desaparecidos de la espuma

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55 MÓNICA MARÍA DEL VALLE IDÁRRAGA Desaparecidos de la espuma El papel de un escritor no es decir lo que todos podemos decir, sino lo que no somos capaces de decir (Anais Nin) Al inicio de su pequeño tratado sobre el misterio y el sobresalto (“Lo siniestro”), Freud confiesa su escepticismo frente a lo espectral: “desde hace mucho tiempo no he experimentado ni conocido nada que me pro- dujera la impresión de lo siniestro, de modo que me es preciso evocar deliberadamente esta sensación, despertar en mí un estado de ánimo propicio a ella” (1). Terminando ya su análisis, es claro que la literatura está en un lugar privilegiado para producir esa sensación de mucho más que simple angustia: “lo siniestro en la ficción —en la fantasía, en la obra literaria— merece […] un examen separado. Ante todo, sus manifes- taciones son mucho más multiformes que las de lo siniestro vivencial, pues lo abarca totalmente, amén de otros elementos que no se dan en las condiciones del vivenciar. […] la ficción dispone de muchos medios para provocar efectos siniestros que no existen en la real” (Freud, 12). Los hijos del paisaje, el poemario en prosa de Maríamatilde Rodríguez, publicado en el 2007, utiliza la ficción del “lugar lleno de fantasmas”, siniestro, a modo de comentario sobre la relación de la isla de San An- drés con Colombia. Este libro es una especie de quejido intenso, muy bien medido, a veces plegaria, a veces carta de amor, a veces reclamo; es un libro sobre el que el poeta Juan Manuel Roca, su prologuista,ha dicho, y con justa razón, que es “bello e inquietante” y sin antecedentes (vii). Maríamatilde Rodríguez es barranquillera, vive desde hace años en San Andrés isla y, como abogada, ha trabajado en derechos humanos en lo

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Ensayo sobre la obra Los hijos del paisaje, de Mariamatilde Rodríguez. A propósito de la encrucijada de la isla de San Andrés-Colombia

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    MNICA MARA DEL VALLE IDRRAGA

    Desaparecidos de la espuma

    El papel de un escritor no es decir lo que todos podemos decir,sino lo que no somos capaces de decir

    (Anais Nin)

    Al inicio de su pequeo tratado sobre el misterio y el sobresalto (Losiniestro), Freud confiesa su escepticismo frente a lo espectral: desdehace mucho tiempo no he experimentado ni conocido nada que me pro-dujera la impresin de lo siniestro, de modo que me es preciso evocardeliberadamente esta sensacin, despertar en m un estado de nimopropicio a ella (1). Terminando ya su anlisis, es claro que la literaturaest en un lugar privilegiado para producir esa sensacin de mucho msque simple angustia: lo siniestro en la ficcin en la fantasa, en laobra literaria merece [] un examen separado. Ante todo, sus manifes-taciones son mucho ms multiformes que las de lo siniestro vivencial,pues lo abarca totalmente, amn de otros elementos que no se dan enlas condiciones del vivenciar. [] la ficcin dispone de muchos mediospara provocar efectos siniestros que no existen en la real (Freud, 12).Los hijos del paisaje, el poemario en prosa de Maramatilde Rodrguez,publicado en el 2007, utiliza la ficcin del lugar lleno de fantasmas,siniestro, a modo de comentario sobre la relacin de la isla de San An-drs con Colombia. Este libro es una especie de quejido intenso, muybien medido, a veces plegaria, a veces carta de amor, a veces reclamo;es un libro sobre el que el poeta Juan Manuel Roca, su prologuista,ha dicho,y con justa razn, que es bello e inquietante y sin antecedentes (vii).Maramatilde Rodrguez es barranquillera, vive desde hace aos en SanAndrs isla y, como abogada, ha trabajado en derechos humanos en lo

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    tocante a desaparecidos en alta mar. La dedicatoria del libro, ya poticade suyo, es abrebocas a este escenario:

    A Peterson, desaparecido hace ms de 12 aosA Fernando Archbold, desaparecido en Bajo Alicia

    A Jorge Luna, desaparecido cuando navegaba en el RosalindaA los hermanos de Miss Haissel, perdidos en las crceles de Tampa

    A Nito Bent, Leonard Hudson, David Livinstong, ReynaldoDowkeings y Claudio Hooker, desaparecidos en el Distrito FederalA todos los desaparecidos en la ruta hacia las costas de Yucatn

