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�o --------------------·� -------------------- Antonio Gala. 16 DIARIO HABLADO CULTURAL (GALA Y NIEVA) Andrés Amorós l. ANTONIO GALA* e onociendo mi amistad con él, varios lectores fervientes me han preguntado cómo es Antonio Ga, en persona. En . reidad, pas meses sin que yo lo vea, pero creo que algo lo entiendo, y, telegr á fi- cente, puedo dar testimonio. Antonio es, litermente, un ser excepcion. Sin necesidad de proponérselo, destaca, se singu- liza, lla la atención en cuquier ambiente. Hizo varias carreras, andonó una posición fami- liar privilegia, pasó por un convento de clau- sura... Si la expresión no era demasiado cursi, diría que es endiabladamente inteligente. Como conversador, su ingenio no tiene riv hoy, en nuestro país. Puede ser muy mo y muy bueno; como todo el mundo, claro, pero quizá un poco más. Su capidad para ridiculizar es terrible. Al fondo de toda su literatura existe un poeta de calid: así empezó y así puede reaparecer, en cuquier momento. Su dominio del lenguaje castellano, popular y culto, tampoco es ecuente. Ha leído mucho y conserva viva una veta popular, anduza, que le sva de cuquier posible engolamiento. Verdade- ramente, no sé qué hace la Academia Española, que todavía no le ha llamado. Espero que no tarde demasiado en hacerlo. En un teeno, simple- mente, adie escre como él en España. Ha sa- bido sabore la magia de los toros, la belleza -así: sin miedo a esa pabra- del campo anduz, la iegulid del esto de Santa Teresa. Como autor de teatro, apareció deslumbrante- mente con Los verdes campos del Edén; no logró hacerse entender en El sol en el hormiguero; co- nectó con la Espa espeéntica en Los buenos ds perdidos y Noviembre y un poco de yerba; canzó grandes éxitos comercies revisando iró- nicente los mitos del Cid -Anillos para una dama- y Ulises -¿Por qué corres, Ulises?, con el asombro gozoso de los pechos de Victoria Vera-. El público se divertía con la ironía, el anacro- nismo, la desvergüenza, y no sé si caba el fondo desencantado o sólo rozaba su supeicie. Creo que no ha tenido, por ahora, mucha suerte con la crítica. No es de extrar: su obra tiene más cas de cebolla de lo que parece y no res- ponde a los clichés politizados que, durante años, ha manejado buena pte de nuestra crítica. Teatro decididamente literio, teatro político ...

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Antonio Gala.

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DIARIO HABLADO CULTURAL (GALA Y NIEVA)

Andrés Amorós

l. ANTONIO GALA*

e onociendo mi amistad con él, varios lectores fervientes me han preguntado cómo es Antonio Gala, en persona. En

. realidad, pasan meses sin que yo lo vea, pero creo que algo lo entiendo, y, telegráfi­camente, puedo dar testimonio.

Antonio es, literalmente, un ser excepcional. Sin necesidad de proponérselo, destaca, se singu­lariza, llama la atención en cualquier ambiente. Hizo varias carreras, abandonó una posición fami­liar privilegiada, pasó por un convento de clau­sura ... Si la expresión no fuera demasiado cursi, diría que es endiabladamente inteligente. Como conversador, su ingenio no tiene rival hoy, en nuestro país. Puede ser muy malo y muy bueno; como todo el mundo, claro, pero quizá un poco más. Su capacidad para ridiculizar es terrible.

Al fondo de toda su literatura existe un poeta de calidad: así empezó y así puede reaparecer, en cualquier momento.

Su dominio del lenguaje castellano, popular y culto, tampoco es frecuente. Ha leído mucho y conserva viva una veta popular, andaluza, que le salva de cualquier posible engolamiento. Verdade­ramente, no sé qué hace la Academia Española, que todavía no le ha llamado. Espero que no tarde demasiado en hacerlo. En un terreno, simple­mente, riadie escribe como él en España. Ha sa­bido saborear la magia de los toros, la belleza -así: sin miedo a esa palabra- del campo andaluz,la irregularidad del estilo de Santa Teresa.

