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Diseño Inteligente ¿Es ciencia? ¿Es religión? ¿Qué es exactamente? A medida que ha ido ganando terreno el movimiento del diseño inteligente, sus provocativas tesis han venido siendo, obviamen- te, blanco de las más enconadas críticas. En este libro, William Dembski aprovecha la ocasión para responder clara y conci- samente a las más duras objeciones planteadas al programa del diseño inteligente. Dirigiéndose al gran público en general, Dembski responde a más de cuarenta cuestiones, unas espon- táneamente expresadas por muchos de los oyentes no especia- lizados que asistieron a sus numerosas conferencias públicas, y otras, más sutiles o más complejas, aducidas por profesionales en revistas especializadas. La ciencia y los hombres de ciencia gozan de gran autoridad hoy en día. Ahora bien, ¿qué es la ciencia? Todo el mundo pa- rece tener una respuesta. Recientemente un grupo de científi- cos, matemáticos y filósofos pioneros del nuevo movimiento del diseño inteligente han puesto en cuestión cierta concepción de la ciencia: el enfoque que limita las investigaciones y procedi- mientos de ésta a las explicaciones exclusivamente regulares y mecánicas. Los investigadores del diseño inteligente sostienen en cambio que no hay razón científica alguna para excluir la inteligencia, su intervención y el propósito en la genuina · inves- tigación científica. Y en modo alguno debe sorprendernos el constatar que, de hecho, no es infrecuente que la misma prác- tica de la ciencia incluya ya todos estos factores. La revolución de.I diseño ha comenzado. Su éxito dependerá del modo en que acierte a responder a las cuestiones planteadas por sus detractores. La lectura de este libro proporcionará al lec- tor una idea cabal de las perspectivas y de los desafíos que ha de afrontar esta revolución del pensamiento científico. ISBN 84-935182-4-7 9 788493 518240 CD .. e CI) O) ·- - CD .. e :.52 - en .a IC CD -ce en ·- = HL IS Diseño Inteligente William A. Dembski Respuestas a las más graves objeciones al diseño inteligente HOMO LEGENS [SCIENTIA

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Ensayo de biología evolutiva sobre el diseño inteligente

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Page 1: Dembski William a - Diseño Inteligente(OCR y Opt)

Diseño Inteligente ¿Es ciencia? ¿Es religión? ¿Qué es exactamente?

A medida que ha ido ganando terreno el movimiento del diseño

inteligente, sus provocativas tesis han venido siendo, obviamen­

te, blanco de las más enconadas críticas. En este libro, William

Dembski aprovecha la ocasión para responder clara y conci­

samente a las más duras objeciones planteadas al programa

del diseño inteligente. Dirigiéndose al gran público en general,

Dembski responde a más de cuarenta cuestiones, unas espon­

táneamente expresadas por muchos de los oyentes no especia­

lizados que asistieron a sus numerosas conferencias públicas, y

otras, más sutiles o más complejas, aducidas por profesionales

en revistas especializadas.

La ciencia y los hombres de ciencia gozan de gran autoridad

hoy en día. Ahora bien, ¿qué es la ciencia? Todo el mundo pa­

rece tener una respuesta. Recientemente un grupo de científi­

cos, matemáticos y filósofos pioneros del nuevo movimiento del

diseño inteligente han puesto en cuestión cierta concepción de

la ciencia: el enfoque que limita las investigaciones y procedi­

mientos de ésta a las explicaciones exclusivamente regulares y

mecánicas. Los investigadores del diseño inteligente sostienen

en cambio que no hay razón científica alguna para excluir la

inteligencia, su intervención y el propósito en la genuina· inves­

tigación científica. Y en modo alguno debe sorprendernos el

constatar que, de hecho, no es infrecuente que la misma prác­

tica de la ciencia incluya ya todos estos factores.

La revolución de.I diseño ha comenzado. Su éxito dependerá del

modo en que acierte a responder a las cuestiones planteadas

por sus detractores. La lectura de este libro proporcionará al lec­

tor una idea cabal de las perspectivas y de los desafíos que ha

de afrontar esta revolución del pensamiento científico.

ISBN 84-935182-4-7

~ 9 788493 518240

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Diseño Inteligente William A. Dembski

Respuestas a las más graves objeciones al diseño inteligente

HOMO LEGENS [ SCIENTIA

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,.,,,,

DISENO INTELIGENTE

RESPUESTAS A LAS CUESTIONES

MÁS ESPINOSAS

DEL

DISEÑO INTELIGENTE

William A. Dembski

HOMO LEGENS 1 SCIENTIA

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HOMO LEG ENS i SCIENTIA

© Publicado originalmente por InterVarsity Press como The Design Revolution por William A. Dembski. © 2004 by William A. Dembski. Traducido e impreso con permiso de InterVersity Press, P. O. Box 1400,

Donners Grove, 1-60515, USA

© Horno Legens, S. L., 2006

Paseo de la Castellana, 36-38. 28046 Madrid

Grupo Intereconomía [email protected]

© De la traducción: Carmen García Trevijano

ISBN: 84-935182-4-7

Depósito legal: M. 46.887-2006

Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de este libro

por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático y la distribución de ejemplares mediante alquiler

o préstamo público sin permiso previ y por escrito del editor.

A John y Dorothy Van Gorp,

los padres de nu esposa,

la sal de la tierra

Casi invariablemente, la gente llega a

sus creencias no sobre la base de alguna

prueba, sino sobre la base de lo que en­

cuentra atractivo.

BLAISE PASCAL, EL ARTE DE LA PERSUASIÓN

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w

ÍNDICE

Presentación por Charles W. Colson .................................................... 11 Prefacio . . .. .... . ... . . .. .... . .... . .. . . . . . .. .. . . . . .. . . . . . . . . ..... . . . .. . . . .. . . .. . . . . . . . . . . . .. . . .. . . . . . . . ... . . . . . . 15 Reconocimientos........................................................................................ 27

PARTE UNA: DISTINCIONES BÁSICAS

1 DISEÑO INTELIGENTE............................................................... 31 ¿Qué es el diseño inteligente?

2 CREACIÓN..................................................................................... 37 ¿En qué difiere el díser1o inteligente de una doctrina teológica de la creación ?

3 CREACIONISMO CIENTÍFICO.................................................. 40 ¿Es el diseño inteligente una forma hábilmente disfrazada de creacionismo científico?

4 TEOLOGÍA DISFRAZADA.......................................................... 44 Aun cuando el diseño inteligente pretende ser un programa de investigación científica, ¿no es en realidad una empresa teoló-gica?

5 MOTIVACIÓN RELIGIOSA ......................... ........... .................... 50 ¿Acaso el verdadero motivo del diseño inteligente pueda ser el temor de que las teorías evolucionistas, y el darwinismo en par­ticular, desplazaran algún día toda necesidad de Dios?

6 DISEÑO ÓPTIMO.......................................................................... 58

¿Por qué colocar la palabra inteligente a continuación de diseño? Una buena parte del diseño existente en la naturaleza es cualquier cosa menos inteligente.

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7 EL ARGUMENTO DEL DESIGNIO........................................... 67 ¿En qué difiere el diseño inteligente del argumento del designio?

PARTE DOS: DETECTANDO DISEÑO

8 LA INFERENCIA DE DISEÑO................................................... 79 ¿Qué es la inferencia de diseño? ¿En qué difiere la inferencia de diseiio del argumento del designio?

9 AZAR Y NECESIDAD ................................................................. . ¿Cómo concibe la comunidad científica las causas naturales, y por qué no figuran entre ellas las causas inteligentes?

83

10 COMPLEJIDAD ESPECIFICADA............................................... 87

PARTE TRES: INFORMACIÓN

16 INFORMACIÓN Y MATERIA.................................................... 145 ¿Cuál es la diferencia entre información y materia, y qué papel juega cada una en la teorfo del diseño inteligente?

17 TEORÍA DE LA INFORMACIÓN.............................................. 150 ¿Cómo se relaciona la teoría matenzáticn de la información con el diser'io inteligente; y más específicamente, con el criterio que éste emplea para detectar diseño, es decir, la complejidad especificada?

18 EL PROBLEMA DE LA INFORMACIÓN EN BIOLOGÍA.... 155 ¿Cuál es el problenw de la información en biología, y cómo tratan los biólogos de resolverlo?

¿Qué es la complejidad especificada, y cómo se determina si algo 19 INFORMACIÓN EX NIHILO ...................................................... 163 exhibe complejidad especificnda? ¿Es la naturaleza completa en el sentido de poseer todas las

11 EL FILTRO EXPLICATIVO.......................................................... 94 ¿De qué modo funciona la complejidad especificada como criterio de detección de diseño?

12 FIABILIDAD DEL CRITERIO...................................................... 102 ¿Es la complejidad especificada un criterio fiable para detectar diseño?

13 OBJETIVIDAD Y SUBJETIVIDAD.............................................. 110 ¿Describe la complejidad especificada una característica objetiva del mundo o es meramente un estado subjetivo de ignorancia sobre el funcionamiento del mundo?

14 AFIRMABILIDAD.......................................................................... 117

Dado que la complejidad especificada es un criterio bien definido, objetivo y fiable para detectar diseño, ¿por qué habría que pensar que nunca podríamos estar justificados para afirmar que algún objeto natural exhibe complejidad especificnda?

15 EL AZAR DE LOS AGUJEROS ................................. .... ............. 130 ¿Por qué ha de ser probabilista toda teoría cien tífica que se pro­ponga detectar diseño?

capacidades necesarias para producir las estructuras ricas en información que vemos en el mundo y especialmente en biología? ¿O hay aspectos informacíonales del mundo de los cuales la na­turaleza no puede dar cuenta por sí sola sino que requiere la guía de una inteligencia?

20 RECEPTIVIDAD DE LA NATURALEZA A LA INFORMA-CIÓN ................................................................................................ 169 ¿Cómo ha de ser la naturaleza para que una inteligencia diseñadora interactúe coherentemente con el mundo y genere la complejidad especificada que vemos en los seres vivos?

21 LA LEY DE LA CONSERVACIÓN DE LA INFORMA-CIÓN ................................................................................................ 179 ¿Qué significado tiene decir que se conserva la complejidad espe­cificada o información compleja especificada?

PARTE CUATRO: CUESTIONES QUE PLANTEA EL NATURALISMO

22 VARIEDADES DEL NATURALISMO ....................................... 189 ¿Es el naturalismo compatible de algún modo con el diseiio inteli­gente?

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23 INTERVENCIONISMO................................................................. 199 ¿Es el diseiio inteligente una teoría interz1encionísta en la que los casos de diser1o interrumpen una historia causal sin cuya inter­vención sería totalmente natural?

24 MILAGROS Y SUSTITUCIÓN CONTRAF ÁCTICA........ .. ... . . . 204 ¿Requiere milagros el diseño inteligente? Y de ser así, ¿no situaría esto al diseño fuera de los límites de la ciencia?

25 LO SOBRENATURAL................................................................... 209 ¿No será el diseñador al que el diseño inteligente atribuye la co1nplejidad biológica un agente sobrenatural que se enc11e11tra, por tan to, fuera de los límites de la ciencia?

26 DISEÑADORES CORPÓREOS E INCORPÓREOS.................. 213 ¿Sería el diseño producido por un diseñador incorpóreo accesible a la investigación científica de la misma manera en que lo es el diseño producido por un disáiador corpóreo?

27 EL REGRESO AL INFINITO EN EL DISEÑO......................... 219 Si la naturaleza exhibe diseño, ¿quién o qué diseñó al dise­ñador?

28 ESCEPTICISMO SELECTIVO...................................................... 223 ¿Por qué es el escepticismo profesional tan declarado adversario del diseño inteligente? ¿Qué perspectivas tiene de desmontar al diseño inteligente?

29 EL PROGRESO DE LA CIENCIA ............. ..... ..... ...... ..... ............ 230 ¿Reivindica invariablemente el progreso científico al naturalismo y opera en contra del diseño inteligente?

PARTE CINCO: DESAFÍOS TEÓRICOS AL DISEÑO INTELIGENTE

30 ARGUMENTO DESDE LA IGNORANCIA.............................. 239 Al atribuir diseño a los sistemas biológicos, ¿no está el diseño inteligente argumentando a partir de la ignorancia?

31 INDUCCIÓN ELIMINATIV A...................................................... 246 Si la i11.fl1 re11cit1 de diseJ/o 110 es rnb11l111e11te un 11rg11mcnto desde la ig11oranci11, ¿ c11 qué sen ti do es superior a este tipo de 11rg11-me11 to?

32 HUME, REID Y SIGNOS DE INTELIGENCIA........................ 251 ¿Acaso no demolió David Hume no sólo el argumento del designio en favor de la existencia de Dios, sino también cualquier tipo de inferencia de diseño basada en aspectos del mundo natural?

33 DISEÑO POR ELIMINACIÓN VERSUS DISEÑO POR COM-PARACIÓN..................................................................................... 261 ¿Cómo se infieren adernadamente las hipótesis de disáio: elimi­nando sin más las hipótesis de azar o comparando la verosimilitud del azar y las hipótesis de diseiio?

34 LA DEMANDA DE DETALLES: EL TU QUOQUE DEL DARWINISMO ............................................................................... 281 ¿No es el colmo de la hipocresía que los teóricos del diseiio acusen al darwinismo de no ofrecer detalles sobre la emergencia de la complejidad biológica cuando tampoco los ofrece su propia teoría del diseiio inteligente?

35 EL DESPLAZAMIENTO Y EL PRINCIPIO DE «NO FREE LUNCH» .......................................................................................... 286 ¿Cómo pueden los teoremas del No Free Lunch competir con la teoría darwiniana y apoyar el diseño inteligente?

36 LOS ÚNICOS JUEGOS EN LA CIUDAD................................. 293 ¿No es una actitud burda y simplista plantear el debate sobre la evolución biológica meramente como un duelo entre el darwinismo y el diseiio inteligente? Con seguridad, la biologfo evolutiva abre la puerta a muchas más opciones.

PARTE SEIS: UN NUEVO TIPO DE CIENCIA

37 ASPIRACIONES............................................................................. 305 ¿Qué espera la ciencia obtener del diseiio inteligente, y qué puede hacer el díseiio inteligente por la ciencia?

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38 MECANISMO ................................................................................ . Si el diseño inteligente no es una teoría mecnnícista del origen y desarrollo de la vida, ¿cómo puede ser científica?

39 TESTABILIDAD ............................................................................ . ¿Es testable el diseño inteligente? ¿Es testable el darwinismo?

40 LA IMPORTANCIA DE MICHAEL BEHE .............................. . ¿Por qué piensan los biólogos evolucionistas que la obra de Michael Behe sobre la complejidad irreducible ha quedado desacreditada?

41 EVALUACIÓN PARITARIA O EL FALLO DE LOS EXPER-

312

318

331

TOS................................................................................................... 341 Si el diseño inteligente es un programa de investigación científica, ¿por qué los teóricos del diseño no publican ni ven citados sus trabajos en las bibliografías de evaluación parí ta ria?

42 LA «CUÑA»................................................................................... 349

¿No será realmente el diseiio inteligente una agenda política dis­frazada de programa de im1estigación científica?

43 TEMAS A INVESTIGAR.............................................................. 354

¿Qué se supone que deba hacer, por la vía de la investigación científica, un científico interesado en el diseño inteligente?

44 HACER DEL DISEÑO INTELIGENTE UNA CIENCIA DIS-CIPLINADA.................................................................................... 364 Aun suponiendo que el diseño inteligente sea un programa de im1estigación científica, o que tenga al menos el potencial para serlo, ¿cómo puede evitar verse absorbido como parte de una agenda política y cultural más amplia?

Bibliografía selecta ......... .............. ...... ......... ........... ...... ... ................ ..... 373 Índice de nombres................................................................................ 380

Charles W. Colson

BILL DEMBSKI ES, por encima de todo, un revolucionario. Y éste es un libro revolucionario.

Durante años - demasiados años- la evolución darwiniana, la ortodoxia académica dominante, no se ha enfrentado con desafíos sig­nificativos. Los que creían en cualquier otra teoría sobre los orígenes biológicos eran tenidos por chiflados religiosos o locos. Esa situación está empezando a cambiar ahora.

Bill Dembski está en la vanguardia de un prometedor movimiento de pensadores, cristianos y no cristianos, que efectivamente sostienen que la evolución naturalista no puede dar respuestas coherentes a las cuestiones más vitales de nuestro tiempo. En este libro ofrece Dembski una asombrosa refutación de la idea de que los hombres vivimos en un universo naturalista gobernado por el azar, y que el tiempo más el azar más la materia generan vida en toda su gloriosa complejidad.

Immanuel Kant nos proporcionó unas espléndidas lentes con las que captar el actual dilema. Kant era un teísta profundamente influido por el pietismo cristiano. Como filósofo, formuló una radical propuesta que trastornó la epistemología, la rama de la filosofía que estudia nuestro modo de conocer lo que conocemos. Lo más sobresaliente de su propues­ta era que había dos tipos de conocimiento: el de aquello que podía ser determinado como hecho, es decir, el conocimiento de fenómenos, y el de aquello que sólo era accesible a través de la fe, o sea: el conocimiento de noúmenos. Esta distinción entre hecho y fe revolucionó y cambió el modo en que el pensamiento occidental enfocaba la cuestión relativa a lo que se puede y no se puede conocer.

Antes de Kant, todo el mundo estaba dispuesto a aceptar sin la menor reserva que puesto que Dios creó el universo, toda la verdad estaba en él y toda verdad podía ser conocida. Podíamos apoyarnos sin reservas

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12

en la sabiduría y la autoridad de Dios. Sin embargo, con la presión de

la Ilustración aumentando día a día, la gente fue abandonando paulati­

namente la idea de que la noción de Dios era necesaria para explicar la creación. Y tras haber capitulado sobre este punto, se renunció también

con facilidad a la idea de que Dios era necesario para la formulación

de la ley moral o del comportamiento. Y con el paso de los años, la distinción hecho-fe se afianzó tanto en la mentalidad de la gente, que los

intelectuales occidentales no encontraron apenas dificultad para fundar

en el naturalismo no sólo la ciencia sino también la moralidad.

Al mismo tiempo, los creyentes religiosos, atacados también por el

mismo microbio de la Ilustración, salvaguardaron su fe confinándola

en el ámbito de lo privado. Centrados en una piedad individualista,

los creyentes olvidaron la concepción holista del mundo de las anterio­

res generaciones. Al adoptar la distinción hecho-fe, compartimentaron

su propia fe y la aislaron del resto de su comprensión del mundo. El

resultado de todo esto ha sido un abandono total del sentido de com­

promiso cultural.

Esta «doble historia» del pensar se hizo casi inatacable y dejó el

campo libre para que los científicos naturalistas dominaran el pensa­

miento occidental - científicos que ofrecían una explicación naturalista

del universo biofísico sin referencia alguna a un creador o diseñador.

Había religión por una parte y ciencia por otra. Y ninguna de ellas se entendió con la otra.

Aunque ésta era -y sigue siendo - una falsa dicotomía, ha conti­

nuado dominando el pensamiento occidental incluso después de que

las explicaciones naturalistas de la creación de la vida comenzaran a

fracasar. En las escuelas públicas norteamericanas actuales está firme­

mente arraigada la idea de que la ciencia ofrece una explicación del

mundo totalmente naturalista y que la fe es meramente una cuestión de

religión (o peor aún, una cuestión de «valores») que debe permanecer alejada del aula.

El movimiento del diseño inteligente, del cual Dembski es parte clave,

está planteando un evidente desafío a ese modo de pensar. Ha atacado

la evolución naturalista presentando argumentos lúcidos y evidencias claras de diseño.

Cuanto más aprendemos acerca del mundo en que vivimos, más

impresionados deberíamos mostrarnos ante lo que ha sido llamado el «principio antrópico». Como he escrito en otro lugar, el principio antró­

pico establece que, en nuestro propio universo, todas esas características

Prc~C11tacití11 13

del mundo físico al parecer arbitrarias y no relacionadas - la distancia

de la tierra al sol, las propiedades físicas de la tierra, la estructura de un

átomo- tienen una cosa en común: ser precisamente lo que se necesita

para que el mundo pueda albergar la vida. El entero universo biofísico

parece haber sido pensado y diseñado -inteligentemente disefiado. Muchos científicos siguen manteniendo el modo de pensar de la

doble-historia y preferirían más bien no considerar la posibilidad de un diseñador clarividente. En lugar de ello, optan por continuar adheridos

a ese naturalismo que afirma un universo que se genera y explica a sí mismo en el cual todas las cosas proceden del azar y la necesidad,

incluyendo la vida humana. Dembski y pensadores tales como Phillip Johnson, Michael Behe y

Jonathan Wells han forzado a los científicos a tomar en serio al disefio

y a un diseñador. Su argumentación no se apoya en la Biblia o en la

religión, sino en la evidencia científica. En lugar de evolución natura­

lista, ellos proponen una teoría bien desarrollada del diseño inteligente.

Puesto que estamos ante un caso de teoría científica frente a otra teoría

científica, los pensadores seculares no encuentran ahora razones para

menospreciar simplemente al diseño como una idea religiosa.

Dembski es un brillante pensador pionero que está causando un

tremendo impacto. Sus ideas no sólo están sacudiendo los círculos

intelectuales, sino que se van filtrando en la conciencia popular. Como

resultado, Dembski forma parte de un movimiento para volver a capturar

el espíritu de nuestra cultura y reimplantar en las escuelas el equilibrio

intelectual. Ésta será una de las mejores y más esperanzadoras cosas que

le puedan suceder al mundo cristiano durante generaciones.

En Diseño inteligente, Dembski cubrió un amplio abanico de tópicos

respondiendo a las objeciones que se planteaban al diseño inteligente.

Puede decirse que durante sus años de escritor, de docencia y de debate

sobre el diseño inteligente ha escuchado todas las objeciones posibles.

En este libro las vuelve a considerar por separado para responder al

lector confuso, al escéptico y al hostil. Sus argumentos no sólo refuerzan

la confianza de los que ya estamos convencidos del diseño inteligente,

sino que sirven como catalizador del pensamiento para los escépticos

escrupulosos. Albert Einstein dijo una vez, «En cualquier caso, yo estoy convencido

de que Dios no juega a los dados». Ciertamente no lo hace. Dios creó

cuidadosamente un mundo al que protege con su providencia. En este

libro, Dembski ha hecho aún más clara esta verdad.

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PREFACIO

DESDE QUE THOMAS KUHN publicara allá por los años de 1960 La estructura de las revoluciones científicas, todo tema relacionado con alguna nueva idea en ciencia ha sido presentado al público como la última revolu­ción científica. No es de extrañar por tanto que la gran mayoría de las revoluciones científicas se hayan visto superadas por otras en el curso de unos pocos años. Y o mismo protagonicé uno de esos movimientos de superación a finales de la década de 1980 siendo aún estudiante de licenciatura en el laboratorio de física de Leo Kadanoff de la Universidad de Chicago. La teoría del caos, también llamada dinámica no-lineal, iba a revolucionar la ciencia. Diez años más tarde, tanto aquella promesa como las expectativas surgidas en torno a ella se habían evaporado en su mayor parte. La teoría del caos ofrecía sin duda algunas perspecti­vas interesantes sobre la interdependencia y la sensibilidad relativas a la perturbación de los procesos físicos. Y aunque la revolución había perdido su empuje, nuestra concepción científica del mundo continuaba prácticamente inalterada. Desde aquella experiencia, aplico una prudente dosis de escepticismo a todas las declaraciones relativas a una nueva gran revolución en ciencia.

Sin embargo, día a día se fortalece mi convicción de que el diseño inteligente está llamado a revolucionar la ciencia y nuestra concepción del mundo. Naturalmente, en tanto que proponente activo del diseño inteligente, mantengo un firme interés en esta apuesta. Pero en cual­quier caso, hay buenas razones para pensar que esta perspectiva cumple perfectamente los requisitos exigibles a una revolución teórica a gran escala. Semejante revolución no sólo constituirá un formidable desafío para el gran ídolo de la biología evolutiva ( darwinismo ), sino que mo­dificará también sin duda las reglas fundamentales que gobiernan las ciencias naturales. Desde los tiempos de Darwin, las ciencias naturales

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16 Q¡c;[\l¡ 1\i lll.ICF\.I 1

han combatido la idea de que causas inteligentes puedan jugar un papel sustantivo empíricamente importante en el mundo natural. Es obvio que un proceso evolutivo ciego podría dar lugar a la emergencia de ciertas causas inteligentes, pero estas causas no serían en modo alguno fundamentales para el operar del mundo. El diseño inteligente rechaza esta exclusión del diseño en las ciencias naturales. Y con ello promete reconstruir tanto la ciencia como el mundo.

Las revoluciones son un asunto turbio. Tampoco son inevitables. Para que surja una revolución ha de haber revolucionarios resueltos a colocar las cosas en su sitio. Tienen que proponerse acabar con los abusos, el ridículo y la intimidación que la elite dirigente puede y quiere imponer. La elite gobernante en este caso está formada por los darwinistas dogmáticos y los científicos naturalistas. Firmemente comprometidos a mantener fuera del ámbito de las ciencias naturales a la causación inteligente, ofrecen una falsa representación de ella en cada una de sus etapas al sostener que la crítica que los defensores del diseño inteligente dirigen al darwinismo (y de manera más general a las teorías naturalistas de la evolución) está claramente tergiversada y

carece de fundamento. Bajo este subterfugio, la información que recibe el público es que el diseño inteligente no es más que religión disfraza­da de ciencia. Además se le advierte también que el diseño inteligente anuncia la muerte de la ciencia, y que proponer este diseño equivale intelectualmente (si no moralmente) a afirmar, por ejemplo, que el Ho­locausto no sucedió nunca.

La aceptación de ideas radicales que desafían el status qua (y el darwinismo en su condición actual es realmente un status qua) queda típicamente establecida mediante una serie de diversas etapas. Según Arthur Schopenhauer, «Toda verdad pasa por tres estadios. En el primero, es ridiculizada. En el segundo, ferozmente combatida. Y en el tercero, aceptada como algo autoevidente». En la misma línea, el científico evolucionista J.B.S. Haldane observaba, «Una teoría pasa por

cuatro estadios de aceptación: «(i) es un sinsentido que carece de valor; (ii) es una perspectiva interesante, aunque perversa; (iii) es verdadera, aunque bastante trivial; (iv) yo la he afirmado siempre».

Los cuatro estadios de Haldane pueden ser analizados del siguiente modo. En el primero, la idea es considerada ridícula: la elite dominan­te no se siente amenazada e ignora el desafío mientras puede, pero cuando el peligro aumenta afirma dogmáticamente que la tal idea es tan absurda que no merece siquiera la menor consideración. En el

Pre_f¡1cio 17

segundo estadio se la considera perniciosa: la elite establecida no puede seguir ignorando la amenaza y se apresta a tomar medidas activas que la invaliden proclamando dogmáticamente que la tal idea es confusa, irracional, rechazable, e incluso peligrosa (con lo que añaden una dimensión moral al debate). En el tercer estadio se la contempla como posible: la referida elite admite a regañadientes que la idea no es enteramente absurda, mas continúa sosteniendo que, a lo sumo, su interés es marginal; mientras tanto, la mayoría de sus miembros va tomando conciencia de que las consecuencias de la nueva teoría son de muy largo alcance y de que su importancia es mucho mayor de la que inicialmente se le concedía. Por último, y en cuarto lugar, se reconoce que la idea es plausible: en este momento preciso emerge un nuevo status qua, con una elite dominante que da su total asentimiento a la recién entronizada idea y en el que la mayoría de los ciudadanos no aciertan a imaginar siquiera cómo el común de los hombres de épocas anteriores pudo haber pensado de distinta manera. El diseño inteligente nos sitúa en el momento de transición desde el estadio dos al estadio tres: desde lo pernicioso a lo posible. Ésta es la más dura de las transiciones.

El propósito de este libro es facilitar esa transición desde el estadio dos al tres dotando a los defensores del diseño inteligente con el ins­trumental adecuado para rebatir con éxito los ataques de sus críticos. Mas también hemos tenido muy en cuenta la legión de individuos que se muestran escépticos respecto a futuras revoluciones científicas. Este libro pretende igualmente rendir un cálido homenaje a tan saludable escepticismo respondiendo total y sistemáticamente a las cuestiones más arduas que los críticos hayan podido plantear relativas al diseño inteligente. Los lectores no tendrán ya que andar a tientas en busca de preguntas o respuestas. Ni tampoco echarán en falta la discusión de cuestiones realmente difíciles.

A lo largo de los últimos diez años he disertado sobre diseño inteligente ante numerosos colegas en distintas universidades, tan­to en Estados Unidos como en el resto del mundo. Igualmente he mantenido regularmente entrevistas con los medios sobre este tema. He introducido una enorme variedad de cuestiones en todo tipo de lugares, y mi obra ha provocado una intensa y amplia marea de publicaciones críticas por parte de los guardianes de la ortodoxia científica. El presente libro reúne en un solo volumen todas aquellas experiencias, todas aquellas preguntas y respuestas. La presente obra

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18 DISEr\;CJ l'.\fELIGENTf

puede ser considerada por tanto como un manual capaz de reempla­zar un paradigma científico anticuado (el darwinismo) por otro nuevo paradigma (el diseño inteligente) perfectamente preparado para poder

respirar, crecer y prosperar. Cuando hablo de diseño inteligente, se me suelen plantear tres tipos

de preguntas. Con frecuencia una de ellas se limita simplemente a pedir una clarificación adicional. A veces, sin embargo, una determinada pre­

gunta pone al descubierto un obstáculo que hay que eliminar antes de seguir adelante con la investigación. Y finalmente, está la cuestión que no es en realidad una cuestión, sino más bien una objeción destinada a ahondar más profundamente en el diseño inteligente. En este libro trataré de los tres tipos de cuestiones, aunque mi interés se centra más particularmente en la relativa al obstáculo. El diseño inteligente está sembrado de impedimentos, sobre todo para los científicos y los teólo­gos. Lo que más busco en este libro es eliminar al máximo semejantes barreras. Librarse de ellas es al presente la tarea más importante en el

proyecto de impulsar la revolución del diseño. Dicho de manera muy simple, el diseño inteligente es la ciencia

que estudia los signos de la inteligencia. Así expresada, la tal revo­lución parece rectilínea y aproblemática. Mas dependiendo del lugar en donde la inteligencia se muestre a sí misma con toda evidencia, es posible toparse con una feroz resistencia al diseño inteligente. Que los arqueólogos atribuyan diseño inteligente a las puntas de flecha o a los túmulos fúnebres no provoca discusión alguna. Pero que los biólogos postulen un diseño inteligente en las estructuras biológicas provoca una gran ansiedad no sólo en el seno de la comunidad científica sino también en el de la cultura en general. ¿Por qué?

En su obra Miracles, C.S. Lewis acusaba con toda razón al naturalis­mo. Según Lewis, el naturalismo es una toxina que impregna el aire que respiramos y una infección que se abre camino hasta nuestros huesos. El naturalismo es la concepción que postula que el mundo físico es un sistema auto-independiente que se gobierna mediante leyes ciegas e in­mutables. El naturalismo no procede de parte alguna y afirma que fuera de la naturaleza no hay nada. Lo que esta afirmación viene a decir es que fuera de la naturaleza no puede haber nada que sea concebiblemente relevante para lo que sucede en ella. La respuesta del naturalismo al teísmo no es el ateísmo, sino un olvido benigno del primero. La gente se siente bien creyendo en Dios, aunque no en un Dios que introduzca ni un mínimo de diferencia en el orden natural.

Prefacio 19

El teísmo (ya sea cristiano, judío o musulmán) sostiene que la sa­biduría de Dios creó el mundo. El origen del mundo y su ordenación subsiguiente es por tanto resultado de la actividad diseñadora de un agente inteligente: Dios. El naturalismo, por su parte, no reserva ningún

lugar para una actividad inteligente, a excepción del final de un proceso material que no tiene propósito alguno. Dentro del naturalismo, toda inteligencia es inteligencia evolucionada. Por su parte, el mismo proceso

evolutivo a cuyo través se desarrolla este tipo de inteligencia, es a su

vez ciego y carente de finalidad. Consecuencia de todo esto es que el naturalismo no trata a la inteligencia como una fuerza creativa básica, sino como un subproducto evolutivo. Lo cual quiere decir en concreto que los seres humanos (los objetos naturales que máximamente exhiben inteligencia) no son la corona de la creación, ni el resultado primorosa­mente diseñado por la voluntad de un creador, ni por supuesto tampoco las criaturas hechas a imagen y semejanza de un Dios benevolente. Los seres humanos son más bien un accidente de la historia natural.

El naturalismo constituye claramente una tentación para la ciencia, y son ciertamente muchos los científicos que han sucumbido a ella. Esta tentación consiste en la visión de un mundo sereno y ordenado donde todo es perfectamente comprensible en términos de una serie de reglas bien definidas o mecanismos gobernados por leyes naturales. De acuerdo con esto, el naturalismo mantiene la esperanza de que la ciencia pueda ofrecer algún día una «teoría de todas las cosas». Pero es evidente que esa esperanza no ha encontrado aún cumplimiento. El escándalo del diseño inteligente consiste precisamente en ir más allá y afirmar que semejante esperanza es un sueño irrealizable. Y esta afirmación es un insulto para la hybris del naturalismo. El diseño inteligente sostiene que la inteligencia es un rasgo fundamental del mundo y que todo intento de reducirla a mecanismos naturales está abocado al fracaso. El naturalismo desea que la naturaleza sea un libro abierto. Pero las inteligencias no son en absoluto libros abiertos: las inteligencias crean libros, producen nueva información. Son agentes libres capaces de vulnerar nuestras más fundadas expectativas.

Tras todo esto se oculta una evidente ironía. El universo del natura­lista - donde la inteligencia no es fundamental y el mundo no es diseña­do - es supuestamente un mundo racional puesto que se mueve según una ley natural inalterable, o sea, donde la causa precede al efecto con regularidad inviolable. Por otra parte, el mundo del teórico del diseño, en donde la inteligencia es fundamental y el mundo es diseñado, no

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es supuestamente un mundo racional puesto que la inteligencia puede hacer cosas inesperadas. Dar cabida en el mundo a una inteligencia no evolucionada es, según el naturalismo, arrojar al mundo a un espantoso torbellino. Es sustituir la ley natural eterna por el capricho, y por tanto destruir la ciencia. Así pues, para el naturalista, el mundo es inteligible sólo si comienza sin inteligencia y luego la desarrolla. Mas si el mundo comenzara con una inteligencia y ésta fuera desarrollada por causa de una inteligencia anterior, ese mundo acabaría siendo ininteligible.

La incoherencia de tal razonamiento es perfectamente evidente. La ciencia y la comprensión del mundo son de hecho posibles sólo por la presencia de nuestra inteligencia. Y sin embargo, el naturalista se aferra a su argumento como a un amigo moribundo. Una situación parecida me tocó vivir recientemente cuando daba una conferencia en la Universidad de Toronto. Un biólogo que me escuchaba insistió en que yo debería tomar en serio que la antigüedad del mundo era de sólo dos minutos mientras aceptase el enfoque del diseño inteligente. Presumiblemente, cualquier inteligencia creadora sería capaz de crear un mundo engañoso que aparentase ser viejo pero que acababa de ser creado dos minutos antes con la misma verosimilitud con que crea un mundo que parece viejo porque realmente es viejo. Estamos ciertamente ante una posibi­lidad lógica, pero ¿nos asiste alguna razón para creer en ella? Cientos de años de afortunada investigación científica confirman un mundo que está estructurado para revelar honestamente sus secretos. Si además ese mundo nos presenta la evidencia de un diseño, ¿por qué la mera posibilidad de un falaz o caprichoso diseñador debería neutralizar esa evidencia o forzarnos a negar la existencia de todo diseñador?

Si hemos de tomar en serio la posibilidad de un diseñador falaz, ten­dríamos que tomar también en serio la posibilidad de ser engañados por un mundo natural que carece de diseño. Imaginemos un mundo natural carente de diseño en el que las leyes de la naturaleza cambian radicalmen­te de tiempo en tiempo, en donde el tiempo puede volver atrás y reiniciar la historia con un diferente curso, y donde las masivas fluctuaciones cuánticas a escala cósmica producen galaxias que parecen antiguas pero que de hecho son recientes. No sólo los diseñadores pueden ser falaces y caprichosos. Lo mismo puede decirse de la naturaleza. Mas si la ciencia va a ser posible, necesitamos asumir, como principio regulativo, que el diseñador hizo que la naturaleza fuera honesta y segura.

De todo esto se sigue que el argumento del «universo-de-dos-mi­nutos-de-antigüedad» esgrimido contra el diseño inteligente es un ejer-

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cicio de irrelevancia. Es aplicable tanto al naturalismo como al disei1o inteligente. Y ni siquiera alcanza a rozar la cuestión más importante: si ciertos sistemas biológicos son diseñados. Para decidir esta cuestión habría que consultar no a la teología o a la anti-teología, sino a la evi­dencia que ofrezca la propia biología. Si esta evidencia apunta al diseño, a él tendremos que dirigirnos. Sería absurdo contestar a esto diciendo que aunque la evidencia nos conduce al diseño, seguimos ignorándolo ante la posibilidad de que un diseñador falaz pueda haber diseñado la evidencia engañosa. Tal actitud equivaldría a rechazar el diseño basán­donos en la presunción misma del diseño.

Cuando le contesté al biólogo de Toronto que Isaac Newton creía en el diseño inteligente y no postuló nunca un universo de dos minutos, él observó inmediatamente que Newton no conocía la evolución. Pobre Sir Isaac. Es presumible que Darwin lo hubiera convertido en un ateo intelectualmente satisfecho y eliminado en su ciencia todo vestigio de di­seño inteligente (el concepto de diseño inteligente figura sustantivamente en los Principia de Newton -véase, por ejemplo, su General Sclwlium). Tal vez la ciencia y nuestro conocimiento del mundo natural pudieran quedar clarificados cuando admitiésemos que la inteligencia pudiera ser un principio fundamental que opera en el universo.

La acusación de que el diseño inteligente presagia el fin de la ciencia y de la racionalidad carece de fundamento. Por el contrario, la verda­dera comprensión del mundo apunta a una inteligencia que subyace a éste. Por otra parte, la ciencia sería imposible si nuestra inteligencia no estuviera adaptada a la inteligibilidad del mundo. La unión entre nuestra inteligencia y la inteligibilidad del mundo no es un accidente. Tampoco puede ser propiamente atribuida a la selección natural, que premia la supervivencia y la reproducción, pero que no muestra el menor interés por la verdad o el pensamiento consciente. Las muñecas sexuales son tan perfectas como el producto de un proceso evolutivo darwiniano. Ciertamente, las muñecas-robots son tan perfectas como el resultado de un proceso evolutivo darwiniano.

Ya he observado que los científicos afectos al naturalismo pasaron tiempos amargos antes de aceptar el diseño inteligente. Pero lo más sorprendente es que los teólogos le hayan opuesto una resistencia aún mayor. La corriente principal de la teología acepta la prevalente opi­nión de que el naturalismo es un principio regulativo adecuado para la ciencia -que la ciencia, para ser ciencia, ha de tratar a la naturaleza como un sistema cerrado de causas naturales. Incluso sin ser naturalis-

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tas metafísicos, los teólogos tienden a manifestarse en su gran mayoría como naturalistas metodológicos.

Si ésta fuera su única razón para rechazar el diseño inteligente, cabría esperar que estos teólogos practicaran sin demasiado entusiasmo, y como una mera hipótesis de trabajo, el naturalismo metodológico. De hecho, la misma idea de que Dios pudiera actuar no simplemen­te como una influencia universal sensiblera sino como el agente que establece una diferencia entre espacio y tiempo y asume la responsa­bilidad por las características del mundo, escandaliza a muchos teó­logos como anatema. A menudo, lo que detrás de esto se esconde es una sensibilidad exagerada ante los males del mundo y la resultante compulsión a construir una teodicea hermética. La teodicea trata de justificar los caminos de Dios frente a los males del mundo. El camino más fácil para conseguirlo consiste en no permitir que Dios se ensucie las manos con el mundo. En consecuencia, son muchos los teólogos que tienen que atender a un doble frente en su relación con el diseño inteligente: no sólo firmar la paz con la interpretación naturalista de la ciencia, sino atender también a la necesidad teológica de impedir que la acción divina se muestre de manera demasiado obvia o personal (p.ej., si Dios interviene en el mundo para hacer el bien, ¿por qué no debería actuar para prevenir el mal?)

Este libro no pretende tratar a fondo el problema de la teodicea (de momento acaricio la idea de publicar en un futuro próximo un libro sobre el Génesis, la teodicea y la doctrina cristiana de la creación). Aun­que la teodicea sea sin duda el problema más espinoso que atormenta a los teólogos en su afán de dar sentido al diseño inteligente, no es un problema para el diseño inteligente per se. Lo que al diseño inteligente le preocupa es comprender la evidencia de la inteligencia en el mundo natural. La naturaleza y, en particular, las características morales de esa inteligencia, constituyen una investigación separada. El diseño inteligente tiene implicaciones teológicas, pero no es una empresa teológica. La teología no incluye el diseño inteligente. Porque el diseño inteligente no es una empresa evangélica cristiana, o genéricamente cristiana, y ni siquiera genéricamente teísta. Todo el que desee liberarse de prejuicios teístas y considerar la posibilidad de descubrir signos evidentes de inte­ligencia en el mundo natural es un amigo del diseño inteligente. Según mi experiencia, tales amigos se encuentran entre los budistas, hindúes, pensadores de la Nueva Era, jungianos, parapsicólogos, vitalistas, plató­nicos y agnósticos honestos, por mencionar sólo unos pocos. De lo cual

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se desprende que el destino del diseño inteligente no depende de que se pueda aportar o no una teodicea satisfactoria.

Aunque a lo largo de este libro dejaré de lado el problema de la teodicea, me detendré sin embargo en la discusión de ciertas críticas del diseño inteligente motivadas por ella. Según uno de sus críticos, Edward Oakes, el diseño inteligente hace imposible la tarea de la teodicea. ¿Por qué razón? Porque, según Oakes, el diseño inteligente está ligado a una burda concepción intervencionista de la acción divina y a una metafísi­ca de la naturaleza de carácter mecanicista. Ninguno de estos tipos de crítica es acertado. El diseño inteligente es justamente compatible con cualquier forma de dirección teleológica, que no se interesa tanto por el modo de actuar del diseño inteligente como por verificar si la acción de éste es discernible. El diseño inteligente no requiere por tanto una concepción intervencionista del diseño. En cuanto a la cuestión de si el diseño inteligente requiere una metafísica mecanicista de la naturaleza, dentro del contexto de la teología esto sería cabalmente la contrapar­tida de una metafísica intervencionista de la acción divina. El diseño inteligente no requiere ni un Dios ni un mundo entrometidos. Para esta cuestión, ni siquiera requiere que haya un Dios. Volveré a ocuparme de Oakes en el capítulo veinte («Receptividad de la naturaleza para la información») y en el veintitrés («Intervencionismo»).

Según Oakes, la tarea de la teodicea cristiana es la de «mostrar que un Dios omnipotente y benevolente puede coexistir con el mal existente en Su creación finita» (First Things, carta al editor, Abril de 2001). La cla­ve para resolver el problema de la teodicea es para Oakes la reflexión de San Agustín de que Dios no permitiría que existiera el mal a menos que pudiera extraer de ahí el bien. Sin embargo, hablar de Dios produciendo el bien a partir del mal podría ser justamente un modo fantasioso de decir que el fin justifica los medios. Para evitar esta acusación, Oakes requiere que el mundo sea contemplado «como una totalidad y bajo el dominio de la escatología». Dicho en otras palabras, la acción divina de producir

el bien a partir del mal debe ser juzgada no sobre la base de un suceso aislado, sino sobre la base de la totalidad de los sucesos en su relación con los últimos propósitos de Dios respecto al mundo. Tal como ha sido expuesto, todo esto suena a simple teodicea cristiana. Desafío a Oakes y sus compañeros a que demuestren que el diseño inteligente, tal como ha sido desarrollado en este libro, contradice esa teodicea.

Dejando de lado la cuestión de la teodicea, el modo de relacionar a Dios con la teoría del diseño inteligente requiere una explicación adicio-

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nal. Tanto los creacionistas como los naturalistas afirman que el uso de los términos «diseñador» o «inteligencia diseñadora» no es más que un truco retórico de los teóricos del diseño para evitar la referencia explícita a Dios. Este ardid les permite decir cuanto sea necesario para atraer la atención de los escépticos. Pero tan pronto como el escéptico atiende a sus argumentos en favor del diseño, sus teóricos proceden a identificar, mediante una manipulación, al diseñador con el Dios de la fe religiosa. Mientras que el creacionismo es directo y franco en su reconocimiento de Dios, el diseño inteligente se muestra engañoso y furtivo.

Esta acusación es infundada. Que los teóricos del diseño se mues­tren reticentes ante el uso de la palabra Dios, no tiene nada que ver con la estrategia de esperar una buena oportunidad para introducirla. Si estos teóricos no sacan a colación a Dios es porque el razonamiento teórico del diseño no autoriza a introducirlo. Lo que este razonamiento teórico afirma es que ciertas formas de comportamiento exhibidas por la naturaleza nos remiten de manera fiable a una inteligencia diseña­dora. Pero no hay ninguna cadena inferencia! que conduzca desde esos modelos finitos indicadores de diseño que la naturaleza exhibe, hasta el Dios infinito, personal, trascendente y creador de las grandes religiones teístas del mundo. ¿Quién es el diseñador? Como cristiano afirmo que el Dios de los cristianos es la última fuente del diseño que se esconde en el universo (aunque esta respuesta deja abierta la cuestión de que Dios pueda operar mediante causas secundarias, incluyendo las inteligencias derivadas). Pero no hay camino alguno para tales inferencias de diseño en física o en biología que conduzca a esta conclusión. Estas inferencias son compatibles con la creencia cristiana pero no la presuponen. Lejos de mostrarse tímidos o fraudulentos, si los teóricos del diseño no nos muestran a Dios es porque respetan escrupulosamente los límites de su teoría. El diseño inteligente no es creacionismo ni naturalismo. Tampoco es un compromiso o síntesis de estas posiciones. Este nuevo enfoque se limita a seguir simplemente la evidencia empírica de diseño hasta donde ésta conduzca. El diseño inteligente es una tercera vía.

Cuando la editorial Inter Varsity Press me ofreció un contrato para que escribiese una continuación de mi anterior libro, Intelligent Design: The Bridge Bet7.Deen Science and Theology (Diseño inteligente: el puente entre ciencia y teología) me sentí encantado de firmarlo. Intelligent Design ha­bía tenido muy buena acogida a través de Inter Varsity, y por ello sus editores me animaron a escribir un nuevo libro en el que se discutiesen a fondo las cuestiones más importantes esgrimidas contra el diseño

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Prefacio 25

inteligente. La más urgente en aquel momento era mostrar que tal di­seño es intelectualmente defendible, y específicamente que las críticas y objeciones planteadas contra él tienen respuesta fácil. Consideremos por tanto este libro como un extenso cuestionario de preguntas y respuestas que allanen el camino para la revolución del diseño.

Los diversos capítulos se abren con una pregunta a la que sigue una respuesta. He procurado que cada capítulo sea auto-suficiente. Ello exi­gía algunas repeticiones, que he procurado reducir al mínimo. Aunque las cuestiones en ellos contenidas pueden ser tomadas separadamente, me he cuidado de colocarlas en progresión lógica a fin de que el libro pueda ser leído coherentemente de principio a fin. He procurado res­ponder a las diversas cuestiones de la misma manera que lo haría ante una audiencia pública - es decir, con palabras sencillas, en el lenguaje del pueblo, y por tanto sin necesidad de extensas citas o de aparato técnico alguno. (Las escasas notas y referencias aparecen insertas en el texto mismo). Con seguridad, la escritura de mis respuestas me permite ser más preciso de lo que yo mismo sería en una conversación. Pero en todo caso he procurado que esas respuestas sean razonablemente cortas. Los capítulos de muchos libros tienden a oscilar entre las seis y

las ocho mil palabras. La mayoría de las respuestas en éste se mueven en torno a las dos mil.

A menudo, cuando escribo o hablo sobre diseño inteligente y luego me paro a reflexionar sobre la feroz resistencia que mi obra despierta, me acuerdo de esas historias de Kafka en las que alguna desventurada figura se encuentra atrapada y sofocada en una red burocrática sin fin. La afirmación fundamental del diseño inteligente es rectilínea y fácilmente inteligible: hay sistemas naturales que no pueden ser adecuadamente explicados en términos de fuerzas naturales carentes de dirección y que exhiben rasgos que en cualquier otra circunstancia atribuiríamos a la inteligencia. Esta declaración puede ser considerada sobre la base de sus propios méritos. Contemple­mos algunos sistemas reales y efectuemos su análisis. Este libro representa mi intento de destruir la red, la inercia psicológica y la telaraña mental que están impidiendo que el diseño inteligente reciba una justa consideración. En suma, es un intento por mi parte de responder al deseo expresado por muchos de la necesidad de limpiar la propia casa.

Pero incluso así, las esperanzas que he puesto en este libro quedarían frustradas si la limpieza de la propia casa fuera su único resultado. Junto a esto, este libro aspira también a proporcionar una nueva y convincente visión de la ciencia y del mundo, que la gente deseará cultivar por encon-

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trarla tan atractiva. Al final de su Origen de las especies observaba Darwin que una persona equipada con su teoría «no necesitaría ya mirar a un ser orgánico de la misma manera que el salvaje contempla un barco, como algo totalmente más allá de su comprensión». En su tiempo, Darwin nos ofreció una poderosa visión para entender la biología y con ello el mun­do. Esa visión se encuentra ahora vacilante, mientras una nueva se está ofreciendo para reemplazarla. Esta nueva visión nos enseña a ver a los seres orgánicos tal como una persona civilizada vería un barco: como un producto del diseño inteligente. Sin embargo, no debemos contentarnos con mirar ese diseño sólo intuitivamente; hay que saber contemplarlo de manera objetiva, sistemática y científica, tal como el ingeniero o el arqui­tecto que realmente diseñaron el barco. Mantengo la esperanza de que este libro contribuya a hacer convincente esta nueva visión de la realidad.

Para que las ideas prosperen tienen que producir satisfacción. En su Arte de la persuasión escribió Blaise Pascal: «La gente llega invaria­blemente a sus creencias no sobre la base de la prueba, sino sobre la base de lo que encuentra atractivo». Pascal no hablaba de la gente que creía simplemente lo que quería creer, como en la realización de un deseo, sino más bien de las personas que se dejaban arrastrar por ideas atractivas que cautivaban su corazón y su imaginación. El darwinismo ha jugado ese mismo papel ante muchos intelectuales al ofrecerles una visión convincente de la vida y del mundo.

Mas las visiones perduran mientras pueden encontrar fundamento en la realidad. La visión darwiniana de la vida está perdiendo rápida­mente contacto con la realidad y específicamente con la idea de diseño que impregna el mundo a nivel bioquímico - un mundo que Darwin desconocía absolutamente. Como ocurre con todos los paradigmas mo­ribundos, la vieja guardia del darwinismo no podrá, parafraseando a Dylan Thomas, penetrar muy dulcemente en esa serena noche. Muchos de ellos se revuelven furiosos contra esa luz que se apaga. Pero pese a todo, la visión darwiniana está en camino de apagarse para ser reempla­zada por una nueva que capture nuestra imaginación y al mismo tiempo esté fundada en la realidad. El diseño inteligente es esa nueva visión.

William A. Dembski Baylor University

Waco, Texas

RECONOCIMIENTOS

EsTE LIBRO LE DEBE más a los enemigos que a los amigos. Tal como la ostra ha de trabajar más cuando se enfrenta con una amenaza, así me ha ocurrido a mí en la redacción de este libro. Quiero expresar por tanto mi gratitud a los enemigos (felizmente, algunos de ellos son también amigos) por haber dedicado tanto tiempo, esfuerzo y atención a criticar mi obra y la de mis colegas en el movimiento del diseño inteligente. Aunque a veces poco inspiradas y mal planteadas, las críticas han sido a menudo constructivas y penetrantes; y por supuesto instructivas. Abrigo la esperanza de que, en sus respuestas a esas críticas, este libro resulte del mismo modo ilustrativo.

Entre los enemigos, amigos e instituciones que han contribuido a la redacción de este libro, quiero expresar explícitamente mis agradecimien­tos a: Dean Anderson; James Barham; Baylor University; Michael Beaty; Michael Behe; David Berlinski; John Bracht; Walter Bradley; J. Budzis­zewski; Jon Buell; Calvin College; el Center for Theology and the Natu­ral Sciences (CTNS); Bruce Chapman; Robin Collins; Richard Dawkins; Michael Den ton; el Discovery Institute' s Center for Science and Culture (CSC); Mark Edwards; Wesley Elsberry; Barbara Forrest; the Foundation for Thought and Ethics (FTE); Karl Giberson; Guillermo González; Bruce Gordon; Billy Grassie; Paul Cross; Stacy Grote; la International Society for Complexity, Information and Design (ISCID); InterVarsity Press y mi editor, Gary Deddo; David Lyle Jeffrey; Phillip Johnson; Steve Jones; Barry Karr; Rob Koons; Gert Korthof; Paul Kurtz; Neil Manson; Nicholas Matzke; Timothy y Lydia McGrew; Angus Menuge; Stephen Meyer; Kenneth Miller; Paul Nelson; Allen Orr; Phylogenists; Massimo Pigliucci; Don Port; Del Ratzsch; Jay Richards; Terry Rickard; Douglas Rudy; Michael Ruse; Andrew Ruys; Donald Schmeltekopf; Thomas Schneider; Eugenie Scott; Michael Shermer; Robert Sloan; Elliott Sober;

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Micah Sparacio; la Templeton Foundation; Howard Van Hill; Richard Wein; Jonathan Wells; John West; John Wilkins; John Wilson; Jonathan Witt y Donald Yerxa. Estoy especialmente agradecido a Jonathan Witt por la excelente tarea realizada en la edición del manuscrito.

Finalmente, deseo elogiar a mi familia por su constante apoyo duran­te mi trabajo sobre el diseño inteligente. Sus plegarias, palabras de aliento y paciencia han sido para mí una enorme fuente de aliento y confort. Quiero expresar especialmente mi agradecimiento a mi querida esposa

Jana, como también a sus padres John y Dorothy Van Gorp, cuyas vidas de cristiana devoción y de amabilidad me han dejado profundamente conmovido. Este libro está dedicado a todos ellos.

PARTE UNA

DISTINCIONES BÁSICAS

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DISEÑO INTELIGENTE ¿Qué es el dísdio inteligente?

PENSEMOS EN EL MONTE RUSHMORE, ¿qué hay en esta rocosa formación que nos haga pensar que se debió al designio de una inteligencia, a una inteligencia diseñadora, y no meramente al viento y la erosión? Los objetos que obedecen a un diseño como el Monte Rushmore exhiben rasgos o patrones característicos que nos remiten a una inteligencia. Tales rasgos o patrones son signos de inteligencia. Los proponentes del diseño inteligente, a los que se los conoce como teóricos del diseño, no se contentan con considerar estos signos como simples intuiciones. Por el contrario, insisten en estudiarlos de manera formal, rigurosa y científica.

El diseño inteligente es la ciencia que estudia los signos de la in­teligencia. Obsérvese que el signo no es la cosa significada. El diseño inteligente no trata de introducirse en la mente del diseñador y dar forma a lo que el individuo está pensando. Su meta no es la mente del diseñador (la cosa significada) sino el artefacto fabricado por la mente del diseñador (el signo). Lo que un diseñador esté pensando puede ser una cuestión interesante, y es posible inferir algo sobre lo que éste piensa a partir de los objetos diseñados que él produce (suponiendo que el diseñador se está comportando honestamente). Pero los procesos mentales del diseñador quedan fuera del alcance del diseño inteligente. En su condición de programa de investigación científica, el diseño in­teligente investiga los efectos de la inteligencia, pero no la inteligencia como tal.

Lo que hace del diseño inteligente un tema tan controvertido es su pretensión de detectar signos de inteligencia en los sistemas biológicos. Según Francisco A y ala, la mayor hazaña de Charles Darwin fue mostrar de qué modo la organizada complejidad de los organismos podía ser conseguida sin necesidad de postular un designio de la inteligencia. El

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diseño inteligente viene a significar, por tanto, un gran desafío directo al darwinismo y a otros enfoques naturalistas del origen y evolución de la vida. El diseño ha tenido una turbulenta historia intelectual. El principal problema en los últimos doscientos años ha consistido en hallar una po­tente formulación del diseño que pudiera hacer avanzar fructíferamente a la ciencia. Lo que ha mantenido al diseño fuera de la principal corriente científica desde el surgimiento del darwinismo ha sido su ausencia de métodos precisos para distinguir los objetos inteligentemente causados de los que deben su existencia a causas aleatorias.

Para que el diseño sea un concepto científicamente fértil, los cien­tíficos han de estar seguros de poder determinar con seguridad si un determinado objeto ha sido o no diseñado. Por ejemplo, Johannes Kepler pensaba que los cráteres de la luna estaban inteligentemente diseñados por sus habitantes. Ahora sabemos que la formación de aquellos cráte­res fue el resultado de ciegos procesos naturales (como los impactos de los meteoritos). Ha sido este temor a atribuir falsamente algo al diseño para luego tener que desdecirse lo que ha impedido que el diseño haya sido incluido en el ámbito de la ciencia propiamente dicha. Mas los teóricos del diseño afirman haber logrado formular métodos precisos para distinguir entre objetos que son diseñados y los que no lo son. Y sostienen que estos métodos les dan la capacidad de evitar el error de Kepler y la de detectar con seguridad la presencia de diseño en los sistemas biológicos.

En tanto que teoría de los orígenes y de los desarrollos biológicos, la tesis central del diseño inteligente afirma que sólo causas inteligentes pueden explicar las complejas estructuras ricas en información de la biología, y que esas causas son empíricamente detectables. Decir que las causas inteligentes son empíricamente detectables es afirmar que existen métodos bien definidos, basados en características observables del mundo, que pueden distinguir correctamente las causas inteligentes de las causas naturales no dirigidas. Son numerosas las ciencias natu­rales que han desarrollado ya los métodos adecuados para establecer esa distinción - notablemente la ciencia forense, la criptografía, la arqueología y la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI). Rasgo esencial de todos estos métodos es su capacidad para eliminar el azar y la necesidad.

El astrónomo Carl Sagan escribió una novela sobre la SETI titulada Contact, que más tarde fue llevada al cine con Jadie Foster como pro­tagonista. La trama y los extraterrestres eran ficticios, por supuesto,

Diseño inteligente 33

pero Sagan tomó directamente de la práctica científica los métodos de detección de diseño aplicados por los astrónomos de SETI en su novela. Dicho en otras palabras: en la vida real, los investigadores de SETI no han detectado nunca señales diseñadas del espacio lejano, pero si hubieran detectado tales señales, como sucedió con los astrónomos de la película, habrían inferido también su diseño. ¿Por qué los radio-astrónomos de Contact pudieron obtener una inferencia de diseño basándose en las percusiones y pausas que captaban en el espacio? Los investigadores de SETI analizaban las señales recogidas en el espacio distante mediante computadores programados para reconocer modelos preestablecidos. Las señales que no se ajustaban a ninguno de los modelos pasaban por una «Criba» y eran clasificadas como azarosas.

Tras años de recepción de señales «azarosas» aparentemente sin sentido, los científicos de Contact descubrieron un modelo de percusio­nes y pausas que correspondía a la secuencia de los números primos comprendidos entre 2 y 101. (Los números primos son aquéllos que sólo son divisibles por sí mismos y por la unidad). El descubrimiento de aquel modelo aguzó su atención y no tardaron en detectar un diseño inteligente. Cuando ha sido captada una secuencia que comienza con dos percusiones seguidas de una pausa, luego tres percusiones y otra pausa, y continúa haciendo exactamente lo mismo para retransmitir la serie de números primos hasta el 101, los científicos están autorizados a inferir la presencia de una inteligencia extraterrestre.

Y he aquí por qué. No hay nada en las leyes de la física que necesite unas señales de radio para tomar una forma u otra; por ello la construc­ción de la secuencia de los primos es contingente en lugar de necesaria. Por su parte, la lista de los primos es una secuencia larga y por tanto compleja. Obsérvese que si la secuencia hubiera carecido de complejidad, podría fácilmente haber ocurrido por azar. Finalmente, la secuencia no era sólo compleja, sino que exhibía también un modelo o especificación independientemente dado. (No se trataba meramente de una secuencia cualquiera de números, sino de una serie matemáticamente significativa: la de los números primos).

La inteligencia deja tras de sí una marca o firma característica: lo que yo llamo complejidad especificada. Un suceso exhibe complejidad especificada si es contingente y por tanto no necesario; si es complejo y por tanto no repetible por azar; y si es especificado en el sentido de que muestra un modelo independientemente dado. Obsérvese que un suceso meramente improbable no es suficiente para eliminar el azar:

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arrojemos una moneda un número suficientemente grande de veces y asistiremos a un suceso altamente complejo o improbable. Pero incluso así, no tendremos razón alguna para no atribuirlo al azar.

Lo importante acerca de las especificaciones es que son objetivamente dadas y no impuestas sin más a los sucesos posteriores al hecho. Por ejemplo, si un arquero lanza sus flechas contra una pared y luego pin­tamos ojos de buey en torno a ellas, estamos imponiendo un modelo después del hecho. Pero si los blancos han sido fijados de antemano («especificados») y luego el arquero acierta con toda precisión, sabemos que eso ha ocurrido por designio.

Para determinar si los organismos biológicos exhiben una compleji­dad especificada, los teóricos del diseño se centran en sistemas que sean identificables -tales como enzimas individuales, rutas metabólicas, má­quinas moleculares y cosas semejantes. Estos sistemas son especificados en virtud de sus requerimientos funcionales independientes, y todos ellos exhiben un alto grado de complejidad. Por supuesto, cuando una parte esencial de un organismo muestra una complejidad especificada, todo diseño atribuible a esa parte es proyectado entonces sobre la totalidad del organismo. No es necesario demostrar que cada aspecto del orga­nismo era diseñado; de hecho, algunos de sus aspectos serán resultado de causas puramente naturales.

La combinación de complejidad y especificación apuntaba de ma­nera convincente para los radio-astrónomos de la película Con tact a una inteligencia extraterrestre. La complejidad especificada es la marca característica o firma identificadora de la inteligencia. Es un marcador fiable de la inteligencia, de la misma manera que las huellas dactilares son un marcador empírico fiable de la presencia de una persona. Los teóricos del diseño sostienen que causas naturales ciegas son incapaces de generar una complejidad especificada. (Véanse las partes dos y tres de la presenta obra. Para una justificación completa, véase mi libro, publicado en el año 2000, No Free Lunch).

Esto no quiere decir que los sistemas que ocurran naturalmente son incapaces de exhibir una complejidad especificada o que los procesos naturales no puedan servir como canal para la complejidad especifica­da. Los sistemas que ocurren naturalmente son capaces de mostrar una complejidad especificada, y una naturaleza que opere en ausencia de una dirección inteligente es capaz de tomar una complejidad especificada preexistente y difundirla en su derredor. Mas ésta no es la cuestión. La cuestión es si la naturaleza (concebida como un sistema cerrado de causas

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naturales intactas y ciegas) puede generar complejidad especificada en el sentido de originarla donde no la había anteriormente.

Tomemos, por ejemplo, un grabado en madera de Durero. Este grabado surgió por la presión mecánica sobre papel de un bloque de madera empapado en tinta. El grabado de Durero exhibe una com­plejidad especificada. Pero la aplicación mecánica de la tinta sobre el papel mediante una pieza de madera no explica la complejidad del corte de la madera. La complejidad especificada del grabado en madera debe ser retrotraída a la complejidad especificada en el bloque de la madera, que a su vez tiene que ser retrotraída a la actividad diseñadora del propio Durero (quien, en este caso, había cincelado deliberadamente el trozo de madera). Las cadenas causales de una complejidad especi­ficada no terminan en una naturaleza ciega sino en una inteligencia diseñadora.

El bioquímico Michael Behe conecta la complejidad especificada del diseño biológico con su concepto de complejidad irreducible (Darwin's Black Box*, 1996). Behe define un sistema como irreduciblemente complejo si consta de diversas partes interrelacionadas en las que la eliminación de sólo una parte destruye completamente la función del sistema. Para Behe, la complejidad irreducible es un seguro indicador de diseño. Un sistema bioquímico irreduciblemente complejo considerado por Behe es el flagellum bacteriano. Este flagellum es un motor rotatorio mecánico con una especie de cola barredora que gira a veinte mil revoluciones por minuto y cuyo movimiento rotatorio hace navegar a una bacteria a través de su entorno acuoso.

Behe muestra que la compleja maquinaria de este motor molecular -que incluye un rotor, un estator, una serie de arandelas, cilindros y un eje conductor - requiere la interacción coordinada de al menos treinta proteínas complejas y en donde la ausencia de una sola de ellas daría por resultado la completa pérdida de la función del motor. Behe sos­tiene que el mecanicismo darwiniano se enfrenta con graves obstáculos cuando trata de dar cuenta de tales sistemas irreduciblemente complejos. En No Free Lunch he mostrado que la noción de complejidad irreducible de Behe constituye un caso especial de complejidad especificada y que sistemas irreduciblemente complejos tales como el flagellum bacteriano son por tanto diseñados.

* La caja negra de Danuing: el reto de la bioquímica a la evolución. Editorial Andrés Bello. Barcelona, 2000.

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De esto se sigue que el diseño inteligente es algo más que simple­mente el último de una larga línea de argumentos de designio. Los conceptos relacionados de complejidad irreducible y de complejidad especificada tornan las causas inteligentes en elementos empíricamente detectables y convierten al diseño inteligente en una teoría científica to­talmente articulada que es absolutamente distinta de los argumentos de designio de los filósofos y teólogos, o de lo que tradicionalmente se ha llamado teología natural. Según el diseño inteligente, el mundo contiene sucesos, objetos y estructuras que agotan los recursos explicativos de las causas naturales no dirigidas y que sólo pueden ser adecuadamente explicados mediante causas inteligentes. El diseño inteligente demuestra esto rigurosamente tomando una intuición filosófica de larga tradición y

sometiéndola al análisis de un determinado programa de investigación científica. Este programa utiliza los últimos resultados en probabilidad, en ciencias de la computación, en biología molecular, en filosofía de la ciencia y en el concepto de información - por nombrar sólo unos pocos. Que este programa se muestre capaz de tornar el diseño en una herramienta conceptual eficaz para la investigación y el entendimiento del mundo natural, es por ahora la gran cuestión que tiene planteada

la ciencia.

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CREACIÓN ¿En qué difiere el díscil.o í11tclige11te de una doctrina teológica de la creación?

CON LA PALABRA CREACIÓN nos referimos siempre a la fuente del ser del mundo. El diseño inteligente estudia las ordenaciones de los materiales preexistentes que apuntan a una inteligencia diseñadora. Creación y diseño inteligente son por tanto conceptos muy diferentes. Puede haber creación sin diseño y diseño sin creación. Se puede mantener, por ejem­plo, una doctrina de la creación que afirme que Dios creó el mundo de manera tal que no hay nada en el universo que indique diseño. Richard Dawkins escribió un libro que lleva por título: El relojero ciego: por qué la evidencia de la evolución revela un universo sin diseño. Supongamos que Dawkins llevara razón respecto a un universo que no revela evidencia alguna de diseño. De esto no se seguiría lógicamente que el universo no fuera creado. Es lógicamente posible que Dios crease un mundo que no contuviese ninguna evidencia de su intervención. Pero también es lógicamente posible que el mundo abundase en signos de inteligencia pero que no fuera creado. Ésta era la idea sustentada por los antiguos estoicos, quienes afirmaban que el mundo era eterno e increado, pero que no obstante había un principio racional que lo impregnaba en su totalidad y producía por doquier señales de inteligencia.

Hay una historieta que clarifica la diferencia entre diseño inteligente

y creación. Un grupo de científicos se acercó a Dios sosteniendo que ellos podían hacer todo lo que Dios hiciera. «¿Como qué?», preguntó Dios. «Como crear seres humanos», contestaron los sabios. «Mostrádme­lo», dijo Dios. Los científicos comenzaron, «Bien, tomamos un poco de barro y luego ... », «Esperad, esperad un segundo», los interrumpió Dios, «tendríais que fabricar vuestro propio barro». Tal como un carpintero ha de tomar un trozo de madera ya existente para formar un determinado mueble, así también el científico tendrá que tomar una porción de barro

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preexistente para formar un ser humano. Pero ¿de dónde provenía el barro -el material bruto- para formar un ser humano? ¿De las estre­llas? Y ¿de dónde provenían las estrellas? ¿Del big bang? Y ¿de dónde surgió éste? ¿De la fluctuación de un vacío cuántico? Y ¿en dónde se produjo esa fluctuación? En algún punto debe acabar la serie de inte­rrogantes. La creación está pidiendo a gritos un último lugar inmóvil de explicación: la fuente del ser del mundo. El diseño inteligente, en cambio, no se pregunta por la última fuente de la materia y la energía, sino por la causa de sus actuales disposiciones, particularmente de las de aquellas entidades, grandes y pequeñas, que exhiben una compleji­dad especificada.

Aunque la creación y el diseño inteligente son lógicamente separables (es posible contar con una sin tener el otro), son muchos los que man­tienen una doctrina de la creación a la vez que afirman que la creación muestra señales claras de inteligencia. Los textos bíblicos utilizados para apoyar la conexión entre creación y diseño inteligente incluyen el Salmo 19,l («Los cielos declaran la gloria de Dios; /el firmamento proclama la obra de sus manos») y la epístola a los Romanos 1,20 («Pues desde la creación del mundo, las cualidades invisibles de Dios - su eterno poder y divina naturaleza - han sido claramente vistas y entendidas a partir de lo que ha sido hecho»). Así pues, muchos de los que profesan una doctrina de la creación son también proponentes del diseño inteligente. Para muchos teístas es perfectamente razonable que un creador crease un mundo en el cual quedase manifiesta la inteligencia de su creador. Es cierto que ese creador pudo ser un maestro de la ocultación que borraba sus huellas a fin de hacerlas indetectables. Pero en su inmensa mayoría, los teístas afirman que el mundo natural revela la inteligencia, la sabiduría y las intenciones de Dios.

En cambio, el modo en que el mundo exhibe ciertas trazas de diseño es materia de disputa. Para los proponentes del diseño inteligente, el diseño en el mundo es empíricamente detectable: podemos conocerlo cuando lo vemos, y lo que incesantemente nos ayuda a descubrirlo, es su complejidad especificada. Frente a este enfoque científico, es posible adoptar también un enfoque puramente teológico del diseño. Según este último, el mundo muestra su diseño sólo contra el telón de fondo de la experiencia de la fe religiosa y de la concepción teológica del universo. Bajo esta concepción, el creyente descubre el diseño en el mundo sólo a través de los ojos de la fe. Esta atribución de diseño al mundo se convierte así en una especie de barniz o capa teológica, no en un hecho

Creación 39

sobre el mundo que sea accesible en general tanto al creyente como al no creyente.

Así pues, son muchos los teólogos que se oponen a la afirmación fundamental de los teóricos del diseño de que el mundo natural exhibe objetivamente un diseño inteligente. ¿Por qué? Para el teísta, el agente diseñador responsable del diseño del mundo tendría que ser o bien Dios o bien una inteligencia intermediaria creada por Dios (p.ej., ánge­les, demonios o determinados procesos naturales). Este intermediario tendría que operar bajo la explícita dirección de Dios o, al menos, con el permiso divino. En cualquier caso, Dios tendría que estar en último término detrás de toda actividad diseñadora en el mundo. Así, por ejemplo, todo diseño evidente en los sistemas biológicos complejos tendría que ser adscrito a Dios. Para poder ser desarrollado como una teoría científica aplicable a la biología, el diseño inteligente tendría que tener por tanto unas implicaciones teológicas inmediatas, sobre todo en lo relativo a la acción divina.

Los teólogos coinciden generalmente en admitir que Dios actúa en el mundo. Pero hay también entre ellos un amplio desacuerdo respecto a la naturaleza de esta actividad y sobre la cuestión de si alguna dimensión de ella está abierta a la investigación empírica. Mas la teología actual se ve paralizada ante la presencia de diversas sombras, entre las que se cuentan una preferencia por la inescrutabilidad divina, una exagerada necesidad de la teodicea y una teología de la naturaleza que excluya la intervención divina. (Volveremos a tratar de estos temas en capítulos subsiguientes). En consecuencia, teólogos y científicos teológicamente informados rechazan con frecuencia el diseño inteligente pese a sus méritos científicos porque éste contradice sus preconcepciones sobre la acción divina.

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R.iA'(i:l~NISMO CIENTÍFICO t~

¿Es el diseño inteligente una forma hábilmente disfrazada de creacionismo cíen tífico?

Es NECESARIO SABER DISTINGUIR entre diseño inteligente y ciencia de la creación, o creacionismo científico. La diferencia más obvia entre los dos conceptos se encuentra en que el creacionismo científico tiene compro­misos religiosos previos mientras que el diseño inteligente no tiene nin­guno. El creacionismo científico está ligado a dos presupuestos religiosos e interpreta los datos de la ciencia de manera que encajen con esos presupuestos. El diseño inteligente, por su parte, no tiene compromiso previo alguno con la religión e interpreta los datos de la ciencia sobre la base de principios científicos generalmente aceptados. En particular, el diseño inteligente no depende del relato bíblico de la creación. Los dos presupuestos del creacionismo científico son:

• Existe un agente sobrenatural que crea y ordena el mundo. • El relato bíblico de la creación del mundo registrado en el Génesis

es científicamente riguroso.

El agente sobrenatural presupuesto por el creacionismo científico es usualmente entendido como el Dios personal y trascendente de las grandes religiosas monoteístas conocidas, especialmente la cristiana. Se dice que este Dios creó el mundo partiendo de la nada (o sea, sin uti­lizar ningún material preexistente). Se afirma además que la secuencia de acciones que acompañaron a esta creación de Dios corre en paralelo con el relato bíblico. El diseño inteligente, en cambio, no trata en ningún momento de identificar la causa inteligente responsable de este diseño en la naturaleza, ni tampoco prescribe de antemano la secuencia de sucesos a cuyo través tuvo que actuar esta causa inteligente.

Además de diferir en sus presupuestos, el diseño inteligente y el creacionismo científico difieren también en el contenido de sus pro-

Creacionismo cien tífico 41

posiciones y en sus métodos de investigación. El diseño inte.ligente comienza con los datos que el científico observa en el laboratono y en la naturaleza, identifica en ellos modelos conocidos como indicadores de causas inteligentes y con ello puede determinar si un fenómeno dado ha sido o no diseñado. Para los teóricos del diseño, la conclusión de diseño es una inferencia extraída de los datos, no una deducción basada en una autoridad religiosa. Por otra parte, el contenido proposicional del diseño inteligente difiere también significativamente del contenido del creacionismo científico, puesto que este último está comprometido con las siguientes proposiciones:

CCl: Hubo una creación repentina del universo, de la energía y de la vida a partir de la nada.

CC2: Las mutaciones y la selección natural no son suficientes para producir el desarrollo de todos los tipos de seres vivos a partir de un organismo único.

CC3: Los cambios de los tipos de plantas y animales originalmente creados ocurren sólo dentro de unos límites fijados.

CC4: Hay un progenitor separado para humanos y simios. CCS: La geología de la tierra puede ser explicada por la vía del

catastrofismo, sobre todo por la ocurrencia de un diluvio uni­versal.

CC6: La tierra y los seres vivos tuvieron un comienzo relativamente reciente (del orden de miles o decenas de miles de años).

El diseño inteligente, por su parte, está comprometido con las si­guientes proposiciones:

Dll: Complejidad especificada y complejidad irreducible son indicadores o marcas de diseño fiables.

DI2: Los sistemas biológicos exhiben complejidad especificada y emplean subsistemas irreduciblemente complejos.

DI3: Los mecanismos naturalistas o las causas indirectas no son sufi­cientes para explicar el origen de la complejidad especificada o de la complejidad irreducible.

DI4: Por tanto, el diseño inteligente es la mejor explicación del origen de la complejidad especificada y de la complejidad irreducible en los sistemas biológicos.

La comparación de estas dos listas revela que el diseño inteligente y el creacionismo científico difieren notablemente en sus contenidos.

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42 DISEÑO INTELIGENTE

El diseño inteligente es modesto en lo que atribuye a la inteligencia diseñadora responsable de la complejidad especificada en la naturaleza. Por ejemplo, los teóricos del diseño reconocen que la naturaleza, el ca­rácter moral y los propósitos de esta inteligencia son temas que rebasan las competencias de la ciencia y deben ser abordados por la religión y la filosofía. En tanto que teoría científica, el diseño inteligente es distinto de la doctrina teológica de la creación. Esta última presupone un creador que origina el mundo y todos sus materiales. El diseño inteligente sólo intenta explicar el ordenamiento de esos materiales dentro de un mundo ya dado. Los teóricos del diseño sostienen que algunas configuraciones de la materia, especialmente en los sistemas biológicos, apuntan clara­mente a una inteligencia diseñadora.

Además de presuponer un agente sobrenatural, el creacionismo cien­tífico presupone también la exactitud científica de la exposición bíblica de la creación. Los proponentes del creacionismo científico tratan los capítulos iniciales del Génesis como un texto científico y en consecuencia defienden también literalmente una creación de seis días, la existencia histórica de Adán y Eva, un literal Jardín del Edén real, un diluvio universal catastrófico, etc., etc. El creacionismo científico toma el relato bíblico del Génesis sobre la creación como punto de partida y luego trata de armonizar el relato bíblico con los datos de la naturaleza.

El diseño inteligente, en cambio, parte de los datos de la naturaleza y desde ellos argumenta que una causa inteligente es la responsable de la complejidad especificada que encontramos en la naturaleza. Por otra parte, al construir este argumento, el diseño inteligente no se apoya en anteriores suposiciones débilmente fundamentadas, sino en métodos fia­bles desarrollados en el seno de la comunidad científica para discriminar las estructuras que han sido diseñadas de las que no lo han sido. La dependencia del creacionismo científico de supuestos anteriores pobre­mente mantenidos socava su condición de teoría científica. En cambio, la dependencia del diseño inteligente de principios científicos ampliamente aceptados asegura su legitimidad como teoría científica.

Estas diferencias entre diseño inteligente y creacionismo científico tienen importantes implicaciones legales para el avance del diseño inteli­gente en la plaza pública. Al formular su posición sobre el creacionismo científico en Edwards v. Aguillard, el Tribunal Supremo citó al Tribunal de Distrito en MacLean v. Arkansas Board of Education. Según el Tribunal Supremo, el creacionismo científico no es exactamente similar al relato de la creación del Génesis, sino idéntico a él de hecho, y no existe ningún

Creacionismo cien t(fico 43

otro paralalelismo con ninguna otra historia de la creación. Puesto que el creacionismo científico coincide punto por punto con las narraciones del Génesis sobre la creación y el diluvio, el Tribunal Supremo declara que el creacionismo científico es una doctrina religiosa y no una teoría

científica. En cambio, el diseño inteligente está a salvo de tales acusaciones de

contaminación religiosa. El diseño inteligente no es creacionismo cientí­fico enmascarado bajo una nueva y sofisticada terminología. El diseño inteligente no comparte con el creacionismo ninguno de los compromi­so religiosos de éste. El creacionismo científico describe el origen del universo, su duración, los mecanismos responsables de las formaciones geológicas, los límites del cambio evolutivo y los comienzos de la hu­manidad, conformando siempre su versión de la creación a los primeros capítulos del Génesis. En contraste con esto, el diseño inteligente no hace declaración alguna sobre el origen o la duración del universo, no está comprometido con ninguna geología del diluvio, puede acomodarse a cualquier grado de cambio evolutivo, no mantiene ninguna presunción sobre el modo en que surgieron los seres humanos y no especifica de antemano el modo en que una inteligencia diseñadora le dio el ser al primer organismo.

En consecuencia, es erróneo e injusto confundir diseño inteligente con creacionismo científico. El diseño inteligente es estrictamente una teoría científica vacía de compromisos religiosos. Mientras que el creador subyacente al creacionismo científico se conforma a una estricta y literal interpretación de la Biblia, el diseñador que se esconde tras el diseño inteligente no necesita ni siquiera ser una deidad. Con seguridad, este diseñador es compatible con el Dios-creador de las grandes religiones monoteístas del mundo, tales como el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Pero este diseñador es también compatible con el Dios-relo­jero de los deístas, el Demiurgo del Timeo de Platón y la razón divina (o sea, el lagos spermatikos) de los antiguos estoicos. Es posible incluso mantener una postura agnóstica respecto al diseñador, y contemplar la complejidad especificada como un hecho bruto internamente inexpli­cable en términos de azar y necesidad. A diferencia del creacionismo científico, el diseño inteligente no prejuzga cuestiones como «¿Quién es el diseñador?», o «¿Cómo se las arregla el diseñador para diseñar y construir las cosas?»

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.tTEO LQG,.ÍA D 1 S FRAZADA Aun cuando el diseño inteligente pretende ser un programa de investigación científica, ¿no es en realidad una enzpresa teológica?

LA TEORÍA DEL BIG BANG tiene sin duda implicaciones teológicas, pero eso no hace de ella una empresa teológica. El diseño inteligente también tiene implicaciones teológicas, pero eso no lo convierte tampoco en un proyecto teológico. El diseño inteligente es un programa emergente de investigación científica. Sin recurrir a ninguna autoridad religiosa, sus cultivadores se proponen mostrar clara y abiertamente al mundo científico los méritos de este proyecto. La tesis fundamental del diseño inteligente es directa y fácilmente inteligible: existen sistemas naturales que no se dejan explicar adecuadamente en términos de causas naturales indirectas y que exhiben características que en cualquier otra circunstancia atribuiríamos a la inteligencia. Esta manifestación puede ser considerada sobre la base de sus propios méritos. Examinemos la naturaleza, identifiquemos ciertos sistemas naturales, analicémoslos y veamos si el análisis nos conduce al diseño.

¿Exhiben algunos tipos de sistemas naturales signos claros de inte­ligencia? Estamos ante una cuestión científica perfectamente legítima, y su respuesta no se deja descubrir recurriendo a fundamentos filosófi­cos, teológicos o ideológicos, sino mediante una rigurosa investigación científica. Por desgracia, el diseño inteligente tiene el camino cortado, y el requerido análisis para responder a esta cuestión está sólo en sus comienzos. Pero en lugar de promover una honesta valoración científica de este programa, los críticos del diseño inteligente hacen a menudo cuánto pueden para deslegitimar esta cuestión y conseguir que no se le preste la atención debida dentro de la comunidad científica. En lugar de prestarse a evaluar los méritos del diseño inteligente como proyecto

Teología di~frazada 45

científico, los tales críticos lo relegan a los ámbitos «seguros» de la reli­gión y la teología, donde no puede causar ningún problema (lo cual es ya de por sí una abierta declaración de la degradación que ha sufrido la teología en la cultura occidental).

¿Por qué se muestran los críticos del diseño inteligente tan dispuestos a mezclarlo con la teología -y con una forma de teología tan degradada como ésta? Darwinistas como Kenneth Millar y Robert Pennock, autores uno y otro de voluminosos libros sobre diseño inteligente, lamentan que sea la teología la que lo oculte como ciencia. (Véanse Finding Darwin's God de Miller, y Tower of Babel de Pennock, ambos publicados en 1999). A lo cual, teólogos como J ohn Haught y Ian Barbour añaden que el diseño inteligente no puede ser admitido jamás, ni siquiera como teología. ¿Por qué? Y ¿por qué escribió Miller un libro con el título Finding Darwin's God y por qué ha publicado Haught otro titulado God After Darwin? La yuxtaposición en este caso de Dios y Darwin no es una coincidencia.

Yo sostengo que la preocupación de los críticos del diseño inteligente por la teología no se debe a que el diseño sea eminentemente teológico, sino al hecho de que son ellos mismos los que han construido su propia teología (o anti-teología, como pudiera ser el caso) fundándose en el darwinismo. El diseño inteligente significa un desafío para semejante fundamento; y por eso sus críticos asumen que el diseño inteligente ha de ser inherentemente teológico e igualmente su agenda teológica. De no ser por su propio y virulento darwinismo, el mismo Freud habría visto instantáneamente esta proyección. Los críticos del diseño inteligente recurren a un mecanismo de defensa clásico: proyectar sobre el diseño inteligente la misma cosa que el diseño desenmascara ante sus propios ojos: que el darwinismo, especialmente tal como ha sido asumido por la elite intelectual de nuestros días, se ha convertido en un proyecto teológico.

Consideremos el comentario de Barbour a la reunión de la American Academy of Religion (Nashville, 19 de Noviembre de 2000). En aquella reunión Barbour sostuvo que el diseño inteligente era una forma de teología natural, una designación a la que en el actual diálogo entre ciencia y religión se le concede un estatuto de segunda clase. Mas ¿cuál es la alternativa de Barbour a la teología natural? Éstas son sus propias palabras: «Mi propio enfoque no es la teología natural, sino una teo­logía de la naturaleza en la cual pueda uno preguntarse de qué modo la naturaleza, tal como la entiende la ciencia, está relacionada con lo divino, tal como entiende este concepto la experiencia religiosa de una

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comunidad histórica». Al ofrecer una teología de la naturaleza en lugar de una teología natural, Barbour se propone capturar el fundamento intelectual superior.

Mas ¿por qué piensa así Barbour? Y por otra parte, ¿por qué en una alocución a la American Academy of Religion necesita insistir Barbour en que los abogados del diseño como Huston Smith «subestiman el peso de la evidencia que favorece la teoría neo-darwiniana»? ¿Por qué en esa misma charla subraya Barbour que «la explicación científica es completa en su propio nivel» y que «los científicos han de asumir el naturalismo metodológico, es decir, buscar explicaciones en términos de causas na­turales»? ¿Por qué se empeña Barbour en perpetuar el mito de que «el Dios de las oquedades ha retrocedido constantemente en la historia de la moderna ciencia» cuando esta historia está llena de casos en los que los científicos pensaban haber resuelto un problema sólo para descubrir más tarde que no era así? En resumen, ¿por qué está tan interesado un teólogo como Barbour en preservar el darwinismo y la concepción naturalista de la ciencia que lo acompaña?

Evidentemente, la respuesta es que Barbour ha construido su «teolo­gía de la naturaleza», como él mismo la llama, sobre tales fundamentos naturalistas. En concreto, Barbour presupone que la naturaleza es un sistema completo de causas naturales y que el mecanicismo darwiniano es el instrumento mediante el cual ha emergido la complejidad bioló­gica en el seno de la naturaleza. Consecuencia de todo esto es que el diseño inteligente no puede aparecer ante sus ojos más que como una empresa absolutamente teológica. Pero el diseño inteligente no es en absoluto una aventura teológica. Si lo parece, es porque en tanto que teoría científica que amenaza al darwinismo, el diseño inteligente ame­naza también al edificio teológico que el propio Barbour ha construido sobre el darwinismo.

Amenazar los cimientos es amenazar también al edificio construido sobre ellos. Ese edificio teológico, que Barbour entiende como una teo­logía de la naturaleza, es correctamente entendido como una teología natural. Por supuesto, no se trata de una teología natural de la variedad clásica ejemplificada por la frase «no hay por qué asombrarse de que nuestras piernas tengan exactamente la longitud necesaria para alcanzar el suelo», con la que frecuentemente se ha caricaturizado el discurso de los teólogos naturales británicos. (De hecho, algunos de ellos, como Ro­bert Boyle, fueron muchísimo más sutiles de lo que ordinariamente se les reconoce). Pero la tendencia básica de la teología natural -apoderarse de

,-Teología disfrazada 47

la ciencia del momento, bautizarla, y utilizarla luego como marcapasos teológico - está ciertamente presente en la obra de Barbour.

Una buena cantidad de teología y anti-teología ha sido edificada sobre los cimientos del darwinismo. (El teórico del diseño inteligente Cornelius Hunter registra con detalle esa producción en su libro Danuin's God). La anti-teología de Richard Dawkins, Daniel Dennett y William Provine es bien conocida. Pero habría que explorar también la teología positiva construida sobre el darwinismo porque su conexión con otras teologías más tradicionales no es siempre clara. Al describir su teología de la naturaleza, por ejemplo, Barbour caracteriza la tarea del teólogo como una investigación sobre «el modo en que la naturaleza tal como la entiende la ciencia está relacionada con lo divino tal como lo entiende la experiencia religiosa de una comunidad histórica». Dada la descripción que ofrece Barbour de su teología de la naturaleza, podemos preguntar ahora: ¿que es exactamente «lo divino tal como lo entiende la experien­cia religiosa de una comunidad histórica»? Las teologías tradicionales - sea que se trate de la judía, la cristiana, o la mahometana - toman como dato básico la revelación divina (p.ej., Dios hablando a Moisés en el Monte Sinaí) y consideran que la revelación ha sido encapsulada en inspirados y autorizados textos que tienen un sentido objetivo y que obligan a los creyentes.

Pero la revelación divina no es el factor decisivo para Barbour y otros que construyen su teología con los resultados de la ciencia. El factor decisivo para ellos es el modo en que «Se entiende a lo divino desde la experiencia religiosa de una comunidad histórica». Todo el énfasis está puesto aquí en la comprensión de la comunidad religiosa y no en la propia revelación divina, que dentro de las teologías tradi­cionales es primariamente la razón para la formación de esas comuni­dades. En última instancia, lo decisivo para Barbour es la manera en que la comunidad, tal como está constituida en la actualidad, entiende

su experiencia religiosa. Con esto no pretendo sugerir, sin embargo, que esta fuente de re­

flexión teológica sea irrelevante para lo que yo llamo teología tradicional. Pero al subrayar nuestra actual comprensión de la experiencia religiosa como algo opuesto a nuestra obligación de alinearnos con una revelación objetiva, Barbour está abriendo la puerta a un re-entendimiento radical de lo divino a medida que va evolucionando la experiencia religiosa de la comunidad de creyentes. Y ésta evoluciona a la luz del darwinismo. Una vez que el darwinismo condiciona la experiencia religiosa, la teología ex-

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perimenta una irresistible necesidad de universalizar la evolución como principio que se aplica incluso a lo divino. Así, el Dios inmutable de la teología tradicional cede el paso al Dios evolucionado de las teologías del proceso. Y así también, el teísmo tradicional con su trascendencia rigurosa abre el camino al panteísmo con su trascendencia modificada, en el cual Dios es inseparable y dependiente del mundo.

Quisiera subrayar aquí que en modo alguno estoy defendiendo la su­perioridad de uno u otro enfoque de la teología (aunque, evidentemente, tengo mis propias preferencias). Mi argumento es simplemente que el darwinismo tiene implicaciones radicales para la teología, y que con su recusación del darwinismo, el diseño inteligente presupone igualmente otra serie de implicaciones radicales para la teología. Pero esto no quiere decir que el diseño inteligente sea una empresa teológica, como tampoco lo es el darwinismo. Concebido como una teoría sobre el modo en que la complejidad ha emergido en la historia, el darwinismo es una teoría científica. El diseño inteligente, concebido también como una teoría sobre las limitaciones inherentes a las causas naturales aleatorias para generar complejidad biológica, junto a la necesidad de la inteligencia de superar esas limitaciones, es igualmente una teoría científica.

No es de extrañar por tanto que el diseño inteligente sea un tema tan controvertido. Este enfoque no es solamente un reto para las altas jerarquías del darwinismo, sino que ahonda también la brecha existente entre la cultura popular, que se inclina más hacia el lado del diseño inteligente, y la cultura superior, que lo rechaza de plano en favor del naturalismo darwiniano. Nuestras intuiciones comienzan invariablemen­te por el diseño. Sólo tras ser adecuadamente educados (adoctrinados) abandonamos esas intuiciones. Incluso el archi-escéptico Michael Sher­mer lo admite en buena parte en su libro How We Believe. Los norte­americanos creen abrumadoramente en Dios. Según un sondeo realizado por Shermer entre diez mil personas, la razón principal que inducía a la gente a creer en Dios eran el orden y la complejidad que observaban en el mundo natural y la evidencia de diseño que, supuestamente, todo esto les suministraba.

El problema a resaltar es que nuestras habituales intuiciones relativas al diseño son incoadas, preteóricas y teológicas. Por su parte, nuestras razones para rechazar el diseño como resultado del darwinismo han sido ampliamente desarrolladas y directamente anunciadas sin eviden­tes compromisos teológicos anteriores. El diseño inteligente corrige esta disparidad colocando esas incoadas y preteóricas intuiciones de diseño

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sobre un fundamento firme y racional, y distinguiendo cuidadosamente entre el diseño y la teología (especialmente la teología natural).

Es natural que los darwinistas, educados en el mantenimiento del alto fundamento intelectual, se muestren reluctantes a abandonar su monopolio sobre la cultura superior. La cuestión es si van a continuar representando falsamente al diseño inteligente como una empresa teo­lógica para insuflarle artificialmente su teoría sobre la competición, o si, motivados por razones morales, decidirán abrir algún día a la discusión científica las cuestiones que el diseño inteligente plantea. Por no tener una idea de la naturaleza humana particularmente optimista, creo que los darwinistas continuarán con su estrategia habitual de representar falsamente al diseño inteligente y continuar ascendiendo hacia su mo­nopolio sobre la educación biológica mientras un público intimidado se lo permita. Así pues, mi esperanza para el éxito del diseño inteligente no está puesta en los darwinistas, sino en una generación más joven de estudiantes que pueda considerar despasionadamente las manifestacio­nes competitivas del darwinismo y del diseño inteligente.

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MOTIVACIÓN RELIGIOSA ¿Acaso el verdadero motivo del diseño inteligente pueda ser el temor de que las teorías evolucionistas, y el darwinismo en particular, desplazaran algún día toda necesidad de Dios?

SEGÚN ALGUNOS CRÍTICOS del diseño inteligente, la oposición que muestran los teóricos del diseño al darwinismo no es achacable a una preocupa­ción por la verdad, sino a un temor profundamente asentado de que el darwinismo pueda destruir algún día la moralidad y las creencias religiosas tradicionales. Para estos críticos es inconcebible que, una vez informado adecuadamente de la teoría de Darwin, nadie pueda resistirse a adoptarla de todo corazón, y mucho menos a ponerla en duda. Es como si la teoría darwiniana fuera una de esas ideas claras y distintas de Descartes que inmediatamente provocan el asentimiento. Parece, pues, evidente que la oposición de los teóricos del diseño a la teoría de Darwin está indicando alguna motivación oculta, como, por ejemplo, el deseo de reforzar la moral tradicional o la de ser un fanático fundamentalista.

Quede claro, sin embargo, que la oposición de los teóricos del dise­ño a la teoría darwiniana se apoya en razones estrictamente científicas. Sí, los teóricos del diseño estamos profundamente interesados por las implicaciones teológicas y culturales que arrastrará consigo el inminente derrumbe del darwinismo y su reemplazo por el diseño inteligente. Pero la razón de que nosotros tomemos tan en serio estas implicaciones está en que el darwinismo es, dicho en sus propios términos, una teoría científica devaluada por su exceso de propaganda y su ambición ilimitada.

El darwinismo ha alcanzado el estatuto de ciencia inviolable. Por eso, los teóricos del diseño se topan con un dogmatismo férreo cuando desafían a la teoría de Darwin. El problema no es que los darwinistas

Motivación religiosa 51

se nieguen a mantener su teoría de manera provisional o tentativa. Ningún científico con una carrera dedicada a una teoría científica está dispuesto a abandonarla fácilmente. De por sí, la ausencia de provisio­nalidad en un científico no supone ningún peligro para la ciencia. Sólo se convierte en tal cuando esa actitud se torna en dogmatismo. Típica­mente, la ausencia de provisionalidad en un científico respecto a una teoría científica sólo significa que el tal científico está convencido de que su teoría es sustancialmente correcta. Los científicos están plenamente autorizados a mantener tales convicciones. Pero los que mantienen sus teorías dogmáticamente se empeñan en afirmar que sus teorías no pueden ser incorrectas. Y lo que es aún peor, los científicos que se aferran a su dogmatismo piensan que sus teorías son inviolables y que sus críticos son seres moral e intelectualmente deficientes.

¿Cómo puede un científico evitar caer en el dogmatismo? El único camino que conozco consiste en plantarse valientemente ante el espejo y decirse con frecuencia: Soy un ser humano falible. Puedo engañarme. Puedo estar absolutamente equivocado. Puedo estar desesperada e irremisiblemente confundido -y ser consecuente con estas palabras. No basta con pro­nunciarlas. Es necesario tomarlas muy en serio y admitir que pueden ser aplicables incluso a nuestras creencias científicas más arraigadas. (Este mandato es válido tanto para los teóricos del diseño como para los darwinistas). La falibilidad humana es algo muy real y puede acecharnos en los lugares más inesperados.

Una simple inducción a partir de fracasos científicos pasados debe­ría bastar para convencernos de que lo único que no puede hacernos dudar es la posibilidad de poder estar equivocados. Este escepticismo auto-destructivo está más profundamente inmerso en nuestro ser que incluso el escepticismo cartesiano, que siempre admite la existencia de algunos dominios privilegiados de conocimiento inmunes a la duda. (Para Descartes, esos dominios son la matemática y la teología). Igual­mente está más profundamente arraigado que el escepticismo selectivo de los actuales escépticos profesionales, para quienes el darwinismo y el naturalismo son conceptos no negociables (véase el capítulo veintiocho). Al mismo tiempo, este escepticismo auto-destructivo es compatible con una firme creencia en la investigación humana y en su capacidad de hacer inteligible el mundo en que vivimos. La convicción con la que los estudiosos mantienen sus teorías científicas es sin duda, y siempre que esté libre de dogmatismo, otra manifestación de esa fe. La empre­sa científica es para esta fe una actividad sumamente valiosa, incluso

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aunque algunas de sus particulares manifestaciones y teorías pudieran ser derrocadas. Esta actitud no es en modo alguno el reflejo de una fe arbitraria, sino, por el contrario, de una fe que sabe mantenerse prudente y cauta. Admite la posibilidad de error no como un obstáculo para el conocimiento, sino como una base para la humildad; una humildad que siempre desea preguntar y comprobar a fin de asegurarse de que no nos engañamos a nosotros mismos. Es una fe que deja espacio a la duda.

En el lugar de esa fe, el dogmatismo coloca una certeza no razo­nada en una serie de afirmaciones y teorías de la ciencia particulares. El problema con el dogmatismo está en que siempre es una forma de autoengaño. Si Sócrates nos enseñó algo, fue que siempre sabemos bastante menos de lo que pensamos saber. El dogmatismo nos engaña al hacernos creer que hemos alcanzado el dominio definitivo de algo y que la divergencia de opinión es en este caso vana o inútil. El autoen­gaño es el pecado original porque nos miente al hacernos creer que el auto-engaño es imposible. Richard Feynman lo expresó de este modo: «El primer principio es que no debes engañarte a ti mismo, y que tú eres la persona más fácil de engañar». Feynman estaba particularmente interesado en la aplicación de este principio a la comprensión pública de la ciencia: «No deberías engañar al hombre de la calle cuando estés hablando como científico .... Estoy hablando aquí de un tipo específico y más exigente de integridad que es [más profundo que] no mentir, pero que se vuelve contra uno mismo para mostrarnos de qué modo podemos tal vez estar equivocados». (Véase la autobiografía de Feynman, Surely You're Joking, Mr. Feynman!)

