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"Derechos y participación social de la mujer en Afganistán en el Siglo XXI" Autora: Estefanía Ochoa del Castillo (Alumna del Pre-grado de Ciencia Política y Gobierno – Pontificia Universidad Católica del Perú) El 7 de octubre del 2001 los ojos del mundo entero estaban puestos en Afganistán. Los sucesos del mes anterior le enseñaron una lección a la comunidad global: era hora de dejar de fingir que los problemas internos de los países del Tercer Mundo eran precisamente eso, internos. El gobierno de los Estados Unidos, al mando de las fuerzas de la OTAN, estaba decidido a acabar con el régimen talibán, que se había apoderado del control de Afganistán, debido al descubrimiento de sus vínculos con la agrupación terrorista Al Qaeda y a la protección que le brindaba. Para que este ataque cobrara una mayor legitimidad internacional, el discurso de los Estados Unidos se basó en que era indispensable realizar una invasión para liberar al pueblo afgano, que había sufrido incontables violaciones a los derechos humanos durante las últimas décadas del siglo XX, y establecer un sistema de gobierno democrático en el país que revirtiera esta situación. Así las cosas, la cobertura mediática que recibió el estado en el que se encontraban los hombres y mujeres bajo el gobierno talibán alcanzó niveles que no se habían visto jamás. El mundo observó con impacto e indignación las imágenes y declaraciones de lo que se había convertido la vida en Afganistán; sin embargo, hubo algo en particular que captó la atención con creces y causó un enorme desconcierto debido a su carácter impactante e inconcebible a estas alturas del siglo XXI: fueron las figuras de mujeres cubiertas de pies a cabeza con asfixiantes telas negras y azules que contaban tan sólo con una diminuta redecilla de crochet a la altura de los ojos. Nunca antes la situación de las mujeres afganas había sido un asunto de tanta relevancia a nivel internacional; la condición en la que vivía el género femenino en este país era tan deplorable que numerosas ONG’s, asociaciones feministas, medios de comunicación y la opinión pública en general demandaron que se realizaran acciones inmediatas para tratar de reparar este daño y otorgarles un estilo de vida digno. De este modo, Estados Unidos –respaldado por las Naciones Unidas-, mediante el nuevo gobierno democrático instituido en Afganistán, instauró una serie de políticas y programas que tendrían como propósito garantizar, social y constitucionalmente, la inserción digna de las mujeres a la sociedad. Dichas medidas fueron llevadas a cabo y, poco a poco, la sociedad mundial dejó de prestarle atención a esta situación, probablemente por olvido o –lo que sería peor- porque se asume que todo ha sido resuelto positivamente. El siglo XXI recibió a las mujeres en Afganistán en la peor condición en que se han encontrado desde la segunda mitad de la centuria pasada. Por un momento pareció que esta opresión sería reivindicada y que la construcción de una vida justa y sin vergüenza sería posible para todas ellas. Sin embargo, han pasado 10 años y esta situación no ha variado prácticamente en absoluto. Aún persisten la discriminación y la represión y los intentos de cambio han resultado ser exactamente solo eso, intentos. Todo esto invita a pensar que puede ser posible que haya factores intrínsecos a la You are using demo version Please purchase full version from www.technocomsolutions.com You are using demo version Please purchase full version from www.technocomsolutions.com

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"Derechos y participación social de la mujer en Afganistán

en el Siglo XXI"

Autora: Estefanía Ochoa del Castillo (Alumna del Pre-grado de Ciencia Política y

Gobierno – Pontificia Universidad Católica del Perú)

El 7 de octubre del 2001 los ojos del mundo entero estaban puestos en Afganistán. Los sucesos del

mes anterior le enseñaron una lección a la comunidad global: era hora de dejar de fingir que los

problemas internos de los países del Tercer Mundo eran precisamente eso, internos. El gobierno de

los Estados Unidos, al mando de las fuerzas de la OTAN, estaba decidido a acabar con el régimen

talibán, que se había apoderado del control de Afganistán, debido al descubrimiento de sus vínculos

con la agrupación terrorista Al Qaeda y a la protección que le brindaba. Para que este ataque

cobrara una mayor legitimidad internacional, el discurso de los Estados Unidos se basó en que era

indispensable realizar una invasión para liberar al pueblo afgano, que había sufrido incontables

violaciones a los derechos humanos durante las últimas décadas del siglo XX, y establecer un

sistema de gobierno democrático en el país que revirtiera esta situación.

Así las cosas, la cobertura mediática que recibió el estado en el que se encontraban los hombres y

mujeres bajo el gobierno talibán alcanzó niveles que no se habían visto jamás. El mundo observó

con impacto e indignación las imágenes y declaraciones de lo que se había convertido la vida en

Afganistán; sin embargo, hubo algo en particular que captó la atención con creces y causó un

enorme desconcierto debido a su carácter impactante e inconcebible a estas alturas del siglo XXI:

fueron las figuras de mujeres cubiertas de pies a cabeza con asfixiantes telas negras y azules que

contaban tan sólo con una diminuta redecilla de crochet a la altura de los ojos.

