma de

sortear el calor que permanecer como un animal que en su madriguera

espera guarecido la llegada del fresco que trae siempre la tarde.

Page 150: Dias de paso

26 de agosto

El calor no da tregua. Vuelvo estos días a pensar en mi condición de

nómada, en esta soledad que me rodea y que yo en cierto modo he

elegido. En mi naturaleza peregrina que comienzo a cuestionar. Mi vida

es una acumulación de días de paso. Vivo mi permanencia en los lugares

con ligereza. Cuando te asientas en un lugar el tiempo no transcurre en

superficie sino en profundidad. Te vinculas a una geografía, te

identificas con ella, formas parte de sus ritmos, de sus rituales, de los

retos y de las preocupaciones de una comunidad. Tengo alas y carencia

de raíces. Pero yo no quiero volar sino sentirme parte de algún lugar.

Page 151: Dias de paso

30 de agosto

Siguen los días ardientes. Es cierto que en Lucena no hay ríos ni

arboledas. Pero cerca, hay mar. Hoy, Ernesto y yo marchamos a la costa,

a una pequeña caleta de rocas rodeada de acantilados de basalto que

llaman Puerto Nuevo. El agua aquí es mansa, de sorprendente color

turquesa. Tan quieta estaba la marea que invitaba no a bañarse sino a

caminar sobre ella. Nos desnudamos en una pequeña playa de cantos

grises y pulidos y guardamos la ropa y las viandas en una cueva que está

junto a la playa. Dejé que primero entrara Ernesto en el agua. Luego me

decidí yo. Qué placer. Nadar mar adentro, sin límites. Abres los ojos y la

visión sorprende. Bajo el mar, la luz penetra con decisión y la visión es

extensa, limpia, luminosa, en comparación con las aguas turbias y

barrosas de los ríos. El silencio es igualmente maravilloso. Pero lo

realmente memorable de mi primer baño en el mar fue cuando imité a

Ernesto y me relajé, y floté boca arriba, y extendí las manos y los pies y

me dejé mecer por la suave oscilación de la marea. Nunca antes había

sentido esta indescriptible sensación. Cuando salimos del mar

abandonamos nuestros cuerpos desnudos al sol. Entonces comenzó la

bajamar. No había viento, salvo una suave brisa que traía hasta la orilla

el olor del mar. El calor del mediodía, a pesar de la brisa, nos empujó a

la cueva. Dormimos plácidamente bajo la solapa hasta que la luz de la

tarde nos sorprendió. El mar ya no era de color azul, ni verde, ni

turquesa. Era azul mar, oscuro. La luz era más resplandeciente, más

tangible. Hablamos pausadamente, como si las palabras nos fueran

desemperezando, sobre la infancia, sobre el futuro. Ernesto me dice que

a veces ha pensado en vivir fuera, en una gran ciudad. Ha soñado con

Sevilla, con Madrid. Pero le bastan no unos días, sino unas horas para

Page 152: Dias de paso

darse cuenta de que nunca saldrá de la isla, que jamás vivirá en otro

lugar que no sea Lucena.

Llegamos al cuartel tras cruzar la luz lánguida y cálida del atardecer. Al

ver a unos soldados que lo esperaban a la entrada del cuartel, Ernesto

tuvo la intuición de que algo había ocurrido. Antes de adentrarse en las

dependencias con los soldados, me pide que lleve a la Lusitana a las

cuadras. Cuando pregunto al soldado que me acompaña qué ha sucedido,

me comenta visiblemente estremecido que hoy ha muerto la abuela de la

joven de la calle Trasera que falleció hace unos días. ¿Y?, insisto porque

no entiendo nada. Dicen que la joven, responde el soldado mientras

caminamos por el traspatio, vivía en la capital y pudo salir de allí gracias

a un salvoconducto que le facilitó la comisión de sanidad. Ese papel le

autorizaba a salir en plena epidemia. Sin embargo, dedujo, o debió

enfermar nada más llegar o salió ya contagiada de la capital porque

según el testimonio de una vecina que entró en casa de sus padres unos

días antes de la festividad de nuestra patrona, la joven no volvió a salir

de allí hasta su entierro, que fue el pasado martes.

Ya de vuelta en el traspatio, pregunto a otro soldado si sabe dónde está

Ernesto y me dirijo al salón donde lo encuentro reunido con la totalidad

del regimiento. Cuando entro, Ernesto estaba mandando a callar a todos.

Luego pidió a un joven licenciado que le explicara pormenorizadamente

lo ocurrido. Según narró el joven, la abuela murió con claros síntomas

de fiebre amarilla. Es lo que se comenta por el vecindario, dice para

justificar su afirmación. A pesar de que los gritos y los delirios de la

vieja se oían desde la calle, sus familiares trataron de ocultar la

enfermedad. Es una irresponsabilidad, se enoja el joven antes de añadir

que no hay nadie que se atreva a ir de voluntario hasta la casa donde

murieron las dos mujeres para comprobar cómo están sus familiares. Por

miedo al contagio, aclara con gesto de evidencia. Ernesto, con sus

manos abiertas, ruega a los soldados que se tranquilicen. Les exhorta a

transmitir serenidad y control a los ciudadanos de Lucena. Cuando todos

parecen calmarse, anuncia que necesita hablar con el alcalde y abandona

sin mirar atrás el salón. Todos permanecemos en el cuartel mirándonos,

Page 153: Dias de paso

como si de repente desconfiáramos los unos de los otros. Yo decido

regresar a mi habitación con el alma inquieta y la piel fría y salada.

Me tiendo en la cama boca arriba con los brazos cruzados tras la nuca.

El recuerdo de la jornada junto al mar, el día maravilloso que he vivido

hincha mi espíritu y me genera una euforia deliciosa, exquisita, con

aroma a mar, sol y serenidad. Cierro los ojos y vuelvo a verme flotando

en el mar, rodeado de agua transparente. Siento, ante la imagen extensa

del mar, la misma impresión de insignificancia que siento dentro de los

bosques. Luego los abro y veo la incertidumbre de la noche. No consigo

despejar la duda de qué habrá pasado y un escalofrío me sacude el

cuerpo al pensar en la posibilidad de que las fiebres estén ya en Lucena.

Page 154: Dias de paso

31 de agosto

El temor a que la fallecida estuviera contagiada ha impedido que

recibiera sepultura en la iglesia. Un operario municipal se ha encargado

de llevar el cadáver amortajado en carro hasta un descampado,

previamente amojonado, lejos de Lucena y de cualquier zona habitada.

El resto de la familia formada por el padre y la madre de la joven y su

otra abuela, permanecerán aislados y vigilados día y noche por un retén

instalado en la puerta de su domicilio. Según comentó Ernesto hoy en el

cuartel, ante las preguntas insistentes de los soldados, ninguno de ellos

tiene aún fiebre u otros síntomas propios de la enfermedad, lo que

debería tranquilizar a todos, dijo para el alivio de los que le

escuchábamos con atención. Además, continuó, se han visitado los

domicilios donde viven personas que tuvieron contacto con ambas

fallecidas hasta quince días antes de morir. No hay síntomas de contagio,

subrayó. Hay dos amigas de la joven que tuvieron fiebres pero que

remitieron totalmente a los pocos días de comenzar. Han hablado con

ellas y muestran total normalidad. Están tan sanas como nosotros,

espetó. En la casa vigilada, solo la otra abuela muestra cierta inapetencia

y cansancio. Síntomas propios de la vejez. Quien tenga abuelos en casa

sabrá de qué hablamos, dijo el joven licenciado con aires de sabelotodo.

En un apartado, donde nadie pudiera oírnos, le pregunté a Ernesto qué

pensaba realmente de la situación. Nada que no haya dicho, se sinceró.

Mientras nadie certifique lo contrario, estamos ante dos muertes

inevitables. Como todas, abundó.

Debo confesar que si durante mi estancia en Lucena no hubiese

conocido a nadie como Ernesto, y se presenta esta eventualidad, ya

Page 155: Dias de paso

hubiese estado lejos de la ciudad. Me hubiese ido, como dice esa

ocurrencia que está tan de moda en la España ocupada, a la francesa.

Page 156: Dias de paso

2 de septiembre

Si ayer no hubo novedades respecto a la situación de los familiares

vigilados, hoy las noticias son muy preocupantes. La abuela y su hija

tienen fiebres altas, dolores de cabeza y ésta última, vómitos, aunque

según Ernesto, que las visitó a última hora de la tarde, no eran de color

oscuro, síntoma inequívoco de la fiebre amarilla, por lo que hay que

seguir tranquilos, indicó.

Desde hace unas horas se observa en el cielo un eclipse de luna. La

bóveda del firmamento es una fuente inagotable de misterios y de

belleza. Es un eclipse parcial. Será de unos siete u ocho dígitos. Me

pregunto qué pensarán los hombres al ver en el telón de la noche

semejante espectáculo.

Page 157: Dias de paso

3 de septiembre

La situación se complica. El padre, el único que había permanecido sano

en la casa vigilada, también registra altas fiebres y dolor de cabeza,

aunque sin vómitos, al igual que la abuela. La gente comienza a

inquietarse. Tanto, que la parroquia ya ha organizando un calendario

intenso de novenas y misas para rogar por la salud de los enfermos y

para que no evolucione a contagio.

Hoy no he visto a Ernesto en todo el día. Y sinceramente, me preocupa.

Page 158: Dias de paso

4 de septiembre

Almuerzo breve con Ernesto. Hablamos sobre estas fiebres desconocidas

que inquietan a todos. En un momento de la conversación formula en

voz alta una reflexión que tiene a partes iguales algo de inquietud y algo

de autocrítica: ¿y si al final no es más que una gastroenteritis o una

inflamación de pulmones como ha sucedido otras veces y en tantos

lugares? Nos alarmamos de forma muy rápida, temiendo que suceda

siempre lo peor. Aunque lo cierto es que hemos estado rodeados de estas

calenturas durante meses, dice con cara de circunstancia, Cádiz, Tenerife

y ahora Las Palmas y no hemos tomado ninguna precaución.

¡Ninguna!

Page 159: Dias de paso

5 de septiembre

Remiten las fiebres en la madre y en menor medida en la abuela. Se

despiden también los días de calor. El viento rola y entra del norte, más

fresco, corretea por las calles, silba en las ventanas, sube por las paredes,

teclea los tejados, desorienta las veletas y se marcha de Lucena hacia las

montañas, desnudándolas, doblegando a los árboles, convirtiéndolas en

páramos estériles, pardos y resecos donde solo pastan tras las lluvias de

invierno unos pocos rumiantes famélicos. Ojalá se lleve a su paso estos

miedos que atenazan a Lucena y los empuje mar adentro.

Page 160: Dias de paso

6 de septiembre

Desaparecen también las fiebres del padre. Sin embargo hay tres nuevos

casos de fiebres altas, vómitos y dolores de cabeza y muscular. No hay

relación ni familiar ni geográfica entre ellos. Están en calles diferentes.

Los vecinos se turnan para controlar quién entra y quién sale de esas

casas. El miedo al contagio une a personas enfrentadas. El alcalde, en

una reunión abierta a toda la ciudadanía, ha pedido prudencia. Aún nadie

en la ciudad ha presentado el síntoma clásico e irrefutable de la epidemia

que se padece en Las Palmas: la piel de color amarilla. Nadie lo cree. En

medio del griterío y del desorden surge una voz que pide que venga

algún médico como manera definitiva de saber de una vez qué son esas

fiebres. El alcalde se desgañita para hacerse oír entre la concurrencia,

parecen más fiebres estacionales, endémicas, grita. Sin embargo todos

están de acuerdo con la propuesta anónima: que venga un médico, piden

una y otra vez. El alcalde no tiene más remedio que aceptar la propuesta

y prometer que traerá a Lucena uno lo antes posible.

Page 161: Dias de paso

9 de septiembre

Nos hemos levantado con la noticia de que el municipio vecino ha

creado una junta de sanidad subalterna que impide, hasta que se

confirme oficialmente la inexistencia de la epidemia, la entrada en su

aldea a quien provenga de Lucena. Han comenzado a controlar a

personas, objetos y mercancías que procedan de aquí. Quienes hayan

estado durante la última semana en Lucena, se les someterá a una

cuarentena de siete días, pasados los cuales se expurgarán y fumigarán

sus ropas y efectos. Además, se han apresurado en dar cuenta de lo

sucedido en Lucena a las autoridades insulares para que tomen las

medidas de inspección necesarias.

Mientras, aquí, en Lucena, la ciudad parece callada, muda, vacía, como

si todos los vecinos hubiesen huido de repente. Por la tarde, el

ayuntamiento ha convocado a los principales comerciantes de la ciudad

y hacendados para exponerles su oposición a constituir una junta

municipal de sanidad. El argumento que esgrimen es que a día de hoy no

hay nadie contagiado aún por fiebre amarilla en Lucena. El párroco trata

de explicar, ante la indignación general, que él entiende perfectamente la

actitud preventiva de la aldea vecina. Cualquier persona sensata trata de

precaverse contra la enfermedad, dice. El alcalde, aprovechando la

serenidad que siempre crea el párroco con sus palabras, comenta que

pensando en la tranquilidad de todos, a partir de hoy se convoca una

reunión diaria a esta misma hora y en este mismo lugar, para informar a

todo el que quiera asistir sobre la evolución de la familia afectada o de

alguna novedad inesperada en la ciudad relacionada con la enfermedad.

Page 162: Dias de paso

10 de septiembre

Un soldado que llega a la cocina del cuartel justo antes de yo retirarme a

la habitación anuncia que un tripulante de un barco procedente de Santa

Cruz le ha comentado que la epidemia ha vuelto a brotar allí y que

también hay un pequeño brote en La Orotava.

Sinceramente, creo que esto parece más una plaga bíblica que una

simple coincidencia de epidemias.

Page 163: Dias de paso

11 de septiembre

Hay nuevos enfermos. Lucena está en estado de estupefacción. Es como

si nadie creyera lo que está sucediendo, como si la epidemia fuese irreal,

un mal sueño, una pesadilla de la que nadie sabe cuándo despertará. En

algún momento pasará, tratan de consolarse sin saber que a veces la vida

de los hombres transcurre de mal sueño en mal sueño, de pesadilla en

pesadilla sin alcanzar nunca la ansiada calma. Los enfermos sitiados

empeoran. La abuela de la joven con la que comenzó de forma

insospechada esta pesadilla ya convulsiona y delira por las altas fiebres.

Page 164: Dias de paso

12 de septiembre

Conseguí burlarla en Cádiz. De manera imprevista evité el encuentro en

Tenerife. En Las Palmas no coincidimos por poco. Sin embargo, hoy

nuestros desencuentros tocan a su fin. No se puede burlar al destino.

Tarde o temprano estábamos destinados a coincidir. Y ha sido en

Lucena. Hoy, oficialmente, se ha declarado la existencia de la fiebre

amarilla en la ciudad. Un médico, junto a varios miembros de la Junta de

Sanidad insular, ha diagnosticado la enfermedad tras visitar a la familia

enferma que aún permanece aislada y vigilada por el retén en la calle

Trasera. Sin dilación, se ha convocado una reunión urgente en el

ayuntamiento. Allí han confirmado que los enfermos padecen de forma

evidente e incuestionable fiebre amarilla. Según comentó, la piel de la

abuela comienza a amarillear y tiene frecuentes hemorragias en la nariz.

De igual manera, los otros miembros afectados de la familia han vuelto a

registrar fiebres altas y convulsiones.

Sorprende la ausencia del alcalde en la reunión. Nadie lo ha visto llegar

al ayuntamiento. La última vez que lo vieron fue cuando habló con el

médico tan pronto salió este de la inspección de la casa infestada. Se

decide esperarlo media hora antes de comenzar. Se consuma el tiempo.

Una voz entre la abundante asistencia comenta que han llamado a su

casa y nadie contesta. Ha abandonado la ciudad. El desconcierto de los

ciudadanos que asisten a la reunión es absoluto.

El médico, antes de partir de Lucena, aclaró que si bien no es capaz de

establecer con seguridad si la enfermedad posee carácter epidémico, ante

la duda hay que obrar como si el contagio fuese irrefutable. La Junta

Municipal, sugirió, deberá tomar cuanto antes las medidas de

aislamiento, quema y fumigaciones que se suelen aplicar en estas

situaciones.