Por desgracia, el sensato consejo de Feynman queda casi invariable­mente olvidado tan pronto como se pone en duda la teoría de Darwin. Difícilmente puede darse un libre y abierto intercambio de ideas cuando el biólogo Richard Dawkins afirma, «Es absolutamente inútil decir que cuando uno se encuentra con alguien que afirma no creer en la evolu­ción, esa persona es ignorante, estúpida o demente (o perversa, pero he preferido no considerar esta posibilidad)». (Dawkins hacía esta obser­vación en su crítica aparecida en 1989 en el New York Times del libro Blueprints de Donald Johanson y Maitland Edey). Tampoco ayuda mucho el filósofo Daniel Dennet cuando recomienda en Darwin 's Dangerous Idea poner en cuarentena a los padres religiosos que prohíben que se enseñe a sus hijos la teoría de la evolución. Por su parte, el escéptico Michael Shermer promueve el estudio del mecanismo darwiniano de la selección natural cuando anuncia en Why People Believe Weird Things: «Nadie, y con

r.:otivación religioeo 53

esto quiero decir absolutamente nadie, que trabaje en este campo discute si la selección natural es la fuerza impulsora de la evolución, y mucho menos si la evolución tuvo o no lugar alguna vez».

Estas observaciones, y la arrogancia que manifiestan, no contribuyen en nada a suavizar la actual controversia sobre la evolución darwinia­na. Las urnas del instituto Gallup indican fehacientemente que sólo aproximadamente un 10 por ciento de la población acepta el tipo de evolución defendido por Dawkins, Dennett y Shermer -es decir, esa evolución en la que su fuerza impulsora es el mecanismo de selección darwiniano o algún otro mecanismo puramente natural. El resto de la población se decanta por una forma u otra de diseño inteligente. Recu­rrir a una mayoría de nombres americanos o poner en cuarentena a los que no muestran una suficiente simpatía hacia el darwinismo, no es el camino que impulsa a la ciencia hacia adelante. No es esta vía el mejor modo de que una teoría científica se gane adeptos por los méritos de su evidencia.

Innecesario es decir que la ciencia no es asunto que se decida por una encuesta de opinión. Sin embargo, el aplastante rechazo de la evolución darwiniana por parte de la inmensa mayoría de la población america­na tiene un peso. Aunque Shermer exagera cuando afirma que ningún investigador en biología duda del poder de la selección natural, podría ciertamente llevar razón si aclarara que ésta es la posición mayoritaria entre los biólogos. ¿Por qué, entonces, no ha logrado la comunidad biológica convencer al público de que la selección natural es la fuerza impulsora oculta tras la evolución, y que esta fuerza así concebida (es decir, la evolución darwiniana) puede dar perfectamente cuenta de la total diversidad de la vida? La cuestión merece ser tenida en cuenta pues en la mayoría de las restantes áreas de la ciencia, el público prefiere suscribir el juicio autorizado de la comunidad científica. (No olvidemos que la ciencia goza de un considerable prestigio en nuestra cultura). ¿Por qué no se da aquí este caso? Tan arraigada como está en nuestra cultura la controversia fundamentalismo-modernismo, la usual respuesta a este interrogante es que los fundamentalistas religiosos, cegados por sus prejuicios dogmáticos, se niegan gustosamente a reconocer el abru­mador caso de la evolución darwiniana.

El problema con esta explicación está en que, en el sentido de un es­tricto literalismo bíblico, el fundamentalismo es una postura minoritaria entre los creyentes religiosos. La mayoría de las tradiciones religiosas no considera una virtud el hecho de alejarse de la cultura. Pese a las incur-

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siones de la postmodernidad, la ciencia conserva un prestigio cultural enorme. Por sus cuatro costados, el mundo religioso vive en armonía con el mundo científico. Los creyentes religiosos aceptan en su mayor parte que las especies han experimentado cambios sustanciales durante el curso natural de la historia y que, por tanto, ha habido evolución en algún sentido. (Considérese, por ejemplo, la admisión de la evolución en 1996 por el Papa Juan Pablo 11 en su escrito dirigido a la Acade­mia Pontificia de Ciencias titulado «La verdad no puede contradecir a la verdad*»). La cuestión que preocupa a los creyentes religiosos y al público en general es el alcance del cambio evolutivo y el mecanismo que subyace a este cambio - en particular, la de si los mecanismos materiales solos son suficientes para explicar la totalidad de los seres vivos. Dicho en pocas palabras: la razón real que empuja al público a continuar resistiéndose a la evolución darwiniana es que su mecanismo de variación aleatoria y la selección natural le parecen inadecuados para explicar la exuberante diversidad de la vida.

Al leer las publicaciones de la National Academy of Sciences, del National Center far Science Education y de la National Association of Bio­logy Teachers, se obtiene con frecuencia la impresión de que el rechazo del público a aceptar la evolución darwiniana proviene de un defecto en la educación. Pues, más o menos, todas estas publicaciones vienen a decir que si fuera posible conseguir que el público comprendiera adecuadamente la teoría de Darwin, estaría dispuesto a suscribirla sin reparo alguno. ¡Qué singular suposición, dado el virtual monopolio en educación biológica que los darwinistas mantienen en Norteamérica! De ocurrir así, un fundamentalismo estúpido no tardaría en apoderarse de las mentes de la mayoría de los americanos. Pues ¿qué otra cosa podría frenar la inmediata y calurosa aceptación del darwinismo, excepto el prejuicio religioso?

Así pues, lo que muchos darwinistas anhelan no es justamente una comunicación más eficaz para promover el darwinismo en las aulas norteamericanas de biología, sino una política educacional y cultural reforzada para la total reprogramación mundial y lo suficientemente agresiva para capturar y convertir al darwinismo incluso a los elementos más recalcitrantes de una juventud «religiosamente programada». Ésta

* El «Mensaje del Santo Padre Juan Pablo 11 a los miembros de la Academia Ponti­ficia de Ciencias» del 22 de octubre de 1996 puede leerse íntegramente en castellano en http://www. vatica. va/holy _father / john_paul_ii/ messages/ pont_messages/ 1996/ documents/hf_jp-ii mes_19961022_evoluzione_sp.html

Motivación religiosa 55

es la razón de que algunos darwinistas como Dennet - según todas las apariencias un activo miembro y abogado de la democracia - fantaseen sobre la posibilidad de poner en cuarentena a los padres religiosos. A los darwinistas convencidos como él, les parece ridículo que la falta pudiera estar en su teoría y que el público se interesase por descubrir fallos en ella. Pero esto es exactamente lo que está sucediendo.

El público no tiene por qué avergonzarse de no creer en el darwinis­mo y criticarlo abiertamente. La mayoría de las teorías científicas actuales son inicialmente publicadas en revistas especializadas o en monografías dirigidas a los expertos, quienes, supuestamente, poseen la preparación técnica y la competencia adecuadas (véase el capítulo cuarenta y uno). No sucede así con la teoría de Darwin. La fuente clásica para la teoría de Darwin continúa siendo su Origen de las especies. Con este libro, su autor puso directamente en manos del gran público su propia teoría. Algunos darwinistas contemporáneos continúan esta tradición, y así los libros de Richard Dawkins, Daniel Dennett, E. O. Wilson, el último Stephen Jay Gould y de una larga serie de biólogos y filósofos obedecen al propósito de convencer directamente a un público escéptico de los méritos de la teoría de Darwin. Estos mismos autores alaban al público cuando éste encuentra convincentes sus argumentos. Mas cuando el público no se deja convencer, la alabanza se torna en condena e incluso en vilipendio. La marca del dogmatismo es premiar la conformidad y castigar el disentimiento. Si la ciencia contemporánea está realmente inserta en la cultura del discurso racional, entonces tendrá que repudiar el dogmatismo y el autoritarismo en todas sus manifestaciones.

¿Por qué encuentra el público el caso del darwinismo poco con­vincente? Dejando de lado al fundamentalismo, la tesis darwiniana de que la variación aleatoria y la selección natural pueden generar la total diversidad biológica de los organismos, se le aparece a la gente como una injustificada extrapolación de los limitados cambios que ese mecanismo produce en la práctica. La difícil evidencia empírica del poder del mecanismo darwiniano es realmente bastante limitada (p.ej., la variación del pico del jilguero, los cambios de coloración en las flores, la generación por parte de las bacterias de una resistencia a los antibióticos). Por ejemplo, el pico del jilguero varía de acuerdo con la presión ambiental. El mecanismo darwiniano opera en este caso y explica los cambios que nosotros observamos. Pero se supone igualmente que es ese mismo mecanismo darwiniano el que explica también el modo en que surgieron los jilgueros por vez primera. Lo cual no es más que

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56 DISEÑO INTELIGENTE

una extrapolación. Los darwinistas estrictos consideran perfectamente plausible este proceder. Pero el público no queda convencido.

Mas ¿debería el público disentir de los científicos? Después de todo, ellos son los expertos. Pero ¿de qué científicos tendrían que dife­rir? Es cierto que la mayor parte de la comunidad científica acepta el darwinismo. Mas la ciencia no se decide en las urnas, y la aceptación del darwinismo entre los científicos no es exactamente universal. La teoría del diseño inteligente está ganando rápidamente abogados en los niveles superiores de la academia, tanto en el campo de las humanidades como en el de las ciencias. (Para comprobarlo basta con abrir www.iscid.org, la página Web de la International Society for Complexity, Information and Design). Que el diseño inteligente derroque o no finalmente al darwinismo, no es cuestión que aquí se discuta. La cuestión es si la co­munidad científica está dispuesta a abandonar el dogmatismo y admitir como posibilidad que incluso sus opiniones más fundadas pudieran estar equivocadas.

Los darwinistas no se plantearán jamás esta alternativa. En lugar de ello, seguirán aferrándose a la lógica circular de definir a los verdaderos científicos como aquellos que aceptan el darwinismo. Habiendo dado por inexistente la oposición científica, hacen pública entonces su dudosa afir­mación de que cuando una comunidad científica apoya universalmente una determinada posición, ésta debe ser correcta. Tales manifestaciones son indignas de la ciencia. Los científicos se han equivocado en el pasado y continuarán haciéndolo en el futuro, tanto en detalles nimios como en materias ampliamente conceptuales. El darwinismo es una teoría científica que intenta explicar la historia de la vida; pero no es posiblemente la única que pueda hacerlo. Es una teoría ampliamente discutida que se enfrenta a las más incisivas críticas y que, al igual que cualquier otra teoría científica, necesita encararse periódicamente con la realidad.

Un examen de la realidad consiste en determinar si el diseño inte­ligente puede ser legítimamente enseñado en los cursos sobre ciencia de la escuela pública. Los oponentes del diseño inteligente tratan de argumentar que puesto que muchos de sus proponentes son creyentes religiosos deseosos de asistir al triunfo del diseño inteligente como vía de renovación científica y cultural, el diseño inteligente está por tanto religiosamente motivado y no debe ser legítimamente enseñado en las escuelas públicas. Según el Lemon Test, que por vez primera fue enun­ciado por el Tribunal Supremo en Lemon versus Kurtzman y en el cual se especifica si algo es o no religioso, para los fines de la Establishment

r..tivadón religiosrJ 57

Clause el currículum de las escuelas públicas ha de tener un objetivo secular. Mas, por estar religiosamente motivado, se afirma que el diseño inteligente tiene un propósito religioso y no debe por tanto formar parte del currículum científico de la escuela pública.

El problema oculto en este argumento es que entremezcla motivación y propósito. La distinción entre motivación y propósito es sumamen­te clara en el contexto de un tribunal de justicia, pero típicamente se esfuma en las discusiones sobre diseño inteligente. Si usted entra en casa de su madre y la asfixia con un almohadón, al tribunal que va a juzgarlo no le interesan sus motivos. ¿Eran quizá obtener una herencia más rápidamente, o dar fin a una antigua querella, o acceder compa­siva y apenadamente a sus ruegos de que pusiera fin a sus actuales tormentos? La justicia no se interesa por semejantes motivos (al menos no principalmente). El que usted sea acusado o no de asesinato depende de que usted tuviera el propósito de acabar con su vida.

En esta distinción, la motivación se refiere a las razones que nos impulsan a actuar, mientras que el propósito se refiere al modo en que canalizamos o dirigimos nuestras acciones en respuesta a nuestros moti­vos. El propósito da expresión a nuestros motivos. De esto se sigue que no es necesario que haya una correlación entre la validez de motivos y la validez de propósitos. Alguien podría tener buenos motivos, pero ser malvado al implementarlos y tener de este modo propósitos malignos. Por ejemplo, motivado por el deseo de acabar con la violencia urbana, alguien podría hacerse vigilante. Por otra parte, es posible tener moti­vos malos pero intentar conferirles realidad mediante propósitos que (felizmente) producen más bien que mal. Por ejemplo, motivado por el odio y el temor hacia una minoría étnica de compañeros de trabajo, uno podría empeñarse en buscar en otra empresa un mejor empleo y un trabajo mejor pagado.

Así pues, siempre que el National Center far Science Education, la American Civil Liberties Unían y otras organizaciones afirmen que el di­seño inteligente está religiosamente motivado y por tanto no merece el mismo respeto que otras ideas que puedan ser legítimamente discutidas en la academia, habrá que distinguir claramente entre motivación y propósito. En la medida en que el diseño inteligente tenga un objetivo secular demostrable - el avance de la ciencia, el enriquecimiento del currículum científico, la prevención de la discriminación por puntos de vista, la promoción de la libertad académica - su motivación, incluso si es religiosa, será legalmente irrelevante.

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F

6

DISEÑO ÓPTIMO ¿Por qué colocar la palabra inteligente a continuación de diseño? Una buena parte del diseño existente en la naturaleza es cualquier cosa menos inteligente.

LA PALABRA INTELIGENTE tiene dos significados. Uno se refiere simplemente a la actividad de un agente inteligente, aun en el caso de que éste actúe de manera estúpida. El otro puede significar que un agente inteligente ha obrado con habilidad y pericia. La ausencia de esta distinción podría generar confusión respecto al concepto de diseño inteligente. Esto me ocurrió a mí durante el curso de una entrevista por radio. El escéptico Michael Shermer y el paleontólogo Donald Prothero me estaban entrevis­tando en la National Public Radio. A medida que la discusión transcurría, mi sorpresa iba en aumento al comprobar cuán distinto era el sentido que ellos le daban a la expresión «diseño inteligente» del sentido en que nuestra comunidad lo utiliza.

Shermer y Prothero entendían la palabra inteligente en la expresión «diseño inteligente» en el sentido de diseño perfecto o juicioso. Ambos presumían por tanto que el diseño inteligente debía entrañar diseño óptimo. La comunidad del diseño inteligente, por su parte, entiende la palabra inteligente en la expresión «diseño inteligente» simplemente como el medio o instrumento utilizado en el diseño (sin presunción al­guna de habilidad o maestría), con lo cual separa el concepto de diseño inteligente de toda idea de perfección en el diseño.

Pero ¿por qué colocar entonces el adjetivo inteligente inmediatamente detrás del nombre diseño? ¿Acaso no incluye ya el concepto de diseño la idea de una agencia inteligente, haciendo que la yuxtaposición de las dos palabras resulte redundante? La redundancia queda aquí soslayada porque la noción de «diseño inteligente» exige que ésta sea distinguida

59

del diseño manifiesto por una parte y del diseño óptimo por otra. El diseño inteligente subraya que el diseño es producto de una inteligencia real, pero deja enteramente abiertos los atributos o cualidades de esa

inteligencia. En cambio, el diseño aparente afirma que el diseño no es real. Por

ejemplo, Richard Dawkins comienza su libro El relojero ciego con esta cita: «La biología es el estudio de cosas complicadas que tienen la apariencia de haber sido diseñadas para un fin». Y a continuación emplea Dawkins trescientas páginas adicionales para argumentar que tal diseño es sólo una apariencia y no una realidad. El diseño aparente es por tanto la

negación del diseño inteligente. Muchos biólogos procuran soslayar el diseño inteligente y la eviden­

cia de éste moviéndose entre el diseño aparente y el diseño óptimo. Para defender el diseño aparente se apoyan simplemente en un darwinismo puro y no contaminado. Y para atacar al diseño inteligente, sustituyen a éste por un hombre de paja e identifican el diseño inteligente con el diseño óptimo. A fin de hacer el diseño inteligente tan poco plausible como les sea posible, definen entonces el diseño óptimo como un diseño perfecto que supera a todo posible criterio de optimización. (Es presu­mible que todo lo que se mantuviese por debajo de este nivel, no sería digno de un diseñador inteligente). Puesto que los diseños reales com­portan siempre transacciones y compromisos, los diseños globalmente óptimos en todo respecto no pueden existir salvo en un ámbito idealizado (llamado a veces un «cielo platónico») y absolutamente alejado de los diseños reales de este mundo. A diferencia del diseño inteligente, tanto el diseño aparente como el óptimo se están refiriendo a un diseño que

carece de significación práctica. La asimilación de todo diseño biológico al diseño aparente o al

óptimo soslaya la cuestión central que está exigiendo una respuesta: si hay realmente diseño en los sistemas biológicos con independencia de los tipos de atributos adicionales que tales sistemas puedan poseer (como la optimalidad, por ejemplo). Los automóviles que salen de las cadenas de montaje de Detroit están inteligentemente diseñados en el sentido de que las inteligencias humanas son responsables de ellos. Sin embargo, aunque pensáramos que de las plantas de Detroit salen los mejores coches del mundo, seguiría siendo falso decir que esos automó­viles están óptimamente diseñados. Pero tampoco sería correcto decir que sólo están aparentemente diseñados (y, sin duda, no por la razón de que no lo estén óptimamente). ¿Se esconde tal vez aquí una razón

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60 D1c;1\o 10.!TELJCENTE

mínimamente sensata para insistir en que los teóricos del diseño tengan que demostrar la existencia de un diseño óptimo en la naturaleza? Los críticos del diseño inteligente (p. ej., el último Stephen J. Gould) suelen sugerir que de existir un diseñador cósmico con un propósito

1 tendría

que diseñar sólo óptimamente. Pero ésta es una afirmación teológica más que científica.

Aunque la atribución de diseño inteligente a los artefactos humanos no extraña a nadie/ es inevitable provocar un gesto de sorpresa o in­credulidad en nuestro interlocutor cuando atribuimos diseño inteligente a los sistemas biológicos. Aplicado a la biología1 el diseño inteligente sostiene que es necesario postular la presencia de una inteligencia di­señadora para explicar las complejas estructuras ricas en información de los sistemas vivos. Pero, al mismo tiempo1 el diseño inteligente se niega a especular sobre la naturaleza de esa inteligencia. Mientras que el diseño óptimo está pidiendo a gritos la presencia de un diseñador perfeccionista que mantenga la correcta disposición de todas las cosas

1

el diseño inteligente se ajusta perfectamente a nuestra experiencia or­dinaria del diseño, condicionada como está por las necesidades de una situación y la existencia de negociación e intercambio

1 lo cual nos fuer­

za a quedarnos siempre cortos en comparación con cualquier optimum idealizado y globalizado.

Ningún diseñador real intenta alcanzar la optimalidad en el sentido de conseguir el diseño perfecto. No existe, sin duda, cosa tal como un diseño perfecto. Los diseñadores reales se afanan por conseguir la opti­mización restringida, lo cual es algo muy distinto. Como Hemy Petroski, ingeniero e historiador de la Duke University, observa acertadamente en Invention by Designl «Todo diseño comporta objetivos conflictivos y por tanto compromiso/ y los mejores diseños serán siempre aquellos que hayan logrado plasmar en la realidad el mejor de los compromisos». La optimización limitada es el arte del compromiso entre objetivos con­flictivos. Y esto es lo que hace el diseño. Encontrar defectos al diseño biológico porque a éste le falta algún idealizado optimum, como Gould solía hacer de manera regular, es simplemente gratuito. Sin conocer los objetivos del diseñador/ Gould no estaba en situación de decir si éste se propuso un compromiso erróneo entre todos aquellos objetivos.

Sin embargo, la afirmación de que el diseño biológico no es opcio­nal ha tenido un éxito tan tremendo que ha abortado toda discusión sobre éste. Pero es sumamente interesante que el éxito no proviniese del análisis de una estructura biológica determinada que mostrase de qué

Diseño óptimo 61

m.odo podría haber sido ensayada una optimización constante para esa estrUctura. Tal empresa podría haberse constituido en una investigación científica legítima, siempre que las mejoras propuestas fueran correcta­mente implementadas y no degenerasen en proyectos fantasiosos, en los que siempre es posible imaginar alguna mejora, aunque no se sepa cómo

0 si con ella se podrían producir carencias en otros lugares. El hecho de que podamos siempre imaginar una cierta mejora en el diseño, no significa que la estructura en cuestión no haya sido diseñada, ni que la

mejora pueda ser llevada a cabo, ni que esa mejora, aun en el caso de ser realizable/ pudiera introducir defectos en alguna otra parte.

En mis conferencias públicas se me suele preguntar sobre las pre­tendidas deficiencias en el diseño del organismo humano. Entre las cosas por las que el supuesto diseñador del organismo humano se ha ganado al parecer el adjetivo de chapucero, se cuentan la convergencia en la faringe de la laringe y el esófago con la consiguiente propensión al ahogo; la deficiente construcción de la espalda y el subsiguiente dolor de ésta junto con la pérdida de movilidad; la desastrosa configuración de la pelvis en las mujeres con la resultante dificultad para dar a luz; la pequeñez de las mandíbulas humanas y su consiguiente incapacidad de acomodación del conjunto completo de los «dientes del primate» (cuya consecuencias más notables son los problemas que causan las muelas del juicio). Mas en cabeza de la lista se encuentra sin duda la disposi­ción absolutamente disparatada del ojo humano. El problema con el ojo humano, según afirman constantemente los biólogos evolucionistas/ es que su retina se encuentra invertida1 y puesto que los fotorreceptores del ojo están alejados de la luz exterior y situados además detrás de los nervios y los vasos sanguíneos1 éstos obstruyen la luz que les llega de fuera.

Realmente, hay al parecer buenas razones funcionales para esta cons­trucción. Un sistema visual requiere tres cosas: velocidad, sensibilidad y resolución. La velocidad no queda afectada por la posición invertida. De la resolución puede decirse lo mismo (salvo por un pequeño puntito ciego, que el cerebro se encarga al parecer de soslayar sin dificultad). Por otra parte, no hay evidencia alguna de que la retina cefalópoda de los calamares y pulpos, que está «correctamente conformada» con sus receptores situados al frente y los nervios conectados por detrás, se comporte mejor en la resolución de objetos dentro de su campo visual. Sin embargo, en lo que atañe a la sensibilidad, hay al parecer buenas razones funcionales que favorecen la retina invertida. Las células de

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62 DISENO INTELIGENTE

la retina necesitan mucha más cantidad de oxígeno que cualquier otra célula del cuerpo humano. Mas ¿en qué momento necesitan el mayor aporte de oxígeno? Las necesidades de oxígeno son máximas cuando la luz entrante es mínima. Y contar con un superávit de oxígeno frente a los fotorreceptores garantiza que las células de la retina dispongan del oxígeno necesario para asegurar lo más posible su sensibilidad cuando la luz que afluye es mínima. (Algunos vertebrados cuyos ojos tienen las retinas invertidas son tan sensibles que pueden reaccionar ante fotones aislados).

Ahora bien, lo que me mueve aquí no es la cuestión de si el ojo humano puede o no ser mejorado o si en último extremo es óptimo. Lo que me guía más bien es simplemente observar que el hecho de llamar la atención sobre la inversión de la retina no es una razón para pensar que los ojos que poseen esa estructura están por debajo de lo óptimo. Ciertamente, hasta ahora nadie ha puesto sobre la mesa una propuesta concreta sobre la posibilidad de mejorar el ojo huma­no en el sentido de que no sufriera la menor pérdida en velocidad, sensibilidad y resolución. Pero también se oculta aquí una especie de ironía que merece la pena considerar: el mismo sistema visual que al parecer ha sido tan pobremente diseñado y que ningún diseñador que se respetase mínimamente a sí mismo lo habría construido así, es sin embargo un sistema lo bastante bueno para decirnos que nuestro ojo es defectuoso. Estudiamos el ojo valiéndonos del ojo mismo. Y sin embargo la información que éste nos da muestra al parecer la inferioridad del ojo. Es éste uno de los muchos casos en los que los científicos muerden la mano del que los alimenta.

El diseño es un asunto de componendas. No es cuestión de añadir o mejorar diseños ya existentes mediante la incorporación de funcionali­dades adicionales. Sería muy bonito conseguir toda la funcionalidad del ojo humano sin el pequeño punto ciego. Sería muy deseable alcanzar la plena funcionalidad de los sistemas respiratorio y alimentario a la par que se reducía la incidencia de los ahogos. Sería maravilloso contar con toda la funcionalidad de nuestras espaldas y una incidencia menor de los dolores de lumbago. Sería muy bueno obtener toda la funcionalidad de la pelvis femenina junto con una mayor facilidad de alumbramiento. Sería deseable alcanzar la máxima funcionalidad de nuestros dientes sin soportar los dolores de las muelas del juicio. Mas cuando se nos plantea la objeción de la debilidad del hombre, invariablemente nos topamos sólo con las funcionalidades adicionales mencionadas, pero sin que se

r:-seño áptimo 63

nos ofrezca el menor detalle sobre el modo en que pudieran ser perfec­cionadas. Y en asuntos de diseño, el mal reside en los detalles.

Pero incluso aunque tales detalles estuvieran a punto de revelarse, no afectarían al diseño como tal sino sólo a su calidad (es decir, a sus grados de excelencia). E incluso así habría que andar con cuidado. Aun cuando un diseño pudiera ser perfeccionado en el sentido de potenciar la funcionalidad de algún aspecto de un determinado organismo, eso no significaría que esa mejora fuera beneficiosa también para el ecosistema más amplio en el que se movía ese organismo. La potenciación de la funcionalidad propia de un predador, por ejemplo, podría ser altamente beneficiosa para ese animal, pero también lo haría mucho más peligroso para su presa y por tanto alteraría drásticamente el equilibro del eco­sistema en que estaba inserto, con el detrimento del propio ecosistema que semejante acto podría acarrear. Al criticar al diseño, los biólogos tienden a premiar las funcionalidades de los organismos por separado y considerar el diseño como óptimo en el mismo grado en que las fun­cionalidades del individuo son maximizadas. Pero los diseños del orden superior de los ecosistemas totales podrían requerir a su vez el diseño de los organismos individuales de orden inferior a fin de maximizar su propia función.

Nuestra idea del diseño está máximamente inspirada en el modelo de las competiciones deportivas. Siempre queremos ir más aprisa, volar más alto, llegar más lejos y con más fuerza. Mas ¿deseamos realmente correr, subir, avanzar y resistir sin límite alguno? Por supuesto que no. Son precisamente los límites de las funcionalidades los que hacen interesante el juego de la vida. (Esta es la razón de la proliferación de competiciones entre discapacitados). Un jugador de fútbol de más de cien kilos y tres metros de altura con la fuerza de un gorila y la agilidad de un leopardo sería instantáneamente descartado de todo encuentro deportivo, pues precisamente al emplear en el juego toda su habilidad, semejante jugador sería una apisonadora que aplastaría en su camino a todos los jugadores normales que le salieran al paso.

Los admiradores de este animal podrían asistir a tal competición por el acicate de la novedad o por satisfacer una especie de instinto sádico, pero un jugador como éste destruiría hasta el drama competitivo del partido. En muy poco tiempo, este super-jugador acabaría con seguridad con todo y con todos los que deseasen participar en el juego, con lo cual dejaría de ser un juego. Del mismo modo, un super-predador en un ecosistema acabaría con todas las presas, tras lo cual él mismo acabaría

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extinguiéndose. O si la super-criatura fuera omnívora, se reproduciría óptimamente (¿cómo los conejos o las bacterias?) hasta acabar con todo vestigio de vida, tras lo cual acabaría extinguiéndose también la tal criatura (a menos que se tornase autotrofa y pudiera manufacturarse su propio alimento a partir de un rasguño como hacen algunos organismos monocel ulares).

La biología es, entre otras cosas, un drama. Los dramas interesantes requieren caracteres que estén por debajo de lo óptimo en algunos res­pectos. De hecho, los dramaturgos diseñan conscientemente a menudo a sus personajes con algún defecto y debilidad. ¿Hubiera sido Hamlet tan interesante si Shakespeare no hubiera diseñado al personaje prin­cipal del drama con ciertos defectos y debilidades, principalmente su irresolución?

No estoy afirmando con esto que el defecto o la debilidad en el diseño característicos de los organismos o los ecosistemas puedan constituirse con base en la inferencia para un diseño. Las inferencias de diseño se extraen identificando características de sistemas que unívocamente cons­tituyen signos de inteligencia. Al mismo tiempo, la debilidad o defecto en el diseño característicos de los organismos o ecosistemas podrían ser compatibles con cambios evolutivos guiados por una inteligencia. Semejante escenario evolutivo - en el que no todo aspecto de los or­ganismos tomados aisladamente es óptimo - no entrañaría que toda inteligencia rectora del cambio evolutivo tuviera que ser necesariamente defectuosa.

Los críticos del diseño inteligente sostienen repetidamente que nin­gún diseñador experto hubiera creado la gran cantidad de callejones sin salida de la evolución que encontramos en los registros fósiles. Uno de mis críticos pregunta: «¿Por qué habría de estar condenado a la extinción el propósito inteligente de crear especies? O, ¿por qué un diseñador in­teligente creó a los seres humanos con una espina dorsal tan pobremente adaptada para la locomoción bípeda?» Si concebimos a la evolución como un proceso progresivo en el sentido de que las capacidades de los organismos son perfeccionadas y los falsos indicios son anulados por la selección natural a lo largo del tiempo, parece muy poco plausible que un diseñador benevolente y sabio se prestara a liderar semejante proceso. Pero si concebimos a la evolución como un proceso regresivo, como el reflejo de una estructura moral distorsionada que toma como punto de partida la rebelión humana contra el diseñador, entonces es posible pensar en un diseñador intachable que estuviese utilizando un

Diseño óptimo 65

proceso evolutivo muy imperfecto como medio par~ corregir ~os excesos de un universo pródigo y hacerlo volver a su sentido. Pero esta es una

idea a explorar en otro libro. Nos hemos alejado un largo trecho de la ciencia, y por una buena

razón. Al sostener que la naturaleza no podía ser diseñada por con­tener dentro de sí diversos sistemas biológicos que son subóptimos, los oponentes del diseño inteligente han trasladado los términos de la discusión desde la ciencia a la teología. En lugar de preguntarse ¿cómo puede ser específicamente perfeccionada una estructura biológica exis­tente? La cuestión se torna en ¿podría una deidad que se respetase a sí misma crear realmente una estructura como ésta? Jay Gould era un maestro en el arte de provocar-y-atacar. Por ejemplo, en El pulgar del

panda escribía:

Si Dios hubiera diseñado una bella máquina que reflejase su sabiduría y poder, seguramente no habría utilizado una colec­ción de partes en general diseñadas para otros fines ... Antiguos ordenamientos y cómicas soluciones constituyen la prueba de la evolución - caminos que un Dios sensible no hubiera jamás recorrido pero que un proceso natural, obligado por la historia,

recorre forzosamente.

Gould está criticando aquí lo que él mismo llamó el «pulgar» del panda, una extrusión del hueso que el panda utiliza para arrancar la dura corteza exterior del bambú y hacerlo comestible. (El dedo del panda, que es en realidad un alargamiento del hueso sesamoideo, es para el panda un magnífico instrumento para poder devorar las ramas

del bambú con las que se alimenta). La primera cuestión a plantear relativa al dedo del panda, al igual

que sobre cualquier estructura biológica, es si esa configuración exhibe signos claros de inteligencia. El teórico del diseño no está obligado a mantener que toda estructura biológica sea diseñada. Mecanismos naturalistas tales como la mutación y la selección actúan en la historia natural adaptando los organismos a su entorno. Tal vez el dedo del panda se deba a una de esas adaptaciones. Sin embargo, los mecanis­mos naturalistas son incapaces de generar la información sumamente específica y rica en estructuras que impregna la biología. Los organismos exhiben las marcas de una ingeniería inteligente que es propia de los grandes sistemas tecnológicos - almacenamiento y transferencia de la información, códigos de funcionamiento, sistemas de distribución y de

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66 ÜISENO INTEL!CENTE

intercambio, bucles de auto-regulación y retroalimentación, circuitos de transmisión de señales- y, por doquier, complejos ordenamientos de partes mutuamente interdependientes y bien trabadas que operan al unísono para realizar una función. Los oponentes del diseño inteligente son aficionados a crear equívocos, a utilizar los ataques ad hominem, a ridiculizar, a presentar demandas teológicas simplistas a modo de ciencia o simplemente recurrir a la táctica del cerrojo. Lo que ya no les gusta tanto es encararse abiertamente con la pasmosa evidencia de diseño inteligente y tratar de refutarlo punto por punto.

7

L ,iARGUMENTO DEt \DYESIGNIO

¿En qué difiere el diseño inteligente del argumento del designio?

EL ARGUMENTO DEL DESIGNIO comienza considerando aspectos del mundo físico que parecen apuntar a la evidencia de un propósito. A partir de tales rasgos o aspectos, el argumento del designio busca establecer la existen­cia y atributos de una causa inteligente que pueda ser la responsable de estos rasgos. Mientras que estos aspectos de las cosas parecen indicar una causa inteligente, en cambio la naturaleza de esta causa (p.ej., un agente personal o un proceso télico y la capacidad de tales rasgos mundanos para establecer de manera convincente la existencia de una causa inteligente, continúan siendo materia de hondo debate en la amplia variedad de ar­gumentos de designio formulados a lo largo de los siglos. El argumento del designio es llamado también argumento teleológico.

Tal vez el argumento del designio más conocido sea el de William Paley. Según Paley, si alguien se encontrara un reloj en el campo, cuando observase la perfecta adaptación de sus partes para indicar el tiempo, podría inferir que el artefacto fue diseñado por alguna inteligencia. Del mismo modo, y también según Paley, las pasmosas adaptaciones de medios a fines que se observan en los organismos aseguran que tales organismos son el producto de una inteligencia. Paley publicó su argu­mento del designio en un libro suyo de 1802 (cuyo subtítulo es revela­dor) Teología Natural: Evidencia de la Existencia y Atributos de la Deidad, Recolectada a partir de las Apariencias de la Naturaleza. El proyecto de Paley consistía en examinar aspectos del mundo natural («apariencias de la naturaleza») y extraer a partir de ellos conclusiones sobre la existencia y

* N. T.: Finalista.

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atributos de una inteligencia diseñadora responsable de aquellos aspectos (a la que Paley identificaba con el Dios de los cristianos).

El campo de estudio de Paley era la teología natural. El del diseño inteligente es mucho más modesto: tratar de identificar signos de in­teligencia que generen perspectivas científicas. Así, en lugar de buscar signos de inteligencia para obtener resultados teológicos, como hizo Paley, el diseño inteligente se limita a investigar signos de inteligencia como parte estricta de la ciencia. Ciertamente, dentro de la teoría del diseño inteligente, cualquier recurso a un diseñador inteligente puede ser considerado como un instrumento valioso para entender el mundo. Interpretado de este modo, el diseño inteligente no da importancia al­guna a cuestiones como la de si una teoría del diseño es verdadera en última instancia, o la de si el diseñador existe realmente, o cuáles sean

sus atributos. El diseño inteligente es compatible con lo que los filósofos de la

ciencia llaman un enfoque empirista constructivo de la explicación cien­tífica. El empirismo constructivo considera a las entidades teóricas de la ciencia de manera pragmática más que realista. Y de acuerdo con ello, la legitimidad de una entidad científica está ligada no a su realidad última, sino a su utilidad para promover la investigación y las perspectivas científicas. Según esta postura, las entidades teóricas son constructos cuyas consecuencias empíricas son científicamente útiles según el grado en que expliquen adecuadamente un dominio de fenómenos.

Los científicos empleados en la tarea de fabricar entidades teóricas como quarks, cuerdas, y materia oscura fría, podrían considerar por tanto al diseñador como una entidad teórica más en el conjunto de su caja de herramientas. Ludwig Wittgenstein adoptó este mismo enfoque. En Cultu­ra y valor escribió, «Lo que un Copérnico o un Darwin realmente lograron no fue el descubrimiento de una nueva teoría, sino un nuevo y fértil punto de vista». Si el enfoque del diseño inteligente no consigue conquistar una nueva y fecunda perspectiva que inspire frescas y excitantes áreas de in­vestigación científica, entonces (incluso aun siendo verdadero) serviría de bien poco. Mas antes de que se lo descarte, el diseño inteligente merece que se le otorgue una clara oportunidad de triunfo.

Por otra parte, la validez del argumento del designio no depende tanto de la fertilidad de las ideas del diseño teórico para la ciencia como del caudal metafísico y teológico que sea posible obtener del diseño. Un teólogo natural podría apuntar a la naturaleza y decir, «Claramente, el diseñador de este ecosistema premió la variedad sobre la pulcritud». Un

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teórico del diseño que se propusiese investigar sobre el diseño inteligente real de ese mismo ecosistema podría replicar, «Esa es una intrigante afirmación teológica. Tal vez deba meditar horas y horas sobre ella. Pero lo que ahora me preocupa es buscar las fuentes de información

para esta variedad». Con vistas a clarificar algo más la distinción entre el argumento del de­

signio y el diseño inteligente, repasemos la historia de los argumentos de este género. En primer lugar, es preciso que el argumento del designio sea distinguido de un compromiso metafísico anterior con dicho designio. Por ejemplo, en su diálogo Timeo, Platón (427-347 a.C.) propuso un Demiurgo (vale decir, un artesano) que configuró el mundo físico. Esta propuesta de Platón no obedeció a que el mundo físico mostrase características que no se dejasen explicar sin la presencia del Demiurgo. Platón conocía perfec­tamente la obra de los atomistas griegos, quienes no emplearon ningún recurso explicativo de este tipo. Dentro de la filosofía de Platón, es el mundo de las formas inteligibles lo que constituye la realidad última, de la cual el mundo físico no es más que un débil reflejo. Platón introdujo, por tanto, al Demiurgo para explicar de qué modo el diseño inherente al mundo de las formas intervenía en el mundo físico.

Con frecuencia han operado conjuntamente el argumento del de­signio y un compromiso metafísico con éste. Esto ha sido cierto sobre todo en la tradición cristiana, en donde se utiliza el argumento del designio para establecer la existencia de una causa inteligente, y luego un compromiso metafísico con el Dios de los cristianos identifica a esa causa inteligente con Dios. El argumento del designio y el compromiso metafísico con éste han tendido también a aparecer combinados en la tradición cristiana, de suerte que el argumento del designio aparece con frecuencia elevándose directamente desde aspectos del mundo físico hasta el Dios Uno y Trino de la Cristiandad.

Argumentos del designio perfectamente construidos se encuentran a nuestra disposición desde los tiempos clásicos. Tanto las causas finales de Aristóteles (384-322 a.C.) como las razones seminales de los estoicos fueron tipos de causación inteligente inferida al menos en parte del evidente orden e intencionalidad del mundo físico. Cicerón (106-43 a.C.) ofrece un argumento de este género en su diálogo Sobre la naturaleza de los dioses, en donde coloca en boca de un filósofo estoico un argumento en pro del designio del universo basado en la precisión mecánica y el orden del movimiento de los cuerpos celestes. El filósofo estoico de Cicerón atribuye este diseño a una razón que es «trascendente y divina».

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70 DISENO INTELIGENTE r.:rgumento del dcsiR>iic 71

A todo lo largo de la era cristiana, los teólogos han sostenido que la naturaleza exhibe características que ella por sí sola no puede expli­car, pues a este efecto se requiere una inteligencia que esté más allá de la naturaleza. Padres de la Iglesia como Minucius Felix (siglo III d.C.) y Gregorio Nacianceno (329-389 d.C.), escolásticos medievales como Moses Maimónides (1135-1204), y Tomás de Aquino (c. 1225-1274), y

realistas del sentido común como Thomas Reid (1710-1796) y Charles Hodge (1797-1878) han construido todos ellos argumentos del designio partiendo desde características del mundo natural hasta llegar a una inteligencia que trasciende a la naturaleza. La quinta vía de Tomás de Aquino sobre la existencia de Dios es quizá la argumentación más conocida de este género.

Con el surgimiento de la ciencia moderna en el siglo diecisiete, los argumentos del designio emprendieron una vía mecánica. La filosofía mecanicista prevalente en el nacimiento de la ciencia moderna con­sideraba al mundo como en ensamblaje de partículas materiales que interactuaban mediante fuerzas mecánicas. Dentro de esta concepción, el diseño fue interpretado como una forma externamente impuesta de materia inerte preexistente. Paradójicamente, el mismo reloj del universo que los primeros filósofos mecanicistas como Robert Boyle (1627-1691) utilizaban para apoyar el designio en la naturaleza, fue probablemente más responsable que ninguna otra cosa del derrocamiento de esa idea. En 1686, Boyle defendió la filosofía mecanicista porque veía en ella una refutación de la teleología inmanente de Aristóteles y los estoicos, para quienes el designio surgió como un resultado natural de procesos naturales. Para Boyle era una suerte de idolatría identificar la fuente de la creación no con Dios sino con la naturaleza.

La filosofía mecanicista ofrecía un mundo que operaba por principios mecánicos y procesos imposibles de confundir con la actividad creativa de Dios pero que, sin embargo, permitían que la estructura del mundo mostrase claramente la mano divina y, por tanto, la presencia de desig­nio. Y lo que es más, los teólogos naturalistas británicos consideraron siempre a los milagros como un modo de interacción divina que podía prescindir de los procesos mecánicos. Durante los siglos siguientes, sin embargo, lo que perduró fue la filosofía mecanicista mientras se arroja­ba por la borda la necesidad de recurrir a los milagros o a Dios como diseñador. A partir de entonces, los procesos puramente mecánicos serían los únicos responsables de toda la obra diseñadora para cuya explicación tanto Aristóteles como los estoicos necesitaron una teleología

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natural inmanente, mientras que Boyle y los teólogos naturales británicos requirieron a Dios. Finalmente, la propia vida dejó de ser considerada como algo que emergía simplemente de un proceso mecánico y pasó a ser ella misma contemplada como un proceso mecánico.

Los teólogos naturales británicos de los siglos diecisiete, dieciocho y diecinueve, comenzando con Robert Boyle y John Ray (1627-1705) y culminando en la teología natural de William Paley (1743-1805), se volcaron sobre los sistemas biológicos en busca de la evidencia que mos­trara la intervención de un diseñador en el mundo físico. Y de acuerdo con esto, se consideró increíble que los organismos, con su apabullante complejidad y soberbia adaptación de medios a fines, pudieran ser el producto de las ciegas fuerzas mecánicas de la naturaleza. La Teología Natural (1802) de Paley es claramente un catálogo de sistemas biológicos que su autor consideraba inexplicables sin la presencia de una inteli­gencia super-planificadora. ¿Quién era el diseñador para estos teólogos naturales británicos? Para muchos, el tradicional Dios cristiano, mas para otros sería un Dios deísta, que simplemente había creado el mundo pero no contribuía en nada a su gobierno.

Nunca han faltado los críticos del argumento del designio. En los tiempos clásicos, Demócrito (c. 460-370 a.C.), Epicuro (c. 342-270 a.C.) y Lucrecio (c. 95-55 a.C.) concibieron al mundo natural como un torbellino de partículas en colisión, que a veces acertaban a formar configuraciones estables que exhibían orden y complejidad. David Hume (1711-1776) se refería a esta crítica del designio con el epíteto de «la hipótesis epicúrea». Modernas variantes de esta crítica continúan vigentes bajo la forma de cosmologías inflacionistas, interpretaciones pluri-mundiales de la me­cánica cuántica y algunas formulaciones del principio antrópico (véase capítulo quince).

Aunque Hume citó la hipótesis epicúrea, no insistió nunca mucho en ella. En su Diálogos sobre la religión natural (obra publicada póstumamente en 1779), Hume sostuvo principalmente que el argumento del diseño es débil como argumento por analogía y también como argumento por inducción (véase capítulo treinta y dos). Igualmente subrayó el problema del designio imperfecto, o disteleología. Aunque ampliamente aplaudido por desacreditar el argumento del designio, la crítica de Hume no es ya tan convincente como antes solía serlo.

Hume analizó incorrectamente la lógica del argumento del designio, porque este argumento no es, propiamente hablando, ni un argumento por analogía ni uno por inducción, sino una inferencia que conduce a

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la mejor explicación. La inferencia que conduce a la mejor explicación confirma la hipótesis en la medida en que ésta explique acertadamente los datos bajo consideración. Así un darwinista tan incondicional como Richard Dawkins (véase el comienzo de su libro El relojero ciego) reconoce que en los días de Hume el designio era la mejor explicación para la complejidad biológica.

Mientras que Hume trató de ofrecer una refutación general del ar­gumento del designio, Immanuel Kant (1724-1804) limitó su alcance. En su Crítica de la razón pura, Kant sostuvo que lo más que este argumento podía establecer era un «arquitecto del mundo que está constreñido por la adaptabilidad del material con el que trabaja, pero no un creador del mundo a cuya idea todo lo demás está sujeto». Lejos de rechazar el argumento del designio, Kant criticaba la excesiva amplitud de su interpretación. Para Kant, el argumento del designio establece legítima­mente un «arquitecto» (esto es, una causa inteligente cuyas estrategias se ven limitadas por los materiales que forman el mundo), pero nunca puede postular un creador que origina hasta los mismos materiales que el arquitecto moldea luego.

Charles Darwin (1809-1882) asestó al argumento del designio su golpe más demoledor, pues se encontraba históricamente situado en una posición ideal para hacerlo. Su Origen de las especies (1859) encajaba perfectamente con la emergente concepción positivista de la ciencia que se resistía a invocar causas inteligentes y buscaba asimilar, en tanto que fuera posible, la explicación científica a la pura ley natural. De aquí pues, que pese a que el mecanismo darwiniano de la selección natural fue un tema de disputa durante toda la segunda mitad del siglo diecinueve, el mero hecho de que Darwin hubiera propuesto un plausible mecanismo naturalista para dar cuenta de los sistemas biológicos, fue suficiente para convencer al mundo anglosajón de que una u otra explicación naturalista tenía que ser la correcta.

Más incluso que la cosmología, la biología se había convertido, bajo la influencia de la teología natural británica, en la fortaleza más eficaz del argumento del designio. Era aquí, más que en ninguna otra parte, donde el designio podía encontrase más seguramente protegido. Amenazar a esta fortaleza era, por tanto, amenazar a la legitimidad del argumento del designio como empresa intelectual consagrada. Dawkins (en El relojero ciego) resume la situación de este modo: «Darwin abrió la posibilidad de ser un ateo intelectualmente satisfecho». Dios podría seguir existiendo, pero el mundo físico no necesitaba ya de su existencia.

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Sin embargo, el argumento del designio no quedó marchito y muerto con el auge del darwinismo. Por el contrario, ha echado aún más raíces

desplegado aún más sus ramas por entre las leyes físicas que estructu­:an el universo. Para muchos estudiosos de finales del diecinueve y a lo largo de todo el veinte, concebir el designio en términos d~ dispositivo biológico ha dejado de ser sostenible o intelectualmente satisfactono. El abjetivo se ha desplazado ahora de la búsqueda de instancias específi­cas de diseño dentro del universo, a determinar si y de qué modo fue

dfseñado el mundo como totalidad. El principio antrópico está en la base de una buena parte de la discu­

sión contemporánea en torno al diseño del universo. En su formulación original, el principio antrópico (cuyo término fue acuñado en 1970 por el astrofísico Brandon Carter) establece meramente que las leyes físicas y las constantes fundamentales que estructuran el universo han de ser compatibles con los observadores humanos. Puesto que los observadores humanos existen, el principio es obviamente verdadero.

El principio antrópico está estrechamente relacionado con el diseño, pues las condiciones establecidas han de ser totalmente satisfechas para que el universo permita a los observadores humanos ser tan específicos que la más ligera variación en esas condiciones no sería ya compatible con los observadores mismos. Estas condiciones son usualmente expre­sadas en términos de las leyes y constantes fundamentales de la física. Por ejemplo, si la constante gravitacional fuera ligeramente mayor, las estrellas se tornarían tan calientes que no tardarían en abrasarse arras­trando con ellas toda posibilidad de vida. Por otra parte, si la constante gravitacional fuera ligeramente menor, las estrellas se tornarían tan frías que impedirían la fusión nuclear y con ello la producción de los ele­mentos pesados necesarios para la vida. En cualquiera de los dos casos, los observadores humanos serían físicamente imposibles.

El requisito de que estas condiciones tengan que cumplirse riguro­samente para que sea posible la existencia de observadores humanos, parece exigir a su vez una nueva explicación, y ello ha obligado tanto a teístas como a no teístas a la producción de nuevos argumentos sobre el designio o diseño. (Considérese, por ejemplo, la obra de Robin Collins, Paul Davies, John Leslie y Richard Swinburne). Todos ellos sostienen que el diseño es la mejor explicación de la exquisita sintonización entre

leyes y constantes físicas. Sin embargo, el recurso al designio para explicar el perfecto ajuste del

cosmos (o las coincidencias antrópicas, como también se les llama) está

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74 r . D1sEr\:C> 1 '\TrLICLNTE ' El argumento del dc51gn10 75

sujeto a controversia. La estrategia usual para refutar tales argumentos en pro del designio cosmológico es invocar el efecto de la selección. Según esto, la sintonía cosmológica no necesita explicación puesto que sin ella no existirían tampoco los observadores humanos que apreciaran su ausencia. Como ocurre en el juego de la lotería, en donde el ganador se ve gratamente sorprendido por haber ganado, del mismo modo los observadores humanos se ven gratamente sorprendidos por encontrarse en un universo tan maravilloso. No se requiere designio alguno para explicar el éxito en la lotería; del mismo modo, tampoco se lo necesita para explicar que los observadores humanos residan en un universo tan finamente ajustado.

Así establecido, el argumento anti-designio por efecto de la selec­ción es fácilmente refutable. Lo que hace del azar una alternativa viable contra el designio en su analogía con la lotería, es la existencia de otros participantes en el juego. La razón de que los ganadores en la lotería se sorprendan ante su buena fortuna está en que la mayoría de los restantes jugadores salen perdiendo. Supongamos que esa persona haya comprado sólo un billete y, por tanto, que la probabilidad de que ese billete salga ganador es infinitamente pequeña. ¿Qué ocurre si esa persona gana en la lotería? En tal caso, se seguiría una inferencia de designio. Y ésta es exactamente la situación en que nos encontramos respecto al universo. Toda nuestra evidencia empírica apunta a que hay justamente un solo jugador en la gran lotería cósmica: el universo en donde habitamos.

Pero, ¿hay solamente un universo? Para que un efecto de selección refute con éxito un argumento de designio basado en una fina sintonía cosmológica, necesitamos una enorme cantidad de universos en la que la gran mayoría son perdedores en nuestra búsqueda de observadores humanos. Mas esta hipótesis requiere aumentar la propia ontología, con la consiguiente opacidad de la física y la metafísica, lo cual es en sí problemático. El Dios de la mayoría de las religiones teístas es al menos concebido como un ser causalmente activo dentro de nuestro universo. Pero los restantes universos situados más allá del nuestro, no pueden ser observados por definición ni ejercer un impacto de un modo u otro. (Para la ilegítima afirmación de que la infinidad de los mundos ejerce una influencia causal sobre el nuestro a través de la interferencia de efectos, véase la sección 2.8 de mi libro No Free Lunch). Según ello, estos universos se parecen mucho más a un objeto de fe que la propuesta de un diseñador que pretendiera influir en nuestro universo. ¿Por qué proponer algo tan fantasioso como un conjunto de

universos inobservables y causalmente desconectados, entidades que por su misma definición no pueden ejercer ninguna influencia observable sobre nosotros? Su principal misión parece ser la de cortocircuitar el argumento del designio (véase capítulo quince).

Será útil conservar en la mente una distinción final relativa al argu­mento del designio. Los argumentos de este género pueden centrarse sobre la cuestión de si el universo como totalidad es diseñado. O, alter­nativamente, cabe preguntarse si los casos de designio han tenido lugar dentro de un universo ya dado. El universo suministra un escenario causal bien definido. (Los físicos actuales lo conciben como un campo caracterizado por las ecuaciones de campo). Aunque cabe preguntar si ese escenario es a su vez diseñado, igualmente podría uno preguntarse si los sucesos y objetos que se den en él son también diseñados. Esta cuestión alberga dos tipos de diseño: en primer lugar el diseño del universo como totalidad, y en segundo, instancias de diseño dentro del universo.

Para ilustrar la diferencia entre los dos tipos de diseño, consideremos la analogía de una pintura al óleo. Un cuadro al óleo está pintado de ordinario sobre un determinado lienzo. Uno puede preguntar a su vez si el lienzo es diseñado. Y alternativamente, cabe preguntar si alguna configuración de la pintura sobre el lienzo es diseñada. El diseño de los lienzos correspondería al diseño del universo como totalidad. Y el dise­ño de alguna configuración determinada de la pintura correspondería a alguna instancia de diseño dentro del universo.

En esta analogía, el universo es un lienzo sobre el cual está repre­sentada la historia natural. Cabe preguntar ahora si el lienzo mismo es diseñado. Igualmente cabe preguntar a su vez si los sucesos de la historia natural pintados en ese lienzo son diseñados. En biología, por ejemplo, puede uno preguntar si una maquinaria bioquímica tan irreductiblemen­te compleja como el flagellum bacteria! es diseñada. Aunque el designio continúa siendo un tópico ampliamente discutido en cosmología (¿es el universo como totalidad diseñado?), al interesarse el diseño inteligente por la biología, la mayoría de las discusiones y controversias actuales se centran en ella (¿existe diseño en el universo y, específicamente, en biología?).

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INFERENCIA DISEÑO

¿Qué es In inferencia de disáio? ¿En qué difiere la inferencia de diseiio del argumento del designio?

EL DISEÑO INTELIGENTE COMIENZA con el planteamiento de la siguiente posibilidad: ¿Podrían existir sistemas naturales que no fuesen total­mente explicables en términos de causas naturales y que mostrasen rasgos característicos de la inteligencia? Es perfectamente legítimo que la ciencia considere esta posibilidad. Mas para evaluarla científicamente es necesario contar con una manera fiable de distinguir entre sucesos u objetos que sean resultado de causas puramente naturales, y sucesos u objetos cuya emergencia requiera además el concurso de una inteligencia diseñadora. (Obsérvese que lo que aquí se plantea no es simplemente una disyunción exclusiva del tipo «O-esto-o-aquello», como ocurre en la oposición causas naturales versus diseño; lo que aquí nos preocupa es averiguar si las causas naturales son o no son susceptibles de ser suplementadas por el diseño). Problema principal en la inferencia de diseño es, por tanto, el de establecer una clara distinción entre causas naturales y causas inteligentes.

En concreto, la inferencia de diseño se plantea la siguiente cuestión: si una inteligencia estuviera implicada en la ocurrencia de algún suceso o en la formación de algún objeto, y si no tuviéramos evidencia directa de tal actividad de una inteligencia, ¿cómo podríamos saber en absolu­to que había una inteligencia comprometida en ello? Así planteada, la cuestión es bastante general y surge en numerosos contextos, entre los que se cuentan la arqueología, la criptografía, la generación de números al azar, la SETI (Búsqueda de inteligencia extraterrestre) y la falsificación de datos en ciencia. Voy a centrarme aquí en el caso de la falsificación

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de datos en la que estuvo implicado Hendrik Schün. Este caso pone de relieve la legitimidad de la inferencia de diseño y lo liga a una cuestión realmente urgente que afecta a la comunidad científica.

El 23 de mayo de 2002, el New York Times informaba sobre el tra­bajo de «J. Hendrik Schün, de 31 años, físico en los Laboratorios Bel! en Murray Hill, N.J., y autor de un extraordinario volumen de trabajo durante los últimos dos años y medio, que incluía siete artículos en cada una de las dos prestigiosas revistas Science y Nature». A pesar de tan extraordinarias credenciales, la carrera de Schün estaba en entredicho. ¿Por qué? Según el New York Times, Schün había publicado «gráficos que eran casi idénticos aunque aparecían en artículos científicos diferentes y representaban datos procedentes de distintas fuentes. En algunos de ellos, incluso los finos trazos que suelen producir las fluctuaciones aza­rosas eran exactamente idénticos». Como consecuencia de aquello, los Laboratorios Bell contrataron a un equipo independiente de expertos para que determinasen si Schün «había manipulado impropiamente los datos en sus artículos de investigación publicados en revistas científicas muy acreditadas». En el año 2002, el equipo concluyó que Schün era sin duda culpable de falsificación de datos. Los Laboratorios Bell lo despidieron.

Las cuestiones teóricas consideradas en este caso eran precisamen­te las referidas a la inferencia de diseño. Para determinar si Schün había manipulado los números, el equipo de control tuvo que repa­rar en dos cosas: que el gráfico publicado primeramente ofrecía un modelo independientemente dado o especificación para el segundo; y que la equiparación entre los dos gráficos en el artículo de Schün era altamente improbable (o «compleja», en el sentido descrito en el capítulo primero de este libro) bajo la suposición de que los gráficos eran resultado de fluctuaciones aleatorias. La aleatoriedad no suscitó aquí extrañeza alguna, cosa que se habría producido si Schün hubiera llevado a cabo el experimento tal y como dijo haberlo realizado. En consecuencia, el equipo de control abandonó la búsqueda de un des­conocido mecanismo material o proceso natural para pasar a explicar de qué manera los gráficos de experimentos independientes realizados sobre dispositivos también independientes podían haber producido los mismos modelos de fluctuaciones aleatorias. Y a la vista de todo aquello, los controladores concluyeron con toda razón denunciando la manipulación de los datos y del diseño. En otras palabras: llegaron a esta conclusión mediante la identificación de un modelo altamente

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improbable e independientemente dado, o de lo que nosotros llamamo,;

complejidad especifirndn. No es manera de evitar la complejidad especificada cuando se infiere

diseño. Las inferencias de diseño se dan en los casos en los que la evi­dencia es circunstancial y carecemos por tanto de certeza directa sobre la presencia de una inteligencia diseñadora. Cuando falta la evidencia directa, no hay problema alguno en explicar un suceso como resultado del azar, incluso aunque éste sea altamente improbable o complejo. Al fin y al cabo, sucesos altamente improbables y no especificados ocurren realmente por azar en cualquier tiempo y lugar. Arrojemos una moneda un millar de veces y apostemos por un resultado. La secuencia precisa de caras y cruces que puede observarse es increíblemente improbable, y nuestra probabilidad de acertar se mueve por debajo de 1 contra 10'00

Pero esta secuencia no está tampoco especificada. El recurso al azar para explicar un tal suceso sólo se torna en problema cuando ese suceso no sólo es altamente improbable o complejo, sino que concuerda también con un modelo o especificación independientemente dados.

En el caso de los gráficos de Schon, bajo la relevante hipótesis de lo azaroso que caracteriza a las fluctuaciones aleatorias, la coincidencia entre los gráficos había de ser necesariamente muy improbable para despertar las sospechas contra Schün. (Si los mencionados gráficos hubieran sido simplemente unos histogramas de dos barras con sólo unas cuantas posibles gradaciones verticales, la coincidencia entre ellos hubiera sido razonablemente probable y nadie habría dudado nunca de la integridad de Schün). El equipo de controladores determinó que ciertamente era altamente improbable que los gráficos coincidieran de una manera tan precisa. Mas la improbabilidad no era suficiente. Las fluctuaciones aleatorias de cada gráfico individualmente tomado eran sin duda altamente improbables. Pero fue la coincidencia entre los gráficos lo que levantó las sospechas. Esa coincidencia hacía que uno de ellos fuera una especificación del otro de suerte que ante la presencia de improbabilidad, una inferencia de diseño estaba justificada.

De por sí, la inferencia de diseño no implica ningún tipo de inteli­gencia particular. Una inferencia de diseño habría mostrado que los datos en los artículos de Schon estaban arteramente manipulados. Pero eso no mostraría, sin embargo, que Schün era el culpable. La identificación del culpable real requiere un análisis causal más detallado -análisis que en el caso de Schün fue realizado por el equipo independiente supervisor contratado por los Laboratorios Bel!. Sobre la base de aquel análisis, el

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equipo concluyó que Schon era ciertamente culpable. Por otra parte, Schon no era sólo el primer autor de los artículos en cuestión, sino el único entre sus coautores que te1úa acceso a los mecanismos que pro­ducían la desconcertante coincidencia de los resultados experimentales. Y más aún: todos los protocolos experimentales cuya responsabilidad de mantenimiento recaía en el mismo Schéin, desaparecieron misteriosa­mente cuando los controladores expresaron su deseo de revisarlos.

La inferencia de diseño realizada por el equipo independiente en el caso de Schéin ilustra a las claras la diferencia existente entre la in­ferencia de diseño y el argumento del diseño. El argumento del diseño está en la base de toda argumentación filosófica y teológica. Con él se pretende establecer la existencia y atributos de una causa inteligente que subyace al mundo y que está basada en ciertas características del mundo. En cambio, la inferencia de diseño es un razonamiento genéri­co para identificar los efectos de la inteligencia, con independencia de las particulares características de ésta y con independencia también de dónde, cómo, y por qué actúa la inteligencia. (Esa inteligencia puede ser animal, humana, extraterrestre, singular, plural, inmanente o tras­cendente). La inferencia de diseño se centra en un rasgo particular -la complejidad especificada- y lo utiliza como base para inferir un tipo de inteligencia. Así, cuando un suceso, objeto, o estructura del mundo exhiben complejidad especificada, uno infiere que tras esa complejidad hay una inteligencia responsable. Dicho en otras palabras, se realiza una inferencia de diseño.

' NECESIDAD

¿Cómo concibe la comwzidad científica las causas naturales, y por qué no figuran entre ellas las causas

inteligentes?

LA COMUNIDAD CIENTÍFICA ENTIENDE las causas naturales en términos de azar, necesidad, y la combinación de ambas cosas. El biólogo Jacques Monod escribió un libro, El azar y la necesidad, para subrayar este pun­to. ¿Por qué la comunidad científica limita las causas naturales al azar y a la necesidad, excluyendo así al diseño? Para muchos profesionales de las ciencias naturales, el diseño, en tanto que acción de un agente inteligente, no es una fuerza creativa fundamental de la naturaleza. Lo que más bien se piensa es que las ciegas fuerzas naturales, caracteriza­das por el azar y la necesidad, son suficientes para realizar toda la obra

creativa de la naturaleza. Tres objetos bastarán para ilustrar lo que está en juego con el azar

y la necesidad: una calculadora, una ruleta y un instrumento agitador. Una calculadora opera por necesidad. Pulsemos 2 + 2 y la única res­puesta posible será 4. Decir que algo es necesario es lo mismo que decir que ese algo tiene que suceder y que eso ocurrirá de una sola y única manera. Es necesario que el agua se hiele por debajo de los cero grados. Es necesario que los objetos sólidos dentro de un campo gravitacional se atraigan movidos por las fuerzas gravitacionales. Es necesario que

dos más dos sumen cuatro. Lo opuesto a la necesidad es la contingencia. Decir que algo es con­

tingente es afirmar que ese algo puede suceder de más de una manera. Cuando impulsamos la rueda de una ruleta, por ejemplo, la bola puede detenerse en cualquiera de las treinta y ocho casillas (numeradas de uno a treinta y seis más el cero y el doble cero). El lugar preciso en el que la bola se detenga es por tanto contingente. La contingencia presupone un

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abanico de posibilidades. Para ejercer un control sobre esas posibilidades, los científicos les asignan probabilidades. En la rueda de la ruleta, cada casilla tiene la misma probabilidad de que la bola se detenga en ella. La situación en la que las posibilidades tienen la misma probabilidad, es conocida como puro azar o casualidad. El puro azar o la casualidad son por tanto lo que caracteriza al juego de la ruleta.

El puro azar o casualidad es la excepción más que la regla. La ma­yoría de las veces en que entran en juego causas naturales, el azar y la necesidad actúan conjuntamente más que por separado. Las probabilida­des siguen siendo aplicables, aunque no tan directamente como cuando todas las posibilidades tienen la misma probabilidad. Consideremos, por tanto, el tercero de nuestros objetos: un agitador. Un agitador es un contenedor en cuyo interior colocamos algunas piedras y luego lo agitamos. Esta agitación constituye un proceso gobernado puramente por el azar que, aparte de cualquier otra consideración, arrojaría una disposición de las piedras totalmente desordenada.

Sin embargo, aquí en la tierra contamos con otra fuerza adicional: la gravedad. La agitación del contenedor en presencia de una fuerza gravitacional que empuja hacia abajo, hará que las piedras mayores se eleven hasta la boca y que las más pequeñas se dirijan hacia el fondo del contenedor. Precisamente cuando a un nivel dado se detiene una piedra del mismo tamaño que las demás, ese nivel seguirá siendo el reino de la casualidad. Esta casualidad o puro azar sigue operando ho­rizontalmente, y la verticalidad en él es claramente un orden impuesto sobre las piedras que se agitan bajo el efecto de la gravedad.

El objetivo de un agitador es desplazar las piedras de acuerdo con su tamaño. Para este fin, el azar y la necesidad deben actuar conjun­tamente: la necesidad toma aquí la forma de la gravedad, y el azar la de la agitación casual. Al agitar aleatoriamente un contenedor lleno de piedras en un campo gravitacional, el azar y la necesidad producen una disposición ordenada de piedras con las más pequeñas situadas en el fondo, las medianas en la zona media, y las mayores en la boca del recipiente.

El ejemplo del agitador es relevante para el darwinismo. La principal aportación de Darwin que le valió la fama fue proponer una teoría que explicase el modo en que la acción conjunta de azar y necesidad podrían perturbar la materia y conducirla hacia la complejidad biológica. Darwin abrió su Origen de las especies describiendo experimentos sobre alimen­tación animal. Aunque similares a sus padres, los hijos de los animales

Azar y necesidad

sujetos al experimento mostraban sin embargo algunas diferennas cm1

respecto a sus progenitores. Por todo lo que sabemos, esas diterenc1as son controladas por el azar. (Darwin las registraba como variaciones; Jos biólogos actuales las achacan a mutaciones en el ADN, que eviden­ternente está más sujeto al cambio. Darwin no llegó a especular sobre

el rnodo en que surgían aquellas variaciones). Ahora bien, si los ganaderos arrojaran una moneda para decidir qué

animales deberían destinar a la reproducción, entonces toda diferencia stre padres e hijos seguiría siendo libre. Pero si, en lugar de eso, los ganaderos seleccionan a sus animales y permiten que se reproduzcan sólo aquéllos que, aunque sea por azar, exhiben ciertas características deseables, entonces a lo largo del tiempo esos rasgos deseables se irán intensificando y extendiéndose por la población entera. Así pues, el azar, bajo la forma de variación entre padres e hijos, se vería obligado

0 constreñido por el ganadero a exhibir las características preferidas por el propietario. Conviene observar que el ganadero está limitado respecto a las características que el azar produce. Un criador de animales con pelo, no podrá obtener animales con piel suave si todos los individuos de su explotación tienen invariablemente el pelo hirsuto.

Naturalmente, los ganaderos han brillado sin duda por su ausencia en la mayor parte de la historia de la vida. ¿Qué ha sido entonces lo que ha regulado la reproducción de las cosas vivientes en la naturale­za? Claramente la naturaleza misma. La naturaleza selecciona, por así decirlo, aquellos organismos que se reproducen bien y elimina a los que se muestran incapaces. Puesto que, prescindiendo de las regulaciones, la reproducción de los organismos procede de manera exponencial, y puesto que la naturaleza no posee evidentemente los recursos para asu­mir semejante aumento de población, sólo una pequeña proporción de organismos conseguirá reproducirse satisfactoriamente en cada genera­ción. Aquellos cuyas características contribuyan mejor a la reproducción, serán los seleccionados para dejar descendencia, mientras que el resto morirá sin haberlo logrado. Así, según Darwin, la naturaleza misma

se constituye en la suprema nodriza capaz de configurar sabiamente el camino de la vida. En particular se afirma que la necesidad - bajo la forma de selección natural-, y el azar - bajo la forma de variación aleatoria - , son capaces de explicar toda la complejidad y diversidad

biológicas. ¿Dónde encaja el diseño o causación inteligente dentro de esta

interacción dialéctica entre azar y necesidad? En ninguna parte. A lo

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86 Ü!S[i\:0 INTELIGENTE

sumo, el diseño se torna en un subproducto del cambio y la necesidad. Si, por ejemplo, el mecanismo darwiniano de la variación aleatoria y la selección natural explican la emergencia de los seres humanos, entonces la inteligencia humana (con todas sus capacidades para el diseño) es meramente una capacidad de comportamiento que sitúa al hombre en la cima de unos ciegos procesos materiales.

Sin duda, existe la posibilidad lógica de que el propósito, la inteli­gencia y el diseño puedan ser generados meramente por la vía del azar y la necesidad. Según esto, la inteligencia podría ser un instrumento de supervivencia sin más otorgado a los hombres a través de un proceso evolutivo darwiniano que premia la supervivencia y la reproducción y que no está inteligentemente guiado, sino regido únicamente por el azar y la necesidad. Las fuerzas creativas básicas de la naturaleza carecerían así de inteligencia. Mas incluso aunque ésta sea una posibilidad lógica, no es claramente la única. Otra posibilidad también lógica es que el propósito, la inteligencia y el diseño sean características fundamentales de la realidad y que no sean reducibles al azar y la necesidad. ¿Cuál es la actitud correcta? En lugar de prejuzgar la respuesta como hace el darwinismo, la inferencia de diseño proporciona un marco lógico para decidir sobre la corrección de cada una de ellas. El darwinismo destierra el diseño de la biología. La inferencia de diseño, en cambio, ni lo destierra ni lo exige. Lo que hace más bien es permitir que sea la evidencia de la biología la que decida.

10

/(OMPLEJ 1 DAD \ESPECIFICADA \. ¿Qué es la complejidad especificada,

y cómo se determina si algo exhibe complejidad especificada?

EL TÉRMINO «COMPLEJIDAD ESPECIFICADA» tiene unos treinta años de vida. Por lo que yo sé, el investigador del origen de la vida Leslie Orgel fue el primero en utilizarlo. Este término apareció en su libro de 1973 T/1e Origins of Lije, en donde escribía, «Los organismos vivos se distinguen por su complejidad especificada. Cristales tales como el granito no pueden ser considerados como organismos vivos porque carecen de complejidad; las mezclas azarosas de polímeros tampoco pueden serlo porque carecen de especificación». Más recientemente, en su libro de 1999 Tlie Fith Miracle, Paul Davies identificó la complejidad especificada con la clave para resolver el problema del origen de la vida:

Los organismos vivos son misteriosos no por su complejidad per se, sino por su hermética complejidad especificada. Para comprender plenamente el surgimiento de la vida a partir de lo inanimado, tenemos que conocer no sólo el modo en que fue concentrada la información necesaria, sino saber también de qué manera llegó a ser especificada la información biológicamente útil.

Sin embargo, ni Orgel ni Davies ofrecieron una explicación analítica precisa de la complejidad especificada. Una tal explicación aparece en mi libro The Design Inference (1998) y su secuela No Free Lunch (2002). Aquí sólo voy a ofrecer un esquema de aquella explicación sobre la complejidad especificada. En mi propia investigación la clasifiqué como criterio estadístico para identificar los efectos de la inteligencia. Tal

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88 D 1~1 \ c1 1" r r 1_ 1 e E"'< TE

como yo la he desarrollado, la complejidad especificada contiene cinco .1

principales ingredientes:

• una versión probabilista de la complejidad aplicable a los suce­sos;

• patrones condicionalmente independientes;

• recursos probabilistas presentados bajo dos formas: de replicación y de especificación;

• una versión especificacional de complejidad aplicable a patrones • un límite a la probabilidad universal.

Consideremos brevemente estos cinco puntos.

Complejidad probabilista. La probabilidad puede ser considerada como una forma de complejidad. Para entender este concepto exa­minemos una cerradura de apertura-cierre por combinación. Cuántas más combinaciones en la cerradura sean posibles, más complejo será el mecanismo y, por tanto, más improbable que el tal mecanismo pueda ser abierto por azar. Por ejemplo, una cerradura de combinación cuya esfera esté numerada de cero a treinta y nueve y que tenga que ser ~c­tivada en tres direcciones alternativas admitirá 64.000 (es decir, 40 x 40 x 40) combinaciones posibles. Esta cifra da la medida de la complejidad de la cerradura, pero también da una probabilidad de 1 contra 64.000 de que la cerradura pueda ser abierta por casualidad (asumiendo que anteriormente no se sabía absolutamente nada sobre la combinación de la cerradura). Una combinación más compleja cuya esfera estuviese numerada desde cero a noventa y nueve y que tuviera que ser activada en cinco direcciones alternativas arrojaría la cifra de 10.000.000.000 (esto es, 100 x 100 x 100 x 100) combinaciones posibles y por tanto una pro­babilidad de 1 contra 10.000.000.000 de ser abierta por azar. Complejidad y probabilidad varían por tanto de manera inversa: cuanto mayor sea la complejidad, más pequeña será la probabilidad. La complejidad en la complejidad especificada se refiere a la improbabilidad.

Patrones condicionalmente independientes. Los patrones o modelos que ante la presencia de complejidad o de improbabilidad implican una inteligencia diseñadora han de ser independientes del suceso cuyo diseño se está investigando. Crucial en este punto es que los aludidos patrones no se impongan artificialmente sobre los sucesos después del hecho. Por ejemplo, si un arquero dispara sus flechas contra una valla y luego pintamos los objetivos que rodean las flechas a fin de que pue­dan ser vistos con facilidad, estamos imponiendo un patrón después

89

del hecho. Semejante patrón no es independiente de la trayectoria de Ja flecha. Por otra parte, si los objetivos o blancos son establecidos de antemano («especificados») y luego el arquero acierta en todos ellos, sa­belJlOS que eso no ocurrió por azar sino más bien por diseño (supuesto, desde luego, que dar en los blancos sea lo suficientemente improbable). El modo de caracterizar esta independencia de los patrones discurre a wavés de la noción probabilista de independencia condicional. Un patrón QIJ\Odelo es condicionalmente independiente de un suceso si la adición ele nuestro conocimiento del modelo a una hipótesis de azar no altera la

probabilidad del suceso bajo tal hipótesis .. L~ especifico ~n la comp.lejidad especificada se refiere a estos patrones cond1c10nalmente mdepend1entes. y éstos son precisamente las especificaciones.

Recursos probabilistas. Los recursos probabilistas están ligados al número de oportunidades para que un suceso ocurra o sea especifica­do. Un suceso al parecer improbable puede tornarse en algo bastante probable una vez que se multiplican las fuentes probabilistas. Por otra parte, un tal suceso puede seguir siendo improbable incluso después de que todas las posibles fuentes probabilistas hayan sido multiplicadas. Supóngase que en el juego de póquer estamos tratando de conseguir un «rubor real». Dependiendo de la cantidad de veces que lo intentemos, ese resultado, que de por sí es bastante improbable, puede seguir siendo improbable o tornarse en algo bastante probable. Si sólo se lo intenta unas docenas de veces, es altamente probable que no veamos nunca esa combinación de cartas. Pero si lo intentamos millones de veces, es muy

probable que lo consigamos. Los recursos probabilistas se presentan bajo dos formas: la replicativa

y la especificativa. Los recursos replicativos están referidos al número de oportunidades que comporta la ocurrencia de un determinado suceso. Los especificativos se refieren al número de oportunidades que necesita la especificación de un suceso. Para comprender lo que se ventila con estos dos tipos de recursos, imaginemos una gran valla con un número N de blancos de idéntico tamaño pintados sobre ella y un número M de flechas en el carcaj del arquero. Digamos que las probabilidades que éste tiene de acertar en alguno de esos blancos tomados individualmente con una sola flecha es p. Entonces la probabilidad de acertar en uno cualquiera de los blancos N, tomados colectivamente, con una única flecha está ligada a Np (es decir, la multiplicación de N por p); y la probabilidad de acertar en cualquiera de esos blancos con al menos una de las flechas del carcaj está dada por MNp (o sea, la multiplicación de M, N y p). En este

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90 01-;E\IO IN IFLICEVJE

caso, el número de recursos replicativos corresponde a M (la cantidad de flechas que hay en el carcaj), el número de recursos especificativos corresponde a N (la cantidad de blancos sobre la valla), y el número total de recursos probabilistas corresponde al producto MN. Para que un suceso específico de probabilidad p sea razonablemente atribuido a la casualidad, el número MNp no debe ser demasiado pequeño.

Complejidad especificativa. Puesto que estamos hablando de patro­nes o modelos, las especificaciones exhiben grados variables de com­plejidad. El grado de complejidad de una especificación determina el número de recursos especificativos que han de entrar en la multiplicación cuando haya que realizar un cálculo del nivel de improbabilidad para descartar el azar (véase el punto anterior). Cuanto más complejo sea el patrón, mayor será el número de recursos especificativos que hay que multiplicar. Los detalles son bastante técnicos y comportan una genera­lización de lo que los matemáticos llaman complejidad de Kolmogorov. Sin embargo, la intuición básica es rectilínea. La complejidad especificativa baja es importante para detectar el diseño, pues asegura que un suceso cuyo diseño es dudoso no fue descrito simplemente después del hecho y manipulado luego para hacerlo aparecer como descrito antes de ese hecho.

Para comprender lo que está en juego, consideremos las dos si­guientes secuencias de diez tiradas de una moneda (donde «Cara» y «Cruz» están respectivamente representadas por C y +): CCCCCCCCCC y CC+C+++C+C. ¿Cuál de estas dos secuencias se sentiría usted más inclinado a atribuir al azar? Las dos tienen la misma probabilidad, aproximadamente de 1 por 1.000. No obstante, el modelo que especifica la primera secuencia es mucho más simple que el de la segunda. Para la primera, el patrón o modelo puede ser especificado con la simple frase: «diez caras en una fila». Para la segunda secuencia, en cambio, el patrón que la especifique requiere una oración considerablemente más larga, por ejemplo: «dos caras, luego una cruz, a continuación una cara, luego tres cruces, y finalmente una cara, una cruz y una cara». Tengamos en cuenta que la complejidad especificativa (que no hay que confundir con la complejidad especificada) está concebida como una descripción de lon­gitud mínima. (Para más detalles, véase www.mdl-research.org).

Para que algo exhiba una complejidad especificada ha de tener una complejidad especificativa baja (como ocurre con la secuencia CCCCCCCCCC, que consiste en diez caras en una fila), aunque una com­plejidad probabilista alta (o sea, que su probabilidad debe ser pequeña).

Complejidad especificada 91

Es esta combinación de complejidad especificativa baja (un patrón fácil de describir en una secuencia relativamente corta) y una complejidad especificada alta (algo que es altamente improbable) lo que hace de la complejidad especificada un instrumento de triangulación enormemente eficaz para medir la inteligencia. Mas la importancia de la complejidad especificada no acaba con esto.

Junto a su crucial posición en la inferencia del diseño, la complejidad especificada aparece también implícitamente en una buena parte de la literatura de la auto-organización, un campo que estudia el modo en que los sistemas complejos emergen a partir de la estructura y dinámi­ca de sus partes. Puesto que la complejidad especificada combina una baja complejidad especificativa con una alta complejidad probabilista, la complejidad especificada se asienta en esa frontera entre el orden y

el caos comúnmente conocida como el «límite del caos». El problema con el puro orden (baja complejidad especificativa) está en que éste es predecible y por tanto muy poco interesante. Ejemplo de esto es un cristal que repite una y otra vez el mismo modelo simple. El problema con el puro caos (alta complejidad probabilista) está en que su tremendo desorden lo hace también poco interesante. (No hay modelo significativo alguno que pueda surgir del puro caos. Ejemplo de esto podrían ser los escombros que dejan tras sí un tornado o una avalancha). Es más bien en el límite del caos, claramente situado entre el orden y el caos, donde suceden las cosas interesantes. Y aquí es donde encuentra su asiento la complejidad especificada.

Límite de la probabilidad universal. En el universo observable, los recursos probabilistas se encuentran en cantidades limitadas. Los cientí­ficos estiman que el número de partículas elementales existentes dentro del universo físico conocido se mueve en torno a 1080

• Por su parte, las propiedades de la materia son tales que las transiciones desde un estado físico a otro no pueden darse a una velocidad mayor de 1045 veces por segundo. Esta frecuencia corresponde al tiempo de Planck, que es la mí­nima unidad de tiempo físicamente significativa. Finalmente, el universo mismo es más o menos un billón de veces más joven que la magnitud representada por 1025 segundos (suponiendo que la edad del universo oscila entre los 10 y los 20 billones de años). Si suponemos ahora que cualquier especificación de un suceso dentro del universo físico conoci­do requiere al menos una partícula elemental que lo especifique y que tal especificación no puede ser generada con una velocidad mayor que el tiempo de Planck, entonces estas limitaciones cosmológicas implican

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92

que el número total de sucesos especificados a lo largo de la historia

cósmica no puede exceder la cifra de 10"º x 10~:, x 102' = HJ 1'

11• Así pues,

cualquier caso especificado de probabilidad que sea menor que 1 sobre

10150 seguirá siendo improbable incluso después de que todos los recursos

probabilistas concebibles del universo observable hayan sido factorizados

en él. Una probabilidad de 1 sobre 10100 es por tanto un limite universal de la probabilidad. (Para los detalles que justifican este límite universal de

la probabilidad, véase mi obra de 1998 The Design Inference). Un límite

universal de la probabilidad es impermeable a todos los recursos pro­

babilistas que puedan utilizarse contra él. En efecto, todos los recursos

probabilistas del mundo físico conocido son incapaces de conspirar para

convertir ni remotamente en probable un suceso cuya probabilidad sea

menor que este límite universal de la probabilidad.

Un límite de probabilidad universal de 1 sobre 10150 es el más con­

servador de la literatura científica. El matemático francés Émile Borel

propuso un 1 sobre 10 511 como un límite de probabilidad universal por

debajo del cual el azar podría ser definitivamente excluido. (Es decir,

un suceso especificado tan improbable como éste no podría nunca ser

atribuido al azar). Los criptógrafos calculan la seguridad de los cripto­

sistemas en términos de los ataques de una fuerza bruta que emplea

todos los recursos probabilistas que el universo le pueda brindar para

romper por azar un criptosistema. En su informe sobre el papel de la

criptografía en la seguridad de la sociedad de la información, el Consejo

Nacional de la Información estableció la cifra de 1 sobre 109~ como límite

de la probabilidad universal para asegurar a los criptosistemas contra

los ataques basados en el azar. (Véase el libro de Kenneth Darn y Her­

bert Lin Cryptography's Role in Securiting the lnformation Society, 1996). El

científico computacional Seth Lloyd estableció la cifra de 10120 como el

máximo número de operaciones en bits que el universo podría realizar

a todo lo largo de su historia (Physical Review Letters, 10 de Junio de

2002). Este número corresponde a un límite de probabilidad universal

de 1 sobre 10120• En su libro más reciente, lnvestigations (2000), Stuart

Kauffman aduce una cifra similar.

Que una cosa exhiba una complejidad especificada significa por tanto

que esa cosa se ajusta a un modelo condicionalmente independiente (o

especificación) de baja complejidad especificacional, pero en donde el

suceso correspondiente a ese modelo tiene una probabilidad menor que

el límite de la probabilidad universal y por tanto una alta complejidad

probabilista. La complejidad especificada es un criterio ampliamente

93

utilizado para detectar el diser1u. Por ejemplo, cu¿mdc1 los im estigaclo­

res en su afán ele descubrir inteligencia extraterrestre (SET!) se afanan

por detectar signos de inteligencia en el espacio exterior, lo que estan

buscando es una complejidad especificada. (Recordemos la pelicula Ct111-

tact en la cual SETI detecta un modelo de sei1al inteligente cuando la

secuencia de números primos les llega desde ese espacio exterior. Una

secuencia como ésta exhibe complejidad especificada).

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1 1

rE L .. f ftr RcO E X P LI CA T 1 V O ¿De qué modo funciona la complejidad especificada como criterio de detección de diseño?

CUANDO TRATAMOS DE EXPLICAR ALGO, recurrimos a tres amplios modos de explicación: necesidad, azar y diseño. Como criterio para detectar diseño, la complejidad especificada nos permite decidir cuál de estos modos conviene aplicar. Al responder a tres tipos de cuestiones acerca de las cosas, lo que tratamos de explicar es lo siguiente: ¿Se trata de algo con­tingente? ¿Es complejo? ¿Es especificado? Si ordenamos secuencialmente estas tres preguntas como nódulos de decisión en un diagrama de flujo, podemos representar la complejidad especificada como un criterio para detectar diseño. Este diagrama de flujo es actualmente conocido como Filtro Explicativo (véase figura 1).

El Filtro Explicativo opera introduciendo sucesos en el nódulo «ini­cial» y enviándolos luego a los nódulos de decisión. Supongamos, por ejemplo, que deseamos explicar por qué es posible abrir una determi­nada caja de caudales bien construida con un artificio de cierre basado en una cierta combinación. ¿Cómo explicaríamos la apertura de la caja? Supongamos que la combinación del cierre consta de un centenar de números ordenados de 00 a 99 y que para abrir la caja se requieren cinco giros en direcciones alternativas. Asumimos que una y solo una secuencia de giros alternativos es la correcta (por ejemplo, 34-98-25-09-71). Hay así 10 billones de combinaciones posibles de las cuales sólo una abre la caja.

Introduzcamos ahora en el Filtro Explicativo los datos que podrían abrir la caja del banco. ¿De qué modo se comporta este acto en el primer nódulo de decisión? Puesto que no hay ninguna ley o regularidad de la naturaleza que exija que los datos introducidos se tornen en la combina­ción que abre la caja, esta apertura ha de ser contingente. Y esta respuesta

El filtro cx¡11icntiI'O

comienzo

configuración

complejidad

especificación

t s

Figura 1. El filtro explicativo

95

>----no--..i necesidad

>----no----~ oportunidad

>----no--..., oportunidad

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rr1 ., 1

96

al primer nódulo de decisión nos lleva inmediatamente al segundo. ¿Qué ocurre aquí? Ante 10 billones de posibilidades de combinación de las que sólo una es la correcta, sería absolutamente insensato pensar que una larga serie de giros del dial en una y otra dirección podría llevarnos finalmente hasta ella. En la práctica, descubrir el modo de abrir la caja es extremadamente complejo e improbable. (En rigor, la probabilidad

tendría que ser menor que el límite de la probabilidad universal, pero, como ya se dijo en el capítulo anterior, a efectos prácticos esto es más que suficiente).

El procedimiento para abrir la caja llega por tanto al tercer nódulo de decisión. Lo crucial aquí es la cuestión de decidir si este suceso es también especificado. Si fuera sólo complejo pero no especificado, la apertura de la caja del banco podría entonces ser legítimamente atribuida al azar. (El azar explica también la absoluta complejidad aparte de la especificación). Pero el suceso que nos ocupa es sin duda especificado. Efectivamente, la misma construcción de la cerradura especifica cuál de entre los diez billones de combinaciones es la que abre la caja. Así pues, este suceso es tanto complejo como especificado. Y como tal exhibe una complejidad especificada con lo que pasa al nódulo terminal «diseño».

De este modo llegamos formalmente a lo que cualquier empleado de un banco reconocería inmediatamente: que alguien supo y eligió de antemano la combinación correcta del dial.

El Filtro Explicativo ha sido objeto de innumerables críticas tanto en la prensa como en Internet. Quisiera por tanto responder aquí brevemen­te a las principales objeciones. Una de ellas, expresada por gentes que sólo de oídas conocen algo sobre el filtro, es que el tal filtro asigna al

diseño sucesos o cosas que son meramente improbables. Pero es evidente que no es éste el caso en modo alguno, porque además de identificar la complejidad o la improbabilidad, el filtro ha de identificar también una cierta especificación antes de atribuir diseño al objeto de su examen. Otra

crítica consiste en afirmar que el filtro asignará al diseño objetos geomé­tricos regulares como los cristales de hielo en forma de estrellas que se

producen en el frío invierno. Esta crítica es sencillamente inapropiada, pues tales formas no son más que una cuestión de necesidad física por

la simple razón de las propiedades del agua. (Así pues, el filtro asignará los cristales a la necesidad y no al diseño). Consideraciones similares son aplicables a los sistemas auto-organizativos en general.

Según el crítico de Internet Pert Korthof (www.home.planet.nl/ -gkorthf/kortho44,htm), el filtro atribuye erróneamente diseño a ciertas

El filtro explimtiZ'o 97

gecuencias regulares aritméticas que surgen durante el desarrollo de los

sistemas biológicos - secuencias que en cambio deberían ser atribuidas a necesidades naturales. Por ejemplo, la serie de Fibonacci (en la cual

cada número es la suma de los dos anteriores) que caracteriza la orde­nación de las hojas en los tallos de las plantas deriva de un «proceso

perfectamente na tura!». La contradicción aquí es sólo aparente. El error no proviene del

Jliltro Explicativo sino de un equívoco acerca del término natural. ¿En qué sentido la secuencia de Fibonacci deriva de un «proceso natural perfectamente organizado»? O ¿es natural el origen de ese proceso? El

hecho de que la operación de algo sea natural, no significa que su origen también lo sea. Es éste un punto ampliamente olvidado. De hecho, el

ejemplo de Korthof dice sólo que los sistemas biológicos son naturales, no que lo sea su origen. Pero el origen, y por tanto el diseño, de siste­mas biológicos que exhiben el comportamiento de Fibonacci está a su

vez en cuestión. El ejemplo de Korthof es lógicamente equivalente a un programa de computador que produce la serie de Fibonacci. Una vez convenientemente programado, el computador opera por necesidad. En consecuencia, cuando sus resultados alimenten al filtro acabarán desem­bocando en el nódulo de la necesidad. La serie de Fibonacci generada por el computador deriva, como diría Korthof, de un «proceso perfec­

tamente natural». Pero ¿de dónde procede el computador que ejecuta el programa? Y ¿de dónde el programa mismo? Toda la mecánica y la inteligencia del computador en nuestra experiencia ordinaria están propiamente referidas no a la necesidad sino al diseño.

Las críticas de Korthof sugieren que las conclusiones extraídas por el Filtro Explicativo dependen de manera crucial de los sucesos que intro­duzcamos en él. Para examinar cualquier pretendido diseño que pueda permanecer oculto tras la serie de Fibonacci, el objeto de nuestro interés

no es la programada operación de los sistemas biológicos que produzca la serie de Fibonacci (que, tratada como tal, acabaría en el nódulo de la

necesidad del Filtro Explicativo). El centro de nuestro interés es, más

bien, la estructuración del suceso que organice los sistemas biológicos

de modo tal que puedan producir en primer lugar la serie de Fibona­cci. Verificar que este suceso conduce al nódulo del diseño en el Filtro

Explicativo es sencillo. En efecto, el «programa biológico» que produce la serie de Fibonacci es probablemente bastante simple y podría incluso estar basado en fuerzas puramente naturales como la presión selectiva. Sin embargo, el «hardware biológico» más simple para manipular este

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98 O!SE\U 1"-'T[LICE"JTE

programa es una célula funcional. Y la célula funcional más simple es una célula asombrosamente compleja que acumula capas sobre capas de complejidad especificada y por tanto de diseño.

La incapacidad de Korthof para distinguir entre la operación legifor­me o «natural» de una cosa y su origen diseñado está muy extendida. Desgraciadamente, esta confusión no muestra signos de debilitamiento. Michael Polanyi la retrotrae a los años 1960 cuando distingue entre la operación mecánica de los organismos y sus aspectos maquinistas (véase capítulo veinte). Analicemos esta distinción con un ejemplo par­ticularmente simple. Imaginemos una imagen gráfica en carretera que advierte sobre una intensa nevada caída en el entorno del restaurante Eat at Frank dejando al mismo anuncio semicubierto de nieve. A su vez, el propio anuncio ha caído al suelo como resultado de fuerzas naturales no dirigidas. Sobre esta base, el filtro no podría atribuir al diseño la impresión dejada en el suelo por ese anuncio. Sin embargo, hay en todo esto un suceso relevante cuyo diseño ha de ser afirmado: la estructura de la imagen grabada (bien sea en la nieve o bien en el anuncio). Este suceso ha de ser referido a la actividad del que construyó el anuncio, y el Filtro Explicativo lo adscribe correctamente al diseño. Las fuerzas naturales pueden servir de conductos para el diseño. Pero tal vez una simple inspección de esas fuerzas no suministre ninguna evidencia de diseño, y en tal caso habrá que explorar a más profundidad. El uso del Filtro Explicativo para identificar el diseño exige introducir en el filtro los correctos sucesos, objetos y estructuras. El hecho de que un determinado dato no revele ningún diseño, no significa que otro mejor elegido tampoco pudiera descubrirlo.

En un artículo titulado «Las ventajas de la cara sobre la cruz: La inferencia del diseño y la argumentación a partir de la ignorancia», aparecido en la revista Bíology and Philosophy (2001), John Wilkins y Wesley Elsberry sostienen que el filtro no es un indicador fiable de di­seño. Central para su argumento es la idea de que si nos declarásemos incapaces de caracterizar el entero abanico de necesidades naturales y procesos de cambio que pudiesen cooperar en la explicación de un fenómeno, podríamos omitir con ello toda causa natural indirecta que pudiese aumentar la probabilidad del fenómeno y con ello la posibili­dad de una explicación adecuada con independencia del diseño. Así, con respecto a las probabilidades de abrir por azar la caja del banco acabada de considerar, para estos autores sería una construcción muy precaria una caja cuya posibilidad de apertura por azar fuera mucho

El filtro explicati1 10 99

rnayor que 1 sobre 10 billones. Concedamos que tal cosa podría suce­der. Pero del mismo modo podría suceder también que el mecanismo exigiera introducir tan precisa y limpiamente la combinación correcta, que la probabilidad de abrir la caja por azar fuera realmente aún menor que 1 sobre 10 billones. Un ulterior examen del mecanismo de apertura podría por tanto trastocar o reforzar una inferencia de diseño.

La perspectiva de que un conocimiento adicional pudiera trastocar una inferencia de diseño significa un riesgo para el Filtro Explicativo. Pero es un riego endémico en toda tarea de investigación científica, pues no es más que un reestablecimiento del problema de la inducción, o sea, que podemos estar equivocados respecto a las regularidades (tanto probabilistas como necesarias) que operaban en el pasado y que siguen teniendo aplicación en el presente. Wilkins y Elsberry se comportan realmente como si ningún volumen de investigación sobre un fenómeno fuera suficiente para desterrar razonablemente las necesidades natura­les y los procesos de cambio como causa de ellas. Pero si el diseño en la naturaleza es real, las recomendaciones de estos autores nos ase­guran que nunca lo descubriremos (véanse los capítulos veintiséis y treinta y dos).

Frente a Wilkins y Elsberry, el riesgo de que un conocimiento pos­terior pueda trastornar la inferencia de diseño, no tiene nada que ver con la fiabilidad del filtro. Esta fiabilidad está referida a su precisión en la detección de diseño, supuesto que le hayamos introducido con toda exactitud las probabilidades en cuestión (véase capítulo doce). Wilkins y Elsberry se proponían criticar la fiabilidad del filtro pero lo que de hecho están criticando es su aplicabilidad (véase capítulo catorce). Son como una persona que tacha de no fiable una calculadora ante un ami­go que intenta averiguar cuánto son nueve veces nueve y que obtiene una respuesta errónea porque accidentalmente marcó «6 x 6>>. Si esa persona se empeñara en seguir negando la utilidad de la calculadora pero se viera obligada a admitir que su amigo era el responsable del error, entonces podría insistir en que nadie puede estar absolutamente seguro de que usa correctamente la calculadora. Esto es en esencia lo que Wilkins y Elsberry han hecho con el Filtro Explicativo.

Negar así la aplicabilidad del Filtro favorece indirectamente las causas naturales y las torna inmunes a la invalidación. La ciencia es supuestamente una empresa arriesgada. Nos acercamos a la naturaleza para descubrir sus secretos porque no sabemos cuáles son hasta que no la examinamos. De lo cual se sigue que lo que la naturaleza nos revela

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98 DISEÑO l~TELICENTE

programa es una célula funcional. Y la célula funcional más simple es una célula asombrosamente compleja que acumula capas sobre capas de complejidad especificada y por tanto de diseño.

La incapacidad de Korthof para distinguir entre la operación legifor­me o «natural» de una cosa y su origen diseñado está muy extendida. Desgraciadamente, esta confusión no muestra signos de debilitamiento. Michael Polanyi la retrotrae a los años 1960 cuando distingue entre la operación mecánica de los organismos y sus aspectos maquinistas (véase capítulo veinte). Analicemos esta distinción con un ejemplo par­ticularmente simple. Imaginemos una imagen gráfica en carretera que advierte sobre una intensa nevada caída en el entorno del restaurante Eat at Frank dejando al mismo anuncio semicubierto de nieve. A su vez, el propio anuncio ha caído al suelo como resultado de fuerzas naturales no dirigidas. Sobre esta base, el filtro no podría atribuir al diseño la impresión dejada en el suelo por ese anuncio. Sin embargo, hay en todo esto un suceso relevante cuyo diseño ha de ser afirmado: la estructura de la imagen grabada (bien sea en la nieve o bien en el anuncio). Este suceso ha de ser referido a la actividad del que construyó el anuncio, y el Filtro Explicativo lo adscribe correctamente al diseño. Las fuerzas naturales pueden servir de conductos para el diseño. Pero tal vez una simple inspección de esas fuerzas no suministre ninguna evidencia de diseño, y en tal caso habrá que explorar a más profundidad. El uso del Filtro Explicativo para identificar el diseño exige introducir en el filtro los correctos sucesos, objetos y estructuras. El hecho de que un determinado dato no revele ningún diseño, no significa que otro mejor elegido tampoco pudiera descubrirlo.

En un artículo titulado «Las ventajas de la cara sobre la cruz: La inferencia del diseño y la argumentación a partir de la ignorancia», aparecido en la revista Biology and Philosophy (2001), John Wilkins y

Wesley Elsberry sostienen que el filtro no es un indicador fiable de di­seño. Central para su argumento es la idea de que si nos declarásemos incapaces de caracterizar el entero abanico de necesidades naturales y procesos de cambio que pudiesen cooperar en la explicación de un fenómeno, podríamos omitir con ello toda causa natural indirecta que pudiese aumentar la probabilidad del fenómeno y con ello la posibili­dad de una explicación adecuada con independencia del diseño. Así, con respecto a las probabilidades de abrir por azar la caja del banco acabada de considerar, para estos autores sería una construcción muy precaria una caja cuya posibilidad de apertura por azar fuera mucho

1

El fiJ.tro explicativo 99

mayor que 1 sobre 10 billones. Concedamos que tal cosa podría suce­der. Pero del mismo modo podría suceder también que el mecanismo exigiera introducir tan precisa y limpiamente la combinación correcta, que la probabilidad de abrir la caja por azar fuera realmente aún menor que 1sobre10 billones. Un ulterior examen del mecanismo de apertura podría por tanto trastocar o reforzar una inferencia de diseño.

La perspectiva de que un conocimiento adicional pudiera trastocar una inferencia de diseño significa un riesgo para el Filtro Explicativo. Pero es un riego endémico en toda tarea de investigación científica, pues no es más que un reestablecimiento del problema de la inducción, o sea, que podemos estar equivocados respecto a las regularidades (tanto probabilistas como necesarias) que operaban en el pasado y que siguen teniendo aplicación en el presente. Wilkins y Elsberry se comportan realmente como si ningún volumen de investigación sobre un fenómeno fuera suficiente para desterrar razonablemente las necesidades natura­les y los procesos de cambio como causa de ellas. Pero si el diseño en la naturaleza es real, las recomendaciones de estos autores nos ase­guran que nunca lo descubriremos (véanse los capítulos veintiséis y treinta y dos).

