diario de un silvestrista
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Es la recopilacion de todas las experiencias que tienen los silvestristas en un concierto del artista vallenato Silvestre Dangond.TRANSCRIPT
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
DIARIO
DE UN
SILVESTRISTA
MARLYN BECERRA BERDUGO
“Dedico estas páginas a todas aquellas fan que llevan la bandera roja del silvestrismo en su corazón”.-
Marlyn B.B.-
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
“No hay nada que el Silvestrismo
no pueda curar”
Ana.-
SILVESTRISTA
Después de tres copas de vino, pagué la cuenta y le pedí al
mesero un taxi, cuando subí a aquel automóvil, no sospechaba los
cambios que llegarían a mi vida, ni hasta donde me llevaría
abordarlo.
- ¿Dirección a la que va señorita? Preguntó el joven taxista.
- ¡Por favor! – Dije – ¿Puede dar algunas vueltas por la ciudad?
Necesito aire fresco.
Sin más, el taxista aceleró el automóvil y nos adentramos en las
calles de la ciudad, durante un largo rato permanecimos en silencio,
bajé la ventanilla y respiré acompasadamente llenando mis
pulmones del aire gélido de la noche, dejando que el viento se
llevara uno a uno, mis temores, pensé en Rafael; sus celos
perturbaban mi vida, él insistía siempre que la solución era casarnos.
- ¿Desea ir a algún lugar señorita? Preguntó el taxista, en un
tono alegre.
- Sí, quisiera divertirme un poco, hoy es mi cumpleaños
¿Conoce un lugar bonito, donde la gente sea feliz?
- ¡Feliz cumpleaños! Exclamó. Luego de pensar un poco
contestó mi pregunta. Hay un bar muy alegre, se llama “Mi
Gente”, queda en un barrio sencillo y no sé si Usted desee ir
allí.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Lléveme, me gusta el nombre, lo único que le pido es que
vuelva por mí en dos horas, me sentiré más segura si Usted
regresa.
- Sí, no hay problema señorita.
Agradecí la recomendación, pagué la carrera y una buena propina; y
me despedí de mi guía nocturno. El lugar era sencillo, la música me
llegaba cada vez que abrían y cerraban la puerta, debí esperar unos
veinte minutos, ya que examinaban a cada cliente antes de ingresar
por medidas de seguridad; pensé que Rafael moriría de un infarto, si
me hubiera visto, con mi vestido rosa y tacones de aguja, en un Bar.
Cuando llegó mi momento de entrar, un joven agradable me recibió
dándome un folleto del lugar, me brindó una hermosa sonrisa y me
dejó pasar. Pensé que por una sonrisa como aquella, valía la pena
haber escapado por dos horas.
Al entrar en el local, una señorita sorprendentemente rubia, me
ofreció una bebida blanca, servida en una pequeña copita, la acepté
entusiasmada. Me habían dado la bienvenida más calurosa del
mundo, el liquidó quemó mi garganta, era alcohol puro.
<<Así se celebra un cumpleaños>> pensé.
Quería sentarme en la barra, pero dudé un instante, Rafael decía que
era de mal gusto, que los hombres piensan que si una chica se sienta
en la barra, anda buscando fiesta. Yo no buscaba nada malo, pero si
quería fiesta, así que tome un segundo trago de la rubia y con
determinación, busqué un sitio en la barra. Como bien lo decía el
nombre del local, era un lugar de gente, estaba abarrotado esa
noche, así que, en la primera silla disponible me senté con la más
mínima intención de pararme de allí, hasta que me rescatara mi
taxista, así que pedí al barman, la bebida de la casa. Me fue
imposible creer que el chico de la barra era exactamente idéntico al
de la puerta; cuando él me vio con la boca inmensamente abierta,
sonrío de la forma más bella que puede hacerlo un hombre, más
hermoso que el chico de la recepción del Bar.
- ¡Gemelos! Logre leer de sus labios. Sonreí y le pedí a toda voz,
la bebida de la casa. La música en aquel lugar era realmente
alegre.
En instantes me servían una enorme copa con un líquido rojo al cual
el joven de la barra prendió fuego y me pidió con señas que soplara.
Soplé tan fuerte, como si se tratara de mi pastel de cumpleaños y
aplaudí, como si nadie me estuviera viendo, me acerque a la copa y
di un pequeño sorbo a mi bebida. Fue increíble, no era dulce, tan
poco amarga, me hizo cosquillas en la garganta; y debo confesar que
me sentí feliz. El joven sonrío y me guiñó un ojo, con señas cual si
fuéramos mudos y sordos, le pregunte que cómo se llamaba el trago,
y en vez de gritar o dibujar palabras en el aire, tomo un bolígrafo y
en una servilleta escribió: “Silvestrista”.
No entendí por qué recibía aquel nombre, pero igual pedí uno tras
otro, y creo que tomé muchos silvestristas. Mientras tomaba mis
bebidas calientes y alegres, se me acercaron varios jóvenes, pero
con mucha educación les insistí que esperaba a alguien. A la hora de
mi ingreso en aquel alegre lugar, el muchacho de la barra,
desapareció y lo sustituyó un chico moreno, debo decir que aquello
me incomodó un poco. Me encantaba esa sonrisa, estuve a punto de
pagar la cuenta e irme, pero recordé que mi taxi de confianza aun
demoraba.
- ¿Te puedo acompañar? El gemelo de sonrisa brillante, el chico de
los tragos rojos, estaba a mi lado.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¡Claro!- Respondí amablemente. Me sentía totalmente fascinada
con su rostro, en sus ojos brillaba un fuego, jamás había visto una
mirada tan resplandeciente.
- Creo bonita que te han gustado los silvestristas. Llevas unos
cuantos y no aparentas estar ebria.
- ¿Tienen mucho alcohol? Le mire hipnotizada.
- La mezcla es fuerte, no te digo los ingredientes porque me robas la
receta bonita. La punta de sus dedos tocó mi nariz, aquel gesto me
hirvió la sangre, debí verme más roja que mi bebida, pues me sentí
muy sonrojada. Traté de comportarme como siempre lo había hecho
en mi vida, de forma fría y respetuosa, así que le pregunte lo primero
que se me vino a la cabeza.
- ¿Por qué mi bebida se llama Silvestrista? No tiene mucho
sentido, algo silvestre debería ser verde, no rojo.
El joven soltó una carcajada y todo su rostro se iluminó, pude
detallar sus hermosos ojos, su cabello era claro, no como la chica del
trago de alcohol puro, era un rubio más oscuro.
- Se llama así por mi cantante favorito. ¿Nunca has escuchado a
Silvestre?
- ¡No! - Conteste inmediatamente. En realidad ese nombre solo
me hacía pensar en los pajaritos de la selva.
Mi hermoso acompañante hizo señas y el otro barman, se retiró a
buscar algo, de pronto, la música del bar cambió por lo que reconocí
como vallenato, algo muy rápido, y en la enorme pantalla del Bar, vi
por primera vez a Silvestre, el cantante aunque tenía sobrepeso,
tenía movimientos muy rápidos y diferentes a cualquier cosa que
hubiera visto en videos; la gente del bar lo conocía bien, todos
aplaudían y bailaban como locos.
Mi acompañante de mirada radiante, me tomó de la mano y me llevó
a la pista de baile, no tuve tiempo de negarme, además los tragos
rojos “silvestristas” comenzaban a hacerme efecto; y mi alegría se
unió al gentilicio del local. Sin saber cómo bailar, no hice más que
moverme un poco y aplaudir, sentía lo que era ser libre y sobre todo,
me sentía feliz de estar allí con el hombre más lindo del universo. Él
bailaba más controlado que el resto de los presentes, sus
movimientos se parecían a los del muchacho de la pantalla.
La melodía cambió y el vallenato del cantante se volvió romántico,
todos comenzaron a bailar tiernamente con sus parejas, por lo que
me dirigí a mi respectivo asiento, el joven a mi lado, era hermoso,
pero también era un desconocido; recordé que pronto me casaría; y
que no debía mirar de esa forma a otro hombre, lo que estaba
haciendo era impropio y debía irme inmediatamente.
- ¿Te has molestado bonita? Preguntó el muchacho.
- ¡No! Solo estoy cansada. Dije enfadada conmigo misma.
- ¿Quieres otro trago? Lo invita la casa. Dijo sonriendo.
- ¡No! Eres muy amable, pero ya vienen a buscarme y estoy
algo mareada. Tome mí cartera, lo miré por última vez y me
fui de aquel alegre lugar a mi mundo real.
Cuando llegue a casa, cerré la puerta suavemente y me senté a
llorar, sin saber por qué, me dolía el pecho, me quité los tacones y
los arroje al pasillo. Recordé todas las enseñanzas de Rafael, cosas
que me parecieron entupidas, como: <<Una mujer decente no sale
sola>> <<Debes usar tacones, son zapatos de mujer, no los que
usas>> <<Jamás debes aceptar un trago de otro hombre, eso
hablará muy mal de ti>>
¡ESTOY CANSADA DE QUE GOBIERNES MI VIDA! Grité al pasillo
oscuro de mi casa, las lágrimas me golpearon de una forma extraña,
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
me levanté, estaba mareada. Conseguí la puerta que buscaba,
encendí la luz; el espejo me devolvió el espectro de una mujer que
no quería reconocer, los trastornos alimenticios que padecía, por no
querer engordar, se me notaban cada vez más, estaba pálida y
famélica, dos gruesas gotas negras me marcaban las mejillas
¡DETESTO EL MAQUILLAJE! Me dije a mí misma, y frente al espejo me
quité el vestido rosado, abrí la llave de la regadera y me acosté en la
bañera. Pensé en ese instante que había bebido demasiado,
mientras el agua fría me calmaba el mareo. Unas cuantas lágrimas
más persistieron, hasta que recordé el rostro de los gemelos, eran
como ver al hombre de tu vida, dos veces. Su dulce rostro, su mirada
brillante y alegre, su retrato estaba impreso en mi memoria.
¡NO! No, son los “silvestristas”… es mi vida la que me tiene mal.
Dije, caminando desnuda hacía mi habitación. Me gustaba sentir la
piel húmeda, que las gotas se deslizaran y el frío me calmara las
tristezas.
Sin saber cómo una insistente canción de vallenato, sonaba una y
otra vez, dentro de mi cabeza, para poder librarme de ella, me fui a
dormir.
RAFAEL
A la mañana siguiente, me desperté con un horrible dolor de
cabeza, los “silvestristas”, me habían estallado tan pronto toqué la
cama, me tomé dos pastillas con un vaso de agua y unas gotas de
limón, y al encender mi celular pensé que el mundo se me venía
encima.
<<Rafael>>
Tenía cualquier cantidad de mensajes de voz y de texto, no escuché
ni leí ninguno, sabía perfectamente que Rafael estaba furioso, por no
haber controlado mis pasos la noche anterior.
Como por arte de magia, el teléfono dio un pitido y contesté.
- ¿AL MENOS ESTAS VIVA? Más que una pregunta, fue un grito
que retumbó en mi cerebro.
- ¿Es necesario que grites? Murmuré.
Increíblemente Rafael colgó la llamada, lamenté haberme portado
tan grosera, pero el dolor de cabeza no me permitió contestar nada
más. Dormí durante horas, era domingo y no trabajaría hasta el día
siguiente.
A eso de las tres de la tarde y luego de una sopa de cebollas,
recuperé mi ser, y lo primero que se me vino a la mente fue la
melodía de la noche anterior, no recordaba la letra, pero era
agradable la alegría que emanaba de mis recuerdos, sus sonidos
estaban impregnados en mi alma.
- No sé su nombre, no le pregunté su nombre.- susurré- busqué
mi cartera y encontré la servilleta “Silvestrista”, nada más, ni
un número telefónico, ni nada que me indicara quién era. En el
folleto del bar, solo había los diferentes nombres de bebidas
alcohólicas y sus precios, ninguna información más.
Fue una semana insoportable, Rafael gritó, casi todos los días, me
regañó como a una niña, y no sentí la menor gana de disculparme,
yo no había cometido ningún crimen, solo celebré dos horas mi
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
cumpleaños, era mi derecho, pero tampoco quise agrandar el asunto
y me mantuve al margen de la discusión, guardando silencio.
Siempre que Rafael gritaba, yo me sumía en un silencio sepulcral.
- Ahora la señorita después de perderse toda una noche, no me
habla, ¿Qué hubieras dicho, si quien se va de fiesta soy yo? El
peor hombre del mundo… ¡Ana mírame cuando te hablo!
Sabrá Dios con quién estabas, o que hiciste, te has
comportado como una cualquiera.
- Estas gritando Rafael; y así, de verdad que no puedo.
Durante días profesé las enormes ganas de regresar aquel sencillo
Bar, anhelaba saber el nombre de sonrisa hermosa y gemelo
idéntico. Pero no me atrevía a ir sola de nuevo, sentía que cometería
un grave pecado. Por más que les pedí a mis decentes amigas que
me acompañaran, ninguna quiso ni por asomo ir a aquel barrio,
supuestamente peligroso. Insistían en que no era un lugar para una
mujer comprometida.
Dos semanas después de mi cumpleaños, decidí arreglar las cosas
con Rafael, así que fui a su casa. Para mí sorpresa había una fiesta
esa noche, y al llegar todos sus amigos al verme se sintieron
incómodos, por lo visto no esperaban que asistiera. Los saludé como
si supiera que allí había una reunión, busqué a mi prometido con la
mirada y no lo vi, hasta que la cara que puso mi suegra me mostró,
que algo pasaba, instintivamente fui a la habitación de Rafael, no
estaba solo, con él se encontraba una joven muy bonita y muy alta,
yo no entendía que ocurría.
Mire a Rafael y su rostro estaba blanco como la hoja de un papel, la
joven me miró y Dijo: ¡Soy su prometida! ¡Vamos a casarnos!
Creo que sentí en ese instante lo que en derecho se llama intenso
dolor, una cinta negra se desprendió de mis ojos, era como si
hubiera estado vendada hasta entonces, apreté mis puños y los
miré, fue sorprendente ver como el hombre que dominaba mi vida,
era alguien que no dominaba la suya. Él bajo la mirada, lo cual me
bastó para marcharme.
Mi taxi esperaba afuera, alguien gritó algo, otra mano trató de
detenerme, escuche a alguien decir que no quería un escándalo,
creo que golpee a Rafael, a la muchacha o a ambos, no puedo
saberlo a ciencia cierta, solo se que iba a la casa de mi madre por un
revolver, el intenso dolor produce un efecto mortal en la persona que
ha sido engañada y si aun viven es por obra del destino.
Pensé en matarlos, pensé en matarme, durante años había sido
sumisa, buena chica, tranquila, una joven de buena familia, y todo
era una sucia mentira. Ahora entendía por qué me trataba tan mal,
ahora entendía sus celos, por qué me manipulaba para ser la niña
más ejemplar. Sentía a cada segundo que mi corazón se quebraba y
pronto explotaría. Pero una melodía en mis recuerdos me llevó a otro
lugar, le pedí al taxista que cambiara el destino, que me llevara a “Mi
Gente”, el taxista diligentemente me dejó allí; y en la gran pantalla
estaba Silvestre, cantando y bailando. En la barra vi al otro barman,
el chico moreno, le pedí un “silvestrista” y me lo negó con la cabeza,
observé el lugar, sin entender; y los labios del barman se movieron
para decir “Se ha ido”, le pedí un tequila, decidí no llorar, calmarme,
si no me adueñaba de mis emociones cometería una locura, sabía las
consecuencias de matar a alguien, tanto penales como espirituales,
necesitaba controlarme y precisamente eso hizo la música de
Silvestre. Por cosas de la vida, le di toda mi atención a Silvestre, y de
pronto en el escenario del video, en lo que parecía un concierto, una
niña especial lo saludaba, ella me enterneció el alma, y logré
dominarme por fin, Silvestre la sentó en sus piernas, le canto,
bailaron juntos y el cantante dijo: “Dios te bendiga Melisa”, la niña
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
que él llamó Melisa, gritó emocionada por el micrófono y yo allí
delante de todo el mundo, me puse a llorar.
Esperé a que cerraran, fui la última en irse, necesitaba saber sobre el
chico rubio o su hermano, y el barman de esa noche, me contó que
los gemelos se habían ido a probar suerte en otra parte.
Tomé un taxi a mi casa a las 4:00 de la mañana, siquiera pregunte el
nombre del silvestrista, porque no tenía sentido saberlo, una
depresión absoluta se apoderó de mi alma, me declaré enferma y
durante días perdí la noción del tiempo. Tomé pastillas para dormir y
al despertar volví a tomarlas, duraba más de 24 horas,
completamente dormida; y al despertar lloraba como si mi madre
hubiera muerto. Dejé de comer, dejé de vivir durante mucho tiempo,
pensé en suicidarme una y otra vez, lo único que lo evitó fue dormir,
y dormir durante días. Poco a poco volví a comer, y por obra y gracia
del destino, aprendí a respirar nuevamente y decidí levantarme de la
cama y vivir.
Me fui de la ciudad y comencé de cero en otra, me entregué a mi
nuevo trabajo, y me recuperé poco a poco de mis complejos, lloré
noches enteras, tomé antidepresivos y pastillas para poder dormir
por las noches, Rafael había logrado hacerme un hoyo enorme en el
corazón; lo único bonito que recuerdo, durante ese tiempo de vivir
como un robot, es la música del Silvestre, cuando más triste o sola
me sentía, él con sus melodías llenaba mi vida, colmó poco a poco
mi corazón de su alegría y sin saber cómo o por qué, me convertí en
fanática o como se le dice a sus seguidores, me bauticé
“Silvestrista”.
TERESA
Una noche mientras trabajaba largas horas en el computador, sentí
un vacío tan grande, que decidí en ese instante que necesitaba una
ilusión, era el momento de aceptarlo, tomaría mis vacaciones para
irme por primera vez a un concierto de Silvestre en Colombia.
Tomar la decisión y hacer las maletas fue cuestión de horas, dejé la
oficina en orden; y tras la puerta del despacho mi envestidura de
abogada, dije adiós a mis seres queridos y tomé un vuelo a
Valledupar, tenía suficiente dinero y dos meses completos para
llenar mi vida de alegría. Sin embargo, en la vida las cosas no son
color de rosa, y las enseñanzas cuando crees que han llegado,
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
apenas comienzan, el camino que había emprendido en el taxi la
noche de mi cumpleaños, apenas comenzaba.
Me hospedé en un hotel hermoso cercano al lugar donde se
realizaría el concierto, pero apenas bajé a comer algo, mi vida
cambio para siempre, el barman del restaurante, era el joven por el
cual había conocido sobre Silvestre Dangond.
- ¡Hola bonita! El silvestrista estaba ante mí.
- ¡Eres tú! Dije sin poder creer lo que veían mis ojos. Él sonrío y
llenó mi vida con su existencia, olvidé por un instante quién
era yo misma y en donde estaba. Sus ojos pardos eran
penetrantes, que brillaban con tal intensidad, que me sentí
desarmada ante su existencia.
- ¿Qué haces tan lejos de casa? Preguntó, pero no pude
contestar, lo miré como si fuera irreal.
- ¡Soy Ana! Fue lo único que pude decirle.
- ¡Mathias!, no me dirás que has venido siguiéndome. Y su
carcajada me lleno el alma.
- ¡No! Dije. Vine a realizar un sueño, quiero que Silvestre me
conozca.
- ¿Ahora eres silvestrista? no esperaba menos.- Dijo.
- Si, ahora soy muy alegre y te agradezco por haberme
presentado a mi Ídolo.
- Te traeré tu bebida, y tomaré mi descanso. Me guiñó un ojo y
regresó con una enorme copa roja.
Hablamos durante horas, me desahogue con Mathias, me disculpé
por salir tan groseramente del Bar aquella noche, pero le confesé
que me había sentido mal por divertirme y durante años me
arrepentí de haberlo hecho, le conté que fui a buscarlo al Bar días
después, y algunas cosas de las que pasaron con Rafael.
Él solo me pregunto si tenía novio actualmente, y nos reímos durante
horas, sentí que había encontrado la felicidad, pero que debía tener
cuidado, no quería lastimar a nadie, y menos, que volvieran a
romperme el corazón.
Paseamos de día por Valledupar, y de noche, yo lo observaba
trabajar hasta tarde, así pasaron algunos días, para el concierto aún
faltaba algún tiempo.
- Hoy te llevaré a conocer a alguien muy especial. Dijo Mathias
una tarde.
- ¿A dónde vamos? Quise saber.
- Hoy te presentaré a mi amiga Teresa, ella es una de las
Silvestristas más bellas que conozco, es alguien muy especial
y nadie en esta vida se parece a ella.
Es innegable que sentí celos de esas palabras, y hasta pensé que
Teresa sería su novia. Para mi sorpresa, era una chica de mi edad,
muy hermosa, pero estaba en sillas de ruedas.
- ¡Hola hermosa! - Dijo Mathias, y la chica se aferró a él como si
estuvieran despidiéndose. ¡Ella es Ana! Dijo refiriéndose a mí.
Y por primera vez conocí en la mirada de alguien, las
verdaderas ganas de vivir. Me acurruqué a su lado y ella me
dio un beso en la mejilla. Si el corazón de un ser humano se
puede encoger, el mío se volvió diminuto. Verla con su
pañoleta roja, cubriendo la calva donde alguna vez existió un
hermoso cabello, me lastimó el alma.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¡Hola Ana! Dijo abriendo sus ojos como platos. Mathias me ha
dicho que has venido a ver a Silvestre desde muy lejos. Me
parece increíble y muy divertido hacer algo así. Yo quiero ir al
concierto, pero mis padres no me dejan ir, porque no pueden
acompañarme, y aunque pudieran no me llevarían, me tratan
como si fuera un bebé.
- ¿Y si vamos los tres? Pregunté sin medir la responsabilidad del
compromiso que asumía ante aquella familia. Pero ya no podía
ir sin Teresa, era evidente que tenía una enfermedad grave, y
mi sueño de que Silvestre me conociera, podía esperar. El
rostro de Teresa se iluminó con la idea y Mathias me dedicó su
mejor sonrisa. Fue un instante que jamás olvidaré, cada uno
de nosotros se llenó de felicidad infinita, cada cual por sus
propios motivos.
Mathias me explico que Teresa sufría de Cáncer en el estomago, y
que los médicos hace mucho la habían desahuciado, la quimioterapia
había dado sus frutos pero el mal había ganado la batalla. Durante
días su historia me hizo sentir culpable, yo me lamentaba por el
engaño de un hombre, cuando existían personas con verdaderos
dolores y con más ganas de vivir que yo, me sentía avergonzada de
haberme mantenido dormida durante tanto tiempo, en lugar de
luchar, perdí mucho tiempo de mi vida en algo que simplemente no
valía la pena.
Una tarde paseando con Teresa por una plaza de Valledupar, la chica
me agradeció que la apoyara a ir al concierto. Conduje su silla de
ruedas hasta una banca de la plaza y me senté a contemplar a los
niños correr detrás de las palomas.
- ¡Ana! Dijo Teresa. Tal vez no ahora, tal vez no después, quizás
dentro de unos años, estoy convencida que Silvestre va a
conocerte, y por eso quiero pedirte que le digas lo feliz que
me hizo; y que, sus ojos amarillos son como dos solecitos que
me iluminarán siempre, vaya a donde vaya. Al decir esto dos
enormes lágrimas brotaron de sus ojos.
- No digas tonterías Teresa. Dije secando su rostro. Se lo dirás
tu misma. Te prometo que haremos todo lo necesario para
acercarnos a él y que te de un besito en la mejilla.
- No creo Ana, acercarse es muy difícil, él es muy famoso, y
entiendo que no nos puede conocer, a todos y cada uno de los
silvestristas, pero tengo fe en ti Ana, tú le hablaras algún día
de la loquita de Teresa, y del amor tan grande que le tuve.
- Te prometo que Silvestre sabrá que Teresa la más bella
silvestrista que ha existido… lo ama. Dije lanzándome a llorar
entre sus brazos. La amaba y aceptar que moriría me causaba
el dolor más grande del mundo. Lloramos juntas y la Plaza
Alfonso López fue testigo de mi promesa.
Aquella noche supliqué a Dios que curara a Teresa, que le diera
salud. Ella era demasiado joven y hermosa para morir, no era justo
que alguien tan puro sufriera así, habiendo tanta vida en sus ojos
cafés. Lloré hasta quedarme sin lágrimas.
Mi oración se quedó en el aire, pocos días antes del concierto, Teresa
había muerto; se había ido a ser feliz con Dios a otro lugar. El día de
su entierro me quedé al lado de su lapida, con una rosa roja entre las
manos, hasta que volví a formular mi promesa, dejé la rosa arriba de
todas las demás flores y nos dijimos adiós.
El día del concierto de Silvestre, lloré, y lloré en la habitación del
hotel, en los brazos de Mathias.
- ¡No puedo ir al concierto! Sollocé.
- Tienes que ir, es lo que Teresa quería.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Por favor entiéndelo, ya no puedo ir, ella… ella.
- Si lo sé, ella se ha ido, pero no podías hacer nada, era como
mi hermanita y no pude hacer nada tampoco, pero ella te dejó
un encargo y debes cumplirle, vamos vístete de rojo,
Silvestrista… nos vamos.
Aquel primer concierto, aunque me rodeaban miles y miles de
personas; y si bien me aferraba al brazo de Mathias, me sentí
inmensamente sola, estaba tan triste, era como si la muerte de
Teresa me golpeara contra una pared, pero a su vez, como si Rafael
me volviera a engañar, como si toda la depresión del mundo se
alojara en mi corazón.
Logramos llegar hasta la baranda principal y me aferre allí durante
horas, era permanecer allí de pie o echarme a llorar sin consuelo, la
gente aclamaba, gritaba, el lugar estaba a no más poder, miles y
miles de historias en cada silvestrista, y Teresa, allí debía estar
Teresa, me aferré a esa idea, y las luces me cegaron por un instante,
mi cantante salía al escenario, grité, grité, grité durante todo el
concierto, lloraba y me abrazaba al pecho de Mathias, estaba
emocionada, estaba triste, me sentía cansada y aunque estuve muy
cerca, Silvestre no pudo verme.
- ¡No le cumplimos a Teresa! Susurre al oído de Mathias, cuando
el concierto terminó. Él me abrazó y sin decirme nada y sin
darme casi cuenta, me besó. Allí en ese instante, fui
profundamente feliz.
CLUB DE TRES
Mi estadía en aquel hermoso lugar llego a su fin, debía irme
dejando los sueños atrás, dejé a Mathias, escondí todos mis
sentimientos bajo llave, dejé rosas rojas en la lapida de Teresa, y me
marché, lo único que llevaba conmigo a flor de piel para que la
tristeza no me consumiera, era el recuerdo del concierto, las
canciones más alegres de Silvestre.
Mathias tenía su vida, y yo un lugar en el mundo, con realidades y
luchas que debían continuar, ni por un instante consideré la idea de
quedarme o rogarle al amor que me siguiera, porque simplemente
aprendí que el amor llega y se queda contigo cuando debe llegar; y
cuando es todo para ti, sin obligar ni presionar, él simplemente llega.
Pasó un año inmensamente largo antes de las vacaciones de agosto,
durante todo ese tiempo no abandoné mi pasión por el silvestrismo,
era lo que estaba conmigo y a mi lado en los momentos de debilidad,
pero la soledad era absoluta, así que decidí inventar un Club de fan,
digo inventar, ya que era la única fan de mi ciudad o por lo menos
así lo creí, las redes sociales hicieron su labor y como quien recluta
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
personal increíblemente encontré en mi vida a dos almas gemelas, la
primera de ellas una hermosa niña de cabellos rubios llamada
Amparo, la otra de ellas, una morena increíblemente silvestrista
llamada Raquel, ambas eran mucho más altas que yo.
En ese tiempo se daría un concierto de Silvestre en la ciudad, lo cual
me produjo ansiedad, no por su llegada, si no porque sabía
perfectamente que las personas no lo conocían tanto como en
Valledupar, así que llenando vacíos, le entregue el corazón a un club
de tres, y con la ayuda de algunas amigas cómplices, ya que no fue
fácil que algunas aceptaran colocarse una camisa roja y me
acompañaran a promocionar el concierto, sin siquiera saber de quién
se trataba, otras personas a quienes les rogué su apoyo
prácticamente me cerraron las puertas de su amistad, e incluso perdí
falsas amistades de sociedad, que solo me consideraban su amiga
por tener una profesión exitosa o por haber sido novia de un gran
hombre, que en realidad sabemos que no era tal.
Esa tarde en que siendo abogado, con todas las ocupaciones que ello
me origina, me fui a la calle con volantes, pendones y fui
simplemente Ana, me acompañaron las increíbles nuevas amigas
Amparo y Raquel, conocerlas fue algo maravillo, ya que siendo tan
distintas, no fue necesario tomar café o contar intimidades para
llegar a ser las mejores amigas del mundo, y la locura en cada una
se distribuía perfectamente.
Luchamos durante días para vender entradas al concierto, cada
cierto tiempo le escribía a Mathias contándole los pormenores del
Club de Tres, durante ese año mantuvimos un trato algo distante
para no herirnos, pero evidentemente cada vez que recordaba el
único beso que nos dimos, el alma se me fragmentaba en pedazos,
que remendaba con mis ocupaciones del silvestrismo. Llegado el día
del concierto, ya no éramos un club ficticio, teníamos miembros
fundadores, verdaderos portadores del color Rojo, por decisión
unánime, esperamos al querido Silvestre en el Aeropuerto, desde la
mañana, pero por cosas del destino, el cielo se nos vino encima, el
diluvio ocurrió y no dejó de llover, estábamos eufóricos, entre la
histeria y la tristeza, el torrencial aguacero mantenía al artista preso
en el aeropuerto de otra ciudad y la distancia no fueron las horas,
sino la duda de su llegada.
Cantamos, lloramos, a ratos pensaba en que si Mathias estuviera
conmigo, la felicidad sería completa, tenía fe de que dejaría de llover
y por primera vez vería a Silvestre frente a frente. Curiosamente me
sentía cansada, como cuando tienes fiebre y pensé que era la
emoción del instante.
Eran las 10 de la noche cuando escuché gritos de las personas que
me acompañaban, caí en una especie de estado depresivo
incomprensible, no podía escuchar o entender, solo miré a Amparo,
con esa sonrisa radiante en ella y la felicidad que emanaba de
Raquel para entender… él había llegado.
Comencé a llorar, lloré por Rafael, llore por Teresa, lloré
increíblemente por Mathias y nuestro amor inconcluso, cuando entre
todos los que estaban presentes, lo vi, no pude moverme y solo lloré,
pensando que él se iría inmediatamente al concierto. Nada más
lejano de lo que viví en ese instante. Es muy alto. Pensé.
- ¿Qué tal la espera? Preguntó Silvestre colocando su brazo
derecho en mi hombro.
No contesté, no pude, me aferre a él, lo abrace como nunca había
abrazado a un ser humano.
Las lágrimas aún las conservo en mi alma, al igual que la imagen de
sus ojos amarillos, increíblemente dorados… los solecitos de Teresa,
camino a la eternidad.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
ROMEO Y JULIETA
Ante las emociones que vivimos ese día en el aeropuerto, le fallé
nuevamente a Teresa. Haber visto a los ojos a alguien tan especial
en mi vida, lo único que pude hacer fue entregarle un obsequio, el
libro más hermoso que podía darle. En una versión de bolsillo, le
regalé “Romeo y Julieta”, pero los sentimientos de mi amiga, su
existencia y muerte, fueron imposibles de expresar, nuevamente
derrotada por el tiempo, los sentimientos y sencillamente sin voz,
esperando que la vida me diera un instante más tranquilo, el cual
nunca llegó, por lo menos no en ese momento.
Al día siguiente del concierto que no se realizó por el diluvio intenso
de la noche, entraba en un lugar frío y distante de la alegría anterior,
era hospitalizada, a tan solo calles de Silvestre, mi cuerpo me alejó
de él. Las calenturas del día anterior en realidad eran fiebre.
Ingresaba con Bronquitis a la clínica, totalmente derrotada, llorando
en silencio, sin fuerzas y delirante en fiebre. En la noche pude ver
entre pesadillas y altas fiebres, a una niña hermosa al lado de mi
cama, estaba sentada en una especie de silla de ruedas de colores y
susurraba palabras ininteligibles, los ojitos que me observaban eran
los de Teresa, no me acusaban, ni perdonaban, simplemente me
miraban intensamente.
Al despertar me sentí agotada, como quien viaja eternamente y no
desea seguir adelante, más que enferma, me sentía incompleta.
SIRENA DORADA
Transcurrieron algunos meses, y en mi pecho se abrigaban los
vacíos más terribles que el amor pudiera ocasionar. Cuando decides
ser feliz para siempre y tu decisión ha llegado tarde, puede ocurrirte,
lo que me sucedió. Regresé por fin a Valledupar, y para mi sorpresa,
Mathias ya no trabajaba en el Hotel, no conseguí dirección alguna a
la que se hubiera mudado, nadie supo darme razones del hombre
que amaba, simplemente se fue sin decir adiós. Cuando deje de
recibir sus correos y llamadas telefónicas, sabía que algo andaba
muy mal, nunca creí que él había desaparecería de mi vida.
Esa tarde en la que me rendí y acepte que se había marchado para
siempre, necesité el consuelo del único lugar que el valle podía
entregarme por completo; y como quien llora la muerte de un ser
amado, derramé mil lágrimas a orillas del Río Guatapuri, allí sentada
entre las rocas, observada únicamente por la enorme escultura de
una sirena dorada. Era irreal que Mathias ya no estuviera en
Valledupar. Sentí tanta soledad que pensaba que en cualquier
momento me lanzaría a las aguas de aquel hermoso río, y dejaría
que se llevara el amor que me quemaba en el alma. Miré mis pies y
me dije: << Zapatos rojos>> me los quité y hundí las piernas en
aquellas aguas cristalinas, solo hasta entonces pude calmar las
tristezas de decisiones tardías.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
En el Guatapurí vi el atardecer más hermoso, que jamás haya visto,
La Sirena brillaba como un sol, porque él se reflejaba en ella, era
como una Diosa de oro, que aplacaba con su hermosura mi corazón
fragmentado; en ese mismo instante hundí mis manos en las aguas
diciendo: <<Te entrego mi amor y mi odio, que tus aguas se lleven
lo que me consume, me perdono y me amo, te perdono y te olvido
Rafael, nunca más volveré a sentir siquiera odio por tu nombre, yo
declaro que te vas río abajo, en la corriente del Guatapurí>>
Increíblemente esa noche, por primera vez en mucho tiempo, pude
dormir en paz, sin tristezas, entendiendo que tanta desolación no se
debía a Mathias, o a mis sueños inconclusos, ni siquiera tenía que
ver con mis promesas a Teresa, todo el malestar que arrastraba
dentro de mí, se debía a mi incapacidad de perdonar a Rafael,
incluso estoy convencida, que la vida, el destino o como quiera que
se llame esa Ley universal, Mathias debía alejarse de mí, para que yo
pudiera cicatrizar mis heridas.
Regresé a mi ciudad con toda la paz que un alma puede tener; y
sobre todo, dispuesta a seguir el Silvestrismo como una forma de
vida, conocer historias tanto alegres como tristes de quienes
persiguen una voz, no por su potencia o mensaje, si no por la
armonía que ella produce, ese cantor de ojos amarillos y alma
transparente. Desde entonces decidí escribir este diario para ti,
paciente lector Silvestrista.
EL ZAPATO ROJO
En este episodio del diario rojo, quiero dejar constancia, de lo
mucho que se puede llegar a sufrir, por ser fan, no por obra del
artista al cual sigues, quién ni tiene idea de lo que podemos pasar
por estar buscando tal vez, lo que no se nos ha perdido.
Aquella noche Silvestre tendría una presentación, en una ciudad
cercana a la mía, que sería, realmente concurrida, y a la cual no
tenía planificado asistir por la inseguridad que ofrecen eventos
enormes, pero como en el corazón de un fan no manda la razón, me
presenté, aún a pesar del augurio en mis sueños, la noche anterior.
Cometí el error de acercarme más y más al barandaje cercano a la
tarima del evento, la multitud me sofocaba, pero la meta, estaba allí
ante mí, en donde sólo se interponían unas cuantas miles de
personas, en lugar de quedarme atrás, como cualquier mujer sola y
sensata debería haber hecho, paso a paso fui conquistando terreno.
El problema no fue avanzar, el calor, siquiera la sensación de
claustrofobia que sentí en ese momento, sino la euforia de quienes al
igual que yo, empujaban buscando un lugar cercano a la tarima.
Faltaba muy poco para que se presentara Silvestre, y eso me empujó
a agacharme entre la multitud. Hoy recuerdo lo que hice, y no se si
reírme o llorar mis ideas sin sentido. Comencé a avanzar entre los
silvestristas, gateando poco a poco y me gané algunos insultos, otros
se reían y otros ni se dieron cuenta de lo que hacía, en tres
oportunidades me pisaron las manos; no tengo idea que me pasó en
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
esa oportunidad, olvidé mi edad, mi profesión, olvidé que era una
dama, y me comporté simplemente como una niña traviesa.