    A los ms de trescientos desaparecidos de la espuma

    Este es el nico libro suyo publicado (aunque no el nico escrito), y esttraducido al italiano. En el conjunto de la literatura de la isla, Los hijosdel paisaje es sui generis. Los temas que obsesionan a las obras sobre SanAndrs incluyen el violento empujn hacia la modernizacin que le diohaber sido decretada Puerto Libre (en 1953), y la consecuente frgil si-tuacin actual de sus biosistemas; el trazado genealgico que la une alresto del Caribe ms que a Colombia, con la que quisiera mantener sudistancia; y, ms recientemente, los deletreos efectos de la encrucijadadel trfico en que est el archipilago, pero especialmente San Andrs.Baha Sonora de la conocida Fanny Buitrago, por ejemplo, ilustra en mu-chos modos el primer tema que, bebiendo de su libro, se resume conagilidad: [] El Puerto Libre trajo consigo la electricidad, la aviacin, lacorrupcin de las costumbres, el dominio comercial de los paamanes(61); las novelas de Hazel Robinson permiten vislumbrar los enlaces dehistoria y cultura del archipilago con el resto del Caribe, y una obra deteatro como Combak combak [Regresa, regresa] de Marilyn LeanorBiscaino Miller se pronuncia sobre el desmedro de un tejido social invadi-do por la sed de dinero rpido. Los hijos del paisaje entrama la primera yla ltima problemtica de una manera tan intensa que el libro, como losespectros que trae a cuento, no nos abandona; su textura est hecha deuna densidad sutil que nos hace dimensionar ambos temas en lo grande yen lo chico a la vez y, ms importante a mi modo de ver, hace que la casa

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    sea un lugar lleno de fantasmas, lo ms familiar algo que se ve ajeno, ytodo esto mediante la estrategia de hacer (retomando palabras de Blanchot)que el otro venga hacia m por la muerte (147).En los aciagos das que vive el archipilago tras el fallo de La Haya (queconcede parte de su mar a Nicaragua), este libro cobra mucha relevanciapara volver a mirar las islas colombianas y sus habitantes, porque, denuevo en esto atina Juan Manuel Roca: El pas reafirma a cada tanto quelas islas son suyas. Las islas. Mas no sus hijos. Estos hijos del paisaje quedesembocan en el libro, en esta especie de puerto que es la memoria. Alvaivn de unas palabras bien habitadas por el amor y la rabia, los que sefueron no dejan, como las olas, de golpear nuestra sensibilidad y nuestraconciencia (xii, nfasis mo).

    ESPECTROSLo reprimido y la repeticin, como las dos condiciones para el funciona-miento efectivo de lo siniestro, son los resortes de este poemario. La re-flexin de Blanchot sobre lo invisible es particularmente conveniente eneste punto: Lo invisible es entonces lo que no se puede dejar de ver, loincesante que se hace ver (147).Ese tipo de invisible, pese a que estemos en una isla caribea, no corres-ponde al folclrico Duppy Gull: comparados con ese fantasma medio bona-chn, los espectros de Los hijos del paisaje son ms bien representantesde sujetos particulares que se han vuelto susceptibles de borradura,marginalizacin y precariedad (19), para retomar el espritu de los estu-dios sobre espectros en las ciencias sociales y humanas (cfr. Blanco yPeeren) En este sentido, la nocin de espectro funciona como metforaconceptual, como una metfora que realiza un trabajo terico (Ibd., 1)muy relacionado en este caso con las elaboraciones de Bentez Rojo sobreel fantasma y la violencia colonial (vase captulo seis de la Isla que serepite), elaboraciones derivadas precisamente de la novela Los paamanes,de Fanny Buitrago, cuyo eje espacial y social es esta misma isla de SanAndrs.Los hijos del paisaje hace parte entonces de un corpus literario delGran Caribe, donde el espectro habla de situaciones coloniales como la

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    expropiacin de tierras, el silenciamiento ontolgico, la borradura(imposible) de la memoria. En este sentido, yo la pondra por esa vetatemtica compartidaal lado de obras como Feeding the Ghost, de FreddAguiar, Ancho mar de los sargazos, de Jean Rhys, Baha sonora, de FannyBuitrago, Chronique des septmisres, de Patrick Chamoiseau, y de lasvisiones submarinas del jabao de Walcott, as como, en otra dimensin, delas de Caliban. Se entiende que estos universos literarios vayan dando piea una especie de poltica del espectro (Blanco y Peeren, 19), que seofrece como alternativa a los marcos de trabajo del poscolonialismo, elnacionalismo y la globalizacin, mediante los trminos deespectralizacin o fantasmizacin (19).