Page 165: Dias de paso

Tan pronto se despidió la comitiva sanitaria, Ernesto y el párroco

tomaron la iniciativa de crear la Junta Municipal de Sanidad. Junto a

varios vecinos, algunos voluntarios, entre los que me encuentro, y otros

que acceden a la propuesta tanto de Ernesto como del párroco para que

se sumen a la comisión, se decidió que la Junta se reunirá cada mañana y

cada tarde en el ayuntamiento. El primer punto que se debatió fue la

orden que ha impuesto la Junta Insular, firmada por el Capitán General

al Regimiento militar de Lucena: la ciudad debía ser sitiada.

Acordonada. Nadie puede entrar ni salir de Lucena sin conocimiento y

permiso de la Junta y del Regimiento.Todos los caminos de entrada y

salida de la ciudad están ya vigilados por soldados que impiden el

tránsito por ellos, comenta Ernesto.

La estupefacción se instala entre los ciudadanos. La gran mayoría de

vecinos que asisten a la Junta callan con ojos de asombro. Algunos

lloran desesperadamente. Otros ocultan su desazón tras sus manos. Los

comerciantes y algunos jornaleros protestan airadamente. Esto será la

ruina para los comercios, alerta uno de ellos que es propietario de varios

telares. Vivimos del comercio de nuestros productos. Peligran las nuevas

cosechas, grita Anselmo sumándose a la indignación general. Algunos

vecinos acusan al alcalde de haber ocultado la situación ante el

incremento de enfermos en la ciudad. La gente se inquieta. El murmullo

evoluciona hacia un insoportable griterío. Ernesto trata de hacerse oír

subido a una silla para justificar la actuación llevada a cabo hasta

entonces. Argumenta que desde que se tuvo conocimiento de los

enfermos se adoptaron las medidas preventivas oportunas. Un anciano

de ojos sombríos y hombros angulosos interrumpe y pregunta en voz alta

dónde está el alcalde y los Ojeda y los Ariñez. Abandonaron durante la

noche la ciudad, responde alguien entre la multitud con voz enojada. Sus

casas están vacías, apuntó otro. Ellos sí han podido salir. Nosotros

permanecemos aquí encerrados, dando la cara. Además si ellos se van

muchos de nosotros perderemos nuestros trabajos y entonces de qué

comeremos, se lamentan algunos. Ernesto toma la palabra. Ahora lo

prioritario es aislar la enfermedad. La búsqueda de culpables y de

Page 166: Dias de paso

cobardes no soluciona el problema al que nos enfrentamos. Ante la

estupefacción e indignación de los ciudadanos, declara la necesidad de

reconocer lo que claramente debía ser reconocido. Tenemos un

problema, indica, y tenemos que organizarnos para minimizar sus

efectos. Todos. Ante este problema no hay distinción entre ricos y

pobres, agricultores y comerciantes, jóvenes y viejos. Hombres y

mujeres. Todos. Obremos rápido. Seamos diligentes e inteligentes.

El barullo es tan grande, caótico y sonoro que se decide convocar una

reunión en el ayuntamiento mañana a las ocho de la mañana. Traten de

descansar, propone el párroco. Me temo que mañana habrá mucho que

hacer, me dice antes de abandonar los dos la sala de juntas.

Las primeras medidas que se adoptan tratan de garantizar el

aprovisionamiento de la ciudad. La Junta decidió los días y los lugares

donde podrían celebrarse mercados al aire libre para que todos puedan

comprar y vender géneros a precios prudentes y moderados. Asimismo,

se permite la apertura de comercios de alimentos durante todos los días

salvo aquellos en los que se celebre mercado.

Se da lectura de unas medidas que llegaron anoche al cuartel y que

provenían de la Capitanía General: nadie, absolutamente nadie, vecinos

y forasteros, puede ausentarse de la ciudad. Quienes lo intenten y sean

sorprendidos, sufrirán cárcel durante cien días, tendrán multa de

trescientos pesos y quedarán privados para siempre de poder trabajar

dentro de los límites municipales de Lucena. Para garantizar el

cumplimiento de la medida se instalan como puntos de control

definitivos el molino de Monteviejo, El Fielato y Las Barreras, todos en

las afueras de la ciudad.

Los soldados, ayudados por vecinos de la aldea vecina que se sumaron

a las tareas de vigilancia y acordonamientos, patrullan también por los

barrancos que limitan a naciente y poniente la ciudad.

Ahora sí que estamos aislados dentro de la isla, por muy rimbombante y

paradójico que parezca.

Page 167: Dias de paso

14 de septiembre

Tras una tapia alta de una huerta hay un jazmín, que sin verlo, reconozco

por su inconfundible aroma. Hoy, esta tarde, su fragancia, que desborda

la tapia e inunda la calle adyacente, me ha devuelto a los descansos en el

patio de la universidad, donde un viejo jazmín trepaba por la pared

empedrada del claustro. Hay recuerdos inesperados que nos traen al

presente una felicidad que creíamos olvidada.

Page 168: Dias de paso

15 de septiembre

He descubierto esta noche un cometa en el cielo vespertino de Lucena.

Curiosamente es muy visible al atardecer, cuando el sol se ha puesto y el

color violeta inunda el cielo anunciando la llegada de la noche. Se puede

seguir solamente durante una hora porque luego desaparece por el

noroeste, como si se escondiera tras la isla de Tenerife. Cualquier

persona puede apreciarlo porque es muy visible. Además, deja a su paso

una estela entre blanca y amarillenta que imagino será polvo que refleja

la débil luz del sol. Desde que me enseñaron a distinguirlos en el cielo

nocturno creo que es el tercer cometa que contemplo. He de reconocer

que estos astros tan enigmáticos me embelesan, sugestionan, hechizan,

seducen y asombran. Probablemente porque siempre me conducen a la

irresoluble cuestión de cuánto nos queda aún por aprender y por

descubrir.

Page 169: Dias de paso

16 de septiembre

La situación se complica. Muere la otra abuela de la casa sitiada. La

entierran en los mismos llanos en los que descansa su consuegra. Se

dispuso que todas las ropas y demás efectos de la difunta quedaran en el

cuarto donde falleció sin poder ser tocados hasta que fueran fumigados

con cloruro de cal. Luego se quemarían junto con la cama y demás

muebles. Se aprobó que si hubiesen más fallecidos por fiebre, ésta sería

la forma de actuar.

Page 170: Dias de paso

17 de septiembre

Ha aumentado tanto el número de enfermos por la fiebre amarilla que la

Junta ha decidido esta mañana habilitar la iglesia del viejo hospicio para

concentrarlos allí y aislarlos de forma efectiva. De igual forma, se ha

decidido que aquellos que presenten cualquier síntoma sospechoso de la

enfermedad pero que aún no la hayan desarrollado plenamente serán

sometidos a internamiento en otro lugar para su mejor observación y

seguimiento. Antes de asignar funciones entre los miembros de la Junta,

el párroco se dispuso para estar al frente del improvisado lazareto.

Algunas mujeres se ofrecieron voluntarias para ayudar en las tareas de

limpieza, otros se ofrecieron ellos para quemar las ropas de los enfermos

y fallecidos y otro grupo de vecinos ayudarán en todo momento a lo que

disponga el párroco. Tres hombres que se encontraban presos en los

calabozos del cuartel fueron liberados con la misión de trasladar a los

enfermos desde sus casas a la iglesia del viejo hospicio y conducir los

futuros cadáveres hasta el nuevo cementerio habilitado en los llanos

lejanos y ventosos de la falda de la montaña.

Salvo los miembros de la Junta y sus auxiliares, los familiares o

cualquier otra persona que hayan estado con algún enfermo o fallecido

de fiebre amarilla deberán guardar estricta cuarentena en sus hogares.

Por último, cualquier persona que presente síntoma sospechoso de

contagio debe ser notificado sin dilación alguna a la Junta Municipal de

Sanidad para proceder a su traslado al lazareto.

En principio con la ayuda prestada por militares y unos cuantos

vecinos, se ha podido organizar y materializar lo dispuesto según la

comisión. Sin embargo, no hay médicos y esto a veces complica mucho

el qué hacer con los enfermos. Los que estamos, hacemos lo que

Page 171: Dias de paso

podemos sabiendo que nos exponemos al contagio. La gran mayoría de

los vecinos se han encerrado en sus casas, temerosos los unos de los

otros, desconfiados hasta de sus propios hijos, hermanos e incluso

maridos o mujeres. Hay viviendas donde cada uno tiene asignada su

habitación y de allí procuran salir lo indispensable. En cambio los de

condición más humilde viven todos en una única estancia, por lo general

con apenas ventilación, oscura y pequeña. Ahí, el temor al contagio ha

de ser insoportable. E inevitable.

Page 172: Dias de paso

18 de septiembre

Muchos vecinos se niegan a que sus familiares sean trasladados a la

iglesia del hospicio convertido en improvisado lazareto. Prefieren

quedarse cara a cara con la enfermedad antes que soportar una

separación de la que temen su trágico final. El sargento es impermeable

a los ruegos y a las solicitudes de piedad que le llegan de quienes han

visto a los soldados entrar en sus casas y llevarse a sus familiares

enfermos. Ernesto trata de explicarles que es la única manera de intentar

controlar y aislar la epidemia. No hay otra forma. A pesar del exquisito

tacto que tiene Ernesto con la gente, la desesperación de algunos es tal

que han llegado incluso a enfrentarse directamente con los soldados del

Regimiento. Más que el miedo al contagio, lo que violenta a mucha

gente es el miedo a la muerte. Y hay que entenderlo.

Page 173: Dias de paso

19 de septiembre

Muere el hombre de la casa que es el epicentro de la epidemia. Como se

sospecha que la mortalidad aumentará en los días venideros, el párroco

ya ha bendecido los terrenos donde se entierran a los muertos por la

epidemia. Se decide que el transporte de los cadáveres hasta el

cementerio se hará siempre a última hora de la tarde.

La medida que establece el obligado traslado de los enfermos al

lazareto ha generado una desconfianza insoportable no solo entre

vecinos, sino incluso entre familiares. Cualquier persona puede ser

portadora de la enfermedad sin saberlo. A partir de hoy, que nadie

espere la ayuda desinteresada de su vecino.

Page 174: Dias de paso

20 de septiembre

Esta mañana, el sargento provisional del Regimiento de Milicias ha

pedido a la Junta que ayude en las tareas de vigilancia del cordón.

Ciertos vecinos, ha explicado con su inevitable aire marcial, jóvenes

sobre todo, amparados por la oscuridad e impelidos por la desesperación

y el miedo al contagio, reconoce, tratan de huir. Algunos lo

consiguieron, otros no tuvieron tal fortuna. De igual modo se ha

decidido imponer una medida que consideraron coercitiva y pertinente: a

partir de las ocho no puede haber nadie en las calles, salvo las tropas que

hacen la ronda y el silencio de la noche que cae sobre Lucena.

El párroco le dice al sargento que la Junta ya está desbordada con las

tareas sanitarias. Se compromete a transmitir el aviso en la reunión de la

tarde, a la que suelen acudir más vecinos, pero no puede prometerle

nada, dice con su voz serena. Si no consiguiéramos los efectivos

necesarios para realizar con eficacia la tarea asignada, advierte el

sargento, tendré que ordenar a los soldados que abran fuego sobre

aquellos que sean sorprendidos en su intento de evasión.

Ernesto, tras la rápida y tensa despedida del sargento, me sugiere que

coja mis cosas del cuartel y me traslade a su casa. Me temo que la

relación de la Junta, entre los que estoy, con los soldados y en especial

con los mandos del Regimiento, no será nada cordial a partir de hoy.

Acepto. Así que a partir de hoy, el diario tiene nuevo hogar. Uno más

que añadir.

Page 175: Dias de paso

21 de septiembre

Había gran expectación por la misa celebrada hoy. El párroco había

pedido en la reunión de ayer por la tarde y de hoy por la mañana la

asistencia de todos. Hay cierto desánimo porque cada vez viene menos

gente a las reuniones de la Junta. Necesito sentir más que nunca el calor

de mi parroquia, dijo antes de pedirnos el favor de animar a la gente que

nos encontráramos para que asistieran a su llamada.

Y la iglesia, gracias al boca a boca de las gentes de Lucena, se llenó.

Nunca antes había estado en una iglesia tan atestada y a la vez tan

quieta. Al llegar el momento del sermón, la expectación por su

contenido era palpable. El párroco subió al púlpito precedido por el

crujido agudo de los peldaños.

Hace muchos años, comenzó a decir ante el atento silencio de los

asistentes, varios siglos antes del nacimiento de nuestro señor Jesucristo,

existió un hombre que vivía retirado en un bosque. A este hombre lo

visitaban muchas personas solamente para escucharlo pues tenía fama de

sabio. Él solía explicar que la vida no es más que una escuela y que los

hombres, todos, subrayó el párroco, somos estudiantes que hemos

venido a ella a aprender. Según este sabio, lejos de lamentarnos,

debemos estar agradecidos a los infortunios que forman parte de nuestro

destino pues solo a través de la adversidad se consigue adquirir virtud y

fortaleza. La vida, decía a quienes le oían predicar bajo los árboles, no

está gobernada por la suerte, el azar, ni las coincidencias. La casualidad

no existe. Todo tiene una causa, un por qué. Y todo tiene un efecto.

El silencio que llenaba la iglesia cuando el párroco callaba era

asombroso. Nadie parecía reparar en nadie. Todos atendían al sermón

sin excepciones.

Page 176: Dias de paso

La mayoría de acontecimientos que forman parte de nuestro día a día,

continuó con su voz serena, transcurren casi sin hacer ruido. La vida

pasa en silencio. Sin embargo, hay algunos hechos que nos marcan para

siempre y dejan una huella imborrable en nuestro corazón. Una larga

enfermedad, la traición de un amigo o la muerte de un ser querido, de un

hijo, un hermano. Las peores experiencias, dijo afirmando sus palabras,

las más difíciles de afrontar, son precisamente las que nos permiten

evolucionar y madurar y son las que nos convierten en verdaderos hijos

de Dios.

Yo tengo cincuenta y un años y llegué tarde al sacerdocio, confesó el

párroco ante el asombro general. La muerte de mi hermano mayor, a

quien estaba fuertemente unido, me hundió en una fuerte crisis personal.

Entonces apenas superaba los veinte años, declaró. Sufrí como nunca

antes había sufrido en mi vida. Pero aquella congoja que asolaba mi

espíritu, me permitió hacer algo que nunca antes había hecho: acercarme

a mí, escuchar a mi alma. Entonces comencé a escribir sobre lo que

sentía dentro de mí mismo, reveló. Así fue como descubrí una vocación

y una pasión que unos meses antes ni tan siquiera sospechaba que

existía: servir a los demás. ¿Y qué decisión tomé? Abandoné mi yo para

entregarme a ustedes, se respondió a sí mismo el párroco. Para siempre.

Y esa renuncia que yo ahora llamo amor, amor al prójimo, es amor pleno

a Dios. Desde entonces no solo me siento en paz, sin miedos ni tristezas,

sino que también me siento cada día agradecido por estar vivo, dijo

dibujando un gesto de satisfacción en su rostro. Ya no doy nada por

sentado. En eso consiste vivir conscientemente: en valorar lo que tienes,

aprovechar lo que te sucede y disfrutar de cada momento. Para mí, la

vida es un regalo maravilloso, una oportunidad para aprender a ser feliz

por mí mismo y aceptar y amar a los demás. Ése es el verdadero y único

camino que nos conduce a Dios. Doy gracias a la adversidad y al

sufrimiento porque me han permitido descubrir el sentido de mi vida.

Porque la vida sí tiene sentido. Coincido plenamente con el sabio que

hablaba bajo los árboles: lo que nos sucede es por algo y para algo.

Page 177: Dias de paso

Muchos de ustedes se me han acercado estos días preguntándome por

qué Dios permite que pasen tragedias como ésta. Quizás Dios quiere que

episodios tan angustiosos y terribles como el que ahora nos sucede nos

sirvan no para saber él hasta dónde somos capaces de llegar. Él no

necesita saber hasta dónde somos capaces de llegar, recalcó. No. Somos

nosotros los que debemos descubrir nuestros límites. Conocer la

verdadera medida de nuestra fe y de nuestro amor. Viviremos esta

epidemia como un proceso difícil, incómodo y doloroso, advirtió, pero

saldremos de ella fortalecidos, tanto en la vida como en la muerte.