Al levantarme, observé que aún me faltaba bastante para llegar a mi
meta, pero en ese mismo instante, los músicos de la agrupación
hicieron acto de presencia, y la locura se desbordó en todos los
corazones allí presentes, en no se qué espacio, la multitud se
desplazó, corrimos hacia delante; y caí, sentí como me detenía el
áspero asfalto, y por unos instantes fui arrastrada entre la marea,
raspándome las manos, las rodillas e increíblemente perdí uno de
mis zapatos rojos favoritos. Alguien me ayudó a ponerme de pie, y el
dolor fue terrible, Silvestre salió al escenario y todos brincamos de
alegría. Sentí como un hilillo de sangre brotaba de mi rodilla
derecha, pero la emoción contuvo el dolor, tampoco eché de menos
mi zapato, y después de todo, seguí avanzando, poco a poco, la
multitud fue cediendo y por fin llegue a la baranda en frente de la
tarima, levante la vista y sus ojos amarillos, se clavaron en mi, él me
estaba esperando.
(CAPITULO ESPECIAL)
Para mi gran sorpresa, me miró directamente a los ojos y sentí, que
de alguna forma, entre la multitud, él me reconocía. No puedo decir,
qué cantaba, o cuál era la melodía, solo podía verlo a él en la tarima
y vivir ese instante de mirarnos, de sonreírnos como un par de
cómplices.
Cuando Silvestre terminó de cantar, las personas comenzaron a
mostrar sus pancartas, alguien a mi lado le dio un regalo, era algo
así, como un arreglo de frutas, e incluso vi una mano extendiendo
una gruesa cadena de oro, que él no acepto.
La magia de un concierto, ciertamente te hace ver a tu artista como
un ídolo, recordé en ese instante que llevaba en mi bolso un
pequeño obsequio para él; y sin saber, ni en qué momento lo saque,
lo tendí hacia arriba con ambas manos, tal cual, como ofreciendo mi
sacrificio a ese ídolo, y él sin dejar de mirar a su fan, lo recibió.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó Silvestre.
- ¡ANA! Grité ¡SOY ANA! Como si la vida se me fuera a gritos.
- Ana, te doy las gracias, que bonito detalle de tu parte - Su voz
era sincera, serena, simplemente como si estuviéramos solos.
Se quedó mirándome.
- ¡YO TE REGALÉ ROMEO Y JULIETA! Volví a gritar entre la gente
que me asfixiaba. Silvestre sonrió y me lanzó, tal vez, el beso
más hermoso que un ídolo haya lanzado a un fan, en toda la
existencia de la humanidad.
- ¡Lo recuerdo! Dijo Silvestre y volvió a sonreír.
- ¡TE AMO! Grité fuera de mí. ¡TE AMO! ¡TE AMO! Me había
convertido en toda una fan.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
El concierto continuó y solo recuerdo haberme puesto a llorar,
nuevamente lloraba por él, por mí, por Teresa, por mis seres
queridos, y me sentí agradecida de poder ser correspondida en un
instante, Silvestre sabía que me llamaba Ana, yo era Ana.
Tal vez, todo haya sido circunstancial, es posible que esa noche,
hubiera podido saludar a cualquier otra de las chicas que gritaban su
nombre, pero juro por lo más grande que tengo, que es mi alma, que
él sabía que yo existía, que algo más que el destino, hizo que me
mirara a los ojos. Sentí que había pagado con sangre ese instante en
mi vida, la herida de la rodilla era insoportable, pero vivir es
precisamente eso, aprender a sentir.
Cuando se acabó el concierto, las luces se apagaron y la magia llegó
a su fin, debí caminar mucho para poder alejarme de allí y conseguir
como irme a casa, pero no hubo transporte, y estando
completamente sola, caminé y caminé durante horas, comenzó a
llover y lo que había sido maravilloso, se convirtió en una pesadilla,
yo llevaba puesta mi chaqueta roja, me apreté a ella y el frío me caló
en los huesos, al ver mis pies recordé que había perdido un zapato, y
las piedras de la carretera me lastimaban terriblemente la planta del
pie.
Cuando más sola y cansada me sentí, una camioneta se estacionó a
la orilla de la carretera por donde iba, y la puerta del copiloto se
abrió para mí.
Dude en acercarme, y una voz preciosa, me animó a subirme al
carro.
- ¡Ana apúrate!, te estás mojando.
Al subir, sentí un frío increíble, estaba totalmente empapada, y el
ardor de la rodilla me hizo gemir.
- ¿Te pasa algo Ana? Dijo él.
- ¿Usted me conoce? Dije sin ver al chofer, me comenzaba a
sentir, realmente mal. Tenía mucha fiebre. Y sin poder más,
me desmayé.
Cuando desperté, estaba en una hermosa habitación, una mesita de
noche alumbraba el lugar, no sabía dónde estaba, ni qué me había
pasado, la fiebre había bajado y alguien me había puesto un pijama.
Me toqué la pierna y tenía un vendaje.
- ¿Hola? Murmuré. ¿Hay alguien aquí? ¿Hola?
- Por fin despertaste, ya me tenías asustado Ana. Unos ojos
amarillos me miraban fijamente, mientras el chico dueño de
ellos sonreía, pensé en ese instante que estaba soñando, que
había perdido la razón, Silvestre estaba conmigo dentro de
aquella habitación. Las lágrimas brotaron sin sentido, sin
control. Recuerdo haber temblado, me senté en la cama y
seguí llorando.
- Creo que estabas perdida, te encontramos caminando cerca
del aeropuerto cuando íbamos hacia él, te reconocí, eres la
silvestrista del regalo. Te pedí que subieras, tenías mucha
fiebre y mandé a los músicos en el vuelo y me regresé a
cuidarte, no sabía a dónde llevarte, así que te traje a mi
habitación en el hotel y pedí a una mucama que te atendiera,
mientras fui a buscarte un médico. El doctor atendió la herida
que tienes en la rodilla y te vendó también el pie, te inyectó
para la fiebre. ¿No lo recuerdas?
- ¡No! Murmuré ¿Tú eres tú? Pregunté quedamente.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Silvestre se sentó al borde de la cama, y volvió a sonreír. ¿Qué hace
una muchachita, sola en un concierto tan grande? – Preguntó -
¿Cómo se te ocurre andar caminando por la carretera de
madrugada?
- Quería verte.- respondí sin dejar de llorar.
- ¿Y tu zapato? Solo traías uno, te pareces a cenicienta – Su
sonrisa fue realmente hermosa.
- Lo perdí en el concierto, me caí, me pegué en la rodilla y perdí
mi zapato rojo. Contesté, calmándome un poco, sintiéndome
avergonzada.
Él me miraba intensamente, como queriendo entender mi estado de
nervios, trataba de ayudarme, pero en realidad no sabía qué hacer.
Hubo un silencio hasta que lo rompió con una simple pregunta.
- Ana, ¿Quién es Teresa?
- ¿Cómo sabes su nombre? Pregunté, mi corazón se aceleró. Su
mano tocó mi rostro y secó mis lágrimas. Era él, no era un
sueño.
- Ya es de noche, pasaste todo el tiempo delirando y diciendo
ese nombre y el mío.
- Hace unos años cuando comencé a ser tu fan, y a llenar mi
vida del silvestrismo, conocí en Valledupar a una dulce
muchachita, que te amaba, mucho más que yo, ella estaba
enferma y en sillas de rueda, el cáncer se llevaba sus sueños.
Teresa, decía que tus ojos eran sus soles, mi amiga se aferró a
tu música, a vivir por ti, yo le prometí que en ese concierto al
que iríamos ella y yo… tú la conocerías. Teresa murió unos
días antes, y le prometí en su tumba que tú sabrías su historia,
y que te diría que tu eres su sol en la eternidad.
Lo abracé como si estuviera a punto de perderlo para siempre, me
aferré a su cuello y dejé que todo el dolor saliera de mi alma. Él me
abrazó y susurró palabras que no recuerdo. Nunca pensé que mi
ídolo fuera tan humano, cuando vi sus ojos nuevamente, en ellos
había lágrimas por Teresa, yo no podía pedirle nada mas a la vida,
había cumplido mi promesa.
- Ana debo irme, estoy retrasado para un concierto, pagué los
gastos del hotel, el médico dijo que descansaras, duerme un
poco, recupérate y ten cuidado con la pierna, la herida tenía
un vidrio muy grande, así que, debes limpiarla hasta que
cicatrice, tu ropa está lavada, la coloqué en el armario
¿Quieres que llame a alguien? ¿Necesitas dinero?
- No, estaré bien, vivo cerca de esta Ciudad, no te preocupes,
gracias por haberme cuidado.
- Prométeme que no volverás a ser tan imprudente.
- Lo prometo, palabra de silvestrista. Mis palabras lo hicieron
reír, se acercó a la cama, colocó su frente junto a la mía.
- Cuídate mucho mi muchachita – dijo dándome un beso en la
frente. Me gusta mucho que me miren esos ojos negros que
tienes, así que te me cuidas.
Y se fue, dejando la habitación vacía, él llenó mi vida por completo, y
esos instantes a su lado fueron como un sueño. Un lugar a donde mi
alma ha aprendido a ser plenamente feliz, en los sueños, puedo verlo
seguido, recordar sus palabras, sus miradas, su música. En mis
sueños no hay tristezas, no hay depresiones, y de vez en cuando
Teresa me visita para saber que estoy bien.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
A la mañana siguiente, busque mi ropa en el armario y junto a ella
había una hermosa caja roja con una tarjeta, mi corazón comenzó a
latir aceleradamente
<< Con amor para mi
cenicienta Silvestrista.
Silvestre Dangond>>
<<Zapatos rojos>> sonreí.-
PALABRA DE SILVESTRISTA
En ese instante miré a mi gran hermana silvestrista, como si por
primera vez en la vida, entendiera que cuando te dicen no, la
respuesta es sí.
- ¡Ana te has vuelto loca! Dijo Amparo ¿Tu empleo? ¿Tu familia?
- Lo siento Amparito, renuncio, me voy a Colombia – Respondí
mientras empacaba mi maleta, necesito buscar a Mathias,
tengo que encontrarlo.
- Tú te vas es detrás de Silvestre, a mi no me engañas
¿Conocerlo no fue suficiente? Tienes que parar ya Ana.
Tomé su mano entre las mías, y sonreí lo mejor que pude.
- ¡Ven conmigo!
- ¿Qué?
- Vamos Amparo, vámonos de aquí, vente conmigo a la
Cienaga.
- ¿Qué vamos hacer allí? ¿mi programa de radio? ¿De qué
vamos a vivir?
- El programa es muy importante, tienes razón, sin ti y sin
Raquel no hay silvestrismo en la ciudad, necesitamos seguir
luchando día a día por Silvestre en Venezuela. Quiero que
confíes en mí, he ahorrado algo y me cuidare mucho, hay
silvestristas que quiero conocer, además es posible que
alguno de ellos sepa dónde está Mathias.
- Ana la Cienaga, es un pantano y queda muy lejos. Dijo Amparo
y sus ojos verdes me reprendieron.
- Confía en mí, estaré bien.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¿Y tu familia?
- Creen que voy a hacer unos estudios de derecho a Colombia,
por favor Amparo, nada de hablar con mi madre ¡Júralo!
- ¡Palabra de Silvestrista! Te mataré con mis propias manos, si
tengo que ir a buscarte, la herida de tu rodilla aún no cicatriza
y ahí vas en busca de acción y emoción.
- Tendré cuidado, no volverá a pasar, se lo prometí …
- Sí, sí, ya no me saques en cara el beso en la frente o me
olvido de nuestra amistad. Dijo Amparo, caminando de un lado
al otro en la habitación.
Tomé mi maleta y un bolso pequeño <<mis sueños caben en un
bolsito>> pensé, me coloqué mis zapatos rojos, y dejé guardado en
un cofre, mi anillo de graduación. En mi habitación se quedaba Ana
la abogada, y quien llevaba la maleta, era Ana la Silvestrista. Estaba
feliz de irme por un buen tiempo, había renunciado al bufete y
retirado todos mis ahorros, incluso vendí, ropa, carteras, tacones, y
muchas cosas más, necesitaría todo el dinero que pudiera llevar,
porque, en el fondo de mi corazón, no deseaba regresar. Tenía una
carrera que me agobiaba, en la que debía ser fría, calculadora y
donde jamás los sentimientos deben involucrarse, luego de 10 años
de ejercer, necesitas “aire”.
Me despedí de Amparito y sin más, me llevé mis sueños a otra parte.
En esta oportunidad no viaje en avión, para poder economizar, me
trasladé en autobús, no tenía idea de lo lejos que quedaba la
frontera, pasé 24 horas de viaje, al bajarme en Maracaibo, casi grito,
lo único bueno del viaje, fue lo mucho que pude pensar, organicé mi
mente, mis acciones, anote algunos planes, tache otros cuantos,
pero el primer destino en la lista sería Valledupar y la meta sería
llegar hasta la Cienaga, en Magdalena – Colombia.
NO ME COMPARES CON
NADIE
Maracaibo, era el mejor lugar para empezar mis planes
silvestristas, en esa ciudad encontraría a alguien que más que una
aliada, sería mi amiga, y me ayudaría a estructurar lo que sería mi
próximo año de vida.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Una noche, de las tantas que viví en Valledupar, Mathias me había
dicho, que para conocer el silvestrismo tenía que ir a la Cienaga en
el Magdalena – Colombia; que para poder entender cómo se sentían
las canciones de Silvestre en Venezuela, debía encontrar a Lorayne
López en Maracaibo, que no bailaría igual en mi vida si llegaba a
conocer a Sergio Tarazona de Bucaramanga, y que, la punta de lanza
de ser un verdadero fan estaba en la Cienaga; y así, cómo el que
busca encuentra, me fui detrás de la pista, y estando en Maracaibo
con la ayuda de las redes sociales, conseguí a Lorayne.
En esos días se aproximaba el lanzamiento del nuevo CD de nuestro
artista, “No me compares con Nadie,” así que estando en Maracaibo,
me enteré que ya todos los silvestristas estaban en Valledupar,
Lorayne me esperaría en el valle para conocernos.
Cruce el puente de Maracaibo por primera vez en mi vida, y sentí
nostalgia, su larga distancia y lo bello de sus aguas se quedaron
grabadas en mi memoria, me imaginé a Silvestre cruzando ese
mismo puente, 10 años antes, cuando viajaba para ganarse la vida
en pequeños conciertos; al igual que yo, cruzaría ese puente en
busca de mis sueños, solo que en sentido contrario.
Una cosa es llegar a Valledupar en avión, y otra muy diferente es
llegar por carretera, en viajes anteriores, me había perdido la belleza
y sencillez de Maicao, así como del camino de La Guajira, subir a un
taxi pirata fue igual de emocionante que un concierto, el conductor
no dejó de colocar vallenatos.
A orillas de la carretera observé en varias oportunidades mujeres de
piel tostada, con largos trajes de colores que ondeaban al viento. A
las dos horas de camino, nos detuvimos por agua y café, era aún de
mañana pero el calor ya era insoportable. En aquel lugar lejano, me
llamó la atención una pequeña niña Guajira, llevaba puesta una
sencilla manta roja, ella cubrió su cabello con una tela igual a la del
vestido, pensé en una niña árabe del desierto. <<En la Guajira hay
Beduinos>> susurré.
Pocas horas después, me bajaba nuevamente del sofocante vehículo,
pero el lugar más amado del planeta, nuevamente mis pies me
habían llevado al valle del Cacique Upar, la ciudad era un bullicio de
gente, vallas, pancartas, vehículos con sonido a todo volumen, era el
día del lanzamiento y llegaban a la región silvestristas de todas
partes.
Luego de dejar mi equipaje en el hotelcito económico en el que ya
había planeado quedarme. Pinté mi vida de rojo y me fui a la
caminata que daría Silvestre esa tarde, en donde me esperaban dos
grandes sorpresas.
Cuando le escribí por correo a Lorayne, y le pregunté donde nos
encontraríamos o cómo nos reconoceríamos, ella simplemente me
respondió, “te encontraré” respuesta que me dejó algo escéptica,
pero el silvestrismo te enseña que debes aprender a confiar, y eso
hice. Al llegar a la calle de la caravana roja, creí estar en un
concierto, la cantidad de gente desbordada por la calle y vestida de
rojo, me resultó impresionante, estaba convencida que no lograría
verme con Lorayne.
- ¡ANA! ¡ANA! Alguien gritó muy fuerte mi nombre. Cuál sería mi
sorpresa al voltearme, una muchacha de finos rasgos guajiros,
muy atractiva, me sonreía, vestida de tricolor y rojo, se dirigió
hacia mí con los brazos abiertos de par en par. La reconocí
inmediatamente era Lorayne López.
- ¡Te encontré Ana! Llevaba en las manos una enorme bandera
de Venezuela. Conocerla fue emocionante, no estaba
acostumbrada a sentir que conocía perfectamente a una
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
persona, aún cuando jamás la había visto en mi vida. <<Esto
es el silvestrismo>> pensé.
Me tomó de la mano, cuando aún no salía de mi asombro de haberla
encontrado, cuando gritó ¡ANA MIRA, ANA ES SERGIO! Un joven
corría hacia nosotras, realmente alto, la tomó en sus brazos y la alzó
como quien encuentra a una niña perdida, yo estaba conmocionada,
era como encontrar a los amigos del alma, Sergio me vio, me abrazó
fuertemente y me llamó por mi nombre, le correspondí el abrazo. Su
olor me es inolvidable, llevaba una fragancia muy masculina y lo
blanco de su piel me recordó a Silvestre.
Las redes sociales en nuestras vidas como silvestristas, son la
herramienta más poderosa que tenemos, incluso más que las cartas
o misivas en las guerras mundiales pasadas, nos conocemos,
vivimos pendientes los unos de los otros, reímos y lloramos con
nuestras historias, y si tu estás leyendo este diario, estés donde
estés, me conoces y se también, que algún día nos conoceremos.
Esa tarde en la calle roja del silvestrismo, vi bailar a Sergio, pensé
que se le caería la cabeza, y como bien me había contado Mathias,
ya nada sería igual. La gente comenzó a gritar y aglomerarse
alrededor de un vehículo blanco, era una camioneta, yo no entendía
que pasaba, pero Sergio agarró a Lorayne y ella me tomó de la mano
y nos arrastró al centro del bullicio.
¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Coreaban el mar de gentes, unos
empujaban, otros lloraban, todos gritaban. Unos ojos amarillos me
observan, él me sonreía y saludaba, cómo si fuera la primera vez.
LA GRINGA
Intentamos acercarnos a Silvestre, pero la multitud nos fue alejando
más y más, todos gritaban, y él nos saludaba lanzando besos y
sonriendo, en varias oportunidades bailó en la camioneta al son de la
música del nuevo CD, la gente estaba como hipnotizada por el ídolo.
- ¡Hora de irnos! Dijo Lorayne.
- ¡No! Vamos a seguir la caravana. Dijo bailando Sergio.
Lorayne me sacó del bullicio, y dejamos a Sergio brincando como
una cabra desenfrenada en la multitud.
- ¿A dónde vamos? Quise saber.
- Ana, tenemos que irnos ya, de lo contrario entraremos de
últimas al concierto, en cambio si nos calmamos y nos vamos
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
ahora mismo, entraremos de primeras y lograremos estar
adelante en el concierto, confía en mí.
Sus ojos brillaron con tal intensidad, que tomé su mano y salimos
corriendo en sentido opuesto a la caravana roja. Al llegar a una
avenida, Lorayne paró un taxi y lo abordamos.
- Rápido señor, al Parque de la Leyenda Vallenata. Dijo Lorayne
entregándole varios billetes.
El taxista como un rayó nos llevó a nuestro destino. De todas partes
llegaba gente, pero fuimos las primeras en llegar a las puertas del
parque. La nostalgia me golpeó de pronto. Recordé a Mathias a mi
lado unos años antes, después de la muerte de Teresa, y sentí que
no podría entrar sin él. Lorayne notó que algo pasaba y me abrazó.
- Tranquila Ana, estaremos bien, sonríe Silvestre nos vio en la
caravana, estoy segura.
- Yo creo que me miró, pero entre tanta gente, no estoy segura.
Dije tratando de que Lorayne pensara que eso, era lo que me
tenía triste, no deseaba hablar de Mathias.
- Nos lanzó un beso, pero te quedaste petrificada, tienes que
animarte, esto apenas comienza.
Desde las tres de la tarde nos plantamos a las puertas del parque de
la Leyenda Vallenata, donde se realizaría el lanzamiento de “NO ME
COMPARES CON NADIE”, a cada segundo llegaban más y más
silvestristas, y a diferencia del lanzamiento de “EL ORGINAL”, todos
vestían de rojo, cantaban, gritaban, estaban por todas partes,
portando sonrisas en sus rostros, todo a mi alrededor era un jolgorio.
A las seis de la tarde, éramos una larga masa roja que estaba a
punto de ingresar al parque, al abrirse las puertas, entramos y luego
de ser revisadas por la seguridad, teníamos el camino libre para
incorporarse con calma hasta donde sería el concierto.
- ¡ANA CORRE! Gritó Lorayne.
Las muchachas que venían a mi espalda también corrían, y no tuve
más remedio que hacer lo mismo, entendí en ese instante, que todos
deseaban pegarse a la baranda como nosotras, esa era realmente la
meta. Corrí, corrí como si se tratara de mi vida.
Al llegar a las enormes puertas de entrada, nos detuvimos jadeando
y riendo. De forma estremecedora sonaba “LA GRINGA”, y esa
canción disipó mis tristezas, estaba donde quería estar, y viviría lo
que anhelaba vivir.
Al ingresar a las instalaciones del parque, me sorprendió su
inmensidad, estaba completamente vacío y pude detallarlo, su
belleza me deslumbró, ya que, la vez anterior lo había visto de noche
y la tristeza de la muerte de Teresa me consumía.
Por un instante imaginé a Alejandro Duran, en la tarima, tocando
“Un pedazo de acordeón”, el primer Rey vallenato me recibía en mi
imaginación, las lagrimas brotaron de la emoción y me lancé a correr
nuevamente.
Estaba en un lugar sagrado, donde año a año se realiza el festival de
la Leyenda Vallenata, me abracé a una baranda de hierro al lado de
Lorayne, las dos brincábamos de alegría, en instantes estábamos
rodeadas de la marea roja.
Durante horas el parque se fue llenando, las canciones de Silvestre
nos emocionaban a cada instante, el sonido era increíble y la alegría
de todos los silvestristas se unía en una sola voz, y todos
cantábamos a coro.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
A las 10 de la noche, estaba totalmente exhausta, permanecimos de
pie pegadas al tubo, mientras entraba hasta el último silvestrista, y
las gradas parecían venirse encima con tantas aclamaciones del
ídolo.
Sentía a esa hora un dolor inenarrable en los pies, y me creía incapaz
de continuar. Lorayne llena de una vitalidad asombrosa estaba como
si nada, y se veía radiante, su forma de vestir con la bandera
venezolana la hacía resaltar entre los que estábamos de rojo. Sonreí
entendiendo porqué Mathias me había dicho que debía conocerla, su
forma de vivir el silvestrismo era autentico, estaba al lado de una
silvestrista que dejaba en claro, que Venezuela estaba con Silvestre,
manifestando su sentido de pertenencia.
- ¡ANA, ANA! Gritó Lorayne.
Las luces se encendieron en la tarima y el clamor del pueblo fue un
coro infinito.
- ¡SILVESTRE!
- ¡SILVESTRE!
- ¡SILVESTRE!
Explicar lo emocionada que estaba me es casi imposible, el dolor que
me producían los pies me sacaron múltiples lágrimas, me perdí, ya
no era Ana, sino una Silvestrista unida a una masa de gentes que
saltaba, y casi sin darme cuenta, cuando Silvestre salió a escena
cantando, bailé y bailé como lo hacía Sergio, mi cuerpo se convirtió
en un trompo, me sentí feliz, eufórica, viva, absolutamente
convencida de que estaba viva. Lloré a rabiar, grité hasta quedarme
sin voz, bailé como jamás lo había hecho en mi vida. Pero entre 33
mil personas fue imposible que él me viera. Así que simplemente
bailé, bailé hasta más no poder.
- ¡SI SE VA A CAER EL PARQUE, QUE SE CAIGA! Gritó Silvestre.
Cuando Juancho su acordeonero de entonces, comenzó a interpretar
“LA GRINGA”, sentí que el parque se caería. Al gritar y bailar, mi
mayor felicidad fue, que estaba convencida que esa canción abriría
las puertas de América al Silvestrismo.
Juancho de la Espriella tocó con tanto sentimiento el acordeón, que
cada sonido de aquella caja europea, manejaba nuestro cuerpo como
si fuéramos marionetas entre sus dedos. Estaba tan emocionada que
le di la espalda a Silvestre y por primera vez me maravillé de la
masa roja, que me acompañaba, más de 33 mil almas felices, cada
una con historias sorprendentes y tan distintas, allí habían
silvestristas de todas partes, adinerados y humildes, hombres,
mujeres y niños. Los amé a todos en ese instante por llenar mi vida
con su alegría.
- ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE
OLVIDO! Gritó Silvestre al interpretar otra canción.
Volví a mirarlo y mi ídolo repitió ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS
MISMAS VECES TE OLVIDO! Y grité muy fuerte, era la frase más
espectacular que le había escuchado. Pensé en Rafael y yo la grité
¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO!
Casi finalizando el concierto, pasó algo realmente hermoso, Silvestre
llamó al escenario al compositor de la canción “LA GRINGA”, el joven
era Isacc Calvo, un hombre sencillo que ovacionamos los
silvestristas. Según nos contó el propio Silvestre, el muchacho era un
vendedor de Butifarra, una especie de chorizo que se come en
Valledupar, y que se vende de forma muy sencilla por la calle, pues
bien, este hombre humilde y trabajador, ahora tendría una
oportunidad maravillosa de vivir mejor; ya que, con el dinero de las
regalías de otras canciones, había estudiado y se había logrado
graduar de abogado, pero que ahora obtendría mucho más por su
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
nueva composición, algo que me emocionó mucho. Verlo cantar su
canción y bailarla, me conmovió, porque su vida había cambiado,
como la mía, de forma contraria, pero ser feliz era lo más importante
para ambos.
Al terminar el concierto caí en cuenta del dolor de mis pies, el
cansancio me embargó por completo, salimos satisfechos del
concierto, sin saber que afuera había un motín, muchísimas personas
se quedaron por fuera del concierto, la policía arrojó bombas
lacrimógenas en la calle para dispersar el tumulto, todos corrimos y
sin darme cuenta Lorayne y yo nos habíamos separado, entre los
árboles del parque fui en dirección contraria al lugar del conflicto,
cuando un caballo se me vino encima y caí a tierra, no entendía que
pasaba, el susto fue peor, el rostro de Mathias estaba ante mí salido
de la nada.
MARTIN
No era Mathias, quien casi me atropella con su caballo, al hablar lo
reconocí, su voz era distinta, era Martín, el hermano gemelo de
Mathias.
- Lo siento señorita, no la vi ¿Que hace de este lado del parque?
Dijo apeándose del Caballo.
- Me asusté, buscaba una salida Martín.
- ¿Me conoce?
- Soy Ana, amiga de tu hermano Mathias.
- ¿Ana, eres tú? Me abrazó muy fuerte.
- Sí ¿Me conoces?
- ¡Sí! Eres el amor de mi hermano, claro que te conozco, ven
sube al caballo, salgamos de aquí.
Fue alentador sentarme, el caballo era enorme y me hacía sentir
como una princesa rescatada, pero por el hermano gemelo del
príncipe.
- ¿Qué ha pasado? Quise saber.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Nada, todo bajo control, puedes estar tranquila, son solo
medidas para que la gente que no pudo entrar al concierto y
que se puso inquieta se dispersé, tú sabes, evitar mayores
problemas.
- ¿Pero caballos, por qué caballos? Me has dado un buen susto.
- Dentro del parque nos es más fácil, la seguridad de los
silvestristas en general es nuestro trabajo en cada
lanzamiento. Hoy gracias al cielo, todo ha salido bien.
- ¡Menos mal! Dije.
- Buscaremos un taxi y podrás irte a casa.
- Martín, dónde está Mathias. Por qué te has hecho policía, no
entiendo nada.
- No soy policía, es un empleo nada más. Mi hermano está en
Sierra Nevada, o eso creo, hace ya unos meses que no se
comunica.
Saber noticias de Mathias me llenaba el alma, ver a su hermano
como si fuera su retrato, me resultaba terrible, quise besarlo. Él
sonreía de una forma tan encantadora que ir pegada a su pecho para
no caerme del caballo, era la peor de las torturas. Al llegar a la calle,
Martín desmontó del caballo y me ayudo a bajarme, el dolor en los
pies fue insoportable, estaba realmente adolorida.
- ¡Gracias Martín! Dile a Mathias que estoy en Colombia cuando
hables con él.
- ¿Dónde puede encontrarte?
- No puede. Mañana me voy del Valle, voy a buscarlo a la Sierra
Nevada.
El gemelo sonrió y su rostro iluminó mi vida, como si fuera el propio
Mathias, nos despedimos como los mejores amigos del mundo,
abordé un sencillo taxi y di gracias a Dios cuando me lancé a mi
pequeña cama de Hotel.
<<El destino no es cruel, es mi cómplice>> Pensé.
EL SUEÑO
Antes de quedarme dormida, llamé a Lorayne dejándole en la
contestadora un mensaje con lo ocurrido, para que no se
preocupara, le pedía que nos viéramos por la mañana en la plaza
Alfonzo López.
Mi último pensamiento antes de dormir fue confuso, primero en mi
mente vi a Mathias, pero luego se transformó en Silvestre, tomé su
mano y la oscuridad nos envolvió.
Soñé que caminábamos por un río, las aguas eran oscuras y el
torrente era impetuoso, sentir su mano cálida junto a la mía parecía
tan real, el sonido del agua era tan preciso. A nuestro alrededor
volaban cientos de mariposas.
- ¿Sabes que te amo? Dijo él. Y sus ojos me contemplaban tan
intensamente, que me sentí desarmada… lo deseaba.
- No, no lo sé, ¿Me amas? Contesté en mi sueño. Acariciando su
nariz lentamente y mis dedos tocaron sus labios.
- Amo tus ojos negros Ana. Dijo suavemente.
De pronto todo se oscureció, estaba sola de pie ante un espejo, mi
rostro había envejecido, mi cabello era canoso, me contemple
tocándome las arrugadas mejillas; y dos gruesas lágrimas brotaron
de mis ojos marchitos.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Desperté de pronto y toqué mis mejillas, estaba llorando, pero mi
piel era la misma.
- ¡Fue una pesadilla! Dije en voz alta.
Y al levantarme de la cama, todo el cuerpo me dolió increíblemente,
en especial el cuello. Mi nueva forma de bailar la música vallenata
me pasó una fuerte factura, me sentía como si tuviera un latigazo
cervical. El dolor me hizo gemir; no había envejecido en lo absoluto,
como en el sueño, pero la columna ese día, fue el de una anciana de
100 años, como la mujer del espejo.
Al bañarme el agua cristalina y fría de Valledupar me devolvió el
alma al cuerpo, recordé que en el sueño, le tocaba los labios a mi
ídolo y mis mejillas se enrojecieron.
- M A T H I A S ¿Recuerdas Ana? Me dije. Cómo podía desear
tanto besar a Silvestre, cuando buscaba desesperadamente al
hombre que amaba, mis sueños estaban traicionando mi
corazón.
Cuando encontré a Lorayne en la plaza, nos abrazamos como
hermanas, le expliqué cómo me había perdido y quién me había
rescatado.
- Necesito tu ayuda. Dije.
- ¿Qué estas planeando? Preguntó Lorayne con los ojos como
platos.
- Voy en busca del hombre que amo.
- Silvestre se ha ido esta mañana de Valledupar Ana.
- Bueno, bueno, no me explique. Sonreí. Busco a alguien muy
especial en mi vida.
- ¡Por eso Silvestre! Y su respuesta nos hizo reír a las dos.
- Se llama Mathias, su hermano gemelo fue quien me ayudó
anoche y me dijo donde encontrarlo, pensaba irme a la
Cienaga hoy, pero queda pospuesto, voy a buscarlo.
- ¿Dónde está? Preguntó Lorayne colocando las manos sobre
sus mejillas, como si le estuviera contando un cuento de
hadas.
- En la Sierra Nevada de Santa Marta.
- ¡Carajo! Exclamó, ¿Pero dónde? ¿Nabusimake?
- No, la Sierra Nevada
- Por eso Ana, la Sierra Nevada es inmensa, y la población que
se puede visitar normalmente es Nabusimake.
- Entiendo, bueno si allí debo ir entonces.
- Tengo lo que necesitas, conozco alguien que te puede llevar y
estarás a salvo con él. Debemos ir a buscarlo, es un gran
amigo mío y estoy convencida que nos dirá que sí. Pero debes
pensar que vas hacer, si tu Mathias no está allí, así que te
recomiendo que si no lo encuentras sigas tu camino a la
Cienaga, cualquier cosa, me llamas o me escribes al correo,
pero no te detengas, tu viaje es silvestrista, no te apartes de
tu camino, si has decidido ir a la Cienaga allí es a donde debes
ir ¿Entendido?
- Palabra de silvestrista. Juré levantando mi mano derecha y la
abracé como si fuera una verdadera hermana.
<< Te encuentro o me encuentro a mi misma>> pensé.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
NABUSIMAKE
José Luís, el hombre más alto que había visto en mi vida, era el
amigo de Lorayne, que aceptó llevarme a Nabusimake, sin cobrarme
absolutamente nada, subimos a su jeep, me despedí de mi gran
amiga, y confié en que lo que hacía era correcto, o eso me decidí a
creer.
Para mi sorpresa, José era venezolano, y llevaba mucho tiempo
viviendo en Valledupar, era muy robusto, pero de mirada dulce; y
que aunque era un completo y gigante desconocido, me sentía
segura a su lado.
- Llegaremos de noche chinita. Dijo él.
- No importa. Murmuré.
- Si importa bella, tendremos que quedarnos en un pueblito y
saldremos de nuevo al amanecer, el Jeep llega hasta cierta
parte, de allí subimos en mula o a caballo, depende de quién
nos los alquile.
- Ahora sí que no tengo idea a donde voy, no vamos es a una
población.
- Así es chinita, una población indígena. Y su carcajada ante mi
ignorancia me dio tranquilidad.
Viajamos en silencio, contemplé la carretera y dejé que mi mente
jugara viendo cosas por la ventana. Me imaginaba corriendo
agarrada de la mano con Silvestre. Entre los árboles veía como nos
mirábamos a los ojos, yo tocando sus mejillas y él mis cabellos
negros, yo sosteniendo fijamente mi mirada y él reflejándose en mis
ojos.
Estaba tan cambiada, antes solo importaban las decisiones
proferidas por los más altos tribunales de Venezuela, el
levantamiento del velo corporativo, la carga de la prueba y la
perfección del calculo de la antigüedad de los trabajadores; en
cambio ahora mi mente era un lugar de mariposas azules bailando al
sonido de un acordeón, en búsqueda de un amor y anhelando los
besos de un ídolo, siendo una mujer de veintiocho que se ilusiona y
apasiona como una de dieciocho.
Al anochecer descansamos en un pueblito a los pies de la Sierra
Nevada, el cansancio me venció enseguida, todavía me dolía
enormemente el cuello y mi columna seguía envejecida.
Mil mariposas azules alzaban el vuelo, yo estaba vestida con una
manta Wayuu, blanca como el algodón, descalza pisaba la tierra de
un lugar donde antes no había estado jamás, y de pronto unos ojos
amarillos me observaban, no se trataba de Silvestre, era alguien
más, algo que me hizo temblar de miedo.
Un hombre joven, de cabello dorado como el sol, me arrastró por los
aires, me sentí caer al vacío, como si volara en el sueño, la brisa
gélida, congelaba mis mejillas. Intenté gritar, pero no pude, lloraba
de miedo, un demonio me había llevado con él.
- ¡NO! Grité despertando del sueño, estaba congelada de
miedo, algo o alguien estaba en la habitación, al encender la
luz, no había nada.
En la mañana salí de la habitación que había alquilado José Luis, lo
encontré en la cocina de la casita, tomando una enorme taza
humeante de café.
Una hermosa anciana me sirvió un poco de café y sentí que el miedo
desparecía.
- Chinita te vez espantosa, no dormiste bien, se te nota.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¡Pesadillas! – Fue todo lo que contesté.
- Coma algo. Usted esta flacucha.
- No tengo hambre. Murmuré frunciendo el seño.
- Coma, porque si se desmaya, la dejo botada en la sierra, ni
crea que la voy a estar cargando. Dijo dedicándome una
hermosa sonrisa.
Aunque ya acostumbraba a comer más, y había aumentado de peso,
los estragos de años pasados por no engordar, me hacían ver algo
hambrienta.
Desayunamos, tomé dos tazas de café más, pagamos a los ancianos
que nos habían atendido, y continuamos el viaje.
Había un poco de neblina pero el sol ya comenzaba a despejarla.
- ¡Ana mira! Ahí la tienes, la hermosa Sierra de Santa Marta.
Ante mí observe un cuadro pintado por la mano de Dios, era
imponente, nos acercábamos más y más a ella en el jeep, y parecía
que más lejos estaba. José Luís consiguió en donde dejar el Jeep y
alquiló un caballo para él y una mula para mí, debí verme graciosa
arriba del pobre animal, porque José no paraba de reír, subimos la
montaña en compañía de otros aldeanos que también iban a
Nabusimake.