    ***Los diez apartados de Los hijos del paisaje recorren el espectro de loreprimido a lo recurrente partiendo del plano subjetivo de una voz narra-dora para terminar en el plano de la enajenacin de las tierras de otra voztambin femenina. Permtaseme explicar un poco este circuito que consi-dero uno de los logros ms encomiables de este poemario.Ser mejor que no hablemos de eso. Que los hombres se pierdan maradentro no es nuevo (1, nfasis mo). Con estos, los primeros versos,estamos ya en el mundo de un dolor colectivo sofocado (todas sabemos,3), un colectivo que se enfrenta a la sorda negativa de la ley y el gobierno:Nunca supimos de l. Para qu?, nos dijo el comisario, todos son igua-les (3, nfasis mo). A partir de ah, acompaamos a estas mujeres en sudeambular por toda la isla (especialmente por su sector ms popular yelevado: La Loma, en el poema III: Bajo por La Loma. Mis pasos se mecensin prisa y los tacones enlutados parecen maracas vencidas (14)) por lascocinas y los fogones, por las orillas del mar (Maana en la orilla encontra-r varios mensajes de su suerte (3)), con la ilusin de atisbar el cuerpo deldesaparecido que regresa, como un barco abandonado, o hallar su cuerpoencallado entres las algas. Esta repeticin bsica del gesto del duelo seatornilla a la deriva por los mismos lugares (detalle que ya seala Freud ensu caracterizacin de lo siniestro). Pero tambin implica de continuo latematizacin de una prdida social porque involucra la prdida de la isla

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    misma en el largo plazo. La negacin de esa prdida, por parte de lasvoces oficiales, y la impotencia de las voces narrativas que la viven, con-forman los dos nudos de la sensacin siniestra que provoca el poemario;ah es donde se juntan lo reprimido y lo recurrente.Si solo fuera un lamento por la prdida de un hombre querido (todos estosdesaparecidos lo son y esto habla de las condiciones sociales que estospoemas estn denunciando), este poemario quizs no pasara de ser unahermosa endecha materna o mujeril en todo caso. El libro es mucho ms yse vuelve sin antecedentes en su forma de ligar inextricablemente ese sen-timiento de duelo femenino y las condiciones de prdida de toda la isla,que no solo se va vaciando como las mujeres de sus seres queridos (unaIsla asmtica navega a la deriva, el mar lleno de cruces espera los pasos21), sino que empieza a perder incluso su suelo (no tenemos pas, ni pa-tria, no somos quejido ni lumbre encendida 11). Desde el epgrafe, hom-bres y mujeres (nios incluidos), isla y mar, tierra y sin tierra, vida y muer-te, se ligan y se muestran inseparables, de tal manera que el duelo queluego escuchamos en el poemario deja de ser individual y exclusivo y seconvierte en un reclamo coral. En un texto muy frtil, Ileana Rodrguezglosaba las narrativas revolucionarias masculinas y sealaba un sofisma enellos en tanto (paradjicamente) no lograban desalojar revolucionariamenteel sujeto yo romntico en favor de la voz colectiva popular. Remito a loslectores a ese texto mientras yo apunto que Los hijos del paisaje hace untrabajo inmejorable en ese nivel al ensamblar a la voz femenina la vozpopular y sus reclamos: no solo usa la voz plural femenina, sino que esa vozen duelo funciona como amplificadora de un duelo colectivo, poltico, quese deriva de dos vivencias sociales y econmicas caractersticas hoy en dade los sanandresanos, tambin segn el poemario: la fuga en busca demejores futuros y el ingreso al trabajo del narcotrfico.Por su estratgica localizacin, el archipilago desempe desde el sigloXVIII un importante papel en el comercio martimo en el Gran Caribe, pro-porcionando, entre otras cosas, mano de obra muy cualificada como capi-tanes de barcos o goletas. Hoy, las exportaciones de la isla han sido reem-plazadas en su mayora por un turismo que est atado a sus comienzoscomo puerto libre colombiano. Adems del turismo, los isleos rebuscan