Nunca antes la situación de las mujeres afganas había sido un asunto de tanta relevancia a nivel

internacional; la condición en la que vivía el género femenino en este país era tan deplorable que

numerosas ONG’s, asociaciones feministas, medios de comunicación y la opinión pública en general

demandaron que se realizaran acciones inmediatas para tratar de reparar este daño y otorgarles un

estilo de vida digno. De este modo, Estados Unidos –respaldado por las Naciones Unidas-, mediante

el nuevo gobierno democrático instituido en Afganistán, instauró una serie de políticas y programas

que tendrían como propósito garantizar, social y constitucionalmente, la inserción digna de las

mujeres a la sociedad. Dichas medidas fueron llevadas a cabo y, poco a poco, la sociedad mundial

dejó de prestarle atención a esta situación, probablemente por olvido o –lo que sería peor- porque

se asume que todo ha sido resuelto positivamente.

El siglo XXI recibió a las mujeres en Afganistán en la peor condición en que se han encontrado

desde la segunda mitad de la centuria pasada. Por un momento pareció que esta opresión sería

reivindicada y que la construcción de una vida justa y sin vergüenza sería posible para todas ellas.

Sin embargo, han pasado 10 años y esta situación no ha variado prácticamente en absoluto. Aún

persisten la discriminación y la represión y los intentos de cambio han resultado ser exactamente

solo eso, intentos. Todo esto invita a pensar que puede ser posible que haya factores intrínsecos a la

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propia cultura afgana que no permiten la liberación de las mujeres mediante la igualación de

derechos. No obstante, la intención de este trabajo es demostrar que esto no llega a ser realmente

cierto, que es equivocado pensar que son los valores culturales de la sociedad afgana los que

imposibilitan que la vida de sus mujeres cambie para bien. Lo que esta investigación tiene como

objetivo comprobar es que, si bien entrado el siglo XXI y, una vez erradicado el régimen talibán, se

han fomentado medidas que promuevan una mejor integración de la mujer a la sociedad por parte

del gobierno, de entidades internacionales y de organizaciones femeninas, existen factores políticos,

los cuales manipulan y se enmascaran detrás de elementos de carácter religioso e histórico-social de

la cultura afgana, que dificultan este proceso.

Para poder demostrar todo esto correctamente, este ensayo empezará describiendo la coyuntura en

la que estaban inmersas las mujeres afganas durante el último cuarto del siglo XX; asimismo, se

resaltarán aquellos aspectos del Islam que están relacionados con el rol de la mujer para poder

lograr una comprensión más amplia de la sociedad de este país. Por otro lado se describirán las

medidas tomadas para mejorar la situación femenina y se contrastarán con los resultados

obtenidos, haciéndose mención a las elecciones presidenciales del 2009 para obtener una visión

más precisa de lo que viven actualmente las mujeres en Afganistán.

1. LA MUJER AFGANA EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XX

Actualmente, hay un intento de reivindicación de la presencia de la mujer en la sociedad afgana y de

sus derechos, los resultados de estas nuevas políticas se analizarán más adelante; sin embargo, es

necesario señalar que el debate que se lleva a cabo hoy en día sobre la opresiva situación de la cual

las mujeres deben ser liberadas no corresponde con exactitud al conjunto de distintas realidades

que ellas vivieron durante el último cuarto del siglo XX. Es decir, a lo largo de las tres décadas de

guerra que ha experimentado Afganistán, la situación de sus mujeres ha variado mucho, desde una

integración parcial al campo laboral y académico hasta convertirse en la completa subyugación y

denigración con la imposición del régimen talibán.

En este capítulo se intentará brindar una imagen descriptiva de estos 30 años y de su significado

para las mujeres afganas. No obstante, es imprescindible que para este propósito se haga mención

de aquel elemento fundamental en la cultura afgana cuya interpretación ha otorgado una

justificación irrefutable para el trato hacia las mujeres en Afganistán: el Islam. Resulta evidente que

un análisis correcto de la coyuntura social de la mujer en este país durante el período señalado es

imposible sin la comprensión de aquellos aspectos en los que esta religión se manifiesta sobre la

mujer, lo más importante de ello es que revelará que el abuso brutal al que llegó a rayar la situación

femenina no fue más que una interpretación deliberada de lo establecido por esta religión.

El Islam y la mujer afgana

Para empezar, es esencial tomar conocimiento de algo muy importante: en principio, según el

Corán, hombre y mujer son esencialmente iguales ante Dios porque ambos han sido creados por El.

Aunque sea falso afirmar que el Corán estipula que entre hombre y mujer exista una igualdad de

derechos y que es cierto que, por lo general, circunscriba el papel de esta a ser esposa, ama de casa y

educadora de los hijos[1], sí reconoce una serie de derechos para la mujer que, durante el último

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cuarto del siglo XX, se fueron perdiendo en Afganistán. Entre estos derechos está la posibilidad de

la mujer de poseer propiedades a su nombre, de heredar hasta un cuarto de las propiedades de su

esposo y, en caso de divorcio, de conservar su dote. Esto quiere decir que muchas de las

restricciones que viven hoy en día las mujeres son producto de estipulaciones introducidas por

varones, quienes dejaron de lado la igualdad jurídica coránica (Küng 2006: 184).