Recuerden que Cristo sufrió y murió por nosotros. Su pasión y muerte

fue para redimirnos. A partir de su muerte, nuestra existencia tuvo pleno

sentido. Su amor nos salvó para siempre. Y nos dejó como principal

testimonio que el amor es el único bálsamo capaz de mitigar los

sufrimientos del alma, el dolor de la existencia. Al dolor, al miedo y a la

muerte solo se le vencen con amor.

Yo estoy cada vez más convencido de que no hay mejor maestro en la

vida que la adversidad, dijo retomando el discurso tras unos segundos de

pausa en los que pareció repasar la mirada de todos y cada uno de los

presentes. Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo la última de sus

libertades: su actitud personal frente al destino. Y si asumimos nuestra

responsabilidad como hermanos que somos y nos esforzarnos por

cambiar nuestra actitud frente a adversidades como ésta, tendremos el

mayor premio al que puede aspirar un cristiano: el abrazo cálido de Dios

y la vida eterna.

Ésas fueron las últimas palabras de su brillante exégesis de la vida.

Yo, al terminar el párroco de pronunciar las últimas palabras del

sermón, tuve ganas de aplaudir tan fuerte que lo hubiese hecho hasta que

me sangraran las manos.

Qué sería de la humanidad sin las palabras.

Page 178: Dias de paso

22 de septiembre

Una de las consecuencias más obvias del aislamiento que sufre Lucena

es la incomunicación. Algunos ciudadanos aún se dirigen a diario hasta

los puntos de control de entrada y salida con la esperanza de convencer a

los soldados para que les permitan un único encuentro con sus

familiares. Argumentan con visible desesperación que el cinturón los

separa de sus maridos, de sus hijos, de sus hermanos, a quienes la orden

cogió de sorpresa y no han podido entrar ni ellos salir. La idea, bastante

posible visto el panorama, de no volver a ver nunca más a sus seres

queridos, angustia a muchos vecinos de Lucena. Matrimonios separados,

padres que esperan a sus hijos e hijos que de la noche a la mañana son

huérfanos no por la muerte de alguno de sus progenitores sino por una

orden que los aísla y clausura sin previo aviso. Muchos preguntan si los

que están fuera podrán entrar. Los primeros días, los soldados permitían

la entrada a vecinos, que no estando en Lucena cuando se levantó el

cordón, decidían regresar junto a su familia y correr el riesgo del

contagio antes que continuar fuera sin saber nada de los suyos. Ernesto,

tan pronto se enteró del regreso de los que el cerco sorprendió lejos de la

ciudad, se acercó hasta los puntos de control y les expuso a los soldados

las consecuencias que podría tener su acción. Ante el asombro de todos

subrayó lo tajantes que habían sido los miembros de la Junta Insular:

aquellos vecinos que el cordón sanitario había dejado fuera no podían

entrar. Está prohibido, gritó enfurecido. Ni entradas ni salidas, ¿está

claro?, preguntó en voz alta sin esperar respuesta.

Vuelvo a escribir en este diario la impresión que ahora mismo tengo del

estado de la ciudad: Lucena es una isla dentro de la isla.

Page 179: Dias de paso

23 de septiembre

El viento se pasea por la ciudad como un viajero solitario y con sus

manos torpes y haraganes agita los árboles de la alameda que amanece

desierta. Mis pasos crepitan sobre un cementerio de hojas palmeadas,

pardas y secas que alfombran la calle por la que camino. Como las

generaciones de las hojas, así son las de los hombres, escribió Homero.

Ya el otoño se derrama irremediablemente sobre un paisaje socarrado

por el sol. Un otoño que se presenta con botánica paciencia. En las

catacumbas de los bosques, un regimiento silencioso de setas espera

impaciente las primeras lluvias para rasgar la corteza de la tierra y

asomar su cabeza aparasolada. El salmo de los recolectores: más vale

perder una seta en la vida que la vida por una seta.

El cielo es más alto e inalcanzable que nunca durante el otoño. Mientras

los alisios duermen barren las alturas las húmedas borrascas paridas

sobre el Atlántico, sirocos ardientes y continentales y vientos que bajan

del norte armados de frío y oscuridad. El cielo es un escenario por el que

desfilan atropelladamente nimbos, cirros, cúmulos y estratos.

El sol ya descansa sobre la línea del horizonte. Es tiempo de volver. Las

garzas regresan solitarias a descansar merecidamente en los márgenes

tibios que le ofrece el agua estancada en los barrancos. Un mirlo posado

sobre la rama de un tarajal anuncia las últimas luces del día con su canto

aflautado. Siempre son los últimos en cantar.

Aunque no lo parezca, y a pesar de la intensa vigilancia en sus entradas,

a Lucena ha llegado el otoño.

Page 180: Dias de paso

25 de septiembre

La Junta ha enviado esta mañana a varios carpinteros de la ciudad a

cortar cañas y otras ramas útiles al barranco de naciente porque hacen

falta más jergones en el lazareto. Los enfermos aumentan por día. La

sorpresa ha llegado de boca de un soldado cuando ha subido hasta la

sede de la Junta para anunciarnos que todos se habían fugado.

Sorprendentemente, los presos liberados se han ofrecido para hacer el

trabajo. Y lo han hecho meritoriamente. Ahora hay jergones suficientes.

El hospicio se ha divido para atender a las mujeres por un lado y a los

hombres por otro. Se agrava el estado de muchos enfermos. El desastre,

avisa Ernesto seriamente en la Junta, está a la vuelta de la esquina.

Page 181: Dias de paso

26 de septiembre

El cielo se muestra hace unos días limpio e intensamente azulado. Este

sol viene huyendo del agua, vaticinan algunos. Las tardes son cálidas y

durante el atardecer la luz da un aspecto cobrizo y añejo a la ciudad.

Page 182: Dias de paso

28 de septiembre

Lo ha entendido pero ha pedido que los demás comprendan también su

aflicción. Se han prohibido las misas para evitar las aglomeraciones y así

posibles contagios. La iglesia es ahora un lugar muy propicio para la

transmisión de la enfermedad. El párroco ha puntualizado que si bien

acata la orden, nadie podrá impedir que él asista a todos los hogares que

lo reclamen. Podrán impedir al rebaño acudir a mi llamada, ha dicho

como prédica, pero no que yo atienda a todas y cada una de mis ovejas.

Page 183: Dias de paso

30 de septiembre

Somos prisioneros, pero no solo porque estemos privados de movernos

según nuestro libre albedrío, imposibilitados de ir hacia donde

queramos, sino también porque la epidemia nos amarra al presente. En

esta situación, de qué nos sirve el pasado y sus recuerdos. El presente

nos inquieta, el pasado es un tiempo estéril y nos han privado del

porvenir. Y como prisioneros vivimos una condena que nos llena a todos

de angustia, pánico y ansiedad. No sabemos cuánto durará esta clausura

involuntaria que cumplimos con asombroso silencio. Unos hacen

cábalas, prediciendo que la epidemia durará tanto, otros que cuánto más

y como su predicción es más pesimista consigue hundir los escasos

ánimos de quienes los oyen. Lo cierto es que no hay nadie en todo

Lucena que sepa cuánto tiempo pasaremos recluidos en esta prisión.

Page 184: Dias de paso

2 de octubre

El cielo amaneció alto, poblado de cirros. Luego devino en un telón

grisáceo por el que desfilaban oscuros nubarrones. Las nubes grandes,

densas y oscuras anunciaban, ominosas, la tormenta que horas después

cruzaría el cielo de Lucena. El aire se fue calentando progresivamente a

medida que el día se oscurecía hasta que unos truenos lejanos avisaban

de que el temporal se acercaba más rápido de lo que nadie imaginaba.

Por la tarde llegó la lluvia. Sin viento. Fuerte, impecable, vertical, en

forma de violentos aguaceros que transformaron muchas calles de

Lucena en un barrizal. El temporal fue rápido e intenso. A la fortísima

lluvia sucedió una sensación de bochorno insoportable. Muchos creen

que la lluvia limpiará el aire de la ciudad, con lo que los efluvios y los

miasmas que suponen como posible transmisor de la infección podrían

desaparecer, dicen esperanzados. Ojalá, deseo yo, que traducido del

árabe a nuestro idioma quiere decir, si Dios quisiera.

Hoy ha parecido muerto un hombre en su domicilio con síntomas de

haber padecido la fiebre amarilla. Como vivía solo, nadie lo había

denunciado a la Junta porque llevaba semanas sin salir. Cuando una de

sus hermanas, sospechando que algo ocurría al llevar tantos días sin

verlo, se presentó en su casa, lo encontró muerto en el suelo. Un

voluntario ha visto el cadáver y ha dado parte a la Junta, confirmándose

con posterioridad la muerte por fiebre amarilla.

En el lazareto agonizan muchos enfermos que se contagiaron a

mediados del mes pasado. Preparémonos para vivir algo que no se ha

vivido nunca antes en la historia de esta ciudad, han comentado en la

reunión de esta tarde. Va a ser duro, muy duro, advirtieron otros dando

cuenta del estado del lazareto. Que sea lo que Dios quiera, hemos

implorado todos.

Page 185: Dias de paso

3 de octubre

La muerte se lleva durante el día a cuatro enfermos que estaban en el

lazareto. Y no paran de llegar más. El panorama es desolador, reconoce

Ernesto. Hoy ha habido entre los miembros de la Junta más silencio y

desolación que nunca. La epidemia comienza a minar nuestro ya

maltrecho ánimo y esto no ha hecho más que empezar.

Page 186: Dias de paso

4 de octubre

La tormenta pasada ha dejado un cielo tan prístino que el cometa es más

visible que los días que nos preceden. En la reunión de la mañana he

oído a dos jóvenes hablando de la extraña estrella que raya el cielo. Es

un cometa, les he explicado. Nunca antes habían oído hablar de los

cometas. Independientemente de nuestros conocimientos, coincidimos

en la apreciación de que cada vez aparece más tarde en el cielo y de que

cada vez retrasa más su desaparición. Pero sigue siendo igual de

fascinante.

Hoy, no ha habido muertos pero sí nuevos enfermos. Comenzamos a

sentirnos desbordados.

Lo peor a lo que nos enfrentamos es nuestra propia ignorancia.

Page 187: Dias de paso

6 de octubre

Llevábamos dos días sin muertos. Hasta hoy. Esta tarde ha fallecido un

hombre que llevaba unos veinte días enfermo. Al ver su nombre escrito

en el censo de difuntos le he preguntado al sacristán quién era. Al

describírmelo me he dado cuenta rápidamente de que era el hombre que

en la taberna del barrio alto me habló, por vez primera, del bosque de

Doramas. He rezado por él.

Page 188: Dias de paso

7 de octubre

Hay tal calor y humedad estos días que nos obliga a todos a remangarnos

las mangas de las camisas y a desanudarnos los cordones del cuello de la

camisa. A la vista de la intensificación de la epidemia, la Junta ha

propuesto para purificar el aire infesto de la ciudad e impedir la

extensión de los miasmas hacer sahumerios y quemar pólvora. Algunos

soldados del regimiento se apuntan a la iniciativa y tiran cañonazos al

aire desde las inmediaciones de la ciudad. Por supuesto, se insiste en la

necesidad de continuar con la estrategia de quemar cuanto antes la ropa

de los fallecidos.

Nos ha llegado por fin el pedido de cloruro de cal, fundamental para la

desinfección de las viviendas contagiadas. El procedimiento siempre es

el mismo: los voluntarios nos encerramos en el aposento y en unas

escupideras anchas y poco profundas vertemos varias onzas de cloruro

de cal y uno o dos cuartos de vinagre. Con una espátula de madera

removemos la mezcla y se deja desprender el gas durante media hora

aproximadamente con puertas y ventanas cerradas. Transcurrido ese

tiempo, abrimos de nuevo ventanas y puertas para que pase rápida una

corriente de aire.

No sabemos a ciencia cierta si realmente es efectiva esta forma de

proceder pero, en palabras del párroco, allí donde no hay conocimientos

al menos que esté nuestra fe.

Page 189: Dias de paso

9 de octubre

Uno de los aspectos que hacían de Lucena un espacio singular era su

barahúnda diaria, el desorden y la confusión casi constante, esa mezcla

de gentes y cosas que caracterizan a las ciudades con vocación

comercial. La algarabía que se extendía por sus calles se ha apagado

bruscamente. Ya no se celebra el mercado dominical en la alameda

porque no hay ni vendedores ni género. La calle de Las Ventas, por

ejemplo, bulliciosa siempre de lunes a domingo, desde que amanece

hasta que anochece, es hoy un espacio lleno de silencio y vacío. Todos

sus comercios y despachos están cerrados. Por las calles de Lucena solo

transita un viento frío que aletarga aún más al espíritu anémico que la

ciudad exhibe a causa de esta maldita epidemia.

Page 190: Dias de paso

10 de octubre

El contagio comienza a pintar en Lucena cuadros de un dolor

insoportable. Hoy ha muerto un niño. Apenas tenía siete años. Sus

padres despedían sin consuelo el carro donde iba amortajado el cuerpo

inerte de su hijo junto a otros dos adultos que tampoco han resistido los

embates violentos de la epidemia. ¿Por qué nos duele siempre y en lo

más profundo de nuestra alma la muerte de un niño? Son los hijos

quienes deben enterrar a sus padres y no al revés. ¿Por qué Dios permite

esta inversión en el lógico transcurso de la vida? Cuando así sucede no

solo muere el hijo sino que sus progenitores, por lo general, mueren

también, pero en vida, que es, con toda probabilidad, la peor de las

muertes imaginables: la consciente. No hay nada peor para un hombre

vivo que sentirse derrotado por la propia vida.

Afuera llueve. Con timidez, pero llueve.

Page 191: Dias de paso

12 de octubre

Llevaba unos días con claros síntomas de cansancio. Todos pensamos

que se trataba de fatiga por el escaso descanso que ha disfrutado desde

que se declaró la epidemia. La fiebre que comenzó ayer y la intensa

cefalea de hoy sin embargo han obligado al párroco a ingresar en el

lazareto como un enfermo más. Es evidente que los miembros de la

Junta tenemos las mismas o incluso más posibilidades de contagiarnos

que otros vecinos que apenas salen de sus casas, pero parecía que

habíamos olvidado este riesgo. De un día para otro podemos enfermar

como cualquier ciudadano de Lucena. Y de un día para otro podemos

morir, como mueren por la fiebre amarilla muchos ciudadanos de

Lucena.

Page 192: Dias de paso

13 de octubre

La epidemia es inabordable. Cada vez hay más enfermos.

Afortunadamente no todos mueren. Algunos sanan y regresan a sus

casas a pasar allí la obligada cuarentena. Hoy hemos decidido

exterminar todos los perros y gatos que andan sueltos por las calles de

Lucena. No ha habido consenso a la hora de aprobar esta medida pero la

mayoría de la Junta ha considerado a estos animales inofensivos

perjudiciales en tiempo de contagio. Durante la tarde ha comenzado la

cacería. Algunos que participaron en la misma comentan por la noche

que se han divertido de lo lindo. Los perros ya están todos aniquilados.

Los gatos, en cambio, es solo cuestión de unos días, han reconocido

ufanos estos improvisados cazadores.

Reprendo esta tarde a varios soldados que se ríen en la puerta del

lazareto al repasar la vida de un hombre muerto recientemente por las

fiebres. Ellos me contestan que de lo que realmente se ríen es del tiempo

que la vida le regaló sin nadie esperarlo. Y el que menos lo esperaba era

él, airea uno de ellos. Ante mi desconocimiento, me cuentan su peculiar

historia: hace años, mientras sus hermanos cargaban las mulas de sal en

unas salinas, se acercó al borde mismo de la marea haciendo caso omiso

de las advertencias del salinero que le pedía una y otra vez que se

retirase de donde estaba por el mal estado de la mar. Allí permaneció,

junto a la marea, un buen rato, desdeñando la fuerza de las olas, que ese

día, comentan mirándose entre ellos, eran extraordinariamente altas.

Cuando decidió girarse para regresar junto a sus hermanos, una ola

enorme lo abrazó y lo engulló, haciéndolo desaparecer al instante.

Luego, según contó posteriormente el propio afectado, el mar lo agitó en

el fondo, entre la espuma, y sin saber por qué, lo devolvió de nuevo a la

Page 193: Dias de paso

orilla lanzándolo contra las rocas y rompiéndole varias costillas. Nació

dos veces y murió dos veces, dijo uno de los soldados jocosamente.