Como autor de teatro, apareció deslumbrante­mente con Los verdes campos del Edén; no logró hacerse entender en El sol en el hormiguero; co­nectó con la España esperpéntica en Los buenos días perdidos y Noviembre y un poco de yerba; alcanzó grandes éxitos comerciales revisando iró­nicamente los mitos del Cid -Anillos para una dama- y Ulises -¿Por qué corres, Ulises?, con el asombro gozoso de los pechos de Victoria Vera-. El público se divertía con la ironía, el anacro­nismo, la desvergüenza, y no sé si calaba el fondo desencantado o sólo rozaba su superficie.

Creo que no ha tenido, por ahora, mucha suerte con la crítica. No es de extrañar: su obra tiene más capas de cebolla de lo que parece y no res­ponde a los clichés politizados que, durante años, ha manejado buena parte de nuestra crítica.

Teatro decididamente literario, teatro político ...

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¿ Tiene eso algún sentido, hoy en día? El caso de Gala demuestra claramente que sí, cuando existe un talento tan singular como éste.

Gala escribe, por supuesto, buscando la belleza. A la vez, existe en él una honda preocupación por nuestro pueblo. Claro que no da fórmulas políti­cas, soluciones concretas: solamente, ataca a los que recortan las posibilidades vitales. Defiende la libertad, el derecho y el deber de disfrutar de la vida, de defender, en todos los terrenos, nuestras posibilidades de felicidad.

Después de una pausa (muchos escritores la hicieron, con la venida de la democracia), Gala ha vuelto a estrenar, a escribir series de artículos. Con Troylo, creo, se ha centrado definitivamente como escritor. Espero que rios dé algún libro de poemas y esa novela a la que varias veces se ha referido. Esa es su labor y -como él diría- o nos salvamos con el esfuerzo de todos o aquí no se salva nadie.

La gente conoce bien esa imagen pública que él se ha creado, como reacción de defensa-ataque frente a una sociedad gazmoña y mediocre. Algu­nos amigos suyos me han contado sus años de pobreza, de trabajo, de desamparo. No es extraño que, en esta sociedad, el artista que logra imponer su mundo, se lo haga pagar.

Su literatura, con sus brillos y sus desmadres, es la expresión natural de un ser fuera de lo co­mún. A veces, creo, el brillo de la palabra le arrastra. A veces, le falta autocrítica, valor para tachar. A veces, leyéndole, a uno se le llenan los ojos de lágrimas. ¿Juega con los sentimientos del lector? Puede ser. Pero juega bien: con arte, to­cando fondo. Y la literatura es, entre otras cosas, ese juego.

Cuando el sentimentalismo puede ser excesivo, aparece, como fuerza correctora permanente, el desgarro: el toque popular y castizo, la ironía trá­gica, el reírse hasta de su sombra. Escribe una vez, si no recuerdo mal: «El ruido de una puerta que se cierra tiene tela, Troylo.» Es el contra­punto típico de nuestro siglo, desde Strawinski a Charlie Parker, de Aldous Huxley a Julio Cortá­zar. Cuando es verdad, como aquí, no nace de cultura sino de experiencias dolorosas, de vida vivida. Esa es la fuente de todo guadiana, ese es el verdadero manantial que no cesa.

Así, con números y desmadres, con brillos y desgarros, nos da Gala unas pocas palabras her­mosas; que son, claro, «unas pocas palabras ver­daderas» , con la verdad relativa de la literatura. Podrían ser éstas, en resumen: «all you need is love» . Eso cantamos.

TROYLO

En los grandes almacenes, entre las rebajas de verano, veo el mostrador especial con los libros de mayor venta: entre ellos están, desde hace meses, las Charlas con Troy/o. Ayer, en Espasa­Calpe, Sylvia Martín, rodeada de las fotos de sus

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amigos (Puig, Aranguren, Cortázar, Paco Umbral, Forges, yo mismo) me comentaba que la populari­dad de Antonio Gala, ahora, no tiene compara­ción, entre los escritores españoles. No era así, hasta hace poco. En el teatro, guardó silencio, unos años: eso suponía meditación, claro, pero también inseguridad, búsqueda de un nuevo ca­mino. Sus dos últimas comedias, Petra Regalada y La vieja señorita del Paraíso, fueron vapuleadas ferozmente por la crítica. No ha importado. El público ha acudido con fervor, en Madrid y en toda España. Gala se ha convertido en una figura pública, tanto o más que cualquier futbolista o cantante.