- La columna se me va a romper José, no había otro animalito
mejor ¿verdad?
Las carcajadas de los hombres me enfurecieron y me concentré en
montar lo mejor posible, José no hacía más que reírse cada vez que
me quejaba, y la mula era tan fuerte que temía que me arrojara en
cualquier momento.
Después de que pasaran lo que fue para mí un siglo, nos apeamos
para comer algo y dar de beber a los animales, el clima era
encantador, pero en mucho tiempo me sería imposible volver a
sentarme como un ser normal, los dolores de espalda eran
realmente insoportables.
<<Juro que si Mathias no está allí arriba, el día que lo vea lo
patearé>> Pensé.
Cuando por fin llegamos a nuestro destino, pensé que estaba en otro
mundo, el aire puro y el verdor de aquel lugar, era mágico, me
enamoré perdidamente de Nabusimake.
Era un lugar distinto a cualquier otro, habían muchas casitas de
piedra, eran circulares y por todas partes estaban sus habitantes, los
indígenas Arhuacos, con sus poporos y vestimentas blancas, una
mujer tenía una manta blanca como el algodón, la misma manta de
mi sueño, no era wayuu, era Arhuaca, verla me hizo sentir miedo.
- Conseguí donde quedarnos esta noche, aquí vive un
compadre, un Arhuaco que toca el acordeón, se que te vas
divertir mucho esta noche con nosotros, así no encuentres a tu
media costilla aquí.
- José ¿Cómo sabes que busco a un hombre?
- Y por qué más una señorita tan refinada se subiría a una mula,
no creo que hayamos venido por una mochila Arhuaca.
Sonreí y fui a buscar a Mathias, caminé un buen rato, saludando e
intentando entender que haría un muchacho como él en un
asentamiento indígena. Está de más decir que no lo encontré,
pregunté a varios Arhuacos que hablaban muy bien el español, pero
nadie supo decirme, al parecer era normal que mucha gente los
visitara.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Al regresar con José Luís, él me esperaba con una mochila Arhuaca
blanca con negro, realmente hermosa.
- ¡Esto es para ti!
- ¡No puedo! Respondí.
- Sí puedes aceptarla, es un regalo, no seas malcriada, que la
compré con cariño, las tejen durante días, así que no son
económicas.
- ¡Gracias José! Dije colocándome de puntillas para darle un
beso en la mejilla, pero como no lo alcance, me alzó como a
una niña, y pude darle un beso. Sus mejillas se enrojecieron
como un tomate.
- ¿Conseguiste al hombre?
- Nada.
- En la noche le preguntamos a mi compadre, ven comamos
algo, muero de hambre, sería capaz de comerme una vaca
entera.
- Si, ya lo creo. Y los dos nos reímos a carcajadas.
EL DUENDE
Al atardecer, me alejé un poco de la población, deseaba estar sola,
comenzaba a hacer frío, y mi corazón como todas las noches,
intentaba llenarse de sentimientos de tristeza, el compadre de José
Luís, no había regresado de Pueblo Bello, el pueblito donde nos
atendieron, antes de subir la Sierra.
Caminé alejándome del sendero y subí a un cima, desde allí vi como
el sol se escondía lentamente, llenando el cielo de un dorado
entristecido. El dolor me rondaba el alma, intenté no pensar en
Mathias, y en su lugar busqué en mis recuerdos, alguien que lograba
espantarme la tristeza; pensé en Silvestre, traté de alejar el dolor de
no encontrar a Mathias, con la sonrisa de ese amor secreto, que
llevaba escondido dentro del alma.
- ¡TE AMO! Grité. ¡TE AMO! ¡TE AMO!
Una ventolera me arropó los pensamientos, y mis largos cabellos
flotaron como una bandera negra, las ramas de los árboles crujieron
soltando hojitas al viento. Creí que en ese instante, la montaña
conspiraba, llevando mi grito hasta Silvestre. Arrojé un beso al aire y
con toda mi fe, rogué para que llegara a sus mejillas.
De pronto, me sentí observada y entendí que estaba oscureciendo,
que debía regresar con los demás. Mi piel se erizó con una especie
de escalofrío que me heló la sangre.
Estaba asustada, realmente aterrada. Intenté correr, pero el camino
era empedrado y resbaloso, por más que me apresuraba no
encontraba el sendero de regreso.
- ¡Cálmate! Murmuré.
Frente a mí y salido de la nada, estaba el muchacho de mi pesadilla,
vestido de forma extraña, con una camisa blanca manga larga y un
pantalón de color amarillo claro. Al verlo a los ojos, sentí pánico, su
mirada era maligna, y su palidez realmente me aterró.
- ¿QUIÉN ES USTED? Grité sin poder moverme lo más mínimo,
tenía increíblemente, el miedo jamás sentido dentro del alma.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
¡QUITESE O NO RESPONDO! Volví a gritar y la voz se me
quebró. ¡QUITESE! ¡QUITESE!
Cuando dio un paso hacia mí, salí corriendo en sentido contrario y
resbale, caí al suelo, y unas manos me agarraron.
- ¡SUELTEME! Grité aterrada.
- ¡CÁLMATE ANA! cálmate, no pasa nada, soy yo José Jorge.
Con la poca claridad que quedaba, vi el rostro de otra persona, un
muchacho Arhuaco.
- Sácame de aquí, ayúdame, sácame de aquí ¡Ya! Dije
tocándole el rostro con desesperación.
El muchacho que me había ayudado, era el compadre de José Luís, al
enterarse que estaba vagando por el bosque, salió a buscarme
inmediatamente.
Para calmarme me dieron varias bebidas calientes y me acostaron
en una hamaca dentro de una de las casitas, y José Jorge le pidió a
todos los presentes que nos dejaran solos. Todos obedecieron al
instante.
- Te incluye José Luís, sal un momento, debo hablar con ella.
- Chinita solo fue un susto, no paso nada reina. Dijo José Luís a
modo de que recobrara la compostura.
- ¡Salga compadre! Insistió su compadre.
- ¡Aja! Ya me voy.
- ¡Ana! ¿Qué o a quién viste? Me preguntó el muchacho cuando
nos quedamos a solas.
- Era un hombre joven, muy bonito, pero me dio mucho miedo,
soñé con él anoche, antes de venir a Nabusimake.
- ¿Era humano? Preguntó mirándome fijamente.
- ¡Claro que era humano! ¿Que quieres decir?
- Y entonces por qué estabas espantada cuando llegué.
- No lo sé, me causó un susto de muerte, tú lo viste estaba justo
enfrente de mí.
- No Ana, no lo vi…. Mañana mismo te vas de la Sierra, eso que
viste es un duende.
- ¿Un qué? Pregunté confundida.
- Eres muy bonita Ana, ha sido una locura de mi compadre
traerte a esta tierra, y menos dejarte sola en el bosque, eso ha
sido lo peor, en la Sierra han desaparecido niñas y jóvenes, el
duende se las lleva y jamás las regresa.
- De qué carajo me estás hablando José Jorge ¡POR DIOS!
- El hombre que buscas no está aquí.
- ¿Cómo sabes?
- Lo sé porque se fue hace 3 días, Mathias habitó un tiempo
entre nosotros, luego siguió su camino, tú debes hacer lo
mismo mañana mismo. Nuestra montaña está llena de
misterios, Nabusimake, ese nombre por el que tú lo conoces,
significa “Donde nace el sol”, pero al atardecer, la oscuridad
se adueña de la montaña y no hay nada que se pueda hacer
hasta que salga el sol nuevamente. Créeme Ana un duende se
quiere llevar tu alma.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Durante toda la noche me fue difícil dormir, los ojos de lo que fuera
ese ser, se me habían clavado en la memoria. Desde la hamaca en la
que intenté dormir, podía escuchar los murmullos de los Arhuacos
hablando en su lengua alrededor del fuego que habían encendido,
mientras el sonido del acordeón de José Jorge, se me antojaba tan
triste y hermoso a la vez.
Pienso que tocaba aquellas melodías para calmar mi alma, y el
recuerdo de otros ojos amarillos, muy distintos a los del duende y
llenos de vida, me calmaron. No entendía cómo en momentos así,
con el miedo que tenía, recordar su mirada, o el olor de su piel
cuando lo abracé, o sus susurros a mi oído, podían traerme tanta
paz.
Fui quedándome dormida poco a poco. Pero desperté de un brinco
cuando alguien dijo mi nombre ¡ANA! Fue un espantoso susurro en
mi mente, me levanté y sin saber lo que estaba haciendo, salí de la
casita circular. El aire era gélido y pude sentir mis pies descalzos
tocar el suelo, tenía puesta una manta Arhuaca, como en el sueño
que tanto me había asustando. De pronto como si alguien me
cargara, mi cuerpo se deslizó montaña arriba, corriendo entre los
árboles a una velocidad increíble.
¡SUELTAME! Grité aterrada. ¡SUELTAME!
Una voz dentro de mi cabeza me susurró ¡Te necesito Ana!
No permití que la tristeza me consumiera, empecé a cantar,
tarareaba torpemente algo, y comencé a reírme, reí histéricamente,
recordé como bailaba al son de la música del acordeón de Juancho,
cómo con los silvestristas aplaudíamos y coreábamos ¡SILVESTRE!
¡SILVESTRE! Mi corazón se inundó de alegría hasta más no poder.
Desperté en la hamaca, con lágrimas en los ojos, todo el cuerpo me
hormigueaba, había tenido una espantosa pesadilla.
Por las rendijas de la casita se filtraba la luz del sol.
“Está naciendo el sol” pensé. Y levantándome deprisa salí y lo
busqué. Cerré mis ojos y sus rayos penetraron mis parpados. Mi alma
renacía con ese amanecer.
Al abrir los ojos, sentí un escozor en los brazos y piernas, tenía como
diminutos arañazos, y en el cabello ramitas y hojas.
Ahogue un grito ¡No fue un sueño!
ESPIRITU ERRANTE
Volví a entrar en la casita Arhuaca, busqué mi mochila y me
coloqué pantalones y camisa manga larga, no deseaba explicar los
rasguños que tenía, porque aunque quisiera, no podía explicarlos.
Desayuné totalmente ausente, no presté atención a la conversación
de José Luís y José Jorge, aquel lugar tan encantador de día, era tan
diferente de noche. La Sierra Nevada era un lugar increíblemente
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
hermoso, pero estaba tan asustada que lo único que deseaba era
marcharme inmediatamente.
- Bueno tú decides Ana. Dijo José Luís, moviendo
insistentemente sus manos sobre una hoja que tenían en la
mesa.
- Decido ¿Qué?
- ¿Chinita es que no prestaste atención?
- No, lo siento, estaba distraída.
- Mi compadre va unos días hasta Bosconia, puedes ir con él
hasta allí y seguir sola hasta la Cienaga, o puedes quedarte
conmigo en Pueblo Bello durante unos días, esperamos allí un
encargo de mi trabajo y luego te llevó hasta Aracataca.
- Quiero irme ya para la Cienaga José, no deseo estar por estos
lugares… sigo mi camino.
- Si deseas puedes quedarte conmigo en Bosconia el tiempo
que necesites. Dijo José Jorge.
- Gracias pero prefiero continuar, si te parece bien.
- Lo importante es que bajemos ya de la Sierra, lo del duende
me preocupa. La última vez que alguien lo vio, despareció una
niña. Si estas preparada, podemos irnos.
- Cuentos de camino compadre, esa muchachita que se perdió,
no estaba tan niña, seguro se enamoró y se fue con el novio.
Afirmó José Luis.
- No lo creo, y prefiero no averiguarlo. Concluyó José Jorge.
Me fui de Nabusimake sin mirar atrás, sentía que si volteaba vería al
duende, fue una experiencia aterradora e inexplicable, pero me
aferré a mi entendimiento.
<< No puedo sentir más miedo, no voy a sentir miedo>> me repetí
una y otra vez, mientras mi mula pasito a pasito me devolvía los
dolores de la espalda.
Durante todo el descenso no pronuncié palabra, ni presté atención a
mis nuevos amigos. Incluso no había querido saber donde estaría
Mathias, preferí encerrarme en mi mente, me sentía segura al lado
de José Jorge, él era quien había espantado al duende, su presencia
le trasmitía paz a mi alma.
Al llegar a Pueblo Bello, me despedí de José Luís, y aunque me puse
de puntillas fue imposible alcanzar su mejilla, el me lanzó una
carcajada y como si fuera una bebé me cargó, me aferré a su cuello
y le di un tierno beso en la mejilla.
- Nos vemos en el Valle Chinita, y si no consigues al costillo, te
aceptaré como noviecita sin que me ruegues mucho. Y su
hermoso rostro rollizo iluminó mi vida.
- Que considerado eres, es bueno saber que hay opciones.
- Compadre cuídame la muchacha, que si le pasa algo Lorayne
me mata.
- Estará sana y salva, compadre. Dijo José Jorge despidiéndose.
Subimos a un autobús que nos llevaría hasta Valencia de Jesús, y de
allí conseguimos un carrito hasta Bosconia. Me era imposible dejar
de pensar en la pesadilla de la noche anterior, me mantuve callada
hasta que José Jorge me sacó de mi ensoñación.
- ¿Ana, qué pasó anoche?
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Nada. Contesté fríamente.
- No confías en mi ¿Acaso no te gusta como me visto? ¿Mi traje
no te da desconfianza? o crees que porque llevo el pelo largo,
¿No soy de fiar?.
- No digas eso, vistes como visten los Arhuacos, yo confío en ti.
- No lo creo.
- Es que, creo que soñé algo extraño, es todo.
- El duende intentó llevarte, es eso ¿Verdad? No me mires así
Ana, Nabusimake es mi hogar, mi Sierra el centro de mi
mundo, pero eso no me aleja de la gente, he leído mucho, y
puedo hablarte de mi pueblo, cómo puedo hablarte del tuyo.
- Si, anoche soné que algo me llevaba por la Sierra, pero pensé
en alguien muy especial para mí, su recuerdo me llenó de
fuerza, y el sueño se detuvo.
- ¿En realidad crees que fue un sueño?
- No se qué creer. Dije mostrando los arañazos diminutos en
mis brazos.
Él examinó mis leves heridas, y guardó silencio por un momento,
bajando la voz, para que el chofer y los otros pasajeros no nos
escucharan.
- ¡Si! como pensé no fue un sueño, no se qué hayas podido
pensar o en quién, la cuestión, es que te hizo dejar de sentir
miedo. Verás Ana cuando te enfrentas a cosas como estas,
llámalas como quieras llamarlas, para mí son simplemente
espíritus errantes, que a lo largo de los siglos logran ser muy
fuertes, y sobre todo, si les tienen miedo, es vital controlar las
emociones, para qué, eso que se te acerca, se aleje y no
sufras daño alguno. Ahora entiendes por qué tenías que salir
de allí hoy mismo.
- Si lo entiendo. Yo solo buscaba a alguien y me encontré con
cosas en las que no creía pudieran existir.
- ¡Mathias! Buen muchacho, me agrada su forma tranquila y
pausa con la que toma las cosas. Me habló de una dulce mujer
a la que amaba, de enormes ojos oscuros y cabello negro,
cuando te vi, entendí que eras la chica de Mathias.
- José, él te dijo a donde se iría. Dije con el rostro enrojecido.
- No, solo conversamos de la Sierra, de los Arhuacos, de
nuestras costumbres, pero a donde iría, lo desconozco, me
imagino que regresó a Valledupar, allí tiene familia.
- ¿Crees que deba regresarme al valle?
- ¿Y perderte ir a Macondo? Sería una lastima.
- ¿Macondo? No te entiendo ¿El de la novela?
- Si luego de Bosconia y antes de llegar a la Cienaga pasarás
por Aracataca.
- ¿QUE? grité de pronto. ¿ARACATACA? Dije emocionada,
mientras el chofer me miraba por el retrovisor a manera de
reproche. Baje la voz, no podía creer lo que me decía.
¿Aracataca tan cerca?
- Si, José Luís te dijo que si lo esperabas te llevaría hasta allí.
- No lo escuché. Dije bajando la mirada.
Él me miró con sus hermosos ojos negros, como entendiendo lo
emocionada que me sentía, al saberme tan cerca de la Aracataca de
Gabriel García Márquez.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Tengo cosas que hacer por mi pueblo en Bosconia, pero allí vive una
prima muy querida, se llama Katherine Castaño, hablaremos con ella
para que te acompañe y puedas pasear tranquilamente por
Macondo, y aunque es muy joven y alegre, tiene un defecto… es una
silvestrista extremista.
Sonreí, el destino conspiraba en mi nombre.-
EL PARAISO SILVESTRISTA
Bosconia, el lugar más caliente del planeta, una hermosa población
con una temperatura de 45° grados según me comentó José Jorge, y
así lo sentí tan pronto me baje del vehículo.
- Ya te acostumbrarás.
- No lo creó, ahora entiendo cuando alguien dice que “es un
hervidero”.
- ¡Vamos Ana! deja el lloriqueo, creo que has pasado por cosas
peores.
Mis mejillas estaban enrojecidas, no sé decir, si fue porque me
sonrojé o por el intenso sol con el que me recibía aquel lejano lugar.
Llegamos a una pequeña casa donde nos aguardaban familiares de
José Jorge. Me pareció un lugar encantador, sobre todo porque tenía
la necesidad de ahorrar hasta último peso, así que estaba dichosa de
poder llegar a un lugar donde descansar.
Me prestaron un baño, y creo que duré una hora bajo la regadera, el
agua me reconfortó el espíritu, aunque los rasguños eran pequeños
me dolieron cuando pase el jabón por los brazos y piernas. Decidí
acostarme un buen rato, así que la tía de José Jorge me condujo a la
habitación donde dormiría aquella noche.
- Espero que puedas descansar un poco muchacha, lo bueno de
la habitación de Katherine es que el aire acondicionado es el
que más enfría en la casa. Lo malo son sus obsesiones, pero
es muy joven, cuando llegue, le diré que no te moleste.
Al entrar en la habitación, agradecí su amabilidad. Al cerrar la puerta
ésta crujió bajo el pomo.
- ¡Dios santo! Exclamé. Deberían de echarle aceite, que sonido
tan espantoso. Al ver la habitación ahogué un grito.
Una enorme imagen de Silvestre me recibió, absolutamente todas
las paredes de la habitación estaban forradas de fotos, afiches,
recortes de prensa, era el paraíso del silvestrismo. La cama tenía
sabanas rojas, en el tocador más fotos, y múltiples accesorios rojos.
“Esto es increíble” Pensé.
Me fascinó la habitación, encendí el aire acondicionado y sin querer
comencé a detallar todo cuanto me rodeaba.
La puerta crujió y entró una joven de enormes ojos y cabello negro,
llevaba al hombro una preciosa mochila roja.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Soy Katherine dijo estrechándome la mano enérgicamente.
- Hola, soy Ana. Dije sonriendo.
- José Jorge me dijo que eres silvestrista ¿Es eso cierto?
- Si, lo soy.
- ¿Canción favorita?
- ¿Cómo? Pregunté sin entender.
- ¿Cuál es tu canción favorita de Silvestre Dangond? Preguntó
con gestos pausados como si le hablara a alguien que no
entiende el español.
- ¡Muchachita Bonita! Respondí inmediatamente.
- ¡Aja! Has ido a un concierto de Silvestre, ¿Cuál?
- El lanzamiento de “Cantinero” y “No me compares con nadie”,
además fui a uno en Venezuela en el cual me enfermé
muchísimo, si no hubiera…
La muchacha no me dejó terminar de hablar, cuando se me arrojó
encima y me dio un fuerte abrazo.
- Si, si eres silvestrista, que emoción, y desde Venezuela, es
increíble, tienes que conocer a los muchachos, te van a
adorar, ya los llamo, esta noche hay que salir a silvestriar.
La chica hablaba increíblemente rápido, casi sin respirar, comenzó a
marcar números en su celular y a caminar de un lugar a otro.
- ¿Muchis? Dijo Katherine. Amiga, noche roja… Si, si, todo según
lo planeado, los espero en la esquina a las 12, va otra
Silvestrista, es de Venezuela, todos listos a las 12 en punto.
Vamos vestidos de forma discreta. Besos Muchis. SI DE
VENEZUELA.
Me brindó una sonrisa inmensa. Su alegría me recordó a Lorayne, los
silvestristas comenzaban a ser realmente especiales para mí.
Cuando desperté, era ya entrada la noche, no había tenido pesadillas
ni nada por el estilo, fue hermoso encender la lámpara de la mesita
de noche y estar rodeada del rostro de Silvestre, en fotos que me
llenaban de alegría, era una especie de santuario fascinante.
Alguien tocó la puerta. Pensar en que escucharía el chirrido me
incomodó.
- ¡Pase!
- Pensé que aún dormías. Dijo José Jorge.
- No, ya puedo salir un rato, así me llevas a conocer.
- Ana son las 10 de la noche, dormiste varias horas, acuéstate,
mañana salimos temprano, vine para saber si querías comer
algo.
- No sabía que fuera tan tarde, gracias José pero no tengo
hambre.
- Descansa, mañana conversamos.
Me quedé recostada viendo el techo, unos enormes ojos amarillos
me observaban. Era increíble estar en el cuarto de una Silvestrista
Extrema. Nuevamente la puerta crujió al abrirse.
- Por Dios Katherine, échale aceite a esa puerta. Dije
incorporándome de la cama.
- Está todo listo Ana, tenemos una misión secreta, escucha, no
me mires así, presta atención esta noche vamos a iniciarte en
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
el verdadero Silvestrismo, ya teníamos planeado el delito,
pero…
- ¿Cuál delito, de qué carajo estás hablando?
- Queremos robarnos un afiche de Silvestre, es una especie de
anuncio antiguo, nos hemos cansado de pedirlo, y no nos lo
dan, así que la Muchis, los chachos tú y yo, nos lo vamos a
robar.
- Pero ¿Qué dices? Imprime uno, o no se, mándalo a hacer, no
hay necesidad de hurtar nada.
- Decir robo es más emocionante.
- Es un hurto Kate, no hay violencia, además ni siquiera llega a
hurto, es una travesura.
- No me critiques el plan, vístete que después de eso te
llevaremos a Silvestriar, quiero ese anuncio de Silvestre y vas
a ayudarme a conseguirlo.
Su mirada brillante, llena de picardía me pareció única, así que no
pude negarme. Durante toda mi adolescencia, nunca hice nada
igual, ni siquiera por “Menudo”, y eso es decir mucho.
- A las doce está preparada. Dijo en un susurro. Vendrán por
nosotros en moto.
- ¿Qué? Dije al borde de un colapso nervioso. “Jamás me he
subido en una moto” pensé, sintiendo por primera vez en mi
vida lo que era la adrenalina en su mas alta proporción.
EL DELITO DE UN FAN
Salimos de puntillas de la casa de Katherine, José Jorge y su tía
debían estar profundamente dormidos, porque por más que
intentamos que no sonara la puerta del cuartel silvestrista, fue
imposible evitar que su chirrido se expandiera en un eco por el
pasillo.
Ya en la calle, sentí el vapor nocturno, y me resultó insufrible.
- No hay moros en la costa. Dijo casi en un susurro Katherine.
Moviendo la mano como fiscal de tránsito.
La seguí en silencio, como si aún José Jorge pudiera escucharnos. El
corazón lo tenía en la boca, por la adrenalina que me producía la
travesura silvestrista.
Recordé el traje verde manzana, del primer día del ejercicio de mi
profesión de abogado, llevaba tacones de aguja negros a juego con
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
el maletín, estaba perfectamente maquillada, apenas tenía 21 años e
intentaba parecer de 30, me presenté en los Tribunales, aparentando
una seguridad en mi misma única, la envestidura de alguien que
lucharía por la justicia, aunque no supiera defenderse del maltrato
psicológico que no quería aceptar. En ese entonces Rafael me
indicaba cómo debía vestir, caminar, hablar, saludar. Recordé la
marioneta de mujer que era, escondiendo mi espontaneidad y
sencillez, detrás de la estampa de profesional perfecta, en la que él
me convirtió.
Ahora, seguía por una calle oscura a una muchachita y estábamos a
punto de cometer una leve infracción, a la cual ella llama “El delito
de un fan”. No pude más que sonreír. Ahora vestía de forma sencilla
y llevaba cruzada mi mochila arhuaca y mis zapatos rojos.
Al llegar a la esquina, nos esperaban en moto, tres muchachos y una
chica, vestidos de colores oscuros, con excepción del que se veía el
más joven de todos, estaba completamente vestido de rojo.
- ¿Tú eres bruto o qué? ¿Qué haces vestido de rojo? Preguntó
muy molesta Katherine.
- Pero bueno ¿Tú no le dijiste a La Muchis que era noche roja?
Se defendió el muchacho.
- Que bruto eres, es roja de silvestristas, pero habíamos
quedado en ser discretos, por si alguien nos veía ¡FABIAN QUE
ANIMAL ERES! Gritó Katherine perdiendo la compostura.
- Eso despierten a todo el vecindario. Dijo la chica de la moto.
- En fin, así no se puede. Chicos ella es Ana, es una silvestrista
de Venezuela, y va para La Cienaga, así que salúdenla como
se merece.
Y uno a uno fue abrazándome sin despegarse, hasta que hicieron
una montonera que casi me asfixia, en mi vida me habían dado un
abrazo semejante, y mientras me abrazaban cada uno decía una
frase diferente, como un grito de guerra, lo cual me causo mucha
risa.
- Ana este galán que vez aquí es Gunter, viene de la Guajira. Dijo
presentándome al más morenito de todos.
Me estrechó la mano, y volvió a abrazarme, el calor que sentía me
tenía incomoda, pero traté de presentarle mi mejor sonrisa.
La Muchis y Oscar son Silvestristas extremos, y el de rojo, es Fabián,
no es inteligente pero toca como nadie la guitarra.
Todos nos reímos de semejante presentación. Hasta que de pronto
se escuchó un ruido en la calle, al parecer venía alguien.
- Vamos, vamos, apremió Gunter. ¡Ven Ana súbete!
Y sin pensarlo dos veces me subí a la moto del muchacho Guajiro.
Estaba eufórica, volvía a tener 21 años. Cuando arrancó la moto, casi
me caigo.
- Pequeña tendrás que abrazarme. Dijo acelerando nuevamente
de una forma tan brusca, que me abracé a él, como si fuera el
hombre de mi vida. ¡Que Silvestre me cuide!
Mantuve los ojos cerrados, apretada a su cuerpo, la brisa era
agradable, pero el terror me dominaba.
“Toda mi vida cuidándome y venir a morir contra el asfalto, me he
vuelto loca”. Pensé
- ¡POR FAVOR NO CORRAS! Grité para hacerme oír por encima
del sonido de la moto. Por lo que Gunter desaceleró, cosa que
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
le agradezco aún hoy en día. Pensé que moriría esa noche, del
susto o en un accidente.
“Le prometí cuidarme, le prometí cuidarme” me repetía una y otra
vez, mientras me abrazaba al silvestrista.
Llegamos en lo que me pareció una eternidad a una avenida, y al
bajarme de la moto buscando oxigeno. Ante mí, el afiche mas
hermoso que hayan visto mis ojos.
Silvestre sonreía de oreja a oreja y se veía tan natural y alegre, que
quise inmediatamente robarme el anuncio.
- Oscar y Gunter apúrense, no hagan bulla, que nos pillan. Dijo
Katherine. ¡Rápido! ¡Rápido! Susurró.
- Muévanse, me matan los nervios. Dijo La Muchis.
Una luz se encendió en el local, los chicos bajaron el afiche y salieron
corriendo, me quedé absorta mirando la ventana y observé que
alguien se asomaba.
- ¡CORRE ANA! ¡CORRE! Dijeron al unísono.
Estaban a punto de vernos, cuando salí corriendo en dirección a
Gunter y me subí a la moto, arrancamos a toda velocidad y los
muchachos gritaban frases, muertos de risas. Entendí entonces que
se trataba de frases silvestristas.
- ¡CUANTAS VECES APAREZCAS, ESAS MISMAS VECES TE
OLVIDO! Grité emocionada.
Nos alejamos del lugar y fuimos a parar a una plaza, en donde varios
jóvenes escuchaban música y bailaban en plena calle. El afiche
Katherine lo había enrollado, si alguien lo veía se daría cuenta y
podría delatarnos, al parecer todos en Bosconia querían el anuncio
silvestrista, pero nadie se había atrevido a llevárselo, el dueño
despojado era un silvestrista a quien le tienen respeto en todo el
Municipio.
- Gunter sacó una pequeña botellita que reconocí como
Aguardiente, y un vasito de plástico. Se sirvió un trago,
levantó la mano como si se tratara de un ritual, y dijo:
“Comprar el tiquete no es lo mismo que entra al avión”. Y los
chicos respondieron ¡Salud! A la vez que se tomaba su trago
de aguardiente.
- Katherine hizo lo mismo y dijo “Que viva Colombia, que vivan
Ustedes y que viva yo” ¡Salud! Dijimos todos.
- Fabián brindó “Es que no es la plata, es el corazón” ¡Salud!
Repetimos riendo.
- La Muchis “Como todo en la vida no es fácil, se sufre, se
trabaja y se gana con sudor” ¡Salud!
- Oscar, brindó tomando de la propia botella “Es que unos
beben para olvidar y yo vivo, pa recordarla” ¡Salud!
- ¡Cuantas veces aparezcas, esas misma veces te olvido!
Brindé. Todos gritaron ¡SALUD ANA!, ¡SALUD!
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
LA MUCHIS
Fabián sacó de un viejo forro una preciosa y gastada guitarra, nos
sentamos en la plaza a su alrededor, y para mí, en ese instante no
hubo una persona más maravillosa en todo el universo, vestido
completamente de rojo, con una voz preciosa y cantando al compás
de las cuerdas, “La Indiferencia” una de las primeras canciones que
me aprendí de Silvestre.
Su voz y las sonrisas de los muchachos después del delito, me
hicieron sentir ganas de tomar, todo hubiera sido perfecto si Mathias
y sus tragos rojos, estuvieran allí conmigo.
Cantamos varias melodías, y la gente se acercó a cantar también, y
de repente éramos cualquier cantidad de voces coreando “Esa
mujer” “Que no se enteren” y “Cantinero”, si un extranjero ajeno al
silvestrismo nos hubiera visto, pensaría que hacíamos una vigilia.
Oscar muy animado, consiguió algo que no había probado, un roncito
sumamente suave, hielo y limón. Un trago tras otro, unos por
felicidad, otros de despecho, otros a la salud de Silvestre, otros a la
salud de mis hermanos silvestristas.
Comprendí que el silvestrismo no era solamente seguir al ídolo, o ir a
sus conciertos, siquiera bailar en casa o en las fiestas, es un
sentimiento que nos une, como los mejores amigos del mundo, sentir
que no estás solo en tus penas o en tus alegrías, que vistes de rojo
porque te gusta decir que eres silvestrista, que bailas como trompo,
no para ti, sino para expresar tu felicidad por ser único entre los
demás, porque eres alguien que entiende “Silvestriando ando.”
La Muchis tenía una sonrisa increíble, y contemplaba a Fabián como
yo lo hacía cada vez que miraba Mathias, pero también lo miraba,
cómo yo miro a Silvestre. Como puedes ver solamente, a ese amor
imposible, infinito, pero que jamás será tuyo, y que de todas formas,
das gracias a la vida de que él exista, y te conformas con que él sea
feliz.
- ¡Katherin! ¡kate! Dije haciéndole señas para que se sentara a
mi lado. Kate, ¿La Muchis es novia de Fabián?
- ¡No niña! El Fabián es casado.
- Tan joven, ¿En serio? Pregunté con los ojos muy abiertos.
- Sí, y como bien te fijaste, La Muchis lo ama, es una triste
historia, lo peor es que él también la ama, pero por esas
tonterías que cometen los hombres, embarazó a otra chica. Y
él será bruto, pero irresponsable nunca.
- ¡Qué triste! Dije aceptando otro vasito de ron.
- Lo bueno es que eso no dañó su amistad, y creo que se aman
en silencio, sin que nadie tenga nada que decir. Ana, mi amiga
Andrea es…
- ¿Andrea?
- Si claro, Andrea Martínez, ni modo que “La Muchis”, sean su
nombre verdadero, así le decimos de cariño. Como te decía mi
amiga, es tremenda niña, fiel a Silvestre, aunque se nos venga
el mundo, a veces no tenemos dinero suficiente para CDS, o
videos, incluso para ir a los conciertos, pero La Muchis se las
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
arregla y nos ayuda, algo se inventa y terminamos teniendo
noches rojas, como estas.
- ¿Tu mamá no te regaña? O la mama de La Muchis, mi madre a
tu edad me tenía encerrada estudiando.
- Mamá es un sol, ella sabe que me salgo de noche, pero
también sabe, quiénes son los muchachos, y sobre todo adora
a La Muchis.
- Y por qué no pedir simplemente permiso.
- ¿Qué? Y perderme la emoción de volarme de casa, eso jamás.
Reímos mientras, bebíamos felices el roncito, yo aplaudí cada una de
las canciones que interpretó Fabián, a quien le hicimos un pésimo
coro, pero cuando la felicidad te embarga, el ridículo no existe.
Seguimos tomando, y cuando observe mi reloj silvestrista, me
sombró ver la hora.
- ¡ES TARDE! ¡ES TARDE! Son… son…
Increíblemente me había emborrachado, me reí un buen rato, hasta
que me acordé de Rafael, y las lágrimas comenzaron a brotar.
- Ana, vamos te has emborrachado, con café eso te lo quitamos.
Dijo alguien.
- No, no quiero, llaman a Mathias y le dicen que es un tonto.
Dije sintiéndome muy mareada. Creo… creo…
Y todo cuanto había comido y bebido, lo vomité a un lado de la calle,
los chicos se reían, ninguno parecía estar como yo, y el dolor en las
entrañas se me mezclaba con el dolor de los amores imposibles,
inconclusos.
La Muchis y La Kate, me ayudaron, me lavaron la cara y me
recogieron el cabello. Vi en los ojos de La Muchis, el mismo dolor, los
mismos obstáculos de amar que yo tenía.
Me senté al borde de la calle, me abracé las piernas y lloré, lloré
como nunca había llorado en mi vida, lloré por Silvestre y por
Mathias, lloré por mí, por el mal amor que fue Rafael, incluso
recuerdo que lloré porque Teresa no estaba conmigo, lloré porque no
tenía un cuarto como el de Kate, lloré porque necesitaba llorar.
TENER DIECISEIS
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Debí tomar tres enormes tazas de café, dos baños, 2 aspirinas, e
incluso el zumo de tres limones, todo facilitado por Katherine. A las
ocho de la mañana, con unas gafas oscuras, y ropa ligera, caminaba
por las calles de la calurosa Bosconia, José Jorge, Katherine y yo
salimos al paseo acordado. Me mantuve callada durante el recorrido,
ya que el dolor de cabeza me estaba matando, el paseo me resultó
una agonía pero, ser silvestrista es apoyar a tus amigos de parranda;
y Katherine no merecía ser delatada, menos por mí inexperiencia en
licores. Aprendí que el aguardiente y el ron NO SE MEZCLAN, y que si
vas a silvestriar, necesitas algo menos fuerte, porque la alegría
también embriaga.
- Bueno chicas las dejo, debo hacer unas negociaciones aquí
cerca pero me tomará tiempo, aprovecha Ana y paseas un
poco más, ya que mañana podrás irte a Aracataca, mi tía no
tiene problemas en que Katherine te acompañe, aunque
apenas cumplió 18 años, y no se porta bien, le di mi palabra a
la tía, de que sería juiciosa ¿Verdad prima?
- Claro José Jorge, además solo iremos a casa de mi amiga
Rossana, hasta que vayas por mí. Ana es medio aburrida y
seguramente no querrá… inventar.
- Tranquilo José, nos vemos más tarde. Dije sintiendo el alivio
que se fuera.
- ¡Dios! Pensé que jamás nos dejaría solas. Dijo Katherine,
mirando nerviosamente hacia todos lados, como si alguien nos
persiguiera.
- Me está matando el dolor de cabeza, Kate haz algo.
- Cuenta con eso. Vamos… nada como una buena cerveza bien
fría para el ratón, o mejor dicho, la rata que cargas encima.
- Quieres ir más despacio, el calor ya me tiene sofocada como
para andar rápido.
- Apúrate Ana, mira allí, en la esquina está tu salvación. Dijo
señalando una especie de comercio, de esos donde te venden
desde un botón, hasta una pizza.
Cuando sentí la bebida helada y espumante por mi garganta, mi
espíritu volvió al cuerpo. Los excesos no son buenos, pero que, el
alcohol sea el causante de tus males y al día siguiente la cura de
ellos, resulta demasiado irónico para entender cuál es el exceso
verdadero.
- Esta noche, tendremos noche de chicas en mi casa, en el
cuartel silvestrista, como tú le llamas.
- Te volviste loca Katherine, estoy destruida. Dije terminando en
tres tragos la poción mágica.
- Me entendiste mal Ana, el hecho de que La Muchis y Danielita
vayan a casa, no quiere decir que haya parranda.
- ¿Quién es Danielita? Pregunté más animada.
- Mi mejor amiga. Dijo Katherine mirando a todos lados.