Todo un afortunado, rió otro. Pues sí, reconozco yo también. Pero

semejante fortuna, al menos a mí, me causa más admiración que motivo

para la burla. Y abandoné la reunión sin importarme lo que dijeran a mis

espaldas.

Page 194: Dias de paso

14 de octubre

La montaña de Lucena que comienza justo al otro lado del barranco,

muestra un color verde resplandeciente, vivo, insospechado hace tan

solo unas semanas. Las fuertes y generosas lluvias caídas a principios

del mes maquillan la ladera de un verdor inusitado. El cono volcánico,

en cambio, es impermeable a las lluvias. Su abrupta piel sigue ocre,

estriada y desoladamente desértica.

Page 195: Dias de paso

17 de octubre

El párroco empeora más rápido de lo esperado. Es como si se dejara

morir. No ofrece resistencia a la evolución de la enfermedad. Cuando

llegué al lazareto sacaban en ese momento cinco cadáveres. Vista la

cantidad de enfermos, no es de extrañar que algún día esta cifra de

muertos se duplique. Parece que cuantas más medidas se toman para

reducir la epidemia, más violenta e intensa se vuelve ésta. Estamos

sobrepasados, agotados y las perspectivas son que a medida que pasen

los días crecerán los enfermos, los muertos, el trabajo consecuente y con

ello la desesperanza y el miedo.

Lucena parece más un pandemonio que esa pequeña y alegre ciudad

que tendida sobre una loma me encontré al llegar una tarde taciturna de

febrero.

Page 196: Dias de paso

19 de octubre

¿Por qué nos da tanto miedo morir? ¿De qué nos sirve la fe ante la

perspectiva de una muerte inminente? ¿Es el alma el resultado de la

toma de consciencia de nuestra propia muerte?

¿O es la ilusión necesaria para creer que el cuerpo es una estación de

paso, que no es ni el principio ni el final de la vida? La idea del final me

estremece, me inquieta, me aterroriza. Pero he de confesar que vivir para

siempre me parece también inquietante. No termino de creer en la

absoluta inmortalidad. Hay algo en ella que no me convence. Para

siempre, siempre me ha parecido mucho tiempo. Demasiado.

Me asalta ahora el recuerdo de la primera vez que sentí la finitud de la

vida. Volvía de la escuela. Caminaba solo entre muros de piedra seca

que delimitaban la vieja cañada real. Habíamos leído ese día las coplas

que Jorge Manrique había escrito tras la muerte de su padre. Me

conmovió enormemente la imagen del mar como el final de la vida y

como espacio infinito, ilimitado. Y también la imagen del paso de los

días como agua que se precipita inapelablemente por arroyos

pedregosos. Entonces aún no conocía el mar. Ni la muerte.

Page 197: Dias de paso

20 de octubre

Hay tantos enfermos que la organización del lazareto en la iglesia del

hospicio comienza a ser conflictiva. Cada vez hay que albergar más

enfermos y cada vez hay menos medios y personas que las atiendan. Se

han pedido refuerzos a otros regimientos de milicias de la isla. Incluso se

suplica por la presencia voluntaria de algún médico, pero hasta hoy

nadie se ha presentado en la ciudad. Se agotan las esperanzas. Mientras,

mueren cada vez más enfermos. Hoy han sido seis.

Los muertos son enterrados en el camposanto pero sin misa y velatorio

alguno. Se avisa siempre a sus familiares del fallecimiento pero no

pueden asistir porque están en cuarentena. El paisaje de Lucena se llena

de rostros que buscan tras los cristales de las ventanas el paso del carro

mortuorio para dedicarles un último y postrero adiós.

No sé si será cierto porque creo que la frontera entre la realidad y la

ficción ahora mismo es muy borrosa. Al menos en Lucena. En la reunión

de esta noche de la Junta un voluntario contó que él y otro joven vieron a

una niña que esperaba, tras el ventanal de su casa, el paso del carro con

los muertos porque sabía que allí iba su hermano. Cuando finalmente el

carro pasó, acercó su cara a la ventana y echó el vaho en el cristal para

escribir su nombre y el de su hermano en él. A los pocos segundos el

vaho desapareció, los nombres se borraron, pero la chica aún permanecía

de pie tras el cristal buscando desesperadamente la imagen del carro que

había desaparecido con el cuerpo de su hermano tras doblar una esquina.

Page 198: Dias de paso

21 de octubre

La zozobra inicial ha dado paso a la miseria, la indignación y la

violencia. La casa de Matías Ariñez, que abandonó Lucena con su

familia el día antes de acordonar el regimiento la ciudad, amaneció sin

las puertas y ventanas de la planta baja. Las encontraron calcinadas junto

a varios enseres y muebles de la casa en una pira que ardió durante la

noche en una huerta cercana. La casa del alcalde, igualmente

desaparecido, sufrió un conato de incendio que gracias a la rápida

intervención de sus vecinos, fue ahogado antes de tener que lamentar

daños irreparables. En el cuartel hay dos jóvenes que fueron

sorprendidos mientras robaban comida en la única tienda que aún

comercia en la ciudad. Ambos justificaron su acto por la desesperada

necesidad de alimentos. Tenemos hambre, alegaban como única y

previsible defensa. En el sobrado de la vivienda donde se localiza el

comercio aún guardan millo, trigo, cebada, miel, frutas pasadas,

salazones, papas, vino y legumbres. Cuando llegó a sus oídos la

existencia de tales despensas, no se lo pensaron.

En sus ojos no solo había hambre. También había ira. Los precios de

los productos que se pueden comprar en ese comercio no están al

alcance de cualquiera. Ernesto, al oír el arrepentimiento de los detenidos,

le sugiere al sargento del Regimiento que los ponga en libertad y sin

cargos a cambio de que trabajen para la Junta hasta que termine la

epidemia. El día que no se presenten, él mismo los denunciará. De igual

manera le propone al sargento ir a hablar con el comerciante para

plantearle que o pone los precios que tenían los productos el día antes de

la declaración de la epidemia o se le confisca toda la venta. El sargento,

sorprendentemente, acepta todas las propuestas. Incluso se atreve a

Page 199: Dias de paso

añadir que se podría realizar una colecta para recaudar dinero y

alimentos y así enfriar la tensión que se vive estos días en Lucena.

Siempre oí decir a mi padre que hay que odiar el delito y compadecer al

delincuente, me dijo Ernesto en la reunión de la noche cuando le

comenté lo acertado de su decisión. Es una manera de honrar su

recuerdo, dijo emocionado.

Ernesto y el sargento han decidido garantizar el reparto diario de

raciones de pan y carne a las gentes que no tengan qué comer. Podremos

morir de fiebre, argumentó el sargento, pero mientras dure el

aislamiento, en Lucena nadie morirá de hambre.

Unos vecinos, antes de finalizar la reunión, plantearon la necesidad de

clavetear balcones y ventanas así como poner candados a todas las

puertas de las casas abandonadas. Otros ciudadanos se han propuesto

para hacer rondas nocturnas y así evitar que se vuelvan a repetir los

saqueos.

Esta tarde, en la reunión, un voluntario ha comentado jocosamente que

más que una pequeña junta municipal a veces parecemos las cortes

constituyentes. Y todos nos hemos reído de lo lindo con su ocurrencia.

Page 200: Dias de paso

24 de octubre

¡Ocho!... y a tenor del número de enfermos en estado grave que hay en

el lazareto, los próximos días serán terribles. Pavorosos.

No solo se contagia la enfermedad. Empieza a ser muy preocupante

también el contagio del pesimismo entre los vecinos ante el temor de

que esta epidemia no tenga fin. El ánimo de muchos ciudadanos, sobre

todo de aquellos que prestan una ayuda inestimada comienza a decaer.

Se les ve cada vez más cansados, desilusionados, atribulados.

Page 201: Dias de paso

25 de octubre

Si vivir en una isla produce sensación de encierro, Lucena recrudece esa

impresión pues toda la ciudad es ahora mismo una prisión fría, húmeda y

vacía.

Page 202: Dias de paso

28 de octubre

Era humilde, modesto, y caritativo no por oficio sino por naturaleza. Tan

pronto estaba junto a un moribundo, en su lecho, consolándolo en su

agonía, como encabezando las decisiones que debía tomar la Junta.

Asumió sin dudarlo el reto de atender a los enfermos y a la vez dar

respuesta al dolor y al desconcierto del espíritu. Durante la epidemia no

conoció la pausa. A partir de hoy, el párroco, junto a siete enfermos más,

disfrutará del merecido descanso eterno.

Page 203: Dias de paso

29 de octubre

¡Qué rápido ha sido el obispado! Ya hay nuevo párroco interino. Era el

presbítero que auxiliaba al beneficiado en la parroquia. De aspecto

adusto, seco, severo, su rostro es incapaz de expresar simpatía y lleva

siempre un rictus en la boca como si ocultara un dolor físico oculto e

insoportable. Se ha presentado en el lazareto y ha dado un pequeño

sermón a los enfermos allí presentes. Les habló del valor de la

misericordia a través del arrepentimiento, del deber de los cristianos de

acercarse a Dios, especialmente cuando la muerte nos acecha, mediante

el perdón. Cuando terminó todos tenían una mezcla en sus rostros de

indignación y de congoja. Les ha fulminado las pocas esperanzas que

quizá les quedaban de sobrevivir.

Hoy ha sucedido un hecho insólito. Pensaba en un principio que era

algo propio del clima de Lucena. Me han comentado luego que sí, pero

nunca antes habían visto una calígine tan intensa. El día amaneció

fresco, nublado y con una ligera llovizna que hacía presagiar un día gris

y desapacible. Sin embargo, al mediodía, Lucena e imagino que toda la

comarca e incluso toda la isla, quedó sepultada por una espesa calima

que redujo tanto la visibilidad que hasta las montañas que rodean la

ciudad se esfumaron de nuestra visión. El paisaje ha quedado reducido a

un sol velado cuya luz parece no poder tocar las casas, los cultivos, las

montañas, de modo que todo parece lejano e irreal. El aire es espeso,

duro y seco y hace un calor horroroso para la altura del año en la que

estamos. Con estas condiciones de temperatura, la ausencia de frío y

lluvias que purifiquen el ambiente, se complica mucho el control y

erradicación de la epidemia.

Page 204: Dias de paso

30 de octubre

Temía que la muerte del párroco significara la defunción de la esperanza

en esta ciudad. Sin embargo, ha tenido un efecto inesperado, contrario,

como si la gente pensara, ya que vamos a morir, muramos ayudando. Su

muerte ha despertado unos sentimientos de solidaridad y una valentía

que son más fuertes que el miedo colectivo a la muerte. Hay nuevos

ayudantes en el lazareto. Reconozco entre los nuevos voluntarios a la

madre y a un hermano del arquitecto. Muchos vecinos se apuntan a la

limpieza de las calles de la ciudad. Incluso algunos hacendados han

ofrecido dinero para ayudar a la atención de enfermos y alimentar a

quienes no tengan nada que comer.

Me sorprende gratamente la capacidad que tienen muchos ciudadanos

de Lucena no solo de soportar y adaptarse al dolor, sino la fuerza con la

que se sobreponen y continúan con su vida.

Page 205: Dias de paso

31 de octubre

Si los aspectos higiénicos de la ciudad y la salud de los enfermos están

ahora mismo sobradamente cubiertos con los nuevos voluntarios, el

auxilio espiritual peligra. El nuevo párroco ha enfermado.

Al mediodía, mientras regresaba del lazareto a casa de Ernesto para

almorzar, un sonido extraño e inquietante ha comenzado a oírse. Luego,

en la habitación he vuelto a oír el sonido pero de forma más intensa. He

salido al corredor, he mirado al cielo y he visto un enjambre enorme. Era

tan grande y tan denso que parecía más una nube que se interponía entre

la tierra y el sol, oscureciendo de forma considerable la tarde. Son miles,

millones de cigarrones que el viento seco y terroso de estos días ha

traído del desierto africano, cuyo límite occidental está muy cerca de las

islas. Algunos cigarrones, extenuados, caen al suelo, lo que me ha

permitido recoger un ejemplar para dibujarlo con posterioridad en mi

cuaderno. El insecto, similar a un saltamontes, es más grande que

cualquiera de mis dedos y tiene un hermoso color rojo anaranjado.

Ernesto se me acercó y mientras lo observaba me indicó que cambian de

color a medida que van devorando y arrasando los campos y las

cosechas sobre las que se posan. Me dice que en tan solo unas horas

pueden comerse toda la producción del año. Si no se van en unos días,

temo por las próximas cosechas de papas y hortalizas, al igual que los

frutales y los brotes tiernos de trigo y otros cereales. Mal momento para

una plaga de langostas, maldijo mientras se retiraba mascullando a viva

voz la mala suerte que nos persigue. A perro flaco...

Ahora, mientras dibujo el cigarrón, observo que el ejemplar muerto

aparte de sus dos pares de alas, unas patas traseras increíblemente largas

y unas antenas igualmente sorprendentes, tiene una mandíbula potente

Page 206: Dias de paso

que, imagino, le permitirá devorar hierbas y hojas con la intensidad que

me indicó esta tarde Ernesto. Inés, al verme recogiendo varios

cigarrones del suelo del patio me sugirió que asadas y con sal son

increíblemente sabrosas. Aunque me propuso prepararlas para cenar, he

rechazado su invitación. Me parece poco afortunado alimentarme con lo

que puede ser una desgracia para los demás.

Page 207: Dias de paso

1 de noviembre

La parroquia se traslada fuera de Lucena, a un pequeño caserío cercano a

la ciudad. Era una petición de los feligreses que viven fuera de la ciudad

y que se comentó en la última reunión de ayer.

Ha vuelto a sobrevolar Lucena una columna de cigarrones con su

murmullo continuo y confuso. Se ha cubierto el cielo como si de un

tímido eclipse se tratara. Si la imagen de los cigarrones volando todos

juntos es estremecedora, el sonido del enjambre mientras vuela es

sobrecogedor.

Page 208: Dias de paso

2 de noviembre

Anselmo, el joven agricultor que ha visto como su iniciativa ha quedado

interrumpida por la epidemia, comenta los estragos que está causando la

plaga de cigarrones en los campos. Ha arrasado todas las simientes y los

brotes tiernos de las hortalizas más tempranas, dice. Nadie había visto

antes una plaga tan devastadora. Nunca, jura. El paisaje es apocalíptico,

cuenta, dentro y fuera de Lucena.

Un hombre en la explanada que está delante de la iglesia clama al cielo

y pregunta sollozando y en voz alta, qué hemos hecho, por qué este

azote. Al no recibir respuesta, me mira luego a mí y me pregunta qué

está pasando en esta isla, pero qué hemos hecho nosotros, se pregunta

mientras espera de mí una respuesta convincente y clarificadora. No

tengo ni idea, le respondo con sinceridad. El hombre, desolado, ha

doblado sus rodillas y se ha postrado desconsolado en el suelo.

Page 209: Dias de paso

3 de noviembre

Cuando parece que la epidemia comienza a desaparecer o al menos a

calmarse, se recrudece con una crueldad inesperada: en una sola tarde la

muerte se ha llevado a cuatro enfermos que parecían mejorar. Es mejor

no hacerse ilusiones, no tener expectativas de mejoría inmediata, porque

cuando no se cumplen la decepción golpea al ánimo con contundencia.

Hay que vivir día a día. No hay otra estrategia posible. Si no, sería

insoportable la existencia en esta prisión provisional que se llama

Lucena.

Page 210: Dias de paso

5 de noviembre

La situación es dramática dentro y fuera de Lucena. La epidemia mata

en la ciudad y la plaga de cigarrones devora sin contemplación las

cosechas de hortalizas, frutales y hasta los recientes prados que hay

fuera de ella. La desolación es total. Hoy en la reunión matutina de la

Junta han comentado que en los altos de Lucena se está organizando una

peregrinación masiva de pastores, pequeños agricultores y gentes sin

tierra. Están decididos a bajar y a entrar en la ciudad para pedir a la

patrona que se apiade de ellos y obre un milagro que acabe con esta

plaga dañina y con su angustia insoportable. Tan decididos están que

mañana al mediodía se concentrarán en una montaña para de allí bajar

todos juntos hacia Lucena. Al oír esta información nadie habló en la

Junta. Durante unos segundos sólo hubo caras y gestos de preocupación.