¿Por qué se ha producido, ahora, este fenó­meno? El ya era así antes, en lo personal y en lo literario, en lo bueno y en lo menos bueno. Pero ha sido ahora cuando ha roto la barrera que separa al escritor español, con escasísimas excepciones; del gran público. ¿Por qué? Uno pensaría en la imagen pública, con su singularidad proclamada, con su máscara que encaja ya en el rostro con perfecta naturalidad, como la piel; en las series de televisión, a la vez populares y cultas; en el brillo y el escándalo de las frases deslumbrantes (al es­pañol, para persuadirlo de algo, es menest�r, an­tes, seducirlo, decía Ortega); en los complicados fenómenos de la comunicación de masas, en nues­tro mundo ... Pero uno pensaría, sobre todo, en Troylo.

¿Qué es Troylo, qué significa? No voy a repetir aquí lo que he escrito en el prólogo del libro (unas páginas de las que he escrito con más gusto, de un tirón, en un fin de semana).

Troylo es, sencillamente, el tú, el destinatario para el que escribimos todos los que emborrona­mos cuartillas. Como es bien sabido, el tú al que nos dirigimos determina lo que escribimos. A lo largo del tiempo, vamos cambiando, probable­mente, de «tús». No todo el mundo, desde luego: hay gente que se pasa la vida entera escribiendo para el presidente de su tribunal de oposiciones o para el «señorito» de su periódico. Así les va.

A veces, una persona que escribe concreta su «tú» -real o imaginado, da lo mismo-. Entonces, sin esfuerzo, le brota un tono personal, un estilo. Si tiene talento, alcanza su talla definitiva de es­critor.

Eso le ha sucedido, creo, a Antonio Gala con Troylo: su sensibilidad, su dominio de la lengua,

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su sufrimiento, han cuajado en algo perfectamente logrado, dentro de sus límites.

Otra característica de la literatura afortunada: refleja las vivencias peculiarísimas, intrasferibles, de una persona que, en muchas ocasiones, posee rasgos de marginado y hasta de neurótico. Y, a la vez, la hacen suya muchos lectores que se reco­nocen en lo que nació de experiencias que ellos, muchas veces, no pueden ni imaginar.

Pero Troylo, además, era un perrillo real, un animalito que daba compañía a su amo. Gracias a él, Antonio Gala logró cuajar la fórmula para ha­blar con hondura, con belleza, de España y de sí mismo. Para que todo saliera bien -en la literatura sólo, claro está- Troylo murió y la serie de artícu­los tuvo que concluir por la razón más natural, más fuerte. «No la toques ya más ... »

Pero resulta que miles de personas han concen­trado su amor, su necesidad de compañía, en un perro. A Sylvia Martín, siempre tan inteligente para la promoción de libros, se le ha ocurrido presentar éste en el Retiro, en los jardines de la antigua Casa de Fieras, a donde íbamos, de niños, a admirar a unos leones piojosos y a unos monos juguetones. Estaba previsto que hablaran una larga serie de personajes que fueron amigos de Troylo y el público podía acudir con sus perros.

Para allá nos hemos ido, en esta tarde de prima­vera, y nos hemos encontrado con un espectáculo increíble: miles de personas, con sus perros, aba­rrotaban el lugar destinado al acto y se desborda­ban, como la espuma de una cacerola al fuego, por todos los alrededores. Parecía un concurso de pe­rros, una manifestación de amigos de los anima­les, quién sabe. La gente que pasaba por las cer­canías se quedaba atónita. He oído a un chico preguntar si es que venía el Rey. Es lo único que se le ha ocurrido, ante semejante follón.

Apenas he llegado, ya me ha parado una perio­dista de Radio Barcelona, con la casette en ristre, para que le contara a sus oyentes cómo es mi perro.