Es así que muchos hombres y mujeres reformistas creen en una vuelta al Corán para la mejora de

esta situación en vista de que hay muchas medidas en nombre del Islam que han tomado los

regímenes fundamentalistas islámicos en muchos países que denigran y dañan a las mujeres pero

que no han sido establecidas en ninguna parte del Corán. Algunas de ellas son: la lapidación a las

mujeres adúlteras, la obligación de contar con compañía de un pariente masculino cada vez que

salen del hogar, la prohibición de conducir y el uso de la burka (Küng 2006: 625).

Sin embargo, como se ha mencionado anteriormente, este estado de cosificación y de gran abuso de

las mujeres, que se convirtió en una cuestión de alcance internacional con la caída del gobierno

talibán debido a la intervención de las fuerzas de la OTAN en el 2001, no fue en absoluto una

constante durante los 30 años previos.

La mujer en la sociedad antes y durante la invasión soviética

Desde el comienzo de la Guerra Fría y debido a los numerosos conflictos comerciales y fronterizos

con Pakistán y al rechazo de ayuda de Estados Unidos, el gobierno de Afganistán se tornó cada vez

más cercano a la Unión Soviética. Esta fue una relación basada inicialmente en beneficios

comerciales para ambos países pero, al poco tiempo, la URSS empezó a tener una injerencia cada

vez mayor militar y políticamente, al punto de que el gobierno afgano pudo ser considerado como

un gobierno títere de los intereses soviéticos (Marsden 2002: 44).

Esto significaba que para lograr un control efectivo de este país, la Unión Soviética debería imponer

el conjunto de su ideología comunista a la población. Y así lo hizo. Todo ello implicó una serie de

reformas cuyo interés principal fue secularizar la sociedad y terminar con cualquier expresión de

fundamentalismo islámico, lo cual trajo consigo una mayor apertura a la participación social para

las mujeres así como la persecución de cualquier grupo religioso extremista (Marsden 2002: 50).

Un antecedente esencial de este cambio fue la Constitución de 1964 según la cual se establecía la

igualdad jurídica entre hombres y mujeres (RAWA 2010). A partir de ese momento y a medida que

aumentaba la intervención soviética, las mujeres gozaron de derechos que antes habrían sido

impensables como la facultad de formar parte del Parlamento, –el primer Parlamento contó con la

participación de 4 mujeres en un total de 216 miembros- la alfabetización y educación, –la cual

estuvo incentivada por la creación de la Universidad de Kabul- la posibilidad de andar por la calle

sin velo si así lo deseaban; en suma, hubo un aumento significativo de los ámbitos sociales en los

que estaban permitidos la participación de la mujer. Es así que era posible escuchar en Radio Kabul

a una presentadora o cantante femenina y que las aerolíneas nacionales empezaron a contratar a

azafatas y recepcionistas (Marsden 2002: 63).

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Si bien es cierto, a pesar de los intentos de secularización y homogenización por parte del régimen,

las familias conservaban aún un grado muy alto de conservadurismo y habría sido completamente

inaceptable que una joven afgana tuviera muchos novios, saliera a discotecas o bebiera alcohol; no

obstante, ella hubiera podido estudiar con la esperanza de ir a la universidad, reunirse con sus

amigos y escuchar música en las fiestas de cumpleaños (Russell 2002: 172).

Es muy importante hacer una diferenciación en este punto ya que permitirá comprender el

desarrollo de la coyuntura afgana y, más específicamente, el de las mujeres durante el resto del siglo

XX: aquellos sectores propensos a aceptar y adoptar de buena gana todas las reformas que

promulgaba la Unión Soviética por medio del gobierno eran las minorías urbanas, particularmente

la comprendida por la ciudad de Kabul; había una porción mayoritaria de la población con una

mentalidad considerablemente más tradicional ubicada en las predominantes zonas rurales que no

compartían el entusiasmo de la institución de estos cambios.

Ello implicó que fuera en el ámbito rural donde los grupos nacionalistas en contra del control

soviético y, principalmente, los grupos fundamentalistas islámicos encontraran un ambiente

bastante propicio para instalarse e instigar a la población a alzarse en armas. Fue por este motivo

que estos movimientos, que durante todo este período habían sido perseguidos, empezaron a contar

con un amplio respaldo gracias al cual llegarían a reunir fuerzas que pudieron superar en número al

ejército del gobierno. En vista de la significativa amenaza que se cernía sobre el dominio de

Afganistán, la Unión Soviética decidió intervenir directamente en el conflicto y, así, se produjo la

invasión en el año de 1979. No obstante, era tal la fuerza y el apoyo con el que contaban los grupos

rebeldes y eran tales las bajas del ejército rojo, que pronto se hicieron sentir las protestas sobre el

sinsentido de la guerra por parte de los militares soviéticos. De este modo, para febrero de 1989, la

retirada de la URSS era inminente. Una vez retiradas las fuerzas militares y sumados los factores

que en ese momento contribuían al debilitamiento de la Unión Soviética en su centro mismo, el

gobierno títere de Afganistán de desmoronó y cedió lugar a una encarnizada guerra civil (Marsden

2002: 51).