Si esa peregrinación entrara en Lucena y prendiera el contagio entre la

gente de los altos, consiguió decir un vecino, la situación entonces se

tornaría incontrolable. Toda la isla estaría en peligro. Además, ha

añadido otro vecino, si han decidido entrar en Lucena, entrarán. Ya

saben lo obstinados que son, ha dicho dirigiendo sus palabras a Ernesto

que permanecía en silencio, acodado en la mesa y con las manos

entrelazadas junto a su boca. Al parecer, estas gentes de los altos tienen

fama de empecinados. Ernesto decidió abandonar la reunión

momentáneamente para, según comentó, ir a buscar al sargento del

Regimiento y traerlo hasta la Junta para abordar conjuntamente este

problema.

Mientras Ernesto estuvo ausente de la reunión, varios vecinos

comenzaron a contar anécdotas de estas gentes. Pude oír entonces como

hace unos años los campesinos de los altos de Lucena, cansados de

esperar los repartos prometidos del monte ocuparon a su libre albedrío

Page 211: Dias de paso

varias fanegas de monte, quemándolo y roturándolo durante varias

noches. La Real Audiencia investigó los sucesos hasta que finalmente se

supo quiénes habían liderado esta rebelión. El alcalde de Lucena y el

alguacil real fueron obligados por el corregidor a hacer efectiva la

sentencia que declaraba culpables del delito de usurpación de tierras a

los acusados y les exigía el inmediato abandono de las mismas y el pago

de una considerable cantidad de dinero en concepto de multa que

obviamente fueron incapaces de pagar. Enterados los campesinos de la

sentencia, bajaron una noche a Lucena, acompañados de varios cientos

de hombres y mujeres, y entre pitadas, trabucos, palos y gritos

advirtieron tanto al alcalde como al alguacil no solo que no pensaban

pagar multa alguna sino que si volvían a entrometerse en los asuntos del

monte, no dudarían en hacer con sus casas lo que habían hecho

anteriormente con los árboles. Lo que suceda en los altos, sentenciaron

antes de marcharse, solo a nosotros nos concierne.

Cuando Ernesto y el sargento regresaron a la reunión, comunicaron que

ya habían tomado una decisión. Si el deseo de estas gentes es llegar

hasta la iglesia, comentó el sargento tomando asiento, no se lo

impediremos. Bastantes problemas tenemos ya con la epidemia, dijo,

como para tener que combatir encima una insurrección. Lo realmente

importante, expuso repasando con su vista a los asistentes a la Junta, es

controlar a esa muchedumbre por las calles de Lucena. El sargento

desgranó la propuesta que habían pergeñado él y Ernesto. Primero, dijo,

esperaremos a esas gentes en el punto de control de Las Barreras. Allí,

antes de entrar a Lucena, se les obligará a avanzar siempre entre los

soldados que el Regimiento destinará para acompañarlos. Para evitar

contagios indeseados, concretó, varios soldados les precederán haciendo

sonar sus cajas de guerra. De esta manera, el fragor de la percusión

avisará a los vecinos del avance de estas gentes hacia la iglesia. Otros se

encargarán de la vigilancia exterior de la marcha. Su función será la de

evitar cualquier contacto entre los campesinos de los altos y los

ciudadanos de Lucena. Terminada la misa en la iglesia, regresarán por la

calle de La Mina, que es en definitiva el mismo camino por el que

Page 212: Dias de paso

bajaron, puntualizó. Por supuesto, seguirán acompañados por los

soldados del Regimiento hasta el punto de control de salida. Luego, a

partir de ahí ya serán libres para ir adonde quieran, concluyó el sargento.

Salimos de la Junta con las sombras de la noche avanzando por Lucena

como lo hacen las olas en una playa de arena. Todo apunta a que mañana

será una jornada larga y especial.

Page 213: Dias de paso

6 de noviembre

El día despertó con una multitud de hogueras encendidas en las

montañas que rodean Lucena y bajo un cielo que aunque gris y

desapacible delataba al fin la ausencia de calima.

Todo ocurrió tal y como se había previsto. El lento aluvión de

campesinos llegó antes de lo previsto, justo después del mediodía. Yo

esperé en la plaza, a la sombra de un álamo que agitaba sus hojas por el

soplo suave de una brisa que acababa de levantarse. Las puertas de la

iglesia, custodiadas por soldados, estaban abiertas aunque en las naves

aún no había nadie debido a la prohibición que habían hecho cumplir los

soldados del Regimiento. Solo estaban un presbítero y unos vecinos que

propuestos por la Junta habían aceptado colaborar limpiando y

preparando el interior. La expectación era grande en la ciudad, sobre

todo cuando se oyó por vez primera el redoble lejano y previsto de los

tambores. Era la señal. Tras el sonido de los tambores, aparecieron calle

abajo los soldados que hacían tronar las cajas de guerra y tras ellos el

gentío de los altos. Venían flanqueados por varios soldados y

voluntarios. La obsesión del sargento y de Ernesto era impedir a toda

costa el contacto entre los ciudadanos de Lucena y la peregrinación.

Cuando todos llegaron al amplio espacio que se extiende entre la iglesia

y la alameda, los tambores se callaron. Entonces pude observar

detenidamente a los hombres que encabezaban el grupo. Todos llevaban

nagüetas y camisas blancas, fajín y sombrero de fieltro negro de copa

baja y redondeada. Algunos portaban chaleco liso mientras que los más

pobres solo exhibían un camisón largo amarrado a la cintura por un fajín

y sombreros raídos. Detrás iban los niños y las mujeres, que ocultaban

su rostro en la mantilla y quién sabe si también el rubor de llevar tan

desafortunada existencia. Los niños tienen cabellos mugrientos y van

Page 214: Dias de paso

descalzos. La gran mayoría exhibía una delgadez insultante. Muchos,

vestidos solo con camisones que en algún momento tuvieron que ser

blancos, jugaban entre ellos evidenciando que la infancia desconoce las

tragedias que viven los mayores.

Todos decidieron entrar cuando vieron que los más adelantados se

quitaban sus sombreros y subían las gradas de acceso a la iglesia. El

resto de hombres los imitaron y comenzaron también a subir rodeados

no solo por los soldados que esperaron fuera, sino por un silencio

espeso, casi tangible. Cuando finalmente entraron todos, las puertas se

cerraron.

Unas horas después volvieron a abrirse. Todos salieron en desorden,

cabizbajos y con miradas que no reparaban en la numerosa población

que los esperaba. Era como si nosotros, las casas, las calles, toda Lucena

no existiera o no les importara. Subieron por donde habían bajado, por la

calle de la Mina, entre las miradas compasivas de los vecinos, muchos

de los cuales para no perderse el acontecimiento se subieron sin dudarlo

a los tejados envejecidos o se asomaban a los balcones que durante la

epidemia habían permanecido cerrados. Unos los despedían con palabras

afectuosas, otros con gestos de ánimo. Otros intentaban darles su apoyo,

pero lloraban contagiados por la pena.

La tarde trajo un silencio inédito a la ciudad. Lucena estaba

sobrecogida. Un hombre comenta en la Junta que al menos la epidemia

es pasajera, en cambio su desgracia, no. Hay desgracias que son

perennes, confirma Ernesto. Un soldado del cuartel relata entre sollozos

que sus padres iban en el grupo. No deseaba otra cosa que abrazarles

cuando los descubrió entre el gentío. Este infortunio que vivimos no lo

olvidaremos nunca, comentó un vecino con gesto consternado mientras

le sacudía fraternalmente la cabeza al joven soldado tratando de

consolarlo.

Mientras, la epidemia seguía su curso matando hoy a dos hermanas

mellizas. Al menos, el destino, en este caso, ha sido benévolo. Ninguna

tendrá que llorar jamás la ausencia de la otra.

Page 215: Dias de paso

Antes de cenar, estuve tumbado un rato en el jergón sin poder olvidar

los rostros de esos hombres y mujeres. Caras anónimas endurecidas por

la tristeza y la soledad que depara una vida llevada siempre con

urgencia, rostros que nos cuentan historias tristes e inquietantes, que nos

hablan del desasosiego y la desolación. Esa tristeza da miedo, impone

por su mutismo insondable, por sus miradas perdidas. Seres vivos que

parecen muertos en vida por un destino que solo les depara hambre,

pobreza, ignorancia, superstición y desesperanza.

Page 216: Dias de paso

7 de noviembre

La ciudad despertó abatida al igual que el espíritu de sus ciudadanos,

golpeado una y mil veces por las contrariedades de la vida. La reunión

de la mañana en la Junta parecía un velatorio, una conjunción de

silencios individuales, de hombres cariacontecidos y de espíritus

rendidos. Hasta que llegó Ernesto. Tiene la facultad de alegrar a todo

aquel que esté abatido. Le incomodan los ambientes entristecidos, las

caras largas, y sobre todo cuando se trata de criaturas humilladas por el

destino. Se desvive por levantarles el ánimo creando simplemente con la

fuerza de su presencia un ambiente de sincera y agradable cordialidad.

Al calor de Ernesto, todos somos capaces de sacar a relucir la parte más

alegre de nuestro espíritu. Definitivamente, es de los hombres

necesarios, de los imprescindibles. Me pregunto qué hubiese sido de

Lucena sin la existencia, en este momento crucial, de personas como

Ernesto.

Page 217: Dias de paso

8 de noviembre

El lazareto comienza a desbordarse de enfermos. A este ritmo, comenta

Ernesto visiblemente preocupado, en cinco o seis días se nos quedará ya

pequeño. Un voluntario sugiere el traslado del lazareto a la iglesia

parroquial, ahora que no hay función alguna, propone. Ernesto lo valora

en un principio para luego desestimar la idea. El traslado de los

enfermos a parte de ser ahora un inconveniente puede ser una

imprudencia, responde.

Dentro, el olor es intenso a pesar de la buena ventilación que le

proporciona la apertura de las puertas que dan a la calle y al patio

interior. El olor acre por la concentración de enfermos rápidamente flota

en la nave como lo hace la niebla en las mañanas de invierno. La

organización del lazareto es simple: los hombres a un lado y las mujeres

a otro, separados ambos por un amplio cañizo. Más que la visión de los

enfermos, lo realmente estremecedor son los lamentos, suspiros,

quejidos, sollozos, plegarias y gritos cuando el dolor ya se hace

insostenible. Es una trágica sinfonía de ahogos y de angustia. Un

irresistible suplicio acústico. El paisaje interior es horroroso, sobre todo

cuando la vista se dirige hacia los que agonizan, retorcidos de dolor,

encogidos como fetos en el viaje inverso de la vida, llorando muchos

ante la irremediable cuenta atrás en que se convierten sus días, sus horas,

sus ardientes minutos. Todos presentan una delgadez extrema, con el

cuenco de los ojos sombrío, los brazos y los pies huesudos, como si

fuera imposible asegurar que varios días antes allí hubo una masa

muscular y una carne sustanciosa.

Los ayudantes cada vez están más cansados y desilusionados. Su

encomiable esfuerzo no ha servido para nada, dicen sin importarles que

los enfermos que aún permanecen conscientes les escuchen. Todos

Page 218: Dias de paso

tienen una imagen de abandono y cansancio que impacta tanto como la

visión de los enfermos moribundos. Muchos están flacos, pálidos,

ojerosos, marcados por un cerco sombrío de extenuación e impotencia

alrededor de la mirada.

El lazareto es el paisaje del dolor humano, del sufrimiento intenso y de

la desolación más insoportable.

Page 219: Dias de paso

12 de noviembre

Ha muerto el párroco interino que sustituyó al beneficiado.

Corre el rumor que algunos vecinos del barrio alto, ante la perspectiva

de una muerte segura, se dedican al cultivo intenso del placer. Otros, en

cambio, con la complicidad de algunos soldados, introducen alimentos y

materiales en Lucena que luego venden a precios desorbitantes. Distintas

respuestas ante una misma perspectiva sombría.

Page 220: Dias de paso

13 de noviembre

Se suicida un hombre que vivía solo y que según los vecinos se había

aislado en su vivienda hasta tal extremo que había claveteado su puerta y

ventanas por el interior. Al infierno debería ir, exclama un vecino en la

Junta sin esconder su indignación por el suceso. A veces el infierno es

no poder morir, le responde Ernesto con gesto cansado.

Page 221: Dias de paso

14 de noviembre

Desde la madrugada llueve con intensidad. Las lluvias limpian el aire de

Lucena, encharcan la alameda y hacen nacer esporádicos riachuelos por

las calles terrosas de la ciudad. En los campos se recibe la lluvia con una

alegría inusitada, indecible, comentan en la Junta. La lluvia ahoga a los

cigarrones, anuncian algunos entre abrazos de esperanza.

El soldado cuyos padres iban entre los campesinos ha entrado

totalmente empapado a la reunión con una sonrisa impecable. La patrona

los ha escuchado, repite con una euforia que contagia a todos. De la

casaca empapada que lleva colgada en el antebrazo saca una botella de

aguardiente. Nos convida a todos. Como no tenemos vasos, vamos

bebiendo, sin pegar la boca sugieren algunos con razón. Hay que evitar

cualquier posibilidad de contagio dicen precavidos antes de abrazarse a

la botella para celebrar la felicidad que ha traído la lluvia.

Page 222: Dias de paso

15 de noviembre

Me resultó extraño no encontrármelos durante el desayuno. Ni a él ni a

ella. Luego, Ernesto faltó a la reunión matutina de la Junta. Cuando nos

encontramos a media mañana en el lazareto, Ernesto exhibía una inusual

inquietud y silencio. Inés está en el pabellón de observación, me

comentó en un retiro. Tiene los síntomas previos, me dijo nervioso y

azorado. Cansancio, inapetencia y dolor general, me responde a la

pregunta de cuáles. Trato de calmarle. Primero le digo algo que él ya

sabe: esos síntomas no siempre se corresponden con la epidemia. Y si

finalmente enfermara, le recuerdo que muchos consiguen superar la

enfermedad y sanar. Hay casos de fiebres que no evolucionan hacia la

fase mortal. Para que crea lo que le digo, señalo a dos jóvenes que tras

vencer a las fiebres juegan a las cartas en un catre. Paciencia, Ernesto, le

ruego. Hay que esperar a ver qué pasa estos días.

Durante el ingreso de Inés en el pabellón de observación, Ernesto no

asistirá a las reuniones de la Junta. No quiero ni imaginar qué pasaría

por su cabeza si Inés finalmente enfermara.

Page 223: Dias de paso

17 de noviembre

Las últimas lluvias caídas han devuelto el cielo limpio a Lucena. Según

cuentan algunos ciudadanos que se dejan ver aún por las calles, la lluvia

no ha eliminado del todo la plaga de langosta pero la ha reducido a una

dimensión controlable. Solo falta que la remate un inverno bien frío. La

alegría visita los campos de Lucena. ¿Cuándo lo hará con nosotros?

El cielo vira hacia una oscuridad rojiza. Pronto llega la noche y la

visión del cometa, que vuelve a lucir en el cielo limpio y transparente

que traen estas frías noches de noviembre.

Page 224: Dias de paso

18 de noviembre

Han trasladado a Inés al lazareto. Empieza a arder por las fiebres. Tiene

mucha sed y náuseas. Ernesto ha pasado de mostrarse fuerte y valiente a

evidenciar un inusitado miedo y temor.

Page 225: Dias de paso

20 de noviembre

La muerte extiende sus brazos descarnados y parece aferrarse a Lucena.

Hoy han muerto nueve personas. Nunca han muerto tantos durante la

epidemia y a tenor de lo comentado por el sacristán mientras apuntaba

en el censo los difuntos recientes, es posible que nunca hayan muerto en

un solo día tantas personas en Lucena desde su fundación.

Ernesto no se separa de Inés. Ni un instante.

Page 226: Dias de paso

22 de noviembre

La epidemia se comporta con una previsibilidad exquisita. Tal como se

esperaba, hoy han desaparecido las fiebres que aquejaban a Inés. Ahora

vienen veinticuatro horas decisivas. Si regresan, Inés habrá entrado en la

fase más agresiva. Si no, es bastante probable que la enfermedad la haya

abandonado. Ernesto permanecerá toda la noche junto a ella.

Page 227: Dias de paso

23 de noviembre

He visitado a Inés en el lazareto tras la junta de la mañana. Su cara, a

pesar del agotamiento y del marchamo que imprimen siempre las fiebres

altas, continúa mostrando esa sonrisa tan dulce, tan humana, tan tierna

que le caracteriza. Paradójicamente ella, que es la enferma, muestra más

serenidad que Ernesto.