Me han hecho pasar a la cabecera del acto, abriéndome camino entre las masas, como en el Metro. Allí, una mezcla pintoresca de gentes: Fermín Vargas, el Director de Espasa-Calpe, con su traje de alto ejecutivo, contento del éxito pero un poco asustado por lo que pudiera pasar; Fer­nando Díaz-Plaja, gastando bromas; Luis Esco­bar, disfrutando de su popularidad por las pelícu­las de Berlanga... Y o estaba incrustado en sus

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«Los buenos días perdidos», de Antonio Gala.

riñones cuando hemos notado, entre nuestros pies, un temblequeo; allí abajo hemos encontrado un perrito, con riesgo de asfixia.

Todos temíamos que las masas, con su entu­siasmo, avanzaran un poco más y nos aplastaran. He acabado subiéndome a una tapiecilla del jardín y otros me han imitado. Allí corríamos menos riesgo de morir. A la vez, era un buen observato­rio sobre el mar de cabezas. He visto, a lo lejos, al elegante Eduardo Haro Tecglen, paseando a su gran perro, a Félix Grande, a Federico Ibáñez ... Y

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a una mujer mayor, bajita, que, impertérrita, ha conseguido abrirse camino entre la masa impene­trable hasta llegar a la primera fila: un caracolillo mítico era la seña de identidad de Estrellita Cas­tro.

Por fin, hemos hablado por los altavoces y mi­crófonos de Radio Nacional: Jesús Hermida, una princesa que no sé quién es, unas cuartillas de Lorenzo López Sancho, Alfonso Pér,ez Sánchez ... Imagínese el ambiente, al borde constante del llanto.

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No es éste el tipo de auditorio que.'inejor me va, obviamente. Y o no venía -esta vez de .yerdad­preparado para hablar y me han cogido al\soluta­mente «en bragas». He dicho que yo podía:hablar de literatura, no de perros. (Siempre está bien, creo, deshinchar un poco al personal). He contado cualquier historieta sobre la escritura de Gala y he acabado recordando la frase de un romántico francés (¿Nerval? No estoy seguro): «Quand je parle de moi, je parle de vous». Como diría mi amiga Blanca Andréu, ha quedado «muy fino» .

. En este ambiente ha leído Antonio una cuarti­lla. Su capacidad como actor es casi tan grande como la de escritor. A la mitad, se han estropeado los altavoces y ha habido que esperar, sin que se rompiera el hechizo. Con sus sentimientos ha he­cho belleza, manteniendo el necesario equilibrio entre el pudor y el exhibicionismo. Yo estaba a su lado y le veía muy pálido, muy contenido, pero, al final, las lágrimas parecían asomarle a la garganta.

No es fácil imaginar lo que ha sido eso, cómo se ha puesto el ambiente. Sobre todo cuando, por encima de las cabezas, de mano en mano, le han hecho llegar la pareja de cachorritos traída de la provincia de Murcia para ser los sucesores de Troylo. Luego, cientos de personas han avanzado hacia Antonio: para que les firme el libro, para presentarle a sus perros, para abrazarle, para to­carle ... Muchos querían que pusiera las manos sobre sus perros, para bendecirlos; como si fuera un santo o el Rey de España, al que, según re­cuerda Américo Castro, se le atribuía oficialmente la virtud de curar lamparones, aplicando las ma­nos sobre las cabezas de sus súbitos ...

La huida me ha salvado. Al marcharme, toda­vía, algunas personas se han empeñado en que pusiera mi firma en el libro, junto a la de Antonio. Y un par de episodios que dan idea del ambiente: una chica me ha pedido una dedicatoria muy es­pecial, porque era para una persona a la que le quedan pocos meses de vida. Y, todavía, otra chica me ha rogado una dedicatoria para un niño que va a nacer ... ¿Qué hace uno, en esas circuns­tancias? Avergonzarse mucho, claro, poner cual­quier tontería y salir huyendo.

Allí quedaba Antonio, firmando miles -miles, no exagero- de libros y recibiendo el baño asfi­xiante de afecto. Al día siguiente me informan de que, al cabo del tiempo, tuvieron que rescatarle del fervor de las masas. Así ha sido, más o menos, este increíble acto literario.

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Francisco Nieva.