- Quieres quedarte quieta un instante, me alteras la resaca. Si
es tu mejor amiga, por qué no nos acompañó anoche
entonces.
- Tiene dieciséis Ana, entiende es menor de edad y su mamá no
la deja salir de noche, apenas de vez en cuando la dejan ir a
dormir a mi casa, tiene barrotes en su ventana y un perro muy
bravo cuida la entrada.
- ¡Simpática la señora! Dije queriendo reír, pero aún estaba
indispuesta para volver del todo a la normalidad.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Imagínate que Danielita tiene hasta prohibido el internet.
- ¿QUE?
- No puede ir a parrandas, y es una de las silvestristas mas
enamorada de Silvestre que conozco.
- Pobre niña, mis dieciséis fueron un paraíso comparados a
semejantes prohibiciones. Tenemos que hacer algo por ella.
Dije tajantemente.
- Ya lo hicimos. Dijo Katherine con una sonrisa triunfal. El afiche
que robamos anoche es para Danielita.
Cuando regresábamos a la casa para almorzar, caminamos en
silencio, aunque advertí que Katherine siempre volteaba a mirar
atrás. El sol me lastimaba la piel, y aunque ya me sentía mejor,
deseaba refugiarme en el cuartel silvestrista lo más pronto posible.
Descansamos toda la tarde y al llegar las seis, Katherine salió a
recibir a Danielita. Cuando entraron en la habitación, el sonido de la
puerta no me pareció tan terrible.
- Ella es Ana, la Silvestrista que va para la Ciénaga a buscar a
otro silvestrista.
Cuando vi la mirada de Daniela, no tuve ni la menor duda, el mismo
brillo en sus ojos claritos como la miel, el mismo rostro sonriente; y
el abrazo de oso que, sólo te puede dar un silvestrista.
- ¡Hora de ponernos los pijamas Ana! Dijo Danielita tomando su
morral.
- Yo no tengo. Dije alegremente.
- ¡Yo te presto una! Dijo Katherine. Falta que llegue La Muchis
pero, si, ya podemos ir cambiándonos.
El pijama de algodón que me correspondió, era de pantalones y
manga larga, de color blanco con puntitos negros, me hizo sentir
como si fuera una niña de dieciséis años nuevamente. Al verme en el
espejo del baño, creí ser la muchachita feliz que había sido, con una
familia completa y unida. A lo largo de los años, todo había
cambiado, y ya ni tenía tiempo ni para ver a mis hermanos, cuando
no estaba en un Tribunal estaba en la oficina.
A veces perdemos nuestra esencia, buscando la grandeza de una
profesión, cuando en las simples cosas, está la vida. “Vuelvo a tener
dieciséis” pensé abotonándome la camisa.
Al regresar a la habitación estaba La Muchis, quien al verme me
abrazó fuertemente. Llevaba puesta un pijama azul cielo. Katherine
también se había vestido, pero de color rosado, y para mi sorpresa,
el pijama de Daniela era rojo.
Prácticamente la entrega del afiche fue un ritual, Katherine había
dado un pequeño discurso respecto a los peligros vividos por
conseguirlo, y se me concedieron los honores de hacerle la entrega
formal a la menor de edad.
Cuando Daniela extendió el gran afiche sobre la cama, le dio un
tierno beso en la mejilla a la imagen de Silvestre, y se echó a llorar
sobre la imagen. Guardamos silencio, y al verla desahogarse,
entendí que ser Silvestrista tan joven le colocaba en las narices el
peor de los obstáculos, depender del permiso paterno – materno,
para poder amar a Silvestre.
Nos abrazamos y Daniela con sus ojitos llenos de lágrimas nos
agradeció el gesto.
- Ya cumplirás dieciocho y el mundo será tuyo Daniela.
Comenté dejando correr lágrimas muy gruesas de mis ojos.
La pequeña me abrazó.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¡Así es! O tu mamá será extraditada del país. Dijo Katherine. Y
todas comenzamos a reír a carcajadas.
La Muchis, colocó un CD sorpresa que traía para compartir con
nosotras, muy ceremonial nos exigió acostarnos en el suelo y que
levantáramos los pies, colocándolos en la cama. Algo que se me
antojó hermoso, porque aún siendo mayor, se colocaba a la edad de
Daniela para hacerla feliz.
- ¿Listas?
- ¡Sí! Dijimos al unísono.
Una melodía realmente hermosa comenzó a sonar en el grabador.
- Cierren los ojos, YA… esta canción es dedicada a Silvestre
desde ésta noche y para siempre.
Cerré mis ojos, dejándome llevar, por la increíble voz de una
muchacha, la guitarra me resultó perfecta y la letra de la canción…
me hizo llorar. Parecía escrita por nuestro corazón. Detalladamente
la canción expresaba mi amor por Silvestre, agradecí a Dios sentir
algo tan profundo y bonito por alguien como él, porque la pureza de
mi amor, llenaba mi alma, sin importar que él nunca pudiera saberlo
o entenderlo… Yo era una fan.
Todos ven nuestra novela
Y tú eres el escritor
Pero como las monedas
Esta historia tiene caras
Para ser precisa dos.
Y callaré todo amor
Si eso te calma
Nunca contaré el error
Que tanto callas
Si así me aseguro que
Un día de estos
Regreses por mí
La mala del cuento seré
Si eso quieres lo hago por ti.
(Mariana Vega – La mala del cuento)
EL AMULETO
Durante horas, las cuatro silvestristas revelamos una a una
nuestras historias, sueños, tristezas. Nos convertimos en
confidentes, en más que amigas. Hace mucho que no sentía lo que
era tener personas tan cercanas a mi corazón. Entendí que amiga,
no es aquella que esta sólo para las fiestas o para decirte lo bonito
que están tus zapatos, las verdaderas amigas son como las
mariposas, revolotean a tu alrededor, animándote a creer en ti.
Gritan muy fuerte cuando estas por equivocarte, y te siguen
ayudando desde el cielo, aún después de haber partido. Amiga es
aquella que llora contigo, que limpia tus lágrimas en silencio, sin
juzgar, sin quejarse de tus manías, sencillamente amiga es aquella
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
que te dice “Luego recogemos los vidrios”. Pensé en Raquel y
Amparo, las extrañaba inmensamente.
Hubiera querido tener más noches como esa, donde una niña de
dieciséis años, es igual a una de veintiocho, no se explicar si es,
porque somos niñas, o somos mujeres; sin importar la virginidad, la
inocencia, los complejos o los errores, sentimos exactamente igual.
Algunas encontramos como enmascarar las frustraciones, otras nos
resignamos a que vivimos la vida que nos tocó vivir, otras tenemos
la esperanza de que todo cambiará y que podemos dejar atrás las
viejas obsesiones. Amar sin tener permiso para hacerlo como
Daniela; sentir el amor correspondido y que sea imposible vivirlo
como La Muchis, hacer travesuras para llenar tu vida con algo,
porque no encuentras cómo amar tranquilamente, como en el caso
de Katherine, o simplemente tener el corazón con tantas cicatrices,
que puedes llegar a creer que alguien pueda borrarlas algún día,
como me siento yo.
Katherine y La Muchis, fueron las primeras en quedarse dormidas en
sus colchonetas; Daniela y yo conversábamos susurrando, para no
despertarlas.
- ¿Que harás si no encuentras a Mathias en la Cienaga?
Preguntó Daniela observándome con sus enormes ojos color
miel.
- En realidad Danielita, ya no se trata de él, se trata de mí, de
llenar mi vida con el silvestrismo, conocer a esas personas de
carne y hueso, que por cosas de la vida puedo conocer, como
tú, las distancias ya no existen con esto del Internet, el
facebook o el propio twitter, aunque sé que a ti aún no te lo
permiten. Dije apretando su mano. Al llegar a la Cienaga
regresaré al valle para recoger mis recuerdos y marcharme a
casa, pero todos seguirán formando parte de mi vida, sean
menores de edad o no. Dije brindándole la mejor de mis
sonrisas.
- ¡Ana siempre seremos amigas! Dijo y una lagrimita bajo por
sus mejillas. Y se que volveremos a vernos, cuando cumpla los
dieciocho iremos a buscarte a Venezuela, ya lo veras.
De pronto colocó algo en mis manos, era como un perrito o un
coyote de tela, de color rojo y puntitos blancos, tenía dos botones
morados que hacían de ojitos, un botón verde que era la nariz y un
botoncito amarillo en el pecho.
- Ana, este es mi amuleto de la buena suerte, te lo regalo.
- Es hermoso, pero no me puedo llevar tu buena suerte.
- Lo hice yo misma, es un amuleto silvestrista, llévalo contigo
siempre; y a tu vida, llegarán las personas más maravillosas
del mundo. Gracias a él te conocí a ti, créeme Ana, este
amuleto es mágico.
Tomé el amuleto y abracé a mi pequeña silvestrista, no entendía
como un gesto tan sencillo, podía darme todo el amor que yo
necesitaba, y que, con tanta insistencia buscaba siendo fan de
Silvestre.
- Ana antes de dormir pídele un deseo, tarde o temprano será
realidad.
Danielita durmió en la cama y yo en una colchoneta al lado de la
única ventana del cuartel silvestrista, apague la lamparita de noche
y fui a acostarme. La luna esa noche era llena y recuerdo que los
rayitos se colaban por la ventana eran suficientes para iluminarme,
apreté muy fuerte el amuleto silvestrista y pedí con toda mi alma un
deseo.
“Deseo un beso… un beso de Silvestre”.-
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
MARIPOSAS AMARILLAS
Esa mañana me despedí de todos los amigos que había hecho en
Bosconia, prometiendo que algún día nos volveríamos a ver,
agradecí tanto cariño y protección, sobre todo a José Jorge, por quien
sentía un gran respeto, por su cultura Arhuaca, pero sobre todo
porque mientras él estuvo cerca de mí, me sentí segura.
- Bueno Katherine, ya sabes, nada de inventos, el domingo por
la tarde te iré a buscar a Aracataca, le prometí a tu mamá que
solo seria por el fin de semana, así que me esperas en casa de
tu amiga Rossana, luego de que envíes a Ana para La Ciénaga.
- Tranquilo primo, seremos unos angelitos. Palabra de
Silvestrista. Dijo mi amiga solemnemente.
- Eso es lo que precisamente me preocupa. Dijo revolviéndole el
cabello Katherine.
Al despedirme, le di un beso en la mejilla a José Jorge, y la mayor
sonrisa que el calor de Bosconia me permitió dar.
- Buen viaje muchachas, súbanse a ese bus o las van a dejar.
Dijo sonriendo.
Subimos al autobús atestado de gente con nuestros morrales.
Llevaba puesto mis zapatos rojos de trenzas blancas, los que me
había obsequiado Silvestre, en la mano derecha empuñaba el
amuleto de la buena suerte y mi mochila Arhuaca cruzada a la
espalda.
Cuál sería mi sorpresa, en los últimos asientos del autobús, Gunter,
Oscar, La Muchis, Fabián y la sorpresa más grande, Daniela… todos a
bordo.
- ¿Qué es esto? Muchachos ya nos despedimos temprano. Dije
sonriendo.
- Mi hermosa es que nos vamos contigo. Dijo Gunter. Y el
jolgorio dentro del bus fue tal, que el chofer nos regañó y casi
nos baja.
- Danielita por Dios, bájate, tu mama va a matarte. Dije muy
preocupada.
- ¡Me dieron permiso Ana!
- ¿Cómo así? Insistí sin entender.
- José Jorge es un santo, él tiene toda la confianza de mis
padres, y dijo que estaríamos en casa de familiares; y mamá
se fregó, porque papá dijo que sí, que podía ir a conocer el
pueblo de Gabo.
Todos sonreían cómo si se tratara de una travesura, me senté con
Danielita, mientras los chicos no paraban de hablar. La felicidad
que me embargaba era tal que no sabía si reír o llorar. Ir por el
mundo no es lo mismo, si vas con amigos y no se compara a nada
si son Silvestristas.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Durante el viaje no dejé de mirar la carretera, los pensamientos y
las emociones se mezclaron, en un torbellino dentro de mí alma,
jamás pensé que ir a la Aracataca de Gabriel García Márquez
fuera tan emocionante. Mi imaginación me hizo una mala jugada,
recordé los ojos amarillos y malignos, del ser que había tenido
que soportar en Nabusimake, un escalofrió me recorrió todo el
cuerpo.
“No voy a sentir miedo, no puedo sentir miedo” Pensé.
- ¿Ana tú has leído Cien años de Soledad? Pregunto Danielita,
sacándome de mi mutismo.
- Sí, la he leído cuatro veces, la primera vez que leí a Gabo tenía
catorce años.
- ¡Caramba! Es un libro muy grueso, mi papá lo tiene, pero no sé
de qué trata.
- Debes leerlo, es el más maravilloso de todos los libros que he
leído en mi vida, conserva para la eternidad, un pueblo llamado
Macondo, con personajes tan reales y a su vez, tan fantásticos,
que cada vez que lees nuevamente la historia, entiendes de una
forma diferente el libro. Es complejo, pero no imposible de leer.
Lo que más me gusta del libro es que es mágico, como el amuleto
silvestrista. Ir a Macondo, como suele llamarle la gente a
Aracataca, es un honor, algo que jamás pensé que pudiera hacer,
no por los momentos y menos en compañía de mis hermanos
silvestristas.
- Papá me dijo que estuviera atenta a las mariposas Amarillas.
Dijo sonriendo la pequeña.
Traté de descansar un poco, soñé con cosas que hoy en día, no
recuerdo. Cuando desperté, todos conversaban animadamente.
- ¡ANA MIRA! Dijeron los chicos señalando un letrero.
Mi corazón se desbordó cuando leí “Bienvenidos al mundo mágico de
Macondo.” “ARACATACA-MACONDO”, el gran anuncio tenía una foto
del Gabo al lado Izquierdo y la foto de otro señor, al lado derecho.
Me coloqué de rodillas en mi asiento y les pregunté a los muchachos,
que de quien se trataba. Solo La Muchis contestó.
- Parranda de sinvergüenzas, ve que no saber quién es Leo
Matiz. Ana es el otro ciudadano, por el cual, Aracataca es
famosa, un fotógrafo y caricaturista maravilloso, muy
reconocido en el mundo entero, cuando lleguemos te mostraré
su trabajo.
Estaba feliz. El bus entró lentamente, había personas por todas
partes, yendo y viniendo en su día a día, y sin querer, sin siquiera
entender cómo, mi imaginación vio, miles de mariposas amarillas.
“Macondo existe” Pensé abriendo la boca de par en par “Gabo tenía
razón”.
Esa tarde al bajar del autobús entre risas y emociones, conocí a
Rossana la amiga de Katherine, todos nos quedaríamos el fin de
semana en su casa. Era una chica delgada y alta, de rostro alegre,
una Silvestrista curtida con los años, hablaba de Silvestre con pasión
pero sin angustia, ni con lágrimas en los ojos, dominaba mejor que
todos nosotros sus sentimientos.
- Mamá está feliz por la visita, a veces este pueblo se vuelve
tan tranquilo, que el único alboroto lo da mi hermano Alexis,
cuando coloca música en la casa, así que ya les tiene la cena
preparada y sus camas divididas. Los muchachos dormirán
juntos en la habitación de mi hermano y nosotras tendremos
privacidad en mi habitación, no es como la de Katherine, pero
estarán a gusto.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Todos estábamos emocionados, reíamos por todo. La casa de
Rossana estaba cerca del lugar donde nos dejó el autobús, así que
fuimos caminando. Como una hermandad, porque el sentimiento rojo
nos unía. Comencé a notar mientras caminaba, que nuevamente
Katherine miraba a cada instante a su espalda, cómo vigilando que
alguien se acercara, desde la noche anterior la veía ausente.
No podíamos imaginar lo que viviríamos en la tierra de los Buendía.
El duende había llegado con nosotros a Aracataca.
<<SILVESTRISTAS A
COMER>>
Son tantas las cosas que ocurrieron en Aracataca, que dejar
constancia de ellas, me resulta dulce y amargo, conocer silvestristas
como Rossana y Alexis, era tan especial para mí, pero los hechos que
acontecieron ensombrecieron mi vida, hasta tal punto que si no
hubiera sido por el Silvestrismo, me hubiera perdido para siempre,
en sentimientos que pretendían acabar con mi paz y mi existencia.
Esa noche mientras la mamá de Rossana servía la cena y los chicos
se acomodaban en las habitaciones; a la entrada de la casa, me
senté con Katherine. Me preocupaba su actitud, nerviosa e insegura.
- ¿Cuando vas a decirme que te pasa Katherine? ¿Qué te tiene
tan intranquila? ¿Crees que no me doy cuenta? Pregunté.
- No se como… decírtelo Ana. Dijo con la mirada perdida.
- ¡Por Dios Katherine! Somos silvestristas, cómplices y amigas,
cómo no vas a saber decirme algo, cuando yo te lo he contado
todo. Confía en mí, amamos al mismo hombre y no peleamos
por él. Dije sonriendo. ¡Amamos a Silvestre!
- Estoy viendo fantasmas. Soltó de pronto.
- ¿Qué? ¿Cómo que fantasmas? Explícate hija.
- Es un hombre joven, rubio y de ojos espantosamente
amarillos, su mirada quema como si fuera fuego. No habla,
solo se coloca a tu lado y te mira Ana, de una forma que me
esta volviendo loca. Se que pensaras que…
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¡Dios mío! Dije reprimiendo mi terror. <<No puedo sentir
miedo>> Pensé. Aunque el escalofrío que me produjo aquella
confesión, me recorrió el espinazo.
- ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
- Cuando bajamos del autobús. Dijo tristemente.
- ¿Por qué no me lo dijiste Katherine? Yo lo he visto, se quién es.
Katherine se aferró a mí en un abrazo fraternal, su rostro tomó color,
y murmuró palabras que no pude entender, su miedo era tal, que le
temblaba todo el cuerpo. Calmarla no fue fácil, aunque aparentaba
ser la más inventadora y fuerte de todos nosotros, en realidad era
una muchacha que ante lo sobrenatural, era lógico que se asustara
tanto.
- Tu primo José Jorge también sabe sobre él, es un duende de La
Sierra Nevada de Santa Marta. En Nabusimake intentó llevarse
mi alma y mi cuerpo, pero me salvé.
- ¿Cómo? Preguntó angustiada.
- Decidí no tener miedo, y tararee una frase de Silvestre.
- ¡Dios mío! ¿Cuál? ¿Dime cuál?
- Ahora lo recuerdo, es esa que entonamos el otro día en la
plaza de Bosconia, esa tonada sentimental, en la que
levantamos la manos al cielo “ay amor, amor, amor, amor,
amor de mi alma” la que es como una oración.
- ¡Ana por Dios! Que increíble.
- Si Katherine, me dio tanta fuerza y serenidad, que creo que
eso hizo que El Duende no pudiera llevarme. En el bus esta
tarde, creí verlo en mi imaginación. ¡Qué pesadilla! Tenemos
que llamar a José Jorge inmediatamente, es el único que sabe
que podemos hacer con ese espíritu.
- No podrás Ana, José Jorge está en un asentamiento campesino
cerca de Bosconia, y como sabes no usa celular. Tendremos
que esperar que venga a Aracataca. ¿Crees que debemos
decirle a los muchachos?
- No, es muy difícil que nos crean sin haberlo visto. ¡Necesito!
Dije agarrando a Katherine por los hombros. Que seas fuerte,
que no tengas miedo, ese sentimiento lo llena, lo alimenta. Y
entiende algo, es muy peligroso; niñas han desaparecido en La
Sierra Nevada, él se las ha llevado, si tienes miedo, te
expones a que El Duende te lleve.
- ¡Inmundo mamarracho! Dijo Katherine con fuerza renovada.
No podrá con nosotras Ana, pensaba que me estaba volviendo
loca. Dime ¿Que hay que hacer?
- No podemos tener miedo. Dije mirándola a los ojos.
<< A COMER SILVESTRISTAS, TODOS A LA MESA>>
El grito retumbó en toda la casa, lo cual en principio nos hizo dar un
sobresalto.
<< A COMER SILVESTRISTAS, TODOS A LA MESA>>
En el umbral de la puerta Rossana nos observaba con sus enormes
ojos marrones.
- Chicas mamá nos está llamando a comer, vamos Ana, Alexis
muere por conocerte.
Sus palabras me hicieron sonrojar.
<< A COMER SILVESTRISTAS>>
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Acudimos a la mesa, todos buscaban sillas, bancos de madera y se
acomodaban muy juntos los unos de los otros, se respiraba el
ambiente más calido del mundo allí adentro, no por el calor nocturno
de Aracataca, sino porque allí éramos una hermosa fraternidad de
comensales.
Aunque las arepas y el caldo de huevo Santandereano, que nos
preparó la mama de Rossana estaba exquisito, mi estomago estaba
revuelto con la sola idea de saber que en cualquier parte estaba ese
ser, contemplándome, deseándome.
- ¡Ana! Dijo Danielita dándome un pequeño codazo.
- ¿Qué pasa? Susurré mirado a todas partes en el comedor.
- Alexis te ve con mucha insistencia, creo que le gustas. Dijo mi
amiga al oído.
Disimule, y apenas lo miré. Tenía en su mirada un brillo especial, era
un joven alegre, simpático. Bajé la mirada a mi plato de caldo con
papas e intenté comer, sintiendo ganas de reírme. Últimamente si
estaba nerviosa, me daban ganas de reír, y mi cara se enrojecía
como un tomate.
- Alguien toca en la puerta muchachos. ¿Quién será? Coman
tranquilos voy a ver. Dijo la mama de Rossana.
Todos conversaban alegremente, haciendo planes para el día
siguiente, al parecer el plan era visitar un río cercano al pueblo.
- ¡ANA TE BUSCAN! Gritó la señora desde la puerta.
De pronto todos me observaron, como si yo supiera quien me había
podido buscar en aquel lugar tan remoto de la tierra. Encogí mis
hombros, dando a entender que no sabía de quien se trataba.
Un hombre alto, de piel blanca y ojos cafés, se presentó en el
comedor con la mamá de Rossana.
Sentí ganas de vomitar mientras le sostenía la mirada. Rafael estaba
ante mí con su hermosa sonrisa.
<<No puedo tener miedo>> Pensé clavándome las uñas al cerrar
mis puños.
Y el recuerdo de Silvestre abrazándome el día en que le conté todo
sobre Teresa, bastó para ponerme en pie y dirigirme hacia la puerta.
NO PUEDO TENER MIEDO
En la calle del pueblo de Aracataca, las personas caminaban
alegremente, observé varios letreros esa noche, sobre Gabriel García
Márquez, era como caminar dentro de Cien años de Soledad, sin
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
necesidad de ser un personaje, era como leer e imaginar, en ese
instante no sabes si lo que ves, es imaginación o realmente está
ante ti.
Caminamos en silencio, Rafael seguía mis pasos, algo que jamás
había hecho en su vida. Al llegar a una plaza realmente pequeña,
donde se alzaba el monumento de un libro gigante, me senté en la
acera y ese hombre al que en algún tiempo amé, se sentó a mi lado.
- Mi madre te dijo donde estaba ¿Verdad?
- ¡Ana estas hermosa!
Vi sus ojos, tenían un brillo, que no podía reconocer, estaba dócil,
vestido de forma deportiva, y su sonrisa, era realmente hermosa.
- Mi madre, no entiende nada, solo le interesa que forme un
hogar, sin importar si en ese contrato, estoy firmando una
condena de muerte.
- Ha sido culpa mía Ana, insistí en que todo lo arreglaríamos, tu
madre confía en mí, prometí llevarte a casa, todos esperan tu
regreso.
Dentro de mis venas ya no corría sangre, sino el veneno escondido
desde el día que lo encontré con su gran y oculto amor.
- ¿A qué has venido?
- Ana, te amo, no tienes idea de lo arrepentido que estoy, te
extraño, extraño el olor de tu piel, tu sonrisa, tus besos, yo…
- ¡Basta! Le espeté. Sentí ganas de tener un cuchillo y
clavárselo en el corazón. No tengo ningún interés en ti. Dije.
Ya no te amo, incluso, creo que nunca te amé. No te odio, soy
lo más sincera posible, por ti no siento nada.
- Pero puedo hacer que todo vuelva a ser igual que antes.
- ¿Sí? Y qué volverás a hacer, ¿Humillarme? ¿Golpearme? Los
recuerdos se amontonaron en mi mente, recordé el día que
me pegó en la cara porque no podía dejar de llorar, me vi
arrojada en el suelo, observando mis manos llenas de tierra.
Lo vi gritar y empujarme una noche en que los celos me
hicieron perder la compostura. El ser dulce que estaba ante
mí, me recordó a un hombre, egoísta y sin escrúpulos, a quién
me había entregado en cuerpo y alma, y esa misma noche en
que me convertí en mujer, me lastimó para siempre. “No
puedo tener miedo” pensé. “Díselo, no tengas miedo”
- ¿Rafael, recuerdas que la noche en que me entregue a ti?
- Si Ana, la noche mas hermosa del mundo.
- Es la noche es que arruinaste mi vida. Dije con amargura.
- Pero ¿De que hablas Ana? Preguntó frunciendo el ceño.
La noche en que perdí la llamada inocencia, Rafael se había
molestado, por cosas de la vida, mi cuerpo no manchó las sabanas
de una larga y entupida tradición, donde la mujer debe sangrar, para
demostrar su pureza, desde entonces, el amor que él sentía por mi
se había disuelto en el agua. El amor y los sentimientos de una joven
no importó, la verdad no importó, la biología no importó,
supuestamente fui condenada por faltas de pruebas.
- Fue la peor experiencia que haya tenido, fuiste malo… yo era
inocente.
- Lo sé Ana, todo será mejor… dame una oportunidad.
- No puedo, estoy enamorada de verdad.
- No te creo. ¡Dime su nombre!
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
“Silvestre” pensé, “Mathias” pensé. Mi corazón aun seguía
confundido entre el ídolo y el hombre, entre la alegría y la paz.
- Voy a pedirte que me dejes en tranquila, tú tienes a quien
querer, siempre lo tuviste. No te juzgo, tú simplemente no me
querías. No te mientas más, tú no me extrañas, extrañas tener
un juguete.
- ¡Ana perdóname! Dijo tocándome la mano con sus dedos.
Lo aparté de mí inmediatamente, sentía ganas de vomitar por la
mujer sumisa que había sido, por los sentimientos que había
entregado, por las lagrimas que me había extraído del alma.
- Si algo he hecho, es perdonarte. No me debes nada. Me
levanté con intención de marcharme.
- Ana, te amo. Dijo murmurando, como si de verdad algo le
doliera.
- Ya se te pasará, créeme.
Caminé ligera por la calle del pueblo, sintiendo la libertad de cerrar
esa caja que llevaba en mis hombros, con el letrero de “Errores”,
respiré profundamente dejando que el aire en mis pulmones llegara
hasta el alma, después de esa noche jamás volví a verlo, lo mejor
que pude haber vivido en mi vida, fue entender, que por más que,
ames a un hombre, y por más que llores su partida, puedes
sobrevivir y comenzar de nuevo.
En la casa, ya todos estaban en sus habitaciones, las muchachas me
esperaban con sus pijamas, al verme en la puerta, todas corrieron a
abrazarme, en un gran abrazo silvestrista, no fue necesario decir
nada, sus corazones estaban conmigo y el mío estaba con ellas.
Esa noche tuve sueños intranquilos, estaba emocionada por estar en
la tierra de Remedios la Bella, pensé en el libro enorme de la plaza,
el cual tenía enormes mariposas amarillas, al ver a Rafael, la sangre
me hervía por la venas y no asocié la escultura al libro de Gabo.
Soñé que me encontraba en un río de agua turbia, Silvestre estaba al
otro lado del río, y yo deseaba cruzar y no podía, él me llamaba por
mi nombre y sonreía como nunca.
- ¡SILVESTRE! Grité desesperada.
- ¡NO TENGAS MIEDO! Gritó él.
Me desperté inmensamente cansada, y con la desesperación de
verlo. Busqué mi amuleto rojo “Silvestre” “Silvestre” murmuré
pidiendo el deseo de besar su boca.
¡SILVESTRISTAS A DESAYUNAR! el gritó se me antojó chistoso, y reí
tan fuerte que desperté a las silvestristas.
DANIELA
En el desayuno, Alexis no dejaba de mirarme, lo cual me tenía un
poco incomoda, él un muchacho alegre, de cabello largo y
ensortijado, su sonrisa me reveló una personalidad rebelde. Por su
sangre corre el ritmo, toca el timbal y la tambora; y es silvestrista de
los llamados “antiguos”, es decir, desde antes de las producciones
musicales “La fama” y “El original” de Silvestre. Según Rossana,
Alexis tenía mala suerte en el amor, lo cual no entendía por qué,
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
según ella prefería los amores imposibles, para retorcerse en sus
sentimientos y componer canciones de amor.
- Bueno muchachos el plan es el siguiente. Dijo muy animada
Rossana. Vamos al Río Aracataca, mamá tiene todo preparado
para un sancocho y Alexis, tiene listas las bebidas rojas.
- ¿Bebida rojas? Pregunté.
- Si Ana, es una especie de cóctel, se llama “Silvestristas” les va
a encantar.
- ¿Sabes hacer silvestristas? Pregunté con el corazón acelerado.
- ¡Claro Ana! Respondió Alexis.
- ¿Quién te enseñó a prepararla?
- Hace algunos años en Valledupar, un muchacho llamado
Mathias me enseñó. Me costó sacarle la receta, bajo
juramento de no decir jamás sus ingredientes. Ya hace tiempo
que no se nada de él.
Katherine, Danielita y La Muchis se quedaron observando mi
reacción, sentí hormigas por todo el cuerpo, cómo en un estado de
alegría y nostalgia.
- Mathias es el muchacho que he estado buscando en este
viaje. Dije.
Todos me observaron con cariño, el sentimiento que nos unía hacía
que todo fuera sumamente fácil. Nos fuimos alegremente al río de
Aracataca, era una mañana increíblemente hermosa, y todos
estábamos eufóricos, conversábamos de todo y todos a la vez.
- ¿Ana porqué vas a la Cienaga? Me preguntó Rossana. ¿Por
Mathias?
- No, tal vez en un principio era así, ahora es diferente, he
conocido personas maravillosas que me han hecho
comprender el Silvestrismo, con Ustedes comparto algo que
no puedo compartir con nadie que no ame a Silvestre
Dangond. Donde vivo tengo muchísimos amigos y amigas,
pero no logran entenderme, y no siempre estoy con mis
amigas del Club de Fan, Amparo y Raquel, por lo que
continuamente me siento incomprendida; voy a La Cienaga
porque una vez Mathias me dijo, que sólo allí podría entender
el Silvestrismo, no se bien a que se refería, pero voy a ir a
averiguarlo.
- Sabes Ana, pienso que quien te conoce a ti, logra a su vez
entender El Silvestrismo. Y su mirada brilló intensamente.
Renuncias a tu trabajo, a la vida estable que tenías en
Venezuela, y te lanzas a la aventura de querer vivir, de
conocer y de amar, no solo vas dejando en tu camino amigos,
sino que vas uniéndolos. Jamás pensé ver en mi casa a
Danielita, tampoco creí posible volver a ver a La Muchis y a
Fabián, juntos. Además voy a confesarte que siempre he
estado enamorada de José Jorge, y gracias a que estas aquí, él
vendrá y poder verlo, así sea por un instante.
Me quedé en silencio, brindando mi mejor sonrisa, tal cual había
aprendido de mis amigas Silvestristas, entendiendo el sentimiento
en las palabras de un hermano rojo. Rossana era una muchacha
increíblemente amable y organizada, idolatraba a su hermano Alexis
y cuidaba de todos, al igual que La Muchis, solo le importaban los
demás. Me pregunté que sentirían Fabián y La Muchis, de estar tan
cerca el uno del otro, o que podría sentir José Jorge por Rossana,
porque Katherine ya era mayor de edad y podía regresar
perfectamente a Bosconia con Daniela sin que fuera necesario que el
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
viniera por ellas. Eso me hizo sospechar, que en el ambiente había
más de un romance en marcha.
- ¡LLEGAMOS! ¡LLEGAMOS! Gritó Daniela. Y todos los silvestristas
salieron corriendo a ver quien llegaba primero a las aguas del
Aracataca. Quise retrasarme para poder verlos jugar con el agua
cómo niños. Llenos de vida y absolutamente felices, cada uno por un
motivo diferente.
- ¡ANA! ¡ANA! ¡APURATE ANA! Gritó Gunter. Lanzándose de chapuzón
con todo y zapatos.
Ver el río Aracataca me dio un mal augurio, era el mismo lugar que
había contemplado en mi sueño, donde Silvestre me pedía que
cruzara y que no tuviera miedo. Sin hacerle caso a esa sensación,
me quité los zapatos rojos de “cenicienta silvestrista”; y la camisa y
el pantalón, quedándome en un traje de baño negro que me había
prestado Rossana. Todos al verme se quedaron asombrados.
- ¡Ana por Dios! ¿Que te pasó? Preguntó Fabián.
Sin saber a que se refería me observé los brazos y las piernas, las
pequeñas heridas que me había hecho en Nabusimake, estaban
como recién hechas.
- No lo entiendo. Dije a todos, ya se me habían cicatrizado. Me
caí en Nabusimake. Fue todo lo que pude decirles.
- Son pequeñas, pero te ves bastante marcada Ana ¿Quieres
que volvamos a casa? ¿Te duelen mucho? Preguntó La Muchis.
- No amiga, estoy bien, debe ser que tengo alto algún valor en
la sangre, que las hace ver así, porque a mi no me duelen.
Katherine que sabía que eran las heridas que me había hecho El
Duende en la Sierra Nevada, me observaba sin decir nada.
- Estoy bien, en serio. A ver ¿Donde están esos silvestristas
Alexis?
Cuando metí mis pies al agua helada del Aracataca, me sentí
renovada, fui entrando poco a poco en sus aguas hasta sumergirme,
me preguntaba qué cosas maravillosas habría pasado Gabo en ese
mismo lugar, que le inspiraron Cien Años de Soledad. ¿Remedios La
Bella había sido real? ¿Gabo era como Aureliano o como José
Arcadio? Y ¿Melquíades, quien habrá sido de verdad ese gitano?
Mientras nadaba en el río, recordaba mi promesa en el Guatapurí, y
al igual que ese día, dejé que el agua se llevara todo aquello que no
deseaba sentir, bueno o malo, necesitaba sacar de mi alma cualquier
astilla que se me hubiera incrustado la noche anterior al ver a Rafael.
- ¡ANA VEN! Gritó Alexis.
En la orilla del río, me esperaban los chicos para el brindis con sus
bebidas rojas encendidas. Volver a tomar un silvestrista me
resultaba divertido, apagamos las bebidas y brindamos a nuestro
estilo, cada uno diciendo su frase silvestrista favorita, y todos a la
vez. A Danielita le permitimos tomar solamente un silvestrista, por
su corta edad. Era una bebida intensamente roja, caliente y
embriagadora, exactamente igual a los que preparaba Mathias.
Me acosté en una piedra enorme, para que el sol me cargara de su
energía exquisita, mientras los chicos jugaban animados en el agua.
Observé en la orilla a Fabián y a La Muchis, conversaban como si
llevaran años sin hacerlo, y el rostro de ambos se veía iluminado por
la dicha.
“No entiendo porque el amor tiene que ser tan difícil” Pensé.
A eso de las once de la mañana llegó al río la mamá de Rossana y las
chicas ayudamos a hacer el sancocho, mientras los muchachos
encendían el fogón, a mí me correspondió pelar, lavar y picar las
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
cebollas, tengo que decir que fue una experiencia maravillosa, en mi
vida jamás había hecho algo igual, siempre en mi casa las comidas
las preparaba la muchacha de servicio, yo simplemente me dedicaba
a los estudios, y no conocía tales menesteres, las cebollas
cruelmente acidas me hicieron llorar y las chicas reían hasta más no
poder, al ver que no sabía pelar cebollas.
- Vamos Ana, aguanta, tu puedes. Dijo Katherine, muerta de risa.
Fue un día maravilloso, no solo por las nuevas experiencias como
pelar cebollas o por disfrutar del sol sin sentir el calor que
últimamente me había agobiado insistentemente, sino porque
estaba decidida a aceptar lo que la vida, a bien tuviera darme, la
ilusión no era un hombre, o un ídolo, la ilusión era estar convencida
que todo lo que había vivido era necesario, tanto lo bueno como lo
malo, aprendí que las lágrimas son necesarias, tanto o más que las
risas.
- ¿Ana, has visto a Daniela? Me preguntó Rossana. Hace rato
que no la veo.
- Si, estaba hace un momento allí. Contesté señalando la gran
roca donde tomara el sol en la mañana. Pero la pequeña no
estaba.
EL SECUESTRO
Comenzamos a preguntar si sabían donde estaba. Nadie supo dar
razón. Aquello hizo que sintiera escalofríos, así que me vestí
inmediatamente y me coloqué los zapatos rojos. Nos dividimos para
buscarla, Katherine y La Muchis me acompañaron río abajo. Otros
subieron a la entrada del balneario y otros, río arriba.
- ¡DANIELA!
- ¡DANIELA!
- ¡DANIELA!