La esencia detrás de las formas tradicionales y un futuro incierto para las mujeres:

la guerra civil

Puede decirse que la guerra civil que tuvo lugar en Afganistán fue igual o más violenta que la guerra

que la precedió. Después de la derrota de las fuerzas soviéticas y de aquellas que las respaldaban, el

conflicto comprendió a los grupos opositores y fundamentalistas que se peleaban el derecho al

poder. Estos grupos islámicos radicales recibieron el nombre de muyahidines, es decir, defensores

de la fe. El final de esta guerra interna no llegó hasta 1996 con el ascenso al poder de los talibanes,

una facción extremista de losmuyahidines. Los talibanes estaban conformados en su mayoría por

los sectores rurales de la etnia pashtún –etnia predominante en Afganistán- y su régimen

perduraría hasta el año 2001[2].

Como se ha señalado antes, siempre ha habido un fuerte tradicionalismo en la sociedad afgana, esto

implica que, durante gran parte del siglo XX, en la mayoría de la población de las zonas rurales, la

cuestión de la mujer nunca constituyó un problema ya que era bien sabido que su desempeño en la

sociedad se limitaba al trabajo de la tierra y que debían recibir el mínimo de educación necesario

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para cumplir su rol de madres. Aún en las zonas urbanas en las que hubo una mayor aceptación a

las reformas de los gobiernos pro-soviéticos, la inserción de las mujeres al campo laboral se llevó a

cabo en aquellas funciones que desde siempre se habían considerado femeninas: como maestras,

enfermeras o secretarias (RAWA 2010).

El elemento que explica con claridad el porqué de esta aversión a adoptar prácticas de liberalización

femenina es que las mujeres han sido vistas, a lo largo de la historia, por las sociedades musulmanas

como el principal vehículo para transmitir el Islam de generación en generación y han desempeñado

un papel simbólico fundamental en la sociedad, al punto de que el honor de la sociedad depende del

honor de las mujeres. Esto quiere decir que en la raíz de este tradicionalismo se halla el temor de

que, si las mujeres se educan y trabajan, se verán influidas por ideas occidentales y seculares que

luego inculcarán a sus hijos (Marsden 2002: 157).

Sin embargo, a pesar de que a lo largo del siglo XX, estas ideas han variado en su intensidad, es

innegable que el credo de los talibanes se halla en el extremo más conservador y que añadió un

elemento que, hasta ese momento, no había sido la regla sino la excepción: la violencia contra la

mujer.

El régimen del terror talibán y la misoginia

Los talibanes basaron su ideología en la obediencia estricta de los preceptos de la Sharia que es un

código de conducta y moral musulmán, la cual, sin embargo, no es irrefutable como el Corán ya que

su práctica se considera como una cuestión de decisión personal. De este modo, hay cuatro

fundamentos representativos de su política frente a las mujeres: la prohibición del trabajo

femenino, la interrupción de la educación para las mujeres, la imposición de estrictas normas para

la vestimenta que obligaban el uso de la burka y el control del desplazamiento de las mujeres fuera

de sus hogares de manera que estén siempre separadas de los hombres y acompañadas de algún

pariente masculino cercano (Marsden 2002: 140).

El hecho de que la desobediencia de cualquiera de estos elementos por parte de las mujeres trajera

como consecuencia que fueran golpeadas y maltratadas públicamente hizo que las mujeres se

abstuvieran cada vez más de salir de sus hogares lo que significó que una gran cantidad de aquellas

que mantenían a sus familias por medio del salario que recibían por su trabajo perdieran esta

importante fuente de ingresos y se vieran obligadas a enviar a sus niños a mendigar o vivir en la

miseria. Asimismo, muchas escuelas de hombres tuvieron que cerrar al igual que las antiguas

escuelas femeninas debido a la escasez de maestras ya que la enseñanza era una ocupación

desempeñada casi únicamente por mujeres (Russell 2002: 173).

De este modo, si bien antes los refugiados afganos argumentaban que escapaban del país debido al

temor de que sus hijas se vieran corrompidas por la influencia secular occidental, con la llegada del

régimen talibán decían que escapaban porque no querían que sus hijas vivieran adaptadas a una

interpretación tan estricta del Islam.

Como consecuencia de esta dramática situación para la mujer, asociaciones como la Asociación

Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán (RAWA) cobraron cada vez una mayor importancia en

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la defensa de los derechos de la mujer, en la clandestinidad dentro de Afganistán pero con una

fuerte presencia en la comunidad internacional. Si bien esta organización defendía una

reivindicación de la mujer dentro de lo establecido por el Islam, rechazaba todas las formas de

maltrato perpetradas por el régimen talibán y constituyó una de las principales fuerzas opositoras.

Sin embargo, los progresos obtenidos por la RAWA llegaban lentamente y con mucha dificultad

debido a que la pena para las mujeres involucradas que eran descubiertas era la ejecución pública

(RAWA 2010).

Después de los sucesos del 11 de setiembre del 2001 y el descubrimiento de la relación entre Al

Qaeda y el gobierno talibán, la invasión de Estados Unidos a Afganistán se veía como una

posibilidad cada vez más cercana. Una de las justificaciones del gobierno de Bush para el comienzo

de los bombardeos el 7 de Octubre de ese año fue el alto grado de violencia y opresión en el que vivía

la población afgana bajo los talibanes, especialmente las mujeres. Es así que cuatro meses más tarde

la primera dama, Laura Bush, afirmaba en un discurso que en aquellos territorios liberados por las

fuerzas estadounidenses las mujeres ya no vivían más prisioneras en sus hogares y que la lucha

contra el terrorismo era la lucha por los derechos de la mujer (RAWA 2010).