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II. CON PACO NIEVA, EN SALAMANCA

Voy a Salamanca, una vez más, a los cursos de verano de la Universidad, que ahora dirige Víctor de la Concha. Hace un año estuve por última vez aquí, hablando en el homenaje que se hizo a Gon­zalo Torrente Ballester, al jubilarse como Cate­drático de Bachillerato. Fue un acto monstruoso, en el que hablaron muchas personas: demasiado seriamente, demasiado largo. Al final, intentamos animarlo un poco. Recuerdo que, a pesar de su humor permanente, Gonzalo Torrente estaba un poco mohíno, en la tertulia. Para alegrarle, Nuria Espert y Carmen Martín-Gaite le cantaron Les feuilles mortes. Carmen canta muy bien, ha lle­gado a acruar en escenarios; Nuria también canta, y, sobre todo, seduce; yo las acompañaba como coros, percusión y continuo, en lo que soy gran especialista, como es bien sabido.

Vuelvo ahora a Salamanca; esta vez, solo y sin grandes esperanzas de diversión. No voy con gran ilusión, pero la ciudad está más bonita que nunca, me parece. El ayuntamiento socialista ha prohi­bido la circulación por la zona monumental. El acierto es tan evidente que uno se pregunta cómo no lo habían hecho antes. Las calles recuperan nobleza y sosiego. La temperatura es ideal: sol y fresco. Es, desde luego, una de las más hermosas ciudades que conozco. A la vez, noto más movi­miento de gente joven que nunca. Hay nuevos bares, «pubs», discotecas y un restaurante simpá­tico junto a la Casa de las Conchas. El riesgo es que los «modelnos» estropeen la ciudad, pero, dentro de ciertos límites, no deja de alegrarme que se pierda el tradicional tufo clerical.

Los cursos de verano, tan poco apasionantes como siempre: una masa de extranjeros a los que no les suenan los nombres de muchos escritores. Visto el tono, hay que abandonar las conferencias previstas y decir lo elemental, lo de siempre. Y unos españoles a los que les interesa la aplicación práctica para sus clases, sus oposiciones ... En medio de esta masa, seguro, habrá gente aislada que sepa mucho y que le echará a uno la culpa de haber bajado tanto el nivel. Así sucede siempre.

Dentro de mi «campaña» actual, les hablo de teatro español contemporáneo. Planteo un poco la cuestión del método, los trabajos que quedan por hacer, y me parece que les suena a chino. Logro suscitar la polémica con el tema de las adaptacio­nes de los clásicos; en esto, las opiniones se divi-

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den siempre, no falla. Les recomiendo libros -bien conocidos, claro- para preparar estos temas y los apuntan con aparente entusiasmo; no sé si les he logrado animar a leerlos; por lo menos, se llevan un poco de bibliografía. Y les cuento muchos chismes, para que se acerquen un poco, un po­quito, a lo que es el mundillo del teatro. Eso, por supuesto, es lo que más les interesa.

Mis clases y mis conferencias -me parece- cada vez se centran más en una extraña mezcla de bibliografía y chismes. Procuro darles algo útil y, a la vez, que no se aburran demasiado. Intento, además, divertirme yo un poco, si es posible.

Me alojan, como siempre, en el Colegio Mayor Fonseca: una maravilla plateresca a la que uno nunca se acostumbra. Además, en estas fechas, da la impresión de estar desierto. Hay un silencio, una calma, que parecen arrancados de un libro de Azorín, de otro tiempo. En el patio, dos pisos de arcos, con balaustres y columnas, el césped verde y el ruido del agua.

No son sólo los cursos, me temo que lo que me aburre cada vez más es el ambiente académico; tan formal, tan limitado de intereses, con tan poco sentido del humor.

Lo que a uno le gusta, simplemente, es irse a la Plaza Mayor y depositarse en una de las terrazas de los cafés. Antes de comer, naturalmente, elijo el lado de la sombra, pido un vermú blanco y unas patatas fritas, leo pacíficamente los periódicos de Madrid. Después de la siesta, es hora de cocaco­las, de horchatas, de ir viendo pasar la tarde, disfrutando por las actividades académicas que uno no está realizando. Un paseo y, para recupe­rarse, un bitter ( con, ¡por Dios!) y unas aceitunas rellenas, mientras se decide dónde cenar. Después de la cena, un corto paseo, dando lametadas al helado italiano de cucurucho (¿tutti-frutti, jerez, avellana?) y otra vez a la Plaza. Es la hora de la tertulia, si se está con gente agradable; si no, de observar al personal noctámbulo, mientras se bebe un cointreau con hielo o anís con agua (la tradicional «palomita»), va refrescando y hemos logrado sobrellevar con paciencia las fatigas de la jornada. Mañana será otro día.