No hubo respuesta alguna, eran ya las cuatro de la tarde, y
regresamos al punto de partida para ver si la habían encontrado.
- ¿Danielita? Pregunté a Gunter.
- Nada Ana, ni rastro. Contestó.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Bueno aún no hemos buscado del otro lado del río. Dijo
Fabián.
El comentario de Fabián dio en el clavo, en mi sueño Silvestre me
pedía que cruzara el río. “No tengas miedo Ana”. Pensé totalmente
aterrada.
- Tienes razón, vamos del otro lado.
- Pero Danielita ¿Qué iba hacer de ese lado? Tiene la hierba
alta, no creo que se haya metido allí. Dijo la mamá de
Rossana.
- Señora, ha pasado una hora y no aparece, por favor, Usted y
Rossana vayan y avisen a las autoridades o a cualquiera que
pueda ayudarnos a buscarla.
Así volvimos a separarnos, esta vez me acompañaba Oscar y
Katherine, río arriba del otro lado de la orilla, río abajo fueron a
buscarla Fabián y La Muchis, y por los alrededores cercanos Gunter y
Alexis.
- ¿Qué crees que pudo pasar Ana? ¿La secuestraron? Peguntó
preocupado Oscar.
- Creo que es algo realmente peor. Dije sintiéndome
desesperada.
Caminamos durante dos horas y no encontramos nada, el sol se
ocultaba rápidamente.
- Ana que le diremos a sus papás, mi madre va a matarme.
Katherine estaba al borde de la histeria.
- Regresemos Ana, tal vez ya la encontraron. Dijo Oscar.
- Si es posible, regresemos. Concluí.
Cuando nos encaminamos de regreso a donde estarían los demás
silvestristas, mis sospechas se hicieron realidad.
¡Yo la tengo! Dijo una voz que sólo yo escuche. Miré a mí alrededor,
me rezagué, dejé que los muchachos se alejaran. Me aparté del
sendero, sin saber bien, que es lo que estaba haciendo, traté de
calmarme, ver con detenimiento. En el espesor de los árboles, noté
unas huellas pequeñas.
- Tienen que ser de Danielita. Las huellas me guiaron a una
parte mucho más espesa del bosque, y ya sin la luz del sol, me
encontré completamente sola.
Fue entonces cuando vi a Daniela corriendo, a una velocidad
espantosa, traté de seguirla, sin saber que hacer.
“El duende la tiene, él la tiene” pensaba una y otra vez. “Qué hago
qué hago.”
Perdí de vista a Daniela, ya estaba oscuro, e increíblemente sin
pensar, comencé a rezar, recé cuanto sabía, le pedí a Dios que me la
devolviera, nunca en mi vida he rezado con tanto fervor, necesitaba
creer en esa fuerza superior en la que creía cuando era niña.
Tropecé con lo que me pareció las gruesas raíces de un árbol, me
arrodillé y clamé a todos los santos, a la virgen Maria y al divino niño
Jesús, sin control comencé a llorar. Recuerdo haber clavado las
manos en tierra y haberlas empuñado, recé, gemí y me entregué a
mis recuerdos. Recordé a mi padre lanzándose desde una enorme
roca, yo tenía cinco años y me estaba ahogando, mientras tragaba
agua, vi como se sumergió en las aguas, y sus brazos enormes me
agarraron, me levantó salvándome de la muerte, recordé haberme
desmayado exhausta. Papá me había salvado. Al abrir los ojos, frente
a mí estaba El Duende, mirándome fijamente, no tuve miedo.
Resplandecía con luz propia, su rostro era el del joven más bonito
que haya visto en mi vida, pero su mirada era fuego puro.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Ella es mía, Daniela es mía. No te la vas a llevar. NO TE TENGO
MIEDO. Le grité. ¡DANIELA ES MIA!
- Sin emitir sonido alguno. La luz se apagó y el duende
desapareció.
Comencé a correr en la dirección en que había visto por ultima vez a
Daniela. Tropecé y caí nuevamente.
- ¡AYUDA! ¡AUXILIO! Gritó la pequeña.
- DANIELA, ES ANA, QUÉDATE DONDE ESTAS. Le grité.
- ANA AYUDAME, ANA, ANA. Gritaba con terror la muchacha.
Encontré a Daniela, totalmente aterrada junto a un árbol. La
pequeña se aferró a mí de una forma tal, que temí que perdiera la
cordura.
- Ya chiquita, estas a salvo.
- No se como llegué aquí Ana ¿Qué hacemos aquí? Me preguntó
hecha un amasijo de nervios.
- Después te explico. ¿Puedes ponerte en pie? Debemos irnos
de aquí.
- Me duelen mucho las rodillas, no puedo. Daniela lloraba
inconsolable.
- Necesito ir por ayuda, no tengas miedo.
- NO, NO, NO te vayas. Dijo clavándome las uñas. Entendí que
no podía dejarla sola, el miedo que sentía no era bueno, el
duende podía llevársela de nuevo.
- Todos están buscándonos. Tienes que calmarte. Ayúdame a
gritar.
- ¡AUXILIO! ¡SOCORRO! ¡AYUDA! ¡AYUDA! ¡ESTAMOS AQUÍ!
Gritamos durante lo que nos pareció una eternidad.
De pronto vi luces a lo lejos. Entre los árboles, alguien venía. Me
sentí a salvo cuando se acercaron unos hombres rollizos con trajes
de policía. El más alto de los cuatro hombres cargó a Danielita.
Mientras el más anciano me preguntaba que había pasado.
- Creo que se perdió y al caerse se lastimó las rodillas. La
encontré en el suelo, intenté cargarla pero fue muy pesada
para mí. No nos quedó más que gritar.
- Eso siempre ocurre por estas tierras, los más jóvenes se
pierden, gracias a la Virgen que encontraste esta niña.
- Si, así es… es gracias a la Virgen. Contesté recordando la
promesa que le había hecho, con tal de que me regresara a
Daniela.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
AMANTES ETERNOS
Pasamos la noche en vela, cuidando a Danielita, sus heridas no eran
graves pero presentó algo de fiebre. Katherine no se separó de ella
ni un instante, y todos permanecimos en vigilia, por si se necesitaba
algo. A eso de las seis de la mañana Alexis me dio una enorme taza
de café, y se sentó a mi lado.
- ¿Te sientes bien Ana? Preguntó el muchacho.
- Estoy bien, todo esto no ha sido más que un susto.
- Deberías ir a dormir. Su mirada era calida. Me sentí
agradecida con él por preocuparse por mí.
- Si tienes razón pero no creo que con semejante taza de café,
pegue un ojo en siglos. Ambos sonreímos, y guardamos
silencio.
Sorbí poco a poco la bebida caliente, disfrutando la tranquilidad de
tener a Danielita en casa, y con la seguridad de que al llegar José
Jorge, sabríamos que hacer.
- Tenemos un problema muy serio muchachos. Dijo Rossana,
sentándose a tomar café.
- Y ahora qué pasa, Rossana. Peguntó Alexis.
- La Muchis y Fabián.
- ¿Que les pasó? Pregunté alarmada.
- Los vi besándose en el patio.
- ¿Qué? Preguntó Katherine desde el umbral de la puerta.
Todos permanecimos en silencio, sabíamos perfectamente que se
amaban, pero Fabián era casado, y tenía un pequeñín de 2 años.
- ¡Se han vuelto locos! Sentenció Katherine.
- Son Amantes eternos Katherine. Dijo inspirado Alexis.
- ¡Patrañas! Andrea sabe muy bien, que Fabián es un hombre
comprometido.
- Pero están enamorados Katherine. Dije por lo bajo.
- ¿Enamorados? Ana, Fabián que asuma sus errores y deje a La
Muchis en paz.
- Es algo en lo que no podemos meternos. Insistí.
- ¿Ana, y el bebé de Fabián? Preguntó Rossana.
- Sigue siendo su hijo, esto no tiene que ver con su obligación y
deber de padre, pero ¿Qué vida puede darle al lado de una
mujer que no ama?
- Yo creo que Ana tiene razón. No podemos meternos entre
ellos. Intervino Alexis.
- Yo iría más allá que eso Alexis. Si ellos han decidido amarse,
nada ni nadie lo podrá evitar.
Los ojos de Rossana brillaron y me brindó una sonrisa por lo que
acababa de decir, ciertamente ella pasaba por una situación similar.
- En esta casa todo el mundo se levanta temprano. Dijo José
Jorge. Quien nos observaba desde el umbral.
Sentí un gran alivio al verlo, mientras todos lo saludaban, él me
observaba fijamente, entendí que sabía perfectamente que algo
había pasado.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Ana es necesario que hablemos ¿Muchachos nos dejan solos?
Los muchachos sin protestar se llevaron sus tazas de café a otra
parte, advertí que a Rossana no le había gustado su pedimento, pero
al igual que los demás, nos permitió conversar a solas.
- ¿Que ha pasado?
- ¿Cómo Sabes que ha pasado algo?
- Es muy temprano para que Katherine esté despierta. Es simple
lógica ¿Qué pasó Ana?
- El duende no se quedó en Nabusimake, no se cómo o porqué,
me ha seguido hasta aquí, pero solo se había dejado ver en
Bosconia por Katherine, y ya en Aracataca, cuando fuimos al
río, se llevó a Daniela.
- ¿Cómo la recuperaste?
- ¿Cómo deduces que la recuperé? Pregunte asombrada de su
lógica.
- No lo deduzco. Yo te salvé Ana, vi cuando El Duende te sacó
de la casa en Nabusimake, los seguí y logré alcanzarte, te
llevé de regreso, pero tú no recuerdas nada, cantabas una
canción, estando completamente dormida.
- Yo no la alcancé pero hice una promesa a la virgen, ella me
devolvió a la niña. No se cómo se me pudo ocurrir algo así,
pero creo que es lo que dio resultado. ¿Qué debemos hacer
ahora?
- Me llevo inmediatamente a Danielita y Katherine, yo hablaré
con ella, bajo el estado de nervios en el cual debe estar, es
frágil ante ese ser.
A las doce del día les había dicho hasta pronto a mis hermosas
amigas y al hermano Arhuaco. Rossana se acostó muy temprano ese
día, creo saber perfectamente cómo se podía sentir, apenas si pudo
estar al lado de la persona que amaba. Para mi sorpresa, La Muchis,
Fabián, Oscar y Gunter ya habían decidido acompañarme a La
Cienaga. Así que a las seis de la tarde la casa estaba en sombras,
todos nos fuimos a dormir, la desvelada de Danielita había sido
grande. Pospuse mi viaje a La Cienaga para el lunes, teníamos el
alma cansada para avanzar.
En sueños vi claramente a Mathias, él no podía verme, aunque yo
gritaba su nombre. En el sueño una muchacha de cabello negro y
muy largo, le tocó el rostro, y él la besó intensamente. Las lágrimas
brotaron de mis ojos al ver aquella imagen. Todo oscureció y
escuché mi propia voz. <<No hay nada que el silvestrismo no pueda
curar>>.
Me desperté sintiendo el pecho apretado, doliéndome al respirar. Y
con los ojos empapados en lágrimas.
- No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar. Repetí en voz
alta.
Rossana me asustó, estaba despierta a mi lado, observándome con
sus enormes ojos marrones.
- ¡Ana! Me voy contigo a La Cienaga.
Rossana al igual que yo, huía de sus sentimientos.
La Cienaga nos espera, pase lo que pase, vamos a nuestro destino.
Pensé
Abracé a mi hermana silvestrista, entendiendo el amor que la
quemaba por dentro.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
LA CIENAGA
La Muchis, Fabián, Oscar, Gunter, Rossana y yo, nos sentamos a las
afueras del Terminal de pasajeros de la Cienaga, sin saber a donde
ir.
- Esto es turismo de aventura muchachos. Comentó Gunter muy
animado.
Todos nos mirábamos las caras sin querer opinar, era muy diferente
nuestra situación a la de Aracataca, en donde teníamos donde llegar,
en cambio en La Cienaga, no hubo recibimiento de ningún tipo. El
dinero que me quedaba debía distribuirlo de forma tal, que me
alcanzara para el largo retorno a Venezuela, y los demás
silvestristas, apenas si tenían para el pasaje.
- ¿Y si canto en una plaza por monedas? Preguntó Fabián.
- Nos alcanzará para tomar café, mejor piensa un poco
hermano. Dijo Oscar frotando su frente como si en cualquier
momento la solución saldría volando de su mente.
Rossana y La Muchis por el contrario estaban muy animadas, y se
reían de todo, trataban de mantener la calma y verle el lado bueno a
lo que, podemos llamar que fue, una locura silvestrista.
- Muchachos aún tenemos comida, mamá nos envolvió algunas
empanadas, jugo y tenemos carne oreada y arepa.
- Rossana Dios quiera que el Gunter se aleje de esa mochila,
sino estamos perdidos. Dijo Oscar. Tengo una idea pero no se
si funcione.
- ¿Que se te ocurre? Pregunté.
- Ana, podemos ir a Internet y publicar que estamos varados en
la Cienaga sin tener donde quedarnos, y hacemos una especie
de S.O.S Silvestrista.
- Mathias dijo que para entender el Silvestrismo tenías que
venir a La Cienaga, aquí el movimiento debe ser solidario.
Afirmó La Muchis.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Ya no sé a que se refería Mathias con tener que venir a La
Cienaga. Confesé derrotada.
Gunter que era el más hábil con las redes sociales, en compañía de
Rossana, se ofrecieron para hacer el llamado de auxilio. Los demás
permanecimos en el mismo lugar, delegados de la acera y el
equipaje.
La Cienaga, un lugar maravilloso, donde jamás pensé llegar a poner
un pie, me resultó difícil creer que allí pudiera encontrar respuestas y
menos a Mathias. Lamentaba dejar atrás a Macondo. Antes de
abandonarlo, pedí a los muchachos pasar por el monumento en el
cual había hablado con Rafael. Era un enorme libro blanco con
grandiosas mariposas amarillas, y una escultura esplendorosa de
Remedios La Bella, toqué un pie de la efigie y a mi memoria como
olas en el mar, llegaron precisos los recuerdos de un libro marrón de
hojas amarillas, que cuando mis ojos contaban con 14 años, sin
comer y sin dormir, leí incansable, durante tres días. Sonreí al verme
inocente e increíblemente asombrada del mundo creado por el gran
Gabo. Me despedí de Macondo, de mis recuerdos al leer Cien Años
de Soledad, y cuando miré hacia atrás, un hombre joven de bigote y
cabello negro, rodeado de mariposas amarillas, levantó levemente
su mano y me dijo adiós.
Durante el viaje a la Cienaga Rossana y La muchis, me regalaron
unas fotografías realmente hermosas; una en especial llamó mi
atención, era un pescador lanzando una enorme red al agua, la
imagen era en blanco y negro, y mostraba un instante del hombre y
su forma de vivir, que como pescador, quedaba inmortalizado en el
arte de Leo Matiz. Ver las fotografías, me llevó a ver la esencia del
hombre de la costa Colombiana, trabajador y entregado a la tierra y
al mar, jamás he vuelto a contemplar una fotografía igual a las del
artista de Aracataca, entendí que en Macondo, nacen inmortales.
- ¿Ana crees que Danielita esté bien? Preguntó La Muchis.
- No lo se, espero que sí, José Jorge sabe cuidar a las personas
nerviosas, el susto de Danielita, no fue normal.
- ¿Cómo se habrá perdido de esa forma? No le encuentro
explicación.
- Ni la conseguirás Andrea, es Macondo, ¿Recuerdas? Allí todo
es posible. Dije brindándole mi mejor sonrisa.
A la hora de espera, Gunter y Rossana llegaron corriendo, en sus
caras se notaba que el S.O.S, había sido un éxito rotundo.
- ¿Que ha pasado? Suéltenlo de una vez. Insistió Oscar.
- El llamado… espérate no puedo respirar. Dijo Gunter, quien
jadeaba con las manos en la rodilla.
- ¡HA FUNCIONADO! ¡HA FUNCIONADO! Gritó Rossana.
Yuli, una Silvestrista de La Cienaga se había ofrecido en recogernos
y conseguirnos hospedaje. Todos nos abrazábamos, emocionados de
contar con Silvestristas solidarios.
Quince minutos más tarde frenaba en seco una camioneta roja
destartalada, de la cual bajaba una chica delgada y morenita. La
abrazamos en montonera y ella emocionada por lo que ocurría,
movía rápidamente las manos cerca de sus ojos para contener las
lágrimas de la emoción.
- Gracias al cielo que han venido, no tenía ni idea cómo podría
ver a Silvestre, mis amigos están en Cartagena, y sola, me es
muy difícil.
- ¿QUÉ? preguntamos al unísono.
- Silvestre está en La Cienaga muchachos.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¿Cómo es posible Yuli? No hay anuncios, ni publicidad de que
haya un concierto hoy. Refutó Gunter.
- Eso es porque es una fiesta privada, de gente de buen dinero,
solo entran los invitados.
Todos nos miramos emocionados de saber a Silvestre, a nuestro
ídolo en el mismo lugar y el mismo día. Oscar se frotaba nuevamente
la frente, Rossana reía nerviosa, La Muchis no hacía más que brincar;
Fabián caminaba de un lado para el otro, y a mí me sudaban las
manos, estaba realmente nerviosa. El único en mantener la calma
fue Gunter.
- Vamos a colarnos en esa fiesta. Afirmó el Guajiro, cuando sus
ojos se clavaron en mí.
- ¡Ahora si que vamos presos! Exclamó Oscar.
- Espera déjalo que hable. Dije sosteniendo su mirada.
- ¿Yuli cómo pensabas entrar a esa fiesta? Peguntó Gunter.
- Vestida elegantemente, disimulando no ser silvestrista, pero
los nervios me cargan loca, por eso cuando vi su “S.O.S
SILVESTRISTA”, no dudé en venir por ustedes.
- Muchachas ¿Tienen tacones y vestidos? Preguntó Gunter con
la mirada más maliciosa que jamás le haya visto a un ser
humano.
LA FIESTA
La Silvestrista cienaguera, conducía a toda velocidad por las calles
del pueblo, todos hablábamos a la vez, discutiendo el plan, todos a
favor y todos en contra, meterse así en una fiesta privada, era algo
extremo, podíamos incluso terminar detenidos por abusadores.
- Ana es abogado, ella nos defenderá. Afirmo La Muchis.
- Soy abogado en Venezuela Andrea, deja los inventos, aquí
solo soy Ana. ¿A donde vamos primero Yuli?
- A casa de una gran amiga, ella alquila vestidos y trajes a buen
precio.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- No tenemos dinero Yuli, detente. Dijo Rossana al borde de una
crisis.
- Sigue Yuli, yo tengo algo de dinero. Ordené sin aceptar más
discusiones, necesitábamos la ropa para poder entrar, ya en
Valledupar vería cómo conseguir dinero para irme a
Venezuela. Estábamos ante una emergencia silvestrista. Tomé
entre mis manos el amuleto rojo de Daniela, insistí en mi
deseo.
- ¡Patos a tierra! Dije cuando Yuli estacionó la camioneta. Todos
rieron con la orden de desembarque.
Entramos animados a una gran casa blanca, en la sala de recibo
había espejos por todas partes, y algunos sillones antiguos.
Esperamos a que la amiga de Yuli pudiera atendernos. Para mi
sorpresa, observé en el espejo a una Ana, bronceada, de buen
aspecto, ya comía de todo cuanto me era posible. Me veía sana y el
peso que había aumentado estaba bien distribuido, estaba mucho
más bonita que cuando vomitaba para mantenerme delgada.
Levanté las mangas de mi camisa y los pequeños rasguños casi ni se
notaban.
En la vida a nadie le falta Dios, y tan es así, que por gracia divina la
hija de la dueña de los trajes de alquiler era silvestrista, nos
atendieron con especial cariño, así que entramos en diferentes
habitaciones de la casa, había por doquier hermosos y brillantes
atavíos, los chicos buscaron sus trajes y nosotras arremetimos contra
los estantes con vestidos. Después de probarme varios, de
diferentes colores que me pasaba una y otra vez Stefany nuestra
nueva amiga silvestrista, sentí escalofrío cuando me coloqué un
hermoso vestido rojo, de piedritas sintéticas, era descubierto sin
mangas, de corte largo hasta los tobillos y una enorme abertura en
la pierna derecha, me quedaba a la medida y me hacía sentir
realmente sexy, mi cabello negro al recogerlo entre mis manos, se
veía objetivamente extraordinario, con el corte descotado de la
espalda. Cuando salí a mostrar el vestido, me emocionó ver a Gunter
y Oscar, boquiabiertos.
- ¿Ana quieres ser mi novia? Preguntó Oscar a forma de broma.
- No, ya tengo novio. Contesté ruborizada.
- Con ese vestido y tus encantos, se que podemos entrar Ana,
estoy convencido. Dijo Gunter intentando colocarse una
corbata, los muchachos estaban transformados con sus
hermosos trajes negros.
Una a una fueron saliendo de las habitaciones las muchachas, Yuli
había elegido un vestido negro muy elegante, Rossana había optado
por un Azul rey que resaltaba sus enormes ojos, La Muchis estaba
radiante con un vestido blanco de diminutos cristales. Stefany se
había anotado a la aventura y elegido un vestido negro con detalles
dorados, muy ajustado, que la hacía ver mayor de edad.
- Espera Ana, necesitamos unos hermosos tacones para ese
vestido. Pruébate estos. Dijo Stefany entregándome una
hermosa caja aterciopelada. Son mis favoritos y la casa invita.
Dentro de la caja encontré los zapatos rojos más altos y hermosos
que haya visto jamás. No puedo negar que al verlos, me sentí
Cenicienta. “Espero no perder un zapato al finalizar la noche” Sonreí
a Stefany agradecida de toda su ayuda.
Ya con todo a mano, apenas si tuvimos que pagar algo por los
vestidos, nuevamente Yuli atravesó la ciudad corriendo a todo lo que
podía la camioneta, eran ya las dos de la tarde, y el tiempo
apremiaba, los chicos se quedaron en la casa de Yuli para almorzar,
pero nosotras cruzamos la calle, rumbo a la peluquería. La emoción
de intentar ver a Silvestre esa misma noche, había disipado mis
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
preocupaciones e incluso la pesadilla de Mathias con otra mujer,
nada en ese momento me importaba más que ingresar a esa fiesta,
bajo cualquier costo. Estaba apunto de convertirme en una
Silvestrista extrema.
Puedo decir que vestidas, maquilladas, peinadas y en tacones, las
mujeres podemos ser igual de hermosas que al natural, lo que
cambia es la personalidad, de chicas tímidas podemos ser
seductoras, todo en su conjunto es como un disfraz, muestras
alguien que no eres o revelas quien eres en realidad.
- ¿Yuli, no podemos cambiar la calabaza? Preguntó La Muchis.
- Claro podemos tomar dos taxis, la fiesta es cerca de aquí.
Creo que llegar en la camioneta con el rugido del motor y con
esta pinta, de una, no nos dejaran entrar. Contestó Yuli
polvoreando su nariz.
- ¡Bien Silvestristas! Estamos listas. Dije. Me sentía como si
fuera otra Ana, la princesa de los cuentos de hadas que tanto
me gustaban de niña.
- Que hermosa te vez Ana. Dijo La Muchis colocando una
diminuta pulsera en mi muñeca derecha, brillaba
intensamente. Este es el punto de luz que te hace falta, es de
mi madre, te la prestare.
Abracé a mi amiga, delicadamente para no arrugarle el vestido, y
salimos al encuentro de los galanes silvestristas de esa noche.
Fabián fue el primero en acercarse y ofreció su brazo a La Muchis,
ambos sonreían completamente enamorados, Gunter totalmente
transformado tendió su brazo a Yuli, y Oscar nos tendió ambos
brazos a Rossana y a mí. Al bajarnos de cada taxi, nos encontramos
con Stefany, quien estaba despampánate a la entrada de la gran
casa donde se realizaría la fiesta, su mirada brillaba intensamente,
uno de los indicios de que estas ante un Silvestrista verdadero.
- ¿Ahora que hacemos? Preguntó asustada Rossana.
- Sonrían moderadamente, hay cuatro vigilantes a la entrada,
esto no será fácil. Síganme. Dije segura de mi misma.
Recordé mi rostro en las veladas elegantes a las que Rafael me
obligaba a acompañarlo, lo normal era dar las buenas noches,
sonreír un poco, y no detenerse. Fue exactamente lo que hice
tomada de la mano de Oscar.
- Espere señorita. Dijo uno de los guardias. “Dios se han dado
cuenta, estamos perdidos”
- Dígame. Respondí amablemente y exhibiendo una sonrisa
cordial. “Nos pillaron”
- Permítame abrirle la puerta, es Usted realmente bella. Dijo el
hombre coqueteando un poco. Le correspondí con una sonrisa
tímida. Y todos logramos ingresar a la fiesta. Sin invitación y
sin problema alguno.
Ninguno de nosotros dejaba de sonreír, habíamos planeado saludar a
la gente como si la conociéramos, y actuar lo mas normal posible, un
camarero nos ofreció una mesa enorme cercana a la tarima del
sonido, en lo que era un salón enorme de fiestas.
- Ante todo debemos mantener la calma, si se llegan a dar
cuenta que somos silvestristas infiltrados, nos ponen de
patitas en la calle, así que colaboren muchachas, contrólense
cuando salga Silvestre al escenario. Exigió Gunter.
Crucé la pierna al sentarme y la abertura dejó al descubierto mis
piernas, recordé mis heridas, y al observarlas, comprobé que ya
no estaban, era algo que me resultó extraño, ya que hacía dos
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
días que se notaban intensamente en mi piel. Alejé esos
pensamientos y me concentré en que esa noche vería a Silvestre.
Comimos algo, tomamos poco, fingíamos estar algo aburridos
como las demás personas. Soportamos largos discursos sobre la
ética profesional, y el cierre de lo que me pareció, había sido una
convención de odontólogos a nivel internacional, y aplaudimos
efusivamente cuando terminó la parte protocolar del evento. De
pronto todo fue luces y sonido, los músicos salieron a escena, la
tarima era apenas de unos palmos, por lo que debíamos
controlarnos, los unos a los otros, para no salir corriendo a
abrazar al ídolo. Mi corazón latía a rabiar, sentí ganas de quitarme
los tacones ponerme a bailar, pero eso hubiera echado todo a
perder.
Observé a las muchachas y la que más me preocupaba era
Rossana, estaba algo alterada y Oscar la tenía sujetada por un
brazo.
Silvestre salió a la escena y todos aplaudieron colocándose de
pie, los imitamos, la gran mayoría sostenía en alto sus teléfonos
para grabar o tomar fotos, pero nadie estaba fuera de control
como en un verdadero concierto. Nuestro ídolo interpretó varias
canciones seguidas y cuando se detuvo a saludar y encendieron
un poco las luces, su mirada se cruzó con la mía, frunció el seño
como recordando mi rostro y me sonrió. “Me ha reconocido”.
Controlar la emoción, tratar de no gritar y solo aplaudir fue un
esfuerzo sobre humano, sentí ganas de lanzarme, de abrazarlo y
hasta de robarle un beso. Mientras él cantaba, en mi mesa todo
se había vuelto un lío, ya Oscar y Gunter no podían controlar a
Yuli, Stefany y menos a Rossana. Cuando sonó La Gringa, las
chicas fueron incontenibles y se arrojaron a la tarima, abrazaron y
besaron a Silvestre, e inmediatamente, intervino la seguridad del
evento.
Y en pleno concierto, debimos acompañar afuera a los guardias,
nos habían descubierto.
- Credenciales señoritas. Exigió un hombre sumamente alto.
- Se nos han quedado. Respondió Gunter.
Rossana, Stefany y Yuli, no salían de su estado de felicidad, por
haber abrazado y besado a Silvestre, no comprendían en que
problema nos habíamos metido. Pensé que decir la verdad era lo
mejor. Un médico organizador del evento nos llamó “Coleados” y
estaba realmente furioso. La tristeza se apoderó de mi alma, a
Cenicienta se le había acabado la magia, esa noche.
- Señor déjeme explicarle, no se moleste. Dije tratando de
calmar los ánimos. En esas el hombre más alto de todos los de
seguridad, me tomó por un brazo con una fuerza, que pensé
que me lo partiría.
- ¡SUELTALA! ¡SUELTALA! Gritaron los muchachos.
- Me hace daño señor, suélteme. Exigí.
- Te soltaré en la comisaría. Rugió el hombre.
Estábamos realmente metidos en un problema, Stefany llamaba por
teléfono a alguien, Yuli comenzó a llorar, Gunter estaba hecho una
furia; Oscar y Fabián lo sujetaban. La Muchis y Rossana se veían
aterradas.
- ¡Suéltala! Ordenó alguien.
Todos volteamos al reconocer esa voz.
- Por favor suéltala, ella viene conmigo. ¿Ana estas bien?
Preguntó Silvestre, con su enorme sonrisa.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Mi corazón se detuvo, y creí que en ese instante moriría. Nos
miramos fijamente, ya no era el ídolo, sino el amigo, quien me
observaba, quien me rescataba.
- Estoy bien. Contesté. Solo queríamos verte. Lo siento mucho.
El silencio reinó, los muchachos no podían creer lo que estaban
viendo, Silvestre salvándonos a todos de pasar la noche presos, y
tratándonos como sus invitados.
- Doctor, disculpe estos jóvenes son mis invitados, he debido
avisarles, pero no sabía que mis amigas se emocionarían tanto
como para subirse a la tarima.
- Si es así, no hay problemas, sus invitados también son
nuestros invitados, que pena con Usted. Dijo el médico
alejándose con sus guardias.
- ¡Gracias! Fue todo lo que pude decir.
- Vamos, adentro hay un concierto que terminar muchachos.
Silvestre me ofreció su brazo y me aferré a él.
- ¿Crees que puedes al terminar el concierto, permitirle a los
muchachos tomarse una foto contigo? Pregunté apenada y
diciéndolo casi como una suplica.
- ¡Ana que hermosa estas! Me dijo al oído. Muchachos al
terminar la presentación, quédense tranquilos, que yo los
mando a llamar para que nos tomemos fotos.
Las muchachas estaban felices, los muchachos emocionados, nos
abrazábamos los unos a los otros.
- Esto es mejor que un kit mi gente. Dijo bailando Gunter.
- ¿A que se refiere le pregunté a Oscar?
- Ana, hay algunos conciertos, donde compras con la entrada la
oportunidad de tomarte una foto con Silvestre, él en la medida
de sus posibilidades permite que los fan se le acerquen, pero
como somos tantos, no es posible que todos se saquen una
foto.
La presentación siguió su curso, bailamos tratando de controlarnos y
lo que los tacones nos permitían, yo no dejaba de mirar a Silvestre, y
de sonreír, la felicidad que él me daba era inenarrable. Pensé en mi
deseo y el amuleto de Danielita y me estremecí de solo pensar que
los sueños y los deseos pudieran realizarse.
Al terminar el concierto, pasamos a una habitación guiados por un
joven amable que portaba una camisa roja, posiblemente algún
asistente de Silvestre. Me rezagué dejando a las chicas el camino
libre para apoderarse de mi ídolo; lo abrazaron, lo besaron, se
tomaron su tan anhelada foto, fue muy amable con ellas, y muy
receptivo con los muchachos, la forma en que trató a mis hermanos
silvestristas me enterneció el alma.
- ¿Ana y tú no deseas una foto? Preguntó Silvestre manteniendo
su mágica sonrisa
Me quedé muda, verlo tan cerca, que me llamara por mi nombre,
que tratara a mis hermanos de una forma tan especial, no tenía ni
las palabras, ni el valor, para decirle lo que quería de él.
- No yo no quiero una foto. Fue mi respuesta. Todos los
silvestristas se quedaron viéndome como si estuviera loca de
remate. Prefiero recordarte en mi memoria, en ella serás
eterno. Y sonreí completamente enamorada de él.
Silvestre me miró intensamente, quedándose sin palabras, tomó mi
mano derecha y me dio un tierno beso, como el príncipe que era, en
mi vida.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
KIKE
La casa de Yuli, fue durante horas un lugar de risas, gritos, euforia,
los silvestristas estaban increíblemente inaguantables, repetían paso
a paso lo ocurrido, me interrogaron una y otra vez, para entender
cómo Silvestre sabía mi nombre, así que en resumen les conté sobre
la noche en que perdí mi zapato rojo y caminé por la carretera
prendida en fiebre.
Cuando el agotamiento me venció, fui a la habitación que
compartiría con Rossana y La Muchis, aún vestida con el increíble
vestido rojo, me dejé caer en la cama mullida, y al mirar al techo dos
lágrimas brotaron de mis ojos. “Cómo puedo vivir con todo esto en el
alma”
Recordaba una y otra vez a Silvestre tomando mi mano, besándola
como si fuera una princesa. Me ahogaba en lo que sentía, me
quemaban las tristezas, los miedos, la soledad. Aunque estaba por
fin en La Cienaga y acababa de ver a mi ídolo, recordé mi promesa a
la Virgen y traté de que el pecho no se desprendiera al llorar.
Mezclaba de forma muy confusa mis sentimientos, quería encontrar
a Mathias, aunque sabía que había renunciado a él. La promesa que
me devolvió a Daniela fue, que si El Duende la soltaba, yo
renunciaría a Mathias.
Me refugie en mis recuerdos de Silvestre, en la sonrisa de mis
hermanos silvestristas, pensé en Katherine y Daniela, llorando por no
haber podido estar con nosotras en La Cienaga. “Tan pronto se
enteren que hemos visto a Silvestre, van a sufrir mucho”. Y comencé
a pensar la forma de alegrarlas o compensarlas y sus rostros me
alejaron de mis dolores.
Dejé caer los tacones, me quité el vestido y duré dos horas bajo la
regadera. “No hay nada que el silvestrismo no pueda curar.”
A la mañana siguiente, Yuli y Stefany me despertaron, mientras los
demás seguían amodorrados en sus camas. Ya se estaba haciendo
una costumbre que me asustaran al despertarme.
- ¿Que pasa ahora? Pregunté aún dormida.
- ¡Vamos Ana! Viniste a conocer el Silvestrismo en la Cienaga, es
hora de que conozcas a Kike. Dijo Yuli quitándome la cobija.
- Vamos alístate, tu desayuno está en la mesa. Me animó Stefany.
- Una vez con mis pantalones, una de mis camisetas blancas
favoritas, mis zapatos rojos deportivos y la mochila arhuaca cruzada.
Tomé un desayuno ligero y abordé en compañía de mis nuevas
hermanas silvestristas, la destartalada camioneta.
- ¿A donde Vamos? Quise saber.
- Al pantano. Dijo Yuli arrancando el estrepitoso sonido del motor.
- ¿A que hora se acostaron todos? Pregunté corroborando que
llevaba dinero, una botellita de agua, mi gorra roja para el sol y mis
documentos de viaje en la mochila.
- Ana, acaban de irse a dormir. Stefany y yo nos acostamos a eso de
las dos de la mañana y al despertarnos esta mañana, los chicos
seguían celebrando.
- Que lastima, se perdieron el paseo. Comenté distraída. Observando
las calles del pueblo, tenía estructuras coloniales y antiguas que
atrajeron mi total atención, estaba en un lugar muy lejos de mi
hogar, que daba el aspecto de estar además en otra época, muy
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
diferente a la mía. Pasamos por una hermosa plaza, que tenía
construida en el centro una hermosa estructura blanca, que me
recordó a los antiguos griegos y romanos.
- ¿Quién es Kike?
- Un soñador. Contestó Yuli.
- ¿Silvestrista?
- Por supuesto.
- No lo dejaron acompañarnos anoche porque era menor de edad y
no tenía permiso. Concluí en una frase lógica.
- Peor que eso Ana, es gente muy sencilla de escasos recursos y es…
es un niño.
No sé hasta donde estaba preparada para conocer los sueños de un
chiquillo, cuando los adolescentes y adultos, somos un caos.
Siempre he creído que en la niñez algo nos marcó para siempre.
Podemos recordar cómo si fuera ayer, cuando los abuelos nos
consintieron, o cuando fuimos reprendidos injustamente, cuando
amamos intensamente a nuestros juguetes, creyendo que eran seres
de carne y hueso. No quería ni imaginar un niño queriendo conocer a
Silvestre y con una familia que económicamente no lo pudiera
apoyarlo.
Al apagar el motor, mis ojos se maravillaron con unas casitas a orilla
de lo que conocí como La Cienaga, que aunque era un mar de aguas
estancadas por decirlo de alguna forma, me resultó hermoso, sus
aguas eran azules verdosas o azules grisáceas no estaba clara en el
color, pero en definitiva era como contemplar un mar en calma.
Nos recibió una encantadora muchacha de mirada penetrante, sus
ojos eran tan claros que se parecían color caramelo, de lindas y
gruesas pestañas, estaba ataviada con lo que quedaba de un
delantal. De la mano llevaba a una niña pequeña y menuda. Stefany
y Yuli, me habían comentado que era madre soltera.
- ¡Hola Niurka! Dijo Yuli abrazándola.
- Hola mi niña, que bueno que has venido a visitarnos, Kike se
muere por tener noticias de Silvestre.
- Ella es Ana, viene de Venezuela y lleva un largo viaje
conociendo Silvestristas, pensé en Kike y aquí estamos.