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    sus ingresos en la red del trfico, favorecida por la posicin de la isla. SanAndrs es un punto de paso estratgico de drogas, que se encuentra es-pecialmente cercano al corredor centroamericano, es decir, a la ruta ac-tualmente ms activa para el trfico ilegal que opera en la regin, segnMantilla, quien enfatiza que el archipilago es un centro de trfico detodo tipo de recursos ilegales, pues, adems de las drogas, se trafica condlares ilegales, combustible y, especialmente, armas y municiones (55).El primer verso del segundo poema: Aqu no pasa nada que no sean bar-cos (11) puede ser tomado como traduccin de este contexto. Los des-aparecidos de la espuma no son otros que los hombres atrapados en estoscircuitos del trfico. Eso es evidente en el epgrafe. Y en el poemario hayhuellas dicientes que lo apuntalan: los nios se abastecen de combustibledetrs de los manglares para llegar hasta Dios (25). El protagonista trgi-co de esta historia est ntidamente caracterizado al estilo del poemario:a saltos, en jirones, con una frase aqu, otra all Empieza siendo un nioque su madre le disputa al televisor (Batimos las faldas para que regresena ver televisin como nios normales, 26), se codea con los turistas que lovan acostumbrando al roce del dlar (y el sarcasmo de los visitantes lesacaricia en dlares el omplato sutil que se dibuja en la sombra, 26),suea desde chico con una lancha veloz (Tena solo nueve aos cuando sucaballo gan doscientos mil pesos en siete minutos [] Todos aplaudanen las acercas, y cuando Mr. Orlen lo detuvo y le pregunt qu quera porhaber ganado, le dijo: Una bicicleta, que creci y se convirti en moto-cicleta de doce vientos, con quilla y vela, con muertos en los postes ymujeres esperando en los rincones [] 19)). Y finalmente, muere en elpiso de esa lancha que pilotea (El agua tocaba el cuerpo horizontal delcapitn. Detrs, dos lanchas disparaban pero ya l no senta miedo. Sololloraba y sonrea) (20).Podemos dar un poco ms de nitidez a eso reprimido y eso recurrente?,qu es eso invisible que no se puede dejar de ver, a partir de Los hijos delpaisaje, segn esta interpretacin que vengo proponiendo del poemariocomo estimulador de lo siniestro en tanto sensacin que surge de la oposi-cin y el rechazo a una pasin nacional que anexa sin dificultad a un SanAndrs presuntamente paradisiaco a su imaginario turstico y aun poltico?

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    Las mujeres de esta coral temen, naturalmente, que sus sospechas de que eldesaparecido est muerto se vean confirmadas: Pero nadie regresa de laespuma, a menos que la traiga puesta (5). Pero hay un miedo ms aterra-dor: Me dicen que siembre caracoles en el patio, que cuando crezcan unextrao sonido de brjula guiar tu espanto y entonces vendrs pidiendoexplicaciones al gobierno. Pero qu cosa atroz! Regresar para andar otravez en malas compaas! (5, nfasis mo). Esta voz coral es bien clara enincriminar al gobierno por la conjuncin de malas compaas y algo de loque hay que pedir explicacin: en palabras gastadas, el abandono estatal yla falta de opciones para los isleos, sumados a la falta de control efectivoy buen manejo de esas aguas que se pelean en las cortes internacionales.Todo esto propicia la escapada, la alucinacin con las tierras allende la mar:Todos abandonan la isla como una ola en retroceso (4). Huele al otro ladodel mundo, donde todo es verdadero, donde los hombres caminan hacia elhorizonte, seguros de encontrar la direccin precisa del amante; dondetodos se quedan hasta el final, aspirando el olor de las fbricas para jubilar-se despus, buscando (27).Si retomamos de la lcida lectura de Spivak al libro de Jean Rhys dos nocio-nes podemos avanzar hacia el final de este texto. Por un lado, si bien estepoemario no recurre a la imagen y su otro, el espectro s cumple el papelde evocar una unidad dislocada, de hacer deslizar la voz ms all del yo delsujeto femenino haciendo resonar en ella la voz masculina del desapareci-do, y volvindola as una voz coral, e interpelando al sujeto colombiano enausencia, en tanto turista, en tanto detentor de la ley, punto donde entrala otra nocin interpretativa de Spivak: la ley y el orden, como huellas dela violencia epistmica y legal ejercida por Colombia sobre estos territo-rios de ultramar.El poema IX es a mi modo de ver el lugar de ensamble de estas dos perspec-tivas, unidas mediante la nica bisagra posible, la irracional (en tanto loque diga este sujeto impotente suena a desvaro a odos del sistema): Estepoema, uno de los ms hermosos del poemario, es el de la locura. Cito enextenso, pero an incompleto:

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    Una bandera sobre un ocano? Bueno, de todo hay en estatierra verdad? Es por eso que no tenemos hroes. Por lomenos no esos tan laureados, tan engominados, recorriendola historia en caballos adiestrados por ngeles que tiran desus cuerdas, caballos amarrados con bozales de barbitricos.Los nuestros deambulan por las calles en silencio, en compa-a de un amigo loco que adems no le cree que fuera deaqu es un hombre sobrehumano, volador y viceversa. Quefuera de aqu, lo escuchan en los bares con la seriedad de losguisantes sorprendidos. Y viceversa.Es seguro que si se vive en la otredad, nadie recuerde tunombre, o piense que te hayas ensimismado en las alas deuna mariposa calcinada en la pared.El hospital est lleno de locos sbitos, pues una extraaesquizofrenia nos habita desde siempre. Rebaos de locoscaminan por las calles. Cuando los porteros duermen, ellospueden salir a recorrer la noche con las esquirlas de su dopadaserenidad y las circunvoluciones de su cerebro hinchadas porel litio.Estn los loquitos del agua, que creen que una ventana abiertalos devorar, porque es posible que el viento del nordestemuestre sus colmillos amarillentos en las fauces de encasrosadas de North End.Estn los loquitos del sereno, que se untan los ptalos de lasCopas de Oro en la piel de su paisaje personal para que elagua no penetre en las manchas de sus mapas repletos denombres, que no estn ms en el lbum familiar [] (41-42,nfasis mo).

    Se anudan all la sorna del imposible cotidiano (una bandera sobre unaisla!) con la locura colectiva, aunque de dismiles manifestaciones. El hilosubterrneo de la no pertenencia y del control escaso, que permite esca-parse de noche, alumbran destellos alegricos.

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    Respecto a las mujeres, en este mismo poema, aparece una semblanzaengaosa, por incompleta:Las mujeres locas de la Isla son como las mu-jeres locas de cualquier lugar del mundo: Se pintarrajean como seuelosde un amor perdido, soando siempre a travs del humo de unos cigarri-llos bizantinos. Se muerden las uas detrs de las puertas y escondenmanzanas que dan a comer a cualquiera que les pida un pedazo (45).Puestoque nos han ocupado en este trabajo, terminemos la semblanza: Lasmujeres locas de la Isla llevan seas de golondrinas en los costados de susvestidos: parecen muecas abandonadas en el acantilado. Han perdido losojos y los brazos. Han perdido el aliento de sus rosadas mejillas, han per-dido los hijos y solo las acompaan sus recuerdos guardados en cajas decartn que dejan al descuido en cualquier almacn del centro (46). Arengln seguido, el poema explicita el vnculo entre estas mujeres y elresto de los habitantes de la isla: Los dems tenemos la locura del ad-venimiento de alguna divinidad marina. Todos estamos a la espera, hace-mos fila, nos llegar el turno y saldremos de noche mientras los porterosduermen (46).Este xodo, la divinidad marina esperada, la necesidad (o la oportunidad)de burlar al portero, ven su razn de ser, la justificacin perentoria en elpoema final, el inmediatamente siguiente, donde la locura coge raz: Denuevo lo cito en extenso:

    En este lugar los doctores abundan como almejas. Son detodos los tipos y de diversas maneras, todas irracionales, porsupuesto. []Llamen al doctor, llamen al doctor, que el miedo comienzaen las entraas.Doctor, podra por favor decirme qu pas con nuestra tie-rra? Nosotros la dejamos aqu mismo, pero ya no est. Ahora,aparece con menos rboles y el otro doctor me dice que esacon menos rboles tampoco es de nosotros.Cmo pudo mudarse, as, tan de repente? Perdneme,doctor, que le pregunte, pero yo s que usted tiene todas lasrespuestas, eso dice mi hermana que ha votado por usteddesde que cumpli 18 aos.