Este régimen, pacífico ya que no apasionante, se trastorna un poco con la llegada de Paco Nieva, que viene con dos de sus actores. Paco es una

Bocetos escenográficos de Paco Nieva para «Don Alvaro o la fuerza del sino» y de «Coronada y el toro».

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personalidad excepcional. En un mundo donde la inspiración creadora parece cada vez más rara, a él se le ocurren continuamente cosas: cosas fan­tásticas, originales, llamativas, sorprendentes. Su imaginación es plástica, espectacular. Al especta­dor de su teatro le parece ver una comedia de magia escrita por Valle-Inclán, en colaboración con Bataille. Además, posee una cultura desusada entre nuestros hombres de teatro; ha vivido en París y Venecia, ha trabajado con Visconti y Fel­senstein, ha dirigido ópera en Palermo y Berlín, sabe mucha música. Todos le reconocen como gran escenógrafo y figurinista, pero lo que a él le importa es escribir teatro. A pesar de sus éxitos, no le es fácil estrenar: lucha con empresarios ado­cenados, con actores mediocres, con grupos tea­trales que viven en la histeria permanente. Qui­siera, sin abdicar de su estética, lograr una mayor comunicación con el público. No es difícil encon­trarlo deprimido. El mundillo teatral español es muy duro. Paco es un hombre melancólico, poco práctico. Y algo que es más raro en los ambientes literarios y artísticos: es un hombre bueno.

Tardó muchos años en poder estrenar sus obras. Las defendieron, sobre todo, algunos poe­tas: Carlos Bousoño, Paco Brines. Entre los críti­cos teatrales, me parece, sólo Pepe Monleón y yo.

El estreno de La carroza de plomo candente y El combate de Opa/os y Tasia supuso una gran revolución. Todavía recuerdo aquella como una de esas noches gloriosas que, de vez en cuando, se dan en el teatro: las octavillas que lanzó; las flores y pájaros proyectándose en la pantalla del hermoso trasero blanco de la venus calipigia, Rosa Valenti; la gran figura pintada de Femando VII, según Goya, que, de repente, movía la boca y hacía muecas; lo terrible de aquel niño-rey espa­ñol, tan trabajosamente concebido y parido en escena, que, cuando le preguntaban qué quería, contestaba sólo: «¡Na ... !». Justo delante de mí, el entonces Director General de Teatro, Mayáns, se sorprendía y mantenía la compostura. A la salida, en una taberna, mi discusión apasionada con Lauro Olmo, con Antonio Buero Vallejo. Había­mos asistido al nacimiento de un nuevo y gran autor español.

En la obra siguiente, Delirio de amor hostil o el barrio de doña Benita, no hubo suerte con el montaje ni con la enfermedad de la protagonista, María Femando d'Ocón. Su versión libre de Los baños de Argel, de Cervantes, levantó notables

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«Los baños de Argel», de Cervantes.

polémicas. La crítica de periódicos mostró sus reticencias. Yo escribí mostrando cómo Nieva ha­bía utilizado fragmentos de otras obras de Cervan­tes, todas las del ciclo del cautiverio, incluido un episodio del Quijote, y cómo la aparente libertad suponía, en el fondo, gran respeto al espíritu cer­vantino. El espectáculo alcanzó un inesperado éxito de público y obtuvo el Premio Nacional de Teatro. Todavía, sin embargo, en cualquier colo­quio sobre tema teatral, no es raro que se levante

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un señor o una señorita iracunda que, sin venir a cuento, se lance a atacarlo y diga que en Inglate­rra no hubieran consentido una cosa así...