Me pareció una mujer joven, algo cansada y dedicada a sus hijos, no
debe ser fácil llevar las riendas de un hogar y menos en un lugar tan
remoto como La Cienaga en el Departamento del Magdalena. Las
brisas del lugar me animaron a ver más allá de la sencillez del estilo
de vida de estos silvestristas y me animé a llevarles la felicidad que
nos transmite el ser silvestristas de corazón grande, así como lleva
por nombre la hermosa fundación que tiene Silvestre, para llevar a
los niños más necesitados una sonrisa y una mano amiga.
- ¡Hola! Dije dándole un ligero beso en la mejilla y cargando en mis
brazos a María, una hermosa y frágil niña de cabello castaño. ¿Dónde
está Kike? Pregunté.
- Debe estar con su pedacito de acordeón jugando a las orillas
de la Cienaga.
- ¡Anda Ana! Aquí te esperamos. Querías conocer el
Silvestrismo… pues te está esperando. Me animó Yuli.
Caminé entre lo que me pareció arena, o una especie de tierra
blanquecina. Al llegar a donde me habían señalado Niurka y las
chicas, vi sentado en la arena a un niño de aproximadamente seis
años, me acerqué a él y me senté a su lado. Tenía en las manos algo
menos que un acordeón, era muy antiguo y en muy mal estado.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Hola ¿Tu tocas el acordeón?
- A veces suena, a veces no. Contestó y sus ojos claritos como
caramelo me miraron fijamente.
- ¿Cómo te llamas?
- ¡Soy Ana! Dije quitándome los zapatos para sentir la arena.
- Yo soy Enrique, y soy silvestrista.
- ¿Te gusta la música de Silvestre?
- La amo, me sé todas sus canciones, y mi favorita es “Esa
Mujer”. Ana ¿Tu puedes decirle a Juancho que me enseñe a
tocar el acordeón? O a Rolando Ochoa, ahora que es el
acordeonero de Silvestre, tal vez quiera enseñarme.
No voy a negar, que estuve a punto de echarme a llorar encima del
niño, su ingenuidad y sus sueños, me partieron el corazón, él
hablaba de Silvestre de una forma tan natural, como si se tratara de
un gran amigo.
- Todo es posible mi querido Kike.
- Si, lo se, pero mamá no ha podido comprarme un acordeón de
verdad, de esos que suenan siempre. Es difícil aprender a
tocar si el acordeón no suena todo el tiempo.
- Si llegas a conocer a Silvestre ¿Que harás Kike?
- Si llego a conocerlo, me muero.
Conocer a Enrique, fue realmente hermoso en mi vida, aunque solo
eran tres personas viviendo en esa pequeña casita, el amor que nos
brindaron durante ese día, fue suficiente para comprender que el
sacrificio que yo estaba haciendo viajando por Colombia, era
diminuto, al lado del verdadero silvestrismo. Yuli y Stefany, habían
llevado merienda a los niños, yo acepté un poco de café caliente, y
conversamos durante horas. “Kike necesita un acordeón de verdad”
pensaba una y otra vez, mientras la brisa fresca de La Cienaga
llenaba mi corazón de paz.
KATHERIN PORTO
Continuar el diario no es posible hasta tanto no te haya contado
detenidamente lo que encontré en La Cienaga, no solamente conocí
a un niño tan especial como Kike y sus sueños de tocar el acordeón
para Silvestre. En esta tierra lejana y antigua, gracias al apoyo de
Yuli y Stefany, conocí ese mismo día a alguien que cambió mi vida
para siempre.
Recuerdo haber estado ausente de las conversaciones de las chicas
mientras nos alejábamos de la casita de Kike, tenía por costumbre
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
aislarme en mi mente y permitir que los pensamientos me llevaran
hasta donde ellos quisieran. Me sentía segura alejada de la realidad,
todo era una sucesión de imágenes, Teresa tocando mi rostro,
Silvestre mirándome con sus hermosos ojos amarillos, La niña
Guajira de vestido rojo en el desierto, Nabusimake y la eterna Sierra
Nevada, La Sirena Dorada y mis pies sumergidos en las aguas
cristalinas del Guatapuri, las calles de Macondo y Gabo diciéndome
adiós, incluso el rostro de El Duende permanecía intacto en mis
recuerdos; Silvestre tomando mi mano como si yo fuera una princesa
y ahora un niño de mirada infinita contemplando su amada Cienaga,
a mis oídos llegaban las notas de la canción de La Muchis, mientras
como niñas subíamos los pies a la cama, cerrando nuestros ojos,
viviendo ser fan de un sentimiento como el silvestrismo.
El rugido del motor de la camioneta se apagó, y su silencio me
devolvió a la realidad.
- ¡Llegamos Ana! Aquí conocerás a La Pechy. Dijo Stefany. No
puedes irte de La Cienaga sin conocerla.
- Así es, todo lo que significa el silvestrismo, lo encontrarás
aquí. Dijo Yuli.
Las observé extrañada, pensaba que Kike y su inocencia lo resumía
todo, ni idea tenía de todo lo que pasaría, mi viaje llegaba a su fin.
Un final que aún hoy agradezco haber vivido, de lo contrario jamás
hubiera entendido, por qué mi alma buscaba tan desesperadamente
el refugio del Silvestrismo.
Entramos en una casa amplia, de color pastel muy bonito, nos
esperaba una señora que fue muy amable, nos ordenó pasar y
esperar un poco, ya que Katherin estaba arreglándose.
- ¿Katherin? Pregunté.
- Si, de cariño la llamamos La Pechy, así se refiere a ella
Silvestre.
- ¿Silvestre la conoce?
- Si Ana, él es muy especial con ella, pero espera que ella
misma te cuente todo.
Tenía la mirada clavada al suelo, lo de kike me había dejado el
corazón diminuto, y con la gran necesidad, de hacer algo por él.
Cuando pensé que la imaginación me jugaba una mala pasada, ante
mí vi una silla de ruedas, creí que vería a Teresa en ese mismo
instante, pero una joven de largos cabellos negros y ojos negros me
brindaba una hermosa sonrisa.
- ¡Hola Pechy! La saludaron al unísono mis amigas.
- Ella es Ana, viene desde Venezuela y es una gran hermana
Silvestrista.
Nos miramos por un instante que me pareció eterno, de mirada
brillante y sonrisa franca. Me agache junto a su silla, como lo hiciera
tantas veces con Teresa y solo pude brindarle mi mejor sonrisa.
Katherin estaba vestida completamente de rojo y tenía una cinta roja
muy bonita que adornaba su cabello.
- Ana, que bueno que hayas venido, La Cienaga es hermosa.
Dijo Katherin pausadamente. Hablaba con una tranquilidad tan
distinta a lo alborotado de mis amigas. ¿Quieres ver mi
habitación?
- Si Katherin, me encantará verla.
Yuli empujó hábilmente la silla de ruedas y fue comentando
frenéticamente la noche que habíamos pasado, en cómo casi vamos
presos y como Silvestre nos ayudó a salir del atolladero.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Animadamente entramos en la habitación, sus paredes eran rojas y
tenía afiches por todas partes, pude ver que las imágenes eran
diferentes a las que tenían las paredes del cuartel del Bosconia, era
impresionante como en cada foto estaba Silvestre al lado de
Katherin, entendí que en realidad él formaba parte de su vida y de
una manera muy especial.
- Ana él es mi Ángel. Dijo La Pechy. Antes de ser Silvestrista,
vivía muy enferma, con asma continua y me la pasaba en una
clínica. Desde que Silvestre entró a mi vida, ya no me
enfermo, le dedico las 24 horas al silvestrismo y las redes
sociales, y siempre, que se puede, Silvestre me escribe o me
recibe en Valledupar, incluso una vez mis amigos me lograron
subir a la tarima con él y Juancho. Tengo recuerdos muy
felices a su lado, lo amo como si fuera mi padre.
Dos lagrimitas brotaron de sus hermosos ojos.
Nos abrazamos a Katherin, Yuli lloraba, Stefany lloraba, y yo no pude
más; y las lágrimas salieron de mis ojos incontrolables, no me era
fácil entender que aunque no pudiera caminar, eso no era obstáculo
para ser feliz, una felicidad que yo apenas podía conocer, porque lo
que sentía Katherin Porto por Silvestre no tenía ni tiene explicación,
ni comparación alguna.
Nos sentamos en su cama mientras la mamá de Katherin nos ofreció
jugo de mora, Stefany insistía en los pormenores de “Los coleados”
en la fiesta, mientras yo observaba una a una las fotos del Ídolo con
Katherine. En la mesita de noche me llamó la atención, un porta
retrato, en la fotografía un hombre rubio abrazaba a Katherin, mis
manos temblaron incontrolables, sentí como algo se rasgaba dentro
de mi alma.
El muchacho de sonrisa hermosa al lado de Katherin, era Mathias.
CIENAGA GRANDE
Regresé el porta retrato a su lugar, no me atrevía a preguntar por
Mathias, tenía miedo de saber de él, yo había renunciado a su amor.
Salimos de aquella casa, en lo que me pareció un eternidad,
entendía que la vida de Mathias era Katherin, y que yo debía
alejarme inmediatamente de aquel lugar.
- Te sientes bien Ana, te ves pálida ¿Pasa algo? Preguntó Yuli.
- Solo estoy cansada. Contesté.
- ¿Quieres que vayamos a casa? Los muchachos llamaron al
teléfono de Yuli y te están esperando para la continuación de
la parranda, según informó Rossana.
- No por favor Stefany, deseo ir a un lugar silencioso y tranquilo.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Conozco un lugar perfecto, y estamos a tiempo.
Yuli detuvo la camioneta cerca de un playón, nos quitamos los
zapatos y caminamos un poco. “Necesito estar sola, necesito
pensar”. El pueblo de la Cienaga tiene un privilegio y es que colinda
con El Mar Caribe, el sonido de las olas me tranquilizó los nervios, la
inmensidad de sus aguas era precisamente lo que necesitaba.
- ¿Ana, cuanto tiempo piensan quedarse?
- Los muchachos tienen planeado regresarse a sus casas
mañana, yo deseaba conocer La Cienaga un poco más pero,
creo que regreso a Venezuela inmediatamente.
- Que lastima, me hubiera gustado mucho que conocieras a
alguien más. Dijo Yuli agachando la mirada.
No negaré que tenía el corazón roto, para mí la foto del retrato en la
habitación de Katherin, me daba las respuestas necesarias para
renunciar realmente a la ilusión que tenía en mi corazón, pero
estaba allí por El Silvestrismo, no por mi amor inconcluso. “Necesito
estar sola”.
- ¿A quién te refieres?
- A una ancianita que vive en la propia Cienaga Grande.
- Sí ella es muy sabia, deberías conocerla Ana. Me animó
Stefany.
- Para ir tendríamos que salir mañana muy temprano, sería
genial que conocieras las comunidades en palafitos. Insistió
Yuli.
- ¿Palafitos? ¿Casas en el agua de la Cienaga? Pregunté.
- Sí, así es. Yuli me miraba con ese brillo especial que solo había
conocido en los ojos de mis nuevos amigos.
Nos quedamos calladas durante un buen rato, cada una entregada a
sus pensamientos. Ya el atardecer teñía de rojo las nubes, y el
vaivén de las olas del mar susurraban palabras al viento. Escuché en
el aire mi nombre, y renovada por la voz de Dios en las olas, me
levanté me quité la camisa y el pantalón y corrí hacía el mar, sus
aguas calidas me recibieron, mientras Yuli y Stefany aullaban al
viento y también se despojaban de la ropa, para meterse al mar.
“No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar.” La decisión
estaba tomada, me iría a la Cienaga Grande, seguiría adelante.
Al llegar a casa, abracé a Rossana y a La Muchis, nos sentamos en la
mesa de la cocina, a cenar arepa y caldo de huevo y papa, al cual
estaba muy acostumbrada, las muchachas estaban dichosas aún de
los besos en las mejillas de Silvestre. Oscar, Fabián y Gunter se
habían ido de parranda por el pueblo, ya que las muchachas no se
animaron a acompañarlos.
- Mañana Gunter y Oscar se regresan a Bosconia ¿Quieres que
regresemos con ellos Ana? Dijo Rossana y la tristeza fue
evidente en su mirada.
- ¿Solo ellos? Pregunté extrañada.
- ¡Si! Solo Gunter y Oscar, porque Fabián y yo nos quedamos a
vivir en La Cienaga. Dijo Altiva Andrea.
- ¿Muchis y tu mamá? ¿Tu vida en Bosconia, el niño de Fabián y
su esposa qué? estaba sorprendida de la decisión de mi
amiga.
- ¡Lo amo Ana! Dijo con lágrimas en los ojos. La abracé y
guardamos silencio, aunque consideraba que era algo injusto
con la familia que Fabián ya había formado, no era quien, para
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
juzgar los sentimientos, yo menos que nadie, me atrevía a
contradecir un amor como el que sentían el uno por el otro.
- Rossana, si quieres puedes regresar con los muchachos a
Aracataca, yo continuo mi camino, Yuli va a llevarme a la
Cienaga Grande. Los ojos enormes de la silvestrista cómo
platos y apunto de llorar, me dieron la respuesta. O puedes
venir conmigo y regresamos para el fin de semana con tu
mamá y tu hermano Alexis, solo avísales a donde vamos.
El abrazo de oso que me dio Rossana fue aplastante, por alguna
razón se negaba a estar en Aracataca, y tampoco me sentí con
fuerzas de interrogar el por qué.
Yuli estaba eufórica, porque permaneceríamos varios días en La
Cienaga, y les ofreció apoyo y recomendaciones a La Muchis, para
que pronto consiguieran trabajo, además podían quedarse en su
casa, el tiempo que fuera necesario.
Cuando me fui a dormir, sentí un dolor intenso en el pecho, y sin
hacer ruido, lloré en silencio por Mathias, me dolía la incertidumbre,
me quemaba la renuncia.
LA ANCIANA DE OJOS GRISES
Esa mañana muy temprano despedimos a Oscar y Gunter, quienes
debían regresar a sus vidas en Bosconia, nos abrazamos y
prometimos volver a vernos algún día. La Muchis y Fabián
completamente felices salieron por las calles del pueblo, en busca de
trabajo con Stefany.
Rossana, Yuli y yo, nos embarcamos rumbo a La Cienaga Grande.
Dos piraguas con motor, o lo que se conoce como canoas en
Venezuela, con dos muchachos jóvenes a bordo, nos llevaron por
toda La Cienaga. Fue maravilloso sentir como el viento fresco de la
mañana llenaba mis pulmones de aire, renovando mis fuerzas.
Yuli nos contó que hace mucho tiempo, una niña llamada Tomacita
había sido devorada por un enorme Caimán, por eso en la Ciudad
había un monumento de ella y el animal; y que, por ese incidente las
ferias del pueblo eran en enero y se conocía como “El festival del
Caimán”. Mientras nos adentrábamos en las aguas de La Ciénaga,
nos comentó que la estructura que tanto me gustaba del pueblo se
llamaba “El templete”, que la influencia europea siempre ha reinado
en sus calles y que por eso, la plaza del Bicentenario es tan distinta a
la de otras ciudades.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Esperen que La Nana les cuente sobre La Masacre de las
Bananeras, nadie como mi Nana para contarla. Dijo entusiasmada La
Cienaguera. Me sorprendió ver la primera casita desvencijada sobre
el agua, sostenida por palos o troncos que salen del agua, a dichas
construcciones les llaman Palafitos, parecía abandonada.
En el horizonte volaron enormes aves de plumaje blanco y negro.
Creí por un instante estar en un paraíso único, donde el modernismo
y las grandes ciudades, parecen lejanas e inexistentes.
- ¡ANA MIRA! Gritó Yuli, cuando ante nosotros aparecieron diez
casitas de madera, de donde se asomaron muchos niños de
piel tostada, con ropas rasgadas o sin ella, saludaban
animadamente cuando pasamos de largo. Les correspondí el
saludo, pero ver a seres tan pequeños en condiciones tan
precarias y madres que parecían muy jóvenes, me hizo
comprender que aquel lugar remoto de Dios, era realmente
pobre y necesitado.
Por un instante sentí que el corazón se me salía por la boca, olvidé
que Yuli era Cienaguera, y que estaba acostumbrada a andar en
Piragua, cuando la vi en la punta de la embarcación de píe y
guardando un equilibrio impresionante, el barquero disminuyó la
velocidad, mi amiga llevaba puesta su gorra roja favorita, y verla así
saludando con alegría a la gente en los palafitos me hizo sentir que
el viaje silvestrista apenas comenzaba.
- ¡NANA LLEGUE! Gritó Yuli. ¡NANA! ¡NANA!
La piragua se detuvo a las puertas de una gran estructura de
madera, y de ella salió a recibirnos una anciana delgada de cabello
blanco, muy largo. Llevaba puesto una bata de diminutas flores de
colores. De un salto Yuli subió a la casa abrazando a la anciana, y
ella le brindó una enorme sonrisa, al subir resbalé, pero logré
sostenerme a una baranda de madera; y me puse en pie. Sus
increíbles ojos grises me miraron registrándome hasta el alma,
aunque era una mujer entrada en la tercera edad, se veía radiante.
- ¡Hola Ana! Te he estado esperando. Dijo la anciana.
LA MASACRE DE LAS
BANANERAS
Me asustó un poco que la anciana me llamara por mi nombre, y al
estrechar su mano, varias imágenes se agolparon en mi mente y
fueron tan violentas que sentí un leve mareo.
- La Nana puede soñar cosas. Dijo Yuli. Por eso sabe que
veníamos ¿Verdad Nana?
- Luego conversamos con calma, pasen para que tomen agua
panela, está recién hecha.
Todos agarráramos un vaso de la bebida que en Venezuela se
conoce como papelón, pero sin limón, incluso José y Josué, los
barqueros. Yuli les pagó el viaje y ofreció gastar el doble si
regresaban al día siguiente a buscarnos.
Tomé mi papelón al clima, observando la pequeña casa, tenía una
mesa, dos taburetes y una silla mecedora muy gastada. En una parte
retirada de la diminuta sala, había una hamaca, comprendí que era
el dormitorio de la anciana, el olor de la madera húmeda no me
gustó en lo absoluto. Guarde silencio mientras Yuli y La Nana
conversaban y mi amiga le entregaba las provisiones que había
traído en la segunda embarcación. Rossana y Yuli sacaron tres
hamacas pequeñas, o como se les dice en donde vivo, eran unos
hermosos chinchorros de colores.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¿Quieres ver la cocina Ana? Dijo la anciana sacándome de mi
mutismo.
- Si, claro. Permítame la ayudo con las bolsas. Eran realmente
pesadas, en ellas había enlatados y comida perecedera.
- Llámame Nana, así me dicen todos. Dijo brindándome una
hermosa sonrisa con los pocos dientes que le quedaban.
La cocina era un lugar lleno de cenizas, la anciana tenía un fogón
improvisado, que interpreté como una cocina, en una mesa apenas si
tenia algunos platos, vasos, cubiertos y cacerolas. La casa de La
Nana, era realmente humilde, con muchas carencias, pero la paz y
felicidad en el rostro de la mujer, me mostraban serenidad. Era yo
quien tenía que entender que ella vivía allí a gusto.
Luego de acomodar la comida en unas cajas, y una vez ajustadas las
hamacas, nos sentamos a conversar tranquilamente en la salita de la
casa. La nana se acomodó en su silla mecedora, que crujió al ella
sentarse. Yuli se sentó a la entrada de la casa, dejando colgar sus
pies ante La Cienaga, llevaba puesta su gorra y parecía un joven
pescador. Rossana tomó un taburete y yo el otro, escuchamos
atentamente a la Anciana.
- Anoche en mis sueños, vi a mi pequeña Yuli navegando por La
Ciénaga, ese sueño lo tengo siempre que ella decide venir a
verme, así que me levanto muy temprano a barrer, hago agua
panela y espero a que llegue. Lo curioso del sueño de anoche
es que venían dos mujeres más, y un joven rubio de hermosos
ojos amarillos.
Cuando la anciana dijo eso, sentí un dolor en el espinazo. Revisé
instintivamente las heridas de los brazos que me había visto en
Nabusimake, pero casi ni se veían.
- El Joven estaba muy triste, se llama Kennel Mathison,
conversé con él, me dijo que buscaba a Julia, su esposa, que
después de la huelga bananera, no la había encontrado. En el
sueño, Kennel te tenía agarrada de la mano; y pregunté como
te llamabas y me respondiste “Ana”. Cuando llegaron en las
piraguas, y solo las vi a Ustedes tres y a los barqueros,
comprendí que el joven del sueño era un muerto. Ana ¿Quién
es ese muchacho que te acompaña?
Mis ojos estaban a punto de salirse de sus orbitas, y los de mis
amigas también. El Duende me había seguido a La Cienaga.
- Es un Duende o espíritu errante como lo llaman en La Sierra
Nevada, en Nabusimake, pude verlo una tarde, y en la noche
me secuestró e intentó llevarme con él, cuando un amigo
arhuaco me alcanzó, inmediatamente me sacó de la Sierra y
me explicó que era exactamente lo que había visto. Ya en
Aracataca se llevó una pequeña de 16 años, muy amiga mía,
salí a su búsqueda, pidiéndole de rodillas a la virgen que me
regresara a la muchacha, que sí lo hacía, yo le prometía
renunciar al hombre que amo. Así es Rossana a Daniela se la
había llevado un duende, no se extravió en Aracataca.
Yuli y Rossana estaban asombradas y asustadas, permanecían
calladas sin interrumpir, pero las dos estaban a punto de gritar.
- La noche en que me llevó por La Sierra, al pasar entre el
monte y los árboles, me hice varios rasguños en los brazos y
en las piernas, sólo cuando él esta cerca vuelven a aparecer,
de resto casi ni se ven, dije mostrando mis brazos.
Rossana se mordía los dedos insistentemente. En cambio La Nana
se mecía tranquilamente como si lo que le comentaba fuera tan
normal como un incidente cualquiera.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- No pequeña, eso no es un duende, por lo que vi en mi sueño
es un alma en pena.
- ¿Pero Nana, porque trató de llevarme? ¿Por qué me persigue?
- Porque necesita tú ayuda Ana. Las almas en pena cuando se
aferran a alguien es pidiendo ayuda.
- Pero se ha dedicado a asustarme.
- No Ana, eres tú la que se asusta, eres tú la que no ha querido
escuchar.
- Para poder entender quién es esa alma errante a la que tú le
llamas duende, tienes que escuchar atentamente lo que te
voy a contar. Kennel me dijo que buscaba a su esposa, a la
cual no veía después de la huelga de las bananeras, lo que
quiere decir que se está refiriendo a “La Masacre de las
Bananeras”, en el año de 1928, en La Cienaga, hubo una
terrible masacre, donde murieron incontables trabajadores,
aún no se sabe a ciencia cierta, cuántos, hay quienes dijeron
que fueron 9, otros que 300, luego el gobierno dijo que
murieron 800 bananeros, pero según los rumores del pueblo,
murieron 3000 personas entre trabajadores, negros y blancos,
incluso extranjeros alemanes y holandeses. Los cadáveres
fueron arrojados al mar y a La Ciénaga Grande, durante
décadas hay quienes afirman haber visto las almas de los
pobres bananeros penando por estos lados. Es posible que un
alma deambule durante siglos en el lugar que murió,
esperando encontrar paz, o que se aferre a seres vivos en su
búsqueda. Si lo que pienso es cierto, no le fue difícil llegar en
su larga procesión hasta La Sierra Nevada, y que en ti haya
encontrado la forma de retornar al lugar de su muerte. A
veces, el purgatorio lo encuentran las almas donde han sido
infelices en vida.
Ahora éramos las tres silvestristas las que escuchábamos
atentamente la voz pausada de La Nana.
- Puede ser que tú estés muy enamorada de alguien tan
especial como lo era Julia, su esposa o hasta te parezcas a
ella.
Sentí el calor en mis mejillas, me había ruborizado. La anciana tenía
los ojos grises azulados y la intensidad de su mirada me mostraba al
ser más sabio del mundo, era como poder ver a los ojos de un ser
inmortal.
- ¿Amas inmensamente a alguien Ana?
- Así es. En realidad a dos hombres. Dije casi en un susurro.
- Entiendo. Dijo la anciana sonriendo.
La casita de madera era acogedora, el sol comenzaba a caldear las
aguas, pero la fuerte ventolera nos tranquilizaba los pensamientos.
- Ambos amores son imposibles ¿Me equivoco?
- Mathias creo que tiene novia, una mujer muy especial está en
su vida, además yo le prometí a la virgen que si me regresaba
a Danielita y no permitía que se la llevara El Duende, yo
renunciaba a mi amor por él.
- No mi pequeña, ese tipo de promesas jamás sería recibido por
nuestra Virgencita, el sufrimiento de un corazón no puede ser
una promesa, estoy segura que esa pobre alma sintió tu pena
y dejó a la niña en paz. Esperando encontrar otra forma de
llamar tu atención y obtener tú ayuda. Cuéntame Ana ¿Quién
es tu segundo amor?
No sabía si podría ser totalmente sincera delante de mis amigas.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Es un sentimiento más grande que yo. Dije mirando mis
zapatos rojos. Me aferro a ese sentimiento, cuando más triste
estoy. Él es un hombre maravilloso, apenas nos hemos visto
un par de veces, y siquiera tiene idea de lo que siento.
- ¿Es un hombre casado de ojos amarillos? Preguntó la anciana.
Un ligero escalofrío me recorrió el cuerpo, era cómo si la anciana
pudiera leer mi mente.
- Si Nana, es casado y tiene los ojos como dos soles, a veces no
se que hacer cuando lo veo, y mi corazón sufre mucho por él,
es un amor inalcanzable… pero ¿Cómo has adivinado?
- No lo he adivinado pequeña, Kennel me lo ha dicho en sueños.
Por lo que entendí, tu gran amor y él tienen los ojos del mismo
color; y tú sientes un amor, igual de inmenso como el que en
vida sintiera Kennel por Julia, su esposa.
Me levanté y miré el horizonte, sintiendo una profunda tristeza por
esa alma en pena, sabía perfectamente como Kennel amaba a Julia,
y dos lagrimas rodaron por mis mejillas, el viento se hizo más
intenso; y en la inmensidad del cielo azul, imaginé el rostro de mi
verdadero amor, que aunque fuera inalcanzable, vivía y era feliz, no
a mi lado pero, lo era y lo demás no tenía importancia.
- Quiero ayudarlo Nana ¿Cómo puedo hacerlo?
- ¿Ana qué dices? Eso suena muy peligroso. Dijo totalmente
aterrada Rossana.
- Amiguita, tu sabes lo que es amar a alguien inalcanzable.
Dime si no estarías dispuesta a todo por él.
- ¡Sí! Dijo Rossana levantándose del taburete y vi como
apretaba sus puños al pensar en José Jorge.
- Entonces, si tu amor por él es idéntico al mío ¿No me
ayudarías, si yo te lo pidiera?
- ¡Por supuesto Ana! Contestó tomando mi mano.
- Pues, debo ayudar a Kennel, aunque no sepa como.
- Creo mis niñas que es algo lógico, debes intentar averiguar
que les pasó a Kennel y a Julia, y si existe alguna información
sobre ellos en La Cienaga, hay que unir a esas almas para que
descansen en paz.
- ¡Imposible!. Dijo Yuli. Nana eso es imposible, están muertos y
esos son asuntos de Dios.
- Hay rituales de La Cienaga, que usamos para que cada vez
que aparece un alma perdida, nuestras oraciones les indiquen
el camino al más allá. Este lugar no es solo casa de indígenas,
pescadores y desplazados, Yuli Vanesa. Somos devotos de
nuestra Cienaga y puedo asegurarte que sí podemos ayudar a
almas como las de Kennel Mathinson. Son cientos de muertes
inesperadas que ocurren en Nueva Venecia y sus alrededores,
guerrilleros y criminales, navegan nuestras aguas, aquí no hay
sacerdotes ni santeros que puedan ayudarlos, en La Cienaga
somos nuestros propios médicos, constructores y autoridades.
Los asuntos de nuestros muertos, también son únicamente de
nosotros.
Una piragua pasó por un lado de la casa, un niño de piel aceitunada,
con una pequeño remo, navegó sin siquiera saludar, el resplandor
del sol en las aguas, me hizo sentirme en un lugar irreal, alejado de
todo cuanto fuera posible. No se quién eres, y no se como ayudarte,
pero si está a mi alcance, te devolveré a Julia.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
LA BANDERA ROJA
Después de almorzar pan con atún, y agua panela, salimos a
navegar cerca de La casita de la Nana, Yuli empujaba la piragua con
dos remos enganchados a la embarcación de madera, en el medio
iba Rossana, y yo de rodillas a la punta de pequeño bote, dejaba que
mi mente deambulara las aguas de La Cienaga Grande.
- ¡YULI ALLÍ! Dijo Rossana señalando una hermosa casita de
palafitos, cercana a una orilla de tierra fangosa, donde se
posaban cientos de aves.
- ¡NO, SIGAMOS MAS ADELANTE! Gritó la capitana de la
embarcación.
Yuli nos conducía a la casa de un muchacho silvestrista, si
contábamos con suerte, estaría esa tarde en su palafito o en sus
alrededores.
Un hermoso sonido llegó hasta mis pensamientos, la dulzura de una
flauta, de notas musicales infinitas que me hizo recordar
Nabusimake, sonaba intensa, hermosa. Al observar detenidamente,
vi de donde provenía el sonido, nos acercábamos a una casita de
madera, que ondeaba una bandera que alegró mi corazón, roja con
una estrella blanca. Un muchacho de piel aceitunada hacía sonar en
entre sus manos, una sencilla flauta.
- ¡ALEJO! ¡ALEJO! Gritó Yuli soltando los remos y moviendo
ambos brazos saludando a su amigo.
La embarcación se tambaleó, Rossana se puso de pie asustada y
perdimos el equilibrio, las tres caímos repentinamente al agua, sentí
como el agua tibia me inundaba y un golpe muy fuerte sobrevino a
mi cabeza. Perdí el conocimiento.
Al abrir los ojos una fuerte luz me hizo cerrarlos de nuevo, intenté
nuevamente abrirlos, colocando mis manos a forma de visera,
estaba acostada en la piragua, sin remos y a mi alrededor solo había
la inmensidad del agua ¿Dónde estoy? Quise hablar y no pude.
- ¡Ana! Una voz en la piragua dijo mi nombre y me sobre salte,
tocándome el pecho.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Silvestre estaba en la canoa y me observaba divertido, su hermosa
sonrisa, llenó mi vida - ¡Eres un sueño!- Quise decir, pero no pude.
- ¡Es posible! Dijo él.
Me acerqué a su extremo de la piragua, arrojándome en sus brazos,
caímos juntos al agua, y me abracé al él, con todas mis fuerzas.
¡TE AMO! Quise gritar y no tenía voz. Sentí que el agua nos hundía,
que caíamos sin remedió al fondo de un abismo. Vi sus ojos claritos,
los dos nos ahogábamos, pero él sostuvo su sonrisa, y me dio un
tierno beso en los labios.
¡RESPIRA! Pensé.
¡RESPIRA! ¡RESPIRA! Gritó una voz.
¡RESPIRA ANA! Gritaban Rossana y Yuli, cuando volví en mí, el joven
de la flauta estaba besándome.
Me ahogaba, tenía que respirar, y un montón de agua me hizo
vomitar, hasta que el aire puro entró de golpe en mis pulmones. La
sensación de no poder respirar fue terrible, el muchacho no me
besaba, estaba tratando de ayudarme con respiración boca a boca.
Al vomitar toda el agua, me vi sangre en las manos.
- ¡Me duele! Dije tocándome la cabeza y encontré más sangre.
- Estas herida Ana, caímos al agua por accidente y te golpeaste
con la piragua en la cabeza, tragaste mucho agua, pensamos
que estabas muerta Ana. Yuli hablaba más rápido que de
costumbre. Alejandro te sacó del agua.
- Lo siento Ana, ha sido mi culpa. Dijo Rossana apenada.
- No es nada muchacha. Dijo el flautista alegremente. Las
heridas de la cabeza son muy escandalosas, es todo.
Ayúdenme a acostarla y podré curarle esa rayita.
No había sido un sueño con Silvestre, me estaba ahogando y mis
últimos pensamientos eran para él, y para el único de mis sueños,
“poder besarlo”. Quise tocar mi amuleto, pero no lo llevaba, recordé
haber dejado la mochila arhuaca en casa de La Nana, entonces fue
cuando vi la intensa y brillante mirada en los ojos de Alejandro, el
Silvestrista de la Bandera Roja.
Al acomodarme en un chinchorro, me recosté agotada y empapada
algo mareada por el golpe, el muchacho acercó un pañuelo húmedo
a la herida, y el ardor que me causó, me hizo gritar.
- Por Dios, duele mucho. Dije tratando de quitarme la compresa.
- Quédate quieta, es solo alcohol, para que no se te infecte.
Sentenció Alejandro.
Mientras me secaban y quitaban la sangre de la cara, en una de las
paredes de la pequeña casa, observé un afiche envejecido y
maltratado, la sonrisa del muchacho del afiche era inequívocamente
de Silvestre, aunque era antigua, ya que se veía al ídolo cuando era
rollizo.
- Me gusta tu afiche Alejandro.
- Llámame Alejo. Ese afiche lo tengo hace mucho tiempo, el
silvestrismo es mi vida. Nunca he estado en un concierto,
nunca lo he visto, pero cada vez que podemos, sus canciones
inundan Cienaga Grande. Dijo Alejandro mostrando una
hermosa y sincera sonrisa.
Su comentario dio pie, para que Yuli nuevamente narrará todo lo que
vivimos en la fiesta a la que entramos sin estar invitados, el asombro
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
de Alejandro, fue precedido por palmadas y abrazos. Fuera a donde
fuera, el silvestrismo era idéntico, e incluso con mayor intensidad.
Tal vez en La Cienaga Grande no hubiera habitaciones forradas con
su imagen, ni siquiera el afiche de Silvestre fuera reciente, pero el
sentimiento, ondeaba al viento como las alas de una hermosa
gaviota. No hacía falta acordeones ni guitarras, Alejandro tenía su
hermosa flauta cienaguera para invocar los sonidos vallenatos del
Cesar.
LAS ALMAS DE LA CIENAGA
Me sequé la ropa al sol, mientras charlábamos animados del
movimiento silvestrista, Alejandro se había entristecido mucho
cuando Rossana le informó acerca de la separación de Silvestre y
Juancho, ciertamente todos, estábamos acostumbrados a las notas
preciosas del acordeón de Juan, pero tratamos de animarlo,
explicándole que los cambios eran necesarios, que era un
intercambio interesante, ya que ahora Silvestre tenía como
acordeonero a Rolando Ochoa, y por su parte El Gran Martín Elías,
contaría con Juancho. Insistí, que nosotros debíamos quererlos a
todos por igual, que en eso precisamente consistía en ser fan, y que
podíamos esperar con gran optimismo las canciones por venir.
Alejandro más animado, comenzó a contarnos sobre lo rápido que
tocaba Rolando el acordeón, y que seguramente, lo que venía para el
silvestrismo era excelente, así como para Juan y Martín.
Al atardecer debimos retornar a casa de La Nana, ya que no se debía
navegar de noche, por precaución.
- Cuídate esa pequeña herida Ana, lávala con buen alcohol y
sanará pronto. ¡Me encantó darte un beso! Dijo Alejandro a
forma de broma.
- No fue un beso. Dije muerta de risa.
- Pensemos que sí y siempre te acordaras de mí. Dijo
ayudándome a abordar la piragua.
- Entonces, digamos que no estuvo mal. Dije sonriendo.
Al alejarnos poco a poco, sentí esa puntadita en el estomago, cada
vez que me despedía de un silvestrista, sobre todo, cuando no tenía
idea si volvería a verlo alguna vez.
- ¡ANA! ¡ANA! Gritó Alejandro.
Al voltearnos a verlo, el sostenía la bandera en sus manos y la agitó
de un lado a otro, diciéndonos adiós, la emoción que nos embargó no
tiene explicación. Lanzamos besos al viento a nuestro hermano
silvestrista. Al ver a los ojos a mis amigas, ambas tenían lagrimitas al
igual que yo ¡Decir adiós no es tan fácil!
El atardecer comenzó a caer en el horizonte, la inmensidad de la
Cienaga fue mágica, ciento de aves volaban buscando sus nidos. A lo
lejos el sol moría nuevamente, llevándose con él las aventuras de un
día tan normal como cualquier otro, en el cual, sin embargo, pude
haber muerto. Mientras nos acercábamos al poblado de palafitos
donde pasaríamos la noche con La Nana, pensé en las almas de la
Cienaga, en quienes al igual que El Duende, aún no habían
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
encontrado el camino a casa, y mi mente voló en pensamientos
extraños, pude ver flotando en las aguas los cuerpos de los
bananeros, y de pronto uno de esos cuerpos, era el mió.
¡LLEGAMOS! ¡LLEGAMOS! Los gritos de Yuli, me sacaron de
semejante visión, y pude ver a la anciana, su manta guajira blanca y
al viento, la hacía parecer un alma errante de la ciénaga.
La anciana al mirar mi herida, y la ropa manchada de sangre, sonrió
y me recibió con palmaditas en la espalda.
- Niña sales a conocer la ciénaga, y ya has derramado algunas
gotitas de sangre en sus aguas. Muy bien.