Frente a Wilkins y Elsberry, el riesgo de que un conocimiento pos­terior pueda trastornar la inferencia de diseño, no tiene nada que ver con la fiabilidad del filtro. Esta fiabilidad está referida a su precisión en la detección de diseño, supuesto que le hayamos introducido con toda exactitud las probabilidades en cuestión (véase capítulo doce). Wilkins y Elsberry se proponían criticar la fiabilidad del filtro pero lo que de hecho están criticando es su aplicabilidad (véase capítulo catorce). Son como una persona que tacha de no fiable una calculadora ante un ami­go que intenta averiguar cuánto son nueve veces nueve y que obtiene una respuesta errónea porque accidentalmente marcó «6 x 6». Si esa persona se empeñara en seguir negando la utilidad de la calculadora pero se viera obligada a admitir que su amigo era el responsable del error, entonces podría insistir en que nadie puede estar absolutamente seguro de que usa correctamente la calculadora. Esto es en esencia lo que Wilkins y Elsberry han hecho con el Filtro Explicativo.

Negar así la aplicabilidad del Filtro favorece indirectamente las causas naturales y las torna inmunes a la invalidación. La ciencia es supuestamente una empresa arriesgada. Nos acercamos a la naturaleza para descubrir sus secretos porque no sabemos cuáles son hasta que no la examinamos. De lo cual se sigue que lo que la naturaleza nos revela

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100 D1c,tr\io Il\JTELICENTE

puede ser inesperado e incluso desconcertante. (Pensemos en las dificul­tades que encontraron los físicos para dar sentido a la mecánica cuántica en los años 1920 y 1930). Pero cuando se trata del diseño, Wilkins y Elsberry desean una ciencia libre de riesgo. Quieren mimar a su ciencia y mantenerla a salvo bien resguardada en su capullo naturalista que le cierre el paso al diseño en las ciencias naturales. Mas semejante ciencia sin riesgos no es ciencia en absoluto. Conoce la verdad sin pararse a mirar. Así, cuando la evidencia le sale al paso, arbitrariamente decreta que la tal evidencia es inadmisible.

Otros críticos objetan que al distinguir entre azar y necesidad, el filtro se muestra incapaz de conjuntar la acción del azar y de la necesi­dad, especialmente cuando ambos factores intervienen en el mecanismo darwiniano de la selección natural (el componente de necesidad) y la variación aleatoria (el componente de azar). En particular, el mecanismo darwiniano es supuestamente el dispensador de toda la complejidad biológica que el filtro atribuye al diseño. De ser correcta, esta objeción destruiría el Filtro Explicativo. Pero no lo es. Yo enfoco al azar y la nece­sidad como un probabilista, para quien la necesidad es un caso especial de azar en el que las probabilidades se reducen a cero y uno. (Pensemos en una moneda con dos caras: ¿cuál es la probabilidad de que arroje cara cuando se la lance? Y ¿cuál es la probabilidad de que salga cruz?) El azar, tal como yo lo caracterizo, incluye así a la necesidad, al azar (tal como de ordinario es usado) y a la combinación de ambos. Por tanto, el filtro admitiría ser comprimido asimilando el nódulo de la necesidad a los nódulos del azar, aunque a expensas de disminuir la facilidad de uso de los filtros. En cualquier caso, el filtro es sólido y totalmente aplicable a la evaluación de las pretensiones del darwinismo.

Finalmente, la crítica de Michael Ruse al Filtro Explicativo consiste en afirmar que el tal filtro convierte a la necesidad, el azar y el diseño en conceptos mutuamente exclusivos y exhaustivos. Citando a Ronald Fisher, Ruse argumenta que los tres conceptos no necesitan funcionar «conjuntamente». Así, en Can a Darwinian Be a Christian? escribe,

[Fisher] creía que las mutaciones ocurrían individualmente por azar, pero que colectivamente eran gobernadas por leyes (que indudablemente están gobernadas por las leyes de la física y la química) y por eso pueden suministrar las condiciones para la selección (ley) que produce orden a partir del desorden (azar). Fisher encierra el panorama entero dentro de los confines de su «teoría fundamental de la selección natural», que esencialmente

l

El filtro cxpliL"11tir 10

viene a decir que la evolución progresa hacia adelante1 con lo cual ignora los procesos degenerativos regidos por la Segunda Ley de la Termodinámica. Y luego, como medida consoladora, ¡sostiene que absolutamente todo fue planeado por su Dios anglicano!

101

Así pues, éste es el modo en que Fisher reúne azar (concebido en general como mutaciones y desorden), necesidad (concebida en forma de leyes físicas y selección natural) y diseño (concebido como la plani­ficación de un Dios anglicano). ¿Es semejante revoltijo compatible con el Filtro Explicativo? Lo es de hecho.

Ruse está equivocado cuando dice que el Filtro Explicativo separa la necesidad, el azar, y el diseño en categorías exhaustivas y mutuamente exclusivas. El filtro imita nuestra práctica ordinaria de utilizar esos tres modos de explicación; y por su puesto, los tres pueden ser ensayados conjuntamente. Pero típicamente es uno de esos modos de explicación el que predomina. ¿Es diseñado el óxido que ha corroído la dirección de su viejo automóvil? El óxido y el lamentable estado de su coche son debidos al azar y la necesidad (humedad, temperatura, gravedad y una multitud de otras fuerzas naturales incontrolables). Pero su automóvil exhibe también diseño, que típicamente es el punto que interesa. Y lo que es más, al concentrarse en los aspectos cruciales del automóvil, el filtro detecta también el diseño. Y en última instancia, el factor que capacita al filtro para detectar el diseño es la complejidad especificada. Así pues, el Filtro Explicativo proporciona un modo amigable de establecer la com­plejidad especificada. Por esta razón, la única posibilidad de refutar el Filtro Explicativo consistiría en mostrar que el mismo filtro se apoya en un criterio inadecuado para detectar el diseño. Mas volvámonos ahora al análisis de tal objeción.

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F 1 kB lbl DA D D E L C R 1 T E R 1 O ¿Es la complejidad especificada un criterio fiable para detectar diseño?

LA COMPLEJIDAD ESPECIFICADA tal como queda encapsulada en el Filtro Explicativo (véase capítulo once), es un criterio para detectar ocurrencias de diseño. Me referiré a este criterio con la expresión «Criterio de espe­cificación-de-complejidad». En general, los criterios tratan de clasificar a los individuos por referencia a un determinado grupo que hace de modelo. El grupo-modelo para el criterio de especificación-de-comple­jidad engloba todas las cosas que han sido inteligentemente causadas. ¿Hasta qué punto es afinado este criterio para asignar cosas a este grupo y omitir correctamente otras?

Las cosas que tratamos de explicar tienen una historia causal. En algunas de estas historias es indispensable la causación inteligente; en otras en cambio es dispensable. Una mancha de tinta se deja explicar sin necesidad de recurrir a una causación inteligente; una cierta cantidad de tinta ordenada para formar un texto con pleno sentido, no. Cuando el criterio de especificación-de-complejidad asigna algo al grupo-modelo, ¿podemos pensar que ese algo pueda ser de hecho realmente causa­do? Si no, estamos ante el problema de los positivos falsos. Por otra parte, cuando este criterio se muestra incapaz de asignar alguna cosa al grupo-modelo, ¿podemos estar seguros de que esa cosa no ha sido inteligentemente causada? Si no lo estamos nos encontramos ante el problema de los negativos falsos.

Consideremos primeramente el problema de los negativos falsos. Cuando la especificación de la complejidad no logra detectar diseño en una cosa, ¿se puede asegurar que ninguna causa inteligente jugó el menor papel en su formación? En modo alguno. Para determinar que una cosa no es producto de un diseño, este criterio no es fiable. Los negativos falsos son un problema para él. Cierto que el problema de

Fillbilidad del cri ferio 103

}os negativos falsos es endémico en la detección de diseño en general. Una dificultad para ello reside en el hecho de que las causas inteligentes ueden mimetizar a las causa naturales no dirigidas, haciendo con ello

:ue sus acciones resulten in~istinguibles de las ~ropias d~ las causas

110 inteligentes. Un tarro de tmta cae sobre el pupitre y accidentalmen­te se desparrama por una hoja de papel. Alternativamente, un agente hum.ano vuelca deliberadamente un tarro de tinta sobre una hoja de papel. Las manchas resultantes pueden parecer idénticas, y ninguna de ellas suministrar la menor evidencia de designio. Sin embargo una de IBs dos se debe realmente a un designio mientras que la otra obedece

a causas naturales. Otra dificultad añadida consiste en que la detección de causas in­

teligentes requiere un conocimiento de fondo. Es propio de una causa inteligente poder reconocer a otra causa inteligente. Pero si no estamos lo suficientemente informados, podremos equivocarnos. Considérese a un espía que escucha un canal de comunicación cuyos mensajes están cifrados. A menos que el espía conozca el modo de penetrar en el cripto­sistema utilizado por las partes a las que está espiando (esto es, a menos que conozca la clave criptográfica), todo mensaje que atraviese el canal le parecerá ininteligible y producto del azar más que de un designio.

El problema de los negativos falsos surge por tanto cuando un agente inteligente ha actuado (consciente o inconscientemente) para ocultar sus acciones o cuando un agente inteligente carece del conocimiento sufi­ciente para poder detectar un determinado diseño. Así pues, el criterio de especificación-de-complejidad tiene ciertamente sus límites. Se trata precisamente de esos límites que no le ahorran al darwinista el trabajo crucial que el criterio puede realizar. Este criterio es absolutamente capaz de detectar causas inteligentes empeñadas en mostrar su presencia - e incluso muchas otras que no lo son. Los maestros del sigilo deseosos de ocultar sus acciones pueden acertar a evadir este criterio. Pero los profesionales de la auto-promoción utilizan el criterio de especifica­ción-de-complejidad para asegurarse de que su propiedad intelectual quede adecuadamente adjudicada. Por su parte, la propiedad intelectual (como patentes y protección del derecho de autor) sería imposible sin este criterio.

Y esto nos conduce al problema de los positivos falsos. Aun en el caso de que la complejidad especificada no fuese un criterio fiable para eliminar el diseño, sí es un criterio fiable para detectar el diseño. El criterio de especificación-de-complejidad se comporta como una red.

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104 DISEÑO INTELIGENTE

Las cosas que son diseñadas quedarán prendidas en ella. A nosotros nos gustaría que la red atrapara mucho más de lo que pesca, sin omitir nada que fuera debido al diseño. Pero dada la habilidad del diseño para mimetizar causas no inteligentes e incluso la posibilidad de que nosotros mismos sigamos ignorando cosas que son diseñadas, este problema no puede ser remediado. No obstante, quisiéramos estar absolutamente seguros de que todo lo que la red capturase incluiría sólo aquello que nosotros pretendemos capturar, o sea, cosas que son diseñadas. Si éste es el caso, podemos confiar entonces en que todo lo que el criterio de especificación-de-complejidad atribuya al diseño será con seguridad algo diseñado.

¿Cómo es posible comprobar que la complejidad especificada es un criterio fiable para detectar diseño? O dicho en otras palabras: ¿cómo podemos constatar que el criterio de especificación-de-complejidad sabe desechar sabiamente los positivos falsos? El cumplimiento de esta as­piración se realiza mediante una generalización claramente inductiva: en toda instancia que manifieste a las claras la presencia de una com­plejidad especificada, y cuya historia causal sea perfectamente conocida (es decir, cuando no se trate justamente de disponer de una evidencia circunstancial, sino, por el contrario, cuando se cuente con una cámara de vídeo para que todo pretendido diseñador pueda ser inmediata­mente desenmascarado), sucede que el diseño también está presente. Esta afirmación es verdadera aun para el caso en que la persona que estuviera utilizando el filtro no tuviera acceso a una información de primera mano. Es ésta una fundamental y valiente afirmación, por lo cual la reestableceré de otro modo: Cuando sea posible una corroboración empírica y directa, el diseño estará realmente presente siempre que la comple­jidad especificada lo esté también.

Aunque esta justificación de la fiabilidad del criterio de especifica­ción-de-complejidad para detectar diseño pueda parecer un tanto facilo­na, no lo es realmente. Si alguna cosa exhibe una genuina complejidad especificada, entonces no se la puede explicar en términos de todos los mecanismos materiales (no sólo de los que son conocidos, sino de todos ellos, apoyándose en la probabilidad universal ligada a ese 1 contra 10150

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véase capítulo diez). Ciertamente, atribuir complejidad especificada a alguna cosa significa que la especificación a la cual esa cosa se conforma corresponde a un suceso que es enormemente improbable con respecto a todos los mecanismos materiales que pudieran dar lugar al suceso en cuestión. Así pues, elijamos: consideremos al elemento en cuestión como

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fiabilidad del criterio 105

.inexplicable en términos de todos los mecanismo materiales, o conside­rémoslo como diseñado. Pero puesto que el diseño está uniformemente asociado con la complejidad especificada cuando se conoce la historia causal subyacente, la inducción aconseja atribuir diseño en los casos en los que se ignora la historia causal oculta.

Para que la complejidad especificada pueda detectar diseño, no es :suficiente con que la probabilidad sea pequeña en comparación con al­'B°11ª distribución de probabilidad arbitrariamente elegida. Por ejemplo, 1d uno se paseara por un bosque poblado de árboles en donde el musgo más consistente se concentrara en la cara norte de los troncos, no bastaría con preguntar al guardabosques: «¿cuáles son las probabilidades de que el musgo más espeso se encuentre justamente en la cara norte de cada uno de estos 10.000 árboles?» Sería virtualmente imposible decirlo, y así el vigilante podría contestar: «alguien podría haber estado arrancando todo el musgo del lado sur de los 10.000 árboles». Nuestro incompeten­te guardabosques habría olvidado en este caso otra distribución de la probabilidad que tiene en cuenta que el musgo sólo obtiene la suficiente sombra que lo mantenga fresco y sano en el lado norte de los troncos.

Así pues, para que la complejidad especificada detecte un diseño, la probabilidad en cuestión ha de ser pequeña en comparación con cual­quier otra probabilidad que pudiera caracterizarlo. Cuando se da este caso, tiene lugar la inferencia de diseño. El uso del azar es aquí muy amplio e incluye todo lo que pueda ser capturado matemáticamente por un proceso estocástico. (Los procesos estocásticos constituyen el modelo más general para describir la interacción de cambio y necesi­dad a lo largo del tiempo). Y esto incluye procesos deterministas cuyas probabilidades se han reducido a cero y uno (como es el caso de la necesidad, de las regularidades y de las leyes naturales). Igualmente incluye también procesos no-deterministas, como los procesos evolutivos que combinan la variación aleatoria y la selección natural. Ciertamente, el azar así interpretado caracteriza a todos los procesos naturales no dirigidos. Cuando se elimina el azar, la complejidad especificada limpia por tanto el campo de todo proceso que pudiera excluir el diseño. La única posibilidad razonable en este caso sería el diseño.

Mas todavía sigue en pie el problema de prescindir de las distribu­ciones de probabilidad inducidas por mecanismos materiales. ¿Puede hacerse esto con confianza? Si las distribuciones de la probabilidad en cuestión son las que han sido inducidas por mecanismos materiales cono­cidos que operan de modos también conocidos, entonces la complejidad

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106 DISENO INTELIGENTE

especificada puede y ciertamente debe prescindir de tales mecanismos. (Una complejidad especificada quedaría inmediatamente trastornada si alguna distribución de probabilidad inducida por mecanismos conocidos que operan a su vez de maneras conocidas tornaran lo que tratamos de explicar en algo razonablemente probable. Recordemos el ejemplo del musgo bajo los árboles). Pero puesto que la complejidad especificada exige eliminar también toda distribución de probabilidad inducida por mecanismos materiales que pudieran ser operativos, sin olvidar siquiera a los desconocidos, ¿cómo puede la complejidad especificada prescindir de éstos?

La complejidad especificada puede prescindir de mecanismos ma­teriales desconocidos supuesto que existan razones independientes para pensar que las explicaciones basadas en mecanismos materiales conocidos no van a ser tergiversadas por mecanismos desconocidos aún no identificados. Tales razones independientes adoptan típicamente la forma de argumentos a partir de la contingencia que invocan numerosos grados de libertad. A veces toman la forma de argumentos desde el ago­tamiento: tras intentar una y otra vez obtener un resultado (digamos la transformación de plomo en oro), los investigadores acaban convencidos de la imposibilidad de conseguirlo. No es infrecuente que se trate de reforzar este tipo de argumento con fundamentos teóricos. La alquimia, por ejemplo, había sido ampliamente descartada antes de que la química proporcionara fundamentos teóricos sólidos para su rechazo. Pero fue el surgimiento de la química moderna, con su teoría de los elementos, lo que acabó definitivamente con la alquimia. (Con el término alquimia me refiero, por supuesto, a la transformación masiva de una determinada sustancia mediante una serie de toscas intervenciones, como aplicación de calor y de pociones, y no por reconstrucción átomo a átomo de una determinada sustancia valiéndose de sofisticados aparatos tales como los aceleradores de partículas).

En cualquier caso, necesitamos contar con una buena base de re­levantes distribuciones de probabilidad antes de poder atribuir con cierta confianza una complejidad especificada. Que podamos o no hacernos con semejante bagaje ha de ser establecido sobre la base de casos individuales - un punto sobre el que he insistido en The Design Inference. En esta obra contrasté el resultado de un experimento en agricultura con la apertura de una caja fuerte con un mecanismo de combinación. En el experimento de agricultura, nos faltaba simplemente el suficiente conocimiento de los mecanismos subyacentes que pudieran

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Fiabilidad del criterio 107

hacer un fertilizante más eficaz que otro en un determinado cultivo. Los mecanismos de combinación, sin embargo, son otra historia. Los tnecanismos materiales conocidos (en este caso las leyes de la física) prescriben dos posibles movimientos de combinación: rotaciones en el sentido del reloj y rotaciones en contra. Sin embargo, estos mecanismos no pueden prescribir el número exacto de giros que abra la cerradura. La geometría y simetría del cierre no permiten que los mecanismos materiales puedan distinguir una combinación de otra. O sea, que una de ellas es tan buena como cualquier otra desde la perspectiva de los mecanismos materiales.

Las cerraduras de combinación exhiben muchos grados de libertad en sus posibles combinaciones. De hecho, son precisamente esos grados de libertad lo que garantiza la seguridad de la caja fuerte. Cuanto más grados de libertad, mayores serán las combinaciones posibles y mayor la seguridad. Los mecanismos materiales son compatibles con estos grados de libertad y nos aseguran que cada posible combinación es físicamente realizable. Mas precisamente porque cada posible combinación es físi­camente realizable, los mecanismos materiales como tales no pueden imponer una combinación con exclusión de otras. Para eso necesita­mos condiciones iniciales y fronterizas. Estas condiciones describen las circunstancias precisas bajo las cuales pueden actuar los mecanismos materiales. Por ejemplo, que una cerradura de combinación se abra de una manera particular depende del modo en que estén organizados los seguros (es decir, de sus condiciones iniciales).

Así pues, para establecer que ningún mecanismo material explica un fenómeno, se establece típicamente que ese mecanismo es compatible con los conocidos mecanismos materiales implicados en su producción, aunque esos mecanismos permiten también cualquier número de alter­nativas a éste. (Es decir, que los mecanismos permiten un amplio rango de condiciones iniciales y fronterizas, y estas condiciones son las que conforman los grados de libertad con los que los mecanismos materiales pueden operar). Por ser compatible con los conocidos mecanismos ma­teriales implicados en su producción, aunque no requerido por éstos, un fenómeno se torna irreducible no sólo a los mecanismos conocidos sino también a cualquier mecanismo desconocido. ¿Por qué razón? Porque los mecanismos materiales conocidos pueden decirnos de manera conclusiva que un fenómeno es contingente y que permite muchos grados de liber­tad. Cualquier mecanismo desconocido tendría entonces que respetar esa contingencia y aceptar los grados de libertad ya descubiertos.

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108 Ü!SE\JO INTELIGENTE

Michael Polanyi describió este método para establecer la contingencia mediante grados de libertad en los años 1960. Y empleó este método para argumentar en favor de la irreductibilidad de la biología a la física y a 1

1

la química. El método tiene una aplicación muy general: la posición de ~, las piezas en un tablero de Scrabble es irreducible a las leyes generales ~1

que gobiernan los movimientos de las piezas del juego; la configuración de las manchas de tinta en un trozo de papel es irreducible a la física y a la química del papel y de la tinta, la secuencia de las bases del ADN 1

es irreducible a las afinidades que ligan las bases, etc. : ,¡ :

Al establecer un ámbito de posibilidades sobre la base de mecanis­mos materiales conocidos, este método excluye la posibilidad de que mecanismos materiales desconocidos puedan comprimir este ámbito. Las piezas del Scrabble, por ejemplo, pueden ser alineadas en todas las ordenaciones posibles. Para que un mecanismo material desconocido comprima o prefiera una ordenación determinada, debe estar adecua­damente comprimido por las condiciones fronterizas. Pero entonces esas condiciones fronterizas deben a su vez permitir al menos tantos grados de libertad como las posibles ordenaciones de las piezas del Scrabble (de otro modo, no habría completa libertad en la ordenación de las piezas en el juego del Scrabble, cosa que sabemos que existe). Es este regreso desde la respuesta de los mecanismos materiales a su original condición fronteriza, lo que demuestra lo inadecuado de los mecanismos materiales para originar complejidad especificada. A lo sumo, los meca­nismos materiales podrían arrastrar consigo la preexistente complejidad especificada oculta en las condiciones iniciales y fronterizas.

En conclusión: la fiabilidad de la complejidad especificada como criterio para detectar diseño debe ser entendida en relación con todos los mecanismos materiales que pudieran estar operando en una circuns­tancia dada. Dicho en otras palabras: el criterio es fiable en la detección del diseño si se da por supuesto que todos los mecanismos materiales que pudieran ser operativos en la circunstancia dada fueran eliminados. Sin embargo, en la práctica podemos eliminar solamente los mecanismos materiales que nos son conocidos. Aunque pueda parecer que la posible divergencia entre mecanismos conocidos y todos los mecanismos über­

haupt (conocidos y desconocidos) minimiza el criterio de especificación de complejidad, realmente no lo hace. Si, por ejemplo, hubiera razones independientes para creer que las distribuciones de probabilidad indu­cidas por mecanismos conocidos están aseguradas contra mecanismos

109

ieSConocidos, entonces el criterio limpiaría el campo de todos los me­

earüsmos que pudieran imposibilitar el diseño. Al eliminar de este modo todos los mecanismos materiales, no esta-

0105 diciendo con ello que un fenómeno sea inherentemente inexplica­ble. Lo que decimos más bien es que los mecanismos materiales no lo explican y que el diseño sí lo hace. Esta conclusión sobre el diseño no él producto de una imaginación superactiva sino simplemente de una obediencia a la lógica de la inducción que dice: En los casos en los que la subyacente historia causal es conocida, la complejidad especificada no se presenta sin diseño. La complejidad especificada proporciona, par tanto, un soporte inductivo no meramente de lo inexplicable en términos de mecanismos materiales, sino también de lo explicable en términos de diseño. (Y permítaseme insistir nuevamente en que no estamos hablando aquí de mecanismos materiales disyuntivos, del tipo «esto o aquello», contra el diseño. Es más bien una cuestión de «Uno o los dos», de mecanismos materiales opuestos que trabajan codo a codo

con el diseño).

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¿Describe la complejidad especificada una característica objetiva del mundo o es meramente un estado subjetivo de ignorancia sobre el funcionamiento del mundo?

LA COMPLEJIDAD ESPECIFICADA es una propiedad que las cosas pueden tener o no tener. Pero ¿en qué sentido es la complejidad especificada una propiedad? Las propiedades se presentan de diversas formas. Hay propiedades objetivas que existen con independencia de los atributos que suelen caracterizarlas. La solidez y la fluidez pertenecen a este tipo. El agua a la temperatura ambiente normal es fluida. El agua por debajo de los cero grados es sólida. Estos atributos son perfectamente objetivos. Por otra parte, hay también propiedades subjetivas que dependen esen­cialmente de la persona que las atribuya. La belleza es una de ellas. Para ser más exactos, la belleza no reside enteramente en los ojos del que la contempla (pueden existir aspectos objetivos de ella), pero la belleza no tendría viabilidad alguna sin el ojo de un espectador.

La distinción entre propiedades objetivas y subjetivas tiene una larga tradición en filosofía. Con René Descartes, esta distinción se tornó

importante también en la ciencia. Descartes estableció esta distinción en términos de cualidades primarias y secundarias. Para el pensador francés, los objetos materiales poseían una cualidad primaria: la exten­sión. Las restantes propiedades de la materia - su color o su textura,

por ejemplo - eran cualidades secundarias que simplemente describían el modo en que la materia, por causa de los diversos aspectos bajo los que estaba configurada o extendida, afectaba a nuestros sentidos. La distinción cartesiana entre cualidades primarias y secundarias ha tenido

1

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Objetividad y subjetiPidad 111

que ser actualizada a la luz de la moderna física. El color, por ejemplo, es tratado ahora como una longitud de onda de la radiación electro­magnética y considerado como cualidad primaria (aunque la experiencia subjetiva del color siga siendo tenida por una cualidad secundaria). Pero incluso así, la idea de que algunas propiedades son primarias u objetivas y otras secundarias o subjetivas, sigue siendo vigente, especialmente en

las ciencias. El problema está, por tanto, en que la complejidad especificada

puede ser enteramente una propiedad subjetiva, y que no hay manera de captar su naturaleza en función de sus articulaciones ontológicas, ni de dotar, por tanto, a la ciencia con un instrumento válido para la investigación. Esta preocupación está mal ubicada y requiere una nueva formulación. Lo primero a revisar es que la distinción objetivo-subjetivo no es tan transparente como podría parecer a primera vista. Conside­remos las tres propiedades siguientes: X es sólido, X está casado, y X es bello. (Las Xs representan aquí a un sujeto portador de las mencionadas propiedades). Como ya se ha observado, la propiedad X es sólido es objetiva. Cualquiera de nosotros puede pasearse por el mundo, tomar una muestra de una roca, someterla a un análisis químico y determinar si las conexiones entre sus átomos y moléculas hacen de ella un cuerpo sólido (en tanto que opuesto a un fluido o un gas). Por su parte, X es bello parece ser indiscutiblemente subjetivo. Incluso aunque los cánones objetivos de la belleza residieran en la mente de un diseñador cósmico o en un cielo platónico, en la práctica, la idea que tiene la gente sobre la belleza difiere drásticamente. Por otra parte, ningún objeto singular parece ser universalmente tan admirado como la belleza. Si la comple­jidad especificada fuera subjetiva en el mismo sentido en que lo es la belleza, entonces la complejidad especificada no podría ser una propie­dad útil para la ciencia.

Mas ¿qué puede decirse sobre X es casado? Es ciertamente un hecho objetivo del mundo el que usted o yo estemos casados. Y sin embargo

hay también en esta propiedad un elemento irreduciblemente subjetivo: a diferencia de la solidez de las rocas, digamos, que es simplemente un hecho relativo a la naturaleza y no depende de los sujetos humanos, el matrimonio es una institución social que depende íntimamente de los su­jetos humanos. Mientras que la solidez es puramente objetiva y la belleza puramente subjetiva, el matrimonio es a la vez subjetivo y objetivo. Esta confluencia de objetividad y subjetividad en realidades sociales como el dinero, el matrimonio y las hipotecas, es el tema del libro de John Searle

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112 ÜJSENO INTELIGENTE

La construcción de la realidad social. Las realidades sociales son objetivas en el sentido de que regulan los acuerdos intersubjetivos y expresan hechos (en lugar de meras opiniones) sobre el mundo social en el que habitamos. Pero estos hechos se dan dentro de una matriz social, que a su vez presupone sujetos y por tanto comporta subjetividad.

Searle suplementa la distinción objetivo-subjetivo con una distinción ontológico-epistémica (ontología hace referencia a lo que existe, epistemo­logía a lo que conocemos).

Objetivo

Ontológico Epistémico

Subjetivo

Figura 2. Realidades sociales de John Searle.

Según esto, la solidez es ontológicamente objetiva, pues depende del estado ontológico de la naturaleza con independencia de los seres huma­nos o de otros sujetos. Y alternativamente, la belleza es epistémicamente subjetiva, pues depende del estado epistémico de los humanos u otros sujetos, y su valoración puede variar de sujeto a sujeto. Por otra parte, las propiedades que reflejan realidades sociales como el dinero, el matrimo­nio y las hipotecas, son ontológicamente subjetivas pero epistémicamente objetivas. Así, el matrimonio es ontológicamente subjetivo en el sentido en

que depende de las convenciones sociales de los sujetos humanos. Pero al mismo tiempo, el matrimonio es epistémicamente objetivo: toda disputa

sobre la condición de casado de algún sujeto puede ser objetivamente dilucidada sobre la base de estas convenciones sociales.

¿Cómo se aplican las categorías de Searle a la complejidad espe­cificada? En dos partes, que se corresponden con las dos partes que componen la complejidad especificada. La complejidad especificada comporta una especificación, un modelo condicionalmente independiente de algún resultado observado; pero incluye también una asignación de complejidad (improbabilidad) al suceso asociado con ese modelo. Pen-

113

-teJnOS en una flecha que acierta en el blanco. El blanco es un modelo Independientemente dado y por tanto una especificación. Pero el blanco ~presenta también un suceso - la flecha que acierta en el blanco - y este suceso encierra una cierta probabilidad. r, Por ser condicionalmente independientes de los resultados que des­,.mbe, las especificaciones son, dentro del esquema de Searle, epistémi­i.unente objetivas. Además, una vez que se ha dado una especificación

f.'81 suceso que representa ha sido identificado, la probabilidad de ese ._ultado es ontológicamente objetiva. Consideremos, por ejemplo, un Mq>erimento en mecánica cuántica en el cual se envía una luz polarizada a través de un filtro polarizador cuyo ángulo de polarización es de 45 grados con respecto al de la luz. Imaginemos que la luz es enviada por el filtro fotón a fotón. Según la mecánica cuántica, la probabilidad de

que un fotón atraviese el filtro es de 50 por ciento, y la probabilidad de que cada fotón logre atravesarlo es probabilísticamente independiente de los otros. Este experimento de mecánica cuántica sirve de modelo a la tirada de una moneda bien equilibrada (cara = fotón que pasa por el filtro; cruz= fotón que no pasa a través de él), aunque sin la posibilidad de un determinismo subyacente que pudiera eliminar el azar (asumiendo

que la mecánica cuántica pueda arrojar verdadero azar). Representemos ahora a un fotón que pasa por el filtro con un 1 (en

lugar de cara) y a un fotón que no pasa por el filtro con un cero (en lugar de cruz). Consideremos la especificación 11011101111101111111 ... , o sea, la secuencia de los números primos en notación unaria. (Donde la serie de sucesivos unos separados por un cero está representando a cada uno de los números en dicha secuencia). Por razones de brevedad consideremos la serie de números primos situados entre 2 y 101. Esta representación de los números primos es ontológicamente subjetiva en el sentido de que depende de sujetos humanos que conocen la aritmética (y específicamente los números primos y su notación a base de unos). Es también epistémica­mente objetiva en la medida en que la aritmética es un aspecto universal

de la racionalidad. Además, una vez establecida esta especificación de números primos, la probabilidad precisa de una secuencia de fotones que pasen por el filtro y coincidan con él es ontológicamente objetiva. En efecto, esta probabilidad dependerá solamente de las propiedades físicas propias de los fotones y los filtros polarizadores. Por tanto, la complejidad especificada es a la vez epistémicamente objetiva (respecto a la especifi­cación) y ontológicamente objetiva (en lo que concierne a la complejidad una vez que se cuenta con una especificación).

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114 DISENO INTELIGENTE

La complejidad especificada está por tanto a salvo de la acusación de subjetividad epistémica, que, de ser cierta, relegaría la complejidad especificada al capricho, al gusto o a la opinión del sujeto. Pero la complejidad especificada no se limita a evitar sin más esta acusación. Más positivamente, muestra también dos formas deseables de comple­jidad: especificaciones que son epistémicamente objetivas, y medidas de complejidad basadas en estas especificaciones que son ontológicamente

objetivas. ¿Sería suficiente esto para justificar la complejidad especificada como instrumento legítimo para la ciencia? Para responder a esta pre­gunta consideremos qué podría suceder con la complejidad especificada si se prescindiera de ella como instrumento legítimo en la ciencia.

Según David Berlinski, en las especificaciones está el problema. En el número de Commentary de Diciembre de 2002, en un artículo titulado

«Has Darwin met his match?», escribía Berlinski:

Una especificación es un gesto humano. Puede ser ofrecido o contenido, aplazado o diferido; puede ser preciso o incompleto, parcial o único. El reloj de Paley puede así ser especificado en términos de sus propiedades para medir el tiempo, pero también puede serlo en términos de la ordenación o enumeración de sus

partes; y a su vez estas partes pueden ser igualmente especifica­das en términos horológicos, mecánicos, moleculares, atómicos, o incluso sub-atómicos. Cada especificación introduce un cálculo de probabilidades diferente. El reloj de Paley puede ser improbable

bajo una especificación, pero probable en otra.

Un gesto es la expresión de un pensamiento que centra su atención en una cosa con exclusión de otras. Bien, demos por sentado que las es­

pecificaciones son gestos. De aquí no se sigue que todos los gestos hayan sido creados iguales o que ninguno de ellos pueda ser legítimamente empleado para realizar inferencias de diseño. La crítica de Berlinski

homogeneiza arteramente todos los gestos. Si todo lo que yo pudiera

hacer con el reloj de Paley (véase el capítulo siete) fuera gesticular ante el número de sus partes, entonces no tendría lugar la menor inferencia

de diseño. Por otra parte, si yo gesticulo ante su complejidad funcional y la integración de sus partes a fin de marcar el tiempo, entonces estaré

realizando una inferencia de diseño. El objetivo de Berlinski es mostrar que diferentes especificaciones

pueden producir diferentes resultados de probabilidad. Así, una especi­ficación podría justificar una inferencia de diseño, pero tal vez otra no.

Objetividad y subjetiziidad 115

Mas ¿por qué este hecho sobre la especificación tendría que disminuir la capacidad de la complejidad especificada para realizar una inferencia de diseño válida? Imaginemos dos blancos con una flecha clavada en el corazón de los círculos que uno y otro tienen pintado en su centro. Supongamos que el corazón de uno de los blancos es amplio y el del otro muy pequeño (lo cual implicaría que clavar la flecha en el centro del corazón amplio sería razonablemente probable, mientras que la pro­babilidad de acertar con el pequeño sería mínima). Supongamos además que los blancos fueron colocados con independencia de la trayectoria de la flecha. En este caso señalaríamos al diseño como responsable de la trayectoria de la flecha. Ciertamente, la flecha alojada en el centro del pequeño exhibiría una complejidad especificada con lo cual desen­cadenaría una inferencia de diseño. En cuanto a la flecha alojada en el centro del grande, es irrelevante el hecho de que no haya en este caso ningún indicio de complejidad especificada. Para extraer una inferencia de diseño válida es suficiente con hallar al menos una especificación para la cual el elemento en cuestión exhiba una complejidad especificada. (El fracaso en otras especificaciones corre en paralelo con este punto). Tampoco significa esto que, con independencia del elemento en cuestión, podamos encontrar siempre una especificación para la cual éste exhiba una complejidad especificada. La complejidad especificada necesita es­pecificaciones de baja complejidad especificacional, y éstas son escasas y distantes entre sí (recordemos el capítulo diez).

Pero las especificaciones no son el problema. Es cierto que, aunque epistemológicamente objetivas, las especificaciones no son ontológica­mente objetivas. Pero esta carencia de objetividad ontológica, no les impide sin embargo desempeñar un papel legítimo en las ciencias naturales. En biología, las especificaciones aportan independientemente modelos funcionales que describen la conducta orientada a un fin de los sistemas biológicos. El flagellum bacteria!, por ejemplo, es un motor propulsor bidireccional que situado en la espalda de ciertas bacterias

las hace moverse a través de su entorno acuoso. Esta descripción funcional es epistémicamente objetiva, pero en cual­

quier interpretación naturalista de la ciencia debe ser considerada como ontológicamente subjetiva. Si, como el naturalismo exige, la naturaleza es un nexo cerrado de causas naturales no dirigidas, entonces la natu­raleza no sabe nada sobre semejantes descripciones funcionales. Y sin embargo la biología como ciencia sería imposible sin ellas. Por su parte, los conceptos mismos de supervivencia y reproducción, de los cuales

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116 0 ¡c;E N U 1 !\!TI LIC ENTE

depende la teoría evolutiva, son de por sí descripciones funcionales. El lenguaje funcional es indispensable para la biología. Las especificaciones clarifican y le dan precisión a ese lenguaje.

Así pues, cualquier problema de justificación de la legitimidad de la complejidad especificada dentro de la ciencia, hay que buscarlo en otra parte. Ciertamente, si existe algún problema, se encontrará en la complejidad. Aunque la complejidad se toma ontológicamente objetiva en el momento en que se dispone de una especificación, la valoración que ofrecemos de la complejidad es justamente esto: una valoración nuestra. Y el problema con las valoraciones es que pueden ser erróneas. Las especificaciones están bajo nuestro control. Formulamos especifica­ciones sobre la base de nuestro conocimiento de fondo. Por otra parte, la complejidad denotada por la complejidad especificada reside en la naturaleza. Esta forma de complejidad corresponde a una medida de probabilidad, y tales probabilidades dependen del modo en que la na­turaleza esté constituida. Hay un hecho objetivo subyacente al modo en que se dan estas probabilidades. Pero nuestra captación de tales probabilidades puede no ser la adecuada. Por tanto, el problema de hallar para la complejidad especificada un lugar efectivo en la ciencia consiste en tender un puente entre la complejidad tal como existe en la naturaleza y la valoración que nosotros hacemos de ella. Y, por otra parte, el problema no es que la complejidad especificada sea o no una propiedad científica coherente, sino el de si podemos justificar unas particulares atribuciones de complejidad especificada a objetos o sucesos particulares en la naturaleza. La complejidad especificada puede ser elegante como constructo teórico, mas ¿puede ser aplicada realmente en la práctica? Esta cuestión nos lleva directamente a nuestro siguiente tópico: la afirmabilidad.

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AFIRMABILIDAD Dado que la complejidad especificada es un cri tcrio bien definido, objetiz10 y fiable para detectar diseiio, ¿por qué habría que pensar que nunca podríamos estar justificados para afirmar que algún objeto natural exhibe complejidad espec~ficada?

EsTA CUESTIÓN HACE INCONTESTABLES la coherencia, la objetividad y la fiabi­lidad de la complejidad especificada como criterio para detectar diseño (y con toda razón, puesto que como hemos visto en los capítulos anteriores, todas estas propiedades son diáfanas). Lo que más bien nos interesa de­terminar aquí es la cuestión de saber si algo que exhiba una complejidad especificada es impracticable, tal como lo es la reconstrucción del pasado de una cosa de la cual se ha perdido toda evidencia relevante. ¿Tenía Julio César un lunar en la planta de su pie izquierdo? La cuestión tiene mucho sentido y hay un hecho indiscutible que solucionaría correctamente esta cuestión (César tenía o no tenía ese lunar). No obstante, la evidencia que podría ayudamos a resolverla está absolutamente perdida desde hace largo tiempo. Lo mismo ocurre con la complejidad especificada, y lo la­mentable es que en abstracto puede ser un concepto pleno de sentido pero que no hay manera de aplicarlo en la práctica para dilucidar la cuestión relativa al diseño. Dicho en otras palabras, la cuestión se centra aquí en

la afirmabilidad de la complejidad especificada. Afirmabilidad es un término filosófico que se refiere a la justificación

epistémica o racional de una afirmación. Hay otra dimensión en el acto de afirmar, que se refiere a los factores locales que en la pragmática del discurso determinan si afirmar algo es o no apropiado. Por ejemplo, como turista en Irak antes de la guerra de 2003 contra los Estados Unidos, yo hubiera estado epistémicamene justificado para afirmar que Saddam

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118 DISEÑO INTELIGENTE

Hussein era un monstruo. (Yo podría haber reunido la suficiente cantidad de evidencia convincente que justificara esta declaración, haciéndola con ello afirmable). Sin embargo, una serie de consideraciones pragmáticas locales hubieran aconsejado entonces no expresar tal opinión mientras permaneciera en Irak. (Si lo hubiera hecho, habría violado una serie de expectativas sociales y políticas; por lo cual, lo que yo pensaba allí hubiera

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sido inexpresable). Lo que de por sí es afirmable, su expresión, sin embar­go, puede tener en la práctica unas connotaciones sociales y políticas que dañen a los que detentan el poder. Mas lo que aquí nos interesa no es la afirmabilidad pragmática, sino la epistémica - si una afirmación puede ser racionalmente justificada, con independencia del modo en que afecte a las sensibilidades o expectativas propias o ajenas.

Para ilustrar lo que está en juego con respecto a la complejidad especificada, consideremos una analogía con la matemática. Existen números cuyas expansiones decimales son tales que cada dígito entre cero y nueve tiene una frecuencia relativa, exactamente el 10 por ciento a medida que la expansión decimal se torna arbitrariamente larga (o, como dirían los matemáticos, la frecuencia relativa de cada dígito en el límite es exactamente el 10 por ciento). El más simple de estos números es seguramente el .012345678901234566789 ... donde el patrón 0123456789 es justamente el que se repite. Califiquemos de regulares a tales números. (Típicamente, los matemáticos prefieren una noción más rigurosa de la regularidad llamada normalidad, que caracteriza el comportamiento limitativo de todas las cadenas finitas de dígitos y no meramente el de los dígitos aislados. Mas para los fines de este ejemplo nos basta, sin embargo, con el concepto de regularidad). Así, la propiedad X es regular es aplicable al anterior número. La regularidad es sin duda una propiedad matemática legítima: está perfectamente bien definida, y los números o bien son regulares o bien no lo son.

Pero supongamos ahora que queremos determinar si el número n

(pi) es regular. (Pi expresa la relación de la circunferencia de un círculo con su diámetro). La expansión decimal del número pi no es repetiti­va. Durante años, matemáticos y científicos de la computación se han asociado para calcular tantos dígitos decimales de pi como permitan los actuales métodos matemáticos y la tecnología del computador. La cifra actual se mueve en torno a los 206.158.230.000 dígitos decimales de pi calculada por los investigadores japoneses Yasumasa Kanada y Daisuke Takahashi (La capacidad de almacenamiento de un disco duro de 40 gigabytes es demasiado pequeña para almacenar esta ingente cantidad

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119

4e dígitos decimales). Entre estos 200 billones de dígitos decimales, cada 1JllO de los números entre cero y nueve tiene una frecuencia relativa que , nda el 10 por ciento. ¿Es, por tanto, pi un número regular? .ro De la misma manera que hay un hecho físico oculto que indica .si un objeto o suceso de la naturaleza poseen una complejidad espe­cificada, del mismo modo hay también un hecho matemático subya­..,.te que dice si pi es regular. El número pi es regular o no lo es. din todo caso, la determinación de que pi sea regular es otro asunto. cC:on el número .1234567890123456789 ... , su regularidad es evidente atediante simple inspección. Pero los dígitos decimales de pi no son repetitivos, y hasta la fecha no existe ninguna justificación teórica de su regularidad. Lo más cercano a una justificación es observar que para la medida de probabilidad estándar sobre la unidad de intervalo (conocida como medida de Lebesgue), todos los números, excepto para un conjunto de probabilidad cero, son regulares. El problema con esta «prueba probabilista» de la regularidad de pi está, sin embargo, en que no tenemos ninguna base, matemática o de cualquier tipo, para pensar que pi fue elegido de acuerdo con la medida de probabilidad de Lebesgue y que por tanto es verosímil que se encuentre entre los números regulares. En resumen, la teoría matemática no autoriza a afirmar que pi es regular.

Tampoco ayuda la experiencia matemática. Incluso el descubri­miento de que los dígitos aislados de pi mostraran aproximadamente la frecuencia relativa correcta para los primeros 200 billones de cifras decimales, no ofrecería base alguna para confiar en que pi fuera regular. Por regular que pareciese la expansión decimal de pi en algún segmento inicial, podría tornarse absolutamente desordenada a partir de entonces y proceder incluso a la exclusión total de algunos dígitos. Pero por otra parte, la expansión irregular de pi presente en algunos segmentos iniciales, y las frecuencias relativas de los diversos dígitos entre cero y nueve, podrían ser eventualmente adjudicadas a ese requerido 10 por ciento, con lo cual pi podría ser regular (y con ello todo segmento inicial se vería inundado por la infinita expansión decimal propia de esa regularidad). Así pues, para convencerse de que pi era regular, los matemáticos necesitarían una prueba matemática estricta que mostrase que cada uno de los dígitos singulares entre cero y nueve tenían una frecuencia relativa de exactamente un 10 por ciento.

Ahora bien, los críticos del diseño inteligente demandan este mismo nivel riguroso de justificación (o sea, una prueba matemática)

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120 DISE~U INTELIGENTE

antes de aceptar la complejidad especificada como herramienta legíti­ma para la ciencia. Mas la exigencia de una prueba estricta, aunque legítima en la matemática, es absolutamente inviable en las ciencias naturales. Estas ciencias establecen afirmaciones cuya base es empí­rica, y tales afirmaciones son siempre falsables. (Incluso la mecánica de Newton, que durante un tiempo definió a la física, acabó viéndose falsada). Errores en las mediciones, conocimiento incompleto, pene­tración teórica limitada y el problema de la inducción arrojan una sombra sobre las afirmaciones científicas. La sombra de la falsabili­dad no incapacita sin duda a la ciencia. Pero sí se proyecta sobre las pretensiones de la ciencia que (a diferencia de la matemática) es sólo experimental. Y por ello nos recomienda constantemente prestar una rigurosa atención al modo en que las pretensiones científicas están justi­ficadas.

Una breve reflexión nos hará ver que la pretensión de los escépti­cos de eliminar la complejidad especificada, no puede estar justificada sobre la base de la práctica científica. En efecto, el escéptico impone sobre la complejidad unos requisitos mucho más severos que los que se le exigen a cualquier otro aspecto de la ciencia. Si los niveles de justificación científica se hubieran colocado demasiado altos, jamás ha­bría prosperado una obra científica interesante. La ciencia equilibra por tanto sus niveles de justificación con los requisitos de auto-corrección a la luz de ulteriores evidencias. Esta posibilidad de auto-corrección a la luz de ulteriores evidencias está ausente de la matemática y los resultados de ésta exigen el más alto nivel de justificación, a saber: una estricta prueba lógico-deductiva. Pero la ciencia no avanza por este camino.

La cuestión clave para la presente discusión es, por tanto, el modo de justificar la adscripción de complejidad especificada a estructuras naturales. Para comprender lo que aquí hay en juego, consideremos además la analogía existente entre la regularidad de los números y la

complejidad especificada de las estructuras naturales. Es necesario tener muy claro dónde se da esta analogía y en qué momento se rompe. La analogía está presente en la medida en que tanto la complejidad especi­ficada como la regularidad muestren pretensiones definidas sobre algún hecho objetivo subyacente. En el caso de la regularidad, lo que subyace es un hecho matemático: las expansiones decimales de números o bien ejemplifican o bien no aciertan a ejemplificar la regularidad. En el caso de la complejidad especificada, lo que hay detrás es un hecho físico: 1

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Afirtnabilidad 121

un sistema biológico, por ejemplo, o bien ejemplifica o bien no puede ejemplificar la complejidad especificada. Este último punto merece ser subrayado. La atribución de complejidad especificada no es nunca una afirmación sin sentido. Bajo el supuesto de que en la producción de algún suceso no hay implicado el menor vestigio de designio o teleo­logía, ese suceso tiene una cierta probabilidad basada en mecanismos aausales. Esa probabilidad a su vez se organiza en una medida asociada de complejidad (véase capítulo diez). Que el nivel de complejidad sea lo suficientemente alto como para cualificar al suceso de instancia de complejidad especificada, depende de las condiciones físicas que rodeen al suceso. En todo caso, es un hecho definido de la materia la cuestión de conseguir o no la complejidad especificada.

Así pues, cualquier problema en la adscripción de complejidad especificada a ese suceso no reside, por tanto, en su coherencia como concepto significativo: la complejidad especificada está bien definida. Si hay un problema, éste ha de residir, como ya antes se dijo, en lo que los filósofos llaman su afirmabilidad pragmática. La afirmabilidad epistémi­ca, tal como fue definida anteriormente, se refiere a nuestra justificación para afirmar las manifestaciones que hacemos. Una manifestación es afirmable si estamos justificados para afirmarla. Así, para afirmar que pi

es regular, tendremos que construir una proposición verdadera. Pero sin una prueba matemática de la regularidad de pi, carecemos de justificación para afirmar que pi es regular. La regularidad de pi es, al menos hasta ahora, no afirmable. Mas ¿qué decir sobre la complejidad especificada de los diversos sistemas biológicos? ¿Existen sistemas biológicos cuya complejidad especificada sea afirmable?

Los críticos del diseño inteligente sostienen que una atribución de complejidad especificada a un sistema natural no puede ser afirmable nunca. Su argumentación comienza observando que si algún sistema natural ejemplificara una complejidad especificada, entonces debería ser altamente improbable para todos los mecanismos puramente naturales que pudieran encontrarse en estado operativo, producir esa complejidad. Pero eso significaría el cálculo de una probabilidad para cada uno de tales mecanismos. Y esto, continúa la argumentación, es una tarea imposible. A lo sumo, la ciencia podría mostrar que un sistema natural dado es enormemente improbable con respecto a los mecanismos conocidos que operan de modos conocidos y para los que la probabilidad puede ser estimada. Pero este argumento omite, en primer lugar, los mecanismos conocidos que operan de modos conocidos y para los cuales no puede

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122 D1sr\:o Il\TELIGENTE

ser estimada la probabilidad; en segundo, los mecanismos conocidos que operan de manera desconocida; y en tercero, los mecanismos des­conocidos.

Así pues, incluso aunque fuese cierto que algunos sistemas natura­les ejemplifican una complejidad especificada, nosotros no podríamos nunca afirmar legítimamente su complejidad especificada, y mucho menos conocerla. Según esto, la afirmación de una complejidad espe­cificada en cualquier sistema natural constituye un argumento a partir de la ignorancia (véanse los capítulos treinta y treinta y uno). Esta línea de razonamiento contra la complejidad especificada se parece mucho a la habitual estrategia agnóstica contra el teísmo: no podemos probar el ateísmo (obsérvese la total ausencia en la naturaleza de complejidad especificada), pero podemos mostrar que el teísmo (cf. la complejidad especificada de ciertos sistemas naturales) no puede ser justificado y por tanto tampoco puede ser afirmado. Así es como los escépticos sostienen que no hay -ni puede haber- evidencia alguna de Dios o de diseño.

El problema con esta línea de argumentación es que la ciencia tiene que operar con una evidencia asequible y sobre esta base (y ninguna otra) formular la mejor explicación del fenómeno en cuestión. Esto significa que la ciencia no puede explicar un fenómeno apelando a la promesa, la prospección, o la posibilidad de una futura evidencia. En particular, para explicar un fenómeno no es posible recurrir a mecanismos desco­nocidos o caminos aún no descubiertos por los que pudieran transitar esos ocultos mecanismos. Si los mecanismos materiales conocidos se muestran incapaces de explicar un fenómeno, entonces es una cuestión abierta la de averiguar si cualesquiera otros son capaces de hacerlo. Si, además, existen buenas razones para afirmar la complejidad especifi­cada de ciertos sistemas biológicos, entonces el diseño mismo se torna afirmable en biología.

Tomemos, por ejemplo, el flagellum bacteria!. Pese a los miles de artículos de investigación escritos sobre él, no existe ninguna explicación mecánica de su origen. En consecuencia, no hay evidencia alguna contra su ser complejo y especificado. Es por tanto una posibilidad viva el he­cho de que sea complejo y especificado. Pero ¿es honrado afirmar que el tal flagellum es complejo y especificado? o, dicho en otras palabras, ¿es honesto afirmar que exhibe una complejidad especificada? El flagellum bacteria! es irreduciblemente complejo, lo cual significa que todos sus componentes son indispensables para su función como estructura de

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Ajirmabilidad 123

movilidad. Y es además mínimamente complejo, en el sentido de que cualquier otra estructura que realizase la función del flagellum bacteria! como propulsor mecánico bidireccional, tendría que poseer sus mismos

componentes básicos. En consecuencia, no hay ninguna vía directa darwiniana que pueda

·añadir algo a esos componentes básicos y hacer emerger con ello un flagellum bacteria!. Lo que más bien se requiere es un camino indirecto, ;en el cual los sistemas precursores que realizasen diferentes funciones

,e\rolucionaran a lo largo del tiempo debido al cambio de funciones y de componentes. (Los darwinistas se refieren a este cambio con los tér­minos coevolución y ca-optación). Por plausible que esto les parezca a los darwinistas, no existe ninguna evidencia convincente para ello (véanse capítulos treinta y ocho y cuarenta). Y lo que es más, la evidencia ofrecida por la ingeniería sugiere firmemente que sistemas fuertemente integrados como el flagellum bacteria! no se han formado por un ensayo-y-error chapucero en el que coevolucionaran la forma y la función. Más bien, los tales sistemas se han formado mediante una concepción unificadora que combina componentes dispares en una totalidad funcional, o dicho en otras palabras: por diseño.

¿Exhibe el flagellum bacteria! una complejidad especificada? ¿Puede afirmarse semejante tesis? El flagellum bacteria! es ciertamente especi­ficado. Una vía para comprobarlo consiste en observar que los seres humanos desarrollaron propulsores bidireccionales de tipo mecánico bastante antes de que imaginaran siquiera que el flagellum era una tal máquina. Esto no quiere decir que para que la función biológica de un sistema constituya una especificación, los hombres han de haber inventado antes un sistema que realice la misma función. No obstante, la invención independiente hace aún más evidente que el sistema satisface los requisitos de funcionamiento independiente y que por tanto es especificado. En cualquier caso, no sé de ningún biólogo que ponga en duda que los sistemas funcionales que surgen en biología son especificados. En el fondo, siempre está la cuestión de que al utilizar la selección natural, el mecanismo darwiniano pueda o no superar las enormes improbabilidades que a primera vista parecen surgir con tales sistemas. Para superar tan ingente improbabilidad, el mecanismo darwiniano trata de dividirlo en una secuencia de proba­bilidades más manejables.

A fin de ilustrar lo que hay en juego en este «divide y vencerás» en el tratamiento de las improbabilidades, supóngase que arrojamos cien

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124 ilidad 125

monedas al aire. ¿Cuál es la probabilidad de que las cien muestren cara?· ... plejidad mínima e irreducible. Todo lo que los darwinistas han he­

Esa probabilidad depende del proceso aleatorio elegido para su lanza,.:,. ~ 1 "#hasta ahora ha ~ido ident~ficar subsistemas -~el t~ag:l~um bac~erial miento. Si, por ejemplo, el proceso aleatorio comienza tirando todas las;· 11 t .. .pe pudieran cumplir por sí mismos alguna func10n biologica -al igual monedas y no termina hasta que todas ellas exhiban simultáneamente 1

• • ~el motor de una motocicleta podría realizar por sí mismo alguna cara, será necesario calcular un promedio en torno a mil billones de ~ IJpci.ón (tal vez como un calentador o mezclador). Mas no hay aquí nada

billones de billones para que todas ellas exhiban simultáneamente caxatj '· 1:·¡i161epcional res~~cto al diseño; lo~ sistemas diseñado~ que real~za~ una en una de las tiradas. En cambio, si el proceso aleatorio entresaca sóIQ 'ón están hp1camente constrmdos a base de subsistemas disenados aquellas monedas que hasta el presente no han mostrado cara, entonces vez que tienen su propia función.

después de unas ocho tiradas, de promedio todas las monedas exhibirán - _ . ..._,.:¿Es aquí, entonces, dónde se acaba el debate -con los biólogos caras. Los darwinistas asumen tácitamente que todas las instancias de·~. 1

.. llllft>lucionistas reprendiendo a los teóricos del diseño por no haber complejidad biológica son semejantes al segundo caso, en el cual una it19bajado lo suficiente para descubrir esos indirectos (y desconocidos) improbabilidad al parecer enormemente grande puede ser dividida en caminos darwinianos que conducen a la emergencia de estructuras una secuencia de sucesos razonablemente probables perfeccionando gra. ¡,¡ológicas irreducibles y mínimamente complejas como el flagellum dualmente una función ya existente. (En el caso de nuestras monedas, Jbacterial? O, por el contrario, termina este debate con los teóricos del la función perfeccionada corresponde a la exhibición de más caras). diseño reprendiendo a los biólogos evolucionistas por engañarse a sí

La complejidad mínima e irreducible viene a ser una especie de .fllismos sosteniendo que esos caminos darwinianos indirectos existen reto para el supuesto darwiniano de que las grandes improbabilidades iCuando toda la evidencia disponible sugiere lo contrario? pueden ser siempre divididas en probabilidades manejables. Lo que la Aunque esta situación pueda parecer un callejón sin salida, realmente evidencia parece sugerir aquí es que tales instancias de complejidad no lo es. Como los jugadores compulsivos que constantemente esperan biológica pueden ser conseguidas simultáneamente (como cuando las el golpe de suerte que va a cancelar sus deudas, los biólogos evolucio-monedas son arrojadas así). En tales casos, el perfeccionamiento gradual mstas viven de pagarés prometedores que no muestran el menor signo darwiniano no ofrece la menor ayuda para superar su improbabilidad. de ser amortizables. Como ya se dijo antes, la ciencia tiene que extraer Así, cuando analizamos desde una perspectiva probabilística estructuras sus conclusiones sobre la base de la evidencia disponible, no sobre la como la del flagellum bacteria! sobre la base de mecanismos materiales posibilidad de una evidencia futura. Si los biólogos evolucionistas pue-conocidos que operan de maneras conocidas, descubrimos que son al· -den descubrir o construir rutas darwinianas detalladas, comprobables e tamente improbables y por tanto complejos en el sentido requerido por ·indirectas que expliquen la emergencia de sistemas biológicos irreducible la complejidad especificada. y mínimamente complejos como el flagellum bacteria!, tanto mejor para

¿Es, por tanto, legítimo afirmar que el flagellum bacteria! exhibe una ellos: el diseño inteligente caería rápidamente en el olvido. Pero hasta que complejidad especificada? Los teóricos del diseño dicen que sí. Los bió- eso suceda, los biólogos evolucionistas que proclaman que la selección logos evolucionistas dicen que no. En lo que a ellos respecta, los teóricos natural explica la emergencia del flagellum bacteria! no merecen más del diseño se han olvidado de tener en cuenta los caminos indirectos credenciales que los jugadores compulsivos que eternamente se están darwinianos por los que el flagellum bacteria! pudo haber evolucionado prometiendo sanear sus cuentas.

a través de una serie de sistemas intermedios que cambiaron su función Los biólogos evolucionistas no pueden justificar siquiera que buscan y estructura a lo largo del tiempo de modos que nosotros no entendemos una evidencia futura apelando al actual progreso porque ellos mismos todavía. Mas ¿se trata realmente de que nosotros no entendemos aún la ·no han realizado ningún progreso significativo que pudiera explicar evolución indirecta darwiniana del flagellum bacteria! o que realmente la complejidad biológica. (Si lo hubieran hecho, nosotros no seguiría-esto no sucedió nunca así en primer lugar? En este punto no hay sim- mos manteniendo esta discusión). También aquí se muestran como los plemente evidencia convincente de tales caminos evolutivos indirectos apostadores compulsivos, que debiendo millones a los tiburones de los darwinianos que expliquen unos sistemas biológicos que muestran una casinos, les piden un aplazamiento sin ser capaces de mostrar la menor

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~· r ·:. 126 DISEÑO

señal de rehabilitación, de realizar un trabajo serio o incluso de aportar una modesta cantidad para aminorar sus deudas. ¿Cuál es el origeJt , de la complejidad biológica, y cómo va a ser explicado? Por todos los ,1

indicios, la biología se muestra incapaz de responder a esta cuestión, y por nuestra parte haríamos bien en retornar al estado de la biología i~ anterior a Darwin. La biología evolutiva no tiene la más mínima idea ;"; de cómo responder a esta pregunta.

Hay una razón más para mostrarse escéptico respecto a la biolQ.'

gía evolutiva y tomar partido por el diseño inteligente. En el caso del 11 •

flagellum bacteria!, lo que mantiene a la biología evolutiva a flote es la posibilidad de descubrir rutas darwinianas indirectas que pudieran explicarlo. Prácticamente hablando, esto quiere decir que incluso aun­que ninguna modificación de un flagellum bacteria! pudiera continuar sirviendo como estructura de movilidad, una ligera modificación podría resultar útil para alguna otra función. Pero en la actualidad aumenta día a día la evidencia de sistemas biológicos en los que la modificación más ligera no sólo destruye la función del sistema existente, sino que aniquila también la posibilidad de cualquier función del sistema. (Consúltese, por ejemplo, la investigación sobre la exagerada sensibilidad funcional de diversas enzimas y sobre los caminos metabólicos irreduciblemente complejos que toman las enzimas en donde cada una de ellas ha de al­canzar un determinado nivel catalítico antes de que la misma enzima o su camino asociado puedan realizar en absoluto una función biológica). Para tales sistemas, los caminos darwinianos directos o indirectos no podrían ofrecer explicación alguna. En este caso tendríamos que recurrir a un argumento que mostrase no sólo que no hay ningún mecanismo material conocido que esté capacitado para dar cuenta del sistema, sino también que cualquier mecanismo material desconocido sería incapaz

de explicarlo. Este argumento se tornaría en un argumento desde la contingencia y los grados de libertad.

Es posible eliminar de una vez por todas los mecanismos mate­

riales desconocidos, supuesto que se tengan independientes razones para pensar que las explicaciones basadas en mecanismos materiales conocidos no pueden ser sustituidas por mecanismos desconocidos aún no identificados. Tales razones independientes toman típicamente la forma de argumentos desde la contingencia que invocan numero­sos grados de libertad. Así, para establecer que ningún mecanismo material puede explicar un fenómeno, debemos mostrar primero que ese fenómeno es compatible con los mecanismos materiales conocidos

127

· Ucados en su producción, pero que esos mecanismos permiten .: llPbién otra serie de alternativas para ello. Por ser compatible con los

e :anismos materiales conocidos implicados en s~ prod~cción, au~que #1 requerido por ellos, un fenómeno se torna irreducible no solo a 11.5 mecanismos conocidos, sino también a cualesquiera mecanismos ~onocidos. ¿Por qué? Porque los mecanismos materiales conocidos pae<1en decirnos de manera conclusiva que un fenómeno es contingente ~te numerosos grados de libertad. Todo mecanismo desconocido

1 •• .-ndría por tanto que respetar esa contingencia y admitir los grados

, ... lle· libertad ya descubiertos. ; Consideremos, por ejemplo, un espacio de configuración que com­prendiera toda secuencia posible de los caracteres de un determinado alfabeto. (Tales espacios configuran no sólo los textos escritos, sino también polímeros tales como el ADN, el ARN y las proteínas). Los espacios de configuración como éstos son perfectamente homogéneos, y sus cadenas de caracteres son geométricamente intercambia bles

con la siguiente. La geometría, por tanto, imposibilita que cualquier mecanismo subyacente pueda distinguir o preferir sobre otras una determinada cadena de caracteres. Tampoco se necesitan mecanismos materiales sino información semántica externa (cuando se trata de textos escritos) o funcional (cuando manipulamos biopolímeros) para generar complejidad especificada en estos casos. Sostener que esta información semántica o funcional se reduce a mecanismos materiales,

es como sostener que las piezas del Scrabble llevan impresos en su interior los caminos preferenciales que más les gusta seguir. No los llevan, desde luego. Michael Polanyi diseñó este tipo de argumentos en pro del diseño biológico allá por los años 1960. Stephen Meyer los

ha puesto al día para el presente. Así pues, ¿es afirmable la tesis de que el flagellum bacteria! exhibe

complejidad especificada? El lector puede apostar. La ciencia opera con la evidencia disponible, no con vagas promesas de una evidencia futura. La nuestra apunta a la complejidad especificada (y por tanto al diseño) del flagellum bacteria!. Incumbe, por tanto, a la comunidad científica admitir, al menos provisionalmente, que el flagellum bacteria! es un orga­nismo diseñado. Tampoco deberían los oponentes del diseño inteligente

consolarse a sí mismos con la falsa idea de que el motor del movimiento del diseño inteligente es y será únicamente el flagellum bacteria!. La afirmabilidad admite grados, en correspondencia con la evidencia que justifique una afirmación. Que el flagellum bacteria! exhibe complejidad

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especificada es altamente afirma ble - pese a la imposibilidad lógica de excluir la infinidad de posibles caminos darwinianos indirectos que pu­diesen contradecir nuestra tesis. Para otros sistemas en cambio, como las· enzimas que exhiben una sensibilidad funcional extrema, sería posible aducir argumentos consistentes que excluyesen también tales caminoS indirectos darwinianos. La afirmabilidad de la complejidad especificada. en tales sistemas podría quedar aún más reforzada. .i

La evidencia en favor del diseño inteligente en biología está asi ;: destinada a asentarse con más y más fuerza. Hay sólo un camino por el que la biología evolutiva puede derrotar al diseño inteligente, y ese camino pasa por la solución del problema que desde siempre se ha pretendido tener resuelto pero que de hecho no se ha logrado nunca: explicar la emergencia de sistemas biológicos complejos que constan de múltiples partes fuertemente integradas (muchos de los cuales exhiben una complejidad irreducible y mínima) aparte de la teleología o el di­seño. Proclamar que el mecanismo darwiniano resuelve este problema es falso. El mecanismo darwiniano no es de por sí una solución, sino más bien una plantilla del tipo de solución con la que el darwinismo espera poder resolver el problema. Sin embargo, las plantillas requieren detalles, y tratar de encajar los detalles de su plantilla es algo que los darwinistas no hacen nunca. Esta es la razón de que el biólogo mole­cular James Shapiro, que no es un teórico del diseño, escribiera: «No existe ninguna explicación detallada darwiniana sobre la evolución de algún sistema fundamental bioquímico o celular, sino sólo una variedad de especulaciones fantasiosas» (tomado de su crítica de 1996 del libro Darwin's Black Box aparecida en la National Review).

En resumen, la complejidad especificada es una propiedad bien definida que puede ser afirmada o negada con pleno sentido de los sucesos y objetos de la naturaleza. La complejidad especificada es una propiedad objetiva: las especificaciones son epistémicamente objetivas, y la complejidad es ontológicamente objetiva (véase capítulo trece). Toda duda sobre la legitimidad de la complejidad especificada dentro de la ciencia, está relacionada no con su coherencia u objetividad, sino con la posibilidad de su afirmación (o su afirmabilidad); o sea, con la cuestión de saber si está justificada, y hasta qué punto, la adscripción de complejidad especificada a algún objeto natural o suceso. Todo intento comprensivo de negar la posibilidad de afirmación a la complejidad especificada da al naturalismo una enorme ventaja, y asegura además con ello la imposibilidad de descubrir el diseño aunque se encuentre

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presente en la naturaleza. Mientras el naturalismo busca evidencia fUturª para derrocar al diseño inteligente, la ciencia puede proceder

90¡arnente sobre la base de la evidencia disponible. En consecuencia,

adscribir complejidad especificada a los objetos naturales y sucesos, y

t los sistemas biológicos en particular, es algo perfectamente correcto. y, por supuesto, existen en la actualidad sistemas biológicos en los que Wi.:presencia de complejidad especificada y por lo tanto de diseño, no

adJniten la menor duda.

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EL AZAR DE LOS AGUJEROS ¿Por qué ha de ser probabilista toda teoría científica que se proponga detectar diseño?

Los CIENTÍFICOS SE SIENTEN realmente molestos ante el Dios de los agujeros, donde el uso de esta expresión está revelando una manifiesta ignorancia. Pero el azar puede jugar exactamente este mismo papel. Así pues, la ciencia elimina el azar cuando la probabilidad de un determinado suce­so es mínima. Si no lo hiciera, podríamos invocar al azar para explicar cualquier cosa. Por ejemplo, en la película This Is Spinal Tap, el principal vocalista del conjunto Spinal Tap observa que el anterior encargado de la batería murió «quemándose espontáneamente». Cualquiera de nosotros podría morir así si las moléculas de aire inflamadas a nuestro alrede­dor convergieran rápidamente sobre nuestro cuerpo. Tal suceso es, sin embargo, altamente improbable y nadie lo tomaría en serio.

Sin embargo, una improbabilidad alta no es suficiente por sí misma para excluir el azar. Son muchos los hechos improbables que ocurren constantemente. Juegue a cara o cruz mil veces y usted estará par­ticipando en un suceso altamente improbable. Un suceso que está a punto de ocurrir se torna altamente improbable tan pronto calculamos todos los factores que han de concurrir para que ocurra. Pero la mera

improbabilidad no excluye el azar. Por su parte, la improbabilidad misma necesita ir asociada a un modelo independientemente dado. Una flecha disparada al azar contra una gran pared como blanco, es muy improbable que se clave en un determinado lugar de la pared. Pero tendrá que clavarse en alguna parte. Y con ello cobrará realidad un suceso altamente improbable. Pero fijemos ahora un blanco en esa pared y disparemos la flecha; si la flecha acierta en el blanco y éste es bastante pequeño, entonces el azar no es ya una explicación razonable de la trayectoria de esa flecha.

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Los sucesos que son altamente improbables y han sido independien­~ l'.. nte modelados exhiben lo que yo llamo una complejidad especificada. :':e mostrado que la complejidad especificada es un fiabl_e marcador esnpírico de una agencia inteligente (véase capítulo nueve). Sm embargo,

'ste aún una ligera preocupación respecto a los argumentos que se ::, en una probabilidad pequeña: co_n un mod_elo indepe~dientemente

: ,,a.o, 0 especificación, ¿qué nivel de 1mprobab1hdad h~bna que alcan­F jil' para que el azar pudiera ser legítimamente .e~clmdo? Una pared

$1 grande que sea imposible que pase desap~rc1b1da y u~ bla~~o tan lldenso que ocupe la mitad de la pared, por ejemplo, son msufic1entes para excluir el azar (o «la suerte del principiante») como razón del éxi­to de un arquero que acierta en el blanco. Este blanco ha de ser muy

pequeño para excluir que sea alcanzado p~r. azar. _ Pero ¿qué es lo que se considera suÍlCientemente pequeno? Para

responder a esta pregunta necesitamos el concepto de recurso probabi­lista. De por sí, una probabilidad nunca es pequeña si se la toma aisla­damente sino sólo en relación con un par de recursos probabilistas: los replicacionales y los especificacionales. Para comprender lo que aquí hay en juego consideremos una pared tan grande que el arquero tenga por fuerza que acertar en ella. A continuación, digamos que sabemos que el arquero acertó en algún blanco fijado sobre ella. Lo que deseamos saber es si el arquero pudo razonablemente haber esperado que acertaría en el blanco por azar. Para determinarlo tenemos que conocer la existencia de otros blancos a los que el arquero pudiera haber disparado. Igualmente necesitamos saber el número de flechas que había en su carcaj y de las que pudieran haber sido disparadas contra la pared. Los blancos de la pared constituyen los recursos especificacionales del arquero; las flechas del carcaj son sus recursos replicacionales.

Los recursos probabilistas comprenden el número relevante de modos en que un suceso puede ocurrir (recursos replicacionales) y ser especificado (recursos especificacionales). La cuestión importante no es, por tanto, ¿cuál es la probabilidad del suceso en cuestión?, sino más bien ¿en qué se convierte su probabilidad después de que todos los recursos probabilistas relevantes hayan sido contabilizados? Las probabilidades no pueden ser nunca consideradas de manera aislada, sino que han de estar siempre referidas a una clase relevante de posibles replicaciones y especificaciones. Un suceso al parecer improbable puede tornarse en algo bastante probable cuando se lo sitúa dentro de la apropiada clase de referencia de recursos probabilistas. Por otra parte, el suceso puede

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seguir siendo improbable incluso después de que hayan sido contabili­zados todos los recursos probabilistas relevantes. Si el suceso continúa siendo improbable y si es también especificado, entonces el suceso en cuestión exhibe complejidad especificada.

En el universo observable, los recursos probabilistas se presentan en cantidades limitadas. De hecho, es posible mostrar que un suceso especi­ficado de probabilidad menor que 1 por 10150 seguirá siendo improbable incluso después de que todos los recursos probabilistas concebibles del universo observable hayan sido contabilizados (véase capítulo diez). Una probabilidad de 1 por 10150 es por tanto un límite de probabilidad universal. Un suceso especificado cuya probabilidad sea menor que este límite de probabilidad universal no podría tornarse en algo razonable­mente probable aun en el caso de que todos los recursos probabilistas disponibles en el universo conocido se concitaran contra él.

Implícito en el límite de una probabilidad universal de 1 contra 101so está el hecho de que el universo es un lugar demasiado pequeño para generar complejidad especificada por total agotamiento de las posibili­dades. Stuart Kauffman desarrolla ampliamente este tema en su libro Investigations (Oxford University Press, 2000). En uno de sus ejemplos (y hay muchos semejantes a lo largo del libro), considera el número de posibles proteínas de longitud 200 (esto es, 20200 o aproximadamente 10260

) y el máximo número de colisiones paritarias de partículas a lo largo de toda la historia del universo (Kauffman estima en 10193 la cifra total de colisiones suponiendo que la tasa de reacción para las colisiones está medida en femtosegundos). Y finalmente concluye que el universo conocido no ha tenido tiempo desde el big bang de considerar todas las posibles proteínas de una longitud de 200 ni siquiera una vez. Para subrayar este punto, observa que construir todas las posibles proteínas de longitud 200 le hubiera costado más de 1067 veces el tiempo requerido para la expansión del universo. Kauffman tiene incluso un nombre para designar esos números tan enormes que están más allá del ámbito de las operaciones realizables dentro del universo: los transfinitos.

Kauffman dice a menudo que el universo es incapaz de agotar un determinado conjunto de posibilidades. Pero otras veces le añade un adjetivo a la palabra universo y sostiene que es el universo conocido el que es incapaz de agotar un cierto conjunto de posibilidades. ¿Hay alguna diferencia entre el universo (sin adjetivo alguno) y el universo conocido o universo observable (con adjetivo)? Con seguridad, no hay ninguna di­ferencia empírica. Nuestras observaciones científicas más afinadas nos

El azar de los agujeros 133

dicen que el mundo que nos rodea parece bastante limitado. Ciertamente, el tamaño, duración y composición del universo conocido son tales que 10150 es un número transfinito en el sentido de Kauffman. Por ejemplo, si el universo fuera un computador gigante, no podría realizar más que este número de operaciones. (Recurriendo a la superposición de estados QUánticos, la computación cuántica enriquece las operaciones realizables por un computador ordinario, pero no puede cambiar su número). Si el .U.verso se dedicara por entero a generar especificaciones, este número aerfa el límite máximo. Si los criptógrafos se limitaran a los métodos de las fuerzas brutas para comprobar claves criptográficas, el número de claves que tendrían que examinar sería siempre inferior a ese mismo

número. Pero, ¿qué ocurriría si el universo fuera de hecho mucho más grande

que el universo conocido? ¿Qué pasaría si el universo conocido no fuera más que un punto infinitesimal dentro del universo real? Y alternati­vamente, ¿qué ocurriría si el universo conocido no fuera más que uno de los muchos universos, siendo cada uno de ellos tan real como el universo conocido pero causalmente inaccesible para nosotros? De ser así, ¿acaso tendrían los recursos probabilistas que eliminar tal vez el azar masivamente aumentado, y no la validez de ese 1 por 10150 como límite de probabilidad universal puesto en cuestión? Esta línea de razo­namiento ha encontrado amplia acogida entre los científicos y filósofos de los años recientes. Pero de hecho, esta línea de pensamiento adolece de un fatal defecto. Es ilegítimo intentar rescatar el azar invocando recursos probabilistas externos al universo conocido. Semejante intento aumentaría artificialmente los recursos probabilistas propios.

Para evaluar las hipótesis del azar, sólo se pueden emplear legítima­mente los recursos probabilistas del universo conocido. En particular, los recursos probabilistas importados desde el exterior del universo co­nocido son incapaces de alterar el límite universal de probabilidad del 1 por 10150• La razón para esta afirmación es clara: nunca será suficiente postular recursos probabilistas para apuntalar meramente una hipótesis de azar que se tambalea; lo que se necesita más bien es la evidencia independiente de que existen suficientes recursos probabilistas para tomar el azar plausible.

Consideremos, por ejemplo, la lotería estatal. Supóngase que no tenemos la menor noticia del número de billetes vendidos, sino que simplemente estamos informados de que hay un ganador. Supongamos además que la probabilidad de que cualquier billete de la lotería pro-

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134 DISEÑO INTELIGENTE

<luzca un ganador es extremadamente baja. ¿Qué podemos concluir de aquí? ¿Se sigue de esto que fueron vendidos muchos billetes de lotería? De ninguna manera. Estamos justificados para extraer esta conclusión sólo si hemos tenido una evidencia independiente de que se vendieron muchos billetes de lotería. Aparte de esta evidencia, no tenemos modo de asegurar cuántos billetes se vendieron, y mucho menos de dudar de que el sorteo fuera celebrado limpiamente y de que su resultado fue debido al azar. Es ilegítimo tomar cualquier suceso, decidir por la razón que sea que éste tiene que ser debido al azar, y entonces proponer numerosos recursos probabilistas porque de otro modo el azar sería implausible. A este proceder lo llamo yo falacia inflacionista.

La falacia inflacionista preside un buen número de propuestas por parte de físicos y filósofos para aumentar masivamente el tamaño del universo conocido. Entre estas propuestas se encuentran los universos burbuja de la cosmología inflacionista de Alan Guth, la pluralidad de mundos de la interpretación mecánico-cuántica de Hugh Everett, la auto-reproducción de los agujeros negros de la selección natural cosmo­lógica de Lee Smolin, y los mundos posibles de la extremada metafísica modal realista de David Lewis. Cada una de estas propuestas pretende resolver algún problema de general interés e importancia para la ciencia o la filosofía. Los detalles de estas propuestas no importan demasiado aquí. Lo verdaderamente importante es que ninguna de ellas posee la evidencia independiente necesaria para la existencia de la entidad 0

proceso propuesto.

La evidencia independiente ayuda a establecer una suposición sin necesidad de apelar a su posible virtud explicativa. La demanda de evidencia independiente es un requisito necesario en la construcción de teorías en ciencia, a fin de que esa construcción no degenere en un declarado juego libre de la mente. Mi historia favorita para ilustrar la interacción entre la evidencia independiente y la virtud explicativa es de John Leslie (Universes, 1989). Supongamos que en un bosque se dispara una flecha al azar y alcanza al Sr. Brown. La explicación de este aleatorio accidente podría ser que el bosque estaba lleno de gente. La hipótesis del bosque lleno de gente posee por tanto una virtud explicativa. Mas incluso así, esta explicación sigue siendo sólo una posibilidad especula­tiva hasta que se vea apoyada por la evidencia independiente de otras personas distintas al Sr. Brown que realmente estaban en el bosque.

Pero en las propuestas de agrandar el universo conocido, no hay in­dicios de tal evidencia independiente. Y lo que es aún peor, jamás podrá

El azar de los agujeros 135

presentarse una evidencia de este tipo. Cada una de estas propuestas entraña un universo que es efectivamente infinito (aunque la porción accesible a nosotros sea bastante finita). Ahora bien, el problema con un universo infinito es que los investigadores humanos no pueden tener el menor acceso empírico a esa infinitud. Ciertamente, nuestro sistema sensorial sólo es capaz de transmitir muchas experiencias. Considérese

1ue un disco de vídeo digital (DVD) no contiene más que unos 10 giga­bftes de datos (es decir, 1010 bytes de información) pero puede capturar razonablemente dos horas de experiencia visual y auditiva de un ser humano. Probablemente se puede afirmar que toda la experiencia sen­sorial de un ser humano durante una hora (gusto, tacto y olfato además en adición a la vista y al sonido) puede ser capturada con un alto grado de exactitud y resolución por un petabyte (o sea, 1015 bytes). Podemos pensar en un petabyte como el equivalente a utilizar simultáneamente 100.000 DVDs. Seguramente esto será suficiente para cubrir el rango de nuestras experiencias sensoriales durante una sola hora.

Ahora bien, el promedio de vida humana está por debajo de los cien años. Con veinticuatro horas por día y 365 días por año, esto significa que los seres humanos tienen menos de un millón de horas para vivir sus vidas (Hay 876.000 horas en una vida de 100 años sin contar los años bisiestos, que añaden otras 600 horas). De esto se sigue que la experiencia sensorial completa de un ser humano puede ser capturada en un zettabyte (o sea, 1021 bytes). Cualquier teoría científica que sea el producto de un único científico tendrá por tanto que haber sido cons­truida sobre la base de no más que un zettabyte de información. Y toda teoría científica que sea el producto de una comunidad de N científicos, tendrá por tanto que haber sido construida sobre la base de N zettabytes de información. Ahora bien, la única obligación de una teoría científica empíricamente adecuada es que sea leal a esos pocos zettabytes de información. Así pues, una teoría científica que proponga un universo infinito excede necesariamente a todo lo que haya sido empíricamente justificado. Que se la llame física sin ataduras con la observación o que se la llame metafísica, carece en absoluto de importancia. Lo infinito está más allá de la observación empírica, lo cual significa que todo recurso a lo infinito en nuestras teorías científicas quiere decir no que nuestra experiencia finita pueda disponer de una ventana sobre lo infinito, sino más bien que estamos usando el infinito como un constructo para aproximar nuestra experiencia finita. (Como Peter Huber del MIT solía decir: «Utilizamos el infinito para aproximar lo finito»).

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El único modo de sortear estas severas limitaciones de la fini sobre la experiencia humana, está para los hombres en trascender gu,"

propia biología. La teología cristiana mantiene esa promesa resucitan~ y con ello transformando nuestros cuerpos físicos en cuerpos espiritualea (véase I Corintios, 15). El materialista, sin embargo, no cuenta con este opción. Confinado al entendimiento de toda la realidad en términoe de mecanismos materiales, lo más que el materialista puede hacer et entremezclar seres humanos con máquinas y de ese modo aumentar I• capacidades procesuales y sensoriales de los hombres. La más radical} de estas propuestas es que trabajemos por transformarnos en un super­computador, preferiblemente un computador cuántico, y así prescindir enteramente de nuestra biología (véase The Age of Spiritual Machines de Ray Kurzweil).

Mas esta propuesta encierra dos problemas. En primer lugar, no hay ninguna evidencia de que la conciencia y la experiencia sensorial que con ella va aparejada tengan nada que ver con la complejidad o com­putación. Bajo el supuesto del materialismo, la conciencia tiene que ser reducida a la complejidad. Pero la conciencia sigue siendo un misterio para el materialismo. La supervivencia y la reproducción biológicas se las arreglan bastante bien sin ella. Es fácil imaginarse un mundo de robots que hacen bien todas las cosas sin necesidad de conciencia. El otro pro­blema es que las máquinas, aun las más rápidas y mejor equipadas con los más sofisticados procesadores cuánticos en paralelo, siguen siendo finitas. Ya he comentado que las experiencias sensoriales de un ser hu­mano a lo largo de toda su vida podían ser capturadas en un zettabyte de información. Mas incluso aunque todo el universo conocido fuera un computador, no podría nunca realizar más de 10150 cálculos elementales (por la misma razón por la que los límites de la probabilidad universal son de 1 contra 1015º). Lo que uno entienda por computación elemental es diferente si se trata de un computador finito o de uno cuántico, pero no hay escape posible a la finitud de la computación, cualquiera que sea la forma que ésta adopte. En ningún punto de la existencia de tal computador se encontrará otra cosa que un número finito de unidades de información almacenadas en la memoria y un número finito de ope­raciones de procesamiento en fase de ejecución.

Así podemos ver que un universo infinito no puede admitir ni siquiera en principio la evidencia independiente. Mas tal vez la virtud explicativa de un universo infinito pueda superar su incapacidad para admitirla. ¿Qué sucede cuando un universo infinito no admite estar

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entado en una base física empírica? Puede ser propuesto sin como hipótesis metafísica. Realmente como hipótesis metafísica

realizando día a día una obra inmensa, no siendo la menor la ·itn edir toda forma de designio o diseño trascendente. Un uni­~nito asegura los recursos probabilistas, y éstos a su vez nos

'ten prescindir del designio en la naturaleza. Por su parte, los s probabilistas ilimitados nos permiten explicar absolutamente

por referencia al azar -no sólo los objetos ~aturales que real­fueron resultado del azar ni tampoco los ob1etos naturales que

ftllecen diseñados, sino también los objetos artificiales q~e ~e. hecho ·lbn diseñados. Y con esto no quiero decir que podamos JUShf~car -~n objeto artificial diciendo que su diseñador f~~ una me~~ con1unc10n de átomos de energía, de entorno y de genet1ca que hicieron que el cerebro y las partes corporales de ese diseñador se movieran de un modo tal que produjeron ese objeto artificial. Éste es precisamente el punto en cuestión. En cualquier caso, seguimos ha~la~do de ~n di­señador que, desde al menos un punto de vista practico, se dispuso

conscientemente a crear el objeto artificial. La idea de un número infinito de universos causalmente separados

permite una posibilidad aún más extravagante. ¿Era Arthur Rubin~tein un gran pianista, o fue justamente eso que cuando se sentaba al piano, sucedía por azar que ponía sus dedos sobre unas determinadas teclas

y producía una música maravillosa? Podría h~b~r. ocurrido ~or az~r, y que existiera algún rincón de un universo mfimto (es decir, algun mundo posible) en el que todo fuera exactamente como en nuestro mundo, salvo que la contrapartida de Rubinstein fuese incapaz de leer

0 apreciar la música pero que se sintiera increíblemente feliz siempre que se sentase al piano (al igual que si un mono teclease por azar y en un único intento el Paraíso perdido de Milton). Los ejemplos como éste pueden ser multiplicados. Hay mundos posibles en los que yo no supiera una palabra de aritmética y sin embargo pudiera sentarme ante mi computador y escribir extensos tratados probabilistas sobre el diseño inteligente. Tal vez Shakespeare fuera un genio, o tal vez fuera sólo un imbécil que justamente por azar acertó a conjuntar una larga serie de frases perfectas. Los recursos probabilistas ilimitados aseguran no sólo que jamás podremos conocer, sino tampoco poseer, una base racional

para preferir una posibilidad sobre otra. Mas no vayamos tan aprisa. Ante una fuente ilimitada de recursos

probabilistas, hay al parecer un camino para refutar semejante escepti-

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cismo anti-inductivo que consiste en admitir que, aunque los recursos . probabilistas ilimitados permitan posibilidades tan estrafalarias como éstas, esas posibilidades son sin embargo altamente improbables en la pequeña mota de realidad en la que vivimos. Los recursos probabilistas ilimitados hacen inevitables las posibilidades extravagantes a gran escala. El problema está en el modo de mitigar el disparate que éstas entrañan, y el único modo de hacerlo consiste en que tan pronto es admitida de estas disparatadas posibilidades, hacerla improbable a escala local. Así, en el caso de Rubinstein, podría haber mundos en los que alguien llamado Arthur Rubinstein fuera un famoso pianista mundial y no tu­viera la menor noción de música. Pero es infinitamente más probable que haya mundos en donde alguien llamado Arthur Rubinstein sea un pianista mundialmente famoso y un consumado músico. Y más aún: la inducción nos dice que el nuestro es ese mundo.

Mas ¿puede la inducción decirnos realmente esto? ¿Cómo sabemos que no estamos en uno de esos extravagantes mundos en donde las cosas que nosotros atribuimos de ordinario al designio suceden realmente por azar? Consideremos nuevamente el caso de Arthur Rubinstein. Imagine­mos que estamos en Enero de 1971 y nos encontramos en el Orchestra Hall de Chicago escuchando un concierto de Rubinstein. Mientras escucha su interpretación de la Rapsodia Húngara nº 2 de Listz, piensa usted para sus adentros: Sé que el hombre que estoy escuchando es considerado un gran músico. Pero hay una remota posibilidad de que él no tenga la menor noción de música y esté justamente aporreando el piano al azar. El hecho de que la Rapsodia Húngara de Listz estuviera brotando en cascada de los dedos de Rubinstein sería meramente un feliz accidente.

Y aún más, el «hecho» de que esa persona haya realizado esto mismo en muchos otros lugares, de que a menudo haya disertado elocuente­mente sobre música, y que esté perfectamente documentado que ha empleado muchos años de su vida desarrollando al parecer sus habili­dades ... , todo eso son también partes de la feliz coincidencia aportada por una infinidad de universos. Él no es más que un afortunado imbécil que aporrea un teclado de modo tal que casualmente da la impresión de un hombre que dramáticamente perfecciona sus habilidades, enjaretando cadenas de sonidos que dan justamente la impresión de un consumado músico. ¡Qué graciosa coincidencia! Por supuesto que la idea de un Rubinstein balbuceando ante las teclas de un piano y saliendo airoso es absurda. Pero si yo admito seriamente la existencia de infinidad de mundos externos al nuestro, entonces existe alguna contrapartida a mi

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ponderación de esos mismos pensamientos, sólo que esta vez estoy escuchando la actuación de alguien llamado Arthur Rubinstein que es p completo ignorante en música. ¿Cómo puedo estar seguro, entonces, lle no ser yo mismo esa contrapartida? _ _,. Por otra parte, ¿cómo sabemos que estamos escuchando a Arthur ~binstein, el genio musical, y no a Arthur Rubinstein, la afortunada ,.-sona afectada? Para responder a esta pregunta, planteemos primero Itria anterior cuestión: ¿Qué nos llevó a pensar que el personaje llama­do Arthur Rubinstein que actúa en el Orchestra Hall era un consumado .W.sico? Su reputación, su atavío formal y la famosa sala de conciertos son ciertamente buenos indicadores, pero no son ni necesarios ni sufi­cientes. E incluso así, una condición necesaria para reconocer la maestría musical de Rubinstein (es decir, el diseño) es que el personaje estaba ejecutando un programa de concierto especificado de antemano, en este caso ejecutando nota por nota la Rapsodia Húngara nº 2 de Listz. Dicho en otras palabras, todos reconocíamos que la actuación de Rubinstein estaba exhibiendo una complejidad especificada. Además, el grado de complejidad especificada exhibida por él nos capacitaba para afirmar cuán improbable era que alguien llamado Rubinstein estuviera tocando la Rapsodia Húngara con evidente pericia pero no tenía la menor noción de música. Concedido que al lector le puede faltar el vocabulario pro­babilista necesario para describir la actuación en estos términos, pero, no obstante, el reconocimiento de una complejidad especificada era allí necesario; sin ese reconocimiento no hubiera habido manera de atribuir al diseño y no al azar la ejecución de Rubistein.

Utilizamos la complejidad especificada para eliminar posibilidades estrafalarias en las que se asigna al azar lo que nosotros atribuimos al diseño. Y más aún, utilizamos la complejidad especificada para afirmar la improbablidad de esa extravagantes posibilidades y para justificar la eliminación de su ocurrencia por azar. Siendo éste el caso (y ciertamente lo es para los artefactos humanos), ¿sobre qué base podríamos atribuir al azar los fenómenos naturales que exhiben complejidad especificada? Ob­sérvese que aquí no estamos hablando sobre isomorfismo: la complejidad especificada en los artefactos es idéntica a la complejidad especificada en los sistemas biológicos.

¿Sobre qué base, entonces, podríamos atribuir al azar aquellos fenó­menos naturales que exhiben complejidad especificada? Conviene aclarar que la exageración de los recursos probabilistas no ayuda a rebajar el límite de la probabilidad universal y hace más difícil la atribución de

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diseño; la exageración de los recursos probabilistas elimina enterament los límites de la probabilidad universal: en el momento en que se pr: ' ponen recursos probabilistas ilimitados, algo así como una probabilidad ~o-cero tendrá que aparecer con seguridad en alguna parte y en algún tiempo. (Esto es una consecuencia de lo que los probabilistas llaman ley , de los grandes números).

Parece, sin embargo, que en la vida práctica admitimos que sean los límites de la probabilidad los que fijen la improbabilidad y con ello la , complejidad especificada. Una frase o un par de palabras repetidas por otro autor pueden ser suficientes para merecer la acusación de plagiario. Podría sucede~ por azar, y dados los ilimitados recursos probabilistas hay trozos de realidad en los que esto ha sucedido por azar. Pero nosotros no lo admitimos - al menos no en nuestro trozo de realidad. En la vida práctica, todos tendemos a no mostrarnos demasiado conservadores al establecer los límites de la probabilidad. Dicho en otras palabras, en la vida práctica no pedimos que algo se aproxime a una cosa tan impro­bable como el límite universal de probabilidad de 1 por 101so antes de eliminar el azar e inferir el diseño.

La dificultad de confrontar recursos probabilistas ilimitados puede ahora ser expuesta de manera bastante simple: no hay en principio ninguna manera de discriminar entre el uso de recursos probabilistas ilimitados para conservar el azar, y utilizar la complejidad especificada para eliminarlo. Se puede elegir el uno o la otra, pero no se pueden tener ambas cosas. Y el hecho es que utilizamos ya la complejidad especificada para eliminar el azar. Quisiera insistir en que no hay nin­gún camino privilegiado para realizar la discriminación. Sin embargo, la gente sigue discriminando. Por ejemplo, los científicos naturalistas invocan con frecuencia el naturalismo como presupuesto filosófico y los recursos probabilistas ilimitados como instrumento para retener el azar cuando en la empresa hay implicados diseñadores que son inaceptables para el naturalismo (p.ej. Dios). Entonces, dando un rodeo, utilizarán la complejidad especificada para eliminar el azar cuando haya implicados diseñadores que son aceptables para el naturalismo (p.ej. el espacio exterior de Francis Crack que inundó la tierra con la semilla de la vida según su teoría de la panspermia dirigida). Así pues, los propios natu­ralistas se muestran dispuestos a atribuir diseño a los objetos artificia­les que exhiben complejidad especificada y en los que plausiblemente pudo haber estado implicada una inteligencia incorporada; pero ante los objetos naturales que exhiben complejidad especificada pero que

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• muestran el menor vestigio de inteligencia incorporada, recurrirían a los ilimitados recursos probabilistas para poder atribuirles azar (o ~simplemente pretextarían ignorancia). ¿Por qué? No porque sea .igico. Ciertamente, la maniobra es enteramente arbitraria. Al plantear la

1 aaestión de la complejidad especificada y la de las inferencias de diseño,

1'1"°b. lema de lo.s recursos probabilis:as ~lim~tad~s coloca bajo cue~tión turalismo mismo, y no reporta nmgun bien mvocar al naturalismo

· resolver el dilema. - fo Estamos ahora en posición de comprender por qué un diseñador ' oterior al universo conocido podría en principio verse apoyado por la

eridencia independiente, mientras que un universo infinito no podría hacerlo nunca. Tenemos ya experiencia de inteligencias humanas y ani­ina}es que generan complejidad especificada. Si alguna vez descubriéra­mos evidencia de inteligencia extraterrestre, la complejidad especificada tendría que ser una característica necesaria de esa inteligencia. Así, cuando en la naturaleza encontramos una complejidad especificada que plausiblemente ninguna inteligencia evolucionada, incorporada o cosi­ficada, pudo haber colocado allí, la inferencia obligada es concluir que alguna inteligencia incorpórea debió haber intervenido. Indudablemente esto obliga a preguntarse cómo es posible que una inteligencia de este tipo pueda interactuar de modo coherente con el mundo físico (véanse también los capítulos veinte y veintiséis). Pero negarse a esta inferencia meramente por causa de un compromiso anterior con el naturalismo no es defendible. No hay ninguna vía adecuada para distinguir entre la utilización de la complejidad especificada para eliminar el azar en una ocasión, e invocar luego en otra los ilimitados recursos probabilistas para hacer plausible el azar.

El diseño, por tanto, tal como está ejemplificado por la complejidad especificada, admite la posibilidad de una evidencia independiente; un universo infinito con recursos probabilistas ilimitados no. La complejidad especificada puede ser un punto de contacto entre el universo conocido, que es finito, y una inteligencia fuera de él. Los diseñadores existentes dentro del mundo conocido generan ya complejidad especificada, y un diseñador externo a él podría potencialmente hacer lo mismo. Esto es lo que permite que la evidencia independiente venga en apoyo de los diseñadores incorpóreos. Supuesto que la naturaleza nos suministre ins­tancias de complejidad especificada que no puedan ser razonablemente atribuidas a ninguna inteligencia encarnada en un cuerpo, resulta convin­cente la inferencia a una inteligencia desencarnada, y cualquier instancia

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de complejidad especificada utilizada en apoyo de esta inferencia puede ser correctamente considerada como evidencia independiente.

Volvemos, pues, al parecer a nuestro propio y pequeño universo conocido, con su muy limitado número de recursos probabilistas pero

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también con sus crecientes posibilidades de detectar diseño. Es ésta una ', instancia en donde lo menos es más, donde tener pocos recursos proba .. · bilistas y un universo muy pequeño abre posibilidades al conocimiento y al descubrimiento que de otro modo estarían cerradas. Los recursos probabilistas limitados enriquecen nuestro conocimiento del mundo al capacitarnos para detectar diseño donde en otras circunstancias se nos escurriría de las manos. A su vez, los recursos probabilistas limitados nos protegen de la injustificada confianza en las causas naturales que los recursos probabilistas ilimitados invariablemente parecen engendrar. En resumen, los recursos probabilistas ilimitados eliminan el azar de los agujeros.

TRES

INFORMACIÓN

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[..'

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N~ORMºACIÓN Y MATERIA ¿Cuál es la diferencia entre información y materia, y qué papel juega cada una en la teoría del diseño inteligente?

IMAGINE EL LECTOR QUE es un decorador de interiores. El matrimonio Bill y Melinda French Cates lo contratan para que decore su mansión. Usted decide colocar un gran busto de mármol de Ludwig van Beethoven en la sala de música, y así contacta con un prometedor y excéntrico escultor para que esculpa el busto y lo entregue en la mansión. Al día siguiente, el escultor se presenta en la casa y le anuncia que ya lo ha terminado. Naturalmente, usted se muestra escéptico, pero el escultor arrastra un inmenso embalaje hasta la sala de música y al toque de trompeta des­cubre la «escultura». Lo que usted tiene ante sus ojos es un gran cubo de mármol. Sorprendido le pregunta al escultor dónde está el busto de Beethoven. «El busto está aquí», le contesta éste mostrándole su factura. «Usted no tiene más que retirar los restos del mármol». Ante su protes­ta, la cara del joven se pone roja de rabia y le grita, «¡Le desafío a que descubra una sola y única molécula del busto de Beethoven que no se encuentre en este bloque de mármol! ¡Contradígame y yo lo enviaré a usted y a su billonario cliente Mr. Cates directamente al manicomio!»