Este mismo año, una aceptable versión de El tayo colgado pasó casi inadvertida, en una sala del off-Broadway madrileño. Por fin, La señora Tártara obtuvo unas críticas increíblemente bue­nas. Lorenzo López Sancho, en el «ABC», llegó a compararlo con Valle-Inclán. El éxito de público, en cambio, fue sólo moderado, y los problemas

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internos del Teatro Estable Castellano hicieron retirar la obra prematuramente. Después, la Tosca, que marcó el momento más alto, como dirección escénica, de la temporada de ópera, pero que irritó a los abonados de la primera fun­ción, los más apegados a modos tradicionales de concebir el espectáculo.

Al encargarme Víctor de la Concha de este curso, en Salamanca, le he propuesto dar sólo la mitad y que de la otra parte se encargara Nieva. Así, los alumnos pueden ver a un autor de carne y hueso después de mi introducción. A esta gente que viene de muchos países y que tienen muy diversos niveles de conocimiento, desde el que es un verdadero especialista hasta el que apenas sabe nuestro idioma, he tenido que hablarles del pos­tismo, del «teatro furioso», de descarga y reven­tón de los instintos; de la reacción vital frente a la eterna España puritana, la fascinación por lo que se llama el mal, la defensa de la confusión y el placer. .. ¿Qué sacarán de todo este balburrillo? No lo sé. En todo caso, recibirán con curiosidad al autor y quizá se animen a leer alguna de sus obras.

Ha venido Nieva a Salamanca con dos de sus actores. Uno, alto, intuitivo, catalán, enamorado de Italia; el otro, más bajo, con una magnífica voz, muy hábil para realizar las pintorescas má­quinas escénicas que Paco Nieva imagina. Les paseo por la ciudad, en itinerarios artístico-cultu­rales. Junto al Huerto de Melibea, que han con­vertido ahora en un parque público recortadito y escuálido, creen descubrir a un grupo ensayando músjca folklórica castellana; en realidad, son unos niños, montados en una tapia, que la están gol­peando con sus palos. Discutimos sobre el monu­mento a Unamuno de Pablo Serrano. Se asombran cuando les cuento que la Directora de la Casa­Museo no dejaba consultar el fichero, ni, por su­puesto, los fondos. Meriendan bien. Muy poco después, se cenan un tostón asado.

Al día siguiente, descubren con asombro, en el increíble claustro de las Dueñas, que la losa de un banco tiene una hendidura central terminada en pico, como si la hubieran hecho para recibir el pis de algún extático. Compramos pastas de almen­dras -la especialidad- a las monjas, después de un rato de cháchara con una de ellas. En la capilla de Fonseca, ante el retablo de Berruguete, prorrum­pen en gritos desaforados, en roncas invocaciones a la muerte: en cualquier ámbito hermoso, ven la

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posibilidad de hacer teatro. Son buena gente, más divertidos que la mayoría de los profesores.

Coincide conmigo en los cursos Inman Fox, que tiene gran interés por ver La prima Angélica, de Carlos Saura. Para que le dejen entrar -es una sesión semiprivada- le aconsejo que finja un acento muy americano. Después, nos confiesa la razón de su interés: le habían dicho que sale en la película el cuadro de una monja crucificada, como el que él descubrió en la casa de Azorín, en Mo­nóvar, y publicó en su edición de La voluntad, de Castalia. La sorpresa estalla cuando Nieva le dice que él pintó el cuadro para la película, inspirán­dose en el grabado decimonónico que Inman había descubierto. Sin conocerse, los dos han colabo­rado, en cierto modo; un abrazo teatral, en plena Plaza Mayor, sella el encuentro.

Después, Paco le cuenta cómo hizo para mos­trar el gusano que sale del seno de la monja, en la visión que recoge la película. Fabricó un gusanito de papel, hueco, con un tubito o cánula en su interior, que, sujeto por un alambre disimulado, daba la vuelta al pecho. Detrás de Julieta Serrano (la monja), oculto por su cuerpo, estaba colocado Paco Nieva. En los momentos precisos, soplaba por el tubito y el gusano se enderezaba, realizando graciosas contorsiones. Así son los teatreros. Na­turalmente, Inman Fox y Frank Casa (Azorín y Moreto, entre nosotros) no dan crédito a sus oí­dos.