No se asombró cuando le comentamos cómo me había lastimado, y
lanzó una enorme carcajada cuando supo que Alejandro tuvo que
darme respiración boca a boca, a lo que él llamó besar.
- En realidad es un beso de vida, en estos lados estamos
acostumbrados a revivir a la gente Ana, e indudablemente la
herida es pequeña en comparación a las cosas que hemos
tenido que ver y curar en la inhóspita Cienaga. A veces la
gente arregla sus problemas matándose a machetazos, como
lo hacían en antes nuestros abuelos, por una deshonra. Tu
herida comparada a eso, es un rasguño.
El sol se ocultó, y una orquesta de bichos inundó la casa de La Nana
y sus alrededores, es increíble que un grillo no me deje dormir en
paz en Venezuela, cuando por el contrario en aquel lugar tan lejano,
sus cantos y patitas chirreando hacían una sinfonía maravillosa.
Esa noche utilicé una manta Guajira de color azul que me prestó La
Nana, me senté en el umbral de la casita a contemplar La Cienaga
Grande al Oscurecer, y La Nana se sentó a mi lado.
- No hay un lugar más tranquilo que esta aguas. Dijo la anciana.
Pero hay que tener cuidado con las almas de los muertos. Al
dormir reza por ellas y su descanso eterno Ana, sobre todo por
el de Kennel Mathison.
- ¡Si Nana! Murmuré entre dientes.
- Las muchachas han servido, pan queso y chocolate, vamos a
comer, la noche siempre es muy larga en La Cienaga.
Después de cenar nos metimos en nuestros chinchorros, yo me
mecía levemente, sintiendo aún el escozor en la herida, a medida
que las muchachas y La Nana conversaban, sentía pesada la mirada
y entre sus voces y los ruidos de la Cienaga, me quedé
profundamente dormida.
Un hombre joven, encantador, de cabello rubio y mirada triste, me
observaba con sus hermosos ojos amarillos. Yo llevaba puesto un
hermoso vestido antiguo de encajes, él tomó mi mano y me dio un
tierno beso en la mano, no pude evitar sentir ternura por él. Incluso
sentía que lo amaba.
- Julia te prometo que no va a pasarme nada. Dijo el joven.
Al decir ese nombre, yo ya no era la muchacha, sino que podía verlos
a ambos, la mujer llamada Julia lloraba sin consuelo.
- Si me amas de verdad, no vayas, los obreros están dispuestos
a todo, la bananera también, tengo miedo, por Dios, no vayas.
El Joven secaba sus lágrimas con leves caricias sobre su rostro,
ninguno de los dos, me observaba, era como si no pudieran verme.
Él tomó su rostro entre las manos y la besó dulcemente.
- Te prometo que no pasará nada, todo se va a resolver.
Susurró el muchacho al oído de Julia.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Las imágenes cambiaron, nos rodeaban muchos militares o lo que
parecían policías, temí lo peor, me encontraba al lado del Joven y
entre nosotros, cientos y cientos de obreros armados con piedras,
palos, machetes, picos y palas. Alguien gritó ¡FUEGO! Y a mí
alrededor cayeron uno a uno los bananeros. ¡FUEGO! Gritaron
nuevamente. Todo era sangre, humo y cenizas. ¡FUEGO! Por tercera
vez, y a mi lado cayó el joven, lo toqué y sus ojos ya no tenían vida.
Entonces lo reconocí. El Duende.
Intenté gritar, pedir auxilio, pero solo había miles y miles de
cadáveres, de pronto, todos flotaban en aguas llenas de sangre. Un
mar rojo rodeaba todo, escuché en susurros a los que aún
agonizaban, pedían ver a sus hijos antes de morir.
Desperté asustada y con lágrimas en los ojos.
LA HISTORIA DE JULIA
Era media noche, en la casita de palafitos, las silvestristas dormían
profundamente. Igualmente La Nana dormía en su chinchorro. Por las
ventanas desvencijadas entraban rayos de luz que provenían de la
enorme y plateada luna. De puntitas salí a la puerta de entrada,
tratando de no despertar a nadie. Me apoyé a una pared de madera,
asomándome ligeramente por la ventana, el pantano que nos
rodeaba estaba en silencio, ya ni los grillos ni ranas cantaban, un
increíble mutismo dominaba las aguas y la luna brillaba como una
perla, enorme en un cielo colmado de estrellas. Una ráfaga de viento
me espantó el sueño y respiré conteniendo el aire en los pulmones,
lo dejé salir poco a poco, intentando calmar mis pensamientos.
Recordé la hermosa sonrisa de Mathias, sintiendo la necesidad de
abrazarlo, de verlo. Nuevamente mi pecho se comprimió, intentando
romperse por el sentimiento de soledad enclavado en mi vida. Si
pudiera besarlo por una vez más… solo una vez más.
Algo en el agua se movió lentamente formando ondas leves ¿Un pez?
Me pregunté. Nuevamente algo movió las aguas muy despacio.
Todo un universo se encontraba en las aguas de La Cienaga Grande.
Mientras las personas dormitaban, contemplé el cielo más hermoso
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
que jamás haya visto, los intensos puntitos de luz, a millones años
luz de mi corazón humano, me resultaban difíciles entender, de
comprender que las estrellas, son soles a distancias que mi mente es
incapaz de llegar a calcular. Me maravillé de poder respirar el aire de
ese universo acuático, se me antojó frió y salado. Aunque ríos de
agua dulce desembocaban en la ciénaga, sus aguas son saladas, por
su cercanía del mar.
Cuando vomité el agua gracias al beso de vida de Alejandro,
comprobé su sabor, el cual no me gustó en lo absoluto, no solo por
ser salado, sino porque la sensación de no poder respirar, me resultó
espantosa. Me toqué la pequeña herida en la cabeza, aún me dolía
un poco. Desde que había decidido ser Silvestrista, podía contar
algunas cicatrices más, como la de la rodilla o hasta los intensos
rasguños que me brotaron en Nabusimake.
Las heridas, puedo verlas en mis brazos. El duende. Kennel está
aquí. Pensé observando mis brazos. Miré en todas direcciones, sin
ver nada.
- ¡Ven! Una voz muy dulce sonó en mi mente. Sin saber bien
por qué, y sin hacer ruido alguno, abrí la puerta del palafito,
abordé la piragua de La Nana, que se encontraba atada a la
casa, solté su nudo y me alejé utilizando una pequeña vara,
apoyándola en el fango de la Cienaga para tomar impulso. Sin
alejarme excesivamente del palafito, me mantuve atenta en
silencio.
- Quiero ayudarte, dime cómo. Murmuré al viento.
No se si lo imaginé, no se si lo vi en realidad, pero un hombre
caminaba sobre las aguas, no sentí miedo esta vez; la luz que
emanaba de él, era la misma de Aracataca. Mi corazón sereno hizo
que todo cambiara. Por primera vez contemplé, lo hermoso de su
rostro.
Caminó hacia la piragua y se sentó a mi lado.
- ¡Ana! Y su mirada vacía reflejó una inexplicable tristeza. Su
voz solo podía escucharla en mi mente. ¿Te llamas Kennel?
Pregunté con la voz de mi conciencia, esa misma que escucho
cuando leo mis libros.
- Soy Kennel y kennel soy yo ¿Ya no tienes miedo?
- No
- Eres mía Ana, te necesito. Su voz era como las tonadas de la
flauta de Alejandro, dulce e infinita. Busco a Julia.
Dos enormes lágrimas me recorrieron por las mejillas en caída libre a
la piragua. Estaba llorando, no de miedo sino de tristeza. No se qué
hacer, dime cómo puedo ayudarte.
- Busca a Julia, busca a Julia.
Cerré mis ojos, y limpié mis lágrimas, una ráfaga de aire gélido me
golpeó en el rostro y movió las aguas, que balancearon bruscamente
la piragua.
- Se ha ido.
De pequeña acostumbraba a imaginar cosas por la ventana del
carro, mientras papá conducía de noche rumbo a casa. Muchas
veces me vi a mi misma, hecha mujer, vestida con una manta
blanca, corriendo entre los árboles a la velocidad del vehículo. Desde
que recuerdo, soñaba despierta, deseando que al día siguiente el
hombre al que amaba en silencio, me besara. Podía ver la escena
impecable en mi mente, e incluso sintiendo la emoción de un primer
beso. A estas alturas de mi vida, me había acostumbrado a imaginar
cosas para salir de los problemas, escapando de la realidad. Pero en
un viaje como éste, había descubierto un mundo mucho más intenso,
más allá de la imaginación, donde podía no solo refugiarme de mi
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
realidad, sino encontrar los olores y colores que rodearon la mente
de poetas y escritores, y estaba decidida a vivirlo intensamente.
- Necesito Saber la historia de Julia. Murmuré a la gigantesca
luna llena, cómplice de mi viaje.
LA NANA
Al amanecer, la ciénaga se llenó de voces, pasaron varias piraguas,
ofreciendo papelón, harina, arroz, frijoles, aceite, querosén. Todo un
comercio pululaba entre aquellas aguas de pantano.
- Pronto pasara el bus piragua, no vayas a perder la
oportunidad de verlo. Dijo Yuli.
- ¿Bus piragua? No me digas que hay un bus en la ciénaga.
- Espera Ana, ya lo veras. Rossana apúrate, o te perderás el bus
piragua.
- ¡NUEVA VENECIA! ¡NUEVA VENECIA! ¡QUEDA UN PUESTO!
¡SOLO UNO! Gritó un hombre.
Nos asomamos por las ventanas de la casita. Reí al verla pasar, era
una canoa amplia, dos veces más ancha que una piragua normal,
tenía tablas atravesadas. Varias personas iban incómodamente
sentadas una al lado de la otra.
- En realidad es un bus. Comenté con los ojos como platos.
- Yo no me subo a eso ni loca. Dijo Rossana, muerta de la risa.
Unos hermosos ojos grises nos observaban como niñas pequeñas,
que ven por primera vez “El Avión”. Toda la destartalada casita
estaba impregnada del olor más divino del mundo.
- ¿Quién quiere café? Preguntó La Nana sosteniendo una
bandeja con cuatro tazones.
Inmediatamente tomé uno, y sintiendo su aroma a vida lo sorbí poco
a poco.
- Gracias Nana. Dije dándole un beso en la mejilla. ¡Buenos
días!
- ¿Nana por qué tienes los ojos grises? Pregunté de pronto.
- Larga historia pequeña. Dijo suspirando la anciana.
- Tenemos tiempo Nana, cuéntanos. Dijo Rossana.
La anciana se mantuvo de pie, llevándose lentamente la taza a los
labios para tomar un sorbo de café.
Hace muchos, muchos años, antes incluso de La Masacre de las
Bananeras, mi madre era una mujer sencilla, de piel tostada y
hermosa que vivía con mis abuelos en una hacienda donde los tres
trabajaban de sol a sol para los hacendados. Una mañana cuando se
bañaba en el río, el hijo de los patrones la vio nadando desnuda en
las aguas dulces, y se enamoró profundamente de ella. Como se
imaginaran, tuvieron amores a escondidas de ambas familias y de
ese amor, nací yo. Mi padre era hijo de alemanes y tenía los ojos más
hermosos que puedan imaginarse. Como me gusta recordarlo, eran
azules como el mar. El día en que nací fue un escándalo, ya que, mis
abuelos pensaban que mamá se había embarazado de un empleado
del cual nunca había querido decir el nombre. Al ver mi piel blanca y
mis ojos claros, inmediatamente supieron que se trataba de alguno
de los dueños de la casa grande. A mi pobre madre no pudieron
reclamarle nada, ya que había muerto al traerme a este mundo.
Mi padre asumió toda la responsabilidad y viví durante años en la
casa grande, como su hija, aunque mis abuelos paternos nunca me
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
hubieran querido. Aprendí a leer y a escribir y recibí una educación
esmerada hasta casi cumplir 15 años.
Tuve la dicha de vivir entre la casona y el potrero, ya que por las
tardes me escabullía para irme a tomar agua panela con los abuelos
que si me adoraban. Al morir papá en La Masacre de las Bananeras,
sus padres nos echaron de la hacienda a mis abuelos y a mí. Y desde
entonces vivimos en La Cienaga Grande. Tengo la piel y los ojos de
así por la mezcla entre mis padres, pero mi alma es cienaguera. No
me casé, no tuve hijos, pero pude enseñar a muchos a leer y a
escribir, y mis niños de las aguas, llenaron y llenan mi vida como lo
hace Yuli.
- ¿Yuli vivía aquí? Preguntó Rossana.
- Sí, así es, La Nana era mi maestra, y ahora es mi amiga y mi
cómplice. Si no hubiera sido por La Nana, jamás mis padres
me hubieran dejado ir al pueblo a estudiar y trabajar. Muchos
niños y niñas logramos salir del pantano, porque La Nana nos
enseñó todo lo que sabía y nos regaló hasta el último de sus
libros.
Ahora podía entender su forma de ser, La Nana vivía en la ciénaga
para enseñar a los niños a leer, no porque se hubiera confinado a
morir en aquellas aguas. Sentí un profundo amor por la anciana.
- Nana anoche vi el alma en pena de Kennel. Dije de pronto.
Rossana y Yuli se asombraron ante mi afirmación.
- Lo se Ana. Te vi a la media noche, cuando saliste de la casa.
Te observé y vi una luz. El mismo brillo que veo en mis sueños
cuando hablo con muertos. ¿Te ha dicho que debes hacer?
- Si, bueno mas o menos. Me dijo que buscara a Julia.
- ¿Pero cómo si debe estar muerta? Dijo Rossana a punto de
llorar.
- Hasta donde sé es posible que esté viva. Dijo La Nana.
- ¿En serio? Pregunté.
- Si Ana, claro debe ser una ancianita, tal vez entre noventa o
noventa y cinco años. Eso explicaría porqué no se han
encontrado. Porque ella sigue viva. La Nana me lanzó una
mirada intensa como examinando mi alma.
- ¿A qué horas regresan los barqueros? Pregunté a Yuli.
- A las 10 de la mañana, ya deben estar por llegar.
Aunque sentía escalofríos de regresar al pueblo de La Cienaga, y
encontrarme en sus calles a Mathias y su novia, no podría quedarme
como había planeado hacerlo, debíamos partir inmediatamente a
tierra firme. Tenía que encontrar a Julia.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
MATHIAS
Me abracé a La Nana, con esa sensación de tristeza que se clava en
el corazón, esa certidumbre de que no volveríamos a vernos en esta
vida. La anciana me correspondió el abrazo y me dio un dulce beso
en la mejilla.
- Ana, la vida es mucho más simple de lo que crees, sin buscar,
encontrarás. Espero que tus temores se espanten, y puedas
amar y ser feliz, solo dale tiempo al tiempo. Aún te quedan
hojas por llenar en el libro enorme… al cual llamamos vida.
Abordamos las piraguas y con lágrimas en nuestros ojos, le dijimos
adiós a la anciana más hermosa de La Ciénaga Grande.
Viajamos en silencio, el calor comenzaba a ser insoportable, y me
sentía adormecida, luego de haber visto al Duende a la media noche,
había regresado a la casa de palafito y estaba desvelada. Durante
toda la madrugada no había logrado pegar un ojo. No solo me
preocupaba Julia y El Duende, sino también, Mathias y su novia. Me
preocupaba Kike y sus sueños de acordeonero. Me inquietaba el
poco dinero que me quedaba, incluso los gritos de mi madre por no
llamar en varios días. Pero sobre todas las cosas, me desveló
imaginar cómo sería un beso de Silvestre, era algo que me aceleraba
el corazón inexplicablemente, un pensamiento que llenaba de
felicidad mi mundo ensombrecido.
- No pienso irme a Venezuela hasta tanto consiga ese beso. Pensé
mientras los barqueros nos llevaban a puerto seguro. Ya había
abandonado la carrera de abogado por un buen tiempo, cambiado
tacones por deportivos rojos, las carteras a juego, por una mochila
arhuaca, y en lugar de un sombrero a la moda para el sol, solía usar
una hermosa gorra roja; cambie las faldas y vestidos por cómodos
pantalones blue jeans. Ahora comía tres veces al día sin vomitar y
me sentía la mujer más libre del mundo. Soy libre, libre de verdad.
- ¡Hogar dulce hogar! Declaró Yuli, cuando entramos en su casa.
- Arréglense muchachas nos vamos a buscar a Julia. Declaré.
- Pero Ana, acabamos de llegar. Protestó Rossana. Esperemos a
ver si nos vemos con La Muchis, Fabián y Stefany.
- Si prefieres, espéralos, yo me voy a buscar a Julia. Dije
entrando al baño para ducharme.
- ¿Qué? No yo voy contigo.
- Muévete pues. Canturreó Yuli. Muévete que nos vamos de
detectives.
- Ustedes dos, Ustedes dos son increíbles. Dijo Rossana
derrotada.
- ¡HAY POLLO FRITO CON PAPAS! Gritó Yuli desde la cocina.
- ¡CALIENTALO! Gritó Rossana desde el cuarto.
Al abrir la regadera, sentí que mi vida se llenaba de energía, aún me
dolía la herida de la cabeza, pero comenzaba a brotar una espesa
costra, así que me lave con cuidado. Mientras el agua me curaba el
alma, mi mente me atormentaba pensando una y otra vez en
Mathias. Recordé mi sueño, ese en el que él besaba en la boca a
Katherin. La simple imagen me golpeó sin compasión. Basta,
suficiente, piensa en el pollo frito, en Julia, o no pienses, pero deja de
pensar en él.
Comimos deprisa, por lo menos Yuli y yo, a Rossana le tocó salir
corriendo con una pierna de pollo frito en las manos. Verla correr y
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
comiendo se me antojo tan gracioso que reí al verla con el hueso en
la boca y a su vez intentando abrocharse la correa del pantalón.
- Ingratas, casi me dejan. Gruñó Rossana.
- ¡Tipo comando muchachas! Dijo Yuli y arrancó a correr por las
calles del pueblo.
- Ya extrañaba el sonido de la camioneta. Comenté muerta de
risa.
A veces entre más te escondes, viene el destino y al igual que
cupido, lanza sus fletas, y se divierte lastimando nuestros corazones.
Al detenernos en un semáforo, Yuli decía algo sobre visitar a familias
obreras de las bananeras para saber si alguien conocía a Julia
Mathison, cuando en la acera, vi al hombre más hermoso del mundo,
su cabello dorado ondeaba al viento. Ahora lo llevaba un poco largo,
nos vimos, nos reconocimos. Me miró como quien ve un fantasma.
- Amarillo, amarillo… Rojo. Dijo Yuli y arrancó a correr.
Guarde silencio, no pude decir nada. Era Mathias.
TRES ALMAS
Durante días, buscamos información, visitamos a cuanto hombre y
mujer de tercera edad había en el pueblo. Durante todo el día
buscaba incansable a Julia, y por las noches lloraba mi amor por
Mathias, sentía el delirio de salir a buscarlo, y besarlo sin importarme
que tuviera novia. Para huir de mi realidad, aprendía a tomar
bebidas fuertes con Fabián, cantábamos hasta amanecer las
canciones de Silvestre, y cada letra alegraba poco a poco mi
corazón.
Al dormir soñaba con El Duende, afortunadamente no se me
aparecía y estaba tranquila al solo verlo en sueños, me sentía
comprometida a saber que había pasado con su esposa. Durante
días visité a Kike y le prometía que pronto encontraríamos la forma
de que fuera a un concierto de Silvestre.
Llamé para navidad a Venezuela, y mi madre no hacía más que
insistir en que regresara a casa. Por más que le explicaba que estaba
en un viaje de aprendizaje, terminaba enojada conmigo así que cada
vez la llamé menos. Pude hablar en año nuevo con Amparo y
duramos buen rato al teléfono, prometí regresar, tan pronto
consiguiera ayudar a un amigo, y ella simplemente comprendió que
aún no estaba preparada para volver. Cada día hablar con los
silvestristas, era mucho más fácil que con mi propia familia.
Durante meses, trabajé con la mamá de Stefany en la tienda de
trajes de fiesta, aprendí a colocar botones y cocer. Me era sencillo
ayudar a la clientela en la elección de un vestido adecuado, ya que
en mi vida como abogado, me era indispensable el buen gusto.
Reuní suficiente dinero para regresar a Venezuela. Comencé a
dedicar menos tiempo a la búsqueda de Julia, dándome por vencida
en esa tarea.
Hasta que a finales de marzo de aquel año, mientras visitaba un
playón con los silvestristas y tomábamos el sol del mar caribe, decidí
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
caminar sola por la playa para organizar mis ideas. Llegando hasta
una casita solitaria de madera, en ella, había una anciana de ojos
claros y piel blanca.
- ¡Buenos tardes! Saludé. Y la anciana apenas si me vio pasar.
Por cosas de la vida sentí la necesidad de acercarme, y me
senté en el umbral de la casa al igual que la viejita.
- Hola soy Ana ¿Vive solita en esta playa?
- Hace muchos años, me he sentado en este mismo lugar, a
esperar que él llegue.
La observé detenidamente, en su juventud debió ser una mujer muy
bonita, sus arrugas eran profundas y su cabello era totalmente
blanco y escaso. Me preguntaba como una persona podía vivir
completamente sola durante tantos años. Y recordé que desde que
me había graduado de abogada, yo vivía sola. Sentí compasión por
ella y por mí.
- ¿Te llamas Ana? Preguntó casi en un susurro. Si mi bebé no
hubiera muerto se llamaría Ana. Es el nombre que le puse
cuando nació. Pero Dios se la llevó y ya no la llamé Ana.
- ¡Lo lamento mucho! Dije sin apenas saber que más decir.
Tenía los ojos nublados de lágrimas. La anciana me habló de
su hijita de cuatro años que había muerto por unas fiebres que
se la llevaron. Que se había mudado a ese alejado lugar para
intentar ver en cada atardecer a sus seres queridos que
habían muerto. Por lo que entendí habían personas que la
visitaban y le llevaban comida y ropa, pero que ni la policía, ni
las monjas la pudieron sacar de allí a un asilo. Vivía de lo que
gente del pueblo le llevaba de vez en cuando.
Tomé su manos entre las mías, y traté de brindarle mis mejor
sonrisa, el atardecer se nos venía encima, pero ya les explicaría a los
muchachos el motivo de mi demora.
- ¡Ahora tienes una amiga que se llama Ana! Y tú ¿Cómo te
llamas?
- ¡Julia! Dijo y se quedó dormida en mis brazos.
No podía salir de mi asombro, la había encontrado, sabía que era
ella, sostuve su envejecido cuerpo, sintiendo la soledad de su alma.
Lloré al lado de la anciana, el atardecer llegó y se me antojó, el sol
más triste que jamás haya visto. Mis heridas se enrojecieron y
entendí que Kennel Mathison estaba con nosotras, aunque no podía
verlo.
¡Gracias Ana! susurró una dulce voz en mi mente, y la anciana ya no
despertó.
Una brisa gélida me acarició el rostro y como en un sueño, vi como
una mujer hermosa caminaba agarrada de la mano de una pequeña
y se encontraba con su alma gemela. Los tres caminaron sin mirar
atrás y se alejaron hasta que los perdí de vista.
Cuando La Muchis y Fabián me encontraron, lloraba inconsolable
sobre el cuerpo de la anciana Julia Mathison.
<< La vida es un instante misterioso, en cambio la muerte es eterna
y sencilla, al final del camino te espera otra especie de amanecer>>.
Pensé, dándole un beso en la frente a mi amiga Julia. Desde esa
noche los rasguños que me había hecho en Nabusimake,
desparecieron.
Nos hicimos cargo del sepelio de la ancianita, entre todos pagamos
los gastos de la funeraria, y alcanzamos a colocar una hermosa
lapida con el siguiente epitafio:
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
“En este lugar santo yacen los restos de nuestra amada Julia Mathison, y descansan en la paz de Dios… tres almas”
La Cienaga- Magdalena + 29-03-2013
No he vuelto a soñar con Kennel o Julia, duermo profundamente sin
que nada haya vuelto ha perturbarme jamás.
EL RETORNO AL VALLE
- ¡ANA HAY NUEVO LANZAMIENTO! El grito retumbó en toda la
casa.
- ¿Cómo? Pregunté sin saber de qué se trataba.
Durante los siguientes días a la muerte de Julia, hice maletas y me
preparaba para poder asistir al Festival de la Leyenda Vallenata, en
Valledupar.
Rossana gritaba y brincaba como loca.
- ¿Hija de Dios, qué pasa? Preguntó Yuli.
Cuando salimos a ver de donde provenían los gritos. Rossana estaba
en la sala de la casa, y la acompañaba José Jorge. Lo cual explicaba
la emoción de Rossana.
- Hola Ana, he venido por Ustedes. Al ver a mi gran amigo
arhuaco, corrí y lo abracé con todas mis fuerzas.
- Ana, José Jorge dice que acaban de anunciarlo, que hay
lanzamiento de Silvestre en Valledupar en el mes de Junio.
- ¿Como se llama el lanzamiento? Pregunté emocionada de
verla así y de ver a José Jorge.
- La Novena Batalla.
- ¿Cómo así, qué nombre es ese? Preguntó Yuli brincando como
una cabra.
- Lo dijeron en la radio del autobús en el que venía. Dijo
tranquilamente José Jorge, al parecer se llama así porque es el
noveno de los trabajos discográficos de tu amado ídolo.
Gritamos, brincamos llenas de vida y de alegría, un lanzamiento es la
mejor noticia que puede recibir un silvestrista original.
Durante ese día conversamos de todo lo que ocurrió con El Duende;
y de la forma, en que entendimos que era un espíritu errante o alma
en pena, que habíamos logrado encontrar a su esposa Julia, y que
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
ahora descansaba en paz. José Jorge escuchaba atentamente todo
cuanto pude contarle, y asentía ante cada conclusión nuestra.
- Lo único que voy a rogarte Ana, es que nunca vuelvas a ir a La
Sierra Nevada, Nabusimake no es un lugar para ti, y será lo
mejor para todos. Dijo con una enorme sonrisa. Despidan a
sus amigos, mañana a primera hora partimos, Rossana te
quedas en Aracataca antes que tu mama me mate, yo sigo
para mi tierra y Ana regresas a Valledupar.
Las despedidas siempre son tristes, pero esta en especial fue muy
alegre, nos despedimos con la promesa de vernos en junio para el
lanzamiento en Valledupar, y a Kike le prometí enviarle el dinero
para que fuera al concierto con su mamá y hermanita. Stefany
prometió colaborarme y llevarlos con ella. Y La Muchis y Fabián
aseguraron hacer todo lo posible en asistir, ya vivían en una casita
alquilada, y ambos trabajaban mucho en la construcción de un hogar
para los dos. Muy especialmente me dolió dejar atrás a mi amiga
silvestrista cienaguera, Yuli Vanesa me había enseñado el verdadero
silvestrismo, el más humilde y el más alegre, si no hubiera sido por
ella y su espíritu incansable, jamás hubiera conocido La Cienaga
Grande.
Nos dijimos “Hasta pronto”.
Adiós Mathias que seas muy feliz. Te amo.- Pensé tan pronto arrancó
el autobús.
Y deshice mis pasos, el retorno fue emocionante, en primer lugar
porque abrigaba en mi corazón cada recuerdo, cada rostro y la
sonrisa de cada uno de ellos estaba impresa en mi mente; y en
segundo lugar, porque en ese retorno, José Jorge se sentó con
Rossana en el autobús; y por fin esas dos almas, se dijeron lo que se
tenían que decir. Traté de no espiarlos, pero los vi muy juntos, y mi
amiga brillaba de felicidad.
Al bajarse Rossana en Aracataca, me abrazó fuertemente y
prometimos vernos en junio. Cuando se despidió de José Jorge para
mi sorpresa, él le dio un hermoso beso en los labios. El amor
definitivamente se encontraba en aquellas tierras.
En nuestro regreso pasamos por Bosconia y me dolió profundamente
no quedarme, deseaba de corazón ver a los muchachos y sobre todo
a Katherine y Danielita.
- Ana te aseguro que están bien. Dijo José Jorge. Aunque un
poco tristes por no haber asistido a la dichosa fiesta donde
casi todos van presos. Cuando nos enteramos, reímos hasta
más no poder, Gunter tiene una forma peculiar de contar las
cosas, y no les quedó más remedio que aceptar que tienen
vidas reales con las cuales deben cumplir. Me imagino que ya
Katherine sabrá lo del fulano lanzamiento y Daniela debe estar
insufrible. Ustedes las mujeres tienen una bonita forma de
complicar la vida, más allá de todo pronóstico y de toda
solución.
- De otro modo, sería muy aburrida la vida. Dije sonriendo.
Estoy convencida que una silvestrista extrema como Katherine
buscará la forma de ir al valle en Junio, pero Danielita la tiene
muy difícil.
- Ana ¿Y Mathias? Preguntó mi amigo. ¿lo encontraste?
- Si, está hermoso, lo vi un día en un semáforo, casi me muero
al verlo. Esta muy bien.
- ¿Y? me preguntó frunciendo el seño.
- ¡Nada! Él esta bien y lo demás no tiene importancia. Dije
zanjando ese asunto.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Viajamos en silencio, cada quien en el mar de sus ilusiones y
pensamientos.
- ¡Vamos por esa Novena Batalla! Pensé y apreté fuertemente el
amuleto de Daniela.
- Este camino llega a su fin, ese concierto es mi última batalla.
VALLEDUPAR
Por la ventana del autobús vi a José Jorge con su traje típico de
arhuaco, blanco como una nube, con su hermoso cabello largo al
viento. Se había bajado en la parada de Pueblo Bello. Levantando
ligeramente nuestras manos nos dijimos adiós.
En el horizonte se podía ver La Sierra Nevada de Santa Marta, una
hermosa cadena de montañas que abrigaban los secretos más
antiguos de la tierra. Según los arhuacos, en esas montañas se
encuentra el equilibrio del planeta, su principio y fin. Imaginé el
pueblito de Nabusimake en mi mente y sin saber por qué, envié un
beso en el viento, recordé a Kennel y recé por su descanso eterno.
Cuarenta minutos después volvía a ver los frondosos árboles del
valle, pero ahora el sol había descendido a sus hojas. Valledupar
estaba en lo que podemos denominar plena primavera, los
cañahuates estaban florecidos, y sus hojas eras amarillas, tan
hermosas como los rayos del sol. Era una época en la cual estaba
agradecida con la vida, por encontrarme aún en aquellas tierras. Ir al
Valle del Cacique Upar en abril, era estar bendecida por el destino.
Esa misteriosa fuerza que me mantenía con los ojos abiertos de par
en par, al mundo que había comenzado con un trago rojo, llamado
“Silvestrista”.
- ¡Chinita! ¡Chinita! Un hombre gigantesco me esperaba en el
Terminal de Valledupar, no podía ser otro que el compadre de
José Jorge, me lance a sus enormes brazos, y le di un efusivo
beso en la mejilla. José Luís, en muy poco tiempo se convirtió
en el mejor, alcahueta, que un silvestrista pueda tener. Te
conseguí donde quedarte, así no pagas hotel chinita, mi amiga
se llama María Clara, y vive muy cerca del río Guatapurí, es un
lugar sencillo, pero se que te va a gustar.
- ¡Gracias José Luís! Dije brindándole la más bonita de mis
sonrisas.
- El compadre más o menos me contó como te fue por Bosconia
y La Cienaga, así que me imagino que ahora eres pobre.
Reímos camino al nuevo hogar que compartiría. Me alegró saber que
había elegido a Maria Clara por ser silvestrista, con quien podría
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
pasar el Festival de la Leyenda Vallenata e incluso quedarme para el
lanzamiento de La Novena Batalla. La casita quedaba muy cerca del
Guatapurí, el rumor de sus aguas se podía escuchar claramente.
Estar cerca del agua se había convertido para mí, en una fuente
inagotable de energía.
Cuando entramos en la casa, el volumen de un enorme reproductor
hacía vibrar las ventanas. Indudablemente sonaba una canción de
Silvestre, una que me gusta en demasía, “Muchachita Bonita”, era
como llegar al mejor lugar del mundo, donde te recibe, no solo la
voz, sino la propia composición de tu ídolo. Al escucharla comencé a
cantarla colocando mi maleta y mochila en una silla, allí mismo me
puse a danzar alrededor de José Luís. Mi amigo me observaba
muerto de risa.
- Ustedes los silvestristas son un caso serio de locura musical.
Dijo bajando el volumen. ¡MARIA CLARA CARAJO! en esta casa
entra hasta el gato y nadie se da cuenta. ¡MARIA CLARA!
- Por qué le bajas el volumen. Súbele. Súbele. “Hay tenemos
que adorarnos así, tenemos que adorarnos más, tu tienes que
ser para mí, ay no lo dudes más”. Cantó Maria Clara. Al verme
me abrazó. Ya estaba acostumbrada al cariño efusivo del
silvestrismo.
- Ana, niña que te he estado esperando, José Luís me dijo que
llegabas en estos días, pero ya quería que estuvieras aquí,
alquilé habitaciones de la casa por el festival, pero te guardé
una muy especial, tiene una ventana que da a la calle y por
las noches vas a escuchar la voz del Guatapurí.
Era un lugar muy colorido, sencillo, pero impecable, María Clara era
una joven de alegres expresiones, piel canela y cabellos ondulados,
en su mirada, el brillo silvestrista me daba la tranquilidad de que
seríamos excelentes amigas. Esa tarde me acosté temprano, estaba
cansada por el viaje. En la pequeña habitación tenía todo lo
necesario, incluso tenía incorporado un baño pequeño que no se
compartía con los demás huéspedes, por lo que, tuve por fin, un
poco de privacidad. Adormecida, escuche el rumor intenso de las
aguas del Guatapurí, me sentí acunada por ese sonido y caí en un
sueño profundo, hasta que con los primeros cantos de los gallos, me
levanté totalmente renovada.
Maria Clara estaba en la cocina preparando café, así que luego de
alistarme, la acompañé y entre las dos hicimos el desayuno a base
de arepa y huevos revueltos.
- Esta es la tortilla más grande que he hecho en toda mi vida.
Dije al batir 15 huevos, en un enorme tazón.
- Y falta otra Ana, solo ofrezco el desayuno a los huéspedes,
ellos se las arreglan el resto del día.
- ¿Y cuantas personas hay en la casa?
- Con nosotras dos, somos quince almas.
- ¡Caramba! Es bastante gente. Dije al ver como se extendía
una enorme tortilla sobre el sartén.
- Así se pone el valle por el festival.
En una enorme mesa de madera en el patio de la casa, fuimos
sirviendo el desayuno, café negro y café con leche, y de diferentes
habitaciones tan pequeñas como la mía, comenzaron a salir
visitantes que apremiaron sus desayunos para irse a recorrer
Valledupar. Conversé con algunos de ellos, varios de los cuales
visitaban por primera vez la ciudad. Desayunamos a la luz del sol
calido y la brisa fresca que baja de la montaña. Recordé las mañanas
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
que había vivido, cuando Mathias estaba en mi vida. Y sentí como
una especie de golpecitos en el corazón.
Poco a poco el comedor fue quedando vacío, así que el montón de
platos no fue normal. Mientras lavamos todo, Maria Clara, alegró la
mañana con la música de Silvestre a todo volumen.
- Es sábado, los sábados son buenos. Comento Clara.
- ¿Si, para que lo son? Pregunté animada.
- Para bañarse en el río.
- ¿En el Guatapuri?
- ¡Claro Ana! Aunque dicen que si te bañas en sus aguas, te
quedas en Valledupar. Dijo con los ojos como plato.
- ¡Excelente! Entonces busco una toalla y nos vamos al río.
Escuchar el rumor del agua, y ver la luz del sol entre las rocas, no
tiene comparación con meter tu cuerpo en aquel río, aunque muy
frío, se compensa con ver la hermosa Sirena dorada rodeada de
cañahuates florecidos, es una imagen que te deja sin aliento.
Permanecimos horas en el agua, al igual que muchas personas,
algunos niños jugaban alegres en sus orillas, otros preparan su
almuerzo, era increíble estar en medio de la ciudad como si
estuviéramos retirados de todo, y sin embargo al cruzar la avenida
te encuentras con el universo moderno.
- Ana te quedas para el Lanzamiento ¿Verdad?
- Si, eso deseo hacer Clara.
- ¡Excelente! Hay que planear muchas cosas, las vallas, las
camisas, incluso si nos ponemos de acuerdo con amigos,
podemos hacer una especie de vigilia, la noche antes del
concierto.
Definitivamente José Luís no pudo conseguirme una cómplice mejor.
Extrañaba a mis hermanas silvestristas más que a mi madre, pero en
este viaje a cada esquina encontraba una nueva hermana.
- Esta noche vamos al parque de La Leyenda Vallenata, para que
puedas presenciar el festival, es increíble, hoy te enamoras del valle.
Durante varios días atendimos a los huéspedes, y por las noches
asistíamos a las competencias de los acordeoneros, que de todas
partes venían buscando la corona del rey vallenato. Asistir al festival
me enseñó un universo desconocido. Melodías tristes, me llegaron al
alma, así como las alegres, que bailé y aplaudí hasta más no poder.