La discusión subía continuamente de tono, con cada uno de los con­tendientes tornándose más y más rojo de ira hasta que entró en la habita­ción el mismo Bill Cates. Trató de calmar a los dos y le preguntó primero al decorador y luego al escultor por el motivo de su discusión. «Dígame cuánto» dijo Cates tras haber escuchado la versión del escultor. «Estoy tan impresionado con esta escultura que en lugar de pagarle lo que hemos convenido, le voy a entregar una copia avanzada de la próxima generación de Microsoft Windows». En ese momento sacó Cates de su bolsillo un disco

«Tenga, aquí está. Es usted libre de vender el sistema opera­mercado negro o a quien quiera y siempre que usted quiera».

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146 ÜISE\:O INTEIICENTE

«¿Está usted loco?», le gritó el joven, usted se está burlando de mí. «Pero esto vale billones». «Démelo» gritó el escultor, y tomando el disco de la mano de Cates se acercó a un computador cercano. Después de algunos intentos y golpes de ratón, el escultor se volvió a Cates. «¡Este disco está en blanco! ¡Déme el sistema operativo!». «Pero, mi querido amigo» le res­pondió Cates posando su mano sobre el hombro del escultor, «le desafío a que encuentre una sola y única molécula del sistema operativo que no esté contenida en este disco. Usted no tiene más que eliminar el exceso de policarbonato y ahí lo tendrá».

Esta historieta ilustra la diferencia existente entre información y ma­teria. La materia es la sustancia en bruto capaz de adoptar cualquier nú­mero de formas. La información es lo que da forma a la materia, fijando una forma con exclusión de otras. Ambas palabras, materia e información derivan del latín. El nombre materia se refería en latín a la madera que se utilizaba para construir las casas. Más tarde designó cualquier material con el potencial para asumir diferentes figuras, formas o configuraciones. Información (del verbo latino informare) significa literalmente dar forma o figura a algo. A diferencia de la materia inerte o pasiva, que necesita ser actualizada, la información es activa. La información actúa sobre la materia para darle su forma, figura, configuración o estructura. (Quisiera advertir que utilizo aquí estos nombres de manera vaga e intercam­biable). Aristóteles habría distinguido la forma, en el sentido de forma sustancial o esencia, de la mera figura u ordenación. Sin embargo, para mis presentes propósitos basta con que esa forma o configuración sea correlacionada con la forma en el sentido de Aristóteles. Así, para que el mármol sea capaz de expresar la forma de la apariencia de Beethoven ha de ser esculpido o configurado de maneras muy particulares.

Como decorador de interiores, usted pagaría al escultor para que «informase» un bloque de mármol - para que tomase un bloque de mármol y le diese la forma o figura de Beethoven. Que el escultor le conteste que el cubo de mármol contiene ya el prometido busto de Beethoven (sólo tendría usted que eliminar algunos trozos de mármol) es por tanto totalmente inaceptable. Eso era precisamente lo que usted pagaba al escultor por su trabajo. Efectivamente, el cubo de mármol tiene el potencial de convertirse en un busto de Beethoven. Pero también tiene el potencial de tomar incontables formas distintas. Era tarea del escultor dar al mármol la forma que usted le pedía.

La relación entre materia, con su potencial para asumir cualquier posi­ble forma, e información, con su restricción de posibilidades a un estrecho

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Información y materia 147

margen de formas, es fundamental para nuestra comprensión del mundo. &;ta relación es válida igualmente para todos los artefactos humanos. Esto es cierto no sólo para los artefactos humanos compuestos de un material físico (como los bustos de mármol de Beethoven), sino también para los artefactos humanos encarnados en una sustancia más abstracta (como la poesía o la matemática). Ciertamente, el material bruto para muchas jnvenciones humanas no consiste en ninguna sustancia física, sino en un objeto mucho más abstracto, como son los caracteres alfabéticos, las notas

01usicales y los números. Por ejemplo, el material bruto para un soneto de Shakespeare consiste en veintiséis letras del alfabeto. Así como el busto de Beethoven está solo potencialmente en un trozo de mármol, del mismo modo un soneto de Shakespeare está sólo potencialmente en las veintiséis letras del alfabeto. Corresponde al escultor actualizar el busto de Beethoven, y corresponde a Shakespeare organizar adecuadamente esas veintiséis letras para que surja uno de sus sonetos.

La relación entre materia e información que aquí estamos describien­do es vieja y así fue entendida por los antiguos griegos, especialmente por los estoicos. Y aún más, nada se ha dicho hasta ahora sobre la re­lación entre materia e información que sea especialmente controvertido. El mundo consiste en un inmenso depósito de material en bruto a la espera de ser adecuadamente configurado. Está la materia, la sustancia pasiva e inerte que espera ser ordenada, y está la información, un prin­cipio activo o agencia que realiza ese ordenamiento. Ésta es una manera perfectamente clara y eficaz de dividir la experiencia y darle sentido al mundo. Una buena parte de nuestro conocimiento del mundo depende de que se entienda la relación entre materia e información.

Sin embargo, la relación entre materia e información se torna con­trovertida tan pronto le añadimos una nueva dimensión. Esto sucede cuando combinamos materia e información con diseño y naturaleza.

Información

Diseño

Materia

Figura 3

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Los ejemplos de información hasta aquí considerados se han centra­do sobre la actividad de una inteligencia diseñadora (un escultor o un escritor) que informa o le da forma a un determinado material en bruto (un bloque de mármol, o las letras del alfabeto). Pero las inteligencias diseñadoras no son los únicos agentes capaces de estructurar la mate­ria y con ello conferir información. La naturaleza es también capaz de estructurar la materia y dotarla de información.

Consideremos la diferencia entre unos maderos y una bellota. Para que los maderos puedan formar un barco es necesario contar con un diseñador que dibuje la maqueta, que tome luego los maderos y, siguien­do las instrucciones de esa maqueta, les confiera la forma del barco. Mas, ¿dónde está el diseñador que haga que la bellota se desarrolle en un espléndido roble? En ninguna parte. La bellota lleva dentro de sí el poder de transformarse en un roble.

Naturaleza y diseño representan por tanto dos modos de producir información. La naturaleza la produce, por así decirlo, internamente. La bellota asume la forma que debe mediante unos poderes internos a ella: la bellota es una semilla que está programada para producir un roble. Por su parte, el barco asume la forma que tiene mediante unos poderes externos a él: una inteligencia diseñadora que impone una estructura apropiada a los maderos que forman el barco.

Los antiguos griegos no sólo supieron distinguir entre información y

materia; igualmente conocieron la distinción entre diseño y naturaleza. Para Aristóteles, por ejemplo, el diseño consistía en capacidades externas a un objeto para producir una determinada forma con ayuda externa. Por su parte, la naturaleza consistía en capacidades internas a un ob­jeto para transformarse a sí mismo sin ayuda externa. Así, en el libro doce de la Metafísica, escribió Aristóteles: «[El diseño] es un principio de movimiento en algo distinto de la cosa movida; la naturaleza es un principio en la cosa misma». Y en el libro dos de la Física, Aristóteles se refirió al diseño como algo que completaba «lo que la naturaleza no podía llevar a término». (Obsérvese que Tomás de Aquino tomó esta idea y la consagró como la gracia que completa a la naturaleza).

La palabra griega traducida aquí como «diseño» es techne, de la cual hemos obtenido la palabra tecnología. En las traducciones de la obra de Aristóteles, la palabra más comúnmente usada para traducir techne es «arte» (en el sentido de «artefacto»). Diseño, arte y te ch ne son sinónimos. La idea esencial escondida tras estos términos es que la información le es conferida al objeto desde el exterior, y que, separadamente de esa infor-

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¡pación externa, el material que c~nstituye al_objeto es incapaz d~ asumir Por sí mismo la forma que éste tiene. Por e1emplo, las meras piezas de

dera no llevan en su interior la potencia de formar un barco. ina En cambio, la naturaleza sí tiene en su interior el poder de expresar información. Así, en el libro dos de la Física escribió ~ristóteles: «Si el arte de construir barcos estuviera en la madera, esos mismos result~dos ,.nan producidos por la naturaleza». Dicho en otras palabras, si_ l,as aeras piezas de madera tuvieran la capacidad de formar barcos, dma­¡nos que los barcos proceden de la naturaleza. La palabra griega que ~sotros traducimos por naturaleza es physis, de donde procede nuestra

alabra física. El significado de la raíz indo-europea oculta tras la palabra p d 'nf . , hysis es crecimiento y desarrollo. La naturaleza pro uce 1 ormac1on no

Por imposición desde fuera sino haciendo crecer o desarrollando desde ~entro estructuras ricas en información. Consideremos nuevamente la bellota. A diferencia de la madera, que requiere ser elaborada por un diseñador para formar un barco, las bellotas producen robles de manera natural; la bellota no necesita más que un entorno adecuado en el cual

crecer. La cuestión central en el debate sobre diseño inteligente y evolución

biológica puede por tanto ser establecida como sigue: ¿es la naturaleza completa en el sentido de poseer todos los recursos necesarios para producir la información rica en estructuras biológicas que v~mo~, a nuestro alrededor, o requiere también la naturaleza alguna contnbuc1on de diseño para producir esas estructuras? Aristóteles sostenía que el arte de construir barcos no está en la madera que constituye el barco. Ya hemos visto que el arte de componer sonetos no se encuentra en las letras del alfabeto. Del mismo modo el arte de esculpir estatuas no está en la piedra de la cual están hechas las estatuas. Cada uno de estos casos requiere un diseñador. Así también, la teoría del diseño inteligente sostiene que el arte de construir la vida no se encuentra en la materia física que constituye la vida, sino que exige la presencia de

un diseñador.

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¿Cómo se relaciona la teoría matemática de la información con el diseño inteligente; y más específicamente, con el criterio que éste emplea para detectar diseño, es decir, la complejidad especificada?

CUANDO PENSAMOS EN LA INFORMACIÓN, nos representamos de ordinario una serie de oraciones que mutuamente nos comunicamos unos a otros. El vehículo de la comunicación es aquí el lenguaje, y la información es el significado comunicado por alguna manifestación o expresión lingüística. Esta descripción de la información difiere marcadamente de la imagen que nos brinda la teoría matemática de la información. La idea ordinaria de información se centra en el significado y trata como secundario el vehículo lingüístico utilizado para su transmisión. En cambio, la imagen matemática de la información se centra exclusivamente en el vehículo e ignora completamente el significado.

Consideremos un espía que tiene que averiguar las intenciones de un enemigo - con independencia de que ese enemigo pretenda declarar una guerra o preservar la paz. El espía se ha puesto de acuerdo con su

cuartel general sobre qué tipo de señal indicará guerra y cuál indicará paz. Imaginemos que el espía envía a sus jefes un mensaje por radio y que cada transmisión tiene la forma de una cadena de bits (es decir, una secuencia de ceros y unos). El espía y el cuartel general acordaron de antemano que O significaría guerra y que 1 significaría paz. Pero puesto que el ruido del canal de comunicación podría hacer saltar de O a 1 y viceversa, sería prudente admitir alguna redundancia en la transmisión. Así pues, el espía y el alto mando podrían acordar que 000 representara

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fl'etra y 111 paz, y que cualquier otra c~mbinación sería consid~rada ,.w,,mo error de transmisión. O tal vez pudieran acordar que. el esp1a ~o­

- 'ibnrúcara en lenguaje natural utilizando el código Morse s1 el enemigo

' pianeaba ir a la guerra o mantener la pa~. . / . Este ejemplo ilustra de qué modo la mformac1on, en el sentido del

-~cado, puede permanecer const~nte aun~~e pueda ~ariar el. ve~í­que represente y transmita esa informac10n. En la vida ordmana,

,que nos interesa es el significado. Si nos encontramos en un cuartel ilMi.eral, queremos saber si vamos a entrar en la guerra o mantenernos ··~~az. Pero desde la perspectiva de la teoría matemática de la infor-mación, lo único importante son las propiedades matemáticas de las expresiones lingüísticas que utilizamos para representar el significado. Si representamos guerra con 000 en tanto que opuesto a O, necesitamos el triple de bits para representar la guerra, y desde el punto de vista de la teoría matemática de la información estamos usando tres veces más información. El contenido informacional de 000 es tres bits mientras que

el de O es justamente 1 bit. Claude Shannon inventó la teoría matemática de la información poco

después de la Segunda Guerra Mundial. La inspiración para su teoría le vino de su trabajo sobre criptografía durante la guerra. En criptografía, los mensajes importantes se envían encriptados para impedir que el enemigo pueda leer el correo de uno. Lo importante en criptografía es contar con un esquema seguro de encriptación-descriptación: ser capaz de codificar eficientemente los mensajes como cadenas de caracteres de algún alfabeto y luego transmitir también de manera eficiente esas

cadenas de caracteres por los canales de comunicación. El significado real de una cadena de caracteres tiene por tanto

asiento de segunda clase en la teoría matemática de la información. Pensemos en la teoría matemática de la información como un servidor de Internet. El servidor de Internet no se interesa por el significado de sus mensajes por e-mail ni por los productos que usted intenta vender

a través de su página web. Lo que a él le interesa es que las cadenas de caracteres que usted utiliza para transportar significados en sus co­rreos electrónicos o en sus sitios web, sean almacenadas y transmitidas

con total seguridad. De esto es de lo que trata la teoría matemática de la información. Específicamente, se ocupa de cuantificar la información de esas cadenas de caracteres, de caracterizar las propiedades estadís­ticas de tales cadenas cuando son transmitidas a través de un canal de comunicación ruidoso (el ruido es típicamente representado como un

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152 DISEÑO INTELIGENTE

proceso estocástico que rompe las cadenas de modos estadísticamente 1",

bien definidos), de preservar las cadenas a pesar de la presencia de ruido (teoría de los códigos de corrección de errores), de comprimir las cadenas para aumentar su eficacia, y de transformar las cadenas en otras para mantener su seguridad (criptografía).

Aunque la teoría de Shannon empezó como una teoría sintáctica re­lativa a cadenas de caracteres basada en un alfabeto fijo, rápidamente se convirtió en una teoría estadística. Los caracteres de un alfabeto tienen a menudo diferentes probabilidades de ocurrencia. (Las letras de nuestro alfabeto ordinario aparecen con una amplia variación de frecuencia; p.ej., la letra e ocurre en torno a un 12 por ciento, pero la letra q se mueve en torno al 1 por ciento; en cambio la u a continuación de la q está en el 100 por cien). Estas probabilidades determinan a su vez la cantidad de información que una determinada cadena puede transmitir. En general, la cantidad de información contenida en una cadena de caracteres es función de la improbabilidad de esa cadena. Así, cuánto más improbable es una cadena, más información habrá almacenada en ella.

Para comprender lo que acabamos de decir, consideremos la afir­mación «está lloviendo». Esta proposición será tanto más informativa (en sentido semántico ahora) cuanto más improbable sea. Si se refiere al tiempo en el Desierto del Sahara en pleno verano, cuando la probabilidad de lluvia es bajísima, la afirmación será altamente improbable y altamen­te informativa, pues nos está diciendo algo que nunca podríamos haber imaginado. Pero si la afirmación se refiere al tiempo en Galicia durante la primavera, cuando la probabilidad de lluvia es muy alta, entonces esta frase será a la vez probable y poco informativa, pues nos está diciendo algo que fácilmente podríamos haber imaginado. La teoría matemática de la información recoge este rasgo de nuestro modo ordinario de enten­der la información, y asigna en consecuencia una alta probabilidad a las manifestaciones con poco contenido informativo, y una baja probabilidad (alta improbabilidad) a las de alto contenido informativo.

Dada esta caracterización de alta y baja información en términos de probabilidad, no hay razón alguna para confinar la teoría matemática de la información a las cadenas de caracteres. Ciertamente, toda referencia a clases de posibilidades que admiten una distribución de la probabilidad, es terreno abonado para la teoría matemática de la información. Pues ge­nerar información significa identificar una posibilidad y eliminar el resto. Cuántas más posibilidades queden eliminadas, y, por tanto, más improba­ble sea la posibilidad que realmente se obtiene, mayor será la información

rtoria de la información 153

rierada. No eliminar ninguna posibilidad equivale a una tautología, que no transmite ninguna información. «Está lloviendo o no está lloviendo» es una proposición verdadera, pero no contiene información alguna. Por otra parte «está lloviendo» es informativa porque descarta la proposición -no está lloviendo». Además, «está lloviendo» es informativa en el mismo grado en que la proposición sea improbable. (La afirmación de la lluvia ,erá más informativa en el Desierto del Sahara que en Galicia). o{'· Generar información equivale por tanto a eliminar posibilidades. Además, la cantidad de información así generada corresponde a la probabilidad de la posibilidad (o rango de posibilidades) que no ha sido eliminada. Mas ¿quién o qué elimina esas posibilidades? En la práctica hay dos fuentes de información: la agencia inteligente y los procesos físicos. Esto no quiere decir que estas fuentes de información sean mutuamente exclusivas; los seres humanos, por ejemplo, son a la vez agentes inteligentes y sistemas físicos. Tampoco queremos decir que estas fuentes de información agoten todas las fuentes de información lógicamente posibles; es concebible que pudieran existir procesos aza­rosos no físicos que generasen información.

Aunque existen procesos físicos que no son agentes inteligentes pero que pueden generar información, hay un sentido en el cual la informa­ción, cualquiera que sea su fuente, es irreductiblemente conceptual, lo cual presupone una agencia inteligente. Esto se debe a que la misma clase de referencia de posibilidades que establece el escenario para la generación de información debe invariablemente ser delineada por un agente inteligente. Así pues, la información, aparte de cualquier otra cosa que pudiera decirse sobre ella, no puede ser nunca aconceptual o enteramente independiente de la mente.

No obstante, una vez que un agente inteligente identifica una clase de referencia de posibilidades, es cuestión distinta preguntarse si la infor­mación generada desde esa clase de referencia es resultado de un agente inteligente o de un proceso físico. Un agente inteligente puede identificar explícitamente un modelo dentro de la clase de referencia de posibilida­des y con ello generar información. Y, alternativamente, un proceso físico puede producir un suceso, representado como una posibilidad dentro de la clase de referencia de posibilidades, y con ello generar información. Llamemos inducida-por-agente o información conceptual al primer tipo de información e inducida-por-suceso o información física al segundo.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando coinciden la información conceptual y la información física? Por ejemplo, ¿qué sucede si, como acto concep-

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tual, los investigadores de SETI identifican una secuencia de númer primos y luego, como ocurre en la película Contact, esa misma secuen es transmitida, como si fuera un suceso físico, a los radio-telescopios q ~

esos mismos investigadores de SETI controlan? Precisamente una conr, cidencia como ésta es lo constitutivo de la complejidad especificada. '

Mas adviértase que esta coincidencia no juega ningún papel en teoría de la información de Shannon. Esta teoría se interesa simpleme por la generación de información desde una clase de referencia de p •. sibilidades. Para la teoría de Shannon es irrelevante que la informaciól, generada sea inducida por un agente o por un suceso. La complejidaq especificada, en cambio, exige una reglamentación dual de las posibili .. , dades: una de ellas por un agente inteligente que identifica un modelo

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y la otra por procesos físicos que inducen un suceso. Cuando las dos coinciden, la probabilidad es pequeña y el modelo puede ser identi­ficado con independencia del suceso, decimos que ese suceso exhibe 11

complejidad especificada. La complejidad especificada (o información especificada compleja,

como también se la llama) es por tanto una forma de información so­brealimentada. Con seguridad, la complejidad especificada es consistente con la idea básica oculta tras la información: la reducción o eliminación de posibilidades desde una clase de referencia de posibilidades. Pero mientras que el entendimiento tradicional de la información es unario, por concebir la información como una reducción de posibilidades única, la complejidad especificada es una forma binaria de información. La com­plejidad especificada depende de una reducción dual de posibilidades: una reducción conceptual (es decir, información conceptual) combinada con una reducción física (o sea, información física). Por su parte, estas reducciones duales deben ser coordinadas para que la información física encaje en los modelos establecidos por la información conceptual.

Este enfoque teórico-informativo de la complejidad especificada es exactamente equivalente al enfoque teórico-diseñador de la complejidad especificada asociada con la inferencia de diseño, al criterio de especi­ficación de complejidad, y al filtro duplicativo descrito anteriormente (véase parte dos). Pero lo que aquí nos interesa es la conexión entre diseño inteligente y teoría de la información: detectar diseño mediante el criterio de especificación-de-complejidad es equivalente a identificar la información especificada compleja.

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L /PROBLEMA DEtL~.' JNFOlMACIÓN

,.· N ,,,~lOLOG.f A ¿Cuál es el problema de la información en biología, y cómo tratan los biólogos de resolverlo?

EN UNA CONFERENCIA AMPLIAMENTE CITADA, el Premio Nobel David Baltimore observaba, «La biología moderna es una ciencia de la infor­mación». Manfred Eigen, Bernd-Olaf Küppers, John Maynard Smith y muchos otros biólogos han identificado igualmente a la información con el problema central de la biología. Para que la materia sea viva ha de estar adecuadamente estructurada. Un organismo vivo no es un mero trozo de materia. La vida es algo especial, y lo que la hace singular es la disposición de su materia en formas muy específicas. Dicho en otras palabras, lo que hace que la vida sea algo único es la información. ¿De dónde viene la información necesaria para la vida? Esta cuestión no puede ser soslayada. La vida no ha existido siempre. Hubo un tiempo en la historia del universo en el que toda la materia carecía de vida. Y luego apareció la vida - en la tierra y tal vez en otras partes.

La aparición de la vida constituye una revolución en la historia de la materia. Un inmenso abismo separa al mundo orgánico del inorgánico, y ese abismo puede ser acertadamente caracterizado en términos de información. La materia del polvo que pisamos y la materia que cons­tituye nuestros cuerpos es la misma. Sin embargo, la organización de esa materia - la información - difiere enormemente en estos dos casos. El problema de la información en biología es el de determinar si (y en tal caso, cómo) las fuerzas puramente naturales son capaces de tender un puente sobre el abismo que separa los dos mundos, el orgánico y el inorgánico, al igual que el que existe entre los diferentes niveles de

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complejidad dentro del mundo orgánico. Y a la inversa, el problema de la información en biología es el de determinar si (y de qué modo en tal caso) el diseño es necesario para complementar a las fuerzas puramente naturales en el origen y subsiguiente desarrollo de la vida.

No todas las estructuras biológicas u organizaciones son igualmente relevantes para decidir si la vida obedece a un diseño. Por ejemplo, el mecanismo darwiniano de la selección natural actuando sobre una variación aleatoria es el responsable de algunas características de los sistemas biológicos. La resistencia de las bacterias a los antibióticos y la de los insectos a los insecticidas puede ser explicada fácilmente en términos de mecanismos darwinianos. Pero ¿puede este mecanismo o cualquier otro puramente natural explicar de qué modo surgieron las bacterias y los insectos en primer lugar? Y en caso contrario, ¿qué decir sobre la información exhibida por unos sistemas que de manera conclusiva nos están indicando que no fueron formados por medios puramente naturales?

Decir que algo ha sido formado por medios puramente naturales es lo mismo que decir que ese algo es resultado de la necesidad, del azar o de una combinación de ambas cosas. Pero la afirmación de que un cierto sistema biológico es diseñado necesita, como mínimo, la demostración de que el tal sistema no pudo haber sido formado por los anteriores medios. Y esto a su vez exige negar la necesidad, el azar y la combinación de ambos como factores suficientes para explicar el sistema biológico en cuestión. Lo cual no quiere decir que las fuerzas naturales no participa­ran en ello. Por ejemplo, así como un viejo automóvil oxidado muestra los efectos del diseño (ingeniería) y de las fuerzas naturales (oxidación y corrosión), del mismo modo los sistemas biológicos pueden exhibir también los efectos del diseño y de las fuerzas naturales.

Consideremos algo más atentamente el azar, la necesidad y la com­binación de ambas cosas. Y examinemos primeramente una estructura biológica que sea resultado de la necesidad. La formación de esa estruc­tura tendría que obedecer a unas razones tan fiables como el hecho de que el agua se congela cuando se rebaja adecuadamente su temperatura. Por tanto, no habría necesidad de explicar esa estructura en términos de diseño; una regularidad que obedece a una ley de la naturaleza la explicaría perfectamente. Sin duda, a veces nos gustaría poder atribuir al diseño el necesario proceso responsable de alguna estructura biológica, pero ésta es una cuestión diferente. Atribuir diseño en este caso sería como atribuir diseño a la propensión del agua a congelarse por debajo

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de cierta temperatura. Tal vez el agua haya sido diseñada de este modo. Pero los procesos que se apoyan en una necesidad están considerados J!lás como hechos brutos de la naturaleza que como productos del diseño. El problema no es el de explicar que algún objeto que es resultado de an proceso necesario imposibilita el diseño, sino que decisivamente el tal objeto no puede implicar nunca diseño. wc Consideremos ahora el azar. Si alguna estructura biológica es razona­Memente verosímil no hay razón alguna para invocar el diseño. El azar ..,..ya se trate del puro azar o del azar combinado con la necesidad- se ecupa de este caso sin dificultad alguna. Del mismo modo, si alguna estructura biológica es increíblemente improbable pero se resiste a ser especificada, tampoco hay razón alguna para invocar al diseño como explicación de ella. Por ejemplo, la disposición exacta de los lunares e imperfecciones en la piel de la espalda es altamente imprecisa, pero no hay ningún patrón que la especifique. Su modelo no es independiente, sino arbitrariamente dado.

Acabamos de sostener que la complejidad especificada es una con­dición necesaria para detectar diseño biológico. Así, para descartar que un determinado sistema biológico pueda ser un producto de fuerzas puramente naturales, hemos tenido que mostrar que el sistema es con­tingente, complejo y especificado. En tal caso decimos que el sistema exhibe una complejidad especificada. En capítulos anteriores afirmé que la complejidad especificada era un criterio fiable para detectar diseño. Según lo que acabamos de decir, se puede afirmar ahora que la com­plejidad especificada no es sólo una condición necesaria sino también suficiente para la detección de diseño.

Ahora bien, según vimos en el capítulo diecisiete, la complejidad especificada es también un tipo de información. Además, es el único tipo de información capaz de detectar diseño de manera fiable. Pues a menos que algo sea contingente, complejo y especificado, tendrá que ser atribuido a la necesidad, al azar o a la combinación de ambos. Sin complejidad especificada, toda la explicación biológica queda reducida a mecanismos naturales (es decir, mecanismos que solamente invocan necesidad, azar o su combinación). La complejidad especificada es por tanto la clave para resolver el problema de la información en biología.

En consecuencia, si la complejidad especificada es manifiesta en los actuales sistemas biológicos, estamos justificados en atribuir al diseño tales sistemas. Pero esto no quiere decir que todos los aspectos de

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158 DISEÑO

tales sistemas sean diseñados. (Algunos de ellos pueden ser debidos a fuerzas puramente naturales). Pero así como los artefactos humanos son legítimamente atribuidos al diseño incluso aunque muestren sig~ nos de utilización de fuerzas naturales, del mismo modo los sistemas biológicos que exhiben una complejidad especificada son legítimamente atribuidos al diseño incluso aunque las fuerzas naturales los hayan modificado también a lo largo del tiempo. Organismos que exhiben diseño, pero que muestran igualmente los efectos de la historia y de las puras fuerzas naturales, han operado siempre a lo largo de la historia.

Una de las principales tareas que ha de abordar el diseño inteligente en tanto que programa de investigación científica, es la de rastrear la huella de la complejidad especificada en los sistemas biológicos y mostrar con ello los puntos en los que el diseño entró decisivamente en la biología. La complejidad especificada es un indicador empírico fiable de la inteligencia de la misma manera que las huellas dactilares son un fiable marcador empírico de la presencia de una persona. La complejidad especificada detecta por tanto el diseño de manera fiable. Tan pronto un objeto exhibe complejidad especificada, podemos estar seguros de que el tal objeto es diseñado. Pero establecer la complejidad especificada de un objeto, requiere sin embargo que se muestren dos cosas: que el objeto en cuestión es especificado y que es complejo o improbable.

La especificación no es nunca un problema en la práctica. Muchas estructuras biológicas son especificadas en virtud de unos requisitos funcionales independientemente dados que ellas satisfacen. Considé­rese, por ejemplo, el flagellum bacteria!, un propulsor bidireccional dirigido por un motor que mueve a ciertas bacterias a través de su medio acuoso. Un modo de comprobar que el flagellum bacteria! es especificado consiste en verificar que los seres humanos desarrollaron esos mismos propulsores accionados por un motor mucho antes de que pudieran imaginar siquiera que el flagellum era una tal máquina. (Estos propulsores fueron de uso común en la navegación del siglo diecinueve, mas la función del flagellum no fue descubierta hasta los comienzos del veinte). Pero esto no quiere decir que la función bio­lógica de un sistema constituya una especificación; los seres humanos debieron haber inventado independientemente un sistema que realizara la misma función. Sin embargo, la invención independiente fortifica aún más a la especificación.

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~ En cualquier caso, ningún biólogo se pregunta si los sistemas fun­clonales que surgen en biología son o no son especificados. La cuestión es siempre la de decidir si el mecanismo darwiniano o cualquier otro puramente natural pueden superar las enormes improbabilidades que a priillera vista parecen rodear a tales sistemas. Al parecer, ese mecanismo p.ociría dividir esa gran improbabilidad en una serie de probabilidades -'8 manejables. Su tarea sería, por tanto, la de tornar probable lo que ., otro modo parece ser altamente improbable. .. :- Al tratar de explicar la complejidad especificada, los biólogos de wndencia mecanicista acaban siempre justificando la complejidad o la knprobabilidad asociada con sistemas biológicos especificados. Atribuir complejidad a algo debe ser altamente improbable con respecto a todos los mecanismos naturales actualmente conocidos. Por tanto, que un me­canismo natural siga su curso y explique un hecho que anteriormente era considerado complejo, significa que el hecho en cuestión ha dejado de ser complejo respecto al mecanismo recién descubierto.

Existen varias estrategias para justificar la complejidad de manera mecanicista. Y puesto que tales estrategias surgen repetidamente en las discusiones sobre diseño inteligente, será útil exponerlas aquí.

Estrategia 1: Generación espontánea. Decir que una estructura biológica ha surgido por generación espontánea es lo mismo que decir que ha surgido repentinamente por sí misma: en un momento dado no existía, mas al siguiente sí. Invocar la generación espontánea es recurrir al puro azar. El término generación espontánea es bastante co­mún. Hace 150 años se pensaba que las moscas y los ratones podían nacer espontáneamente de la putrefacción de la carne y de los trapos sucios. Pero la generación espontánea de organismos pluricelulares complejos como moscas y ratones ha dejado de tomarse en serio en la comunidad de los biólogos. Sin embargo, los investigadores del origen de la vida sí se toman en serio la generación espontánea de estructuras biológicas menos complejas, como las simples moléculas auto-replicativas. Si son lo bastante simples, puede que no fuera tan improbable, y por tanto cabría razonablemente esperar que se forma­ran por puro azar.

Estrategia 2: Divide y vencerás. A los biólogos opuestos al diseño no les queda otra opción que la de explicar la emergencia de los sistemas biológicos altamente complejos en términos de la evolución de otros más simples. Dado un sistema biológico con un alto grado de complejidad, no hay ninguna posibilidad de que hubiera podido formarse por gene-

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ración espontánea: simplemente, es demasiado improbable. Por tanto tuvo que existir anteriormente algún sistema precursor más simple, y por ello menos improbable que el sistema en cuestión, del cual pudiera haber surgido con razonable probabilidad y mediante un ciego proceso evolutivo el actual sistema. Si el sistema precursor fuera demasiado improbable para haberse formado por generación espontánea, entonces este mismo sistema necesitaría a su vez un precursor, que a su vez podría requerir a otro, y así hasta llegar a un sistema que fuera capaz de formarse por generación espontánea. El mecanismo darwiniano de variación aleatoria y selección natural es la principal estrategia en bio­logía de la táctica del «divide-y-vencerás». De acuerdo con ésta, cada generación en la historia evolutiva de un organismo representa una reunión de variación aleatoria y selección natural, y por tanto una etapa infantil en el camino evolutivo del organismo. El mecanismo darwiniano es una prueba por ensayo-y-error, donde la selección natural aporta el ensayo y la variación aleatoria el error. Y, como ocurre con todos los mecanismos de ensayo y error, el darwiniano avanza a base de progresos lentos y graduales. En la medida en que pueda decirse que triunfa en absoluto, el mecanismo darwiniano logra triunfar mediante abundantes divisiones e innumerables conquistas mínimas.

Estrategia 3: Auto-organización. El darwinismo hace del azar, bajo la forma de variación aleatoria, una fuerza creativa en biología. Al mismo tiempo, el mecanismo darwiniano no permite que el azar campe por sus respetos. Para refrenar la variación azarosa, introduce la selección natural y elige luego aquellas variaciones que confieren idoneidad biológica. De esto se sigue que el azar es la fuente de la creatividad del mecanismo darwiniano. En cambio, para la auto-organización es la necesidad, más que el azar, la fuente de la creatividad biológica. Si la imagen del me­canismo darwiniano consiste en una serie de pasos infantiles subiendo a una alta montaña (d. Richard Dawkins, Escalando el monte improbable), entonces la imagen de la auto-organización es la de un torbellino que revoluciona un fluido e inevitablemente lo arrastra hacia abajo. El azar sigue también actuando con el torbellino. Por ejemplo, el modo en que éste oscile en torno a su centro estará determinado por el azar. Pero la auto-organización global del comportamiento «giratorio» del torbellino es un asunto de necesidad y no de azar. De acuerdo con el enfoque auto-organizativo de la complejidad biológica, así como el agua some­tida a unas determinadas condiciones produce un remolino, del mismo modo las leyes de la física y de la química introducen en la materia

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propiedades auto-organizativas que, bajo las condiciones adecuadas, producen estructuras biológicas complejas.

Estrategia 4: Pasar la pelota a otro. Suponga el lector que se encuen­tra ante un agujero que hay que rellenar. Un modo de hacerlo consiste en cavar otro agujero, tomar la tierra de éste y llenar el primero. Pero ahora tiene ante sí un nuevo agujero que también tendrá que relle­,llaf. Muchas de las tentativas para abordar el tema de la complejidad especificada adoptan este enfoque: rellenar un agujero cavando otro. O dicho en otras palabras: pasando la pelota a otro. Quizá el ejemplo más conocido de pasar la pelota a otro sea la teoría de Francis Crick sobre la «panspermia dirigida». La palabra panspermia se refiere a la fecundación de la tierra desde el espacio exterior con las semillas de la vida. En algunos relatos de panspermia, las bacterias viajaron hasta los asteroides, los convirtieron en planetas como la tierra y con ello introdu­jeron la vida en los planetas (la vida que a partir de entonces empezó a evolucionar). Las teorías de la panspermia intentan explicar el problema del origen de la vida (aunque no su evolución). En la teoría de Crick de la panspermia dirigida, las bacterias no viajaron hasta un asteroide sino que fueron intencionadamente transportados por unos habitantes inteligentes del espacio que deliberadamente las dejaron en planetas se­mejantes a la tierra. Crick mantuvo esta teoría porque la vida era para él algo demasiado frágil para poder sobrevivir en asteroides desplazados a grandes velocidades por el espacio (las naves espaciales son más seguras) y también porque la vida le parecía demasiado improbable para haber surgido sobre la tierra. Así pues, Crick pasa la pelota a algún lugar desconocido del universo donde la vida pudiera haber encontrado tal vez mejores oportunidades de surgir empujada por fuerzas puramente naturales. La vida sobre la tierra queda con esto «explicada», pero la vida en algún desconocido lugar del universo sigue siendo un misterio. Pasar la pelota no es una solución, pues lo que con esto se intenta es encarar el reto de la complejidad especificada no mediante una refutación real sino buscando la posibilidad de una solución naturalista en otra parte. Lo que con esto se consigue es posponer más que resolver.

Éstas son las cuatro principales estrategias que los biólogos utilizan para burlar el desafío de la complejidad especificada tratando así de resolver el problema de la información en biología. Estas estrategias son utilizadas a veces por separado y a veces en combinación. Crick, por ejemplo, se sirve de la estrategia de «pasar la pelota» para explicar el origen de la vida y luego pasa a la de «divide y vencerás» para ex-

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plicar su subsiguiente evolución. Stuart Kauffman utiliza la estrategia de la «generación espontánea» para obtener un simple replicador, la de «divide y vencerás» para explicar las operaciones cotidianas de la evolu­ción y luego invoca la «auto-organización» para obtener la evolución de ciertos restos que la estrategia de «divide y vencerás» no ha conseguido explicar. Todas estas estrategias han fracasado en su intento de impedir el progreso de la complejidad especificada en sistemas biológicos tales como el flagellum bacteria!.

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N~ORMACIÓN EX NIHILO ¿Es la naturaleza completa en el sentido de poseer todas las capacidades necesarias para producir las estructuras ricas en información que vemos en el mundo y especialmente en biología? ¿O hay aspectos informacionales del mundo de los cuales la naturaleza no puede dar cuenta por sí sola sino que requiere la guía de una inteligencia?

ESTA CUESTIÓN SE PREGUNTA si la naturaleza, concebida en términos no teológicos o puramente naturalistas, puede generar por sí misma toda la variedad de sus diversas producciones. En el contexto de la biología, podríamos plantearla de esta manera: ¿Posee la naturaleza todo lo que es necesario para producir la vida, y en caso contrario, qué es lo que le falta? Es evidente que la naturaleza aporta los materiales brutos para la vida. Pero lo que aquí se plantea es una cuestión diferente: ¿Llevan estos materiales dentro de sí el poder o capacidad para producir la vida? Y si no es así, ¿existe algo con una potencia o capacidad tal que en conjunción con la naturaleza puede producir la vida?

Convendría aclarar en primer lugar que la cuestión que aquí estamos proponiendo no es en absoluto tan simple como la de preguntar si las letras del alfabeto tiene el poder de producir un texto con sentido. Es evidente que las letras no tienen de por sí ese poder o capacidad. Karl Marx solía decir bromeando que las veintiséis letras del alfabeto eran los soldados con los que él conquistaría el mundo. Algunos dirían que casi lo logró. Pero obsérvese que los soldados necesitaban la dirección de Marx (o el generalato, por continuar con su metáfora militar). Pero por sí mismas, las letras del alfabeto son inertes. No contienen, por ejemplo, lo fundamental para producir El Capital de Marx. Pero la conjunción de

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Marx con las letras del alfabeto, lo consiguió sin embargo. Y esto lleva a preguntarnos cómo surgió el propio Marx.

Desde una perspectiva darwiniana, toda inteligencia diseñado como Marx es el resultado de un largo y ciego proceso evolutivo. D sistida y sin el control de una inteligencia, la naturaleza parte de tierra inerte y, a lo largo del curso de la historia natural, va produci do formas de vida que eventualmente evolucionan hacia unos 8

humanos como Karl Marx, quien entonces escribe tratados de econo como El Capital. Dentro del darwinismo, son sólo las fuerzas naturales_' como la selección natural y la variación aleatoria, las que controlan el proceso evolutivo. Las inteligencias diseñadoras evolucionan dentro de este proceso, pero no juegan ningún papel en él ni lo controlan.

Mas ¿cómo se puede determinar si la naturaleza posee lo que nece­sita para producir la vida? No permitamos que la misma cotidianidad de la vida nos deje ciegos. Miramos a nuestro alrededor y la vida se nos aparece por todas partes. Pero hubo un tiempo en el que la tierra no albergaba ningún organismo multicelular como nosotros. Antes de eso, la tierra no contenía el menor vestigio de vida, ni siquiera el de las formas unicelulares. Y aún antes, ni siquiera había tierra, ni sol, ni luna, ni otros planetas. Y además, si los físicos están en lo cierto, hubo un tiempo en el que tampoco existían estrellas o galaxias, sino sólo partículas elementales como los quarks densamente empaquetadas y a temperaturas increíblemente altas. Este estado debió coincidir con el momento inmediatamente posterior al big bang.

Supóngase que regresamos a aquel momento. Dada la historia del universo a partir de entonces, podríamos decir en retrospectiva que todas las posibilidades para las formas vivas complejas como nosotros estaban ya presentes de alguna manera en aquel primer momento del tiempo (en un sentido similar al que nos permite decir que en un bloque de mármol están presentes muchas posibles estatuas). A partir de aquel primer estadio del universo, se irían formando eventualmente las ga­laxias y las estrellas, luego el planeta tierra, a lo cual seguirían las formas unicelulares de vida, y finalmente unas formas de vida tan complejas como la nuestra. Pero todo esto no nos dice aún cómo llegamos aquí ni si la naturaleza tuvo el suficiente poder creativo para producirnos sin contar con el diseño.

En Genes, Genesis and God, el filósofo Holmes Rolston pone el dedo en la llaga. Empieza observando que los seres humanos no están invi­siblemente presentes en los primitivos organismos unicelulares de la

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, manera en que el roble está presente en una bellota. El roble

' liega en forma legiforme o programática su ~roc~dencia ~e una . . Pero no puede decirse lo mismo de la gran h1stona evolutiva que .a a los organismos unicelulares en un extremo y a los hombres en , . No hay ningún sentido en el cual los seres humanos e incluso

ganismos multicelulares puedan estar latentes en ~o~ organismos lulares, y mucho menos aún en los elementos qmm1cos carentes ida. Según Rolston, sostener que la vida está ya de algún modo

ente presente en los elementos químicos inertes, o que los sistemas ·lógicos complejos se encuentran también presentes en los sistemas

llllf>lógicos simples, es «un acto de fe especulativa». .

En la ciencia no basta con afirmar meramente una tesis; hay que tT. . .4e1Ilostrarla. No es suficiente, por tanto, contentarse con decir que la na-lfUrélleza cuenta con los poderes causales necesarios para producir formas

'vientes. Hay que demostrar realmente que la naturaleza posee esos .. .. fOderes causales. Y lo que e~ _más, no~ot~os no nos podemo~ perm_it~r ,ya el lujo de pensar, como hic1ero~ Anst~t~les ~ muchos antiguos filo­sofas, que la vida y el universo habian existido siempre. Ahora sabemos que la tierra no ha existido siempre y que en sus primeros tiempo,s _era tanto inhabitada como inhabitable - una tempestuosa caldera estenl y

abrasadora. Mas de alguna manera, a partir de unos simples componentes

inorgánicos en la joven tierra carente de vida, comenzaron a emerger formas de vida que requerían unas biomacromoléculas increíblemente complejas. ¿Cómo ocurrió tal cosa? ¿Cómo pudo haber sucedido y cuál fue la causa de que aquello sucediera? Ahora podemos conjeturar que las ciegas fuerzas naturales por sí mismas hicieron que sucediera. Pero si realmente fue así, ¿cómo podemos saberlo? Y si no lo fue, ¿cómo po­demos afirmarlo? Según la teoría del diseño inteligente, la complejidad especificada que exhiben las formas vivientes demuestra de manera fehaciente que las ciegas fuerzas naturales no pudieron haber producido por sí mismas aquellas formas, pues su emergencia requería además la

contribución de una inteligencia diseñadora. El diseño hallado en la naturaleza demuestra que ésta es incom­

pleta. Dicho en otras palabras, la naturaleza exhibe un diseño que la propia naturaleza es incapaz de explicar. Y más aún, puesto que el diseño en la naturaleza es identificable mediante la complejidad es­pecificada, y puesto que la complejidad especificada es una forma de información, y dado además que esta forma de información excede a

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la capacidad de la naturaleza, se sigue de todo esto que la complejidad especificada y el diseño que ésta comporta es información ex nihilo. Es decir, es una información que no puede ser derivada de unas fuerzas naturales que actúan sobre una materia preexistente. Ciertamente atribuir la complejidad especificada de los sistemas biológicos a una~ fuerzas naturales es como decir que las piezas del Scrabble tienen el poder de ordenarse a sí mismas en proposiciones plenas de sentido. El absurdo es igualmente palpable en uno y otro caso. Pero en la biología evolutiva ha sido repetido tantas veces este absurdo que ya hemos dejado de reconocerlo.

La incompetencia de la naturaleza para explicar el diseño no signi­fica que el diseño en la naturaleza sea un milagro o que requiera una intervención sobrenatural. Con el surgimiento de la ciencia moderna, los milagros han quedado asignados a una intervención sobrenatural que viola, suspende, o supera las leyes naturales. Atribuir algo a un milagro es por tanto afirmar que una causa natural estaba a punto de hacer que una determinada cosa sucediera, pero que en lugar de ésta sucedió otra (el milagro). El diseño no requiere esta especie de sustitu­ción contrafáctica (donde lo que no sucedió - lo contrafáctico - tenía supuestamente que haber sucedido si el curso de las leyes naturales no hubiera sido interrumpido).

Cuando los seres humanos, por ejemplo, actúan como agentes inteli­gentes, no hay razón alguna para pensar que se ha transgredido una ley natural. De la misma manera, si un diseñador actúa para producir un flagellum bacteria!, no hay razón alguna para suponer que el tal diseña­dor no ha actuado de manera consistente con las leyes naturales. Es, por ejemplo, una posibilidad lógica que el diseño en el flagellum bacteria! consistiera en que inicialmente se expresara a sí mismo en el curso de la historia natural como introducido en el universo en el momento del big bang y que más tarde se expresara como un motor de propulsión situado en la espalda del E. Coli. Que esto sucediera realmente, es otra cuestión; pero semejante posibilidad no supone ninguna contradicción de las leyes naturales ni atrae sobre sí la usual acusación de milagrosa.

En cambio, aunque el diseño inteligente exige que no haya con­tradicción de las leyes naturales, muestra sin embargo una limitación fundamental de estas leyes: que pueden ser incompletas. Consideremos lo siguiente: las cosas que suceden en el mundo son incontables. Para muchas de ellas podemos encontrar antecedentes causales que las expli­quen en términos de leyes naturales. Mas ¿por qué habría que someter

Información ex nihilo 167

a este tipo de análisis causal todo lo que sucede en el mundo? Esto no significa negar que todas las cosas suceden por una razón. Pero esa razón puede ser distinta de las causas que operan de acuerdo con las leyes naturales. La razón de algo que sucede podría ser que un agente inteligente deseara que sucediera. Y lo que es más, esa inteligencia no tiene por qué violar necesariamente las leyes naturales ni ser reducible a ellas. (Ciertamente, el teísmo judea-cristiano sostiene que Dios es un agente inteligente que actúa con absoluta libertad y que no está condi­cionado por ninguna fuerza natural).

La inteligencia es para el diseño inteligente una característica fun­damental de la realidad. Por tanto, todo intento de sujetar la agencia inteligente a causas naturales está totalmente desorientado; por su parte, las leyes naturales que caracterizan a las causas naturales son fundamen­talmente incompletas. Esto no significa negar la intencionalidad derivada, en donde los artefactos, pese a funcionar según leyes naturales y operar igualmente por causas naturales, satisfacen sin embargo los deseos de sus diseñadores y de este modo exhiben diseño. Pero siempre que una cosa exhibe diseño de esta manera, la cadena de causas naturales que nos lleva hasta él resulta incompleta y hay que presuponer la actividad de una inteligencia diseñadora. Por su parte, la base científica de tal incompletud es siempre la información ex nihilo, donde la información en cuestión es la complejidad especificada, que no se deja reducir a la constitución y el dinamismo del mundo natural.

La idea de que la naturaleza es un sistema cerrado de causas na­turales, y que éstas proporcionan una explicación completa de todo lo que ocurre en el ámbito de la naturaleza, está profundamente arraigada en Occidente. En su actual versión es quizá máximamente retrotraíble a Baruch de Spinoza. Sin embargo, la idea de que las causas naturales son completas no tiene más garantía que la idea de que la matemática debe ser completa en el sentido de que toda proposición matemática verdadera debería ser deducible de un grupo simple de axiomas. Kurt Godel demolió efectivamente esta concepción errónea. La teoría del diseño inteligente desafía a la primera. Pero desafía también a esa con­cepción errónea señalando fenómenos en la naturaleza que la naturaleza misma es en principio incapaz de explicar estrictamente en términos de causas naturales, a saber: los fenómenos que exhiben complejidad especificada.

Muchos teólogos, incluyendo al fundador de la teología cristiana liberal (Friedrich Schleiermacher, que tomó su inspiración de Spinoza),

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encuentran que la incompletud de la naturaleza es teológicamente oO,. jetable. Según tales teólogos, que las causas naturales sean incapaces de_

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producir algunos efectos de la naturaleza podría significar que Dios n0¡ le había «dado plenos talentos» a la creación - en expresión de Howardr Van Till. Y alternativamente, un creador o diseñador que deba actuar en, 'i adición a las causas naturales para producir ciertos efectos, ha negad<r. 1

a la creación beneficios que de otro modo ésta podría poseer. Van Hill 1 pinta a su Dios como un ser supremamente generoso, mientras que re.o, ~ trata al Dios de los teóricos del diseño como un miserable. Van Hill ga,

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refiere incluso al diseño inteligente como una «manifestación de dones ocultos».

Pero hay un modo diferente de considerar al diseño inteligente bajo una perspectiva teológica. Efectivamente, si el universo es similar a un reloj (de acuerdo con los argumentos del diseño de los teólogos natu­ralistas británicos), entonces sería totalmente inapropiado que Dios, que presumiblemente es un consumado diseñador, tuviera que intervenir periódicamente para ajustar el reloj. En lugar de ofrecer periódicamente al universo el regalo de «dar cuerda y poner en hora un reloj», Dios debería simplemente haber creado un universo tal que no necesitara nunca que se ajustase ni se diese cuerda a un reloj. Mas ¿qué ocurriría si en lugar de esto el universo fuera simplemente como un instrumento musical? Entonces sería enteramente apropiado para Dios interactuar con el universo introduciendo en él el diseño o, siguiendo con esta analogía, tocando magistralmente un instrumento musical. Lejos de ser caprichosa, esta analogía, demasiado fantástica para un recién llegado al debate sobre el diseño, es realmente anterior a la del reloj. Consideremos los argumentos del diseño de los Padres de la Iglesia, como Gregario Nacianceno, que asimilaba el universo a un laúd.

Cambiemos la metáfora del reloj por la de un instrumento musical, y al punto se esfuma la objeción de que el diseño inteligente requiere manifestar dones que la naturaleza oculta. Mientras existan pianistas y compositores consumados, los pianos mecánicos serán siempre inferiores a los pianos reales. La incompletud del piano real tomada en sí misma es, por tanto, aquí irrelevante. Los instrumentos musicales requieren un músico que los complete. Así pues, si el universo es más semejante a un instrumento musical que a un reloj, parece adecuado que un diseñador interactúe con él de maneras que afecten a su estado físico. De acuerdo con este punto de vista, que el diseñador se niegue a interactuar con el mundo sería algo así como desear mantener sus dones ocultos.

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LA INFOltMACION ¿Cómo ha de ser la naturaleza pnra que una inteligencia disei1adora interactúe coherentemente con el mundo y genere la complejidad especificada que vemos en los

seres VÍ'UOS?

CUESTIONES COMO ÉSTA HAN SIDO particularmente inquietantes desde los tiempos de René Descartes para la comunidad científica. El propio Descartes era una sustancia dual. Y como tal dividió la realidad en dos sustancias primarias: la física y la espiritual (o no física). El principal problema que se le plantea al dualismo cartesiano es el de explicar cómo interactúan coherentemente lo físico y lo espiritual. Para Descartes, el mundo físico consistía en una multitud de cuerpos extensos que interac­tuaban entre sí por la vía del contacto directo. Así pues, que una dimen­sión espiritual interactuase con el mundo físico sólo podía significar que lo espiritual causaba el movimiento de lo físico. Al sostener que los seres humanos eran un compuesto de espíritu y materia, Descartes tenía que argumentar en favor de un punto de contacto entre espíritu y materia. Y situó ese punto en la glándula pineal pues era éste el único lugar del cerebro en el que, por lo que él mismo alcanzaba a ver, se rompía la simetría y hacia el que todas las cosas convergían. (La mayoría de las partes del cerebro tienen contrapartidas derecha e izquierda).

Aunque los argumentos de Descartes no suelen ser conclusivos, el problema que trata de resolver sigue teniendo vigencia y aflora regu­larmente en las discusiones sobre el diseño inteligente. El mundo físico consiste en materia bruta, y para que un diseñador no físico pueda influir en la ordenación de esa materia se requiere al parecer que ese diseñador

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intervenga, manipule, o de alguna manera coaccione a esta materia físi­ca. ¿Qué hay de incorrecto en esta imagen de la acción sobrenatural de un diseñador? El problema no es el de una clara contradicción con los resultados de la ciencia moderna. Tomemos, por ejemplo, la ley de la conservación de la energía. Aunque establecida a menudo bajo la forma: «la energía no puede ser creada ni destruida», de hecho todos tenemos evidencia empírica de que esta formulación es mucho más débil que la .. que afirma que «en un sistema aislado, la energía permanece constante».

Así pues, una acción sobrenatural que mueve partículas existentes o crea otras nuevas escapa al poder de la ciencia para aprobarla o desapro­barla, puesto que siempre es posible argumentar que el sistema bajo consideración no estaba aislado.

No hay aquí la menor contradicción lógica. Ni tampoco hay aquí necesariamente oculto un dios-de-los-agujeros. Es perfectamente concebi­ble que un agente sobrenatural pueda actuar sobre el mundo moviendo una serie de partículas de manera tal que la discontinuidad resultante en la cadena de la causalidad física no pueda ser nunca restaurada mediante mecanismos puramente físicos (es decir, por causas físicas completamente caracterizadas por leyes naturales bien definidas; pero estas leyes pueden ser deterministas o indeterministas). Los «agujeros» en la objeción que recurre al dios-de-los-agujeros denotan lagunas de ignorancia relativa a unos ciertos mecanismos físicos subyacentes. Pero no hay aquí razón alguna para pensar que todos los agujeros deban conducir a las explicaciones físicas ordinarias una vez que estamos bien informados sobre los mecanismos físicos subyacentes. Esos mecanismos

podrían simplemente no existir. No es inverosímil que algunos agujeros consistieran en discontinuidades ónticas en la cadena de causas físicas

y de este modo quedaran para siempre fuera de la capacidad de los mecanismos físicos.

En nuestra discusión de la incapacidad de los mecanismos físicos

para generar diseño, conviene aclarar que el diseño inteligente no está casado con el positivismo mismo ni con la metafísica mecanicista que inspira el naturalismo darwiniano. No se trata de que los teóricos del diseño y los naturalistas darwinianos compartan o no la misma con­cepción de la naturaleza, sino simplemente de que unos y otros discre­

pan sobre la cuestión de que un agente sobrenatural pueda intervenir esporádicamente en la naturaleza. De hecho, el diseño inteligente no

prejuzga el carácter de la naturaleza -la decisión sobre esto corresponde a la evidencia. Los instrumentos que utiliza el diseño inteligente para

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ctetectar diseño, por ejemplo, podrían no ser eficaces. Pero incluso así, si el diseño inteligente está tan libre de prejuicios metafísicos, ¿por qué subraya continuamente el mecanicismo? ¿Por qué está constantemente tastreando posibles máquinas moleculares y centrándose en los aspec­llQS mecánicos de la vida? Si el diseño trata a las cosas vivientes como ai fueran máquinas, ¿no está entonces efectivamente comprometido ,tt>ll una metafísica mecanicista, por mucho que, por otra parte, quiera

~ciarse de ella? f,' Estas cuestiones confunden dos sentidos del término mecanismo. Mi­chael Polanyi ya observó esta confusión en la década de 1960 (véase su artfculo «Life Transcending Physics and Chemistry» en el nº de Agosto

de 1967 de la revista Chemical and Engineering News):

Hasta hoy se ha hablado de concepción mecanicista de la vida

tanto para designar una explicación de la vida en términos de física y química [lo que yo suelo llamar mecanismos físicos], como para ofrecer una explicación de las funciones vitales como una especie de maquinaria - aunque esto último excluye lo anterior. El término «mecanicismo» está de hecho tan bien establecido para referirse a estas dos concepciones mutuamente exclusivas, que me siento perdido al tratar de encontrar dos palabras diferentes

capaces de establecer una diferencia entre ellas.

Para Polanyi, los mecanismos concebidos como procesos causales

que operan en la naturaleza, no podrían dar cuenta del origen de otros mecanismos concebidos como «máquinas o características maquinales

de los organismos». De aquí que, al centrarse en los rasgos maquinales de los organis­

mos, el diseño inteligente no defiende una concepción mecanicista de la vida. Atribuir tal concepción de la vida al diseño inteligente es incurrir en una falacia de composición. El hecho de que una casa esté hecha de ladrillos, no justifica decir que la casa es un ladrillo. Del mismo modo, el

hecho de que algunas estructuras biológicas puedan ser adecuadamente descritas como máquinas, no significa que un organismo que contenga esas estructuras es una máquina. El diseño inteligente se interesa por los aspectos maquinales de la vida porque estos aspectos son científica­mente tratables y además son precisamente aquéllos que los oponentes del diseño se proponen explicar por mecanismos físicos. Basándose en la obra de Polanyi, los proponentes del diseño inteligente sostienen que los mecanismos físicos (como los mecanismos darwinianos de la selec-

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ción natural y de la variación aleatoria) no poseen la menor capacidadi-' interna para generar los aspectos maquinales de la vida. . 1

Pero ¿cómo puede entonces un diseñador desencarnado o incorpó-.0

reo producir esos aspectos maquinales de la vida, e incluso interactuar. generalmente con la naturaleza salvo cuando ha de anular los mecanis-.1. , mos físicos con los que ésta opera y ser así totalmente capaz de mover, ' directamente las partículas? Aunque un diseñador desencarnado qu~., mueva partículas no sea lógicamente incoherente, semejante diseñadori sigue siendo un enigma para la ciencia. La dificultad está en que las mecanismos físicos son totalmente capaces de mover partículas. Así pues,. un diseñador incorpóreo que también es capaz de mover partículas no puede ser considerado más que como una intrusión arbitraria. ¿Está haciendo el diseñador meramente lo que la naturaleza ya ha hecho?, e incluso aunque él lo hiciera mejor, ¿por qué no mejoró inicialmente la naturaleza en el sentido de permitir que la propia naturaleza pudiese mover con más precisión esas partículas?

Mas ¿qué ocurriría si la misión del diseñador no fuera la de mover partículas sino la de impartir información? En tal caso será la natura­leza la que mueva sus propias partículas, pero en cualquier caso será una inteligencia la que dirija la disposición que esas partículas asumen. Un diseñador cuya misión es mover partículas lo hará de acuerdo con la siguiente imagen del mundo: el mundo es una gigantesca mesa de billar con una serie de bolas rodando por su superficie; el diseñador altera arbitrariamente el movimiento de estas bolas o incluso crea otras nuevas y luego las interpone entre las bolas que ya estaban sobre la mesa. Por otra parte, un diseñador encargado de impartir información lo hará según una imagen del mundo muy distinta: en este caso, el mundo se transforma en un sistema de procesamiento de información que es sensible a la información novedosa. Ahora bien, lo interesante de la información es su capacidad para generar efectos masivos incluso aunque la energía requerida para representar e impartir esa información sea infinitesimal. Por ejemplo, los requisitos de energía para almacenar y transmitir un código de lanzamiento son minúsculos, aunque la ob­tención del código correcto puede establecer la diferencia entre enviar al espacio exterior una lanzadera de varias toneladas de peso o sentarse simplemente sin decir ni pío. Frank Tipler y Freeman Dyson han sos­tenido incluso que cantidades de energía arbitrariamente pequeñas son capaces de mantener el procesamiento de información y de sustentarlo, de hecho, indefinidamente.

'vidad de la naturaleza a la información 173

cuando un sistema es sensible a la información, la dinámica de ese roa variará drásticamente con la información que se le suministre y

lilí'*1ºstrará decididamente inmune a los factores puramente f~sicos (p.ej., if¡¡asa, carga y energía cinética). Consideremos el caso de un timonel que

·erna el barco controlando el timón. La energía impartida al timón

1romúscula comparada con la energía inherente al movimiento del

, y sin embargo el timón sigue controlando el movimiento. Fue analogía lo que movió a Norbert Wiener a introducir el término

ri11f!rnética, que deriva etimológicamente del griego y significa «timonel». • lle> es una coincidencia que en su libro Cibernética, diga Wiener lo que

stgue sobre la información: «La información es información, no materia

0 . energía. Ningún materialismo que se niegue a admitir esto, puede sobrevivir en el presente día».

¿Cuánta energía se requiere para impartir información? Poseemos sensores que pueden detectar sucesos cuánticos y amplificarlos hasta un nivel macroscópico. Y lo que es más: la energía en los sucesos cuánticos es proporcional a la frecuencia o inversamente proporcional a la longitud de onda. Y puesto que no hay ningún límite superior a la longitud de onda de, por ejemplo, la radiación electromagnética, no hay un límite inferior a la energía requerida para impartir información. En el caso límite, un diseñador podría por tanto impartir información al universo sin invertir en ello energía alguna.

Pero los límites son engañosos. Con seguridad, un diseñador encar­nado podría impartir información empleando arbitrariamente pequeñas cantidades de energía. Pero una cantidad de energía arbitrariamente pequeña sigue siendo una cantidad positiva de energía, y todo diseñador que emplee cantidades positivas de energía para impartir información sigue empeñado en la tarea de mover partículas. La cuestión del modo en que un diseñador incorpóreo pueda influir en el mundo natural sin impartir ningún tipo de energía, sigue aún en pie. Y es aquí donde entra en escena el universo indeterminista. Aunque hay que agradecer a la mecánica cuántica el amplio reconocimiento de que el universo es indeterminista, el indeterminismo tiene una larga historia filosófica, apareciendo en tiempos y lugares tan diversos como el atomismo de Lucrecio y el pragmatismo de Charles Peirce y William James.

Nuestra evidencia física más sofisticada confirma que vivimos en un mundo indeterminista. (Incluso la interpretación plurimundial de la mecánica cuántica no recupera el determinismo para este mundo sino sólo para un conjunto de mundos). Y aún más, dada la imprecisión

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inherente a todas nuestras mediciones, no hay manera de establecer nunca determinismo con finalidad. Ahora bien, un mundo indeter­minista tendrá que producir sucesos indeterministas, y éstos podrían funcionar como un conducto de energía cero para el diseño inteligente (es decir, para sucesos que exhiben una complejidad especificada que se perfila contra el telón de fondo de lo azaroso). Puesto que la com­plejidad especificada es un marcador empírico fiable del diseño real, y puesto que la mecánica cuántica insiste enérgicamente en que todos los procesos naturales poseen un componente indeterminista, nuestra mejor evidencia empírica y la comprensión científica del mundo confirman así que vivimos en un universo indeterminista que está abierto a la nueva información. En consecuencia, esa información podría exhibir comple­jidad especificada (en los sistemas biológicos) y ofrecer por tanto una evidencia convincente de que un diseñador incorpóreo ha impartido información. Obsérvese la importancia de este último paso. Un diseña­dor des-encarnado o incorpóreo se presta mejor que uno encarnado o corpóreo a elaborar el diseño a través de la indeterminación, pues el diseñador encarnado estaría implicado y sería a la vez un servidor del mismo proceso indeterminista sobre el que debería informar.

Para comprender de qué modo una inteligencia desencarnada podría comunicar información sin comunicar energía, consideremos un aparato que produce ceros y unos y del cual nuestra ciencia más fiable nos dice que los bits son independientes y están idénticamente distribuidos, de manera que tanto los ceros como los unos tienen una probabilidad del 50 por ciento. (El aparato es por tanto una máquina tragaperras ideali­zada; obsérvese que la mecánica cuántica ofrece un artilugio semejante en forma de un disparo de fotones contra un filtro polarizador cuyo ángulo de polarización es de 45 grados en relación con la polarización de los fotones - la mitad de ellos atravesarán el filtro y contarán como «Uno»; el resto de los fotones no lo pasarán y contarán como «cero»). Ahora bien, ¿qué ocurriría si controláramos con este aparato todas las posibles interferencias físicas, y sin embargo la cadena de bits que el aparato arrojaba era un archivo de texto inglés en código ASCII que describía la cura del cáncer (con lo cual se convertiría en una clara instancia de complejidad especificada)?

Dado este montaje, hemos excluido la posibilidad de que un di­señador hubiese impartido una cantidad positiva de energía (aunque minúscula) para influir en el resultado del aparato. Sin embargo, no hay manera de evitar la conclusión de que un diseñador (presumiblemente

J{ecepti7.1idad de la 1111t11m!ez11 11 /11 i11f(ir11111ció11 175

incorpóreo o desencarnado) habría influido en el resultado del aparato pese a no haberle impartido energía. Obsérvese que no hay aquí el menor problema de sustitución contrafáctica. No se trata de que el diseñador ,emitiera alguna energía y por tanto hiciera algo físicamente discernible para el aparato en cuestión. Todo bit tomado aisladamente es resultado ,de un proceso dirigido por el azar. Sin embargo, la disposición y la ;coordinación de los bits en la secuencia no pueden ser razonablemente atribuidas al azar, y de hecho apuntan de manera inequívoca a un di­¡¡eñador inteligente.

Es aquí donde los críticos del diseño se desesperan y acusan a los teóricos del diseño de soslayar meramente la cuestión del modo en que el diseñador introduce el diseño en el mundo. Con seguridad tiene que haber algún mecanismo físico mediante el cual se imparta la información. Con seguridad hay limitaciones termodinámicas que gobiernan el flujo de información. Las limitaciones termodinámicas son aplicables si se trata de diseñadores encarnados que necesitan emitir energía para transmitir información. Pero los diseñadores desencarnados que participan en los procesos aleatorios y los inducen a exhibir complejidad especificada no necesitan emitir energía alguna. Para ellos, el problema de consumir energía para mover objetos materiales, simplemente no existe. Igualmen­te están absolutamente libres de la acusación de sustitución contrafáctica, en la cual las leyes naturales dicen que los objetos materiales tendrían que moverse en un sentido, pero acaban moviéndose en otro cuando interviene un diseñador desencarnado. El indeterminismo significa que un diseñador desencarnado puede influir sustantivamente en la estruc­tura del mundo físico al impartir información sin impartir energía.

Tampoco significa un rechazo del principio de razón suficiente el hecho de ligar el indeterminismo a la acción de un diseñador desen­carnado. El principio de razón suficiente establece que existe una razón suficiente o causa para la existencia de una determinada entidad. Se dice que el indeterminismo niega este principio por sugerir una ausencia de causalidad, donde se considera que un suceso atribuido a un proceso aleatorio o indeterminista no tiene causa, o a lo sumo la tiene incompleta (o sea, que lo que llamamos causa no suministra una explicación com­pleta del suceso en cuestión). Si se contempla el azar como fundamental y la complejidad especificada como una anomalía del azar, entonces se sigue esta concepción.

Pero también cabe considerar al diseño (es decir, la actividad de una agencia inteligente) como fundamental y tratar al azar como un

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176 Ü!SENO INTELIGENTE

subproducto del diseño. Para comprender cómo podría funcionar esta disposición, obsérvese que los agentes pueden hacer cosas que se ajustan a unas distribuciones bien definidas de la probabilidad. Por ejemplo, aun cuando yo actúo como agente diseñador al escribir este libro, la distribución de las frecuencias de las letras que aparecen en él se atie. nen a una distribución bien definida de la probabilidad: la frecuencia relativa de la letra e en torno al 13 por ciento, la de la t al 9 por ciento, etc., etc. El libro mismo es el resultado del diseño, pero también exhi. be azar en la distribución de sus letras. Incluso así, el diseño es aqllÍ más fundamental que el azar: la hipótesis de diseño que me identifica como autor de este libro - un autor de comienzos del siglo veintiuno de habla inglesa sin tendencia observable a utilizar excesivamente una determinada letra en su obra - confiere una cierta distribución de la probabilidad relativa a las frecuencias de las letras en la obra. Así pues, la agencia inteligente proporciona en este caso una razón suficiente para los sucesos azarosos.

Es posible prolongar esta línea de razonamiento sosteniendo que el azar y la casualidad no confieren sentido separadamente del diseño. (Defendí esta tesis en un artículo titulado «Randomness by Design» aparecido en Nous en 1991). Consideremos que para todo proceso ba. sado en el azar como el de arrojar al aire una moneda, si se arroja la moneda indefinidamente, toda secuencia finita aparecerá no sólo una vez, sino también indefinidamente. (Esto se sigue de la Ley de Strong de los Grandes Números). Consideremos además que sólo podemos tener experiencia de secuencias finitas de tiradas de moneda. Supóngase que llego a un punto arbitrario a partir del cual se repite indefinidamente un mismo resultado. ¿Sobre qué base puedo confiar en que esta secuencia finita sea de alguna manera «representativa del azar»?

Por ejemplo, ¿sobre qué base debería esperar ver aproximadamente el mismo número de caras y cruces? Puesto que la moneda está siendo arrojada indefinidamente, si yo presenciara un millón de tiradas, podría contemplar una secuencia de un millón de caras. ¿Qué me impediría llegar al inicio de tal serie y asistir a la aparición de un millón de caras? Con seguridad, se me podría replicar que sería altamente improbable que yo llegara en el preciso momento en que se iniciaba la serie de un millón de caras. Esta respuesta no hace más que replantear meramente el problema. Pero no lo resuelve. Decir que el azar será siempre re­presentativo del azar porque las probabilidades son las que son, no es ninguna respuesta, porque podemos muy bien imaginar un mundo en

~Beceptividad de la 11at11ralc::11 11 117 i11_f(11w11rití11 177

itel cual los irreducibles procesos azarosos con sus inherentes propen­-eiones a producir un determinado comportamiento probabilístico no ,exhiban nunca comportamientos representativos de esas propensiones. ::'1ntaginemos un mundo exactamente igual al nuestro, pero en el cual .las monedas correctas -es decir, discos rígidos y homogéneos con superficies perfectamente distinguibles - arrojan caras el 90 por ciento

.4e las veces). bi Mas supóngase en cambio que el azar y la casualidad son subpro­ductos del diseño. Entonces, el problema del azar como inductor de sucesos que no son representativos del azar (p.ej, un millón de caras en una misma serie) puede ser efectivamente soslayado, puesto que el diseño dispone de un medio para estabilizar, y por tanto justificar, el azar. Volviendo a la frecuencia de letras en los textos, aunque estas frecuencias obedecen a una distribución azarosa, son perfectamente estables como resultado de las exigencias ortográficas, sintácticas, gra­maticales y semánticas del idioma. Aquellas frecuencias que se alejaran sustancialmente de la norma constituirían por sí mismas una instancia de diseño. En 1939, Ernest Vincent Wright publicó una novela de unas cincuenta mil palabras titulada Gadsby que no contenía ni una sola ocu­rrencia de la letra e. Es evidente que la ausencia de la letra e obedecía a un diseño.

No hay inconsistencia lógica ni intento alguno de evadir el difícil problema de la ciencia en tratar al mundo como un medio receptivo a la información emitida por una inteligencia desencarnada. Al requerir una explicación mecanicista del modo en que una inteligencia desencar­nada puede comunicar información y con ello introducir el diseño en el mundo, los críticos de este diseño están mostrando una evidente falta de imaginación. Un crítico de este tipo es semejante a un físico educado solamente en la mecánica newtoniana que desesperadamente busca una explicación para el relato clásico del modo en que una partícula como un electrón puede pasar simultáneamente por dos filtros para producir un modelo de difracción sobre una pantalla. (Se trata del famoso expe­rimento del doble-filtro; técnicamente, el modelo de difracción es una distribución estadística que es resultado del paso de múltiples electrones que son individualmente disparados contra una pantalla).

Desde un clásico punto de vista newtoniano, sólo tiene sentido una explicación clásica en términos de partículas perfectamente localizadas e individualizadas. Pero la naturaleza parece mostrarse poco deseosa de obligar a explicaciones tales como la del experimento del doble fil-

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178 ÜISE".JO l\JTEL!GENT¡;

tro. Richard Feynmann llevaba razón al observar que nadie entendía la mecánica cuántica. La «mecánica» de la «mecánica cuántica» no tiene nada q,ue ver con. la «mecánica» de la «mecánica newtoniana». No hay analog1as susceptibles de ser trasladadas desde una dinámica de los objetos macroscópicos al nivel de lo cuántico. En lugar de entender debemos contentarnos con saber. No entendemos cómo funciona la me~ cánica cuántica, pero sabemos que funciona. Del mismo modo, podemos no entender cómo un diseñador desencarnado introduce complejidad especificada en el mundo, pero podemos saber que el tal diseñador la introduce en el mundo.

Pero incluso así, hay un procedimiento útil para pensar sobre el modo en que un diseñador desencarnado introduce información en el mundo. En las liturgias de la mayoría de las iglesias cristianas, el cre­yente ruega a Dios que lo proteja de pecar de «pensamiento, palabra y obra». Los pensamientos son inertes y no acompañan nunca a nada que se encuentre fuera de la mente del individuo que los piensa. (Un diseño en la mente de Dios o en la del creyente es científicamente in­útil). Las obras, por otra parte, son coercitivas y fuerzan a la materia física a moverse ora por un camino ora por otro. (No es accidental que el concepto de fuerza juegue un papel tan crucial en el surgimiento de la ciencia moderna). Pero entre los pensamientos y las obras están las palabras. Las palabras se interponen entre ambos. Las palabras dan expresión a los pensamientos y ponen al que habla en comunicación con el que escucha. Por otra parte, las palabras de por sí no son nunca coercitivas; sin obras que las obedezcan, las palabras pierden su poder de amenaza. Sin embargo, las palabras tienen el poder de engendrar acciones cuando encuentran un medio receptivo capaz de actuar según ellas. El mundo es ese medio receptivo.

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LEY LA

DE CONSERVACIÓN l,NFORMACIÓN

¿Qué significado tiene decir que se conserva la complejidad especificada o

información compleja especificada?

EN LOS LÍMITES DE LA CIENCIA, PETER MEDAWAR define una ley de conser­vación para los procesos deterministas a la que llama «La Ley de Con­servación de la Información». Según esta ley, cuando se pone en marcha un proceso determinista (tanto si se trata de un proceso natural como de un algoritmo para computador), la cantidad de información que el proceso arroja no puede ser nunca mayor que la cantidad de información de la que partió. Lo cual podría ser establecido del siguiente modo: Los procesos deterministas no pueden generar información.

Tomemos un ejemplo simple: suponga el lector que desea una co­pia de un libro agotado que está en la biblioteca de la universidad. El lector registra el libro y lo fotocopia. La fotocopiadora actúa como un proceso determinista (o aproximadamente al menos) que produce una copia del libro. El lector se guarda la copia y devuelve el original a la biblioteca. Al actuar así, el lector no obtiene más información que ante­riormente - la copia no contiene más información que el original-. Ni para lo que aquí nos interesa los dos ejemplares juntos contienen más información que uno cualquiera de ellos. La matemática que justifica estas afirmaciones es evidente.

Ahora bien, la versión de Medawar de la Ley de Conservación de la Información era determinista, y por eso no hacía referencia alguna ni al azar ni a la acción conjunta del azar y la necesidad. Tampoco sería generalizable esta versión al caso no-determinista. El problema está en que el azar puede generar una gran cantidad de información nueva. (No hay más que tomar una moneda y empezar a arrojarla. Tras una

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180 DISEÑO

docena de tiradas, la secuencia de caras y cruces que el lector anott será única en la historia de este juego y constituirá por tanto una in-: formación novedosa). Pero hay otro azar -que no es el puro azar ni 1

tampoco el combinado con la necesidad - que no puede ser generado por un proceso como éste y que es el tipo particular de información sobre el que se centra el diseño inteligente: la complejidad especificada. Podemos por tanto formular la siguiente versión no-determinista de la Ley de Conservación de la Información: Ni el azar, ni la necesidad, ni su combinación, pueden generar complejidad especificada, o alternativamente información compleja especificada. Y puesto que el azar, la necesidad y l~ combinación de ambas cosas constituyen lo que típicamente se entiende como causas naturales, la conclusión que de aquí se sigue es que las causas naturales son incapaces de generar complejidad especificada.

Así establecida, la Ley de Conservación de la Información generali­za y restringe a la vez la versión determinista que de esa ley presenta Medadawar. Por una parte, la versión de Medawar se aplica sólo a procesos necesarios, mientras que la versión no-determinista es aplicable tanto a los procesos de azar como a los de necesidad. Por otra parte, la versión de Medawar es aplicable a la información en general (especifi­cada o no-especificada, compleja o no-compleja), mientras que la forma no-determinista se aplica sólo a un particular tipo de información: la complejidad especificada o, lo que es lo mismo, a la información com­pleja especificada.

La Ley de Conservación de la Información no nos dice nada funda­mentalmente nuevo sobre la complejidad especificada. En cierto sentido, se limita a reestablecer lo que la inferencia de diseño nos ha dicho ya tantas veces: que no es posible obtener complejidad especificada por la vía del azar, la necesidad o la combinación de uno y otra. Mas incluso así, la ley es útil para rastrear el lugar en donde la complejidad espe­cificada entra en escena y surge como un proceso natural. La palabra clave en la definición de la Ley de Conservación de la Información es generar. Los procesos naturales son bastante eficaces para arrastrar con­sigo la complejidad especificada preexistente. Pero lo que no pueden hacer es generarla partiendo de la nada. El problema está en que si este arrastre de complejidad especificada preexistente es lo suficientemente intrincado, pueden dar la impresión de estar generando complejidad especificada a partir de la nada. La Ley de Conservación de la Infor­mación es esencialmente un instrumento de contabilidad, pues nos mantiene perfectamente informados sobre las fuentes de la complejidad

, J,ey de Consen1ación de la Información 181

~ificada. En particular, cuando esta complejidad ha sido generada . r causas puramente naturales, la ley nos ayuda a identificar el modo :: que está abiertamente presente, oculta o disimulada. . , , , ¿En qué sentido se dice que la Ley de Conservac1on de la Informacion

85una ley de conservación? De ordinario, cuando una cosa es conservada,

1illU1 cierta porción que la caracteriza permanece intacta. Tal es cierta­..,_te el caso con la conservación de la energía, donde l~ energía. ~e un lti&tema aislado permanece perfectamente constante. La 1nformac10n, en .ebnbio, es raramente conservada en el sentido de permanecer constante. ~nuestra experiencia ordinaria, la información puede aumentar por la intervención de causas naturales -por ejemplo, la moneda lanzada al azar genera información (aunque no complejidad especificada). Y alter­nativamente, la información puede disminuir bajo la presión de causas naturales -por ejemplo, la erosión puede destruir la información en una estatua (en este caso con pérdida de complejidad especificada). La Ley de Conservación de la Información nos dice que cuando la comple­jidad especificada se añade a las causas naturales, la información o bien permanece intacta (en cuyo caso es estrictamente conservada), o bien se desintegra (en cuyo caso la información disminuye).

Por ejemplo, lo mejor que le puede ocurrir a un libro situado en la estantería de una biblioteca, es que permanezca tal como estaba cuando salió de la imprenta, pues con ello preserva la complejidad especificada inherente a su texto. Con el tiempo, sin embargo, lo que usualmente sucede es que el libro envejece, que sus páginas se desprenden, y que la información en ellas contenida se degrada. La Ley de Conservación de la Información es por tanto más parecida a la ley de la termodinámica que gobierna la entropía que a una ley de conservación que gobierne la energía, pues la primera está enfocada hacia la degradación más que ha­cia la conservación. Pero puesto que la referencia a una ley conservadora tiene ya un cierto uso (debido a Peter Medawar) y dado además que nada se gana o se pierde con su uso (y en el caso ideal implica conser­vación), parece apropiado referirse a ella como una ley de conservación. El punto crucial de la Ley de Conservación de la Información es que las causas naturales (concebidas como azar, necesidad y su combinación) pueden en el mejor de los casos preservar la complejidad especificada, o también degradarla, pero nunca generarla.

Es importante aclarar lo que se niega cuando decimos que la Ley de Conservación de la Información afirma que las causas naturales no pueden generar complejidad especificada. Negar que puedan generar

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f r 1 182 DISEÑO

complejidad especificada no es lo mismo que negar que puedan producir sucesos que exhiben complejidad especificada. Las causas naturales son perfectamente apropiadas como canales de la complejidad especificada. (Pensemos en una máquina fotocopiadora que toma una complejidad especificada preexistente y, mediante un proceso automático, produce una copia que exhibe igualmente complejidad especificada). Así pues, puede decirse que las causas naturales «producen» complejidad especi-, ficada o información especificada compleja.

Mas incluso así, las causas naturales no producen nunca cosas de novo o ex nihilo. Cuando producen cosas, lo hacen siempre reelaborando otras ya existentes. Así, para responder a la cuestión «¿Cómo produje­ron X las causas naturales?» no basta con decir simplemente que unas causas naturales lo generaron. Por el contrario, hay que señalar algún antecedente Y que sea causalmente suficiente para explicar X. Esto es así con independencia de que la causa natural que produjo X operase de modo determinista o no determinista. La gravedad, que opera de manera determinista, es suficiente para explicar la caída de un meteorito en la superficie de la tierra. La radioactividad, que opera de modo no determinista, es suficiente para explicar la degradación del uranio en plomo y helio.

La suficiencia de las causas naturales para producir un efecto es crucial para las explicaciones naturalistas, puesto que sin ellas queda abierta la puerta para la agencia inteligente. Por definición, las expli­caciones naturalistas excluyen el recurso a un agente inteligente. Así pues, decir que una causa natural produjo X y luego, señalando a un antecedente Y, afirmar que, bajo la operación de causas naturales, Y sólo contribuyó a la producción de X, no es suficiente para una explicación naturalista bona fide. Una explicación como ésta facilita el camino para que una agencia inteligente actúe sincrónicamente con causas naturales. Es evidente que la mezcla de inteligencia y causas naturales no está ne­gada cuando la Ley de Conservación de la Información establece que la complejidad especificada no puede ser generada por causas naturales. La Ley de Conservación de la Información no dice que las causas naturales en colaboración con causas inteligentes no puedan generar complejidad especificada; lo que dice más bien es que las causas naturales separadas de la causas inteligentes no pueden generar complejidad especificada. Así pues, para atribuir X a causas naturales hay que exigir una expli­cación en términos de alguna circunstancia antecedente Y sobre la cual las causas naturales -y sólo las causas naturales - operan y se bastan

: ~Ley de Co11sen 111cicí11 de lo lnfórn1t1cici11 183

producir X. La Ley de Conservación de la Información dice que 'f,arXa exhibe complejidad. especificada, entonces también la exhibe Y. De ,. . ·esto se sigue que las causas naturales no generan, m pueden generar, •cotnplejidad especificada, sino meramente pulular en torno a ella. J.' La Ley de Conservación de la Información tiene profundas impli­ceaciones para la ciencia. Entre sus corolarios inmediatos se encuentran

' LlOS siguientes:

,; ' 1. En un sistema cerrado de causas naturales, la complejidad es­

pecificada permanece constante o decrece. 2. La complejidad especificada no puede ser generada espontánea­

mente, pues se origina de manera endógena o se organiza a sí misma (tal como se utilizan estos términos en la investigación

sobre los orígenes de la vida). 3. La complejidad especificada en un sistema cerrado de causas

naturales, o bien ha estado en el sistema desde siempre, o fue añadida exógenamente en algún punto (lo cual implicaría que el sistema, aunque cerrado ahora, no lo estuvo siempre).

4. En particular, todo sistema cerrado de causas naturales que es también de duración finita, tuvo que recibir toda la compleji­dad especificada que contenga antes de tornarse en un sistema

cerrado.

El primer corolario puede ser entendido en términos de almacena­miento y recuperación de datos. A menudo, los datos constituyen una forma de complejidad especificada. Idealmente, los datos podrían per­manecer inalterados a lo largo del tiempo. Sin embargo, dada la fuerza de la entropía, los datos tienden a degradarse y necesitan ser constante­mente restaurados. Las cintas magnéticas se deterioran con el tiempo, las páginas amarillean, la tinta se desvanece y los libros se desencuadernan. La información puede ser eterna, pero los medios físicos que almacenan la información están sujetos a causas naturales y son decididamente efímeros. El primero de los corolarios reconoce este hecho.

Dada una instancia de complejidad especificada, los corolarios (2) y (3) sólo permiten dos posibilidades de explicación: o bien la comple­jidad especificada estuvo siempre presente o fue introducida en algún momento. Los proponentes del diseño inteligente difieren en lo tocante a la elección de una de las dos posibilidades. El debate no es nuevo. Los teleomecanicistas alemanes y los teólogos naturales británicos mantuvieron un debate similar, en el que los alemanes sostenían que

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la teología era intrínseca al mundo (y por lo tanto siempre 1 b · , · . - presen os ~Itamcos afirmaban que era extrínseca (y por lo tanto, introdu

en diferentes tiempos). Tales debates fueron sin embargo ' , resu

la complejidad especificada es una entidad empíricamente detec que no es reducible a causas naturales (lo cual, como de costu b

d .d d m re; enten i o e manera no teleológica como azar, necesidad y la co nación de ambas cosas).

El corolario (4) implica que la explicación científica no es idé a la ex~lic~~ión red_u~tiva. Richard Dawkins, Daniel Dennett y mu: . otros_ cienhficos y filosofas están convencidos de que las explicado propiamente científicas deben ser reductivas, que expliquen lo co

1 . , . mpe,. JO en termi~~s de lo simple. Sin embargo, la Ley de Conservación de la I~formacion muestra que_ la complejidad especificada no puede ser exph~a.da de manera r_educhva: Para explicar un caso de complejidad especificad~ ~s ~eces~no recurrir o bien a un agente inteligente que fue el qu~ ~a ongmo, o bien localizar una instancia anterior de complejidad especificada que contenga al menos tanta complejidad especificada como la qu,e estam~s tratando de explicar. Una máquina de fabricar lápices es mas complicada que los lápices que fabrica. Una fábrica de relojes más complicada que los relojes que produce. y lo que es más, todas 1: cadenas causales desde el lápiz hasta la máquina que los fabrica

0 de d

1 1 "h I se : re_ OJ ~sta la fábrica que los produce remiten en última instancia a la mtehgencia. Las causas inteligentes generan complejidad especificada; las

causas na~~rales tran:~iten sin más (y por lo común imperfectamente) la compleJidad especificada preexistente.

Así pues, explicar la complejidad especificada en términos de causas natur~l.es es rellenar un agujero excavando otro. Con la complejidad especificada, el problema de la información no desaparece nunca, a falta de localizar la inteligencia que lo originó. Desde nuestros años de escuela elemental conocemos este fenómeno. El juego del teléfono _en

:1 que una persona origina un mensaje, luego se lo susurra a otra, y esta ~ _su vez a otra, ... y así sucesivamente- ilustra el modo en que se ongma Y se degrada la información. Los participantes en este juego están organizados formando una cadena. Con cada transmisión desde un punto de la cadena al siguiente se activa el potencial para perder ~nformación. Idealmente, cada persona ha de repetir exactamente la información recibida de la persona anterior en la cadena con lo cual se preser~a la información suministrada al principio. Sin embargo, no ocurre asi en general. De hecho, el quid del juego del teléfono está en

Conseruación de In 111f(m1111tití11 185

bar hasta qué punto se ha ido degradando la información a ue iba pasando desde la primera persona hasta la última.

q · c ·d ·uego del teléfono tiene analogías bastante más senas. ons1 e-lla transmisión textual de los manuscritos antiguos. La tarea del de textos es recuperar tanto cuanto sea posible del texto original

. antiguo manuscrito. Casi siempre, este texto se ha perdido. Lo crítico hace entonces es confrontar múltiples variantes del antiguo

1

'to, cada una de ellas avalada por una larga genealogía que la ae al texto original. Cincuenta generaciones de copias pueden se­un determinado manuscrito del texto original. Este texto original

. fcopiado directamente en la primera generación, luego esta co~ia fue · da a su vez, más tarde se volvió a copiar esta segunda copia, ... y

- hasta cincuenta veces antes de q~e llegara a nuestr~s manos el _ma-oscrlto del crítico en cuestión. Asumimos que la mayona de los copistas -aataron de preservar el texto con toda fidelidad. Pero incluso así, los mpista han estado siempre muy expuestos a introducir errores entonces

ahora. Pero lo peor de todo son los copistas carentes de escrúpulos :ue utilizan la copia como pretexto para introducir . sus propias ideas en un texto venerable. El crítico, por tanto, se ve obligado a identificar tanto los errores achacables a una copia poco rigurosa como los que provienen de la agenda personal de un determinado copista. U na tarea que puede ser enormemente difícil. Mas incluso así, hay_ siempr~ un punto de referencia: debido a la gran variedad de manuscntos surgidos en última instancia del mismo texto original, ese texto original era la complejidad especificada inicial de la que ha dependido la transmisión de los restantes textos.

Tanto en el juego del teléfono como en la transmisión de textos, ha sido una causa inteligente más que una causa natural la que ha gene­rado no sólo la complejidad especificada inicial sino la que igualmente ha sabido transmitirla luego. ¿Plantea tal vez un problema el papel de la inteligencia como transmisora de complejidad especificada, teniendo en cuenta que, estrictamente hablando, la Ley de Conservación de la Información se aplica sólo a la transmisión de complejidad especificada por causas naturales? Aunque esta ley se ocupa únicamente de colo­car límites a las causas naturales y no a las inteligentes, sigue siendo aplicable aquí. Las causas inteligentes pueden mimetizar a las causas naturales, y eso es precisamente lo que en este caso estarían haciendo. Tanto en el juego del teléfono como en la transmisión de manuscritos antiguos, se supone que las personas que transmiten repiten lo que han

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186 Üi5Ei\:O INIEL!GENT¡¡

recibido. La repetición es un proceso automático para el cual las causas naturales están perfectamente adaptadas sin necesitar en absoluto el concurso de causas inteligentes.

Para nuestros fines, la aplicación más interesante de la Ley de Con­servación de la Información es la reproducción de los organismos. En esta reproducción, los organismos transmiten a la siguiente generación su propia complejidad especificada. Sin embargo, para la mayoría de los biólogos evolucionistas, hay algo más en esta historia. Estos biólogos sostienen en su mayor parte que los mecanismos darwinianos de la selección natural y de la variación aleatoria introducen en el organismo una nueva complejidad especificada, suplementando así la complejidad especificada transmitida por los padres a sus hijos con la complejidad especificada extraída del ambiente. En contraste con esto, la Ley de Conservación de la Información establece claramente que sin el previo aporte al ambiente de una complejidad especificada, ningún mecanismo natural, ni siquiera el darwiniano, sería capaz de producir complejidad especificada.

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CUESTIONES QUE PLANTEA EL NATURALISMO

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¿Es el naturalismo compatible de algún modo con el diseño inteligente?

·IL NATURALISMO REVISTE CUATRO principales formas: antiteleológica, meto­rlológica, antisupernaturalista y pragmática. De estas cuatro, sólo las dos ,61timas son compatibles con el diseño inteligente, y sólo la última lo es dalllbién con el teísmo cristiano. El naturalismo, como la palabra misma _¡ugiere, enfoca su punto de mira sobre la naturaleza. Bajo todas sus .formas, el naturalismo se interesa por el modo de comprender adecua­',damente la naturaleza.

El naturalismo antiteleológico es la forma predominante - es el -significado que usualmente se da al término naturalismo. Para el na­.turalismo antiteleológico, todo lo que existe es naturaleza y considera ,que ésta, a nivel de sus conexiones y articulaciones, actúa puramente .por ciegas causas naturales. Estas causas están caracterizadas por el azar y la necesidad y gobernadas por leyes naturales inquebrantables. ·El naturalismo antiteleológico no deja espacio para ningún principio teleológico fundamental que pueda operar dentro de la naturaleza. Y por tanto destierra al diseño inteligente no sólo por ser científicamente problemático, sino también por no contar con ningún concebible asidero en la realidad. Si el naturalismo antiteleológico es verdadero, entonces ;no puede haber ningún designio fundamental o teleología que sea inherente a la naturaleza. Tal designio o teleología sería resultado de leyes más básicas controladas en última instancia por el azar y la nece­sidad. Jacques Monod, en El azar y la necesidad, adoptó el naturalismo antiteleológico e hizo de él un principio fundamental para la ciencia: «La piedra angular del método científico es el postulado que afirma que la naturaleza es objetiva. Dicho en otras palabras, la negación sistemática

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190

de que el «verdadero» conocimiento pueda ser alcanzado interpretando los fenómenos en términos de causas finales -es decir, de "propósito"»

El naturalismo metodológico acepta la afirmación de Monod corn~ principio regulativo para la ciencia pero, contra Monod, busca garanti­

zar que la realidad pueda contener algo más que azar y necesidad. El naturalismo metodológico no se ocupa de lo que podamos creer en el

fondo de nuestra alma. Pero en bien de la ciencia, el naturalismo meto­

dológico insiste en que los científicos den por verdadera la posición del

naturalismo antiteleológico. Nancey Murphy ha bautizado esta postura

con el nombre de ateísmo metodológico. La idea aquí subyacente es que

la ciencia es un método para investigar la naturaleza, y que para enten­der a la naturaleza, los científicos han de invocar solamente «procesos

naturales». En este contexto, la expresión «procesos naturales» significa

procesos que se desarrollan regidos absolutamente por leyes naturales inquebrantables y que están caracterizados por el azar y la necesidad.

Como principio regulativo de la ciencia, el naturalismo metodológico es una regla para mantener a la ciencia dentro de sus propios límites

y prevenir cualquier tipo de desvío hacia lo sobrenatural u oculto. Una

de las consecuencias del naturalismo metodológico es la exclusión de la

ciencia del diseño inteligente. Teleología y diseño, aunque tal vez reales

en algún sentido metafísico, no son, según el naturalismo metodológico,

materias adecuadas para la investigación en las ciencias naturales. Ha­

blar de detectabilidad empírica del diseño inteligente es por tanto un

oxímoron* desde la perspectiva del naturalismo metodológico. Algo es

empíricamente detectable y por tanto abierto a la investigación empírica

sólo si es resultado de procesos naturales que por definición hacen al diseño y a la teleología empíricamente indetectables.

Para la práctica científica, naturalismo metodológico y naturalismo antiteleológico son efectivamente equivalentes. Aunque el naturalista

suele ser ateo (como Daniel Dennett o Richard Dawkins) y el naturalista

metodológico puede ser teísta (como muchos cristianos de la Afiliación

Científica Americana), la ciencia de unos y otros es indistinguible. El naturalista antiteleológico puede pensar que Darwin dio en el clavo al

explicar la evolución de la vida por selección natural. Del mismo modo,

el naturalista metodológico puede pensar también que Darwin acertó cuando explicó la evolución de la vida por la selección natural, pero si es

* N. T.: Del griego oxys, agudo, y morós, romo. Figura literaria que alude al absurdo por combinación de dos términos contrapuestos.

191

·tefsta, tendrá que mantener que la evolución darwiniana fue el método

elegido por Dios para crear la vida. Mas e~tiéndase b~en, .ni Dios ni el cJjseñO ni la teleología tienen la menor cabida en las ciencias naturales.

El naturalista metodológico considera que la evolución es el método elegido por Dios para crear la vida, pero elimina de raíz la posibilidad

tle que Dios pudiera haber dejado la menor huella empírica del uso de

w método de creación. ..¡.( Aunque el naturalismo metodológico es un principio regulativo que

811 propone mantener a la ciencia dentro de unos márgenes correctos ]iatltándola a sus causas naturales, este tipo de naturalismo es de hecho

una camisa de fuerza que activamente impide el progreso de la ciencia. Que el naturalismo metodológico fuera meramente una hipótesis de

trabajo, mantenida porque supuestamente le hizo un buen servicio a la ciencia en el pasado, sería otra cosa. Como hipótesis de trabajo, sería

opcional, y los científicos que ya no encontraran eficaz dicha hipótesis

tendrían libertad para prescindir de ella. Pero el naturalismo metodoló­

gico no dice que tengamos que encontrar evidencia empírica de diseño en la naturaleza, sino que deberíamos estar abiertos a ella en caso de

que se nos revelara. El naturalismo metodológico subraya más bien que uno se muestra tanto más lógico y más científico cuando afirma que tal

posibilidad empírica es lógicamente imposible. En lugar de mantener

al naturalismo metodológico como una hipótesis de trabajo, el propio

naturalismo metodológico mantiene que es un dogma.

El hecho es que hay una multitud de caminos a cuyo través la

naturaleza podría ofrecer confirmación empírica de diseño inteligente.

Si, por ejemplo, toda bacteria produjera un plásmido (un trozo circular

de ADN) que codificado en un archivo ASCII produjera un ejemplar

único (es decir, un ejemplar diferente por cada bacteria individualizada,

y por tanto trillones de trillones de ejemplares), entonces no habría la

menor duda de que semejante ADN (el «plásmido individualizado»)

sería diseñado. La identidad de este diseñador podría ser una cuestión

a discutir pero el hecho del diseño no podría ser negado. Con seguri­

dad, encontrar semejante diseñador parece ser altamente improbable,

pero el naturalista metodológico mantiene que si la ciencia descubriera

evidencia de semejante diseño, tendría que ignorarla o en otro caso

minimizarla por ser obra de un diseñador desarrollado cuya evolución

no implicaba ningún diseño evidente. Sólo son aceptables en el seno del

naturalismo metodológico aquellos diseñadores que sean reducibles a no-diseñadores. Efectivamente, el plásmido individualizado exhibe un

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llamativo diseño, mientras que el diseño real en biología aparece d9 manera más sutil. Pero ¿hace esto menos reales los diseños existenteai O, para lo que aquí importa, ¿excluye el diseño biológico la posibilidadi de ser empíricamente detectable? Decididamente no.

1

El naturalismo metodológico anima a la ciencia a seguir procediendO del modo usual ateniéndose exclusivamente a las ciegas causas naturaiet. y a las inquebrantables leyes que las describen. Mas ¿por qué tendría qutM seguir la ciencia transitando por el camino usual? ¿Cómo sabemos que ht, investigación empírica del mundo natural sólo es capaz de descubrir I~ efectos del azar y la necesidad, pero no el diseño? ¿Cómo sabemos que las ciegas causas naturales son lo mejor que la ciencia puede ofrecer al estudiar la naturaleza? Es evidente que el único camino para responder a estas cuestiones consiste en dirigirse a la naturaleza con una mente abierta y comprobar si ésta exhibe cosas que implican una inteligencia diseñadora. El diseño inteligente deja abierta esta posibilidad sin deci­dir por anticipado. En cambio, el naturalismo metodológico excluye la posibilidad de diseño con exclusión de toda posible consideración de evidencia.

El naturalismo metodológico es una regla, no una posición metafí­sica. En contraste con esto, tanto el naturalismo anti-teleológico como el anti-sobrenatural son posturas metafísicas. El naturalismo anti-teleo­lógico está en la base de la mayoría de las variedades de naturalismo, incluyendo a los naturalismos filosófico, metafísico, epistemológico, reductivo, científico, e igualmente al materialismo y al fisicalismo. (Esta última designación incluye también al fisicalismo reductivo y al no-reductivo. La emergencia del fisicalismo no-reductivo es un intento más de excluir cualquier tipo de teleología fundamental o irreducible). Cuando se habla de naturalismo sin más (esto es, de naturalismo sin adjetivo alguno) se está pensando típicamente en un naturalismo anti­teleológico. Son, por tanto, naturalistas todos aquellos que suscriben esta forma de naturalismo.