Page 228: Dias de paso

24 de noviembre

La fatalidad ha vuelto a mostrarnos sus fauces. Han reaparecido las

fiebres en Inés. Y con una virulencia si no inesperada, sí al menos

indeseada. Ernesto me encarga el cuidado de los niños.

Page 229: Dias de paso

25 de noviembre

¿Qué piensan aquellos que de forma consciente saben que con un poco

de suerte les resta unas semanas de vida? ¿Aceptamos la muerte como

parte inevitable de la vida? ¿Cómo soportamos la incertidumbre que

genera saber que la frontera entre la vida y la muerte está cerca, a tan

solo unos días? ¿Si tenemos fe, entonces por qué existe este atávico

miedo a la muerte? ¿O acaso es la fe una forma de contrarrestar la

existencia primera e imborrable del miedo?

Page 230: Dias de paso

27 de noviembre

El tiempo para los sanos pasa lento mientras que los que sufren tienen la

impresión contraria. Para ellos el tiempo se precipita con una rapidez

exasperante.

Page 231: Dias de paso

28 de noviembre

Inés empeora. Cada vez arde más en fiebres. Sus miembros enflaquecen.

Las hemorragias se hacen más frecuentes al igual que los vómitos, cada

vez más ennegrecidos, más oscuros, anunciando quizás el color

inevitable de su porvenir. Ya ha tenido varias pérdidas momentáneas del

conocimiento que Ernesto, siempre a su lado, ha intentado sobrellevar

como buenamente puede pues los delirios instantáneos de Inés le llevan

a decir cosas sin sentido. Ernesto se encarga día y noche de ella. Le lleva

ungüentos de cera, aceites y sebos, agua para saciar la sed, tisanas de

marrubio y poleo para calmar el dolor abdominal y emplastos que coloca

una y otra vez en su frente con la intención de domar las fiebres. Le

sorprende que a pesar de los dolores, de la fiebre y de las alucinaciones,

su pulso esté tan pausado. Me consuela enormemente, me comenta,

porque pienso que no sufre.

Ernesto es de espíritu fuerte y resistente, como pocos, pero ya comienza

a estar cansado. Está demacrado y las ropas le quedan un poco holgadas.

Adelgaza por días. Varios voluntarios me han dicho que apenas come y

duerme menos aún. Parece un ciprés solitario: alto, delgado y triste.

Page 232: Dias de paso

1 de diciembre

Los gritos de Inés parecían los quejidos de un animal durante un

sacrificio. Al verla doblada en el jergón, con las manos sobre el

abdomen, encogida por un dolor insoportable, era como asistir a la

tortura de alguien a quien le hubiesen clavado un cuchillo en el vientre y

se lo retorcieran, aún dentro, a la vez con rabia y torpeza. Nunca antes

había oído a nadie llorar y gritar de esa manera, con tanta desesperación.

El lazareto se llenó de alaridos, de sollozos, de brutalidad, de desgarro.

He salido consternado, con ganas no a llorar sino a golpear los muros,

las paredes, derrotar a golpes esta epidemia que destroza sin

contemplaciones la vida en la ciudad. Pero no he podido. No porque me

avergonzara al pensar lo estúpido que sería adoptar esa actitud, sino

porque desde una ventana que se asoma a la calle ha emergido el llanto

de un recién nacido. Al oír el nacimiento de un bebé en medio de tanta

muerte, de tanta destrucción, uno toma conciencia del valor inmenso que

tiene la vida. Luego no he podido continuar. Estaba tan emocionado que

me he sentado en el suelo y me he puesto a llorar desconsoladamente.

Después, al cabo de un rato y tras recorrer las calles vacías de Lucena,

he llegado a la casa con las lágrimas aún asomando al balcón sombrío de

mis ojos.

En el algún momento de un día inesperado, esta terrible epidemia se

acabará. No sabemos cuándo, pero sí sabemos que algún día nos

levantaremos y sin aún saberlo, la epidemia habrá muerto, quizás

devorada por su propio apetito, o quizás no esté porque ha decidido

viajar a otro lugar con su equipaje de muerte y desolación. Pero mientras

esté, es un acto increíblemente hermoso oír cómo la vida renace entre

tanto miedo y temor.

Page 233: Dias de paso

2 de diciembre

La muerte sigue su incontenible escalada. Hoy ha muerto un matrimonio

y su hijo que era su única descendencia.

Inés está moribunda. Ernesto rechaza cualquier auxilio. Solo vive para

ella.

Hoy he escrito muy poco. No tengo fuerzas ni ánimo para escribir más.

Page 234: Dias de paso

3 de diciembre

Hay escenas que conmueven de tal manera que una vez las contemplas

sabes que no las olvidarás nunca. Jamás. Hoy, cuando el sol alcanzó su

cenit, murió Inés. Ernesto estaba junto a ella, como cada día desde que

enfermó, tratando de aplacar de forma inútil su dolor. Cuando su cuerpo

paró repentinamente de convulsionar y cesó el delirio en el que estaba

sumida desde ayer, todos supimos que había muerto. Ernesto se abrazó a

ella, de lado, con suavidad. La rodeó con su brazo y con su pie

izquierdo. Nadie se atrevió a separarlos. Cuando terminaron de

amortajar los otros cuerpos, hoy han muerto cuatro personas más,

Ernesto comprendió que era el turno del cuerpo inerte de Inés. Entonces,

se levantó desolado. La besó en la frente, agarró sus manos y la miró por

última vez a sus ojos. Bajó con delicadeza sus párpados e indicó con un

gesto de cabeza que ya podían proceder. ¿Qué hacer en ese momento

preciso? Nadie se acercó a Ernesto que permaneció de pie hasta que

trasladaron el cuerpo amortajado hasta el carro. Lo acompañó con una

entereza que emocionaba. No abandonó el centro de la calle hasta que el

carro no desapareció tras recorrer el último tramo visible desde Lucena.

Luego, con una serenidad inesperada, como si todo lo sucedido lo

tuviese asumido de antemano, caminó hasta donde yo estaba y me invitó

a acompañarlo a su casa. Necesito descansar, dijo con una voz apenas

perceptible. Andamos en silencio las dos calles que separan su casa del

lazareto. Él caminaba como dormido, sin reparar en el mundo exterior.

Como había pedido hace unos días que sus hijos se quedaran con sus

abuelos, encontró la casa vacía. Tan pronto entramos, Ernesto no solo

comenzó a llorar. Parecía aullar de dolor. Se derrumbó. Déjame, ahora

déjame, me dijo. La imagen de Ernesto acodado en la mesa llorando es

de una desolación insoportable.

Page 235: Dias de paso

Hoy me he acordado de que cuando mi madre murió, mi padre no

estaba en casa. Había ido a buscar al párroco con el deseo de que al

menos recibiera el último consuelo aún estando moribunda. Cuando

llegó y le dijeron que mi madre había muerto, nos buscó a todos y nos

abrazó uno a uno de una manera tan cálida, tan afectuosa que aún siento

que ése ha sido el abrazo más intenso que he recibido jamás.

La noche es fría. En un claro del cielo, avanzada la medianoche, he

reconocido al cometa, cada vez más alejado de nosotros, como una

esperanza que se desvanece poco a poco, noche a noche, de forma

constante e inevitable.

Page 236: Dias de paso

4 de diciembre

El día después siempre es el más complicado porque es cuando surgen la

rabia y las preguntas. Hoy Ernesto ha reflejado en su rostro el desgarro

que siente por la muerte de su mujer. Los golpes de la vida hieren la fe.

Se queja a viva voz ante Dios por lo injusto e incompresible que es la

muerte. La muerte nunca tiene sentido, le he dicho, ni para el más

creyente de los hombres. Has venido en mal momento, me dice en su

paroxismo de dolor, como si quisiera darme a entender que lo tengo

difícil si pretendo consolarlo mediante palabras. No me fui. Está

deshecho. Lo acompañé en silencio. Cuando se tranquilizaba me

acercaba a él y le dedicaba un sencillo gesto afectivo. Aunque nada me

hubiese gustado más que abrazarle.

Cuando la tragedia nos golpea forma parte de nuestra naturaleza pedir

explicaciones, intentar poner algo de orden en el caos y sacar sentido de

lo que parece no tener sentido alguno. Nada para a la vida, decía don

Telesforo, el párroco de mi pueblo durante los bautizos. Nada para a la

muerte, podría decir yo hoy, y respetar así ese frágil equilibrio de

creación y destrucción, de principio y de final, que se remonta al origen

mismo de la vida.

Page 237: Dias de paso

5 de diciembre

Ernesto tiene mal aspecto. Han transcurrido tan solo dos días desde la

muerte de su mujer pero su degradación física desde entonces es

preocupante. Gesticula de forma ostensible, habla solo, dando voces,

repitiendo con insistencia y furia, un discurso inconexo e ininteligible,

lleno de palabras agresivas y maldiciones malsonantes. Es como si

estuviera contra el mundo, manifestando una ira en él desconocida, una

cólera que le hace pelear hasta con su propia sombra. O contra él mismo.

El dolor por la muerte es siempre inefable, siempre incomprensible,

siempre inasumible por mucho consuelo que viertan en nosotros. Y lo

sabido por todos pero no por todos vivido: no hay amor sin dolor.

Page 238: Dias de paso

6 de diciembre

No sé si es consecuencia del ambiente de desolación pero he soñado con

mi madre. La cuñada de Ernesto, pendiente estos días de sus hijos, huele

como ella. Creo que ése fue el detonante. El sueño se limita a la visita de

mi madre a la casa de Ernesto. Al invitarle a entrar, se niega y me

sugiere que le acompañe. Quiere mostrarme el lugar donde ahora está,

dice con voz cargada de dulzura y melancolía. Sin más, me veo en el

sueño caminando en una playa de arena negra, con el cielo ardiendo por

la luz volcánica del atardecer y ella diciéndome con su natural ternura

que me tranquilice, pues es allí donde descansa desde el día que murió.

Me desperté desconcertado y luego, a medida que fui asumiendo el

sueño y la realidad, volví a llorar como lo hice cuando oí a aquel bebé

llorar en el momento de nacer.

Page 239: Dias de paso

8 de diciembre

Somos lo que somos siempre a través de las miradas de los demás.

Vivimos dentro de ellas. Si mueren aquellos que nos miran, muere algo

de nosotros también. La muerte de alguien cercano es la desaparición

definitiva de algo que nos hacía únicos, diferentes. Nacemos peculiares

y morimos vulgares, porque al final, con la muerte de nuestros

allegados, de nuestros amigos, de nuestros padres, incluso de nuestros

hijos, va muriendo aquello que nos hacía singular, distintos, únicos.

Page 240: Dias de paso

10 de diciembre

Hoy murieron a lo largo del día tres hermanos. Ayer lo había hecho otro

hermano y anteayer otro. Sus padres no sufrieron por la pérdida de sus

cinco hijos porque ya habían muerto un día antes de que comenzaran a

morir sus vástagos. En cuatro días, la muerte ha borrado por completo

una familia que tardó décadas en formarse.

Page 241: Dias de paso

12 de diciembre

Se me encogió el corazón cuando encontré a Ernesto en la cocina,

llorando, con la cabeza recogida entre sus manos, aullando de dolor. Qué

dura es la soledad, me comenta. Luego, tras calmarse un poco me

confiesa que lo peor que lleva es la noche, porque es cuando la soledad

hace más daño.

Page 242: Dias de paso

15 de diciembre

Hay tanta desconfianza en el dato que me lo he pensado mucho a la hora

de escribirlo. Sin embargo, el censo que muestra el sacristán no ofrece

equívoco alguno: el número de enfermos decae notablemente.

Comienzan a sobrar catres en el lazareto.

Page 243: Dias de paso

17 de diciembre

Nos cuenta un soldado en la Junta que la capital lleva varios días de

cuarentena final preventiva. Al oír la noticia la esperanza se ha asomado

a los ojos de todos.

El cometa es cada vez menos visible. Al igual que la epidemia.

Page 244: Dias de paso

20 de diciembre

Ernesto ha vuelto hoy a la Junta. En su presencia todos callan, como si

les contagiara con su silencio sombrío. Aquella mirada viva, brillante,

tan infantil y viva que descubrí el primer día que lo vi en el cuartel ha

desaparecido de su rostro. Su semblante durante la Junta era concentrado

y estricto. En cambio, tan pronto entra en su casa se asoman a sus ojos la

melancolía y la tristeza.

Page 245: Dias de paso

22 de diciembre

Siguen ausentes los alisios. El frío y la oscuridad, con sus cuchillos y sus

sombras, abrazan a la ciudad y sus calles. Al igual que los almendros, la

nostalgia y la melancolía también florecen con el invierno. Sin embargo,

la naturaleza sigue con sus taquicardias y sus celebraciones. La vida no

espera a nadie. Ni la muerte. Las noches comienzan a menguar y el sol

abandona su timidez de otoño para alargar su elipse irremediable. En

invierno se estremecen más que nunca las estrellas y sus luces. Durante

las noches invernales tiritan sobre los tejados las doce estrellas más

brillantes del firmamento: Sirio, Arturo, Vega, Capela, Rigel, Proción,

Betelgeuse, Altaír, Aldebarán, Antares, Espiga y Pólux. Sólo durante el

invierno el cielo nos regala una estrella cada noche.

Dicen algunos soldados que han salido de Lucena que el verde alcanza

el mar. Las laderas pedregosas y desérticas se disfrazan, con las lluvias,

de prados esporádicos. Quién pudiera tumbarse en ellos para ver pasar

las nubes y el tiempo.

Las laderas del sur de Lucena, verdes por las lluvias, están salpicadas

de rebaños que se acercan a la ciudad para pastar. Nosotros somos

rumiantes como las ovejas, pero a diferencia de éstas, nosotros no

regurgitamos alimentos, solo pensamientos.

Page 246: Dias de paso

29 de diciembre

¿Qué queda cuando todo alrededor se quiebra? ¿Qué permanece cuando

todo se desvanece? ¿Cómo volverá Lucena a ser la Lucena de antes de la

epidemia?

Page 247: Dias de paso

30 de diciembre

Hace un frío sorprendente. El Teide amanece totalmente nevado así

como las cimas de las montañas que se alzan en su base. Comentan en la

Junta que los altos de la isla despertaron igualmente nevados. El aire

corta. Este tiempo compone una auténtica estampa invernal de frío y

soledad que se ha completado con la visión lejana de Ernesto arrastrando

su soledad y tristeza por las calles de Lucena.

Page 248: Dias de paso

1 de enero

Empezamos una nueva vuelta alrededor del sol y con ella hacemos nacer

un nuevo deseo de renacer. Que este año que hoy comienza nos regale

todo lo que el año concluido nos negó. Que así sea.

Page 249: Dias de paso

3 de enero

Mientras la ciudad permanece sitiada por los soldados del Regimiento

que impiden el paso a quien quiera entrar y a quienes sueñan con salir,

los que hemos conseguido sobrevivir aislados en Lucena, asistimos al

paso nublado del viento sobre las cimas desnudas de las montañas.

Quién fuera hoy viento. O nube. ¡Qué anhelo de libertad!

Los últimos enfermos se recuperan. Otros, en cambio, no tienen suerte

y se encaminan hacia su muerte que ocurrirá de manera inevitable en los

próximos días. Hace días que en el lazareto no entran nuevos enfermos.

Page 250: Dias de paso

6 de enero

No hay ningún enfermo en Lucena que responda a los síntomas de la

fiebre amarilla. La gente empieza a impacientarse. Todos nos

preguntamos constantemente cuándo comenzará la cuarentena final. Hay

ganas de comenzar de nuevo. Empezamos a creernos que la epidemia

toca a su fin. Ernesto, que mejora su aspecto lentamente, nos anima a

perseverar con las medidas higiénicas. No nos podemos permitir que

vuelva a reproducirse la enfermedad por una imprudencia nuestra, dice

en la Junta. No lo superaríamos.

Page 251: Dias de paso

8 de enero

Hoy ha muerto el último enfermo que quedaba en el lazareto de fiebre

amarilla. Doscientos sesenta y siete muertos en total. Más de seiscientos

enfermos. Es extraño ver ese espacio ahora vacío, invadido solo por un

silencio penetrante, profundo. Su silencio natural. La Junta ha estimado

oportuno mantener todo como está. El miedo a un rebrote de la

enfermedad nos obliga a ser prudentes.