La promesa de una vida mejor: la invasión de Estados Unidos

Tras la derrota de los talibanes y la entrada de Estados Unidos a Kabul se intentó establecer un

orden democrático que velara por los derechos humanos de la población en su conjunto. Esto quiere

decir que era imprescindible llevar a cabo un proceso de reivindicación de las mujeres en la

sociedad. Es así que se pusieron en práctica programas multilaterales –por parte de la OTAN y la

ONU- para lograr este propósito. Era indispensable que estos programas comprendieran una acción

conjunta con el gobierno afgano ya que si se limitaban a convertirse en proyectos asistencialistas

tendrían el mismo papel que tuvieron todas las organizaciones humanitarias en Afganistán a lo

largo de las tres décadas de guerra y no se realizarían los cambios estructurales que se necesitaban.

Uno de los planeamientos más importantes fue The National Action Plan for Women of Afghanistan

(NAPWA). El NAPWA es un plan de 10 años de duración por el cual el gobierno se compromete a

asegurar la continuidad y consistencia de los esfuerzos por proteger los derechos ciudadanos

femeninos mediante la participación y el otorgamiento de poder. La intención de este programa es

que todos estos esfuerzos sean garantizados por la Constitución Afgana y por tratados

internacionales como la Convención de Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la

Mujer (UNDFW 2010), es decir, su intención es contar con un respaldo institucional. Es evidente

que para que esto se logre debe haber una transformación jurídica y constitucional del Estado

afgano y es lo que precisamente se ha hecho.

Para lograr su objetivo último de integración de la mujer a la sociedad, el NAPWA le brinda

atención especial a seis puntos fundamentales para lograr este cambio: la seguridad; la protección

legal y los derechos humanos; el liderazgo y la participación política; la economía, el trabajo y la

pobreza; la salud y, por último, la educación (UNDFW 2010).

En este capítulo se ha tratado de ofrecer una perspectiva clara del panorama vivido por la sociedad

afgana y, en especial, por las mujeres durante el último cuarto del siglo XX para poder comprender

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la situación en la que estas atravesaron el cambio de siglo. Asimismo se ha intentado analizar la

postura real del Islam sobre el sexo femenino para poder entender en qué medida esta situación

puede ser considerada como una consecuencia inevitable de dicha religión o como una

manipulación de los grupos radicales en el poder.

Al final del capítulo se han descrito algunos de los intentos de algunas organizaciones y de las

potencias aliadas para revertir la penosa condición en la que se encontraban las mujeres a finales de

la centuria pasada. A primera vista, parecen esfuerzos muy bien estructurados y con grandes

posibilidades de traer resultados óptimos; sin embargo, en el siguiente capítulo se analizará por qué

no es tan fácil hacer esta afirmación y se señalarán con precisión aquellos avances que sí se han

logrado y aquellos que, lamentablemente, están muy lejos de estarlo.

2. NUEVO GOBIERNO… ¿NUEVA SOCIEDAD?

En la primera parte de este ensayo se ha intentado dar una detallada explicación del entorno social

en el que estaba inmersa la mujer afgana durante el último cuarto del siglo XX. Asimismo, se trató

de comprender el papel que el Islam tenía con respecto a la situación femenina en el imaginario del

país. Se concluyó afirmando que, a lo largo de todo el período señalado, la condición de las mujeres

se fue deteriorando hasta llegar a su punto más crítico con el régimen talibán pero que, tras la

derrota de estos, hubo una serie de esfuerzos por parte del gobierno afgano en coordinación con la

comunidad internacional para revertir esta penosa situación y brindar a las mujeres una vida segura

y digna.

Sin embargo, en este capítulo se contrastarán dichas medidas con los logros reales obtenidos,

demostrándose que los resultados están muy lejos de ser los que se esperaban, lo cual ha amenazado

con deslegitimar la intervención estadounidense dentro de Afganistán a los ojos de la sociedad

mundial –aunque, como se verá más adelante, el gobierno estadounidense ha procedido de manera

bastante cuestionable para evitar a ultranza esta situación-; de este modo se revelará el rol crucial

de ciertos elementos histórico-sociales y políticos que contribuyen a que estos intentos de desarrollo

se vean frustrados.

La institución de un gobierno democrático y sus consecuencias reales en la vida de

las mujeres

A finales del mes de noviembre del 2001, Afganistán se encontraba en la hora cero, era un país

devastado por la guerra y traumatizado por una ideología destructiva que se enfrentaba a la tarea de

reconstruir una nación en ruinas. Los talibanes se habían visto obligados a huir, acorralados por el

ataque simultáneo de las fuerzas aéreas de Estados Unidos y por el avance de los combatientes de la

Alianza del Norte. Esta última estaba conformada por facciones étnicas e islamistas que, después de

la retirada de la invasión soviética hasta la toma del gobierno por parte de los talibanes, habían

estado en una guerra que redujo a escombros a la mayoría de ciudades del país (Holmes 2002: 205).

Una vez más se vivía un clima de anarquía en Afganistán y la comunidad internacional intentaba

construir un plan para establecer un gobierno de amplia base entre las múltiples facciones y grupos

étnicos armados del país para poder guiarlo hacia la democracia.