La tercera forma de naturalismo que vamos a considerar es el na­turalismo antisupernaturalista. Esta forma es resultado de los recientes esfuerzos para reformar el naturalismo y abrirlo a la dimensión religiosa real (una dimensión que es sustancial y no justamente una proyección freudiana o deseo satisfecho). Este naturalismo reformado, que también puede ser llamado naturalismo religioso, es tanto una posición metafísica como un naturalismo antiteleológico. Tal vez el principal portavoz del naturalismo antiteleológico sea el filósofo de la religión y los procesos

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ógicos David Ray Griffin. Él mismo define su posición como na­·smons (cuyo suscrito ns significa aquí «no-supernaturalista») en

· ntraste con lo que él mismo llama naturalismosam (cuyo suscrito sanz wce referencia al trío «Sensacionista-ateo-materialista» ), que en esencia - Jo que yo estoy llamando naturalismo antiteleológico. Howard Van

, también un proponente del naturalismo religioso, prefiere al parecer ~*mino naturalisrno teísta. (Obsérvese bien cuál es aquí el nombre y

el adjetivo). kEl objetivo que anima al antisupernaturalista o naturalista religioso . doble: en primer lugar, abrir la realidad a un conjunto más rico en

.. -:pPSibilidades que las que ofrece el naturalismo antiteleológico (y con ello tu,ndamentar la experiencia religiosa genuina, que típicamente presupone algún último propósito subyacente a la realidad); y, en segundo lugar, mantener la realidad firmemente anclada en los principios que gobiernan ~naturaleza. Los escritos de Griffin son instructivos en este respecto. ~gún él, el naturalismo antiteleológico es incapaz de dar cuenta de la vida después de la muerte, de los fenómenos paranormales y de la emergencia de la complejidad biológica. Tal como él lo ve, el mundo actúa de acuerdo con un conjunto de principios bastante más numero­sos que el azar y la necesidad; y estos principios hacen posible la vida después de la muerte, los fenómenos paranormales y la emergencia de la complejidad biológica. Sin embargo, aunque más ricos que las leyes y principios causales del naturalismo antiteleológico, estos principios son inviolables. Dios mismo (que en tanto que proceso evoluciona j\J.ntamente con el mundo, en el caso de Griffin) está también sujeto a estos principios. Así Griffin insistirá una y otra vez en que la única cosa que el naturalismo proscribe es la intervención sobrenatural (de aquí su énfasis sobre un «naturalismo no-supernaturalista»). La inter­vención sobrenatural exigiría que Dios violase los principios naturales que gobiernan la realidad.

Desde esta caracterización del naturalismo religioso o antisuperna­turalista podemos ver por qué esta posición es directamente compatible con el diseño inteligente, aunque incompatible con el teísmo cristiano. En lo que respecta a su compatibilidad con el diseño inteligente, puesto que el mundo del naturalista religioso actúa según principios que son más numerosos que el mero azar y la necesidad, no tendría inconve­niente en incluir también principios teleológicos. Los efectos de estos principios podrían ser perfectamente distinguibles de los efectos del azar y la necesidad. Uno de esos principios podría ser que la naturaleza

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generara complejidad especificada ba1·0 ciertas circunstancias 0 q . , ue es., tuviera programada para expresar complejidad especificada en diverso¡ momentos de su historia.

Pero, aunque más fecundos, estos principios no admiten sin embar · t ·/ b go

una m ervenc1on so renatural. Para Griffin, por ejemplo, no existe Ulll

cosa tal como la profecía predictiva. Dios evoluciona con el mundo . t / . d 1 . y

es a enra1za o en e tiempo. Así, Dios no puede conocer de antemanO'

el futuro. A lo sumo, Dios puede ofrecer conjeturas instructivas respecte; al futuro. Igualmente, en tanto que evolucionando en el tiempo, Diog

es requerido en todo momento temporal para colaborar con el mundo

tal como éste es y de acuerdo con los principios que lo gobiernan. Esto le permite a Dios hacer amables señales al mundo y tratar de encami­narlo gradualmente por nuevas direcciones. Sin embargo, Griffin no le

concede a Dios el poder de introducir discontinuidades radicales, como resucitar a un muerto o crear especies a partir de la nada. Evolución no revolución, es la consigna de la teología del proceso. '

La teología del proceso y el naturalismo religioso que la inspira, consideran como primarios el mundo y los principios que lo gobiernan. Dios aparece entonces en segundo lugar condicionado por esos principios

(muy a la manera de los dioses griegos que habitaban el Monte Olimpo

y que estaban condicionados por lo que los Hados decretaban). Según esto, Dios es una influencia directa que guía al mundo pero que se ve

constreñido por esos principios más básicos. Pero sin ningún poder de veto sobre esos principios básicos, el Dios procesual ha de tomar lo

que le es dado. En efecto, el Dios procesual rinde siempre pleitesía a la libertad de creación. En cambio, dentro del teísmo clásico, es la creación la que se inclina siempre ante la libertad divina.

La concepción de Dios como proceso no debería resultar sorprenden­te dado el origen de la teología del proceso. Alfred North Whitehead, el

padre de la teología del proceso y el inspirador del naturalismo religioso

de Griffin, era un gran admirador tanto de Platón como de la forma progresiva de la evolución. La teología del proceso es esencialmente un

matrimonio de esas dos concepciones. Para Platón, lo primario no era un

creador personal sino las formas o ideas, que están débilmente reflejadas

en la naturaleza. Así, cuando el Demiurgo platónico crea algo (véase el Tinzeo de Platón), está constreñido tanto por las formas como por los materiales preexistentes en el mundo. A esta imagen, Whittehead añade

que la creación del Demiurgo debió tener lugar como un desvelamiento

195

J,,adual de un proceso evolutivo que progresa continuamente hacia un , ilnayor grado de novedad, belleza y enriquecimiento. ' 1

Esta imagen de la realidad tiene un buen porvenir, como atestigua la ' oeciente popularidad de la teología del proceso en el ámbito del mundo

,&eológico. La imagen ofrece ciertamente un conjunto más rico de posi­,jailidades que la depauperada ontología del naturalismo antiteleológico. '-"promete además resolver ciertos enigmas teológicos de larga historia. ¡,J hacer que Dios esté sujeto a los principios que gobiernan el mundo,

,el problema de la teodicea encuentra una solución clara y directa: Dios ,ts benevolente pero no omnipotente. Esto suena muy bien, pero queda aún una buena cantidad de mal que simplemente desborda su capa-cidad de prevención. El naturalismo religioso promete también poner fin al legado del dualismo cartesiano: la eliminación de lo sobrenatural permite una interacción no dualista entre lo mental y lo físico concebi­da como una causación ascendente y descendente dentro de un único nexo causal. (En el dualismo cartesiano, lo mental y lo físico son dos tipos completamente distintos de poderes causales cuya acción se ejerce sobre dos tipos de nexos causales también completamente distintos: lo material y lo espiritual).

Para el cristiano hay justamente un problema en la teología del pro­ceso y en el naturalismo religioso que la sustenta: sus doctrinas sobre Dios y la creación son totalmente inaceptables. La teología cristiana no es procesual. Para la teología cristiana propiamente dicha, la creatio ex nihilo o creación sin material preexistente no es negociable. La creatio ex nihilo presupone dos cosas: que Dios es un ser personal y no un principio, y que el mundo existe por un acto personal, a saber: el de la palabra hablada de Dios. Los primeros teólogos de la iglesia cristiana (como Atanasia y los padres Capadocianos) conocían perfectamente la cosmología de Platón. Según ellos, el problema con la cosmología platónica era justamente que el mundo de Platón era un cosmos, una disposición ordenada regida por principios que incluso Dios estaba obligado a obedecer. En cambio, el Dios cristiano era absolutamente libre, y el mundo, como acto absolutamente libre de este Dios también absolutamente libre, no era un cosmos (al menos no en primera instan­cia), sino una creación.

Hay aquí una ineludible lógica que nos orienta por una u otra de dos direcciones totalmente opuestas. O Dios es libre o se encuentra atado. Si Dios es plenamente libre y el mundo es un acto de creación absoluta­mente libre, entonces hay principios que fuerzan a Dios en su creación.

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(La cuestión de que Dios pueda verse obligado por su propia naturaleza • no es aquí un problema mientras la naturaleza de Dios no se revuelva

contra el propio Dios. Tomás de Aquino, por ejemplo, identificaba la esencia o naturaleza de Dios con su propia existencia). Tales principios de fuerza cósmica son, sin embargo, anteriores a Dios. Pero en este caso

la realidad última no es ya Dios, sino esos principios. Elijamos: o bi~ la realidad última es el Dios personal único, o bien lo es alguna otra cosa, como las formas de Platón o el proceso de Whitehead. La primera opción conduce al teísmo, la segunda al naturalismo.

No es accidental que Griffin abrazase el naturalismo, pues éste asume los principios que gobiernan el mundo (y sobre todo al proceso

evolutivo). Y esto es lo principal para él. En la idea de proceso que

sustenta Griffin, Dios no es más que un actor entre otros muchos. Dios

no es la realidad última. (Esta idea aparece repetidamente en las dis­cusiones teológicas en las que el carácter último de Dios cede el paso

a algunas otras ultimidades). En cambio, para el teísmo cristiano, Dios ha sido siempre la realidad última. Mas tan pronto como Dios aparece

de alguna manera como limitado, lo que limita a Dios se convierte en la realidad última.

Por tanto, la única manera de mantener que Dios es la realidad últi­ma, consiste en identificar a Dios con la naturaleza y los principios que

la gobiernan (como en el panteísmo y la filosofía de Baruch Spinoza) o admitir que Dios es un ser personal absolutamente libre (como en el

teísmo ortodoxo cristiano). El panenteísmo, o idea de que el mundo está

intrínsecamente en Dios, no es aquí una opción, pues hace depender

a Dios de una realidad aún más profunda (como los principios que gobiernan el mundo). La elección se mueve, por tanto, entre adjudicar

la condición de última a la naturaleza o a la persona divina. El teísmo

cristiano opta por la segunda, haciendo de Dios una naturaleza personal,

no impersonal. La teología Trinitaria coloca la personalidad de Dios

dentro de la vida una y trina. El Dios Padre crea a través del Hijo el

poder del Espíritu Santo. Mediante un acto libre que refleja las relaciones

personales intrauterinas, Dios crea un mundo de criaturas finitas (que

incluye tanto a los seres físicos como a los espirituales, a los humanos como también a los ángeles).

Anteriormente observé que la teología del proceso y el naturalismo religioso que la sustenta resuelven el problema de la teodicea al con­

siderar que Dios es bueno pero no lo suficientemente poderoso para prevenir el mal. (Los principios que gobiernan a la naturaleza en este

197

•º anulan las intenciones de Dios). Igualmente señalé algunas otra5 , ~tajas del naturalismo religioso sobre el naturalismo antiteleológico,

-tomo la de una ontología de la naturaleza más rica que podría incluir

, ia teleología real. Dicho esto, no quisiera dar la impresión de que sería razonable decir: «Verdaderamente, la teología del proceso es el instru­

, -ento explicativo más poderoso del mundo. A los vocingleros de la

itfblia no les agrada porque no se mofa del Libro Sagrado». ~l: La ausencia de doctrina de la creación en la teología del proceso

tiene algunas implicaciones teológicas poco satisfactorias. Por ejemplo, la

teología del proceso nos da una explicación existencialmente inquietante

:de la aparente diferencia ontológica entre el bien y el mal. (Dentro de

la teología del proceso, el mal es simplemente el coste de la libertad en

la naturaleza). Igualmente, al enfrentarnos con un Dios que se conduce

bien pero que puede no tener el poder de ejecutar sus buenas intencio­

nes, la teología del proceso nos deja con una gran inseguridad respecto

al futuro (exceptuando quizá el hecho de que Dios intenta dar lo mejor

de sí y de que siente nuestros dolores). El teólogo del proceso Charles

Hartshorne escribió un libro titulado Omnipotence and Other Theological Mistakes. La omnipotencia divina plantea sin duda difíciles cuestiones

teológicas (p.ej., por qué Dios no previene el mal si puede hacerlo), pero

lo mismo le ocurre a la impotencia divina (p.ej., cómo podemos confiar

en que el bien triunfará en última instancia si el mismo Dios puede

simplemente no poseer los recursos que necesita para producirlo).

Pese a estas importantes diferencias, el naturalismo antisupernatu­

ralista, al igual que el teísmo cristiano, deja abierta la naturaleza a la

teleología real, con lo cual abre también la puerta al diseño inteligente

como empresa científica. En contrate con esto, el naturalismo antiteleo­

lógico y el metodológico rechazan de plano el diseño inteligente como

proyecto científico: el diseño inteligente no tiene salida si uno adopta

uno de estos dos enfoques. Sin embargo, debido a que el naturalis­

mo antisupernaturalista se muestra mucho más amable con el diseño

inteligente, se corre el riesgo de olvidar justamente la gran dificultad

metafísica que supondría el intento de tender un puente entre el diseño

inteligente y el naturalismo antisupernaturalista. El problema está en

que el mismo concepto de diseño implica dar a algo una capacidad que

antes no poseía. Como dijo Aristóteles, el arte de construir un barco no

está en la madera; le corresponde al diseñador preparar la madera para fabricar el barco. El diseño prepara los materiales preexistentes y con

ello les confiere algo que previamente no poseían.

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Pero dentro del naturalismo antisupernaturalista no hay indicio al .. guno de dones de la naturaleza. Tanto si es antisupernaturalista corno si es antiteológico, el naturalismo ve a la naturaleza como la realidad última que además es completa en sí misma. Así, todo diseñador, e incluso el Dios de la teología del proceso, depende de algún principio subyacente o proceso de la naturaleza que de por sí no es diseñador. Por esta razón, el lenguaje del diseño no resulta demasiado atractivo para los antisupernaturalistas o naturalistas religiosos. El lenguaje del propósito, la teleología e incluso la inteligencia son admisibles. Pero así como el Demiurgo de Platón no jugó nunca un papel decididamente sig­nificativo en la filosofía platónica, igualmente cabe esperar que el papel que represente el diseño en el naturalismo religioso y en la teología del proceso sea sólo muy secundario (con independencia de los éxitos cien­tíficos que el diseño inteligente pudiera alcanzar). En cambio, el Dios de la Cristiandad es un diseñador. Con seguridad, el Dios de los cristianos no es meramente un diseñador. Pero es un diseñador al menos.

Finalmente, existe otra forma de naturalismo cuya relación con el teísmo cristiano es un tanto insólita aunque perfectamente compatible con él: el naturalismo pragmático. El naturalismo pragmático desea simplemente entender la naturaleza, y no le preocupa el tipo de entida­des que haya que invocar para facilitar este entendimiento mientras se muestren conceptualmente fructíferas. El filósofo Willard V. O. Quine era un naturalista pragmático (como lo era Ludwig Wittgenstein). De acuerdo con ello, Quine podía defender la siguiente posibilidad: «Si yo descubriera un beneficio explicativo indirecto en proponer sensibilia, possibilia, espíritu, o un Creador, les concedería gustosamente también un estatuto científico, del mismo modo en que los reputados científicos proponen quarks y agujeros negros» («Naturalism; or, Living within One's Means», Díalectíca 1995, vol. 49). Es claro que el naturalismo pragmático de Quine no le impone restricciones al diseño inteligente o, en lo que a esto concierne, al teísmo cristiano.

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(. N TER V EN C I O¿~ 1e~1~1~11e1igente ""ªteoría

. intervencionista en ln que los casos de \; disáio interrumpen una historia causal

sin cuya intervención sería totalmente natural?

EL DISEÑO INTELIGENTE NO NECESITA organismos para emerger repenti­namente o ser especialmente creado a partir de cero por intervención de una inteligencia diseñadora. Por supuesto, el diseño inteligente es compatible con la idea creacionista de organismos creados de repente a partir de la nada. Pero también es perfectamente compatible con la idea evolucionista de organismos nuevos surgidos de otros anteriores mediante un proceso gradual de cambio. Lo que separa al diseño inte­ligente de la evolución naturalista no es el hecho de que los organismos evolucionen o la medida en que lo hagan, sino la cuestión de averiguar

quién es el responsable de su evolución. La evolución naturalista afirma que los únicos responsables de la

evolución son los mecanismos materiales (principalmente los mecanis­mos darwinianos de la variación aleatoria y la selección natural). En cambio, el diseño inteligente sostiene que los mecanismos materiales sólo son capaces de cambios evolutivos limitados, y que todo cambio evolutivo sustancial requiere el aporte de una inteligencia diseñadora. Por otra parte, el diseño inteligente mantiene que la introducción de inteligencia en los sistemas biológicos es empíricamente detectable: es decir, detectable por observación utilizando los métodos de la ciencia. Por tanto, la cuestión crucial para el diseño inteligente no es que los organismos hayan surgido mediante un proceso evolutivo o repenti­namente a partir de la nada, sino si la presencia de una inteligencia diseñadora introduce alguna diferencia discernible entre ambos -con independencia del modo en que los organismos emergieran.

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Para que una inteligencia diseñadora introduzca una diferencia dip.

cernible en la emergencia de algún organismo, se requiere al parecer : que esa inteligencia intervenga en un tiempo y lugar determinados en la producción de ese organismo, y esto a su vez parece indicar alguna forma de creación especial. Lo cual obliga a plantearse la siguiente pre­gunta: ¿con qué frecuencia y en qué lugares intervino una inteligencia diseñadora durante el curso de la historia natural para producir esas estructuras biológicas que desbordan el poder de los mecanismos mate­

riales? Una de las críticas que se le dirigen al diseño inteligente es la in­troducción de una distinción no razonada entre mecanismos materiales e inteligencias diseñadoras cuando sostiene que los mecanismos materiales son eficaces la mayoría de las veces, pero que en raras (o quizá no tan raras) ocasiones se requiere la presencia de una inteligencia diseñadora que resuelva alguna dificultad que los mecanismos materiales se han mostrado incapaces de superar.

Esta crítica está mal planteada. La cuestión apropiada no es con qué frecuencia o en qué lugares interviene una inteligencia diseñadora, sino más bien en qué ocasiones se manifiestan con toda evidencia signos de inteligencia. Para entender la diferencia, imaginemos un programa de computador que proyecta en la pantalla una serie de caracteres alfanu­méricos. El programa funciona durante un largo tiempo durante el cual muestra lo que parecen ser caracteres aleatorios. Luego, repentinamente, cambian los resultados y el programa comienza a producir poesía su­blime. Pues bien, ¿en qué punto intervino una inteligencia diseñadora en los resultados del programa? Evidentemente es ésta una pregunta inapropiada, pues el programa es determinista y el computador se limita a mostrar simplemente lo que el programa le dicta.

No habría en absoluto intervención posible que fuera capaz de cambiar un galimatías aleatorio por poesía sublime en los resultados arrojados por un computador. Y sin embargo, el punto en donde el programa empieza a producir poesía sublime es el mismo en el que

nosotros observamos que lo que ahora está arrojando la máquina no es una serie aleatoria de signos, sino algo diseñado. Pero ¿cuándo, dónde y cómo fue introducido el diseño en el interior de la máquina? Aun­que estas cuestiones no dejan de ser interesantes, en última instancia son irrelevantes para la cuestión más fundamental: ¿estaba el diseño presente ya en el programa y en sus resultados desde un principio? De manera similar, habrá en biología tiempos y lugares concretos en los que podamos decir que el diseño se manifestó con toda evidencia por

201

rimera. Mas la actividad precisa de una inteligencia disefiadora en p d . . . / t l puntos requerirá mucho más esfuerzo e mvestigac10n y a vez

sea constatable nunca. Como la analogía del computador acabada

.*e. resentar indica, el lugar y el tiempo en que el diseño se manifiesta

.: vez primera no necesita coincidir con el lugar y el tiempo en que

-. diseño fue realmente introducido. , El diseño inteligente no es una teoría sobre la frecuencia, localiza-n

0 modalidad de la intervención de la inteligencia diseñadora en

__ mundo material. Ni es tampoco una teoría inter~encionista. Por_ ot~a iparte, el diseño inteligente es perfectamente compatible con todo d1se~o mundano que exprese por los medios ordinarios las causas secundanas

a lo largo del curso de la historia natural, al igual que el producto de un programa de computador se expresa simplemente haciendo correr

el programa pertinente (sin necesidad de juguetear con la operación del programa). De hecho, un modo de pensar en las ca~sas secundarias como

responsables de la evolución biológica, es concebirlas como progra~as de computador inteligentemente diseñados cuyo entorno computac10-nal es el universo y cuyo sistema operativo son las leyes de la física y la química. Ésta es realmente una vieja idea que Charles Babbag~, el inventor del computador digital, exploró en los años 1830 en su Nznth Bridgewater Treatise (adelantándose así en veinte años al Origen de las

especies de Darwin). Sin duda, hay otros modos de concebir las causas secundarias que

dejan espacio para una genuina teleología en la naturaleza. La programa­ción es una opción, pero ésta implica una visión altamente mecanizada

0 algorítmica de la causación secundaria. San Agustín, por su parte,

pensaba que el diseño del mundo encontraba expresión a través de las semillas plantadas por Dios en el momento de la creación. Tenemos aquí una visión organísmica más que algorítmica de la causación se­cundaria. La necesidad física puede ser también el vehículo que utilice la teleología para canalizar la evolución a lo largo de ciertos senderos

preestablecidos. Ejemplo de ello es la ortogénesis de finales del siglo diecinueve y principios del veinte. En tiempos más recientes, Michael Dentan ha estado explorando leyes de forma en el contexto de la du­plicación de la proteína. Incluso una forma de selección y variación no darwiniana puede ser acomodada a la teleología, a condición de que las variaciones estén bajo un control inteligente (tal vez al nivel de los

sucesos cuánticos), o que el entorno sea cuidadosamente afinado por una inteligencia para seleccionar las variaciones apropiadas (la figura

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contemporánea de Darwin Asa Gray defendió una forma teleol' · , . . , , . " , . · og1ca ,. de vanacion). Luego estan las opciones mas abiertamente vitalistas como la entelequia aristotélica y el alma del mundo de los estoicos

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en 1empos mas recientes los campos morfo genéticos (como en la obra de Rupert Sheldrake). Todas estas opciones como también otras . , , son c~m~at~bles. con el diseño inteligente. La única condición exigida por el diseno mtehgente es que las causas secundarias dejen espacio para l teleología y que esta teleología sea empíricamente detectable. a

Sin embargo, una visión teórico-diseñadora de la evolución sería m d

.f d ·, uy 1 erente e la evolucion tal como se la concibe ahora. En los libros de

texto de biología la evolución se mueve habitualmente no por causas se~undarias sino por mecanismos materiales. Por ejemplo, aunque nos asiste toda la razón para pensar que, al pintar la Mona Lisa, Leonardo d~ Vinci f.uncionó como una causa secundaria (no sabemos de ningún milagro o mtervención divina que fueran los responsables de ese cuadro), no tenemos razón alguna para pensar que Leonardo funcionó como un mecanismo material (es decir, como un proceso mecánico automático que se limita simplemente a reproducir esa pintura). No tiene justifi­cación alguna la identificación de causas secundarias con mecanismos materiales, y sin embargo son muchos los científicos y filósofos que lo hacen. La razón es sencilla: los mecanismos materiales permiten que la ciencia sea reductiva, en la cual lo complejo puede ser explicado siem­pre en términos de lo simple. Esto es conveniente mientras funciona. El problema está en que en el caso de la biología evolutiva no se puede llegar muy lejos.

En sus Baltimore Lectures, Lord Kelvin resumía el atractivo de los mecanismos materiales de este modo: «No me doy nunca por satisfecho hasta que no construyo un modelo mecánico de una cosa. Si puedo hacer un modelo mecánico, puedo entenderla. Pero si me es imposible construir con facilidad un modelo mecánico de una cosa, igualmente me será imposible entenderla». Un mecanismo es un proceso bien definido en el que cada paso del proceso predice inequívocamente el siguiente. Un mecanismo puede ser determinista, en cuyo caso cada paso conduce con certeza al siguiente, o puede ser estocástico, en cuyo caso un paso conduce al siguiente con una determinada probabilidad. Preeminentes entre los mecanismos estocásticos se encuentran, sin duda, el mecanismo de la selección natural y la variación aleatoria.

Las formas naturalistas de evolución dependen exclusivamente de estos mecanismos materiales carentes de propósito. Así, para un proceso

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;e\'olutivo naturalista, el origen de cualquier es~ec.ie no ofrec~ la menor : 'dencia de diseño actual, pues fueron los estup1dos mecanismos ma­f\'l'ales los encargados de hacer todo el trabajo. En cambio, dentro de

-ten . una forma teleológica de evolución, el origen de algunas especies y sus

', . trUcturas biológicas podrían aportar evidencia del diseño actual y de-• . :JPOstrar la inutilidad de los mecanismos materiales para semejante labor ',fiseñadora. Así pues, la evolución naturalista y la evolución teleológica

fOdrían tener diferentes contenidos empíricos ~,ser teor~a~ científicas distintas. Ciertamente, existen formas de evoluc10n teleolog1ca que son enteramente compatibles con el diseño inteligente y que no comportan

ruptura alguna con las causas secundarias. En resumen, la cuestión crucial para el diseño inteligente no es el

modo en que los organismos emergieron (p.ej, por evolución gradual o por una especial creación repentina), sino averiguar si una inteligencia diseñadora introdujo en ellos una diferencia discernible - con indepen­dencia del modo de aparición de ésta. Consecuencia de ello es que el diseño inteligente no está interesado en criticar la causación secundaria. Lo que únicamente pretende es exponer el falaz intento del naturalismo de fundir causas secundarias con mecanismos materiales. El diseño pue­de ser real y discernible sin que se requiera para ello un caso explícito de «ocurrencia de diseño», como una creación especial, un milagro, o una intervención sobrenatural. Al mismo tiempo, que el cambio evolutivo

exhibiera diseño real significaría que, por sí mismos, los mecanismos

materiales serían inadecuados para producir ese cambio. Así pues, la cuestión que requiere investigación no es simplemente

la fijación de los límites del cambio evolutivo, sino la de fijar cuáles son los límites del cambio evolutivo cuando este cambio está limitado a los mecanismos materiales. Y esto a su vez exige examinar los factores materiales en el interior de los organismos (factores de cambio) y en sus entornos (factores ambientales) que sean capaces de efectuar un cambio evolutivo. La mejor evidencia hasta el momento indica que estos factores son inadecuados para dirigir una macroevolución a escala total. Para

esto, es necesario algo más: inteligencia.

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/MllAGR;OS Y SUSTITUCIÓN COJ'~T~AFÁCTI CA

¿Requiere milagros el diseño inteligente? Y de ser así, ¿no situaría esto al diseño fuera de los límites de la ciencia?

CON EL SURGIMIENTO DE LA CIENCIA MODERNA, los milagros han pasado a denotar una violación o suspensión o anulación de las leyes naturales. Pero la concepción clásica de los milagros es bastante diferente. La pa­labra milagro procede del latín y se refiere a algo que inspira admiración o asombro. (La correspondiente palabra griega es trauma, que tiene el mismo significado). Según esto, un milagro es algo que produce asom­bro. Y puesto que las cosas comunes no inspiran asombro, los milagros son sucesos raros o inusuales. Podríamos decir por tanto que dentro de la concepción clásica, un milagro es un suceso altamente improbable. Con seguridad, el concepto es bastante más rico, pero para nuestros propósitos nos basta con esto. Obsérvese que esta concepción del mi­lagro no introduce ninguna presuposición metafísica. En particular, no prejuzga si la naturaleza está o no regida por leyes inviolables o si Dios o cualquier otro agente sobrenatural estarían violando estas leyes cuando realizaran un milagro. Definir al milagro como una violación o suspensión o anulación de la ley natural es ya presuponer lo que es la naturaleza (un sistema causal cerrado gobernado por reglas inviolables). Igualmente es imponer límites previos a la acción divina.

Incluso así, supongamos en favor del argumento que adoptamos la idea de los milagros transmitida por la ciencia moderna. Llamar milagro a algo es, por tanto, decir que una causa natural debería haber provocado la ocurrencia de una cierta cosa, pero que en su lugar ha sucedido la contraria. Dicho en otras palabras, los milagros comportan una sustitución contrafáctica. Aunque el término sustitución contrafáctica

. 'flfilagros y sustitución co11trafríctirn 205

16 de cuño reciente, la idea es antigua y fue explícitamente descrita en tétlllinos contrafácticos por el teólogo Friedrich Schleiermacher. La idea rectora de la expresión es que los procesos naturales están orientados hacia la producción de X, pero sin embargo ocurre Y. Así, por ejemplo, con el cuerpo de Jesús muerto y enterrado en una tumba durante tres tifas, los procesos naturales estaban dispuestos a tratar al cadáver como fa,dáver (o sea, el resultado X). Pero en cambio aquel cuerpo resucitó 'Í'> sea, ocurrió el hecho milagroso Y).

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¿Acaso el diseño requiere milagros en este sentido contrafáctico? Y o afirmo que no. Para verificarlo, consideremos que cuando los hombres actúan como agentes inteligentes, no hay razón para pensar que están rompiendo ninguna ley natural. Del mismo modo, si un diseñador des­encarnado contribuyera a la producción de un flagellum bacteria!, no habría razón alguna para pensar que el diseñador en cuestión actuaba en contra de las leyes de la naturaleza. Es, por ejemplo, una posibilidad lógica que el diseño del flagellum bacteria! estuviera ya inserto en el universo en el momento del big bang, y que posteriormente se expresara a sí mismo en el curso de la historia natural como un propulsor mecá­nico en miniatura situado sobre la espalda de la bacteria E. Coli. Que esto fuera o no lo que sucedió es otra cuestión, pero es evidente que no hay aquí la menor contradicción de las leyes naturales, por lo cual no procede encerrar este suceso en el usual limbo de los milagros.

El crítico del diseño Howard Van Hill no coincide con este análisis. Empieza por rechazar mi afirmación de que, cuando el diseño inteli­gente detecta diseño en la naturaleza y especialmente en los sistemas biológicos, no requiere sustitución contrafáctica. Y en su lugar sostiene que el diseño inteligente está fundamentalmente comprometido con los milagros en el sentido de la sustitución contrafáctica:

¿Cómo podría el Diseñador Inteligente producir un resultado natural­mente imposible por interacción con una bacteria en el curso del tiempo sin producir una suspensión o una superación de las leyes naturales? Las leyes naturales fueron establecidas para producir un resultado, no el flagellum. En lugar de eso, apareció el flagellum como resultado de la acción del Diseñador Inteligente. ¿Acaso no estamos aquí ante un milagro, incluso según la propia definición de Dembski? ¿Qué otra cosa puede ser esto sino una intervención sobrenatural?

(Véase su crítica de mi libro No Free Lunch en www .aaas.org/ spp / dser/evolution/perspectives/vantillecoli.pdf).

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206 DISEÑO

El argumento de Van Hill se basa en el modo de interpretar la exp '. re-si ó n «resultado naturalmente imposible». Para comprender lo que a

·1 · · · d d · qus se venh a, 1magmemos una gran tira a e piezas del juego del Scrable . comprobemos luego que han compuesto el soliloquio de Hamlet ·Es , t~ · l ese un resultado naturalmente imposible? Ciertamente es altamente improba .. ble, y una improbabilidad de semejante envergadura nos lleva a menudo a calificarla de imposibilidad (una especie pragmática de imposibilidad).' Mas ¿acaso este suceso tan decididamente improbable requeriría un rnila.. gro en el sentido de ser imposible la sustitución contrafáctica? En absoluto. Las piezas del Scrabble arrojadas al azar no han sido, como podría decir Van Hill, «dispuestas para producir un resultado distinto al del soliloquio de Hamleb>. Por definición, el azar tiene libre acceso a la clase total de referencia de posibilidades de nuestro ejemplo. Cualquier posibilidad de esta clase de referencia es por tanto juego limpio para la prueba de azar - en este caso, la tirada al azar de las piezas del Scrabble. No es por tanto cierto que este proceso aleatorio hubiera sido dispuesto para producir «un resultado distinto al del soliloquio de Hamleb>.

Consideraciones similares son aplicables al caso del flagellum bacteria!. No se trata de que la naturaleza conspirase para impedir la emergencia del flagellum y que fuera necesaria la presencia de un dise­ñador que reprimiera aquella inherente preferencia de la naturaleza por algún otro resultado. El problema es más bien que la naturaleza cuenta con demasiadas opciones y que sin diseño no habría oportunidad para todas ellas. No se trata en absoluto de que las leyes naturales hayan sido dispuestas para producir cualquier cosa menos el flagellum. La di­ficultad está en que las leyes naturales son demasiado inespecíficas para determinar cualquier resultado particular. Éste es el problema. Las leyes naturales son compatibles con la formación del flagellum, pero también son compatibles con la formación de una plétora de otras asociaciones moleculares, cuya inmensa mayoría carece de importancia biológica.

Retornando a la analogía del Scrabble, no hay en el lanzamiento de las piezas del Scrabble nada que prohíba acertar con el soliloquio de Hamlet. No se trata aquí de algo similar al hecho de abandonar un objeto pesado en un campo gravitacional que, en ausencia de otras fuerzas, tendrá que moverse siguiendo un camino prescrito. Para que el objeto se moviera siguiendo cualquier otra trayectoria tendría que ocurrir una sustitución contrafáctica y por lo tanto un milagro. Pero con las piezas del Scrabble no hay prescrita ninguna ordenación que haya de ser obe­decida. Y es precisamente esta libertad la que hace que la naturaleza no

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da dar cuenta de resultados específicos de baja probabilidad. En este lugar de tratar de hacer una determinada cosa, la naturaleza

0 , en abierta más bien a hacer una multitud de cosas. Pero cuando una de cosas es un suceso especificado altamente improbable (ya sea que se

·.te de reproducir con el Scrabble el soliloquio de Hamlet, o de formar n ellum bacteria!), la inferencia de diseño es ineludible. Van Hill no uag 1 · ·,

.· .sabido por tanto captar el problema en cuestión: no es a sustituc1on . , trafáctica (y por tanto, no los milagros) sino la incompletud de los

·ocesos naturales lo que la inferencia del diseño descubre. .t,-. De lo cual se sigue que la inteligencia puede a~tuar, sin int~rvención ¡nilagrosa alguna, concertadamente con los meca~1smos mate~iales aun­que sin ser reducible sin embargo a es~s mecanismo~ matenales. Para que ocurra un milagro, la naturaleza tiene que desv1~rse de su curso ordinario y hacer una cosa distinta de lo que ella esta preparada para hacer. Pero el diseño inteligente no exige nada semejante. No es necesario violar ningún proceso físico para que la naturaleza exhiba los efectos de la inteligencia. El movimiento de las piezas del juego del Scrabble puede ser enteramente acorde con las leyes naturales conoc~das; pero, _s~n embargo, el juego combinado de todas ellas podría producir una oraCion tan plena de sentido que pudiera ser atribuida a una inteligencia. Las fuerzas naturales y la agencia inteligente pueden actuar conjuntamente sin necesidad de violación alguna. Así pues, el diseño inteligente no

requiere ningún milagro en el sentido de sustitución contra~ácti~a. . Pero, por razones de argumentación, supóngase que una mtehgencia

diseñadora responsable de la complejidad biológica es de hecho un fabri­cante de milagros que (¡presto chango!) introduce el diseño biológico en el mundo natural por medio de los milagros - de milagros en el sentido de la sustitución contrafáctica de violación o suspensión o anulación de las leyes naturales. ¿Colocaría esto al diseño de sistemas biológicos fuera de la ciencia? Yo afirmo que no. Sin duda, al reemplazar un suceso que ordinariamente hubiera ocurrido por otro suceso que de ordinario no ocurriría, los milagros abrirían una brecha en la cadena de las causas naturales. Pero una brecha semejante podría abrirse por sí misma ante el escrutinio científico, y lo mismo podría suceder también en cualquiera de ambos lados de la cadena. Y lo que es más, si los sucesos constitutivos del milagro (o sea, la sustitución contrafáctica) mostraran signos de ~aber si~o inteligentemente diseñados, este hecho justificaría de por sí una inferencia de diseño que implicase de modo convincente la existencia de diseño,

aunque sus antecedentes causales precisos pudieran ser poco claros.

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Para el naturalista convencido, tal política liberal respecto a los Il\i­lagros en ciencia es anatema. El problema es que bajo la perspectiva del naturalismo, todo lo que pretenda presentarse como milagro requiere antecedentes causales que, por la vía del respeto a las leyes naturales sean los responsables de éste. Se presume que están presentes los ant~ cedentes causales y las leyes naturales implicados en la producción del suceso, aún en el caso de tener que identificarlos. Éste es el modo habj.. tual de analizar la pretensión de un suceso a ser calificado de milagro. La consecuencia de este análisis es que el suceso en cuestión deja de ser un milagro y que no existe brecha o laguna alguna entre el suceso en cuestión y sus antecedentes causales. Toda laguna entre el supuesto milagro y sus antecedentes causales no es más que el mero reflejo de una caracterización incompleta o inadecuada de esos antecedentes por parte de los científicos. Cuando esos antecedentes son apropiadamente entendidos, la laguna desaparece.

Así pues, para el naturalista no existen ni pueden existir los milagros. Las lagunas residen no en la naturaleza sino meramente en nuestras mentes y son indicio del deficiente estado de nuestro actual conocimiento científico. Mas ¿cómo decidir sobre la verdad de esta afirmación? Si ad­mitimos que los milagros (en el sentido de discontinuidades causales o sustituciones contrafácticas) pueden ocurrir y ser objeto de investigación científica, entonces, como asunto de investigación empírica, se pueden rechazar los milagros argumentando que no es posible obtener para ellos una buena evidencia. Pero si uno afirma simplemente por obediencia naturalista que los milagros no pueden suceder, entonces tendrá que apelar a un juicio anterior sobre una cuestión que propiamente perte­nece a la investigación científica. Es una cuestión totalmente científica el dilucidar si las leyes de la naturaleza son completas y caracterizan adecuadamente todo lo que ocurre en la naturaleza (haciendo que to­das las lagunas se encuentren no en la naturaleza sino únicamente en nuestro intelecto). La contrapartida de esto sería necesariamente tam­bién una cuestión científica, a saber: si la naturaleza contiene lagunas ontológicas que jamás podríamos cubrir por numerosos que fueran los descubrimientos realizados con mecanismos materiales y las leyes que los caracterizan. Cerrando artificialmente la puerta a cuestiones como ésta, el naturalismo estipula el modo en que la naturaleza ha de quedar alejada de toda investigación empírica de este tipo. Éste es el sillón de la filosofía y no el de la ciencia.

SOBRENATURAL ¿No será el diseñador al que el di sello inteligente atribuye la complejidad biológica un agente sobrenatural que se encuentra, por tanto, Juera de los límites

de la ciencia?

NUNCA ME HA GUSTADO EL TÉRMINO SOBRENATURAL. El problema que plantean términos tales como sobrenatural y supernaturalismo (y aquí incluyo la variante de Howard Van Hill asamblea extra-natural) es que presuponen tácitamente que la naturaleza es la realidad fundamental y que conceptualmente es menos problemática que cualquier otra cosa situada fuera o más allá de la naturaleza. El prefijo sobre en la palabra

sobrenatural tiene por tanto el efecto de una negación. Pero ¿qué ocurre si la naturaleza misma es una negación o reacción

contra alguna otra cosa? Para el teísta (aunque no para el panenteísta de la teología del proceso, y mucho menos para el naturalista típico), la naturaleza no es una entidad autosubsistente sino un acto enteramente libre de Dios. La naturaleza se torna así en un aspecto derivativo de una realidad última -un aspecto de la creación de Dios, y ni siquiera la totalidad de la creación de Dios. (Típicamente, los teístas adscriben a Dios la creación de un mundo invisible habitado, entre otras cosas, por ángeles). De aquí que para el entendimiento de la naturaleza propio del teísta, Dios como creador es fundamentat la creación es derivativa, y la naturaleza en tanto que parte física de la creación está situada en

una región más baja. Ahora bien, desde el punto de vista del diseño inteligente, consi-

derado estrictamente como una investigación empírica, ninguna po­sición teológica o antiteológica tiene un lugar privilegiado. El diseño inteligente, en tanto que programa de investigación científica, trata de determinar si algunos rasgos del mundo natural muestran signos de

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210 DISEr\:O

haber sido diseñados por una inteligencia. Esta inteligencia podría .· E.T. o un principio télico inmanente en la naturaleza o un agente per:!­nal trascendente. Todas estas posibilidades son, al menos inicialment opciones vivas. El problema con E.T. es, por supuesto, que implica ~ regreso: ¿de dónde vino E.T.? Esta misma cuestión no es aplicable, al menos no en el mismo sentido, a los principios télicos o a los agentes personales trascendentes porque los términos de la explicación son di-· 1

ferentes. E.T. es una inteligencia encarnada, y esa misma encarnación, necesita explicación. Los principios télicos y los agentes trascendentes , son desencarnados. Y esto plantea sus propios interrogantes, aunque todos ellos forman un conjunto diferentes de cuestiones.

Supóngase ahora que la investigación sobre diseño inteligente descubre una inteligencia o múltiples inteligencias que no pueden ser reducidas a espacio, tiempo, materia y energía. Olvidémonos del térmi­no sobrenatural y del bagaje informacional que éste lleva consigo. ¿Qué ocurriría si la (o las) inteligencia(s) responsable(s) de la complejidad biológica no pudiera(n) estar confinada(s) en los objetos físicos? ¿Por qué esta eventualidad haría saltar los límites de la ciencia? La ciencia tiene ciertamente al mundo físico como objeto propio de estudio. La ciencia estudia e intenta explicar las cosas que están sucediendo en el mundo físico. Pero si el estudio del mundo físico es el único criterio para determinar si una determinada explicación es realmente científica, entonces el diseño debe constituirse en parte de la ciencia, porque la complejidad especificada que el diseño inteligente estudia se encuentra instanciada en el mundo físico, notablemente en los seres vivos, y tales seres son una parte integral de este mundo. Cuando se acusa al dise­ño de no ser propiamente una parte de la ciencia no es, sin embargo, porque haga de las criaturas vivas un objeto de estudio, sino más bien porque atribuye las cosas vivas a causas no naturales - a diseñadores sobrenaturales - y considera por ello que esas causas no naturales son igualmente objetos de estudio.

Antes de responder a esta crítica, quisiera aclarar primeramente que el diseño inteligente no necesita recurrir a milagros en el sentido de que sean violaciones de la ley natural. Así como los hombres no realizan milagros cada vez que actúan como agentes inteligentes, así tampoco hay razón alguna para asumir que la actuación de un diseñador en tanto que agente inteligente implica la violación de las leyes naturales. Conviene tener presente que en esta cuestión se da un importante contraste. La ciencia, sostienen la mayoría de los naturalistas, estudia causas naturales,

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tras que introducir el diseño significa invocar causas sobrenaturales. pues, se dice que, con su recurso a lo sobrenatural, el diseño hace

los límites de la ciencia. pero el contraste entre causas naturales y sobrenaturales es un can­te falso. El verdadero contraste es el que se da entre causas natura-

. no dirigidas por una parte y causas inteligentes por otra. Las causas --Hgentes pueden colaborar con las causas naturales y ayudarles a · ar cosas que las causas naturales no dirigidas no pueden. Las as naturales no dirigidas pueden explicar que la tinta aplicada sin a un trozo de papel pueda formar una mancha informe, pero son

brea.paces de explicar que una determinada disposición de la tinta sobre on papel pueda transmitir un mensaje significativo. La obtención de esa determinada disposición exige una causa inteligente. Que la causa inte­ligente esté localizada dentro o fuera de la naturaleza es una cuestión distinta de la que pregunta si una causa inteligente ha actuado dentro de la naturaleza. El diseño no está previamente comprometido contra el naturalismo ni a favor de lo sobrenatural. Por tanto, la ciencia no puede ofrecer en principio ningún fundamento para excluir al diseño o relegarlo a la esfera de la religión.

Dado que el diseño inteligente no tiene compromiso alguno con el super-naturalismo (al que considera además como una pista falsa), ¿qué queda entonces de la crítica que afirma que la ciencia debe ser confinada exclusivamente a lo natural o físico? Implícita en esta crítica hay una teoría de la referencia que especifica los tipos de entidades susceptibles de ser el objeto de una determinada teoría científica. Según ésta, los términos científicos deben referirse a entidades estrictamente localizables en el espacio y el tiempo. Dada esta teoría de la referencia, el mero hecho de que un diseñador pudiera no estar físicamente encarnado y por tanto no ser localizable en el espacio y el tiempo, es suficiente para convertir a las explicaciones que invocan ese diseño en no-naturalistas y por tanto en no-científicas. Incluso las entidades teóricas inobservables de la física como campos, potenciales, quarks y cuerdas son al menos localizables en principio en el espacio y el tiempo. Pero puesto que la existencia de un diseñador no es necesaria, los diseñadores deben ser excluidos de la ciencia.

Esta crítica está mal orientada. Pues en primer lugar presupone una concepción realista de la explicación científica. Por ejemplo, si se adopta una actitud antirrealista frente a la explicación científica, entonces se torna discutible la localización espacio-temporal de las entidades propuestas

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por una teoría científica, pues incluso el espacio y el tiempo mismos transformado en constructos conceptuales. Para la postura antirre lo importante no es el lugar en donde esas entidades estén locali puesto que lo que las teorías científicas describen no es tanto lo que « fuera» como el modo de estructurar conceptualmente al mundo. pues, lo importante para la posición antirrealista es asegurarse de que entidades propuestas sean empíricamente adecuadas y conceptual fructíferas y de que posean un superior poder explicativo.

Si una teoría del diseño en biología resultase ser acertada, ¿se se de eso que el diseñador supuesto por esta teoría era real? Un antirre con respecto a la ciencia podría considerar al diseñador simplemente co u.n principio regulativo -un recurso conceptual útil para dar sentido.¡ ciertos hechos de la biología - sin asignarle a ese diseñador ningún peso : en realidad. Ludwig Wittgenstein consideraba las teorías de Copérnict 11

y de Darwin no como verdaderas sino como fértiles puntos de vista. Bl principal interés de un científico que se ocupe de la teoría del diseño inteligente es el de averiguar si este diseño abre nuevas perspectivas y caminos de investigación fecundos (véanse los capítulos cuarenta y tres y cuarenta y cuatro). La metafísica subyacente a tal teoría, y en particular el estatuto ontológico del diseñador, pueden ser asumidos por la filoso. fía y la teología. Por otra parte, la metafísica que uno tuviese debería ser indiferente a la propia teorización científica sobre el diseño.

Pero hay una razón más importante para mantener abierta la ciencia a los diseñadores que carecen de características espacio-temporales: la única razón para exigir que la ciencia ignore entidades que no son localizables en el espacio ni en el tiempo es que sabemos de antemano que tales en­tidades no existen, o si existen, que no pueden tener ninguna relevancia concebible para lo que sucede en el mundo. ¿Existen tales entidades? ¿Pueden tener consecuencias empíricas? ¿Son relevantes para lo que ocu­rre en el mundo? Estas cuestiones no pueden ser prejuzgadas salvo bajo fundamentos metafísicos. Prejuzgar estas cuestiones es por tanto adquirir ciertos compromisos metafísicos relativos a lo que existe y a lo que puede influir sobre los sucesos del mundo. Tales compromisos son gratuitos para la práctica de la ciencia. El diseño inteligente coloca bajo el microscopio la evidencia biológica del diseño. El hecho de que la inteligencia diseñadora responsable de la vida no se deje observar por la lente del microscopio no significa ningún obstáculo para la ciencia. Captamos esta inteligencia de la misma manera que captamos cualquier otra inteligencia: no estudiándola directamente, sino a través de sus efectos.

l~ .. ·'~~,·Ñ.f .. DO)H. S CORPÓREOS 1\1\t·e·o R p o R E o s

''~ ¿Sería el diseño producido por un diseñador incorpóreo accesible a la investigación científica de la misma manera en que lo es el diseiio producido por un diseñador corpóreo?

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JOIJOS CONOCEMOS LOS EFECTOS de los diseñadores encarnados o corpó-~· Nuestros compañeros humanos constituyen el mejor ejemplo de tales diseñadores. Confiamos igualmente en poder identificar también los efectos de unos diseñadores encarnados que no son ni animales ai humanos, como las inteligencias extraterrestres (tal como las de las películas Contact y 2001: Una odisea del espacio). Mas ¿qué pensar ~e l~s diseñadores desencarnados o incorpóreos? En lo que respecta al diseno inteligente en biología, por ejemplo, Elliott Saber desearía conocer qué tipos de sistemas biológicos deberían esperarse de un diseñador desen­(éll'I\ado. Saber sostiene que si un teórico del diseño se muestra incapaz de responder a esta cuestión, el diseño inteligente será inestable y por

lo tanto inútil para la ciencia. Pero demandar esto de la hipótesis del diseño es un mal plantea-

miento. Todos inferimos regular y confiadamente el diseño sin necesidad de conocer las características del diseñador o del ser capaz de establecer lo que supuestamente hace el diseñador. Aunque es realmente intere­sante saber si el diseñador es un ser encarnado, la encarnación de un diseñador carece de evidencia significativa para determinar si una cosa ha sido o no previamente diseñada. La cuestión de la encarnación es irrelevante para detectar diseño en lo que siempre hemos atribuido al diseño sobre la base de una inferencia que parte de datos empíricos, y nunca sobre la base de un encuentro directo con el proceso mental de

un diseñador.

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Nosotros no nos introducimos en la mente de los diseñadores atribuir diseño. Lo que hacemos más bien es examinar aquellos efec en el mundo físico que exhiben signos evidentes de inteligencia, y partir de esos signos inferimos luego una inteligencia diseñadora. y este proceso lo ponemos en práctica incluso para el caso de los incontrovertidos de los diseñadores encarnados: los seres human Reconocemos su inteligencia no sumergiéndonos en sus mentes, s· examinando sus acciones y determinando si esas acciones exhiben sign ·

de inteligencia. Un ser humano que continuamente musita una mis:rna· secuencia de sílabas sin sentido alguno está mostrando una evidente ' carencia de inteligencia y no proporciona la menor justificación para • adscribírsela.

¿Qué decir de aquellos casos en los que un claro ejemplo de diseño sólo puede ser plausiblemente atribuido a un diseñador desencarnado? Los naturalistas darwinianos sostienen que tal diseño es indetectable basándose simplemente en el hecho de que nosotros no podemos reducir las acciones del agente diseñador a causas puramente naturales. Robert Pennock, por ejemplo, exige que las inferencias de diseño estén basadas en «tipos conocidos de procesos causales». Con esto quiere decir que los procesos causales subyacentes deben ser totalmente reducibles a meca­nismos materiales antes de poder realizar legítimamente una inferencia de diseño. Pero éste es precisamente el punto a discutir: si la agencia inteligente se reduce a los mecanismos materiales o los trasciende. Como criterio para detectar diseño, la complejidad especificada permite que esta cuestión sea enjuiciada sin prejuicios. Por su parte, al presuponer el naturalismo, Pennock ha abarrotado la mesa hasta el punto de que ya no cabe en ella más que una sola respuesta.

Larry Arnhart es otro crítico convencido de que una inferencia de diseño no puede concluir válidamente con la afirmación de una inteligencia desencarnada. Arnhart sostiene que nuestro conocimiento del diseño no es resultado en primer lugar de ninguna inferencia, sino de la introspección de la propia inteligencia humana. Y concluye por tanto que no tenemos base empírica alguna para inferir un diseño cuya fuente es desencarnada. Aunque plausible a primera vista, este argumento se deshace rápidamente cuando se lo pone a prueba. Jean Piaget, por ejemplo, lo hubiera rechazado basándose en cuestiones de desarrollo: los bebés no adquieren el sentido de la inteligencia por introspección de la suya propia, sino habituándose a los efectos de la inteligencia en el medio externo que los rodea. Por ejemplo, ven que

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lota está enfrente de ellos y que luego desaparece, luego perciben e su padre la está moviendo -y de este modo razonan desde el . hasta la inteligencia. La introspección juega a lo sumo un papel , . dario en la manera en que inicialmente le darnos sentido a la

. igencia y al diseño. Incluso más tarde en la vida, cuando ya hemos alcanzado la

. conciencia y cuando puede ser ejercitada la introspección con entes grados de fiabilidad, el diseño sigue siendo inferido. Por

¡parte, la introspección tiene que seguir siendo siempre un método ecuado para afirmar la inteligencia y atribuir diseño. Por defi­

llldción, la inteligencia presupone el poder o facilidad de elegir entre .tiferentes opciones, lo cual coincide con la etimología de la palabra iWi.na intelligence, o sea: «elegir entre». La introspección es por tanto llfl. instrumento enteramente inadecuado para afirmar la inteligencia. .(Puede incluso conducir a engaños acerca de nuestra inteligencia). j\lr ejemplo, yo no puedo afirmar por introspección mi inteligencia como carpintero. Para eso, yo tendría que haber construido un es­critorio, un pupitre o una mesa. El modo de realizar la complicada secuencia de decisiones para cortar aquí, pegar allí y clavar allá - y no ningún acto de introspección- determinará si, y en qué grado, puede ser atribuida inteligencia al producto por mí construido. Y el único modo de hacerlo consiste en probar el artefacto y ver cómo se comporta. (Ésta es la razón de que la educación avance mediante pruebas y exámenes, y no por informes introspectivos en los que los estudiantes demuestran su competencia). Y lo que es más, la primera cosa empíricamente verificable que las inteligencias hacen es generar

complejidad especificada. Por tanto, sigo manteniendo que la inteligencia es siempre inferida,

que la inferimos a través de métodos bien establecidos y que no existe en principio un modo de defender que la obra de los diseñadores encar­nados es detectable mientras que la de los diseñadores desencarnados no lo es. Éste es el problema. Y ésta es la razón de que el diseño inteligente como tal sea una posibilidad intelectual tan intrigante: porque amenaza con rebajar hasta el nivel del suelo las cuestiones realmente últimas. Por ello, darwinistas tan convencidos como Pennock y Arnhart necesitan bloquear la inferencia de diseño siempre que ésta amenace con implicar en ello a un diseñador desencarnado. Los diseñadores encarnados son permisibles. Ésta es la razón de que Francis Crick pudiera continuar con su teoría de la panspermia en la que seres inteligentes extraterrestres

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(~ue son diseñadores encarnados) llegan en naves espaciales al planeta berra y la fecundan con la vida del espacio exterior. . ·

Mientras el diseñador sea encarnado, los darwinistas podrán afirmar que ese diseñador es una inteligencia evolucionada surgida por la vía del l, mecanismo darwiniano. Pero los diseñadores desencarnados desbordan i absolutamente los límites del mecanismo darwiniano y por tanto están t ferozmente proscritos. En tiempos anteriores, cuando los darwinistas se 1

sentían seguros de que la vida primitiva podía haber surgido a partir de lo inerte en la tierra primitiva, una teoría semejante de una vida externa ,~ 1

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fecundando la tierra hubiera sido ridiculizada como ciencia ficción de ·· baja calidad. Pero una vez que hemos aprendido lo bastante sobre la impresionante complejidad de la célula y la imposibilidad de que una tal vida emergiera espontáneamente de la tierra primitiva, el esquema del extraterrestre Johnny Appleseed se tornó repentinamente en ciencia convincente y sólida. ¿Por qué? Porque eximía a los naturalitas dogmá­ticos de tener que considerar franca y honradamente la evidencia de un diseñador desencarnado.

La cuestión está en que no sólo no hay evidencia significativa de que la puesta en marcha de una inferencia de diseño implique la exis­tencia de un diseñador encarnado o desencarnado, sino además en que la negativa a considerar la posibilidad de diseñadores desencarnados pone obstáculos a la investigación científica. Para comprobarlo, exami­nemos la siguiente variante del Filtro Explicativo, al que llamo Filtro Explicativo Naturalizado (véase p. última de este capítulo). Puesto que el candidato más típico para la función de diseñador desencarnado es Dios, he formulado el Filtro Explicativo Naturalizado con referencia ex­plícita a Dios. Sin embargo, uno es libre de colocar en el lugar de Dios a cualquier entidad desencarnada que sea inaceptable desde posturas naturalistas pero que sea implicada por una inferencia de diseño. El Filtro Explicativo Naturalizado captura el modo en que el naturalismo científico trata de explicar el diseño de sistemas naturales para el que

no pueda ser plausiblemente invocado como explicación ningún dise­ñador encarnado.

Al igual que el Filtro Explicativo discutido en el capítulo once, el Filtro Explicativo Naturalizado evalúa la contingencia, la complejidad y la especificación. Además, dado que no hay aquí implicada ninguna entidad inaceptable desde la perspectiva naturalista (como Dios), el filtro discurre propiamente a través de los tres modos primarios de explica­ción: necesidad, azar y diseño. Sin embargo, tan pronto como aparece

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entidad inaceptable desde el punto de vista naturalista - en lugar admitirla y reconocer abiertamente que está ante un problema de

:¡tseño-, el Filtro Explicativo Naturalizado añade oportunamente un :cuarto nódulo de decisión que retrotrae el análisis explicativo al comien­

,llJ .del diagrama de flujo, con lo cual se asegura que sólo la necesidad J el azar serán objeto de nueva consideración. Pero dado que el diseño ' · siempre implicado (como mostraría evidente la aplicación de un

tro Explicativo lineal), el análisis explicativo no terminaría nunca. Por ,tanto, el Filtro Explicativo Naturalizado fuerza artificialmente la suspen­i¡ión del juicio siempre que en el proceso estén implicados diseñadores

jnaceptables para el naturalismo. De lo cual se sigue que incluso aunque una inteligencia desencar­

nada fuera la responsable del diseño exhibido por algún fenómeno, una ciencia que haya sido sometida al Filtro Explicativo Naturalizado puede estar segura de no descubrirlo nunca. Una ciencia que bajo fundamentos a priori se niega a considerar la posibilidad de diseña­dores desencarnados, limita artificialmente lo que ella puede descubrir. En lugar de rechazar al diseño como conclusión de un argumento científico correcto, este enfoque estipula simplemente que no existe. Esencial para la ciencia es un espíritu de franca y abierta indagación. El naturalismo científico y el Filtro Explicativo Naturalizado que éste comporta violan ese espíritu. Puesto que el descubrimiento de diseño es una actividad racional perfectamente ordinaria, la ciencia está ne­cesitada de un riguroso y asequible filtro de detección de diseño. El Filtro Explicativo Naturalizado muestra claramente el modo en se ha utilizado históricamente al naturalismo para echar por tierra la infe­rencia de diseño siempre que se ha tratado de presentar a éste como una especie de reto contra el naturalismo. Innecesario es decir que el Filtro Explicativo Naturalizado no es más que un subterfugio.

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contingencia

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¿está Dios impli­cado?

no

diseño

Figura 4. El Filtro Explicativo Naturalizado.

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no~ necesidad

oportunidad

oportunidad

REGRESO AL INFINITO EL DISEÑO

Si la na tu raleza exhibe diseño, ¿quién o qué diseñó al diseñador?

SEGÚN RICHARD DAWKINS (en El relojero ciego), explicar valiéndose de un

diseñador desencarnado es

no explicar precisamente nada, porque esto deja sin explicar el origen del Diseñador. Sería como decir algo así como «Dios estuvo siempre ahí»; pero si nos permitiéramos esta especie de camino a ninguna parte, entonces con la misma razón podríamos afirmar «El ADN ha estado siempre aquí», o «La vida existió

siempre», y darnos por satisfechos con eso.

Dawkins adopta esta línea de razonamiento porque, al igual que muchos otros científicos y filósofos, está convencido de que las propias explicaciones científicas han de ser reductivas: explicar lo complejo en términos de lo simple. Y así añade Dawkins, «Lo que hace a la teoría de la evolución tan transparente es el hecho de que explica con toda sencillez el modo en que la complejidad organizada puede surgir de

una simplicidad primitiva». Dawkins identifica la explicación científica con lo que él llama «re­

duccionismo jerárquico», que dice que «una entidad compleja a cualquier nivel particular en la jerarquía de la organización» ha de ser apropia­damente explicada «en términos de entidades situadas solamente en un nivel más bajo de la jerarquía». Así pues, los diseñadores evolucionados son perfectamente admisibles, puesto que en última instancia admiten explicaciones reductivas. (Dawkins es un darwinista universal, por lo tanto cualquier diseñador del universo tiene que haber evolucionado por la vía del mecanismo darwiniano). En cambio, los diseñadores que

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no hayan experimentado un proceso evolutivo no son admisibles, Pues:, , esto les impediría admitir explicaciones reductivas.

Antes de responder a la pregunta ¿quién disef1ó al diseñador? sería bueno echar una ojeada a la posición reduccionista de Dawkins respecto a la ciencia. Lo cual es fácil. Aunque nadie niega que la expij. cación reductiva es extremadamente eficaz dentro de la ciencia, no es , sin embargo el único tipo de explicación disponible para la ciencia. La ( , estrategia del «divide y vencerás» propia del análisis subyacente a las ,," explicaciones reductivas, tiene una aplicabilidad limitada dentro de la ciencia. La teoría de los sistemas complejos ha rechazado hace tiempo un enfoque reductivo de tipo de «abajo-arriba» en los sistemas complejos. La comprensión de los sistemas propiamente complejos requiere, por el contrario, un enfoque de «arriba-abajo» que se centre en las relaciones globales entre las partes en tanto que opuestas a su análisis en partes individuales. Así también, el diseño inteligente es una teoría integradora en dirección arriba-abajo de las estructuras complejas. La integración es, por tanto, una parte de la ciencia en igual medida en que lo son la reducción y el análisis.

El regreso implícito en la pregunta por «el que diseñó al diseña­dor» no es peor que el de cualquier otro en la ciencia. Estos regresos surgen siempre que los científicos introducen nuevas entidades teóricas. Por ejemplo, cuando Ludwig Boltzmann introdujo su teoría cinética del calor hacia finales de 1800 e invocó el movimiento de partículas inobservables (a las que ahora llamamos átomos y moléculas) para explicar el calor, se le podría haber respondido igualmente que aque­llas partículas inobservables no explicaban nada porque ellas mismas necesitaban ser explicadas.

Siempre es posible pedir una nueva explicación. Sin embargo, los científicos han de detenerse en algún punto y contentarse con los progre­sos hasta entonces realizados. La teoría cinética de Boltzmann explicaba cosas que los antiguos enfoques fenomenológicos del calor no acertaban a explicar - por ejemplo, por qué el hecho de agitar una vasija llena de gas hace subir la temperatura de ese gas. Mientras que el antiguo enfo­que fenomenológico no podía dar ninguna respuesta, la teoría cinética de Boltzmann la dio: la agitación de la vasija hacía que las partículas del gas que llenaban la vasija se movieran con mucha más rapidez y de este modo provocaban el aumento de la temperatura.

Igualmente ocurre con el diseño. La cuestión no es que los teóricos del diseño hayan resuelto o no todas las cuestiones relacionadas con la

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ligencia diseñadora responsable de la complejidad especificadu c1:

•·naturaleza. Cuestiones de este tipo existirán siempre. lo importante ittás bien es saber si el trabajo que actualmente realiza el diseflo se pasmará en un edificio conceptual útil - una cuestión que las críticas lle· Dawkins dejan sin respuesta. Los teóricos del diseño sostienen que •·diseño inteligente es una teoría científica útil para entender sistemas

, 0 el de las máquinas bioquímicas irreduciblemente complejas de _ ·chael Behe. Un argumento de este tipo ha de ser tomado sobre la

de sus propios méritos. Se trata de un argumento científico. El diseño inteligente como programa de investigación científica busca

lftarcadores empíricos de inteligencia en la naturaleza. La complejidad 'irreducible es uno de esos marcadores en biología que apunta de modo fiable a una inteligencia. Ahora bien, el diseri.ador que se esconde tras ese diseño no es, como podríamos decir, parte de la naturaleza (al menos de la naturaleza tal como la entiende ahora la comunidad científica). !Bn consecuencia, no hay ningún «marcador» ligado a tal diseñador que indique que éste es a su vez diseñado. La teoría del diseño inteligente impide por tanto el «regreso del diseño» según el cual deberíamos decir -para ser consistentes con nuestros métodos de detección de diseño- si el diseñador es o no diseñado. Este diseñador no es un suceso, ni un objeto, ni una estructura. En consecuencia, el diseñador, aunque capaz de producir fenómenos que muestren señales empíricas de inteligencia, no puede mostrar como tal la menor marca empírica de inteligencia. La cuestión de si el diseñador es a su vez diseñado, simplemente no es planteable dentro de una teoría científica del diseño.

Esto no tiene nada que ver con la cuestión de que el diseño inteli­gente evada las dificultades o complique los problemas. Las explicaciones teóricas del diseño están más cerca de las explicaciones locales que de las explicaciones últimas. Las explicaciones teóricas del diseño buscan determinar si un suceso, objeto, o estructura particular exhiben signos inequívocos de inteligencia y pueden ser por tanto adscritos al diseño. En consecuencia, el razonamiento teórico sobre el diseño no requiere que se responda a la pregunta sobre quién diseña al diseñador para que una inferencia de diseño sea válida. Tiene un valor explicativo atribuir la Sinfonía Júpiter al arte (diseño) de Mozart, pero esa explicación no sufre en absoluto por desconocer quién fue el que diseñó a Mozart. Del mismo modo, en biología las inferencias no quedan invalidadas por no poder responder a la cuestión de Dawkins sobre quién diseñó al diseñador.

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. La cuestión sobre la_ ,entidad :~e dis,eñara al diseñador hay q mterpretarla como cueshon metaf1s1ca mas que como cuestión cien fica. Como tal, es un deseo de explicaciones últimas y no próxill\al, Las explicaciones próximas son contextuales y locales, centradas so~:. aspectos particulares del mundo en tiempos y lugares determinados. Lit explicaciones últimas, en cambio, son globales y omniabarcantes, refelj. das al entero mundo a lo largo del tiempo y encaminadas a encon ' un definitivo lugar inmóvil de explicación.

La naturaleza se inclina a considerar a la Naturaleza (con maylÍft cula) o al Universo (también con mayúscula) o a la masa-energía 0 a las supercuerdas o a alguna otra entidad similar como el último lugar inmóvil de explicación. Esto no quiere decir que todas las explicaciones últimas sean equivalentes (aunque juzgar sus méritos rebasa el alcance de la ciencia). Ni tampoco significa que la ciencia sea irrelevante para decidir entre las explicaciones últimas. El darwinismo conduce hacia el naturalismo, mientras que el diseño inteligente, al menos en la cultura occidental contemporánea, no lleva hacia el teísmo. El punto crucial, sin embargo, es que las explicaciones teóricas del diseño pueden ser legitimadas sin tener por eso que ser últimas, y esto es especialmente cierto en biología.

SCEPTICISMO SELECTIVO ¿Por qué es el escepticismo pn:fesional tan declarado adversario del disefio inteligente? ¿Qué perspecti'uas tieJZe de desmontar al disefio inteligente?

"" LOs ESCÉPTICOS PROFESIONALES hacen suya la tarea de mantener a la ciencia libre de superstición. Muchos de ellos ven ahora al diseño inteligente como la amenaza más seria que tiene planteada la ciencia en el actual panorama cultural. Temen que el diseño inteligente subvierta a la ciencia -un temor que se hizo particularmente evidente en el forum especial sobre diseño inteligente al que fui invitado a participar. Este forum tuvo lugar en la Cuarta Conferencia Mundial de Escépticos celebrada en Burbano, California, el 21 de junio de 2002. El objetivo de aquella conferencia era el de cartografiar las perspectivas del escepticismo du­rante el siguiente cuarto de siglo. Y allí se perfiló el diseño inteligente como el nuevo y primario traidor del escepticismo.

El escepticismo posee un bagaje estándar de trucos para mantener a raya a un público crédulo. Me gustaría exponer aquí la razón de que ese arsenal de trucos se muestre impotente cuando se lo enfrenta al diseño inteligente. Uno de los problemas que encuentra el escepticismo es la razonabilidad y la creciente respetabilidad de que goza el diseño inteligente. Hace pocos años, el escéptico Michael Shermer escribió un libro titulado Why People Believe Weird Thies (Por qué la gente cree cosas peregrinas). La mayoría de las cosas peregrinas que Shermer discute en este libro son indiscutiblemente marginales, como son la negación del holocausto, los encuentros con alienígenas o las reuniones de brujos, pero difícilmente la clase de material que le permitiría a uno mejorar el propio currículo científico en la escuela pública. Frente a esto, el diseño inteligente se está convirtiendo en una verdadera corriente que amenaza con conseguir justamente eso.

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Las encuestas Gallup confirman una tras otra que en torno a un 90 por ciento de la población de los Estados Unidos cree en alguna especie de diseño oculto bajo el mundo. En el tiempo en que yo escribía este libro, Ohio era el epicentro de la controversia sobre la evolución del diseño inteligente. Encuestas más recientes dirigidas por el Cleveland Plain Dealer (9 de junio de 2002) descubrieron que el 59 por ciento de la población de Ohio deseaba que se enseñase tanto evolución como diseño inteligente en sus escuelas públicas. Otro 8 por ciento quería que sólo se enseñase diseño inteligente. Y aun otro 15 por ciento no deseaba que se enseñase diseño inteligente bajo mandato, pero quería que la evidencia en contra de la evolución fuese presentada en las escuelas públicas de su estado. La aritmética de todo esto habla por sí misma.

Tal vez el descubrimiento más revelador de este sondeo sea el modo en que los habitantes de Ohio veían las consecuencias que acarrearía para su estado la enseñanza del diseño inteligente en sus escuelas públicas. Según el Cleveland Plain Dealer (9 de junio de 2002), «unos tres de cada cuatro votantes afirmaban que la inclusión del diseño inteligente en los planes de estudios ejercería o bien un efecto positivo o bien ningún efecto sobre la reputación de su estado o sobre su capacidad para atraer nuevos negocios». Difícilmente podría uno imaginarse esa misma respuesta si la cuestión consultada hubiera sido la enseñanza de astrología, de brujería o de geología de la tierra plana. El diseño inteligente se ha convertido ya en una corriente principal entre el público mayoritario.

Pero incluso así, la corriente principal del diseño inteligente no con­sigue entenderse con los escépticos. Éstos se conocen bien toda clase de falacias lógicas e informales, con el argumentum ad populum (el recurso a las masas) encabezando la lista. El escepticismo quiere conservar su crédulo y honesto público. Y de acuerdo con ello, declara que el hecho de que el diseño inteligente sea aceptable para la mayoría de los ame­ricanos no significa que merezca ser aceptado. (Ejemplo de ello es la fascinación de los americanos por los horóscopos). Pero en todo caso, no hay razón para pensar que vayan a prosperar los usuales asaltos escépticos contra el diseño inteligente.

Uno de los santos patronos del escepticismo, H.L. Mencken, observa­ba: «Para todo problema, hay siempre una solución clara y simple, y es siempre errónea». Mas al escribir sobre la teoría de Darwin, Stephen Jay Gould observaba: «Ninguna gran teoría presumió nunca de una estruc­tura tan simple» (tomado de la introducción de Gould al libro de Carl Zimmer, Evolution: The Triumph of an Idea). El diseño inteligente sostiene

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4Ue la observación de Mencken es aplicabl~ ~ la biología evol~tiva., y - 4Ue trastoca no sólo las explicaciones mecamc1stas de la evoluc10n smo

al escepticismo mismo. , Para ser leal a sus principios, el escepticismo tendría que cambiar el iltfoque de su escrutinio de las cosas. Y esto es precisamente lo que no pee en la controversia sobre evolución y diseño inteligente. El proble­• con el escepticismo es que ha dejado de ser un escepticismo puro.

11 a- actual es más bien un escepticismo selectivo que desea un mundo Jiropio y saludable en el que la ciencia pueda ser en principio totalmente

caracterizada en términos de rígidas leyes naturales. ¿Por qué la primera organización escéptica del mundo es conocida

como CSICOP, o Committee far the Scientific lnvestigation of Claims of the Paranormals? (Fue este Comité el organizador de la conferencia antes mencionada). Aunque se me ha asegurado que la combinación «COP» en la sigla CSICOP es una pura coincidencia, es sin embargo singular­mente adecuada. CSICOP se mueve en la esfera de la política de las reivindicaciones en favor de lo paranormal. Por ser distinto de lo normal, lo paranormal significa una amenaza al ordenado mundo salido de la concepción materialista de la ciencia suscrita por el escepticismo.

Para el escepticismo no hay ninguna otra concepción valida de la ciencia. Lo normal es lo que es describible por una ciencia materia­lista. Lo paranormal es lo que no es normal. Dada la fe del escéptico en que todas las cosas son normales en último término, cualquier afirmación sobre lo paranormal debe ser falsa en última instancia. Y puesto que el diseño inteligente sostiene que una inteligencia no reducible en última instancia a mecanismos naturales podría ser la responsable del mundo y de las diversas cosas que encontramos en el mundo (sin descartarnos a nosotros mismos), el diseño inteligente es demasiado culpable de transgredir el orden de lo normal y debe

ser relegado a lo paranormal. Hay una ironía encerrada en todo esto. El mundo del escéptico,

en el cual no es fundamental la inteligencia y el mundo mismo no es diseñado, es un universo racional porque se rige por una ley natural inmutable: la causa precede al efecto con regularidad inviolable. Dicho brevemente, todo en él procede «normalmente». Por el otro lado, el mundo del teórico del diseño, en el cual la inteligencia es fundamental y el mundo es diseñado, no es un mundo racional porque la inteligencia puede hacer cosas que son inesperadas. Dicho brevemente, es un mundo en el que algunas cosas proceden «paranormalmente».

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Reservar a una inteligencia no evolucionada un lugar en el mundo es, según el escepticismo, colocarle al mundo un artefacto explosivo. Es cambiar la ley natural por un capricho y por lo tanto destruir la ciencia. Y sin embargo, es sólo nuestra inteligencia la que hace posible la ciencia, y sólo la inteligencia lo que nos permite entender el mundo. Así, para el escéptico, el mundo es inteligible solamente si comienza sin inteligencia y luego desarrolla la inteligencia. Pero si el mundo parte dotado de inteligencia y luego la desarrolla por causa de una inteligencia anterior, entonces el mundo se torna ininteligible para el escéptico.

La lógica aquí no es contundente, pero una vez que se la compren­de, no hay manera de escapar a su fuerza. Ésta es la razón de que la evolución no sea negociable para el escepticismo. Por ejemplo, en dos ocasiones le ofrecí al consejo editorial de la revista Skeptic de Michael Shermer ser su consejero escéptico con respecto a la evolución. Pese a que Shermer y yo somos bastante amigos, él nunca aceptó mi oferta. Y ciertamente no podía aceptarla. Porque hacerlo sería admitir que una inteligencia exterior al mundo pudiera influir sobre el mundo. Y esto destruiría la autonomía del universo y haría efectivamente imposible el rechazo global de lo paranormal que el escepticismo exige. No es acci­dental que la fotografía de Shermer que aparece en su libro lo muestre sonriente junto a un busto de Darwin y una colección de escritos de o sobre Darwin como telón de fondo.

El escepticismo se enfrenta por tanto a una curiosa tensión. Por una parte, para mantener la credibilidad tiene que proyectar la luz del escrutinio sobre todas las cosas y también, en principio, incluso sobre la evolución. Por otra, por ser el azote que destruya la superstición y haga volver al redil a un público simplón, debe mantener una concepción materialista de la ciencia y por tanto no puede soslayar la cuestión de la evolución. El diseño inteligente explota esta tensión y con ello descubre el juego del escepticismo.

¿Cuáles son, por tanto, las perspectivas del escepticismo para de­rrocar al diseño inteligente? Para responder a esta cuestión, revisemos lo que el diseño inteligente ha significado hasta ahora:

1. Un método para la detección de diseño. Son numerosas las discusiones sobre la validez de la complejidad especificada como méto­do para detectar el diseño, pero a juzgar por las respuestas suscitadas durante los últimos cinco años, este método no se está debilitando. Al­gunos científicos (como Elliott Sober) piensan que el método se limita meramente a codificar un argumento a partir de la ignorancia. Otros

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en cambio (como Paul Davies) creen que se trata de algo importante. .La cuestión está en que es mayor el número de personas que está en desacuerdo con la propuesta de un diseño inteligente. Tal desacuerdo indica que las cuestiones de real importancia intelectual tienen que ser decididas y que la teoría que nos ocupa no es inverosímil.

2. Sistemas bioquímicos irreduciblemente complejos. Existen sis­temas de este tipo, como el flagellum bacteria!, que exhiben complejidad especificada. Por otra parte, la comunidad biológica no conoce la clave ,del modo en que tales sistemas emergieron por mecanismos materiales. .La gran promesa del darwinismo y de otras explicaciones naturalistas de la evolución era mostrar de qué modo los mecanismos materiales operan­do por vías conocidas eran capaces de producir toda la complejidad bio­lógica. Esa promesa está ahora siendo crecientemente reconocida como incumplida e incluso como incumplible. Franklin Harold (actualmente un proponente del diseño) dice en su libro más reciente publicado por la Oxford University Press, The Way of the Cell: «No existe en la actua­lidad ninguna explicación detallada de la evolución de algún sistema bioquímico o celular, sólo una variedad de especulaciones fantasiosas». El diseño inteligente entiende que nuestra ignorancia en este tema indica la existencia de no pequeños agujeros en nuestro conocimiento de los sistemas biológicos que los biólogos prometen subsanar con facilidad mediante modelos mecanicistas de prueba-y-verificación, pero que en realidad son más bien grandes lagunas que sólo son salvables mediante ideas radicales como la del diseño.

3. Desafío al status quo. Admitámoslo, en muchos círculos culti­vados el darwinismo y otras explicaciones mecanicistas de la evolución se han tornado abiertamente en un status quo. Esta situación encierra ventajas y desventajas para sus proponentes. Por una parte significa que la totalidad de los recursos del área científica y educacional son dedicados a los naturalistas evolutivos, recursos que éstos pueden uti­lizar para aplastar a los disidentes y promocionar su propia agenda. Por otra parte, significa que ellos mismos pueden acabar alienando a la joven generación - especialmente en la medida en que estén resueltos a reforzar la ortodoxia materialista (y hasta el momento lo han hecho decididamente)- que naturalmente está inclinada a la rebelión contra cualquier tipo de status quo. El diseño inteligente apela a la rebelión de los jóvenes.

4. La desconexión entre cultura elitista y cultura popular. La elite educada cree en la evolución mecanicista, y la ciencia materialista

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ayuda a subrayarla. Por su parte, las masas creen en su gran mayoría en la teoría del diseño inteligente. Pero más aún, las masas son las que poseen actualmente las llaves de la caja para la elite educada (bajo la forma de recursos educacionales, fondos para la investigación, becas, etc) .. Esta desconexión puede ser explotada. La ventaja que la evolución mecanicista ha tenido hasta ahora no ha sabido ofrecer un marco teórico, aunque empíricamente inadecuado, que fuera capaz de dar cuenta de la emergencia de la complejidad biológica. La desventaja del diseño inteligente ante el pueblo que lo apoya se ha traducido en que esas masas han tenido que basarse casi exclusivamente en intuiciones preteóricas. El diseño inteligente ofrece reemplazar esas intuiciones preteóricas por un riguroso marco teórico del diseño que refuerce sus intuiciones y le permita así marchar codo-a-codo con la teoría evolucionista estándar.

5. Una emergente comunidad investigadora. El diseño inteligente resulta atractivo para los jóvenes estudiosos brillantes, que por su parte se han comprometido a desarrollarlo como programa de investigación científica. Estamos aún en los inicios, pero los signos evidentes son realmente muy prometedores. Pero no basta con detectar el diseño, pues una vez que se lo ha detectado hay que mostrar de qué modo el tal diseño se traduce en fructíferas intuiciones biológicas que no podrían haber sido obtenidas desde una perspectiva puramente materialista. Estoy empezando a detectar vislumbres de ese prometedor programa de investigación sobre diseño teórico.

¿Qué puede hacer el escéptico contra esta embestida, especialmente cuando hay planteado un gran debate de dimensiones políticas en el que un público cansado de verse toreado por una elite intelectual encuentra en el diseño inteligente un instrumento de liberación? Me gustaría sugerir al escéptico las siguientes líneas de acción:

1. Crear el adecuado tono retórico. Subrayar la ciencia como una gran fuerza para la ilustración y contrastarla exhaustivamente con el fundamentalismo religioso fanático. Insistir luego en que el diseño inteligente es esencialmente un movimiento religioso. Utilizar genero­samente la «palabra Cristo» para confundir al diseño inteligente con el creacionismo, y subrayar la similaridad del creacionismo con la astro­logía, la creencia en una tierra plana y la negación del holocausto. Una vez establecida por asociación la culpabilidad, jugar con la idea de que el diseño inteligente es «profundamente defectuoso» y que la evidencia de la evolución es «aplastante». Tomar las expresiones profundamente

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1 41/ectuoso y evidencia aplastante no como críticas o argumentaciones reales fino como consignas para provocar la apropiada respuesta emocional. ,(Compáreselas con las expresiones «No salgas sin eso», «Esto es pan oiojado para ti», y «¡Haz justamente esto!»). Para el lector interesado, '~go registrados los nombres de dominio www.deeply-flawed.com 'y www.overwhelmingevidence.com (como también www.underwhel­l'ingevidence.com). il' 2. Demostrar el carácter superfluo del diseño. El objetivo de esta aeción es hacer más y más difícil la implementación basándose simple­rnente en la experiencia empírica; pero si se define artificialmente a la ciencia como una empresa limitada exclusivamente a los mecanismos materiales, se elimina convenientemente el diseño de la discusión cien-

tífica. 3. Jugar la carta de lo subóptimo. Para la mayoría de la gente el

diseñador es una figura benévola, el Dios sabio. Esta imagen posibilita ia explotación de la disonancia cognitiva apuntando a casos de diseño ,jncompetente o viciado en la naturaleza. El diseño inteligente tiene buenas respuestas para esta objeción, pero el problema del mal está maravillosamente adaptado a los intelectos turbios. Éste es un lugar en donde el escepticismo se desenvuelve bien explotando las respuestas emocionales.

4. Introducir un corte científico. Esta opción ofrece detallados mo­delos comprobables de la manera en que sistemas bioquímicos irreduci­blemente complejos, como el flagellum bacteria!, pudieron haber emer­gido mediante mecanismos materiales. No abrigo muchas esperanzas respecto a esta posibilidad, pero si los escépticos entraran en el tema, el diseño inteligente tendría muchos elementos para contraargumentar.

S. Ofrecer un cuadro más atractivo del mundo. El escepticismo es el corazón de una empresa austera. Procede mediante la negación y profesa derribar las cosas. Esta postura es bien recibida por un público que se siente encantado ante las nuevas posibilidades. En su Arte de la .persuasión, Blaise Pascal escribió: «Casi invariablemente, la gente llega a sus creencias no sobre la base de la prueba sino sobre la base de lo que le resulta atractivo». Todas las encuestas indican que una forma de evolución mecanicista no le ofrece a la mayoría de la gente una visión agradable de la vida y el mundo. Proporcionar tal visión es, en mi opinión, la tarea principal del escepticismo si desea derrocar al diseño inteligente. Los escépticos cuentan con mis mejores deseos para el éxito de esta empresa.

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¿Reivindica invariablemente el progreso científico al naturalismo y opera en contra del diseño inteligente?

Lo DISTINTIVO DE UNA IDEOLOCÍA es el triunfalismo, la ilusión de que el éxito es inevitable. El naturalismo es el peor de los enemigos que yo conozca en este respecto. Imaginemos un maremoto imparable que se lleva por delante todo lo que encuentra a su paso. La única salida es la retirada. Pero sea cual sea la posición que uno alcance, es sólo una cues­tión de tiempo que la ola arrase también esa posición. En este cuadro, la ciencia naturalista enemiga del diseño es el imparable maremoto, y todo lo que no sea fácilmente asimilable al naturalismo (como el diseño, las almas, la ley ética naturalista, la religión y Dios) está condenado a una precipitada retirada, siempre cediendo su puesto y nunca recuperándolo. ¡Maravillosa imagen! Pero aunque son muchos los que la suscriben, es realmente un peso muerto.

A pesar de toda la propaganda en contra, la ciencia no es un mare­moto que haga retroceder sin descanso las fronteras del conocimiento. Más bien, la ciencia es una red interconectada de afirmaciones teóricas y fácticas sobre el mundo en constante revisión y para las cuales cualquier cambio en una determinada porción de la red implica cambios radicales en otra. En particular, la ciencia se enfrenta de manera regular con el problema de tener que retractarse de ciertas afirmaciones que ella misma había establecido alguna vez.

Consideremos el siguiente ejemplo tomado de la geología. En el siglo diecinueve fue propuesta la teoría geosinclinal para explicar el modo en que se originaron las montañas. Esta teoría formulaba la hipótesis de que grandes depresiones, conocidas como geosinclinales, rellenas de

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sedimentos, se tornarían gradualmente inestables y luego, por efectos de ' la presión y del calentamiento producido por la tierra, se elevaron para

formar hileras de montañas. A la pregunta ¿Qué sucedió entonces? los geólogos de épocas tan tardías como los últimos años de 1960 seguían afirmando confiadamente que la teoría geosinclinal ofrecía la respuesta. Así, en la edición de 1960 de la obra de Thomas Clark y Colin Stearn, ,fieological Evolution of North America, el estatuto de la teoría geosinclinal :eta comparado favorablemente con el de la teoría de la selección natural de Darwin:

La teoría geosinclinal es uno de los grandes principios unifi­cadores en geología. En muchos aspectos, su papel en geología es similar al de la teoría de la evolución, que sirve para integrar las numerosas ramas de las ciencias biológicas ... Así como la doctrina

~ de la evolución es universalmente aceptada entre los biólogos, del +- mismo modo el origen geosinclinal de los importantes sistemas ,1

! de montañas es un principio establecido en geología. 111

¿Qué iba a suceder con la teoría geosinclinal? No habían de trans­currir aún diez años desde su establecimiento para que la teoría de las plataformas tectónicas, que explicaba la formación de las montañas por

111 deriva de los continentes y la proliferación del suelo marino, reemplazara ya definitivamente a la teoría geosinclinal. La historia de la ciencia está llena de episodios de este tipo en los que unas confiadas pretensiones de conocimiento desaparecen repentinamente de la literatura científica.

La teoría geosinclinal estaba totalmente equivocada. Así pues, cuan­do la teoría de las placas tectónicas se impuso, la antigua teoría quedó arrumbada. A menudo, sin embargo, las teorías no son totalmente erró­neas y continúan ofreciendo algunas perspectivas legítimas. Sin embargo, tras una ulterior investigación necesitan ser revisadas. Frecuentemente, tal revisión toma la forma de una contracción. El problema está en que cuando las teorías son propuestas por vez primera, sus creadores las fuerzan a explicar tanto como sea posible - demasiado, sin duda. Sólo más tarde comienzan a manifestarse las limitaciones de la teoría.

Siempre es una tentación en ciencia pensar que la teoría de uno abarca un dominio mayor que el que realmente tiene. Eso pasó con la mecánica newtoniana: los físicos creyeron que las leyes de Newton ofrecían una explicación completa de la constitución y dinámica del uni­verso. James Maxwell, Albert Einstein y Werner Heisenberg mostraron cada uno por su lado que el dominio propio de la mecánica newtoniana

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era mucho más restringido. La mecánica newtoniana es perfectamente adecuada para los objetos de tamaño medio a velocidades medias, pero no para velocidades realmente altas y objetos muy pequeños; para estas dimensiones son necesarias, respectivamente, la relatividad y la mecáni­ca cuántica. Del mismo modo, el dominio propio del mecanismo de la selección darwiniana es mucho más restringido de lo que la mayoría de los darwinistas quisiera admitir. En particular, los cambios evolutivos a gran escala en los que los organismos obtienen una nueva información rica en estructuras, no se dejan explicar legítimamente por el mecanismo de la selección darwiniana.

A veces, como es el caso de la geología geosinclinal, las teorías son reemplazadas totalmente por otras teorías completamente nuevas. Otras, como ocurre con la mecánica newtoniana, las teorías se mues­tran inadecuadas fuera de un cierto rango de fenómenos y requieren ser suplementadas. (Nadie estudia ahora la geología geosinclinal, pero todos los actuales estudiantes de física siguen aprendiendo mecánica newtoniana, aunque más tarde en el curso de sus carreras tengan que estudiar también mecánica cuántica y teoría de la relatividad). En los dos últimos casos, sin embargo, las teorías defectuosas ofrecen el camino hacia nuevas teorías más potentes. Pero éste no es siempre el caso. Es igualmente posible desechar o recortar teorías sin contar con su reem­plazo por otra nueva.

Consideremos el tema de la superconductividad. En este caso, la ciencia no exigió el reemplazo por una teoría adecuada y asequible para establecer lo inadecuado de una teoría existente cuando la evidencia experimental iba en su contra. Los estudios de tales casos son particu­larmente importantes en el debate sobre evolución naturalista porque muestran que es posible criticar legítimamente el darwinismo y otras teorías naturalistas de la evolución sin tener que argumentar en pro de la adecuación de una teoría del reemplazo. En lugar de tratar de intro­ducir con calzador los datos recalcitrantes en teorías que son empírica­mente inadecuadas, la ciencia se ve habitualmente forzada a renunciar a demandas demasiado confiadas que no pueden ser adecuadamente justificadas. Así pues, la alternativa racional a la teoría de Darwin no tendría por qué ser el diseño inteligente, pero podría ser simplemente la incertidumbre inteligente.

El físico holandés Kamerlin Onnes descubrió la superconductividad en 1911. La superconductividad se refiere a la desaparición completa de la resistencia eléctrica en materiales a temperaturas bajas. Pero antes de

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,que Onnes realizara su descubrimiento no existía ninguna teoría que explicara la superconductividad. Tal teoría no fue propuesta hasta 1957, a saber: la teoría BCS. El nombre de esta teoría responde a John Bar­(ieen, Leon Cooper y John Schrieffer, que recibieron el Premio Nobel en física por su teoría en 1972. El primer parágrafo de la prensa del Nobel describe la teoría del BCS como portadora de «una completa explicación teórica del fenómeno». (Véase www.nobel.se/physics/laureates/index. html). Pero la teoría no permaneció incólume durante largo tiempo. En ia década de 1980, Georg Bednorz y Alexander Müller descubrieron superconductores a temperaturas mucho más altas que las previamente identificadas y explicadas por la teoría BCS. Hasta la fecha, no se ha encontrado ninguna teoría BCS extensible a superconductores a altas temperaturas. En lugar de ser «la teoría de la superconductividad», BCS ha quedado reducida ahora a explicar un rango bastante limitado de superconductores.

La ciencia puede llegar a conclusiones erróneas -y escandalosa­mente erróneas, ciertamente. Incluso podemos afirmar a veces que la ciencia ha afirmado algo erróneo sin tener que decir por ello cuál es la explicación correcta o verdadera. Tampoco la ciencia, a diferencia de la religión, tiene profetas. No hay profetas científicos que nos digan qué curso ha de tomar la ciencia o cuál debe evitar. Los diferentes caminos han de ser ensayados, y sólo después de esto resultará claro cuál de ellos era fructífero y cuál estéril. Críticas contra el diseño inteligente, como la siguiente de Howard Van Till, están por tanto fuera del campo de la ciencia: «Cuanto más aprendamos sobre las proezas auto-organizativas y transformacionales que pueden realizar los sistemas bióticos, menos verosímil será que las condiciones para [la complejidad especificada] puedan ser satisfechas por ningún sistema biótico». (Véase www.aaas. org/ spp/ dser/ evolution/ perspectives/vantillecoli.pdf). Dicho en otras palabras, cuanto más progrese una ciencia materialista, menos probable será que el diseño inteligente sea reivindicado.

Van Till está jugando aquí a ser profeta. No hay ninguna razón fuera del prejuicio para pensar que a medida que aumente nuestro conocimien­to de los procesos naturales relevantes para la formación de sistemas bióticos, tengan que disminuir las improbabilidades o complejidades asociadas con tales sistemas, con lo cual la complejidad especificada que­dará refutada o eliminada. (Y puesto que la complejidad especificada es un marcador de diseño inteligente, la detectabilidad de diseño quedaría así igualmente refutada o eliminada). Pero no es así como funcionan las

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probabilidades y las complejidades. Con el incremento del conocimiento científico, el número de nuestros cálculos puede seguir siendo el mismo o bien disminuir o crecer (lo cual implica que si la complejidad calcula~ aumenta, el reto de la complejidad especificada tendrá que intensificarse~ Es éste un caso especial de una característica más general de la cienctac que lo conocido no es una guía fiable para lo desconocido. Ciertamente, la historia de la ciencia es una historia de sorpresas.

El intento de Van Till de hacer el papel de profeta debería ofrecernos un respiro. Van Till admite que el incremento del conocimiento científico podría refutar una determinada atribución de complejidad especificada a algún sistema biótico. Pero si ésta es una posibilidad, entonces sería también una posibilidad que el aumento del conocimiento científico se mostrara incapaz de refutar una atribución de complejidad especificada y pudiera llevar incluso a la afirmación de una complejidad más y más extrema. Y aún más, hay un hecho subyacente a la cuestión sobre el tipo de probabilidades y complejidades que son inherentes a la naturaleza, y este hecho podría ser justamente que la complejidad de un sistema biótico es efectivamente tan extrema como ahora aparece. ¿Por qué, entonces, piensa Van Till que es «poco verosímil» que la complejidad especificada tenga que ser confirmada en los sistemas bióticos «a medida que sepamos de ellos»? La verosimilitud a la que aquí se refiere Van Till no tiene nada que ver con las asignaciones objetivas de probabilidad o de complejidad a los sistemas bióticos. Más bien, lo que esta verosimilitud expresa es la convicción personal de Van Till de que las explicaciones naturalistas tendrán que triunfar inevitablemente. Una verosimilitud se­mejante es por tanto puramente subjetiva que no tiene más fundamento que la previa adscrip~ión de Van Till al naturalismo.

Lejos de reivindicar al naturalismo, el progreso de la ciencia, con­siderado histórica y objetivamente, abre de par en par las puertas al diseño inteligente. La evidencia de diseño inteligente en biología se va tornando más firme cada día. El diseño inteligente se mueve de abajo a arriba hallando ejemplos de diseño biológico sistema tras sistema. El diseño inteligente no necesita mostrar que todo aspecto de la biología es diseñado. Le basta con encontrar algunos casos evidentes de diseño y exhibirlos. La cuestión del diseño inteligente es por tanto acumulativa y polifacética. El naturalismo, en cambio, ha de operar de arriba a abajo, negando que cualquier apariencia de diseño sea real. El naturalismo tiene ante sí un amplio frente que proteger. De admitir siquiera una sola excepción en la que el diseño se mostrara como algo real y no meramente

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progreso de la ciencia 235

como una apariencia, el entero edificio del natu~alismo ~e vendría ~bajo 'estrepitosamente. Por eso el naturalismo necesita considerar al diseno ' lgo no existente y no se puede permitir conceder el menor peso ;C<>tnº a . . , t d . 'a la evidencia real de diseño. Porque esa evidencia esta apun an o m-(:esantemente a la realidad del diseño en la naturaleza.

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1 PARTE CINCO

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e''º ARGUM~NTO DESDE LA 1 G ~ 'E>"R ~ N C 1 A

Al atribuir diseño a los sistemas biológicos, ¿no está el diseño inteligente argumentando a partir de la ignorancia?

ÉSTA ES QUIZÁ LA OBJECIÓN más común contra el diseño inteligente, conocida bajo diversos nombres: argumento a partir de la ignorancia, argumento desde el silencio, argumento que parte de la incredulidad personal, el dios-de-los-agujeros, argumentación negativa, argumento por eliminación, eliminación inductiva, incapacidad de ofrecer una alternativa positiva, etc., etc. La idea subyacente en este último caso es que los teóricos del diseño defienden la verdad del diseño basándose simplemente en el hecho de que no se ha mostrado que el diseño sea falso. En los argumentos que parten de la ignorancia se utiliza la falta de evidencia contra una proposición para defender la verdad de ésta. El siguiente razonamiento es un estereotipo de argumento basado en la ignorancia: «Los espíritus y los duendes existen porque nadie me ha demostrado que no existan».

La objeción basada en el argumento desde la ignorancia se ha mostrado particularmente eficaz para cerrar la discusión sobre el dise­ño inteligente. De hecho, entre los intelectuales occidentales funciona como una especie de mantra. Se lo repite meramente siempre que se plantea la cuestión del diseño. El diseño se esfuma así en el aire y la calma queda reestablecida. He aquí un típico diálogo entre dos de tales intelectuales:

«¿Qué piensas de esos chiflados teóricos del diseño?» «Ah! me encantan sus escritos. Utilizan justamente el clásico argu­

mento que se apoya en la ignorancia» «Sí, justamente el mismo viejo dios-de-los-agujeros»

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<<Hume nos dijo todo lo que había que decir sobre esto y refutó el diseño de una vez por todas» (Conjurar el nombre de David Hume resulta siempre útil en estas discusiones).

«Tienes razón. Bien, tomemos una cerveza» «¡Buena idea!» Y así queda refutado el diseño. Tal vez por esto, el filósofo australiano

Alan Oldin, al comentar el persistente uso del argumento-de-la-igno­rancia o la objeción del dios-de-los-agujeros contra la obra de Michael Denton y Michael Behe escribe «La expresión "el dios de los agujeros" no es más que una acusación de petición de principio cuyo sentido en este contexto es el de detener el flujo del argumento antes de que haya sido realmente iniciado». (Véase su artículo «Maker of Heaven and Microbiology», Quadrant, Enero-Febrero 2000).

A fin de comprobar que el argumento de la ignorancia no es una varita mágica para silenciar al diseño inteligente, comencemos con un examen de la realidad. Cuando se plantea este argumento contra el diseño inteligente, ¿quién es exactamente el acusado de ser ignorante? Es natural pensar que la ignorancia está en los teóricos del diseño que desean atribuir agencia inteligente a los sistemas biológicos. Si estos pobres teóricos entendieran mejor la biología, sus sistemas quedarían fá­cilmente subsumidos bajo una explicación mecanicista. Así pues, cuando yo explique en el campus universitario el diseño inteligente, el biólogo de turno que se encuentre en la audiencia se levantará con frecuencia durante la sesión de preguntas-y-respuestas para decirme que el hecho de que yo desconozca el modo de formación de los sistemas biológi­cos complejos mediante el mecanismo darwiniano no significa que no sucediera de este modo. Entonces le respondo que el problema no está en que yo conozca o no personalmente el modo de formación de tales sistemas, sino en que el biólogo que me plantea esta objeción desconoce cómo pudieron haberse formado estos sistemas - y eso a pesar de haber tenido una fabulosa educación en biología, un laboratorio de investiga­ción perfectamente equipado, décadas de utilización de éste, seguridad y prestigio bajo la forma de un nombramiento académico, y el bagaje acumulado de la comunidad biológica que también desesperada pero infructuosamente ha tratado de descubrir el proceso de formación de los sistemas biológicos durante centenares y centenares de años.

¿Quién es el ignorante aquí? No precisamente los teóricos del diseño, sino la comunidad científica en su totalidad. De hecho, puede decirse que la comunidad biológica no posee la clave de la emergencia de la

mento desde la ignorancia 241

,eomplejidad biológica. ¿Por qué? Porque los mecanismos materiales que # comunidad de los biólogos considera para explicar la complejidad _biológica no proporcionan ninguna clave que explique realmente cómo

'1 ipudieron haberse formado sus sistemas. Así pues, no se trata de un ifl'Oblema de ignorancia o de incredulidad personal, sino de un J:acas~ lliseiplinar global (la disciplina aquí es la biología) y de una gran znsufz­

cia de la teoría (la teoría en cuestión es la de Darwin). , , Ahora bien, una ignorancia de este calibre no es algo que alguien ·camente deseara advertir. Sin embargo, algunos biólogos han sabido

~percatarse de esta situación. Entre ellos se encuentran James Shapiro y -franklin Harold, ninguno de los cuales suscribe el diseño inteligente. iEn una recensión del libro de Michael Behe Danvin's Black Box (National R.eview, 16 Septiembre, 1996), James Shapiro, un biólogo molecular de

Ja Universidad de Chicago, reconocía que

no existe la menor explicación detallada sobre la evolución darwiniana de ningún sistema bioquímico o celular fundamental, sino sólo un abanico de especulaciones fantasiosas. Es increíble que se haya podido aceptar el darwinismo como explicación sa­tisfactoria de un tema tan amplio - la evolución - con tan escaso examen riguroso del modo en que sus tesis básicas iluminan instancias específicas de la adaptación o diversidad biológicas.