Page 252: Dias de paso

10 de enero

La Junta Municipal dirige a la Insular de Sanidad un escrito

informándole de la ausencia de muertos y enfermos en Lucena. Se pide

que manden cuanto antes un equipo médico para certificar el fin de la

epidemia. Con el jinete que sale presto de Lucena van nuestras

esperanzas. Qué emoción hemos sentido al verlo marchar.

Page 253: Dias de paso

11 de enero

Vuelven los hijos de Ernesto tras varias semanas ausentes. La casa

comienza a llenarse de nuevo con sus voces y con la alegría inherente

que lleva siempre consigo la infancia. Saben que Inés ha fallecido, pero

es como si la muerte de su madre fuese un fenómeno reversible,

temporal, como si un día de estos, ella volviera a entrar por la puerta y

todo volviera a ser normal. Es curioso porque Inés morirá realmente para

ellos el día que sean conscientes de que su madre no volverá jamás y que

la muerte es un hecho inevitable, irreversible y universal.

Page 254: Dias de paso

14 de enero

Tan pronto han llegado los médicos a Lucena han comenzado a

inspeccionar la ciudad. Han visitado el lazareto y las casas donde se tuvo

constancia de que el contagio fue más cruento. De igual forma, han

examinado a un numeroso grupo de personas que enfermaron de fiebre

amarilla y que superaron la enfermedad. Han hecho un trabajo intenso.

Hoy duermen en el cuartel. Mañana por la mañana volverán al trabajo y

por la tarde nos comunicarán a la Junta su impresión.

Page 255: Dias de paso

16 de enero

La ciudad entra en la cuarentena final. Tan fuerte ha sido la epidemia

que los médicos imponen la continuidad del aislamiento hasta el catorce

de febrero. Mientras, si la evolución es como la de las últimas semanas,

recomiendan ambos médicos antes de marchar de Lucena, debemos ir

recobrando poco a poco la normalidad. Habrá que desinfectar la ciudad

de forma minuciosa, fumigar en cualquier rincón sospechoso y limpiar

las calles con la mayor frecuencia posible. Las lluvias del invierno

ayudarán, comentó Anselmo que no oculta su impaciencia por poner en

cultivo cuanto antes las tierras que había arrendado y que aún

permanecen en barbecho. El párroco debe certificar cada dos días el

informe que redactará la Junta del estado sanitario de la ciudad y sus

habitantes para así evitar posibles falsificaciones u ocultaciones. Como

si tuviésemos ganas de volver a pasar por lo vivido estos últimos meses,

pienso.

Page 256: Dias de paso

18 de enero

El azar abre círculos que luego nosotros debemos cerrar. Envueltos en la

vorágine de los días se nos olvida con frecuencia lo que nos advierte el

poeta: la vida tiene tramos de piedra y de sal. Estos días han transcurrido

por caminos vertiginosos, que nos asomaban al abismo negro de la

muerte. Hay personas que destacan en la oscuridad con un gesto, una

palabra, un deseo. El hombre maduro que estirando la manta con

delicadeza cubre los pies desnudos de su amigo enfermo, el abrazo

hondo de un hermano que celebra los días felices que pudieron disfrutar

a pesar del final trágico que se prevé, la carta que trae el bálsamo de la

palabra esperada, la que emocionó por su inesperada llegada y por la

certera significación de su contenido. El hijo que espera junto a su madre

la muerte inevitable de ésta, devolviéndole todas las atenciones que ella

tuvo con su hijo al nacer. Estas muertes son dolorosas, pero lentas y

permiten en muchas ocasiones, cerrar los círculos que algún día, el

destino decidió abrir.

Page 257: Dias de paso

20 de enero

Llevo varias noches observando con especial insistencia el cielo,

buscando el cometa que parece haber desaparecido tras ir su trayectoria

declinando. Cada vez se alejaba más y más su rumbo de la tierra. Me

llamó la atención su silueta, por ser tan precisa y clara a nuestros ojos.

Nos acompañó, en brillante silencio, prácticamente, desde el comienzo

de la epidemia hasta su fin.

Quizás debería ir pensando yo tener el mismo destino que el cometa.

Quizás.

Page 258: Dias de paso

23 de enero

Ernesto va recuperándose anímicamente. Él también se ha contagiado de

la alegría que se extiende ahora en Lucena. Al fin y al cabo su historia

personal coincide con la colectiva: no podrá jamás olvidar lo sucedido

pero tendrá que aprender a convivir con su herida.

La ciudad trata, aún tímidamente, de recuperar su pulso normal.

Algunas tiendas vuelven a abrir pero nadie consume en ellas. Se compra

algo de los pocos productos que ofrecen y se consumen en casa.

Page 259: Dias de paso

28 de enero

La parroquia vuelve a Lucena y con nuevo párroco al frente. Tras asistir

a varias reuniones de la Junta, lo encuentro torpe, opaco, muy dubitativo.

Lo primero que ha hecho es convocar funciones y rogativas por la nueva

constitución. ¿Hay alguien ahora mismo en Lucena pendiente de lo que

se cuece en Cádiz?

Page 260: Dias de paso

31 de enero

Todos comienzan a hacer conjeturas sobre qué sucederá cuando termine

la cuarentena. Los cañones dan bombazos al aire anunciando la cuenta

atrás: cada día que sucede, un cañonazo menos, así hasta llegar al uno

que será la víspera del levantamiento del cordón de seguridad. Algunos

ya se preparan para cuando termine la epidemia. Los jornaleros

comienzan a tocar en las puertas de los propietarios de tierras buscando

trabajo que auguran inminente. Los rentistas comienzan a hacer negocio

con los préstamos que le solicitan algunos que creen que ahora es el

momento ideal para abrir ese comercio que siempre tuvieron en mente

pero que nunca se atrevieron a materializar. Las fraguas vuelven a abrir

para que muchos artesanos y jornaleros tengan sus aperos y herramientas

preparadas para la anunciada y esperada vuelta de la normalidad. Las

misas en la iglesia parroquial vuelven a reunir a todos los ciudadanos

como antes de la epidemia. Es como si la ciudad sintiera la urgencia de

no perder el tiempo. De no poder permitírselo.

Page 261: Dias de paso

3 de febrero

Con la ausencia de enfermos ya no hay trabajo. Trato de llenar tanto

tiempo disponible leyendo y paseando por la ciudad. La biblioteca me

nutre de buena lectura. Leo a Séneca, que calma mi desasosiego con

tanta eficacia como lo hacen los árboles. Ambos, libros y bosques, nos

permiten sentir cerca esa calidez y placidez que desprende siempre la

paz interior.

Para evitar igualmente la ansiedad de la espera, salgo a caminar a

diario, siempre por la noche. Caminar es también una travesía por el

silencio y un disfrute del sonido de la naturaleza que nos envuelve. Es

una forma simple y asequible de escuchar el mundo.

Page 262: Dias de paso

6 de febrero

Acompañado del síndico personero, del párroco, del sargento

provisional y de varios soldados del Regimiento, Alonso Zamora, joven

abogado de Lucena, personaje muy cercano a la figura aún ausente de

don Matías Ariñez, se presentó en la reunión vespertina de la Junta en

calidad de nuevo alcalde de la ciudad. Ante el asombro de todos, el

síndico personero leyó el nombramiento de Alonso Zamora que llevaba

estampada la firma del corregidor. De mirada torva y mandíbula

cuadrada, comenzó a preguntar por las medidas tomadas desde el

anuncio hecho por la Junta Insular de Sanidad en el que declaraba la

cuarentena final de la ciudad. Sin esperar a que Ernesto finalizara su

alegato, el nuevo alcalde anunció una serie de medidas que, aseguró,

evitarán un nuevo brote en la ciudad. A partir de hoy nuestro trabajo

finalizaba y la Junta Municipal de Sanidad dará paso a un consejo

municipal de higiene constituido por los vecinos más inteligentes y

activos de la ciudad, dijo el nuevo alcalde para asombro de todos. Este

consejo promoverá normas higiénicas que deberán ser observadas por

unos inspectores que él mismo se encargará de designar y también por la

participación de los propios vecinos. Cada uno de nosotros vigilará y

denunciará los malos hábitos de cada vecino, de todas las casas de

Lucena, advirtió señalando con sus ojos a cada uno de nosotros a pesar

del silencio que se creó tras su intervención. Especialmente, reanudó su

discurso dirigiéndose a los soldados que estaban junto a la puerta,

aquellos sectores de la ciudad que todos conocemos, matizó

irónicamente, y que se caracterizan por su abandono, suciedad y falta de

aseo diario. Mañana se publicará un bando obligando al albeo y a la

fumigación de todas las casas de esos barrios. De todas, insistió. Se

harán visitas todos los días, ordenó al sargento, y se dará parte al

Page 263: Dias de paso

Consejo de inmediato tras anotar especialmente por qué no se han

llevado a cabo las medidas obligadas. Cuando caduque la cuarentena,

Lucena volverá a lucir a los ojos de todos como una ciudad ordenada y

limpia. Cueste lo que cueste, dijo antes de levantarse y darles las gracias

a todos los miembros de la junta por su impagable labor. Lucena les

agradece su trabajo. Seguro que la historia de esta ciudad no les olvidará

jamás, vaticinó antes de abandonar el pequeño salón seguido de su

séquito.

Ernesto y el sargento provisional permanecieron charlando en el salón

cuando todos habíamos salido. Cuando luego nos encontramos en la

tasca me comentó que el sargento le había revelado que habían visto a

don Matías en un pueblo del interior de la isla. Había huido al mismo

lugar donde se cobijó toda la élite económica de la capital antes de que

acordonaran la ciudad. Ya sabes, dijo torciendo el gesto, Dios los cría y

ellos se juntan. Acuérdate de lo que voy a decirte, me dijo con severidad

interrumpiendo el trago que ya insinuaba: el señor Ariñez volverá a

Lucena desde que levanten el cordón, y como vendrá con la promesa de

contratar a jornaleros para sus tierras, aunque luego les pague una

miseria, será recibido como lo fue Jesús al entrar en Jerusalén.

Page 264: Dias de paso

8 de febrero

Las predicciones de Ernesto parece que se cumplen. El nuevo párroco lo

citó para después de la sobremesa en la sede de la parroquia. Allí le

esperaría con el alcalde. Al sugerirme si me gustaría acompañarlo,

acepté sin dudarlo. En el almuerzo me comentó que no le habían

comunicado el motivo de la convocatoria pero sospechaba que tendría

que ver con los terrenos donde habían proyectado la escuela de

capacitación. Llegamos puntuales. Nos esperaban en una pequeña sala

que estaba a la derecha del zaguán donde la luz se filtraba en ángulo

para crear un rectángulo iluminado en el suelo. Tal como le dijeron, el

nuevo alcalde allí estaba sentado, con los pies cruzados, ojeando una

publicación novedosa que provenía de la nueva imprenta que funcionaba

en la capital. El párroco no se anduvo por las ramas. Tras tomar ambos

asiento, miró a Ernesto y le comunicó que el obispado había tomado la

decisión de arrendar la finca donde había proyectado la construcción de

la escuela agrícola. No hizo falta decir a quién. La falta de liquidez de la

parroquia unida a la necesidad urgente de alimentos para paliar el

hambre que sufren más personas de las que se imaginan, dijo con voz

samaritana, explican la decisión tomada. Hay que dar trabajo y mucho

pan, se justificó el párroco buscando con sus ojos al alcalde. ¿Y usted

qué opina?, le preguntó Ernesto a Alonso Zamora sacándolo de su

cómodo silencio. Lo que beneficie a la parroquia es beneficio para

Lucena, comentó mientras cerraba la publicación. No dijo una palabra

más. Ya, se limitó a responder Ernesto volviendo a mirar al párroco.

¿Nada más?, le preguntó clavándole en sus ojos la dureza de su mirada.

Nada más, respondió el párroco con el rostro enrojecido. Antes de

abandonar la reunión Ernesto, visiblemente contrariado, felicitó al

párroco por la nueva y deslumbrante estola que había lucido en la misa

Page 265: Dias de paso

del domingo. Un momento muy oportuno para lucir nuevas y ostentosas

prendas, dijo antes de despedirse y salir de la habitación.

Page 266: Dias de paso

11 de febrero

Llegan noticias de gran calado desde Cádiz. Las cortes se preparan para

aprobar la nueva constitución. Según cuentan, el canónigo de Lucena

que es parlamentario en Cádiz sugiere al nuevo alcalde que se posicione

rápido porque la carta magna dará un poder político a los ayuntamientos

hasta ahora inimaginable. Es el momento de adelantarse para resolver de

una forma favorable los intereses de Lucena en el viejo litigio sobre las

fronteras municipales que se tiene con la aldea vecina. El nuevo alcalde

ha convocado una reunión, con personas destacadas del municipio, ha

vuelto a resaltar nada más comenzar, entre los que estaba Ernesto. Les

ha revelado que desde Cádiz le han comunicado que las propiedades

reales con la nueva constitución que se aprobará en unas semanas pasan

a ser del estado. Según explicó, el monte que esté dentro de los límites

municipales pasará a ser propiedad municipal. Del rey pasará a ser de

Lucena, dijo con teatral pedagogía. Si finalmente es así, haremos un

reparto de tierras. O una subasta, dudó. Ya habrá tiempo de decidir cuál

es la mejor fórmula, dijo. ¿Quiénes accederán al reparto?, preguntó

Ernesto. Todos aquellos que pertenezcan a la parroquia de Lucena,

respondió el párroco que parecía preparado para responder a quien

formulara ese pregunta previsible. Será el golpe certero que nos permita

ampliar los límites municipales en los altos ya que los caseríos que allí

se encuentran, en el borde mismo del monte, dijo con voz aviesa el

alcalde, se declararán miembros de la parroquia de Lucena. Y cuando

eso suceda, tendremos otro argumento más en nuestra legítima

aspiración por recaudar el diezmo que por justicia le pertenece a la

parroquia. El párroco no solo asintió sino que aplaudió tras el discurso.

Muchos lo imitaron ante el asombro de Ernesto. Los pobres tendrán

tierras, continuó el alcalde, espoleado por la aceptación que estaba

Page 267: Dias de paso

teniendo su propuesta, la parroquia aumentará el número de feligreses y

Lucena será más próspera y grande, dijo ufanamente el alcalde envuelto

en loas y aplausos.

Si eso sucede, la constitución que dará una inesperada libertad a los

hombres de esta nación, que nos permitirá ser ciudadanos libres por

primera vez en la historia, será el hacha, la sierra, el fuego y la lava que

arrase para siempre el sombrío e irrepetible bosque de Doramas.

¿Son los derechos de los hombres incompatibles con la conservación de

la naturaleza?

La ciudad está expectante ante el levantamiento mañana del cordón

sanitario. Los médicos han vuelto y han estado junto a los miembros del

comité de higiene comprobando el buen estado de los ciudadanos y de la

propia ciudad. Mañana, por fin, se levantará el cordón que durante casi

seis meses nos ha aislado del exterior. Hay ilusión, nervios, pero

también hay miedo, mucho miedo, porque la epidemia y el paisaje que

deja tras su paso será muy difícil de olvidar.

Page 268: Dias de paso

14 de febrero

Se declara el fin de la epidemia. Los soldados se retiran de sus

apostaderos y regresan al cuartel donde hacen sonar durante todo el día

los cañones. Las mujeres bailan por las calles, los hombres beben

alegremente, las parejas se besan sin disimulo y la música fluye por las

calles donde hasta hace unos días solo sonaba el paso peregrino y

solitario del viento. Ha habido festejos espontáneos en Lucena durante

todo el día y durante toda la noche. La iglesia se llenó de fieles, todas las

tascas abrieron hasta la madrugada, al igual que las casas de placer.

Lo más emocionante fue asistir al reencuentro de personas que habían

quedado separadas por la epidemia. Ver esos abrazos y besos entre los

que vuelven a encontrarse. Lo peor, en cambio, fue ver la desolación de

aquellos que tras tocar en las casas o preguntar a algún vecino,

descubren de repente que a quienes buscan con tanta ansiedad, no están.

Han muerto.

Ernesto no ha querido salir de su casa. Ha preferido estar junto a sus

hijos, leyéndoles historias para mantenerlos al margen de una

celebración que ellos ni sienten ni entienden.