En algunas oportunidades y cuando el trabajo se lo permitía José Luís
nos acompañaba, y caminábamos por la Plaza Alfonzo López en
noches de estrellas. Es imposible no entender cómo esta tierra trae
al mundo a poetas tan maravillosos, que sin duda siempre serán
inmortales como el maestro Leandro, alguien a quien llevó en mi
corazón aunque jamás lo haya conocido, pero que no es necesario,
ya que el río Guatapurí y los árboles de Valledupar, me susurraron,
cómo era su alma.
Un lugar que donde descansan los restos de otro inmortal, que con
sus composiciones da a conocer en cada rincón del universo, que
existe una tierra tan hermosa como lo es Valledupar, el maestro
Rafael Escalona, quien como nunca quiso irse del valle, construyó su
casa en el aire. Una hermosa casita en la cual habitará hasta el fin
de los tiempos, y a donde solo pueden, subir poetas y cantores de
Valledupar.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
(9ª BATALLA)
Abril voló y de la noche a la mañana, el mes de mayo desapareció,
conocí cada rincón del Valle. Me enamoré de su historia y sus poetas;
de sus árboles, y sus Marías Mulatas, aves de plumas negras y ojos
amarillos, a los cuales llamo “cuervos”.
Con junio llegó al valle una ola gigante de personas, quienes venían
de cada rincón de Colombia, Venezuela e incluso de otros países,
miles y miles de hombres, mujeres y niños, que visten de rojo y
bailan al son de la voz de un ídolo. A Valledupar llegaron “Los
Silvestristas.”
Solo faltaba un día para el concierto, en todas las emisoras radiales
sonaban las nuevas canciones de Silvestre, una más emocionante
que otra, con notas de acordeón increíbles. El nuevo CD estaba
desde el día anterior a la venta, durante un buen rato hicimos fila
para poder comprar el nuestro. Clarita se negaba a salir de casa,
escuchando La Novena Batalla. Durante día y noche, en todas partes
sonaban canciones como “La Difunta”, “Lo ajeno se respeta” y “La
Ciquitrilla”. Era una locura, en los autobuses, en las tiendas, en taxis,
en la calle, en las motos.
No puedo explicar lo feliz que me hizo caminar por Valledupar por
aquellos días, todo era alegría, todo era Silvestre Dangond. Escuche
mil veces “Loco Paranoico”, una canción que le regresaba a mi alma
todo lo que sentía por Mathias, estaba ansiosa por gritar esa canción
en el Parque de la Leyenda Vallenata: “Pasamos la vida peleando y
amando, tirando y rescatando nuestro amor al fin, fui a darte un
besito y me gritaste no, pero fue inevitable el silencio llegó, y en un
beso profundo nuestro amor voló, y voló y voló y el mundo estalló…”
Completamente enamorada de cada canción, las memoricé una a
una, y al cantarlas sujetaba con fuerza mi amuleto rojo, pidiendo al
destino mi único deseo. Un beso. Me aferraba a esa idea huyendo de
la tristeza que me causaba no estar con Mathias.
Esa tarde, esperaba con ansias locas un autobús en particular, uno
que venía desde La Cienaga. Una a una me comí las uñas, José Jorge
me había llamado diciéndome, que si vendrían al concierto, pero no
quiso decirme ni cuantos, ni quienes, así que, no sabía a quien
esperaba en realidad. De un autobús verde comenzaron a descender
muchos silvestristas, todos vestidos de rojos y con las sonrisas más
espectaculares del mundo, pero ninguno me era conocido, hasta que
de pronto. Escuché a mis espaldas, que alguien gritaba mi nombre.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¡ANA, ANA LLEGAMOS ANA! Katherine vestida completamente
de rojo, movía los brazos para que la viera. Corrí con Maria
Clara a su encuentro. Abracé a mi hermana silvestrista y las
lágrimas empezaron a fluir.
- Katherine, eres tú, que dicha. Dije completamente feliz.
Sin siquiera poder respirar, uno tras otro me abrazaron y pronto
fuimos una masa enorme y roja de personas que nos abrazábamos
formando una montonera. La Muchis, Fabián, Oscar, Gunter, Yuli
Vanesa, Rossana, José Jorge, Stefany, Alexis, y hasta Alejandro con
su bandera roja, todos habían venido. Cuando quise preguntar por la
más chiquita de las silvestristas, ella ya se abrazaba fuertemente a
mí. Danielita, había logrado un permiso especial de sus padres, bajo
el cuidado de José Jorge, así que durante un buen rato nos
abrazamos, lloramos, reímos. Pero permanecimos en el Terminal,
alguien faltaba. Yo entre tantas alegrías no sabía a ciencia cierta
quién más llegaría.
Hasta que vi sus ojos hermosos, Kike llegaba en otro autobús con
Niurka, y María.
- Ahora si estamos completos. Dijo Katherine abrazándome.
El niño vería a Silvestre, todos habíamos colaborado con algo de
dinero para que lograran asistir al lanzamiento. Y por su parte Maria
Clara, se negó a recibir huéspedes en su casita, para poder acoger
esa noche a los silvestristas. La dicha llenó la casa, risas, cantos,
gritos, bailes, todo era un jolgorio. A eso de las ocho de la noche nos
fuimos como una tropa a orillas del río Guatapurí, liderados por la
guitarra de Fabián, con vasos plásticos y velas, las encendimos y
como en una vigilia comenzamos a entonar todas las canciones de
Silvestre, pronto se fueron uniendo silvestristas de todas partes,
cantamos, bailamos, brindamos. Como una hermandad nos
preparábamos para el día siguiente, para el Lanzamiento en el
Parque de la Leyenda Vallenata de LA NOVENA BATALLA.
Cuando vi a Katherin Porto en el Guatapurí con familiares y
miembros del Club, sentí ganas de salir corriendo, en cualquier
momento vería a Mathias, algo que no soportaría.
Verlos a los dos como en el porta retrato de la habitación de mi
hermana silvestrista.
- ¡Hola Ana! Me saludó muy animada. Intenté mantener la
calma, mientras la saludaba, y todos los muchachos le dieron
la bienvenida. Me sentía mareada y apunto de vomitar, los
nervios que me causó pensar, en que, Mathias estaba allí,
eran insoportables. ¿Ana te sientes bien? Preguntó
brindándome una hermosa sonrisa. Hay alguien que desea
verte Ana. Mathias está el puente, ve a verlo.
- No, no puedo. Dije apunto de desmayarme. Él es tu novio, yo
respeto eso Katherin.
- ¿Qué dices Ana? Mathias es como mi hermano. Ahora entiendo
porqué no me visitaste más. Creíste que éramos novios.
- ¿Mathias no es tu novio?
- No Ana, es uno de mis mejores amigos. Cuando le dije que
estuviste en la casa, salió como loco a buscarte pero nunca
encontró a nadie en la casa de Yuli Vanesa, te buscó durante
días pero no pudo dar contigo. Esperamos que fueras a
visitarme algún día, pero tampoco ocurrió, hasta que Yuli me
contó que estarías aquí para el lanzamiento. Él ha venido a
verte. Corre ve a buscarlo, está en el puente tratando de
encontrarte.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Todos los sentimientos se me atragantaron en el pecho, la abracé, la
besé en las mejillas, y salí corriendo en dirección al puente, esa
noche miles de silvestristas estaban desbordados por las calles, fue
realmente difícil llegar hasta el puente. Sin aguantar lo que sentía en
el corazón grité, grité muchas veces su nombre.
- ¡MATHIAS! ¡MATHIAS! ¡MATHIAS!
Entre la multitud lo escuché claramente gritando mi nombre, hasta
que pude verlo. Era Mathias, corrí a sus brazos llorando de la
felicidad, no era novio de mi hermana silvestrista, durante meses
estuve sufriendo sin ninguna razón. Nos abrazamos como los
hermanos que no éramos, nos extrañábamos el uno al otro, nos
necesitábamos, y sin decir nada, nos besamos completamente
enamorados, en un mar rojo de gente. Un mar Silvestrista.
La felicidad llega a nuestra vida cuando menos la buscamos, tal cual
como me había dicho La Nana en LaCienaga Grande “la vida es
mucho más simple de lo que crees, sin buscar, encontrarás.”
Y sin esperar nada del destino, él me devolvió al hombre que amaba,
mis hermanos silvestristas estaban dichosos de conocer por fin al
Mathias de Ana, lo recibieron con el abrazo de costumbre como si
fuéramos jugadores de fútbol americano, unos arriba de otros.
Esa noche Martín el hermano gemelo de Mathias se nos unió a la
celebración y no solo yo encontré el amor, Katherine mi silvestrista
delictiva, jamás volvió a alejarse del lado de Martín, ambos se
enamoraron. Creo que fue amor a primera vista. Jamás pensé que
Katherine y yo nos pareciéramos tanto, no solo éramos ahora
silvestristas extremas, sino que, el rostro de nuestro amor era el
mismo, tanto en el amor real, como el amor imaginario.
- Ana, no sabes cuanto te he buscado. Dijo Mathias cuando nos
quedamos por fin solos al amanecer. Todos en la casa dormían, y
solo nosotros aún nos resistíamos a descansar.
- Yo creí que te buscaba también, pero prácticamente me perdí en
mi búsqueda y cuando vi tu foto en el cuarto de Katherin Porto,
pensé que había llegado muy tarde.
- Ahora entiendo tu mirada vacía, el día que nos vimos en La
Cienaga. A Katherin la amo con toda mi alma, pero como a una
hermana.
- Lo sé, pero entiéndeme, ella es hermosa, pensé, pensé… Y él
silenció mis palabras, con un beso.
Vamos Ana ya amanece, debes dormir mañana es tu novena batalla.
SI SE VA A CAER EL PARQUE…
A las nueve de la mañana del día del concierto La Novena Batalla, los
silvestristas, corrían de un lado para el otro en la casa de María
Clara, unos desayunaban, otros intentaban vestirse, los más
rezagados apenas de estaban bañando. Los observaba atentamente
desde la mesita de la cocina, sorbiendo una enorme taza de café
negro.
- ¡CAMISAS ROJAS! Gritó Katherine desde la cocina.
- ¡LISTAS! respondió Rossana desde la sala. Hacían una interminable
lista de todo lo que llevaríamos en las mochilas.
- ¡GORRAS ROJAS!
- ¡LISTAS!
- ¡BLOQUEADOR SOLAR!
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- ¡LISTO!
- ¡AGUA MINERAL!
- ¡LISTA!
- PANCARTA DEL CLUB
- NO ESTÁ, ¿QUIEN LA TIENE? Preguntó a gritos Rossana y pasó por
la cocina en dirección al patio.
Al parecer la pancarta se había extraviado la noche anterior durante
la vigilia, Rossana y Katherine la buscaban como locas.
- ¡TENEMOS LA BANDERA DE ALEJANDRO! Gritó Katherine.
- Esa sirve. Murmuré tomando el vital líquido.
- ¡Buenos días, bonita! Y sus ojos iluminaron mi vida. Mathias
me dio un dulce beso en los labios. Y se sentó en un taburete
para desayunar. Era mágico poder verlo por fin como si jamás
nos hubiéramos separado.
- ¿Estas lista? Preguntó.
- Totalmente lista. Aseguré sirviéndole una taza de café. ¿Y tú?
- Pues tengo las entradas a mano y ya me vestí de rojo, así que
solo espero por ustedes. ¿Vamos a la caravana?
- ¡NO! NI SE LES OCURRA. Gritó Gunter desde su habitación.
- Podrían dejar de gritar. Dijo Alejandro entrando a la cocina.
Gunter tiene razón, debemos irnos directo a las puertas del
parque. Tengo entendido, que así, es más fácil entrar de
primeros y estar en las barandas cerca de la tarima.
- Si, es lo mejor, cuando todos estén listo nos vamos al Parque
de una vez. Dijo Mathias.
- ¿Alguien me puede decir porque hay tantos gritos? Preguntó
desde el umbral de la puerta José Jorge.
- Rossana y Katherine están buscando su pancarta silvestrista.
Respondió Mathias.
La felicidad que se respiraba era increíble, estábamos emocionados
por el lanzamiento del nuevo CD, enamorados, dichosos. No conozco
una locura mas hermosa, que la de ser un silvestrista.
- ¡EL QUE SE QUEDO SE QUEDÓ! Gritaba Maria Clara.
A la una de la tarde, comenzamos a reunirnos fuera de la casa, para
ir caminando hasta el parque de la Leyenda Vallenata.
- ¡EL QUE SE QUEDO SE QUEDÓ!
Cuando comprobamos que estábamos todos afuera, Maria Clara
cerró la casa, y como toda una tropa, nos dirigimos al parque.
Efectivamente fuimos los primeros en llegar, y en una hermosa fila
india, mis amados silvestristas y yo, nos preparamos a esperar. Poco
a poco se fueron acercando silvestristas que al igual que nosotros se
había decidido por hacer fila, en lugar de asistir a la acostumbrada
caravana que Silvestre realiza cada lanzamiento, y a la cual, asiste el
pueblo entero.
- En una batalla las estrategias son indispensables. Nos
explicaba Gunter. De irnos a la caravana corremos el riesgo
hasta de quedar fuera del concierto.
- ¡SEÑOR, SI SEÑOR! Gritamos todos.
- El que se mueva, queda excluido de la tropa, aguanten sol que
a eso vinimos.
- ¡SEÑOR, SI SEÑOR! Gritamos hasta destornillarnos de la risa.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Aunque el medio día en Valledupar es inclemente, los silvestristas
desarrollamos algo en nuestro interior que nos permite resistir, hasta
las condiciones climáticas mas extremas. Ni idea teníamos de lo que
nos esperaba al atardecer. Cantamos, reímos, merendamos en plena
calle, unas veces de pie, otras, desparramados por el suelo. Cuando
estas al lado de tus hermanos silvestristas, el tiempo parece
anularse. Al atardecer llegaron dos cosas, una era la marea roja que
había acompañado a Silvestre en la caravana, y con ella comenzó a
llover.
Increíblemente, llovió como si el cielo fuera a desplomarse.
- ¡NADIE SE MUEVE! Gritaban unos a otros.
Cuando las puertas del parque de La Leyenda Vallenata se abrieron,
entramos ordenadamente en nuestra fila. Al pasar las pesquisas
comenzó la competencia.
- ¡A CORRER! Grité emocionada. Mathias tomó mi mano y
corrimos juntos bajo la lluvia como los niñas que jamás
dejamos de ser.
Katherine, Rossana y Yuli fueron las más rápidas, así que llegaron
primero a las barandas, todos los demás llegamos seguidamente y
también alcanzamos a estar de primeros. A mí alrededor encontré
caras conocidas, abracé a Lorayne y brincamos llenas de alegría por
estar juntas de nuevo, salude a Sergio quien bailaba más feliz que
nunca. Le lancé un beso a Hernán Gil, un gran silvestrista de
Medellín al cual conocía por redes sociales. Kike llegó corriendo con
su mama y su hermanita y se aferró a una baranda. Alejandro y su
bandera de la Cienaga Grande, ondeaba al feroz viento. La Muchis
enamorada de Fabián y los dos completamente felices. Danielita
lloraba de la emoción. Martín y Katherine bailaban al son de las
canciones de Silvestre que retumbaban, una y otra vez en todo el
parque. Vi a Rossana abrazada a José Jorge. Gunter, Oscar, Stefany,
Maria Clara, Alexis y Alejandro comenzaron a beber alegremente el
aguardiente correspondiente al lanzamiento, y con el debido brindis.
Innumerables frases y dichos de silvestre eran invocados por mis
hermanos silvestristas, esa noche no tomamos Silvestristas, el trago
rojo había quedado destinado para después del concierto, ya que
Mathias y Alexis, se había negado en revelar lo que se necesitaba
para prepararlo, y necesitaban privacidad para realizarlo, además
que jamás nos hubieran dejado prenderle fuego a las bebidas dentro
del parque.
- ¡ANA! ¡ANA! Una muchacha rubia gritaba al otro lado de
donde nos encontrábamos. Al acercarse cual sería mi sorpresa
al reconocerla.
- ¡AMPARO! ¡AMPARO! Eres tú, no puedo creerlo. Mi amiga de
Venezuela, una de las muchachas del club de tres, se hacía
presente en el lanzamiento. La abracé no se cuanto tiempo.
La lluvia no cedía, al contrario fue en aumento, y la gente iba
llenando el parque, que en pocas horas estaba a no más poder y
completamente de rojo silvestrista. Estábamos algo preocupados
cuando empezaron los truenos y relámpagos, ya que si seguía
empeorando la tormenta, lógicamente el concierto no se daría.
Con el frío que estaba haciendo, metí mis manos a los bolsillos del
pantalón, y encontré algo que había olvidado al ver a Mathias en el
puente de la Sirena Dorada. El amuleto, mi deseo.
Un fuerte dilema se me presentó en el alma, a mi lado estaba el
hombre que amaba, Mathias bailaba soportando la lluvia, contra
viento y marea. Pero al ver el amuleto rojo, y sus ojitos de botones,
recordé mi sueño. El que me mantuvo firme y me dio las fuerzas de
seguir adelante. El beso.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Cómo explicarle a tu novio, lo que sientes por Silvestre, cómo
hacerle entender que en tu alma existe un lugar inaccesible, en el
cual está tu artista, tu ídolo. Cómo hacer entender que si deseas un
beso, con toda tu alma, es como fan, y que ese deseo, no puede ser
visto como una traición. No, no es fácil explicarlo, por eso callamos y
preferimos no decirlo.
Deseo un beso… deseo un beso… Pensé una y otra vez.
Ya entrada la noche, dejó de llover y el cielo por fin se despejó. En la
tarima comenzó nuevamente la preparación de la presentación.
¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE!
¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Gritábamos todos.
Y bailando secamos nuestras ropas. La euforia silvestrista en el
parque de La Leyenda Vallenata, es casi indescriptible e inexplicable.
Esa noche de junio mi corazón se detuvo cuando salió mi ídolo desde
debajo de la tarima, entre el humo de la explosión de fuegos
artificiales.
SI SE VA A CAER EL PARQUE…QUE SE CAIGA. Vino a mi mente su voz, por
recuerdos clavados en mi alma silvestrista.
EL IDOLO SILVESTRE DANGOND
Gritos, lágrimas, risas. Éramos una masa gigante de seres humanos,
completamente felices, sin importar la lluvia, ni el cansancio, todos
absolutamente todos, estábamos allí para Silvestre, y él entregando
todo de si mismo, bailaba como nunca. Después de varios años de
muchos esfuerzos y sacrificios, el ídolo había adelgazado y vestía de
una forma muy distinta a la de diez años atrás, pero su alma estaba
intacta, solamente que ahora podía brincar mas alto.
Estábamos tan cerca de él, que los gritos de mis amigas casi me
dejan sorda, no podía culparlas por desbocarse de aquella manera,
eran incontables los sacrificios que habían tenido que hacer para
poder asistir al concierto. Cuando Silvestre interpretó La Ciquitrilla,
en realidad pensé que el parque de La Leyenda Vallenata, se nos
caería encima, y bailé tan desenfrenadamente que Mathias estaba
asombrado de ver cuanto había cambiado. Kike lloraba al ver a su
ídolo, Niurka lloraba por ver a su hijo completamente feliz,
cumpliendo un sueño. José Jorge indiscutiblemente enamorado de
Rossana, era feliz de ver que ella lo era. Katherine, Stefany y La
Muchis no hacían más que llorar. Alejandro bailaba y movía la
bandera roja como si estuviera en la ciénaga y le hiciera señas a
Silvestre como si se acercara en una piragua. Todos estábamos
dichosos, los muchachos brindaban, las muchachas gritaban. Y allí
de pié recibiendo miles y miles de aclamaciones, nuestro ídolo
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Silvestre Dangond, se acercó al barandaje, lanzó besos, extendió las
manos saludando a sus silvestristas del alma. Y por un instante
nuestras miradas de cruzaron, sus increíbles ojos amarillos brillaron
intensamente, y me lanzó un hermoso beso, pude ver cómo sus
labios murmuraron mi nombre ¡Ana!
Estos eran nuestros lugares, él en la tarima haciendo feliz a los
silvestristas, y yo entre la multitud como fan, dándole mi apoyo y mi
cariño, incondicionalmente, sin esperar nada a cambio, siendo feliz,
tan solo por el hecho de verlo triunfar como artista.
Cuando Rolando Ochoa estremeció a la multitud con su acordeón,
“Lo ajeno se respeta” fue la canción que más emoción causó a los
silvestristas, y es que, no solo se trató de Silvestre, para sorpresa
nuestra, cuando sonó el denominado pase del Monaco, salió a
escenario un niño pequeño, de cabellos rubios quién bailó a su
propio estilo y todos coreamos “Monaco, Monaco, el pase del
Monaco”. El niño abrazó a su papá. Así es, uno de los tres hijos de
nuestro artista, había bailado para todos, y cuando Silvestre se
arrodilló para abrazarlo, no pudo detener el llanto. Todos gritábamos
emocionados. El pequeño tomó el micrófono y se dirigió a todos los
presentes. “DONDE ESTAN LOS SILVESTRISTAS” Gritó, y como una
horda enardecida gritamos llenos de emoción. Silvestre y su
pequeño bailaron para nosotros de una forma muy especial. Cuando
vi los ojos de Kike, y la emoción de ver al Monaco en tarima, entendí
que ahora no era el silvestrismo únicamente lo que existiría en su
vida, sino que surgía un nuevo movimiento “El monaquismo.” Solo
Dios sabrá la dinastía que nos prepara el futuro, pero sea cual sea,
seremos felices porque el sentimiento que nos une augura un
mañana.
En el concierto un joven delgado de sonrisa brillante se acercó y me
mostró una foto hermosísima del momento en que el Monaco abrazó
a su papá. Nunca alguien había sido tan amable en los conciertos de
Silvestre, luego de varias canciones, entendía que aquel joven era el
fotógrafo de Silvestre, un ser maravilloso, que no solo nos tomó
fotos, sino que estaba pendiente de todos nosotros y nos mostraba
su cámara para que viéramos de cerca a nuestro Ídolo. Había leído
sobre él, en redes sociales siempre coloca Peres Carranza, que son
sus apellidos. Cuando volvió a acercarse, lo abracé y le di un beso
gigantesco en la mejilla, mi abrazo fue correspondido, y no me
sorprendió ver en sus ojos la chispa silvestrista, esa que llevamos
por dentro y que nos define, un brillo intenso que llevamos como
bandera, y que no tenemos ni idea cuando fue encendido, pero que
está allí. Sentí en cada uno de sus gestos, la fraternidad y el cariño
de alguien muy especial en mi vida, aunque sólo nos hayamos visto
por unas pocas horas.
Cuando ya estaba terminando el concierto, mi corazón se aceleró de
forma inexplicable.
- Mathias necesito hacer algo, o por lo menos intentarlo. Dije.
- ¿Ana, qué pasa?
- Quiero ver a Silvestre, voy a intentar colarme entre las
estructuras que dan a los camerinos.
Sus ojos me vieron con el profundo amor de siempre, sabía que él
me entendía y que era imposible detenerme.
- Te esperaré a la salida del concierto, te cuidado, si te agarran,
trata de soltarte y solo corre.
Lo abracé fuertemente, mientras mis amigas seguían bailando, y me
mezclé entre la multitud. Recordé cómo había logrado avanzar en el
concierto en Venezuela, y sin más me agaché y comencé a gatear. Al
llegar a un tremo del parque solo se interponían algunas vallas y
personas, entre Silvestre y yo. Debía darme prisa, el concierto del
ídolo Silvestre Dangond, había finalizado.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
(CAPITULO ESPECIAL II)
Salté vallas, empujé personas, corrí huyendo de escoltas, y personal
de seguridad, quienes evitaban que las muchachas silvestristas del
concierto, hicieran precisamente, lo que yo, estaba a apunto de
hacer.
Vivir intensamente ser fan de un ídolo.
Mientras corría por un largo y oscuro pasillo, pensé en mis amigos,
recordando sus sonrisas, sentía que ellos estaban conmigo en esta
locura. Apreté fuertemente el amuleto de Danielita que llevaba en la
mano derecha y seguí corriendo, rogando a Dios que Silvestre aún
estuviera en las instalaciones del parque.
Totalmente asustada, comencé a llorar sin control, cuando llegó a
mis recuerdos la canción de La Muchis, la canción de Mariana Vega,
que una noche de confidencias dedicamos a nuestro ídolo.
Recordé la primera vez que vi la sonrisa de Mathias, la misma noche
que vi por primera vez la imagen de Silvestre en un video.
¡ALTO!
¡ALTO!
¡ALTO!
Gritó alguien, ordenándome que me detuviera. Unas enormes y
fuertes manos me sujetaron y casi caemos al suelo. Usando todas
mis fuerzas me solté de mi captor.
De pronto unas luces al final del pasillo, me dieron esperanzas.
- Me siguen, me están siguiendo. No Dios, por favor no, por favor no.
Choqué de bruces con alguien que se atravesó en mi camino. Caímos
irremediablemente al suelo de forma estrepitosa, rodando hasta
quedar encima de aquel hombre.
- Discúlpeme señor, lo siento, perdóneme, perdóneme. Chillé
con los ojos cerrados. Es inútil me han atrapado. Pensé
completamente rendida.
- ¿Ana? Por Dios me has asustado.
Al oír su voz, mi corazón se detuvo. Abrí mis ojos lentamente, él me
miraba sorprendido de haberlo derribado.
Sus ojos amarillos, los había alcanzado.
Unos enormes brazos me alzaron al aire, quitándome de encima de
Silvestre.
- No, no, no, no por favor, suélteme, tengo que hablar con él,
suélteme, suélteme. Dije llorando.
- Déjala en paz, yo la conozco. Yo me hago cargo. Todo está
bien. Dijo Silvestre levantándose y limpiándose la ropa llena
de polvo.
Inmediatamente el hombre que me cargaba, me concedió la libertad.
- ¿Porque lloras bonita? Preguntó Silvestre.
- Necesito… yo necesito, yo, yo.
No podía hablar, me hacía falta oxigeno. Y las lágrimas no me
dejaban ver. Intenté secarlas y seguía llorando, era como si fuera
una niña a la que le rompió su única muñeca.
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
- Déjennos solos muchachos. Dijo y los hombres gigantes se
alejaron.
- ¿Qué pasa Ana? Prometiste ser más cuidadosa y esto no es
precisamente lo que tenía en mente. Dijo reprendiéndome.
No pude hablar, no halle palabras para decir que lo amaba.
- ¿Qué pasa Ana? No llores por favor, no me gusta verte llorar,
así no se ven tus bonitos ojos negros. ¿Qué puedo hacer por
ti? Preguntó cambiando el semblante.
Dejé que mis ojos hablaran por mí, tratando de controlarme y
respirando como si fuera la primera vez que lograra hacerlo en la
vida.
Y me miró, como jamás nadie podrá hacerlo. Sentí que entendía lo
que me pasaba, aceptando calladamente mis problemas, sueños e
ilusiones de fan.
Su sonrisa se llenó de luz, iluminando nuestras almas y sin necesidad
de decir nada, se me acercó lentamente. Con mis manos toqué su
pecho y sentí su aliento. El tiempo se detuvo, el planeta ya no giró,
no hubo sonido. Solo éramos él y yo.
Cerré mis ojos, de donde brotaron dos lagrimas enormes.
Y él me besó.
Totalmente enamorada del ser humano que era Silvestre, lo abrace y
sin tiempo ni espacio, nos besamos por única vez en la vida. No era
un sueño, no estaba muriendo. Lo estaba besando.
SILVESTRISMO DEL ALMA
Mi cuerpo temblaba entre sus brazos, no puedo decir cuanto duró el
mágico beso, solo se, que fue el instante más grande de mi vida.
Absolutamente todo tuvo sentido y razón. Comprendí la fuerza de la
determinación, esa energía que te declara la guerra y dice que, no
hay nada que no puedas hacer realidad, si te juegas el corazón en el
intento.
Luego de sentir sus dulces labios, me quedé observando su rostro,
esos hermosos ojos amarillos, cansados de años de trabajo y
sacrificio, mi ídolo era humano, muy humano. Ya no hubo nervios,
solo el instante del placer de un beso. Ambos sonreímos por lo que
habíamos hecho, como cómplices de una travesura sagrada.
¡ALTO!
¡ALTO!
¡ALTO!
De pronto, todo fue confusión, los escoltas trataban de contener a
cientos de silvestristas que habían pasado por encima de la
seguridad del evento. Un dolor me oprimió el pecho, era el momento
de decir adiós. Pero no pude despedirme, alguien de su personal, se
lo llevó inmediatamente. Silvestre apenas si miró atrás, todavía
confundido por los gritos de los fan.
Cuando la horda de hermanos silvestristas pasó por mi lado, no pude
más sostenerme en pie, así que muy pegada a la pared fría del
parque La Leyenda Vallenata, me acurruque, sentándome en el suelo
y abrazando fuertemente mis piernas.
Nos habíamos besado, no había sido un sueño. Con los dedos me
toqué la boca, sintiendo aún el calido beso de quien no era mío, pero
a quien pertenecía en la totalidad de mí ser. Sentí ganas de salir
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
corriendo, quise gritar, quise reír. Pero vi en mis manos el amuleto y
en realidad, me puse a llorar.
- ¡ANA! VAMOS PÁRATE. Katherine me había encontrado entre
la multitud.
La miré sonriendo con esa mirada que sólo un verdadero silvestrista
podía brindar.
- VAMOS ANA, MUÉVETE. Se lo llevan al aeropuerto, aún
podemos despedirnos de él.
No tuve valor para contarle a mi gran amiga mi acto de traición, no
quise lastimar sus ilusiones, ni alardear del beso más maravilloso de
mi vida. Decidí callar hasta hoy, y si alguna vez mi gran amiga llega
a leer estas páginas, espero que no me juzgue por haber guardado
silencio.
Me levante, tomé su mano y salimos corriendo, a la entrada del
parque nos esperaba la camioneta de Yuli, increíblemente, apenas si
pude entrar; en ella, estaban además Rossana, José Jorge, La Muchis,
Oscar, Gunter, Stefany, Danielita, Amparo, Fabián, y Mathias, unos
sobre las piernas de otros, todos nos dirigimos al aeropuerto
inmediatamente.
Vi a Mathias… no tenía la fuerza de decirle nada, y nada dije.
- APÚRATE YULI. Gritó Katherine. Está confirmado Silvestre sale
en el próximo vuelo a Bogotá, y de allí se va a Miami. ¡Corre!
¡Corre!
- Cállate, cállate, que me haces temblar y así no puedo.
Para relajarse mi querida Yuli colocó “EL HIT”, a todo volumen y
rápidos y furiosos fue incomparable con la camioneta silvestrista. En
pocos minutos estábamos en el aeropuerto. Salimos corriendo y para
colmo de males, todo el mundo se había enterado que Silvestre se
iba de Valledupar en el siguiente vuelo, nos mezclamos entre la
multitud.
- Déjenme pasar, por favor, permiso. Disculpe ¡Quítese!
Y no se cuantas cosas más decían los muchachos tratando de pasar
al frente de la multitud. Gritaban todos gritaban. Silvestre se
despedía de sus fan, desde un salón del aeropuerto a través de un
enorme cristal, cuando logré llegar hasta la pared de vidrio, pegué
mis manos y lo miré con todo el amor que me quemaba por él.
Silvestre me vio y se acercó. Todas las chicas gritaban su nombre.
Me miró a los ojos y vi tristeza en su mirada, fue como entender que
ésta era la vida real, él era el artista asediado por el público que lo
amaba, por su “SILVESTRISMO DEL ALMA” y yo estaba del otro lado
del cristal, como la fan que era. Lentamente se llevó los dedos a su
boca, tocó sus labios como recordando nuestro beso. Sonrió sin dejar
de verme a los ojos, inmediatamente tocó el cristal y yo hice lo
mismo. En ese micro momento nos dijimos adiós.
ANA
Que difícil es escribir esta página… Mi nombre es Ana y soy
Silvestrista, durante años huí de las tristezas y me refugié en un
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
movimiento musical. He sido una fan totalmente entregada a un
sueño. He llenado mi vida de alegría, música y amor.
Antes de cerrar este diario en el cual he descrito el sentimiento más
puro de un fan por su artista, no puedo dejar de decir, que El
Silvestrismo me curó heridas que jamás pensé que sanarían.
Encontré en mi camino a muchas personas como yo, que con su
particular alegría, llenaron mi vida de instantes que serán eternos.
Más que amigos, hice hermanas y hermanos, que aún hoy cuidan de
mí y yo de ellos.
Regresé a Venezuela, llevo una vida si se quiere, un poco más
tranquila, dejé de buscar respuestas, porque ellas llegan con los
años, mientras termino esta página, unos ojos pardos me miran con
el amor que solo puede darte, tu alma gemela, Mathias está a mi
lado viéndome escribir, y espero que así sea eternamente.
Dijimos adiós a nuestros grandes hermanos silvestristas, y con cierta
regularidad, conversamos por teléfono o por las maravillosas redes
sociales. Desde Venezuela Mathias y yo enviamos un hermoso
acordeón rojo a La Cienaga, el cual Yuli Vanesa entregó al niño de
ojos de caramelo, y por lo que me han contado, no hay un pequeño
que toque el acordeón con tanto sentimiento, como él a las orillas
del Mar Caribe.
Me han contado que Rossana encontró el camino a Nabusimake,
entregó su amor a José Jorge y habita en esa tierra mágica, donde es
la más feliz de todas las mujeres. Martín permanece al lado de
Katherine y cuida de ella con un fervor único, mi gran amiga ha
pasado por la perdida de su padre, y el silvestrismo aún cura ese
enorme agujero en su corazón. Sé que Silvestre la ayudará con sus
canciones a encontrarle sentido a la muerte de los seres queridos,
porque eso precisamente hizo conmigo y mí amada Teresa.
Alguna vez me contaron que La Nana ahora forma parte de las almas
de La Cienaga Grande, yo la recuerdo en su casita de palafitos
contemplando el atardecer, y sus profundos ojos grises habitaran en
mi memoria hasta el día en que deba ir a su encuentro.
Nuestro amado negrito de la Cienaga, Alejandro aún sigue tocando la
flauta a orillas del pantano, y me imagino que jamás esa bandera
roja dejará de ondear al compás del viento.
Danielita cumplió sus maravillosos dieciocho años, estudia mucho,
porque desea ser una mujer hecha y derecha no solo para su familia,
sino para sus amigos. Ha prometido visitarme algún día. Stefany se
enamoró de Gunter y ahora, mi amigo incorregible vive en La
Cienaga, cerca de La Muchis y Fabián, quienes tienen una hermosa
niña llamada Ana Fabiana.
Recordar sus rostros… su cariño, me hace un nudo en la garganta,
jamás nadie ha podido estar más en deuda con la vida, que yo. De
Oscar dicen que está trabajando en Bogotá, así que es de quien
menos se, pero estoy convencida, que allí está luchando por sus
sueños, frotando su frente cuando esta preocupado, tratando de
encontrar las ideas que lo lleven a ser un hombre mejor.
Aún cuando vivimos en la misma ciudad, veo muy poco a Raquel o a
Amparo, tienen vidas reales, pero se que no dejan de luchar por el
silvestrismo, día tras día. Las llevo en mi corazón y se que en un
futuro no muy lejano, alguna aventura espera por nosotras.
José Luís por fin le declaró su amor a Maria Clara, y por las noches en
Valledupar, no hay una casa con más escándalo que esa, donde la
alegría se desborda, los vecinos no se quejan porque siempre suena
“Vallenato”.
Y Silvestre, de él siempre tengo noticias gracias al Twitter o el
Facebook, dos maravillas de nuestra era, las redes sociales. Lucha
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
todos los días de su vida por expandir el Silvestrismo, ha comenzado
a conquistar varias ciudades de Europa y países de Latinoamérica.
Lo imagino meciéndose en una hamaca, soñando, siempre soñando,
con sus brillantes ojos amarillos y su voz de mago, con su guitarra en
la mano y escribiendo canciones de amor, siempre de amor… porque
Nació en Urumita, un pueblito en Colombia, tierras en donde estoy
convencida que nacen los poetas y los inmortales.
Fin.-
Que el final de mi diario, sea apenas el inicio del tuyo, que el silvestrismo encuentre en ti, al más grande de todos los fan de Silvestre Dangond.
Con amor Ana.
13-03-2014.-
EPILOGO
DIARIO DE UN SILVESTRISTA
Querido Silvestre, estoy en frente de tu casa,
las manos me tiemblan y no se si recibas lo
que dejaré debajo de tu puerta. En este diario
están contenidos los sentimientos de algunos
de tus silvestristas, he tratado de ayudarme
con la imaginación y solo tú puedes descubrir,
que es cierto y que es fantasía. No tengo
palabras para agradecerte todo lo que has
hecho por mí; por todos nosotros, tu alegría
llena de luz, hasta los momentos más oscuros.
He querido que el tiempo no borre los
sentimientos, sueños ilusiones ni sensaciones
que hemos pasado a tu lado, desde el otro
extremo del escenario como fan, quiero con mi
alma entera, darte las gracias por cada uno de
tus esfuerzos. Espero que algún día, cuando
tus hijos sean ya hombres grandes, puedan
leer en estas páginas, lo maravilloso que fue su
padre para millones y millones de personas,
que con su voz y cada uno de sus bailes, hizo
un mundo mejor para Los Silvestristas… tus
ojos iluminarán mi vida eternamente.
Con todo el amor de mi alma
Marlyn Becerra Berdugo.-