· Cinco años más tarde, el biólogo celular Franklin Harold publicó un libro en la Oxford University Press titulado The Way of the Cell. En un lenguaje virtualmente idéntico al anterior, Harold observaba: «Hasta el presente, no existen explicaciones darwinianas detalladas de la evolu­ción de ningún sistema bioquímico o celular, solamente una variedad

de especulaciones fantasiosas». David Ray Griffin, tampoco adicto a la tesis del diseño inteligente,

es un filósofo de la religión que se interesa por los orígenes biológicos. Comentando la literatura evolutiva que se propone explicar el modo en que los cambios evolutivos conducen al aumento de la complejidad biológica, escribe (en su libro Religión and Scientific Naturalism),

Se me ha asegurado la existencia de evolucionistas que han descrito el modo en que pudieron ocurrir las transiciones en cuestión. Sin embargo, cuando pregunto por los libros en los que pueda encontrar esas descripciones, o bien no obtengo res­puesta alguna o bien se me facilitan unos cuantos títulos que,

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242 DISEÑO I NTELIGENT¡

tras cuidadoso examen, no contienen de hecho las prometidas explicaciones. Que tales explicaciones existen parece ser algo perfectamente conocido, pero aún no he podido encontrar a la persona que sepa dónde están.

En un debate reciente con el biólogo de la Universidad de Brown Kenneth Miller, cité las palabras de Franklin Harold sobre la ausencia de explicaciones detalladas de corte darwiniano sobre la evolución de los sistemas biológicos complejos. Miller no criticó las palabras de Harold. Pero en lugar de eso impugnó la credibilidad de Harold observando que era ya viejo y que estaba retirado desde hacía quince años. Presu­miblemente, Miller quería dar a entender que la edad de Harold había interrumpido todo contacto con la actual investigación en biología. Pero de ser así, ¿no habrían declinado los editores de la Oxford University Press la publicación de su libro? La edad solía implicar autoridad y res­peto, y aún sigue haciéndolo mientras se permanezca fiel a la ortodoxia darwiniana. (Testigo de ello es el homenaje dedicado a Ernst Mayr, que es un anciano). Pero el que se atreva a desafiar al icono más sagrado de la biología - el darwinismo- o incluso a establecer hechos poco satisfac­torios para éste en tanto que científico que sólo desea obrar honestamente respecto a una determinada situación, que no espere un tratamiento respetuoso cualquiera que sean su edad o sus aportaciones.

Naturalmente, la cuestión no era la edad de Harold sino la sustancia de su afirmación. ¿Llevaba éste razón? ¿Es cierto que al presente no existen detalladas explicaciones darwinianas de la evolución de algunos sistemas bioquímicos o celulares, sino sólo una diversidad de especu­laciones fantasiosas? Si Harold estaba equivocado, si realmente había dejado de seguir desde hacía quince años las rigurosas y detalladas explicaciones publicadas en los últimos años, ¿por qué no me remitió Miller a esos escritos? O mejor aún, ¿por qué no reproduce Miller esas explicaciones tan detalladas en sus propios escritos? Para ser exactos, Miller cita en su libro Finding Darwin 's God lo que él llama «brillantes ejemplos» de evolución darwiniana que producen complejidad biológica. Pero tras un examen más minucioso, las observaciones de Griffin son perfectamente aplicables también a los «brillantes ejemplos» de Miller. Vayamos a los artículos y libros reales que Miller cita, y las prometidas explicaciones del modo en que la complejidad pudo emerger mediante mecanismos darwinianos brillan por su ausencia. (Esta cuestión está más ampliamente tratada en el capítulo cinco de mi libro No Free Lunch).

mento desde la ignorancia 243

_ Larry Moran, un biólogo molecular de la Universidad de Toronto, J--i b' 1 , 1 . 1

.tan hipócrita como Miller cuando asegura que la 10 ogia evo uhva : resuelto el problema de la complejidad biológica. _Por ejemp.lo, no -tiene el menor reparo en afirmar que existe «un s1nnu~ero d~ 1~e~s»

e el modo en que la evolución pudo producir compleJidad b10log1ca. problema está en que esas ideas son invariablemente especulaciones

siosas y no propuestas detalladas susceptibles de ser contrastadas. biología evolutiva es ahora un campo en donde la imaginación co­

a libremente y sustituye al rigor . .. ._., El sistema biológico que ha recibido mayor atención por parte del lá<>vimiento del diseño inteligente es el flagellum bacteria!. Este flagellum bacterial es un propulsor bidireccional movido por un motor que se encuentra en la espalda de ciertas bacterias para propulsarlas a lo largo de su entorno acuoso. Es una maravilla de la nano-ingeniería, Howard Beg de Harvard no duda en describirla como la máquina más eficiente del universo. Mas ¿cómo se fraguó? Especulemos un poco. Resulta que unos diez genes del flagellum son homólogos a los genes que codifican un cierto tipo de bomba (conocido como tipo III de sistema secretor). ·Fue por tanto esta bomba un precursor evolutivo del flagellum? Tal ~ez, aunque Milton Saier de la Universidad de California en San Diego sostiene, sobre la base de una secuencia de comparaciones filogenéticas, que el sistema secretor tipo III evolucionó a partir del flagellum y no a la inversa. (Y puesto que el flagellum es considerablemente más com­plejo que el sistema secretor tipo III, explicar al último en términos del primero no ayuda a explicar la emergencia de la complejidad biológica). Mi postura aquí es que el hecho de descubrir subsistemas funcionales dentro de algún otro sistema más amplio, no nos autoriza a decir que este último sistema es un producto evolutivo de los anteriores subsistemas mediante mecanismos darwinianos o de cualquier otro tipo naturalista. Al igual que tampoco se podría afirmar que una motocicleta fuera el producto evolutivo de unos mecanismos darwinianos mostrando sim­plemente un motor y una bicicleta. En uno y otro caso, sería necesario descubrir un camino verificable antes de poder justificar una explicación darwiniana de su emergencia.

Pero ¿acaso no ha explicado la comunidad biológica la evolución de estructuras tan complicadas como el ojo de los mamíferos? Realmente no. Lo que la comunidad biológica ha hecho es observar que hay muchos ojos diferentes que exhiben grados variados de complejidad - desde el ojo completo de los mamíferos en el extremo superior de la escala de

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la complejidad hasta la mera sensibilidad ante un punto de luz en el extremo más bajo. Pero dibujar una serie de ojos de complejidad va .. riada y luego trazar unas flechas desde los menos complejos a los rnás complejos para representar las relaciones evolutivas no es explicar córno emergieron los ojos de mayor complejidad. Los agujeros entre esos ojos de complejidad creciente se tornan en una sima insalvable tan pronto se pone uno a pensar como un ingeniero y se contemplan realmente esas asombrosos componentes irreduciblemente complejos. Con seguridadJ uno se siente inclinado a urdir una historia darwiniana sobre el modo en que los ojos de complejidad creciente confirieron una ventaja de adapta­ción a los organismos que los poseían conduciendo así a la evolución de los mamíferos. Pero no hay aquí nada que un ingeniero pudiera tomar como material para construir un ojo real. Por definición, se supone que las explicaciones clarifican y justifican, potencian el entendimiento, y pro­porcionan un saber-cómo práctico. Las explicaciones darwinianas, como las del ojo, no hacen nada de esto. Son justamente historias - cuentos de ficción que entretienen y adormecen la fe darwiniana en la idea de que han resuelto el problema de la complejidad biológica cuando en realidad su solución se les continúa escapando.

Por eso, siempre que escucho a un darwinista afirmar que el diseño inteligente no es más que un argumento procedente de la ignorancia, le recuerdo la película de los años 1960 Guía para el hombre casado, protago­nizada por Robert Morse y Walter Matthau. Morse toma a Matthau bajo su tutela para mostrarle el fino arte de la infidelidad. Cuando Matthau le pregunta a Morse qué debe hacer si su esposa lo sorprende con otra mujer, Morse le contesta: «Niega, niega, niega». Luego le cuenta la histo­ria de un hombre cuya esposa lo sorprendió en la cama con otra mujer. La escena presenta ahora a J oey Bishop en la cama con una mujer y a su esposa entrando en el dormitorio y parándose frente a ellos. Cuando la esposa pregunta quién es esa mujer y qué está haciendo en su cama, Bishop simplemente contesta «¿Qué?» Eventualmente la otra mujer abandona el dormitorio. El marido (ya vestido) aparece ahora confor­tablemente instalado en un sillón y leyendo un periódico. Confundida, su esposa cambia de tema y le pregunta qué desea para cenar.

Recurriendo a la objeción del argumento desde la ignorancia, los darwinistas lo hacen mejor. No sólo niegan que haya algún problema con su teoría, sino que disparan sus dardos contra los disidentes y atribuyen la falta a los críticos de Darwin más que a la teoría del maestro. Si el personaje Bishop de la película se hubiera comportado de este modo,

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no sólo habría fingido ignorar a la otra mujer que estaba en la cama con él, sino que se hubiera vuelto contra su propia esposa acusándola de adulterio. En términos freudianos: los darwinistas que acusan al diseño inteligente de argumentar desde la ignorancia son culpables de

1 proyección al igual que de negación. Los darwinistas no poseen clave alguna del modo en que sistemas como el del flagellum bacteria! pu­dieran haber evolucionado. Por otra parte, sabemos que la inteligencia ~ capaz de diseñar sistemas de alta tecnología como el del flagellum. Pero son los teóricos del diseño los culpables de argumentar desde la

11 ¡gnorancia y los darwinistas los que saben lo que sucedió realmente. La ironía aquí encerrada es deliciosa.

El diseño inteligente contiene muchas más cosas que el mero argu­mento desde la ignorancia. Pero aunque la totalidad del diseño inteli­gente se hubiera reducido a una argumentación desde la ignorancia, eso mismo sería de por sí significativo. Se admite ampliamente que la teoría de Darwin ha resuelto el problema de la complejidad biológica. Ahora descubrimos que esta pretensión a la fama es insostenible. No hay otros mecanismos materiales esperando a ser elegidos cuando los mecanismos darwinianos desaparezcan. Los materialistas convencidos pensarán sin duda que el diseño inteligente está exagerando los actua­les problemas de la biología y que con el tiempo se podrá encontrar una solución materialista. Pero sigue en pie el hecho de que no existen modelos detallados y comprobables del modo en que los mecanismos materiales pueden generar complejidad biológica - sólo una variedad de especulaciones fantasiosas.

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ELIMINATIVA Si la inferencia de diseño no es cabalmente un argumento desde la ignorancia, ¿en qué sentido es superior a 'º este tipo de argumento? '

S1 LA OBJECIÓN DEL argumento-desde-la-ignorancia tiene alguna fuerza contra el diseño inteligente, esa fuerza no está en la ignorancia de la comunidad biológica sobre el modo en que los mecanismos materiales produjeron la complejidad biológica. Esta ignorancia es completa y la biología evolutiva no es capaz de inspirar intuiciones profundas sobre la emergencia de la complejidad biológica. La objeción del argumento desde la ignorancia encuentra su fuerza en la debilidad de la lógica que supuestamente lo sustenta. Los críticos del diseño afirman que éste se basa en una forma de argumentación puramente negativa. Según ellos, todo depende de que inicialmente se establezca que el origen de ciertos sistemas biológicos es un desafío para la explicación naturalista. Una vez que se cuenta con esta negativa, el diseño inteligente se torna en una especie de conmutador que ilegítimamente transforma esta negación en la afirmación de que esos sistemas biológicos tenían por fuerza que ha­ber sido diseñados. Así pues, los teóricos del diseño son supuestamente culpables de razonar directamente desde la premisa «¡Atiza, nadie ha podido explicarse de qué modo surgió el flagellum!» hasta la conclusión «¡Qué diantre, tuvo que haber sido diseñado!»

Kenneth Miller, por ejemplo, lanza esta acusación en su articulo «The Flagellum Unspun» (véase www.millerandlevine.com/km/ evlj design2/ article.html). Pese a su extensa exposición de los pensadores y escritos sobre el diseño inteligente, Miller olvida continuamente un punto de conexión crucial en el razonamiento. Expongamos las premisas del argumento como también su conclusión: Ciertos sistemas biológicos tienen una característica; llamémosla CE (complejidad especificada). Los

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inianos no poseen la clave que explique cómo se originaron los tWtemas biológicos con esta caracter~stica. (_Miller ~iscute esta premisa, pero, como hemos visto en el anterior capitulo, sm efecto alguno). ~s aJbido que una agencia inteligente tiene el poder causal de producir

.' ... temas que exhiban .CE (p.~j., muchos. ,artefactos human~s muestr.an = ~) -y ésta es la premisa crucial de conexwn. Por ~anto, los s~st~mas b10-, 'cosque exhiban CE son idóneos para ser considerados d1senados. Al .'-- 'buir diseño a sistemas que exhiban CE, los teóricos del diseño están !haciendo simplemente lo que los científicos hacen en general: formular ana explicación causalmente adecuada del fenómeno en cuestión.

' Atribuir complejidad especificada, y por tanto diseño, a un sistema biológico es comprometerse en una inducción eliminativa, una forma de razonamiento utilizada en todas las ciencias. Las inducciones elimi­nativas establecen la verdad de una proposición demostrando que las competidoras de esta proposición son falsas. (Contrástese esta técnica con el método de falsación popperiano, en el cual las proposiciones son corroboradas de acuerdo con el grado en que sean capaces de resistir los intentos de falsadas). Su puesto que una proposición, juntamente con sus competidoras, formen una clase mutuamente exclusiva y exhaustiva, la eliminación de todas las competidoras entraña que la proposición en cuestión es verdadera. (Recordemos el famoso dictum de Sherlock Holmes: «Cuando se ha eliminado lo imposible, todo lo que quede, por improbable que sea, debe ser la verdad»). Éste es el caso ideal, en el cual las inducciones eliminativas se han convertido de hecho en deducciones. El problema es que en la práctica no contamos con un orden claro de competidores que puedan indicarnos todo lo que debe ser eliminado con unos cuantos golpes bien dirigidos (como las bolas en una bolera). En Bayes ar Bust, el filósofo de la ciencia John Earman lo dice de este modo:

El inductivista eliminativo [parece estar] en una posición análoga a la del arquero de Zenón cuya flecha no puede alcan­zar nunca el blanco, pues enfrentado con un número infinito de hipótesis, puede eliminar una, luego dos, luego tres, etc., pero por muchas que elimine, nunca las reducirá a justamente una. Ciertamente, es como si la flecha no recorriera nunca la mitad de su camino, o un cuarto, etc. al blanco, pues por extensa que fuera la labor eliminativa, siempre se vería enfrentada con una lista infinita [de restantes hipótesis que eliminar].

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Earman ofrece estas observaciones en un capítulo titulado «A Plea for Eliminative Induction». El propio Earman piensa que en la práctica científica hay un lugar legítimo y necesario para la inducción eliminativa. ¿Qué hace él entonces con esta crítica? Veamos cómo la trata:

Mi respuesta en nombre del eliminativista tiene dos partes. (1) La eliminación no procede de una manera tan laboriosa, porque las alternativas pueden estar ordenadas de manera tal que sea posible eliminar un número infinito de un solo golpe. (2) Incluso aunque no llegáramos nunca a una única hipótesis, hay progreso si logramos eliminar trozos finitos o infinitos del espacio de posibilidad. Esto presupone, desde luego, que po­seemos algún tipo de medida, o al menos de topología, sobre el espacio de posibilidades.

Y a esto añade Earman que las inducciones eliminativas son típica­mente inducciones locales. En este tipo de inducciones no hay pretensión alguna de considerar todas las hipótesis lógicamente posibles. En su lugar, lo que hay es un acuerdo tácito sobre el dominio explicativo de las hipótesis como también sobre las hipótesis auxiliares que deban ser usadas en la construcción de tales explicaciones.

Ésta es la razón de que la agencia inteligente con el poder causal necesario para producir sistemas que exhiban complejidad especificada sea una premisa tan importante en las inducciones eliminativas que intentan inferir diseño biológico. Demos incluso un nombre a esta pre­misa: la premisa puede-hacerlo (puesto que sabemos que los diseñadores «pueden hacerlo», o sea, pueden generar complejidad especificada). Pre­cisamente porque la agencia inteligente está fiablemente correlacionada con la complejidad especificada, no hay por qué dar un peso igual a toda hipótesis concebible o de vadear interminablemente a lo largo de la infinita lista de las manoseadas e incompletas historias darwinianas, ninguna de las cuales ha sabido ofrecer nunca la menor evidencia ilu­minativa de sistemas que exhiban complejidad especificada. Dicho en otras palabras. En este contexto, la premisa «puede-hacerlo» convierte la inducción eliminativa en una inducción local capaz de inferir legíti­mamente un diseño.

Los críticos del diseño necesitan tomarse muy en serio la afirmación de Earman de que la inducción eliminativa puede ser progresiva. Con demasiada frecuencia, la complejidad especificada soporta la acusación de respaldar una forma puramente negativa de argumentación. Pero esta

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acusación no es correcta. El argumento de la complejidad especificada , del flagellum bacteria!, por ejemplo, brinda una contribución positiva a

nuestra comprensión de las limitaciones que los mecanismos naturales ' éfl.cuentran al tratar de explicarlo. Las inducciones eliminativas, al igual

, ffUe todas las inducciones y ciertamente todas ~as ~firmacio~es_científicas, -sen falibles. Pero necesitan un lugar en la c1enc1a. Prescindir de ellas, IJ)tnO la biología evolutiva hace tácitamente al rechazar la complejidad 15pecificada como criterio para detectar diseño, no protege a la ciencia -*influencias perniciosas sino que en su lugar socava la misma inves-

- ligación científica. Tal como ahora están las cosas, la biología evolutiva ha establecido

unas reglas de procedimiento con las que el diseño inteligente sólo puede fracasar pero no triunfar. Si los biólogos evolucionistas descubrieran o construyesen caminos darwinianos indirectos y comprobables capaces de explicar sistemas biológicos complejos como el flagellum bacteria!, entonces el diseño inteligente habría fracasado con toda razón. Por otra parte, la biología evolutiva hace efectivamente imposible que el diseño inteligente triunfe. Según ésta, el diseño inteligente no tiene más que un modo de triunfar: mostrando que esas complejas y especificadas estructuras biológicas no pudieron haber evolucionado por la vía de ningún mecanismo material. Dicho en otras palabras: mientras algún mecanismo material desconocido pueda haber provocado la evolución de la estructura en cuestión, el diseño inteligente estará proscrito.

Con esto, la teoría evolutiva queda en principio inmunizada contra la desconfirmación, puesto que el universo de los mecanismos mate­riales desconocidos no podrá ser nunca exhaustivamente explorado. Ciertamente, los evolucionistas no cuentan con el peso de la evidencia. Pero obsérvese que no hay ninguna razón consistente que impida a los evolucionistas adjudicarse ellos mismos el ridículo peso de esa evidencia. Y si alguna de las partes tuviera que cargar sobre sus hombros ese impracticable peso, la historia no dudaría en señalar a los naturalistas evolucionistas. ¿Por qué? Ellos son, en última instan­cia, una minoría histórica que niega que los sistemas biológicos sean diseñados. Pero lo más significativo es que ellos mismos admiten que los sistemas biológicos que nos salen al paso pertenecen a esa conocida clase de cosas que están inteligentemente diseñadas. Por ejemplo, en What Mad Pursuit escribe Francis Crick, «Los biólogos deben tener siempre presente que lo que ellos ven no fue diseñado, sino que más

bien ha evolucionado».

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Si una criatura tiene la apariencia de un perro, ladra como un perr o, siente como un perro y jadea como un perro, la carga de la evidencia corresponde a la persona que insiste en que la criatura no es un perro. Lo mismo ocurre con las máquinas increíblemente complejas como el flagellum bacteria!: la carga de la evidencia recae sobre aquellos que se empeñan en negar su diseño. Sin embargo, los darwinistas no se aprestarán a eliminar directamente toda instancia imaginable o hasta ahora imaginada de diseño inteligente, sino que pidiendo paciencia tratarán de recorrer una serie infinita de posibilidades para buscar una salida digna. Y mientras tanto, echarán arteramente la carga de la prue­ba sobre los escépticos de la evolución naturalista, insistiendo a la vez en que estos escépticos establecen una negativa universal no mediante una inducción eliminativa (tales inducciones son sin excepción locales y restringidas) sino a través de una búsqueda y eliminación exhaustiva de todas las posibilidades naturalistas concebibles - por remotas, infun­dadas, y carentes de apoyo evidencia! que sean. No es éste el modo en que habitualmente opera la ciencia.

Se supone que la ciencia concede al entero ámbito de las explica­ciones posibles una limpia posibilidad de éxito. Lo cual no quiere decir que todo valga; pero sí es admitir la posibilidad de cualquier cosa. En particular, la ciencia no puede eliminar a priori ninguna posibilidad lógi­ca. Al limitarse exclusivamente a los mecanismos materiales, la biología evolutiva ha establecido de antemano qué explicaciones biológicas son verdaderas con independencia de cualquier consideración de evidencia empírica. Ésta es la poltrona de la filosofía. Puede que el diseño inteli­gente no sea correcto. Pero la única manera de descubrirlo es admitir el diseño como posibilidad real, no descartarlo a priori. El propio Darwin habría admitido esto. En el Origen de las especies escribió: «Sólo se puede obtener un resultado honrado estableciendo y sopesando totalmente los hechos y argumentos situados a ambos lados de cada cuestión».

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Y SIGNOS NCIA

¿Acaso no demolió David Hume no sólo el argumento del designio en favor de la existencia de Dios, sino también cualquier tipo de inferencia de diseño basada en aspectos del mundo natural?

LA CRÍTICA DEL DISEÑO INTELIGENTE realizada por David Hume está super­valorada. Sin embargo, esta crítica, sobre todo en manos de sus actuales discípulos, ha sido altamente eficaz para cerrar las discusiones sobre el diseño. En estas páginas voy a revisar la crítica de Hume, mostrar el modo en que sus discípulos modernos la han puesto al día y descri­bir luego la respuesta que le dio a Hume su contemporáneo Thomas Reid. En mi opinión, esta respuesta de Reid es decisiva. Si la hubieran estudiado más filósofos, Hume no hubiera demolido al diseño. Porque Reíd demolió a Hume.

La crítica del diseño de Hume se encuentra en sus Diálogos sobre la religión natural, publicados en 1779, tres años después de su muerte. A diferencia de la de Darwin, la postura de Hume contra el diseño es puramente filosófica. Darwin argumenta contra el diseño sobre bases científicas proclamando que puede aportar un mecanismo material que podría explicar la presencia de diseño en la naturaleza. Hume, por su parte, argumenta contra el diseño declarando que encuentra en él ciertos defectos lógicos, y afirma correctamente que los teólogos naturales bri­tánicos sobrevaloraron excesivamente el argumento del diseño. Es cierto que no hay ninguna cadena inferencia! válida que conecte la apariencia de diseño en la naturaleza con el principal personaje de la Biblia o incluso con alguna versión debilitada de este Dios bíblico. Hume sostiene que aún en el caso de que pudiera ser inferido un diseñador a partir de la

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apariencia de diseño en la naturaleza, sería imposible inferir su bondé\lJ,, su sabiduría y su pluralidad (si es que hubiera más de uno). :

Las inferencias de diseño basadas en las supuestas manifestaciones de éste en la naturaleza tienen que ser modestas. Hume no fue el único en exigir tal modestia. Immanuel Kant sostiene que lo más que el argumento,L del diseño podría inferir sería la existencia de un diseñador responsable- , de los diversos diseños dentro de la naturaleza, pero no un Dios creado,­que fuera el responsable de la naturaleza como tal (véase el capítulQ siete). Incluso Tomás de Aquino admite la necesidad de modestia en el' razonamiento del diseño. Así en la Suma contra gentiles escribe:

Por su razón natural, el hombre es capaz de llegar a un cierto conocimiento de Dios. Pues al ver que las cosas naturales siguen sus respectivos cursos de acuerdo con un orden fijado, y puesto que no puede haber orden sin una causa del orden, los hombres perciben en su mayor parte que hay un ser que ordena las cosas que nosotros vemos. Pero quién o de qué tipo pueda ser esta causa de orden, o si sólo hay una, no puede ser deducido a partir de esta consideración general.

Santo Tomás no está hablando aquí de filosofía primera o metafísica, sino simplemente observando que nuestra razón natural infiere fácil­mente una especie de «ordenador» o «diseñador» detrás de la natura­leza. Tomás llama «Dios» a este diseñador, aunque aquí está hablando claramente de manera muy poco rigurosa -pues para él, la naturaleza e incluso la pluralidad de tal diseñador no podrían ser establecidas estudiando simplemente el mundo que nos rodea.

En sus Diálogos sobre la religión natural, sin embargo, Hume no se contenta con recomendar simplemente modestia en el tratamiento de los argumentos sobre el diseño, pues ataca incluso la inferencia más modesta de un diseñador no especificado. Una de sus principales críticas dice que, en el mejor de los casos, el diseño no es más que un débil argumento extraído por analogía. Su otra crítica principal dice que el diseño es endeble como generalización inductiva. Ninguna de estas dos críticas es acertada. Consideremos la primera, que considera al diseño como un débil argumento basado en la analogía. El problema de los argumentos por analogía es que igualmente pueden ser considerados como argumentos por des-analogía. Ciertamente, si no se diera la des­analogía, no habría necesidad de argumentar a partir de la analogía, puesto que en tal caso estaríamos hablando de cosas que son idénticas

253

- , meramente análogas. (Las cosas análogas en todos los respectos

idénticas).

4:Los argumentos que proceden por analogía sostienen que dos cosas parten una cierta característica porque comparten también algunas

(que son las que constituyen la base de la analogía). Por ejemplo, eremos un reloj y un organismo. Sabemos que el reloj es un objeto do. También sabemos que los relojes y los organismos comparten características (como la interdependencia funcional de sus partes,

_ ptación de medios a fines, la autopropulsión, etc) .. Dados estos ras­eompartidos, ¿es legítimo concluir que los organismos son diseñados?

--pr0blema está en que los relojes y los organismos difieren también en ;1gunas otras características. Los relojes están hechos de metal y cristal; los

, 1tganismos no. Los organismos se reparan a sí mismos; los relojes no. La ilteStión crucial es, por tanto, si el diseño inteligente es una característica c;bmpartida por los relojes y los organismos (como la interdependencia funcional de sus partes) o una característica que los separa (como la auto­reparación). Según Hume, no hay manera de decidir simplemente sobre la base de tal información analógica y des-analógica.

Pero incluso así, hay un modo de reforzar el argumento por analogía, que consiste en sostener que, en nuestra experiencia, las propiedades ~mpartidas por los objetos examinados no se han presentado nunca divorciadas de la característica en cuestión. Supongamos que los objetos son relojes y organismos y que la característica en cuestión es el diseño. Si se pudiera mostrar que las propiedades compartidas por relojes y or­ganismos - como la dependencia funcional de sus partes, la adaptación de medios a fines y la auto-propulsión - han sido siempre en nuestra ex­periencia el resultado de la obra de una inteligencia diseñadora, entonces sería razonable, en tanto que generalización inductiva, concluir que los organismos, al igual que los relojes, son diseñados. Esquemáticamente, el argumento discurriría como sigue (siendo P1, P2 y P3 las premisas y C

la conclusión):

P1

: Los relojes son diseñados. P

2: Tanto los relojes como los organismos exhiben una interdepen­

dencia funcional de sus partes, una adaptación de medios a fines, y

-é>tros rasgos comunes. P

3: No existe ninguna instancia conocida en la que un objeto exhiba

interdependencia funcional de partes, adaptación de medios a fines, etc.,

sin que el tal objeto sea diseñado. C: Por tanto, los organismos son también diseñados.

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254 DISEÑO

Aunque la reestructuración del argumento del diseño como generali­zación inductiva lo convierte en un argumento válido por analogía, esta transformación casa mal con la segunda objeción de Hume. Ni Hume ni la tradición humeana admiten este tipo de generalizaciones inductivas. El problema es que estas generalizaciones inductivas están basadas al parecer en la experiencia pasada. Y aunque poseamos la experiencia pasada de relojes que han sido diseñados, Hume contestaría que 110 poseemos experiencia alguna de organismos o, para lo que aquí nos inte. resa, de un universo en el que fueran diseñados. Los actuales discípulos de Hume coinciden con él. Robert Pennock, por ejemplo, observa que las inferencias de diseño han de estar «basadas en tipos conocidos de procesos causales» («The Wizards of ID», Intelligent Design Creationism, MIT Press, 2001). Pennock sostiene por tanto que las inferencias de diseño se hacen más y más débiles a medida que los procesos causales subyacentes son menos conocidos.

Cuando los arqueólogos seleccionan alguna cosa como arte­facto o sugieren posibles objetivos de un objeto desconocido que acaban de excavar, pueden obrar así porque ya poseen algún conocimiento de los procesos causales implicados e igualmente tienen ya una cierta idea del abanico de fines que podrían ser relevantes. Pero resulta más difícil operar con ese concepto cuan­do se habla de inteligencia extraterrestre, y más difícil todavía cuando entra en juego la posibilidad de la inteligencia animal o de la de una máquina. Pero tan pronto se intenta pasar de los agentes naturales a los sobrenaturales y a poderes como los que los creacionistas desean, el «diseño» pierde toda conexión con la realidad, como sabemos o podemos saber científicamente.

Y para Pennock, y en general para sus colegas humeanos, lo que es cognoscible científicamente, es absolutamente cognoscible (Recuérdese que Hume condenó la metafísica a las llamas).

Wesley Elsberry y J ohn Wilkins vienen a decir esencialmente lo mismo. Según ellos, hay «dos tipos de diseño - el tipo ordinario basa­do en el conocimiento de la conducta de los diseñadores, y el diseño "rarificado" que se basa en una inferencia desde la ignorancia tanto de las posibles causas de las regularidades como de la naturaleza del dise­ñador» (véase «The Advantages of Theft over Toil: The Design Inference and Arguing from Ignorance», en Biology and Philosophy, vol. 16, 2001). Según esto, una inferencia que descubra diseño por el mero hecho de

255

' detectar ciertas características de un objeto sin saber nada de su historia causal subyacente, no puede inferir diseño ordinario sino solamente di­seño rarificado. Para Elsberry y Wilkins, el concepto de diseño rarificado significa la atribución de diseño basada en una ausencia de alternativas

, naturalistas, con lo cual el diseño así obtenido será meramente un tapa-agujeros de la ignorancia.

, ~·-, Estas objeciones de Pennock, Elsberry y Williams son típicas de la -tradición inductiva humeana. Según esta tradición, para conocer que ',•objeto es diseñado, tenemos que saber primeramente algo sobre el -áfseñador. Puesto que la tradición humeana está comprometida con el einpirismo, el primer requisito necesario es la experiencia observacional directa del diseñador o de algo semejante (lo cual implica que el dise­ftador sea un ser físicamente encarnado). Del mismo modo, necesitamos también saber algo sobre las capacidades del diseñador para producir el diseño. Y finalmente necesitamos conocer algo sobre los propósitos y motivos del diseñador, pues, en caso contrario, ¿cómo podríamos predecir que un diseñador estuviera dispuesto a producir un determi­nado diseño? Como Elsberry y Wilkins afirman, el diseño dentro de la tradición inductiva humeana es una «forma de regularidad causal que puede ser aducida para explicar que la probabilidad de un efecto sea alta, y que depende de una serie de teorías fundamentales y de las pretensiones de conocimiento de los diseñadores».

Todas estas restricciones a la inferencia de diseño son, sin duda, muy convenientes para mantener a raya a los diseñadores inaceptables para el naturalismo. Ciertamente, no hay posibilidad alguna de que un diseñador trascendente atraviese esta puerta una vez que se acepta este marco inductivo humeano para el diseño razonado. Mas, en primer lu­gar, ¿por qué tendríamos que aceptar este marco? Esta exigencia parece más bien un entrenamiento en argumentos artificiosos. Consideremos la investigación sobre inteligencia extraterrestre (SETI). Si recibiéramos una señal por radio procedente del espacio exterior que representara una larga secuencia de números primos (como ocurre en la película Contact), sabríamos que nos encontrábamos ante una inteligencia - sin duda, los investigadores de SETI bailarían de alegría por las calles, el New York Times lo anunciaría a bombo y platillo, y los Premios Nobeles lloverían sobre el grupo SETI).

Mas ¿qué es lo que conoceríamos exactamente sobre la inteligencia responsable de esa señal? Supóngase que todo lo que poseíamos era esa señal representativa de la secuencia de números primos. ¿Conoceríamos

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256 DISEÑO INTELIGENTE

con esto algo sobre los propósitos de esa inteligencia y sus motivos para enviar la serie de primos? ¿Conoceríamos algo sobre la tecnología empleada? ¿Conoceríamos algo sobre su estructura física? ¿Sabríamos siquiera que era física? Nuestra evidencia de diseño sería en este caso enteramente circunstancial. Nos encontraríamos confrontados con un efecto pero incapaces de remontarnos hasta su causa.

Consideremos otro ejemplo aún más extremo. Imaginemos un me­canismo que emite ceros y unos y que nuestra mejor ciencia nos dice que se trata de bits independientes e idénticamente distribuidos con una probabilidad uniforme. (El mecanismo es por tanto una especie de máquina tragaperras idealizada). Observemos que la mecánica cuántica nos ofrece un mecanismo de este tipo bajo la forma de un disparo de fotones contra un filtro polarizador cuyo ángulo de polarización es de 45 grados en relación con la polarización de los fotones: la mitad de los fotones atravesarán el filtro y contarán como «uno»; los otros no lo atravesarán y contarán como «cero»). Ahora bien, ¿qué ocurriría si una vez controlada toda posible interferencia física con este mecanismo, la cadena de bits por él emitida produjera un archivo de texto escrito en código ASCI que resolviera famosos problemas matemáticos, explicara la curación del cáncer, y delineara tecnologías hasta ahora inimaginables? El producto de este mecanismo sería por tanto no sólo diseñado (lo cual obviamente es), sino que superaría también a todo diseño humano co­nocido. Pero nuestra mejor ciencia se muestra incapaz de ofrecer incluso una explicación causal del modo en que este diseño fue creado. Según la lógica de Hume, tendríamos que encogernos de hombros y exclamar, «¡Dios santo, esto no es producto de la naturaleza!»

Pero el hecho es que nosotros inferimos diseño repetida y fiablemente sin conocer las características del diseñador o sin ser capaces de afirmar lo que un diseñador puede hacer. En sus momentos de debilidad, los discípulos de Hume admiten esto. Tomemos a Elliott Sober. Antes de admitir el diseño inteligente en biología, Sober desea conocer las carac­terísticas del diseñador, la evidencia independiente de la existencia de tal diseñador y el tipo de sistemas biológicos que puede esperarse de él. Según Sober, si el teórico del diseño se muestra incapaz de responder a estas cuestiones, entonces el diseño inteligente es inestable y por tanto inútil para la ciencia. Pero en una nota a pie de página que merece formar parte del texto principal, Sober admite:

Para inferir un relojero a partir del reloj tenemos que cono­cer exactamente lo que el relojero tenía en mente; ciertamente,

Hume, Reid y signos de inteligencia

ni siquiera tenemos que saber que el reloj es un instrumento para medir el tiempo. Los arqueólogos desentierran a veces herramientas cuya función desconocen, pero aún así realizan razonablemente la inferencia de que esas cosas son de hecho herramientas. («Testability», 1999 presidential addres to the Ame­rican Philosophical Association).

257

, . En tanto que ligado a la tradición inductiva humeana, Sober piensa ~ todo nuestro conocimiento del mundo es una extrapolación de la

, 1¡11 etperiencia pasada. Así pues, para que el diseño sea explicativo, debe encajar con nuestras preconcepciones; y si no encaja con ellas será por­que carece de justificación empírica. Según Sober, para predecir lo que un diseñador haría tendríamos que examinar la experiencia pasada y determinar lo que los diseñadores del pasado hicieron de hecho. Y sin embargo su comentario sobre relojeros y relojes desmiente esta opinión, puesto que él mismo admite que nosotros podríamos saber que los re­lojes eran diseñados incluso sin saber nada sobre relojeros, y que esos :misteriosos instrumentos eran diseñados aunque desconociéramos la existencia de sus fabricantes o incluso la función precisa de tales ins­trumentos. Dentro de la tradición inductiva humeana, los diseñadores se encuentran en el mismo barco que las leyes naturales, con su poder explicativo localizado en una extrapolación de la experiencia pasada. Con seguridad, los diseñadores, al igual que las leyes naturales, pueden comportarse de manera predecible. (Los diseñadores instituyen a me­nudo políticas que otros diseñadores obedecen obligatoriamente). Pero a diferencia de las leyes naturales, que son universales y uniformes, los diseñadores son también innovadores. La innovación, la emergencia de verdadera novedad, escapa a lo que es predecible. Y de esto se sigue por tanto que el diseño no puede ser subsumido dentro de un marco inductivo humeano. Los diseñadores son inventores. No podemos pre­decir lo que haría un inventor antes de haberse manifestado como tal.

Pero el problema es aún más profundo. La inducción humeana no sólo es incapaz de domeñar el carácter impredecible del diseño, sino que tampoco puede explicar cómo reconocemos el diseño a primera vista. Sober, por ejemplo, considera que la hipótesis del diseño en biología es estéril e inestable porque se muestra incapaz de adjudicar una pro­babilidad comprobable a las proposiciones biológicamente interesantes. Pero tomemos un ejemplo diferente, digamos de la arqueología, en el que una hipótesis de diseño relativa a ciertos aborígenes predice unos

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1 ..

258 DISEÑO INTELIGENTE

determinados artefactos, por ejemplo puntas de flecha. Tal hipótesis de diseño sería comprobable, según la exposición de Sober, y por tanto aceptable para la ciencia. Pero ¿qué tipo de conocimiento arqueológico de fondo habría que introducir en esa hipótesis para convertirlo en portavoz veraz de las puntas de flecha? Como mínimo, tendríamos que haber tenido una pasada experiencia con tales puntas. Y ¿qué nos haría reconocer que las puntas de flecha de nuestra experiencia pasada eran diseñadas? ¿Acaso vemos a los seres humanos actuales manufacturando esas puntas? Y de ser así, ¿cómo sabríamos que esos hombres estaban actuando deliberadamente como agentes diseñadores y no meramente golpeando al azar trozos de roca? (La carpintería y la escultura entrañan diseño; pero no ocurre así con el mero hecho de golpear y fragmentar esos trozos, pese a que son tareas realizadas por agentes inteligentes). Como se desprende de esta línea de razonamiento, la inducción necesaria para reconocer diseño no podría ser nunca iniciada. Así pues, nuestra capacidad para reconocer diseño tiene que surgir con independencia de la inducción y, por tanto, al margen de un marco inductivo humeano.

Éste fue precisamente el punto de partida de Reid, y al hacerlo así demolió de una vez por todas la inducción humeana en tanto que aplicada al diseño. En 1780, sólo un año después de la publicación de los Dialogues Concerning Natural Selection, Reid pronunció una serie de conferencias sobre teología natural en Glasgow (reimpreso en Lectures on Natural Theology, University Press of America, 1981). En aquellas

conferencias observaba,

Ningún hombre ha visto jamás a la sabiduría [léase «diseño» o «inteligencia»], y si no [infiere sabiduría] a partir de los signos de ella, no puede extraer conclusión alguna sobre ningún aspecto de sus congéneres. ¿Cómo podría yo saber que algunos de los presentes en esta audiencia tienen entendimiento? Sólo por los efectos de éste en sus hábitos y su comportamiento, y esto me lleva a suponer que tal comportamiento procede únicamente del entendimiento. Pero dice Hume, a menos que usted lo conozca por experiencia, usted no conoce nada de él. Si éste fuera el caso, jamás podría yo saberlo en absoluto. De aquí parece seguirse que todo el que mantenga que no hay ninguna fuerza en el ar­gumento que procede por causas finales [diseño], está negando la existencia de todo ser inteligente salvo la de él mismo. La evidencia que tiene de la sabiduría e inteligencia de Dios es la

Hume, Reid y signos de inteligencia

misma que la que tiene de su padre, hermano o amigo. En am­bos casos las infiere a partir de sus efectos, y estos efectos los descubre él tanto en uno como en los otros .... A partir de las señales de sabiduría y de inteligencia en los efectos, puede ser inferida una causa sabia e inteligente.

259

Según Reid, atribuimos diseño como una inferencia que parte de 'gnos de inteligencia (o «a partir de las señales de sabiduría y de inteli­

pncia en los efectos», como él mismo dice). No penetramos en la mente ide los diseñadores y por ello le atribuimos diseño. Lo que hacemos es más bien reconocer su inteligencia examinando los efectos de sus ac­ciones y determinando si esos efectos muestran signos de inteligencia. Según esto, cuando nos proponemos atribuir diseño sobre la base de ,una inducción, hemos presupuesto ya una capacidad para identificar el diseño con independencia de la inducción.

Tomemos a un antropólogo que observa a un isleño nativo golpean­do una piedra. ¿Es este nativo un fabricante de puntas de flecha y por tanto un diseñador? Si nuestro antropólogo estuviera viendo al nativo aporrear la piedra con una segunda roca ideal para fabricar puntas de flecha mientras observaba muy atentamente la piedra, eso no probaría por sí mismo que el nativo estuviese diseñando alguna cosa. Incluso aunque el nativo, tras descubrir al antropólogo, comenzara a disertar ·en un exquisito inglés sobre el antiguo arte de fabricar puntas de fle­cha, el antropólogo seguiría sin saber que la piedra que estaba siendo golpeada era un objeto diseñado, y mucho menos una punta de flecha. Si durante aquella exquisita conferencia, el antropólogo mirara hacia el suelo y descubriera que la piedra había sido golpeada hasta ser reducida a polvo que luego dispersó el viento, por todo lo que el antropólogo pudo recoger de este polvo al parecer inútil, el nativo podría haber estado golpeando las piedras meramente para aliviar sus frustraciones. Si, por otra parte, el antropólogo dirigiera su mirada al suelo después de la exquisita conferencia del nativo y encontrara una magnífica pun­ta de flecha digna de un rey, este hecho demostraría, mejor que los movimientos o las palabras del nativo, que el objeto producido era de hecho un objeto diseñado y que el nativo era realmente un fabricante de puntas de flecha, y por tanto un diseñador.

En resumen, reconocemos a la inteligencia por sus efectos, no por una percepción directa de ella. Un ser humano que continuamente masculla la misma serie de sílabas sin sentido no muestra inteligencia alguna y

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260 DISEÑO

no aporta ninguna justificación para que se le atribuya diseño. El r namiento del diseño es un razonar de efecto-a-causa: se comienza los efectos en el mundo físico que exhiben signos claros de intelig y a partir de estos signos se infiere una causa inteligente. Ninguna las dos principales críticas de Hume contra el diseño son por concluyentes. La inducción es ciertamente un marco analítico eq · cado para inferir diseño. Y el tratamiento de Hume de las inferen de diseño que implican analogías defectuosas está mal concebido.­signos de inteligencia que aparecen en los artefactos humanos y en.·­sistemas biológicos no son meramente análogos. Son isomórficos, que en cada uno de ellos encontramos exactamente la misma forma de complejidad especificada.

La misma idea de que pudiera haber algo así como un signo de inteligencia (y mucho menos que pudiera transmitirse precisión analítica por la vía de la complejidad especificada) es anatema para la tradici61l inductiva humeana. Pero como mostró Reid, aunque los signos de inte­ligencia puedan ser captados y confirmados por la experiencia, nuestra habilidad para reconocerlos no puede tener su origen en la experiencia. Esta habilidad está profundamente implantada en nosotros como parte de la racionalidad humana. Es, como diría Alvin Plantinga, parte de nuestra «propia función». Hume y sus seguidores ejercitan día a día esa función propia justamente como cualquier otra persona. Lo nuevo en el diseño inteligente contemporáneo es que añade precisión analítica a nuestro entendimiento de estos signos de inteligencia. Dentro de la teoría del diseño inteligente, los signos de inteligencia son contabilizados como complejidad especificada, lo cual se toma como instrumento ana­lítico para enjuiciar científicamente si el diseño está realmente presente en una variedad de fenómenos.

, 1~·~NO POR· .. ·.··· _ELIMINACIÓN V El( S U~? D 1 S E N O , o 1t· e·o M p AR A e 1 o N

¿Cómo se infieren adecuadamente las hipótesis de diseño: eliminando sin más las hipótesis de azar o comparando la verosimilitud del azar y las hipótesis de diseño?

EN EL FONDO DE ESTA CUESTIÓN SUBYACEN dos enfoques radicalmente dis-entos sobre nuestros métodos de razonamiento concernientes a hipó­·.tesis de azar, uno de ellos amistoso para el diseño inteligente y el otro no tanto. El enfoque amistoso, debido a Ronald Fisher, rechaza una Jllpótesis de azar cuando una determinada muestra de datos aparece en una región de rechazo especificada de antemano. El enfoque menos ~stoso, debido a Thomas Bayes, rechaza una hipótesis azar cuando ;otra hipótesis alternativa da a los datos en cuestión una probabilidad .mayor que la que les daba la hipótesis original. En el enfoque de Fisher, las hipótesis de azar son rechazadas sin más cuando tornan demasiado improbables los datos en cuestión. En el enfoque bayesiano, las hipó­tesis de azar quedan eliminadas si hay alguna otra hipótesis que haga ·más probables esos datos. Mientras que el enfoque fisheriano pone el énfasis en la eliminación, en el bayesiano el énfasis se centra en la com­paración. Los dos enfoques son incompatibles, y la propia comunidad científica se encuentra profundamente dividida respecto a la adopción de uno u otro como canon correcto para una racionalidad estadística. La diferencia entre uno y otro refleja una profunda divergencia en las intuiciones fundamentales sobre la naturaleza de la racionalidad estadís­tica y en particular sobre lo que ha de ser considerado como evidencia

estadística.

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262 DISEÑO INTELIGENTE

La crítica más influyente acusa a la complejidad especificada de inclinarse por el lado equivocado de la división a la que acabo de alu­dir. Los que esgrimen esa crítica sostienen, en concreto, que el uso de la complejidad especificada para inferir diseño presupone un enfoque eliminativo fisheriano del razonamiento con hipótesis de azar, cuando el enfoque correcto en tales casos debería ser el comparativo bayesiano. La figura más sobresaliente de esta crítica es Elliott Saber. Otros inves­tigadores han formulado igualmente esta misma crítica, e incluso otros muchos la han considerado además como una refutación decisiva de la complejidad especificada como signo de inteligencia.

En nuestra respuesta a estas críticas, comencemos por un examen de la realidad. A menudo, cuando la literatura bayesiana trata de justificar los métodos bayesianos frente a los fisherianos, los autores no tienen reparos en observar que los métodos de Fisher dominan el mundo científico. Por ejemplo, Richard Royall (quien, hablando estrictamente, parece más un teórico de la verosimilitud que un bayesiano, aunque esta distinción no es esencial para la presente discusión) escribe: «Los tests de hipótesis estadísticas, tal como habitualmente son utilizados para analizar y ofrecer los resultados de estudios científicos, no proceden ... por la vía de optar entre dos [o más] hipótesis especificadas propuestas ... [sino que adoptan] un procedimiento más común» (Statistical Evidence: A Likelihood Paradigm, Chapman & Hall, 1997). A continuación Royall expone ese procedimiento común, que exige especificar una sola hipótesis de azar, utilizar un test estadístico para identificar una región de rechazo, verificar si la probabilidad de esa región de rechazo bajo la hipótesis de azar está por debajo de un nivel dado de trascendencia, determinar si una muestra concreta (los datos) está dentro de esa región de rechazo y, si lo está, rechazar la hipótesis de azar. Dicho en otras palabras, las ciencias siguen a Fisher y no a Bayes en su metodología estadística. Pero en su obra Scientific Reasoning: The Bayesian Approach, Colin Howson y Peter Urbach admiten, sin embargo, la innegable popularidad del método bayesiano entre los científicos de este área.

Pero ¿es, entonces, que la mayoría de los científicos son estúpidos o negligentes cuando adoptan un enfoque fisheriano para el razonamiento científico? Para responder a esta pregunta examinaremos dos ejemplos prototípicos de empleo de métodos fisherianos y bayesianos. Una vez analizados uno y otro, podremos ver mejor los defectos de cada uno. Comencemos con un ejemplo de razonamiento fisheriano. El enfoque de Fisher elimina las hipótesis de azar aisladamente, así pues sólo

, Diseño por eliminación versus discílo por comparación 263

tendremos que considerar una única hipótesis de azar por eliminación. Tomemos una particularmente simple, por ejemplo la hipótesis de azar que caracteriza la tirada de una moneda normal. Para comprobar si Ja moneda está trucada para que arroje cara (por tanto no es legal), Se puede establecer una región de rechazo de diez caras en una fila y tuego arrojar la moneda diez veces. Según el enfoque de Fisher, si la moneda consigue diez caras en una fila, entonces estamos totalmente jerStificados para rechazar la hipótesis de azar. La improbabilidad de sacar diez caras en una fila, suponiendo la legalidad de la moneda, es

1

de aproximadamente una por mil (es decir, de .001). Para ilustrar el enfoque bayesiano, consideremos el siguiente escenario

probabilista. Imaginemos dos monedas, una de ellas normal y la otra tru­cada. Supongamos que la probabilidad de que la moneda trucada arroje cara es del 90 por ciento. En conexión con este escenario, imaginemos también una urna gigante con un millón de bolas de igual tamaño en su interior, todas ellas blancas a excepción de una que es negra. Imaginemos ahora que se extrae al azar una sola muestra de la urna y que si la bola seleccionada es blanca (lo cual es abrumadoramente probable), arrojamos la moneda normal diez veces; pero si la bola extraída fuera negra arro­jaríamos diez veces la moneda trucada. Imagine ahora el lector que todo lo que él ve es que se lanza diez veces una moneda y que ésta arroja diez caras. La probabilidad de que una moneda normal consiga diez caras en una fila es aproximadamente de .001 (una entre mil). Pero la probabilidad de conseguir diez caras con una moneda trucada es aproximadamente de .35 (poco más de una por cada tres). En la literatura bayesiana, estas probabilidades son conocidas como verosimilitudes.

Así pues, ¿cuál ha sido la moneda arrojada en este último caso, la normal o la trucada? Si nos guiáramos solamente por la verosimilitud, tendríamos que decir que la moneda era trucada; ciertamente, es mucho más verosímil que aparezcan diez caras seguidas con la moneda trucada que con la normal. Pero esta respuesta no basta. El problema es que las monedas a arrojar tienen ya de por sí lo que la literatura bayesiana llama una probabilidad anterior o a priori. Esta probabilidad previa hace mucho más verosímil que la moneda arrojada haya sido la normal y no la trucada. La moneda normal tiene una probabilidad a priori de .999999 de ser lanzada (porque esa es la probabilidad de que lo que se extraiga de la urna sea una bola blanca), mientras que la moneda trucada tiene una probabilidad a priori de .000001 de ser lanzada (porque es la única bola negra a seleccionar entre las restantes candidatas en la urna).

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264 DISEÑO INTELIGENT¡

Para decidir qué moneda ha sido la arrojada, estas probabilidades a priori tienen que ser introducidas en las verosimilitudes anteriormente calculadas. Y para ello hay que calcular lo que en la literatura bayesiana se conoce como probabilidades posteriores o a posteriori (que se calculan utilizando el teorema de Bayes). Se ha observado que la probabilidad a posteriori de que una moneda normal arroje diez caras es de .9996 mientras que la probabilidad a posteriori de que la moneda trucada prO: <luzca diez caras es de .0004. Dado el escenario probabilista de las dos. monedas y de la urna antes descrito, es por tanto mucho más probable que se lance la moneda normal que la trucada. Y éste es el caso incluso aunque el resultado observado de diez caras tomado por sí mismo sea más consistente con la moneda trucada que con la normal.

Dadas estas concretas y claras ilustraciones de los enfoques fishe­riano y bayesiano, cabría preguntarse cuál podría ser el problema con uno y otro. Como muestran estos ejemplos, los dos enfoques parecen ser eminentemente razonables dadas las cuestiones que debían resolver. Sin embargo, ambos enfoques plantean serios problemas conceptuales cuando se enfrentan con cuestiones más profundas. En lo que queda de este capítulo, me propongo describir los problemas conceptuales que plantea el enfoque fisheriano e indicar de qué modo mi tratamiento de la complejidad especificada ayuda a resolverlos. A continuación, des­cribiré los problemas conceptuales que comporta el enfoque bayesiano e indicaré la razón de que estos problemas lo hagan inadecuado como modelo general de racionalidad estadística. En particular, mostraré de qué modo el enfoque fisheriano puede tornarse lógicamente coherente y por qué el enfoque bayesiano, cuando funciona (cosa que no sucede muy a menudo), tiene que presuponer de hecho el enfoque fisheriano.

Así pues, ¿cuáles son los problemas del enfoque fisheriano, y de qué modo puede ayudar a resolverlos mi propio trabajo sobre la complejidad especificada? Esquemáticamente, el enfoque fisheriano discurre más o menos así: Hay una hipótesis de azar definida con respecto a una clase de referencia de posibilidades. Igualmente hay una región de rechazo extraída de esa clase de referencia. Supuesta la hipótesis de azar y la existencia de una región de rechazo, se toma entonces una muestra de la clase de referencia de posibilidades. Si este hecho (la muestra o los datos) cae dentro de la región de rechazo, y si la probabilidad de esa región de rechazo con respecto a la hipótesis de azar es lo suficiente­mente pequeña, entonces queda rechazada la hipótesis de azar. Para comprobarlo intuitivamente, pensemos en un disparo de flecha contra

· eño por eliminación versus diseño por comparación 265

111\él gran valla que muestra un blanco fijado en ella. La valla define Ja clase de referencia de posibilidades (todos los lugares en los que la

i".«fl¡echa se podría alojar), y el blanco corresponde a la región de rechazo. ·.!Si suponemos que dar en el blanco (o sea, que la muestra caiga en la

"ón de rechazo) tiene para la flecha una probabilidad suficientemente ueña, entonces la hipótesis de azar queda rechazada. En nuestro

terior ejemplo del juego de la moneda, la clase de referencia estaba da por todas las posibles secuencias de caras y cruces, la región de

hazo eran todas las secuencias que empezaban con diez caras en una fila, la muestra, una secuencia de diez caras en una fila, y la hipótesis de azar la presunción de una moneda normal.

¿Hay algo equivocado en este cuadro? Aunque esta descripción se ha mostrado bastante eficaz en la práctica, Fisher ha olvidado algo deseable en la formulación de su construcción. Tres son las principales dificultades: en primer lugar, ¿cómo precisar lo que significa que una región de rechazo tenga una probabilidad «suficientemente pequeña» con respecto a una hipótesis de azar? En segundo, ¿cómo hay que caracterizar las regiones de rechazo a fin de que una hipótesis de azar no quede automáticamente rechazada en un caso en el que realmente esté interviniendo? Y en tercero, ¿por qué una muestra situada en una región de rechazo tendría que ser contada como evidencia en contra de una hipótesis de azar?

La primera cuestión es usualmente establecida en términos de fijar un «nivel de importancia». El nivel de importancia prescribe un grado de improbabilidad por debajo del cual la región de rechazo elimina una hipótesis de azar cuando la muestra está por debajo de ese grado. Los niveles de importancia en las ciencias sociales tienen usualmente un peso de .05 o .01. Mas ¿de dónde provienen estas cifras? De hecho, son enteramente arbitrarias. Esta arbitrariedad ha acompañado al enfoque fisheriano desde el principio. No obstante, hay un modo de evitarla.

Consideremos nuevamente nuestro ejemplo de arrojar una moneda diez veces y conseguir diez caras en una fila. La región de rechazo, que refleja esta secuencia de tiradas de moneda, establece por tanto un nivel de importancia de .001. Si conseguimos diez caras en una fila, podremos considerar por tanto este resultado como evidencia en contra de la nor­malidad de la moneda. Pero ¿qué sucede si no tiramos la moneda diez veces en una sola sesión, sino que la arrojamos diez veces en múltiples ocasiones? Si su comportamiento fuera enteramente el que uno esperaba de una moneda normal la mayoría de las veces en que la arrojásemos,

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266 DISEÑO INTELIGENTE

en las pocas ocasiones en que observáramos diez caras en una fila d . ~

ten namos razón alguna para sospechar que la moneda estaba trucad a, puesto que las monedas normales, si se las arroja un suficiente número de veces, pueden producir secuencias de tiradas en la que alguna de ellas muestre diez caras en una fila. La fuerza de la evidencia en contra de una hipótesis de azar cuando una muestra cae dentro de una región de rechazo, depende por tanto de la cantidad de muestras que se tomen o que puedan haberse tomado. Estas muestras constituyen lo que yo llamo recursos de replicación. Cuanto más numerosas sean las muestra mayores serán estos recursos.

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Los niveles de importancia tienen, por tanto, que ser incluidos en los recursos de replicación si las muestras que reproducen esos niveles van a contar como evidencia en contra de la hipótesis de azar. Pero esto no basta. Además de contribuir al aumento de los recursos de replicación los niveles de importancia tienen que multiplicar también lo que yo llam~ recursos de especificación: la región de rechazo sobre la cual hemos espe­cificado las diez caras en una fila. Pero si las muestras situadas dentro de esta región de rechazo pudieran contar como evidencia en contra de la normalidad de la moneda, entonces las muestras que cayeran dentro de otras regiones de rechazo contarían igualmente como evidencia en contra de que la moneda fuese normal. Por ejemplo, consideremos la región de rechazo que especifica diez cruces en una fila. Por simetría, las muestras que cayeran dentro de esta región de rechazo deberían contar como evidencia en contra de la normalidad de la moneda, al igual que lo harían las muestras situadas en la región de rechazo que especifica diez caras en una fila.

Pero si éste es el caso, ¿qué impide entonces que el rango entero de posibles tiradas de moneda sea engullido por regiones de rechazo tales que, con independencia de la secuencia de tiradas observada, acabe siempre cayendo en alguna región de rechazo y pueda contar por tanto como evidencia en contra de la moneda normal? Dicho de manera más general, ¿qué es lo que impide que una clase de referencia de posibili­dades sea dividida en una colección exclusiva y exhaustiva de regiones de rechazo de manera tal que toda muestra caiga siempre en una de esas regiones de rechazo y cuente por tanto como evidencia en contra de cualquier hipótesis de azar?

El modo de soslayar este peligro consiste en limitar las regiones de rechazo a aquellas que puedan ser caracterizadas por modelos de baja-complejidad. (Tal limitación se aplica implícitamente cuando se

Diseño por eliminación versus diseiio por comparación 267

emplean en la práctica métodos fisherianos). Las regiones de rechazo, y más generalmente las especificaciones, corresponden a sucesos, por lo cual tienen una probabilidad asociada o complejidad probabilista. Pero las regiones de rechazo son también modelos, y como tales tienen una complejidad asociada que mide el grado de complicación de los mode­los, o lo que yo llamo su complejidad de especificación. Típicamente, esta forma de complejidad corresponde a una medida de comprensibilidad de Kolmogorov o descripción de longitud mínima. (Cuanto más corta sea la descripción, más baja será la complejidad de especificación. Véase www.mdl-research.org). He resumido estos dos tipos de complejidad en el capítulo diez. Obsérvese que la complejidad de especificación surge de manera muy natural: no es un constructo artificial o ad hoc diseñado simplemente para apuntalar el enfoque fisheriano. Más bien ha estado siempre implícitamente presente ayudando a florecer al enfoque de Fisher pese al inadecuado bagaje teórico con que el propio Fisher lo ha arropado.

Los recursos de replicación y de especificación constituyen conjunta­mente lo que yo llamo recursos de probabilidad. Estos recursos resuelven las dos primeras dificultades (más arriba expuestas) relativas al enfoque fisheriano del razonamiento estadístico. Específicamente, los recursos de probabilidad nos permiten establecer niveles de importancia racional­mente justificados y limitar el número de especificaciones, impidiendo con ello que las hipótesis de azar sean eliminadas de grado o por fuerza. Los recursos de probabilidad proporcionan por tanto un fundamento racional al enfoque fisheriano del razonamiento estadístico. Y lo que es más, la estimación de los recursos de probabilidad disponibles en el universo físico conocido, nos permite establecer un nivel de importancia que está justificado con independencia de los recursos de probabilidad en cualquier circunstancia dada. Tal nivel de importancia independiente-de­contexto es así universalmente aplicable y responde definitivamente a lo que para un nivel de importancia significa ser «suficientemente pequeño» con independencia de toda circunstancia. Para una estimación conserva­dora de este nivel de importancia, conocido como límite de probabilidad universal, véase el capítulo diez. Para los detalles sobre la colocación del enfoque fisheriano del razonamiento estadístico sobre un fundamento racional firme, véase el capítulo dos de mi libro No Free Lunch.

Y esto lleva a la tercera dificultad relativa al enfoque fisheriano del razonamiento estadístico: ¿por qué una muestra que cae en una región de rechazo (o, de manera más general, un resultado que concuerda con

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una especificación) tendría que contar como evidencia en contra de una hipótesis de azar? Una vez que admitimos que el enfoque fisheriano ha de ser lógicamente coherente y que este enfoque puede eliminar hipó­tesis de azar individualmente simples una vez que se comprueba que las muestras caen dentro de una región de rechazo apropiada (o, más generalmente expresado, si los resultados casan con especificaciones apropiadas), entonces es una tarea simple extender este razonamiento a familias enteras de hipótesis de azar, aplicar una inducción eliminativa (véase capítulo treinta y uno), y eliminar con ello toda hipótesis de azar relevante que pudiera explicar una muestra. Y a partir de aquí no hay más que dar un pequeño paso para inferir diseño.

Detengámonos por un momento en este último punto. ¿Cómo pa­samos de la eliminación de azar a la inferencia de diseño? ¿Qué es lo que justifica este movimiento desde el azar al diseño? Por el momento, estamos suponiendo que el enfoque fisheriano puede eliminar legítima­mente la hipótesis de azar individual y de este modo, por eliminación sucesiva, suprimir familias enteras de hipótesis de azar. Para eliminar una hipótesis de azar, el enfoque fisheriano comprueba si un determi­nado resultado concuerda con una especificación y si la especificación misma describe un suceso de probabilidad pequeña. (El suceso aquí considerado comprende todos los resultados que concuerdan con la es­pecificación considerada). Dado que hemos caracterizado acertadamente todas las hipótesis de azar que excluyen al diseño y que hemos podido eliminarlas mediante tal especificación (razón por la cual el resultado exhibe complejidad especificada), ¿por qué habría que pensar que ese resultado es diseñado?

En este caso, la especificación misma actúa como un puente lógico entre la eliminación del azar y la inferencia de diseño. Y éste es el proceso: si se puede señalar un modelo (esto es, una especificación) independientemente dado en algún resultado observado, y si los po­sibles resultados que concuerdan con ese modelo son, tomados en su conjunto, altamente improbables (dicho en otras palabras, si el resultado observado exhibe complejidad especificada), entonces es más plausible pensar que algún agente o proceso dirigido por un fin haya intervenido para adaptar expresamente al modelo el resultado en cuestión, en lugar de creer que simplemente por azar este resultado ha acabado confor­mándose al modelo. Por ello, aun cuando la complejidad especificada establece el diseño mediante un argumento eliminativo, no sería honesto decir que esa complejidad establece el diseño mediante un argumento

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Diseño por eliminación versus diseño por compnrnción 269

puramente eliminativo. El modelo o especificación independientemente dados ayudan positivamente a nuestra comprensión del diseño inherente a las cosas que exhiben complejidad especificada.

Para evitar esta resbaladiza pendiente hacia el diseño, los teóricos bayesianos niegan que el enfoque fisheriano pueda eliminar legítima­Jnente ni una sola hipótesis de azar (y mucho menos desterrar del @ropo toda hipótesis relevante de azar como exigiría toda inferencia correcta de diseño). Tal como los bayesianos lo ven, el problema es que las muestras existentes en las regiones de rechazo (o, dicho de manera más general, los resultados que concuerdan con las especificaciones) no pueden ser utilizadas como evidencia en contra de las hipótesis de azar. Más bien, el único modo de contar con una evidencia en contra de una hipótesis de azar es contar con otra evidencia mejor en favor de alguna otra hipótesis.

A continuación voy a analizar el enfoque bayesiano de la evidencia estadística, pero antes quisiera decir algunas palabras sobre la evidencia en general. En World Without Design, Michael Rea observa: «La verda­dera investigación es un proceso en el que tratamos de revisar nuestras creencias sobre la base de lo que nosotros tomamos como evidencia». Y a continuación dice:

Pero esto significa que para investigar algo debemos estar dispuestos de antemano a tomar algunas cosas como evidencia. Incluso para comenzar nuestra investigación, hemos de poseer ya diversas disposiciones para confiar al menos en algunas de nuestras facultades cognitivas como fuentes de evidencia y a tomar como evidentes ciertos tipos de experiencias y de argumen­tos. Tales disposiciones (llamémoslas disposiciones metodológicas) pueden ser adquiridas de manera deliberada y reflexiva.

Según esto, lo que cuenta como evidencia (y aquí se incluye también la evidencia estadística) está decidido no sobre la base de la evidencia misma, sino sobre la base de disposiciones que no están gobernadas por la evidencia. ¿Por qué, por ejemplo, la mayoría de los matemáticos consideran que la prueba por contradicción (o sea, la reductio ad absur­dum) aporta evidencia de la verdad de las proposiciones matemáticas, mientras que otros (los intuicionistas) sostienen que tales pruebas son inadecuadas y exigen en su lugar pruebas constructivas? O también, ¿por qué los enfoques fisheriano y bayesiano de la evidencia estadística siguen siendo motivo de disputa? En estos casos, el debate no está planteado

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meramente sobre el modo de sopesar algún tipo de evidencia, sino en primer lugar sobre lo que fundamentalmente ha de ser considerado como evidencia. El problema de lo que cuente como evidencia preside a lo largo y a lo ancho el entero debate sobre el diseño inteligente. ¿Puede incluso existir una cosa tal como la evidencia para una inteligencia no evolucionada que sea la diseñadora de la complejidad biológica? Son muchos los naturalistas y filósofos que niegan que pueda haberla. Mas para negarla de manera coherente se necesita un marco evidencia! que la niegue. Y el marco predominante en este contexto es el bayesiano. Así pues, paso ahora a examinar este marco y a mostrar en concreto que el tal marco es inadecuado tanto para realizar inferencias de diseño como para excluirlas.

Cuando el enfoque bayesiano intenta distinguir entre hipótesis de azar y de diseño, considera que las dos hipótesis tienen ya unas probabilidades a priori que confieren probabilidades a los resultados y sucesos. Así, dada la hipótesis de azar A, la hipótesis de diseño D, y el resultado R, el teórico bayesiano intenta comparar las probabilidades a posteriori de A y D sobre R (o sea, P(A 1 R) versus P(D 1 R)). Si la probabi­lidad a posteriori de D sobre R es mayor que la de A sobre R, entonces R cuenta como evidencia en favor de D, y la fuerza de esa evidencia es proporcional a la cantidad en que P(D 1 R) supere a P(A 1 R). Pero, des­graciadamente, el cálculo de probabilidades a posteriori requiere conocer las probabilidades a priori (es decir, (P(A) y P(D)), y a menudo estas probabilidades no están disponibles. En tal caso, no queda más opción que la de calcular meramente la verosimilitud de R con respecto a A y a D (o sea, P(A 1 R) versus P(D 1 R)).

Hay una versión simplificada del enfoque bayesiano conocida como enfoque de verosimilitud que ignora esencialmente las probabilidades a posteriori y se atiene simplemente a la razón de verosimilitud (esto es, P(A 1 R)/ P(D 1 R)) para determinar el peso de la evidencia en favor de una hipótesis. Esto conduce, sin embargo, a un entendimiento idiosin­crásico de la evidencia. Tal como usualmente se la entiende, la eviden­cia se refiere a lo que nos obliga a revisar nuestras creencias. Pero el peso de la verosimilitud no tiene fuerza para hacer semejante cosa sin la ayuda de probabilidades a priori. Por ejemplo, si escucho desde mi ático el ir y venir en la terraza de unos pies diminutos y el sonido de las ramas de los pinos, la verosimilitud de la hipótesis de diseño de que haya duendecillos en la terraza puede ser mayor que la de cualquier hipótesis de azar que pretenda explicar esos sonidos. Y sin embargo mi

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Diseño por elinúnación versus diseño por comparación 271

incredulidad respecto a la hipótesis de los duendecillos permanecería tan intacta y completa como antes debido a mi anterior creencia en que los duendecillos no existen. (Dicho en términos bayesianos: la probabilidad a priori P(D), donde D es la hipótesis de los duendecillos, es para mí

efectivamente cero). Acabo de describir el enfoque bayesiano para mostrar la evidencia de

ta hipótesis del diseño en comparación con la hipótesis del azar. Según esto, establecer una hipótesis de diseño es determinar que la evidencia, interpretada en términos bayesianos o de verosimilitud, favorece al di­seño frente al azar. ¿Qué defecto hay oculto en este enfoque para inferir diseño? Muchos. Voy a resumir punto por punto lo que en él hay de erróneo. (Para más detalles, véase el capítulo dos de No Free Lunch).

l. Necesidad de probabilidades a priori. Como ya hemos visto, el enfoque bayesiano requiere probabilidades a priori o antecedentes. Pero las probabilidades a priori son a menudo imposibles de justificar. A diferencia del ejemplo de la urna y las dos monedas anteriormente discutido (en el que la extracción de una bola de la urna determinaba con todo rigor las probabilidades a priori de la moneda que iba a ser arrojada), la mayoría de las inferencias de diseño, sobre todo las intere­santes como la de si hay diseño en los sistemas biológicos, no requieren la manipulación de la probabilidad a priori de una hipótesis de diseño o que esta probabilidad a priori sea exhaustivamente discutida. (Los teístas, por ejemplo, podrían considerar alta esta probabilidad a priori, mientras que los ateos la considerarían baja).

2. Hipótesis de diseño que confieren probabilidades. El enfoque bayesiano requiere que las hipótesis de diseño, al igual que las hipótesis de azar, asignen probabilidades a los sucesos. En la anterior notación, para que el enfoque bayesiano sea operativo, la verosimilitud P(R 1 D) y P(R 1 A) han de estar bien definidas. Supóngase que R denota el suceso responsable de un determinado gen, donde este gen codifica una cierta enzima. Dados los diversos procesos naturales a los que los genes están sujetos (mutación, desaparición, duplicación, ascenso a un nivel superior, etc.), P(R 1 A) está bien definida. Pero ¿qué ocurre con P(R 1 D)? Supo­niendo que la enzima en cuestión constituya una innovación biológica sin precedentes, ¿cómo asignamos una probabilidad al diseñador que la diseña?

La dificultad en este caso no está confinada a las hipótesis de diseño, pues ciertamente es aplicable a todos los casos de diseño innovador. Con seguridad, hay hipótesis de diseño que confieren probabilidades

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272 DISEÑO INTELIGENTE;

fiables. Por ejemplo, la mecanografía de este libro confiere una proba­bilidad de un 13 por ciento a la letra e. (O sea la proporción en la que los escritores suelen utilizar la letra e). Pero ¿cuál era la probabilidad de que yo escribiera este libro? ¿Cuál la probabilidad de que Rachmaninoff compusiera sus variaciones sobre un tema de Paganini? ¿Cuál la proba­bilidad de que Shakespeare escribiera sus sonetos? Cuando la cuestión es una innovación creativa, el mismo acto de expresar la verosimilitud P(R 1 D) se torna altamente problemático y perjudicial, pues coloca a la innovación creativa en el mismo barco que las leyes naturales, y le exige al diseño un poder de predicción que sea expresable en términos de probabilidades. Pero los diseñadores son inventores de novedades sin precedentes, y una innovación creativa de este tipo trasciende el ámbito de las probabilidades.

3. La ilusión de rigor matemático. Como ya observé en el punto anterior, si R denota la recurrencia de un cierto gen que codifica una nueva enzima, entonces P(R 1 A) puede ser razonablemente considerada como una probabilidad bien definida. Supuesto que el problema de eva­luar esta probabilidad no sea técnicamente demasiado difícil, es posible avaluada con precisión, o al menos estimar un límite superior para ella. Mas ¿qué ocurre con P(R 1 D)? ¿Qué hacer con probabilidades máxima­mente generales como ésta, en las que una hipótesis de diseño confiere una probabilidad a una innovación creativa? No sólo no hay razón para pensar que tales probabilidades tengan sentido (véase el punto anterior), sino que cuando los bayesianos razonan con tales probabilidades, lo hacen sin adjudicarles ningún número preciso. La probabilidad P(R 1 D) funciona como asiento para la ignorancia, pues presta un aire de rigor matemático a lo que realmente no es más que una evaluación subjetiva del grado de plausibilidad que una hipótesis de diseño pueda ofrecer a la persona que se embarca en un análisis bayesiano.

4. Eliminación del azar sin comparación. Dentro del enfoque bayesiano, la evidencia estadística es decididamente comparativa: no existe evidencia en favor o en contra de una hipótesis como tal, sino sólo mayor o menor evidencia de una hipótesis en relación con otra. Pero no puede ser cierto que todo razonamiento estadístico tenga que ser comparativo de esta manera. Existen casos en los que una y sola­mente una hipótesis estadística es relevante y necesita ser evaluada. Imaginemos, por ejemplo, que en el juego de cara o cruz arrojamos al aire una moneda normal (o sea, un disco absolutamente simétrico con lados perfectamente distinguibles). Si consiguiéramos anotar mil caras

Diseño por eliminación versus diseño por comparación 273

en una fila (un resultado abrumadoramente improbable), nos sentiríamos inclinados a rechazar la única hipótesis de azar relevante: que los lanza­JllÍentos de la moneda están independiente e idénticamente distribuidos

con probabilidad uniforme. ¿Tendría alguna importancia para el rechazo de esta hipótesis de

azar el hecho de que hubiéramos formulado una hipótesis alternativa? JJirmo que no. Para comprobarlo, preguntémonos a nosotros mismos, .¿cuándo empezamos a pensar en una hipótesis alternativa en tales escenarios? y la respuesta es precisamente: cuando ocurre un suceso tan absoluta­Jll.ente improbable como la reunión de mil caras en una fila. Así pues, no es que hayamos partido comparando dos hipótesis, sino mas bien que partiendo de una sola hipótesis, ésta se ha mostrado tan problemática por razón de su absoluta improbabilidad (lo cual apoya la importan­cia que le da Fisher al descubrimiento de las dificultades ocultas) que tácitamente nos hemos visto obligados a rechazarla y a inventar una hipótesis alternativa. La hipótesis alternativa en semejante contexto es enteramente ex post facto. Es una hipótesis inventada meramente para mantener viva la ficción bayesiana de que todo razonamiento estadístico

ha de ser comparativo. 5. Retro-evaluando las probabilidades a priori. Como variante de

este último punto, volvamos a nuestro anterior ejemplo de una urna con un millón de bolas, de las cuales una es negra y las restantes blancas. Como antes, imaginemos que se arroja una moneda normal si se extrae al azar de la urna una bola blanca, pero que se arrojará una moneda trucada cuya probabilidad de mostrar cara es .9 si se saca la bola ne­gra. Esta vez, sin embargo, imaginemos que la moneda es arrojada no diez veces, sino diez mil veces y que siempre sigue mostrando cara. La probabilidad de reunir en una fila diez mil caras con una moneda nor­mal es aproximadamente de 1 entre 103010

; mientras que con la moneda trucada es aproximadamente de 1 entre 10458

• (Con diez mil tiradas, las probabilidad de que salgan cruces es apabullante con cualquiera de las dos monedas). Así pues, un análisis bayesiano mostraría entonces que la probabilidad de que saliera seleccionada una bola blanca sería aproxima­damente de 1 entre 102546

, y la probabilidad de que la única bola negra fuera la seleccionada sería de 1 menos esta minúscula probabilidad.

Así pues, ¿deberíamos concluir, como buenos bayesianos, que la bola negra fue ciertamente seleccionada y que la moneda trucada fue la arrojada? (La selección de la bola negra es con diferencia bastante más probable, dadas las diez mil caras de una fila, que la selección de una

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bola blanca). Claramente, esto es absurdo. La eventualidad de obtener diez mil caras en una fila con una cualquiera de las dos monedas es enormemente improbable, y sería irrelevante la bola de la urna que fuera seleccionada. La única conclusión razonable es que ninguna de las dos monedas fue arrojada diez mil veces. Un bayesiano podría por tanto querer cambiar la probabilidad anterior a fin de introducir alguna duda sobre el hecho de que las bolas de la urna y luego una de las dos monedas hubieran sido realmente elegidas al azar. Pero al igual que en el punto anterior, uno se siente inclinado a preguntar qué es lo que induce a uno a cambiar o reevaluar nuestras anteriores probabilidades. La respuesta no se basa estrictamente en razones bayesianas, sino más bien en consideraciones de baja probabilidad basadas en hipótesis de azar que, a primera vista, no admiten alternativas. Por ello, las alter­nativas han de ser introducidas con posterioridad porque así lo exigen consideraciones fisherianas, no bayesianas.

6. Evidencia empírica de diseño independiente. Los teóricos baye­sianos se sienten a menudo ligados a un marco inductivo de referencia humeano en el cual las hipótesis de diseño exigen evidencia empírica de un diseñador realmente operativo (es decir, algo así como una cámara en marcha mientras el diseñador es - o al menos podría ser en princi­pio - grabado en una cinta de vídeo). En el capítulo anterior vimos que esta restricción es no solo artificial, sino también incoherente de hecho, puesto que la inducción no puede ser la base para identificar al diseño al no haber manera de montar esa inducción y ponerla en marcha. No obstante, a los bayesianos que mantengan lazos de afinidad con Hume, les convendría bloquear todo análisis bayesiano que de entrada pudiera implicar diseño negando que ciertas hipótesis de diseño - como la que recurre a una inteligencia no evolucionada para explicar la complejidad biológica- pudieran admitir, ni siquiera en principio, una evidencia empírica independiente.

Así, en lugar de afrontar el problema de admitir probabilidades a priori en tales casos, los bayesianos ligados a Hume imponen meramente una restricción adicional sobre su propio marco, estipulando, en efecto, que el tal marco no pueda ser utilizado para la hipótesis de diseño sin contar con una evidencia empírica independiente de un diseñador. Hablando estrictamente, esta restricción no encuentra lugar dentro del aparato probabilista bayesiano. (El teorema de Bayes opera sin tener en absoluto en cuenta la procedencia de las probabilidades asociadas con una hipótesis de diseño. Se limita a utilizar los números). Sin embargo,

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,~o por eliminación versus disáio por comparación 275

,,. actualmente más y más utilizada contra el diseño inteligente. Por ~ c;emplo, mientras que Sober concedía en la edición de 1993 de su Plzi­llJsophy of Biology*, una considerable libertad a las inferencias bayesianas e.le diseño en biología (y esto antes de que el diseño inteligente gozara 6! aceptación intelectual), en su reedición del año 2000, le cerró toda inferencia de diseño al diseñador que no contase con una evidencia

' -.- pírica independiente (después de que el diseño inteligente hubiera vacado ya una considerable marea). Así pues, mientras que en la

..Vción de 1993 le daba al diseño inteligente paso franco para la vida,

., la del año 2000 se lo cerraba. ¡, El requisito de evidencia empírica independiente plantea un curioso dilema al darwinismo. Imaginemos que unos viajeros extraterrestres se nos presentan equipados con una tecnología increíblemente avanza­da. Nos dicen (en nuestro idioma) que poseen esta tecnología desde hace millones de años y nos aportan una sólida evidencia de ello (tal vez apuntando a un racimo de estrellas extinguido hace millones de años luz cuya disposición viniera a significar un mensaje que confir­maba la afirmación de estos extraterrestres). Además, nos demuestran que con esta tecnología son capaces de construir átomo a átomo y molécula a molécula los organismos más complejos. Supóngase que te­nemos buenas razones para pensar que estos extranjeros están aquí, en la tierra, en un momento clave de la historia de la vida (p.ej, en el del origen de la vida, del de los eukariotes, del de los metazoos y de los phyla animales del Cámbrico). Supóngase además que los extranjeros no dejaron la menor huella de la formación de la vida a partir de la nada. (Su tecnología era tan avanzada que ellos mismos barrían toda clase de basura, sin dejar tras de sí ningún tipo de restos o de cualquier otra señal de actividad). Supóngase finalmente que ninguno de los hechos de la biología eran diferentes de los que ahora conocemos. ¿Tendría­mos razones para pensar que, en los momentos claves de su historia, la biología fue diseñada?

Ahora contamos con toda la evidencia empírica independiente que podríamos desear para sostener la existencia de diseñadores físicamente encarnados capaces de producir la complejidad de la vida en la tierra. Si, por añadidura, nuestros mejores análisis probabilistas de los sistemas biológicos en cuestión nos dicen que esos procesos naturales espontáneos no pudieron haberse producido sin la presencia de algo semejante a una

* N. T.: Hay traducción en Alianza, 1996.

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276 DISEÑO l NTE LIGENTE

probabilidad razonable, ¿justifica eso ahora una inferencia de diseño ba­yesiana? ¿Podría el diseño de la vida tornarse en este caso más probable que una explicación darwiniana (tomando aquí las probabilidades en un sentido bayesiano o de verosimilitud) simplemente porque la evidencia empírica independiente confirma la capacidad de los diseñadores para producir sistemas biológicos?

Este panorama inquietaría, sin embargo, a los darwinistas. Después de todo, los hechos de la biología no han cambiado. Pero el diseño en­contraría una mejor explicación si los diseñadores capaces de producir los phyla animales del Cámbrico, por ejemplo, pudieran verse confirmados mediante una evidencia empírica. Obsérvese que no disponemos aquí de carga de prueba alguna.(No tenemos ninguna evidencia directa de una intervención extraña en el registro fósil, por ejemplo). Todo lo que conocemos por observación es que existen seres con el poder de generar vida y que pudieron haber actuado. ¿Nos ayudaría esto a saber que a los extranjeros les gustó realmente construir la vida a base de carbono? Mas, ¿cómo podríamos saberlo? ¿Tenemos simplemente que creer en su palabra? Suponemos que los datos de la biología y de la historia natural son tal y como ahora se nos muestran.

Pero si el diseño es una mejor explicación simplemente por la evi­dencia empírica de la existencia de extranjeros espaciales con tecnología muy avanzada, ¿por qué no habría de ser una mejor explicación inclu­so en ausencia de tal evidencia? Si el darwinismo es una explicación tan pobre que se derrumbaría tan pronto como pudieran atestiguarse independientemente habitantes del espacio capaces de generar formas vivientes en toda su complejidad, entonces, ¿por qué dejaría de ser una pobre explicación en ausencia de tales habitantes del espacio? Los hechos de la biología siguen siendo los mismos.

¿Hay algún modo de conservar el requisito independiente de evi­dencia empírica? Es claro que sería ilegítimo modificar esta exigencia eliminando enteramente la evidencia circunstancial y permitiendo sólo la evidencia «visible» de un diseñador manipulando realmente el objeto en cuestión. Ni siquiera Elliott Sober admitiría esta propuesta. (Véase su Reconstructing the Past. Para reconstruir el pasado sería necesario contar con evidencia circunstancial). Para Sober, la evidencia circunstancial podría en principio corroborar una hipótesis biológica de diseño. Lo importante para Sober es que tiene que haber evidencia empírica para propugnar la existencia de un diseñador. Pero para esto no se requiere el peso de ninguna prueba. De hecho, exigir la carga de una prueba sería

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Diseño por eliminación versus diseilo por comparación 277

algo tan nefasto para el darwinismo como para el diseño inteligente. La evidencia es tan circunstancial para uno como para otro.

Pero tan pronto se admite que la evidencia empírica independiente de diseño puede ser circunstancial, el hecho de establecer meramente la existencia de un diseñador con el poder causal y la oportunidad de producir el efecto en cuestión (como ocurre con el experimento mental

!f1 ", de los extraterrestres), tenemos exactamente el mismo conjunto de datos biológicos que el que teníamos antes de contar con esta evidencia. El

1

' requisito de evidencia empírica independiente es por tanto o bien vano (si es que puede ser circunstancial) o bien perjudicial (si se requiere que sea directo). Y en ambos casos obstruye la investigación de cualquier diseño real que pudiera estar presente. Si exigiéramos una evidencia de diseño empírica e independiente sin contar con ella, no veríamos el diseño aunque lo tuviéramos ante los ojos.

7. Uso implícito de la especificación. Y finalmente llegamos al pro­blema más agudo que se le presenta al enfoque bayesiano: que presupone una verdadera explicación de la especificación y regiones de rechazo que pretendía excluir. Para los teóricos del diseño, la especificación es una característica incongruente y superflua en las inferencias de diseño. Por ejemplo, Timothy y Lydia McGrew consideran que la especificación no tiene la menor «relevancia epistémica» (Simposio sobre Razonamiento de Diseño, Calvin College, Mayo de 2001). En este mismo simposio, Ro­bin Collins, igualmente bayesiano, observaba: «Difícilmente podríamos definir una especificación como un tipo de modelo que proporcionase algunas razones para esperar un agente inteligente que lo produjera». Así pues, el uso bayesiano de una especificación podría proceder como sigue: dado algún suceso S y una hipótesis de diseño D, una especificación ayudaría a inferir diseño para S si la probabilidad de S condicionada por D aumentara al observar que S se conformaba a la especificación (lo cual es, según Collins, un «modelo que nos ofrece algunas razones para esperar un agente inteligente que lo produzca»).

Pero aquí se esconde una seria dificultad que los bayesianos esqui­van invariablemente. Consideremos el caso del comisionado para las elecciones de Nueva Jersey Nicholas Caputo, que fue acusado de haber falsificado el orden de las listas de candidatos. (Este ejemplo aparece en varios escritos míos y ha sido ampliamente discutido en Internet. Los candidatos que figuran en los primeros lugares de las listas tienen ventaja sobre los demás, pues los votantes tienden a votar con más fa­cilidad a los primeros que aparecen en ellas). Llamemos suceso S a las

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278 DISEÑO INTELIGENTE

selecciones introducidas por Caputo en las listas de candidatos. S consta de una secuencia de 41 selecciones de Demócratas y Republicanos, con una proporción de 40 a 1 en favor de los Republicanos. Por razones de claridad, asumamos que la lista de selecciones de Caputo aparecía como sigue. (Que yo sepa, los periódicos que cubrían la información no

publicaron nunca la secuencia real).

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Así pues, suponemos que para las primeras 22 posiciones iniciales, Caputo seleccionó a los Demócratas; luego en la posición 23, colocó a un Republicano; tras lo cual, para los restantes puestos, eligió a los

Demócratas. Si Demócratas y Republicanos hubieran tenido las mismas opor­

tunidades de ser elegidos (como Caputo sostenía), una lista como ésta habría tenido una probabilidad de 1 contra 2 trillones. Cosa muy improbable, ciertamente, pero no suficiente para acusar a Caputo de fraude. Después de todo, sucesos altamente improbables ocurren por azar en todo tiempo. Cualquier secuencia nivelada de cuarenta y un Demócratas y Republicanos sería igualmente improbable. ¿Qué habría que añadir entonces para confirmar el fraude (y con ello el diseño)? Para imputar a Caputo no basta con anotar meramente la preponde­rancia de Demócratas sobre Republicanos en alguna secuencia de las listas de selecciones. Lo que más bien deberíamos advertir es que una preponderancia tan extrema como ésta es altamente improbable. Dicho en otras palabras, no era la improbabilidad del suceso S (la lista real de selecciones de Ca puto) lo que los bayesianos tenían que calcular, sino el suceso compuesto S* formado por todas las posibles listas de selección que exhibieran al menos tantos Demócratas como Caputo seleccionó. Este suceso compuesto, S*, constaría de 42 posibles listas de selección y tendría una improbabilidad de 1 contra 50 billones. Fueron este suceso y esta improbabilidad los causantes de que el Tribunal Supremo de New Jersey enfocara correctamente el asunto y se decidiera a deliberar sobre si Caputo era realmente culpable de fraude. Por su parte, éste es el suceso que los bayesianos tienen que identificar y cuya probabilidad necesitan calcular para realizar un análisis bayesiano.

Mas ¿cómo identifican realmente los bayesianos un suceso como éste? Aclaremos que la simple observación no nos brindará nunca sucesos compuestos como S*, sino sólo resultados elementales como S (esto es, la selección electoral real de Caputo, pero no un conjunto de líneas de

Diseño por eliminación versus disciio por comparación 279

selección tan extremas como la de Caputo). Pero entonces ¿de dónde sur­gió este suceso compuesto? La respuesta es evidente dentro de un marco fisheriano: S* es la región de rechazo (y por tanto la especificación) que contabiliza el número de Demócratas seleccionados en 41 listas y totaliza al menos tantos Demócratas como las selecciones de Caputo en las listas electorales. Es decir, lo que el tribunal y los bayesianos utilizaron. Sin embargo, los bayesianos no ofrecen explicación alguna sobre su modo de identificar los sucesos a los que asignan probabilidades. Si los únicos sucesos que ellos consideraran fueran resultados elementales, no habría ningún problema. Pero éste no es el caso. Los bayesianos consideran rutinariamente tales sucesos compuestos. En el caso de las inferencias de diseño bayesianas (y los bayesianos deseaban claramente realizar una inferencia de diseño con respecto a la lista de selecciones de Caputo), estos sucesos compuestos vienen dados mediante especificaciones.

Delineemos este mismo cuadro de manera más escueta. Considere­mos un suceso elemental S. Supongamos que inicialmente no divisamos ningún modelo que pudiera inducirnos a esperar un agente inteligente que produjera ese suceso. Pero luego, rebuscando en nuestro conoci­miento de fondo, descubrimos repentinamente un modelo que comporta diseño en S. Bajo un análisis bayesiano, la probabilidad del suceso S dada la hipótesis de diseño se abre camino rápidamente. Pero esto, sin embargo, no nos autoriza todavía a inferir diseño. Como es usual en el esquema bayesiano, necesitamos comparar una probabilidad condicional de diseño con otra probabilidad condicional de azar. Mas ¿para qué su­ceso calculamos estas probabilidades? Resulta ser que no las calculamos para el suceso elemental S, sino para el suceso compuesto S*, que está for­mado por la totalidad de resultados elementales que exhiben ese modelo significativo de diseño. No es realmente una buena estrategia sostener que S es resultado de un diseño sobre la base de algún determinado modelo a menos que la entera colección de resultados elementales que exhiben ese modelo sea a su vez improbable bajo la hipótesis de azar. Los bayesianos necesitan por tanto comparar la probabilidad condicional de E* bajo la hipótesis de diseño con la probabilidad condicional de E* bajo la hipótesis de azar.

La línea fundamental es ésta: el enfoque bayesiano de la racionalidad estadística parasita al enfoque fisheriano y sólo puede ser apropiadamen­te englobado entre las hipótesis que el enfoque fisheriano no ha podido eliminar. En particular, el enfoque bayesiano no ofrece explicación alguna de su modo de llegar a los sucesos sobre los que realiza un análisis ba-

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280 DISEÑO 1 NTELIGENTE

yesiano. La selección de estos sucesos es fundamentalmente intencional ' y en el caso de las inferencias de diseño bayesianas necesita presuponer

una explicación de la especificación. Lejos de ser refutada por el enfoque bayesiano, la complejidad especificada está por el contrario implícita a lo largo de las inferencias bayesianas de diseño.

En resumen: no hay razón alguna que justifique la acusación de que, en su búsqueda de complejidad especificada para inferir diseño, el diseño inteligente viola la racionalidad estadística. Muy al contrario, al desarrollar la complejidad especificada como instrumento analítico para inferir diseño, el diseño inteligente impulsa el estudio del razo­namiento científico y vindica el enfoque fisheriano de la racionalidad estadística.

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LAtPEMANDA DE DETALLES: EL \tU1 (}UOQUE

EC' 'D:i(''RWl.~ISMO ¿No es el colmo de la hipocresía que los teóricos del diseño acusen al darwinismo de no ofrecer detalles sobre la emergencia de la complejidad biológica cuando tampoco los ofrece su propia teoría del diseño inteligente?

SEGÚN LOS DARWINIST AS, ni la complejidad especificada ni la compleji­dad irreducible están fuera del alcance de los mecanismos darwinianos. Sin embargo, para justificar esta pretensión, todo lo que los darwinistas hacen es describir términos abstractos y esquemáticos, que supuesta­mente son caminos darwinianos posibles para producir estas propie­dades de los sistemas vivos. Los caminos propuestos son todos muy imaginativos y especulativos, pero ¿dónde están los detalles? Ningún darwinista, por ejemplo, ha ofrecido nunca una versión hipotéticamente darwiniana de algún sistema multipartito fuertemente integrado con el suficiente detalle para que, al menos en principio, su hipótesis fuera verificable.

Por ello, el diseño inteligente desafía al darwinismo a que le facilite esos detalles. Los proponentes del diseño están ansiosos por conocer esos elementos que supuestamente le permiten al mecanismo darwinia­no las magníficas hazañas que se le atribuyen. Pero puesto que tales elementos no son asequibles ni lo serán nunca, los proponentes del di­seño sugieren que ya es hora de acabar con la exclusión darwinista del diseño del campo de la biología. Los propios darwinistas no consideran que la ausencia de detalles sea una razón suficiente para cuestionar el darwinismo. Pero ni aun brindándonos ellos mismos esos detalles o

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indicándonos el lugar en donde poder hallarlos, lograrían aument , credibilidad del darwinismo. Ciertamente, los darwinistas conven ~d'

. CI 08', n~ necesitan d~ ta~es detalle: para manten~r su creencia, pero no ocurre:, as1 con los escephcos extranos a su doctrma, y esos extraños constitu .. yen la masa de la población norteamericana (de aquí la controversia actual sobre la enseñanza de la evolución biológica en Kansas, Ohi~, Cob County, etc.)

Así pues, los darwinistas se contentan con devolvernos simplem~,' te la pelota con el clásico tu quoque. Veamos, por ejemplo, la siguiente observación de H. Allen Orr en su recensión de mi libro No Free Lunch para la Bastan Review (bostonreview.net/BR27.3/ orr.html):

El argumento de la especificidad causal [es decir, el argumen­to de la demanda-de-detalles] es también un ejercicio de desgaste de nervios. Recordemos que estamos tratando de elegir entre dos teorías. Una de ellas dice que los flagella bacteriales se formaron por mutación y selección, y la otra afirma que fueron construidos por un diseñador inteligente. ¿Y de aquí concluye Dembski que la primera teoría carece de concreción? ¿Que el darwinismo sufre de una carencia de especificidad? En última instancia, ¿en qué momento se presentó el diseñador de Dembski con planes para los flagella? ¿Cómo concibió y configuró la forma de ese flage­llum? ¿Qué proteínas utilizó para empezar, o es que las conjuntó todas de una sola vez? Dembski llega al colmo de la hipocresía al acusar al darwinismo de ignorar la especificidad causal cuando es su propia teoría la que carece de toda especificidad, e incluso de un solo átomo de concreción histórica. Dembski puede carecer de todo lo que se parezca a un argumento, pero lo que no le falta en absoluto es un insolente descaro.

El tu quoque de Orr no es tan destructivo como él piensa. Y esto es así porque la demanda de detalles supone para el darwinismo una carga que no le afecta al diseño inteligente. El darwinismo es una teoría sobre procesos que afirma que un determinado tipo de proceso tomó los organismos de tipo A y los transformó en organismos de tipo B. El pro­ceso darwiniano avanza mediante pasos discretos (el nivel más sutil de resolución de estos pasos es la generación de un organismo a partir de otro en la reproducción). Y el darwinismo está comprometido con una secuencia de pasos controlables que gradualmente van transformando el organismo A en el organismo B. En consecuencia, tiene que haber

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283

secuencia tal que A = A1

se transforme en A,_, que éste a su vez transforme en Ay ... hasta que finalmente ocurra la transformación == B, en donde cada transición de un paso al siguiente puede ser

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• mente explicada en términos de selección natural y variación aza-. Así, por ejemplo, por una explicación darwiniana del flagellum

·terial sabemos que las bacterias que carecían de flagelo (y también _-los genes que codifican al flagelo) tuvieron que evolucionar hacia _ rías con flagelo (con lo cual adquirieron un nuevo complemento

, ético para el flagellum). Si el darwinismo es correcto, todo proceso iniano desarrollado por etapas tendrá que llevarnos paso a paso

-desde el primer tipo de bacteria hasta el último. ¿Fue así como sucedió? ',y ·cómo se desarrolló este proceso? La naturaleza muestra a veces los de~alles; el darwinismo nunca. Este proceder revela una debilidad en ,¡8 teoría de Darwin, y el diseño inteligente actúa con toda corrección al llamar la atención sobre él.

Mas, ¿qué decir sobre el diseño inteligente? Los darwinistas sugieren que esta misma debilidad es aplicable al diseño, pero no lo hacen. A diferencia del darwinismo, el diseño inteligente no es una teoría sobre un proceso sino sobre una innovación creativa. Pero la innovación creati­va no es un proceso. La innovación creativa puede darse dentro de un proceso, pero incluso entonces se trata de un proceso en el que cada uno de los pasos es un acto individual creativo (una micro-innovación, por así decirlo). En nuestra experiencia de las inteligencias, la innovación creativa es un acto conceptual unificador que conjunta elementos dis­pares en una totalidad con un propósito. Este acto puede desarrollarse en el tiempo a través de un proceso, u ocurrir en un solo instante. Pero en uno y otro caso, la innovación creativa no es reducible a una cadena causal en la que cada uno de los pasos «causa» al siguiente. La demanda de detalles es una demanda de especificidad causal, es decir: un deseo de encontrar el antecedente causal preciso que explique y por tanto prediga (ya sea de una manera determinista o probabilista) un suceso, un objeto o una estructura. Pero las inteligencias son libres. Por ello, en el acto de creación violan todas las expectativas. No había nada que exigiera que Mozart compusiera su Sinfonía Júpiter, o que Bell inventara el teléfono, o que Shakespeare escribiera El rey Lear. Y no hay absolu­tamente ninguna manera de predecir tales innovaciones creativas. En consecuencia, la demanda de detalles causales sólo se aplica de manera secundaria, pero nunca primaria, a la innovación creativa y por tanto al diseño inteligente.

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284 DISEÑO INTELIGENT¡¡

En la teoría del diseño inteligente, la indagación sobre los detalles causales se realiza sobre las circunstancias antecedentes que condici().. nan - pero no determinan, explican, o dan razón de - la innovación creativa. Las circunstancias antecedentes establecen el escenario para la innovación creativa. La evolución de las tecnologías progresa apoyán­dose en otras tecnologías anteriores. Pero sobre todo, y en primer lugar, evolucionan gracias a la existencia de inventores que poseen ideas. ¿De dónde vienen estas ideas? Las circunstancias antecedentes no ayudan mucho aquí. Ningún conjunto de circunstancias antecedentes puede explicar la innovación creativa. No obstante, las circunstancias antece­dentes han de ser sin duda tenidas en cuenta por su efecto regulador sobre las innovaciones que se produzcan. Beethoven, por ejemplo, no podría haber escrito música para piano antes de que el piano hubiera sido inventado. El filósofo G. F. W. Hegel generaliza magistralmente esta cuestión con respecto al despliegue de la cultura mostrando de qué modo un avance cultural ayuda a construir el siguiente. Mas obsérvese que para Hegel es la inteligencia (Geist) la que lo construye y no los procesos del material bruto.