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Dos factores jugaron a favor del entendimiento entre la Alianza del Norte y la comunidad

internacional. En primer lugar, una nueva generación de políticos más jóvenes había logrado

protagonismo en las fuerzas del Norte, ellos se convirtieron en el rostro público del nuevo orden e

insistieron en que este conjunto de facciones no tenía intención de monopolizar el poder. En

segundo lugar, la comunidad internacional prometía millones de dólares para apoyar la

recuperación del país y este gran aporte económico fue utilizado como un medio de persuasión. De

este modo, dos semanas después de que los talibanes huyeran de Kabul, la Alianza del Norte

participó en conversaciones patrocinadas por las Naciones Unidas (Holmes 2002: 207).

Puede decirse que la revocación de ciertas leyes impuestas por los talibanes beneficiaron en alguna

medida a las mujeres afganas. Medios de comunicación como la televisión volvieron a aparecer en

Kabul después de cinco años y la emisión fue presentada por Mariam Shakebar, quien había perdido

su puesto cuando los talibanes prohibieron que las mujeres realizasen ningún tipo de trabajo (BBC

Mundo 2009). Dentro del ambiente expectante y extático que siguió a la entrada de la Alianza del

Norte en Kabul, muchas mujeres se atrevieron a quitarse la burka y andar por las calles con el rostro

descubierto debido a que ya no era una obligación que lo llevaran puesto. No obstante, después del

entusiasmo inicial, la gran mayoría de la población femenina la volvió a usar pues, a pesar de que

losmuyahidines de la Alianza del Norte, en general, no defendían abiertamente el extremismo

religioso que los talibanes enarbolaban, compartían con estos su poco respeto hacia las mujeres y

tuvieron un historial bastante triste por el trato dispensado a las mujeres durante la toma de las

ciudades. A pesar de que casi todas las mujeres continuaban llevando la burka por salvaguardar su

seguridad, habían vuelto a salir a las calles sin la compañía de un pariente varón. Las Naciones

Unidas y otras organizaciones de ayuda humanitaria abrieron nuevamente sus oficinas (que habían

cerrado tras los ataques del 11 de setiembre) y volvieron a emplear a las mujeres que los talibanes

habían obligado a despedir (Russell 2002: 145).

Hamid Karzai consolidó su mandato saliendo elegido presidente mediante las elecciones realizadas

el año 2004. Ese mismo año, la creación de una nueva Constitución estableció que los ciudadanos

hombres y mujeres tenían igualdad de derechos y deberes ante la ley. De este modo, por lo menos

en el papel, se estaban cumpliendo las esperanzas de construir un Afganistán en el que las mujeres

fueran libres (BBC Mundo 2009).

Sin embargo, una vez que la situación del país llegó a un cierto grado de estabilidad, se pudo

observar que esta igualdad constitucional distaba mucho de cumplirse en la práctica. El 60% de las

mujeres aún eran -y son- obligadas a casarse siendo niñas y todavía se mantienen los altos índices

de violaciones y violencia doméstica contra las mujeres. A lo largo de estos años, algunas mujeres

tomaron un papel activo en la sociedad afgana pero la mayoría de ellas se enfrentaron a la

discriminación y a amenazas violentas hacia ellas y sus familias (BBC Mundo 2009). A pesar de que

está respaldada por la ley la capacidad de las mujeres a pertenecer al Parlamento, muchas de ellas

han sido imposibilitadas de ir a sus escaños debido a que han sido expulsadas, pese a que la ley no

contempla esa posibilidad. Es así que puede decirse que, a pesar de que el régimen talibán ha sido

abolido, no ha ocurrido lo mismo con el fundamentalismo religioso (Lobo 2009).

No obstante, es fundamental resaltar que, aun cuando los factores culturales y tradicionales tienen

un peso importante en hacer más compleja y accidentada la transformación de la situación de las

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mujeres en una más humana y menos discriminatoria, son los factores políticos los que evitan que

los primeros puedan acomodarse a una coyuntura más democrática e igualitaria. Todo esto se

explicará más adelante.

Factores que evitan el cambio: las elecciones del 2009 una fotografía de la sociedad

afgana actual

Con el objetivo de lograr una mejor ilustración de aquellos aspectos que obstaculizan la integración

plena de la mujer a la sociedad afgana se tomarán las elecciones presidenciales de Afganistán del 20

de agosto del 2009 como un marco referencial que servirá para otorgar una visión clara de la

dinámica actual del país.

Hoy en día, los intereses militares y políticos de los Estados Unidos en Afganistán y en la región

requieren que el gobierno afgano sea afín a los propósitos norteamericanos. De este modo, era

indispensable que Hamid Karzai, el candidato favorecido por Occidente, fuera reelegido por

segunda vez. Sin embargo, para evitar enfrentamientos con la oposición y una eventual victoria de

esta en los comicios electorales, Karzai ha tenido que ceder en muchos aspectos a las demandas de

las distintas facciones de la Alianza del Norte –muchas de las cuales están compuestas por

renovados extremistas religiosos- y de ciertos grupos denominados “talibanes moderados”, sectores

que en los últimos años han contado cada vez más con el respaldo de la población debido a que

traen consigo elementos de la cultura tradicional afgana que un grupo creciente del pueblo afgano

se ve presionado a defender debido a que hay una desconfianza en aumento con respecto a la

intervención extranjera a causa de la amenaza que ha implicado a los valores del país[3]. Estos

acuerdos tácitos del gobierno afgano con dichos grupos –los cuales han sido respaldados por los

Estados Unidos- han provocado que, a pesar de que se hayan hecho modificaciones en el aspecto

jurídico y legal para defender la igualdad democrática de las mujeres, en realidad las cosas no hayan

cambiado sustancialmente (RAWA 2010).