Recuerdo a Paco Nieva paseando por las calles de Nueva York, con su guardapolvo amarillento,

· cuando organicé allí la semana de teatro español.Veíamos maravillas y él disfrutaba con ellas,claro, pero nos confesó que iba buscando, portodas partes, motivos de inspiración para Los ba­ños de Argel. Gustavo Torner, con sus conoci­mientos y su amabilidad fuera de lo común, lepropuso llevarle a la que él considera la mejorlibrería de arte del mundo, donde encontraría todaclase de temas decorativos adecuados. Paco sesuele documentar muchísimo, pero, esta vez, noquiso. Por las calles de Manhattan, iba soñando suArgel particular.

Nos hicimos, entonces, una foto «antigua», enlo alto del Empire State, con trajes decimonóni­cos, para regocijo de las señoras puertorriqueñasque, después de haber hecho una larga cola parasubir, se aburrían allí arriba: «¡Ay, bendito ... !» Elfotógrafo nos mantenía quietos y callados mien­tras componía el grupo. La gente se arremolinaba

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Esperanza Roy en «Coronada y el toro».

alrededor. Creían que éramos yanquis y comenta­ban lo cómicos que estábamos. Sin mover la ca­beza, yo les replicaba: «Sí, señora, a sus órdenes, para lo que guste mandar». En la foto, yo he adoptado una pose byroniana, mirando a lo lejos, como un poeta maldito. Andrés Berlanga, bajo el sombrero hongo, pone cara de torvo cochero dic­kensiano, dispuesto a explotar a infelices niños todavía no protegidos por leyes humanitarias. Las mujeres llevan sombreros de flores y velos de gasa; sonríen tímidamente. Paco está sentado en primer término, en el centro. Lleva chaleco y chistera, como yo, y sostiene con elegante natura­lidad un largo bastón. Es el único que no hace

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teatro; sencillamente, parece una «representación alucinada» de Larra, a punto de suicidarse.

Paco lo ha pasado mal, este año. El asunto de La señora Tártara le ha hecho sufrir mucho. Se ha comprado un piso galdosiano, en una antigua casa a la que, seguramente, iba a comprar Estupiñá, pero no se encuentra a gusto en ella. Por suerte, Pepe Martín le habló de un magnífico curandero y se ha ido a Lorca, con Carmen Martín Gaite, a consultarlo. Le puso, encima de la cabeza, una gran sartén y fue retirando en ella piedras: salió mucho humo; primero, muy oscuro; luego, más claro. Le predijo una buena temporada. Eso le ha animado.

Ahora, Paco no tiene casi dinero ni -dice- pro­yectos próximos. Le hablaron de poner su Coro­nada y el toro, dirigida por José Luis Alonso, pero no se fía de que la cosa vaya adelante. Va a dirigir Sansón y Dalila en el próximo Festival de la Opera, y, por eso, tiene que ver a Plácido Do­mingo en Nueva York. Antes, este mismo verano, le han llamado para que organice una gran fiesta teatral, para jeques árabes y gente así, en un hotel de lujo de Lanzarote. No sabe si, por fin, se pondrá en escena su versión del Don Alvaro, del Duque de Rivas, que escribió -en parte, por culpa mía- para José Luis Gómez. Jesús López Cobos le ha llamado para que colabore con él en la gra­bación, en vídeo, de varias óperas. Está escri­biendo una nueva comedia, Gorro y catapulta, y me pide bibliografía sobre la mala vida en Madrid, a comienzos de siglo. Piensa en una nueva puesta en escena de La verbena de la Paloma, menos polvorienta de lo que solemos ver. Como se ve, apenas nada.

De todo eso hablamos, paseando por las calles de Salamanca, sentados en las viejas piedras. La mayor parte de esos proyectos se quedarán en nada. Quizá alguno llegue a realizarse.

A Paco Nieva le gustan Erik Satie y Ramós Carrión, Ravel y Perrín y Palacios. A mí, etambién.

Siento por él admiración y afecto. Creo que se nota.

* Fragmentos del libro en preparación Diario hablado cul­tural.

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eaiciones noegq� FUNDACION DOLORES MEDIO

COLECCION

Luis Fernández Roces La borrachera (Premio «Asturias» de novela 1981)

Víctor Alperi Alá bendice Marruecos

En preparación:

Dolores Medio El urogallo Prólogo: Juan Cueto Alas

C/. Marcelino González, 32-1.º dcha.

GIJON