En el caso del diseño inteligente, la demanda de detalles se aplica a las circunstancias antecedentes que conducen a una innovación creativa. Igualmente se aplica a las consecuencias de una innovación creativa, pues las creaciones innovadoras tienen también consecuencias. Ciertamente, una gran parte de la labor intelectual sobre el diseño inteligente estará dedicada en los años venideros a estudiar las circunstancias antecedentes que han promocionado, y por tanto condicionado, el diseño de sistemas biológicos y a descubrir a continuación el impacto de esos sistemas en el terreno del mundo biológico. Así pues, la demanda de detalles continúa siendo una cuestión candente para el diseño inteligente. Pero no es la más importante. La cuestión importante es determinar en primer lugar si el diseño (es decir, la innovación creativa realizada por una inteligencia) existe realmente. Y para eso necesitamos complejidad especificada.

Comentario final: el darwinismo ha de soportar la carga de una prueba que no se le exige al diseño inteligente. El darwinismo es la teoría de un proceso y por tanto tiene que ofrecer una evidencia con­vincente de que los procesos descritos por ella son capaces de soportar esa carga. Este peso es considerable - no menor, por cierto, que el de la totalidad y diversidad de la complejidad biológica. En cambio la carga del diseño inteligente es de un carácter distinto. En tanto que teoría de la innovación creativa, su misión es mostrar el lugar en el que surgen

::Ita demanda de detalles: el Tu Quoque del darwínís1110 285

1' vez primera las innovaciones creativas, y trazar luego sus antece-¡>dor tes V consecuentes causales. (Para comprobar que la investigación .. en - ) E t ·en este área está ya en marcha, véase el capítulo c~a~en~a y ~res . s o

· e decir que las tareas del darwinismo y del diseno mtehgente son quier tundamentalmente distintas.

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¿Cómo pueden los teoremas del No Free Lunch competir con la teoría danviniana y apoyar el diseño inteligente?

DADO EL TÍTULO DE MI LIBRO, No Free Lunch, no es de extrañar que los críticos vean en él una dependencia crucial de los teoremas llamados «No Free Lunch» (NFL) de David Wolpert y William Macready. Mi título aludía por supuesto a esos teoremas. Pero el uso real que yo le he dado a los teorema NFL ha sido siempre bastante limitado, y jamás he sostenido que estos teoremas hayan significado una franca refuta­ción del darwinismo o que sean una confirmación directa del diseño inteligente. De hecho, la clave de mi recurso a los teoremas NFL no está referida a estos teoremas sino a un resultado más general que yo llamo desplazamiento. Los teoremas NFL son una instancia particular de desplazamiento.

La idea básica oculta tras este desplazamiento es la siguiente: supón­gase que necesitamos encontrar un espacio de posibilidades. El espacio es tan amplio y las posibilidades individuales tan improbables que no es viable una búsqueda exhaustiva, y que sería muy inverosímil que una búsqueda al azar pudiera coronar con éxito semejante empresa. Conse­cuencia de ello es la necesidad de introducir algunas restricciones en la búsqueda, alguna información que ayude a dirigir la búsqueda hacia una solución. (Piénsese en la búsqueda de un huevo de pascua en la que no se facilita ningún tipo de clave o guía frente a otra en la que alguien lo dirige a uno diciendo «caliente», «más caliente» y «que quema»). Todo este tipo de información auxiliar se almacena en un espacio de búsqueda: un espacio informacional. Así pues, la búsqueda del espacio original

'Bl desplazamiento y el principio del «No Free Lunch» 287

' queda desviada hacia una búsqueda en un espacio informacional que contiene la información que dirige la búsqueda del espacio original. Y o sostengo entonces que este espacio informacional de un orden superior («superior» con respecto al espacio de búsqueda original) es siempre al Jllenos tan extenso y al menos tan difícil de investigar como el espacio original. Y llamo a esto el problema del desplazamiento.

Representémonos esta escena: imaginemos una isla con un tesoro ~'eJtterrado. Podemos recorrer la isla buscando el tesoro escondido. O, , alternativamente, podemos tratar de conseguir un mapa que nos diga

dónde está el tesoro. Una vez en posesión de ese mapa, hallar el tesoro no representa ningún problema. Mas ¿cómo encontrar semejante mapa? Supóngase que el tal mapa existe pero que está entremezclado con una enorme colección de mapas distintos. Encontrar el mapa correcto entre esta ingente colección no sería en modo alguno más fácil que recorrer simplemente toda la isla. La nutrida colección de mapas es el espacio informacional asociado con el espacio de búsqueda original. En general, un espacio informacional no es más fácil de recorrer que el espacio de búsqueda original.

De todo esto se sigue que restringir la búsqueda de un espacio original recurriendo al empleo de información no proporcionaría nin­guna explicación no teleológica y libre de diseño que fuera útil para el éxito de tal búsqueda (si es que ésta resultase ser afortunada). Por su parte, la solución hallada en el espacio original se limita a refle­jar la solución ya presente en el espacio informacional de un orden superior. Y si una de las soluciones exhibe complejidad especificada, igualmente la exhibirá la otra. En particular, si los procesos no télicos muestran complejidad especificada, es porque han tomado una comple­jidad especificada preexistente y se limitan meramente a re-expresarla. Estos procesos no la generan a partir de la libertad ni desde la nada. Pretender otra cosa es como rellenar un agujero cavando otro. Si el problema fuera prescindir completamente de los agujeros (es decir, del diseño), entonces el tal problema no habría sido resuelto sino meramente replanteado.

Contra este telón de fondo del desplazamiento utilizo yo los teore­mas NFL. Estos teoremas dicen que una vez promediado con todas las medidas idóneas para una clase dada, ningún algoritmo aventaja a una búsqueda ciega o efectuada al azar. Tomemos como medida de adap­tación la asignación a cada elemento del espacio de búsqueda original de un grado numérico de esta adaptación. (La adaptación cero significa

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aquí una adaptación mínima, sin que haya límite alguno para el tarna .. ño de esta adaptación). Cada medida de adaptación constituye así una unidad de información que limita la búsqueda, que de otro modo sena ilimitada, en el espacio de búsqueda original.

Los teoremas NFL se presentan en una variedad de formas según la clase de medidas de adaptación que vayan a ser calculadas. Los dos teoremas originalmente publicados por Wolpert y Macready («No Free Lunch Theorems for Optimization», 1996, disponibles en www.citesee. nj.nec.com/wolper96no.html) consideraban todas las medidas de adap­tación para un espacio dado (teorema 1) al igual que todas las medidas indexadas por el tiempo en un espacio dado (teorema 2). Obsérvese que con estos dos teoremas, las medidas de adaptación de un tipo dado quedaban totalmente libres: todas las medidas de adaptación de un tipo dado (no indexadas en el teorema 1, e indexadas por el tiempo en el teorema 2) estaban presentes. Y aún más, los algoritmos evolutivos que empleaban estas medidas eran algoritmos «sin conocimiento a priori». La expresión «sin conocimiento a priori» significa simplemente que el algoritmo no posee ninguna información adicional para encontrar una solución distinta a la que obtendría con las medidas de adaptación. En general, las clases máximas de medidas de adaptación, que son arbi­trarias y libres, parecen llevar anejo un teorema de «No Free Lunch» según el cual los algoritmos evolutivos no pueden realizar generalmente una búsqueda ciega.

La manera obvia de intentar evitar los NFL consiste en partir limi­tando las medidas de adaptación. Digamos, por ejemplo, que no nos convienen las medidas de adaptación dependientes-del-tiempo que va­rían con independencia del progreso del algoritmo evolutivo hacia una solución; en tal caso, manipulemos esta clase de medidas de adaptación para que dependan del progreso hacia la solución. O pensemos que no nos agradan las medidas de adaptación cerradas bajo permutación (véase Christian Igel y Marc Toussaint, «Ün Classes of Functions for Which No Free Lunch Results Hold», en citeseer.nj.nec.com/528857. html); entonces concentrémonos en clases que no sean cerradas bajo permutación. Sin embargo, todas estas estrategias y manipulaciones imparten información. Supuesto que esta información sea compleja y especificada, yo demuestro en No Free Lunch que estos procesos evo­lutivos no producen nunca una complejidad especificada mayor que la que les fue programada mediante las constricciones del espacio de información que los sostenía.

El desplazamiento y el principio del «No Free Lunch» 289

Para tratar de soslayar los NFL y más generalmente el problema del desplazamiento, los darwinistas comienzan por observar que la adap­tación en biología varía con el tiempo. A medida que los organismos evolucionan y el entorno cambia, lo que este entorno da ya por adaptado cambia también. Pero ¿qué es exactamente lo que fuerza a la transición desde una medida de adaptación a la siguiente? Si no hubiera tal fuerza, estaríamos en la situación del teorema 2 de Wolpert y Macready, con algoritmos evolutivos que proceden con independencia de su progreso hacia la solución, por lo cual son incapaces de realizar una búsqueda a ciegas. Astutamente, los darwinistas no nos dicen nada acerca de lo que obliga a las transiciones. Es presumible que la naturaleza no programada y libre dé espontáneamente paso a lo que es correcto pero está necesitado de transiciones entre sucesivas medidas de adecuación, asegurando con ello una forma de evolución creciente de la complejidad. Pero esto es precisamente lo que tiene que ser explicado.

Tratemos de programar justamente medidas de adaptación que varíen con el tiempo y evolucionen conjuntamente y veamos si pro­ducen soluciones para los problemas interesantes (o sea, si producen complejidad especificada). Por este camino sucederá una de estas dos cosas: o bien que lo que recojamos sea basura por no haber especificado adecuadamente las perspectivas de adaptación que podrían variar con el tiempo en respuesta a un entorno cambiante, o bien que consigamos algo interesante (complejidad especificada) por haber introducido correc­tamente las adecuadas especificaciones para que el diseño operara de manera tal que no pudiera ser reducido a mecanismos materiales. Los darwinistas dan a menudo la impresión de que basta simplemente con descubrir algunos replicadores, colocarlos en un determinado entorno y dejar que los mecanismos darwinianos sigan su curso. ¡Presto! Cosas maravillosas sucederán automáticamente. No hay necesidad de pedir detalles sobre el modo en que esas maravillosas cosas suceden, porque la alternativa (el diseño inteligente) es impensable. Pero de hecho, las cosas maravillosas no suceden automáticamente a menos que los mecanismos darwinianos sean adecuadamente programados, como la literatura sobre computación evolutiva está ahora revelando. (Véase, por ejemplo, John Bracht, «Inventions, Algorithms and Biological Design» en www.iscid. org/papers/Bracht-InventionsAlgorithms-112601.pdf).

Si el darwinismo pretende ser una teoría que explique el meca­nismo de generación de la nueva información biológica, no puede ser simplemente una teoría sobre los organismos que logran sobrevivir

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y reproducirse y los que no lo consiguen. Dicho en otras palab · ras, -no puede ser simplemente una teoría sobre un «puro y frío registro demográfico>:, como Allen Orr, bi~logo de la Rochester Universi~; pretende. Existen entornos con replicadores que operan estrictamente bajo el control de un mecanismo darwiniano y que nunca realizan nada interesante; o sea, que nunca exhiben un incremento sensible de· complejidad especificada. Describo detalladamente algunos escenarioa de este tipo en No Free Lunch, notablemente el experimento de Sol Spiegelman sobre la evolución de polinucleótidos en un entorno de replicación. Se trata de una pura forma darwiniana de evolución activa con replicadores realmente simplificados para tornarlos tan eficientes como sea posible en su replicación. Con seguridad, ninguno de estos escenarios contradice al darwinismo. Pero ésta es precisamente la cuestión: porque el «puro y frío registro demográfico» es compatible con una evolución que no conduzca a un evidente incremento de la complejidad especificada, sino posiblemente a una clara disminución de ésta; algo muy distinto a lo que el darwinismo está obligado a explicar cuando, a juzgar por lo que vemos, en el curso de la evolu­ción biológica se está observando un claro incremento de complejidad especificada dentro del mundo real.

Por definición, la simplicidad entraña siempre un coste más bajo en material bruto que el que exige el aumento en complejidad; por eso hay una tendencia interna en los sistemas evolutivos a seleccionar demandas que inclinen a tales sistemas hacia la simplicidad. Lo cual no quiere decir que el darwinismo exija o entrañe que la evolución avance hacia la simplicidad. Lo que ocurre es sencillamente que el darwinismo no ordena la complejidad, con lo cual es inevitable que favorezca realmente a la simplicidad. Así pues, si observamos un aumento de la complejidad, algo ha de estar operando en el mundo además del darwinismo. Ahora bien, los darwinistas han ofrecido varias explicaciones que justifiquen sobre fundamentos estrictamente darwinianos el evidente crecimiento de la complejidad (p.ej, la irreversibilidad de ciertos cambios y la baja tasa de complejidad de Stephen Jay Gould por debajo de la cual las cosas mueren). Pero todas estas explicaciones son post hoc; en cada uno de los casos, su opuesto podría igualmente haber sucedido y el darwinismo seguiría siendo verdadero. Así pues, podríamos imaginar (e incluso programar en un computador) una serie de escenarios darwinianos en los que la reversibilidad tuviera una ventaja selectiva, en los que las competiciones se ganaran por simplificación y en donde una baja tasa

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complejidad fuera el filtro que confiriera la máxima adaptación al

tet' máximamente simple. . , De acuerdo con Stuart Kauffman, la razón de que el universo este

'aumentando en complejidad es un problema serio (ISCID online chat Nov­, ber 15, 2002, asequible en www.iscid.org./stuartkauffman-chat.php):

Uno de los más profundos enigmas de nuestro universo es la razón de que éste sea tan complejo. ¿Por qué la biosfera se ha tornado compleja? ¿Por qué el número de modos de ganarse la vida ha aumentado tan dramáticamente? No disponemos de ninguna teoría sobre esta abrumadora característica de nuestro

universo.

Lo que para los darwinistas es un resultado, para Kauffman, que no es darwinista, es un misterio. ¿Quién lleva razón? El hecho de que el universo biofísico esté aumentando en complejidad, ¿es un problema profundo que espera una respuesta, o es una cuestión que, al menos en biología, ha recibido una decisiva respuesta por parte del darwinismo? Es evidente que si el darwinismo hubiera dado esa decisiva respuesta, alguien del calibre de Kauffman no habría proclamado que el tal pro­blema era un misterio. Y la literatura darwiniana muestra sin duda una completa ausencia de soluciones definitivas a este problema.

Al concluir este capítulo quisiera establecer una analogía entre el desplazamiento y la tesis de Church. Esta tesis es una reflexión pro­funda de la lógica matemática sobre la naturaleza de la computación. El desplazamiento, o lo que yo también llamo el Principio del No Free Lunch (que no ha de ser confundido con los teoremas No Free Lunch), funciona dentro de la teoría del diseño inteligente a la manera en que la tesis de Church funciona dentro de la teoría de la computación. La tesis de Church establece que si se dispone de un procedimiento que es intuitivamente computable (es decir, que puede ser caracterizado mediante reglas bien definidas), entonces puede ser codificado como un algoritmo ejecutable por una máquina de Turing. El principio _del No Free Lunch establece que si se dispone de algún proceso naturalista cuyo resultado exhibe complejidad especificada, entonces este proceso estaba previamente cargado de complejidad especificada. La tarea del teórico del diseño en este caso es la de «seguir la pista de la información» y mostrar el lugar o el momento en que la complejidad especificada mostrada por el proceso fue cargada primeramente en éste (del mismo modo que la tarea del científico de la computación es mostrar el modo

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en que algún procedimiento que es intuitivamente computable puede ser explícitamente formulado como un algoritmo susceptible de ser implementado en una máquina de Turing).

Obsérvese que no hay - ni puede haber además - implicada nin­guna prueba matemática en sentido estricto en la tesis de Church ni en el principio del No Free Lunch. (Para este último, existe siempre la posibilidad externa de que la complejidad especificada pueda ocurrir como un suceso absolutamente improbable). Pero incluso así, los dos casos están sujetos a una verificación empírica. Con la tesis de Church, el desafío consiste en mostrar que lo intuitivamente computable está invariablemente sometido a lo formalmente computable. Con el principio del No Free Lunch, el desafío es mostrar el lugar o el momento en que la complejidad especificada arrojada por un proceso naturalista fue de hecho cargada.

Los biólogos evolucionistas afirman que por lo general obtienen com­plejidad especificada o bien gratuitamente o bien partiendo de cero. (Ri­chard Dawkins y Thomas Schneider son algunos de los más significados representantes de esta idea). El principio del No Free Lunch nos aconseja buscar el lugar en donde la complejidad especificada obtenida al parecer graciosamente había sido introducida realmente de manera gratuita o bien escondida a las miradas. El darwinismo es un verdadero ejercicio en el creativo arte de ocultar que sus deudas explicativas superan con mucho a sus haberes reales. Tomemos, por tanto, el principio del No Free Lunch como una herramienta del auditor para investigar las exageradas manifestaciones del darwinismo y demostrar que esas deudas están al descubierto. Por fortuna, como sus recientes fracasos colectivos nos han enseñado, una administración creativa puede a lo sumo ser capaz de posponer pero no de evitar la declaración de bancarrota.

36 l' ,

/LOS UNICOS IEN lA \

JUEGOS G::IUDAD

l \ ¿No es una actitud burda y simplista

plantear el debate sobre la evolución biológica meramente como un duelo entre el darwinismo y el diseño inteligente? Con seguridad, la biología evolutiva abre la puerta a muchas más opciones.

EN EL VOLUMEN DE MARZO DE 2003 de la revista Commentary, el crítico del diseño Paul Cross respondía a un artículo del simpatizante del diseño David Berlinski aparecido en el número de Diciembre de 2002 de esta misma revista. En este artículo, titulado «Has Darwin Met His Match?», Berlinski caracterizaba la controversia sobre evolución biológica como un enfrentamiento entre el darwinismo y el diseño inteligente. En su respuesta, Cross criticaba a Berlinski no justamente por caracterizar la controversia de este modo (darwinismo frente a diseño inteligente), sino por utilizar incluso el término darwinismo. Según Cross, sólo «aquellos que no conocen bien la biología evolutiva» pueden referirse a algo lla­

mado «darwinismo». Según se nos asegura, la biología evolutiva es bastante más rica

que su caricatura llamada darwinismo. Esta misma acusación ha sido formulada también durante mis conferencias públicas criticando al darwinismo. Así pues, quisiera aclarar desde ahora que los teóricos del diseño no están atacando sin más a un hombre de paja cuando critican al darwinismo, y que al oponer el diseño inteligente al darwinismo no están planteando meramente un falso dilema. Para comprobarlo, exa­minemos la réplica que da Berlinski a Cross en el número de marzo de

2003 de la revista Commentary:

Los profesionales lo saben bien. Entiendo perfectamente la preocupación del Sr. Cross. El término «darwinismo» transmi-

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te la idea de una ideología secular, de un sistema global de creencias. Así opera y así es seguramente. La teoría de Darwin ha sido utilizada de muy diversas maneras - por los biólogos darwinianos - para explicar el desarrollo de un andar bípedo, la tendencia a reír cuando se está contento, la anorexia nervosa, las negociaciones mercantiles, la preferencia por los paisajes tropicales, las raíces evolutivas de la retórica política, el amor maternal, el infanticidio, la formación del clan, el matrimonio, el divorcio, ciertos sonidos cómicos, los ritos fúnebres, la for­mación de las formas de los verbos regulares, el altruismo, la homosexualidad, el feminismo, la codicia, el amor romántico, los celos, la guerra, la monogamia, la poligamia, el adulterio, el hecho de que los hombres sean cerdos, la recursión, la exhibi­ción sexual, el arte abstracto, y las creencias religiosas de todo tipo ... Difícilmente sea yo la única persona que utilice el término «darwinismo» para transmitir la sugerencia de una agenda ideológica. Añadiendo este mito a la colección de ensayos de D. S. Bendall, Evolution from Molecules to Men (1983), Richard Dawkins tituló su ensayo «Universal Darwinism». Dawkins co­nocía la palabra lo suficientemente bien para volver a utilizarla en «Darwin and Darwinism», el título de su contribución a la Enciclopedia Encarta de Microsoft. Luego está la serie de pequeños libros aparecidos bajo el título Darwinism Today y publicados por la Yale University Press. El primero de la serie es del eminente biólogo darwiniano John Maynard Smith.

No es accidental que en los debates sobre evolución biológica, el nombre de Charles Darwin y su teoría marchen juntos. Ni las repetidas referencias a Darwin y al darwinismo tienen simplemente el carácter de manifestaciones de respeto por la historia de la disciplina: son realmente recordatorios del padre fundador de la biología evolutiva. Darwin apa­rece como un gigante en el estudio de los orígenes de la biología porque su teoría es el verdadero núcleo de la biología evolutiva. Efectivamente, nada en la biología evolutiva tiene sentido fuera del darwinismo.

Para comprobarlo hay que comprender el atractivo que ejerce la biología. Aunque la biología evolutiva está comprometida con la des­cendencia común (es decir, que todos los organismos retrotraen su linaje hasta un último antepasado común universal), ésta no es su tesis central. Hay ciertamente teóricos del diseño que mantienen igualmente la idea

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Los únicos juegos en la ciudad 295

de una descendencia común (p.ej., Michael Behe). La idea central de la biología evolutiva es más bien que un proceso físico independiente es suficiente para explicar la emergencia de la complejidad y la diversidad biológicas. Completar los detalles de este proceso sigue siendo tema de debate entre los biólogos contemporáneos. Pero es un debate doméstico que se ocupa esencialmente de detalles. En líneas generales, sin embargo, todo proceso físico independiente capaz de producir complejidad bio­lógica tendrá que constar de tres componentes: transmisión hereditaria, variación fortuita y selección natural.

El esquema es el siguiente: contamos con ciertos organismos. En ellos tiene lugar algún cambio. Este cambio es fortuito en el sentido de que no anticipa futuros cambios que las subsiguientes generaciones de organismos deban experimentar. Pero este cambio es heredable y por tanto puede ser transmitido a la generación siguiente. Pero que sea realmente transmitido a la siguiente generación depende, sin embargo, de que ese cambio sea en algún sentido beneficioso para el organismo, o (de manera más indirecta) si está asociado con otros cambios que son beneficiosos para el organismo. En tal caso, la selección natural se sentirá inclinada a preservar a los organismos que exhiban ese cambio.

Este esquema es perfectamente general. Puede regular tanto las transmisiones hereditarias genéticas como las epigenéticas. (Las trans­misiones hereditarias epigenéticas dejan intacta la información genéti­ca. Una buena parte de la biología contemporánea está comprometida con la heredabilidad genética, aunque actualmente está aumentando la evidencia de que los factores epigenéticos tienen también su papel en la transmisión hereditaria). El esquema puede ser extendido también a la evolución lamarckiana, cuyos cambios fortuitos ocurren a nivel de los organismos que simplemente activan estructuras ya existentes, o refuerzan o modifican las funcionalidades de esas estructuras. Igual­mente el esquema puede acoger todas las formas de lo que típicamente se conoce como evolución darwiniana, incluyendo al neo-darwinismo, cuyos cambios fortuitos son errores accidentales en el genoma. Asimis­mo puede dar cabida a la idea de evolución simbiogenética de Lynn Margulis, cuyos cambios fortuitos se dan cuando diferentes tipos de organismos se unen para formar un nuevo organismo híbrido. E incluso puede admitir formas auto-organizativas de evolución, cuyos cambios fortuitos son el resultado de procesos auto-organizativos. (Obsérvese que precisamente porque lo que la organización produce es el yo o ego - el organismo individual- los procesos de autoorganización han de

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ocurrir dentro del curso de una generación dada, pero nunca a lo largo de varias generaciones). Otras formas de cambio fortuito engloban el movimiento generacional, la transferencia lateral de genes y la acción de genes regulativos en desarrollo.

Los biólogos evolucionistas discuten sobre el papel preciso y el alcance de la transmisión hereditaria y del cambio fortuito. El debate puede ser muy agrio a veces. Véase, por ejemplo, la introducción al libro de Margulis Acquiring Genomes, en la cual se ataca al neo­darwinismo por tener una imagen errónea del cambio fortuito. (Se­gún esta introducción, el cambio genético, y no la mutación azarosa genética, es la forma primaria de cambio fortuito que dirige la evolu­ción). Sin embargo, Ernst Mayr, uno de los arquitectos de la síntesis neo-darwiniana de los años 1930 y 1940, escribió un caluroso prefacio al libro de Margulis. ¿Por qué habría de escribir un proponente del neo-darwinismo un prefacio a un libro que es decididamente crítico del neo-darwinismo? La respuesta está en que Margulis no ataca al sancta sanctorum del darwinismo: la selección natural. Ciertamente, en el fondo de su corazón Margulis es tan darwinista como Mayr. El propio Darwin no tenía muy claro cuáles eran los mecanismos de la transmisión hereditaria y del cambio fortuito. Pero fuera cual fuera la forma que tomaran, Darwin estaba convencido de que la selección natural era la clave para dominarlos. Ditto pro Mayr. Ditto pro Margulis. Ésta es la razón de que en la actualidad se escuchen repetidamente referencias a la teoría de Darwin de la selección natural, pero no a las teorías darwinianas de la variación o de la herencia.

Ciertamente, sin diseño inteligente, ¿qué otra cosa aparte de la se­lección natural podría pretender jamás coordinar los cambios fortuitos que la transmisión hereditaria traslada de una generación a la siguiente? Por sí mismos, los cambios fortuitos no pueden ser responsables del incremento masivo de la complejidad biológica acaecido en la historia natural. Incluso aunque se incluyeran la simbiogénesis, la transferencia genética lateral, la acción de los genes reguladores en el desarrollo, y otros procesos capaces de inducir un sensible cambio evolutivo en el curso de una sola generación, esos cambios tendrían que continuar sien­do acumulados y coordinados a lo largo de las sucesivas generaciones. Aparte del diseño inteligente, sólo hay en principio un proceso natural capaz de acumular y coordinar tales cambios: la selección natural.

Y por esta razón escribiría Stuart Kauffman en At Home in the Uni­verse:

Los únicos juegos en la ciudad

Los biólogos actuales tienden a creer profundamente que la selección natural es la mano invisible que modela formas per­fectamente construidas. Puede parecer una exageración, aunque no lo es tanto, afirmar que los biólogos consideran a la selección como la única fuente de orden en biología. Si la biología actual tiene un canon central, es éste.

297

Aunque crítico de la teoría evolucionista darwiniana y escéptico respecto a la selección natural como la gran coordinadora del cambio fortuito en biología, Kauffman no encuentra sin embargo ninguna al­ternativa naturalista a la selección natural.

Y por la misma razón, Alvin Plantinga ha afirmado que si el ma­terialismo es verdadero, entonces el darwinismo es «el único juego en la ciudad» (en una conferencia titulada «Naturalim, Theism and the Scientific Enterprise», pronunciada en la Universidad de Tejas en Austin el 22 de febrero de 1997). Y a su vez Phillip Johnson escribe:

Si el materialismo es verdadero, entonces una teoría como el darwinismo tiene que ser también verdadera, prescindiendo de la evidencia. El materialismo exige que los elementos quími­cos tengan la capacidad de formar organismos vivos, y que un Replicador principal sea capaz de hacer evolucionar todas las características de plantas y animales sin la ayuda de un Diseña­dor. Así pues, la evolución debe ser un proceso ciego que parte de un azar (una mutación) y se sirve de algo capaz de diseñar estructuras complicadas (la selección natural). Es decir, que si el darwinismo no es verdadero, entonces el proyecto materialista carece de una historia de la creación. («Dogmatic Materialism», Boston Review, Febrero, 1997; www.bostonreview.net/br22.1/ johnson.html).

En resumen, la biología evolutiva necesita un diseñador que coordine los cambios fortuitos que la transmisión hereditaria traslada desde una generación a la siguiente, y para eso sólo hay sobre la mesa un candidato naturalista: la selección natural. Ciertamente, no es un accidente que las palabras selección e inteligencia estén etimológicamente relacionadas: la sílaba lec en selección tiene la misma raíz que la sílaba lig en inteligencia. Y las dos derivan de la misma raíz indo-europea que significa «reunir» y por tanto «seleccionar». Antes de Darwin, la capacidad de selección estaba principalmente confinada en las inteligencias diseñadoras, es

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298 DISEÑO INTELIGENTE

decir, en los agentes conscientes que podían reflejar deliberadamente las posibles consecuencias de sus selecciones. El derecho a la fama de Darwin se fundó en su afirmación de que las fuerzas naturales, absolutamente carentes de propósito o previsión respecto de futuras posibilidades, tenían igualmente el poder de seleccionar mediante la selección natural.

Al adscribir la capacidad de selección a unas fuerzas naturales sin inteligencia, Darwin perpetró la mayor estafa intelectual de la historia de las ideas. La naturaleza no tiene el poder de seleccionar. Todo lo que la selección natural hace es limitar la variabilidad del cambio fortuito eliminando los menos aptos. Y lo que es más, la naturaleza actúa bajo el estímulo del momento, basado únicamente en lo que le ofrece el en­torno del tiempo presente y por tanto sin la menor previsión respecto de posibilidades futuras. Y sin embargo, este proceso ciego produce supuestamente diseños que exceden las capacidades de cualquier di­señador de nuestra experiencia. No es extraño que Daniel Dennett, en Darwin 's Dangerous Idea, asigna a Darwin «la mejor y singular idea que nadie pudiera haber imaginado nunca». Obtener diseño sin contar con un diseñador es ciertamente un impresionante ardid. Darwin aparecía como un mago que pronunciaba sus conjuros tan alejado de sus espec­tadores como para poder deslumbrarlos - hasta que alguien comenzó a utilizar sus prismáticos. La idea de Darwin fue un buen truco mien­tras duró. Pero con los avances de la tecnología, al igual que los de la información y de las ciencias de la vida (especialmente la biología molecular), la calesa mágica darwiniana está actualmente desvencijada. Ya es hora de olvidarse de los trucos - del brillo de los escenarios y los aplausos entusiastas, de las tácticas de cerrojo, de las fanfarronadas y los engaños- y explicar de manera científica lo que el pueblo ha sabido siempre: que no se puede obtener diseño sin un diseñador. Y aquí es donde entra en escena el diseño inteligente.

Según Francisco Ayala, «La mayor proeza de Darwin fue mostrar que la organización rectora de los seres vivos podía ser explicada como el resultado de un proceso natural, la selección natural, sin necesidad de recurrir a ningún Creador o a otro agente externo» (tomado del ensayo de Ayala «Darwin's Revolution» en Creative Evolution). Al describir así la principal razón de la fama de Darwin, A yala está tocando un punto crucial. Un diseñador podría producir la diversidad de la vida apo­yándose en el mecanismo darwiniano, pero el mecanismo darwiniano no necesita recurrir a ningún diseñador para producir la diversidad de

Los únicos juegos en la ciudad 299

la vida. De lo cual se sigue que el mecanismo darwiniano no pone, ni puede poner, de manifiesto ningún diseño que un diseñador pudiera haber colocado ya en el mundo. Con seguridad, el diseño podría seguir estando en el mundo, pero no sería discernible.

El diseño puede ser colocado a la cabeza de la teoría de Darwin, pero no puede ser adecuadamente integrado en ésta. Para comprobarlo, consideremos la siguiente afirmación formulada por Kenneth Miller en Finding Darwin 's God:

La naturaleza indeterminada de los sucesos cuánticos permi­tiría postular un Dios inteligente y sutil que influyera sobre los sucesos de maneras profundas pero científicamente indetectables para nosotros. Estos sucesos podrían incluir la aparición de mu­taciones, la activación de neuronas individuales en el cerebro, e incluso la supervivencia de células y organismos individuales afectados por procesos azarosos de pérdida de radioactividad.

Miller interpreta aquí la indeterminación de lo cuántico como una ocasión para la acción divina (y, por implicación, para el diseño). Sin embargo, se asegura de que su interpretación no cambie los hechos o las teorías de la ciencia. Según esto, la acción de Dios y, de manera más general, la actividad de una inteligencia diseñadora, debería ser científicamente indetectable y seguir siendo científicamente indetectable en biología. De otro modo, la teoría de Darwin se convertiría en una teoría teleológica con variaciones azarosas que facilitaran el paso a va­riaciones cuya dirección fuera científicamente detectable. (Dicho en otras palabras, los cambios que aportan el material bruto para la evolución, dejarían de ser fortuitos).

Entre los cognoscenti teológicos, el «Dios de los agujeros cuánticos» de Miller está considerado como burdo e innecesario. El método prefe­rido para entender la acción divina consiste en distinguir entre causas primeras y segundas, dejando las causas primeras para la filosofía y la teología, y las segundas para la ciencia. Según esto, Dios, la causa primera, emplea causas segundas, como los procesos ordinarios de la física y la química, para ejecutar los propósitos divinos. Dada esta dis­tinción entre causas primeras y segundas, el modelo que ofrece Miller de la acción divina en los intersticios cuánticos se torna en un ejercicio de irrelevancia. La ciencia se ocupa de causas segundas en sus propios términos, sin la menor referencia a los propósitos de Dios y por tanto sin necesidad alguna de que Dios intervenga en los procesos causales

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de la naturaleza. En consecuencia, la ciencia no tiene que aferrarse a la acción divina o a cualquier otra forma de diseño. En generat la distin­ción entre causas primeras y segundas hace la acción divina invisible e irrelevante para la ciencia. Esta distinción es en última instancia lo que se esconde tras las estrategias populares para establecer la paz entre ciencia y religión, tal como el NOMA (non-overlapping magisteria) de Stephen Jay Gould, el RFEP (robust formational economy principie) y el complementarismo que impregna la principal corriente de la discusión sobre ciencia-teología.

Todas estas maniobras de los evolucionistas teístas para poner en consonancia la acción divina con la ciencia, dejan intacto el conteni­do de la ciencia, incluida la teoría evolucionista darwiniana. De este modo, cuando utilizan estas maniobras para atribuir diseño a ciertas características del mundo, lo hacen a pesar de la ciencia y no por causa de ella. Desde la posición de la teoría evolucionista darwiniana, la emergencia de la complejidad y la diversidad biológicas era algo tan esperado como lo es la posibilidad de conseguir veinte caras en una fila entre una multitud de un millón de jugadores en donde cada participante debía abandonar el juego cuando sacara cruz. (Imagine­mos que cada persona tira una moneda y permanece de pie mientras consiga caras, pero que ha de sentarse en caso contrario abandonando con ello el juego).

La ciencia del lanzamiento de monedas (teoría de la probabilidad) nos dice que de un millón de tales tiradas, será solamente una la per­sona que continúe de pie por haber conseguido veinte caras en una fila. Así también la ciencia de la evolución darwiniana nos dice que la naturaleza producirá periódicamente cambios fortuitos beneficiosos y que, en lugar de desaparecer entre el polvo de la historia, esos cambios serán transmitidos gracias al poder de la selección natural. A través de una larga cadena de tales sucesos, el efecto acumulativo de la selección natural y el cambio fortuito a lo largo de varios billones de años habrán hecho posible la producción del grado de complejidad y diversidad que nosotros observamos ahora. Así como la ciencia del juego de cara o cruz no justifica la atribución de ninguna habilidad especial a la persona que ha conseguido veinte caras, así tampoco la ciencia de la evolución darwiniana justifica la atribución al proceso evolutivo de una especial habilidad o sabiduría por la generación de complejidad y diversidad. En uno y otro caso, ese resultado es el esperado o predecible y no una hazaña creativa que sea el producto de un diseño.

Los únicos juc¡;;os en In ciudad 301

Aunque el darwinismo no excluye el diseño por razones metafísicas

0 teológicas, considera sin embargo que el diseño es indetectable para la ciencia. Y lo que es más, mientras el diseño sea indetectable para la ciencia, la evolución darwiniana - ampliamente interpretada en términos de transmisión hereditaria, cambio fortuito y selección natural- es la única posibilidad científica. O, como dijimos antes, si el materialismo

,'1 es verdadero, entonces el darwinismo es el único juego en la ciudad, 1i' científicamente hablando. De lo cual se sigue que la única alternativa

científica al darwinismo es una teoría que pueda detectar diseño en la naturaleza y que consiga detectarlo para los sistemas biológicos. ¿Cómo podría suceder semejante cosa? Al detectar diseño, esa teoría tendría por lo menos que mostrar que los componentes de la evolución darwiniana - transmisión hereditaria, cambio fortuito y selección natural- no tienen de por sí la capacidad de producir ciertas características de los sistemas biológicos. (De no ser ast no habría ninguna razón para cuestionar al darwinismo, que presupone que la selección natural se ha revelado como el admirable sustituto de un diseñador).

¿Cómo tendrían que ser esas características que están más allá del alcance de la evolución darwiniana? Tendrían que ser desde luego alta­mente improbables con respecto a la evolución darwiniana, pues de otro modo ésta podría fácilmente explicarlas. Pero la mera improbabilidad no es suficiente mientras que en todo tiempo sucedan por azar cosas altamente improbables (véase capítulo ocho). En consecuencia, para que tales características se encuentren más allá del alcance de la evolución darwiniana, es también necesario que estén lo suficientemente diseña­das o especificadas (véase capítulo diez). Pero que algo sea altamente improbable y especificado quiere decir que ese algo exhibe complejidad especificada; y la complejidad especificada es un marcador empírico fiable de diseño real (véase capítulo doce). Así comprobamos que tan pronto como se perfila la posibilidad de una alternativa científica al darwinismo, la lógica nos lleva irremediablemente a una teoría del diseño inteligente con la complejidad especificada en su centro. O bien todas las características de los sistemas biológicos son resultado de la transmisión hereditaria, el cambio fortuito y la selección naturat o bien hay algunas de ellas que exhiben complejidad especificada y por tanto son también resultado del diseño.

De todo esto se sigue que el darwinismo no es el único juego en la ciudad. Para que el darwinismo fuera ese único juego, el materialismo tendría que ser ineludiblemente verdadero. Pero el materialismo no es la

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conclusión de una inferencia científica ni una verdad de razón inevitable. Más bien es una ideología que constantemente sofoca a la investigación científica. La negativa del darwinismo a reconocer el diseño inteligente no habla más en favor de su verdad y validez que las políticas segre­gacionistas de los días anteriores al movimiento norteamericano en pro de los derechos civiles que denunciaba los atentados contra la dignidad de las minorías condenadas al ostracismo. ¿Cuántos juegos se dirimen entonces en la ciudad? La ciudad aquí es la ciencia, y el objetivo del juego la explicación de la emergencia de la complejidad y la diversidad biológicas. Pese a las negativas de los darwinistas, hay de hecho dos juegos en la ciudad, dos teorías científicas para explicar los orígenes biológicos: el darwinismo y el diseño inteligente. Curiosamente, son los dos únicos juegos existentes en la ciudad.

PARTE SEIS

UN NUEVO TI PO CIENCIA DE

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¿Qué espera la ciencia obtener del diseño inteligente, y qué puede hacer el diseño inteligente por la ciencia?

LA CIENCIA ES UNA MAGNA y VARIADA EMPRESA. Algunos aspectos de la ciencia han resultado ser enormemente afortunados, otros no. Los pro­ponentes del diseño inteligente sostienen que, tal como actualmente se la practica, la biología se muestra francamente desafortunada en la solución del problema del origen de la vida y la subsiguiente emergencia de la complejidad biológica. ¿Justifica el éxito de la ciencia que los biólogos sigan aferrados a sus armas y se resistan a las incursiones del diseño y la teleología? El desafío del diseño inteligente es real. No es como el caso de algunas manifestaciones que sostienen que las antiguas tecnologías no pudieron haber construido las pirámides, y que por tanto fueron los dioses o los duendecillos los arquitectos que las levantaron. Podemos mostrar de qué modo y con los medios técnicos que tenían a su alcance, los antiguos egipcios pudieron producir las pirámides.

En cambio, los mecanismos materiales conocidos hasta la fecha no han podido ofrecer una perspectiva semejante sobre la complejidad biológica. El biólogo celular Franklin Harold observa en The Way of the Cell (Oxford, 2001) que al tratar de explicar la complejidad biológica, los biólogos se han limitado hasta ahora a proponer «una variedad de fantasiosas especulaciones». De haber entendido la emergencia de la complejidad biológica en términos puramente materiales, el diseño in­teligente no habría podido surgir siquiera. El hecho de que los biólogos no tengan explicación para el diseño inteligente ha calado rápidamente en la conciencia pública. Que nos ofrezcan modelos detallados, com­probables y mecanicistas del origen de la vida, del origen del código genético, de la aparición de las omnipresentes biomacromoléculas y de colonias tales como las del ribosoma, o del origen de máquinas mole-

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culares como el flagellum bacteria!, y el diseño inteligente no tardará en bajar a la tumba.

Pero nada de esto ha sucedido. Ni hay el menor signo de que suceda. Como observa mi colega Robert Koons, al tratar de explicar la emergen­cia de la complejidad biológica, todo el aporte de los evolucionistas ha consistido en describir mecanismos supuestamente posibles en términos realmente abstractos y esquemáticos, a los que, en el caso del darwinis­mo, no se ha añadido ningún detalle significativo desde los tiempos de Darwin (y, podríamos añadir, ninguno desde la época de Empédocles y Epicuro hace dos mil años) y para los que incluso otros escenarios evolutivos naturalistas siguen mostrándoseles aún más especulativos.

Los que critican la evolución afirman que ésta no es más que una teoría que no va muy lejos y que ni siquiera merece ser llamada teoría - al menos no cuando pretende explicar la emergencia de la compleji­dad biológica. Ningún darwinista, por ejemplo, ha ofrecido un modelo hipotéticamente darwiniano de ninguna «adaptación» multipartita fuer­temente integrada con la especificidad suficiente para hacer comprobable su hipótesis incluso en principio. En su explicación de la complejidad biológica, la biología evolucionista no es tanto una teoría como un cú­mulo de notas prometedoras para futuras teorías, ninguna de las cuales ha sido elaborada desde que Darwin publicó su Origen de las especies hace casi 150 años. Por otra parte, cuando se ponen en entredicho esas notas provisionales, como constantemente hace el diseño inteligente, el darwinismo se transforma en un ejercicio de racionalización que trata de convencernos de que no hay defecto alguno en esas prometedoras notas. Eliminemos estas notas, y tanto las racionalizaciones como el propio darwinismo se convierten en una teoría realmente modesta.

Pero incluso con este historial notablemente malo, los biólogos evo­lutivos se resisten a abandonar el darwinismo y otras explicaciones ma­terialistas de la complejidad biológica. Para muchos de ellos, una teoría notablemente mala -incluso un cúmulo de prometedoras notas y de racionalizaciones - es mejor que nada. Antes que abandonar el barco, los científicos desean una alternativa positiva. Y el diseño inteligente ofrece justamente eso: brindar una alternativa teórica positiva del diseño frente a las explicaciones materialistas de la complejidad biológica que ofrecen los darwinistas. Pero para poder derrocar a esas alternativas materialistas, el diseño inteligente tiene que completar estas cinco tareas:

l. Establecer criterios fiables para detectar inteligencia. No basta con declarar meramente que las explicaciones materialistas no han sabi-

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Aspiraciones 307

do percatarse de la existencia de ciertos tipos de complejidad biológica. Para inferir inteligencia en tales casos, es necesario poseer criterios fia­bles de detección de diseño. Las causas inteligentes pueden hacer cosas que le están vedadas a las causas materiales de por sí. Muchas ciencias especiales (como la arqueología, la práctica forense y la búsqueda de inteligencia extraterrestre) emplean ya principios que tienen en cuenta esta distinción. El principal criterio que el diseño inteligente utiliza para detectar diseño es la complejidad especificada.

2. Aplicar estos criterios a los sistemas biológicos. Una vez en posesión de los criterios para detectar diseño, hay que saber aplicarlos a los sistemas biológicos reales. Por ejemplo, el bioquímico Michael Behe (Darwin's Black Box, 1996) conecta así la complejidad especificada con el diseño biológico: la complejidad especificada define un sistema como ireduciblemente complejo si éste consta de varias partes relaciona­das entre sí de modo tal que la eliminación de una de ellas destruye la función entera del sistema. Para Behe, la complejidad irreducible es un indicador seguro de diseño. Y según él, el flagellum bacteria! es preci­samente uno de esos sistemas bioquímicos irreduciblemente complejos. Yo sostengo en No Free Lunch que la complejidad irreducible es un caso especial de la complejidad especificada y que los sistemas como el flagellum bacteria! exhiben complejidad especificada y por tanto son sistemas diseñados.

3. Mostrar que estos criterios eliminan efectivamente los mecanis­mos materiales. El objetivo que se proponen criterios tales como el de la complejidad especificada e irreducible es el de detectar diseño. Pero si es posible que los mecanismos materiales puedan producir sistemas que exhiban complejidad especificada e irreducible, entonces no hay lugar para la atribución de diseño. En biología, el diseño se torna plau­sible sólo cuando los mecanismos materiales pueden ser efectivamente descartados. Descartar los mecanismos materiales quiere decir que estos mecanismos son incapaces de producir el objeto en cuestión. Mas ¿qué significado tiene la atribución de tal incapacidad?

Behe, por ejemplo, ha sostenido que los ingenios bioquímicos irre­duciblemente complejos, al estar compuestos de numerosas partes cada una de las cuales es necesaria para la función del sistema, no pudieron ser producto de pasos graduales darwinianos. Decir por tanto que tales sistemas «no pudieron ser producidos» es atribuir una incapacidad al mecanismo darwiniano. Sin embargo, los biólogos evolucionistas se muestran capaces de imaginar escenarios en donde tales sistemas vayan

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incorporándose gradualmente ciertos elementos que, aunque original .. mente innecesarios, se fueran tornando necesarios con el tiempo.

¿Afirman realmente con esto los biólogos evolutivos la capacidad del mecanismo de la selección darwiniana, tal como ésta opera realmente en la naturaleza, para producir complejidad irreducible? ¿O meramente lo que demuestran con esto es la capacidad de su imaginación para conjurar el modo en que un proceso darwiniano podría dar lugar a semejantes sistemas? Muchos biólogos evolutivos se dan por satisfechos con una forma muy poco exigente de habilidad o capacidad: la concebibilidad. Mientras puedan seguir concibiendo un camino material darwiniano o de otro tipo capaz de conducir a la complejidad irreducible, los mecanismos materiales seguirán derrotando al diseño.

En contraste con esto, Behe y la comunidad del diseño inteligente reclaman una forma de habilidad o capacidad mucho más exigente para decidir si el mecanismo darwiniano, y en general los mecanismos materiales, pueden producir o no complejidad irreducible. Según Behe, hay una forma probabilista según la cual las estructuras funcionalmente especificadas que son altamente improbables no pueden darse por azar. Esto concuerda con el trabajo de Behe sobre complejidad irreducible y con el mío sobre complejidad especificada. La fuerza lógica de nuestro argumento pretende ser la misma que la de la frase «Puedes entrar en un casino de Las Vegas y obtener un centenar de dobles ceros jugando a la ruleta». La posibilidad de que tal cosa pueda ocurrir por azar es virtual, no real.

4. Reconceptualizar la biología evolutiva dentro de un marco teórico de diseño. Al volver a conceptualizar la biología evolutiva, la principal tarea asumida por el diseño inteligente es la de separar los efectos de la inteligencia de los mecanismos materiales. Es famosa la observación de Theodosius Dobzhansky en la que afirmaba que nada tiene sentido en biología fuera de la evolución. En lugar de rechazar directamente esta afirmación, el diseño inteligente profundiza aún más y se pregunta si la evolución misma tiene sentido fuera de la evidente influencia de una inteligencia diseñadora. Los mecanismos materiales son perfectamente capaces de explicar muchos cambios evolutivos a pequeña escala (como el desarrollo por parte de los insectos de una resistencia a los insecticidas mediante la selección natural). Pero, ¿dónde se agotan los mecanismos materiales y dan paso a la inteligencia? Para una biología mecanicista ésta sería una pregunta ilegítima. Pero una biología abierta al diseño es libre de considerar un conjunto más amplio de cuestiones,

309

'-tfJl conjunto que dé a los mecanismos materiales su debido valor, pero que también admita la posibilidad de una agencia inteligente.

1

El diseño es siempre una cuestión de intercambio o compromiso. El diseño inteligente nos ayuda a entender estos intercambios y clarifica los problemas de diseño que afrontan de hecho los organismos. Lo cual nos .,ame a su vez de tener que ocultar los problemas bajo la alfombra por

mera razón de que se nos diga que la evolución es un proceso ciego y !fiespilfarrador. El enfoque no teleológico de la evolución ha llevado sin embargo a los biólogos a subestimar a los organismos. ¿Es, por ejemplo, el «ADN basura» realmente basura? El trabajo de John Bodnar y sus colaboradores sugiere que parte de éste no lo es. El diseño inteligente continúa investigando funciones a las que los enfoques no teleológicos de la evolución atribuyen torpeza o incompetencia.

Puesto que el diseño inteligente añade más que sustrae herramientas de la caja del biólogo (al añadir a los mecanismos materiales la agencia inteligente), este diseño puede asumir la investigación biológica actual. Pese a los esfuerzos por desechar los diversos criterios para detectar diseño, estos criterios son bien acogidos por el programa de investi­gación sobre diseño inteligente. (Uno de los aspectos de su política de honestidad). El diseño inteligente funciona también como heurística rectora de la investigación que anime a los biólogos a buscar soluciones ingenieriles para problemas biológicos que de otro modo les podrían

pasar inadvertidos. 5. Inspirar un programa fértil de investigación biológica que sea

exclusivamente teórico-del-diseño. El último reto que afronta el diseño inteligente es el de inspirar un fértil programa de investigación biológica que genere nuevas ideas y experimentos en biología realmente excitan­tes - ideas y experimentos que no habrían sido posibles dentro de una biología puramente material. Idealmente, cualquier estudioso podría ser capaz de ganar un Premio Nobel por una investigación específica del área del diseño inteligente e inconcebible fuera de él.

Una posibilidad de que tal cosa pudiera suceder sería que los orga­nismos exhibieran diseños sin significado funcional alguno, pero que sin embargo ofrecieran a los biólogos nuevas perspectivas sobre los aspectos funcionales de los mismos organismos. Estos diseños de segundo orden funcionarían esencialmente como un «manual operativo», inútil para el organismo mismo pero utilísimo para los científicos que lo estudiasen. De momento, no es más que una posibilidad especulativa, pero hay resultados preliminares procedentes del campo de la bioinformática que

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podrían relacionar todo esto con el problema del plegamiento-de-la-pro­teína. (Estos diseños de segundo orden residen al parecer en el genoma). Con esto no pretendo sugerir que éste sea el único camino abierto al diseño inteligente para tornarse en un programa de investigación que sea a la vez fructífero y específico del diseño. Pero aunque tiene mucho sentido para un investigador enfrascarse en un «manual operativo» (cosa que tienen muy en cuenta muchos fabricantes de automóviles cuando incluyen un manual de operación en los coches que fabrican), esta posi­bilidad no tiene el menor sentido para los ciegos mecanismos materiales, que son imposibles de anticipar por los investigadores científicos.

¿En qué lugar se encuentra el diseño inteligente entre estos cinco proyectos? Al presente la mayor parte de la discusión se centra en los puntos 1, 2 y 3. La mayoría de la controversia actual oscila entre la co­herencia lógica de los criterios de detección de diseño, su aplicabilidad a la biología y su capacidad para excluir definitivamente los mecanismos materiales. Lo que yo pienso es que durante el curso de los próximos cinco años, los teóricos del diseño habrán identificado algunos sistemas biológicos y realizado sobre ellos un análisis lo suficientemente exhaus­tivo como para permitirles mostrar de manera convincente que esos sis­temas se encuentran más allá del alcance de los mecanismos materiales. Por el momento, sin embargo, su posición se encuentra en desventaja como posibilidad real de enfrentarse con la biología imperante (pese a la ardiente esperanza de muchos biólogos de que el diseño acabe sim­plemente por desvanecerse). En cuanto a los puntos (4) y (5), (4) está en sus comienzos y (5) sigue siendo sólo una cuestión prometedora. Así pues, el diseño inteligente, al igual que la biología evolutiva, tiene también sus propias notas prometedoras. La diferencia está en que el diseño inteligente está aún sólo en fase de pruebas mientras que la biología evolutiva tiene ya una larga historia y se ha mostrado ineficaz hasta ahora.

En última instancia, el éxito del diseño inteligente como proyecto científico depende del éxito de (5). ¿Qué puede suceder? Yo creo que lo conseguirá, pero en esta cuestión no tengo la menor razón para hablar de inevitabilidad. En mi opinión, el diseño es una idea extrema­damente fértil para la biología y en general para las ciencias naturales. Pero que dé o no fruto dependerá de que haya investigadores capaces de cultivar esa cosecha. Dadas las intensas presiones de la comunidad científica materialista establecida para derrocar al diseño, como también las poderosas influencias culturales para presentar al diseño inteligente

Aspiraciones 311

como un arma contra el materialismo, el programa científico actual del diseño se encuentra en peligro de verse arrastrado por la corriente. He encontrado ayuda en la International Society far Complexity, Information and Design (www.iscid.org) para explorar los méritos científicos del diseño inteligente. Estoy satisfecho del progreso realizado hasta ahora, pero sigo esperando aún la serie de éxitos que proclamen al diseño inteligente como evidente triunfador en el debate científico sobre los

orígenes biológicos.

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Si el diseño inteligente no es una teoría mecanicista del origen y desarrollo de la vida, ¿cómo puede ser científica?

LA BIOLcx:::;íA EVOLUTIVA AFIRMA QUE TODA complejidad biológica es resul­tado de mecanismos materiales. Entre estos mecanismos se encuentran principalmente el mecanismo de la selección natural y el de la variación aleatoria, pero también se incluyen aquí otros mecanismos (simbiogéne­sis, transferencia genética, impulso genético, acción de genes reguladores en el desarrollo, procesos auto-organizativos, etc.). Todos ellos son justa­mente eso: mecanismos materiales sin asomo de mentalidad alguna que hacen lo que hacen con independencia de la inteligencia. Con seguridad, los mecanismos pueden ser programados por una inteligencia. Pero esa programación inteligente de los mecanismos evolutivos no forma propiamente parte de la biología evolutiva.

En contraste con esto, el diseño inteligente afirma que la complejidad biológica no es el resultado exclusivo de mecanismos materiales, sino que también requiere el concurso de la inteligencia, donde la inteligencia en cuestión no es reducible a tales mecanismos. La cuestión central, por tanto, no es el parentesco de todos los organismos, o de lo que comúnmen­te se llama descendencia común. La cuestión central es más bien el modo como emergió la complejidad biológica y si la inteligencia jugó un papel indispensable (lo cual no quiere decir exclusivo) en esa emergencia.

Por razones de argumentación, supongamos por tanto que la inte­ligencia - una inteligencia que es irreducible a mecanismos materia­les - jugó realmente un papel decisivo en la aparición y diversidad de la complejidad de la vida. ¿Cómo podemos saberlo? Ciertamente habrá que recurrir a la complejidad especificada. Por otra parte, si la complejidad especificada está ausente o se la pone en duda, la carga de la prueba recaerá sin duda sobre aquellos que desean negar que los mecanismos

Mecanismo 313

materiales puedan explicar el objeto de nuestra investigación. Sólo cuando la complejidad especificada se torne afirmable (véase el capítulo catorce), la carga de la prueba se desplazará a los que se inclinan por continuar manteniendo que los mecanismos materiales proporcionan una explicación adecuada.

Frente a este reparto de cargas evidenciales perfectamente razona­ble, la biología evolutiva sostiene que, dentro de la biología, la carga de la prueba recae siempre sobre aquellos que niegan la adecuación de los mecanismos materiales para esta tarea. De hecho, los biólogos evolucionistas proclaman abiertamente que el diseño es y será siempre superfluo para entender la complejidad biológica. Pero la única manera real de sostener este aserto consiste, sin embargo, en ofrecer explicacio­nes detalladas y comprobables sobre el modo en que los mecanismos materiales podrían explicar las variadas y abundantes formas reales de complejidad biológica existentes. Si por instancias representativas de la complejidad biológica se adujeran realmente tales explicaciones, el diseño inteligente se retiraría de la discusión científica. Al proscribir las causas superfluas, la navaja de Occam acabaría en este caso bastante limpiamente con el diseño inteligente.

Mas no ha sucedido tal cosa. ¿Por qué? La razón es que hay una multitud de sistemas biológicos complejos para los cuales ningún biólogo ha encontrado aún la menor pista del modo en que emergieron. Y no es­toy hablando aquí de historietas fantásticas. Los biólogos poseen muchas de ellas. Estoy hablando de explicaciones detalladas y comprobables del modo en que tales sistemas pudieron haber surgido. Para percatarse de lo que hay en juego, consideremos cómo proponen explicar los biólogos la emergencia del flagellum bacteria!, una máquina molecular que se ha convertido en la mascota del movimiento del diseño inteligente.

En sus conferencias públicas, el biólogo de Harvard Howard Berg llama al flagellum bacteria! «la máquina más eficiente del universo». El flagellum es un producto de la nano-ingeniería bidireccional propulsa­do por una especie de motor situado en la espalda de ciertas bacterias. Gira a cien mil revoluciones por minuto, puede cambiar de dirección en un cuarto de vuelta e impulsa a la bacteria a través de su entorno acuoso. Según la biología evolutiva tuvo que surgir por la vía de algún mecanismo material. Perfecto, pero ¿cómo?

La explicación usual es que el flagelo está compuesto de partes que anteriormente fueron dedicadas a diferentes usos y que más tarde la selección natural las reunió para formar con ellas un flagelo. Esta ex-

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plicación parece razonable hasta que tratamos de conocer los detalles. Los únicos ejemplos bien documentados a los que hemos tenido acceso vienen de la ingeniería humana. Por ejemplo, un ingeniero en electricidad podría desear reunir los componentes de un microondas, de una radio y de una pantalla de computador para construir un televisor. Pero en este caso, contamos con un agente inteligente que conoce todo lo relativo a aparatos eléctricos y a televisores en general.

Pero la selección natural no sabe absolutamente nada sobre flagelos bacteriales. Así pues, ¿cómo va la selección natural a recoger partes ya existentes de proteínas y reunirlas para formar con ellas un flagellum? El problema es que la selección natural sólo es capaz de seleccionar a partir de una función preexistente. Puede seleccionar, por ejemplo, los pinzones de picos más fuertes cuando las nueces disponibles son difíciles de romper. Pero en este caso, el pinzón ya existe y la selección natural se limita a potenciar su funcionalidad actual. La selección natural puede incluso adaptar una estructura preexistente a una nueva función; por ejemplo, podría partir de pinzones con picos adaptados para romper nueces y acabar con picos adaptados para comer insectos.

Pero en el caso de la reunión de elementos diversos para formar una estructura como la del flagellum bacteria!, no estamos hablando de potenciar la función de una estructura existente o de reasignar a una estructura existente una diferente función. De lo que estamos hablando es de reasignar a una serie de estructuras previamente dedicadas a diferentes funciones una nueva estructura dedicada a una nueva fun­ción. Incluso el flagellum bacteria! más simple requiere unas cuarenta proteínas para asegurar su reunión y estructura. Todas estas proteínas son necesarias en el sentido de que la ausencia de una sola impediría la funcionalidad entera del flagellum.

La única vía que le quedaría entonces a la selección natural para formar una estructura como ésta, consistiría en ir reuniendo gradual­mente partes de proteínas existentes con estructuras en evolución a fin de que ambas fuesen evolucionando conjuntamente. Podríamos, por ejemplo, imaginar una especie de ratonera formada por cinco partes: una plataforma, un resorte, un martillo, una barra y una trampilla que se comporta como sigue: partiendo de una puerta de entrada (aquí re­presentada meramente por la plataforma), se transforma luego en una especie de ligazón (que une el resorte y el martillo a la plataforma) y

luego (al incluir también la barra y la trampilla) se transforma finalmente en una verdadera ratonera.

Mecanismo 315

El crítico del diseño Kenneth Miller piensa que estos tipos de es­cenarios no son sólo absolutamente plausibles sino también de gran relevancia para la biología. (De hecho, él mismo juguetea regularmente con una ratonera modificada de este tipo). Para los proponentes del diseño, en cambio, tales escenarios no son más que pura pacotilla. Y por la siguiente razón: en primer lugar, en tales escenarios la mano del diseño humano y su intención aparecen por todas partes. Los biólogos evolucionistas nos aseguran que algún día descubrirán el modo en que el proceso evolutivo puede asumir el control de los pasos correctos y necesarios sin la mano mediadora del diseño. Todas estas seguridades presuponen, sin embargo, que se puede prescindir de la inteligencia en la explicación de la complejidad biológica. Sin embargo, la única evidencia que tenemos de una colaboración fecunda nos viene de la ingeniería y confirma que la inteligencia es indispensable para la explicación de estructuras complejas como la de la ratonera y, por implicación, la del flagelo. Sabemos que la inteligencia tiene el poder causal de producir tales estructuras. Pero aún seguimos esperando los prometidos meca­nismos materiales.

La otra razón por la que los teóricos del diseño no se muestran entusiasmados por la colaboración está conectada con la limitación del mecanismo darwiniano. La tesis principal del mecanismo de selección darwiniano es que, en un espacio de configuración biológica, es posible obtener cualquier cosa a partir de cualquier otra, supuesto que se den pasos pequeños. Pero ¿de qué tamaño? Lo suficientemente pequeños para que puedan ser razonablemente probables. Mas ¿qué es lo que nos garantiza que una secuencia de pasos diminutos pueda conectar dos puntos cualesquiera en el espacio de configuración?

El problema no es simplemente una cuestión de conectividad. Para que el mecanismo de selección de Darwin conecte el punto A con el pun­to B en el espacio de configuración, no basta con que exista sin más una secuencia de pasos diminutos que conecten los dos puntos. En adición a esto, cada paso individual tiene que ser en un cierto sentido «acerta­do». Dicho en términos biológicos, cada paso requiere un incremento de idoneidad medida en términos de supervivencia y reproducción. La selección natural es, después de todo, la fuerza motivadora oculta tras cada uno de los pequeños pasos, y la selección elige sólo aquello que es más beneficioso para el organismo. Así pues, para que el mecanismo darwiniano conecte dos organismos, tiene que darse entre ellos una secuencia de afortunados pasos mínimos que los una.

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Richard Dawkins compara la emergencia de la complejidad biológica con la escalada de una alta montaña: Montaña Improbable, como él la llama (véase su libro Climbing Mount Improbable). La llama «Montaña Improbable» porque conseguir alcanzar la cima en una sola jornada (en nuestro caso, conseguir instantáneamente un incremento masivo en complejidad biológica) sería altamente improbable. Pero la Monta­ña Improbable no tiene por qué ser escalada en una sola jornada. El darwinismo se propone mostrar de qué manera esta Montaña Improbable puede ser escalada a base de pequeños y sucesivos pasos. Así pues, se­gún Dawkins, la Montaña Improbable tiene siempre un gradual sendero serpentino que lleva hasta la cumbre y que puede ser recorrido mediante pasos realmente ínfimos. Pero esta afirmación tiene que ser verificada. Puede suceder que la Montaña Improbable esté cortada a pico en todas sus vertientes y que alcanzar la cima desde el fondo mediante pasos diminutos sea efectivamente imposible. Un vacío como éste residiría en la naturaleza misma y no en nuestro conocimiento de ella. (Dicho en otras palabras, no sería un dios-de-los-agujeros).

En consecuencia, no basta con presuponer sin más que el incremento de una secuencia adecuada de pasos ínfimos puede conectar dos sistemas biológicos. Es necesario demostrarlo. Por ejemplo, no basta con obser­var que algunos genes del flagellum bacteria! son los mismos que los del sistema secretor de tipo III (una especie de bomba) y afirmar luego que el uno se asoció con el otro. Es fácil clasificar sistemas complejos en series basándose en algún criterio de similaridad. Pero nadie puede establecer que tales series son el producto evolutivo darwiniano de un determinado comienzo a menos que cada serie pueda ser especificada, que la probabilidad de cada paso sea cuantificada, que esta probabili­dad resulte ser razonablemente alta para cada uno de los pasos, y que cada uno de esos pasos represente una ventaja para el organismo. (En particular, la viabilidad del organismo entero ha de estar en todo tiempo asegurada). Sólo entonces tendremos una explicación mecanicista (en términos darwinianos) del modo en que un sistema surgió de otro.

Convencidos de que el mecanismo darwiniano ha de ser capaz de realizar semejante trabajo de diseño evolutivo, los biólogos darwinistas se preguntan raramente si existe de hecho semejante secuencia de pe­queños pasos afortunados, y menos aún tratan de cuantificar las pro­babilidades implicadas en ello. Yo lo he intentado en mi libro No Free Lunch (capítulo cinco). He expuesto en él las técnicas para evaluar los obstáculos probabilistas que los mecanismos darwinianos encuentran al

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tratar de explicar estructuras biológicas complejas como la del flagellum bacterial. La probabilidades que yo he calculado -y he procurado ser conservador - son pavorosas, hasta el punto de hacer que la selección natural sea francamente implausible como mecanismo para generar el flagellum y estructuras como éste.

En resumen: la biología evolutiva pretende que los mecanismos materiales sean capaces de explicar toda la complejidad biológica. Pero para los sistemas biológicos que exhiben complejidad especificada, estos mecanismos no ofrecen explicación alguna del modo en que esos sistemas fueron producidos. Por otra parte, en contextos en los que la historia causal es independientemente verificable, la complejidad especificada está indudablemente correlacionada con la inteligencia. Así pues, la biología debería admitir cuando menos la posibilidad del diseño en los casos de complejidad especificada. Pero no ocurre así.

La biología evolutiva sólo permite una línea de crítica contra ella: demostrar la imposibilidad de que una especificada estructura bioló­gica compleja pueda haber evolucionado por la vía de un mecanismo material. Dicho en otras palabras: mientras pueda aducirse (como mera posibilidad conceptual) algún desconocido mecanismo material como propulsor de la evolución de la estructura en cuestión, el diseño inteli­gente estará proscrito. Esta exigencia inmuniza en principio a la teoría de la evolución contra la desconfirmación, puesto que el universo de los mecanismos materiales desconocidos no puede nunca ser recorrido. Los evolucionistas no aceptan la carga de ninguna evidencia. En lugar de aducir alguna evidencia empírica que decida entre biología evoluti­va y diseño inteligente, la biología evolutiva se declara vencedora por defecto. Y eso no es ciencia. Es dogmatismo.

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E1TA,,~ ltl DAD ¿Es testable el diseño inteligente? ¿Es tes table el darwinismo?

NADA IMPIDE QUE EL DISEÑO INTELIGENTE o el darwinismo puedan ser sometidos a un contraste o test. Imaginemos un mundo en el que cada bacteria organizase espontáneamente sus grupos de células de manera tal que exhibieran una novedosa configuración de ajedrez en la que las piezas blancas dieran jaque mate a sus rivales en cuatro movimiento o en menos. (Suponemos que las habituales piezas de ajedrez son clara­mente visibles bajo un microscopio electrónico). Imaginemos ahora un mundo en el que los registros fósiles mostrasen una perfecta progresión gradual y donde la selección natural y la variación azarosa fueran ob­servables en el laboratorio durante su producción de nuevas estructuras biológicas complejas. Estos dos escenarios podrían servir como decisivo campo de pruebas para el diseño inteligente y para el darwinismo, el primero confirmando positivamente el diseño inteligente, y el segundo el darwinismo.

Sin embargo, el mundo real no se muestra tan propicio a favorecer al diseño inteligente o al darwinismo. En el mundo real, la testabilidad o contrastabilidad asume más una forma pragmática que lógica. En el fondo de esta contrastabilidad está la idea de que nuestras teorías cien­tíficas han de tener contacto con la naturaleza y mostrarse sensibles a lo que sucede en ella. Lo que ocurra en la naturaleza tiene que afectar a nuestras teorías científicas no sólo en su forma y contendido, sino también en el alcance de la creencia que les otorguemos u obtengamos de ellas. Pues el hecho de que una teoría se muestre inmune a la evi­dencia que ofrece la naturaleza es señal segura de que no estamos ante una teoría científica.

¿Qué debemos hacer entonces con la capacidad de contraste del diseño inteligente y el darwinismo tomados no en un sentido irreal o

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de mera posibilidad conceptual, sino prácticamente y en concreto? ¿Qué pruebas específicas hay para el diseño inteligente? ¿Y cuáles para el darwinismo? ¿Cómo comparar las dos teorías en términos de contras­tabilidad? Antes de responder a estas cuestiones, examinemos varios aspectos de la contrastabilidad. Estos aspectos incluirán la refutabilidad, la confirmación, la capacidad de predicción y el poder explicativo.

Comencemos con la refutabilidad. La refutabilidad es mi variante de la falsabilidad de Karl Popper. Según Popper, una teoría es falsable si los datos empíricos pueden falsaria en principio. El problema con la falsabilidad es que, estrictamente hablando, ninguna teoría científica es falsable (a menos, desde luego, que la teoría sea una contradicción lógica, en cuyo caso su falsedad es independiente de cualquier conside­ración empírica). En la práctica siempre es posible apuntalar una teoría científica débil añadiéndole algunas hipótesis auxiliares elegidas para armonizar la teoría con los datos recalcitrantes. A veces la adición de hipótesis auxiliares es una práctica perfectamente válida, como cuando se restringe el alcance de una teoría a fin de que sea aplicada solamen­te a fenómenos relevantes. (Considérese la limitación de la mecánica newtoniana a los objetos de tamaño medio a velocidades medias. La teoría funciona perfectamente dentro de este rango de fenómenos, y ni la mecánica cuántica ni la teoría de la relatividad mejoran la precisión de la mecánica de Newton dentro de ese marco). Por otra parte, la adición de hipótesis auxiliares puede conducir a una artificialidad exagerada, como fue el caso de los epiciclos de Ptolomeo, en los que las presuntas órbitas de los planetas se fueron tornando excesivamente complejas para permitir las observaciones.

¿Qué puede decirse sobre la falsabilidad del diseño inteligente? Si pu­diera mostrarse explícitamente que sistemas como el flagellum bacteria! son resultado de mecanismos materiales (como el mecanismo darwinia­no ), no se seguiría como consecuencia lógica que el diseño inteligente de la vida fuera falso en el sentido de ser necesariamente no verdadero. Podría argumentarse, por ejemplo, que un diseñador había diseñado las leyes de la física y la química a fin de que la vida emergiera mediante un mecanismo darwiniano. En tal caso, y estrictamente hablando, el diseño inteligente no quedaría falsado. Los biólogos, sin embargo, descartarían rígidamente esta posibilidad por parecerles superflua.

La cuestión principal del criterio de falsabilidad de Popper no es tanto que las pretensiones científicas deban tener la posibilidad de ser demostrablemente falsas, como la de entrañar la posibilidad de ser eli-

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minadas como resultado de alguna nueva evidencia. Para subrayar este punto, Popper escribió incluso un libro titulado Conjeturas y refutaciones. Y ésta es la cuestión de la refutabilidad. Si las máquinas bioquímicas irreduciblemente complejas de Behe obedecieran repentinamente a me­canismos materiales, el diseño se tornaría superfluo y desaparecería de la discusión científica. Y así quedaría refutado. Obsérvese que etimoló­gicamente, la palabra refutación no tiene nada que ver con las palabras verdad o falsedad. La idea raíz de refutación es la de chocar o golpear (como en «rebotar» o «entrechocar cabezas»). Las teorías quedan refu­tadas cuando, por una u otra razón, son derrotadas y rechazadas -no porque sean demostrablemente falsas.

La refutabilidad se mide por grados. Las teorías se tornan más refutables según el grado en que una nueva evidencia pueda tornarlas inaceptables. Obsérvese que la refutabilidad se interesa por el grado en que las teorías pudieran ser refutadas, no por el grado en que han sido realmente refutadas. Así pues, la refutabilidad juzga la sensibilidad que las teorías muestran en principio hacia la refutación sin basarse en algu­na evidencia particular. Cuanto más sensible se muestra en general a la evidencia, más refutable es la teoría. Según Popper, uno de los signos de una buena teoría científica es que se muestre altamente refutable en principio mientras que en la práctica la evidencia la hace consistente­mente irrefutable. Las mejores teorías son precisamente aquellas que han provocado entre los científicos un gran interés por refutarlas aunque todos sus esfuerzos han resultado vanos. En el esquema popperiano de la racionalidad científica, las teorías quedan corroboradas en el mismo grado en que se resisten a la refutación.

Preguntémonos ahora, ¿es refutable el diseño inteligente? ¿Es refuta­ble el darwinismo? Hay que responder sí a la primera cuestión, no a la segunda. El diseño inteligente podría en principio ser fácilmente refuta­do. La complejidad especificada en general y la complejidad irreducible en biología son, dentro de la teoría del diseño inteligente, marcadores clave de una agencia inteligente. Si pudiera mostrarse que sistemas biológicos maravillosamente complejos, elegantes e integrados - como el flagellum bacteria!- podrían haber sido el producto de un gradual proceso darwiniano (con lo cual su complejidad especificada sería una ilusión), entonces el diseño inteligente quedaría refutado sobre la base de que no hay que invocar causas inteligentes cuando causas naturales espontáneas pueden realizar el trabajo. En este caso, la navaja de Occam acabaría limpiamente con el diseño inteligente.

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En contraste con esto, el darwinismo parece ser efectivamente irre­futable. El problema es que los darwinistas colocan el estandarte de la refutabilidad demasiado alto. Es ciertamente posible mostrar que no sería razonable esperar que algún camino darwiniano pudiese conducir a una estructura biológica tan irreduciblemente compleja como es la del flagellum bacterial. Pero lo que los darwinistas pretenden es algo aún más radical: mostrar que ningún camino darwiniano concebible podría haber conducido nunca a esta estructura. Una demostración así requiere una búsqueda exhaustiva de todas las posibilidades conceptuales que efectivamente es imposible realizar. Pero sigue en pie el hecho de que ningún biólogo ha conseguido, o está muy cerca de conseguir, la re­construcción de su historia en términos darwinianos (y no solamente su historia actual sino cualesquiera otras alternativas comprobables). ¿Está con esto refutada la teoría darwiniana? Difícilmente. El darwinismo está perfectamente acostumbrado a racionalizar sus fracasos y a seguir pausadamente su camino.

La refutabilidad se centra en la evidencia negativa contra una teoría -en este caso, ¿qué podrían perder el diseño inteligente y el darwinismo? Y ¿cuál sería la evidencia positiva para el diseño inteligente y para el darwinismo? Desde la perspectiva del teórico del diseño, la evidencia positiva en favor del darwinismo está confinada en los cam­bios evolutivos a pequeña escala, como es la resistencia de los insectos a los insecticidas. Esto no significa negar que haya cambios evolutivos a gran escala, pero sí es negar que el mecanismo darwiniano pueda dar cuenta de ellos. Que los insectos desarrollen una resistencia a los insecticidas confirma el mecanismo selectivo darwiniano para cambios a pequeña escala pero difícilmente garantiza la gran extrapolación que la teoría de Darwin requiere. Para empezar, es un inmenso salto el que el mecanismo darwiniano ha de dar para pasar desde el desarrollo de anti-insecticidas por parte de los insectos hasta la propia emergencia de ellos por ese mismo mecanismo.

Los darwinistas minimizan la extrapolación desde la pequeña escala a la evolución a gran escala diciendo que es la incapacidad imaginativa de los críticos del darwinismo lo que les impide apreciar el maravilloso poder de construcción del mecanismo darwiniano cuando dispone de las enormes escalas de tiempo bajo las que opera. Desde la perspectiva del teórico del diseño, sin embargo, no estamos ante un caso de imaginación fallida, sino ante el nuevo traje del emperador. Sí, hay una evidencia positiva en favor del darwinismo, pero la fuerza y relevancia de esta

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Los darwinistas presentan esta ausencia de visión sobre el modo de actuación de un diseñador desencarnado, no como ignorancia remediable ni como evidencia de que las capacidades de tal diseñador superan con mucho las nuestras, sino como prueba de que no existe tal diseñador desencarnado. Del mismo modo, si una inteligencia extraterrestre se comunicara por radio con la tierra y resolviera problemas computacio­nales que excedieran a todo lo que un computador ordinario o cuán­tico podría nunca resolver, tendríamos que concluir que realmente no estábamos tratando con una inteligencia porque nosotros no tenemos experiencia alguna de supermatemáticos capaces de resolver semejantes problemas.

Con respecto al diseño biológico, los seres humanos estamos en la misma posición de un perro sentado sobre el disco de un gramó­fono (como ocurre en el de la conocida marca «La voz de su amo»). El perro no tiene la más ligera idea del modo en que el gramófono se pone en marcha ni sabe tampoco de otros perros que entiendan cómo funciona. Nuestra incomprensión del diseño biológico es del mismo tipo que la del perro sentado sobre el gramófono. No sabemos de qué modo decidió el diseñador reunir varios sistemas biológicos, y si somos científicos naturalistas evitaremos constantemente el encuentro con su complejidad especificada. Es en este último punto donde se rompe la analogía con el perro. Dado su limitado aparato cognitivo, el perro no nos puede servir de ayuda porque es incapaz de observar la complejidad especificada del gramófono. Por su parte, los seres humanos, aunque conocen la construcción de la historia de los sistemas biológicos, tienen que desear ignorar su complejidad especificada. Esta combinación de ignorancia deseada y no deseada de las sutilezas del diseño biológico

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evidencia apoyada en la enorme escala temporal que presupone la evo­lución darwiniana ha sido muy discutida (no sólo por los teóricos del diseño, sino también por teóricos independientes como Brian Goodwin,

Stuart Kauffman y Mae-Wan-Ho). ¿Qué puede decirse de la evidencia positiva en pro del diseño in-

teligente? Como se ha visto, la biología muestra por todas partes com­plejidad especificada. Y puesto que la complejidad especificada es un marcador empírico fiable de diseño real, esto significa que en la biología

abundan las evidencias de diseño. La complejidad especificada exhibida en los sistemas biológicos proporciona por tanto una evidencia positiva de diseño inteligente. Ahora bien, es cierto que la complejidad especifi­cada no nos informa sobre lo que sucedió. Meramente nos dice que hay diseño, pero no cómo llegó a la tierra. Sin embargo, la ausencia de una explicación causal sobre el modo en que apareció el diseño no puede invalidar la inferencia de un diseño. Por ejemplo, si descubriésemos un automóvil en la luna de Júpiter lo, podríamos saber que ese artilugio fue diseñado incluso aunque no tuviéramos ni la más remota idea de cómo llegó hasta allí. Si los investigadores de SETTI captaran alguna vez una señal de radio que decisivamente confirmara una inteligencia

extraterrestre, su conocimiento del modo en que la señal fue produci­da no tendría ninguna influencia sobre la validez de la inferencia de

diseño que ellos realizaran. Si, por ejemplo, un investigador de SETTI descubre una transmisión por radio desde el espacio exterior de una serie de números primos, la inferencia de una inteligencia extraterrestre

caerá por su peso, aunque el investigador no sepa «lo que sucedió» en el sentido de conocer algunos detalles sobre el radio-transmisor o sobre

el extraterrestre que lo construyó y envió el mensaje. El contraargumento usual aquí consiste en observar que nosotros

tenemos experiencia en radio-transmisores. Respecto a las inteligencias

extraterrestres podríamos conjeturar al menos lo que pudiera haber sucedido. Pero no tenemos experiencia alguna de diseñadores que no

hayan surgido por evolución, y es evidente que deberíamos ocuparnos de esto en biología. Realmente, si un diseñador que no le debe nada a la evolución fuera el responsable de la complejidad biológica, tendría­mos una mínima experiencia de ese diseñador a través de los objetos diseñados que la naturaleza nos presenta diariamente - o sea, plantas,

animales, y en no menor medida nuestros congéneres humanos - , su­poniendo, desde luego, que tal diseño biológico sea real. Puesto que el diseño de sistemas biológicos es precisamente la cuestión a discutir,

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argumentar que no tenemos experiencia alguna de observación de diseño en un diseñador desencarnado, es una mera petición de principio. Pero

también es verdad que al presente no poseemos apenas una mínima intuición del modo en que semejante diseñador actuaría para producir los complejos sistemas biológicos que han emergido durante el curso de la historia natural.

Los darwinistas presentan esta ausencia de visión sobre el modo de actuación de un diseñador desencarnado, no como ignorancia remediable

ni como evidencia de que las capacidades de tal diseñador superan con mucho las nuestras, sino como prueba de que no existe tal diseñador desencarnado. Del mismo modo, si una inteligencia extraterrestre se comunicara por radio con la tierra y resolviera problemas computacio­nales que excedieran a todo lo que un computador ordinario o cuán­tico podría nunca resolver, tendríamos que concluir que realmente no estábamos tratando con una inteligencia porque nosotros no tenemos experiencia alguna de supermatemáticos capaces de resolver semejantes problemas.

Con respecto al diseño biológico, los seres humanos estamos en la misma posición de un perro sentado sobre el disco de un gramó­fono (como ocurre en el de la conocida marca «La voz de su amo»).

El perro no tiene la más ligera idea del modo en que el gramófono se pone en marcha ni sabe tampoco de otros perros que entiendan cómo funciona. Nuestra incomprensión del diseño biológico es del mismo tipo que la del perro sentado sobre el gramófono. No sabemos de qué modo decidió el diseñador reunir varios sistemas biológicos, y si somos científicos naturalistas evitaremos constantemente el encuentro con su complejidad especificada. Es en este último punto donde se rompe la analogía con el perro. Dado su limitado aparato cognitivo, el perro no nos puede servir de ayuda porque es incapaz de observar la complejidad especificada del gramófono. Por su parte, los seres humanos, aunque

conocen la construcción de la historia de los sistemas biológicos, tienen

que desear ignorar su complejidad especificada. Esta combinación de ignorancia deseada y no deseada de las sutilezas del diseño biológico hace plausible el darwinismo y anima a los naturalistas a rechazar el diseño sin el menor escrúpulo. Irónicamente, los darwinistas entonan

regularmente las alabanzas de la selección natural y de las maravillas que ésta ha conseguido mientras admiten a la vez que ellos mismos no pueden explicarse cómo logró producir esas maravillas. Se nos asegura que la selección natural es mucho más inteligente de lo que nosotros

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somos o podemos ser jamás. Los darwinistas se han limitado a cambiar una forma de adoración por otra. Pero no la han eliminado.

Dicho brevemente, no es objeción alguna el hecho de que a estas alturas no entendamos aún cómo un diseñador no evolucionado pudo producir sistemas biológicos que exhiben complejidad especificada, del mismo modo que teníamos que recurrir a una inferencia de diseño relativa a las pirámides antes de que los arqueólogos nos ofrecieran una explicación razonable sobre la manera en que fueron conjuntadas tan enormes estructuras. Sabemos que la complejidad especificada está efectivamente correlacionada con los efectos de la inteligencia. La única razón de insistir en encontrar explicaciones no finalistas que den cuenta de las estructuras complejas especificadas de la biología es un compromiso anterior con el naturalismo que excluye por fuerza a los diseñadores extraterrestres. Es claramente un fraude declarar bajo fundamentos a priori que tales entidades no existen o sostener que si existen no pueden tener ninguna relevancia para lo que ocurre en el mundo. Tal compromiso previo es improcedente en la práctica de la ciencia. La complejidad especificada confirma el diseño con inde­pendencia de que el diseñador responsable sea evolucionado o no

evolucionado. Otro aspecto de la contrastabilidad es la predictibilidad. Se nos dice

que una buena teoría científica es una teoría que predice cosas. Si predice cosas que no suceden, entonces se la somete a un test y se la declara deficiente. Si predice cosas que suceden, se la somete a test y se la con­sidera acertada. Mas ¿qué sucede si no predice nada? En las teorías que tratan de explicar características de la historia natural, la predicción es con frecuencia generalizada para incluir en ella la retrodicción, con lo cual la teoría especifica también la apariencia del pasado. Se dice que el darwinismo trata retrodictivamente a los registros fósiles y predictiva­mente a los experimentos que colocan a los organismos bajo presiones de selección para inducir en ellos cambios adaptativos.

Pero de hecho el darwinismo no retrodice el registro fósil, y mucho menos predice un cambio adaptativo de incremento-de-la-complejidad. Pero esto no quiere decir que el darwinismo especifica un modelo parti­cular del registro fósil o un modelo particular de incremento adaptativo de complejidad y obtiene algo incorrecto. En realidad, el darwinismo no especifica ninguna de estas cosas (ni correcta ni incorrectamente). Por ejemplo, la selección natural y la variación azarosa aplicadas a organismos de una sola célula no pueden ofrecer la menor pista de lo

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que cabría esperar de los organismos multicelulares, v mucho menos indicar si la evolución producirá los diversos «body-plans» (proyección transversal del cuerpo) que la historia natural ha dejado registrados. A lo sumo cabe esperar que haya consilience, es decir que el gran barrido de la historia tal como aparece en los registros fósiles sea consistente con la evolución darwiniana. (Véase, por ejemplo, E. O. Wilson, Consiliencc: La unidad del conocimiento).

Mas los teóricos del diseño discuten también la supuesta «consilien­cia» del darwinismo, refiriéndose sobre todo a la explosión cámbrica, que sigue siendo un misterio total para bien del darwinismo. La retrodicción y la predicción detalladas no son virtudes de la teoría de Darwin. Los organismos colocados bajo presiones de selección se adaptan o se ex­tinguen. Salvo en los casos más simples en donde hay, digamos, algún amago de mutación que seguramente confiere resistencia antibiótica a la bacteria, la teoría de Darwin no tiene modo de predecir el tipo de cambios adaptativos que van a ocurrir. «Adaptarse o extinguirse» no es una predicción de la teoría de Darwin, sino una verdad lógica que puede ser razonada con independencia de la teoría. Ciertamente, fue razonada antes de Darwin y no es menos razonada ahora por los abogados del diseño.

La teoría de Darwin no tiene virtualmente ningún poder predictivo. Y las predicciones que ofrece son extremadamente generales y relati­vas al amplio alcance de la historia natural, e incluso en este respecto son altamente cuestionables. Ciertamente, ¿por qué sino tuvieron que introducir Stephen Jay Gould y Niles Eldredge su teoría del equilibrio interrumpido si el registro fósil constituía una vindicación tan aplastante del darwinismo? Por otra parte, cuando las predicciones del darwinismo no son extremadamente generales, son demasiado específicas y de poca monta, relativas a cambios adaptativos de pequeño alcance que en modo alguno anuncian un cambio macroevolutivo, mientras que en cambio vuelven a registrar hechos de la naturaleza que ya fueron observados y aceptados antes de Darwin. Por ejemplo, en los años 1830, Edward Blyth escribió dos artículos en los que describía el proceso mediante el cual la naturaleza mantiene a los organismos dentro de ciertos límites y conserva el control de calidad. Blyth estaba describiendo, por supuesto, la selección natural, aunque sin divinizarla como Darwin haciendo de ella la gran fuerza creativa responsable de las formas vivientes. Newton fue capaz de predecir las órbitas precisas que recorrían los planetas a lo largo de la historia del cosmos. Los darwinistas no pueden ni predecir

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ni retrodecir los caminos precisos que los organismos recorren durante el curso de la historia natural.

Mas ¿qué puede decirse del poder predictivo del diseño inteligen­te? El diseño inteligente ofrece una predicción obvia: que la naturale­za debe sobreabundar en complejidad especificada y que tendrá que contener por tanto numerosos indicadores de diseño. Esta predicción se ve incesantemente confirmada. Y lo que es más, una vez que con­temos con sistemas diseñados operacionales e interactivos, el diseño inteligente predice algunos modelos de evolución tecnológica, siendo los más notables la emergencia repentina, la convergencia local óptima y la extinción. Aunque la investigación en este área acaba de empezar, las indicaciones preliminares sugieren que la biología confirmará estos modelos de evolución tecnológica. No deja de ser significativo el hecho de que ninguno de esos modelos es darwiniano.

La investigación de Genrich Altshuller es seminal en este respecto. Altshuller, un ingeniero y científico ruso, analizó unas 400.000 patentes de diferentes campos de la ingeniería. Lo que especialmente le interesaba era trazar la evolución de los sistemas tecnológicos. Por las tendencias observadas dedujo que la evolución de los sistemas de ingeniería no discurría al azar sino que obedecía ciertas leyes. Altshuller codificó esas leyes bajo el acrónimo TRIZ. Este acrónimo, TRIZ, corresponde a una frase rusa que significa «teoría de la resolución inventiva de problemas» (que a veces origina el acrónimo TIPS). Aun cuando TRIZ es empleado ampliamente en la industria, sus aplicaciones a la biología sólo ahora están empezando a revelarse.

Pero incluso así, hay un sentido en el cual la requerida predicción del diseño inteligente malinterpreta fundamentalmente la agencia y el diseño inteligentes. Exigir del diseño inteligente que prediga nuevas instancias específicas de diseño en la naturaleza es colocar al diseño en el mismo barco que las leyes naturales, pues funda su poder explicativo en una extrapolación de la experiencia pasada. Y esto es cometer un error categorial. Con seguridad, los diseñadores, al igual que las leyes naturales, pueden comportarse de manera predecible. (Los diseñadores siguen con frecuencia políticas y convenciones y adoptan rutinas de solución de problemas). Pero, a diferencia de las leyes naturales, que son universales y uniformes, los diseñadores son también innovadores. Las innovaciones específicas no se dejan predecir. Como mucho, lo que puede predecirse son ciertas corrientes, como sucedió, por ejemplo, con Intel y su garantizada invención de chips de computador cada vez más

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rápidos. Pero de lo que aquí estamos hablando es de la elaboración y mejora de una tecnología existente, no de su real invención. Los dise­ñadores son inventores o creadores. Y nosotros no podemos predecir lo que un creador va a inventar.

El diseño inteligente está por tanto reñido con la ciencia mecanicista, que sólo obedece a causas naturales indirectas regidas por leyes natura­les inmutables. Estas leyes no sólo permiten, sino que de hecho exigen, la predicción de los fenómenos que caen bajo su esfera. En cambio, las causas inteligentes, aunque a menudo sujetas voluntariamente a ciertas reglas o leyes, en última instancia no pueden sentirse nunca ligadas por éstas. Al tomar en serio las causas inteligentes, el diseño inteligente está recusando con ello el énfasis indebido que la ciencia mecanicista pone en la predicción. Sin duda, el diseño inteligente predice acertadamente la presencia de diseño en la naturaleza y en la evolución tecnológica de diseños ya existentes. Pero el diseño inteligente no predice, no puede predecir, ni tiene obligación de predecir casos particulares de diseños particularmente nuevos.

Finalmente, volvamos al último aspecto de la contrastabilidad: el poder explicativo. Según Darwin, la gran ventaja de su teoría frente a la teoría del diseño de William Paley era que la suya explicaba una diversidad de hechos biológicos mucho más amplia que la que podía cubrir la teoría de Paley. Así pues, la teoría de Darwin tenía un poder explicativo mayor que la de Paley, y esta ventaja relativa podía ser con­siderada como un test conjunto de ambas teorías. Subyacente al poder explicativo hay una visión de la explicación conocida como inferencia a la mejor explicación, en la cual una «mejor explicación» presupone siempre al menos dos explicaciones competitivas. En consecuencia, la «mejor explicación» es aquella que resulta vencedora en una competición con otras explicaciones. Los teóricos del diseño ven los avances en las ciencias biológicas y de la información como una reposición del diseño en el lugar que le corresponde, desplazando así al darwinismo y logrando con ello que en la actualidad sea el diseño, más que la selección natural, la mejor explicación sobre la complejidad biológica. Por supuesto, los darwinistas ven la cuestión de manera muy distinta.

Pero lo que yo deseo resaltar aquí no es, sin embargo, el contraste entre el darwinismo y el diseño inteligente frente al amplio cuerpo de datos biológicos, sino la cuestión de verificar cuál de las dos teorías puede admitir en principio mayor número de posibilidades biológicas. Ni el darwinismo ni el diseño inteligente son sólo teorías que ofrezcan

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explicaciones sobre el mundo (explicaciones que pueden ser verdaderas

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Conviene aclarar en primer lugar que el diseño inteligente, concebi­do ahora no como una teoría sino como un almacén de instrumentos, puede dar cabida a todos los resultados del darwinismo. Sin la menor duda, en tanto que teorías, el darwinismo y el diseño inteligente son contradictorios entre sí, puesto que el diseño inteligente afirma que la biología exhibe diseño real mientras que el darwinismo dice que el diseño que exhibe la biología es sólo aparente. Pero en tanto que almacén de herramientas, el diseño inteligente incorpora también en el suyo todos los instrumentos del darwinismo. El diseño inteligente asigna un lugar muy alto a las causas naturales y a los mecanismos. En la medida en que ambos operan en la naturaleza, el diseño inteligente desea comprenderlos y concederles lo que les es debido. Pero el diseño inteligente considera a las causas naturales como incompletas, por lo cual deja también la puerta abierta a las causas inteligentes. El diseño inteligente no repudia por tanto el mecanismo darwiniano. Simplemente

le asigna un estatuto más bajo. El mecanismo darwiniano opera en la naturaleza, y, en la medida

en que lo hace, el diseño inteligente puede aceptar lo que éste entrega. Incluso si pudiera mostrarse que este mecanismo persigue también todo aquello para lo cual los teóricos del diseño invocan una causación inteligente (digamos para el flagellum bacteria! y sistemas como éste), el depósito de instrumentos del diseño teórico no dejaría de lado nin­gún hallazgo de la ciencia. Con seguridad, al igual que muchas de las herramientas en él depositadas que nunca han sido utilizadas, el diseño inteligente podría tornarse también superfluo. Pero aún en esta eventua­lidad, ningún instrumento teórico de este almacén quedaría colapsado por causa de una contradicción interna.

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Lo peor que le puede ocurrir a un almacén de instrumentos teóri­cos del diseño es que el propio diseño se convierta en un componente superfluo de ese almacén. Lo peor que puede ocurrirle a un almacén darwiniano es que sus científicos, por limitarse ellos mismos a ese alma­cén, se olvidaran del diseño que actualmente está presente en la natu­raleza y de este modo malinterpretaran fundamentalmente la realidad. Los peligros que acechan a la ciencia por la adopción de un instrumento darwiniano y el naturalismo que motiva su elección de tales instrumentos rebasan con mucho los peligros que acechan a la ciencia por adoptar un instrumento extraído del almacén del diseño teórico.

Para comprobarlo, supongamos que yo fuera un biólogo molecular supergenial y que hubiera inventado una máquina molecular hasta ahora desconocida mucho más complicada y maravillosa que el flagellum bac­teria!. Supongamos además que yo inserté los genes para esta máquina en una bacteria, dejé libre este organismo genéticamente modificado y le permití reproducirse en estado salvaje. Finalmente, supongamos que destruí toda evidencia indicadora de mi creación de aquella máquina molecular. Supongamos, por ejemplo, que la máquina es una jeringa nano-ingenieril que se inyecta en otras bacterias y succiona sus con­tenidos alimenticios. (Yo no estoy familiarizado con ninguna máquina molecular semejante).

Pregunta: si un darwinista se acercara a esta bacteria equipada con su nueva máquina molecular, ¿atribuiría esta máquina al diseño o a la selección natural? Cuando presenté un ejemplo parecido a éste a David Sloan Wilson en una conferencia en el MIT en 1999, éste se encogió de hombros y observó que la selección natural nos creó a nosotros y que por tanto, por extensión, creó también mi nueva máquina molecular. Pero, por supuesto, este argumento no zanja el tema, porque lo que se pregunta es si la selección natural podría ciertamente crearnos a nosotros. Wilson se había limitado a repetir la cuestión. Y lo que es más, si los darwinistas descubrieran mi jeringuilla bacteria! en el bosque - com­puesta de proteínas y codificada mediante ADN exactamente igual que cualesquiera otras máquinas bioquímicas naturalmente producidas- no pensarían en el diseño sino que reflexivamente volverían a la selección natural.

Pero, continuando con nuestra historia, había sido yo el diseñador de la jeringa bacteria!, y la selección natural no jugó ningún papel en su formación. Por su parte, al fijar su atención en la complejidad espe­cificada de la jeringuilla, el diseño inteligente confirmaría el diseño de

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ésta, cosa que el darwinismo no podría hacer jamás. De esto se sigue que un arsenal de instrumentos teóricos podría arrojar luz sobre hechos biológicos que de otro modo permanecerían por siempre invisibles si sólo dispusiéramos de un equipamiento estrictamente darwiniano. Esta posibilidad se torna en un test conjunto del darwinismo y el diseño inteligente que decisivamente se inclina por el diseño inteligente - si no como portador de la verdad sí al menos como opción teórica viva que no debe ser excluida por razones filosóficas a priori como el naturalismo. De hecho, este ejemplo indica que hay buenas razones prácticas para tomar en serio al diseño inteligente. Nos encontramos en un punto de transición a una revolución bioingenieril cuyos efectos pueden incluir probablemente el bioterrorismo. Así pues, podemos esperar asistir a la emergencia de un bioterrorismo forense como disciplina científica práctica. ¿Cómo van a distinguir los expertos los diseños biológicos terroristas de otros diseños biológicos?

Resumiendo, el diseño inteligente no merece la acusación de no ser contrastable o de no haber aportado ningún «modelo susceptible de ser contrastado». Las afirmaciones del diseño inteligente acerca de la complejidad especificada y reducible están fundadas en su estrecho contacto con los datos de la biología e igualmente abiertas a la refutación y a la confirmación. Y aún más, como arsenal de instrumentos para la investigación científica, el diseño inteligente es mucho más potente y sensible a las posibilidades que la naturaleza podría ofrecernos que el darwinismo, que está obligado a contemplar todas las cosas bajo losan­teojos del azar y la necesidad y a adoptar un enfoque reductivo respecto a todos los signos de teleología que ofrece la naturaleza.

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IMPORTANCIA MICHAEL BEHE

¿Por qué piensan los biólogos evolucionistas que la obra de Michael Behe sobre la complejidad irreducible ha quedado desacreditada?

SI ENTRAMOS EN INTERNET y LEEMOS algunas de las críticas de la obra de Michael Behe, pensaremos quizá que se trata de un enfermo, un fraude y un bellaco. En ellas se dice que su obra está «totalmente desacredi­tada», «completamente demolida» y «absolutamente aniquilada». Sus críticos reconocen de mala gana que sus discusiones sobre bioquímica (la especialidad de Behe) son inobjetables. Pero cuando llega a la defi­nición y uso de la complejidad irreducible, los críticos lo consideran un visionario que habría que ignorar sin duda. Los tales críticos afirman que tras haber considerado atentamente la obra de Behe, la encuentran profundamente defectuosa por lo cual la rechazan absolutamente. Pero de hecho la comunidad biológica la acepta de buen grado. Behe ha cen­trado su atención en un problema conceptual de la biología evolucionista máximamente importante. Este problema había sido ya considerado anteriormente, pero no de una forma tan rigurosa.