Cinco días antes de las elecciones, el presidente afgano aprobó la Ley de la Familia Chii, para contar

con el voto de la etnia chiíta que representa el 20% del país. Esta ley autoriza a los maridos chiítas a

privar de alimentación a sus mujeres si no los satisfacen sexualmente por lo menos una vez cada

cuatro días. A pesar de que Karzai era el favorito en las encuestas, la corrupción y la violencia –el

año 2008 fue el más violento desde la ocupación de Estado Unidos- habían afectado negativamente

su popularidad. Es así que se puede considerar que Karzai estaba vendiendo a las mujeres a cambio

del apoyo de los grupos fundamentalistas en las elecciones del 2009 (BBC Mundo 2009).

La aprobación de la ley señalada fue muy discreta y pasó casi desapercibida ya que Estados Unidos

no podía permitir en ese momento ninguna protesta pública que pudiera alterar las elecciones en su

contra (BBC Mundo 2009). Era de suma importancia que las elecciones fueran declaradas un éxito

democrático, sin importar las circunstancias reales que se encontraban detrás, debido a que de eso

dependía la legitimidad de las políticas estadounidenses para con Afganistán.

Por otro lado, la participación de las mujeres en las elecciones fue apenas existente, a pesar de que

está establecido en la Constitución que la participación política es un derecho también de las

mujeres. Muchas de ellas fueron amenazadas de muerte, presionadas por sus familias o temían a la

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humillación pública; sin embargo, el hecho de que en la práctica todavía estén restringidas en

muchos otros ámbitos políticos y legales hace que aún no asimilen como suyo este derecho (Lobo

2009).

Es evidente que un cambio de la mujer afgana en una persona que goce con la totalidad de sus

derechos políticos y sociales y que se sienta en la capacidad de hacerlos valer es un proceso lento y

complicado, pero es verdaderamente preocupante pensar qué ocurriría si siguen adelante en

cantidad e intensidad las negociaciones entre el gobierno y los “talibanes moderados” y los sectores

fundamentalistas, sobretodo si es que aquellas relaciones cuentan con el respaldo de los Estados

Unidos como lo han venido haciendo.

A pesar de todo esto se debe señalar que las acciones de asociaciones femeninas como la RAWA,

que fue presentada en el capítulo anterior, son cada vez más reconocidas a nivel internacional y, lo

que es más importante, también dentro de su propio país. Esta asociación ha contribuido mucho en

que no pase desapercibida la situación que viven día a día las mujeres en Afganistán a la luz de la

prensa internacional y, asimismo, que tampoco describa una situación plenamente positiva y

distinta cuando no lo es.

Este capítulo ha intentado aclarar lo que realmente ha ocurrido con las mujeres afganas con la

llegada del siglo XXI, después de la ocupación de Estados Unidos y de que se haya querido construir

un gobierno democrático que garantice libertades y derechos tanto para hombres como para

mujeres. Así, se ha podido constatar que, de la condición en la que vivían las mujeres durante el

gobierno talibán a la que se encuentran ahora, no ha habido diferencias fundamentales que hagan

que las mujeres puedan llevar una calidad de vida plena. Es muy importante tener esto en cuenta ya

que, debido a que es una situación que perjudica en buena medida los intereses de Estados Unidos

en la región, no siempre se le da la importancia que se le debería dar en la prensa internacional.

Asimismo, se ha explicado que esta situación no es en su totalidad responsabilidad de elementos

tradicionales arraigados en la cultura afgana sino que ha sido en gran medida provocada por

intereses políticos que se han aprovechado de una coyuntura en la que la identidad de la cultura

afgana se siente amenazada debido a la intervención y control de un país que es ajeno.

3. CONCLUSIONES

Es evidente, en vista de todo lo mencionado anteriormente, que la lucha por los derechos y la

integración social de las mujeres en Afganistán aún tiene un largo camino por recorrer que

demandará el esfuerzo conjunto del gobierno pero también de las fuerzas internacionales. Esto no

quiere decir que no se hayan llevado a cabo políticas y estrategias que promuevan este proceso, pero

no es correcto afirmar que los resultados han sido los ideales para lograr revertir esta situación;

lamentablemente, la realidad es que no están ni cerca de serlo, la condición de las mujeres afganas

ha variado de manera considerable únicamente en el plano constituyente y teórico, sin embargo, en

la práctica el cambio ha sido casi imperceptible, dejando a las mujeres en un estado prácticamente

tan deplorable como en el que se encontraban antes de la intervención estadounidense en

Afganistán.