Page 269: Dias de paso

15 de febrero

Día intenso de celebraciones. Hubo procesión de la patrona por todas las

calles de Lucena. No hubo rincón que no visitara. Lo nunca visto, decían

muchos. Pero está justificado, respondían otros. Lo cierto es que la

procesión la siguieron innumerables fieles, muchos de los cuales iban

descalzos por promesa. Es su peculiar forma de agradecer a su patrona

que les haya defendido ante el ataque bíblico de la epidemia. Otros

llevaban como ofrenda hermosas enramadas con los mejores productos

de sus tierras.

Por la noche hubo fuegos que casi pasan inadvertidos por el bajo cielo

nublado que se extendía sobre la ciudad, pero la gente los celebraba

como si del nombramiento de un rey se tratara.

Yo, no me he podido resistir y he vuelto a subir al pico. Quería volver a

sentir el viento húmedo que siempre peina su cima. Sin embargo, el

viento soplaba tan fuerte que he aguantado en la cima pocos minutos.

Luego he bajado a Puerto Nuevo con la intención de volver a ver el mar.

El oleaje era tan prodigioso que la orilla se había transformado en una

orla ancha y espumosa que ocultaba con sus altas olas la pequeña bahía

donde nos habíamos bañado en agosto. Al acercarme he podido ver unos

maderos carcomidos que habrá traído el temporal. Restos, quizás, de

naufragios lejanos.

Hoy he vuelto a sentir en mi interior algo parecido a la libertad.

Sigue sin registrarse enfermo alguno. Sigue el viento aullando en la

ventana.

Page 270: Dias de paso

17 de febrero

El día se levantó ventoso, desapacible, sonoro. La ventisca gemía en las

ventanas, agitaba los árboles de la huerta trasera con una furia

indescriptible y emitía un sonido bronco y profundo al estrecharse en los

callejones. Da pavor observar hoy el paisaje: los hombres protegiéndose

con sus capas del avance del viento, los árboles desdoblados, las

palmeras balanceándose como enormes péndulos invertidos que brotan

de la tierra y la hojarasca que se arremolina y revolotea por las calles

con violenta anarquía. Las ventanas se abren solas en las fachadas y las

puertas se cierran con estruendoso golpe en los pasillos. Las nubes

cruzan rápidas el cielo como lo hacen los pensamientos en nuestra

cabeza. Es como si todos los vientos conocidos se hubiesen reunido en

Lucena: los alisios, la tramontana, el mistral, el cierzo, la galerna, el

lebeche, el poniente, el siroco, el simún. Todos soplan hoy en la ciudad

asustada. El mismo viento que impulsa a veleros y fragatas, el que ataca

los nervios, trae y lleva indistintamente alegrías y tristezas. Me recreo

imaginando cómo las palabras ascienden con el viento y se mezclan con

las hojas que arranca a los árboles timoratos. Si hoy arriban a nuestros

oídos voces sugerentes e inesperadas, probablemente no fueron

pronunciadas teniéndonos a nosotros como destino. Hablar con este

viento es como soltar una botella al mar con un mensaje en su interior:

no sabremos nunca que orilla la recibirá. Mientras el viento despeina

esta pequeña parcela del planeta, los astros aún permanecen quietos en el

firmamento, ajenos a toda esta bulla terrenal. ¿Dónde andará el cometa?

¿Qué nuevos cielos surcará?

Page 271: Dias de paso

19 de febrero

Me he vuelto a encontrar con Juan Mirlo. He caído en la cuenta entonces

de que no lo veía desde antes de la epidemia.

El cordón sanitario lo dejó fuera de Lucena. Iba solo, sin sus perros

Godoy y Napoleón. Al verme se me ha acercado y como si nada hubiese

ocurrido me ha preguntado si sabía algo de la guerra. Le he dicho que

no, pero que más pronto que tarde llegarán noticias del triunfo de

nuestras tropas. Luego, antes de que cada uno siguiera su camino le he

preguntado por sus perros. No me ha contestado y se ha marchado calle

abajo caminando con prisa como si la pregunta lo incomodase o faltase.

O como si la respuesta verdadera lo avergonzara.

Hablo con Ernesto durante la cena. Tiene mejor ánimo y mucho miedo,

me confiesa. ¿A qué? le pregunto. Pues a que un día mis hijos se

levanten y yo no esté. El miedo a morir que no tuve durante la epidemia

ha anidado ahora en mi interior, me dice secándose los ojos. Tras la

muerte de Inés es como si viviera en dos mundos: el real, en el que ella

no está y en el que me aguijonea sin descanso su ausencia, y el onírico,

en el que ella aún sigue conmigo, en el que le voy contando como

suceden las cosas, como están los niños, como estoy yo sin ella, cuánto

la echo de menos.

Page 272: Dias de paso

21 de febrero

La mañana, templada y soleada, invitaba a visitar el mercado dominical

que tras meses de parón impuesto por la epidemia, volvía a celebrarse en

Lucena. Los primeros en llegar ocuparon la alameda y la explanada

frente a la iglesia mientras que las calles adyacentes también fueron

recibiendo vendedores que iban colocando su mercancía según el orden

de llegada. Pronto las calles del Hospicio, la calle de la Mina y el

callejón de Las Sombras se llenaron de visitantes, gritos y olores. Toda

Lucena era una vibración de luz, color y alboroto. Las tascas desde

temprano ya estaban repletas de hombres que bebían y hablaban entre

olores acres de las cosechas, del precio de las semillas, de la escasez de

agua. Ernesto estaba sorprendido al ver tanta gente. No esperaba tal

afluencia siendo el primer mercado tras la epidemia. La multitud se abría

paso como podía entre los efluvios de las frutas y las verduras de las

huertas y los gritos de los hortelanos que pregonaban a viva voz su

género fresco y variado. A su lado los queseros vociferaban aún más

fuerte tratando de atraer clientes mientras los quesos, extrañamente

achatados, sudaban sobre las viejas esteras esparcidas en el suelo. En un

rincón de la alameda algunos jornaleros se ofrecían para la labor que

hiciera falta afrontar, decían, y a su lado tres niños inquietos jugaban a

subirse y bajarse de los montones de leña y de carbón aprovechando el

sueño del avejentado leñador. Había también puestos con miel,

caracoles, y hasta un barbero novel al que acudían algunos hombres

despistados que pronto abandonaban el asiento al descubrir en el espejo

las torpezas que éste dibujaba en su rostro. Frente a esta escena un

hombre sonreía antes de anunciar sus yerbas medicinales y ungüentos

prodigiosos que según juraba al aire cada vez más cálido, sanaban todas

las enfermedades conocidas y las aún inimaginables.

Page 273: Dias de paso

Andaba yo pensando que el mercado de Lucena tenía de peculiar que

no olía e detritus de puerto ni a pescado podrido cuando de repente me

encontré frente a varias mujeres que espantaban las pesadas moscas que

revoloteaban con insistencia sobre los pescados amontonados en sus

cestas aún a medio llenar. Una ráfaga de viento repartió el aroma de las

cebollas mientras los mercaderes continuaban su actividad anunciando la

calidad de sus carnes, la dureza de sus sandalias, la singularidad de sus

sombreros y la resistencia insólita de las telas. En la pequeña plazoleta

donde desemboca el callejón de Las Sombras, un corro de hombres

jaleaba a dos jóvenes que terminaron por dilucidar en una lucha sobre

los callaos la duda surgida en la taberna sobre quién era el más fuerte de

los dos. Allí volví a encontrarme con Ernesto que estaba acompañado de

un señor que no había visto nunca antes por Lucena.

Al verme llegar no dudó en presentarnos. Patrick Greenwood es un

hombre alto, de piel cetrina y modales exquisitos que llegó, al igual que

yo, de manera imprevista a esta isla, y ya lleva unos quince años

disfrutando de este paraíso, dijo con incuestionable acento británico y

alzando las manos al cielo de Lucena. Se dedica, como buen inglés, al

comercio. Exporta productos de las islas a La Habana e importa de allí

otros productos que luego vende en las islas. Vino temprano a Lucena a

comprar aguardiente, damiselas y lana del país de primera calidad. El

próximo día veintiséis de este mes partirá a Tenerife para terminar de

fletar el barco con barricas de vino y luego continuará rumbo a La

Habana, me indicó Ernesto mientras Mr. Greenwood asentía al

escucharlo hablar. ¿La Habana? pregunté con cierta sorpresa e

incredulidad. La Habana, repitió el inglés. Miré a Ernesto que asentía

dulcemente con la cabeza, como si con mi pregunta adivinara mis

intenciones. No tuve que exponerlas. Ernesto, con ese brillo en sus ojos

que creía perdido, me anunció que había lugar para mí en ese barco. Mr.

Greenwood lo confirmó indicándome que lo mejor sería que me

presentara un día antes de la partida en el muelle para confirmar mi

plaza, siempre y cuando quiera usted abandonar este maravilloso lugar,

dijo dibujando una amplia sonrisa en su rostro. Por supuesto, me limité a

Page 274: Dias de paso

decir. Allí estaré, le confirmé tras unos segundos de silencio en los que

nos miramos los unos a los otros.

Ernesto me invitó luego a comer a una tasca. El sol del mediodía

derramaba su calurosa luz sobre la ciudad. A pesar de que la gran

mayoría de los mercaderes habían recogido su mercancía, aún

permanecían algunos puestos aprovechando las delgadas sombras de la

alameda. Las tascas seguían llenas. Era inevitable hablar de mi partida.

Ernesto se sorprendió de no verme exultante de felicidad, ahora que ya

tenía fecha de partida. Debería estarlo, confesé, pero es una felicidad

agridulce. Tengo unas ganas enormes de retomar mi trabajo, de volver a

formar parte de alguna expedición, de tener compañeros con quienes

compartir inquietudes profesionales, dudas, descubrimientos, dije. Pero,

se adelantó Ernesto. Pero sé que será la última expedición. Lucena ha

despertado en mí una extraña necesidad de cambio. No sé, dudé, tendré

que esperar. Primero he de llegar a Nueva Granada y ver qué panorama

me encuentro allí. Pero he de reconocer que me iré de Lucena teniendo

otra perspectiva de que cómo afrontar el paso de los días. ¿A quién

achacarás ese cambio entonces, a Lucena o al azar que fue quien en

primera instancia te trajo hasta aquí?, me sondeó Ernesto. Antes de

contestarle, bebí con fruición y tras secarme la boca con el antebrazo

respondí, a ti. Al principio frunció el ceño pero luego arrancó una sonora

carcajada que hizo que todos miraran hacia donde estábamos.

Tras un rato charlando de cosas banales, Ernesto me reveló que volvía a

sentir ganas de escribir. Más que nunca, confesó sin poder ocultar la

emoción. He de reconocer que la escritura es la única manera que tengo

de impedir que la desesperanza y el abatimiento se cuelen como un olor

viejo entre las fisuras que ahora tiene mi espíritu. Además, dijo, gracias

a la literatura puedo crear ese mundo que anhelo, en el que realmente

creo. La escritura es el cordón umbilical que me une a la vida y la

muerte de Inés, lejos de segármelo, lo ha abonado, lo ha fortalecido aún

más. ¿Sabes?, me dijo más animado, he descubierto un sorprendente

paralelismo entre los libros y los árboles. Ambos parten de lo ínfimo, de

una primera idea, de una minúscula semilla, luego crecen lentamente

Page 275: Dias de paso

hasta que el día menos esperado dan cobijo y alimento a quienes se les

acerquen. Y ambos, por mucho que anhelen la inmortalidad, no la verán

jamás. Porque ambos forman parte indisoluble del ciclo de la vida que

concluye siempre con el olvido, que es posterior siempre a la muerte, o

es la última de las muchas muertes que se afrontan durante la existencia,

comentó antes de apurar su bebida. En ese momento, la luz de la tarde se

coló por un ventanuco abierto de la tasca y se posó sobre el rostro

Ernesto. Él siguió hablando mientras yo lo miraba y pensaba que esa era

la imagen que me gustaría tener cada vez que en el futuro me acordase

de él.

Page 276: Dias de paso

24 de febrero

¿Por dónde se empieza una despedida? Cómo cuesta decir adiós. ¿Por

qué nadie nos enseña a despedirnos? Hay algo de dolor punzante al decir

adiós, de tristeza honda. Dices adiós y te sientes de repente vacío y

oscuro como un pozo sin agua, como una noche sin estrellas. Pero

también es verdad que duele menos si la despedida ha estado a la altura

de las expectativas. Y Ernesto, hasta para decir adiós, es especial.

Ayer él y yo plantamos un drago en las afueras de Lucena, en una

ladera que se acuesta tras la ciudad y desde la que se tiene una vista

abierta de la llanura, la montaña, el mar y el Teide al fondo, culminando

con su presencia sobrecogedora el paisaje. Cuesta creer que ese pequeño

arbusto que plantamos se transformará con el tiempo en un árbol

extraordinario. ¿Hubiese nacido salvaje alguna vez un drago ahí? Nunca

lo sabremos, pero lo que no ofrecerá duda alguna es que ese árbol es el

mejor recuerdo que podemos dejarle a Lucena por haber acogido nuestra

inesperada amistad. Podrá parecer una banalidad, pero desde ayer, la isla

gana prestancia por tener un árbol más.

He estado durante dos días dibujando los rincones que más me

conmueven de Lucena: los edificios achaflanados de la entrada, el viejo

monasterio abandonado por cuyos muros sombríos reptan las hiedras, las

altas palmeras que salpican las huertas siempre verdes de poniente, los

risquetes de naciente, donde hay una peculiar comunidad de árboles

pequeños que crecen sin apenas suelo, agarrados tenazmente a las fisuras

verticales de las rocas. Serán un recuerdo perenne de la ciudad. También

he dibujado el drago que ayer plantamos, pero lo he pintado como si ya

fuese centenario, esbelto, elegante, espléndido. No lo he podido evitar.

Creo que es el mejor recuerdo que me llevo de Lucena, esa lámina con

Page 277: Dias de paso

Ernesto sentado a su sombra, leyendo, con su espalda apoyada en el ya

añejo tronco. Me llevo conmigo todas estas láminas. No así el diario,

que se quedará aquí, en Lucena. Siento que estas páginas, al contrario

que yo, sí tienen patria. Lo dejaré en la habitación, dentro de la pequeña

caja de cedro donde están las rocas y el pequeño herbario que he

confeccionado durante mi estancia en la ciudad.

Al contrario que la vez anterior, no me he despedido de nadie. Solo lo

haré mañana, temprano, cuando me despida de Ernesto antes de cabalgar

a la capital.

No me gustan las despedidas. Creo que el destino me ha regalado un

año inimaginable, en un lugar desconocido por mí. Y tengo en cuenta,

por supuesto, el amargo episodio de la epidemia. Ya lo dice el refrán: lo

que no te mata te hace más fuerte. Pero si debo celebrar algo de mi

estancia en Lucena ha sido sin duda, conocer a Ernesto y su desbordante

vitalidad. Lucena como el epicentro de un universo peculiar del cual los

dos íbamos y veníamos, entrábamos y salíamos. Cuánto he disfrutado

con Ernesto. Cuánto he aprendido a su lado. Del escritor y del actor, del

hombre culto y del hombre de acción, del hombre sencillo y discreto y

del vitalista que tiende a la épica y a la exageración, del irreprimible

explorador del alma humana, del celoso amante de las palabras que las

posee, las moldea y al mismo tiempo se entrega a ellas, del hombre que

ha convertido su vida en un ejercicio de tolerancia y de comprensión, de

bondad y de sensatez, cualidades humanas que solo anidan en el corazón

de quien conoce y acepta el dolor inherente a todo devenir humano.

Escribo estas últimas palabras a las puertas de la despedida. Me voy

sabiendo que ha recuperado su pulso vital. Me voy también sintiendo

una punzada de tristeza por el futuro incierto del bosque. Un sentimiento

de anticipada nostalgia envuelve mi despedida. La pérdida de ese mundo

en apariencia sencillo, mágico, atemporal, donde la vida fluye

apaciblemente y que parece estar inevitablemente condenado a

desaparecer. La libertad de los hombres será la tumba del bosque.

Page 278: Dias de paso

Pero no quiero tristezas ni melancolías en estas últimas horas. Solo

deseo en este momento celebrar que el destino me condujera hasta

Lucena. Y celebrar sobre todo que el azar me regalara aquel primer

encuentro con Ernesto, porque solo él ha conseguido que este tiempo de

estancia en Lucena haya sido algo más que unos días de paso. Todo lo

contrario, han sido, con diferencia, los días más intensos de mi vida.

Este libro se terminó de imprimir en Sevilla

durante el mes de febrero de 2014