El desafío de Behe ha sido tan inaudito que muchos investigado­res de la comunidad biológica han preferido pensar que su obra está desacreditada antes que comprometerse realmente en su discusión. El departamento de biología de una institución evangélica cristiana bien considerada es un sorprendente caso puntero. Según el último informe, su facultad de biología sigue oponiéndose firmemente a Behe y al diseño inteligente, pero a la vez que se niega explícitamente a leer ni una sola línea de su obra, la dignifica dedicándole tiempo y atención. Y así ha ido tomando cuerpo una conveniente ficción en la que continuamente los biólogos aseguran y reaseguran que Behe ha sido refutado pero ninguno

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de ellos se atreve a presentar una refutación real o a divulgar una cari­catura del caso Behe contra la evolución darwiniana. Sin embargo, para un extraño desapasionado, es evidente que algo importante ha ocurrido aquí. Si la peor humillación es no ser tomado en serio, entonces Behe está siendo tomado demasiado seriamente.

Por su parte, Behe ha sabido atraerse un equipo de ruidosos yapa­sionados oradores que lo elevan hasta la perfección. La controversia entre unos y otros se ha centrado en un libro publicado por Behe en 1996, Darwin /s Black Box. La enorme influencia de este libro abrió el camino para muchas nuevas y grandes ideas, destacando entre ellas el concepto de complejidad irreducible. Según la definición que de esta compleji­dad ofrece Behe, un sistema funcional compuesto de muchas partes es irreduciblemente complejo si la eliminación de una cualquiera de sus partes destruye la función del sistema. Los críticos han interpretado la definición de Behe de este concepto de dos formas, ninguna de las cua­les hace justicia al proyecto de Behe. Por tanto, sus críticos consideran que lo que Behe está estableciendo es una cuestión puramente lógica o puramente empírica. La dimensión lógica es ésta: Ciertas estructuras son demostrablemente inaccesibles a un mecanismo darwiniano y todas ellas exhiben la propiedad P (o sea, una complejidad irreducible). Pero ciertas estructuras biológicas tienen también la propiedad P, así pues, también éstas deben ser inaccesibles al mecanismo darwiniano. La dimensión empírica se enuncia así: Algunas estructuras biológicas son terriblemente complicadas; y no hay una sola sugerencia en la literatura que indique el modo en el que el mecanismo darwiniano pudiera haberlas construido. Así pues, todas las probabilidades apuntan a algo situado más allá de la selección natural que haya sido el responsable de su creación.

Así establecido, lo que estamos considerando son dos enfoques dis­tintos que envuelven cuestiones muy diferentes. Si lo que Behe pretende es presentar una cuestión puramente lógica, entonces su modelo tiene que ser riguroso y matemático a la manera en que Noam Chornsky de­muestra, por ejemplo, que los autómatas de estado finito son incapaces de generar ciertos lenguajes. Pero si lo que Behe persigue es establecer una cuestión puramente empírica, entonces malgasta su tiempo presen­tando la noción de complejidad irreducible cuando lo que realmente pretende hacer es mostrar simplemente que los caminos evolutivos de ciertos objetos biológicos tienen que ser aún adecuadamente explicados. Según los críticos, la fusión de estas dos diferentes tesis, la lógica y la empírica, es eficaz retóricamente, pero por una razón inconfesable, pues

La importancia de Miclzael Behe 333

la sonoridad de las palabras complejidad irreducible induce a creer que se está hablando de una cuestión rigurosa o bien definida, cuando lo que realmente se está afirmando, supuesto que Behe haya descartado la cues­tión lógica, es lo que siempre ha estado presente en las discusiones entre los darwinistas y sus críticos: que la vida es sencillamente demasiado complicada como para ser el producto de un ciego e indirecto proceso darwiniano gobernado por un proceso de ensayo y error.

Según los darwinistas, ni la tesis lógica, ni la tesis empmca, ni la fusión de las dos suponen el menor desafío para su propia teoría. Consideremos por separado cada una de ellas. En cuanto a la tesis lógica, es evidente que la complejidad irreducible es incapaz de ce­rrar todas las posibles avenidas de la evolución darwiniana. Lo que la complejidad irreducible dice es que todas las partes de un sistema son indispensables en el sentido de que si se elimina una de ellas sin alterar ninguna otra, no es posible recuperar la función original del sistema. Pero esto deja abierta la posibilidad de eliminar unas partes y modificar otras para recuperar la función original. Igualmente deja abierta la posibilidad de eliminar algunas partes y aislar subsistemas que cumplan alguna otra función (una función que concebiblernente pudiera estar sujeta a la presión de la selección). Tratada corno res­tricción lógica, la complejidad irreducible deja por tanto algunas vías de escape al mecanismo darwiniano. (Los críticos sostienen a veces que Behe niega este punto, pero de hecho el mismo Behe no ha des­mentido nunca estas vías lógicamente posibles).

En cuanto a la cuestión empírica, Behe parece caer en la falacia común de argumentar desde la ignorancia. ¿Qué hacer cuando ciertos sistemas biológicos son increíblemente complicados y nosotros nos mostrarnos incapaces de imaginar siquiera cómo se originaron? Esto no significa que el mecanismo darwiniano o cualquier otro mecanismo material no lo hayan intentado. Pero puede significar simplemente que hemos sido nosotros los incapaces de imaginar cómo pudieron hacerlo aquellos mecanismos. Y en lo referente a la fusión de la cuestión lógica con la empírica, es la opción más escandalosa de todas pues acusa a Behe y a sus compañeros teóricos del diseño de andar equivocados, de emplear la complejidad irreducible para recurrir a la versión lógica o a la empírica según lo dicte la conveniencia.

Pero esta descripción es demasiado pueril. Realmente, el proyecto es bastante más sutil de lo que estas críticas sugieren. Ese proyecto está propiamente constituido por tres puntos clave: la vertiente lógica,

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la empírica y la explicativa. La vertiente lógica es la siguiente: Ciertas estructuras artificiales son demostrablemente inaccesibles a un cami­no directo darwiniano por poseer la propiedad P (o sea, complejidad irreducible). Pero algunas estructuras biológicas tienen también la propiedad P, por tanto, deben ser igualmente inaccesibles a un camino directo darwiniano. Esta formulación parece similar a la cuestión lógica anteriormente tratada, pero difiere de ella en un aspecto crucial. En la anterior formulación, la inaccesibilidad estaba referida al mecanismo darwiniano en general y por lo tanto a todo camino darwiniano, tanto directo como indirecto. Aquí, la restricción se aplica sólo a los caminos darwinianos directos.

Un camino darwiniano directo es aquel en el que un sistema evolu­ciona por selección natural intensificando el desarrollo de una función dada. Mientras que el sistema evoluciona, la función no. Así, podríamos imaginar que en la evolución del corazón, su función desde el comienzo consistía en bombear sangre. En tal caso, un camino directo darwiniano podría dar cuenta de ella. Pero también podríamos imaginar que en la evolución del corazón, la función inicial de éste era producir ruidos sordos a fin de ahuyentar a los predadores, y que sólo más tarde asu­mió la función de bombear sangre. En este caso, el camino es indirecto porque no es sólo el sistema lo que evoluciona, sino que también lo hace la función del sistema. Ahora bien, en tanto que cuestión lógica, Behe se interesaba sólo por los caminos directos darwinianos. Esto resulta inmediatamente evidente en la lectura de Darwin 's Black Box, puesto que en su definición de la complejidad irreducible, la complejidad del sistema en cuestión está siempre presente.

¿Hace la definición que ofrece Behe de la complejidad irreducible que unas determinadas estructuras resulten demostrablemente inaccesibles a los caminos directos darwinianos? Tal como aparece en Darwin's Black Box, la definición de Behe no se refería a sistemas que podían conser­var su función eliminando primeramente algunas partes y modificando luego las restantes. (Behe consideraba solamente la eliminación, no la modificación). Pero tras esto se ocultaba un ligero ardid, que yo describo en el capítulo cinco de No Free Lunch y que consiste simplemente en reforzar el concepto de complejidad irreducible para poder introducir una condición de complejidad mínima. Esencialmente, esta condición dice que el sistema no puede ser simplificado y seguir reteniendo el nivel de función necesario para poseer una ventaja selectiva. Con esta estipulación, la complejidad irreducible excluye lógicamente los caminos

La importancia de Michael Belze 335

directos darwinianos. Obsérvese que muchos de los sistemas irredu­ciblemente complejos que considera Behe (notablemente el flagellum bacteria!) satisfacen esta estipulación.

Con su eliminación de los caminos directos darwinianos que con­duzcan a sistemas irreduciblemente complejos, Behe no está diciendo que sea lógicamente imposible para el mecanismo darwiniano alcanzar tales sistemas. Es lógicamente posible que una determinada cosa pue­da obtener alguna otra mediante un suceso improbable o fortuito. Por ejemplo, sería lógicamente posible que con mi muy limitada habilidad para el ajedrez, yo pudiera derrotar al actual campeón del mundo, Vladimir Kramnik, en diez partidas. Pero si lo hiciera, sería a pesar de mi limitada habilidad para el ajedrez, y no a causa de ella. Del mismo modo, si el mecanismo darwiniano conduce a un sistema bioquímico irreduciblemente complejo, entonces lo habrá conseguido a pesar de las propiedades o capacidades intrínsecas de ese mecanismo. Así pues, al decir que los sistemas bioquímicos irreduciblemente complejos se han mostrado inaccesibles a los caminos directos darwinianos, los proponen­tes del diseño están diciendo que los mecanismos darwinianos no tienen ninguna capacidad intrínseca para generar tales sistemas salvo por la vía enormemente improbable de una serie de sucesos fortuitos. Según esto, atribuir complejidad irreducible a un camino directo darwiniano, sería como atribuir la Montaña Rushmore al viento y a la erosión. Hay una posibilidad teórica, pero no una posibilidad real, de que el viento y la erosión pudieran haber esculpido la Montaña Ruhsmore.

Una vez eliminados los caminos directos darwinianos, quedan los caminos indirectos. El enfoque de Behe no es ya lógico sino empírico. El hecho es que no hay caminos darwinianos indirectos conocidos para los sistemas bioquímicos irreduciblemente complejos. A lo sumo, los biólogos han sido capaces de aislar subsistemas de tales sistemas que realizan otras funciones. Pero una máquina razonablemente complica­da incluye siempre subsistemas que realizan funciones distintas de las de la máquina original. Así pues, la mera ocurrencia o identificación de subsistemas capaces de realizar por sí mismos alguna función no es evidencia alguna de un camino darwiniano indirecto que conduzca al sistema. Lo que es necesario aportar es una detallada explicación darwiniana susceptible de ser contrastada con el modo en que los sub­sistemas sujetos a una coevolución pueden ir transformándose gradual­mente en un sistema irreduciblemente complejo. Ninguna explicación de este tipo es actualmente asequible ni está en preparación. De existir

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explicaciones así, los críticos no tendrían más que citarlas y el diseño inteligente quedaría enterrado.

Los críticos de Behe están en este punto dispuestos a recurrir al ar­gumento-de-la-ignorancia, pero este tipo de estrategia no está justificada como crítica. Una manera usual de formular esa crítica consiste en decir: «La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia». Pero como ocurre con todas las expresiones demasiado utilizadas, ésta requiere algunos matices. Ciertamente, este dictum caracteriza adecuadamente muchas circunstancias cotidianas. Imaginemos, por ejemplo, a alguien que busca desesperado las llaves del coche por toda la casa, mirando bajo cada objeto, revolviendo los cajones, volviendo a mirar una y otra vez y luego, a la mañana siguiente, cuando ha perdido todas sus espe­ranzas, las encuentra fuera sobre el techo de su coche. En este caso, la ausencia de evidencia antes del hallazgo de las llaves del coche no era evidencia de ausencia. Pero con las llaves del coche ante él, había en primer lugar una independiente evidencia de su existencia.

Mas ¿qué ocurriría si no estuviéramos ni siquiera seguros de la existencia de unas llaves del coche? La situación en la biología evoluti­va es incluso más extrema que ésta. Podríamos no estar seguros de la existencia de nuestro hipotético juego de llaves, pero al menos tenemos la seguridad de que generalmente existen llaves de coche. Los caminos indirectos darwinianos se parecen más a los supuestos duendecillos que según el pequeño Juan están ocultos en su habitación. Imaginemos que este niño se encontrara tan alterado y fuera de sí que consiguiera que todo Scotland Yard e incluso los mejores cerebros de la época se pusieran a buscar afanosa y meticulosamente década tras década esos supuestos duendecillos o alguna evidencia sólida de su anterior estan­cia en el dormitorio del pequeño. Imaginemos entonces que durante todas aquellas décadas, los detectives, dominados, por ejemplo, por la fiebre del oro del tesoro de los duendecillos, no cejaron nunca en su búsqueda ni en postular nuevos modos de avistar un duendecillo, de descubrir un cabello, una huella o cualquier muestra sólida de ellos. Tras muchas décadas, sin ninguna clave concreta que diera cuenta de su trabajo, ¿cómo diríamos a los ancianos padres del chico ahora tam­bién viejo que nunca había habido ningún duendecillo en la habitación del chico? ¿Sería lógico chasquear los dedos ante los padres y decirles, «La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia. Dejemos por tanto que los expertos vuelvan a su trabajo»? Una respuesta totalmente absurda. Sin embargo, esto es lo que esencialmente hacen los biólogos

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evolucionistas cuando nos aseguran que están empeñados en una bús­queda francamente estéril de unos caminos indirectos que expliquen la complejidad irreducible.

Si tras repetidos intentos no hallamos lo que esperábamos encontrar después de haber examinado todos los lugares sin obtener nunca la me­nor evidencia de que la cosa buscada hubiese existido nunca, entonces tendríamos razones para pensar que lo que buscábamos no existía en absoluto. Y ésta es precisamente la posición de Behe ante los caminos indirectos darwinianos. (Véase su capítulo en Danvin's Black Box titula­do «Publish or Perish» ). No se trata sólo de que no conozcamos tales caminos para, digamos, el flagellum bacteria! (la irreducible máquina bioquímica que se ha tornado en la mascota del movimiento en pro del diseño inteligente). Se trata de que no conocemos ningún camino para ninguno de tales sistemas. La ausencia es aquí omnipresente y sistémica. Ésta es la razón de que críticos del darwinismo como Franklin Harold y James Shapiro (ninguno de los cuales defiende el diseño inteligente) sostengan que proponer para tales sistemas caminos indirectos darwinia­nos aún no descubiertos son «especulaciones fantasiosas».

La cuestión lógica de Behe es que la complejidad irreducible hace que las estructuras biológicas sean demostrablemente inaccesibles para los caminos directos darwinianos. Su cuestión empírica es que la in­capacidad de la biología evolutiva para descubrir caminos indirectos darwinianos que conduzcan a estructuras biológicas irreduciblemente complejas es omnipresente y sistémica, y una incapacidad así es razón suficiente para dudar de que los caminos indirectos darwinianos sean la respuesta a la complejidad irreducible. La reunión de las cuestiones lógica y empírica constituye una recusación devastadora del mecanismo darwiniano, que rutinariamente ha sido considerado capaz de resolver todos los problemas de la complejidad biológica tan pronto como una forma inicial de vida ha entrado en escena. Y aún así, los enfoque ló­gico y empírico conjuntamente no dan tampoco una respuesta sobre el modo de pasar desde la incapacidad del darwinismo para explicar los sistemas ireduciblemente complejos a la legitimidad de emplear diseño para dar cuenta de ellos.

Y aquí es donde el tercer punto principal del proyecto de Behe entra en escena: su propia explicación. Las explicaciones científicas adoptan muchas formas y estilos, pero lo que no les puede faltar nunca es la adecuación causal. Una explicación científica está obligada a invocar los suficientes poderes causales para explicar el efecto en cuestión. De otro

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modo, el efecto no queda explicado. El efecto en cuestión de Behe es la complejidad irreducible de ciertas máquinas bioquímicas. ¿Cómo surgie­ron tales sistemas? No a través de un camino directo darwiniano, pues la complejidad irreducible descarta tal cosa basándose en fundamentos lógicos. Y, al parecer, tampoco por caminos indirectos darwinianos, pues la falta de evidencia científica es aquí total. (Los críticos que pretenden otra cosa están mintiendo). Y el recurso a mecanismos materiales des­conocidos es un engaño aún más sutil.

Así pues, cuando se llega a los sistemas bioquímicos irreduciblemente complejos, no hay evidencia alguna de que los mecanismos materiales sean causalmente adecuados para producirlos. Pero, ¿qué ocurre con la inteligencia? Es bien sabido que la inteligencia produce sistemas irredu­ciblemente complejos. (Por ejemplo, los seres humanos producen regular­mente máquinas que exhiben complejidad irreducible). Así pues, se sabe que la inteligencia es causalmente adecuada para producir complejidad irreducible. La dimensión explicativa de Behe, por tanto, consiste en afirmar que sobre la base de una adecuación causal, el diseño inteligente es una explicación científica de la complejidad irreducible propia de los sistemas bioquímicos mejor que la que ofrece el darwinismo.

Los enfoques lógico y empírico de Behe son principalmente negati­vos, pues están centrados en las limitaciones del mecanismo darwiniano. Su enfoque explicativo, en cambio, es positivo, pues proporciona funda­mentos positivos para pensar que los sistemas bioquímicos irreducible­mente complejos son de hecho diseñados. Queda aún por exponer una nueva cuestión sobre estos puntos. Behe utiliza el enfoque lógico para eliminar los caminos directos darwinianos hacia la complejidad irredu­cible. Pero la ausencia de evidencia empírica para los caminos directos que conduzcan a la complejidad irreducible es tan total como lo era para los caminos indirectos darwinianos. Podría parecer, por tanto, que el enfoque lógico es superfluo en la medida en que el enfoque empírico dispensa de ambos tipos de caminos darwinianos. Pero de hecho, el en­foque lógico ayuda a estrechar el nudo corredizo en torno al darwinismo de una manera que le está vedada al enfoque empírico.

Si se buscan en la literatura darwiniana los ejemplos mejor confirma­dos de evolución (desde Darwin hasta el presente), lo que se encuentra es la selección natural mejorando sin cesar una característica dada que realiza una función dada de una manera dada. Por su parte, la mis­ma noción de «mejora» (que tan importante papel juega en el Origen de las especies de Darwin) connota típicamente que una cosa dada va

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perfeccionándose en un determinado sentido. Mejorar en este respecto corresponde a recorrer un camino directo darwiniano. En cambio, el camino indirecto darwiniano (en el cual una función da paso a otra y por tanto no puede mejorar nada porque la primera ha dejado de exis­tir), aunque usualmente inferido por los biólogos evolucionistas a partir de datos fósiles o moleculares, tiende a mostrarse mucho más difícil de establecer de una manera rigurosa.

La razón no es difícil de comprender: Por definición, la selección natural elige partiendo de una función preexistente, pues no puede elegir de una función futura. Una vez conseguida una nueva función, el mecanismo darwiniano puede seleccionar a su vez algo de esta última. Pero realizar esta transición es la parte más dura. ¿Cómo es posible evolucionar desde un sistema que exhibe una preexistente función seleccionable a otro sistema que muestra una función seleccionable completamente nueva? La selección no aporta aquí ninguna ayuda, y todo el peso de la responsabilidad recae sobre las variaciones aleatorias ocurridas durante el crucial tiempo de transición en que las funciones están cambiando (o, como dijo Darwin en su Origen de las especies, «a menos que ocurran variaciones ventajosas, la selección natural no pue­de hacer nada»). Pero la evidencia real de que la variación aleatoria es capaz de producir las sucesivas modificaciones necesarias para provocar la aparición de complejidad irreducible es nula.

El enfoque lógico de Behe relativo al modo en que la complejidad irreducible elimina los caminos directos darwinianos, elimina también con ello la forma de evolución darwiniana que está mejor confirmada. Y lo que es más grave aún: elimina asimismo la única forma de evolu­ción susceptible de análisis lógico. Los caminos indirectos darwinianos, en cambio, están tan inacabados que no hay análisis lógico capaz de formalizarlos. (Habitualmente están también sin especificar, lo cual los hace infalsificables e incontrastables). El enfoque lógico de Behe lleva la lógica tan lejos como es posible en su consideración del mecanismo darwiniano y deja que las consideraciones empíricas desautoricen lo que queda. Y puesto que las inferencias lógicas son de por sí más rigurosas que las inferencias empíricas, Behe ha realizado su crítica de los me­canismos darwinianos de una manera tan rigurosa y precisa como es posible. No se trata simplemente de que ciertos sistemas biológicos sean tan complejos que no nos permitan imaginar siquiera cómo evoluciona­ron siguiendo caminos darwinianos. Sino de que lo único que podemos mostrar de manera conclusiva es que esos sistemas no pudieron evolu-

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cionar por caminos darwinianos directos, y que los caminos indirectos, que siempre han tenido un fundamento bastante menos estable, carecen definitivamente de apoyo científico.

Resumiendo, Behe es importante en el debate entre diseño inteligente y darwinismo porque nos ha sabido mostrar la manera de evaluar los méritos relativos de cada uno de los dos enfoques. Y esto lo ha conse­guido mediante su concepto de complejidad irreducible y su explicación sobre el modo de emplearlo. Al analizar cuidadosamente y desentrañar las implicaciones lógicas, empíricas y explicativas de la complejidad irreducible para el mecanismo darwiniano, Behe ha demostrado por lo menos que el diseño inteligente es un competidor viable en todo intento de explicación de la complejidad irreducible de los sistemas bioquímicos. Y más aún, Behe nos ha mostrado la manera de tender un puente entre la teoría científica del diseño y nuestras intuiciones del sentido común sobre el diseño. En los informes sobre el diseño que ofrecen los medios, se oye con frecuencia el siguiente sonsonete: «La vida es demasiado complicada para ser producto de las fuerzas naturales, así pues tiene que haber sido diseñada». Estas palabras capturan las intuiciones que sobre el diseño tienen muchas personas, pero son demasiado simplistas para los propósitos científicos. Behe nos ha indicado también el modo de interpretar el sentido de esta declaración si sustituimos la vaga e indefinida frase demasiado complicada por la expresión rigurosamente definida irreduciblemente complejo, mostrándonos a la vez con ello cómo razonar a nuestra manera sobre lo inadecuadas que son para el diseño las fuerzas naturales no dirigidas.

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EVALUACIÓN PARITARIA O El FALLO DE LOS EXPERTOS

Si el diseño inteligente es un progrmna de investigación científica, ¿por qué los teóricos del diseño no publican ni ven citados sus trabajos en las bibliografías de e'ualuación paritaria?

LA AFIRMACIÓN DE QUE LOS TEÓRICOS DEL DISEÑO no publican ni ven sus obras citadas en las revistas bibliográficas es falsa. De hecho, es falsa en cualquiera de los sentidos en que se la interprete. La International Society for Complexity, Information and Design (ISCID) ha surgido como sociedad profesional de la comunidad del diseño inteligente. (Véase www .iscid. org). En la época en que se redactó este libro, esa sociedad tenía unos cincuenta miembros investigadores. Los miembros de esta sociedad incluyen antiguos profesores procedentes de centros como la Oxford Univerity de Inglaterra, la Princeton University de Estados Unidos, la University of New Brunswick en Canadá, la University of Sydney en Australia, la University of Auckland en Nueva Zelanda, la Hanyang University en Corea, la Helsinki University of Thechnology en Finlandia y la Sta te University of Applied Sciences en Frankfurt, Alemania. (Véase www .iscid.org. / fellows. php).

Los miembros de la ISCID cubren una amplia gama de disciplinas, entre las que se incluye el entero ámbito de las ciencias naturales. To­dos sus asociados son distinguidos investigadores por derecho propio y han publicado extensamente en la literatura de pre-publicación de sus respectivas disciplinas. Fritz Schaefer, el inventor de la química cuántica computacional, es una figura señera. Con unas novecientas pre-publica­ciones evaluadas, es el tercer químico más citado del mundo y ha sido

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propuesto cinco veces para el Premio Nobel. No se trata pues de que los teóricos del diseño publiquen y tengan su obra citada en los boletines bibliográficos. Todos ellos son científicos y académicos reconocidos.

Por supuesto, la cuestión real es la de si los teóricos del diseño publican obras que defiendan el diseño inteligente en la literatura es­pecializada. Tampoco hay aquí ningún problema. Los lectores pueden consultar la bibliografía de la ISCID (en www.iscid.org./bibliogra­phy /bibliography.php) para un listado de las obras de los teóricos del diseño que defienden el diseño inteligente. (Obsérvese que se trata de una bibliografía de la literatura relevante para el diseño inteligente y por tanto incluye también referencias a obras de científicos que no son teóricos del diseño). En lugar de ofrecer un listado de tales obras, tal vez sea más instructivo describir el proceso de evaluación de mi libro The Design Inference, porque ilustra el progreso del diseño inteligente en sus esfuerzos por atravesar la barrera de la pre-crítica como también los

obstáculos que nos salieron al paso. The Design Inference apareció en la serie monográfica Cambridge

Studies on Probability, Induction and Decision Theory de la Cambridge University Press. Esta serie es el equivalente de una revista. Tiene un editor general, Brian Skyrms (que es miembro de la National Acade­my of Sciences). Igualmente cuenta con un consejo editorial, que en la época de esta publicación constaba de los siguientes miembros: Ernest Adams, Ken Binmore, Jeremy Butterfield, Persi Diaconis, William Harper, John Harsanyi (que en 1994 compartió el Premio Nobel de Economía con John Nash, el protagonista de A Beautiful Mind), Richard Jeffrey, Wolfgang Spohn, Patrick Suppes, Amos Tversky y Sandy Zabell. Este consejo editorial es un verdadero «quien es quién» en el mundo de la

estadística y del razonamiento inductivo. The Desing Inference pasó por el control de tres evaluaciones anóni­

mas durante un duro y penoso proceso de revisión que duró un año. La primera evaluación fue decididamente positiva. El balance de la segunda fue negativo, aunque el (o la) informante ofrecía algunas sugerencias positivas sobre el manuscrito. El editor general deseaba que el libro figurara en su serie y por tanto le entregó el manuscrito a un tercer evaluador para que rompiera el empate. Esta tercera evaluación fue muy positiva pero sugería una serie de importantes revisiones. (El informe constaba de siete páginas escritas a un espacio). Yo accedí a introducir aquellas revisiones, tras lo cual se envió el ejemplar al Cambridge Syn­dicate, que a su vez redactó entonces el correspondiente contrato de

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publicación de la monografía. El proceso de revisión/ evaluación para The Design Inference fue más riguroso que ninguno de los que yo había experimentado en mis anteriores contactos con otras revistas en las que ya había publicado y que incluían matemáticas, filosofía y teología. La única razón de que The Design Inference no apareciera en una revista era que por la longitud de su tratamiento necesitaba un libro entero. Este libro ha sido ampliamente citado, incluyendo las reseñas favorables en la literatura científica (p.ej., The International Journal of Fuzzy Systems).

Puesto que la evaluación paritaria o por parejas resultó ser algo posi­tivo para The Design Inference, decidí repetir la operación para su secuela, No Free Lunch. Mientras me encontraba aún escribiendo No Free Lunch, contacté con la Cambridge University Press para ofrecerle la publicación de este libro como secuela de The Design Inference. Puesto que este libro había sido un bestseller entre las monografías filosóficas durante varios años, me pareció verosímil que la editorial se interesase también por el volumen subsiguiente. Y así le planteé a la editorial de Cambridge mi idea de este libro como una continuación del anterior que consistiría en una amplia exposición panorámica del tema seguida de algunos capítulos explicativos. Una idea no infrecuente como complemento de una monografía que hubiera conocido un sustancioso éxito. Les comu­niqué mi deseo de no tener que esperar casi dos años y medio desde la entrega del manuscrito hasta su publicación, como había ocurrido con The Design Inference. Esta obra seguía siendo ampliamente discutida, y yo les rogué que su secuela apareciera sin demasiada demora.

El editor de Nueva York en la Cambridge Press (no Skyrms) me informó de que aunque The Design Inference era uno de sus bestsellers, el libro estaba siendo muy controvertido; y aunque a la editorial no le importaba la controversia como tal, la obra se había ganado la etiqueta de «creacionista». Así pues, antes de que la Cambridge University Press redactara un contrato, yo debería entregarles los capítulos más discu­tibles del nuevo libro. Además se me informó de que aunque No Free Lunch fuese aceptado en este lado del Atlántico, podría no serlo por el Cambridge Syndicate de Inglaterra, cuyos biólogos se mostraban ahora predispuestos contra mi obra. Estas noticias eran realmente bastante sorprendentes, porque típicamente el Sindicato de Cambridge se limitaba a dar el visto bueno a las recomendaciones de publicación procedentes de Estados Unidos. Que se hiciera una excepción en mi caso indicaba que, en lugar de operar desapasionada y limpiamente, el proceso de revisión me singularizaba con un tratamiento especial. Por tanto, me fui

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con mis papeles a otra parte y publiqué el libro en la editorial Rowman and Littlefield.

Mi propia experiencia con el proceso de evaluación paritaria con­firma una observación de Paul Cross: «Tener razón no es suficiente. Lo que usted diga, por correcto que sea, ha de ser dicho en un lenguaje normalmente aceptable, no debe violar demasiado brutalmente el gusto al uso, y debe resaltar de alguna manera su pertenencia a un respetable club profesional» (www.mbl.edu/publications/Gross/Heilbrunn). Yo era una entidad desconocida cuando publiqué The Design Inference, y el libro no se refería a las implicaciones de la inferencia de diseño para la biología. Sin embargo, una vez que aquellas implicaciones se hicieron claras, conseguir que mi trabajo fuera publicado en las revistas biblio­gráficas se hizo más difícil -aunque ciertamente no imposible. Tengo, por ejemplo, otro libro a punto de salir en la Cambridge University Press titulado Debating Design que coedité con Michael Ruse. Seis de los siete evaluadores lo aprobaron con entusiasmo, y el único disconforme admitió que el libro se vendería muy bien.

Para la investigación dentro de un marco aceptado, la evaluación paritaria es bastante útil para el control de calidad. Pero para las nuevas ideas radicales y el pensamiento independiente, este tipo de evaluación es con más frecuencia un obstáculo que un apoyo. Y esto no debería sorprender dada la naturaleza de la evaluación paritaria. Este tipo de eva­luación está primariamente orientado a velar por que las pautas, normas y prácticas de un gremio establecido sean respetadas. Sólo después de que estas prácticas hayan sido respetadas, la cuestión de la originalidad y la innovación será digna de consideración. La evaluación paritaria es esencialmente conservadora. Por lo tanto, será el último lugar en el que cabría esperar que una revolución científica fuese vindicada.

La historia de la evaluación paritaria lo pone de manifiesto. Como Frank Tipler me ha indicado, la misma idea de una evaluación paritaria como piedra de toque para la verdad y excelencia científicas es una invención introducida tras la Segunda Guerra Mundial. En física, por ejemplo, las revistas que utilizaban la evaluación paritaria no fueron la norma hasta después de 1950. En Alemania, durante los «Años Glorio­sos» (el período en el que la mecánica cuántica estaba siendo inventada allá por los años 1920), una de las más prestigiosas revistas de física alemanas, el Zeitschrift für Physik, no utilizaba la evaluación paritaria: cualquier miembro de la Sociedad Alemana de Física podía publicar allí simplemente con enviarles su artículo.

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Así pues, el que tuviera una idea realmente revolucionaria, todo lo que tenía que hacer para que fuera publicada era pedirle a un miembro de la Sociedad Alemana de Física que remitiera por él su artículo. Por supuesto, si usted era miembro de ella, no tenía que recurrir a nadie para remitirlo. Werner Heisenberg publicó su artículo sobre el principio de incertidumbre en esta revista, y Alexandre Friedmann publicó también en ella el suyo sobre el universo de Friedmann (en la actualidad, el modelo cosmológico estándar). Nada de evaluaciones por parejas, sólo abundancia de físicos brillantes.

Todas estas observaciones sobre la historia y naturaleza de la eva­luación paritaria son sin duda muy interesantes, pero los críticos del diseño inteligente no son propicios a dejarse impresionar. Está muy bien decir que los teóricos del diseño publican sus trabajos en la lite­ratura evaluativa paritaria que apoya al diseño inteligente. Pero el foco principal del diseño inteligente es la biología. ¿Aparecen citados en la literatura biológica sujeta a evaluación paritaria los teóricos del diseño que publican y trabajan sobre el diseño inteligente? Dicho en otras palabras, ¿estamos en la actualidad abriendo caminos en la corriente principal de la biología? Críticos del diseño como Eugenie Scott, Paul Cross y Barbara Forrest afirman públicamente con frecuencia que los teóricos del diseño han publicado exactamente cero artículos en la literatura biológica que apoya al diseño inteligente y utiliza la evaluación paritaria.

¿De dónde sacan el número cero? Tengo ante mí una serie de artículos publicados en los Proceedings of the National Academy of Sciences, en el Journal of Molecular Biology, en el Journal of Theoretical Biology, en Origins of Life and Evolution of the Biosphere y en la Annual Review of Genetics. (En esta última se cita explícita y favorablemente mi libro No Free Lunch). Todos ellos han sido escritos por teóricos del diseño y aparecen citados en las listas bibliográficas del ISCID (www.iscid.org/bibliography /bi­bliography.php). En mi opinión y en la de los propios autores, todos ellos apoyan el diseño inteligente. Mas éste es justamente el problema. ¿Cómo puede ninguna cosa apoyar el diseño inteligente?

Críticos como Eugenie Scout, Paul Cross y Barbara Forrest no se limitan a negar que los teóricos del diseño hayan publicado algunas obras en la literatura que utiliza la evaluación paritaria y que apoya el diseño inteligente. Niegan también que exista en absoluto evidencia alguna capaz de apoyar al diseño inteligente. Sí, los artículos que tengo ante mí están escritos por teóricos del diseño. Y esos artículos figuran ciertamente en la literatura biológica que utiliza la evaluación paritaria.

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Sin embargo, según estos críticos, tales artículos no pueden apoyar al diseño inteligente. Pero entonces, ¿no hay ninguna evidencia que apo­ye al diseño inteligente? ¿O es más bien que la plenitud de evidencia que lo apoya está catalogada como inadmisible por razones a priori? El apriorismo ocupa un infortunado lugar en la historia de la ciencia. Por ejemplo, la ciencia en los días de Kepler creía que las órbitas de los planetas tenían que ser circulares. (Su contemporáneo Galileo era un firme defensor de esta creencia). Así, la evidencia de órbitas elípticas presentada por Kepler fue juzgada inadmisible porque la ciencia «sa­bía de antemano» que las órbitas tenían que ser circulares. Finalmente, Kepler fue vindicado y la ciencia apriorista de su tiempo tuvo que dar marcha atrás. Éste es siempre el peligro del apriorismo en ciencia.

Los críticos del diseño inteligente que sostienen que el número de artículos en la literatura biológica que apoyan el diseño inteligente es cero están representando el papel perdedor. Esa ficción se está tornando cada vez más difícil de mantener. Pero incluso así, creo que aún perdu­rará durante algún tiempo. El problema es que para conseguir que un trabajo sobre diseño inteligente aparezca en la literatura biológica que se apoya en la evaluación paritaria, los biólogos que son teóricos del diseño tienen que jugar sus cartas con mucho cuidado. Como Michael Behe comentó en una entrevista con la Harvard Política[ Review (www. hpronline.org/news/251835.html), si un biólogo cuestiona a Darwin pone en peligro su carrera: «Hay buenas razones para sentir miedo. In­cluso aunque uno no se vea despedido de su trabajo, quedará fácilmente olvidado en las promociones futuras. A los estudiantes recién gradua­dos que son escépticos respecto a la teoría darwiniana, les advertiría enérgicamente que se guardasen mucho de manifestar públicamente

sus propias opiniones». En el actual clima intelectual, es imposible conseguir la publicación

de un artículo en la literatura biológica controlada por evaluación pari­taria si ese artículo afirma explícitamente el diseño inteligente o niega explícitamente el darwinismo y otras formas de evolución naturalista. Dudar de la ortodoxia darwiniana es comparable a oponerse a la línea del partido de un régimen estalinista. ¿Qué haría usted si se encontrara en la Rusia de Stalin y quisiera sostener que Trofim Lysenko estaba equivocado? Podría señalar las paradojas y tensiones que quisiera en la teoría genética de Lysenko, pero no podría decir que Lysenko estaba fundamentalmente equivocado u ofrecer una alternativa que contradijera claramente a Lysenko. Y ésta es la situación que nosotros vivimos. Para

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publicar en la literatura especializada, los teóricos del diseño tienen que andar con mucha cautela y procurar no mostrar demasiado claramente hacia dónde conduce su trabajo. Y ésta es ciertamente la razón de que yo mismo consiguiera publicar The Design Inference en la Cambridge University Press, mas no así No Free Lunch, que era un libro mucho más explícito en sus implicaciones biológicas.

Y a propósito, tal vez el lector se esté preguntando por qué no in­cluyo simplemente aquí una lista de teóricos del diseño extraída de la literatura biológica que apoya al diseño inteligente. La razón es que deseo ahorrar a esos autores el acoso que sufrirían si yo publicara la lista de sus obras en este libro. Los críticos supercelosos del diseño inteligente considerarían que era su deber moral velar por que la biología quedara libre del diseño inteligente, incluso aunque esto significara tener que tomar medidas extremas. He sabido de algunos de tales críticos que se las ingenian para contactar con los empleados de los teóricos del diseño e informarles sobre las «herejías» de sus jefes. Una vez «descubiertos», los propios teóricos del diseño se ven inundados de mensajes insultantes a través delcorreo electrónico. A continuación, la prensa divulga una historia presentando asociaciones indeseables de los adeptos al diseño inteligente. (El día en que una de esta historias apareció, un colega y buen amigo mío me contó que había sido despedido de su puesto de investigador en un prestigioso laboratorio de biología molecular. Había trabajado en aquel laboratorio durante diez años). De entonces en ade­lante, lo primero que revelaría una búsqueda de sus nombres en Internet sería su conexión con el diseño inteligente. ¡Bienvenida la Inquisición!

Cierro este capítulo con una observación final sobre la revisión paritaria. Aunque la investigación sobre diseño inteligente aparece publicada y citada en la literatura científica evaluada paritariamente (incluyendo a la literatura biológica), si tal evaluación no existiera, el diseño inteligente no quedaría invalidado. La ausencia de evaluación paritaria no ha impedido nunca la emergencia de la buena ciencia. Ni, para lo que aquí importa, las revistas así evaluadas han sido el único lugar donde se ha hecho trabajo científico de fondo. Como ya he indi­cado, el proceso de evaluación paritaria es inherentemente conservador, pues trabaja concienzudamente para separar la buena ciencia incremental del trabajo menos riguroso que discurre por el interior de un paradig­ma bien establecido, pero que está presto a dirigir sus armas contra la revolución de un paradigma. Thomas Kuhn, junto con otros eminentes historiadores de la ciencia, ha establecido definitivamente este punto: la

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vieja guardia no dirige nunca sus armas hacia una revolución científica; ha invertido demasiado en el viejo paradigma. Las revoluciones más importantes en ciencia desbordan enteramente el proceso de evaluación paritaria y aparecen en los libros. El De Revolutionibus de Copérnico, el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo, y los Principia de Newton son casos punteros. Ninguna de estas obras fue evaluada paritariamente. Como tampoco lo fue el libro de un biólogo retirado inglés del siglo diecinueve: una obra poco convencional titulada Sobre

el origen de las especies.

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LA «CUÑA» ¿No será realnzente el diseifo íntelígcntc una agenda política disfrazada de programa de investigación científica?

Dos PRINCIPIOS ANIMADORES DIRIGEN al diseño inteligente. El principio más popular utiliza el diseño inteligente como instrumento de liberación de las ideologías que sofocan al espíritu humano, tales como el reduccionismo y el materialismo. El otro principio, menos popular pero intelectualmen­te más convincente, toma al diseño inteligente como llave que nos abra nuevas y más frescas perspectivas de la naturaleza. El primero de estos principios es puramente instrumental, puesto que trata al diseño inteli­gente como instrumento para alcanzar algún otro fin (como derrotar al materialismo). Es presumible que si otros instrumentos alcanzaran de manera más eficaz este mismo fin, el diseño inteligente sería abandonado. En cambio, el segundo de estos principios animadores es intrínseco: trata al diseño inteligente como un bien esencial, como un fin en sí mismo que vale la pena perseguir por las intuiciones que ofrece de la naturaleza.

Los dos principios pueden operar conjuntamente sin que surja nin­gún conflicto entre ellos. Sin embargo, hay un orden claro de prioridad. Si el diseño inteligente no fuera un bien intrínseco - si no pudiera ser desarrollado como un programa de investigación científica y no proporcionase perspectivas acertadas sobre el mundo natural- su uso como bien instrumental para derrocar ideologías que ahogan al espíritu humano se tornaría insoportable. El diseño inteligente no debe conver­tirse en una «mentira noble» para desterrar opiniones que encontramos inaceptables. (La historia está llena de mentiras nobles que acabaron en desastres). Lo que más bien ha de hacer el diseño inteligente es convencernos de su verdad basada en sus méritos científicos. Entonces, porque es verdadero y sabemos que es verdadero, el diseño inteligente puede servir como instrumento de liberación de ideologías axfisiantes

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350 DISENO INTEllGFNTE 1 -ideologías que sofocan no porque nos digan verdades amargas sobre 1

nosotros mismos, sino porque ellas mismas son a la vez severas y falsas. El determinismo psíquico de Freud es un caso sobresaliente.

El papel dual del diseño inteligente como proyecto científico construc­tivo y como medio para un renacimiento cultural podría suscitar algunas dudas a la hora de caracterizar nuestro movimiento con el símil de una «cuña». El valor instrumental del diseño inteligente como utensilio de renovación cultural está asociado con su valor intrínseco para desarrollar la ciencia. Por desgracia, la metáfora de la cuña oscurece este orden de pre­cedencia. Esta metáfora, tal como inicialmente la utilizó Phillip Johnson, está fundada en la discrepancia entre ciencia como empresa empírica que llega hasta donde la lleva la evidencia (lo cual es una concepción legítima de la ciencia), y ciencia como filosofía materialista aplicada que mantiene su materialismo con independencia de la evidencia (lo cual es una concep­ción falsa de la ciencia, aunque sean muchos los que la mantienen). Según Johson, la discrepancia entre estas dos concepciones de la ciencia abre entre ambas una grieta de debilidad que nos permite introducir en ella la parte más delgada de una cuña. Si, una vez introducida, se la golpea con un martillo, la cuña irá reforzando paulatinamente la ciencia, renovando la cultura y liberando a la sociedad de las miasmas del materialismo y el naturalismo. Pero esto no es más que una promesa.

Por valiosos que estos fines sean, su cumplimiento no puede ser apropiadamente adscrito a una cuña. Las cuñas rompen las cosas en lugar de reconstruirlas. Las cuñas son provisionales e instrumentales; alcanzan algún fin, pero no los fines en sí mismos. Obsérvese que el título completo del libro de Johnson es: The Wedge of Truth: Splitting the Foun­datios of Naturalism* Yo sostengo que los fundamentos del naturalismo están ya agrietados (gracias en gran parte a los esfuerzos de Johnson). Incluso ahora, las cuestiones importantes están sobre la mesa y siguen siendo acaloradamente discutidas. Y aún más, es el movimiento del dise­ño inteligente el que está fijando los términos (e incluso el vocabulario) del debate sobre los orígenes biológicos. Kart Giberson y Donald Yerxa (ninguno de ellos defensores del diseño) incluyen esta observación en su obra Species of Origins, que expone detalladamente el debate en los Estados Unidos sobre evolución, creación y diseño inteligente:

Desde sus comienzos a principios de los años 1990, el mo­vimiento del diseño inteligente ha despertado tanta atención

* N. T.: La cuña de la verdad: agrietando los fundamentos del naturalismo.

La «cuña» 351

que ha logrado dominar el debate de sus orígenes. Con esto no queremos decir que haya triunfado. Lejos de eso. Aunque el di­seño ha realizado algunas modestas incursiones en la academia, es frecuentemente visto ... como una variedad más atractiva del creacionismo. Pero el diseño ha logrado establecer la agenda para una gran parte del debate.

La metáfora de la cuña ha sobrevivido a su utilidad. Efectivamente, con críticos tales como Barbara Forrest y Paul Cross escribiendo libros del estilo de Evolution and the Wedge of Intelligent Design: The Trojan Horse Strategy, la metáfora de la cuña se ha convertido incluso en un lastre. Con seguridad, los críticos del diseño inteligente se guardarán mucho de utilizar la metáfora de la cuña como término de injuria. Pues la cuña ha de ser contemplada como una propedéutica -como una anticipación y una preparación de un programa de investigación positivo que fortalezca la ciencia y renueve la cultura. Al mezclar tan vigorosamente tantas metáforas, la cuña ha barrido ya el campo, lim­piado la casa, hecho brillar la luz y llevado a la lavandería la ropa sucia del materialismo científico. Y ahora que todo esto ha sido realizado, ¿a dónde vamos desde aquí?

Varios observadores que ven el progreso del diseño inteligente como un movimiento intelectual han expresado su temor a que este diseño sea utilizado como parte de un movimiento cultural y político más amplio. En particular, se piensa que el diseño inteligente ha sido introducido prematuramente en las discusiones públicas sobre la ciencia. En primer lugar, continúan estos observadores, el diseño inteligente necesita ob­tener de la comunidad científica un reconocimiento más amplio de su importante contribución a nuestra comprensión del mundo natural. Las muy citadas observaciones de Bruce Gordon en el número de enero de 2001 de Research News and Oportunities in Science and Technology, por ejemplo, insisten en este punto.

Hay una gran parte de verdad en estas inquietudes, pero sólo en parte. El diseño inteligente no necesita triunfar como empresa científica ni como empresa cultural y política. Dicho en otras palabras, el bien instrumental del diseño inteligente no puede competir desligándose del progreso de su propio bien intrínseco. Pero esto es muy distinto de pretender que el diseño inteligente gane un amplio reconocimiento en el mundo científico antes de poder ser considerado bona fide como proyecto intelectual e influir legítimamente sobre la opinión pública y la política.

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La legitimidad del diseño inteligente como proyecto intelectual está engarzada con dos hechos que son independientes de su reconocimiento o aceptación dentro del mundo científico. En primer lugar, la biología evolutiva se ha mostrado tan incapaz de dar cuenta como teoría científica del origen de la vida y de la emergencia de la complejidad biológica que no se merece monopolio alguno respecto al estado de formación que el diseño inteligente pueda haber alcanzado. En segundo, el diseño inteligente es, lógicamente hablando, la única alternativa a una biología evolutiva mecanicista (véase capítulo treinta y seis). Tal como habi­tualmente es formulada, la biología evolutiva incluye los mecanismos materiales y descarta la teleología. Pero entonces no quedan más que estas dos opciones: o los mecanismos materiales se bastan para realizar todo el trabajo en los orígenes biológicos, o se requiere adicionalmente algún tipo de proceso télico. Por tanto, lo que en primer lugar habría que preguntar en la plaza pública no es la distancia recorrida por el diseño inteligente como proyecto científico, sino sí este proyecto ga­rantizaría la libertad y la equidad. En particular, ¿pueden todos los sectores del público examinar y discutir libremente el amplio rango de opciones científicas relativas a los orígenes biológicos? Los teóricos del diseño contestan que sí. Los defensores del darwinismo prefieren que ciertos sectores de la actividad social (como la educación pública) sean acordonados y censurados. Y lo que es más, para justificar su censura, recurren a peticiones de principio y a falsas definiciones de la ciencia

y de la racionalidad. Toda fijación de reglas relativas a lo que el diseño inteligente deba

realizar en la esfera científica antes de poder influir legítimamente en el ámbito político, es arbitraria y reveladora de una gran ingenuidad respecto al comportamiento real de la ciencia o de una especial sagacidad relativa al modo en que la ciencia obtiene sus fondos y es promovida en la esfera pública (e inversamente, por tanto, respecto al modo de hundir a una empresa científica prometedora pero indeseada). ¡Qué diáfano y feliz sería el mundo si toda batalla por el poder fuera librada honrada y equitativamente con el respeto debido al oponente! Todos los hombres y mujeres saben perfectamente que éste es raramente el caso. De hecho, los científicos materialistas establecen reglas poco razonables no porque ellos mismos sean incapaces de pensar razonablemente sino porque la presencia de tales reglas socava la posibilidad de que el diseño inteli­gente pueda seguir adelante. Para que un programa de investigación científica pueda prosperar, ha de apoyarse en científicos capacitados y

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asegurarles que sus esfuerzos para llevarlo a cabo se verán recompen­sados. Y esto requiere la existencia de estructuras sociales y políticas capaces de atraer a las personas con talento y ofrecerles incentivos que les brinden una fructífera carrera. La ciencia, la cultura, la sociedad y la política trabajan conjuntamente en la consecución de este objetivo. Mientras los darwinistas posean los bancos, sus cámaras acorazadas, y los recursos culturales, nunca se mostrarán demasiado dispuestos a compartirlos.

Aunque el diseño inteligente como programa científico es lógicamen­te anterior al diseño inteligente como movimiento cultural, esta prioridad lógica no implica prioridad temporal. Pensar que el programa científico tiene que haber triunfado - de acuerdo con algún determinado aunque arbitrario criterio de evaluación del éxito (¿el criterio de los darwinistas tal vez?) - antes de que el movimiento cultural pueda ser legítimamente iniciado no sólo es una postura ingenua sino mortal para las dos op­ciones. La investigación científica y la renovación cultural tienen que reforzarse mutuamente. La ciencia se desarrolla dentro de una matriz cultural, pero al mismo tiempo configura esa matriz. La relación entre ambas no es lineal sino dialéctica. Los defensores del diseño inteligente han perseguido siempre de manera metódica estos fines dialécticamente relacionados y han animado a sus oponentes a comprometerse con el diseño inteligente con este mismo espíritu - no estableciendo reglas, adjudicando nombres, amontonando efectivos o asesinando reputaciones, sino abierta y metódicamente, comprobando que la verdad, como sos­tenía John Milton, se alzará hasta la cima a través de un libre y franco intercambio en el mercado de las ideas.

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INVESTIGAR ¿ Qué se supone que deba hacer, por la vía de la investigación científica, un científico interesado en el diseño

inteligente?

SON MUCHOS LOS CIENTÍFICOS QUE manifiestan su interés por el diseño inteligente pero que no ven la manera de contribuir eficazmente a él. Recientemente tuve una conversación con uno de estos científicos (un genetista cristiano), y le pregunté «¿Qué tipo de trabajo real tendría que haberse realizado para que usted se encontrara confortable dentro del diseño inteligente?» Su respuesta fue reveladora: «Si yo supiera cómo enfocar científicamente la cuestión que usted me propone, abandonaría todo lo que hasta ahora he estado haciendo y dedicaría el resto de mi carrera a la búsqueda de una respuesta. El hecho de que yo no tenga la menor idea sobre el modo de empezar a reunir los datos relevantes que comprometieran a la comunidad científica, es la verdadera razón de que no comparta su optimismo respecto a la viabilidad de este enfoque».

O consideremos a Francis Collins, director del Proyecto del Genoma Humano. Como creyente cristiano, está ligado al diseño en un sentido amplio. Sin embargo en una reunión de la American Scientific Affiliation (en la Universidad de Pepperdine, Agosto 2-5, 2002), expresó sus dudas sobre el diseño inteligente como proyecto científico. Según Collins, el problema era «la ausencia de un plan para la verificación experimental»

del diseño inteligente. Yo estoy absolutamente convencido de que el diseño inteligente

posee el potencial de investigación necesario para satisfacer a estos científicos. Sin embargo, ese potencial tiene que ser actualizado. ¿Cómo hacerlo? Lo más importante ahora es que existe una corriente de buenas ideas y que se cuenta con los recursos necesarios para implementarlas. En particular, necesitamos reflexionar profundamente sobre los sistemas

Temas a investigar 355

biológicos. Esta reflexión tiene que generar una intuición profunda. y

esta intuición necesita a su vez que le planteemos nuevos e interesan­tes interrogantes susceptibles de ser catalogados como problemas de investigación. Una vez en posesión de estos problemas, tenemos que volvernos a la naturaleza para ver cómo los resuelve.

Yo soy sobre todo un teórico, y por tanto no estoy en posición de presentar un conjunto detallado de problemas de investigación para el diseño inteligente. Sin embargo, como interdisciplinario académico que tiene contactos con científicos de muchas disciplinas, puedo proponer algunos temas de investigación que tal vez resulten útiles para los cientí­ficos que tratan de encontrar un camino que les permita contribuir pro­ductivamente a la investigación sobre el diseño inteligente. Lo que sigue es, por tanto, una lista de posibles temas de investigación. (Permítaseme señalar que no tengo la menor pretensión de ser exhaustivo).

l. Detección de diseño. Técnicas, métodos y criterios para detectar diseño son ampliamente utilizados en varias ciencias especiales (como en la práctica forense, la arqueología, la criptografía y la búsqueda de inteligencia extraterrestre, o SETI). En la actualidad se discute acalora­damente desde todas las perspectivas sobre la validez del intento de detectar diseño real en biología utilizando el criterio de complejidad irreducible de Michael Behe o mi criterio de complejidad especificada. Los teóricos del diseño han de estar en el centro de esta discusión.

2. Información biológica. Según su etimología latina, la palabra información significa «configurar o dar forma» a algo. No es exagera­do decir que el origen de la vida y su complejidad subsiguiente han significado una «revolución de la información» en la historia de esta materia. En efecto, la materia ha de ser informada de modos muy es­peciales para que pueda dar lugar a la vida. ¿Cuál es la naturaleza de la información biológica? ¿Cómo se relacionan con ella la función y la adecuación? ¿Qué obstáculos han de superar los mecanismos materia­les para generar información biológica? Y lo más importante de todo, ¿cuáles son los fundamentos teóricos y empíricos para pensar que la inteligencia es indispensable en el origen de la información biológica? En mi libro No Free Lunch empecé a identificar estos problemas, pero este punto necesita mucha más elaboración.

3. Complejidad mínima. Los seres vivos son sistemas complejos que constan de subsistemas igualmente complejos que contienen a su vez otros subsistemas complejos y así sucesivamente hasta alcanzar un nivel de organización químicamente simple (por ejemplo, los aminoáci-

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dos individuales o las bases nucleótidas). ¿Cómo puede afectar la dis­minución de la complejidad de tales sistemas a su capacidad de realizar alguna función o conjunto de funciones (notablemente la de mantener al organismo vivo y ser capaz de reproducirse)? ¿Qué proporción de complejidad puede ser eliminada sin pérdida alguna de función? Una vez alcanzado un nivel de complejidad por debajo del cual la función no puede ya ser preservada, ¿podría la coevolución superar ese nivel mediante el cambio de función? ¿Existen sistemas que no sólo sean mí­nimamente complejos con respecto a alguna función, sino que cualquier reducción de la complejidad eliminaría en ellos toda posibilidad de fun­ción biológica? ¿Podrían proporcionar estos sistemas una confirmación decisiva del diseño inteligente?

4. Capacidad de evolución. Los biólogos evolucionistas intentan establecer conexiones evolutivas entre los sistemas biológicos. Esta tarea requiere identificar los sistemas biológicos, relacionarlos entre sí según una medida de semejanza y aducir historias evolutivas que conecten los diversos elementos. Pero para los cambios evolutivos a gran escala, esas historias tienden a ser reconstrucciones imaginativas para las cuales no existe prácticamente ninguna evidencia. Tal es ciertamente el caso de las tentativas para conectar las divisiones importantes en el registro fósil. También lo es el de las filogenias moleculares. La estrategia de inves­tigación preferida por la biología evolutiva consiste en tomar diversos sistemas biológicos y tratar de combinarlos entre sí. En contraste con esto, el diseño inteligente se centra en una estrategia diferente: tomar sistemas biológicos individuales e introducirles perturbaciones para ver hasta dónde puede evolucionar el sistema (con y sin inteligencia). Las limitaciones de la capacidad de evolución por mecanismos materiales constituyen una evidencia de diseño.

5. El principio de la ingeniería metodológica. La razón de que la biología evolutiva haya perdido todo sentido respecto al volumen de evolución que puedan generar los ciegos mecanismos materiales (como la variación aleatoria y la selección natural) está en que la evolución discurre libremente desconectada de la ciencia de la ingeniería. En toda coyuntura esencial en la que hay que explicar alguna transición evolutiva importante, la biología invoca al sustituto de un diseñador (como la se­lección natural, la transferencia lateral de genes, o la simbiosis) para que realice el necesario trabajo de diseño. Pero a diferencia de la ingeniería, la biología evolutiva no realiza de hecho el requerido trabajo de diseño ni especifica un procedimiento detallado para que este trabajo pueda

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ser realizado. El diseño inteligente en cambio toma lo que yo llamo «ingeniería metodológica» como un principio regulativo fundamental para entender los sistemas biológicos. Según este principio, los sistemas biológicos han de ser entendidos como sistemas ingenieriles. Por tanto, su origen, construcción, operación, descomposición, desgaste, reparación y, sobre todo, la historia de sus modificaciones (tanto diseñadas como accidentales) han de ser entendidas en términos de ingeniería. Para los próximos diez años vaticino programas académicos de ingeniería biótica que suplanten a los programas académicos de ingeniería evolutiva.

6. Evolución tecnológica (TRIZ). El único ejemplo bien documen­tado que poseemos de la evolución de sistemas funcionales integrados de complejos multipartitos (tales como los que vemos en biología) es la evolución tecnológica de las invenciones humanas. En la segunda mitad del siglo veinte, los científicos e ingenieros rusos estudiaron cientos de miles de patentes para determinar el modo en que evolucionan las tec­nologías. Codificaron sus hallazgos en una teoría a la que bautizaron con el acrónimo TRIZ, que corresponde a una frase rusa cuyo significado es «Teoría de la Resolución Inventiva de Problemas» (mencionada a veces también con el acrónimo TIPS). La imagen de la evolución tecnológica que emerge de TRIZ se adapta sorprendentemente bien a la historia de la vida tal como nosotros la vemos en los registros fósiles e incluye lo siguiente:

• Nuevas tecnologías (grupos mayores como los phyla y las clases) emergen de repente como soluciones a problemas de inventiva. Tales soluciones requieren saltos conceptuales importantes (o sea, diseño).

• Las tecnologías existentes ( cf. especies y géneros) pueden en cambio ser modificadas mediante pruebas por ensayo y error (cf. evolución darwiniana), que equivalen a una rutina de solución más que a problemas de inventiva. (La distinción entre rutina y problemas de inventiva es central en TRIZ. En biología, la complejidad irre­ducible sugiere un modo de efectuar el corte analítico entre estos tipos de problemas. ¿Existen otros modos?)

• Las tecnologías se aproximan a la idealidad (cf. optimización local por medio de la selección natural) y a partir de entonces tienden a no cambiar (cf. suspensión).

• Al reemplazar a las antiguas tecnologías, las nuevas pueden tras­tornar la idealidad y la suspensión de las antiguas y forzar con

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ello la evolución en nuevas direcciones (lo cual requiere la so­lución de nuevos problemas de inventiva, como una carrera de

armamentos), o conducirlas a la extinción.

La proyección de TRIZ sobre la evolución biológica no~ ofrece una avenida para la investigación del diseño inteligente p~t~ncial.rnent~ f:­cunda que está totalmente en consonancia con el princip10 de mgemena

metodológica. . , . Sería necesario introducir aquí una nota a pie de pagma acerca de

TRIZ. Por fundir diseño inteligente con creacionismo, la mayoría de los críticos del diseño ven al diseño corno el producto de un diseñador que crea siempre a partir de la nada y que ha de co~seguir todas las cosas correctamente en un solo intento. TRIZ en carnb10 genera un pro­ceso evolutivo que torna de otros diseños ya existentes todo cuanto le sea posible y más adelante, en los momentos clave, exige una rupt~ra conceptual para llevar adelante el proceso de evol~~ión tecn~l~gica. Según esta perspectiva, el proceso mismo de evoluc10n tecnologic.a es a su vez diseñado. y lo que es más, dentro de este proceso, las inte­ligencias diseñadoras interactúan con las fuerzas naturales. ¿Significa esto que el diseñador (o diseñadores) hace las cosas sobre la rna~c~~? No necesariamente. Las rupturas conceptuales necesarias para dirigir la evolución tecnológica pueden ser programadas desde el comienzo. . y que ocurre con el diseño que no alcanza el nivel óptimo y no es

~eleológico? Estas eventualidades pueden ser explicadas en ~ar:e co~~ resultados de fuerzas naturales que subvierten un plan de diseno origi­nal. Separar los efectos de la inteligencia de las fuerzas naturales resulta ser así una cuestión clave de investigación para el enfoque de TRIZ del

diseño inteligente. 7. Autonomía frente a gobierno. Muchos científicos se muestren

preocupados de que el diseño inteligente trate de apo~er~rs~ de ~a au­tonomía de la naturaleza. Pero éste no es el caso. El diseno mtehgente trata meramente de establecer un adecuado equilibro entre autonomía y gobierno teleológico (bajo la forma de designio o diseño divin~). A~ora el péndulo se ha inclinado hacia el otro extremo, y todo el enfasis se pone en la autonomía de la naturaleza (una au~onomía ~bsoluta que excluye el designio). ¿No podría haber un punto intermedio que respe­tara adecuadamente ambos extremos y en donde el diseño se tornara empíricamente evidente? La búsqueda de ese punto intermedio está siempre en el fondo de nuestras mentes a medida que nos comprome-

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ternos en una investigación teórica sobre el diseño. Lo que hay en el mundo no es todo diseño ni todo naturaleza, sino una sinergia de los dos. Desempaquetar esta sinergia es en resumidas cuentas la clave de la cuestión del programa de investigación del diseño inteligente.

8. Cálculos evolutivos. Día a día resulta más evidente que los orga­nismos emplean cálculos evolutivos para resolver muchas de las tareas de la vida. Pero ¿muestra esto que los organismos se originaron mediante alguna forma de cálculo evolutivo (a través quizá de alguna especie de proceso evolutivo darwiniano)? El sistema inmune, por ejemplo, es al parecer una especie de algoritmo genético de propósito general que detecta un intruso, establece una ruta para rastrear su huella, y luego pone en marcha un algoritmo genético específicamente adaptado a esa ruta cuyo resultado es una formación molecular que vence al intruso. Todo esto suena a una tecnología y una programación perfectamente desarrolladas. ¿Son realmente diseñados los algoritmos como los GPGAs (general-purpose genetic algorithms o algoritmos genéticos de propósito general), o son por el contrario resultado de un cálculo evolutivo?

El cálculo evolutivo forma parte del repertorio de comportamientos de los organismos pero también se lo utiliza para explicar el origen de ciertas características de los organismos mismos. Sería muy ilustrativo explorar la relación entre estos dos tipos de computación evolutiva como también averiguar si hay en ellos alguna especie de diseño intrínseco . El capítulo cuatro de mi libro No Free Lunch expone algunos de los fundamentos teóricos para esta posibilidad. Pero estamos necesitados también de un trabajo teórico en este área, de un buen plantel de pro­gramadores de diseño inteligente que escriban y ejecuten simulaciones computacionales para calcular el alcance y límites de la computación evolutiva. Una simulación de este tipo es el programa MESA (Monoto­nic Evolutionary Simulation Algorithm) elaborado por Micah Sparacio, John Bracht y yo mismo. Está disponible en el sitio web ISCID (www. iscid.org./ mesa).

9. Entender la discontinuidad. La evolución está comprometida con la continuidad en un sentido amplio. El principal cometido de la continuidad es el de conectar ciertos puntos. Pero para que los puntos estén adecuadamente conectados han de encontrarse razonablemente próximos. Por esta razón, la carencia de formas de transición, las lagu­nas y los eslabones ausentes constituyen un problema para la evolución. Con seguridad, la falta de intermediarios no constituye para los evolu­cionistas un problema en el mal sentido, pues tales discontinuidades no

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representan para ellos un desafío a su teoría, sino que son simplemente discontinuidades sólo aparentes que desaparecerán tan pronto como se descubran los intermediarios que faltaban. Por tanto, cada intermediario descubierto significa para ellos un nuevo triunfo de la teoría evolutiva. (Testimonio de ello es la reciente excitación que provocó el descubri­

miento en el Chad del Fósil ToumaY). La biología evolutiva intenta explicar la ausencia de intermediarios

en un camino evolutivo basándose en el supuesto de que tales interme­diarios existieron una vez. Pero invirtamos la cuestión. Supongamos que la discontinuidad no es justamente un hecho sobre la historia de una determinada vida tal como ahora la conocemos, sino un hecho sobre la historia de la vida misma; dicho en otras palabras: supongamos que los intermediarios no existieron nunca. En tal caso, ¿cómo surgieron las formas biológicas en toda su extensa complejidad y diversidad? Al plantear esta pregunta, dejemos de lado la cuestión de la causa o cau­sas subyacentes de la complejidad y diversidad biológicas. En lugar de eso, preguntemos meramente qué vería una cámara de vídeo si pudiera escudriñar el pasado y grabar los sucesos clave en la historia de la vida.

Las posibilidades son exactamente cuatro:

• Emergencia no-biogénica: Los organismos emergen sin que haya una agencia causal directa de otros organismos. En lugar de vida que

genera vida, tenemos no vida que genera vida. • Transmutación generativa: En la reproducción, los organismos pro­

ducen vástagos que son bastante diferentes de ellos mismos. • Reinvención biogénica: Los organismos se reinventan a sí mismos

mientras están inmersos en la corriente. En un determinado momento tienen unos ciertos rasgos genéticos y morfológicos; en el siguiente exhiben un conjunto de características totalmente

diferentes. • Reorganización simbiogénica: Organismos que emergen cuando

diferentes organismos de diferentes especies se entremezclan y

reorganizan a sí mismos como un nuevo organismo.

Ninguna de estas posibilidades puede ser descartada. La emergencia no-biogénica tuvo que suceder al menos una vez: en el origen de la vida. La reorganización biogénica ha sido el tema principal de investigación de Lynn Margulis, y su evidencia va en aumento. La reinvención biogénica (organismos que cambian durante el flujo de su vida) no es tampoco una idea tan loca cuando consideramos los ciclos vitales de ciertos organis-

l Temas a inucstigar 361

mos que de un estadio a otro se muestran completamente irreconocibles (p.ej .. la metamorfosis de la mariposa o, incluso más extremadamente, los diversos estadios de la platija hepática). Finalmente, la transmutación ~enerativa sugiere una visión programada de la evolución en la que, al igual que un programa de computador que enloquece en un momento dado (recuérdese el virus de computador Michelangelo que atacó el 6 de m~~zo de 1993), los organismos cambian en el curso de una sola ge­neracion. La paleontóloga francesa Anne Dambricourt ha sostenido esta tesis con respecto a la emergencia del Hamo sapiens. En lo que respecta a estas cuatro posibilidades, la cuestión crucial gira en torno a la manera de darles sentido a la luz del diseño inteligente. Evidentemente, ninguna de ellas es explicable sin una coordinación masiva de procesos químicos y biológicos, coordinación que revela una dirección inteligente.

, 1~. .Esteganografía. Finalmente llegamos al tema de investigación mas, mtngante para mí: la esteganografia. Según el diccionario, estegano­grafia es una expresión arcaica que subsiguientemente fue reemplazada por el término criptografía. Literalmente, esteganografia significa «escri­tura cifrada». Sin embargo, con el auge de la computación digital, el término ha cobrado nueva vida. La esteganografía pertenece al campo ~e los dat~s .digitales encubiertos en ciertas tecnologías (DDET), y que mcluye asimismo el encubrimiento de la información, el esteganálisis, la extracción de datos ocultos y la digitalización de datos en medicina legal. La este gano grafía busca algoritmos que sean eficaces (que conten­gan una gran cantidad de datos), sólidos (que se muestren insensibles a las distorsiones comunes) y que puedan alojar un gran volumen de ~its de mensajes ocultos dentro de un mensaje protector (típicamente imágenes, vídeo o audio) sin que su presencia sea detectada. Su con­versa, el esteganálisis, busca tests estadísticos que detecten la presencia de esteganografía en un mensaje cifrado.

Consideremos ahora la siguiente posibilidad: ¿Qué ocurriría si los organismos incorporasen diseños sin ninguna importancia funcional pero

~ue . s~n embargo ofreciesen a los investigadores en biología valiosas mtmciones sobre los aspectos funcionales de esos mismos organismos? Estos diseños de segundo-orden servirían esencialmente como «manual de operaciones» - de ninguna utilidad para el organismo como tal, pero valiosísimos para los científicos que investigasen al organismo en cuestión. Por supuesto, ésta es una posibilidad especulativa, pero hay algu~os resultados preliminares en la literatura bioinformática que la confirman en relación con el problema del plegamiento de la proteína.

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362 DISEÑO INTELIGENTE

(Estos diseños de segundo-orden están insertos al parecer no en un solo genoma sino en una base de datos de genomas homólogos procedentes

de organismos relacionados entre sí). Mientras que tiene perfecto sentido para un diseñador insertar en

un organismo un «manual de operaciones» (al igual que los fabricantes de coches incluyen en sus vehículos sus correspondientes manuales de instrucciones), esta posibilidad no tiene sentido alguno para los meca­nismos materiales ciegos, que son incapaces de anticipar investigadores científicos. La investigación en este área consistiría en construir tests estadísticos para detectar esos diseñadores de segundo-orden (dicho en otras palabras, cultivar el esteganálisis). Si tales diseñadores de segundo orden fueran descubiertos, el siguiente paso sería identificar algoritmos para introducir estos diseñadores en los organismos. Yo sospecho que los sistemas biológicos practican la esteganografía mucho mejor que nosotros y que los esteganógrafos podrán aprender de la biología una

0 dos cosas - aunque no porque la selección natural sea tan inteligen­te, sino por el hecho de que el diseñador de estos sistemas fuera tan

experto en esteganografía. En mi opinión, una esteganografía de segundo orden como ésta

proporcionaría una confirmación decisiva del diseño inteligente. Y má~ aún, su investigación sería valiosa y estimable hasta un punto en que m la numerología bíblica ni la codificación de la Biblia lo son. El problema con estos escritos bíblicos es que la Biblia tiene pleno sentido de por sí (el significado transmitido por la palabras reales de la Escritura). Pero la numerología bíblica y los códigos de la Biblia están aludiendo a un sentido oculto de la Escritura. Y postular ese sentido oculto es afirmar que la Biblia contiene información escondida que igualmente podía haber

sido expresada en su sentido manifiesto. Pero la esteganografía de segundo orden no es así. La información

esteganográfica que es útil solamente para un investigador científico pero no para un organismo, sería de un tipo diferente al de la información funcional que necesitaría un organismo para construir estructuras com­plejas que fueran independientes de tales investigadores. La información oculta en la numerología bíblica y en la codificación de la Biblia podría haber sido incluida en el sentido directo de la Biblia. En contraste con esto, la información esteganográfica de segundo-orden no podría haber sido incluida en la información funcional de los organismos porque estas formas de información están concebidas para dos audiencias com­pletamente distintas: investigadores científicos y organismos (es decir,

Temas a i1westignr 363

investigadores científicos con su necesidad de comprender la naturaleza en uno de los casos, y organismos con su necesidad de sobrevivir y reproducirse en el otro).

Incluso aunque la esteganografía de segundo-orden no tuviera éxito, la de primer-orden (esto es, la introducción de información funcional útil para el organismo más que para el investigador científico) podría proporcionar también una fuerte evidencia de diseño inteligente. Desde hace años, los biólogos evolucionistas nos vienen diciendo que la masa de genomas es de baja calidad y que esto se debe a la indolencia del proceso evolutivo. Esta situación está cambiando ahora. Por ejemplo, los investigadores de la Universidad de California en San Diego están descubriendo que grandes extensiones de secuencias de ADN al parecer estériles pueden formar una nueva clase de genes RAN no codificados que se encuentran dispersos, densamente tal vez, entre los genomas ani­males. Los teóricos del diseño tendrían que ser los primeros en extraer la información encerrada dentro de los sistemas biológicos. Si estos sistemas son diseñados, podemos esperar que la información esté densamente empaquetada en multitud de capas (excepto cuando las fuerzas naturales o la interrupción intencionada hubieran empobrecido la información). La conservación de la información en forma densa y distribuida en multitud de capas es una predicción de diseño inteligente.

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lHACER PEL DISEÑO ll N\~t/<:j,f NT ~ u NA e 1 EN e IA '!'() 1 S 'C't'ftl 1 N A~ A

Aun suponiendo que el diseño inteligente sea un programa de investigación científica, o que tenga al menos el potencial para serlo, ¿cómo puede evitar ·uerse absorbido como parte de una agenda política y cultural más amplia?

EL DISEÑO INTELIGENTE HA REALIZADO enormes incursiones en el ámbito entero de la cultura. Crónicas que dan cuenta detallada de la labor de los teóricos del diseño han aparecido en las primeras páginas del New York Times, Los Angeles Times, Wall Street Journal, San Francisco Chronicle y en muchos otros periódicos. La televisión, la radio y los semanarios como el Times han proyectado igualmente sus focos sobre el diseño inteligente. Esta publicidad es a la vez útil y seductora. Útil porque ayuda a su difusión y atrae talentos al movimiento. Seductora porque puede engañarnos al hacernos pensar que hemos conseguido más de lo

que realmente se ha logrado. Aunque los proponentes del diseño inteligente han realizado una

labor realmente buena con su creación de un movimiento cultural, no podemos anotar demasiados éxitos del diseño inteligente en el haber de los logros científicos. Es muy alentador recibir una respetuosa noticia por parte del New York Times. Pero, como David Berlinski me ha co­mentado, la teoría de las catástrofes de René Thom también fue digna de la cubierta del Times; y desde entonces, pese a su contenido real como teoría científica y como actitud filosófica, quedó silenciosamente olvidada en los años 1980. Un movimiento intelectual no puede soste-

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Hacer del díseiio í11tclígente una ciencia díscíplí11ada 365

nerse a sí mismo por la atención de los medios. El trabajo científico y conceptual sobre diseño inteligente se desarrolla en la oscuridad, exige una intensa concentración durante largos períodos de tiempo, y sólo es plenamente apreciado por especialistas relativamente escasos. En cambio, la obra de renovación cultural del diseño inteligente discurre a la vista del público, ofrece gratificaciones rápidas y está dirigida a la gran masa de la población.

Es necesario saber mostrar muy claramente cuándo estamos reali­zando una labor científica y conceptual y cuándo nuestra actividad es simplemente política y cultural. Pero aún más, estas dos dimensiones del diseño inteligente han de ser desarrolladas en absoluta armonía. Precisamente el resonante éxito alcanzado por el diseño inteligente en su captación de la atención del público, ha sido la causa de que sea el componente cultural y político del diseño lo que esté potenciando ahora al componente científico e intelectual. Quisiera exponer ahora una serie de recomendaciones para rectificar este desequilibrio.

l. Catálogo de hechos fundamentales. Una de las marcas funda­mentales de una ciencia disciplinada es que posea un catálogo accesible de hechos fundamentales. Pensemos en los maravillosos racimos de estre­llas de los catálogos de astrofísica. El diseño inteligente necesitaría algo semejante. Sería enormemente útil que contáramos, y pudiéramos hacer asequible al público, con un catálogo de objetos o procesos biológicos irreduciblemente complejos. El catálogo debería incluir un listado tan completo como fuera posible de descripciones organizado en forma de tablas. Bajo la entrada del flagellum bacteria!, por ejemplo, el catálogo tendría que detallar los lugares en los que fue hallado, las partes bio­químicas que lo componían, el nivel de energía requerido, la utilización de determinados sustratos, etc. El catálogo debería progresar desde los ejemplos de complejidad irreducible más simples a los más profundos (como, por ejemplo, el del sistema visual de los mamíferos).

El criterio que gobernase las entradas del listado tendría que ser sumamente estricto y explícitamente establecido: tal y tal cosa es irre­duciblemente compleja si y sólo si viene a rellenar-un-hueco. El catálogo debería estar también ampliamente distribuido por la comunidad bio­lógica. No tendría que mencionar siquiera al diseño inteligente ni decir nada sobre el naturalismo: sólo registrar los hechos fundamentales tal como ahora son conocidos. Un catálogo así sería bastante más eficaz que ninguna serie de entrevistas públicas o debates para persuadir a los biólogos de que el darwinismo se encuentra en dificultades y que el

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diseño inteligente es una posibilidad real. Incluso ahora, la mayoría de esos biólogos no tienen noticia siquiera de la existencia de un problema. La complejidad irreducible no es para ellos un tema que esté pidiendo una solución rápida, sino un detalle que puede ser pospuesto indefini­damente. Un catálogo como éste acabaría con esa actual complacencia.

2. Catálogo corrector de la información errónea. Es bastante abundante la información errónea en la literatura biológica relativa al diseño. El libro Icons of Evolution de Jonathan Wells significa un intento de remediar este problema examinando unas cuantas evidencias utiliza­das para apuntalar la teoría evolucionista a expensas del diseño. Pero el problema está en todas partes. Unas veces se trata simplemente de dar un giro evolutivo a un experimento o hecho biológico cuando la evidencia real no garantiza en absoluto nada de ese tipo. Otras se recurre al doble patrón con el que se suele justificar la selección natural: si un sistema biológico parece bien diseñado, ello se debe a que la selección natural es el eficaz sustituto de un diseñador que poda las ramas muertas; en cambio, si el sistema parece un tejido remendado, es porque la selección natural se comporta como una oportunista descuidada.

La objeción de la suboptimalidad ha sido tradicionalmente un arma utilizada por el darwinismo para mantener maniatado al diseño inteli­gente. Pero con tantas medidas protectoras, el darwinismo ha acabado socavando aquello que tenía más interés en proteger: el verdadero entendimiento de los sistemas biológicos. Para refutar el diseño, sus críticos no dudan en recurrir a sistemas deleznables que ellos mismos confiesan que no son diseñados (presumiblemente, la lógica de pasar del diseño incompetente a la negación de diseño es aquí de rigueur). Al repudiar el diseño, los biólogos están subestimando con ello a los sistemas biológicos mismos.

El catálogo que estoy proponiendo estaría máximamente documen­tado. Al igual que el anterior, este catálogo no es opcional. La biología se encuentra firmemente atrapada entre las garras de un fanatismo anti­diseño que es necesario desenmascarar y derrotar. Como David Berlinski me comentó una vez, «el giro en las actuales ortodoxias científicas se producirá sólo cuando las objeciones al darwinismo ... se hayan acumu­lado tan escandalosamente que ya no puedan ser ignoradas».

3. Red de investigadores y de medios. El diseño inteligente como proyecto científico e intelectual tiene muchos simpatizantes pero pocos trabajadores. El lado académico del movimiento está actualmente for­mado por un grupo de profesores y de investigadores independientes.

l Hacer del diseiio inteligente una ciencia disciplinada 367

Pero este número necesita crecer y mantenerse adecuadamente conecta­do mediante una red. Tenemos que saber quién y sobre qué tema está trabajando cada uno de estos investigadores. Y para este fin, Internet se mostrará impagable. En la actualidad, el diseño inteligente no es más que un paria académico. Por ello nos resulta sumamente difícil concentrar nuestras fuerzas en alguna institución. Y sin embargo, cuando hablo sobre diseño inteligente en los diferentes distritos universitarios, casi invariablemente encuentro al menos algún científico de alguna facultad ilusionado por abordar una investigación sobre este tópico. La red de Internet, particularmente cuando su plataforma de chats y videoconfe­rencias se haga más fácilmente accesible, logrará reunir a una nutrida serie de estudiosos que en la actualidad siguen trabajando en solitario. Y esto ayudará a superar las barreras institucionales que ahora nos salen al paso. El uso pleno y eficaz de Internet es simplemente un deber.

El lugar natural para ubicar una red como ésta es alguna asociación profesional. Afortunadamente tal sociedad existe ya: la International Society for Complexity, Information and Design (www.iscid.org). Ubi­car la red en este sitio es una opción, aunque hay otras. Lo importante por ahora es mantenerse conectado, no quién posea la red. Asociados con esta red habría unos coordinadores de investigación expertos en un determinado campo de la ciencia que ayudasen a coordinar sus es­fuerzos a los investigadores de tal campo. La red necesita contar con recursos. ISCID ofrece actualmente una bibliografía comentada de la literatura relevante para el diseño. El acceso a la suscripción de varios servicios en línea (revistas, aparatos de búsqueda especializados, libros electrónicos, etc.) debería ser también parte del paquete de recursos. Todo esto costará dinero, pero valdrá la pena como inversión rentable. La concentración de fuerzas es un principio clave de la táctica militar. Sin ella, las tropas, aunque voluntarias y valientes, se debatirían en la indecisión y no podrían actuar eficazmente. La red de investigadores y de recursos que aquí estoy recomendando es el primer paso en la con­centración de fuerzas. El siguiente será establecer la agenda intelectual para los departamentos académicos e incluso para la totalidad de las instituciones académicas. Pero eso está todavía lejos y dependerá de la recomendación siguiente.

4. La construcción de un currículum de diseño. Ivan Pavlov y John Watson fueron científicos activos en la primera parte del siglo veinte en el desarrollo de la psicología behaviorista o conductista. El behaviorismo mismo, sin embargo, no fue tomado como un movimiento intelectual

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hasta una generación después, cuando los psicólogos construyeron en torno a él un currículum. Para que las ideas científicas prosperen (con independencia de que en última instancia sean correctas o equivoca­das, como resultó ser el behaviorismo ), tienen que formar parte de un currículum que quede englobado dentro de la principal corriente edu­cacional. Éste es el único camino para atraerse a la próxima generación de estudiosos del diseño inteligente. Sin una presencia en el currículum de ciencias, el diseño inteligente andará cojeando, limitado simplemente a ganarse algunos estrategas acá y allá.

Un problema que tiene que afrontar el diseño inteligente es que in­cluso en el caso de que la corriente principal de la educación actual nos abriera los brazos (contengamos la respiración), no tendríamos ningún curso consistente de estudios que ofrecerle. El currículum proporciona esto y mucho más, pues toma el abigarrado conjunto de una ciencia y lo sistematiza de manera intelectualmente coherente. Los estudiantes se ven así introducidos a una tradición de investigación y no meramente a un conjunto desconectado de afirmaciones y argumentos, o peor aún a algún conjunto de críticas eficaces pero fácilmente ignorables. Los darwinistas, en cambio, disponen de un currículum que incesantemente va invadiendo disciplina tras disciplina (siendo la psicología evolucio­nista una de sus más recientes y visibles adquisiciones). Daniel Dennett tenía toda la razón cuando calificó al darwinismo de ácido universal. El darwinismo mantenido por la academia es omnipresente y monopolista. Con la construcción de un currículum del diseño, intentamos restaurar un mercado libre.

¿Estamos en este momento en situación de construir un currículum del diseño? El diseño inteligente como programa científico necesita ciertamente madurar y desarrollarse. Sin embargo, creo que estamos preparados para comenzar a construirlo. A la cabeza de la lista ten­dríamos que colocar un libro de texto introductorio de biología básica - dicho en otras palabras, un texto de introducción a la biología de 800 a 1000 páginas inspirado por el diseño inteligente más que por la evo­lución darwiniana. Conviene observar que este texto incluiría también un tratamiento equitativo y detallado de la evolución darwiniana. De hecho, les diría a los estudiantes sobre la evolución darwiniana más de lo que los propios darwinistas desean oír, sobre todo en lo relativo a los problemas y debilidades de la teoría. (Y tampoco tendríamos necesidad de citarnos a nosotros mismos en este contexto. Críticos de las propias filas de la biología evolutiva, como el último Stephen Jay Gould y ahora

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Lynn Margulis con su teoría de la simbiogénesis, nos han ahorrado la molestia).

De hecho, serán necesarios dos textos de biología básica, uno dirigido a los profesores y una versión simplificada de éste para los estudiantes de graduación. Lo más cercano a un texto biológico suplementario se­ría Of Pandas and People de Dean Kenyon y Percival Davis. Es un libro terrorífico. Sin embargo, en tanto que texto suplementario, su mercado y sus lectores serían necesariamente limitados. Una vez en posesión de un texto biológico básico, será necesario examinar cada disciplina en la que el pensamiento darwiniano y naturalista haya sido utilizado para excluir de manera ilegítima al diseño inteligente. El ácido universal del darwinismo ha corroído muchas disciplinas, tanto en las ciencias como en las humanidades. Para contrarrestar ese ácido, los teóricos del diseño tienen que aislar cada una de esas disciplinas para volver a repensarla. Esta obra de reconceptualización y restauración será una labor ardua que exigirá el esfuerzo de muchos profesores. Las disciplinas que en primer lugar (después de la biología) necesitan ser reconceptualizadas son la psicología evolutiva, la bioética, la neurociencia cognitiva, la inteligencia artificial, la filosofía de la mente (sobre todo los problemas de la conciencia), la historia y la filosofía de la ciencia, los fundamentos de la física, y la cosmología.

Construir un currículum de diseño es educativo en el sentido más amplio, pues no incluye sólo libros de texto sino publicaciones de todo tipo, desde las monografías de investigación para profesores y estudiantes graduados hasta libros de colores para preescolares. Esta construcción tiene que aprovechar todas las ventajes que ofrecen las tecnologías y los medios de nuestra época: CD-ROMs, vídeos, DVDs, animación por computador, enseñanza animada y las novedades que aparecen cada día. Los vídeos Unlocking the Mystery of Lije e Icons of Evolution son ejemplares en este respecto (disponibles en www.arn. org). Igualmente lo es el libro de dibujos animados Darwin Got to Do with It? (de Robert Newman y John Wiester), que ofrece a los estu­diantes una guía perfecta para el estudio de la biología en la escuela secundaria.

Martín Luther observó una vez que podemos abstenernos de una multitud de cosas, pero no podemos prescindir de las escuelas, pues son ellas las que ciertamente rigen el mundo. Sin una presencia significativa de la corriente educacional, el diseño inteligente continuará quedan­do marginado y no podrá actualizar nunca su completo potencial. Un

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currículum teórico de diseño es por tanto indispensable para el éxito del diseño inteligente como movimiento científico e intelectual.

5. Medidas objetivas de progreso. ¿Cómo calibramos el acierto de lo que estamos haciendo al desarrollar el diseño inteligente como pro­grama de investigación científica? Hay que contar sin duda con algunas medidas objetivas de progreso. En lugar de exponer detalladamente esas medidas, voy a indicar las que encabezan los cuatro epígrafes siguientes,

cada uno de ellos seguido por una serie de preguntas:

• Vitalidad intelectual: ¿Nos sentimos aburridos? ¿No tenemos nada que decir? ¿Se nos ha agotado la fuente de ideas frescas? ¿Nos repetimos constantemente? ¿Ha perdido su interés la gente que una vez aplaudió lo que antes hacíamos? ¿O seguimos teniendo la iniciativa intelectual? ¿Somos nosotros los que establecemos la agenda para los problemas a discutir? ¿Estamos nosotros mismos animados por nuestra investigación? ¿Hay alguna otra cosa que nos motive más que el trabajo sobre diseño inteligente? ¿Son nuestras ideas lo bastante robustas como para atraer a los mejores y más brillantes elementos del lado opuesto?

• Niveles intelectuales: ¿Estamos situados en un nivel intelectual alto? ¿Es nuestro nivel autocrítico bajo con respecto a nuestro propio trabajo? ¿Exigimos precisión y rigor tanto a nosotros mismos como a los otros? ¿Examinamos nuestro propio trabajo y el de los otros con una clara actitud crítica y le damos a nuestra mente la libertad de valorar­los objetivamente? ¿O tratamos de mantener todas nuestras actitudes diplomáticas y civiles (tal vez para no dar la apariencia de disensión en nuestras filas)? ¿Oscila el humor de nuestro movimiento entre la suficiencia y la indignación - suficiencia cuando llevamos la voz can­tante, e indignación cuando nos vemos criticados? ¿Reaccionamos ante la crítica adversa como los novelistas bisoños que se sienten desfallecer cuando descubren que su «obra maestra» ha sido considerada como pura pacotilla por los críticos? ¿O tomamos las críticas adversas como

una ocasión para depurar y mejorar nuestro trabajo? • Salir del ghetto: ¿Nos resistimos a vemos marginados dentro de un

ghetto intelectual o subcultura de segunda clase? ¿Intentan conocemos los profesores y científicos de la otra corriente? Y una vez que nos co­nocen, ¿siguen aún demonizándonos? ¿O piensan, por el contrario, que nuestro punto de vista es interesante, aunque perverso? ¿Tiene atractivo internacional el diseño inteligente? ¿Es capaz de atravesar las fronteras religiosas? ¿O se encuentra cada vez más confinado en el evangelicalis-

1 Hacer del diseño inteligente una ciencia disciplinada 371

mo americano? ¿Quién posee el diseño inteligente? ¿Estamos tratando de insertar nuestras ideas dentro de la principal corriente científica? ¿O preferimos seguir situados al margen y publicar nuestro trabajo en la actual literatura de revisión paritaria (pese a que su dirección está con­tra nosotros)? ¿O buscamos paraísos seguros en los que poder publicar nuestra obras con facilidad, aunque principalmente en beneficio mutuo? Al igual que ISCID, por ejemplo, nosotros mismos animamos a los que publican en la revista de la sociedad a que envíen sus artículos a otras de mayor difusión y se sientan encantados cuando éstas los aceptan.

• Atracción de talentos. ¿Atrae continuamente nuevos talentos el pro­grama de investigación científica sobre el diseño inteligente? ¿Incluyen esos talentos a intelectos de superior calidad? ¿Se encuentran estos talentos distribuidos entre las distintas disciplinas o están confinados sólo en algunas de ellas? ¿Están recibiendo adeptos las disciplinas poco representadas? ¿Qué ha sido de los talentos que fueron miembros del movimiento en el pasado? ¿Siguen en él o han acabado desilusionados y se han alineado en otro distinto? ¿Permanecen fijos los nombres de los que publicamos libros y artículos o añadimos constantemente nuevos autores a nuestras listas? ¿Nos alegra estar juntos? ¿Constituimos una colorida colección de caracteres? En igualad de condiciones, ¿tomaría usted partido por un teórico del diseño o por un darwinista?

Éstas son, pues, mis recomendaciones para hacer del diseño inte­ligente una ciencia disciplinada. ¿Seguirá el diseño inteligente estas recomendaciones y se impondrá con ello como programa científico, proyecto intelectual y movimiento cultural? Para bien de la comunidad científica, el diseño inteligente está en la posición de un ratón que trata de mover a un elefante mordiéndole los dedos del pie. De vez en cuan­do, el elefante puede desplazar ligeramente su pie, pero no es verosímil que ocurra ningún movimiento real o cambio fundamental. Pero a pesar de esta situación, la comunidad científica parece sentirse extrañamente incómoda. El ratón tiene que ser aplastado, y el elefante (como ocurre en los comics) se ha vuelto temeroso y pai;ece a punto de iniciar una estampida empujado por el pánico.

La imagen que para mí captura más acertadamente el modo en que el diseño inteligente habrá de comportarse es, irónicamente, la de una competición evolutiva en la que dos organismos se disputan un nicho ecológico. (Pensemos en los mamíferos desplazando a los dinosaurios). En algún momento, uno de los organismos gana una batalla crucial.

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372 DISEÑO INTELIGENTE

Esto le permite excluir de la competencia al otro. El uno crece lozano, mientras el otro se debilita. Por equivocado que pudiera haber estado Darwin al exaltar la selección y la competición como la fuerza rectora que se esconde tras la evolución biológica, estos factores juegan ciertamente un papel crucial en el progreso científico. Es tarea de los proponentes del diseño inteligente mostrar unas escasas aunque incontrovertibles ins­tancias en las que el diseño es especialmente fructífero para la biología. Los científicos sin demasiadas ataduras con la evolución darwiniana (y son muy abundantes, aunque este hecho no ha encontrado publicidad) se podrán sentir bastante felices en cambiar sus lealtades si piensan que el diseño inteligente es el lugar en donde se encuentran los problemas interesantes en biología.

Cierro este capítulo y también este libro con una cita de Emmanuel Lasker, filosofo, matemático, amigo de Albert Einstein y campeón mun­dial de ajedrez durante veintisiete años. Estrictamente hablando, sus comentarios están referidos al ajedrez. Pero para Lasker, el ajedrez era vida y la vida era ajedrez. La victoria en ajedrez era para él un triunfo de la verdad. Presento aquí la cita de Lasker porque él supo apuntar con su dedo a la honestidad, la precisión y el sentido crítico que han de guiar nuestro pensamiento si queremos aceptar los retos de la biología evolutiva y tornar al diseño inteligente en una ciencia disciplinada. Y ésta es la cita, tomada del Lasker's Manual of Chess:

La vida sólo es generada por la vida. Todo el que desee au­toeducarse en ajedrez debe evitar lo que en éste está ya muerto -teorías artificiales apoyadas por unas cuantas instancias y desechadas por un exceso de talento humano; el hábito de jugar con oponentes inferiores; la costumbre de rehuir tareas difíciles; la debilidad de tomar de manera acrítica variaciones y reglas descubiertas por otros; la vanidad autosuficiente; la incapacidad de admitir errores; en suma, todo lo que conduce a la paraliza­ción o a la anarquía.

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380

ÍNDICE

DE NOMBRES

Adams, Earnest, 342

Agustín, 201

Altshuller, Genrich,

326

Aristóteles, 69-70, 146,

148-9, 165, 197

Arnhart, Larry, 214-5

Atanasia, 195

Ayala, Francisco, 31,

298

Babbage, Charles, 201

Baltimore, David, 155,

202

Barbour, Jan, 45-7

Bardeen, John, 233

Bayes, Thomas, 247,

261-2, 264, 274

Bednorz, Georg, 233

Beethoven, Ludwig

van, 145-7, 284

Behe, Michael, 13, 27,

35, 221, 240-1, 295,

307-8, 320, 331-40,

346, 355

Bell, Alexander

Graham, 80-1, 283

Bendall, D. S., 294

Berg, Howard, 313

Berlinski, David, 27,

114, 293, 364, 366

Binmore, Ken, 342

Bishop, Joey, 244

Blyth, Edward, 325

Bocinar, John, 309

Boltzmann, Ludwig,

220

Borel, Émile, 92

Boyle, Robert, 46, 70-1

Bracht, John, 27, 289,

359

Bu tterfield, Jeremy,

342

Caputo, Nicholas, 277-9

Carter, Brandon, 73

César, Julio, 117

Chomsky, N oam, 332

Church, Alonzo, 291-2

Cicerón, Marco Tulio,

69

Clark, Thomas, 231

Collins, Francis, 354

Collins, Robin, 27, 73,

277

Colson, Charles, 11-13

Cooper, Leon, 233

Copérnico, Nicolás, 68,

212, 348

Crick, Francis, 161, 215,

249

Dam, Kenneth W ., 92

Dambricourt, Anne,

361

Darwin, Charles, 15,

21, 26, 31, 35, 45, 47,

50, 52, 54-5, 68, 72,

84-5, 114, 126, 128,

190, 201-2, 212, 224,

226, 231-2, 241, 244-

5, 250-1, 283, 293-

4, 296-9, 306-7, 315,

321, 325, 327, 334,

337-9, 346, 369, 372

Davies, Paul, 73, 87,

227

Davis, Percival, 369

DISE'-'O INTELlGENTF

Dawkins, Richard, 27,

37, 47, 52-3, 55, 59,

72, 160, 184, 190,

219' 220-1, 292, 294,

316

Demócrito, 71

Dennett, Daniel, 47,

52, 53, 55, 184, 190,

298, 368

Denton, Michael, 27,

201, 240

Descartes, René, 50-1,

110, 169

Diaconis, Persi, 342

Dobzhansky, Theodo-

sius, 308

Durero, Alberto, 35

Dyson, Freeman, 172

Earman, John, 247, 248

Einstein, Albert, 13,

231, 372

Eldredge, Niles, 325

Elsberry, Wesley, 27,

98-100, 254-5

Empédocles, 306

Epicuro, 71, 306

Everett, Hugh, 134

Felix, Minucius, 70

Feynman, Richard, 52

Fisher, Ronald, 100-1,

261-3, 265, 267, 273

Forrest, Barbara, 27,

345, 351

Foster, Jodie, 32

Freud, Sigmund, 45,

350

Friedmann, Alexandre,

345

1 1

Índin' de no111hrcc;

Galilei, Galileo, 346,

348

Cates, Bill, 145-6

Giberson, Karl, 27,

350

Godel, Kurt, 167

Goodwin, Brian, 322

Gordon, Bruce, 27,

351

Gould, Stephen Jay,

55, 60, 65, 290, 300,

325, 368

Gregario Nacianceno,

70, 168

Griffin, David Ray,

192-4, 196, 241-2

Cross, Paul, 27, 293,

344-5, 351

Guth, Alan, 134

Haldane, J. B. S., 16

Harold, Franklin, 227,

241-2, 305, 337

Harper, William, 342

Harsanyi, John, 342

Hartshorne, Charles,

197

Haught, John, 45

Hegel, Georg, 284

Heisenberg, Werner,

231, 345

Ho, Mae-Wan, 322

Hodge, Charles, 70

Holmes, Sherlock, 247

Howson, Colin, 262

Huber, Peter, 135

Hume, David, 71-2,

240, 251-4, 256, 258,

260, 274

Hunter, Cornelius, 47

Hussein, Saddam, 118

Igel, Christian, 288

James, William, 173

Jeffrey, Richard, 342

Johnson, Phillip, 13, 27,

297, 350

Juan Pablo II, Papa,

54

Jung, Car!, 22

Kadanoff, Leo, 15

Kafka, Franz, 25

Kanada, Yasumasa,

118

Kant, I rnmanuel, 11,

72, 252

Ray, Thomas, 71

Rea, Michael, 269

Reid, Thomas, 70, 251,

258-60

Rolston, Holmes, 164-

5

Royall, Richard, 262

R u binstein, Arth ur,

137-9

Ruse, Michael, 27, 100-

1, 344

Sagan, Carl, 32-3'

Saier, Milton, 243

Schaefer, Fritz, 341

Schleiermacher, Frie-

drich, 167, 205

Schneider, Thomas, 27,

292

Schbn, J. Hendrik, 80-

2

Schopenhauer, Arthur,

16

381

Schrieffer, John, 233

Scott, Eugenie, 27, 345

Searle, John, 1'l 1-3

Shakespeare, William,

64, 137, 147, 272,

283

Shannon, Claude, 151-

2, 154

Shapiro, James, 128,

241, 337

Sheldrake, Rupert, 202

Sherrner, Michael, 27,

48, 52-3, 58, 223,

226

Skyrms, Brian, 342-3

Smith, Houston, 46

Smith, John Maynard,

46, 155, 294

Smolin, Lee, 134

Sober, Elliott, 27, 213,

226, 256-8, 262, 275-

6

Sócrates, 52

Sparacio, Micah, 28,

359

Spiegelman, Sol, 290

Spinoza, Baruch, 167,

196

Spohn, Wolfgang, 342

Stalin, Joseph, 346

Stearn, Colin, 231

Suppes, Patrick, 342

Swinburne, Richard,

73

Takahashi, Daisuke,

118

Thom, René, 364

Thomas, Dylan, 26

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T

382 DISEÑO INTELIGENTE

Tipler, Frank, 172, 344 Wells, Jonathan, 13, Wittgenstein, Ludwig,

Tomás de Aquino, 70, 28, 366 68, 198, 212

148, 196, 252 Whitehead, Alfred Wolpert, David, 286,

Toussaint, Marc, 288 North, 194, 196 288-9

Turing, Alan, 291-2 Wiener, Norbert, 173 Wright, Ernest Vincent,

Tversky, Amos, 342 Wiester, John, 369 177

Urbach, Peter, 262 Wilkins, John, 28, 98- Yerxa, Donald, 28, 350

Van Till, Howard, 168, 100, 254-5 Zabell, Sandy, 342

233-4 Wilson, D. Sloan, 329 Zenón, 247

Watson, John, 367 Wilson, E. O., 55, 325 Zimmer, Carl, 224