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No obstante, es fundamental resaltar un hecho muy importante para comprender correctamente la

causa de que esta situación se haya desarrollado de esta manera. Como se mencionó en el primer

capítulo, no hay en los preceptos del Islam ninguna alusión al grado de denigración al que llegó la

mujer afgana con el régimen talibán en nombre de esta religión; por otro lado, también se ha

señalado que, durante los años de influencia soviética en este país, las mujeres gozaron de una

integración al ámbito social y académico como no se había visto antes. Todo esto quiere decir que es

errado pensar que la cultura afgana por sí misma es la culpable de la extrema opresión en la que se

encuentran las mujeres; es cuando los gobiernos de turno manipulan estos elementos religiosos-

culturales para lograr su legitimidad que se llega a tales grados de fundamentalismo y represión.

Hoy en día, es lamentable comprobar que son los intereses de los Estados Unidos, país que justificó

la invasión como medio de salvaguardar la democracia y los derechos de la población afgana, los

que van en contra de que se pueda dar un avance significativo en la reivindicación de la condición de

las mujeres. Debido a que la población ve cada vez más vulnerables y desdeñados sus valores

culturales a causa de la intervención occidental en aumento, las protestas y demandas adquieren

tintes cada vez más conservadores y fundamentalistas; de este modo, para que Estados Unidos

pueda seguir legitimando su intervención mediante un gobierno afín, es necesario que se hagan

ciertas concesiones a estos grupos descontentos y muchas de estas son en detrimento de las

mujeres.

Es así que no es que la denigración de las mujeres sea algo inherente a la mentalidad de la cultura

afgana, sino que son los regímenes los que han llevado a la situación femenina a un punto tan

crítico. Es incorrecto considerar que cambiar este estado es algo inalcanzable debido a la

cosmovisión de la población, la historia de Afganistán ha demostrado que es posible llegar a una

situación en que las mujeres sean tratadas dignamente; en ninguna medida se debe considerar que

esta realidad sea un caso perdido, la comunidad internacional debe encargarse de no permitir que el

gobierno le dé un campo de acción a aquellos sectores fundamentalistas que de ninguna manera

representan el conjunto de los intereses de la nación afgana y que simplemente son sintomáticos de

una realidad en la que occidente subestima –algunas veces sin querer- todo lo que le es diferente,

sin darse cuenta del arma de doble filo que eso representa.

4. BIBLIOGRAFÍA:

- BBC MUNDO. Afganistán: las mujeres todavía esperan (en línea). BBC Mundo. Consulta: 15

de abril del 2010.http://www.bbc.com.uk/mundo/internacional/2009/08.shtml/.

- HOLMES, Paul. Un cauto amanecer. En: Afganistán, alzando el vuelo. Reuters. Madrid:

Pearson Educación, 2002.

- KÜNG, Hans. El Islam: historia, presente y futuro. Madrid: Trotta, 2006.

- LE MONDE. Dans un enfer très connu (en línea). Le Monde. Consulta : 20 de abril del

2010.http://www.lemonde.com.fr/internationnal/Afg.09.html/.

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- LOBO, Ramón. Afganistán se olvida de las mujeres (en línea). El País. Consulta: 14 de abril

del 2010.http://www.elpais.com/articulo/internacional/afganistan.

- MARSDEN, Peter. Los Talibanes: guerra y religión en Afganistán. Barcelona: Grijalbo,

2002.

- REVOLUTIONARY ASSOCIATION OF WOMEN OF AFGHANISTAN (RAWA). Consulta: 15

de abril del 2010. http://www.rawa.org/

- RUSSELL, Rosalind. Detrás del burka. En: Afganistán, alzando el vuelo. Reuters. Madrid:

Pearson Educación, 2002.

- UNITED NATIONS DEVELOPMENT FUND FOR WOMEN (UNIFEM). Consulta: 20 de abril

del 2010. http://www.unifem.org

- ZOYA. Historia de Zoya: la lucha de una mujer afgana por la libertad. Barcelona: Cirse,

2002.

[1] Esta concepción de la mujer tampoco difiere con la que concibe el cristianismo tradicional, con

esto se quiere rechazar cualquier intento de caracterizar al Cristianismo, en oposición al Islam,

como una religión superior en lo que se refiere a derechos y liberalización femenina. Por otro lado el

Islam, a diferencia del Cristianismo, no posee el concepto de un pecado original con el cual se

supone que cuenta toda mujer y que transmitirá a sus hijos al nacer (Küng 2006: 630).

[2] El hecho de que una ideología tan radical como la talibán haya nacido en el seno de la etnia

pashtún está relacionado con que dentro de Afganistán hay una disputa histórica entre cuál de las

etnias debe ser la dominante (la rivalidad clásica es entre los pashtún y los hazara), los pashtún

acusan al resto de las etnias de no ser afganos auténticos y de haber colaborado con los regímenes

extranjeros que oprimieron al país; los talibanes apelan a aquel sentimiento y se hacen considerar

los verdaderos reivindicadores de la cultura afgana (Zoya 2002: 23).

[3] Es interesante señalar que el fundamentalismo termina siendo una reacción ante lo ‘otro’, una

respuesta consistente en intensificar los rasgos culturales derivándolos a algo que pierde su razón de

ser inicial: un elemento de unión e identificación con las circunstancias de quien comparte ese

elemento con uno.

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