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    [] En mi patio ya no puedo caminar, tengo las piernasdeformadas porque usted sabe que cuando se est muchotiempo sentada una se hincha como un elefante de azcar.Ahora quiero mudarme de aqu, pero la tierra no est y yo yano tengo donde ir(47, nfasis mo).

    La usurpacin, el robo, la expropiacin por medios legales (un relato re-currente en las historias de la relacin de Colombia con San Andrs, comose puede leer en The Province of Providence) es lo recurrente invisible, eslo reprimido en los recuentos oficiales colombianos, que este poemariohace ver, desde otra dimensin. A fin de cuentas, los isleos insisten eneste punto que retraen al puerto libre mientras que, por su parte, elgobierno colombiano no para de repetir el gesto de su apropiacin depalabra (acompaada de un descuido en obra), imaginaria, poltica, terri-torial, como las reacciones ante el reciente fallo de la Haya lo prueban.Esta aparente locura, lcidamente denuncia el vaciamiento y despojo dela isla, y lo hace mediante la indisoluble articulacin de la casa-cuerpofemenino (Mi casa, levantada sobre pilotes, abre sus piernas para el pasode un mar que nos ignora mientras crujen las vrtebras de un animal quelanza a retazos. Con la madera de su costillar te voy a hacer una puertaque conduzca al solar donde los mangos caen como estrellas y los cuerposse humedecen para rezar aleluyas de platino (11), la voz-presencia deldesaparecido y el reclamo colectivo de casi expulsin de su territorio. Eneste sentido, Los hijos del paisaje nos ha de provocarcomo lectores co-lombianos la sensacin de terror de quien por fin ve algo que se negaba(y se niega oficialmente) a ver. Algo que, sofocado, ha ocurrido desde lostiempos de la fundacin, como bien muestra el poemario al yuxtaponer lamuerte del capitn de lancha rpida a la muerte del corsario Aury, contra-tado por el primer gobierno independiente para proteger los mares deposibles incursiones espaolas, y quien estableci en San Andrs una basecomercial y de saqueo a naves espaolas.La mujer que llora la desaparicin de un ser querido y la que al final delpoema no puede caminar ni tiene a dnde ir, prestan su cuerpo a rogativasy reclamos y voces plurales, ms all del gnero. Al hacerlo, permiten la

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    triple articulacin sobre la cual Didi-Huberman sita la construccin de lasrelaciones sociales: el pathos del duelo que convierteel drama de la muerteinjusta en ethos moral de la vida poltica (283). En un mundo donde sepierde la ausencia [sugiere Didi-Huberman] si todava queda algunaposibilidad de tocar el dolor humano, ser a travs de las formas fantasmalesde los aparecidos en un duelo inconsolable (283). Que podamos volvervisibles esos fantasmas, ese duelo, esas prdidas de territorio que atentancontra la sobrevivencia cotidiana, en la semblanza de una isla que losmedios presentan como un paraso, sin fisura, es el potente gesto poticoy poltico de Los hijos del paisaje.

    OBRAS CITADASBentez Rojo, Antonio. 1989. La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva

    posmoderna. Hanover: Ediciones del Norte.Blanco, Mara del Pilar y Peeren, Esther (eds.). (2013). The Spectralities

    reader.Ghosts and Haunting in Contemporary Cultural Theory.NuevaYork y Londres: Bloombsbury.

    Blanchot, Maurice. (2002). El espacio literario. Madrid: Editora Nacional.Buitrago, Fanny. (1976). Baha Sonora. Relatos de la Isla. Bogot: Instituto

    Colombiano de CulturaDidi-Huberman, Georges. (s.f.) El gesto fantasma (281-291).S.c: s.e.

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    completas en Freud total (versin electrnica). Recuperado enhttp://elartedepreguntar.files.wordpress.com/2009/12/freud__sigmund_-_siniestro__lo.pdf

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    Rodrguez, Ileana. (jul-dic 1996). Conservadurismo y disensin: el su-jeto social (mujer/pueblo/etnia) en las narrativas revoluciona-rias (767-779). En Revista iberoamericana, Vol LXII (176-177)

    Rodrguez, Maramatilde. (2007). Los hijos del paisaje. Bogot: Lunacon parasol.

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